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El conflicto armado colombiano y sus perspectivas

Aproximación al conflicto armado colombiano

El conflicto es normal en una sociedad, no es algo patológico, ni una manifestación de


males incurables. “Ninguna colectividad humana es homogénea. Cada una está compuesta
por una multitud de categorías sociales diferenciadas por numerosos criterios: edad,
religión, lengua, clan, etnia, región, opinión filosófica o ética, la categoría socio-
profesional, el trabajo, la vivienda, etc. Algunas de estas categorías forman grupos de
presión, actores colectivos más o menos estructurados, de influencia desigual, expresando y
defendiendo intereses parcialmente complementarios y opuestos” (Bajoit, 1992). El
conflicto, manifestación natural de las comunidades humanas, ha de ser entendido como la
expresión de la diversidad y la complejidad de una sociedad con múltiples intereses,
expectativas y problemas de los grupos que la conforman (Vargas Velázquez, 1994).

Paul Oquist nos plantea que “la violencia es un proceso estructurador importante y a veces
decisivo en la historia colombiana... (esto) puede hacer parecer que el país haya tenido un
pasado particularmente violento. Sin embargo, una histeria violenta es común a la
humanidad en su conjunto. Una de las principales características de la violencia es su
universalidad en los procesos estructuradores de las sociedades humanas. Aun así, este no
es el punto fundamental: más importante es el hecho de que los seres humanos son
pacíficos bajo determinadas circunstancias estructurales, y son violentos bajo otras...”
(Oquist, 1978).

Lo que es problemático y condenable es que los conflictos se desplacen hacia una


dimensión de las relaciones sociales en la que la única solución posible sea la eliminación
del otro, entendido como un enemigo.

En este sentido consideramos importante hablar de un presupuesto metodológico del


sociólogo Guy Bajoit, en el que se definen las siguientes categorías, como herramienta de
análisis de los conflictos sociales:

I.Acción colectiva conflictual “es la de una categoría social (los miembros de una clase, un
raza, un grupo sexual, religioso, lingüístico, urbano, rural) que evidencian una desigualdad
de la que ellos son víctimas, y que es consecuencia de sus intercambios con otra categoría
social, definida como adversaria. Esta evidencia de la desigualdad no lleva, por el contrario,
a excluir al adversario, ni a romper la relación: ésta, por el contrario, apunta a mejorarla, a
hacerla más soportable, a darle nuevas bases. Al mismo tiempo, la categoría social
adversaria, que se beneficia de la desigualdad, no puede o no desea optar por una
estratagema de exclusión y se ve abocada a un intercambio conflictual”.

II.Acción colectiva contradictoria “es la de una categoría social (un ejército, una guerra,
una minoría amenazada, un partido revolucionario opuesto a un Estado, un grupo
delincuencial...) que busca excluir de la relación a otra categoría social, o es amenazada de
ser excluida por la otra. Que quede claro que la exclusión pone fin a la relación, no
necesariamente a la existencia física de la otra. Aquí no existen, como en el conflicto,
finalidades comunes en juego: cada uno busca la eliminación de la otra para ejercer el
control del entorno... No hay “reglas del juego”: todos los golpes están permitidos si
ayudan a reforzar o a destruir la desigualdad”.

Con todo esto, y a efectos del análisis, hemos establecido una distinción entre estas dos
dimensiones del conflicto social. La dimensión conflicto, que implica un campo de
enfrentamientos sociales, casi siempre por reivindicaciones societarias, alrededor de la cual
hay posibilidades de llegar a la negociación entre los actores, que se miran a sí mismos
como adversarios. La dimensión contradictoria, que hace referencia a aquel campo de los
enfrentamientos sociales, alrededor de reivindicaciones políticas y sociales, que ya sea por
las prácticas de los antagonistas o por las imágenes implícitas del otro (percibido como un
enemigo), hace casi inexistentes los espacios de acuerdo y da margen al enfrentamiento,
caracterizado por la primacía de la coerción, en este caso (Colombia), la utilización de la
violencia como elemento fundamental.

En esta perspectiva, la violencia como parte de la acción política estaría asociada a la


convicción (real o supuesta) de que el conflicto entre actores sociales y políticos, sólo se
desarrolla en la dimensión contradicción, y que en el escenario sociopolítico no existen
oponentes con proyectos comunes, sino antagonistas irreconciliables, con proyectos
excluyentes y pretensiones de dominación total.

Los diferentes conflictos que vive la sociedad colombiana, muchas veces desplazados hacia
tratamientos violentos, tienen un trasfondo que no se puede olvidar, ni minimizar, porque es
dentro de éste donde se originan, se reproducen y resuelven o agudizan.

