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DESCARTES:

“DISCURSO DEL MÉTODO”: GUÍA DE LECTURA Y


TEXTOS COMENTADOS
IES “SÉNECA”
Departamento de Filosofía

ÍNDICE:

1) EL TEXTO Y EL AUTOR: ESTRUCTURA DE LA II Y IV PARTE DE “DISCURSO DEL


MÉTODO”

2) TEXTO COMENTADO:
DESCARTES: Discurso del Método. II, IV (Trad. G. Quintas Alonso). Ed. Alfaguara. Madrid.
1981, pp. 14-18, 24-30.

2.1. Orientaciones para la exposición de la temática y posición del autor.


2.2. Segunda parte.
2.3. Cuarta parte.

3. VOCABULARIO BÁSICO

4. COMENTARIOS DE TEXTO

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1. EL TEXTO Y EL AUTOR: ESTRUCTURA DE LA II Y IV PARTE DE
“DISCURSO DEL MÉTODO”

El texto que vamos a analizar pertenece al Discurso del método, obra en la cual Descartes examina el
conocimiento para tratar de liberarlo de los errores y de los contenidos superfluos debidos al gran
número de personas que intervienen en su conformación y, sobre todo, a la admisión de muchos
principios dudosos. En concreto, comentaremos las partes II y IV; en la primera de ellas expone el
método que es necesario seguir para evitar esos errores, mientras que en la segunda, después de poner
en duda todo el conocimiento, llega a una verdad incontrovertible, el sujeto pensante, a partir de la que
se demuestra la existencia de Dios y del mundo.

Esta es una obra amena en la que Descartes nos va contando en primera persona las circunstancias
personales que le impulsaron a emprender su redacción y a elaborar su filosofía, y hace un recorrido
por los aspectos fundamentales de su pensamiento.

A continuación se exponen las ideas fundamentales presentes en las partes segunda y cuarta
del Discurso del método. Trata de identificar los párrafos con los que se corresponden las
distintas ideas filosóficas comentadas en el siguiente guión.

SEGUNDA PARTE:

El texto comienza comentando dónde se encuentra Descartes, en Alemania, y se centra en una serie
de reflexiones sobre la arquitectura, el urbanismo, la política y las ciencias. Se observa el ideal
de una ciencia única, de un único método para dirigir todos los asuntos (políticos,
urbanísticos, científicos).
1. Descartes señala que él indaga un método para alcanzar verdades y que se inspira en las
virtudes de la lógica, la aritmética y la geometría, desestimando los aspectos de estas
ciencias que entorpecen su tarea.

2. El autor señala que el método que busca le sirve a él para ajustar las ideas verdaderas al
nivel de la razón y conseguir así dirigir mejor (de modo más ordenado y fecundo) sus
pensamientos y su vida (ya que se guiará por principios verdaderos).

3. A continuación el autor enuncia cuáles son las reglas de su método con el que dirigir de
modo sistemático su pensamiento y no admitir nada de lo que no disponga certeza racional.

4. Concluye esta segunda parte Descartes comentando que estas reglas son aplicables a las
ciencias formales y le permiten aclarar problemas presentes en estas reglas y deducir nuevas
verdades. A Descartes le agrada el método que ha forjado ya que con él está seguro de
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emplear siempre su razón y de evitar los dos defectos que más temor le causan, a saber, la
precipitación y la prevención. El autor, pues, aplicará estas reglas a la filosofía.

CUARTA PARTE

1. Comienza esta parte haciendo un resumen de lo que ha expuesto en su obra Meditaciones


metafísicas respecto de la necesidad de dudar de todo aquello en lo que cupiese algún atisbo
de falsedad. El autor expone todo aquello de lo que puede dudar: los sentidos, los
razonamientos, los pensamientos porque podrían haber sido un sueño. Descartes llega así a la
primera verdad de su sistema filosófico.

2. Tras esto, Descartes analiza la primera verdad, expone su posición de dualismo


antropológico (el cuerpo y la mente son cosas diferentes). Afirma, pues, que él es una
sustancia pensante y que su naturaleza se caracteriza por tener actos mentales: pensar, sentir,
dudar, afirmar, conocer, ignorar, etc. Por esto sostiene que es más fácil conocer el alma que el
cuerpo e insiste que para conocer con certeza es necesario que las ideas se ajusten al
criterio de evidencia.

3. Como la sustancia pensante es imperfecta, el autor se interroga de dónde procede la idea de


perfección que alberga en su mente. Por ello, analiza los distintos tipos de ideas: en primer
lugar, comenta que hay representaciones de la realidad exterior, que versan por ejemplo
sobre las estrellas y el cielo, que le parecen más imperfectas que las ideas acerca de la
existencia de él en tanto que sustancia que piensa. Así, concluye que la idea de perfección no se
capta por los sentidos y no, pues, una idea adventicia. Sin embargo, la idea de un ser más
perfecto persistía en su mente y Descartes se ve movido a afirmar que dicha idea no puede
proceder de la nada y que tampoco puede proceder de él mismo ya que él es una naturaleza
imperfecta y limitada. Lo más perfecto, en síntesis, no puede proceder ni de la nada ni de
lo que es más imperfecto. Dicha idea, pues, la ha tenido que poner el ser perfectísimo en
su mente y ser una idea innata.

4. Debe, entonces, haber un ser más perfecto que él y del que él dependa. Comienza en estos
pasajes a observarse que la teoría de la sustancia cartesiana plantea un problema filosófico. La
sustancia se define como aquello que no necesita de otra cosa para existir. No obstante, la
sustancia pensante que es finita demanda la existencia de una sustancia superior, perfecta y fuente
de la racionalidad que la haya creado. De modo contrario, la sustancia pensante sería lo
absolutamente perfecto y Descartes, sin embargo, reconoce las imperfecciones presentes en la
naturaleza humana que es finita, limitada, imperfecta, perecedera, no lo conoce todo y no es
omnipotente. En Dios, en cambio, no hay ninguna de las limitaciones tales como la tristeza,

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la duda o la inconstancia presentes en la sustancia pensante. Descartes asegura la existencia de
Dios sirviéndose de un argumento que apela a los grados de perfección, como el que se vio en
el texto de Meditaciones metafísicas. Además, dicha sustancia infinita debe ser independiente
de lo material porque la composición es un síntoma de imperfección.

5. Cuando Descartes trata de averiguar nuevas verdades, centradas en este caso en el mundo
material, en concreto en las cualidades primarias de dicho mundo, se da cuenta de que los
principios de las matemáticas y de la física pueden ser verdaderos, pero que no hay nada en dichas
verdades evidentes que aseguren que los objetos de los que hablan estas ciencias existan,
como por ejemplo los triángulos. Esto, por el contrario, no ocurre en el caso de la idea de
Dios. El análisis de la idea de un ser perfecto conlleva a la aceptación necesaria de que dicho
ser perfecto existe. Este es el segundo tipo de argumentación que se lleva a cabo para
demostrar la existencia de la sustancia infinita. Descartes lleva a cabo un paralelismo entre la
certeza con la que la mente percibe las verdades de la geometría y la certeza con la que se
percibe la existencia de Dios.

6. Descartes explica que muchas personas no pueden afirmar esta verdad de la existencia de
Dios porque confían exclusivamente en el conocimiento empírico: “jamás elevan su
pensamiento sobre las cosas sensibles”. Para estas personas lo que no se capta por los
sentidos o por la imaginación es ininteligible. Pero precisamente para Descartes la fuente de la
inteligibilidad es racional, aunque la idea del ser perfecto no se capte por los sentidos. Cada
objeto, sostiene este autor, debe captarse por el órgano adecuado, lo audible por el sentido
del oído, lo dulce por el sentido del gusto, lo rugoso por el tacto y lo inteligible por la inteligencia,
es decir, por la razón y el entendimiento.

7. Para Descartes es menos cierto que existe un cuerpo y mares, ríos, astros y océanos que la
existencia de Dios y del alma (la cosa pensante). El introduce la distinción entre: “seguridad
moral” y “certeza metafísica”. La primera expresión hace referencia a la idea de que todo el
mundo confía en la existencia de su corazón; nadie duda que la nieve esté fría y la lava de los
volcanes caliente. Sin embargo, esta “seguridad moral” no proporciona “certeza metafísica”. La
segunda expresión hace referencia a la tesis de que las verdades indubitables requieren que se
presuponga la existencia de Dios, ya que de otro modo todo podría ser un sueño, una quimera o
una fantasía. Para Descartes la certeza metafísica está enlazada con la necesidad de que
afirmemos que Dios existe y que él es la causa de que existamos y de que nuestro entendimiento
albergue de modo innato ideas verdaderas. La certeza metafísica nos conduce de lleno al tema
del dogmatismo, ya que en el texto se indica que lo que se ha considerado verdadero, ajustado al
nivel de la razón y conforme a la regla de la evidencia, no es certero a menos que se presuponga
la existencia de Dios. La perfección de la verdad procede de Dios y la evidencia es el modo en
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el que dicha verdad se presenta en la mente del sujeto. Esto constituye una regla superior que la
regla de la evidencia.

8. La regla anterior permite que se admita como verdadera una idea que se ha presentado de modo
claro y distinto en la mente de un sujeto que esté dormido y soñando, ya que la verdad de dicha
idea emana de Dios, no de una mente soñolienta. La verdad tiene un carácter innato, por esto
sólo podemos guiarnos por nuestra razón. Se han de descartar las ideas verdaderas que
procedan de los sentidos (adventicias) o que sean inventadas (facticias). Dios que es veraz y
perfecto ha puesto en nosotros las ideas verdaderas. Y nosotros, que no somos perfectos,
podremos encontrar la verdad más fácilmente en las ideas que tenemos despiertos más que las
que tenemos cuando dormimos.

2. TEXTO COMENTADO:
DESCARTES: Discurso del Método. II, IV (Trad. G. Quintas Alonso). Ed.
Alfaguara. Madrid. 1981, pp. 14-18, 24-30.

2.1. ORIENTACIONES PARA LA EXPOSICIÓN DE LA TEMÁTICA Y


POSICIÓN DEL AUTOR.

En cuanto a la orientación para el comentario, la segunda parte del Discurso tiene un tema
central, aunque en distintas vertientes, que es no sólo la búsqueda del método y las reglas del método,
sino también el porqué de su búsqueda, el camino seguido hasta encontrarlas y su primera aplicación, que
fue a las matemáticas. Por tanto, Descartes centra el tema que aborda en esta parte del Discurso en el
método, es decir, en el establecimiento de una serie de reglas ciertas y de fácil aplicación mediante las
cuales, si las seguimos paso a paso y partimos de proposiciones evidentes, verdaderas, alcancemos
infaliblemente la verdad. El método tiene como objeto superar el relativismo y el escepticismo y eliminar
de las ciencias los principios superfluos y erróneos. (Para exponer la estructura del tema y justificarlo
desde el pensamiento de Descartes, basta con atender a los comentarios que hemos ido realizando sobre
este capítulo del Discurso).

En la cuarta parte, aparecen los grandes tremas de la metafísica cartesiana: la duda metódica, la
formulación del primer principio, del “pienso, luego existo”, la evidencia como criterio de la verdad, la
sustancialidad del alma, la demostración de la existencia de Dios, la existencia de Dios como garantía de
la verdad de nuestros conocimientos, así como la deducción de la existencia del mundo.

Para justificar cualquiera de estos temas, sólo es necesario componer una redacción sobre el
pensamiento cartesiano desplazando su orientación hacia el tema correspondiente. Por ejemplo, a la hora
de comentar el texto de la duda metódica, tendríamos que exponer los orígenes de la duda, los pasos en
que se ha ido desplegando dicha duda, la aceptación del pensamiento como el principio fundamental y la
necesidad de la existencia de Dios como garantía del conocimiento. Y si tuviéramos que comentar el texto
del yo como “sustancia” pensante, podríamos empezar con la evidencia del “yo pienso” a partir del
proceso de la duda metódica, y exponer la existencia del yo como “sustancia”. Además, nada impediría
introducir una serie de notas sobre la existencia y la función de Dios en el sistema cartesiano.

A continuación vamos a proceder el análisis de los distintos textos que pueden ser propuestos en
Selectividad:

2.2. SEGUNDA PARTE


1. La prudencia metodológica.
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“Pero al igual que un hombre que camina solo y en la oscuridad, tomé la resolución de avanzar
tan lentamente y de usar tal circunspección en todas las cosas que aunque avanzase muy poco, al menos
me cuidaría al máximo de caer. Por otra parte, no quise comenzar a rechazar por completo algunas de
las opiniones que hubiesen podido deslizarse durante otra etapa de mi vida en mis creencias sin haber
sido asimiladas en la virtud de la razón, hasta que no hubiese empleado el tiempo suficiente para
completar el proyecto emprendido e indagar el verdadero método con el fin de conseguir el conocimiento
de todas las cosas de las que mi espíritu fuera capaz”.

