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LA VIDA NO TIENE

MARCHA ATRÁS
Wilfried Nelles

Evolución de la conciencia,
crecimiento espiritual y
constelación familiar

Desclée De Brouwer
La vida no tiene
marcha atrás
Evolución de la conciencia,
crecimiento espiritual
y constelación familiar
Wilfried Nelles

La vida no tiene
marcha atrás
Evolución de la conciencia,
crecimiento espiritual
y constelación familiar

Desclée De Brouwer
Título de la edición original en alemán:
Das leben hat keinen rückwärtsgang.
Die Evolution des Bewusstseins, spirituelles
Wachstum und das Familienstellen
© 2009 Innenwelt Verlag GmbH, Köln, Alemania.
La presente obra ha sido editada por acuerdo con Wilfried Nelles.

Traducción de Alicia Valero

© EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2011


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Impreso en España – Printed in Spain


ISBN: 978-84-330-2521-0
Depósito Legal: BI-2714-2011
Impresión: RGM, S.A. – Urduliz
Índice

Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17

PARTE I
LA EVOLUCIÓN DE LA CONCIENCIA HUMANA
Cómo se des-arrolla la conciencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
Viejos y nuevos dioses . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
Todo crece, o: ¿Qué es el crecimiento espiritual? . . . . . . . . . . 28
Primer acercamiento: Las etapas de desarrollo de la conciencia 35
El modelo: las siete etapas de la conciencia en panorámica . . 41
Jerarquía: ¿escalera o círculo? –o: ¿por qué es una etapa más
alta que la otra? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50

Las etapas de la vida y la conciencia y su correspondencia


con las etapas de la vida humana. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
Etapa 1: La conciencia de unidad. La maduración en el seno
materno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
Etapa 2: La conciencia de grupo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Etapa 3: La conciencia del yo. La juventud . . . . . . . . . . . . . . . 94


Etapa 4: La conciencia de estar unido. El adulto joven . . . . . . 115
Etapa 5: La conciencia de tener una misión. El adulto maduro 146
Etapa 6: La conciencia de totalidad. La vejez . . . . . . . . . . . . . 163
Etapa 7: La conciencia total. La muerte . . . . . . . . . . . . . . . . . 171

PARTE II
LA CONSTELACIÓN FAMILIAR COMO TERAPIA ESPIRITUAL
Conciencia y terapia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 175
Origen y evolución de la psicoterapia. Al servicio de la
liberación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 178
Terapia sistémica. La anulación de la vida . . . . . . . . . . . . . . . 184
El trabajo de constelaciones. Acompasarse al movimiento
de la vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 186

El método de las constelaciones: salto a lo desconocido . . 189


Las constelaciones como espejo del alma. . . . . . . . . . . . . . . . 189
El conocimiento oculto, o la actualidad del pasado y el
presente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 195
Nuevos ámbitos de experiencia y conciencia. . . . . . . . . . . . . . 197
Constelación y meditación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 200
Lo que es mayor que nosotros: conducir y ser conducido
en el no saber . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 202
Un nuevo paradigma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 204
El trabajo de constelaciones espiritual . . . . . . . . . . . . . . . . . . 210

Contenidos y conocimientos de las constelaciones familiares 219


Tres historias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 220
La matriz familiar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 223
“El ganso está fuera”, o: en realidad no hay ataduras . . . . . . 227

8
ÍNDICE

La vía de solución de las constelaciones familiares . . . . . . . . 231


La “Trinidad” de Hellinger . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231
“Sí” al no: el punto ciego de Hellinger . . . . . . . . . . . . . . . . . . 236
Ejemplo 1: Maltrato sexual (incesto padre-hija) . . . . . . . . 243
Ejemplo 2: El padre pega a la madre, el hijo pega al padre 247
El no de la juventud. Tres episodios personales . . . . . . . . 249
Una nueva “Trinidad”: Sí – No – Gracias . . . . . . . . . . . . . . . . 253

Leyes fundamentales de las relaciones humanas y su


transformación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 257
Del vínculo a la solidaridad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 260
Del derecho a la pertenencia a la totalidad . . . . . . . . . . . . . . 263
Compensación e intercambio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 267
La jerarquía y los movimientos de la vida . . . . . . . . . . . . . . . . 270

Ver lo que es o aprender de la vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273

Wilfried Nelles sobre sí mismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 279

9
Prólogo

Tengo 60 años, y en mi existencia adulta he vivido, me parece,


al menos tres vidas distintas. La del intelectual, estudiante, asisten-
te, joven investigador y docente en la universidad fue la primera.
Duró hasta que cumplí 33 años. Comenzó entonces la segunda: la
vida del buscador espiritual como discípulo del maestro indio
Osho. Tenía 38 años cuando tocó a su fin. De repente me di cuen-
ta de que había dejado de ser un discípulo y un buscador, y de que
quería volver a ser una persona normal y corriente. Ocurrió des-
pués de que comenzara a trabajar con constelaciones familiares y
de que esta labor se convirtiera en mi profesión.
El buscador miró con desprecio durante largo tiempo al inte-
lectual; se consideraba mejor que él. El intelectual –o lo que él
representaba, lo que había aportado a mi vida– se lo tomó a mal y
le negó su ayuda, lo cual se reflejaba, concretamente, en que todo
lo que tenía que decir o escribir, o comunicar por cualquier otro
medio, apenas le interesaba a nadie. Al menos, no valía a ojos de
nadie el dinero suficiente para que pudiera vivir de ello. Durante
algunos años no pude escribir nada. Y mi título de doctor parecía
carecer por completo de valor.
Esto, naturalmente, habría podido serle indiferente al busca-
dor; a fin de cuentas, a él le importaban cosas “más elevadas”.

11
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Pero no daba igual, pues de algo tenía que vivir. Y aunque de


alguna manera lo lograba, no se desembarazaba de la sensación
de que algo no era como debía ser –no porque quisiera que las
cosas fueran distintas a cualquier precio, sino porque, de hecho,
no parecía correcto. Pese a ello, el buscador se esforzaba por lle-
gar a lo más alto: la iluminación. Experimentó ocasionalmente
momentos de infinito amor por todo y todos, sintió cómo la vida
latía en una brizna de hierba y en una flor, vio, literalmente,
correr la savia en su interior, admiró el brillo y la luz interior de
una gota de lluvia y reposó en un silencio perfecto, fuera del tiem-
po y sin propósito alguno. No eran experiencias inducidas por
drogas ni algo que provocara él mismo, le sobrevenían sin más, a
menudo durante o tras la meditación. Era consciente de que se
ocultaba tras ellas mucho más de lo que habría podido imaginar-
se en su primera vida, en su vida de intelectual. Pero aquellas
vivencias se le escapaban siempre por entre los dedos; los momen-
tos de iluminación no eran más que momentos, y en lugar de
incrementarse se tornaban cada vez más infrecuentes, o al menos
eso parecía.
Al descubrir la constelación familiar supe de inmediato que
encontraría en ella algo que me faltaba, y también supe de inme-
diato que trabajaría en ello. El buscador no tardó mucho en echar-
se a dormir. Había encontrado lo que necesitaba: mis raíces. Y
comencé a ocuparme no solo provisionalmente de la vida corrien-
te, sino también a apreciarla. Me confesé mis deseos, cosas tan
indignas como, por ejemplo, un coche realmente estupendo, y me
permití a mí mismo reconocer las competencias que había detrás
de mi título de doctor; dejé de esconderlo, y lo enseñé con respeto
por el intelectual. Este me recompensó de inmediato: no solo cose-
ché el reconocimiento largo tiempo anhelado por mi trabajo y
compensación económica, también sentí que me hacía avanzar.

12
PRÓLOGO

¿Y la iluminación? La he olvidado. Si lo desea, me encontrará,


y si ha de ser, estaré preparado para ella. Mientras tanto me ocupo
de lo que tengo delante. Hace diez años que ya no medito, y me
siento más unido al ahora de lo que lo estaba entonces. Con esto
no hablo en contra de la meditación, pues me ha ayudado, con
toda seguridad, a alcanzar una cierta serenidad. Pero ya no busco
llegar a ninguna parte, sino que dejo que las cosas sean lo que son,
y me dejo a mí mismo ser lo que soy. Se dice que la iluminación
está en la inmediación de uno mismo, que no se halla lejos de uno,
sino muy cerca. Si es así, quizás la encuentre sin ir a buscarla. Aca-
bo de leer unas líneas de Eckhard Tolle, palabras hermosas, verda-
deras. Tolle está enteramente “in”, pero ya no me interesa real-
mente. Surge en mí una voz que dice: todo esto es verdad, y todo
esto ya lo sé. Pero lo importante no es llegar a ninguna parte ni
alcanzar una conciencia mejor, sino vivir con y en lo que ahora
mismo estoy. Si eso en lo que estoy es mi ego, que lo sea, y quizás
deba ser así. Y si es otra cosa, también está bien.
Y con esto llego al presente libro. Lo he escrito porque él
acudió a mí y me sentí instado a escribirlo. Las etapas de la con-
ciencia que aquí se describen constituyen una evolución o pro-
greso hasta la iluminación. Me parece que esta es la meta final de
la evolución, la cual es para mí una evolución de la conciencia en
la que esta, paso a paso, se experimenta y conoce a sí misma.
Pero lo importante no es cuál sea el modo más rápido y efectivo
de alcanzar esta meta. Tampoco se trata de una meta que uno
pueda trazarse; es un fin inmanente, una meta inmanente, un
telos. En mi caso, me percibo relajado cuando estoy en armonía
con el movimiento tal y como ahora mismo es. En este sentido,
describo los pasos de la conciencia como algo que siempre llega
a su tiempo, al igual que hoy mi corazón abraza al intelectual
que en su momento fui y lo doy por bueno para aquella etapa de
mi vida. Sin él jamás habría podido escribir este libro; tampoco

13
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

habría podido escribirlo de no haberlo superado. Y esto vale


igualmente para el buscador, pese a que ahora ya no busco –o
quizás de un modo diferente. Sin él no habría dejado de cruzar-
me con la verdad sin reconocerla. No es que ya la haya encontra-
do, que la posea, pero gracias a él he agudizado mis sentidos
para percibirla. Si no hubiera dejado de buscarla (la verdad, la
iluminación o como se lo quiera llamar) seguiría demasiado ocu-
pado para descubrirla en las cosas del día a día.
Pero este libro no trata solamente de la búsqueda espiritual en
el plano personal. Ella solo es el reflejo de un movimiento que
impulsa a la conciencia en su conjunto. Propiamente, solo hay
conciencia como un todo, su parcelación en conciencia personal,
social y colectiva (y en otros planos), aunque pueda resultar de
ayuda, es al final meramente artificial. No solo nos movemos
siempre con nuestra conciencia personal en un campo de concien-
cia suprapersonal, sino que nuestra conciencia no es en el fondo
nada más que una expresión –muy parcial, desde luego– de la con-
ciencia a secas. Y los movimientos de nuestra conciencia solo se
comprenden en el contexto de ese movimiento global.
Pero lo que aquí presento no es un libro teórico; a mí solo me
interesa la conciencia en un sentido práctico. Pues es nuestra con-
ciencia la que decide cómo nos sentimos, cómo vemos nuestra
vida y si somos felices o infelices. Y a este respecto me parece que
sufrimos tanto más cuanto mayor es la brecha que se abre entre
nuestro ser y nuestra conciencia. Es aquí donde entra en juego la
terapia como un medio de unir ser y conciencia. Pues desde mi
punto de vista, aprobar lo que fue, ponerse de acuerdo con lo que
es y dejar que venga al ser lo que quiere venir constituyen los pro-
cesos de los que tratan las terapias. Un buen terapeuta es alguien
que está en situación de ayudar a su cliente a alcanzar esta armo-
nía, y para ello, el mapa de la conciencia que aquí bosquejo puede
resultar revelador, o así lo espero. La ayuda del terapeuta no con-

14
PRÓLOGO

siste en decir lo que es correcto, sino quizás en robustecer el senti-


do interior para lo que ahora mismo es necesario y adecuado, y en
promover la estimación por cada uno de los planos descritos.
Para ello el trabajo de constelaciones me parece especialmente
indicado, toda vez que va acompañado de una toma de conciencia
de la evolución de la conciencia. En las constelaciones se muestra
la realidad de un modo hasta ahora desconocido, ellas nos ponen
directamente en contacto con nosotros mismos y con las personas
y acontecimientos que mayor influencia han ejercido en nuestra
vida, y nos muestran la verdad de nuestra alma. Sobre todo nos
ayudan a dignificar aquello de lo que procedemos y a ganar una
perspectiva sobre la dirección en la que caminamos. Y como las
constelaciones pueden ser inmediatamente vividas con el cuerpo,
el alma y el espíritu, favorecen los procesos de los que antes he
hablado de un modo experiencial y holístico. Con todo, el trabajo
de constelaciones no ha tenido hasta ahora una clara idea de qué
lugar le corresponde (a él o a cualquiera de sus variantes) en el
proceso de desarrollo espiritual. Mi libro también desea contri-
buir al esclarecimiento de este punto.
Wilfried Nelles
Marmagen, mayo de 2009

15
Agradecimientos

Quisiera dar aquí las gracias, en primer lugar, a todos mis pro-
fesores, buenos como pocos, amables como pocos. Me he apoyado
en todos ellos, y cada uno a su manera me ha ayudado. Gracias.
Dos personas han sido especialmente importantes para mí,
personas que no se consideran a sí mismas maestros, pero de los
que quizás por ello es de quienes más he aprendido. Osho, del que
me he considerado discípulo espiritual durante quince años, y Bert
Hellinger, que durante diez años ha sido una fuente viva de inspi-
ración y un amigo y compañero de camino. Me he separado de
ambos, pues debía seguir mi propio camino, pero me une a ellos la
gratitud y el amor.
Deseo mencionar también a un antiguo amigo, Deva Basir
(Roland Werner), con el que veinte años atrás discutí largo y ten-
dido sobre lo que ahora es mi modelo de crecimiento, y del que he
aprendido mucho.
Heinrich Bauer y Joachim Vogel leyeron la primera versión del
manuscrito, me advirtieron de algunos errores e hicieron valiosas
observaciones, y la calurosa colaboración con Heinrich Breuer en
diversos congresos y en nuestro instituto Eurasys me ha alentado
y fortalecido de múltiples maneras.

17
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Mi editora, Jivana Werner, compañera y amiga desde hace más


de veinte años (¡Dios mío, me acabo de dar cuenta de lo mayor
que soy!) ha creído firmemente en este libro y me ha dado el tiem-
po que necesitaba, prestándome con ello un gran apoyo. Gracias,
Jivana.
Y last but not least deseo mencionar a mi mujer, pues una vez
más ha estado a mi lado durante los altibajos del embarazo litera-
rio, ha hecho de “interlocutor sparring”, me ha escuchado pacien-
temente y me ha hecho ver cosas importantes con sus comenta-
rios. También a ti, Birgid, te doy las gracias de todo corazón.

18
I
Las evolución
de la conciencia humana
Cómo se des-arrolla la conciencia

Viejos y nuevos dioses


El mundo gira cada vez más rápido y algunos sienten vértigo.
Dinero, dinero, dinero; parece ser lo único que todavía cuenta. Ya
se trate de las retribuciones de los ejecutivos, de los traspasos y suel-
dos de los futbolistas o del rédito de las acciones u otras inversio-
nes, todo parece ir de lo mismo: de que cada vez sea más y más. No
hay día que no salga a la luz alguno de los negocios sucios o estafas
que llevan a cabo los ricos. Hace unos años, en la feria del libro de
Francfort, vi a Marcel Reich-Ranicki en carteles publicitarios de la
gran enciclopedia Brockhaus junto a la frase: “Quien sabe mucho,
quiere saber más”. Es un lema muy apropiado –trascendiendo el
asunto concreto del saber– para caracterizar nuestra época: quien
tiene mucho, quiere tener más. Es posible que el libro Tener o ser de
Erich Fromm adorne nuestras estanterías, y que haya quien recurra
a él para el sermón de los domingos, pero en la práctica hace ya
tiempo que el asunto ha quedado resuelto: lo que está a la orden del
día es el tener. Ya nadie presta oídos a las advertencias y condenas
de la decencia. Quien hoy señala a los demás y denuncia la “codi-
cia” de los especuladores financieros, bien puede verse mañana a sí
mismo en la picota. Cuando el bote de la loto alcanza cifras millo-
narias se duplica el número de apostantes. Cualquiera de nosotros
es tan codicioso como lo son en Wall Street.

21
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Tenemos que transmitir valores –reza la popular divisa. Hay


que recuperar las viejas virtudes, los niños deben ser educados en
valores. La historia de la candidata americana a la vicepresidencia,
Sarah Palin, muestra ejemplarmente en qué desemboca semejante
divisa. Mientras ella orquestaba una campaña en favor de la recu-
peración de los valores conservadores en general, y de abstenerse
de mantener relaciones prematrimoniales en particular, una hija
suya menor de edad mantenía relaciones sexuales con un joven
cuya madre había sido detenida por delitos relacionados con las
drogas. No fue culpa de Palin, pero un caso así debe dar que pen-
sar a todo el que crea en la posibilidad de que el tiempo camine
hacia atrás. Si suponemos que Sarah Palin procuró educar a su hija
con arreglo a su programa político, su ejemplo muestra que su
implantación era inviable incluso en el seno de su familia. La mis-
ma señora Palin dio claras muestras de su virtud y sentido de la
moral utilizando dinero donado a su partido para comprarse ropa
de los más caros diseñadores, y su cargo para poner en marcha una
venganza personal. Ante esta clase de cosas, uno puede horrorizar-
se o disfrutar del mal ajeno, eso depende de la visión del mundo de
cada cual, pero ambas actitudes ocultan un único hecho funda-
mental: las viejas normas ya no tienen valor, los así llamados valo-
res han dejado de servirnos de guía, y sobre todo: no hay vuelta
atrás. Porque esta no es solo la historia de un ama de casa ameri-
cana que quiso llegar a la cima del poder mundial, sino que, a
grandes rasgos, y al igual que la carrera por el bote de la Lotería
Primitiva, se trata de nuestra historia, la de todos nosotros.
Los “viejos valores” han caducado. Se enraízan en una con-
ciencia de la que hoy en día solo quedan restos. Vivimos de esos
restos, a la par que los destruimos. Pero quizás “destruir” no sea
la palabra adecuada. Se erosionan, desaparecen por sí mismos,
mueren, sencillamente. Es el curso normal de las cosas, la marcha
del mundo. Una marcha que no tiene marcha atrás, que ni siquie-

22
CÓMO SE DESARROLLA LA CONCIENCIA

ra puede detenerse. Hace algunos años, poco después de la entra-


da en el nuevo siglo, observaba yo en Budapest, desde la colina del
castillo, la otra orilla del Danubio con sus viejos edificios del siglo
XIX y XX. Algunos estaban siendo rehabilitados, otros exhibían
ya su antiguo esplendor. Era como una ciudad que volviera a la
vida tras yacer en coma. Y de repente tuve una inspiración: los
comunistas habían intentado detener el mundo. Se habían opues-
to al curso de las cosas y pretendido someter el mundo a sus desig-
nios. Quisieron imponer sus “valores”. Y en aquel espectáculo
casi se hacía visible cómo ese mundo había estado a punto de
morir asfixiado.
También en nuestra vida personal morimos antes de morir si
tratamos de imponerle a la vida nuestros planes. La vida tiene su
propio movimiento, y quiere que caminemos hacia delante. Algu-
nas personas añoran su infancia, pero jamás volverá. Muchos opi-
nan que se les privó de algo y que aún tienen que recibirlo, de sus
padres, por ejemplo. Se quejan de haber disfrutado de poca aten-
ción, amor, cuidado, protección, seguridad. Pero es imposible,
nuestra existencia no prevé correcciones a posteriori. Lo único
que puede ayudarnos de verdad es el conocimiento de que todo
está bien como está, de que tenemos todo lo que necesitamos.
Otros buscan lo que les falta en otras personas, sobre todo en sus
parejas. Pero sus parejas no están dispuestas a cubrir el déficit de
papá y mamá. Incluso si lo intentan, antes o después abandonan
extenuados. No solo no podemos volver atrás, sino que el presen-
te se nos escapa por entre los dedos cuando queremos sujetarlo.
La vida avanza imparablemente, desde la cuna hasta la tumba.
Solo nuestra conciencia pierde el paso del movimiento de la vida,
queremos detenerlo, invertir su dirección, quizás a veces también
dar saltos hacia delante. Todo esto es inútil y desemboca en una
enfermedad moderna: el estrés. Durante mi infancia no existía
esta palabra, al menos en el país del que procedo. El estrés no es

23
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

otra cosa que el sufrimiento producido por una discrepancia entre


lo que yo quiero, siento o creo tener que hacer (o ser) y lo que de
hecho es. Con otras palabras: discrepancia entre el ser y la con-
ciencia. La única terapia eficaz contra el estrés consiste por ello en
conciliar la conciencia con el ser.
Esto, sin embargo, no es sencillo, pues la conciencia moderna
se caracteriza precisamente por enfrentarse al ser. Es toda ella
una única rebelión contra el ser, contra la índole de las cosas.
Después de que la humanidad se dedicara durante una pequeña
eternidad, a grandes rasgos, a intentar someterse al ser, o a influir
al menos sobre la totalidad mediante sacrificios, oraciones y
magia, el hombre moderno emplea todas sus energías en dominar
el ser, intenta someterlo. La aceptación del las cosas y relaciones,
incluso la entrega a lo que es, pasa por ser mero fatalismo. A la
par, uno se resigna fatalistamente a la llamada lucha por la vida,
para la que –dicen– no hay alternativa. La mayoría de nosotros
ve en la época actual el término de un largo proceso de desarrollo
tras el que no puede aparecer algo nuevo, algo cualitativamente
diferente, y no como una etapa en el seno de un proceso. El pen-
samiento histórico mira hacia el pasado; hacia delante, hacia el
futuro, parece no haber posibilidad de desarrollo. Esta es la más
profunda a la par que más oculta forma de la teoría del final de
los tiempos, y se halla en el núcleo de la sociedad moderna. La fe
de nuestra época ilustrada es que nosotros, los hombres de hoy,
somos el término de la evolución de la humanidad, que la con-
ciencia humana, el espíritu humano, ha alcanzado su forma más
elevada, la cual, si bien puede ser infinitamente agudizada y mejo-
rada, no puede trasformarse en una forma superior y, correlativa-
mente, que no es posible que su dinámica inherente, la que nos ha
conducido hasta aquí, avance hacia estadios superiores. Que la
ciencia es una cima tras la cual no hay camino hacia abajo, sino
la caída en un negro abismo, que el pensamiento ilustrado, la así

24
CÓMO SE DESARROLLA LA CONCIENCIA

llamada razón, es el grado más alto que puede alcanzar la evolu-


ción del hombre, que de un salto hemos alcanzado “el fin de la
historia” –según reza el título de uno de los más célebres libros de
un reputado científico1. Aunque en la modernidad se hable ince-
santemente de progreso y uno invierta en él la vida entera, no se
trata de un progreso hacia algo superior, sino de un perfecciona-
miento infinito (y carente de alternativa) de lo que ya se da. El
progreso se entiende en un sentido eminentemente técnico, como
un incremento continuo del dominio sobre la naturaleza. Se pien-
sa que la conciencia misma hace ya mucho que ha alcanzado su
cima, aunque el hombre siga comportándose como un bárbaro. Y
esta cima no es en realidad sino una llanura infinita sobre la que
seguir avanzando, sin que quepa imaginarse algo verdaderamente
superior, es decir, una conciencia más elevada (o más profunda)
en un plano cualitativamente diferente. La idea del fin de los
tiempos en su máxima expresión.
Contra esto, yo sostengo la tesis de que nos hallamos en la
mitad del desarrollo de la conciencia. Quizás sea este punto medio
un lugar especialmente crítico (como lo es la “crisis de la mediana
edad” en la mitad de la vida individual), porque con la realización
de la razón y la individualidad ha culminado de hecho la totalidad
del proceso anterior, y el desarrollo, hasta cierto punto, ha dado la
vuelta: en dirección hacia una nueva forma de totalidad. La idea
de que la conciencia humana ha alcanzado en nosotros, salvo en
lo tocante al perfeccionamiento de medios técnicos, su punto más
elevando, me parece no solo bastante osada, sino expresión de un
pensamiento que ignora la historia, egocéntrico, y no precisamen-
te lógico. Desde luego que la Ilustración no puede, recurriendo a
sus propios medios, esto es, con ayuda de la razón, trascenderse a
sí misma –al igual que la religión no pudo ilustrarse con ayuda de
la fe, sino que fueron necesarios el escepticismo y la razón para
1. Francis Fukuyama, 1992.

25
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

desenmascarar las limitaciones de la fe. Pero, ¿por qué negar que


haya un más allá de la razón, una conciencia transracional que se
separa cualitativamente de la conciencia racional y la supera?2
Para responder a esta pregunta debemos dirigirnos a la con-
ciencia misma. Si lo hacemos, nos daremos cuenta de que lo que
nos empuja hacia delante no es solamente la naturaleza, tampoco
nuestra vida exterior, sino también la conciencia, esto es, la vida
interior. Y no solo la conciencia de cada individuo, sino la de la
humanidad en su conjunto. Puede comprobarse la verdad de esto
en el primer tercio de nuestra vida personal: un niño tiene una
conciencia diferente a la de un lactante, la del adolescente es dis-
tinta de la del niño, y la del adulto de la del adolescente. En la
mayoría de los casos, el proceso se detiene aquí, la conciencia no
sigue creciendo. Al menos no en sentido cualitativo. Y la diferen-
cia entre una conciencia infantil y una adulta es precisamente cua-
litativa. El adulto no solamente sabe más, sino que ve el mundo de
un modo fundamentalmente distinto, vive casi en otro mundo que
el niño (si es que la conciencia no se ha detenido en el estadio
infantil, lo que ocurre no pocas veces). Lo mismo ocurre con la
conciencia en su totalidad, esto es, la conciencia de la humanidad.
También esta se desarrolla y crece, con lo que en cada una de las
etapas de la conciencia el mundo se experimenta y vive de modo
completamente diferente. Cada nivel tiene su propia visión del
mundo, sus propias verdades, sus prioridades, sus pasos de apren-
dizaje y problemas. Que la mayoría de los hombres de hoy en día
pensemos que no tenemos tiempo, por ejemplo, es para el hombre

2. Encuentro ahora mismo un pequeño indicio de lo extraña que le resulta esta


idea al pensamiento moderno (a pesar de que un gran pensador como Ken
Wilber lleva más de un cuarto de siglo publicando un libro al año sobre ella)
en el programa (excelente, por lo demás) de corrección ortográfica de mi
ordenador, el cual subraya en rojo la palabra “transnacional”, indicando que
está mal escrita o que le es desconocida.

26
CÓMO SE DESARROLLA LA CONCIENCIA

de la conciencia premoderna completamente incomprensible. Si


algo había entonces (y sigue habiendo ahora) en abundancia es
tiempo. Pero a diferencia de hoy en día, la naturaleza y el hambre
constituían una amenaza constante. Y los dioses y los espíritus
eran reales. Asistí una vez al seminario de un chamán del Amazo-
nas, era una ceremonia de ayahuasca. La ayahuasca es una droga
fuertemente alucinógena –según nuestros criterios–, los indios la
tienen por una planta sagrada y la utilizan, bajo la tutela de un
iniciado, en ceremonias de curación y para comunicarse con los
dioses. El chamán jamás habló de una planta, menos aún de una
droga y sus efectos, sino del espíritu Ayahuasca, con el que se
entraba en contacto tras tomar la pócima. Y el espíritu era a la vez
un dios. Un participante le preguntó si hablaba metafórica o lite-
ralmente de un espíritu. El chamán, un hombre joven, que habla-
ba inglés bastante bien y tenía un modo de conducirse bastante
moderno, lo miró sin comprender. No entiendo la pregunta, dijo.
Que si creía que el espíritu Ayahuasca existía de verdad, le explicó
el participante. Sí, desde luego que existe, respondió el indio, no
tiene nada que ver con creer, es así, sencillamente. En la selva lo
sabe todo el mundo.
Hoy tenemos otros espíritus, espíritus que son reales para
nosotros. Se llaman DAX, Dow-Jones y Nikkei, y ahora, en los
tiempos modernos, Walhalla se llama Wall Street. Como los anti-
guos dioses, gobiernan nuestra vida a su antojo. Incluso cuando
no creamos en ellos y no les sacrifiquemos nada, se inmiscuyen
en nuestras vidas enviándonos terremotos bursátiles y semejantes
catástrofes naturales, las cuales, indirectamente, también afectan
a los que no viven allí. Puede que no afecte a los bosquimanos de
la selva africana o a los orang asli de Borneo, pues para estos son
más importantes sus antiguos dioses. Cada época, cada concien-
cia, produce sus propios objetos y crea sus propios problemas.
En algún momento se hacen tan profundos o llegan tan lejos que

27
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

ya no son solucionables en el seno de la conciencia existente. No


solo se hacen necesarios nuevos instrumentos (que puede que
basten para la regulación de los mercados financieros), sino una
nueva conciencia, una percepción cualitativamente diferente,
más amplia, elevada, profunda del mundo y de nuestra propia
existencia. Pues los problemas más profundos de la sociedad
moderna no se llaman DAX y Dow, tampoco cáncer y sida, ni
siquiera guerra y hambre. Incluso aunque todo esto se desvane-
ciera como por arte de magia, seguiríamos al borde del abismo,
quizás incluso más que ahora. Quizás tengamos que resolver
gran parte de estos problemas antes de estar en situación de ver
el carácter abismático de la conciencia moderna3. Tanto tiempo
como los problemas mencionados sigan ahí, seguiremos al menos
ocupados, y percibiremos el vacío interior solo ocasionalmente.
Si de repente desaparecieran, es muy posible que se diera una ola
de suicidios que haría olvidar a todas las otras víctimas, las del
hambre y las enfermedades –a no ser que alcanzáramos otro esta-
dio de conciencia, en el que pudiéramos sentirnos de nuevo inte-
riormente satisfechos.

Todo crece, o: ¿Qué es el crecimiento espiritual?

El crecimiento reside en lo más íntimo de nuestra naturaleza.


No hay nada en este mundo que no crezca. Todo crece, y crece por
sí mismo. O para decirlo con las palabras de Osho: sitting silently,
doing nothing – the grass grows on it´s own (sentado en silencio,
sin hacer nada – la hierba crece por sí misma).

3. No distingo aquí entre conciencia moderna y postmoderna. La así llamada


postmodernidad no representa a mis ojos una nueva conciencia, sino solo
una modernidad extraviada, una expresión de que ha perdido el alma, una
negación, a la par que una desesperada búsqueda de alma y sentido.