La Cultura Política y la Violencia

Una sociedad autoritaria produce comportamientos autoritarios. Sin duda, la ideología del
dogma, de la intransigencia y la intolerancia, la de verse como únicos “portadores de la
verdad”, ha orientado la conducta de los actores de la sociedad colombiana: los políticos
(armados o desarmados) y los sociales; la tendencia histórica ha sido la de resolver las
insatisfacciones sociales y políticas con la violencia-

Por eso, la represión frente a las luchas sociales, casi siempre como transformadoras del
orden establecido, ha sido una respuesta recurrente. La parcialidad de las instituciones
estatales en los diferentes conflictos en contra de los intereses de sectores sociales
subordinados, ayudó a deslegitimar el Estado y transformarlo en un elemento de
legitimación de los actores que lo conforman.

Hacia una nueva lectura del conflicto armado interno


Si bien los orígenes del conflicto armado colombiano se remontan al principio del decenio
de los 60, y en algunas características tiene relación con la violencia bipartidista de los años
50, es evidente que en la década de los 90 esta confrontación adquiere particularidades que
es necesario analizar y valorar.

Los grupos guerrilleros, más allá de situaciones coyunturales, han mostrado a lo largo del
tiempo un crecimiento sistemático y continuado y un proceso de expansión en todo el
territorio nacional. “En 1985, 173 municipios presentaban en el pasado presencia
guerrillera, mientras que en 1995 esta cifra llegaba a los 622” (Observatorio de la
Violencia, Bogotá, 1996).

Hoy en día, los grupos alzados en armas ponen todo su esfuerzo en controlar o influir sobre
los poderes regionales y locales, manteniendo ante estos una ambigua y contradictoria
relación: se atacan como espacios de clientelismo y corrupción, al mismo tiempo que se
establecen relaciones de convivencia y adecuación mutua. Parece existir una relación
pragmática de beneficio recíproco, que para muchos hace confusos los objetivos de la
guerrilla, aunque no se puede interpretar como el abandono en su pretensión de acceder al
poder nacional.

Desde el punto de vista táctico y militar, la insurgencia ha tenido últimamente éxitos en la


concentración de un mayor número de fuerzas militares sobre objetivos específicos. Esto ha
creado una falsa sensación de triunfalismo militar y ha comportado una cierta prepotencia
política. Pero todo esto no quiere decir que se esté generando una guerra de posiciones o
llegando a una capacidad de la guerrilla para defender territorios, aunque sea por un tiempo
limitado.

El panorama del conflicto guerrillero se ha modificado substancialmente. “La guerrilla, que


en el pasado actuaba de forma preponderante en regiones rurales y aisladas, en la actualidad
se acerca a los centros político-administrativos más importantes el país y demuestra una
presencia muy activa en zonas petroleras, mineras, de cultivos ilícitos, zonas fronterizas y
con importante actividad agropecuaria. Es así, como la nueva geografía del conflicto
armado, refleja con claridad como la guerrilla se extiende de forma cada vez más evidente
hacia zonas que le dan ventajas estratégicas en la confrontación.

Por otra parte, también ha habido un cambio en los grupos de autodefensa o grupos
paramilitares. Cada día buscan construir mayores niveles de legitimación en las regiones
donde tienen presencia, volviéndose abanderados de reivindicaciones regionales y cada vez
más críticos del Estado y de la forma de actuar de las Fuerzas Armadas. Un informe
reciente del gobierno refleja con claridad la naturaleza del paramilitarismo, cuando dice:
“Se definen como una organización civil defensiva, armada, surgida como consecuencia de
las contradicciones de carácter político, económico, social y cultural de la sociedad
colombiana, agravadas por la conducta omisiva del Estado...”

Manifiestan que: “el abandono secular del Estado constituyó el centro del discurso político
de la insurgencia armada para buscar un orden revolucionario, de la misma manera que el
abandono de los deberes de proteger la vida, el patrimonio y la libertad de los ciudadanos
dio origen político y militar al movimiento de las autodefensas...las dos expresiones
armadas comparten el mismo origen desde el punto de vista de las causas de su
nacimiento... pero rechazan, eso sí, el desbordamiento de los medios utilizados para
conquistar estos fines”.

