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LA NACION | OPINIÓN

El poder oscuro que Macri no puede


controlar
Joaquín Morales Solá SEGUIR

LA NACION

11 de febrero de 2018

D os años después de haber accedido al gobierno, la administración de Mauricio


Macri no puede controlar un poder oscuro, resbaladizo y peligroso que se mueve, a
veces, dentro del Estado. ¿Quién financia a los autoconvocados transportistas de granos
que llevan más de una semana en una huelga, por momentos violenta? ¿Quién o quiénes
ponen el dinero para que automóviles particulares se movilicen detrás de los camiones y
les vacíen las cargas? ¿De dónde surge esta movilización que no cuenta con el apoyo de
las tres organizaciones representativas del transporte de granos? Funcionarios
importantes del Gobierno manifiestan sus dudas, pero no tienen información sobre un
culpable presunto. ¿Moyano? No hay pruebas, pero todo lo que se mueve sobre ruedas
está relacionado con el líder camionero.

Algo de ese poder en la oscuridad está, en efecto, en poder de Moyano. ¿Cómo pudo
tener durante tanto tiempo la obra social de los camioneros en bancarrota mientras
crecía la fortuna familiar con dinero de la misma obra social, entre otros ingresos? El
actual combate de Macri con Moyano es decisivo. ¿Se animará Macri a hacer lo que los
presidentes peronistas no quisieron hacer: llegar a un final de partida con el líder
camionero, aun con el riesgo de perder? Ni Menem ni Néstor ni Cristina Kirchner
quisieron probar suerte en un duelo definitivo con Moyano. Prefirieron aliarse a él o
mantenerlo lejos, pero siempre evitaron la batalla final. Macri y Moyano no tienen ahora
otra alternativa que enfrentar el último combate. El Presidente quedaría muy debilitado
si cediera a estas alturas ante Moyano. Y Moyano sabe que la derrota es, en su caso, un
sinónimo de la cárcel.
Pasó casi inadvertida, pero una de las novedades más demostrativas de ese poder
sombrío es el hallazgo que sucedió hace pocos días en la AFIP, la agencia de recaudación
impositiva del país. El compromiso legal de la AFIP con el Estado y con los ciudadanos
es la preservación sin fisuras del secreto fiscal. De hecho, la AFIP tiene información más
vasta y real de los argentinos que cualquier servicio de inteligencia. Sabe en qué gasta su
dinero cada ciudadano que tributa, cuántas propiedades tiene, qué auto o autos compró,
con qué personal cuenta, cuáles son sus gustos, cuántas veces viaja y hacia dónde viaja.
Un servicio de inteligencia tiene que salir a buscar esa información. La AFIP la tiene en
su sistema informático. Por eso, Macri nombró al frente del organismo a Alberto Abad,
un hombre de extracción peronista, pero con incomparable experiencia y conocimiento
de esa agencia clave del Estado.

Una auditoría de la que participaron la propia AFIP, la AFI (ex-SIDE) y la empresa


Deloitte descubrió que un grupo de empleados vendía información sobre empresas y
ciudadanos. Las investigaciones comenzaron luego de que trascendieran en el diario
Página 12 algunos nombres de personas que blanquearon dinero en la reciente
moratoria. Si bien no hay hasta ahora ninguna prueba que vincule a este grupo de
empleados infieles con aquel trascendido, lo cierto es que la banda venía trabajando
desde hacía tres o cuatro años. Su líder es Sebastián Karamanian, un hombre de aspecto
humilde, austero, casi un carenciado. En la realidad, es un genio de la informática,
empleado de planta de la AFIP y dueño de propiedades y de cuentas en el exterior.