28
CÓMO SE DESARROLLA LA CONCIENCIA

Todo crece –recuerda a una célebre sentencia del por lo demás


no tan célebre sabio de la Antigüedad: el griego Heráclito. Su
phanta rhei– todo fluye, expresa en dos sencillas palabras el acon-
tecimiento total del mundo. Cuando uno se sumerge en esta pro-
posición queda sumido en una profunda meditación. Las cosas de
nuestro alrededor, aparentemente estáticas, se tornan movedizas,
al igual que todo lo que nuestro espíritu toma por hechos. Nada
permanece, nada dura, todo está en movimiento, todo cambia
incesantemente. El antiguo vidente ya lo sabía, dos mil quinientos
años antes de que existieran la teoría cuántica y los aceleradores
de partículas: las montañas crecen o se encogen, e incluso en un
pedazo de hierro las partículas se precipitan de un lado a otro y lo
modifican, pese a ser invisible a nuestra percepción, en todo
momento. También nuestro yo fluye, eso que creemos ser; todo,
todo fluye. En otro pasaje, Heráclito lo ilustra de otra manera:
“Nadie se baña dos veces en el mismo río”. Y ello no solo porque
la segunda vez “el mismo” río sea distinto, sino porque el que se
mete en el río también es para entonces otro. Puede que no se per-
cate de ello, pero el que él mismo fue la primera vez también ha
sido hace tiempo arrastrado por la corriente. Cuando uno se
embarca de verdad en esta meditación, en estas palabras y en la
imagen que dibujan, la propia vida y el estable mundo de cada
uno se nos escapan rápidamente por entre los dedos. Y frases
como esta: “Ya no controlo mi propia vida” o “Deseo volver a
tener el control sobre ella” –que a menudo oigo en mis cursos–
pronto deberían parecerle a uno absurdas.
Desde hace más de veinte años me ocupo como terapeuta de
los problemas humanos. Los que asisten a mis cursos proceden de
todos los estratos sociales, son de muy diversas edades, y a día de
hoy proceden de casi todos los continentes; sus problemas e histo-
rias personales abarcan casi cualquier aspecto de la vida humana,
desde disputas con el cónyuge, pasando por la pérdida del puesto

29
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

de trabajo, hasta abusos sexuales, desde la repentina muerte de un


hijo, enfermedades mortales, asesinatos en la familia hasta el exter-
minio de casi la totalidad de la familia en el Holocausto o en la
Revolución Cultural China. Algunos –y no los menos– vienen tam-
bién sencillamente porque quieren hacer algo por su “crecimiento
interior” o, en términos más profanos, conocerse mejor a sí mis-
mos. Pero se trate del motivo de que se trate, es siempre un proble-
ma de la conciencia, nunca del ser en sí. El ser en sí es sencillo, y
quien se sitúa frente a él, también lo es. Es siempre la conciencia
que se coloca entre el ser y la persona la que engendra el problema;
por ejemplo: causando en nosotros el sentimiento de que el ser es
malo y de que, por lo tanto, no debería ser y ha de ser rechazado,
cambiado, superado. Es ahí donde surge el problema. Que el pro-
blema se origina en la conciencia y solamente existe en ella vale
tanto para la pobreza y la riqueza como para la salud y la enferme-
dad, incluso para la vida y la muerte. Con dinero la vida es mucho
más agradable que sin él, y estar sano es mucho mejor que estar
enfermo, pero hay una gran diferencia entre lidiar relajadamente
con ello y estar obsesionado con el dinero, la salud y cosas simila-
res. Los hechos, las circunstancias de la vida, son una cosa, cómo
yo me relaciono con ellos es otra distinta; mejorar nuestra vida en
orden a satisfacer nuestras necesidades y deseos naturales es una
cosa, hacer de ello la medida de nuestra felicidad o de nuestra acti-
tud ante la vida es algo bien distinto. Hay personas que perciben
hasta el más pequeño malestar como una catástrofe o un gran peli-
gro, mientras que otras que padecen enfermedades graves llevan
una vida feliz. La idea, hoy en día ampliamente extendida, de que
la salud es lo más importante, seguramente asombraría a personas
de otras culturas o épocas. Es bueno estar sano, qué duda cabe,
pero, ¿lo más importante? Quizás para un pueblo nómada lo más
importante sea que el ganado esté sano y tenga suficiente de comer
y de beber, o que críe bien. Que uno ponga la salud propia por

30
CÓMO SE DESARROLLA LA CONCIENCIA

encima de la del ganado es algo que probablemente no puedan ni


imaginarse los miembros de semejante tribu. Porque el bienestar y
la supervivencia del clan o de toda la tribu depende del ganado.
En comparación con eso, ¿qué importa la salud de la persona? Ni
siquiera la propia vida es tan importante. Si yo muero, mis hijos
sobreviven. Si el ganado muere, se acabó todo. Para otros todo
depende de tener el favor de los dioses o de vivir, sano o enfermo,
con arreglo a la voluntad de Dios.
Se podría decir, pues, que el problema es nuestra conciencia
misma, más exactamente: los contenidos de nuestra conciencia,
nuestro modo de contemplar la realidad. Y en esto insisten macha-
conamente desde hace algunos miles de años los grandes sabios,
los iluminados y sus discípulos: deshazte de todas las formas y
contenidos de tu conciencia por el expediente de ser, sencillamen-
te, consciente. La conciencia en la que estos instruyen es una con-
ciencia sin contenidos, perfectamente vacía. Ser puro, despierto,
un encuentro con la realidad que no quede filtrado ni enturbiado
por pensamiento ni por sombra alguna de recuerdo de experien-
cias pasadas. El ser consciente –entendido desde el punto de vista
de los contenidos– queda aquí sustituido por la conciencia pura.
Al final de su primera gran obra, Crítica de la razón cínica, Peter
Sloterdijk expresó esto por medio de una poderosa imagen: “Se
trata de experiencias para las que no encuentro otra palabra que
vida lograda. En los mejores momentos, cuando de puro éxito
nuestro más enérgico actuar queda absorbido en el dejar hacer y
el ritmo de lo vivo nos sostiene y nos lleva, nuestro estado de áni-
mo puede presentársenos de repente como una eufórica claridad o
una seriedad que reposa maravillosamente en sí misma. Despierta
en nosotros el presente. El momento ocupa fresco y claro cada
espacio; estás unido a su claridad, a su frescura, a su alegría. Las
malas experiencias del pasado se retiran ante el dato de lo nuevo.
Ninguna historia te hace viejo. Los dolores amorosos del pasado

31
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

no nos obligan a nada. A la luz de esta presencia de espíritu queda


rota la fascinación de la repetición. Cada segundo consciente anu-
la la desesperación y se convierte en el principio de otra historia”.4
Debemos pues dirigirnos a la conciencia si de verdad quere-
mos solucionar nuestros problemas. Y esto exactamente es lo que
hacen la mayor parte de las “terapias espirituales” o “comunida-
des espirituales”: trabajan en el crecimiento espiritual con miras a
alcanzar estadios de conciencia más elevados, en los que se desen-
mascaran los propios contenidos de conciencia y uno se separa o,
sencillamente, se deshace de ellos. Ahora bien: la idea de que la
conciencia debería ser mejor –o más clara, más despierta, elevada
o amplia– es una representación que introduce una tensión entre
lo que es y lo que debería ser.
Si hacemos del crecimiento de la conciencia o de la nada per-
fecta una meta a alcanzar, nos creamos de nuevo un problema.
Bien mirado, dos: el primero es la distancia que se abre en relación
con el propio ser, que se experimentará como insuficiente y exigirá
que trabajemos ininterrumpidamente sobre nosotros mismos. De
ahí que para perseverar en este camino se necesite la ayuda de un
grupo de correligionarios y, a ser posible, de un gurú, que nos con-
firme que avanzamos por el buen camino, que hacemos progresos
–siempre insuficientes, por supuesto– y que si seguimos trabajan-
do sobre nosotros mismos, al final seremos recompensados. Aquí
se impone el paralelismo con la doctrina cristiana de la redención.
La diferencia consiste en que la salvación cristiana nos espera tras
la muerte –caso de haber llevado una vida virtuosa– mientras que
la redención de los nuevos tiempos, la iluminación o la liberación,
puede ser alcanzada en esta vida –siempre y cuando trabajemos
duramente sobre nosotros mismos. Es común a ambos el aspirar a
la redención de esta vida (de este valle de lágrimas), en lugar de

4. Peter Sloterdijk, Crítica de la razón cínica, Fráncfort, 1983, p. 953.

32
CÓMO SE DESARROLLA LA CONCIENCIA

precipitarse hacia la vida. Por otra parte, avanzar hacia niveles de


conciencia superiores mediante los correspondientes ejercicios sin
que haya a la base un efectivo crecimiento personal puede desem-
bocar en graves problemas psíquicos. Porque el verdadero creci-
miento no puede ser producido. Sucede por sí mismo.
Existe en efecto un desarrollo superior de la conciencia, pero
se trata de un proceso natural. Y será tanto más duradero cuanto
mejor armonicemos con nuestras respectivas conciencias. De este
modo crecemos con nuestra conciencia, sin malgastar ni un solo
pensamiento con la idea de que tenemos que crecer más deprisa.
Trabajar sobre el propio crecimiento para acelerarlo es algo simi-
lar a querer hacer del niño lo más rápidamente posible un adulto.
Le enseñamos día tras día a pensar, hablar y conducirse como un
adulto, y no le dejamos jugar con otros niños o solo con los inte-
grantes de un grupo de niños que también deben crecer más depri-
sa, quizás también alimentemos su cuerpo con hormonas. ¿Qué
puede resultar de todo esto? En el mejor de los casos un pobre dia-
blo que jamás disfrutó de una verdadera infancia y que por ello
siempre andará buscándola, en el peor de los casos, un monstruo.
No es casual que muchos buscadores espirituales tengan serios
problemas para arreglárselas en la vida fuera de su grupo. Esto no
tiene nada que ver con la maldad del mundo, sino con el hecho de
haberse apartado de ella. La realidad, esto es, lo que somos y lo
que nos sucede, el ser-así de la vida, es la genuina fuente de nues-
tro crecimiento. Es también la fuente o el humus de nuestra con-
ciencia. Es la fuente de la que se alimenta.
Todo crece, también la conciencia. Con lo que venimos a parar
de nuevo en Heráclito. Quizás también la conciencia sea como
una gran corriente. Como todo río, la conciencia procede de un
todo, sale en algún punto a la superficie y se convierte en un río
particular que poco a poco se reúne con muchos otros ríos y final-

33
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

mente termina en otro gran todo, el mar, para disolverse completa


y definitivamente en él. Y como en el río de Heráclito, tampoco
puede uno bañarse dos veces en la misma corriente: la conciencia
fluye ininterrumpidamente, no se detiene, ni corre hacia atrás, y es
nueva en cada momento. Como procede de un todo, cada río lleva
en sí el recuerdo de ese todo y puede atisbar que su camino desem-
boca al final en él, en el gran océano. Pero por mucho que pueda
atraerlo el océano, por mucho que le señale el camino, carece de
sentido esforzarse por llegar a él ahora mismo o lo más rápida-
mente posible. Equivaldría a negar su condición de río y pasar por
alto los grandiosos paisajes que ha de atravesar –y conformar– de
camino al mar. El mar, la disolución en la totalidad, llegará, y lle-
gará por sí misma, es el destino natural del río.
Y así como todo fluye por sí mismo, todo crece por sí mismo.
El crecimiento es la naturaleza de la vida. Quizás podemos tam-
bién abonar y regar –y aquí también es posible exagerar, de modo
que al final tengamos verduras hermosas pero sin jugo ni fuerza.
Es posible que todo lo que crece, que el mundo tal como es y el
hombre tal como es, sean un aspecto de la conciencia y su desplie-
gue. El crecimiento no es el resultado de un obrar, ni a nivel cós-
mico ni a nivel individual. Es un acontecimiento que sigue su pro-
pio ritmo, su propia velocidad. El desarrollo o crecimiento espiri-
tual no es otra cosa que el des-arrollo del ser consciente mismo, el
volver hacia sí de la conciencia, no pues un movimiento que parta
de nosotros y se rija por nuestros deseos o voluntad, sino el movi-
miento de la conciencia misma. La conciencia es el sujeto, se des-
arrolla a sí misma, y nosotros somos una parte de ese desarrollo.
Lo que nos hace falta (si es que nos hace falta algo) no es crecer
más rápidamente o hacia algo más elevado, no es una conciencia
mejor, sino vivir en armonía con lo que es, con la realidad que nos
rodea y actúa sobre nosotros. De ahí que este libro se oriente a
que la conciencia (de cada cual) se haga consciente.

34
CÓMO SE DESARROLLA LA CONCIENCIA

Primer acercamiento: las etapas de desarrollo de la


conciencia
A modo de entrada, mi poema favorito de Hermann Hesse,
que nos acompañará a lo largo de todo el libro:

Escalones
Así como toda flor se enmustia y toda juventud cede a la edad,
así también florecen sucesivos los peldaños de la vida;
a su tiempo surge toda sabiduría, toda virtud,
mas no les es dado durar eternamente.
Es menester que el corazón, en cada llamada,
esté pronto al adiós y a comenzar de nuevo,
esté dispuesto a darse, animado y sin pudores,
a nuevos y distintos desafíos.
En el fondo de cada comienzo hay un hechizo
que nos protege y nos ayuda a vivir.
Debemos ir serenos y alegres por la Tierra,
atravesar espacio tras espacio
sin aferrarnos a ninguno cual si fuera una patria;
el espíritu universal no quiere encadenarnos:
quiere que nos elevemos, que nos ensanchemos
escalón tras escalón. Apenas hemos ganado intimidad
en un morada y en un ambiente, ya todo empieza a languidecer:
sólo quien está pronto a partir y peregrinar
podrá eludir la parálisis que causa la costumbre.
Aun la hora de la muerte acaso nos coloque
frente a nuevos espacios que debamos andar:
las llamadas de la vida no acabarán jamás para nosotros...
¡Ea, pues, corazón, arriba! ¡Despídete, estás curado!

Se pueden pensar los estadios de la conciencia como si forma-


ran una escalera, pero también como si se tratara de círculos que

35
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

se ensanchan progresivamente. Lo importante es que uno tiene que


pisar cada peldaño o recorrer vivencialmente cada círculo para
pasar al que en cada caso sea el siguiente. Quedémonos de momen-
to con la imagen de la escalera. Suelo utilizar dos analogías para
ilustrar y hacer comprensibles los diversos peldaños del crecimien-
to, y para mostrar que no me los he sacado de la manga, sino que
hallan correspondencia en muchos planos de la vida. El resumen
que ofrezco a continuación recurre a la analogía con el sistema
oriental de los centros energéticos de materia sutil (también llama-
dos chacras) ligados a determinados órganos y zonas del cuerpo
humano, los cuales, de acuerdo con la medicina ayurvédica o chi-
na, controlan las funciones orgánicas. Más adelante, cuando trate-
mos detenidamente cada una de las etapas, recurriré a la segunda
analogía, y antepondré a cada fase de la conciencia una breve pre-
sentación de los correspondientes estadios (biológicos) de la vida.
Aquí, de momento, una comprimida sinopsis:
1. El primer estadio de la conciencia se ordena enteramente a
la supervivencia: comer, beber, multiplicarse. Está controlado por
instintos, bio-lógico, esto es, sigue la ley (logos) de la vida (bios).
Es la forma más elemental, originaria de la vida y está dominado
por nuestras necesidades básicas. Sin comer ni beber muere el hom-
bre particular; sin sexo, la especie. Por eso no solo necesitamos esta
conciencia en el primer estadio, sino siempre, por mucho que
ascendamos. La naturaleza ha sido tan inteligente que la ha implan-
tado en nosotros en forma de instintos cuya satisfacción experi-
mentamos como placentera. Al nivel del cuerpo humano se corres-
ponde con el primer (inferior) chacra o centro de energía en el pun-
to más bajo del tronco, el perineo, también llamado chacra raíz. Si
estando de pie nos acompasamos con esta zona, podemos sentir
nuestro vínculo con la tierra. Se percibe claramente lo estable y
seguro o, al contrario, lo inseguro y frágil que es este vínculo, si
uno está conectado o no con la tierra. La conciencia, el horizonte

36
CÓMO SE DESARROLLA LA CONCIENCIA

espiritual y las necesidades a las que corresponde el nivel 1 giran


en torno a la supervivencia, esto es: comer, beber y aparearse.
2. El estadio 2 corresponde al chacra del ombligo, al que los
japoneses llaman hara. Se sitúa dos dedos por debajo del ombli-
go. Entre los samuráis se tenía por una valiosa destreza clavarse
un puñal (kiri) en el hara con tal precisión que uno quedara
muerto en el acto (hara-kiri). Curiosamente, en este punto no
hay ningún órgano corporal cuya lesión pudiera provocar la
muerte inmediata. Es más bien el centro de la vida espiritual a
través del cual –con arreglo a la doctrina asiática de la energía–
nos conectamos directamente con el cosmos y con la energía que
de él procede. Desde el punto de vista corporal es el punto medio
entre arriba y abajo. Ahí es donde encontramos nuestro medio,
nuestro equilibrio –y no solo metafóricamente sino también en
un sentido completamente profano, por ejemplo al practicar casi
toda clase de deportes. Así como el descanso corporal en el hara
proporciona al cuerpo un seguro equilibrio, el estadio 2, como
estadio de conciencia, es responsable de la estabilidad, seguridad
y equilibrio en la vida. Aquí lo importante es hallar un sitio segu-
ro, tanto material como anímica y espiritualmente. Un hogar, un
lugar, una fe, un orden.
3. En el tercer estadio este orden se tambalea. A nivel corporal
nos encontramos en el plexo solar. También este –como, por lo
demás, todos los chacras– es un punto muy sensible: un golpe en
el plexo solar, no necesariamente muy fuerte, y nos quedamos sin
respiración o incluso nos desmayamos (ohnmächtig werden).
Ohn-macht (desmayo) es la ausencia de Macht (poder), y de eso
precisamente se trata en el estadio 3. Pero no de poder en sentido
político, poder sobre los demás, sino poder sobre uno mismo. Es
aquí donde reside la voluntad personal, el sentimiento del yo, el
afán de autonomía. En la escena espiritual, el tercer chacra tiene

37
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

la negra, es el chico malo que ambiciona poder y al que se llama


por ello despectivamente “power chakra”. Mientras que hay una
multitud de cursos ordenados a abrir y fortalecer el chacra raíz, el
hara, el chacra del corazón y los que se encuentran por encima de
este, sobre el “power chakra” solo se trabaja para dejarlo atrás
tan rápidamente como sea posible. Al fin y al cabo esta es la sede
del ego, y el ego es lo que presuntamente obstaculiza la ilumina-
ción o, sencillamente, seguir creciendo. Esto no solo es injusto,
sino ridículo, toda vez que casi todos los así llamados buscadores
espirituales, en su efectivo estado de conciencia, se mueven preci-
samente sobre este tercer chacra. El afán de autoconocerse y auto-
realizarse –y en la mayoría de los casos también el de alcanzar la
iluminación– es un movimiento del tercer estadio. De lo que aquí
se trata es de desmarcarse del grupo, de decir “yo” y buscar un
camino propio. Es a la par el centro emocional en el que experi-
mentamos los sentimientos como algo personal. Dado que los sen-
timientos son potencialmente arrolladores, la conciencia del tercer
nivel está incesantemente ocupada en sentir (pues solo en el senti-
miento me experimento realmente como “yo”) y en controlar los
sentimientos. Y como todo ello es bastante desorientador y estre-
sante, muchos desean salir de ese caos de sentimientos, lo que no
resulta nada fácil. Pero de ello hablaremos más adelante.
4. El cuarto estadio, el corazón. A pesar de ser la meta natural
de los afanes de los otros tres, este estadio inspira mucho miedo,
lo cual se comprende si tenemos presente lo que el corazón exige
de nosotros: confianza y entrega, renuncia a uno mismo. Todo lo
contrario, pues, de lo que hemos aprendido esforzadamente en la
etapa 3, esto es, potenciación del yo, poder y control. El camino
del amor, sin embargo, pasa por la entrega y la renuncia al con-
trol. El amor del corazón no es un amor posesivo, sino incondicio-
nal. No se satisface en el tener, sino en el ser. De ahí que tampoco

38
CÓMO SE DESARROLLA LA CONCIENCIA

sea ardiente, sino hasta frío y calmo como un lago (See) de aguas
profundas. Está más ligado al alma (la palabra alemana See-le,
alma, viene de See) que al deseo. El chacra del corazón se sitúa en
medio de los otros seis, es la conexión entre arriba y abajo. Así
como en el hara hallamos nuestro centro corporal, encontramos
en el corazón nuestro centro espiritual. Pero ello nos exige dar un
paso desde el control a la confianza. Quien halla aquí su hogar,
vive en la confianza sentida de que su vida es atendida, aunque no
haya nadie en especial que cuide de él y no pertenezca a nadie. Las
palabras de Jesús acerca de los pájaros que ni siembran ni cose-
chan y que sin embargo se alegran por la vida remiten a este nivel.
Aparentemente, sus afirmaciones favorecen el punto de vista desde
el que el nivel 3 contempla a las personas que viven o quieren vivir
así, las cuales aparecen como locos o soñadores. Puede que haya
alguna que otra persona que lo resista, pero no puede ser la mayo-
ría. La mayoría puede, a lo sumo, encender un mechero y cantar
con John Lennon “You may say I’m a dreamer / but I am not the
only one / I hope someday you’ll join us / and the world will live
as one” –al día siguiente, empero, hay que ir a trabajar a la oficina.
Pero cuando uno entra en el nivel 4 o está secretamente en él, se
hace evidente que la presunta contradicción en las palabras de
Jesús es solo aparente. Uno vive como un pájaro y cultiva el cam-
po, solo que a diferencia de lo que ocurre en el nivel 3, sin estrés.
5. Si ascendemos desde el chacra del corazón llegamos a la
parte más estrecha de nuestro cuerpo, el cuello. Y con ello al pun-
to en el que todo lo que procede de nuestro cuerpo, corazón y alma
se transforma en sonidos, recibe expresión, voz: la garganta. Apa-
rece aquí una nueva forma, que es el fundamento de lo específica-
mente humano, la palabra y el lenguaje. El quinto chacra, el de la
garganta, es como el ojo de una aguja en el que lo que carece de
forma produce una densa vibración y se somete a ella. De ahí que

39
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

esté ligado a la creatividad, a crear y moldear, pero también a la


belleza, que solo se hace visible en la forma. La creación, empero,
entraña siempre también solidificación, fijación. El movimiento
que viene de abajo se comprime en la garganta para hacerse audi-
ble. Y el sonido informe adopta con la palabra tal espesor y filo
que en casos extremos puede provocar tanto la mayor de las ale-
grías y deleites como la muerte. Para avanzar desde el chacra del
corazón hasta aquí se requiere sin embargo una llamada, pues de
lo contrario nadie abandonaría el cuarto estadio, que se basta a sí
mismo. Por eso el quinto chacra es también el chacra de la voca-
ción y la visión. Y esto lo hace tan atractivo como peligroso. Quien
no avanza hasta él a partir de la solidaridad con el corazón y per-
maneciendo unido a él, se eleva fácilmente, precisamente porque
está llamado a ello, y pasa por encima de todo lo humano, y quien
no ha interiorizado el tercer estadio, gusta de alzar la mirada hacia
semejantes hombres.
6. La vocación y la visión señalan hacia algo más elevado,
incluso hacia lo más elevado, el nivel 6. Aquí hemos llegado casi a
la cima, porque comenzamos a ver. No a creer (como en el nivel
2), o a opinar (como en el nivel 3), o a percibir y mirar (como en
el 4) o a conformar sin saber verdaderamente (como en el 5), sino
a ver de verdad, clara e inequívocamente. Por eso llamamos al
nivel 6 chacra del “tercer ojo”. Se sitúa entre los ojos del cuerpo y
representa la visión espiritual, la visión inmediata de la realidad.
No la realidad de los ojos del cuerpo, sino la realidad indivisa que
hay tras ella, o por ella, dentro de ella, más allá del espacio y del
tiempo. Existe además –se dice– una división en esta fase, por lo
que esta no sería última cima: la separación entre el que ve y lo
que se ve, lo visto. Solo cuando esta separación ha sido superada,
es decir, cuando el vidente (el sentimiento de que “yo” veo algo)
ha desaparecido, se alcanza la unidad.

40
CÓMO SE DESARROLLA LA CONCIENCIA

7. Y así el séptimo estadio es tanto la cima como la disolución.


Corporalmente hablando, el chacra corona está en medio de la
cabeza, justo ahí donde está nuestro punto más blando y vulnerable
cuando somos lactantes, y que sube y baja con cada pulsación, la
fontanela. Esta sería pues la iluminación perfecta, la experiencia del
ser uno, que ya no es una experiencia, pues ya no hay nadie que
pueda experimentar algo. Por eso la transición hacia la totalidad es
también descrita por los que la han conseguido como una muerte,
como una completa disolución del yo. Estamos colectivamente muy
alejados de esta etapa. Como aquí solo quiero concentrarme en lo
que hoy por hoy es común, y como además quiero hablar de ello
basándome en mis propias experiencias, en lo que puedo ver y per-
cibir, solo menciono este plano por mor de la completitud.

El modelo: las siete etapas de conciencia en panorámica

El gráfico que aparece en la página siguiente muestra las siete


etapas de la conciencia. Al dibujar los círculos me he limitado a tra-
zar las cinco primeras por razones de espacio. He dibujado las eta-
pas con la intención consciente de que los estadios superiores con-
tengan y conserven a los anteriores. El punto en el que un estadio
pasa al siguiente es a la vez el punto medio del siguiente estadio. Se
añaden al lado las analogías con las etapas biológicas más impor-
tantes de la vida humana. La franja negra del centro marca la zona
en la que hoy en día se encuentra la conciencia en las sociedades
avanzadas. La describo detalladamente en el capítulo dedicado a
los estadios de la vida y la conciencia, a partir de la página 61.
En las páginas siguientes hallarán un cuadro panorámico de
las etapas de la conciencia y de los elementos que caracterizan
cada uno de los niveles, no solo en el plano individual, sino tam-
bién colectivo e institucional.

41
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Las siete etapas de la conciencia

7 conciencia total muerte

6 conciencia de la totalidad vejez

5 conciencia de tener una misión madurez

4 conciencia de unidad adulto joven

3 conciencia del yo juventud

2 conciencia de grupo infancia

1 conciencia de unidad niño en el seno materno

42
Etapa de la conciencia Experiencia del Sentimiento Modo de vida Móvil de la Meta Palabras clave
mundo del yo conducta Pasos de crecimiento
7 conciencia total nada ninguno ser todo nada es
transición renuncia a uno mismo
CÓMO

6 conciencia de la ser testigo no-yo el ser silencio sencillez Yo soy


totalidad Las cosas son como son
SE

transición renuncia al ego


El plano individual

5 conciencia de tener existencia eso servicio vocación creación Estoy al servicio


una misión Apruebo
Las cosas pueden ser como son
transición renuncia a la relación

43
4 conciencia de sentirse unido uno mismo compartir amor solidaridad Actúo
DESARROLLA

vinculación Confío
Puedes ser como eres
Puedo ser como soy
LA

transición renuncia al control

3 conciencia del yo aislamiento yo vivencia voluntad acción Produzco


control Quiero
poder Puedo
transición renuncia a la pertenencia
2 conciencia de grupo pertenencia nosotros vida obligación seguridad Tengo que
CONCIENCIA

costumbre estabilidad Pertenezco a


transición renuncia a la unidad
1 conciencia de unidad unidad ello supervivencia instinto reproducción
plano de conciencia interpretación modo de teoría del fase de la vida nivel relacional chacra
del mundo conocimiento conocimiento
7 muerte ser todo coronilla, corona
transición muerte
6 ser testigo ser testigo meditativa vejez estar solo frente, tercer ojo
LA

trascendencia
transición
VIDA

5 visión ver, saber contemplativa adulto 2 semejantes garganta


espiritualidad amigos
mística objetiva
NO

transición climaterio
4 la propia mirar fenomenológica adulto 1 matrimonio/ corazón
mística de la percibir pareja

44
TIENE

experiencia confiar hijos


subjetiva
transición separación de la
casa parental
3 ciencia duda subjetivista juventud iguales, amigos plexo solar
MARCHA

racionalismo pensamiento (constructivista)


ideología
transición pubertad
ATRÁS

2 teología fe objetivista niño padres ombligo, hara


mito chamánica hermanos
transición nacimiento
1 preracional feto antepasados perineo
certeza órganos sexuales
plano de conciencia terapias objetivo de la principio de la relación hombre- estado de estado de ánimo, negativo
terapia constelación mujer ánimo, positivo
7
transición
CÓMO

6 meditación impasibilidad impasibilidad


SE

transición
5 contemplación clarificación y serenidad serenidad
llamada
espiritual
transición
4 terapia espiritual apertura “movimientos cordialidad alegría tristeza

45
terapia integrada afectiva del alma” amor (no
DESARROLLA

terapia reconciliación actitud emocional)


humanista fenomenológica libertad mediante
aprobación
LA

transición movimiento
humanista
CONCIENCIA
3 terapias integración del constelación pareja de una vida, fuerza abatimiento, desfallecimiento,
humanistas yo sistémico- etapa de la vida desesperación, ira
autoexpresión constructivista ”autorrealización”
en/a través de la
relación
LA

amor “libre”
planificación
familiar
amor emocional
VIDA

terapia sistémica
terapia
conductista
NO

psicoanálisis

transición comienzo de la
psicoterapia

46
TIENE

2 adoctrinamiento integración en constelación matrimonio, satisfacción presunción, fanatismo, culpa,


ideológico/ el grupo familiar clásica familia, hijos, vergüenza
reeducación movimiento tradición
confesión ininterrumpido
pastoral de la toda la
exorcismo cadena de
MARCHA

antepasados
constelación del
iniciación nacimiento
chamanismo unión con el constelación
rituales de origen chamánica
ATRÁS

curación
transición
1 iniciación apareamiento inocencia miedo
plano constitución política sistema social modo de producción sistema jurídico
deconciencia
7
transición
CÓMO

6
SE

transición
El plano colectivo

5
transición
4 instituciones y redes redes informales sociedad de servicios derecho internacional
transnacionales sistema económico
transnacional

47
globalización
DESARROLLA

transición
existir experiencia alguna al respecto.)
LA

3 Estado de derecho individuo sociedad industrial derecho secular, nacional y


Estado nación familia burguesa economía política nacional universal (igualdad ante la
democracia asociaciones capitalismo ley)
transición
2 Estado corporativo familia, estirpe artesanía derecho particular o
sistema gremial religioso
monarquía sociedad agraria
estado teológico
CONCIENCIA

preestatal tribu, clan nomadismo tradición


tansición
(Los niveles 5, 6 y 7 han sido conscientemente omitidos por no

1 preestatal horda cazadores,recolectores


LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Presento pues aquí un modelo que describe la totalidad de la


vida como evolución ascendente de la conciencia, y que lejos está
de considerarnos en la cima. Nosotros, y con ello me refiero a las
sociedades más avanzadas, nos hallamos justo en el punto medio
de este proceso. Lo que desde el punto de vista de cada uno de los
estadios en los que uno se encuentra se percibe como proximidad
del fin, no es en realidad sino una crisis que anuncia la llegada de
una nueva etapa de la conciencia o de un nuevo estadio dentro de
un mismo nivel. Con ello se gana una perspectiva sobre las crisis,
que a menudo se perciben subjetivamente como callejones sin sali-
da. Son el dolor necesario que acompaña al desapego en el camino
que conduce a algo completamente nuevo. En esa medida apare-
cen en cada transición. Esto se aplica en igual medida al creci-
miento personal como al desarrollo social.
Para la psicología y la terapia es determinante si se dispone o
no de semejante perspectiva. Desde el punto de vista de su origen
(y también en su forma actual) la psicología está marcada por la
perspectiva de la potenciación del desarrollo del yo y la autono-
mía personal. En mi modelo esto se corresponde con el proceso
individual de conclusión del segundo estadio y con la plena reali-
zación del tercero. A comienzos del siglo XX este era, en efecto, el
problema psicológico por excelencia, y en parte sigue siéndolo
ahora. Pero solo en parte. Con el correr del tiempo nos enfrenta-
mos cada vez más al problema de que el así llamado individuo
autónomo ha perdido el sentido de o la perspectiva sobre la pro-
pia vida, y ello también se manifiesta en innumerables síntomas.
Son síntomas del estadio tercero, es decir, una patología que surge
en el estadio 3, y a partir de él. Es la conciencia del yo lo que gene-
ra este complejo de problemas. De ahí que las preguntas, síntomas
y patologías que surgen con él no puedan solucionarse sin una
perspectiva que trascienda el estadio 3.

