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Nro 41
PRÓLOGO
El hecho que fundamenta esta narración imaginaria ha
sido considerado por el doctor Darwin (1) y por
otros escritores científicos alemanes como
perteneciente, hasta cierto punto, al campo de lo
posible. No deseo que pueda creerse que me adhiero
por completo, a esta hipótesis; sin embargo, al
basar mi narración sobre este punto de partida no
pienso haber creado, tan sólo, un encadenamiento de
hechos terroríficos concernientes por entero al
orden sobrenatural.
El acontecimiento queda interés a esta historia no
tiene las desventajas inherentes a las narraciones
que tratan de espíritus o magia. Me sedujo por lo
nuevo de las situaciones que podía llegar a
provocar, puesto que, si bien es físicamente
imposible, otorga a la imaginación la posibilidad de
adentrarse en las pasiones humanas con más
comprensión y autoridad de las que ofrece el simple
relato de hechos estrictamente reales.
Me esforcé, pues, en conservar su adecuación a los
principios elementales de la naturaleza humana; no
dudé, sin embargo, cuando se trató de crear
innovaciones en las posibles síntesis que admitieron
tales principios. Esta norma se halla ya en la
Ilíada, el poema épico de la antigua Grecia, en La
tempestad y El sueño de una noche de verano, de
Shakespeare y, con más claridad todavía, en El
paraíso perdido, de Milton. No es, por lo tanto,
excesiva presunción, ni siquiera para un humilde
novelista que sólo desea distraer al lector o
conseguir una satisfacción personal, emplear en sus
escritos una licencia o, mejor, una regla que ha
hecho surgir las páginas más bellas de la poesía y
sublimes combinaciones de afectos humanos.
El fundamento de mi relato me fue sugerido por una
simple conversación. Comencé a escribir tanto para
distraerme como porque me brindaba un medio de
ejercitar las posibilidades que albergaba mí
espíritu. Pero, a medida que la obra iba tomando
forma, otros motivos fueron añadiéndose a los
iniciales. No me es de ninguna manera indiferente la
reacción del lector frente a las creencias morales
que expresan mis personajes. No obstante, mi primera
preocupación en este campo ha sido evitar los
perniciosos efectos de las novelas actuales y
presentar la bondad del amor familiar, así como las
excelencias de la virtud universal. Las opiniones de
los protagonistas vienen influidas, es lógico, por
su carácter particular y por la situación en que se
hallan; no han de ser consideradas por tanto como
las mías propias. Del mismo modo no debe extraerse
de estas páginas ninguna conclusión que pueda llegar
a perjudicar doctrina filosófica alguna.
La autora ha puesto gran interés en la redacción de
esta novela, ya que comenzó a escribirla en el
escenario grandioso donde tiene lugar la parte más
importante de la acción y, por añadidura, en unión
de compañeros a los que le sería muy difícil
olvidar.
En efecto, pasé el verano de 1816 en los aledaños de
Ginebra. La estación fue fría y lluviosa aquel año
y, nosotros nos reuníamos noche tras noche en torno
al hogar donde ardía un gran fuego de leños,
divirtiéndonos en relatarnos, unos a otros,
historias alemanas de espíritus y fantasmas, que
habíamos aprendido en nuestras correrías. Estos
cuentos nos surgieron la idea de escribir algunos
por nuestra cuenta con el mero fin de distraernos.
Dos amigos –uno de los cuales ha escrito,
ciertamente, una historia mucho más digna de agradar
al público que todo lo que pueda imaginar mi cerebro
–y yo misma decidimos, por lo tanto, escribir cada
uno una historia basada en manifestaciones de lo
sobrenatural.
Pero el tiempo mejoró súbitamente y mis amigos me
abandonaron para emprender una gira por los Alpes.
Los magníficos panoramas que se ofrecían a sus ojos
pronto les hicieron olvidar el menor atisbo de sus
evocaciones espectrales. Esta narración es, por
ende, la única que ha logrado verse terminad (2).
Marlow, setiembre 1817
Coja un periódico.
Coja unas tijeras.
Escoja el periódico un artículo que tenga la
longitud que piensa darle a su poema.
Recorte el artículo.
Recorte a continuación con cuidado cada una de las
palabras que forman ese artículo y métalas en una
bolsa.
Agítela suavemente.