Comentario.

En las notas de la primera parte del Discurso se nos presenta a un hombre cansado de los errores
y de la inutilidad de los conocimientos que ha tenido que aprender en su período de formación. Por tanto,
no es mera casualidad que empiece este texto hablando de un hombre que camina solo y en la oscuridad.
La situación en la que se encuentra es la de un hombre perdido y desorientado. No confía en los
conocimientos que ha recibido de la tradición, pero tampoco está dispuesto a desecharlos, por lo menos
antes de que pueda enlazar una reflexión cuidadosa sobre el método. Y justo al comenzar esta
reflexión, muestra de distintas maneras la precaución de quien quiere avanzar despacio y acometer las
tareas con sumo cuidado para no cometer errores. Por ello, Descartes pretende analizar todas las
opiniones y creencias que hasta ahora ha recibido, para comprobar mediante su razón, si son verdaderas.
La ejecución de este proyecto exige actuar con circunspección, es decir con prudencia. El modo más
seguro de realizar el proyecto es diseñar un método que ayude a la razón a determinar si sus opiniones son
ciertas. Hasta configurarlo, no se rechazará ninguna opinión ni se admitirán nuevos conocimientos.

2. La formación del método: influenciado por la lógica y las matemáticas.

“Había estudiado un poco, siendo más joven, la lógica de entre las partes de la filosofía; de las
matemáticas el análisis de los geómetras y el álgebra. Tres artes o ciencias que debían contribuir en algo
a mi propósito. Pero habiéndolas examinado, me percaté que en relación con la lógica, sus silogismos y
la mayor parte de sus reglas sirven más para explicar a otro cuestiones ya conocidas o, también, como
sucede con el arte de Lulio, para hablar sin juicio de aquellas que se ignoran que para llegar a
conocerlas. Y si bien la lógica contiene muchos preceptos verdaderos y muy adecuados, hay, sin
embargo, mezclados con estos otros muchos que o bien son perjudiciales o bien superfluos, de modo que
es tan difícil separarlos como sacar una Diana o una Minerva de un bloque de mármol aún no trabajado.
Igualmente, en relación con el análisis de los antiguos o el álgebra de los modernos, además de que no
se refieren sino a muy abstractas materias que parecen carecer de todo uso, el primero está tan
circunscrito a la consideración de las figuras que no permite ejercer el entendimiento sin fatigar
excesivamente la imaginación. La segunda está tan sometida a ciertas reglas y cifras que se ha
convertido en un arte confuso y oscuro capaz de distorsionar el ingenio en vez de ser una ciencia que
favorezca su desarrollo”.

Comentario.

Al examinar las disciplinas o artes que ha estudiado desde su juventud, destaca la lógica, el
análisis y el álgebra. Descartes había distinguido las ciencias demostrables con razones ciertas de las que
utilizan argumentos solo probables, como la filosofía. Esas ciencias son la lógica1 y las matemáticas (la
geometría y el álgebra)2, que si bien son útiles, también están llenas de errores y de principios superfluos,
además de ser excesivamente abstractas. Por tanto, sus métodos no son válidos y es preciso buscar otro

1
Dos dificultades de la lógica aristotélica: 1) Se construye con silogismos, cuyas conclusiones no añaden ningún conocimiento no
presente, aunque sea implícitamente, en las premisas. No son, por tanto, instrumentos para encontrar nuevas verdades. 2) Mezcla
preceptos verdaderos con otros que no lo son. Descartes crítica las disputas de la lógica escolástica. Ésta distingue entre lo
verdadero, lo falso y lo probable. Para Descartes las discusiones sobre lo probable no llevan a nuevos conocimientos. Lo probable
debe incluirse dentro de lo falso.
2
La geometría griega utilizaba exclusivamente figuras y elaboraba sus demostraciones a partir de la regla, el compás y diversos
tipos de curvas (cuadratriz, concoide…). Por tanto, el entendimiento se sometía al papel de la imaginación, ya que esta tenía que
hacerle ver las demostraciones mediante dibujos. Por otro lado, el álgebra del momento tenía una rotación muy complicada, hasta
que el propio Descartes introdujo mejoras de las que hablará al final de esta Parte. Sin embargo, lo positivo de ambas ciencias es la
evidencia de sus principios. Un conocimiento cierto debe partir de principios tan evidentes como que un cuadrado es una figura con
cuatro lados.
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que se reduzca a una pocas (cuatro) reglas sencillas, para evitar confusiones. En cuanto a la lógica, no
cree que pueda servir para aumentar el conocimiento, porque no supondría ninguna ventaja para convertir
en el modelo que está buscando porque está constituido de forma casi exclusiva por operaciones a base de
figuras. Y el álgebra se centra sólo en el uso de reglas y cifras. Por lo tanto, ninguno de los métodos
usados en estas tres disciplinas logra convencerlo. Su intención es clara: evitar los inconvenientes de
cada una de ellas, pero asumir sus ventajas. El racionalismo consiste en la confianza absoluta en la
razón humana. El camino emprendido por Descartes consiste en asumir la autoridad de la razón y
obtener un método que le sirva tanto para distinguir lo verdadero de lo falso como para dirigir su
vida.

3. Las reglas del método.

“Todo esto fue la causa por la que pensaba que era preciso indagar otro método que,
asimilando las ventajas de estos tres, estuviera exento de sus defectos. Y como la multiplicidad de leyes
frecuentemente sirve para los vicios de tal forma que un Estado está mejor regido cuando no existen más
que unas pocas leyes que son minuciosamente observadas, de la misma forma, en lugar del gran número
de preceptos del cual está compuesta la lógica, estimé que tendría suficiente con los cuatro siguientes
con tal de que tomase la firme y constante resolución de no incumplir ni una sola vez su observancia.

El primero consistía en no admitir cosa alguna como verdadera si no se la había conocido


evidentemente como tal. Es decir, con todo cuidado debía evitar la precipitación y la prevención,
admitiendo exclusivamente en mis juicios aquello que se presentara tan clara y distintamente a mi
espíritu que no tuviera motivo alguno para ponerlo en duda.

El segundo exigía que dividiese cada una de las dificultades a examinar en tantas parcelas como
fuera posible y necesario para resolverlas más fácilmente.

El tercero requería conducir por orden mis reflexiones comenzando por los objetos más simples
y más fácilmente cognoscibles, para ascender poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los
más complejos, suponiendo inclusive un orden entre aquellos que no se preceden naturalmente los unos a
los otros.

Según el último de estos preceptos debería realizar recuentos tan completos y revisiones tan
amplias que pudiese estar seguro de no omitir nada”.

Comentario.

Todos somos iguales en cuanto a la capacidad racional; lo que nos distingue es el uso del
método. Sería preferible no conocer a conocer sin método, porque la curiosidad es tan poderosa que
lograría cegar la capacidad de conocimiento de los humanos. En las Reglas del espíritu, Descartes
consideraba inoportuno conocer sin método.

Lo que pretende Descartes es adoptar un método con muy pocas reglas y fáciles de seguir,
un método seguro que garantice la capacidad de avanzar por el camino adecuado. Ni la precipitación ni la
excesiva precaución son buenas consejeras en los asuntos del conocimiento.

La primera regla consiste en no admitir como verdadera ninguna idea de la que no se tenga
evidencia, por lo tanto la idea ha de ser clara y distinta. Claro es todo aquello que se presenta a nuestra
razón nítidamente, podríamos decir, en todos sus detalles, y distinto, lo que no se confunde con ninguna
otra cosa. Concebido de esta forma, no queda lugar a la duda, y ese juicio es verdadero. La evidencia será
el nuevo criterio de verdad sostenido por Descartes, y consiste en que nuestra razón, y solo nuestra razón
(es preciso rechazar los sentidos y la imaginación), concibe, intuye, directamente que un juicio es
verdadero sin ningún género de duda. Lo que caracteriza la evidencia es que elimina la duda. La razón no
puede aceptar ningún conocimiento que sea susceptible de la más mínima duda o que lleve implícita
alguna contradicción. Es la propia razón humana la que alcanza de forma intuitiva las ideas.

En principio, define la verdad por la evidencia, y la evidencia se distingue mediante la


claridad y la distinción, los dos atributos necesarios de la verdad y de la certeza, es decir, son evidentes
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los conocimientos de los que tenemos ideas claras y distintas. Poseen claridad y distinción aquellos
conocimientos de los que no podemos tener ninguna posibilidad de duda ni son susceptibles de
contradicción; es más, de esos conocimientos diríamos que tenemos certeza absoluta, lo cual quiere decir
que son verdaderos sin ninguna duda.

La segunda regla consiste en el análisis: aconseja dividir y examinar los problemas en tantas
partes como sea posible para poder analizarlos con sencillez y claridad, y comprobar su verdad, su
evidencia. Presenta así el análisis como la forma más segura de conocer la verdad de nuestros
conocimientos.

La tercera regla es la síntesis: consiste en, una vez comprobada la verdad de las partes,
reconstruir el problema empezando por los conocimientos o las cuestiones más simples para acceder
desde ahí hasta las más complejas, es decir, recomponer el problema siguiendo el camino inverso.

La cuarta regla recomienda hacer recuentos completos y revisiones completas (enumeración)


para alcanzar la seguridad de que no se ha olvidado nada, esto es, es necesario asegurarse de que el
encadenamiento de la deducción sea correcto.

Por tanto, el método consiste en cuatro reglas para emplear correctamente los dos modos de
conocer de la razón: Intuición, es uno de los actos por los que la razón llega a conocimientos ciertos. La
intuición, que alcanza una certeza inmediata, es decir, una evidencia, cumple dos rasgos: no es resultado
de los sentidos ni de la imaginación, sino del entendimiento. Es más cierta que la deducción porque no es
discursiva sino inmediata. Su objeto son las naturalezas u objetos simples. Deducción, Uno de los modos
de conocer de la razón. Consiste en la inferencia de una cosa a partir de otra. Frente a la intuición, la
deducción no es inmediata sino discursiva. Por eso, con la deducción no se llega a evidencias, sino sólo a
certezas. El análisis y la síntesis son distintas formas de deducción.

4. La claridad del método en las matemáticas.

“Las largas cadenas de razones simples y fáciles, por medio de las cuales generalmente los
geómetras llegan a alcanzar las demostraciones más difíciles, me habían proporcionado la ocasión de
imaginar que todas las cosas que pueden ser objeto del conocimiento de los hombres se entrelazan de
igual forma y que, absteniéndose de admitir como verdadera alguna que no lo sea y guardando siempre
el orden necesario para deducir unas de otras, no puede haber algunas tan alejadas de nuestro
conocimiento que no podamos, finalmente, conocer ni tan ocultas que no podamos llegar a descubrir. No
supuso para mí una gran dificultad el decidir por cuales era necesario iniciar el estudio: previamente
sabía que debía ser por las más simples y las más fácilmente cognoscibles. Y considerando que entre
todos aquellos que han intentado buscar la verdad en el campo de las ciencias, solamente los
matemáticos han establecido algunas demostraciones, es decir, algunas razones ciertas y evidentes, no
dudaba que debía comenzar por las mismas que ellos habían examinado. No esperaba alcanzar alguna
unidad si exceptuamos el que habituarían mi ingenio a considerar atentamente la verdad y a no
contentarse con falsas razones. Pero, por ello, no llegué a tener el deseo de conocer todas las ciencias
particulares que comúnmente se conocen como matemáticas, pues viendo que aunque sus objetos son
diferentes, sin embargo, no dejan de tener en común el que no consideran otra cosa, sino las diversas
relaciones y posibles proporciones que entre los mismos se dan, pensaba que poseían un mayor interés
que examinase solamente las proporciones en general y en relación con aquellos sujetos que servirían
para hacer más cómodo el conocimiento. Es más, sin vincularlas en forma alguna a ellos para poder
aplicarlas tanto mejor a todos aquellos que conviniera. Posteriormente, habiendo advertido que para
analizar tales proporciones tendría necesidad en alguna ocasión de considerar a cada una en particular
y en otras ocasiones solamente debería retener o comprender varias conjuntamente en mi memoria,
opinaba que para mejor analizarlas en particular, debía suponer que se daban entre líneas puesto que no
encontraba nada más simple ni que pudiera representar con mayor distinción ante mi imaginación y
sentidos; pero para retener o considerar varias conjuntamente, era preciso que las diera a conocer
mediante algunas cifras, lo más breves que fuera posible. Por este medio recogería lo mejor que se da en
el análisis geométrico y en el álgebra, corrigiendo, a la vez, los defectos de una mediante los
procedimientos de la otra”.