48
CÓMO SE DESARROLLA LA CONCIENCIA

Como ocurre con todo modelo, el presente no puede confun-


dirse con el proceso, con la realidad misma. Está al servicio de la
descripción y la aclaración, y simplifica por ello procesos infinita-
mente complejos. Cabría así la posibilidad de tomar, en lugar de
siete, nueve, doce o X estadios, y cada uno de los siete estadios
podría subdividirse a su vez en siete o X estadios. El número 7, con
todo, no es arbitrario. Al margen de la iluminadora analogía con
el sistema de chacras y las correspondientes funciones corporales,
representa los estadios reales y las transiciones críticas que tam-
bién se muestran en el transcurso de la vida humana y en muchos
otros campos. Para que el modelo conserve su carácter panorámi-
co, prescindo de mayores subdivisiones. Esto comporta que en
algunos puntos las opiniones puedan dividirse respecto de si algo
pertenece a esta o aquella etapa o de si las diferencias son tan gran-
des que se hace necesario añadir un nivel. Lo cual vale sobre todo
para la segunda etapa, que llega al presente desde las culturas
mitológicas de la Antigüedad y las culturas tribales. Soy consciente
de que hay buenos argumentos para tratar a las culturas mitológi-
cas y a las monoteístas como dos etapas diferentes, al igual que en
la infancia del hombre particular cabe distinguir diversas fases
(lactante, niños de corta edad. etc.). Yo hablo aquí de diversos
estadios de la segunda etapa. Son sin duda importantes y entrañan
cambios enormes que también tocaré. Sin embargo, no es a mis
ojos lo más importante, pues, pese a estas enormes diferencias,
existen ciertos rasgos que afectan a la conciencia de toda la época y
en virtud de los cuales la trato como un nivel. Con todo, está claro
que, con arreglo a otros criterios, existen otras divisiones certeras.
Esto es verdadero respecto de cualquier modelo. Los modelos
reflejan siempre el punto de vista subyacente desde el que se con-
templa la realidad. Y como cualquier otro modelo, este debe faci-
litar la comprensión de las cosas y conformarse con servirnos de
orientación en la realidad sin retratarla enteramente.

49
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Jerarquía: escalera o círculo – o: ¿por qué es una etapa


más alta que la otra?

Hay otro aspecto que suscita de inmediato oposición, y es el


de la jerarquización. A nosotros, personas modernas, ilustradas y
orientadas hacia la igualdad de derechos, no nos gustan las jerar-
quías. El pensamiento jerárquico es un típico producto de la con-
ciencia determinada por el grupo: el dios todopoderoso, sus servi-
dores (los sacerdotes) y los creyentes; el rey o el príncipe con poder
absoluto, su corte, sus servidores y los súbditos; el padre, su servi-
dora, la mujer (o madre), y sus hijos como subordinados; el gene-
ral, sus oficiales y los soldados. Estas y otras innumerables figuras
del pensamiento, así como las relaciones reales que siguen este
esquema jerárquico, determinan el nivel 2. Por contra, la concien-
cia moderna, esto es, el nivel 3, insiste en la igualdad de partida de
todos y desconfía por ello de cualquier clase de jerarquía –quizás
sabiendo (y pese a ello reprimiendo) que sin ellas nada es posible.
La primera vez que presenté mi modelo en un curso de formación,
la principal crítica que recibí procedía de la incomodidad que cau-
saba esta estructura jerárquica, y se me exhortó a probar si era
posible presentarlo utilizando círculos o una espiral. Este senti-
miento es típicamente moderno, y procede del miedo a recaer en
el modo de pensamiento del nivel 2. Con frecuencia, este miedo
bloquea el avance del pensamiento y la apertura para caminar
hacia un lugar allende de la conciencia moderna. Está relacionado
con el hecho de que la conciencia tradicional no ha sido comple-
tamente superada, sino solo rechazada. Pero para superar la fase
2 tenemos que asumirla. Si nos representamos mediante imágenes
el proceso de la superación, vemos que consiste en tomar algo con
las manos, esto es, en recibir algo, y conservarlo. Que es exacta-
mente lo contrario de rechazarlo. Y sin embargo solo la supera-
ción hace posible avanzar al siguiente periodo, mientras que

50
CÓMO SE DESARROLLA LA CONCIENCIA

defenderse de lo que rechazamos nos encadena, y quedamos así


aprisionados y trabados para progresar (o para el progreso).
En relación al tema de la jerarquía, esto significa que tenemos
que tomar amorosamente entre las manos el pensamiento jerár-
quico del nivel 2 y recordarlo, esto es, conservarlo en nuestro inte-
rior, con gratitud, pese a que ahora estemos en situación de pene-
trar sus limitaciones y su lado destructivo. Podemos conseguir
algo semejante comprendiendo que sin el pensamiento jerárquico
y su traducción en la práctica nunca habríamos alcanzado el nivel
3. En estadios tempranos de evolución, los grupos con una orga-
nización y jerarquía claras son siempre superiores a los que care-
cen de ella. Ilustremos esto mediante el ejemplo de un equipo de
fútbol. Cuando los niños comienzan a jugar al fútbol todos corren
detrás del balón. El equipo que tiene un entrenador (o líder) que
pone orden y asigna a cada jugador una posición y una función
gana a los restantes, amén de que el juego en conjunto mejora.
Solo así se convierte un jugador particular en un verdadero futbo-
lista. Solo así se descubren paulatinamente y potencian las capaci-
dades de cada cual, así como las capacidades y posibilidades del
grupo. (Mucho) más tarde puede que sea bueno que los jugadores
particulares se desembaracen de una formación férrea e introduz-
can por su cuenta un orden provisional adaptándose a las particu-
lares circunstancias del juego. Pero para ello deben haber interio-
rizado antes el principio del orden en tanto que tal. En cambio,
cuando actúan así para rebelarse contra el entrenador o la estruc-
tura jerárquica, debilitan tanto la efectividad del equipo como la
suya propia –y con ello, la posibilidad de divertirse. Pueden darse,
claro está, situaciones en las que la rebelión se haga necesaria,
cuando por ejemplo la jerarquía imperante ya no se ajusta a la
situación y pese a ello los líderes se aferran a ella y la defienden
recurriendo quizás a la violencia. Pero una rebelión solo puede
tener éxito si no combate la jerarquía en tanto que tal, sino una
configuración anticuada de la misma.

51
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Igualmente, el pensamiento jerárquico ha contribuido al desa-


rrollo de la humanidad –aún cuando las jerarquías existentes tam-
bién se hayan convertido a menudo en un obstáculo y hayan debi-
do ser modificadas. Cuando no reconocemos esto, nuestra pasión
antijerárquica hace que quedemos enredados precisamente en el
pensamiento que combatimos. La consecuencia es que los patro-
nes de pensamiento jerárquico se imponen secretamente y se vuel-
ven así realmente destructivos. Esto es algo que cabe observar en
la actitud de la conciencia moderna en contraste con la tradicional.
La actitud antijerárquica de la conciencia moderna es solo par-
cial, nunca se dirige contra sí misma. Pues, pese a las proclamas de
igualdad, se siente completamente superior a la conciencia grupal.
El debate moderno en torno a los derechos humanos, por ejemplo,
se alimenta enteramente del sentimiento de superioridad de sus
protagonistas, del hecho de que consideran su conciencia más
desarrollada, éticamente superior o más elevada. El punto de vista
según el cual todos los seres humanos son fundamentalmente
iguales y deberían tener los mismos derechos, en comparación con
el pensamiento y las prácticas que atribuyen a las mujeres, por
ejemplo, un valor inferior, o les niegan los mismos derechos, es
visto como superior o más elevado. Es decir: frente a etapas de
desarrollo precedentes, la conciencia moderna no se siente en el
mismo nivel, sino en uno indiscutiblemente superior. El postulado
de la igualdad o equivalencia no vale pues para los niveles de con-
ciencia mismos, al menos no para la relación del propio estadio
con el anterior. Desde la perspectiva de la tercera conciencia, estos
fueron –o siguen siendo, pues imperan en regiones de la tierra
menos desarrolladas– claramente inferiores. La conflictividad
potencial que de esto se deriva para las diferencias culturales radi-
ca precisamente en que la tercera conciencia, la moderna, pese a
proclamar la igualdad (de valor) y la no jerarquía, se conduce con
respecto a las demás de un modo doblemente jerárquico: se consi-

52
CÓMO SE DESARROLLA LA CONCIENCIA

dera a sí misma no solo más amplia –que es lo que corresponde a


la realidad– sino mejor, moralmente superior. Y esto precisamente
es contra lo que luchan y de lo que se defienden las otras culturas,
porque lo perciben como una humillación.
El modelo que presento aquí es jerárquico solo en el sentido de
que el nivel superior abarca o comprende los anteriores y los
amplía, situándolos en una nueva dimensión. Abarca más, pero no
es mejor. El cuarto peldaño de una escalera no es mejor que el ter-
cero o el segundo, pero uno es sobre él más alto, el horizonte de su
mirada es más amplio y accede a cosas que antes no alcanzaba. Los
otros peldaños son necesarios para llegar hasta éste, pero también
debemos dejarlo atrás, pues de lo contrario no podemos seguir
subiendo. O tomemos otra imagen: un adolescente ha llegado más
lejos en su evolución que un niño. Entiende y es capaz de hacer
cosas que el niño ni entiende ni puede. Y por eso ve el mundo de un
modo diferente. No por ello la visión del niño es menos correcta o
buena, ni su conducta es menos inteligente o peor. La perspectiva y
la conducta del niño son sencillamente infantiles, y esto es lo indi-
cado para un niño. Sería incluso inadecuado que un niño se com-
portara como un adolescente o un adulto. En los casos en los que
ocurre esto, al niño le falta un fragmento de su infancia, lo que más
adelante se hará notar en forma de patologías. Desde luego que
también es impropio que un adulto comportarse como un niño.
Esto es: cada fase tiene su propia lógica, una lógica adecuada a ella,
y que no puede ser juzgada como mejor o peor desde otros niveles.
Esto no significa que todos los niveles sean iguales y que no
exista progreso ni jerarquía. Los niveles superiores son, en efecto,
superiores, porque comprenden más. Cuando tiene lugar un creci-
miento efectivo, todas las fases anteriores quedan superadas, com-
prendidas y trascendidas en él. Exactamente igual que en el trans-
curso de nuestra vida personal, desde la lactancia hasta la vida

53
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

adulta a través de la niñez y juventud, se cubren y superan etapas


de maduración, y cada nivel es más amplio y abarcante –y, en este
sentido, más elevado– que el anterior. Este ejemplo pone de mani-
fiesto algo más: uno puede comprender desde un estadio superior
los inferiores, pero desde el inferior no pueden comprenderse los
superiores. Un adulto sabe o puede saber lo que el niño siente y
piensa. Quizás a algunos les resulte difícil, pero es posible, de lo
contrario los adultos no podrían, por ejemplo, escribir buenos
libros para niños. Si pueden hacerlo es porque han experimentado
el mundo del niño y lo llevan consigo. Y tener esto por imposible
es una señal de que uno no ha superado ni lleva consigo su infan-
cia, de que solo se ha cerrado a ella, y por eso ya no resulta acce-
sible su modo de pensar y sentir. Un niño, sin embargo, no puede
sentir como un adulto, puede a lo sumo imitarlo o imaginarse que
forma parte del mundo de los adultos. Este mundo está por delan-
te de él, completamente fuera de su experiencia. Igualmente, nos
es imposible comprender desde el nivel 2, digamos, el 3 o el 4. Y
desde el nivel 3 no podemos comprender a un iniciado o ilumina-
do del nivel 6 o 7. Podemos atisbar, o notar, o percibir que es dife-
rente, que su conciencia funciona de un modo diferente a la nues-
tra, podemos imitarlo e imaginarnos muchas cosas, pero solo lo
comprenderemos cuando hayamos alcanzado ese nivel.
Nada tiene por eso de extraño que la conciencia moderna ten-
ga por imposible desarrollarse hacia algo superior, transformarse
a sí misma. Sin embargo, sería más correcto decir “no lo sé” que
“no existe”, pues no es posible saber esto último. Es algo que solo
se adivina viendo y conociendo a personas que han alcanzado un
nivel superior. Cuantas más personas de esta clase haya, cuanto
más cerca estemos de ellas, tanto mayor será la probabilidad de
que se crea posible lo más elevado, y de que nos abramos interior-
mente para crecer trasciendo nuestro propio nivel. Esto no obstan-
te, solo comprenderemos lo más elevado cuando lleguemos allí.

54
CÓMO SE DESARROLLA LA CONCIENCIA

La importancia de esto es eminentemente práctica. Un campe-


sino de Anatolia (nivel 2) que viene a Alemania, pueda ver que los
hombres alemanes tratan de otra manera a sus mujeres y que las
mujeres alemanas (nivel 3) se conducen de manera distinta –¡y tra-
tan de otra manera a sus maridos!–, pero no puede comprenderlo.
Y no puede comprenderlo, no porque sea tonto o no tenga forma-
ción, o porque sea musulmán, o un macho, sino porque vive en
otro nivel de la conciencia. No es accesible a su conciencia (ni a la
de su mujer), igual que no lo son las manzanas a las que se llega
desde el tercer escalón a quien está en el segundo. Un niño de seis
años vive en un mundo diferente al de quien tiene dieciséis y es
incapaz de comprender sus sufrimientos amorosos. A quien com-
prende esta relación se le revela que ha de convivir con esa dife-
rencia. Esto se hace tanto más urgente cuanto más se aproximan
unas culturas a otras en el tren de la globalización o la migración.
Y el que se halla en un nivel superior de conciencia debe aquí ir
por delante, pues puede y tiene que ver cosas que el otro no puede
ver ni comprender.
De ahí que uno pueda perfectamente esperar de, por ejemplo,
un político o una periodista alemana que sean capaces de apreciar
la consistencia interna de la conducta del campesino de Anatolia
y su mujer –lo cual no equivale a tener que aprobarla–, mientras
que uno no puede esperar lo mismo de la otra parte. Cuando un
político pone en la picota las estructuras autoritarias y la presunta
violencia, es decir, el maltrato físico de niños y mujeres, de las
familias turcas y árabes, y las hace corresponsables de la disposi-
ción a emplear la violencia de los jóvenes turcos y árabes1, olvida
que hasta los años 60 el castigo físico era de buen tono en la edu-
cación alemana, y no solo en el seno de las familias. Durante los

1. El portavoz del Ministerio de Interior del grupo parlamentario CDU/CSU,


Wolfgang Bosbach, en el programa de televisión “Anne Will”, 27/08/2008.

55
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

primeros años que fui al colegio castigar a los niños con una vara
aún formaba parte de la educación. Tenía diez años y estaba en
cuarto curso cuando el profesor golpeó con toda su fuerza mis
muslos desnudos, dejándome claras señales, con una gruesa vara
que guardaba con el resto del material didáctico. Como mis padres
no lo permitieron –lo que no quiere decir que no me pegaran– el
profesor fue trasladado, y con ello el castigo físico sistemático –no
así el guantazo o incluso el puñetazo del profesor cuando se enco-
lerizaba– quedó abolido en nuestra escuela.
La opinión de que el castigo físico no es un buen recurso didác-
tico se impuso en Alemania durante los años setenta. Coincidió
con el giro cultural de finales de los sesenta, que supuso el paso de
la conciencia colectiva de la mayoría del nivel 2 al 3. No por ello
somos mejores que nuestros padres. Solo abarcamos más con la
mirada y vemos que el castigo físico es más bien perjudicial para la
educación de los niños, mientras que antes pasaba por ser útil.
Antes o después los demás crecerán hasta alcanzar esta conciencia.
Requiere tiempo, y genera conflictos, pero no es posible forzar a
las personas para llegar a ella. Incluso la arrogancia “progresista”,
tal y como se expresa en la compasión hacia las “pobres mujeres”
de tales pueblos, es completamente inadecuada. Es perfectamente
equiparable a la arrogancia de un adolescente que se ríe de un niño
o lo compadece por sentir y actuar de manera distinta.2
De todo esto se colige que los niveles de la conciencia constitu-
yen en efecto planos jerárquicamente organizados, que se trata de

2. Confío en que se comprenda que con esto no estoy dando un repertorio de


recomendaciones prácticas para la integración de los extranjeros en Alema-
nia. Algo así exigiría considerar múltiples cuestiones. Por ejemplo, que la
elite de una sociedad puede exigir que sus leyes sean respetadas, tanto si se
comprenden como si no. Si bien mi modelo puede aclarar el trasfondo de
algunos problemas y tener por ello una orientación práctica, ésta no consiste
en extraer de él recetas simplonas.

56
CÓMO SE DESARROLLA LA CONCIENCIA

crecimiento, de pasar de lo sencillo a lo complejo, de lo estrecho a


lo amplio, de lo bajo a lo alto. No se trata de una conciencia
mejor, sino de un más de conciencia. Con cada nuevo paso, nues-
tra conciencia abarca más. Y al hacerlo relativiza su antigua con-
ciencia. A la luz de ese más, lo que antes parecía absolutamente
correcto se muestra ahora solo parcialmente correcto. Pero tene-
mos que reconocerlo interiormente y superarlo, de lo contrario el
más se convierte en un menos, y si desdeñamos los peldaños infe-
riores, puede ocurrir que la escalera entera se desplome ruidosa-
mente. Con todo, la idea del círculo no es enteramente falsa, pues
cuando al final de la escalera la conciencia llega a su plenitud y
regresa a sí misma, abandona la escalera y regresa al principio,
que entonces ya no se experimenta como un principio sino como
el ser, carente de principio y de fin.
Cuando mi trabajo en este libro se acercaba a su fin sentí el
impulso de representar con papel de escribir los distintos niveles
en el suelo, para colocarme sobre cada una de las posiciones y
comprobar cómo me sentía en la conciencia de cada uno de ellos.3
Al principio me imaginé que colocaría las hojas formando una
línea (como los peldaños de una escalera), pero al profundizar en
el nivel correspondiente y colocar las hojas sobre el suelo siguien-
do mis sentimientos, las dispuse, para mis sorpresa, en forma de
círculo en el sentido de las agujas del reloj. La distancia entre ellas
era la misma, y el séptimo nivel se separaba del sexto y del prime-
ro algo más que los otros entre sí.

3. Es el procedimiento que se sigue al realizar constelaciones en el asesoramien-


to particular. Se disponen hojas de papel para los miembros de una familia,
por ejemplo, y uno se coloca sobre ellas. Al hacerlo se experimenta clara-
mente lo que otro siente, qué conflictos existen y qué soluciones se pueden
aportar. Ver la segunda parte de este libro.

57
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

3 4

2 5

1 6

Al recorrer el círculo tuve que avanzar, comenzando por el pri-


mero, nivel por nivel. Era, pues, tanto una escalera como un cír-
culo. Luego indagué si para cada uno de los niveles me venía algu-
na frase a la cabeza. No se trata de reflexionar, sino simplemente
de pronunciar la primera frase que aparezca. Las frases eran:

58
CÓMO SE DESARROLLA LA CONCIENCIA

Nivel 1: Soy el suelo.


Nivel 2: Soy la columna.
Nivel 3: Soy lo que soy.
Nivel 4: Soy la conexión.
Nivel 5: Soy el saber.
Nivel 6: Soy el todo.
Nivel 7: Soy todo.

Pero en el nivel 7 sentí que era expulsado del círculo. No for-


ma parte de él, lo abarca todo y a la vez está en todo. Así que dis-
puse un círculo con seis niveles y me coloqué después en cada uno
de ellos para vivir su cualidad afectiva. No me importaba tanto la
dinámica como el tema fundamental de cada nivel. Lo que experi-
menté entonces aparece en lo que sigue a modo de introducción al
comienzo de cada nivel de la conciencia.

59
Las etapas de la vida y la conciencia
y su correspondencia con las etapas
de la vida humana

Etapa 1: La conciencia de unidad.


La maduración en el seno materno
Meditación sobre las etapas

Etapa 1

61
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Estoy de pie en mi despacho ocupando el lugar de la etapa 1,


y lo primero en lo que recae mi mirada es el suelo. Sigo interior-
mente el movimiento de la mirada y observo la alfombra de color
rojo oscuro; su aspecto es cálido y blando. Como tierra roja, barro
quizás. La tierra me absorbe, me llama hacia sí, podría arrastrar-
me por el suelo, fundirme con la tierra. Me veo como un relieve en
el suelo caliente, acogedor y confortable. Alzo lentamente la cabe-
za y miro hacia fuera, miro la nieve y los árboles deshojados. No
me interesa ninguna otra cosa, solo observo la naturaleza, sin sen-
tir tampoco nada en especial, más bien con indiferencia. Y con
lentitud. Todo sucede muy despacio, mi espíritu es lento y pesado.
Sobre todo la cabeza, que tengo algo inclinada, los largos brazos,
y las pantorrillas, como si tuvieran que cargar mucho peso. Y soy
pequeño. Cuando bajo de nuevo la vista al suelo, es como si la tie-
rra ahuecada me cubriera formando un montículo, como si me
hallara en una gruta.

Etapa de la vida 1: Crecer en el seno materno


La primera fase de la vida humana es el crecimiento del niño
en el seno materno. Hoy está suficientemente documentado el
hecho de que el niño percibe ya en el seno materno, y de que esas
percepciones pueden influir en el estado psíquico del adulto. Aún
cuando no se trate de una vida independiente, está claro que con
la concepción no solamente comienza nuestra vida corporal, sino
también la anímico-espiritual. En las constelaciones familiares
vemos cómo personas que han perdido a un hermano gemelo en el
útero, por ejemplo, arrastran una pesada carga sin por otro lado
tener conciencia de lo que ha ocurrido. Por ejemplo, están exage-
radamente gordos y comen por dos, o solo se divierten con activi-
dades que pueden realizar en compañía, o no sienten alegría algu-
na de vivir, o se sienten culpables. Entonces aparece en la constela-

62
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

ción un gemelo (a veces su existencia puede también probarse en


los tejidos) y los síntomas desaparecen. En constelaciones orienta-
das hacia la época del embarazo pueden quedar patentes las hue-
llas psíquicas dejadas por una enfermedad grave o accidente de la
madre, un intento de aborto, la muerte de un familiar o la separa-
ción de los padres durante este periodo. De ahí que no quepa duda
de que el crecimiento en el útero materno debe contar como una
importante etapa de la vida.

Madre e hijo antes del nacimiento del niño

Madre

Hijo

Lo que caracteriza a esta fase es la unión con la madre. En ello


radica lo que distingue a esta etapa de la vida de cualquier otra.
El nonato es parte integrante del organismo materno. Aunque el
niño sea capaz de percibir, la madre no es distinta de él, existe en
unidad con ella, y sin ella no puede existir. Esto es así durante
todo el tiempo que trascurre hasta el nacimiento, y por eso hablo
de esta fase de la vida como de una etapa, pese a albergar enormes
diferencias y grandes cambios. El proceso que va desde una célula
embrionaria al niño a punto de nacer constituye un proceso alta-
mente diferenciado y comporta profundos cambios. Si al princi-
pio no hay más que un diminuto punto en sí mismo indiferencia-

63
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

do, al final de este proceso aparece un ser humano perfectamente


capaz de vivir. En ninguna otra etapa experimenta el hombre un
crecimiento tan intenso y global, así como tantos y tan drásticos
cambios. Entre el comienzo y el final de esta fase median mundos.
Hay, empero, algo que se verifica en la totalidad de la etapa que
el niño atraviesa en el seno materno y la dota de la condición de
una etapa única, cerrada en sí misma y claramente diferenciable
de las demás: la unidad natural con el organismo materno y la
dependencia de él.
Aunque el niño esté en proceso, formándose, es desde el prin-
cipio una realidad completa, en el sentido de que no se le añade
nada desde el exterior. Aquello en lo que consiste el adulto está ya
dado, solo que aún no se ha desarrollado, y por ello no puede fun-
cionar de manera independiente. Para que sus órganos se formen,
crezcan y funcionen de manera independiente, la madre debe
abastecerlo. Esta tiene que desempañar las funciones que aún no
se han desarrollado en su hijo –y que, pese a ello, existen ya in
nuce– hasta que el niño esté listo para respirar, para ingerir y dige-
rir alimentos. Hasta entonces, la madre es el único mundo del
niño, y no podría percibirla como a una persona independiente,
como a algo diferenciable de sí mismo. Puede oír y sentir, pero no
distinguir entre él mismo y su madre. Para el nonato, su madre
aún no es su madre. Ella respira por su hijo, come y bebe por su
hijo: lo es todo para él, y ello en el más auténtico sentido de la
palabra. El niño crece y se desarrolla en unidad, madre e hijo
todavía no son dos. Por eso, al representarlo gráficamente, he
dibujado el círculo del niño con una línea discontinua, para
patentizar la no-independencia del niño. Esta circunstancia solo
se modifica con el nacimiento, solo entonces tiene el niño un sis-
tema circulatorio propio, está separado de la madre y puede
comenzar a percibirla desde fuera, al principio muy confusamen-
te, y verse por ello a sí mismo como algo propio.

64
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

Etapa de conciencia 1: La unidad


Podemos pensar la evolución de la conciencia humana por
analogía con la etapa del niño en el seno materno. En la primera
etapa de la humanidad no existe una conciencia individual. El
hombre vive fusionado con su entorno y con el grupo al que per-
tenece. Al igual que le ocurre al feto en relación a la madre, el
hombre no percibe el mundo y al grupo que lo rodean como algo
distinto, claramente diferente de sí mismo, y sin ellos estaría per-
dido, sería incapaz de vivir. No existe yo y grupo, en la conciencia
forman una unidad. Y tampoco hay un mundo, o al menos un
mundo entorno. De ahí que solo exista conciencia en la forma de
la conciencia, sin más. Sería incluso erróneo afirmar que el indivi-
duo se siente una parte del todo, porque esta proposición presu-
pone una distinción entre el todo y la parte que en este estadio, al
igual que le ocurre al feto, aún no se da. Es una conciencia marca-
da por la unidad, aún no sabe nada de la dualidad.
Esta descripción es tipológica, claro está, no histórica. De ahí
que no pueda anclarse en datos históricos, y como es natural, ape-
nas sabemos nada de esta etapa, al igual que carecemos de un
recuerdo consciente de nuestra vida intrauterina. Podemos sin
embargo suponer que fue una etapa muy larga y que, como ocurre
con el embrión y el feto, conoció numerosos pasos intermedios y
estadios de desarrollo. Todas las culturas cuentan o contaron con
descripciones mitológicas de esta fase, las cuales sobreviven en
forma de mitos hasta mucho después de que una cultura haya
transitado al siguiente nivel. El Tiempo del Sueño de los aboríge-
nes, la expulsión judeo-cristiana del Paraíso, los mitos genealógi-
cos griegos, germánicos, africanos o indios apuntan a una primera
etapa, y en ellos se describe tanto la unidad original como también
(la mayoría de las veces) el trauma de la pérdida de la unidad, la
separación del origen (nacimiento). No se trata, con toda proba-

65
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

bilidad, de un acontecimiento puntual, como pretende, por ejem-


plo, la historia del la expulsión del Paraíso. Lo que para nuestros
fines importa es que esta etapa existió, y que tiene mucha impor-
tancia en relación a abundantes aspectos de las etapas siguientes.
Pero podemos investigar someramente el significado que tiene
para la conciencia un mito como el de la expulsión del Paraíso.
Este glorifica la vida anterior al nacimiento, la no-independencia,
la fusión, la unidad preconsciente, y equipara el valor de la vida al
de un castigo. El despertar de la conciencia de la propia existencia
no se valora aquí como progreso, enriquecimiento o crecimiento,
sino como miseria y castigo; comer del Árbol de la Ciencia, el
hacerse consciente de uno mismo (“y se dieron cuenta de que eran
hombre y mujer”) es el pecado original. Desde esta perspectiva,
pues, el progreso y el desarrollo no constituyen, según su natura-
leza, pasos alegres y positivos en el mundo y en la vida que nos
adentran cada vez más en el milagro y la inmensidad de la existen-
cia, sino una necesidad (cuyo origen es la culpa) al servicio de un
único fin: el regreso al Paraíso.
Esta tendencia no solo caracteriza al mito del origen judeo-
cristiano, sino, mayoritariamente, también a los demás mitos. No
ofrecen una idea del futuro, solo del lugar del que se procede. Por
ello no puede haber más desarrollo que la vuelta al origen. La
fuerza del pensamiento retrospectivo, la añoranza por “los bue-
nos, los viejos tiempos” tiene un fundamento temprano. En el pri-
mer nivel de la conciencia, quizás también en el segundo, no cabe
otra posibilidad. Solo la llegada del futuro en torno al término del
segundo nivel (ver también las disquisiciones sobre el tiempo en
la discusión del nivel 4) permite que surja una conciencia capaz
no solamente de orientarse hacia el pasado, sino también por el
futuro.

66
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

Etapa 2: La conciencia de grupo


Meditación sobre las etapas

Etapa 2

Primero me incorporo, mejor: se incorpora mi cuerpo. Me


siento mucho más grande que en la posición 1, más firme, despe-
jado y estable. Estoy erguido, recto, con la cabeza alta, orgulloso.
Mi mirada se posa sobre la pared de enfrente. Hay en ella una tela
de la India. El fondo es rojo, pero está decorado con bordados
dorados y plateados, con lo que brilla en múltiples tonos dorados.
Parece un objeto sagrado, pero no puedo asociarlo con ninguna
religión concreta. Podría ser un manto ritual o la vidriera de una
iglesia. Mientras lo recorro con la mirada me siento elevado, como
si estuviera en una catedral. Me viene a la mente un recuerdo de
infancia largamente sepultado en mi memoria, el de los servicios
religiosos en días de fiesta. Un sentimiento intenso, edificante,
solemne, maravilloso. Un sentimiento de verdadera grandeza.

67
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Pero no soy yo el que es grande, Ello es grande. Con todo, puedo


participar de Su grandeza, en eso radica la solemnidad, lo que me
eleva. Un sentimiento realmente intenso, comprendo perfecta-
mente que uno lo tome por algo sagrado. Al cabo de un rato el
sentimiento cambia, me vuelvo más importante, me siento más
grande, es el sentimiento que corresponde a la ley, al rigor, la cla-
ridad: un juez.

Etapa de la vida 2: La infancia


Con el nacimiento, el ser humano entra en su propia vida; es
dependiente, pero se ha desprendido, hay vínculo, pero no fusión.
Lo que antes era el medio en el que uno se hallaba inserto es aho-
ra un otro, alguien que está ahí delante y existe separado de uno,
al igual que existe uno mismo separado de él.

Madre e hijo tras el nacimiento

Madre
Hijo

La madre sigue siendo mi mundo, pero he dejado de formar


parte de ella. El vínculo sustituye a la unidad. Somos dos, y pode-
mos relacionarnos el uno con el otro.