Saque a continuación cada recorte uno tras otro.
Copie concienzudamente el poema en el orden en que
los recortes hayan salido de la bolsa.
El poema se parecerá a usted.
Y usted es “un escritor infinitamente original y de
una sensibilidad hechizante, aunque incomprendido
por el vulgo”.
Littérature, nro 15
Julio-agosto de 1920
(...)
Según una estadística del año 1993, uno de cada
cinco jóvenes alemanes se siente artista o considera
máximamente deseable el modo de vida del artista;
puede suponerse que por artista ya no se entiende el
artista creador, sino al último ser humano aureolado
por un permanente flujo de "experiencias". Tanto
para los artistas como para los que no lo son, la
probabilidad de descendientes ya hace tiempo que no
significa la autorreposición de las formas de vida
en las nuevas generaciones; pues la procreación,
allí donde se introduce, abre perspectivas de
imprevisibilidad en forma de niños, que como seres
humanos nuevos y desiguales, existirán en mundos
nuevos y desiguales (1). Esto, para la percepción
que la sociedad tiene de sí misma, produce
consecuencias apenas apreciables; una sociedad de
nuevos y últimos se ve a sí misma como una pandilla
sin sustancia, como un espacio de incalculables
vectores. En ella, el futuro apenas sí puede
definirse como el continuar escribiendo lo recibido.
De ahí que los descendientes tendrán una manera de
heredar, y de dejar en herencia, distinta a la del
mundo tradicional; de los mayores se adoptan menos
las cualidades que las cantidades, y mejor
oportunidades de partida que virtudes concretas; en
casos de legados, se pregunta nueve veces cuánto y
una vez qué. Los testamentos se transforman en un
encogerse de hombros: ¿quién va a querer creerse
quelos que vivirán en el futuro lo tendrán mejor y
lo harán mejor? En todas partes los nombres están
por convertirse en vacuidades -o en marcas
registradas.
A Maru
22
Amanecí insegura, quién sabe si fue por culpa de
algún mal sueño. Me imaginé cobijada en papel
burbuja para protegerme y aislarme del temor a tomar
decisiones precipitadas. Gabriel Talero invadía mis
espacios interiores y también los físicos, pero
nunca me había dejado ganar por una mentira. Mi
cobardía me llenaba de amenazas poniendo en peligro
la farsa. En cualquier momento, Gabriel, mi sombra,
se podía venir abajo. En su enfrentamiento con el
mundo real, la potencia de su rol iba a sostener un
forcejeo permanente con mi acceso de debilidad.
Fui perdiendo confianza, cualquier señal parecía un
complot. Comencé a imaginar que alguien violaría mi
puerta para buscar evidencias del engaño. Y claro,
las iban a encontrar sobre los caballetes. Al fin y
al cabo, Gabriel irrumpió de un modo brutal en un
escenario plagado de roscas y envidias. Un
advenedizo no se perdona en un mundo de competencias
provincianas. Mi mentira corría peligro por mí
misma. Acabaría por morderme la cola si no llegaba a
un pacto sereno con Talero y lo ponía en su puesto.
Pero la realidad pareció estar más del lado de él
cuando el director de la renombra revista Artecol me
pidió gestionar la entrevista del crítico de arte
Ricardo Saldaña con el pintor. Mi antiguo coraje
atravesó el papel burbuja y salió a poner la cara
por mí. El recuerdo de la mancha de leche impune en
los muros infantiles me devolvió el aplomo. Creé una
dirección de correo electrónico y volví a sentir el
impulso de la mentira dirigido a las membranas de mi
garganta. Marqué el teléfono de Artecol:
-Me comuniqué con Gabrile Talero en Nepal. Por ahora
no tiene fecha de regreso pero está dispuesto a
responder la entrevista por Internet. Me autorizó a
darle su correo. Por favor tome nota:
claroscuro@gmail.com.
Durante los días siguientes estuve pendiente del
buzón de correo sin estrenar, hasta que el fin de
semana apareció un mensaje de Ricardo Saldaña
agradeciendo su disponibilidad para responder a la
entrevista. Abrí el documento con curiosidad
infantil, violando un espacio ajeno. Las preguntas
reflejaban inquietudes estéticas con la solidez
argumental que tanto apreciaba en Ricardo. Tenía una
semana para contestar desde la piel de Talero.