Comentario.
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Descartes se había quejado de la insuficiencia de todas las disciplinas que había estudiado en su
período de formación, pero nunca de la capacidad de la geometría, la cual había obtenido a lo largo de la
historia los conocimientos más seguros y las demostraciones más rigurosas.

Las largas cadenas de razonamientos que empleaba la geometría le sirvieron de modelo. Éste
le reportaba la certeza de que el método podría proporcionarle la misma seguridad que alcanzaba la
geometría en sus razonamientos.

La confianza en la razón, mediada por el método de la ciencia, lo llevaba a la búsqueda de


un saber seguro. Esta seguridad le permitía pensar que no habría ninguna verdad tan alejada ni
inasequible como para que el conocimiento humano no pudiera acceder a ella.

El proceso de la reforma del método empezó por la consideración de las verdades más
simples y las ideas más ciertas, como empezaban las matemáticas. Con este ejercicio conseguía que la
mente se acostumbrara a la forma de conocer la verdad y de obtener la garantía de un conocimiento
verdadero. Al dedicarse al estudio de las relaciones y de las proporciones, podía conseguir lo que
pretendía: afilar el instrumento del conocimiento y configurar el método.

Este método, inspirado en la geometría, puede servir de modelo para todo el saber. Si lo
aplicamos correctamente, admitiendo solo lo que es indudable y siguiendo el método ordenadamente, no
puede haber nada que no podamos conocer. El método matemático ha obtenido grandes éxitos. Descartes
cree que, “suponiendo que todo se entrelaza de igual forma” que un razonamiento matemático, también
los obtendrá. Es decir, la aplicación del método cartesiano implica una “visión matematizada” de la
realidad: supone que está ordenada como un razonamiento matemático, que lo real es un conjunto de
elementos dependientes de unos principios. Supuesta la visión matematizada de la realidad, basta con
aplicar las reglas: “no admitir como verdadero alguna cosa que no lo sea” (primera) y “guardar siempre el
orden necesario para deducir unas de otras” (las otras tres). Así, ante cualquier cuestión, se pondrá en
marcha el método: análisis del problema, intuición de sus elementos simples, síntesis de esas partes y
repaso del proceso. Con este optimismo concluye la presentación del método: si se asume una visión
matemática de la realidad y se aplican bien las reglas, se llegará a conocer todo lo que se pretenda. Es el
optimismo racionalista: la fe en la capacidad de la razón.

Por tanto, el racionalismo cartesiano se basó en la confianza en la razón. Cuando Descartes habla
de la razón, lo hace en base a la unidad de la ciencia, como una especie de sabiduría universal. No tiene
sentido pensar que pudieran existir distintos tipos de racionalidad o distintos tipos de método. De esta
forma, la actividad del conocimiento emprendida por el filósofo lo preparará para la búsqueda de la
verdad, porque se habrá ejercitado en aumentar en su mente la luz de la razón.

5. La fecundidad del método y la unidad de la razón.

“Y como, en efecto, la exacta observancia de estos escasos preceptos que había escogido, me
proporcionó tal facilidad para resolver todas las cuestiones, tratadas por estas dos ciencias, que en dos o
tres meses que empleé en su examen, habiendo comenzado por las más simples y más generales, siendo, a
la vez, cada verdad que encontraba una regla útil con vistas a alcanzar otras verdades, no solamente
llegué a concluir el análisis de cuestiones que en otra ocasión había juzgado de gran dificultad, sino que
también me pareció, cuando concluía este trabajo, que podía determinar en tales cuestiones en qué
medios y hasta dónde era posible alcanzar soluciones de lo que ignoraba. En lo cual no pareceré ser
excesivamente vanidoso si se considera que no habiendo más que un conocimiento verdadero de cada
cosa, aquel que lo posee conoce cuanto se puede saber. Así un niño instruido en aritmética, habiendo
realizado una suma según las reglas pertinentes puede estar seguro de haber alcanzado todo aquello de
que es capaz el ingenio humano en lo relacionado con la suma que él examina. Pues el método que nos
enseña a seguir el verdadero orden y a enumerar verdaderamente todas las circunstancias de lo que se
investiga, contiene todo lo que confiere certeza a las reglas de la Aritmética”.

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Comentario.

Descartes, que ha tomado por modelo del saber las matemáticas, empieza por aplicar su método
en este campo, pues en él se ha alcanzado, señala, algunos juicios ciertos y evidentes, verdaderos. El éxito
es rotundo, pues el método se adapta perfectamente a las reglas de las matemáticas. La aplicación del
método a las matemáticas funciona de una forma brillante. Descartes se muestra ilusionado. Al seguir las
reglas, ha conseguido grandes beneficios. De la práctica del método iniciado obtiene Descartes la
convicción de que, empezando por las cuestiones más simples, conseguirá resolver en poco tiempo las
verdades más complejas y de mayor dificultad. Cada verdad le proporciona el impulso necesario para
conocer otras verdades.

En las Reglas para la dirección del espíritu había incluido la metáfora del sol para referirse a la
luz de la razón. Cada paso alumbra el camino, es decir, el descubrimiento de cada una de las verdades
lo impulsa para seguir conociendo. Cada una de las ciencias representa la sabiduría humana y su
potencia clarificadora es tan fuerte que no se puede coartar el espíritu con ningún tipo de limitación. Una
verdad nos lleva a la otra.

El método es lo que confiere luz y seguridad al conocimiento. Cada avance, cada verdad que se
consigue, supone establecer las condiciones para acceder a otras verdades, a veces nada fáciles de
vislumbrar ni de conseguir.

6. El método y los principios de la filosofía.

“Pero lo que me producía más agrado de este método era que siguiéndolo estaba seguro de
utilizar en todo mi razón, si no de un modo absolutamente perfecto, al menos de la mejor forma que me
fue posible. Por otra parte, me daba cuenta de que la práctica del mismo habituaba progresivamente mi
ingenio a concebir de forma más clara y distinta sus objetos y puesto que no lo había limitado a materia
alguna en particular, me prometía aplicarlo con igual utilidad a dificultades propias de otras ciencias al
igual que lo había realizado con las del Álgebra. Con esto no quiero decir que pretendiese examinar
todas aquellas dificultades que se presentasen en un primer momento, pues esto hubiera sido contrario al
orden que el método prescribe. Pero habiéndome prevenido de que sus principios deberían estar tomados
de la filosofía, en la cual no encontraba alguno cierto, pensaba que era necesario ante todo que tratase
de establecerlos. Y puesto que era lo más importante en el mundo y se trataba de un tema en el que la
precipitación y la prevención eran los defectos que más se debían temer, juzgué que no debía intentar tal
tarea hasta que no tuviese una madurez superior a la que se posee a los veintitrés años, que era mi edad,
y hasta que no hubiese empleado con anterioridad mucho tiempo en prepararme, tanto desarraigando de
mi espíritu todas las malas opiniones y realizando un acopio de experiencias que deberían constituir la
materia de mis razonamientos, como ejercitándome siempre en el método que me había prescrito con el
fin de afianzarme en su uso cada vez más”.

Comentario.

Esta aplicación del método a las matemáticas permitió a Descartes perfeccionar su manejo y
habituarse a utilizar la razón rigurosamente (ya que solo la razón puede proporcionar un conocimiento
evidente, verdadero), pero aún no se sentía preparado para aplicarlo a la filosofía en la que no encuentra
ningún principio seguro.

Una de las características fundamentales de la filosofía cartesiana es que en ella se identifican el


método y la razón. El método ya era parte de la ciencia. Con solo seguir sus reglas, se puede alcanzar la
seguridad del conocimiento racional. Los meses que Descartes pasó reflexionando y revisando las
matemáticas le aportaron no sólo la capacidad de aplicar el método, sino la certeza de haber abierto el
camino de la filosofía.

El ejercicio del método había acomodado su mente para conocer la realidad de forma clara y
distinta. Este objetivo ya estaba contenido en la primera regla, que consideraba la evidencia como el
criterio de verdad de las ideas y de los conocimientos. ¿Por qué ciencia empezar? El método ayuda a
responder: se debe comenzar por establecer la certeza de los elementos en los que se apoya el resto de
conocimientos. La metafísica establece esos primeros principios. Por tanto, se debe aplicar el método a la

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filosofía, donde Descartes no encuentra “ningún conocimiento cierto” Establecer la certeza de los
primeros principios será el objetivo de la Cuarta Parte del Discurso.

La tarea queda abierta, aunque posiblemente no sea el momento. Tal vez la edad que tiene no es
la más apropiada. Pero tendría que emprender lo que se convertiría en el objetivo principal de su
esfuerzo: la reforma de la filosofía, una reflexión serena y sistemática sobre los principios
fundamentales de la filosofía.

2.3. CUARTA PARTE


En la que se exponen las razones que permiten establecer la existencia de Dios y del alma humana,
que constituyen los fundamentos de la metafísica3.

7. La duda metódica.

“No sé si debo entreteneros con las primeras meditaciones allí realizadas, pues son tan
metafísicas y tan poco comunes, que no serán del gusto de todos. Y sin embargo, con el fin de que se
pueda opinar sobre la solidez de los fundamentos que he establecido, me encuentro en cierto modo
obligado a referirme a ellas. Hacía tiempo que había advertido que, en relación con las costumbres, es
necesario en algunas ocasiones opiniones muy inciertas tal como si fuesen indudables, según he
advertido anteriormente. Pero puesto que deseaba entregarme solamente a la búsqueda de la verdad,
opinaba que era preciso que hiciese todo lo contrario y que rechazase como absolutamente falso todo
aquello en lo que pudiera imaginar la menor duda, con el fin de comprobar si, después de hacer esto, no
quedaría algo en mi creencia que fuese enteramente indudable. Así pues, considerando que nuestros
sentidos en algunas ocasiones nos inducen a error, decidí suponer que no existía cosa alguna que fuese
tal como nos la hacen imaginar. Y puesto que existen hombres que se equivocan al razonar en cuestiones
relacionadas con las más sencillas materias de la geometría y que incurren en paralogismos, juzgando
que yo, como cualquier otro estaba sujeto a error, rechazaba como falsas todas las razones que hasta
entonces había admitido como demostraciones. Y, finalmente, considerado que hasta los pensamientos
que tenemos cuando estamos despiertos pueden asaltarnos cuando dormimos, sin que ninguno en tal
estado sea verdadero, me resolví a fingir que todas las cosas que hasta entonces habían alcanzado mi
espíritu no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños”.

Comentario.

Aunque en el ámbito de la moral, de las costumbres, Descartes admita la necesidad de seguir las
opiniones inciertas, retoma la aplicación del método, rechazando todo lo dudoso, en la búsqueda de una
verdad que puede ser creída por sí misma y de la que se deriven las demás deductivamente. Descartes
aplica el método inicialmente sólo a lo teórico y no a “las costumbres” (ámbito moral). Quiere evitar “no
permanecer irresoluto en sus acciones”. Si aplicara el método a las decisiones que todos los días toma
(“¿Me quedo en casa meditando o voy al trabajo?”), tendría que dejar de vivir mientras fundamentaba la
metafísica, el resto de saberes y, finalmente, una moral cierta (última rama del saber). Al actuar así, se
verá obligado a “seguir opiniones muy inciertas como si fuesen indudables”, a lo que Descartes añade:
“según he advertido anteriormente”, pues esta es la segunda máxima de su “moral provisional” expuesta
en la Tercera Parte del Discurso.

De ahí que en este texto, el afán de claridad y de precisión le lleva a plantear los elementos
fundamentales de la duda metódica. Muchas veces ha aceptado como verdaderos conocimientos que
posteriormente resultaron erróneos, pero si realmente busca la verdad, no puede aceptar como
verdadero ningún conocimiento que sea susceptible de la más mínima duda. Es necesario dudar de
todo y considerar provisionalmente como falso todo lo que es posible poner en duda. Es una duda
absoluta, no escéptica, pues, tomada como punto de partida, se espera hallar la verdad. El escepticismo,
por el contrario, niega la verdad.

3
El título resume el tema de esta Parte: exponer los dos fundamentos de la metafísica cartesiana, Dios y el alma, y las razones que
demuestran que son evidencias. Para Descartes “la filosofía es como un árbol, cuyas raíces son la metafísica, el tronco la física y las
ramas las demás ciencias”. Esquemáticamente: certeza del alma → certeza de Dios → certeza de la Metafísica → certeza del resto
de ciencias.
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Por lo tanto, emprender la duda metódica es la única manera de fundar la filosofía sobre un
cimiento sólido, sobre un principio que sea realmente indubitable. Descartes, como Arquímedes, cree en
que a partir de un punto de apoyo firme logrará mover el mundo. El problema es que, si tuviera que dudar
de todos los conocimientos y de todas las creencias anteriores, la tarea sería interminable. Por eso, se
plantea dudar sólo de los principios fundamentales de la filosofía.

