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El periodismo fue sustento firme para las inciertas finanzas de Darío, su vida sibarita,

sus excesos etílicos y su familia, representada en Francisca Sánchez y el pequeño


Güicho. Pero más allá del desahogo económico que este oficio brindaba, Darío usó
como trinchera la prensa para emprender la renovación de las letras castellanas.

Al discutir estas apreciaciones 98 años después de la muerte de Darío, el doctor


Carlos Tünnermann, sentado a la par de un busto color bronce del bardo
nicaragüense, insiste con sobresalto que “Rubén no solo renovó la poesía…”

“¡Darío fue un renovador de la prosa! La poesía y la prosa cambiaron después de su


presencia; él elevó la crónica periodística a categoría literaria”, afirma Tünnermann.

Es en la crónica, este género hibrido del periodismo, que Darío —junto al cubano
José Martí— establece una nueva forma de narrar. Las páginas del gran diario La
Nación fueron el escenario donde estos liricos pusieron a bailar tango a la literatura
y al periodismo; “supieron mezclar en la justa dosis”, plantea el libro la Invención
de la Crónica, editado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI).

“Las crónicas de ambos las veo como las iniciadoras del trabajo que estamos
haciendo hoy en día”, valora el periodista Héctor Feliciano, maestro de la FNPI. “Ya
Europa y EEUU dejaron la crónica de algún modo y Latinoamérica las sigue
produciendo”.

Según Susana Rotker, autora del libro de la FNPI, dos tercios de la obra de Darío se
componen de textos publicados en periódicos. Otros expertos darianos sostienen
que más del 50% de la producción del poeta es prosa, en especial periodística. Eso
sin contar las crónicas que faltan por descubrir, acota Günther Schmigalle, quien ha
recuperado y estudiado textos desconocidos del modernista.

Feliciano lamenta que para el “público en general” las crónicas de Darío “hayan caído
al olvido”. Siempre la inspiración poética ha opacado el periodismo del vate. No en
balde le dedican el Festival de Poesía de Granada 2014.

Cuando Darío remitió la carta a Mitre, su semblante era el de un hombre fatigado,


de piel fláccida que caía a ambos lado de la cara; “los ojos han perdido su brillo, el
estómago está muy abultado, el cuerpo apenas responde a los impulsos de la
voluntad para moverse”, describe Edelberto Torres en la biografía La Dramática Vida
de Rubén Darío.

El poeta estaba desesperado. Necesitaba dinero para sufragar los gastos de la


enfermedad que lo aquejaba. La jubilación sería bálsamo para la bolsa, porque, al
fin y al cabo, ni la poesía ni la diplomacia pagaron la renta como sí lo hizo el
periodismo. Una historia que entreteje la vida de Darío, desde la juventud hasta el
lecho de sus últimos días, donde angustiado esperaba respuesta de “La Mamá
Nación”.

La salida de Nicaragua

El 24 de junio de 1886 el joven Rubén Darío llegó a Chile. Lo único que conocía de
aquel país era lo que el ex diplomático salvadoreño, Juan Cañas, le contó, cuando
lo animó a dejar Nicaragua. El puerto de Valparaíso exudaba tráfico mercante y
comercio intelectual. Darío era un pleno desconocido en ese movido ambiente. Al
poeta le acompañaba la representación de los periódicos El Mercado, El imparcial y
El Diario Nicaragüense en los que había trabajado.

En Chile circulaban dos periódicos, La Unión y El Mercurio. Este último diario —


recoge Edelberto Torres— “le da una bienvenida calurosa” a Darío, “obra
seguramente de Eduardo Poirier”, el protector del joven bardo en aquel entonces.

Prontamente, Darío ingresa a La Época, el diario más prominente de Chile, en


calidad de “Repórter”. En este rotativo liberal, el nicaragüense cubre varias fuentes.
“Incluso cubrió la nota roja”, aporta Erick Blandón, profesor de literatura
latinoamericana en la Universidad de Missouri. “De ello pudo extraer temas para sus
poesías. El famoso cuento del Pájaro Azul es tomado de un asesinato que pudo cubrir
como periodista en Chile”, relata Blandón, también poeta.

Darío deslumbró a la sociedad plutócrata de Santiago con sus versos. En septiembre


de 1887 llegó a la capital chilena y recibió un premio literario por su ‘Canto Épico a
las glorias de Chile’. El dinero obtenido por el galardón le sirvió para satisfacer “su
gusto mundano capital”, que era vestir con elegancia. “En la oficina de La Época sus
compañeros sonríen al verlo desplegar con ingenuo exhibicionismo el flamante
pañuelo que integra su atuendo”, narra su biógrafo Edelberto Torres. Pero el poeta
no sólo era ropaje exótico: por esos días examinaba las páginas del periódico
argentino La Nación e hizo un significativo redescubrimiento.