Esto viene acompañado de un esfuerzo de los grupos de autodefensa para transformarse en


un proyecto nacional que supere su fragmentación y especificidad regional. Éstos vienen
desarrollando una táctica decopament territoriales de regiones, con un coste social y de
violaciones de los Derechos Humanos y del Derecho Internacional Humanitario muy
amplio, aunque (también se ha de reconocer) con un relativo éxito desde el punto de vista
estrictamente militar.”... alrededor de 200 municipios han tenido manifestaciones de
presencia de grupos paramilitares, de autodefensa, y de justicia privada en la primera mitad
de esta década. Debido a que muchos de estos grupos nacen como consecuencia de la
presión de la guerrilla, su influencia coincide con la presencia de la guerrilla” (Observatorio
de la Violencia, Bogotá, febrero de 1997).

Estamos ante un crecimiento simultáneo de las organizaciones guerrilleras y de los grupos


de autodefensa, lo que nos da indicios preocupantes de la generalización del conflicto, al
menos en el mundo rural. La táctica de las fuerzas enfrentadas parece orientarse hacia la
consolidación de territorios propios y a la disputa por los que están en manos del
adversario. Pero en ambas situaciones recurren al control poblacional y territorial de las
mismas. Un ejemplo claro es lo que sucedido este año (1997) en Urabá, el Cesar, y hace
poco en los límites del Meta y el Guaviare.

La homogeneización política de las comunidades locales, con repercusiones en términos de


desplazamientos poblacionales, intimidaciones, masacres, asesinatos selectivos (de
políticos, candidatos, funcionarios públicos) y la alteración del debate electoral, ya sea
interfiriéndolo o impidiéndolo, constituyen estratagemas de las autodefensas para reafirmar
el control sobre los municipios y regiones, y de paso para argumentar el cuestionamiento de
al legitimidad del régimen político.

Nunca como ahora, en la historia reciente colombiana, ha estado tan amenazado el debate
electoral. El ELN, tradicionalmente tenía una posición antielectoral, heredada de la
posición de Camilo Torres Restrepo, un abstencionista teórico, y sólo en casos muy
asilados se daba un sabotaje real de los procesos electorales. Las FARC tenían una
tradición de hacer treguas unilaterales durante la época electoral, con la finalidad de que las
fuerzas de izquierdas ganasen espacios en los concejos, asambleas o en el Congreso.

Estos comportamientos se modifican este años (1997) por dos razones aparentes: la
primera, el asesinato de numerosos miembros de la UNIÓN PATRIÓTICA y de otras
fuerzas de izquierda en los últimos años, los ha dejado sin dirigentes regionales y locales
capaces de avanzar la tarea proselitista con posibilidades reales de éxito. Esto parece
deducirse de la consigna del ELN, “habrá democracia para todos o no habrá para nadie”; la
segunda, la intensificación del conflicto armado que se refleja en una guerrilla extendida
por toda la geografía nacional, que todavía no tiene posibilidades de una victoria militar, sí
que le da una mayor capacidad de obstaculizar el proceso electoral, y de intimidación de los
candidatos y de los electores.
En relación con los intentos de control coercitivo de los territorios municipales es
importante tener en cuenta el siguiente análisis: “En la práctica, las organizaciones armadas
(guerrilleras y paramilitares) han sustituido el propósito de conseguir influencia política
mediante candidatos y electorados propios, para la práctica, cada vez más numerosa, de la
intimidación. Esto les permite establecer las reglas del juego y compromisos con los
candidatos, para que no escapen a su control.” (Observatorio de la Violencia, Bogotá,
1997).

Ante todo esto, la Fuerza Pública parece apostar por una acción táctica defensiva, más
ocupada en proteger instalaciones fijas (incluyendo las suyas) sin una estratagema clara de
ataque. Esto hace que se acentúe la sensación de pasividad por parte de al Fuerza Pública
(equivocada desde el punto de vista de Alejo Vargas). Esto genera una doble actitud, ambas
preocupantes por sus repercusiones para la vida institucional: buscar un acomodamiento
con las fuerzas de la guerrilla en consolidación, o bien, un apoyo abierto en algunas
ocasiones y soterrado la mayoría de las veces, a las autodefensas, como las únicas
organizaciones con capacidad de infringir derrotas a la guerrilla.

Lo que opinan relevantes sectores de la sociedad colombiana

A nivel interno se ha de destacar el nuevo ordenamiento constitucional establecido por la


Constitución Política de 1991, que introdujo elementos progresivos como la Carta de
Derechos, el reconocimiento del carácter multiétnico de la sociedad colombiana, los
mecanismos de participación ciudadana y comunitaria, las acciones de tutela y populares
para la defensa de derechos individuales y colectivos, todos ellos de indudable gusto
democrático.