El proceso comienza por la duda de los datos que proporcionan los sentidos, porque algunas
veces engañan (por ejemplo los espejismos; o vemos el sol pequeño y verdaderamente no lo es), por lo
tanto, no nos podemos fiar de ellos, no se puede aceptar que los sentidos sean el fundamento de un
conocimiento seguro y verdadero.

También ha de dudar de los conocimientos intelectuales porque algunas veces ha incurrido en


paralogismos4 al tratar cuestiones relacionadas con la geometría; pues, muchos se equivocan hasta en las
operaciones más sencillas de las matemáticas y si hay quien se equivoca en sencillas demostraciones
matemáticas, también yo puedo equivocarme en otras aunque no me dé cuenta. En las Meditaciones
metafísicas, para dudar de los conocimientos matemáticos, recurre a la posibilidad de que Dios, que es
sumamente poderoso, pudiera engañarnos para conseguir que creyéramos que tres más dos son cinco o
que son tres los ángulos de un triángulo. Pero como Dios no nos engañaría porque, además de poderoso
es sumamente bondadoso, formula la hipótesis de la existencia de un genio maligno que pudiera
engañarnos incluso en cuestiones tan seguras como las de la geometría. Por tanto, el conocimiento
matemático también puede ser engañoso.

Aquí, en el Discurso, como no se puede distinguir entre la vigilia y el sueño, ya que los mismos
pensamientos pueden asaltarnos estando dormidos y estando despiertos, decidió suponer que todos los
conocimientos que hubiera conseguido su mente tuvieran el mismo valor que las ilusiones de sus sueños,
puesto que incluso podría suceder que estuviésemos confundiendo la realidad con el sueño.

Es decir, a través de la hipótesis del genio maligno o de la imposibilidad de distinguir la


vigilia y el sueño llega a la duda sistemática de todos los conocimientos. En resumen, todo es dudoso
y debe ser considerado falso.

8. El yo pienso como el primer principio.

“Pero, inmediatamente después, advertí que, mientras deseaba pensar de este modo que todo
era falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa. Y dándome cuenta de
que esta verdad: pienso, luego soy, era tan firme y tan segura que todas las extravagantes suposiciones
de los escépticos no eran capaces de hacerla tambalear, juzgué que podía admitirla sin escrúpulo como
el primer principio de la filosofía que yo indagaba”.

Comentario.

Cuando la duda es más intensa, cuando no puede estar seguro de nada, alcanza la verdad del
primer principio que estaba buscando. El genio maligno puede engañarlo en todo lo que quiera, pero, para
engañarlo, él tiene que existir, tiene que ser alguna cosa. Pero, en este estado, surge la primera evidencia:
yo, que pienso, existo. Aunque lo que piense no exista, no se puede dudar de que estoy pensando ni, por
tanto, de que existo. La duda sistemática implica que no puede dudar de que esté dudando. Y
mientras duda, piensa. “Pienso, Lugo existo”5 es una verdad tan firme y segura que ni las más
extravagantes de las dudas podrían atentar contra ella.

4
Un razonamiento erróneo.x
5
Algunas aclaraciones: la existencia del “yo” no implica que “lo” pensado exista. En segundo lugar, “pienso, luego soy” no es un
silogismo sino una evidencia: no se debe interpretar “si pienso, entonces soy”, sino “soy una cosa que existe siendo pensamiento”.
En tercer lugar, “pienso, luego soy” es “el primer principio de la filosofía”. Es el primer principio en el orden subjetivo o del
conocimiento de certezas. Descartes descubrirá que el yo depende de Dios, el primer principio en el orden del ser. El método hace
que el orden de las certezas domine sobre el del ser: la primera certeza encontrada es el yo, no Dios.
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A partir del proceso de la duda, llega así al principio sólido que buscaba, porque, a pesar de
esforzarse en creer que todo es falso, no puede dudar de que existe y piensa; de que es el yo el que duda y
piensa; y de que el “yo pienso” es el primer principio que estaba buscando. Este es el primer principio de
la filosofía, la verdad sobre la que se puede levantar el edificio del conocimiento.

9. El yo como sustancia pensante.

“Posteriormente, examinando con atención lo que yo era, y viendo que podía fingir que carecía
de cuerpo, así como que no había mundo o lugar alguno en el que me encontrase, pero que, por ello, no
podía fingir que yo no era, sino que por el contrario, sólo a partir de que pensaba dudar acerca de la
verdad de otras cosas, se seguía muy evidente y ciertamente que yo era, mientras que, con sólo que
hubiese cesado de pensar, aunque el resto de lo que había imaginado hubiese sido verdadero, no tenía
razón alguna para creer que yo hubiese sido, llegué a conocer a partir de todo ello que era una sustancia
cuya esencia o naturaleza no reside sino en pensar y que tal sustancia, para existir, no tiene necesidad de
lugar alguno ni depende de cosa alguna material. De suerte que este yo, es decir, el alma, en virtud de la
cual yo soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo, más fácil de conocer que éste y, aunque el
cuerpo no fuese, no dejaría de ser todo lo que es”.

Comentario.

La naturaleza del sujeto es puramente racional, no es un cuerpo. En tanto que pienso, que dudo,
me reconozco indudablemente como un sujeto que piensa, pero no como un cuerpo. Por el mero hecho de
dudar y de haber intentado convencerse de que no existe, tiene que existir. La existencia del sujeto
pensante es una evidencia que está por encima de la existencia del cuerpo y del mundo. Esto quiere decir
que puede dudar del cuerpo, pero no del yo ni del alma.
De esta forma, en el proceso de la duda metódica se ha asegurado de la existencia de una
“sustancia” absolutamente independiente del cuerpo. Al preguntarse por el yo, se contesta que es una
“sustancia pensante una “sustancia” cuyo atributo es el pensamiento. La realidad queda dividida en dos
ámbitos: la sustancia pensante, el sujeto, y la sustancia corpórea, la materia.

Y a la hora de definir “sustancia”, Descartes lo hace de una manera paralela a la filosofía


aristotélica y la identifica como lo que existe en sí mismo”. El yo es una “sustancia” que no necesita
ninguna otra cosa para existir, que no depende de ninguna sustancia material, ya que el rango
característico de la “sustancia” es su independencia. El alma, como se dice en el texto, existiría aunque no
existiera el cuerpo. Pero, de momento, solo sabemos que existe el sujeto pensante, no la materia.

Por lo tanto del análisis del yo podemos inferir las siguientes consecuencias:
Primera consecuencia: la esencia de la sustancia pensante. Lo único cierto es un “sujeto” cuyo ser es
“pensar”, que es su esencia, naturaleza o atributo.
Segunda consecuencia: el yo es el alma, que define esencialmente al ser humano. A su vez, el alma
se define por ser pensamiento. Para Descartes el alma no es el principio vital del cuerpo.
Tercera consecuencia: dualismo antropológico. El yo o alma no necesita de ninguna condición
material, tampoco del cerebro. Por ello, es independiente y distinta de cualquier otra sustancia
corporal, si es que existe. Si no fuera así, no se hubiera podido afirmar la certeza del yo después de
haber negado la certeza de lo sensible.
Cuarta consecuencia: el alma es más fácil de conocer que el cuerpo; aún no se conoce la existencia
del cuerpo, pero ya se tiene certeza de que yo soy una sustancia que piensa. Quienes creen conocer su
cuerpo mejor y más fácilmente que su alma, es porque siguen sus sentidos sin aplicar el método. Si lo
hubieran aplicado, se darían cuenta de que “tengo cuerpo” no es un a afirmación clara ni distinta.
Quinta consecuencia: la inmortalidad del alma. Si el alma es pensamiento y, por tanto, independiente
del cuerpo, el alma es inmortal, ya que para ser, es decir, pensar, no necesita del cuerpo.

10. La evidencia como criterio de verdad.

“Analizadas estas cuestiones, reflexionaba en general sobre todo lo que se requiere para
afirmar que una proposición es verdadera y cierta, pues, dado que acababa de identificar una que
cumplía tal condición, pensaba que también debía conocer en qué consiste esta certeza. Y habiéndome
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percatado que nada hay en pienso, luego soy que me asegure que digo la verdad, a no ser que yo veo muy
claramente que para pensar es necesario ser, juzgaba que podía admitir como regla general que las
cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas; no obstante, hay solamente cierta
dificultad en identificar correctamente cuáles son aquellas que concebimos distintamente”.

Comentario.

Descartes también extrae del primer principio el criterio de verdad. Al haber encontrado una
certeza, el autor analiza qué tiene ese conocimiento para que la razón lo conciba como cierto. Lo que
Descartes describe ahora es el momento del encuentro de este criterio, que es la primera regla del método.
Como ya comentamos al hablar de las reglas del método, el criterio de verdad es la evidencia, que yo
intuya de forma clara y distinta, sin ningún género de duda, que una proposición es verdadera. En el
descubrimiento de la primera verdad incontrovertible tiene su origen dicho criterio. Puesto que del
análisis del “yo pienso, luego existo”, no sólo se sigue la sustancialidad del alma, sino que admite como
criterio de verdad la forma con que ha logrado el conocimiento del “yo pienso”, es decir, la forma en que
ha obtenido la evidencia del “yo pienso” se ha convertido en el modelo de toda verdad y de toda certeza.

De esta forma, los conocimientos sólo serán verdaderos cuando se conciban de una forma
clara y distinta, es decir, cuando sean evidentes por sí mismos y la mente pueda alcanzar de ellos una
certeza absoluta.

11. La demostración de la existencia de Dios basada en el principio de causalidad.

“A continuación, reflexionando sobre que yo dudaba y que, en consecuencia, mi ser no era


omniperfecto pues claramente comprendía que era una perfección mayor el conocer que el dudar,
comencé a indagar de dónde había aprendido a pensar en alguna cosa más perfecta de lo que yo era;
conocí con evidencia que debía ser en virtud de alguna naturaleza que realmente fuese más perfecta. En
relación con los pensamientos que poseía de seres que existen fuera de mi, tales como el cielo, la tierra,
la luz, el calor y otros mil, no encontraba dificultad alguna en conocer de dónde provenían pues no
constatando nada en tales pensamientos que me pareciera hacerlos superiores a mi, podía estimar que si
eran verdaderos, fueran dependientes de mi naturaleza, en tanto que posee alguna perfección; si no lo
eran, que procedían de la nada, es decir, que los tenía porque había defecto en mi. Pero no podía opinar
lo mismo acerca de la idea de un ser más perfecto que el mío, pues que procediese de la nada era algo
manifiestamente imposible y puesto que no hay una repugnancia menor en que lo más perfecto sea una
consecuencia y esté en dependencia de lo menos perfecto, que la existencia en que algo proceda de la
nada, concluí que tal idea no podía provenir de mí mismo. De forma que únicamente restaba la
alternativa de que hubiese sido inducida en mí por una naturaleza que realmente fuese más perfecta de lo
que era la mía y, también, que tuviese en sí todas las perfecciones de las cuales yo podía tener alguna
idea, es decir, para explicarlo con una palabra que fuese Dios. A esto añadía que, puesto que conocía
algunas perfecciones que en absoluto poseía, no era el único ser que existía (permitidme que use con
libertad los términos de la escuela), sino que era necesariamente preciso que existiese otro ser más
perfecto del cual dependiese y del que yo hubiese adquirido todo lo que tenía. Pues si hubiese existido
solo y con independencia de todo otro ser, de suerte que hubiese tenido por mi mismo todo lo poco que
participaba del ser perfecto, hubiese podido, por la misma razón, tener por mi mismo cuanto sabía que
me faltaba y, de esta forma, ser infinito, eterno, inmutable, omnisciente, todopoderoso y, en fin, poseer
todas las perfecciones que podía comprender que se daban en Dios. Pues siguiendo los razonamientos
que acabo de realizar, para conocer la naturaleza de Dios en la medida en que es posible a la mía,
solamente debía considerar todas aquellas cosas de las que encontraba en mí alguna idea y si poseerlas
o no suponía perfección; estaba seguro de que ninguna de aquellas ideas que indican imperfección
estaban en él, pero sí todas las otras. De este modo me percataba de que la duda, la inconstancia, la
tristeza y cosas semejantes no pueden estar en Dios, puesto que a mi mismo me hubiese complacido en
alto grado el verme libre de ellas. Además de esto, tenía idea de varias cosas sensibles y corporales;
pues, aunque supusiese que soñaba y que todo lo que veía o imaginaba era falso, sin embargo, no podía
negar que esas ideas estuvieran verdaderamente en mi pensamiento. Pero puesto que había conocido en
mí muy claramente que la naturaleza inteligente es distinta de la corporal, considerando que toda
composición indica dependencia y que ésta es manifiestamente un defecto, juzgaba por ello que no podía
ser una perfección de Dios al estar compuesto de estas dos naturalezas y que, por consiguiente, no lo
estaba; por el contrario, pensaba que si existían cuerpos en el mundo o bien algunas inteligencias u otras
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naturalezas que no fueran totalmente perfectas, su ser debía depender de su poder de forma tal que tales
naturalezas no podrían subsistir sin él ni un solo momento”.