68
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

El niño comienza a descubrir a la madre con las manos, con la


boca, la nariz y los demás sentidos. Tardará aún bastante tiempo
en reconocer en la madre a una persona –aún más en reconocerse
a sí mismo como a una persona–, pero el niño ha de hacerse notar,
expresar necesidades y entablar contacto de múltiples maneras, y
al hacer todo esto se experimenta a sí mismo como una realidad
enteramente independiente. Ahora, sin embargo la madre, al con-
trario que antes del nacimiento, puede ser ampliamente sustituida
por otras personas. El niño lo experimenta como una separación
que en la mayoría de los casos comporta un duro trauma. El alma
infantil vive cada separación de la madre como riesgo de muerte.
Solo la incesante presencia de la madre le da la seguridad que
necesita para abrirse al mundo que se le ofrece. Cuanto más inse-
guro es el contacto con la madre, tanto más inseguro le parece el
mundo, y tanto más tenso y angustioso le parecerá el encuentro
con él –ahora y, a menudo, para el resto de su vida.
Mucho de lo que más adelante en la vida se expresa en forma
de patrones perjudiciales, trastornos conductuales, problemas o
enfermedades psíquicas tiene su origen aquí, y la relación con la
madre, en particular, y con separación y vínculo, en general, desem-
peña un importantísimo papel en la terapia. A menudo se privilegia
una y se desatiende o incluso niega la otra, lo cual obstaculiza la
curación. Muchas de las terapias humanistas que surgieron en los
años sesenta acentúan la separación, a veces a costa de la unión,
mientras que entre los que nos ocupamos con las constelaciones
familiares se sobredimensiona a menudo la vinculación. Conside-
rando detenidamente el asunto, vemos que la separación precede a
la vinculación. Antes de la separación hay unidad, la vinculación
supone dualidad. Pero los vínculos, o la interna necesidad de ellos,
surgen –tanto lógica como efectivamente– tras la separación. El
nacimiento es la primera experiencia de separación, y para sobrevi-
vir a lo que nos espera tras la separación hace falta la vinculación.

69
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

La vinculación ocupa pues el lugar de la unidad, en cierta


manera la sustituye, y con ello, paradójicamente, se pone al servi-
cio del alejamiento o, más exactamente, de la separación, pues la
hace soportable. Por ello se haya la primera subordinada a la
segunda –y es, por tanto, secundaria con respecto ella: la separa-
ción es más importante. Uno puede existir sin vínculos, pero no
antes de haber sido separado físicamente de la madre. Por otra
parte, el proceso de separación del niño –y del hombre en general–
solo puede consumarse mediante la vinculación. Es el vínculo lo
que proporciona al niño el sentimiento de seguridad y protección
que necesita para adentrarse en su propia vida (en el mundo). El
vínculo favorece así el trazado de un camino propio en la vida o,
dicho de otra manera: la libertad. Lo cual revela como inadecuada
a la realidad la idea de que los lazos y la libertad se oponen, la idea
de que uno araña la libertad a las relaciones por ser éstas enemigas
de la libertad o incluso por hacerla imposible. Ocurre todo lo con-
trario: sin relaciones, la libertad real es prácticamente imposible,
porque resulta demasiado peligrosa y amenazadora. Sola la segu-
ridad que proporciona una relación lograda nos capacita para
explorar lúdicamente la libertad (el mundo) y para que el desapego
se consume gradualmente. Cuando los vínculos son inseguros, la
digestión psicológica de la separación física es mala e insuficiente.
La infancia está pues marcada por dos elementos que, por un
lado, se hayan en tensión, y por el otro se hacen mutuamente posi-
bles: la progresiva independización y separación del niño en rela-
ción a la madre y la construcción y cuidado del vínculo que la
acompaña. Solo pueden vincularse dos realidades que están sepa-
radas. Pero el niño, el lactante sobre todo, claro está, no puede
sobrevivir sin el otro, de ahí que para él los lazos sean necesarios
no solo psicológica, sino también materialmente. Le proporcionan
la seguridad que necesita para vivir. Con el tiempo entra en juego
la familia, comenzando con el padre, que complementa a la madre.

70
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

La familia proporciona un sentimiento de seguridad que aminora


el de dependencia y desamparo. Cuando además es el amor el que
proporciona estas cosas, el sentimiento de dependencia puede
incluso ser enteramente superado. En el plano material, la madre
y la familia pueden ser sustituidos por otros, pero no ocurre lo
mismo en el afectivo y psicológico. Es típico y característico de la
infancia, en definitiva, integrarse en la familia y depender de ella.
El sentimiento de pertenencia y afecto es una condición esencial
del desarrollo sano, pues proporciona al niño la seguridad interior
y exterior que necesita hasta poder valerse por sí mismo.

Etapa de la conciencia 2: La conciencia grupal


(la conciencia del nosotros)
El nivel 2 de la conciencia se corresponde con la infancia.
Como esta, abarca un largo camino de desarrollo que entraña
múltiples diferencias, pero que constituye en sí misma un todo,
una unidad que se distingue con toda claridad de las demás eta-
pas. En el caso del niño se trata de la inmensa distancia que existe
entre el lactante, que aún no puede ver ni enderezarse, no digamos
ya correr o hablar, y que a penas distingue entre sí mismo y el
entorno, y el chico o chica de catorce años que acaba de entrar en
la pubertad y comienza a sentirse hombre o mujer y a apartarse de
la familia. Ahora bien: pese a la existencia de tan enormes diferen-
cias, tanto el bebé de dos semanas como el chico de catorce años
son igualmente considerados niños. Cuando un adulto mantiene
relaciones sexuales con un chico de doce años incurre en el mismo
delito en que incurriría si abusara sexualmente de un niño de dos
años, por mucho que el de doce haya entrado ya en la pubertad.
Tienen en común que en ambos casos se trata de niños, de perso-
nas que aún no se hallan en el terreno de su propia vida, que nece-
sitan la protección de la familia o de un grupo que haga las fun-

71
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

ciones de tal y cuide de ellos. Lo mismo vale para la conciencia del


nivel 2: depende enteramente del grupo, busca seguridad en la
pertenencia y la vinculación a un grupo. En el caso de la concien-
cia, el arco de las diferencias va desde el miembro de una cultura
tribal que aún no se percibe a sí mismo como una persona inde-
pendiente, sino como parte de un grupo, y muere si se lo separa de
él, hasta la conciencia tradicional que aún hoy en día impera en
muchas partes del mundo –y no solo en culturas atrasadas de
regiones remotas, ni solo en el fundamentalismo religioso, sino
también en amplios campos del día a día de las sociedades moder-
nas. Me gustaría ilustrarlo con dos breves historias.
A mediados de los años ochenta vivía en un edificio de tres
plantas en una zona residencial para empleados públicos a las
afueras de Wuppertal con maravillosas vistas al valle de Elberfeld.
Yo trabajaba en la universidad; salvo por las horas lectivas, podía
organizar libremente las horas de asistencia y tenía mucho tiempo
para ir con mi hijo pequeño a una de las pistas de juego de la zona.
Una de ellas, pequeña, estaba situada justo debajo de mi balcón.
Pasaba mucho tiempo sentado en un banco mientras los niños
jugaban en la arena. Vivíamos en el segundo piso, y debajo de
nosotros había una pareja de nuestra edad. El marido era secreta-
rio de juzgado y llegaba a casa todos los días a las cuatro de la tar-
de. En verano siempre se repetía el mismo ritual: él salía en chán-
dal y camiseta al balcón y se sentaba en su butaca con las piernas
en alto. Su mujer le llevaba el periódico, una botella de cerveza y
un vaso, le servía la bebida y se volvía a meter en casa. Tras obser-
varlo en varias ocasiones le dije un día a mi mujer: “A veces me
gustaría ser como Malinowski y tener una mujer que me llevara
una cerveza mientras yo me repantigo en el sofá, y que después se
marchara a hacer la comida”. No recuerdo exactamente cómo
reaccionó mi mujer, probablemente me dijo algo así como: “Vas tú
bueno”. Las mujeres de mi círculo eran por aquel entonces bastan-

72
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

te susceptibles y no tenían mucho sentido del humor. Desde luego,


no lo había dicho en serio, pero, por otro lado, tampoco comple-
tamente en broma. Tanto el señor como la señora Malinowski
parecían completamente satisfechos con esta división del trabajo y
este modo de relacionarse el uno con el otro. Nunca los oí discutir.
Nosotros en cambio discutíamos no pocas veces y a menudo con
mucho ardor, pese a que yo cocinaba al menos tanto como mi
mujer y compartíamos a partes iguales el cuidado de los niños. Por
eso me parecía que en la división tradicional de papeles imperaba
una cierta armonía que nosotros habíamos perdido. Y en ocasio-
nes la parte de mi yo necesitada de armonía se sentía bastante
atraída por ella. Pero solo en ocasiones, y solo “teóricamente”, en
el pensamiento. Pues al margen de que supiera que mi mujer jamás
participaría en algo así, tenía totalmente claro que yo mismo tam-
poco sería capaz de jugar a ese juego. Mi conciencia ya no me lo
permitiría, ya no habría podido quererlo en serio. Habríamos
podido acordar otra división del trabajo –y de hecho lo hicimos
más adelante–, pero el mundo en el que vivía Malinowski ya no
era el nuestro y tampoco el mío. Vivíamos en la misma casa, en
pisos de idéntica hechura, a la par que en mundos completamente
diferentes. ¿Qué definía a esos mundos? ¿Qué nos distinguía?
Nuestra conciencia. Nuestras formas de relacionarnos, nuestros
valores, en resumen: la tradición en la se movían el señor y la seño-
ra Malinowski ya no era la nuestra. La habíamos abandonado, y
no podíamos volver atrás, incluso aunque lo hubiéramos querido.
Diez años después. Estoy sentado junto a la ventana de nuestra
casa en Eifel. Es la casa de mis padres, nos hemos mudado a ella
unos años atrás. Observo a mi vecino, Mattes. Mattes ha dejado de
trabajar oficialmente a los 60 años. Era albañil, y no quería matar-
se a trabajar por un salario. Pero sigue trabajando, todo el día.
Hace trabajos de albañilería aquí y allá, pero sobre todo trabaja en
su gran jardín. Disfruto observándolo, sobre todo cuando maneja

73
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

la guadaña. Los bancales de su jardín están rodeados por praderas


con árboles frutales que él sigue segando a mano. Es todo un arte,
yo lo he intentado un par de veces sin apenas arrancar una brizna
de hierba. En cambio me dolían los riñones pasados dos minutos.
Mattes siega con tanta calma y regularidad que basta observarlo
para entrar en meditación. Mi mujer, por cierto, está tan impresio-
nada por ello como yo; a menudo especulamos sobre si no podrá
Mattes meditar mucho mejor que nosotros, que necesitamos para
ello sentarnos con los ojos cerrados. Ya se trate de segar, cavar,
plantar retoños en la tierra o arrancar malas hierbas, todo ocurre
en profunda paz y armonía consigo mismo y su obrar. También
Mattes, más aún que Malinowski, vive en un mundo diferente al
mío, y parece sentirse satisfecho. “¿Irse de vacaciones? ¿Para qué?
¿Y qué hago yo fuera de aquí?”, me dijo en una de nuestras escasas
conversaciones. No, lo comprende aún menos que el hecho de que
a veces discuta con mis hijos o de que les pregunte por sus motivos
para haber hecho algo que no apruebo: “¡Un par de guantazos y se
acabó!”. Y su mujer, claro está, también tiene que hacer lo que él
dice, eso no es algo que esté en discusión. Aun así, Mattes no es en
absoluto un déspota, ni siquiera un patriarca, sino un hombre tran-
quilo, amable, y con un fino sentido del humor. Ese es su mundo,
sencillamente, y cuando me pregunta por algún aspecto relativo al
mío, me escucha sonriendo y se guarda sus pensamientos.
No puedo dejar de recordar aquí a Max Weber, el más impor-
tante sociólogo alemán. En su célebre conferencia “La política
como vocación”, impartida en 1919 ante muchos estudiantes y
jóvenes académicos contra tendencias espirituales de inspiración
romántica, alude a una historia de Tolstoi. El campesino ruso de
Tolstoi, escribe Weber, muere cuando al término de una vida pre-
sidida por duros y penosos trabajos mira hacia atrás “satisfecho y
saciado de vida”. En opinión de Weber, esta sencilla felicidad en
perfecta armonía con el pasado y con condiciones de vida experi-

74
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

mentadas como dadas tiene su origen en la tradición, sobre todo


en la religión, y hoy (es decir, en torno a 1920) ya se habría perdi-
do. Al hombre moderno, de mente ilustrada, no le queda más
remedio que decidir por sí mismo “qué demonio va a guiar su
vida”. Hay que “soportar virilmente” este destino de nuestro
tiempo, en lugar de ir a la búsqueda de falsos profetas. Y lo que
debe ser soportado es sobre todo no hallar en las circunstancias
dadas sentidos heredados que proporcionen al individuo una
dirección y algo así como satisfacción íntima. Ante cualquier deci-
sión vemos que podría haberse tomado otra, la vida se torna ente-
ramente subjetiva, a discreción de cada cual. Puedo vivir así o de
otra manera, ya nadie sabe qué es lo correcto. Para Max Weber (y
la sociología que le ha sucedido hasta nuestros días) ese es el pre-
cio de la modernidad.
Han transcurrido casi cien años desde la conferencia de Weber
y a la modernidad le ha sucedido la “postmodernidad” –palabra
que viene a decir que vivimos en una “etapa posterior” a la prime-
ra que no sabemos definir mejor, y en la que repentina e inespera-
damente vuelven a cobrar fuerza las más diversas formas de vida
religiosa. Esto no contradice lo afirmado por Max Weber: hoy en
día uno se pasea por las estanterías del supermercado religioso,
elige su “demonio” y se pasa por la caja a pagar. Sobre si se ha
elegido al correcto, sin embargo, nos mantenemos en la incerti-
dumbre. Al menos este es el aspecto que ofrecen las cosas a una
mirada superficial. Dejo para más adelante la consideración de si,
en efecto, tenemos esta elección o de si no es siempre el resultado
de una determinada interpretación del mundo. Lo que en primer
lugar y ante todo me interesa es la pregunta de si la modernidad o
postmodernidad es realmente el punto final de un proceso evolu-
tivo en el que el hombre se desprende de contextos de sentido que
lo sobrepasan, quedándose entonces solo y debiendo decidir cómo
(y si) puede dar un sentido a su vida, o si no será más bien una

75
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

etapa que debemos recorrer para ser conducidos a una totalidad


completamente diferente. No obstante, coincido enteramente con
Max Weber en que no es posible volver al pasado. Tanto Mali-
nowski como Mattes son inalcanzables para mí. El anhelo de sen-
cillez, solidaridad y totalidad debe orientarse hacia el futuro, y al
recorrer el camino que nos conduce a ellas no nos es posible eludir
el sentimiento de soledad y aislamiento del yo, de hallarnos ente-
ramente solos en el mundo. El que no solo “resista virilmente”,
sino que también esté dispuesto, en palabras de un contemporá-
neo de Weber, Hermann Hesse, a “atravesar alegre espacio tras
espacio” para “darse a nuevos y distintos desafíos”, pronto expe-
rimentará los espacios de la conciencia que se hallan más allá de
la soledad existencial del yo-personalidad, y accederá a ellos el
tiempo suficiente para saber de su existencia y gustar su sabor. La
experiencia de que el yo no es el final del camino nos ayuda a
superar el apego al estadio 2.

La vida no nos pertenece


Pero me he adelantado. La “resistencia viril” de Weber es váli-
da para el nivel 3, del que no se tomó enteramente conciencia has-
ta después de la Primer Guerra Mundial, el campesino de Tolstoi
representa en cambio una conciencia madura de la etapa 2, y el
pequeño burgués urbano y tradicionalista estilo Malinowski está
ya con un pie en el tercer estadio, aunque con el otro aún no haya
abandonado el segundo. Para comprender el significado psicoló-
gico de la segunda etapa, debemos intentar abarcarla con la mira-
da. Solo así cabe apreciar cuáles son sus logros e importancia para
la evolución de la conciencia, porqué a muchos les resulta tan difí-
cil desvincularse psicológico-afectivamente de ella y por qué
muchos incluso recurren a la violencia para defenderse del progre-
so en general y de la modernidad en particular. Para ello tenemos

76
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

que remontarnos muy atrás, pues, como la infancia, el nivel 2


abarca un amplísimo arco evolutivo y un largo periodo de tiempo.
Al comienzo de este camino de siglos y siglos, la conciencia,
como el niño, se encuentra completamente ligada al origen, casi
fusionada con él. Solo muy paulatinamente se vislumbra la sepa-
ración en la conciencia. La unidad con el origen pervive en forma
de mito, y en el plano real se traslada al grupo. Es él el que ahora
procura protección y seguridad, si bien solo puede hacerlo resta-
bleciendo el vínculo con el origen, esto es, con el mundo de los
dioses y otras figuras que presiden el mito, a través de sacrificios
y muchos otros rituales. El sacrificio, incluso el sacrificio humano,
es cualquier cosa antes que una crueldad –solo desde un nivel de
conciencia posterior se lo toma por tal. En el seno de la conciencia
arcaica de la temprana etapa 2, el sacrificio es un medio de esta-
blecer contacto con el mundo de los dioses, con el origen, con la
madre. Sin ese vínculo el hombre estaría perdido. Incluso en la
etapa tardía de la segunda conciencia, es decir, hasta nuestros días,
el sacrificio humano es una práctica bastante corriente, solo que la
forma que adopta no permite descubrir directamente la relación.
Los atentados suicidas musulmanes representan el ejemplo más
actual; y para movernos en nuestro círculo cultural, hallamos otro
ejemplo en los mártires cristianos venerados como santos y a los
que la Iglesia sigue rindiendo culto, y un tercero en los “héroes”
que dan la vida por la patria o cualquier otra idea. Aunque estas
víctimas ya no son elegidas por un sacerdote u otra autoridad que
les imponga el sacrificio (salvo cuando se los destina en grupo a
emprender una lucha santa), la cultura a la que pertenecen venera
el sacrificio y hasta lo desea ardientemente.
El sacrificio, el culto en general, ponen en contacto al hombre
con los dioses. Esta puerta abierta a los dioses mantiene al grupo
en contacto con su origen, en cuyo seno se siente a salvo. En el

77
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

culto sacrificial, la tribu vuelve a ponerse enteramente en manos


de los dioses, que pasan por ser también antepasados. La víctima
simboliza que la vida, en última instancia, no pertenece al hom-
bre, sino a los dioses. Nos ha sido prestada o, mejor dicho, otor-
gada. Esto es algo, por cierto, que hoy en día sigue siendo verda-
dero, solo que lo hemos olvidado, y este olvido es una gran e irre-
parable pérdida. Todas las religiones subrayan que nuestra vida
pertenece a Dios. Este es el sentido profundo de la historia, terri-
ble, por lo demás, en la que Dios ordena a Abraham que le ofrez-
ca en sacrificio a su hijo Isaac. Desde la así llamada perspectiva
ilustrada, lo que aquí se exige es obediencia incondicional, pero
esta lectura es superficial. Esta historia solo tiene sentido si parti-
mos de que nuestra propia vida, así como la de nuestros hijos, no
nos pertenece, y ello es así no porque les pertenezca a ellos, sino
porque, como nuestra propia vida, le pertenece a Dios. Es solo
porque Abraham sabe esto por lo que consiente en sacrificar a su
hijo amado, y no por una mal entendida obediencia ciega.
No es sin embargo necesario ser religioso en sentido tradicio-
nal y creer en Dios para darse cuenta de que la vida no nos perte-
nece. Nos basta con mirar hacia la muerte. En la muerte, la vida
retorna a su origen, sea este cual sea y se halle donde se halle. A la
vista de la muerte, se hace perfectamente claro que no poseemos
nada, absolutamente nada, y que nunca lo poseímos, tampoco
nuestra vida. Solo ha sido un préstamo. En nuestros días, el maes-
tro indio Osho ha formulado esta verdad de un modo tan poético
como críptico: antes de su muerte en 1990, dispuso que en el már-
mol de su urna se escribiera:

Osho
Never Born, Never Died: Only Visited this Planet Earth
between Dec 11 1931 – Jan 19 1990

78
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

Uno de los grandes problemas que atraviesan la tercera etapa


es que la pérdida de los dioses o del dios único va acompañada
por la del conocimiento de que no nos pertenecemos. Que los dio-
ses de la Antigüedad y el Dios del cristianismo hayan muerto para
el hombre moderno no implica, ni muchísimo menos, que ahora
la vida le pertenezca. Nuestra vida podría pertenecernos solo en el
caso de que nos perteneciera la vida, esto es, si fuéramos los seño-
res de la vida y la muerte. Pero nada más lejos de la realidad. No
obstante, obramos y vivimos como si así fuera –vivimos, pues, en
un gravísimo error. Profundizaré en esta idea al ocuparme del
nivel 3. En los comienzos de la humanidad, la conciencia de que la
vida no nos pertenece estaba completamente presente. La Biblia
–como otros textos sagrados– representa preponderantemente un
estadio tardío en el que esta verdad ha de ser formulada expresa-
mente por medio de dramáticos relatos como el del sacrificio del
propio hijo que acabamos de mencionar. Se trata de una adverten-
cia: “no olvidemos que pertenecemos a Dios”, y revela que la con-
ciencia ya se ha separado considerablemente del origen, y que, al
igual que el niño que se aproxima a la edad preescolar, se entiende
a sí misma como algo independiente. En los comienzos de nuestra
evolución, el individuo particular no desempeña un papel sustan-
tivo. Solo existe como miembro del grupo, al igual que el dedo
existe como parte de la mano. Sin la mano, el dedo muere, sin el
grupo, el individuo no es nada, igual que el grupo, que tampoco
puede existir sin vínculo con el origen (los dioses, el mito).

Pertenencia, o: El grupo y el individuo


Como ya se ha dicho, este es el comienzo de un largo viaje, la
fase de lactancia, por decirlo así, de la segunda etapa. En los esta-
dios posteriores, a lo largo de grandes periodos de tiempo, surge
progresivamente (y desde luego no linealmente, sino con avances

79
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

y retrocesos) una conciencia –inicialmente muy rudimentaria– del


uno mismo. Con todo, hasta el término de la segunda etapa, esta
estará siempre referida al grupo, se percibirá y presentará a sí mis-
ma como “parte de”, como “perteneciente a”. En los primeros
estadios, el hombre carece enteramente de conciencia del yo. Se
distingue, ciertamente, la propia persona de los demás, pero de la
misma manera a como se distingue entre las diversas partes de
uno y el mismo cuerpo, sin percibir en ellas yoes. Como le ocurre
al niño, esto cambia paulatinamente, y con el tiempo se desarrolla
una clara conciencia de la yoidad. Esta, pese a todo, permanece –
en el discurso intelectual, hasta bien entrada la Ilustración, y en la
realidad, en el mundo de la vida, hasta la Segunda Guerra Mun-
dial– siempre referida al grupo. Aquí tampoco es posible ofrecer
una fecha concreta, pues el desarrollo de la conciencia se verifica
por medio de impulsos de avance y retroceso, y no del mismo
modo en todas las regiones de la Tierra. En Europa, la Ilustración
(primer gran empujón), las dos grandes guerras y el período de
entreguerras (en el que hubo tanto impulsos de progreso como de
retroceso) y los años sesenta constituyen momentos decisivos para
el tránsito de la etapa 2 a la 3.
La segunda conciencia se define a través de un grupo al que se
pertenece inseparablemente. Tiene que ser siempre uno y el mismo
grupo. Puede tratarse de la familia –hoy en día fundamental–, de
la tribu –antaño mucho más importante que la familia–, de un
pueblo, una nación, una religión o un subgrupo religioso. La
segunda conciencia es una conciencia de grupo. No puede existir
sin pertenecer a. Si deja de ser parte del grupo, solo puede desapa-
recer. Volver de nuevo la vista hacia el niño puede aclarar esto.
Los niños no pueden vivir sin el grupo. Si desaparece su familia,
necesitan que otros ocupen su lugar, siquiera alguien de su misma
edad, como ocurre con los niños de la calle en los países del Tercer
Mundo. Aquí el grupo se convierte en un importante instrumento

80
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

de supervivencia, y las reglas imperantes son muy duras. Quizás


algunos niños sobrevivan solos a partir de una determinada edad,
pero se trata de casos excepcionales. Y desde el punto de vista
afectivo y social quedan atrofiados.
Lo mismo vale, en general, para la conciencia del segundo
nivel. Es una conciencia-nosotros. Para algunos pueblos indíge-
nas, ser expulsado de la tribu es peor que la muerte, y en la anti-
gua Grecia el destierro pasaba por ser un castigo terrible. El espí-
ritu de cuerpo que impera en grupos institucionales como el ejér-
cito o la policía se basa, hasta el día de hoy, en ella, así como la
conciencia grupal llamada “solidaridad” en todos los grupos sur-
gidos de los movimientos obreros, y la cultura del fan de los clubs
deportivos. Podemos hallar innumerables ejemplos de que hoy en
día la conciencia-nosotros se impone sobre la autonomía personal
y la conciencia del yo en múltiples áreas de la vida. La diferencia
entre la etapa 2 y la 3 no radica en que en la etapa 3 ya no exista
una conciencia del nosotros, sino en la obligatoriedad que impone
ese nosotros, en la indiscutible primacía del grupo sobre el yo o,
para expresarlo de otra manera, en el lugar en el que uno se siente
en casa: en el nosotros o en el yo. La conciencia del nivel 2 se sien-
te en casa fundamentalmente en el nosotros, de él se derivan sus
prioridades y acciones. Existe también una sentimiento del yo –
tanto más intenso cuanto más desarrollado sea el estadio de la eta-
pa 2–, pero siempre está integrado en un nosotros, en un grupo y
sus valores. Lo que el yo piensa, siente y el modo en que actúa está
determinado por el grupo o, al menos, fuertemente influido por él.
La acción se apoya en la tradición (así también vivieron/pensaron/
creyeron/actuaron mis antepasados; esto se hace así, siempre ha
sido así), en el deber, la honra y la moral (estoy obligado a, es mi
deber/responsabilidad, no puedo negarme, es lo suyo) y en la con-
ciencia, estrechamente ligada a ella. La conciencia, por cierto, no
es una instancia individual, sino la conexión interna con el grupo,

81
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

preponderantemente con la familia de la que se procede. En la


buena o mala conciencia alzan su voz los valores que funcionan en
nuestras correspondientes familias. Si hacemos algo que entra en
conflicto con ellos, aparece la mala conciencia. Una vez más, esto
es algo que se hace patente observando a los niños: cuando son
“desobedientes” o hacen algo que sus padres no aprobarían se
sienten interiormente culpables y tienen mala conciencia. Y cuan-
do uno se emancipa de la niñez se suma a lo anterior el conoci-
miento de que no todo lo que los padres hacen y dicen es correcto.
Con él aparece primero la conciencia de la posibilidad de y des-
pués la pulsión interior a atenerse al propio juicio, en caso necesa-
rio contra los padres. A menudo se asocia al vislumbre de que uno
tiene que seguir un camino propio, nuevo, distinto en la vida. Sur-
ge de aquí un conflicto con la propia conciencia, que solo se solu-
ciona cuando uno aprueba a sus padres y su infancia con gratitud.
Me detendré en el tema más adelante.
Lo mucho que se depende en esta etapa del nosotros se eviden-
cia también en el modo en que se percibe a los demás, a saber,
como miembros de un determinado grupo. Solo después se los per-
cibe como individuos. La conciencia de grupo no percibe entera-
mente a los demás como seres humanos, no al menos del mismo
valor. El extraño es per se algo subhumano. El blanco, por ejem-
plo, percibe en el negro, de entrada, a un negro, solo después (en el
mejor de los casos) también a un ser humano. Esta es la razón por
la que puede utilizárselo como esclavo, y con buena conciencia,
por añadidura. Aunque desde la perspectiva actual nos cueste
mucho comprenderlo, lo cierto es que los dueños y traficantes de
esclavos se tenían a sí mismos por buenos cristianos y pasaban por
ser personas honorables, por lo que tenían buena conciencia. Y
esto no solamente se aplica a los cristianos. La esclavitud era mone-
da corriente entre los antiguos, personas por lo demás tan cultiva-

82
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

das. Y, claro está, no solo entre ellos: en todas partes se ha esclavi-


zado a los enemigos y se ha tomado posesión de las mujeres extran-
jeras con buena conciencia y sin que a nadie se le pasara por la
cabeza que aquello podría no estar del todo bien. Solo cuando veo
en al otro un ser humano, cuando lo que aparece en primer plano
es su humanidad y no su pertenencia a un grupo1 resulta imposible
hacerlo. Toda la ideología y adoctrinamiento de los nazis estaba
orientada a que se viera en el otro, en primera instancia, el grupo
al que pertenecía: los judíos, los bolcheviques, los gitanos, y a que
se perdiera de vista su humanidad. Más allá de la propaganda, los
judíos fueron sistemáticamente tratados de modo que muchos, al
llegar a los campos de concentración, ya no parecían personas. Si
entonces se comportaban de un modo “inhumano” y no parecían
tener en mente más que su supervivencia, resultaba más fácil
enviarlos con buena conciencia a la cámara de gas. Solo cuando se
consigue hacer casi desaparecer al individuo en el grupo quedan
anulados los escrúpulos ante el asesinato. En los estadios tempra-
nos del nivel 2 no se requiere para ello una ideología o propaganda
explícita, porque las personas ven por sí mismas en los demás en
primera instancia al grupo, tanto más claramente cuanto mayor
sea la diferencia entre ellos y el propio grupo. Es lo que ha venido
ocurriendo hasta nuestros días con los negros y los indios. En la

1. La pertenencia a un grupo, de la que la pertenencia a una raza es un caso par-


ticular, no desaparece, claro está, cuando me percibo a mí mismo y percibo a
los demás en primera instancia como hombres. Esto es lo que querría hacer-
nos creer el lenguaje políticamente correcto, pero las cosas no funcionan así,
como ilustra bellamente esta historia: un hombre conduce un autobús lleno
de niños blancos y negros. Antes de emprender el viaje pronuncia un pequeño
discurso: “Vamos a aclarar un punto: en mi autobús todos somos iguales,
no hay blancos ni negros. Para mí todos somos verdes”. Al poco de partir,
los niños se enzarzan en una pelea y pasado un rato, ya cansado, agarra el
micrófono y ruge: “A ver, los verdes oscuro, que se pongan delante, y que los
verdes clarito atrás”.

83
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

América del siglo XIX, que ya se había convertido a la democracia


y los derechos humanos, nadie ponía en cuestión que uno pudiera
matar a los indios y esclavizar a los negros. Derechos humanos, sí,
pero solo para los “auténticos” seres humanos, y quien es tan evi-
dentemente diferente a nosotros, no puede contarse entre ellos.