“¡Ah, si yo pudiera poner en versos las grandezas luminosas de Martí! ¡O si Martí


pudiera escribir su prosa en verso!”, expresó Darío, al leer las crónicas del cubano
José Martí, que moraban en las páginas del diario bonaerense y en las que, pronto,
él escribiría. El paso de ambos líricos por el periodismo reinventó las formas de
contar; encumbraron una generación de poetas-reporteros en la que los mexicanos
Luis G. Urbina y Manuel Gutiérrez Nájera también hicieron lo propio.

“El modernismo, a pesar de que tuvo grandes poetas, articuló sus principales
recursos de su retórica y lenguaje a través de la prosa y el periodismo. La generación
de escritores fue la pionera del gran periodismo moderno”, apunta Erick Aguirre,
escritor y periodista.
El intelectual Victorino Lastarria fue uno de los jueces que premiaron ‘Canto Épico a
las glorias de Chile’. El genio del poeta nicaragüense sorprendió al notable chileno,
y en 1889 escribe una carta al dueño, director y fundador de La Nación, el general
Bartolomé Mitre (padre de Emilio, a quien Darío le solicitaba la jubilación),
“recomendando al joven Darío como una promesa literaria”, recuerda Carlos
Tünnerman.

Darío envió pocas colaboraciones a La Nación tras ser aceptado por Mitre. Estaba
disfrutando el reconocimiento que le adjudicó su primer libro ‘Azul...’. Incluso, olvida
el vínculo con el diario que, tiempo después, se convertiría en salvavidas
permanente.

Un joven intelectual progresista


Darío en El Salvador junto a sus colegas de La Unión.
El éxito de “Azul...” fue tremendo después que el crítico español, Juan Valera, enviara sus
“Cartas Americanas” con la crítica y elogio al libro preciosista de Rubén. El 7 de marzo de
1889, Darío regresa a su tierra natal y es recibido con vítores. Cuando los agasajos
disminuyen, el poeta se pone en contacto con periódicos nicaragüenses y centroamericanos
para colaborar con ellos. El talante de estas publicaciones es unionista, ideología que
profesa el poeta desde su juventud. Esta filiación política lo amista con presidentes afines a
la causa.

Darío es un viejo conocido en los diarios regionales. Primero se inicia en el


periodismo nicaragüense como cronista de El Ferrocarril y El Porvenir de
Nicaragua. Aunque más que por sus artículos, el periodista era conocido por sus
versos.

“Rubén siempre tuvo una vocación por el periodismo y además por publicar en los
diarios que entonces existían en Nicaragua. Envió sus primeros poemas
al Termómetro de Rivas y a otras publicaciones de León”, señala Carlos Tünnerman.
“Él se tomaba el trabajo de recortar sus poemas ya publicados en lo que iba a ser
su primer proyecto de libro, Poesía y Artículos en Prosa que compiló a los 14 años”,
agrega el catedrático, mientras muestra un facsimilar del cuadernillo cuyo original
está en el Museo Archivo Rubén Darío, en León, ciudad que despabiló la conciencia
intelectual del “poeta niño”.

El escritor Erick Aguirre reconoce que los versos eran la labor más querida de Rubén,
pero “su primera etapa” periodística estuvo marcada por los artículos de opinión. En
estos artículos la ideología liberal y progresista del joven intelectual queda al
descubierto.

“Darío hace un periodismo de combate en sus primeros años de juventud”, apuntala


por su parte Erick Blandón. “Y por sobre todas las cosas utiliza el periodismo para
adelantar sus ideas del progreso, las ideas que estaban en boga en ese momento
desde una perspectiva liberal. Pero principalmente para confrontar a sus adversarios
políticos-ideológicos como eran los académicos conservadores de la época y las
posiciones culturales retrogradas…”, explica el catedrático de la Universidad de
Missouri.

A su regreso de Chile, la unión centroamericana sigue piqueteando el ideal de Darío.


En mayo de 1889, días de fiebre patriótica, el bardo llegó a El Salvador y para
sufragar las finanzas reprodujo cuentos y poemas en El Imparcial de Guatemala.
Este no era un trabajo fijo y la bolsa se resentía.