Comentario.

Hasta ahora, Descartes solo ha demostrado la existencia del sujeto pensante, pero no de los
cuerpos, ni tampoco de Dios. Esto es lo que va a hacer en este texto. Cierto de su existencia, Descartes va
a demostrar la verdad del segundo fundamento, Dios, mediante tres argumentos: dos causales y el tercero
ontológico. Así, Dios permitirá al yo salir de su isla. Si yo, puesto que dudo (no conozco), soy imperfecto,
y en mí tengo la idea de perfección, ésta no puede venir de mí, pues lo perfecto no puede provenir de lo
imperfecto, sino de un ser perfecto, que está fuera de mí, que no soy yo. Este ser perfecto que implanta en
mí la idea de perfección es Dios, pues las ideas que tengo de los demás seres exteriores a mí (el cielo, la
luz, etc., que de momento solo son pensamientos, pues aún no se ha demostrado su existencia; el propio
Descartes dice que puede que no sean verdaderos, sino resultado de un defecto mío) no son más perfectas
que yo, luego ellas provienen de mí.

La demostración de la existencia de Dios emprendida por Descartes depende del hecho de que
todos tenemos en nuestra mente la idea de un ser infinito y de ahí se ha de concluir que esta idea no puede
venir de nosotros, porque lo más perfecto no puede venir de lo menos perfecto, pero tampoco puede venir
de la nada, porque esto repugna a la mente. La idea de un ser infinito y perfecto sólo puede proceder
de un ser que contenga todas las perfecciones que existen en su propia causa. Es más, la idea de lo
infinito ha tenido que ser anterior y más clara que la de lo finito. Y así, sólo a partir de la idea de Dios
se pueden conocer la finitud y las limitaciones que nos afectan a los humanos.

Queda, pues, demostrada la existencia de Dios, y, además, de él depende el sujeto. Este último detalle
es importante, pues, si aplicamos estrictamente la definición de sustancia –lo que no necesita de ninguna
otra cosa para existir-, solo Dios sería una sustancia.

La demostración de la existencia de Dios sigue el camino inverso a la de Santo Tomás. En la


escolástica se partía de los datos de los sentidos y a través del principio de causalidad se llegaba a la
justificación de la existencia de Dios; por el contrario, en el racionalismo cartesiano se parte de la idea
de Dios y a través del principio de causalidad se llega hasta su existencia.

Descartes atribuye a la naturaleza de Dios, en la medida en que nuestra razón puede conocerla,
todas las perfecciones y le niega las imperfecciones. Dios no puede ser de naturaleza corporal, pues ésta
no constituye ninguna perfección, sino más bien al contrario, la dualidad de naturaleza pensante y
corporal es un defecto. Análogamente a la sustancia pensante, la sustancia corporal también depende
Dios.

A esta reflexión hay que añadirle una argumentación complementaria: si yo hubiera existido solo
y con independencia de cualquier otro ser superior a mí, tendría que tener todas las perfecciones que se le
atribuyen a Dios y, por consiguiente, ser infinito, eterno, inmutable, omnisciente y todopoderoso. Como
no lo soy, el ser que me ha creado y del que dependo es Dios.

12. El argumento ontológico.

“Posteriormente quise indagar otras verdades y habiéndome propuesto el objeto de los


geómetras, que concebía como un cuerpo continuo o un espacio indefinidamente extenso en longitud,
anchura y altura o profundidad, divisible en diversas partes, que podían poner diversas figuras y
magnitudes, así como ser movidas y trasladadas en todas las direcciones, pues los geómetras suponen
esto en su objeto, repasé algunas de las demostraciones más simples. Y habiendo advertido que esta gran
certeza que todo el mundo les atribuye, no está fundada sino que se las concibe con evidencia, siguiendo
la regla que anteriormente he expuesto, advertí que nada había en ellas que me asegurase de la
existencia de su objeto. Así, por ejemplo, estimaba correcto que, suponiendo un triángulo, entonces era
preciso que sus tres ángulos fuesen iguales a dos rectos; pero tal razonamiento no me aseguraba que
existiese triángulo alguno en el mundo. Por el contrario, examinando de nuevo la idea que tenía de un
Ser Perfecto, encontraba que la existencia estaba comprendida en la misma de igual forma que en la del
triángulo está comprendida la de que sus tres ángulos sean iguales a dos rectos o en la de una esfera que
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todas sus partes equidisten del centro e incluso con mayor evidencia. Y, en consecuencia, es por lo menos
tan cierto que Dios, el Ser Perfecto, es o existe como lo pueda ser cualquier demostración de la
geometría”.

Comentario.

El otro razonamiento para demostrar la existencia de Dios utilizado por Descartes es el


argumento ontológico de San Anselmo. Este argumento parte de que todos tenemos en la mente la
idea de un ser sumamente perfecto. Y de la idea de este ser perfecto, se ha de seguir que existe, porque
de otra forma no sería el ser perfecto contenido en la idea, es decir, no tendría todas las perfecciones que
se le atribuyen en la idea. Pues, si Dios es un ser sumamente perfecto, si contiene todas las perfecciones,
es preciso que exista como una realidad independiente del sujeto (no es solo un pensamiento), pues la
existencia es una de esas perfecciones. Por tanto, la existencia de Dios ya está contenida en su propia
esencia; es decir, de la idea de Dios se ha de seguir su existencia, de la misma manera que de la idea de
triángulo se ha seguir que la suma de sus ángulos sea igual a dos rectos o que de la idea de monte se haya
de seguir la idea de valle. Por esto, podemos tener la misma certeza y seguridad en la existencia de Dios
que en las demostraciones de la geometría, aunque de la sustancia corpórea, de la que se ocupan los
geómetras, aún no se ha demostrado su existencia.

13. Crítica a la teoría escolástica del conocimiento.

“Pero lo que motiva que existan muchas personas persuadidas de que hay una gran dificultad
en conocerle y, también, en conocer la naturaleza de su alma, es el que jamás elevan su pensamiento
sobre las cosas sensibles y que están hasta tal punto habituados a no considerar cuestión alguna que no
sean capaces de imaginar (como de pensar propiamente relacionado con las cosas materiales), que todo
aquello que no es imaginable, les parece ininteligible. Lo cual es bastante manifiesto en la máxima que
los mismos filósofos defienden como verdadera en las escuelas, según la cual nada hay en el
entendimiento que previamente no haya impresionado los sentidos. En efecto, las ideas de Dios y el alma
nunca han impresionado los sentidos y me parece que los que desean emplear su imaginación para
comprenderlas, hacen lo mismo que si quisieran servirse de sus ojos para oír los sonidos o sentir los
olores. Existe aún otra diferencia: que el sentido de la vista no nos asegura menos de la verdad de sus
objetos que lo hacen los del olfato u oído, mientras que ni nuestra imaginación ni nuestros sentidos
podrían asegurarnos cosa alguna si nuestro entendimiento no interviniese”.

Comentario.

En esta parte del texto Descartes argumenta en contra de la teoría del conocimiento del
sistema aristotélico-tomista, alegando que tras las demostraciones anteriores aún dudan de la existencia
de Dios es porque no son capaces de elevarse por encima de la imaginación, que solo se representa
imágenes de las cosas sensibles. En concreto, Descartes reproduce la fórmula sostenida por los empiristas,
de inspiración aristotélica, para referirse a ellos: nada hay en el entendimiento que no haya entrado por los
sentidos. Ahora bien, de Dios y del sujeto pensante (del alma) no hay impresión sensible, luego es un
error tratar de comprenderlos recurriendo a los sentidos y a la imaginación. Además, como hemos visto,
los sentidos no son fiables. Por tanto, no hay ningún dato de la sensibilidad que logre acercarnos a la idea
de Dios y tampoco es a la imaginación a la que corresponde acceder a su conocimiento. En este sentido
Descartes es rotundo: sería tan imposible como pretender servirse de los ojos para recibir los sonidos. Con
respecto a Dios, sólo hay un acceso y viene del entendimiento, sin ninguna aportación de la experiencia
sensible.

14. La existencia del mundo.

“En fin, si aún hay hombres que no están suficientemente persuadidos de la existencia de Dios y
de su alma en virtud de las razones aducidas por mí, deseo que sepan que todas las otras cosas, sobre las
cuales piensan estar seguros, como de tener un cuerpo, de la existencia de astros, de una tierra y cosas
semejantes, son menos ciertas. Pues, aunque se tenga una seguridad moral de la existencia de tales
cosas, que es tal que, a no ser que se peque de extravagancia, no se puede dudar de las mismas, sin
embargo, a no ser que se peque de falta de razón, cuando se trata de una certeza metafísica, no se puede
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negar que sea razón suficiente para no estar enteramente seguro el haber constatado que es posible
imaginarse de igual forma, estando dormido, que se tiene otro cuerpo, que se ven otros astros y otra
tierra, sin que exista ninguno de tales seres. Pues ¿cómo podemos saber que los pensamientos tenidos en
el sueño son más falsos que los otros, dado que frecuentemente no tienen vivacidad y claridad menor? Y
aunque los ingenios más capaces estudien esta cuestión cuanto les plazca, no creo puedan dar razón
alguna que sea suficiente para disipar esta duda, si no presuponen la existencia de Dios. Pues, en primer
lugar, incluso lo que anteriormente he considerado como una regla (a saber: que lo concebido clara y
distintamente es verdadero) no es válido más que si Dios existe, es un ser perfecto y todo lo que hay en
nosotros procede de él. De donde se sigue que nuestras ideas o nociones, siendo seres reales, que
provienen de Dios, en todo aquello en lo que son claras y distintas, no pueden ser sino verdaderas. De
modo que, si bien frecuentemente poseemos algunas que encierran falsedad, esto no puede provenir sino
de aquellas en las que algo es confuso y oscuro, pues en esto participan de la nada, es decir, que no se
dan en nosotros sino porque no somos totalmente perfectos. Es evidente que no existe una repugnancia
menor en defender que la falsedad o la imperfección, en tanto que tal, procedan de Dios, que existe en
defender que la verdad o perfección proceda de la nada. Pero si no conocemos que todo lo que existe en
nosotros de real y verdadero procede de un ser perfecto e infinito, por claras y distintas que fuesen
nuestras ideas, no tendríamos razón alguna que nos asegurara de que tales ideas tuviesen la perfección
de ser verdaderas”.

Comentario.

En el proceso de construcción del nuevo edificio de la filosofía todavía quedaba por justificar la
existencia del mundo.

Ahora emprendemos la demostración de la existencia de los cuerpos. Descartes no afirma que los
cuerpos no existan, lo que sería un a extravagancia, como señala él mismo, de ello tenemos una
“seguridad moral”. Lo que él sostiene es que no tenemos una “certeza metafísica”, es decir, que desde el
punto de vista racional no es evidente su existencia, pues, podría ser que todos esos cuerpos no fueran
más que pensamientos nuestros, sin realidad independiente. El hombre nunca tendrá mayor certeza del
conocimiento de los objetos materiales que la que ha conseguido con respecto a Dios, porque siempre
existe la posibilidad de que aquello que creemos conocer con certeza sea la ilusión de un sueño. De esta
forma, en realidad no podríamos estar seguros de ningún conocimiento acerca del mundo porque
cualquier idea de la realidad, por segura que pareciera, podría ser falsa, en la medida en que
podríamos equivocarnos y haberla soñado.

Sin embargo, Dios es la garantía de nuestros conocimientos. Es Dios quien asegura que las
cosas, el mundo existen. Reconocida la existencia de Dios, el criterio de evidencia encuentra su última
garantía: Dios, por su perfección no puede engañarme. La facultad de juzgar que he recibido de Él no me
puede inducir a error si la empleo rectamente. Esta consideración evita toda posibilidad de duda sobre los
conocimientos evidentes. Dios es aquí la fuente de veracidad, principio y garantía de toda verdad. El error
proviene de nuestra imperfección.