Conciencia de grupo y egoísmo


Que el ser humano de la segunda etapa de la conciencia sienta
y actúe desde el nosotros no significa que no hallemos en él egoís-
mo alguno. Todo lo contrario: como el yo no se ha desarrollado
plenamente y no alcanza a ver el tú (el yo en los demás), el egoís-
mo es aquí incluso mayor, más grosero, llegando a la brutalidad.
Se oculta bajo la forma de una irresponsabilidad infantil. En los
niños se ve con toda claridad: sus propios deseos están por encima
de cualquier otra cosa, son egoístas y no tienen en cuenta a los
otros niños. Ni siquiera se les pasa por la cabeza, porque no los
ven como otros yoes con los mismos deseos y dolores que ellos
mismos. El mundo infantil gira en torno al niño, y los demás están
ahí para ocuparse de que le vaya bien.
Los niños son completamente egoístas, aunque su ego aún no
se ha formado y su yo esté integrado en el nosotros de la familia.
Pero justamente porque este yo aún no se representa a sí mismo
puede agrandarse sin cortapisas. Solo cuando dos yoes que se
representan a sí mismos se ponen frente a frente y se miran a la
cara puede uno ver y reconocer en el otro un tú. Una canción que
se canta en América el día la Independencia lo expresa bellamente:

This is my song, O God of all the nations,


a song of peace for lands afar and mine;
this is my home, the country where my heart is;
here are my hopes, my dreams, my holy shrine:

84
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

but other hearts in other lands are beating


with hopes and dreams as true and high as mine.
My country’s skies are bluer than the ocean,
and sunlight beams on cloverleaf and pine;
but other lands have sunlight too, and clover,
and skies are everywhere as blue as mine:
O hear my song, thou God of all the nations,
a song of peace for their land and for mine.

Esta es mi canción, oh Dios de todas las naciones.


Una canción de paz, para las tierras lejanas y la mía.
Esta es mi casa, el país donde está mi corazón;
esta es mi esperanza, mi sueño, mi lugar sagrado.
Pero otros corazones, en otras tierras, laten
con esperanzas y sueños como los míos.
El cielo de mi país es más azul que el océano,
Y los rayos del sol bañan a los tréboles y los pinos.
Pero otras tierras tienen también sol y tréboles,
y el cielo en todas partes es tan azul como el mío.
Oh, escucha mi canción, Dios de todas las naciones,
una canción de paz para su tierra y la mía.

Esta sencilla canción expresa una visión de las cosas que, des-
de luego, se halla dolorosamente lejos de la realidad. Una amiga
americana me dio el texto en el año 2007, porque se sentía afligi-
da y avergonzada por la América de Bush y quería mostrarme que
también hay otra América. Pero esta otra América aún no está
enraizada en la conciencia colectiva, América en su conjunto aún
no se siente en casa en esta conciencia, pese a que algunos ya esta-
ban en ella doscientos años atrás. Por aquel entonces, sin embar-
go, y como decíamos antes, grandes grupos de población fueron
eliminados: con toda certeza nadie pensaba en los primeros habi-

85
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

tantes de América ni en los negros al escuchar esta canción, pues


de lo contrario se habría puesto de inmediato fin a la esclavitud y
al genocidio de los indios. Requiere mucho tiempo, muchas expe-
riencias dolorosas y mucho sufrimiento que un país entero alcance
la mayoría de edad.
Pero antes de eso nos encontramos primero con el yo inmadu-
ro de la segunda etapa tardía. Es inmaduro porque aún no se ha
convertido completamente en un yo. Sigue siendo parte de algo
que, al menos parcialmente, le descarga de responsabilidad. No
por la pertenencia en sí –siempre seré el hijo de mis padres y, en
consecuencia, parte de mi familia, o alemán, o blanco– sino por-
que con ella se cede o no se asume enteramente la responsabilidad
por el pensamiento, los sentimientos y las obras propias. Los
padres asumen la responsabilidad de lo que hace el niño, y le
ponen límites desde fuera: puedes hacer esto, esto otro no. En el
caso del adulto de la etapa 2, esta función la asume el grupo del
que el adulto se siente parte y sin el que no es capaz de vivir: la
religión, la nación, una determinada tradición y sus normas y acti-
tudes, las que uno ha interiorizado y observa sin cuestionárselas,
y en el plano personal la familia, y los valores y posturas que
transmite. El grupo le dice a uno lo que está bien y mal, o lo que
está permitido (o es obligado) hacer, y en su seno el yo se siente
protegido, seguro e inocente, aunque se convierta en un criminal
y destruya a otros yoes.
Que la mayoría de los criminales nazis, sobre todo los peores,
insistieran en su inocencia, se vive desde fuera como obstinación
ideológica, como incorregibilidad. Pero se corresponde con su
punto de vista subjetivo que se sabe en armonía con los valores de
su grupo y con arreglo a los cuales su conducta es correcta. La
“obstinación” consiste en que la persona no es capaz de distan-
ciarse de su sentimiento de pertenencia, de convertirse en un indi-

86
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

viduo independiente. Se podría decir que se niega a ver la realidad


desde un ángulo que diste del punto de vista del grupo al que per-
tenece, pues sabe instintivamente que el mundo en el que ha creí-
do, el mundo que también ha contribuido a conformar y levantar,
se derrumbaría. Y esto no es algo que solo se verifique en los
nazis, sino en todo aquel cuya conciencia se halle en la etapa 2.
Para el yo parcial de la segunda etapa significaría la muerte, pues
el nosotros (el grupo), del que se siente parte, se desintegra desde
un punto de vista más amplio.
No pretendo decir con esto que los adultos no se alegren y
dejen llevar como un niño, o que no puedan formar parte de un
grupo. Ese sería un mundo espantoso. Lo infantil puede formar
parte de nosotros, desde luego, al igual que la inquieta y aventure-
ra juventud; y claro que puede y debe dársenos la oportunidad de
entregarnos a los más dispares planos del ser y disfrutarlos –uno
se acurruca como un niño junto a una persona amada, a veces
hablamos en tono infantil, y no censuramos en nosotros las emo-
ciones infantiles; uno se identifica placenteramente, para sufrir o
triunfar, con su equipo de fútbol y se indigna con el árbitro, y de
vez en cuando nos abandonamos a una sensualidad completamen-
te primitiva, pese a que ahí ya no nos sintamos en casa y no todo
gire en torno a ello. Hablando en general: los impulsos, deseos y
patrones de conducta de los diversos estadios de las etapas 1 y 2
siguen estando ahí, y no hay nada malo en ellos. La cuestión es si
nos determinan, si determinan nuestro pensamiento, sentimientos
y obras, si se erigen en el punto de vista desde el que contempla-
mos la vida, el contexto en el que experimento a las personas, a
mí mismo y a los demás, o si por el contrario los tomamos por
aspectos naturales de nuestra existencia, permitiéndonos de vez en
cuando sumergirnos en ellos y dejándolos ser, de otra manera,
parte de nuestra vida diaria.

87
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Guerra y conflicto
Los conflictos son inevitables, una parte elemental de la vida;
la guerra, en cambio, no. La guerra pertenece al nivel 2. Es un
modo infantil (y también adecuado al niño) de resolver los con-
flictos. Cuando un niño quiere el juguete con el que otro juega, se
lo quita, sin más. Si el otro lo defiende, se entabla una pelea y gana
el más fuerte. Este patrón queda ligeramente modificado por la
influencia de profesores, padres y otros adultos, pero solo mien-
tras se hallan al alcance de los adultos. Tan pronto como se que-
dan solos, impera de nuevo el derecho del más fuerte. Lo mismo
ocurre con la conciencia del nivel 2: aquí vale la ley del más fuerte,
y en caso necesario, se impondrá por medio de la violencia. La
resolución de conflictos por medio de la guerra es más o menos
normal. Se basa en el pensamiento grupal que acabo de describir.
Es un modo de pensamiento que perdura en nuestros días. Dos
amigos míos imparten cursos de constelaciones en Afganistán por
encargo de la fundación Friedrich-Ebert, para trabajar con la gen-
te de allí la posibilidad de una vía de resolución de conflictos dis-
tinta de la guerra. Entre las muchas experiencias impactantes que
recabaron está la de representar en constelación a los distintos
bandos. Al principio los participantes se mostraron sorprendidos,
después pensativos, como si en la constelación vieran que el ban-
do opuesto también sufría en la guerra, que también tenía vícti-
mas y lloraba a sus muertos. Era algo nuevo para ellos, nunca
antes se les había pasado por la cabeza.2
Puede parecernos casi increíble, pero el entusiasmo con el que
los soldados del emperador en 1914 y la mayoría de las tropas ale-
manas en 1939 fueron a la guerra no tenía esencialmente otro fun-

2. Sobre el proyecto, veáse: Marco de Carvalho, Jörgen Kluessmann, Sistemis-


che Konflikttransformation – Ein ganzheitlicher Ansatz in der Konfliktbear-
beitung, que se publicará próximamente (2009) en la colección de la funda-
ción Friedrich Ebert.

88
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

damento consciente que este. Si aquellos belicosos jóvenes hubie-


ran visto en los otros, en los bandos contra los que entraban en
guerra, a personas como ellos mismos habrían sido incapaces de
entusiasmarse. Los otros eran “los franceses”, “los rusos”, “los
bolcheviques”, pero también los “boches” y los “krauts”3. Negar-
le la humanidad al otro es la condición previa y fundamental para
guerrear contra él. Y es lo que ocurre mientras impera la concien-
cia grupal.
Las personas que urden y comandan las guerras no son, claro
está, menos infantiles, puede que, a lo sumo, sean como chicos en
la pubertad. Quien sabía algo de mímica y lenguaje corporal podía
reconocer fácilmente en George Bush al púber tras su fachada de
hombre de estado. Con todo, Bush tuvo que recurrir a muchos
sucios trucos para conseguir del pueblo el apoyo a la guerra que
necesitaba. Y fueron minoría los que le siguieron con entusiasmo.
Por regla general, entrar en guerra se hace considerablemente más
difícil cuando la conciencia ha alcanzado el nivel 3. Bush, por
ejemplo, tuvo que apoyarse preponderantemente en el tradiciona-
lismo rural y el conservadurismo cristiano, esto es, en grupos y
personas que aún piensan y sienten claramente desde la etapa 2.
Un país que se halla completamente en la tercera fase de la con-
ciencia y ha integrado sanamente la segunda no puede lograr nada
mediante la guerra. Y aún más vale esto para la etapa 4. Aquí se
intentará poner cuantos medios sean necesarios para resolver los
conflictos de otra manera, y en el nivel 4 se encontrarán.
Con esto no quiero decir que los hombres se tornen mejores,
se tornan, sencillamente, más maduros. Significa que desde una
conciencia más amplia, más madura, se ven más claramente los
“costes” de la guerra, que uno se da cuenta de que las guerras no

3. Apodo que utilizaban los soldados franceses e ingleses para referirse a los
alemanes. [N. de T.]

89
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

sirven para nada. En torno a 1900 la idea de que las guerras son
absurdas no se le pasaba a casi nadie por la cabeza. Quizás a algu-
nos intelectuales, pero no al hombre del pueblo. Pero ahora la
gente corriente piensa así, cada vez más. Esto se debe, ciertamente,
al desarrollo armamentístico, pero no solo. No dispongo de cifras
exactas, pero contemplando los institutos de mi entorno me da la
impresión de que en Alemania, entre los jóvenes que se preparan
para la selectividad, son más los que prestan el servicio civil sus-
titutorio que el militar. Con esto no quiero decir que la abolición
del ejército sea una buena idea. Seguiremos necesitándolo por
mucho tiempo, y podemos alegrarnos de que haya personas que
encuentren en él su lugar en el mundo. Pero está claro que la con-
ciencia cambia, y que hoy en día hay que resolver los conflictos de
modo distinto a como se hacía antes. Y para una conciencia que
realmente ha alcanzado la edad adulta, es posible hallar otras
soluciones.

Resumen: El significado del vínculo y la necesidad de


desvincularse
Desde el punto de vista de la conciencia moderna resulta fácil
criticar las limitaciones de la conciencia grupal de la etapa 2, y algu-
nas cosas nos parecen sencillamente horribles. Es lo que experimen-
tamos todos los días en lo tocante a derechos humanos, trabajo
infantil, amputación del clítoris y cosas similares. Pero esta postura
no solo es demasiado fácil, sino que es injusta con la importancia de
la segunda etapa y bloquea, por añadidura, el proceso de desarrollo.
Lo que hoy nos parece limitaciones y crueldades propias de la socie-
dad tradicional, cumplía una importante función, y en esa medida
ha contribuido a la formación de la conciencia actual.
La condena de lo antiguo desde el punto de vista actual es
tan inadecuada como su idealización. En términos generales, la

90
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

vinculación al grupo cumple la función de hacer soportable la


pérdida de la unidad original, de asegurar la supervivencia y dar
un sentido a la existencia individual. Tiene relevancia tanto en
sentido psíquico como material, y cada uno de estos planos
repercute sobre el otro. Desde un punto de vista material, el
individuo solo puede crecer y vivir en una cierta seguridad al
abrigo del grupo. El grupo le proporciona seguridad tanto inte-
rior como exterior. Resulta evidente en los primeros estadios de
la fase 2, pero sigue siendo válido hoy en día, es decir, allende la
fase 2. La diferencia radica en que el rendimiento del grupo ya
no abastece directamente a la comunidad inmediata (la familia,
el clan, el pueblo, la tribu) sino a través de contratos (seguros),
del estado (ejército, policía, educación, sanidad) o el mercado.
De ahí que a menudo se tenga la impresión de no necesitar al
grupo para nada, de que uno puede conseguirlo todo solo. Basta
con que nos rompamos una pierna, o nos hagamos viejos, para
darse cuenta de que no es así.
En los comienzos es el mito el que sostiene el vínculo psíquico
con el todo, con el origen. Está en paralelo con el vínculo con la
madre de la primera infancia. También él es ambas cosas: una
necesidad vital y una profunda necesidad psicológica del niño.
Esto último se verifica en el hecho de que la rotura duradera de
este vínculo da pie a graves problemas psicológicos. Quizás no se
expresen necesariamente como perturbación mental, sino como
dificultades para la intimidad o la confianza, como una constante
tensión interior, en síntomas corporales (psicosomáticos), etc. De
modo similar, en la segunda etapa, sobre todo en los estadios tem-
pranos, la conexión con el origen es una necesidad psíquica. Los
rituales de los antiguos no son mera idolatría o charlatanería
supersticiosa, lo que en ellos está en juego es el vínculo con la

91
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

“madre”.4 Con el paso del tiempo, este se vuelve cada vez más
abstracto y racional. En lugar de la relación directa con el todo
que el rito mantiene viva aparecen instituciones, reglas, dogmas,
valores, reflexiones y sistemas filosóficos y teológicos que han de
asegurar que el individuo se mantiene ligado y que no pierda la
conexión con el todo que lo sostiene y que por ello se considera
importante. Hoy en día muchas de estas cosas nos parecen repre-
sivas, un innecesario lastre, así como crueles e inhumanas por su
efecto sobre los destinos individuales. Pero en estas valoraciones
se pasa por alto el enorme valor para la vida de este sistema. Sin
él jamás habríamos llegado hasta aquí, a donde hoy nos encontra-
mos, sino que habríamos sucumbido como niños abandonados.
Los grandes textos religiosos como la Biblia y el Corán, las
doctrinas de Aristóteles, San Agustín, Tomás de Aquino en Euro-
pa, de Confucio en el este de Asia, de Shankara en la India, han
constituido durante más de dos mil quinientos años la base de que
el grupo ocupara el primer lugar y de que el individuo se subordi-
nara a él. Mucho de ello sigue siendo hoy en día válido. Entre ellos
sobresalieron iluminados como Buda, Laotsé o Jesús, que poco o
nada tenían que ver con estas tradiciones, y enseñaron que y cómo
cada uno podía reconocer su divinidad y su identidad con el todo.
Por un lado se adelantaron varios miles de años a su tiempo, por
otro su vida y doctrinas no se hallan libres de la conciencia-con-

4. Quisiera insistir en que la comparación con la primera infancia no comporta


menosprecio o minusvaloración alguna del punto de vista mitológico. Cada
etapa de la conciencia y, dentro de ella, cada estadio, es en sí mismo correcto
y adecuado. Pero con cada nuevo estadio o etapa aparece algo que antes
no existía. De ahí que lo nuevo sea más amplio. Un lactante se alimenta del
pecho materno, y esto no solo es bueno, sino lo mejor para él. Para un niño
de seis años ya no es lo mejor, ni siquiera bueno, pues obstaculizaría su de-
sarrollo psicológico y corporal. Hablar de niveles y estadios de desarrollo no
comporta aquí una valoración.

92
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

texto de su tiempo. Lo que de ellas iba más allá fue comprendido


solo por unos pocos, pero la principal corriente, la conciencia de
la época, convirtió sus doctrinas en sistemas religiosos adaptados
a la conciencia grupal imperante. Las semillas que plantaron nece-
sitaron siglos para alcanzar como plantas la luz del sol. Pero la
conciencia es como una semilla que se abre bajo la tierra y comien-
za a crecer sin ser vista, o como el niño que crece al abrigo de su
familia: sigue el impulso interior de agrandarse y de dejar atrás lo
que durante mucho tiempo lo ha alimentado. Esta es la dinámica
de la vida. Lo que en la vida del niño anuncia la salida del grupo
es la pubertad, en la vida de la conciencia social, la Ilustración y la
era de la ciencia.
La siguiente tabla resume en un cuadro sinóptico los principa-
les elementos de las etapas 1 y 2 y su correspondencia con las fases
de la vida.

Etapas de la vida humana y niveles 1 y 2 de la conciencia

etapa de la conciencia etapa 1 etapa 2


experiencia del mundo unidad pertenencia (ser parte de…)
modo de vida reproducción seguridad, estabilidad,
permanencia, orientación al grupo
objetivo de la vida sobrevivir vivir
sentimiento del yo ello nosotros
móvil de la conducta instinto tradición, conciencia
interpretación del desconocida (se olvida) mito – religión
mundo
modo de conocimiento certeza preracional mitológico, parcialmente racional,
limitado por la fe
teoría del conocimiento desconocida (se olvida) objetivista (“verdad objetiva”)
palabras clave desconocidas (se pertenezco a, sigo a, tengo que
olvidan)

93
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Etapa 3: La conciencia del yo.


La juventud
Meditación sobre las etapas

Etapa 3

En la posición que corresponde al estadio 3 me espera una


buena sorpresa. Lo primero que veo es la lámpara colgada de la
pared de enfrente y su moderno haz de luz halógena. Cuando mi
mirada se detiene en ella, me invade un sentimiento casi reveren-
cial. ¿No es algo maravilloso, esa luz? Y, en efecto, por un momen-
to me conmuevo. Experimento un sentimiento de reverencia muy
distinto al del nivel 2, no es el mundo de lo sacro, sino el mundo
de las cosas, y sin embargo… ¡también es algo grandioso! Mi
mirada abandona la lámpara, la dejo vagar hasta que algo recla-
ma mi atención: el equipo estereofónico. Ahora soy la conciencia
de la etapa 3, y pienso: estas son mis obras, mis creaciones. Me
siento orgulloso, satisfecho. Sigo mirando a mi alrededor, observo

94
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

unas fotografías, un teléfono inalámbrico, un tocadiscos, un radia-


dor, del que sobre todo me fascina el piloto del termostato. Enton-
ces vuelvo el torso y a mis espaldas descubro mi ordenador portá-
til, el mayor milagro. No puedo apartar la mirada de él, he queda-
do cautivado. Sí, he hecho mejor el mundo, le he aportado algo.
Todas estas cosas, todo lo que hace la vida más fácil, cómoda,
menos penosa, son obra mía, mi aportación. Mi mirada sigue
vagando, explora. Ahora noto que mis piernas entran en movi-
miento, como si quisieran ir hacia delante. Hay en ello algo inquie-
to, ansioso, aventurero, como si tuviera que seguir buscando,
seguir encontrando, quizás incluso continuar mi camino. No pue-
do detenerme. No, sí puedo, puedo detenerme en las cosas que he
creado, las contemplo y me veo a mí mismo en ellas. “Narcisis-
mo”, piensa el terapeuta en mí. Me aparto del pensamiento y me
vuelvo de nuevo hacia la percepción. Son dos sensaciones distintas
las que tengo: me siento atraído por las cosas que he creado, y
cuando me separo o aparto de ellas, me asalta la inquietud.

Etapa de la vida 3: La juventud


Quiero vivir como me venga en gana.
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¿Recuerda cómo se sentía a los catorce años? ¿O –si es una


mujer– a los once, los doce o los trece? ¿De cómo cambiaba su voz
y la estructura de sus miembros? ¿De que ya no podía coordinar ni
controlar bien la potencia de su voz o sus movimientos? ¿De cómo
los sueños y pensamientos se enlazaban con sensaciones corpora-
les que nunca antes había experimentado? ¿Recuerda que el mun-
do se transformaba? ¿Cómo se apartaba de sus padres –quizás
abierta, quizás secretamente, consciente o inconscientemente?
¿Que deseaba disponer de un espacio propio cuando hasta hacía
poco prefería la compañía de padres y hermanos?

95
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

La mayoría no recordará muy bien todo esto. Pero desde fue-


ra, sobre todo observando a los propios hijos, se aprecia clara-
mente cómo su mundo se descoyunta y cómo ellos se quedan des-
colocados. A veces, al hilo de algún problema actual, oigo en las
terapias historias traídas desde la pubertad. Me hablan de mucha-
chas asustadas por el repentino flujo menstrual y enfadadas con
su madre por haberlas dejado solas con eso; de otras que lo espe-
raban tan ansiosamente como algunos chicos su primera eyacula-
ción; de padres que de repente no permiten a sus hijas que se sien-
ten en su regazo o que incluso dejaban de abrazarlas (y a estas
mismas hijas afirmando que sus padres ya no las querían, y que
después persiguieron durante toda la vida el amor de los hombres
–maduros, sobre todo); de padres y padrastros que comenzaban
entonces a abrazarlas mucho más intensamente; de muchachos a
los que martirizaba el “aguijón de la carne” y sufrían ante su inca-
pacidad para resistirse al diablo, y de otros que hacían alarde de
su nueva virilidad, de la que en absoluto se sentían culpables, se
creían mayores y pensaban que todas las criaturas femeninas
tenían que servirlos. Y muchas otras historias, historias que ocu-
pan algún lugar en el amplio espectro que va desde los delirios de
grandeza y la exagerada sobrevaloración de uno mismo, por un
lado, hasta los complejos de culpa o de inferioridad y la más extre-
ma confusión, por el otro.
Con la pubertad todo cambia. Con la primera menstruación o
eyaculación sabemos que ha comenzado algo nuevo sin compren-
der, empero, ni un ápice qué pueda ser. Algunos pretenderán haber
oído o leído mucho al respecto, sobre todo en nuestros días, en la
era de Internet y la información ilimitada. Pero información no es
saber, la información sola no es nada. Todo lo que uno sabe enton-
ces es que comienza algo nuevo y que algo que nos era habitual ha
tocado a su fin.

96
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

La pubertad marca el tránsito a la juventud, pero ella misma


aún no es la juventud. No es ni lo uno ni lo otro, ya no somos
niños, pero tampoco auténticos jóvenes. Al principio uno sigue
teniendo aspecto de niño, y la mayoría de las veces la gente ni
siquiera lo sabe, uno está solo con ella. Y visto desde fuera uno
continúa en el seno de la familia, depende enteramente de ella, sin
derechos propios, sin autonomía material y, si lo pensamos bien,
sin la madurez necesaria ni el deseo real de alejarse demasiado
de los cuidados de la familia. Esto, a grandes rasgos, vale para la
juventud en general, pues la juventud es transición, solo que más
prolongada. La pubertad es el despunte de esta transición, o el
tránsito hacia la transición.
Parece que en los tiempos antiguos no existía juventud como
etapa independiente de la vida –lo cual podemos ver hoy en día
en algunas sociedades tribales. Era prácticamente idéntica a la
pubertad. Tras su entrada en la pubertad, los niños eran someti-
dos a rituales de iniciación, y después acogidos en el círculo de
las mujeres o de los hombres. Aunque ahí eran principiantes y
ocupaban el último lugar de la jerarquía, se los tenía por hom-
bres y mujeres en sentido pleno.
Esto ha cambiado. En las sociedades modernas a veces tenemos
la impresión de que todo gira en torno a la juventud, de que la
juventud es la fase central de la vida, sin más, que hay que prolongar
tanto como se pueda. Esto sin duda está relacionado con el hecho de
que la modernidad está en la misma etapa de la conciencia que la
juventud, de modo que se manifiesta y celebra a sí misma en el culto
a la juventud. En cualquier caso, en las sociedades modernas la
juventud se ha establecido como una etapa de la vida independiente.
Lo que no modifica el hecho de que se trate de una etapa de transi-
ción, un periodo caracterizado al principio por un “nunca más” y
después por un “todavía no”. El adolescente ya no es un niño, pero

97
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

todavía no es un adulto. Está a la búsqueda, a la búsqueda de lo que


él es, de lo que debe ser, de aquello en lo que debe convertirse, a la
búsqueda de sí mismo. Esto es lo característico de la juventud.
Ahora ya no soy un niño –esto es lo que uno sabe instintiva-
mente a través de los signos externos de entrada en la pubertad. A
la par, uno sigue formando parte de la familia, es dependiente
como un niño (sobre todo hoy, cuando los jóvenes van a la escuela
hasta los dieciocho o más), no tiene obligaciones ni deberes pro-
pios –salvo los derechos de protección del niño–, etc. Solo paulati-
namente van desapareciendo de la vida “exterior” los atributos de
la condición de niño. Y aún entonces, lejos está uno de haberse
convertido en un adulto. Lo único claro es que uno no es un niño,
pero eso no significa que ya seamos adultos. Me preguntan muchas
veces en mis cursos si no falta en nuestros días rituales de inicia-
ción. La pregunta ignora tanto el carácter de la iniciación como el
de las sociedades modernas. En las sociedades tradicionales, la ini-
ciación no solo sirve para posibilitar el ingreso del joven o la joven
en el mundo de los adultos, sino también para comprometerlos
con los valores y reglas de la sociedad correspondiente. En ellas el
respeto a la libertad individual no está contemplado. Las iniciacio-
nes se adaptan a sociedades (relativamente) cerradas y determina-
das por la tradición. Graban a fuego dicha tradición en el alma (a
veces también en el cuerpo) de los jóvenes, y manifiestan que estos
pertenecen a la tribu –o, más tarde, con la “iniciación” militar, a la
nación o a otros grupos. En una sociedad abierta no puede haber
iniciaciones, de haberlas no sería una sociedad abierta. En lugar de
esto, la juventud representa una fase en la que cada persona busca
su lugar. La juventud ha sustituido a la iniciación.
Para encontrar mi lugar en una sociedad abierta tengo que
poder comparar lo que veo y aprendo con lo que he aprendido en
casa, lo cual genera automáticamente una distancia con la casa
parental. En las sociedades tradicionales, la mayoría de las perso-

98
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

nas no alcanzan semejante situación, porque nunca se apartan de


su tribu o de su clase social, de su ambiente, y no había medios de
comunicación de masas que le acercaran a uno la vida y los valores
de otras personas. Por eso apenas había progreso. En nuestros
días, en cambio, se cuenta de antemano con el conflicto entre la
casa parental y los adolescentes, sin él el joven no podría encontrar
el camino hacia sí mismo. El conflicto y la rebelión no son la solu-
ción, pero sí fenómenos inevitables en un proceso de transición.
La juventud es un ser-entre. Un tiempo de búsqueda, de orien-
tación, de experimentación. También –y esto es interesante para el
escenario terapéutico– una época de autoconocimiento. Se la pue-
de incluso comprender como un primer acercamiento a la gran
pregunta espiritual “¿Quién soy yo?”. Esta pregunta referida a su
ser interior, a su verdadera identidad, atribula a muchos durante la
juventud. Pero aún cuando este no sea el caso, la juventud es, por
sí misma, una búsqueda de la identidad propia, del lugar propio en
la sociedad y en la vida. Como niño, el puesto está claro: uno per-
tenece a la familia correspondiente. Esto es inmodificable, y le da
a uno un lugar (provisional) en la vida. En las sociedades que se
hallaban o hallan colectivamente en el nivel 2 esto vale para la
totalidad de la vida. Pero en las sociedades modernas esto cambia
al comienzo de la juventud: tenemos que buscar un nuevo lugar
para nosotros. ¿Qué estudio? ¿Qué asignaturas elijo? ¿A qué gru-
po me uno, a qué subcultura? ¿Cómo me visto, qué imagen se
adapta a mí? ¿Qué música oigo? Y también: ¿Qué creo? ¿Qué acti-
tud adopto ante lo que se cree en mi familia? ¿Me opongo a lo que
veo de otra manera? ¿Tengo que o me está permitido orientarme
en otra dirección? ¿Cuál es mi postura política? ¿Me interesa la
política? ¿Qué quiero ser? ¿A dónde quiero llegar en la vida? En
unos casos, esta clase de preguntas se formulan explícitamente, en
otros de forma menos consciente, pero siempre están ahí. Y exigen
de cada adolescente respuestas más o menos conscientes.

99
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Para encontrar esas respuestas, tengo que apartarme de mis


padres. Es el futuro el que me dirige estas preguntas, mi futuro, y los
padres son mi pasado. Puede que los tenga en cuenta para organizar
mi futuro –por ejemplo, entro a trabajar en la empresa familiar–,
pero incluso esto ya no es en nuestros días decisión de mis padres,
sino mi decisión. La época en la que el futuro podía verse como una
continuación del pasado –quizás con ligeras modificaciones– ha
quedado atrás. La mayoría de las personas sigue creyéndolo y se
conducen con arreglo a esta creencia, pero ya no se corresponde con
la realidad. El verdadero futuro viene hacia nosotros desde lo por
venir, es la llegada de lo que todavía no es y nunca antes fue. Más
adelante me detendré en esto. Lo menciono aquí porque la juventud
moderna lo “sabe” intuitivamente (aunque después se olvide rápi-
damente). En este “saber” radica la gran apertura de la juventud. Y
ello tanto en el sentido positivo de la libertad, la aventura, el no-
inmovilismo, como en el de problemas anejos como la falta de
orientación, impredecibilidad, dificultades para juzgar, etc.
Todas estas cosas son también, como ahora veremos, caracte-
rísticas de la tercera etapa de la conciencia. En ella hay, con todo,
algo diferente: no hay red sobre la que caer, ni responsabilidades
a medias. En el trasfondo de los jóvenes se hallan sus padres a
modo de colchón en el que amortiguar el golpe si se extravían. Y
en la sociedad la responsabilidad del joven es limitada, lo cual se
traduce en un derecho penal propio, más indulgente. Queda aquí
manifiesto que la juventud, incluso en el plano institucional, es un
periodo de transición. De transición, ¿a qué? A la edad adulta.
Un periodo de transición del niño, que es parte integrante de
un grupo que él no ha elegido (su familia), a la condición de adul-
to, el cual tiene, cómo no, una procedencia (esto es, viene de algún
lugar), pero se representa y tiene que representarse a sí mismo. Y
esto significa: la transición del nosotros al yo. La juventud como
proceso queda completada cuando el joven se representa a sí mis-

100
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

mo y asume su responsabilidad en el mundo; cuando dice: ese soy


yo, esto es lo que quiero y esto es lo que hago, y asumo las conse-
cuencias de mis obras. Que la juventud se ha completado quiere
decir: ha alcanzado su cenit, su meta, y por lo tanto ha terminado.
Cuando uno ha adoptado la actitud expresada en la frase anterior,
cuando uno se encuentra en ella en casa, por decirlo así, la juven-
tud ha quedado atrás, y soy un adulto.