Transcurrieron tres meses y, al fin, las gestiones de los amigos de Darío dieron
resultado. El presidente Francisco Menéndez aprobó la fundación del periódico La
Unión y nombra al poeta como director.
Son gratos días económicos para Darío, que bien podría haber ahorrado “más que
algo”, acusa el biógrafo Edelberto Torres, pues la caja de La Unión paga todas las
necesidades. “¡Pero qué va!”, escribe Torres en tono regañón. Rubén se entretiene
en exceso. “El porvenir es término sin sentido en su conducta (…) Las noches de
juerga se suceden unas a otras”, refiere el historiador.

Pero Rubén Darío se levanta cada mañana y el 18 de febrero de 1890, en un editorial


titulado ‘La misión de la prensa’, dejó claro que como Director de La Unión y
periodista sabía la responsabilidad social que el oficio confiere.

“La pluma es arma hermosa. El escritor debe ser brillante soldado del derecho, el
defensor y paladín de la justicia”, sentencia Darío. “Lo que lamentamos es el abuso,
el encanallamiento del periódico, la prostitución de la pluma”.

Y en líneas ulteriores Darío subraya: “La prensa de oposición es necesaria en todo


país libre”. Para Carlos Tünnerman este pensamiento escrito hace 124 años no
pierde vigencia. “Rubén abogaba por la libertad de expresión y la libertad de
prensa”, indica el historiador.

Y como tampoco el vate separa la estética y la determinación de la labor periodística,


publica versos en los que define a dos usuarios de la pluma:

Los que escriben con decoro,

con pluma excelsa y no sierva,

esos tienen de Minerva el casco de oro.

¡Los escritores cazurros,

que al escribir causan ascos,

esos tienen cuatro cascos

como los burros!

Darío contrae nupcias con Rafaela Contreras, pero pronto El Salvador sufre una
crisis. El presidente Francisco Menéndez es derrocado por uno de sus hombres. El
periodista nicaragüense prefiere irse del pequeño país antes que someterse al nuevo
régimen. Empaca las maletas con rumbo a Guatemala.

En el país chapín sigue colaborando con El Imparcial. El Diario de Centro América le


abre las páginas al periodista y publica algunos cuentos. Otra vez la economía del
poeta es exigua. Otros mecenas guatemaltecos intervienen por él y el 8 de diciembre
de 1890 se imprime la primera edición de El Correo de la Tarde con Darío como
Director. 141 ediciones son publicadas, pero el apoyo gubernamental termina.

Darío se traslada a Costa Rica con Rafaela Contreras y la suegra a buscar mejor
vida. Las revistas de la capital josefina celebran la pluma de Rubén, porque ya es
un columnista consagrado. Ya se asoma la faceta de periodista global, pues el
trabajo del nicaragüense es reproducido en diarios y revistas de Cuba (La Habana
Elegante, El Fígaro), Panamá (La Estrella de Panamá), Venezuela (El Cojo Ilustrado),
Puerto Rico (Buscapié, Revista Puertorriqueña), por mencionar algunos.

La entrada en La Nación
Rubén Darío en la redacción de La Nación.

El periodista Rubén Darío estaba en Panamá en 1893 cuando fue nombrado Cónsul
de Colombia en Argentina. El 13 de agosto del mismo año ancla en Buenas Aires.
Por primera vez pone pie en la redacción de La Nación. Ya había reactivado las
colaboraciones con el diario de los Mitre. El vate –como le pasó en Valparaíso–
encuentra una ciudad desarrollada.

David Foster, profesor de la Universidad de Arizona, refiere que Darío atracó en un


momento “álgido”. Argentina reconfiguraba el esquema después de la dictadura de
Juan Manuel de Rosas. “Comenzaba un periodo de enorme prosperidad en el país.
Como plusvalía de ese crecimiento, hay divulgación en todos los sectores artísticos
para que empiece a convertirse en la capital cultural de América Latina”,
contextualiza.

La Nación era en ese momento el periódico más influyente de América Latina. Todos
querían publicar en él. El profesor Foster indagó en un registro del siglo diecinueve
del diario bonaerense y no encontró ningún colaborador, de los miles que pasaron
por esas columnas, que tuviera mayor participación que Darío.

“Desde temprano Darío está publicando y recibiendo muchísima atención”, asevera


Foster, que a eso le suma la aparición de libros cabeceras, como Prosas Profanas.
“Probablemente él es el escritor extranjero y latinoamericano que más transciende
en Buenos Aires en aquel entonces”, valora el profesor estadounidense.