Lo que intenta Descartes es garantizar que los conocimientos acerca de la realidad y del mundo
aportados por la razón gozan de certeza y seguridad. Por ello expone que los datos proporcionados por los
sentidos pueden ser verdaderos o erróneos. La cuestión consiste entonces en que no se puede garantizar la
seguridad del conocimiento de los sentidos, pero tampoco se puede dudar de todos los conocimientos
sensibles. La claridad y la distinción tienen su fundamento en la existencia de la mente porque ésta
procede de la perfección divina.

15. Dios como garantía de la claridad de los conocimientos.

“Por tanto, después de que el conocimiento de Dios y el alma nos han convencido de la certeza
de esta regla, es fácil conocer que los sueños que imaginamos cuando dormimos, no deben en forma
alguna hacernos dudar de la verdad de los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos. Pues,
si sucediese, inclusive durmiendo, que se tuviese alguna idea muy distinta como, por ejemplo, que algún
geómetra lograse alguna nueva demostración, su sueño no impediría que fuese verdad. Y en relación con
el error más común de nuestros sueños, consistente en representamos diversos objetos de la misma forma
que la obtenida por los sentidos exteriores, carece de importancia el que nos dé ocasión para desconfiar
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de la verdad de tales ideas, pues pueden inducirnos a error frecuentemente sin que durmamos como
sucede a aquellos que padecen de ictericia que todo lo ven de color amarillo o cuando los astros u otros
cuerpos demasiado alejados nos parecen de tamaño mucho menor del que en realidad poseen. Pues,
bien, estemos en estado de vigilia o bien durmamos, jamás debemos dejarnos persuadir sino por la
evidencia de nuestra razón. Y es preciso señalar, que yo afirmo, de nuestra razón y no de nuestra
imaginación o de nuestros sentidos, pues aunque vemos el sol muy claramente no debemos juzgar por
ello que no posea sino el tamaño con que lo vemos y fácilmente podemos imaginar con cierta claridad
una cabeza de león unida al cuerpo de una cabra sin que sea preciso concluir que exista en el mundo una
quimera, pues la razón no nos dicta que lo que vemos o imaginamos de este modo, sea verdadero. Por el
contrario nos dicta que todas nuestras ideas o nociones deben tener algún fundamento de verdad, pues
no sería posible que Dios, que es sumamente perfecto y veraz, las haya puesto en nosotros careciendo del
mismo. Y puesto que nuestros razonamientos no son jamás tan evidentes ni completos durante el sueño
como durante la vigilia, aunque algunas veces nuestras imágenes sean tanto o más vivas y claras, la
razón nos dicta igualmente que no pudiendo nuestros pensamientos ser todos verdaderos, ya que
nosotros no somos omniperfectos, lo que existe de verdad debe encontrarse infaliblemente en aquellos
que tenemos estando despiertos más bien que en los que tenemos mientras soñamos”.

Comentario.

La claridad y la distinción no son garantía suficiente para vencer la dificultad de distinguir la


vigilia del sueño. Pero el conocimiento acerca de la perfección divina nos proporciona la garantía de
que las imágenes que nos asalten cuando dormimos no sean ninguna dificultad para la verdad de
nuestros pensamientos, es decir, que da igual que las ideas se hayan producido al estar dormidos o al estar
despiertos. El teorema que un geómetra hubiera podido demostrar mientras dormía es tan cierto como si
lo hubiera demostrado despierto porque, dormido o despierto, dos más tres seguirán siendo cinco y tres
son los ángulos del triángulo. Por lo tanto, el sueño no impediría la verdad de los conocimientos ni de las
ideas.

Por tanto, no debemos dudar de la existencia del mundo, de las cosas, y confundirlo con un
sueño, pues si soñamos algo cierto (la demostración de un geómetra), no deja de ser cierto por ser un
sueño, y porque la similitud entre las imágenes de los sueños y las representaciones de los sentidos
también nos engañan (por ejemplo, cuando padecemos algunas enfermedades, o sobre el tamaño de los
cuerpos). Solo la razón nos conduce a la verdad, ni los sentidos (el tamaño del sol) ni la imaginación (la
quimera). Dios asegura la coincidencia entre las evidencias y las existencias, garantiza que mis ideas
sobre la realidad exterior tienen existencia independientemente de mí, pues, en tanto, que ser perfecto y
veraz, no puede permitir que me engañe pensando que tales cosas existen si no fuera así. Así, Descartes
que pretender ser un pensador realista consigue evitar el solipsismo, el aislamiento del sujeto con la
apertura de la conciencia a la realidad corpórea

3. VOCABULARIO BÁSICO
Álgebra (de los modernos). Parte de las matemáticas que considera las cantidades en general y sus
relaciones empleando para representarlas números, letras y signos. Cada letra o signo representa un
número u otra entidad matemática. Así la expresión algebraica «y = 2x + 3» representa la relación
que existe entre 1 y 5, 2 y 7, 3 y 9... Esta disciplina se desarrolló principalmente en el Renacimiento y la
Edad Moderna, por eso Descartes usa la expresión «de los modernos». «El álgebra permite realizar sobre
números lo que los antiguos hacían sobre las figuras».

Alma. La sustancia pensante.

Análisis. La descomposición de algo en sus elementos constituyentes. El análisis es uno de los dos
procesos deductivos de la razón. Su buen funcionamiento está regulado por la segunda regla del método.
Análisis de los antiguos o de los geómetras, o geométrico. La geometría griega, de ahí la expresión «de
los antiguos», que Descartes conoció por el manual de Clavius que se utilizaba en los colegios jesuitas. La
expresión «análisis» se refiere al método usado por los geómetras: suponen que el problema ya está
resuelto y entonces analizan las condiciones que hacen posible esa solución (Ejemplo: ¿se puede construir
aquí un edificio de veinte plantas? Primero se supone que ya está construido y después se analizan,
dividiendo el problema en partes, las condiciones necesarias para que el edificio se mantuviera en pie).
Descartes hizo la aportación esencial que llevó a la geometría tradicional que estudiaba los cuerpos o
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figuras sin más, a la creación de un sistema de coordenadas que permitía expresar cada figura o cuerpo
mediante variables y constantes. Así se pudo usar el álgebra para describir y analizar figuras geométricas.

Apetito. Una de las pasiones del alma. Consiste en una agitación del alma causada por que esta desea
para el futuro cosas que juzga convenientes. Desear llegar a casa para tener la satisfacción de sentarme
toda la tarde a estudiar filosofía es un apetito.

Arte de Lulio. El Ars Magna (Arte más elevado) de Ramón Llull (1235-1315). Su idea fue que para
convertir a los infieles no se puede partir de las creencias, sino del elemento común entre el creyente
y quien no lo es: la razón. Por ello, es necesario demostrar racionalmente los artículos de fe. Su Ars
Magna es un intento de hacerlo mediante desarrollos lógicos. Descartes no critica la intención del
proyecto, sino que los principios de los que las complicadas argumentaciones lógicas partían no
eran evidentes.

Atributo. Propiedad principal de la sustancia que constituye su naturaleza o esencia. De esta propiedad
depende el resto de sus rasgos (modos). Su carácter esencial es lo que explica que sea inseparable de la
sustancia que define. Por ello, las sustancias se clasifican en función de los tres tipos de atributos:
sustancia infinita o perfecta, pensante y extensa. Las sustancias se conocen gracias a sus atributos. Los
atributos son excluyentes y son los que hacen posible el conocimiento de la sustancia.

Buen sentido. Razón.

Certeza, cierto. Se puede definir desde dos perspectivas. Subjetivamente, la razón está cierta de un
conocimiento o está en la certeza cuando se le presenta algo ante lo que asiente sin temor a errar, es decir,
algo que percibe con claridad y distinción. Desde esta perspectiva la certeza es el criterio de verdad.
Objetivamente, todo objeto que produce en la razón un conocimiento claro y distinto se califica de certeza
u objeto cierto.

Certeza metafísica. Certeza que se tiene cuando se concluye que no es posible que la cosa sea distinta de
como se la juzga. “Pienso, luego existo” es una certeza metafísica, pues no cabe ninguna posibilidad de
que tal afirmación sea falsa.

Ciencia. En el texto se manejan dos acepciones:

La definición cartesiana: un conocimiento cierto y evidente de la razón. Todas las ciencias conforman una
unidad provocada por la unidad de la razón y del método. El proceder de las ciencias, por tanto, no se
diferencia en función de los objetos que conocen. La ciencia es como un árbol, cuyas raíces son la
metafísica, el tronco la física, y las ramas las demás ciencias, principalmente la medicina, la mecánica y la
moral. Por tanto, la verdad de las últimas ciencias depende de la verdad de las primeras.

Su acepción como «ciencia probable»: el tipo de conocimiento que el autor critica por tratarse de saberes
formados por razones probables (los saberes escolásticos).

Circunspección. Prudencia que debe mantener la razón ante los interrogantes que se le presentan para así
evitar caer en la precipitación. Esta prudencia lleva a la razón a abstenerse de juzgar sobre la verdad o
falsedad de los conocimientos hasta que no los conozcan con certeza, y a seguir el orden adecuado en las
deducciones.

Claridad, claro. Rasgo que caracteriza a las percepciones del entendimiento y a las ideas que a través de
esas percepciones conoce. La claridad se produce cuando dicha percepción, y por tanto, la idea percibida,
está «presente y manifiesta a una mente (entendimiento) atenta». Lo opuesto a una percepción clara es
una percepción oscura.

Concebir. Es un acto propio del entendimiento por el que conoce inmediatamente la claridad y distinción
de las ideas. En unos casos es sinónimo de intuir, en otros tiene un sentido más amplio y parece no
recoger la idea de inmediatez propia de la intuición.

Conocimiento. Propiamente sólo es conocimiento el conocimiento evidente o cierto. Opiniones,


creencias o dudas no son actos de conocimiento porque no conducen a la verdad.
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Cosa. (Ver sustancia).

Cosas sensibles, corporales, materiales o extensas. Distintos modos de referirse a las sustancias extensas.
Las sustancias extensas, precisamente por ser extensas, son corporales y materiales y, al serlo,
también son sensibles, es decir, cognoscibles a través de los sentidos.

Creencias, creer. Creer en una cosa es distinto de conocerla. Una creencia es un acto de la razón por el
que califica algo de probable o verosímil. Mediante la creencia nunca se llega a la verdad. Las creencias
se aceptan como válidas, verdaderas, cuando no se sigue el método, por eso Descartes decide
metodológicamente considerarlas falsas. En muchos casos Descartes usa «creencia» como sinónimo de
opinión, en otros define la opinión como un tipo de creencia.

Cuerpo. Cualquier sustancia extensa. Los cuerpos vivos, incluido el ser humano, realizan sus
funciones biológicas autónomamente. Se mueve gracias a su espíritu animal (elemento también material).
Sin embargo, para explicar los movimientos voluntarios del hombre, sus sentimientos, deseos...,
Descartes afirma que el cuerpo humano y la sustancia pensante están íntimamente unidos a través de la
glándula pineal. Pero esa unión no añade ni quita nada a ninguna de las dos sustancias.

Deducción. Uno de los dos actos con los que la razón llega a certezas. Consiste en la simple inferencia de
una cosa a partir de otra. Cada etapa de la deducción es clara y distinta si se deduce de la precedente: dada
la evidencia de las primeras proposiciones o principios, el resto de certezas resulta de su deducción
racional. Frente a la intuición de la razón, la deducción no es inmediata sino discursiva. Por eso con la
deducción no se llega a evidencias, sino sólo a certezas. Tanto el análisis como la síntesis que el método
exige son formas distintas de la deducción.

Demostración. Argumentación que conduce a una conclusión que debe ser aceptada necesariamente
como verdadera ya que es consecuencia de otras proposiciones ya verdaderas. Las demostraciones se
oponen a las razones probables y a las simples opiniones. La única demostración posible de los primeros
principios es la intuición de su evidencia. Para el resto de verdades, su demostración es la deducción de su
certeza.

Dios. La sustancia infinita.

Distinto. Rasgo que caracteriza a las ideas y percepciones de la mente (entendimiento) que, «además de
ser claras, son de tal modo precisas y separadas de todas las demás, que no contienen más que lo que es
claro». Es la razón a través del entendimiento la que determina la distinción de una idea.

Duda. Incertidumbre o falta de decisión sobre la verdad o falsedad de un enunciado que hasta ese
momento es, por ello, sólo una creencia u opinión. La falta de decisión lleva al inmovilismo, a la «puesta
entre paréntesis» de cualquier acto o afirmación. La duda puede ser escéptica o metódica (como la
cartesiana).