Además es necesario considerar el camino abierto por la administración de Belisario


Betancur, buscando una solución política al conflicto armado. Dentro de su innovadora
fórmula se produjeron negociaciones con organizaciones guerrilleras como el M-19, un
sector del ELP, el PRT, el Quintín Lame, la Corriente de Renovación Socialista y algunos
sectores de Milicias Urbanas. Estos ejemplos han dejado, sin duda, elementos positivos y
negativos para el aprendizaje colectivo.

El Presidente Samper (1994-1998), desde su campaña presidencial, dio prioridad a la paz


como objetivo fundamental de su gobierno. En esta dirección consideró que la paz
involucraba acciones del gobierno, la meta final del cual, era la transformación política y
cultural de todos los colombianos, dicho de otra manera, formar un nuevo ciudadano: más
productivo en el ámbito económico; más solidario en el ámbito social; más participativo y
tolerante en el ámbito político; más respetuosos con los Derechos Humanos y, por tanto,
más pacíficos en sus relaciones entre ellos; más consciente del valor de la naturaleza y, por
tanto, menos depredador; más integrado en el ámbito cultural y, por tanto, más orgulloso de
ser colombianos” (Samper, 1994).

Y claro, como componente de esta Política Integral de Paz estaba incluida la solución
negociada del conflicto armado que incluía básicamente el diálogo útil, la construcción
conjunta de una estratagema de paz (agenda, procedimientos, calendarios, tratamiento de la
información), el reconocimiento del carácter político de las organizaciones guerrilleras, la
negociación en medio del conflicto, la participación activa, permanente y efectiva de la
sociedad civil, la priorización de los acuerdos en relación con la aplicación del Derecho
Internacional Humanitario.

Pero, a pesar de esto, el gobierno de Samper y el régimen político colombiano en su


conjunto ha sido sacudido por la crisis asociada a la financiación de campañas electorales
con dinero del narcotráfico. Esta situación, que disminuyó la credibilidad y la legitimidad
del Gobierno, mantiene polarizada la sociedad colombiana, lo que ha creado dificultades
para encontrar consensos relevantes ante las propuestas de las organizaciones guerrilleras,
al mismo tiempo que ha permitido a éstas jugar y estimular estas fracturas sociales a su
favor. Para algunos sectores sociales (especialmente empresarios) parece que den más
importancia a sus diferencias con el gobierno y sus políticas, que con las organizaciones
guerrilleras.

Pero la crisis del régimen no tiene que ser un obstáculo para iniciar el tránsito hacia una
salida política negociada, al contrario, es necesario afrontar la situación de forma seria y
persistente, para introducir reformas en nuestro sistema político, que completen lo que la
Constitución de 1991 dejó a medio camino, o al menos que se desarrollen algunos aspectos
que se mencionan.

Adicionalmente, tenemos que considerar como elemento positivo (desestructuración-


estructuración-desestructuración) la creación en los últimos tiempos, de movimientos de la
sociedad colombiana que buscan estimular las condiciones propicias para el inicio de un
proceso de solución negociada del conflicto armado. De entre éstos se pueden destacaar: la
“Red de Iniciativas Ciudadanas por la Paz; el Comité de Búsqueda de la Paz; los Grupos de
Empresarios por la Paz”; y sobre todo, la creación de Comisiones Independientes de
Colombianos que buscan cumplir los papeles de aproximación, facilitación o de buenos
oficios entre el Gobierno colombiano y las organizaciones en armas.

Como constatación general, existe hoy día una mayor comprensión de la dinámica del
conflicto armado y una mayor sensibilización en la búsqueda de salidas políticas
negociadas del mismo. Esto es un nuevo elemento positivo de gran importancia, en la
medida en que refleja la toma de consciencia de los efectos devastadores de la
confrontación armada en la sociedad colombiana.

Pero no todo el mundo piensa así. Persisten todavía sectores que creen sinceramente en una
salida militar a la confrontación. También muchos sectores dirigentes, sobre todo
regionales, esconden detrás de su discurso de solución política negociada, el apoyo a
salidas de confrontación. Expresadas con simpatías hacia grupos de autodefensa o
estrategemas como las de las Asociaciones Privadas de Vigilancia (CONVIVIR).

