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LA PUESTA EN ESCENA
Antes del siglo XX, la dimensión teatral de la ópera era marginal. En el siglo XVII, las
representaciones eran más bien estáticas, pareciéndose más a un concierto con
vestuario. La puesta en escena ganó importancia cuando la programación de los teatros
de ópera se centró más en el repertorio existente que en nuevas creaciones. Sólo es en
el siglo XX que el canto y la puesta en escena empiezan a ser vistos con la misma
importancia.
Los escenarios operísticos, sin embargo, han sido siempre fascinantes, con
espectaculares efectos visuales y gran maquinaria. Las posibilidades escénicas se
beneficiaron del desarrollo tecnológico, y hoy en día los efectos especiales, tecnología
digital y las proyecciones visuales se usan en muchas de las producciones.
Un montaje no es una simple ilustración de una obra, pues requiere un concepto o un
sentido. El director sugiere una visión para una ópera. Este punto de vista puede estar
cerca del libreto y de las concepciones del autor, o puede ser una interpretación más
personal. Algunos directores de escena transponen la acción en otra era, en otras
situaciones o en un contexto intemporal e inmaterial.
Estas transposiciones ponen de manifiesto ciertas dimensiones de las obras y enriquecen
su significado revelando aspectos desconocidos. Por ejemplo, en una producción
moderna, los temas que suceden en una ópera barroca pueden presentarse de un modo
muy actual. Estas perspectivas cambian la manera en que el público percibe y
comprende las obras. De esta manera, la ópera se recrea y se reinventa constantemente.
Antes que suba el telón, nadie sabe qué sucederá en escena. Esto es lo que hace la
ópera tan emocionante.
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