Entendimiento. Uno de los cinco elementos que influyen en el conocimiento, junto a la voluntad, la
memoria, la imaginación y los sentidos. Es la capacidad para concebir ideas. En muchas ocasiones esa
concepción exige de la colaboración de la imaginación y la memoria, lo que puede ocasionar errores. La
voluntad sólo debe juzgar como verdadero lo que el entendimiento conciba claro y distinto.

Error. Jamás se origina de una mala deducción sino sólo de que admiten ciertas experiencias poco
comprendidas, o de que se emiten juicios con precipitación y sin fundamento. El error no se produce al
concebir ideas sino cuando la voluntad juzga sobre su verdad. La causa del error es que la voluntad va
más allá de lo que permite el entendimiento: en muchas ocasiones, el entendimiento concibe ideas que no
son claras ni distintas, y sin ese requisito la voluntad empuja a la razón a juzgar que son
verdaderas, es decir, que a estas ideas le corresponden realidades. Ahí se produce el error. Por ello, el
método debe impedir tales juicios.

Escéptico. Quien niega la existencia de una realidad objetiva y/o la posibilidad de conocerla. Niega, por
tanto, que el hombre tenga los elementos suficientes para calificar su conocimiento de verdadero o no.

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En la época de Descartes existía una fuerte corriente escéptica que este trató de combatir con su
método y el establecimiento de conocimientos ciertos.

Esencia. El atributo de una sustancia.

Espíritu. Traduce la expresión «esprit». En este texto se usa casi siempre como sinónimo de
entendimiento y en los menos como sinónimo de razón. El contexto ayuda a determinar su sentido.

Evidencia, evidente. Lo evidente se puede atribuir al conocimiento (sentido subjetivo) o al objeto


conocido (sentido objetivo). Objetivamente lo evidente es el objeto de una intuición de la razón: las
naturalezas simples. Subjetivamente lo evidente son los conocimientos resultado de tal intuición. Por
tanto, lo evidente es lo inmediatamente cierto. No todos los conocimientos ciertos son evidentes, ya que
también se conoce mediante la deducción de la razón.

Existencia. El hecho de ser. La existencia es un rasgo necesario sólo del Ser Perfecto, ya que su
perfección implica necesariamente su existencia. En el resto de seres, que no son perfectos, su existencia
no es necesaria, por tanto, si siendo imperfectos existen, es porque han sido creados.

Extensión. Atributo que define esencialmente a lo material o sustancia extensa.


«Extensión es todo lo que tiene longitud, anchura y profundidad, y puede ser un cuerpo o un espacio».

Falso. Característica de los conocimientos no ciertos. Como consecuencia de la aplicación de la primera


regla del método, Descartes considerará falsos los conocimientos dudosos. Dentro de estos se incluyen los
probables, verosímiles... Es decir, aquellos de los que no se tenga evidencia o certeza de su verdad.

Fundamentos. Expresión sinónima a primeros principios.

Hombre. Compuesto resultado de la unión accidental y temporal de dos sustancias, una extensa (cuerpo)
y otra pensante (alma) que es la que define al hombre quien, por tanto, es esencialmente una sustancia
que piensa. Entre extensión y pensamiento no hay ninguna interacción, por ello ambas son
independientes. El alma es puro pensamiento que no necesita de ninguna parte del cuerpo (tampoco del
cerebro) para pensar. El cuerpo también realiza sus funciones biológicas autónomamente. Para explicar
los movimientos voluntarios del cuerpo, sentimientos y deseos Descartes afirma que alma y cuerpo están
unidos a través de la glándula pineal. Pero esa unión no añade ni quita nada a esas sustancias.

Idea. Pensamiento que es «como una imagen de una cosa». Son representaciones. Las ideas no son
verdaderas ni falsas, puesto que la falsedad o verdad sólo se produce en los juicios. Las ideas tienen dos
aspectos: a) su realidad formal, es decir, lo que las define esencialmente, su ser modos del pensamiento.
Desde esta perspectiva todas las ideas son iguales, b) Su realidad objetiva: «su consideración como
imágenes que representan cosas, y entonces son muy distintas unas de otras», «unas me parecen nacidas
conmigo (innatas), otras extrañas y venidas de fuera (adventicias), y otras hechas e inventadas por mí
mismo (facticias)».

Imaginación, imaginable, imaginar. Uno de los cinco elementos que influyen en el conocimiento, junto
al entendimiento, la voluntad, la memoria y los sentidos. Sólo la razón (entendimiento y voluntad) es
capaz de percibir la verdad, pero debe ser ayudada por las otras tres, si bien en muchos casos la
dependencia de la razón respecto a la imaginación le hace caer en errores. La imaginación finge e inventa
imágenes (por eso es el origen de las ideas facticias) o contempla la figura o imagen de las cosas
corpóreas recibidas a través de los sentidos. Imaginar es uno de los modos del pensamiento. Por tanto, lo
imaginable es lo que puede ser representado en la imaginación, tanto lo recibido a través de los sentidos,
como lo creado por ella.

Infinitud. Atributo de la sustancia infinita.

Ingenio. Traduce la expresión «esprit» que Descartes usa con varios sentidos. En unos casos es el
conjunto de la imaginación y la memoria. Es distinto en cada hombre, a diferencia de lo que ocurre con la
capacidad de la razón en cuanto tal que es la misma.
Pero puesto que en muchos casos el entendimiento conoce en colaboración con la imaginación y la
memoria, las diferencias cognitivas entre los hombres se producen por las diferentes capacidades de su
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imaginación y memoria. Por eso también se usa en el sentido de «habilidad». En tercer lugar,
también se usa como sinónimo de entendimiento. Finalmente, en otros casos tiene un sentido más
amplio y se refiere a la capacidad cognitiva del hombre en general, es decir, a su razón.

Inteligible. Que se puede conocer a través de la razón, que es el único modo de llegar a un conocimiento
cierto.

Intuición. Uno de los dos actos por los que la razón, propiamente el entendimiento, llega a conocimientos
ciertos. La intuición, que alcanza una certeza inmediata, es decir, una evidencia, cumple los siguientes
rasgos: no es resultado de los sentidos ni de la imaginación sino del entendimiento. Es más cierta que la
deducción porque no es discursiva sino inmediata, y su objeto de conocimiento son los primeros
principios.

Juicio, juzgar. Proposición que afirma o niega algo de algo, y que se caracteriza esencialmente porque es
verdadera o falsa. La proposición «Vete» no es un juicio, pero sí: «Este glosario es útil». El juicio es
donde se produce la verdad o falsedad y es resultado de la voluntad que juzga la verdad de una idea
cuando el entendimiento la presenta clara y distinta o su falsedad cuando no es así. Si la voluntad no sigue
al entendimiento y se precipita, puede emitir un juicio erróneo.

Libertad. La capacidad de elegir. Es un rasgo de la voluntad. Esta capacidad es la más amplia de las
faculta-des, la menos limitada y, por ello, la que más asemeja al hombre a Dios. Consiste «en obrar de tal
modo que no nos sentimos constreñidos por ninguna fuerza exterior», y en este sentido, aunque la
voluntad de Dios puede referirse a más objetos, considerada en cuanto acto, la del hombre no es menor.

Lógica. Ciencia o arte que se encarga del estudio de la corrección formal de las argumentaciones,
demostraciones y silogismos. La lógica, aplicando sus reglas, analiza la corrección de los argumentos
prescindiendo del contenido de sus proposiciones. El carácter necesario de las reglas lógicas que obligan
a pasar de las premisas a la conclusión proporciona a la lógica su certeza. Descartes aplica a su
método esa necesidad de la lógica.

Meditaciones metafísicas. Descartes define las meditaciones como los pensamientos por medio de los
que cree haber llegado a un conocimiento cierto y evidente de la verdad. El procedimiento de las
meditaciones tiene su origen en las «disputationes» (discusiones sobre determinadas cuestiones)
escolásticas. Las meditaciones metafísicas son las discusiones en torno a los primeros principios del
conocimiento: la existencia del yo, de Dios y del mundo, las raíces del árbol de la ciencia.

Memoria. Uno de los cinco elementos que intervienen en conocimiento, junto al entendimiento, los
sentidos, la imaginación y la voluntad. La memoria ayuda al entendimiento cuando elabora deducciones.
Pero esa intervención puede hacerle caer en errores, debido a los olvidos de las razones y
argumentaciones anteriores. La deducción siempre es correcta, el error sólo proviene de la intervención
de la memoria.

Método. Conjunto de «reglas ciertas y fáciles, mediante las cuales el que las observe exactamente no
tomará nunca nada falso por verdadero y llegará al conocimiento verdadero de todo lo que es capaz sin
emplear inútilmente ningún esfuerzo de la mente [razón], sino que aumentará siempre gradualmente su
ciencia». El método es necesario para que la razón consiga la verdad. Está formado por cuatro reglas.

Modo. Las modificaciones que puede sufrir el atributo de cada sustancia creada. Así modos de la
sustancia pensante son afirmar, negar, creer, tener certezas, imaginar, sentir... es decir, todos los posibles
pensamientos de los que la sustancia pensante es capaz. Los atributos de la sustancia extensa, es decir, de
un cuerpo, son el tamaño, forma... Sin embargo, Dios, la sustancia infinita, al ser inmutable, carece de
modos. Mundo. Conjunto de las sustancias extensas entendido como una totalidad. Es una idea innata.

Naturaleza. Expresión usada en el texto con dos sentidos: a) lo que define a una sustancia y
explica los diversos cambios accidentales que en ella se producen. En este sentido, naturaleza es sinónimo
de atributo.
b) como sinónimo de sustancia. Cuando la expresión se usa en plural, su sentido es siempre éste. Si
aparece en singular, es necesario ayudarse del contexto.

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Naturaleza corpórea o corporal. El atributo de las sustancias extensas. Corpóreo es sinónimo de
extenso.

Naturaleza inteligente. Atributo de la sustancia pensante. Tiene naturaleza inteligente porque su atributo
es el pensamiento.

Naturalmente. Lo que es conforme a la naturaleza de algo.

Noción. Expresión con un sentido muy amplio, en la mayoría de los casos equivale a ideas o se refiere a
los primeros principios del conocimiento.

Objetos más simples. O más fácilmente cognoscibles o naturalezas simples. Son los elementos que
pueden ser conocidos sólo mediante una intuición de la razón. Su conocimiento es evidente. Son los
últimos elementos en los que se debe analizar los problemas que se pretenden resolver y conocer con
certeza. Son los últimos elementos en los que la razón puede analizar lo real, aquello que no puede
ser nuevamente analizado en elementos más simples.

Opinión, opiniones probables. Cualquier conocimiento del que se desconoce su certeza. En


muchas ocasiones esta expresión es sinónima de creencia. Se desconoce la certeza de las opiniones
porque son recibidas desde diversas fuentes (libros, profesores, sociedad...) sin que el sujeto las someta al
juicio de la razón.

Orden. Uno de los elementos básicos del método. Una vez establecida la evidencia de los primeros
principios, la certeza del resto de conocimientos depende de que sean deducidos con orden. Por ello, el
orden es básico tanto en el análisis como en la síntesis:
«El método consiste en el orden [...] Y lo observamos si reducimos las proposiciones complicadas y
oscuras a otras más simples, y si después intentamos ascender por los mismos grados desde la intuición
de las más simples hasta el conocimiento de las demás».

Paralogismo. Un razonamiento erróneo cometido sin que el sujeto que lo elabora sea consciente. Se
diferencia del sofisma en el que el sujeto sí sabe que tal razonamiento es erróneo, pero lo recubre
retóricamente con la apariencia de corrección para confundir al contrario.

Pasiones. Emociones que el alma experimenta involuntariamente gracias a la acción que el cuerpo ejerce
sobre ella. A través de la glándula pineal el alma recibe las impresiones del mundo que provocan las
emociones. Aunque en nuestro organismo está la causa de nuestras pasiones, es el alma quien las sufre.
Son actos puramente psicológicos (admiración o sorpresa, amor y odio, deseo, alegría y tristeza...).
Las pasiones no son malas de por sí, sólo lo son si no se las dirige bien, ya que pueden impedir que la
razón alcance la verdad.

Pensamiento. En singular se refiere al atributo de la sustancia pensante. Debe entenderse en un


sentido amplio como toda actividad consciente. Entender, querer, negar, imaginar, odiar, sentir... es aquí
lo mismo que pensar. En plural, «pensamientos», es sinónimo a ideas.

Perfección, perfecto. Expresión con dos sentidos: a) lo ordenado, equilibrado, armónico, carente de
contradicción... En este sentido, se habla de la perfección de las construcciones, de los edificios, de las
ciudades, del saber humano... Es la visión racionalista de la perfección,
b) El ser que contiene en sí todos los atributos positivos en grado máximo, incluida su existencia, y no
tiene ninguna carencia (la sustancia infinita o Dios). En la perfección del resto de seres hay grados.