Droga y sociedad en Colombia

Evidentemente, la relación entre grupos guerrilleros, particularmente las FARC, y la


actividad del narcotráfico, es amplia y contradictoria.
Colombia, como ningún otro país de América Latina, ha tenido una historia muy particular
en torno al problema de las drogas: cultivos ilícitos (marihuana, cocaína, o amapola),
procesamiento y producción de derivados, comercialización y distribución. Desde una
perspectiva histórica es necesario reconocer la existencia de una economía ilegal que se
remonta hasta la Colonia (contrabando de tabaco, quina). La relación más reciente es la que
se desprende de la entrada de contrabando de bienes de lujo, el tráfico de esmeraldas y la
proliferación de compra-ventas (casas de empeño).

El narcotráfico surge como una actividad productiva y mercantil desarrollada por


individuos y organizaciones interesadas fundamentalmente en la consecución de un
desbordante lucro personal. Esta actividad está caracterizada por tres grandes componentes:
su ilegalidad, la proyección internacional y el ser una actividad económica capitalista con
grandes rendimientos, precisamente por las otras dos características.

La operación económica del narcotráfico implica actividades agrícolas generalmente


desarrollados por pequeños productores en zonas de colonización reciente. Estas
actividades están reguladas por organizaciones guerrilleras, que cobran impuestos bajo la
modalidad del gramaje y transforman estas rentas en fuentes privilegiadas de ingresos. De
aquí el nombre de “narcoguerrillas”, acuñado por un embajador de EEUU. Por otra parte, el
procesamiento de la droga incluye la presencia de precursores químicos y tecnología
provenientes de la gran industria química de los países desarrollados. El tráfico y las redes
de distribución al detalle a los consumidores se dirige prioritariamente a los países de
capitalismo desarrollado y después a los consumidores de nuestro país.

La enorme acumulación de capital, especialmente de los agentes comercializadores y de


distribución al detalle, se reinvierte en la economía de los diferentes países, lo que genera
nuevos sectores sociales con voluntad de tener expresión social y política, a la vez que se
crean espacios de legitimidad social frente a esta nueva actividad y los sectores expresivos.
Es así como se inician los procesos de inserción en el ámbito social y político de estos
nuevos sectores sociales (empiezan a aparecer los narcopolíticos) y empiezan a producirse
choques con los sectores políticos tradicionalmente dominantes y algunos subordinados de
la sociedad, fundamentalmente por sus reservas éticas.

La indiferencia con la que la sociedad colombiana ha vivido ciertas manifestaciones de la


ilegalidad, que se acerca a la complicidad, es un síntoma preocupante de la tendencia que
existe, en situaciones de anomia social, a considerar que la anormalidad, cuando es
recurrente, tiende a volverse normal.

Al mismo tiempo se inicia un proceso de inserción económica de nuevo capital, siendo el


sector agrario uno de los primeros blancos de la compra de tierras. En este punto, la
expansión del narcotráfico se entrecruza con los conflictos derivados de la lucha guerrillera
y contraguerrillera y asume posiciones regionalmente contradictorias, en unos casos de
convivencia con el control ejercido por la insurgencia en aquellos territorios, y en otros, de
virtual confrontación con estas organizaciones. Aunque, en general, se posicionan
claramente a favor de los propietarios de las tierras y sus alianzas regionales, incluidos
sectores militares metidosenla lucha contraguerrillera. En este ambiente surgen los
narcomilitares y los narcoterratenientes, con los que confluye la creación y consolidación
de los llamados grupos de autodefensa, para luchar contra lo que consideran abusos de los
guerrilleros.
En los años 80, el problema de la droga cambió sus reglas del juego fruto de este proceso.

Estos grupos de autodefensa, patrocinados económicamente por sectores sociales


vinculados al problema de la droga, evolucionaron hacia grupos paramilitares más
profesionalizados, entrenados para una campaña de exterminio y acobardamiento social de
las zonas donde los nuevos capitales sitúan sus inversions, intentando limpiarlas de
guerrillas, auxiliadores, comunistas, y todos aquellos que reivindiquen demandas sociales
de las capas subordinadas de la sociedad. Posteriormente esta campaña se extiende a nivel
nacional y los grupos paramilitares se transforman en profesionales de la muerte, que son la
vanguardia de lo que algunos denominan el “proyecto narcofascista” de sociedad.

Dentro de esta dinámica expansiva del narcotráfico se inició una confrontación limitada
entre algunas instituciones estatales y grupos dedicados a la comercialización y distribución
al detalle de la droga, acudiendo a métodos terroristas indiscriminados, como una
estratagema para incrementar al máximo su capacidad de presión sobre el Estado y de
intimidación generalizada de diversos núcleos sociales. Es por esto que no se entiende que
el Estado colombiano no permita la extradición de colombianos a Estados Unidos.
Desde el punto de vista legal, el Estado empezó tratándolo como un delito común más, pero
progresivamente se ha ido considerando como un delito “cuasi político”, que por sus
singularidades (su carácter colectivo, la presión sobre las instituciones estatales,
atemorización de miembros destacados de las clases dominantes primero y después de toda
la sociedad, etc.) requiere un tratamiento sui generis.