El método consistía en venderles información sobre compañías y personas a


importantes empresas (dos bancos entre ellas, uno nacional y otro extranjero). Los
informes eran generales, aunque las empresas que contrataban podían pedir precisiones
sobre aspectos muy particulares. Una sorpresa fue el hallazgo de pedidos de informes
sobre el personal doméstico de ciertas personas. Nadie en la AFIP encontró una
explicación razonable para ese pedido tan especial, aunque algunos deducen que era
una manera de llegar al personal doméstico, que conoce como nadie la vida privada de
las personas. Las empresas y los bancos que requerían la información lo hacían a través
de Reporte Online o de ADS, que son lo mismo, y cuyo dueño, Leandro Rodríguez, está
también preso. Las empresas que usaban este método pusieron un pie en el delito: la
violación del secreto fiscal está penada por la ley.

Solo ha salido una parte de la verdad. La información con que cuenta la Justicia termina
el 29 de agosto del año pasado, cuando comenzó la auditoría. La banda siguió
trabajando en sus traiciones hasta hace diez días, porque sus integrantes nunca
advirtieron que los estaban investigando. Falta también la declaración de los seis
detenidos, que podrían intercambiar información por una condena más leve. La
investigación hackeó las computadoras de los cinco empleados de la AFIP y del
intermediario Rodríguez, intervino sus teléfonos y creó una especie de cápsula especial
dentro del centro de datos informáticos de la AFIP, el corazón y el cerebro de la agencia
impositiva.

Los infieles no fueron menos astutos. Crearon una central melliza de datos para que no
quedaran registrados sus ingresos a la base madre de la AFIP. Cada vez que ingresa a la
base madre uno de los muy pocos empleados de la agencia impositiva autorizados a
penetrar en el sistema queda registrada su identidad. Para eludir esos controles, los
infieles crearon una base melliza. En los allanamientos encontraron más de un millón
de dólares en la oficina de Rodríguez, el dueño de Reporte Online, y más de cinco
millones de dólares en una cueva financiera de Daniel Courmanian. Este era el
encargado de hacer las transferencias de dinero al exterior de Karamanian, el jefe de la
banda de empleados delincuentes de la AFIP. No se precisó todavía cuánto de ese dinero
es de Karamanian. La banda hizo fortunas. Es inexplicable que un empleado de la AFIP,
por más jerárquico que sea, tenga varias propiedades y cuentas en el exterior. En algún
momento se sabrá también qué empresas y qué bancos pagaron por esos servicios y,
sobre todo, para qué.

Esa filtración es también grave porque deja a los argentinos, sobre todo a los que tienen
dinero, expuestos a otros delitos, como los secuestros extorsivos. Y compromete la
confianza de los que tributan en la administración de Macri. Una pregunta sin respuesta
todavía es el papel que jugó en esta trama Ricardo Echegaray, jefe de la AFIP durante
los últimos siete años de Cristina Kirchner. La banda funcionó como tal durante gran
parte de su gestión. ¿Estaba al tanto y dejó hacer? ¿O, acaso, perdió su tiempo
persiguiendo a los enemigos políticos de Cristina mientras sus empleados hacían
fortunas vendiendo la información privada de miles de argentinos? Echegaray levantó
ahora un estudio jurídico dedicado a los divorcios; nadie sabe como él cuánto dinero
tiene cada argentino acaudalado que quiere divorciarse.

El caso cayó en manos del juez federal Rodolfo Canicoba Corral, un hombre con mala
fama en los tribunales de Comodoro Py. El fiscal es Federico Delgado, quien, a veces,
suele ver los casos judiciales desde un punto de vista demasiado ideologizado. Los dos
extremos, la supuesta corrupción y la extrema ideologización, son malas compañías de
la Justicia. La AFIP no tiene críticas por ahora a la gestión de Canicoba Corral. Tal vez el
juez sabe lo que se dice de él. Al revés de Norberto Oyarbide, que siempre expuso su
inexplicable fortuna, Canicoba Corral cultiva un perfil bajo; es un desconocido para el
común de la gente. Los rumores sobre su honestidad, sin embargo, envuelven su vida de
juez desde hace muchos años. Algunas covachas de la Justicia forman parte también del
poder oscuro que Macri no logró desbaratar todavía.

Por: Joaquín Morales Solá

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