Conmovida ante las realidades dolorosas de las
guerras del mundo, emprendí los primeros trazos de
la serie Urnas. Surgió de las fotos en los diarios
con los cajones en los que devolvían los deudos los
restos de sus muertos, testimonio de las fosas
comunes en Colombia, en Bosnia, en Chile. Eran
apenas más grandes que cajas de zapatos. No me
interesaban los objetos en sí. Además de lo mucho
que podían expresar, mi compromiso ético era ahondar
en los gritos, en la angustia y dolores también
asesinados.
Gabriel Talero en mi piel no hacía parte de aquellos
artistas que abusaban del arte político, del arte
social para generar discusiones mediáticas. La
intención de Gabriel era producir golpes en la
conciencia. Provocar para ser criticado o exaltado.
Un banquete para las manos negras que lo podrían
perseguir y neutralizar con terror. Él no era de
carne y hueso. Gabriel expresaba cuestionamientos
peligrosos; era un riesgo, sí, pero las sombras no
se pueden silenciar.
Adquirí el hábito de leer a los columnistas nada
complacientes de los diarios y revistas. A raíz de
la renovación del salón dorado del palacio de
gobierno, los diecisiete cuadros de Ciudad de Hierro
entraron al primer plano de la noticia. Llamó mi
atención el artículo de Alfonso Calderón titulado:
“La importancia de ser nadie”. Su fino sarcasmo nos
tenía acostumbrados a críticas muy atrevidas. Ya
había demolido a Murillo, apenas dos años mayor que
yo, y cuyas obras se vendían por millones. En esta
ocasión hablaba contra Gabriel Talero. El coraje con
el que había afianzado mi engaño se vino abajo y me
hizo temblar.
El mismo lado del espejo. Medellín. Sílaba Editores.
2016. Págs. 92-94.
CEREMONIALES
Por: Andrés Arango Velasco (1994-)
A mis amigos,
porque la amistad pesa más que la sangre
UN ESPEJO
Por: Milton Fabián Solano Zamudio (19-)
Viajo en un espejo oscuro llamado Andrés. Imagínense
a Andrés, abriendo las venas de la oscuridad para
encontrar palabras que describan su desazón y el
sabor que halla en acompañarse de gente que nunca
asomará la cara en esa pérdida palabra fama.
Andrés, hace ritos de preguntas sueltas que se van
encontrando hasta el nudo de la garganta, hasta el
nudo en la existencia, hasta el nudo en las razones
y en las sinrazones.
¿Cómo entrar en las ceremonias de ese oscuro espejo?
Ceremonias sin tributo a nada, ceremonias al revés,
ceremonias a figuras desconocidas o desenterradas
del universo de un muchacho que ha vivido más de
cien años en sus tropiezos.
Uno entra en esas ceremonias cuando él lo invita sin
decir nada, sólo es cuestión de querer entrar en una
cueva donde el espejo que no refleja, abre los ojos
para dejarnos en una libertad de barcos y edificios,
de pieles y alfileres, en un caos que precisa no ver
para ver más.
¿Qué me dice?
¿Qué si viajar en este espejo se parece a la muerte?
Es muy posible, no digo que sí radicalmente, porque
me han explicado que la certeza es una locura de
esas que incapacitan, pero uno va muriendo con hilos
de agua que escapan de sus líneas, ¿serán lágrimas
de un espejo que llora para adentro?
Andrés, es un espejo oscuro, un joven que no tiene
los años que le ponen los registros oficiales, un
trabajador callado, como un lago, alguien abrazado a
la tristeza y a las preguntas que sirven como un
lugar para refugiar días vacíos. Creo, este espejo
seguirá envejeciendo para hurgar sobre qué pasaría
si se rompe, esas dudas lo hacen vivir y escribir.
Seguro que en este libro se ha roto varias veces y
nos ha hecho ver el otro lado, donde hay luciérnagas
en la cabeza de alguien que piensa en otro y es
correspondido, donde hay agua atravesada por las
luces de varios versos que se van a salvar de ser
reflejados por espejos vulgares.
CEREMONIAS DE ESPEJO
Arturo Corcuera
FRENTE AL ESPEJO
Me adelanto al terremoto:
no esperaré que tu boca dispare el último resplandor
ni me empuje tu aliento hacia el túnel
que me sacará al otro lado del sueño.