Etapa 3 de la conciencia: La conciencia del yo


(Conciencia moderna)
Come mothers and fathers throughout the land
And don’t criticize what you can’t understand
Your sons and your daughters are beyond your command
The old road is rapidly aging.
Please get out of the new one if you can’t lend your hand
Cause the times they are a changing.
Bob Dylan (1964)

La conciencia de la etapa 3 se corresponde con esta fase de la


vida, la juventud. En la nivel 3, la conciencia del individuo crece
hasta superar la conciencia de grupo. El hombre comienza a per-
cibirse como una persona independiente que de alguna manera
está sola en el mundo, y se siente llamado a buscar y realizar su
individualidad. Siente –y esto el algo realmente nuevo que hace
cien años apenas se daba en Europa– que su vida no es una mera
continuación de la de sus antepasados. No solo está determinado
por el pasado, también lo está por el futuro. En efecto, en cierta
manera, solo con el despuntar de la tercera etapa surge el futuro,
en concreto, el futuro como algo propio, que no procede del pasa-
do, el futuro como lo por venir. Tan pronto como se le manifiesta
a esta conciencia que hay o podría haber ahí algo propio, algo que
yo podría ser o llegar a ser, o que debería hacer, aunque nadie

101
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

antes lo haya hecho, ya no puede sustraerse de ello, de modo simi-


lar a como le resulta imposible a uno sustraerse de los cambios de
la pubertad. A partir de ahora buscará lo propio, y para ello debe-
mos abandonar lo antiguo, la tradición, igual que el joven debe
abandonar la casa parental.
La etapa 3 es, como la juventud, una etapa independiente y, a
la par, una transición. Es independiente porque la conciencia deja
de estar dominada por la tradición. Lo que fue, lo que otros pien-
san y han pensado, lo que me dicen, ya no es lo que me sirve de
criterio. El criterio es más bien la propia experiencia, lo que yo
mismo veo, siento, pienso y, sobre todo, lo que experimento por
mí mismo. Es una transición porque aquí la conciencia está pre-
ponderantemente a la búsqueda. Aunque hace de la propia expe-
riencia el criterio, aún no se ha experimentado a sí misma. De ahí
que, como la juventud, sea un “nunca más” a la par que un “toda-
vía no”. La transición se completa cuando la conciencia alcanza
la condición adulta, es decir, cuando nos damos cuenta de que
nosotros y solo nosotros somos los responsables de lo que somos
y de lo que hacemos, y cuando aceptamos enteramente semejante
responsabilidad. Este proceso, claro está, comienza en la etapa 2,
al igual que la pubertad comienza en la infancia tardía. Pero al
principio la conciencia del yo se desarrolla en el seguro y acoge-
dor marco de la conciencia de grupo, y solo cuando comienza a
desligarse más ampliamente de la conciencia de grupo (es decir, de
lo que prescribe la tradición) se convierte este paso en la concien-
cia del nivel 3.
Desde el punto de vista histórico, la tercera etapa comienza
con la Ilustración. Jean Gebser, uno de los pioneros de la teoría de
la evolución por estadios de la conciencia, señala un momento
anterior en el tiempo: los descubrimientos de Galileo, Kepler y
Colón, que destruyeron la antigua imagen del mundo y nos abrie-

102
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

ron a una nueva dimensión del espacio y el tiempo. Sus descubri-


mientos abrieron brechas revolucionarias, qué duda cabe, y pusie-
ron los fundamentos para la llegada de algo nuevo, pero no puede
decirse que entonces comenzara una nueva conciencia en el pue-
blo. Dicho desenfadadamente: algunos dejaron de creer en Papá
Noel y en la cigüeña, sin saber, empero, muy bien o atreverse a
decir de dónde vienen los niños. Tuvieron que transcurrir de entre
dos y tres siglos para que la nueva conciencia se refinara y divul-
gara, tanto, al menos, como para que la elite espiritual y cultural
se estableciera en ella en el pensamiento (de ningún modo en el
sentimiento, y solo aisladamente en la acción). Y después hicieron
falta otros dos siglos y toda una serie de revoluciones y terribles
guerras para que la conciencia de la mayoría llegara hasta allí.

Del nosotros al yo
En la etapa 3 lo que importa es el descubrimiento y desarrollo
de la personalidad, de lo propio, del yo. Para ello la conciencia
debe abandonar casi completamente la casa parental. En la medi-
da en que el yo se sitúa por delante del nosotros, nuestra visión del
mundo, nuestro punto de vista, cambia. El anhelo fundamental no
es ahora formar parte de, sino ser independiente, encontrar lo
propio, realizarse a uno mismo. Aunque ello no destruye nuestra
necesidad de pertenencia, esta pasa a un segundo plano o queda
sumergida en lo inconsciente, desde donde, como más adelante
veremos, se revela a través de múltiples síntomas. Lo mejor sería
tener ambas cosas: lazos y autonomía. Este es el nudo gordiano
que en el tránsito y realización del nivel 3 no hay que cortar, sino
deshacer: ¿Cómo alcanzar la autonomía sin negar la pertenencia?
¿Cómo convertirme en un yo sin arrancarme del nosotros del que
procedo y me ha formado? En relación a esto debe quedar claro
que el movimiento de la conciencia tiende hacia el “hacerse un

103
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

yo”, al igual que el movimiento de la vida corre hacia la pubertad,


la despedida de la niñez y de la familia y el avance hacia la edad
adulta. El proceso de hacerse un yo es un movimiento de la vida
misma, no solo en la biografía personal de cada cual, sino en la
evolución de la conciencia. La “etapa del ego”, la etapa 3 –igual
que la juventud– no es un mero extravío, sino un fase importante
del hacerse consciente del ser.
Al recorrerla, atravesamos el doloroso proceso de la separa-
ción y de la soledad. En el camino hacia el yo nos sentimos solos,
como suele ocurrir también en la juventud. En la adolescencia,
este sentimiento queda aliviado mediante los lazos que se estable-
cen con iguales, los adolescentes forman pandillas y se entregan
intensamente a la amistad. Estos nuevos grupos pueden desarro-
llar un nuevo sentimiento del nosotros, pero encierran un nuevo
elemento de la libertad: son elegidos, no obligatorios. A la par,
fomentan el movimiento de separación de los padres y la familia
sin obstaculizar el proceso de convertirse en un yo.
En la evolución de la conciencia hacia el nivel 3 tiene lugar un
proceso similar. Los grupos y tradiciones en los que uno se ha for-
jado son complementados o progresivamente sustituidos por gru-
pos que uno mismo elige. El más claro ejemplo de esto es la reli-
gión. En la etapa 2 es prácticamente impensable cambiar de reli-
gión, salvo cuando una minoría se convierte a la creencia de la
mayoría; en Europa, por ejemplo, del judaísmo al cristianismo, o,
dentro del cristianismo, del protestantismo al catolicismo. Un
cambio en la otra dirección, esto es, del catolicismo al judaísmo,
islamismo o budismo, o incluso al protestantismo si hablamos,
por ejemplo, de un pueblo de Baviera, solo habría sido posible al
precio de un total aislamiento. La libre elección de la religión es
un buen criterio para decidir si la conciencia de una sociedad se

104
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

halla en la etapa 2 o en la 3.1 En mi pueblo natal, Marmagen in


der Eifel, vivieron en los años cincuenta y sesenta dos o tres fami-
lias evangélicas. Y no a la vez, por cierto, sino una detrás de otra.
Los primeros fueron tolerados –al fin y al cabo eran refugiados
del Este– pero no tenían apenas contacto con la población local.
Pasados unos años se marcharon y llegó la siguiente familia,
curiosamente, a la misma casa. Cuando en 1989 volví a vivir en
Marmagen, albergaba el temor de que hicieran el vacío a mis hijos
porque no estaban bautizados y no iban a tomar parte en la clase
de religión ni en las ceremonias religiosas. Sin embargo, no hubo
ni el más mínimo problema (como “nativo” estaba en situación
de interpretar sutiles gestos que a un extranjero le habrían pasado
desapercibidos) y además de mis dos hijos, había otros tres chicos
–o sea, una cuarta parte de la clase– que no habían sido bautiza-
dos o no en la confesión católica. En los veinte años transcurridos
se había operado un profundo cambio.
Cuando la libertad religiosa se convierte en una obviedad
podemos concluir que la religión y, en general, la tradición en la
que uno ha sido educado ha perdido su fuerza vinculante. Con
otras palabras: ya no es el grupo el que decide cómo se vive, esta
decisión le toca a cada cual. Tampoco es ya el deber el que deter-
mina la conducta, sino lo que uno considera correcto o quiere.
Todavía en los años cincuenta, mi madre consideraba su deber
doblegar mi voluntad, esto formaba parte de la praxis educativa
habitual. Con mi hermana pequeña, que nació en 1969, no se le
habría ocurrido esta idea ni en sueños. En la etapa 2 la voluntad
propia desempeña un papel muy secundario. Uno tiene que cum-
plir su tarea, generalmente desde el lugar que se le ha asignado

1. Para América, este criterio quizás no sea decisivo, porque los Estados Unidos
se erigieron desde el comienzo en refugio de minorías religiosas y siempre han
albergado una pluralidad de confesiones religiosas, pese a hallarse en la etapa 2.

105
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

desde fuera. En la etapa 3 esto se considera anacrónico. Cada cual


tiene que buscar su lugar por sí mismo, cada uno es responsable
de lo que hace con su vida. Ya no hay criterios que se le impongan
a uno desde fuera. El yo ha sustituido al nosotros.
Los grupos a los que las personas se sienten pertenecer también
cambian de carácter en el nivel 3. Si antes eran comunidades
aumentadas a las que uno pertenecía casi de suyo en razón de su
origen, ahora son grupos de interés que unen a personas con inte-
reses similares. Una comunidad adaptada a la tercera etapa es libre,
se estructura democráticamente, y sus miembros son esencialmente
iguales. Existen en ellas jerarquías, pero no son naturales, sino fun-
cionales, se justifican por el servicio que prestan al funcionamiento
del grupo, y no les está permitido deslegitimar a ninguno de los
miembros, esencialmente del mismo rango. En la etapa 2 era dis-
tinto: el rey y los nobles desempeñaban un papel especial por natu-
raleza, no eran considerados iguales. A nivel social, lo que corres-
ponde a la etapa 3 es el Estado democrático de Derecho.
Con todo, en los estadios en los que la tercera conciencia aún
se halla en estado de subdesarrollo (como ocurría a finales del
siglo XIX y principios del XX), las nuevas agrupaciones y los nue-
vos modelos sociales suelen tomar las riendas de la situación. La
ideología se convierte en sustituto de la religión, el partido susti-
tuye a la Iglesia, la confesión religiosa libremente elegida a la fami-
lia, etc. Dondequiera que no sea posible moverse libremente, don-
dequiera que esto se reprima abierta o solapadamente o esté liga-
do a menosprecio social, la conciencia de los actores y las institu-
ciones se halla aún en la etapa 2. No es posible prescribir modelos
organizativos de la conciencia 3 a personas de la conciencia 2. De
ahí que la idea de transferir la democracia occidental a sociedades
asiáticas o africanas que en gran parte son aún sociedades tribales
esté condenada al fracaso. En ellas tampoco se entiende la idea de

106
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

derechos humanos. La causa de ello no es la diversidad cultural


–como pretende hacernos creer la popular tesis de la “lucha entre
las culturas”– sino que las conciencias se hallan en diferentes esta-
dios de desarrollo. Allí donde las culturas luchan entre sí, ambos
bandos se hallan en la etapa 2. Es característico de ella pensar que
uno es mejor que el extraño. Solo la conciencia de la etapa 3 pue-
de comprender la igualdad de principio entre las personas que se
halla a la base de los procesos democráticos.
Me viene a la cabeza una pequeña anécdota en relación a
esto. Un amigo mío, francés, trabajó de joven, en sustitución del
servicio militar, en lo que por aquel entonces era una colonia
francesa en África central. El plan de estudios era el mismo que
el de las escuelas francesas, así que leyó con los alumnos, entre
otras obras, una comedia de Molière. Cuando al día siguiente
preguntó a los chicos con qué se habían quedado, el más despier-
to de ellos dijo: “¡En Francia hay hombres que creen que las
mujeres son tan listas como los hombres!”. El resto de los alum-
nos y alumnas se desternillaron de risa. Los franceses debían de
estar como regaderas.
La conciencia, así como las formas de convivencia social y
política adecuadas a ella, tienen que desarrollarse por sí mismas
desde el interior de la sociedad en cuestión. Es un proceso conflic-
tivo que requiere su tiempo. Aunque el contacto y el intercambio
con individuos y sociedades de la tercera etapa acelere el proceso,
no puede imponerse desde fuera. Semejante aceleración, además,
comporta que la brecha entre personas y grupos que ya son
“modernos” y aquellos cuya conciencia se desarrolla más lenta-
mente –porque como campesinos, por ejemplo, tienen poca movi-
lidad o contacto con el exterior– se agrande. Con ello aumenta
también el potencial de conflicto intrasocial. Si a esto se añade
una fuerte presión modernizadora del exterior, el todo social se

107
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

rompe. La tercera conciencia, pues, haría bien en recordar sus orí-


genes, tener paciencia y permitir que la conciencia de los demás se
desarrolle a su propio ritmo.

De la vida a la vivencia
El desarrollo del yo, su independización del grupo y de la tra-
dición y de sus valores dados, asociaciones y deberes tiene un alto
precio: uno pierde la referencia fija desde la que juzgar, por ejem-
plo, qué es correcto y qué incorrecto. Todo lo que uno hace de este
o aquel modo podría hacerlo de otra manera. Cuando no hay
punto de referencia fijo salvo uno mismo, se vive bajo la amenaza
de perder a cada momento la orientación y el sentido. Porque
orientación y sentido presuponen un punto de referencia. Nor-
malmente me oriento con arreglo a algo que se halla fuera de mí,
de lo contrario solo doy vueltas en torno a mí mismo. Igualmente,
el sentido de las cosas exige una referencia a algo o alguien distin-
to a mí. Cuando yo me erijo en criterio único, ¿dónde hallar el
sentido que me trasciende y podría darme una dirección? Quizás
en los hijos, mientras viven con nosotros. Pero después abando-
nan el hogar parental para hacer su propia vida –y hoy en día es
muy común que la hagan muy, muy lejos– y este sentido también
se pierde con el paso del tiempo. Tanto tiempo como nuestra pers-
pectiva no trascienda la etapa 3, lo único que entonces nos queda
es sacarle a la vida tanto partido como se pueda o, mejor dicho,
consumir tantas vivencias como nos sea posible.
En la etapa 3, la vida se torna consumo, y no, ciertamente, por
culpa de la “maligna sociedad de consumo” o por la lógica del
capitalismo, sino porque es lo que corresponde a la lógica interna
del despliegue de la conciencia. Y esto exactamente es lo que nos
ofrece la sociedad moderna: coleccionar experiencias. Si en la
sociedad tradicional lo importante era que uno viviera su vida

108
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

(como el campesino de Tolstoi que antes mencionamos), en la ter-


cera etapa de la conciencia de lo que se trata es de tener vivencias.
La vida sola ya no sirve, tenemos que coleccionar vivencias. Y por
eso se convierte cada pedacito mínimamente interesante de natu-
raleza en un parque de vivencias, incluso ordeñar a las vacas y
sacar el estiércol de los establos se vende y compra como una
vivencia. El afán de vivencias tampoco se detiene ante la religión:
en la etapa 3 la religión se consume y ofrece como vivencia, y no
solamente en los ejercicios espirituales de las llamadas agrupacio-
nes neoreligiosas, sino también en las ceremonias religiosas (y
“eventos” similares) de las grandes confesiones cristianas y en los
oficios religiosos de las sociedades modernas.
Ahora bien, las vivencias tienen dos caras, a saber: Pueden
tener dos direcciones, una horizontal y otra vertical. Moverse en
la horizontal significa siempre más de lo mismo: viajar a más paí-
ses, no perderse ni un monumento, comer más, beber más, más
sexo, etc. El más no tiene por qué ser solamente cuantitativo, pue-
de incluir una graduación, por ejemplo: beber mejor vino, probar
nuevos platos, nuevas posturas en la cama, aventuras en lugar de
vacaciones en la playa, viajar a la Luna en vez de a Mallorca –en
las publicaciones sobre nuevas tendencias encontramos de todo.
Pero toso esto, en el fondo, no es sino más de lo mismo, solo que
con algunas modificaciones, algo un poco más refinado. Ken Wil-
ber ha acuñado un bello concepto para esta clase de “crecimien-
to”: “llanura”2. Uno crece solamente en anchura, se extiende
sobre el mismo plano sin moverse interiormente del sitio. Y pode-
mos así consumir vivencias religiosas o visitar un workshop de
autoconocimiento detrás de otro sin llegar a entrar en contacto
con nosotros mismos. Si lo que a uno le interesa son todas las

2. Wilber lo utiliza, sobre todo, para hablar del pensamiento y las teorías que
siempre se mueven en el mismo plano horizontal. Ver, por ejemplo, Eros,
Kosmos, Logos, Frankfort en el Meno, 1993.

109
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

cosas que se pueden vivenciar, necesitará cada vez más de lo mis-


mo, o lo mismo cada vez más intensamente. El resultado final es
una adicción, y por eso las adicciones constituyen un fenómeno
ampliamente generalizado en la etapa 3. No tiene nada que ver
con el cultivo de adormidera en Asia, o de coca en Sudamérica;
siempre se han cultivado. Pero incluso donde estas plantas crecían
en el jardín de casa solo aparecían adicciones en casos excepciona-
les. Las adicciones son un fenómeno característico de la etapa 3,
aparecen con la búsqueda, son una búsqueda, solo que desenca-
minada. La tendencia a la adicción es intrínseca a la conciencia
moderna.
Al hilo de esto, resulta muy interesante considerar los estupe-
facientes o drogas en relación a su afinidad con las etapas de la
conciencia. El estupefaciente de la etapa 3 es la cocaína. La coca
es lo que las clases dominantes, sobre todo la elite cultural de la
etapa 3, consumen masivamente. Esta droga le catapulta a uno al
centro de la etapa 3 para después retenerle ahí, es casi irresistible.
¿Por qué? La cocaína intensifica las vivencias, despabila, aviva,
nos hace sentir fuertes y juveniles, “speedy”. Trae al ser los rasgos
propios de la etapa 3, los que esta conciencia necesita, y los refuer-
za. Si la vida normal ya no es suficiente consume cocaína: tendrás
energía, te sentirás joven, fuerte, independiente, tus experiencias
sexuales serán más intensas, largas, salvajes, podrás “meter la
quinta” tanto divirtiéndote como en el trabajo, y “fliparás” (la
expresión “flipar”, por ejemplo, procede del mundo de la droga y
significa drogarse). Es, claro está, una fuerza de prestado que des-
aparece en cuanto lo hace el efecto de la sustancia. Y la paradoja
del asunto es que la sensación de independencia se paga con
dependencia, dependencia de la droga.
La sustancia característica de la segunda etapa es el alcohol: en
dosis moderadas desinhibe y alegra, distiende el sentimiento de

110
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

responsabilidad, nos hace sociables, induce a confranternizar, a


sentirse acogido por el grupo y a dejarse llevar como un niño; en
dosis más altas infantiliza hasta el balbuceo y la pérdida de con-
trol sobre las excreciones; y en estado de total embriaguez uno
prácticamente se convierte en un lactante. El opio y sus derivados
nos retrotraen a una etapa incluso anterior, al mundo del sueño
amniótico de la etapa 1. El alcohol y el opio o la heroína son pues
drogas de evasión que, desde el nivel 3, nos retrotraen a los “bue-
nos, los viejos tiempos” de las etapas anteriores. El caso del hachís
(y de otros alucinógenos) ya no me parece tan claro. Cuando se
consume habitualmente actúa de modo similar al alcohol: el con-
sumidor queda retardado, se retira a un mundo infantil en el que
dice tonterías y disfruta de la parcial cancelación de la separación
de su mundo entorno, con el que puede sentirse tan conectado
como un niño. Pero tiene otra cara, sobre todo al principio: uno
parece adentrarse en un mundo nuevo, desconocido, en el que la
separación no queda desdibujada (como con el alcohol) sino tras-
cendida. Uno ve o cree ver que la separación no es real, que pode-
mos estar en todo y todo puede estar en nosotros. Se trata, con
todo, de una experiencia puntual, y si intentamos repetirla dege-
nera rápidamente en un estado infantil.
De vuelta al crecimiento horizontal. También tiene, natural-
mente, su lado positivo, sobre todo en el plano del progreso técni-
co. Que salga agua (¡limpia!) de las cañerías y que los enchufes
proporcionen corriente eléctrica, que las casas estén calientes tam-
bién en invierno y resistan los vendavales, que viajar de A a B
requiera solo unas pocas horas en lugar de meses, semanas o días
–por poner solo algunos ejemplos– tiene indiscutibles ventajas. E
incluso los que desaprueban esta clase de progreso y prefieren
hablar de sus aspectos más sombríos se sirven de él. No solo tiene
la tendencia a perfeccionarse y extenderse, sino también el poten-

111
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

cial de alanzar nuevas cimas en sentido espiritual. Tomemos, por


ejemplo, los viajes: el contacto con extraños amplía –se aperciba o
no el individuo de ello– nuestra visión del mundo y nuestra con-
ciencia. Lo mismo vale para la globalización económica: puede
que el motivo para trasladar la producción a China o Rumanía no
sea más que un puro cálculo económico, puede que el trato que
reciben allí los trabajadores y el aprovechamiento de las relacio-
nes económicas de poder sea explotador. Pese a ello, el resultado
es una visión distinta, enriquecida, de los otros pueblos y culturas,
una perspectiva más amplia, más abierta al mundo. Probablemen-
te requerirá mucho tiempo, y entretanto habrá mucho dolor o
incluso guerras, pero esto no detendrá el ensanchamiento de la
conciencia. El vivenciar, por su parte, también puede tener otras
dimensiones, en concreto la de la profundidad. Se abre a nosotros
cuando dirigimos la mirada al proceso del vivenciar en lugar de a
las vivencias. Cuando no nos movemos de nuestro ambiente habi-
tual y no experimentamos nada tampoco hay evolución. Pero si en
lugar de pasar de una vivencia a otra intentamos avanzar por
medio del vivenciar mismo, este nos llevará a y abrirá nuevos
espacios de conciencia. Desearía ilustrar esto mediante un ejemplo
tomado de mi actividad como terapeuta.
Las personas que participan por primera vez en una constela-
ción familiar experimentan algo completamente nuevo: alguien
desempeña el papel de una persona desconocida y tiene percepcio-
nes corporales y emocionales propias de esa persona, a veces
incluso visiones de su vida. Cuando uno se entrega verdaderamen-
te a ellas podemos incluso vernos profundamente involucrados en
procesos emocionales que no son los nuestros –los sustitutos se
encorvan de dolor, tienen arrebatos de ira, no pueden contener el
llanto, sienten profundamente la amistad o el amor, etc. Los prin-
cipiantes quedan fascinados al presenciar estos procesos en los

112
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

demás, y muy sorprendidos al experimentarlos ellos mismos. Pero


lo que han vivido carece de lugar en su visión del mundo.
Con arreglo a lo que sabemos, no deberíamos vivir lo que vivi-
mos en una constelación. No podemos explicárnoslo. No solo
trasciende el horizonte de nuestro conocimiento personal, tam-
bién trasciende el conocimiento y la conciencia colectivas. Pues,
¿cómo es posible que un individuo autónomo –así se le aparece el
individuo, al menos, a la tercera conciencia–, que existe para sí
mismo pueda conectar con otros individuos autónomos a los que
no conoce y de los que no ha recibido información alguna hasta el
punto de identificarse ampliamente con sus sentimientos y pensa-
mientos, a veces incluso hasta con sus palabras? ¿Y qué pasa cuan-
do, además, esas personas llevan ya varias décadas muertas?
¿Cómo es posible que alguien que ocupa el lugar de una mujer
totalmente desconocida sienta que “su” hijo no es de su marido
sino de un amante secreto? ¿O que otra mujer sufrió dos abortos?
¿O que en una familia nació un niño muerto del nunca se habló, y
que la madre real lo confirme después al ser preguntada? Todo
esto refuta nuestra idea de individuo autónomo, al igual que la
idea de que solo podemos compartir cosas mediante procesos de
información y comunicación. Es decir, lo que se vive en una cons-
telación familiar contradice nuestra conciencia moderna, “ilustra-
da”. Si ahora tengo una de esas experiencias que “en realidad son
imposibles” (donde “en realidad” significa juzgado desde la con-
ciencia de la etapa 3) y me la tomo en serio, la conciencia experi-
mentará una presión desde dentro para ampliar sus límites. Cuan-
to menor sea la búsqueda de explicaciones rápidas tanto más
intensa se hará la presión. En lo sucesivo, el afectado estará pro-
bablemente más atento a experiencias que no se adecuan a los
patrones habituales y así paulatinamente más abierto al hecho de
que la tercera conciencia no es más que una etapa tras la que se
esconden nuevas etapas de la conciencia.

113
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

El tránsito desde el modo del vivir al modo del vivenciar es


pues profundamente ambivalente. Por una parte, la vida pierde
significados y direcciones unívocas y tiende a dar vueltas sobre sí
misma y, con ello, a volverse absurda; esta tendencia se intensifica
a consecuencia del efecto narcotizante del consumo y de las imá-
genes que engendra la sociedad moderna. Por otro lado, a la sed
de ampliar las vivencias le es inherente una dinámica que impulsa
más allá del vivenciar mismo y acelera claramente el desarrollo de
la conciencia. Lo mismo se confirma al considerar las transforma-
ciones que experimentan la percepción y el significado del tiempo.

114
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

Etapa 4: La conciencia de estar unido.


El adulto joven
Meditación sobre las etapas

Etapa 4

Me siento unido a los demás, y cuando alzo los ojos, mi mira-


da se posa en el cuadro que cuelga de la pared de enfrente. Sus
trazos insinúan una rosa roja entre hojas de bambú y otras plan-
tas salvajes. The Mystic Rose lo ha titulado la pintora; está inspi-
rado en la meditación de Osho que lleva este nombre y sus con-
ferencias sobre la apertura del corazón. La “rosa mística” simbo-
liza la entrega al camino del corazón. Siento la belleza, experi-
mento alegría, un sentimiento dulce, alegre, expansivo. Felicidad.
Mis brazos desean extenderse, quisiera tocarlo todo, palparlo,
quizás estrecharlo contra mi pecho. Maravillosa, esta plenitud.
Mi mirada se mueve hacia la izquierda y, para mi sorpresa,
encuentra allí también una rosa, ahora en un jarrón. Siento el

115
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

impulso de volver al cuadro, veo la rosa, y ella me arrastra hacia


el interior del cuadro, hacia el verde follaje, hacia la luz que bri-
lla por entre las hojas, que se hace más clara, radiante, atrayente
y misteriosa, casi cautivadora, parece adentrarse cada vez más en
la naturaleza, en la vida, en las profundidades, en el corazón de
la existencia.

Etapa de la vida 4: Edad adulta, pareja y fundación de la


familia
En la escalera de la vida biológica el cuarto peldaño representa
la vida adulta. El hombre y la mujer se sumergen en el río de la
vida, se ponen a su servicio fundando una comunidad de vida y
teniendo hijos. Fundan una familia, lo que significa que el indivi-
duo, tras caminar solo por el mundo, se integra de nuevo en un
nosotros, en un nuevo grupo que crea lazos. Para que esto sea
posible es necesario que haya abandonado su antiguo grupo, la
familia de procedencia. Los hitos del camino de la vida son pues
la fusión con la madre en el seno materno, el crecimiento al abrigo
del grupo, la desvinculación del grupo de procedencia y, finalmen-
te, la formación de un nuevo grupo. La nueva familia, el nuevo
grupo, es diferente, toda vez que lo que aquí rige no es algo que le
sea prescrito al hombre y a la mujer, sino algo que ambos tienen
que desarrollar juntos. Aunque lo que ambos llevan consigo, esto
es, su origen, y la herencia (corporal, psicológica y espiritual) que
de él procede influya en la nueva familia, esta no es la mera repro-
ducción de algo antiguo. Porque lo antiguo es ahora heterogéneo,
la herencia de él y la herencia de ella son diferentes, y ambos se
enfrentan al reto de unirlas y crear algo nuevo. Pero no se trata de
una creación arbitraria. El deseo y la ilusión de las relaciones de
pareja modernas es que sea la pareja misma la que conforme su
realidad. Pero una relación amorosa no es algo que uno pueda

116
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

hacer. Es algo que se nos ofrece y en lo que nosotros tenemos que


embarcarnos. Aunque al aventurarnos en ella cooperamos en su
creación, el nuevo todo en el que nos embarcamos no es un pro-
ducto de nuestra voluntad. Y está bien que sea así, de lo contrario
no sería algo más grande que nosotros mismos y no podría apor-
tarnos nada.
En el nuevo vínculo no solo opera el pasado de cada uno de los
miembros de la pareja, se añade algo fundamentalmente nuevo, a
saber: su futuro. Los miembros de la pareja no se limitan a plegar-
se a su pasado, también lo hacen a la llamada del futuro. La magia
que surge cuando dos personas reconocen que son el uno para el
otro es la llamada del futuro: uno siente que está destinado al
otro. Una frase de la canción “Have You Ever Really Loved A
Woman” de Bryan Adams lo ilustra bellamente: And when you
see your unborn children in her eyes, you know you really love a
woman – Cuando ves en sus ojos los hijos que aún no han nacido,
sabes que amas realmente a una mujer.
El siguiente diagrama muestra el campo de fuerzas en el que
se mueve la pareja. El impulso decisivo procede de la percepción
de un futuro en común. Llamo a esta fuerza “el porvenir de la
pareja”, pues no se trata de un futuro lejano o de un sueño, sino
de lo fundamentalmente nuevo y común que une a la pareja y lan-
za su llamada y desafío a los miembros de la pareja una y otra
vez. Pero esta fuerza no está sola, es completada por influencias
procedentes de los orígenes y el pasado de cada uno de los miem-
bros de la pareja, y también por la vocación de cada uno de ellos.
Estas fuerzas, a su vez, pueden complementarse armoniosamente,
pero también entrar en conflicto, con lo que la pareja se enfrenta
siempre de nuevo al reto de volver a encontrar el equilibrio, lo
cual se logra cuando el futuro común es capaz de reunir en su
seno al resto de fuerzas.

117
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Campo de fuerzas de la pareja

El porvenir
de la pareja
El porvenir El porvenir
de la mujer del hombre

Pasado personal Pasado personal


de la mujer del hombre

Procedencia Procedencia
de la mujer del hombre

118
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

Al fundar una familia la vida vuelve a llenarse de vínculos.