La confrontación entre instituciones estatales y los cárteles de la droga, que se desarrolló en


torno al uso de la extradición por los primeros, y de métodos terroristas, por los segundos,
parecen haberse convertido en la búsqueda de salidas no militares, es decir, una solución
vía negociación. La Asamblea Nacional Constituyente de 1991, eliminando la extradición
de la nueva Constitución Política de Colombia, creó un marco normativo favorable para la
búsqueda de salidas diferentes a la de la guerra. A pesar de esto, fruto de la presión de los
EEUU, se está produciendo un retorno hacia la implantación de la extradición. Los EEUU
consideran la extradición como la única medida intimidatoria para traficantes de droga.

Las posibilidades de una negociación

El problema de la negociación del conflicto armado en Colombia es mucho más


complicado que un simple problema de voluntad. Aunque, como apunta el proyecto de
Negociación de Harvard “cuanto mejor sean las relaciones entre las partes, más fácil será la
exploración conjunta de sus intereses y de las posibles opciones creativas para
satisfacerlas” (Ertel, 1996).

Por supuesto que una buena capacidad negociadora puede ayudar, pero no se ha de perder
de vista lo más importante: se trata de un proceso de negociación política entre actores con
poder (que no significa que estos poderes sean equiparables). No se trata de negociar la
desmovilización de grupos guerrilleros virtualmente paralizados, sin medios ni fines, ni se
trata de imponer las condiciones de la rendición a un enemigo derrotado. En el trasfondo
hay un conflicto planteado entre el Estado y los sectores dirigentes de la sociedad, por un
lado, y las organizaciones insurgentes que pretenden disputar este poder.

Como señala R. Launay, en un esfuerzo por acercar el conflicto y la negociación, ésta “es
una dinámica compleja, que combina procesos conflictivos y cooperativos, dinámica
momentánea y frágil con predominio cooperativo, escogida o no por los
partidarios/adversarios, que tiende a arreglar de forma pacífica un conflicto pasado, actual o
potencial, excluyendo, provisionalmente al menos, la fuerza, la violencia, el recurso a la
autoridad, e implicando el reconocimiento de los partidarios/adversarios como diferentes y
teniendo cierto poder. El retorno al conflicto, más allá del objeto de las negociaciones, está
presente como la amenaza y el motor de la negociación en la medida en que es un proyecto
común” (Bellenger, 1995).

Si se está delante de un proceso de negociación política, no se puede pensar que lo único, y


seguramente tampoco el primero a negociar, es el fin de las hostilidades. Es importante
llegar a acuerdos en este punto, pero lo que se avance en este campo está asociado a lo que
pasa con la agenda política. Por eso es importante destacar lo que ha planteado el gobierno
de Samper (1997), negociar en medio de al confrontación. Esto no quiere decir que la
negociación se centre en discusiones ideológicas, en principios abstractos, sino en los
puntos de interés específicos y sus soluciones.

Llegados a este punto del análisis es importante recordar las recomendaciones del Proyecto
de Negociación de Harvard cuando afirma: “Un fundamento paradigmático de los procesos
de negociación y de los mecanismos para gestionar los conflictos bélicos, laborales, legales
u otros, radica en que su enfoque principal ha de ser el de los intereses de las partes. No sus
posturas de negociación, ni su poder de coerción ni sus derechos legalistas.” (Ertel, 1996).

Para avanzar hacia un diálogo y una negociación útiles, es necesario acordar unos
principios iniciales que orienten el comportamiento de las partes. Al respecto consideran
los elementos presentes en los procesos de negociación exitosos:

1. El respeto por el ”otro” y su reconocimiento como interlocutor político válido.


2. Un compromiso de las partes de no suspender el proceso de negociación mientras no se
llegue a un acuerdo global, sean cuales sean los obstáculos que se presenten.
3. Una gestión unificada de la información en los medios de comunicación social mediante
una Oficina de Prensa del proceso y el compromiso de los negociadores de no emitir
declaraciones en la prensa sobre el desarrollo del proceso negociador.
4. La disponibilidad y/o presencia de un ente o persona que aporte sus buenos oficios en la
mesa de negociación, que contribuya al proceso negociador y que al mismo tiempo sea
depositario o garante de los acuerdos producidos.
5. Que la Política de Negociación y Paz comporte elementos que den credibilidad a las
partes.
Algunos elementos serían:
a) Estabilidad en el tiempo. Esto quiere decir que si es necesario vaya más allá de un
gobierno determinado;
b) Presencia en la mesa de negociación (a través de mesas paralelas) de los sectores reales
de poder de la sociedad, es decir, empresarios, propietarios de la tierra, sindicatos, fuerzas
militares (aunque sean parte del gobierno han de tener representación especial);
c) Liderazgo del ejecutivo, como responsable constitucional del orden público, lo que no
significa monopolizar el proceso. Por eso es útil la creación de un Consejo Nacional de Paz
representativo de los sectores de poder de la sociedad, que apoye permanentemente el
proceso de negociación;
d) Apertura de todas las temáticas relacionadas con el conflicto político armado, tanto de
orden coyuntural como las de tipo estructural;
e) Voluntad clara de los actores para encontrar salidas a los problemas y no poner
obstáculos a cada solución.

Inicialmente parece necesario encontrar respuestas, aunque sean provisionales, a las


siguientes interrogantes, para tener claro en qué terreno se moverían las negociaciones:

1. ¿Se conocen de forma clara los adversarios, sus lógicas, discursos, prácticas, demandas y
aspiraciones?
2. ¿A cambio de qué las organizaciones guerrilleras están dispuestas a modificar sus
prácticas y vaciarlas dentro de las institucionalidad?;
3. ¿Qué está dispuesto a negociar el gobierno y la sociedad colombiana a cambio de poner
fin al conflicto político armado? ¿qué está dispuesta a negociar la Coordinadora
Guerrillera?

El esquema de negociar exclusivamente las condiciones para la desmovilización de los


alzados en armas y su posterior reinserción en la vida civil, es insuficiente y no permite
prever salidas exitosas, con las actuales organizaciones guerrilleras de las FARC-EP, el
ELN y el EPL. Está claro que ha de ser uno de los temas centrales, pero nunca el único. “Lo
que se busca no es un acuerdo en sí, sino unas soluciones que tengan la posibilidad de
afrontar verdaderamente los conflictos y sus raíces” (Ertel, 1996).

Es necesario centrar la negociación en otros temas de la agenda, para los cuales la


participación de la sociedad civil, además de las partes enfrentadas, es básica. Es la
sociedad colombiana la que define hasta dónde está dispuesta a ceder en cada uno de los
temas de discusión. Dentro de los posible, los temas de la Agenda se pueden plantear como
una reelaboración de un nuevo Pacto Social que tenga expresión normativa en una nueva
Constitución Política, o como desarrollos legales de la Constitución de 1991(eventuales
reformas).

En el caso de las organizaciones guerrilleras FARC-EP, ELN, EPL no es creíble que


cambien 40 años de lucha por la posibilidad de unos fórums de discusión con diversos
sectores sociales. No es tan sencillo, la situación es mucho más compleja.
Es por esto que una negociación política del conflicto armado ha de tener una agenda que
toque temas como: el problema agrario colombiano, las políticas para la gestión de los
recursos energéticos, el problema de la representación política del ámbito social, la política
social del Estado, el problema de los poderes regionales y su relación con el desarrollo
regional, el papel de la Fuerza Pública y de las políticas de seguridad ciudadana en una
sociedad posconflicto. No se trata simplemente de ejercicios académicos en relación con
los puntos considerados, sino de llegar a acuerdos específicos, viables y verificables.
Es necesario romper con la tradición de los gobiernos colombianos de considerar el diálogo
y la negociación como mecanismos para desmovilizar movimientos sociales y pasar a
verlos como un instrumento para resolver problemáticas nulas.

Ha de quedar claro que se trata de resolver un problema político y no uno delincuencial. Se


trata de hacer que el conflicto social se continúe expresando en los ámbitos propios y que
no se recurra a la confrontación militar como respuesta a la criminalización permanente
desde el Estado. Es por eso, que los actores de los conflictos han de tener representación en
la mesa de negociación: obreros, campesinos, pobladores de las regiones, etc, porque en
última instancia es con ellos con quienes se han de dar los acuerdos sustanciales.