En efecto, en el quinquenio que Darío vivió en Argentina, se convirtió en el líder


indiscutible del movimiento modernista. El cisne, blasón de su obra poética,
irradiaba luminosa blancura en un estante de rítmicos versos. Rubén escribía
poemas en las cafeterías de Buenos Aires y, principalmente, en la redacción de La
Nación. Alternaba poesía con periodismo, porque, como él mismo dijo, la prosa de
la prensa le servía como “gimnasia de estilo”.

Es en La Nación donde Darío explaya a cabalidad las dotes de cronista. La innovación


que acometía en la prosa periodística coincidió con el nacimiento de una nueva
generación de lectores más ávidos. “En Argentina había una burguesía bastante rica
que quería informarse sobre el mundo y, de algún modo, las soluciones que
encuentran es una especie de periodismo por entrega, de corresponsales, que no es
solo la noticia, sino el cuento sobre la noticia”, observa el maestro de la FNPI, Héctor
Feliciano.

Esta tendencia importadora de información obliga a La Nación a enviar un


corresponsal a España para escribir una serie de crónicas sobre la situación en que
había quedado aquel país, después del descalabro de la guerra contra Estados
Unidos. Darío se ofrece y el primero de enero de 1899 llegó a Madrid.

Darío, el corresponsal
Rubén Darío en un viaje que hizo a México con una delegación del gobierno de Nicaragua.

El cronista Rubén Darío percibió en el ambiente español “una exhalación de


organismo descompuesto”. Ya nada quedaba de aquella España que conoció en
1892, cuando asistió a las fiestas del cuarto centenario del descubrimiento de
América en calidad de secretario de la delegación nicaragüense.

“Darío encuentra un país más atrasado que los países de América, más pobre”, relata
Erick Blandón. “En sus crónicas estaba haciendo comparaciones de una España tan
atrasada, en cuya capital rodaban carretas con tracción animal, en comparación el
tráfico comercial que exhibía Buenos Aires a la par de New York”.

El corresponsal de La Nación debía enviar cuatro crónicas mensuales a cambio de


400 francos. El repertorio del corresponsal era variado. “Fue increíble la capacidad
de Darío para investigar todos los aspectos económicos, sociales y políticos. Escribió
de cómo estaban las letras españolas, sobre la nobleza que seguía indiferente ante
el descalabro contra los Estados Unidos; sobre el teatro, las corridas de toro, las
fiestas populares… precisamente en una crónica habla de que el pueblo español
sigue bailando y dice: enfermo que baila no muere”, enumera Carlos Tünnerman.

Las crónicas para La Nación dieron pie al libro ‘España Contemporánea”. Esta
radiografía de España, según el escritor Felipe Benitez Reyes, contiene “por debajo
de la anécdota (…) la mirada crítica de un ilustrado vigoroso y sagaz que diagnostica
las enfermedades sociales y morales de un país que ama, la conciencia alerta y a la
vez herida de un esteta insobornable al que no le da por llevar orquídeas en el ojal
de la chaqueta sino por denunciar la injusticia, la ineptitud de los políticos, la
holgazanería de la aristocracia, el cerrilismo de tantos artistas…”.

La forma en que las crónicas de Darío están narradas distan de lo hasta aquel
entonces escrito bajo un estilo acartonado, sobrio de un español anquilosado.
Rubén, que como en su poesía instala el francés verso alejandrino, en la crónica
mezcla los géneros periodísticos creando un hibrido que hasta hoy habita en algunos
cronistas latinoamericanos.

“Los géneros que más desarrolló Darío fueron la crónica, el artículo y la reseña
critica. Con la mezcla de todos ellos lograba descripciones muy profundas, bien
documentadas… la mezcla de esos géneros le permitió desarrollar un estilo
magistral”, estima Erick Aguirre.

“En el caso de Darío lo influye mucho los ‘reportage’ y las crónicas francesas… lo
que pasa es que él las desarrolla todavía más. Darío le da bastante importancia a la
visión subjetiva”, opina Héctor Feliciano.

La influencia francesa en Darío siempre le acarreó críticas. Miguel de Unamuno un


día lo tildó de “americano afrancesado”. El estilo preciosista del vate modernista
también le dio fama de poeta encerrado en una torre de marfil.

“No es cierto que Darío vivió encerrado en una torre de marfil…”, defiende Erick
Blandón. “Eso fue un momento y se debe apreciar que Darío hace uso de su
imaginación a través del embellecimiento de una cultura grecolatina producida por
sus lecturas. Pero las preocupaciones por lo social, económico y político están
presentes en casi todas sus crónicas”, argumenta.