Como hombre y mujer ligan sus caminos en la vida, tienen que
poder confiar el uno en el otro, pues todo lo que uno haga repercu-
te inmediatamente en la vida del otro. En una relación igualitaria –y
solo esta es una relación adulta– esto significa que ambos tienen que
ponerse de acuerdo sobre cómo van a arreglarse, lo cual exige dos
cosas: por una parte, dos personas capaces de percibir y comunicar
sus necesidades; por otra, dos personas capaces de ver que los deseos
y designios propios están limitados por la otra persona, y que por lo
tanto habrá de esforzarse siempre por buscar y poner en práctica lo
que vale para ambos. Tengo que poder aceptar al otro como a mí
mismo, y a mí mismo como al otro.
Estoy describiendo a una pareja moderna, una pareja de, al
menos, el tercer nivel de conciencia. La pareja tradicional de la
etapa 2 es una continuación de la tradición familiar, y la mayoría
de las veces (de puertas afuera) de la tradición familiar del hom-
bre. La mujer tenía que integrarse en la familia del hombre. El
matrimonio, así, era una prolongación de lo antiguo, de los valo-
res transmitidos por vía paterna y ampliados ahora a la mujer, la
cual quizás podía ejercer alguna influencia, pero carecía de una
posición propia, igual a la del varón. Y así no era necesaria la
creación de algo nuevo. Tampoco se corría por ello el peligro de
fracasar desde un punto de vista práctico. Y aunque desde el pun-
to de vista de los hechos la familia tradicional también trae al ser
algo nuevo, el o los hijos de la misma, en la etapa 2 aún no ha
penetrado en la conciencia –y, por lo tanto, no forma parte del
ordenamiento de la cotidianeidad de la relación– que se trate de
algo común en lo que ambos participan por igual. A los hijos,
sobre todo a los varones, se los consideraba hijos del padre.
Pero esta es solo la cara externa del asunto. De hecho, en la
sociedad tradicional el poder del hombre y la mujer está muy bien
equilibrado. Se divide en dos ámbitos separados en los que el uno

119
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

y el otro, respectivamente, tienen la última palabra. Lo público es


la esfera del varón –con lo que es suyo el poder formal e institu-
cional. La esfera de la mujer es el ámbito privado –con lo que tie-
ne el poder informal y emocional.1 En la etapa 3 ya no se acepta
esto, pues las mujeres reivindican la igualdad formal de derechos.
Pero deben pagar un alto precio por ella: permitir que los hombres
ocupen en el interior de la familia –en lo tocante a la educación de
los hijos, por ejemplo– y en la relación una posición igual a la
suya. No es lo que ocurre en nuestros días: las mujeres renuncian
a su poder sobre los hijos de tan mala gana como los hombres a
su poder social. Solo cuando ambos se avengan a abandonar sus
antiguas esferas de poder serán lo suficientemente maduros para
establecer una relación realmente igualitaria y adulta, la que
corresponde a la etapa 4.
Tan pronto como nos embarcamos en una relación que nos
compromete y tenemos hijos, nos plegamos nuevamente a algo
que rebasa el propio horizonte, el propio plan, la voluntad propia.
Se trata de algo que llega a mí desde fuera, desde la apertura de la
vida, y a lo que yo asiento. Pues aunque la familia forme parte de
los planes vitales de ambos miembros de la pareja, dichos planes

1. Ocurre así que algunas sociedades externamente patriarcales son de facto


matriarcales. Por ejemplo, en el cantón suizo Appenzell, las mujeres rechaza-
ron la introducción del derecho al voto hasta el final, en vista de que en unas
elecciones modernas, donde el voto es secreto, habrían perdido el control
sobre sus maridos. Aunque el derecho al voto estaba reservado a los varones,
votaban públicamente, alzando sus dagas, mientras las mujeres asistían como
espectadoras y estaban enteradas de lo que sus maridos habían votado.
En una entrevista publicada en Der Spiegel a Petra Reski, experta en la
mafia, la autora afirmaba: “He investigado mucho sobre las mujeres en la
mafia y estoy segura de ello: El jefe no hace nada sin que lo sepa su mujer.
(…) Italia es un matriarcado, y cuanto más al sur se desplaza uno, tanto más
marcada es esta tendencia. (…) Una madre italiana domina a su hijo a través
de su amor. Las madres lo deciden todo. Por eso la mafia no habría podido
dar ni un paso sin las mujeres”. (Der Spiegel 49/2008, p. 192).

120
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

no son, sin embargo, perfectamente iguales. Y aunque hombre y


mujer forjen el plan conjunto de tener dos hijos, en todo momento
puede la vida servirnos algo distinto. Los miembros de la pareja se
entregan al amor, en efecto, pues es el amor el que los ha unido, y
si están dispuestos a confiar el uno en el otro, se entregan a ese
amor. Y ciegamente, por cierto, pues nunca saben a dónde les con-
ducirá ese amor. Sencillamente confían.
La juventud –o, hablando en general: la etapa 3– nos aleja del
antiguo todo (la familia de procedencia) y de sus normas y obliga-
ciones para hacernos capaces de establecer un nuevo vínculo con
alguien que procede de otra familia y otros valores, un vínculo
que no se reduce a prolongar lo antiguo. La vida nos conduce
hacia nuevos vínculos y grupos, hacia una nueva familia. Pero se
da una diferencia fundamental: aunque la nueva familia vincula,
ha sido libremente elegida, y en lo que respecta al otro miembro
de la pareja, es una relación entre iguales. La libertad, sin embar-
go, queda limitada. No solo encuentra sus límites en la pareja, los
encuentra, sobre todo, en el amor que une a sus miembros. El
amor se sustrae enteramente a nuestros planes y deseos, viene al
ser por sí mismo, y también puede desaparecer por sus propios
medios. Entregándonos al amor nos volvemos a vincular –no obs-
tante la libertad de elegir de la que disfrutamos–. Y, sobre todo,
nos vinculamos a algo más grande que nosotros mismos y que nos
proporciona satisfacción interior.

Estadio de conciencia 4: Conciencia de estar unido


(la inteligencia del corazón)
¿Es el amor como un río que inunda los campos?
¿Es como un fuego que arde en tu alma?
¿Es el amor como un hambre eternamente insaciable?
Créeme, el amor es una flor que crece dentro de ti.

121
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Quien no se atreve a abrir su corazón nunca sabrá lo que


es la alegría,
quien teme crecer, no obtendrá nada de la vida,
quien nunca se entrega de verdad, ya se ha despedido del
amor,
quien ve en la muerte a un enemigo, nunca será amigo de
la vida.

Hay noches que parecen eternas, algunos caminos parecen


infinitamente largos,
a veces parece que la canción del amor solo suena para los
bienaventurados.
Pero piensa que en primavera, tras la larga noche del
invierno,
cada rosa, cada flor, crece en todo su esplendor.

Bette Midler, “The Rose”

Al igual que en la vida, en el nivel 4 la conciencia vuelve al


todo. Tras conocer la fusión en el ello, la convivencia en el noso-
tros y el aislamiento en el yo, puede ahora percibir en el otro a un
tú y acercarse a él de un modo distinto, para formar un nuevo
nosotros. Este yo no se basa en la tradición y en las obligaciones,
sino en la comprensión, la confianza y el amor. A diferencia de lo
que ocurre en la etapa 2, la conciencia de la fase 3 permite que los
demás sean como son. Ya no se trata de la obligatoria vinculación
con aquello de lo que procedemos, con algo conocido, pues; se
trata, como ocurre en la vida, de un vínculo libre con algo nuevo,
desconocido. En la vida eso desconocido es un hombre o una
mujer que sale a nuestro encuentro. En el nivel de la conciencia, es
el futuro que viene hacia nosotros.

122
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

Hasta la etapa 3, el todo era idéntico al origen, a aquello de


lo que venimos (los dioses, los antepasados, después el Dios úni-
co o cualquier otra representación del origen y, derivado de él, la
tradición y la familia). A partir del nivel 4, el todo se convierte
en telos, en fin o, mejor dicho: en el destino al que salimos al
encuentro o que nos sale al encuentro. Este nuevo todo no tiene
nada que ver con el antiguo, es completamente nuevo. No pro-
cede del pasado, sino que es nuestro futuro, y lejos está de ser
una prolongación del pasado, pues procede de lo desconocido.
No caminamos hacia atrás, a los brazos de la familia, por ejem-
plo, o de la Madre Iglesia, o de cualquier otro grupo que nos
proporcione protección, sino hacia delante, en dirección a un
todo abierto, desconocido, y que solo cobra forma a través de
nuestra entrega a él.

El tiempo, o la espontánea llegada del futuro

Deseo intercalar aquí una breve explicación ordenaba a la


recta intelección del futuro (o del tiempo). Nuestro concepto del
tiempo en general y del futuro en particular es producto de una
larga historia. Lo que hoy en día nos parece evidente no lo era
en el pasado. En los estadios tempranos del nivel 2 no hay noción
de futuro. La vida es circular, una repetición del movimiento cir-
cular de las estaciones. La idea de un tiempo lineal, esto es, de
despliegue a lo largo de una línea que conduce desde el pasado a
un tiempo diferente, un tiempo por delante de nosotros al que
llamamos futuro, se va formando paulatinamente a lo largo de
(los estadios tardíos de) la etapa 2. De ahí que antes no se cono-
cieran cosas tales como previsiones para el próximo año o pla-
nificaciones de las próximas décadas –y que sigan resultando
tremendamente difíciles para las gentes de regiones no entera-

123
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

mente civilizadas de África, Sudamérica y Asia-Oceanía. En


Europa, la mirada hacia el futuro no apareció hasta la moderni-
dad, y está ligada al afán de no perder el tren de la industrializa-
ción y el capitalismo. En la conciencia mitológica de los estadios
tempranos de la etapa 2 se reconoce, ciertamente, la existencia
de cambios repentinos cuya consecuencia es la introducción de
algo nuevo, pero se conceptúa como un asalto externo al curso,
en sí mismo circular y repetitivo, del tiempo, como un castigo o
capricho de los dioses (o de los antepasados), por ejemplo. De
ahí que hubiera que apaciguar a los dioses para que las cosas
volvieran a su cauce.
También después, hasta en nuestros días en realidad, se con-
ceptúan a veces ciertos acontecimientos repentinos, como enfer-
medades, golpes del destino a proyectos personales, catástrofes
naturales, epidemias y hasta guerras, como castigos de los dio-
ses o del dios único. Recuerdo muy bien que a mediados de los
años ochenta la aparición del SIDA era seriamente presentada
en círculos eclesiásticos como un castigo divino. En los grandes
círculos protestantes fundamentalistas de América, así como
entre tradicionalistas católicos afines al Opus Dei, continúa
sosteniéndose y predicándose esta tesis, y ciertos esotéricos no
se les quedan a la zaga. También el concepto de “sano sentir del
pueblo” enraíza fuertemente en este modo de ver las cosas.
Aquí se mezcla la interpretación mitológica de asaltos repenti-
nos con la concepción lineal del tiempo que apareció mucho
después.
En la concepción lineal del tiempo, el futuro es una consecuen-
cia del pasado, resulta de él. Si hoy ocurre algo, debe de tener su
causa en el pasado. Y cuando pensamos mirando hacia delante, el
futuro es un efecto del presente. Todos las predicciones se basan

124
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

en esto.2 Solo muy recientemente, los estudios sobre el caos y la


teoría cuántica han aportado pruebas científicas de que hay acon-
tecimientos que no guardan esa relación con el pasado.
Hay, pues, un tiempo futuro que no consiste en una prolonga-
ción del pasado, sino que se aproxima de frente a nosotros. Que
por regla general veamos en ese futuro que se aproxima una suer-
te de asalto, una brusca incursión en el cauce habitual de las cosas
que, en el fondo, no debería tener lugar, muestra que nuestro pen-
samiento y sensibilidad aún se mueven en la concepción lineal del
tiempo. En el nivel 4 desarrollamos una nueva percepción del
tiempo que nos sensibiliza para ese otro futuro. Surge con total
independencia del conocimiento científico. Se trata de un creci-
miento espiritual que discurre simultáneamente en diversos pla-
nos. Con todo, es significativo que esta apertura también se dé en
el campo de las ciencias naturales teóricas y experimentales. Este
otro futuro es algo por venir, algo que llega por sí mismo, desde
una dimensión completamente diferente a la del pasado. Llamo a
esta dimensión “lo desconocido”. Conocemos ese futuro como
vocación, como la idea de algo que se aproxima a nosotros, pero
también como la repentina aparición de un saber que aparente-

2. El economista Massim Nicholas Taleb explica cómo es que pueden revelarse


sistemáticamente falsos pese a que se los tenía por ciertos con su teoría del
pavo, que se hizo célebre con ocasión de la crisis económica mundial del
2008 (El cisne negro, 2008). El pavo americano es alimentado, abrigado y
cuidado durante 1000 días. Cuanto más dura su vida más confía en los seres
humanos que lo alimentan día tras día. Según su experiencia, las cosas siem-
pre han sido así, y su pronóstico para el futuro no puede ser sino que será
así para siempre. Pero cuando llega el día 1000, directamente después del día
de Acción de Gracias, el mismo ser humano que siempre lo había cuidado le
corta la cabeza.
Es solo uno de los muchos ejemplos con los que Taleb ilustra que el hecho
de que el futuro sea igual que el pasado vale hasta que ocurre algo imprevi-
sible. La llegada de estos acontecimientos improbables, aunque no es prede-
cible, es más que probable: ocurrirán en algún momento y echarán todo por
tierra.

125
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

mente carece de fundamento. La mayoría de la gente no da ningu-


na importancia a estas pequeñas revelaciones, y las olvidan rápi-
damente porque su conciencia carece de lugar para ellas. Pero
cuando ese espacio comienza a crecer, lo hace también la percep-
ción de este aspecto del futuro, y uno recuerda que siempre estuvo
ahí, si bien pasó más o menos desapercibido.
Experimenté uno de los primeros y más trascendentales anun-
cios de un futuro completamente inesperado a la edad de 33 años.
Dirigía a la sazón un gran proyecto de investigación en la Univer-
sidad de Bonn. Como una de mis hermanas pequeñas había prac-
ticado la meditación en el centro Bhagwan de Colonia (hoy Cen-
tro Osho), yo había cogido de la biblioteca un librito sobre las
llamadas “nuevas religiones”. Por aquel entonces, 1981/82, los
sanniasin estaban en boca de todos. Pasaba por ser la más atracti-
va y, en consecuencia, peligrosa religión o secta para adolescentes,
y su maestro, Bhagwan Shree Rajneesh, más tarde Osho, por el
más perfecto ejemplo de gurú. Desde que el reportero Jörg Andrees
Elten había visitado el ashram de la ciudad india de Poona por
encargo de la revista Stern para después quedarse allí y romper su
relación con Stern, raro era el día en que no hubiera titulares sobre
Osho; el último, un especial de la revista Spiegel en varias entre-
gas. El asunto no había despertado mi interés. La única razón por
la que leía en ese momento sobre el tema era que no quería ver a
mi hermana pequeña atrapada en las redes de una secta y deseaba
informarme antes de hablar con ella detenidamente. De ahí que
mi secretaria se quedara muy sorprendida al entrar en el despacho
y verme leyendo “un libro sobre sectas”. “¿Te interesa Bha-
gwan?”, me preguntó incrédula. “Hasta ahora, no. Pero esto que
estoy leyendo suena muy interesante y despierta mi curiosidad, a
decir verdad”, le respondí. “Si quieres, te traigo mañana un libro
apasionante sobre él”. “Estupendo”.

126
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

A la mañana siguiente estaba Ganz entspannt im Hier und


Jetzt, de Swami Satyanada, también conocido por Jörg Andrees
Elten, sobre mi mesa de trabajo. El texto de cubierta decía que
Elten, tras entrevistar como reportero jefe de Stern al primer
ministro indio, había hecho una escapada a Poona para ver por
qué tantos alemanes jóvenes e inteligentes se habían trasladado
allí para hablar con el gurú. Pese a su profundo escepticismo ini-
cial, experimentó poco después de su llegada una suerte de
“visión paulina”. Vio en Osho a un Jesús o Buda de nuestro
tiempo, y en la comuna un experimento fascinante que podría
traer al mundo un nuevo hombre, a la par que una nueva socie-
dad, religiosa e ilustrada al mismo tiempo. Se despidió de Stern
y permaneció en Poona. El libro era el diario de su primer año
allí, en el ashram de Poona.
Como Elten era un conocido periodista político y yo politólo-
go, la historia me fascinó, y tenía muchas ganas de leer el libro.
Al poco noté que no podía concentrarme en mi trabajo, y al
mediodía me subió la fiebre y me marché a casa. Naturalmente,
me llevé conmigo el libro de Elten. Al llegar a casa me tumbé en
la cama y comencé a leer. Ya no recuerdo cuántas páginas leí de
una tacada, pero tras leer las primeras citas largas originales de
Osho tuve que apartar el libro. Y supe: esto jamás me abandona-
rá. Estas líneas van a cambiar completamente mi vida; no: la han
cambiado, ya. Nunca antes había vivido algo semejante. Había
leído mucho, reflexionado sobre muchas cosas y comparado lo
nuevo con mis conocimientos anteriores, pero que leer unas
cuantas líneas me impactara tanto como para decir: “¡Eso es!
¡Esta es la verdad!” era algo que jamás antes me había ocurrido,
ni remotamente. Y así había sido. Supe que aquello era la verdad.
Era fascinante, y a la par aterrador. Porque si era la verdad, ya no
podría sustraerme a ella. ¡Y estaba fuera de toda duda que era la

127
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

verdad! La fiebre, por cierto, desapareció al cabo de unas horas


–algo completamente inhabitual en mí. Solo la había necesitado
para irme en seguida a casa y poder leer el libro.
Hoy sé que aquella tarde el futuro entró en contacto con mi
vida. Un par de cosas me habían preparado para ello –una repen-
tina dolencia y la subsiguiente terapia homeopática, que desem-
bocó en un curso de yoga–, pero aquello no había tenido que ver
con mi interés consciente por preguntas de espiritualidad, menos
aún con un maestro espiritual. Y además todo aquello había des-
aparecido de mi conciencia. No había nada en mi vida –tampoco
en mi pasado– que señalara en aquella dirección. Osho, que un
año después se convirtió en mi maestro y lo fue durante 15 años
más, llegó a mi vida desde el futuro de un modo completamente
inesperado. Más adelante me di cuenta de que ya antes me
habían ocurrido cosas parecidas sin que me apercibiera de ellas,
y hoy descubro también el incausado anuncio del futuro en las
pequeñas cosas. Por aquel entonces, sin embargo, esto era com-
pletamente nuevo para mí; era la primera vez que lo experimen-
taba conscientemente.

Actualidad
En el nivel 4 surge un nuevo paradigma. Ese es el nombre que
recibe en la teoría de la ciencia el marco fundamental desde el que
uno ve y entiende los datos del mundo. Comenzamos a ver y reco-
nocer que somos partes de un todo, que el movimiento propio del
mundo –y con ello también el nuestro, el de nuestra voluntad y
conducta– no parte de nosotros, sino de ese todo. Que también
nosotros somos movidos, y que en ese “ser movidos” también
somos dirigidos, sostenidos y protegidos. Obsérvese bien: comen-
zamos a ver estas cosas. Solo en las siguientes etapas alcanzamos
a penetrarlo hasta el final y sentirnos ahí en casa.

128
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

En el nivel 3 la conciencia ha perdido el contacto con el todo.


Uno se ve y siente solo en un mundo en el fondo ajeno, extraño,
al que, como afirman los existencialistas, hemos “sido arroja-
dos”, y en el que uno tiene que arreglárselas de alguna manera
hasta que muere, acontecimiento que carece de sentido, al igual
que haber nacido. Pero esta pérdida del todo y del sentido que
de él procede se experimenta como pérdida solo en la medida en
que nos mantenemos en la idea del yo autónomo. La tercera eta-
pa es por esencia un paso, una transición, que solo tiene sentido
en tanto en cuanto nos conduce a la siguiente etapa, a un nuevo
todo. Por eso es necesaria, al igual que es necesaria la juventud
para llegar a la edad adulta. El joven debe abandonar a su fami-
lia y orientarse y tomar decisiones por sí mismo para formar al
final una nueva familia, una familia al que él mismo da forma;
de la misma manera, la conciencia tiene que liberarse de los dog-
mas de la tradición y el pasado y aislarse para darse cuenta de
que hay un todo que está ante nosotros, que el futuro se aproxi-
ma a nosotros en todo momento desde ese todo, y que, en con-
secuencia, siempre formamos parte de ese todo desconocido e
incausado.
Sin recorrer la transición que representa el nivel 3, sin desa-
rrollo del ego, el acceso a este conocimiento es imposible. Se lo
identificaría con la antigua representación del todo característi-
ca de las etapas 1 y 2. Solo desde una completa distancia con ella
nos es posible descubrir la otredad del nuevo todo. Y solo el
completo despliegue del yo hace posible que veamos en el otro a
un tú (el yo en los otros), al igual que solo la total separación de
la madre hace posible que el varón vea de verdad a su mujer –y
no proyecte sobre ella a la madre. Aún más: el yo ha de ser visto
y afirmado para que uno pueda afirmar enteramente el yo en el
otro, esto es, al tú. Por eso es tan importante la etapa 3 aunque,

129
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

en sí misma considerada, desemboque interiormente en un gran


sinsentido y exteriormente en un mundo de egos que se multipli-
ca como un cáncer. El yo tiene que ser afirmado, al igual que
debe estar dispuesto a mirar allende sí mismo. Y semejante dis-
posición nace de la afirmación. Si se niega al yo, se lo empeque-
ñece, esconde o convierte en el enemigo a batir lo controlará
todo desde su escondrijo. Solo la afirmación del yo procura la
relajación que es necesaria para alzar la mirada y contemplar los
espacios interiores que existen allende el yo. Un yo maduro en el
sentido indicado puede decir: me doy a ti tal y como soy, como
tu marido, y te tomo por esposa tal y como eres. Con ello entra
en la etapa 4, en una relación madura que deja atrás las preten-
siones del niño y el no querer comprometerse de la juventud. Y
más allá de la relación de pareja, desde aquí uno puede percibir
el mundo como lo otro, que nos invita a entrar en lo que nunca
ha sido, en eso completamente desconocido que es la existencia
según su esencia.
El futuro del que hablo aquí no se halla sobre la línea del
tiempo lineal, no es algo que vaya a suceder mañana, o el año
que viene, antes o después sobre esa línea. El futuro que viene al
ser estaba ya ahí. Es el futuro porque todavía no se ha realizado,
no se ha manifestado, pero ya está ahí; es lo que en cualquier
momento puede llamar a nuestra puerta, lo que siempre ha esta-
do ya a nuestro alrededor y en nuestro interior; es siempre, aquí
y ahora. Con la percepción de este por venir, nuestra mirada y
nuestro orientarnos en general desplazan la atención desde la
orientación futuro-pasado lineal hacia la actualidad, desde el
pensar y obrar causal hacia la espontánea aceptación de la nove-
dad incausada que en cada caso se actualiza y quiere entrar en el
mundo.

130
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

Duda y confianza

Vida deliciosa

En el camino que tantos han olvidado


vuelvo a recordar lo que en realidad cuenta.
Busca con la mirada la estrella que te guía
y lo que tu alma desea de verdad.
No hay nada que me ligue al pasado
ni a lo que quizás estaba bien ayer.
El mañana será mañana, el ayer, ayer fue,
solo el ahora es real, solo el ahora es verdad.
Me depare lo que me depare el futuro,
la vida me llama ahora, en este momento.
Aún sin conocerlo me siento seguro,
y esa confianza es lo que me sostiene.
Vida deliciosa, disfruta del momento,
y como el pájaro matutino, saluda la luz del firmamento.
John Denver, “Sweet Surrender”

La conciencia del yo proyecta sus miedos sobre la siguiente


etapa –si es que admite la posibilidad de su existencia. Su gran
temor es perder la independencia que acaba de ganar. En cierto
sentido tiene razón, en otro está completamente equivocado. Uno
solo pierde la parte negativa, la soledad y la falta de sentido, y lo
gana todo, el amor, sobre todo. En la cuarta etapa, la conciencia
comienza a contemplar a los otros seres humanos y al conjunto de
la creación con los ojos del amor.
En cambio, debemos dejar atrás aspectos centrales de la etapa
3, en concreto la duda, el control y el poder. No porque sean en sí
mismos malos y rechazables, sino porque ya han cumplido su fun-

131
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

ción. La duda nos ha ayudado a cuestionar ideas tradicionales y


modos de conducta basados en ellas, a comprender su falsedad y
a no dar por bueno sino lo que no se muestra a nosotros mismos
como verdadero. Por ello es y siempre será importante. Ya de niño
me resultaba imposible comprender por qué en la Biblia sale tan
mal parado “Tomás el incrédulo”. Que demandara ver las heridas
de Jesús revelaba en él, a mis ojos, un entendimiento despierto y
un sano escepticismo. Y sigo viéndolo así. Si cuando Jesús le ense-
ñó las heridas hubiera insistido, diciendo: No puede ser, es cientí-
ficamente imposible, tiene que tratarse de un engaño (así argu-
mentan hoy, por ejemplo, los críticos del trabajo con constelacio-
nes) habría dejado de ser la suya una duda sana, para pasar a ser
dogmatismo. La duda sana está dispuesta a dejarse instruir por
algo mejor, está abierta a nuevas experiencias y solo duda hasta
que ve o conoce. Lo último requiere algo más que la sola duda, a
saber: la disposición a tener algo por posible. Y en ella ya hay una
chispa de confianza. La duda sola puede destruir, sobre ella no
puede edificarse nada. Dicho de otra manera: no puede ofrecernos
nada positivo, nada que alimente –ni a nuestro espíritu, ni a nues-
tra alma, ni a nuestro corazón. Lo mismo ocurre con el control y
el poder: puede que nos protejan aquí o allá, pero también nos
separan de todo y nos dejan solos.
Si queremos amar, tenemos que superar la duda, el poder y el
control. Un corazón abierto y confianza ocupan su lugar. Superar-
los no quiere decir rechazarlos. Significa más bien dejarlos ahí
donde son útiles y seguir avanzando. Si salimos al encuentro de un
hombre en el amor, por ejemplo, y comenzamos con él una rela-
ción amorosa, la duda, el poder y el control tienen que quedar
atrás. No pintan nada en la relación, en ella solo tienen un efecto
destructivo. Pero pueden ser muy importantes para proteger la
relación. Para ellos tenemos que ponerlos al servicio del amor.

132
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

Amor como camino de conocimiento – La inteligencia del corazón


En la cuarta etapa de la conciencia, con todo, no se trata del
amor a una persona, sino de un pensar, sentir y obrar que, en
general, se basa en el amor y la confianza; de un corazón abierto,
no solo para el amado o la amada, sino para la totalidad de la
existencia. El físico y estudioso de la conciencia americano Arthur
Zajonc habla incluso del “camino del conocimiento del amor”
(Epistemology of Love). Al hacerlo se apoya en Johann Wolfgang
von Goethe, sobre cuya teoría de los colores y filosofía del cono-
cimiento se doctoró. Goethe afirmaba que solo podemos com-
prender de verdad lo que amamos. Solo cuando amamos algo,
este se nos abre y nos muestra su verdad. En el caso de los seres
humanos es completamente cierto: Solo cuando nos sentimos
amados nos abrimos y mostramos nuestro interior. Pero Goethe
va más allá, habla de la naturaleza toda, de la totalidad de la exis-
tencia. En Máximas y reflexiones escribe: “Hay una dulce empei-
ria, que se hace íntimamente idéntica al objeto y se torna así en
verdadera teoría”.3 “Dulce empeiria”, qué maravilloso concepto.
¿Puede uno imaginarse a los científicos lidiando dulcemente con
sus objetos? Y “hacerse íntimamente idéntico”: Justo lo contrario
de la distancia y objetividad que exige la ciencia empírica (etapa 3
de la conciencia). El físico Zajons lo dice claramente en una con-
ferencia sobre la relación entre el amor y el conocimiento: “A un
científico de la naturaleza le parece un monstruoso atentado con-
tra la etiqueta poner en relación el conocimiento con el amor”. Si,
pese a ello, lo hace, no es con el fin de complementar las adquisi-
ciones intelectuales con buenas obras, sino de mostrar que “el
conocimiento mismo quedará incompleto y deformado tanto

3. A. Zajonc, “Was können wir erkennen? Erkenntnis zwischen Wissenschaft


und Spiritualität”, en Praxis der Systemaufstellung 1/2008.

133
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

tiempo como no sustituyamos la epistemología de la separación


por la epistemología del amor”.4
La cita de Goethe continúa: “Pero este incremento de la capa-
cidad espiritual corresponde a una época altamente instruida”.
¿Habla Goethe de la cuarta etapa? Es evidente que no conside-
raba a su época lo suficientemente madura. Se hallaba plenamente
en la segunda etapa de la conciencia, pese a que algunos grandes
espíritus la trascendían. E incluso estos, como el Geheimrat
Goethe, estaban ampliamente marcados en sus relaciones perso-
nales, su sentir y actuar por la conciencia tradicional. Me parece,
con todo, altamente interesante que Goethe no presente el amor
por el objeto de conocimiento y la intimidad con él como una for-
ma de sentimentalismo, como algo que “sale de las entrañas”,
sino como el resultado de una instrucción superior, como una
capacidad espiritual que supera la intelectual-distante. El amor
que es capaz de conocer corresponde para Goethe a una etapa de
desarrollo de la instrucción superior y no un mero sentimiento: es
una capacidad perceptiva potenciada, ampliada, la capacidad de
ver con el corazón. Surge de aquí la idea de una nueva clase de
inteligencia: la inteligencia del corazón. Es evidente que Goethe,
pese a carecer de este concepto, pensó en una evolución de la con-
ciencia que a su debido tiempo se elevaría al nivel de esta nueva
inteligencia.
¿Ha llegado ahora el momento? Quizás no realmente, no en
sentido amplio. Pero existen prometedores indicios. Para la evolu-
ción de la conciencia 200 años no son nada, aunque parezca que
mediante una aceleración enorme, elevada a potencia, de los tiem-
pos, pudiera también la conciencia desarrollarse más rápidamen-

4. A. Zajonc, “Cognitive-Affective Connections in Teaching and Learning: The


Relationship Between Love and Knowledge”, en Journal of Cognitive Effec-
tive Learning, 3 (1) otoño, 2006.

134
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

te. No, el centro de nuestra sociedad se halla plenamente en la


conciencia del yo, en lo emocional, incluso a menudo en la con-
ciencia de grupo. Lo que a través de los medios de comunicación
y gran parte de la literatura, también de la “alta” literatura y el
arte, se nos vende como amor y lo que impera en la mayoría de las
relaciones, sigue siendo el amor infantil de la etapa 2 o, en el
mejor de los casos, de la conciencia adolescente. No tiene nada
que ver con el amor del que se trata aquí, en la cuarta etapa. La
conciencia moderna, además, tiene que luchar contra elementos
de la conciencia tradicional introducidos desde fuera (por emigra-
ción de regiones más atrasadas) especialmente con muchos musul-
manes, así como contra los conservadores de la propia cultura, los
cuales encuentran una solución al dilema de la modernidad en la
vuelta a valores y tradiciones antiguas, pese a que ellos mismos
tampoco pueden vivirlas. Con todo, por entre medias de estas
transiciones truncadas y de este confuso entreveramiento de nive-
les, comienza a desarrollarse la conciencia de la etapa 4. Que un
físico como Zajonc, que enseña en un célebre College (Amherst)
de Nueva York, pronuncie en Universidades conferencias y orga-
nice cursos oficiales sobre el amor como vía de conocimiento
muestra a las claras que la conciencia ha alcanzado el nivel 4.
También C. Otto Scharmer, formador de ejecutivos y docente en
el Massachusetts Institute of Technology en Cambridge, entrena a
ejecutivos de consorcios internacionales así como a iniciativas ciu-
dadanas en la capacidad de percibir con el corazón. Open Mind
– Open Heart – Open Will (mente abierta – corazón abierto –
voluntad abierta) reza su triple paso para una buena toma de deci-
siones. Lo que debe resultar de ellas es que sus contenidos no estén
dominados por el pasado sino –en la línea de lo que antes he pre-
sentado como característico del nivel 4– que lo que quiere venir al
ser desde el futuro sea visto y puesto en práctica. Y así el subtítulo
de su libro reza: “Dirigir desde el futuro que llega”. Scharmer lla-

135
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

ma a este proceso “presencing”, una combinación de los concep-


tos presence (presente) y sensing (sentir, percibir).5 Por el momen-
to, personas como Scharmer y Zajonc representan casos aislados
de la élite académica y otros grandes centros de decisión –amén de
estos, hay muchos más–, pero están ahí. Habrá de pasar mucho
tiempo, que duda cabe, para que una parte cuantitativamente sig-
nificativa de la sociedad se sienta en casa en la etapa 4, pero algu-
nos ya están en camino.