La idea de desarrollar la negociación en medio de un escenario similar al de una Asamblea


Constituyente, apoyada por el Consejo Nacional de la Paz y conformada con participación
popular mediante importantes procesos regionales de consulta a la sociedad colombiana, el
gobierno y la insurgencia, con capacidad autónoma para decidir, ha de ser considerada
como una opción probable. Esto probablemente se acercaría a lo que el ELN se llama
“Convenio Nacional” de los colombianos para encontrar salida a los problemas nacionales;
mucho más todavía si tenemos en cuenta la reciente sentencia de la Corte Constitucional
respecto al delito político, que deja en evidencia cómo una de las ramas del poder público
se puede volver un obstáculo para la solución del conflicto armado en Colombia.

La propuesta del Consejo Nacional de Paz es una iniciativa de sectores relevantes de la


sociedad colombiana y del Estado (Vargas Velázquez, 1996). El Consejo Nacional de Paz
podría garantizar que la política pública de paz sea producto de un consenso entre sociedad
y poderes estatales y no sólo una tarea de gobierno, de forma que responda a grandes
acuerdos nacionales y asegure la continuidad que le tema requiere. Los avatares propios del
conflicto no pueden ser argumentos para suspender la negociación, como demuestra la
experiencia del pasado. Es por eso que el Consejo Nacional de Paz ofrece a las
organizaciones guerrilleras un interlocutor serio y representativo, no sólo del Estado sino de
la sociedad colombiana, que pueda negociar y pactar con la certeza de que está
representando el sentimiento mayoritario de la sociedad colombiana.

La prioridad principal de las negociaciones ha de ir en la dirección de apartar a la sociedad


civil del conflicto, aunque el objetivo final sea acabar con él. Pero mientras esto no llega es
necesario disminuir los efectos perversos que la guerra tiene sobre la población no
combatiente. También son necesarios los eventuales diálogos regionales, que pueden ser
útiles a la hora de analizar particularidades regionales del conflicto y necesarios para
precisar alternativas de solución.

La persistencia del enfrentamiento armado comporta que una importante proporción de los
recursos nacionales se destinen a la guerra, cuando podrían, bajo circunstancias diferentes,
destinarse al desarrollo de las regiones. Pero el desarrollo de las regiones no es sólo tarea
del Estado, sino también una responsabilidad colectiva de la sociedad regional.

Es necesario pensar de forma creativa y realista un Estado en que convivan poderes


regionales y locales diversos, con alternativas de desarrollo construidas de forma
consensuada, con autonomía para la toma de decisiones, y que sean el reflejo de las
diversas relaciones de poder existentes: es por esto que podemos decir que desarrollo
regional y paz van juntos.

La negociación del conflicto armado colombiano ha de ser un pretexto para repensar


colectivamente el país y su futuro como Nación. La creación dentro del Estado de los
mecanismos que posibiliten a todos los actores sociales expresar sus demandas, necesidades
y problemas y encontrar soluciones, producto de acuerdos. El repto es cómo hacerlo para
que la salida al conflicto armado se articule en la construcción de una Colombia estable al
final del milenio, esto es, con una gobernabilidad democrática

Esto implica repolitizar la sociedad y socializar la política, por lo que es necesario colocar
en primer lugar de la acción política y social la estrategema de negociación, que por esencia
la lógica de la acción política y de la acción democrática. Es necesario crear mecanismos
permanentes de concertación de las políticas públicas, que junto con el Congreso refleje
adecuadamente la realidad social y política del país, que sea por excelencia el espacio de la
toma de decisiones.
Construir la gobernabilidad para la Colombia de final de siglo implica considerar a todos
los actores relevantes y su poder relativo, y hacer compatibles éstos con la representación
en el proceso electoral democrático, es decir, el de las mayorías. No se puede pensar en una
gobernabilidad democrática excluyendo a grupos importantes de la sociedad.

Finalmente, desde el Instituto Popular de Capacitación de Medellín se afirma, que violencia


y paz son movimientos que crucen todos los espacios de la vida pública y privada de
nuestra sociedad, y que desorganicen y organicen al mismo tiempo nuestras estructuras en
todos los terrenos... En una interpretación dialéctica del papel de la violencia en nuestra
sociedad, consideramos que constituye, en la actual realidad colombiana, un eje
desestructurante-estructurante-desestructurante de la sociedad. Esto quiere decir que,
aunque significa destrucción y muerte, también contiene procesos de organización a su
alrededor: organiza diversos actores que hacen la guerra, que se aprovechan de sus
consecuencias y que finalmente acaban viviendo en ésta. Por otra parte, se constituyen
nuevos actores fruto del rechazo de la violencia y de la guerra, incluso se generan
movimientos sociales que trabajan por el respeto de los Derechos Humanos y por la paz.

Alejo Vargas. Vicerrector General de la Universidad Nacional de Bogotá, Colombia, 1997.

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