Precipitación. Error en que caen quienes olvidando que su entendimiento es finito, no son pacientes y
juzgan verdadero lo que aún no es evidentemente tal. También caen en el error al no concederse el tiempo
necesario para deducir ordenadamente nuevos conocimientos a partir de los primeros. El error es doble:
emitir un juicio a partir de una idea considerada clara y distinta cuando realmente es confusa y oscura, y
no seguir el orden necesario para un análisis y síntesis correctos. El remedio a la precipitación es la
circunspección.

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Prejuicio. Conocimientos no ciertos que condicionan nuestra razón impidiendo que juzgue sólo a partir
de sí misma. Estos conocimientos son las creencias y opiniones recibidas del entorno socio-cultural de un
modo más o menos inconsciente sin haber analizado y comprobado su certeza. Estas creencias y
opiniones confunden a la razón y la llevan a emitir juicios erróneos. Por ello, para conseguir juicios
verdaderos, es necesario un previo proceso de duda que nos haga conscientes de que tales opiniones y
creencias no son certezas sino simples «pre-juicios».

Prevención. Vicio de la razón opuesto a la precipitación. La cometen aquellos que no se consideran con
la capacidad suficiente para juzgar por sí mismos y siguen los juicios de otros a los que consideran más
capacitados y que, por ello, los consideran sus maestros. Por esa falta de confianza en la propia razón,
quien padece la prevención se niega a aceptar la verdad de una idea a pesar de presentársele clara y
distinta.

Primeros principios. Subjetivamente (desde el sujeto que busca certezas) son las primeras certezas del
conocimiento. Dichos principios son el yo (primer principio), Dios y el mundo. A partir de estos
principios, que forman parte de la metafísica, se construye el resto del saber. Objetivamente son los
primeros principios del ámbito del ser: las naturalezas simples conocidas por la intuición de la razón. El
orden de los primeros principios en sentido subjetivo no se corresponde con su orden en sentido objetivo.

Proposición. O juicio. Enunciado afirmativo o predicativo que es verdadero o falso.

Prudencia. Un saber práctico válido para dirigir las acciones y decisiones ético-morales de la vida.

Razón. Expresión con dos sentidos. En sentido amplio es la capacidad de juzgar correctamente y
distinguir lo verdadero de lo falso. Es la única propiedad que nos hace hombres y, por ello, es igual en
todos. Las opiniones y creencias erróneas no provienen de la razón en cuanto tal sino del mal uso que de
ella se hace debido al empleo de métodos inadecuados o a su ausencia. Conoce a través de dos actos:
intuición y deducción. En ella se distinguen las percepciones del entendimiento y las voliciones de la
voluntad. En sentido estricto, «razón» es sinónimo de entendimiento.

Razón suficiente. El principio según el cual nada se produce sin una razón que lo explique. Esa razón
explicativa es la razón suficiente.

Razonamiento. Argumentación que partiendo de conocimientos ciertos o evidentes (que actúan como
premisas) conduce a otros ciertos (conclusión). A partir de los primeros principios la razón, siguiendo el
método, elabora argumentaciones que llevan a conocimientos ciertos. Los razonamientos se oponen a las
razones probables. Es una expresión sinónima a argumentación, deducción o demostración.

Razones probables. Argumentos no ciertos. Descartes considera, como consecuencia de la primera regla
del método, que todo conocimiento «probable» es no cierto. Probabilidad y certeza son excluyentes, ya
que lo probable es dudable y en la certeza no hay espacio para la duda. La expresión «opiniones
probables» tiene el mismo sentido. Lo opuesto a razones probables son razones ciertas y evidentes.
Descartes se separa así de la escolástica que diferenciaba entre lo verdadero, lo probable y lo falso.

Reglas. Expresión con tres sentidos: a) las reglas de las distintas partes de las matemáticas que garantizan
el buen resultado de los cálculos, b) Las reglas lógicas que garantizan la corrección de los silogismos, c)
Los cuatro preceptos del método que la razón debe seguir para conseguir conocimientos ciertos y
evidentes. Estos se caracterizan por su «facilidad para seguirse» y su certeza. La condición que garantiza
que el método funcione es «no incumplir ni una sola vez la observancia de tales reglas».

Seguridad moral. O certeza moral. Certeza que juzgamos suficiente para guiarnos en nuestra vida. «Esta
certeza es suficiente para regular nuestras costumbres, o tan grande como la de aquellas cosas de las que
no solemos dudar cuando se trata de la dirección de la vida, aunque sepamos que puede suceder,
absolutamente hablando, que sean falsas. Así, los que nunca han estado en Roma no dudan de que es una
ciudad de Italia, aunque podría suceder que les hubiesen engañado todos los que así se lo han dicho». Lo
contrario de una seguridad moral es posible.

Sentidos. Uno de los cinco elementos que intervienen en el conocimiento, junto al entendimiento, la
voluntad, la memoria y la imaginación. La información que nos proporcionan no es ni cierta ni
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evidente. Continuamente nos hacen caer en ilusiones y nos engañan. Es una facultad que forma parte del
cuerpo y no del alma. Por tanto, no es una espiritual.

Ser. (Ver sustancia).

Ser perfecto. La sustancia infinita (Dios). Es el Ser Perfecto porque aglutina todas las perfecciones,
incluida la existencia, rasgo que permitirá demostrar su existencia.

Silogismo. Razonamiento que consta de tres proposiciones de modo que las dos primeras actúan
como premisas (mayor y menor) de las que deriva necesariamente la tercera, que es la conclusión. Se
caracteriza porque la conclusión nunca puede exceder el saber establecido por la premisa mayor. Por
tanto, nunca amplía el conocimiento.

Síntesis. Proceso que a partir de elementos simples, tomados como premisas, alcanza la certeza de los
elementos complejos por ellos constituidos. Es uno de los dos procesos de deducción de la razón. Su
correcto funcionamiento está regulado por la tercera y cuarta regla del método.

Sustancia. Una cosa que existe de tal manera que no necesita de ninguna otra para existir. Por tanto,
estrictamente sólo hay una sustancia, Dios. Por ello, cuando Descartes califica el yo pienso o los cuerpos
como sustancias, aplica ese concepto de un modo analógico, ya que el yo y los cuerpos tienen cierta
independencia respecto a otros seres, pero ambos han sido creados y, por tanto, dependen de Dios. Las
sustancias se caracterizan esencialmente por sus atributos. Hay tres (infinitud, pensamiento y extensión)
por ello hay tres tipos de sustancias: sustancia infinita, pensante y extensa. En segundo lugar, las
sustancias, excepto la infinita, tienen modos que son las distintas modificaciones que pueden sufrir los
atributos.

Sustancia extensa o corporal. Sustancia que tiene como atributo la extensión, es decir, que ocupa un
espacio y nunca puede moverse por sí mismo sino por alguna otra cosa. Dicha extensión excluye la
posibilidad del pensamiento. Los modos de esta sustancia son la longitud, anchura, profundidad, figura...
Gracias a su extensión, las sustancias sensibles pueden ser conocidas por los sentidos. El cuerpo humano
también es una sustancia extensa.

Sustancia infinita. Dios. Sustancia cuyo atributo es la infinitud o perfección. El único ser que
propiamente es una sustancia, ya que el resto lo son sólo de un modo análogo, puesto que Dios es el
único ser que no necesita de ningún otro para existir. Esta sustancia por ser inmutable no admite modos.
Lo único que cabe afirmar de Dios son rasgos ya incluidos en el atributo «perfección» o «infinitud»:
eterno, inmutable, simple, independiente, omnisciente, omnipotente y creador de los seres imperfectos
(las sustancias pensantes y extensas). Su esencia exige su existencia.

Sustancia pensante. Sustancia cuyo atributo es el pensamiento. Se identifica con el yo o alma. Hay dos
modos del pensamiento: la percepción del entendimiento y la volición de la voluntad, pues sentir,
imaginar y el puro entender, son diversos modos de percibir, así como desear, rehusar, afirmar, negar y
dudar, son diversos modos de querer. Se caracteriza porque es lo que define al hombre, es
independiente y separada del cuerpo (dualismo antropológico), es inmortal (su existencia no depende del
cuerpo), y es más fácil de conocer que el cuerpo.

Verdad, verdadero. La evidencia o certeza de la razón. Las ideas que la razón a través de la voluntad
juzga evidentes y/o ciertas son verdaderas. La verdad, por tanto, no se da en la idea como tal sino en el
juicio que sobre ella se hace. Es decir, propiamente la verdad no es fruto del entendimiento sino de la
voluntad.

Voluntad. Facultad de la sustancia pensante que juzga, asintiendo o negando a partir de lo que el
entendimiento percibe. La voluntad del hombre es infinita y libre, y por ello es el origen del error. Una
idea oscura o confusa nunca es falsa. La falsedad se produce cuando la voluntad, no sometiéndose al
entendimiento, afirma la verdad de esa idea que el entendimiento no ha percibido con claridad y
distinción. Las voliciones de la voluntad son uno de los modos del pensamiento.

Yo. La sustancia pensante

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4. COMENTARIOS DE TEXTO

IES “SÉNECA”
Departamento de Filosofía - Historia de la Filosofía -
2º Bachillerato

- Comentario de Texto nº 2 -

Texto:

“Pero lo que me producía más agrado de este método era que siguiéndolo estaba seguro de utilizar en
todo mi razón, si no de un modo absolutamente perfecto, al menos de la mejor forma que me fue posible.
Por otra parte, me daba cuenta de que la práctica del mismo habituaba progresivamente mi ingenio a
concebir de forma más clara y distinta sus objetos y puesto que no lo había limitado a materia alguna en
particular, me prometía aplicarlo con igual utilidad a dificultades propias de otras ciencias al igual que lo
había realizado con las del Álgebra. Con esto no quiero decir que pretendiese examinar todas aquellas
dificultades que se presentasen en un primer momento, pues esto hubiera sido contrario al orden que el
método prescribe. Pero habiéndome prevenido de que sus principios deberían estar tomados de la
filosofía, en la cual no encontraba alguno cierto, pensaba que era necesario ante todo que tratase de
establecerlos”.
René Descartes, Discurso del Método, II parte.

Cuestiones:

1ª/ Expón el contexto histórico, cultural y filosófico del texto.


(2 puntos)

2ª/ Comentario del texto:

2. a. Define y explica el significado de los términos o expresiones subrayados en el texto.


(1,50 puntos)
2. b. Explica la temática expuesta en el texto.
(1,50 puntos)
2. c. Justifica la temática expuesta en el texto desde la posición filosófica del autor del texto.
(2 puntos)

3ª/ Relaciona la temática expuesta en el texto con las concepciones del método de Bacon y Galileo y
valora la vigencia o actualidad de lo expuesto en el texto.
(3 puntos)

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IES “SÉNECA”
Departamento de Filosofía - Historia de la Filosofía -
2º Bachillerato

- Comentario de Texto nº 3 -

Texto:

“Pero puesto que deseaba entregarme solamente a la búsqueda de la verdad, opinaba que era preciso que
hiciese todo lo contrario y que rechazase como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera
imaginar la menor duda, con el fin de comprobar si, después de hacer esto, no quedaría algo en mi
creencia que fuese enteramente indudable (...) Y, finalmente, considerado que hasta los pensamientos que
tenemos cuando estamos despiertos pueden asaltarnos cuando dormimos, sin que ninguno en tal estado
sea verdadero, me resolví a fingir que todas las cosas que hasta entonces habían alcanzado mi espíritu no
eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños. Pero, inmediatamente después, advertí que, mientras
deseaba pensar de este modo que todo era falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba,
fuese alguna cosa. Y dándome cuenta de que esta verdad: pienso, luego soy, era tan firme y tan segura
que todas las extravagantes suposiciones de los escépticos no eran capaces de hacerla tambalear, juzgué
que podía admitirla sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que yo indagaba
René Descartes, Discurso del Método, IV parte.

Cuestiones:

1ª/ Expón el contexto histórico, cultural y filosófico del texto.


(2 puntos)

2ª/ Comentario del texto:

2. a. Define y explica el significado de los términos o expresiones subrayados en el texto.


(1,50 puntos)
2. b. Explica la temática expuesta en el texto.
(1,50 puntos)
2. c. Justifica la temática expuesta en el texto desde la posición filosófica del autor del texto.
(2 puntos)

3ª/ Relaciona la temática expuesta en el texto con las concepción del conocimiento de Platón; y valora la
vigencia o actualidad de lo expuesto en el texto.
(3 puntos)

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