IMPLOSIÓN
Luminoso y frágil
daré a los silencios la pesadez de mis párpados
para que la noche caiga con la velocidad de una
navaja.
Tomás Trnaströmer
PESADILLA
ERRANTE
En un andar de cenizas
los pies descalzos se hacen arena
mientras los pliegues de cada labio roto
son plumas de un pájaro que olvidó cantar.
Perdido y anónimo
el cielo límpido lo observa avanzar
por entre las venas de un camino incierto
tejido con voces que parecieran no existir
empujado hacia la esperanza,
dibujada en una línea
dondequiera que su frente esté.
A mi madre, de nuevo
Querida Venus:
Si lo que dicen es cierto y mi país está agonizando,
tal vez yo pueda decirles por qué. Ya ves,
chiquilla, la conciencia es un órgano vital, y no un
aditamento como las amígdalas o las vegetaciones.
Mientras tanto, mi enhorabuena. Ahora que te unes a
un numeroso contingente de jóvenes: el de todos
aquellos condenados a ofrecer a la venta las
purulentas memorias de un viejo familiar. Pero tú no
tendrás que ir lejos: sólo hasta Gagarin Pres, en
Jones Street. Y preguntar por el señor Nosrin. No te
preocupes: no voy a hacer lo que aquel pobre tarado
del que leímos que mandó a revelar a One Hour Photho
carretes enteros de sus trabajos manuales. Lo he
arreglado con Nosrin: no se le debe nada, todo está
pagado. Además, es compatriota mío, así que lo
entenderá. Quiero una tirada de un solo ejemplar. Y
es tuyo.
Siempre me has preguntado por qué nunca “me abría”,
porque me resultaba tan difícil “dar salida” y
“liberar presión” y ese tipo de cosas. Bien, con un
pasado como el mío, vives en gran medida para esos
ratos en que no estás pensando en ello –y está claro
que el tiempo que pasas hablando de ello no es de
ningún modo uno de esos momentos-. Y había una
inhibición aún más oscura: el miedo abiertamente
neurótico de que no me creyeras. Imaginé que me
dabas la espalda, imaginé que apartabas la cara y
sacudías despacio la cabeza agachada. Y la
perspectiva me resultaba insoportable. He dicho que
este miedo era neurótico, pero sé que lo comparten
mucho hombres con historias parecidas. Son neurosis
compartidas, ansiedades compartidas. Emoción de
masas: tendremos que volver una y otra vez al tema
de la emoción de masas.
Al principio, cuando empecé a juntar los hechos ante
mí, palabras negras sobre una hoja blanca, me
sorprendí mirando fijamente a un pequeño montón
informe de degradación y de horror. Así que he
tratado de darle a todo esto un poco de estructura.
Ya que cuando lograba darle cierta apariencia de
pauta o forma me sentía más aislado y podía percibir
la ayuda de fuerzas impersonales (algo que
necesitaba de forma imperiosa). Esta impresión de
unidad era quizá engañosa. La patria es eternamente
pródiga en antiiluminaciones, en epifanías
negativas, pero no en unidad. En mi país no hay
unidades.
En la década de 1930 hubo un minero llamado Alexéi
Stajánov que –según algunos- sacaba más de cien
toneladas de carbón –la cuota era de siete- en un
solo turno de trabajo. De ahí el culto a los
estajanovistas, o trabajadores “de choque”:
llenadores de barrancos, aplanadores de montañas,
bulldozers y excavadoras humanas. Los
estajanovistas, con mucha frecuencia, eran obvios
fraudes; con mucha frecuencia, también, eran
colgados por sus compañeros, que odiaban las normas
sobre altos rendimientos… Había también escritores
“de choque”: los sacaban de las fábricas a millares
y los ponían a escribir propaganda disfrazada de
narrativa. Mi objetivo es diferente, pero será mejor
que me veas de ese modo: como un escritor
estajanovistas o “de choque” que está diciendo la
verdad.
La verdad va a resultarte dolorosa. Me viene a la
mientes una vez más (en forma de laceración sutil,
como cuando te cortas con un papel) que el acto más
deshonroso lo perpetré no en el pasado remoto, como
casi todos los demás, sino en el espacio de tu vida,
y unos cuantos meses antes de que presentaran a tu
madre. Mi fantasma espera censura. Pero que sea
personal, Venus; que sea tu reprobación y no la de
tu grupo y tu ideología. Sí, me estás oyendo, joven
dama: tu ideología. Ya, es una ideología suave,
estoy de acuerdo (la suavidad es su única idea).