Sin embargo, el alemán Günther Schmigalle opina que esta “fama” no fue culpa de
Rubén. “Eso se debe a que los editores y compiladores no se interesaban tanto en
el aspecto político de Darío. Lo querían leer como un poeta del arte por el arte, un
poeta dedicado a la belleza; apreciaban sus prosas cuando quedaban en los límites
de lo poético. Pero que él haya hablado del imperialismo, que haya atacado a los
norteamericanos, no les caía bien a muchos historiadores del siglo veinte”, asegura.
En 1907, mientras Darío visitaba nuevamente el terruño, es nombrado Ministro de
Nicaragua en Madrid por el gobierno de José Santos Zelaya.

El poeta embajador

La verdad es que Rubén Darío quería ser ministro plenipotenciario de Nicaragua ante
el reino de España, pero Zelaya lo impidió por el miedo que le infundía “el
alcoholismo” del poeta. No lo nombró simplemente ministro y Darío armó la legación
a la altura que la diplomacia lo demanda.

Pero los sueldos jamás llegaron. Darío comenzó a pagar los gastos de la sede
diplomática con el dinero que le pagaba La Nación por el envío de las crónicas. Pero
el salario de periodista no cubría los gastos personales de Darío y la legación.
Sofocado envió cartas de reclamo; dirigió una directamente a Zelaya y explicó que
con el sueldo que recibía “es materialmente imposible sufragar los gastos” que a
continuación le detalló:

Alquiler de casa-------------------------------------200 pesetas.

Escribiente, mensualmente -----------------------200 |||

Medio abono coche---------------------------------300 |||

Gasto correo y oficinas----------------------------50 |||

Portero-----------------------------------------------50 |||

Total---------- 800 pesetas.


Rubén Darío en su lecho de muerte.

Carlos Tünnermann sentencia que Darío logró sobrevivir y hacer frente a sus
necesidades gracias al periodismo. “Él desempeñó con mucha dignidad ese cargo.
Rubén Subsidiaba la legación con su propio peculio y lo hacía para ‘mantener el
decoro del país’, como él mismo decía en esas cartas”, comenta el ex ministro de
educación.

Erick Blandón opina igual que Tünnermann: “Darío vivió del periodismo más que
ninguna otra cosa. Él le decía a La Nación ‘La mama Nación’ porque tenía cumplirle
con sus crónicas, porque de allí venía la manutención en su hogar”.

En 1910, Darío renuncia al cargo diplomático. Un año después, los hermanos Guido,
empresarios originarios de Uruguay, se asocian con el poeta y crean la
Revista Mundial y Elegancias, esta última dedicada al mercado femenino.

Mundial alcanzó gran reputación internacional. Como Director Literario, Darío daba
cabida a escritores y temas latinoamericanos. En cada número de la revista, el poeta
esbozaba un reportaje sobre cada país americano en el que alentaba la inversión
extranjera.

Darío emprende una gira promocional de la revista por España y América Latina. Sin
embargo, tiene problemas editoriales con los Guido. Sólo con La Nación logra
mantener un vínculo constante.
El diario bonaerense suplió las necesidades del ‘Padre del Modernismo’ y le enseñó
que “el periodista que escribe con amor lo que escribe, no es sino un escritor como
otro cualquiera”. Darío supo que su cisne no hubiese podido cantar sin el periodismo.

“Darío fue un periodista por vocación y necesidad. Por vocación porque gustaba del
periodismo y por necesidad porque fue su único recurso económico. Prácticamente
Darío fue nuestro primer periodista profesional y, probablemente, uno de los
primeros de América Latina”, engloba Carlos Tünnermann.

El 24 de enero de 1915, tras una gira por la paz mundial azuzada por Alejandro
Bermúdez, Darío desembarca en Corinto. Gravemente enfermo, siente como “la
tumba aguarda con sus fúnebres ramos”. Decide escribir a su “Mama Nación”
solicitando la jubilación. Mientras espera respuesta, el poeta agoniza, primero en
Managua, y luego en una desvencijada casa de León. El 06 de febrero de 1916, a
las 10:15 de la noche, Rubén Darío muere. La noticia se esparce en toda América y
Europa. Los diarios anuncian la muerte de un príncipe, de un poeta, pero La
Nación llora a su periodista con un titular de una sola palabra: “DOLOR”.
Muestras de los periódicos y revistas donde colaboró Rubén Darío

El New York Times reproduce artículo de Rubén Darío.


Ejemplar de La Nación donde Darío publicó Los Raros que después se agruparía en un libro.
Cortesía de Günther Schmigalle
Presentación de Mundial
Ejemplar de El Correo de la Tarde que preserva el Museo Archivo Rubén Darío
El Mercurio de Chile.

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