Nadie se va a hacer saltar en pedazos por ella.
Tu asimilación de lo que hice va a exigirte, en
cualquier caso, una gran dosis de valor y
generosidad. Pero creo que hasta una retribucionista
estricta (que no eres) se sentiría razonablemente
feliz con la forma en que las cosas acabaron
resolviéndose. Podría objetarse –y yo no lo
discutiría- que no merecía a tu madre. Tampoco he
merecido tenerte en casa durante casi veinte años. Y
tampoco es que ahora tenga un miedo enorme a que me
excomulgues de tu memoria. No creo que vayas a
hacerlo. Porque entiendes lo que significa ser un
esclavo.
Venus, siento que te fueras preocupada por que no te
hubiera dejado que me llevaras a O´Hare. “Es lo que
siempre hacemos”, me dijiste: “Nos llevamos y nos
traemos del aeropuerto.” ¿Te das cuenta de lo raro
que es eso? Ya nadie lo hace. Ni siquiera los recién
casados. De acuerdo: fue egoísta por mi parte no
dejarte que lo hicieras. Dije que era porque no
quería decirte adiós en un sitio público. Pero creo
que lo que me mortificaba realmente era la asimetría
del asunto. Tú y yo siempre nos hemos llevado al y
nos hemos traído del aeropuerto. Y no quería ese al
cuando sabía que ya no iba a hacer un del.
Estás tan preparada como cualquier joven occidental
podría soñar estarlo, y no te falte de nada: una
buena dieta, un generoso seguro médico, dos
licenciaturas, viajes internacionales, idiomas,
ortodoncia, psicoterapia, propiedades y capital. Y
tu piel es de color precioso. Mírate… mira el
bruñido de tu tez.
VIENA, 7. I. 1912
¡Viena!. Ha pasado casi un año. ¡Qué período tan
difícil! El lector preguntará: “¿Pero cómo terminó?”
No es una conclusión. Es mucho, pero no es una
conclusión. Dejé Zúrich para ir de vacaciones a
Montreaux (Chally S. Clarens). De allí a Mónaco, por
el asunto del arte; donde completé en soledad total
mi trabajo sobre “La destrucción como causa del
nacimiento”. Por culpa del doctor Jung, que me
recomendó publicarlo en otra parte, el artículo
saldrá seis meses después, y siempre en el Jahrbuch.
Somos amigos. Mi primer trabajo tuvo mucho éxito y
precisamente gracias a mi disertación he sido
admitida como miembro de la Asociación
Psicoanalítica. El profesor Freud, que ahora amo
tiernamente, está entusiasmado conmigo, habla a
todos de mi “estupendo trabajo” y también
personalmente me trata con mucha gentileza. Hasta
ahora se ha cumplido todo lo que había deseado,
salvo una cosa: ¿dónde está el hombre que podré
amar, al que podré hacer feliz como mujer y como
madre de nuestros hijos? Todavía estoy sola.
Tengo dos pacientes a las que atiendo gratis. Ambas
están bien. Una en particular (es una cantante) se
curó muy rápidamente y me escribe cartas de poesía y
alabanza. Es hija ilegítima de un duque, y su
destino me conmueve mucho (Sigfrido). Que siga
siempre bien. ¿Qué más? Durante las vacaciones
estuve dos semanas en Rostov (1). Estuve circundada
de una marea de amor por parte de mis padres, de
Bombuchna, de los amigos y parientes. Pronuncié una
conferencia sobre el psicoanálisis. El presidente me
agradeció “la excepcional conferencia” y me pidió
que diera otra, pero yo… El doctor D. dijo que yo
partiría el día siguiente. El secretario BR. se
proponía escribir un artículo sobre mi conferencia
en el periódico de Prias Kr. (2) Estuve rodeada del
amor y de la estima de todos, y ahora… ¡estoy tan
sola! Pero ahora, ¡a trabajar! Esperemos que por el
momento todo vaya bien.
El trabajo está terminado y será enviado a Jung.
¿Cómo le irá? No quiero pensar en cosas tristes.
¡Ahora quiero ser feliz!