Vulnerabilidad y fragilidad
El nivel 4, no obstante, comporta algo que en la Teoría U de
Otto Schamer apenas se considera: una apertura del corazón que
inicialmente se experimenta como fragilidad y vulnerabilidad. Al
fin y al cabo, uno se entrega a algo que no conoce y de lo cual
ignora qué va a depararle. Uno deja de tener “la sartén por el
mango”. Y este es el gran escollo que disuade a muchos. Desde la
perspectiva de la conciencia del yo, el camino del corazón aparece
como un camino marcado por una gran vulnerabilidad y, por ello,
repleto de riesgos. Y no debe olvidarse que vías de conocimiento
y decisión como la “dulce empeiria” o el “Open Mind – Open
Heart – Open Will” de Scharmer no son técnicas que uno pueda
aprender y aplicar cuando le venga en gana. El camino del cora-
zón es una opción vital, ha de ser vivido, y siempre de nuevo, por
añadidura. Para salir al encuentro del otro con el corazón real-
mente abierto y sin reservas, tenemos que superar la desconfianza
y nuestro miedo a que nos hagan daño interiormente. Y esto se
aplica especialmente al plano emocional. En el plano espiritual ya
no tenemos ese miedo, aún poderoso en el nivel 2. Pero esto se
debe únicamente a que en la tercera etapa lo emocional se disocia

5. Otto C. Scharmer, Theorie U. Von der entstehender Zukunft her führen,


Heidelberg, 2009.

136
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

de lo espiritual. En cuanto algo nos afecta a nivel emocional, nos


retiramos a un refugio interior que nos separa de los demás y,
amén de esto, del mundo en general.
Por eso surge en el nivel 3, o en el tránsito del 2 al 3, la esfera
de la intimidad, en la que uno se abre y debe poder relacionarse
con el otro con el corazón abierto. Para la conciencia del yo, la
apertura del corazón solo es posible en ese ámbito protegido que
es la “esfera de la intimidad”, y no en el encuentro con los seres
humanos en general. Y aún allí está ligada a severas condiciones,
por ejemplo, a una fidelidad sexual incondicional. Vulnerarla pasa
por ser un decepción de la confianza puesta en el otro, y la con-
ciencia del yo ya no es capaz de abrirse. Puede intentar pasarlo
por alto y hacer como si no fuera tan importante –así se veía el
asunto cuando se propagaba el “amor libre” en los años sesenta y
setenta–; peso a ello, el corazón se cierra en estos casos, y el amor
se convierte en una forma de consumo. Y esto vale especialmente,
desde luego, para la continua abolición de la intimidad asociable
a Internet y los realtyshows de la televisión, en los que las relacio-
nes personales adquieren enteramente el carácter de mercancías.
Confiar de verdad y abrirse al amor tanto en la intimidad como
más allá de ella cuando el otro o los otros no se atienen a reglas
que yo mismo o la tradición les ha impuesto, requiere una gran
ampliación de la conciencia, elevarse al siguiente nivel. Aunque en
el nivel 4 no se corre el peligro real de ser herido, uno no se da
cuenta de ello hasta que uno se ha entregado a esa apertura. Lo
que la conciencia del yo vive como una herida a la que sigue una
retirada se torna aquí en un estímulo para seguir abriéndose y cre-
cer. Este estímulo puede ser doloroso en algunas ocasiones, pero
es el dolor asociado a mudar la piel. Como en el umbral que da
paso a la nueva etapa nos vemos confrontados con nuestros mie-
dos –y no solo con los miedos personales asociados a la infancia,
sino con miedos sistémicos procedentes de nuestra familia y de

137
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

nuestra cultura–, muchas personas necesitan apoyo para dar el


paso. Tenemos que penetrar la irrealidad de nuestros miedos, así
como nuestra profunda identificación con ellos, la culpa que expe-
rimentamos al dejar atrás el pasado para seguir la llamada de la
vida y gozar de la liberación y la paz interior que experimentamos
cuando al fin nos atrevemos a dar ese paso. A mis ojos, prestar
apoyo a estos profundos procesos anímicos, así como a la clarifi-
cación y fortalecimiento del yo, que sigue siendo importante para
muchos, constituye la más importante función de la terapia en
nuestros días. En la terapia no se trata tanto de reparación de tras-
tornos como de una nueva forma de iniciación en la que se nos
ayuda a cruzar el umbral que nos adentra en el propio corazón.
Para ello tenemos que contemplar la realidad más profundamente
de lo que estamos acostumbrados.
Hace un tiempo tuve un extraño sueño: soñé con una palabra
en griego antiguo. En el sueño vi o simplemente escuché esa pala-
bra, y me desperté. Igualmente extraño fue que después de desper-
tarme supe inmediatamente cuál era el significado en alemán de
aquella palabra. Sí, estudié griego durante el bachillerato, pero
hace cuarenta años, y salvo por que a veces sé de qué deriva esta
o aquella palabra extranjera, lo he olvidado por completo. Y no
recuerdo haber oído o leído aquella palabra –thaumazein– con
posterioridad a mis años de estudio en el colegio. En alemán sig-
nifica asombrarse, estar asombrado. Desde que reflexiono y escri-
bo sobre la cuarta etapa no se me va de la cabeza. Thaumazein,
asombrarse, describe con exactitud el sentimiento que se tiene
ante la vida en el nivel 4. Tan pronto como uno brinda un corazón
abierto a la vida, la vida misma se abre y le muestra a uno cada
vez más cosas de su interior. Uno se da cuenta de que antes no veía
más que su lado externo y se halla admirado en un mundo que
creía conocer y del que sin embargo no conocía nada en absoluto.

138
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

Del vivenciar al compartir, del aislamiento a la unión solidaria


Cuando uno se siente en casa en el corazón, coleccionar
vivencias se torna secundario. En el corazón impera una alegría
natural que, o bien se comparte con los demás, o se disfruta en
silencio. No es desbordante, ni escandalosa, ni agitada, es un
sentimiento constante y apacible. Está emparentado con la satis-
facción de la segunda etapa, pero es muy diferente. No procede
de lo antiguo, no está asociado a que las cosas sigan siendo como
siempre han sido, sino que se vuelve hacia lo nuevo, hacia la
apertura de la vida y el cambio. De ahí que no quede alterada,
como la satisfacción de la segunda etapa, por los cambios repen-
tinos. Se alimenta más bien del descubrimiento de un mundo
nuevo, de la perspectiva ganada sobre todas las cosas. Por eso no
necesita cosas (vivencias) especiales. No es que uno ya no quiera
vivir nada más y que ya no sienta curiosidad por lo nuevo. Ocu-
rre más bien que lo nuevo siempre está ahí, por que uno lo ve
todo bajo una nueva luz.
Y lo que uno ve por encima de todo es que está solidariamen-
te unido. No solo, no separado, no aislado; pero tampoco obliga-
do, sujeto, atado, sino unido. La experiencia de la unidad solida-
ria presupone la experiencia de la separación y el aislamiento,
esto es, el desarrollo de la etapa 3. Solo quien puede estar solo
puede también estar solidariamente unido. En la etapa 3 aún no
se desarrolla la verdadera experiencia del estar solo, pero sí repre-
senta un paso previo. Cuando me siento aislado, me siento solo,
pero “solo” en el sentido de separado y con ello, al final, también
en soledad. Se trata, pues, de una experiencia dolorosa. Ahora
bien: cuando miro de frente el hecho de la soledad y la apruebo,
el dolor se convierte en una cierta calma. Esta no es la experiencia
profunda de la soledad. No surge hasta la sexta etapa, y en ella
soy a la par uno con todo lo que es. La solidaridad del corazón

139
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

que aparece en la cuarta fase es el primer paso hacia allí, tras


haber sido progresivamente alejados del todo en las etapas 2 y 3.
Solo pueden estar unidos los que se han experimentado como
individuos, de lo contrario no se trata de unidad solidaria sino de
mezcla. Dicho de otra manera: quien llega al corazón sin haber
pasado por la conciencia del yo, experimentará la unión como un
niño, como una suerte de vínculo familiar. Le faltará la experien-
cia y la capacidad de estar solo, por lo que tenderá en las relacio-
nes a la codependencia, esto es, aunque se perciba a sí mismo
amando, su amor depende de que el otro lo ame o lo mantenga
atrapado en su amor. Por mucho que este amor se sienta en el fon-
do del corazón, es en el fondo un amor inmaduro. En los lazos
maduros del corazón, tanto yo como el otro (o los otros) somos
libres, porque uno también podría estar solo.

Yo – Tú – Uno mismo
He descrito el camino que va de la etapa 2 a la 3 como la tran-
sición del nosotros al yo. La etapa 3 se entusiasma al comienzo
con el yo, y en su transcurso el yo se apodera cada vez más de ella.
Curiosamente, apenas hay alguien que lo apoye abiertamente. El
yo siempre se esconde más o menos avergonzado, por ejemplo,
tras buenas (no egoístas) intenciones, supuestas necesidades obje-
tivas, etc. También tras el esfuerzo por trascenderlo. Y esto ocurre
por una buena razón: el yo solo puede triunfar ocultándose. Tan
pronto como sale a la luz, desnudo, todos lo señalan con el dedo.
Pero en ese momento le queda a uno especialmente claro que el yo
no tiene sustancia, que es solo apariencia. Puede comprobarlo con
un sencillo ejercicio. Colóquese frente a cualquier persona, mírela
a los ojos y diga (sin apartar la mirada): “Soy independiente. No
necesito a nadie. Me basto enteramente a mí mismo”. Notará que
esto no se sostiene. No es verdad, sencillamente.

140
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

Pero también está, por otro lado, el intenso y esencialmente


correcto sentimiento de que soy diferente a los demás, de que exis-
to como una criatura independiente, no idéntica a ninguna otra
criatura. Cuando digo “yo” en este otro sentido y lo acepto ente-
ramente, se produce un cambio esencial: me doy cuenta de inme-
diato de que los demás también son yoes, de que también son dife-
rentes y especiales. Decir yo con aprobación plena de uno mismo,
tal y como uno es, no separa, al contrario, une. Me mueve a acep-
tar a los demás en tanto que otros yoes, y mediante esta acepta-
ción se crean múltiples lazos. En el sí al propio yo me solidarizo
conmigo mismo, con mi historia, mi procedencia, y con todo lo
que ha hecho que sea lo que “yo” soy; a la par veo también que
los demás deben ser como son, y así me reconcilio con ellos y
acepto que son diferentes. Cuando afirmo pues, en este sentido,
completamente al “yo”, el yo pierde su peculiaridad, su presun-
tuosidad, y también su soledad. Yo y tú se hallan en el mismo pla-
no, tienen la misma validez, y así el yo deja de ser importante. El
sentimiento del yo cede en favor del sentimiento de uno mismo, en
el que también nos percibimos como un sujeto, pero un sujeto en
medio de otros sujetos con los que en el fondo se siente unido.
Para verterlo en una imagen: la isla deja de verse y sentirse como
una isla solitaria rodeada de mar, y ahora se ve a sí misma como
una de las muchas cimas de una cordillera submarina cuyas partes
visibles (conscientes) se elevan por encima del agua y pueden ver
desde allí a las otras cimas visibles de la misma cordillera. Estar
solo y aislado (isla) y ser uno (cordillera) coexisten, y hacen posi-
ble la experiencia de la unidad solidaria.
La unidad solidaria engendra un nuevo sentimiento del noso-
tros, diferente al de la etapa 2. “Nosotros” ya no equivale al gru-
po, que está unido porque comparte unos valores, propósitos, el
mismo color de piel y cosas semejantes, sino que “nosotros” nos

141
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

hemos dado cuenta de que somos distintos rostros de lo mismo


–individuales y diferentes, pero partes del mismo todo. Por eso se
crea un vínculo del corazón que no percibe el hecho de ser diferen-
te como motivo de separación. Este nosotros ya no funda ningún
grupo, sino fluidez en los lazos. En el nivel 4, el colectivo ha deja-
do de existir.

Deseos, elecciones, estar de acuerdo


En el nivel 4 se desarrolla la conciencia de que, en la vida, no
se tiene elección. Esto parece entrar en contradicción frontal con
lo que se ha aprendido trabajosamente en la etapa 3: que uno es
libre y responsable de todo. En realidad, ambas cosas son verdade-
ras. En la etapa 4 se desarrolla una nueva clase de libertad y una
nueva clase, más abarcadora, de responsabilidad. La libertad del
nivel 3 insiste en que me desprenda de tradiciones dadas, en que
cuestione las respuestas dadas y vea por mí mismo qué es verdade-
ro, en que actúe en base a lo que veo por mí mismo y creo. Es una
libertad que separa, que, al final, deja a cada uno solo. La libertad
de la etapa 4 es diferente. Reconoce que no hay nada que decidir;
sigue al corazón, sencillamente; en el corazón estamos unidos con
lo que quiere venir al ser y suceder a partir de sí mismo.
Si escucho mi corazón, no hace falta que decida, pues entonces
la cosa ya está decidida. Por ejemplo, las parejas se preguntan a
menudo si deben separarse o seguir juntas. Algunos se torturan
durante años con esta pregunta. Cuando alguien viene a pedirme
consejo sobre ello, pregunto primero: ¿Qué dice tu corazón?
¿Amas a esa mujer o a ese hombre? Puede también ocurrir que la
respuesta sea “sí”, y que a pesar de ello uno sienta en el corazón
que se ha acabado; pero no se trata de una pregunta que pueda
responderse por pros y contras, es algo que se siente. Si uno es
capaz de oír la voz del corazón, la decisión ya está tomada. Igual

142
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

que no hemos decidido enamorarnos de este hombre o de esta


mujer. Si alguna decisión se ha tomado no es otra que la de no
cerrarnos al amor, la de no oponernos a lo que dice el corazón. Y
esta es la responsabilidad que se cierne sobre nosotros en la cuarta
etapa (no solo en cuestiones amorosas, que aquí se emplean úni-
camente a modo de ilustración): dar una respuesta adecuada a la
voz del corazón, estar en resonancia con lo que la vida quiere de
nosotros y nos tiene preparado. En lugar de la voluntad propia
aparece el estar de acuerdo. Uno se siente en él plenamente libre,
tan libre como cuando nos dejamos llevar por las olas de una
corriente. Con el estar de acuerdo volvemos a estar ligados a la
vida y al todo. La propia voluntad separa. Querer algo significa
que las cosas deben ser distintas a como son, que la vida debe de
ser diferente a como es. De ese modo me aparto de lo que es. En
lugar de ello, me reconcilio o incluso me identifico con mi deseo.
La identificación corresponde a la conciencia de grupo. En ella
uno ve el mundo como el niño ve una lista de deseos: si eres bue-
no, si tu fe es firme o tu amor lo suficientemente intenso, el amado
Dios (o quienquiera que ocupe su lugar) satisfará tus deseos. En el
nivel 3 vemos que también hay otros que quieren y desean. Al
principio, este conocimiento conduce a la célebre lucha de todos
contra todos. A diferencia de la etapa 2, quiero encargarme por
mí mismo de que mis deseos se cumplen, utilizo todos los recursos
que están a mi alcance para imponerlos. Cuando no lo consigo me
siento un perdedor. Y como solo pueden ganar unos a costa de los
otros, la mitad, al menos, son perdedores. En realidad son muchí-
simos más, porque unos ganan mucho, lo que quiere decir que
ganan y viven a costa de muchos otros. Con lo que hay muchos
más perdedores que ganadores –al menos hasta que se vislumbra
la verdad de que ahí pierden todos, porque también los ganadores
están al final aislados y solos.

143
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

El slogan de moda de generar win-win-situaciones entraña la


idea de que los propios deseos tienen que asociarse a un contexto
más amplio. Pese a ello, uno queda aquí atrapado en sus propios
deseos. Pero solo cuando uno se entrega a la realidad y comienza
a escuchar a la vida con el corazón y a seguir sus dictados, se res-
tablece la unidad con el todo. Sigue habiendo deseos, claro está,
pero dejan de ser el criterio de la acción, tampoco lo son del que-
rer. Pero cedo mis deseos al todo y me entrego a lo que el todo
quiere o a lo que, querido o no querido, sucede.
En este nivel de conciencia las respuestas ya no proceden del
pensamiento. Surgen de la percepción directa de lo que ahora es o
de lo que está a punto de venir al ser. La percepción ocupa el lugar
del pensamiento, y en el lugar del sospesar pros y contras aparece
la acción espontánea, ligada a la percepción de sus efectos. Entra-
mos así en contacto vivo, directo, con la realidad, en un intercam-
bio elemental, en el que la vida actúa a través de nosotros. Y justo
en este contacto, en esta entrega a la vida misma, se opera en
nosotros un cambio, un crecimiento. Porque la vida es continua
transformación y crecimiento. El crecimiento y el cambio dejan de
ser acciones que corren por nuestra cuenta, no son un cambiarse
a uno mismo, un trabajar sobre uno mismo, sino procesos que
suceden con nosotros. La vida nos moldea, nos labra. Nosotros
nos recostamos interiormente, dejamos que las cosas sean y...
crezcan por sí mismas.

144
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

Comparación entre los estados de conciencia 3 y 4

etapa de conciencia etapa 3 etapa 4


experiencia del mundo aislamiento estar unido
modo de vida poder, control, compartir
orientación al yo
meta de la vida vivencia unión
sentimiento del yo yo uno mismo
móvil de la conducta voluntad amor
interpretación del ciencia experiencia propia
mundo
modo de conocimiento duda, pensamiento percibir, mirar, confiar
racional
teoría del conocimiento subjetivista/relativista fenomenológica
(constructivista)
palabras clave yo quiero yo confío

145
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Etapa 5: La conciencia de tener una misión.


El adulto maduro
Meditación sobre las etapas

Etapa 5

La mirada se eleva, sigue la pendiente del techo, se aleja de lo


que la rodea, se escapa de la habitación, se eleva por encima de la
casa, del lugar, busca anchura, amplitud. Las cosas que me rodean
carecen de interés, deseo marcharme lejos. Es un sentimiento
intenso, similar al de la etapa 2, y a la par muy diferente. No me
eleva tanto, no hay ahí nada grande que me sirva de orientación,
nada objetivo, nada concreto, es más bien como si escapara del
envoltorio de mi persona y creciera ocupando la amplitud del
espacio, como si me expandiera hacia lo infinito. O también como
si algo quisiera llenarme desde dentro, algo que a la par me impul-
sa hacia delante. Percibo afectivamente algo fuerte y grande, pero
ahí no hay nadie que sea fuerte y grande, ni en mí ni frente a mí.
Hay más bien una ligera duda –no, no una duda, una pregunta,

146
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

más bien– sobre si soy yo lo suficientemente fuerte y grande para


aquello de lo que aquí se trata. Qué sea eso, no lo sé. Solo siento
que es grande. Y serio. Me siento muy serio y libre.

Etapa de la vida 5: Maduración y transición hacia la vejez


Cuanto mayores somos, tanto más borrosas e individualmente
variables se tornan las transiciones y las etapas de la vida. En el
caso del nacimiento está claro, dura nueve meses desde la concep-
ción, el margen de variabilidad queda aquí limitado a unas tres
semanas. Si el niño llega antes o después, muere –sin medicina
moderna. En la pubertad, el margen es considerablemente mayor,
cuándo exactamente comienza y termina la juventud varía mucho
de unos casos a otros. La siguiente transición, el climaterio, tiene
límites aún más difusos. Las mujeres dejan de ser fértiles a partir
de los 45 años aproximadamente, pero no es algo que ocurra
repentinamente, se prolonga en el tiempo. Durante varios años la
menstruación va y viene, hasta que al final desaparece por com-
pleto. Los cambios hormonales traen consigo molestias corpora-
les o psíquicas más o menos claras. Tanto el comienzo –que puede
incluso tener lugar a partir de los 50–, como el transcurso y el
final del proceso son muy diferentes en cada individuo.
A esto se añade que el climaterio solo representa una etapa
vital clara para las mujeres. Aunque hoy en día también se habla
de climaterio masculino. No obstante, aunque también se den en
los hombres cambios hormonales (descenso de los niveles de tes-
tosterona), la equiparación no me parece adecuada. Con ella se
oculta una diferencia esencial: los hombres siguen siendo fértiles,
pueden seguir concibiendo hijos y seguir así contribuyendo direc-
tamente a la multiplicación de la vida. Las mujeres ya no pueden
hacerlo. El corte es mucho más profundo. Un grupo de seres
humanos sin contacto con otros seres humanos se extinguiría si

147
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

no se compusiera más que de mujeres en o tras el climaterio. Para


la supervivencia del grupo no representaría en cambio problema
alguno que los hombres jóvenes se extinguieran y el grupo solo se
compusiera de mujeres jóvenes y hombres mayores. Está claro que
la evolución mantiene en los hombres mayores una reserva gené-
sica que en caso de emergencia garantiza la supervivencia. Pueden
ligarse interesantes reflexiones (relativas, por ejemplo, a la con-
ducta sexual de hombres y mujeres) a este hecho, pero no es el
tema que nos ocupa. Lo que nos interesa aquí es la función psíqui-
ca del climaterio.
Pero antes volvamos a los hombres. Quizás sí hay algo que se
asemeja al final de la fertilidad en las mujeres: el final de la aptitud
para la defensa. Puede sonar algo anticuado, pero debe tenerse en
cuenta que la capacidad del hombre de proteger a su tribu –a su
familia, grupo, país– contra enemigos y amenazas naturales ha
constituido, junto con la obtención de alimento, su principal fun-
ción social durante muchos miles de años. En los Estados moder-
nos no se llama a filas a hombres que sobrepasan los cuarenta o
cincuenta años, no pueden pilotar reactores como soldados profe-
sionales, por ejemplo, y en los ejércitos normales no se los emplea
en acciones de ataque. Lo cual, generalizando, significa que se los
desposee de la función de ocuparse de la defensa del grupo. Si
tenemos presente el significado de la etapa 1, a saber, la supervi-
vencia del individuo y de la especie, podemos decir que con el cli-
materio las mujeres pierden su capacidad de contribuir a la super-
vivencia de la especie, mientras que los hombres ya solo pueden
contribuir limitadamente a asegurar la supervivencia biológica del
grupo al que pertenecen. Correlativamente, en las etapas tempra-
nas de la humanidad, al climaterio pronto le seguía la muerte. ¿Es
el climaterio la entrada en la inutilidad social, el comienzo de una
muerte paulatina? Esto parece, en efecto, si solo consideramos el
lado material, físico del asunto. Desde este ángulo, es un proceso

148
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

destinado a hundir a las personas en una depresión. Pero si tam-


bién se da cabida al plano psíquico-espiritual, se comprende que
el climaterio es un comienzo: el primer signo del tránsito hacia el
mundo espiritual. No por casualidad llega hoy poco después de la
mitad de la edad media de vida. En esta etapa de la vida no solo
termina algo, ¡también comienza algo! Y la contribución espiri-
tual ocupa el lugar de la contribución física. Queda esto manifes-
tado, por ejemplo, en que casi todos los puestos directivos están
ocupados por hombres y mujeres de edad. Dirigir es una tarea
espiritual. Hablando en términos muy generales, me parece que la
función positiva del climaterio radica en dispensarnos de una fun-
ción biológica central y prepararnos para la entrada en la dimen-
sión espiritual de la vida.

Etapa de conciencia 5: La conciencia de tener una misión


La dimensión espiritual de la vida acude a nuestro encuentro
de forma prototípica en la quinta etapa de la conciencia. Desde
luego que la conciencia es siempre algo espiritual, pero al principio
entra en la vida en una forma muy espesa (lo que llamamos “mate-
ria”) en la que nada sabe la conciencia de sí misma. A resultas de
su evolución regresa paso a paso hacia sí misma, lo que comporta
hacerse cada vez más fino, más fluido, más espiritual. Con ello se
acerca cada vez más a su esencia profunda y se hace cada vez más
consciente de ella –y, por lo tanto, de sí misma. Aquí describo
intencionadamente a la conciencia como sujeto de ese proceso,
como lo que actúa. O lo que tanto vale: no tenemos una conciencia
que nosotros desarrollemos, sino que la conciencia misma es el
sujeto que actúa. Nosotros, que creemos tener una conciencia y,
quizás, desarrollarla o, en jerga espiritual, trascenderla, no somos
más que una expresión de la conciencia. En el hombre y su evolu-
ción vuelve a sí misma. Esta es la meta de nuestra existencia.

149
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

En el nivel 5 tomamos conciencia de ello. La alegría del cora-


zón que nos embarga en la cuarta etapa no es el punto final, sino
el comienzo de un crecer hacia la dimensión espiritual del ser. El
crecimiento de las etapas 1 a la 3 también es espiritual, ciertamen-
te, pero consiste en un desprenderse del todo originario, comple-
tamente inconsciente de sí mismo, que tiene carácter espiritual
pero no perspectiva espiritual. Se trataba de una ilustración nega-
tiva, un asegurarse de lo que el mundo no es. En esa medida tam-
bién es una destrucción, consiste en derribar las viejas imágenes y
la (antigua) espiritualidad. Esta destrucción es definitiva e irrever-
sible. Y, por lo demás, está enteramente en marcha, la ciencia
corrige de continuo sus conocimientos de ayer. En eso radica la
totalidad de su programa: ilustración negativa, destrucción, “fal-
sar”. Por eso la ciencia es la teología de la tercera etapa, solo que
a diferencia de la teología positiva de la etapa 2, que nos informa
sobre lo que hay, la de la etapa 3 nos explica lo que no es. Al
hablar de la duda como de un principio constitutivo de la ciencia
ya expuse que aunque con ello tiene lugar un progreso, el resulta-
do de su ejercicio es que no queda nada sobre lo que se pueda
construir. El programa científico desemboca necesariamente en
nihilismo.
En el nivel 2 también tiene lugar una destrucción de la antigua
espiritualidad (de la mitología), pero ahí se sustituye por una nue-
va espiritualidad (el monoteísmo). En la etapa 3 se desmorona
cualquier orientación espiritual. Toda orientación espiritual, toda
percepción, incluso, se toma por algo construido. Y si todo lo
espiritual es una construcción subjetiva, podía haberse construido
de un modo diferente a como se lo ha hecho. Es arbitraria, por
tanto. Y como es arbitrario, no puede seguir proporcionando
orientación. Ya no hay nada espiritual, solo vale lo objetivo. Dios,
moral, fe –bajo la inmisericorde luz de la ilustración, todo parece
subjetivo y arbitrario. Sobre cualquier fundamentación podemos

150
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

seguir preguntando por en qué se fundamenta, y con ello pierde su


validez objetiva y su función orientadora. De ahí que la conciencia
de la etapa 3 desemboque en un profundo materialismo. Pese a
ello, se trata de un proceso espiritual, pues la conciencia se refina
al recorrerlo y se hace más transparente a sí misma. Cuanta mayor
es la hondura con la que penetramos en la (pura, aparentemente)
materia, tanto más claro se hace que no existe la pura materia.
Incluso a la física, esto es, ¡a la ciencia de la materia!, se le escapa
la idea de materia por entre los dedos. Se disuelve en ondas, o en
información, o: en conciencia. Pero la conciencia, en el sentido de
lo que se revela a la luz de la moderna física como las cosas que
antes se tenían por materia, es completamente diferente a la del
mundo antiguo. Aquella estaba repleta de contenidos y mensajes,
esta, en cambio, está vacía. Es conciencia, y nada más. Pero una
cosa está clara: el mundo no está hecho de materia, sino de con-
ciencia, es espíritu. Es a dónde nos ha conducido la deconstruc-
ción de la antigua espiritualidad del nivel 2.
Con el nivel 4 aparece pues una nueva visión de las cosas, una
nueva perspectiva. Y aparece desde la nada. Aparece cuando uno
avanza hacia la nada y se deja caer en ella como el niño en los bra-
zos del padre. Lo que aún no se ha realizado, lo que espera venir
al ser, aparece repentinamente desde la nada. No es algo predicho,
basado en algo establecido en o derivado de lo antiguo, como en
la espiritualidad de la etapa 2, sino completamente abierto. Tam-
poco se construye nada, como en el constructivismo de la etapa 3,
sino que algo se muestra, algo entra en el ser visible. Y uno tiene
que ir detrás de lo que se muestra –y ello forzosamente, sin que
uno tenga que cooperar. La única contribución que uno puede
hacer consiste en dar forma, una figura, a esa novedad aún infor-
me, dándole palabras, por ejemplo (o sonidos, movimientos, etc.).
Les pongo un ejemplo.

151
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

El segundo año que ejercía como constelador fui invitado a un


curso en Worpswede, en las cercanías de Bremen. La organizadora
había alquilado una sala inadecuada para nuestros fines y tuvimos
que buscar rápidamente otra cosa. Al final el curso comenzó, con
algo de retraso, en las aulas de una guardería. La mayoría de los
participantes estaban sentados en sillas de niño, todo era muy
improvisado, y cuando al fin quise empezar no se me ocurría nada.
Veinte caras me miraban con gesto expectante… y en mi cabeza el
más absoluto vacío. En lugar de ser presa del pánico o salir del
paso con frases hechas me quedé en silencio. Acepté mi silencio,
acepté que no se me ocurría nada, acepté la nada. Me quedé sen-
tado, en silencio, entre cinco y diez minutos. Como guardaba la
calma, esta se transmitió paulatinamente a los asistentes, aunque
no era algo que yo me hubiera propuesto. En un momento dado se
formó una frase en mi mente: “Como veis, no se me ocurre nada”.
Aún estaba diciéndolo cuando se formó una segunda frase en mi
cabeza: “Pero nada no es solo nada. Nada puede ser algo. En las
constelaciones familiares es incluso muy importante, porque todo
lo que en ese contexto digo o hago procede de la nada”. Y así con-
tinuaron las cosas. Una frase surgía después de otra, y cada una de
ellas era nueva también para mí. Hasta que estuvo dicho todo lo
que quería ser dicho. Cuando nada más me vino a la mente dejé de
hablar y pasé a los ejercicios prácticos. Después un pastor levantó
la mano y dijo: “Soy pastor, y quiero decirte que mientras estabas
ahí sentado en silencio y completamente tranquilo he tenido esta
certeza: ‘Estoy en el lugar adecuado. Cuando estoy frente a mi
comunidad y voy a predicar, a menudo debería quedarme callado,
pero hasta ahora no me he atrevido a hacerlo. Quizás encuentre
aquí algo que me dé valor para hacerlo”.
La diferencia entre la etapa 4 y 5 de la conciencia radica en que
en la quinta uno alcanza mucha más claridad en este proceso. En
la cuarta etapa todo se focaliza en la conexión interior, en la per-

152
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

cepción de lo nuevo, donde el sentir (no la emoción, sino el proce-


so de sentir) aún desempeña un papel esencial. En la quinta todo
se orienta hacia la expresión, hacia el dar forma y conformar, y
aquí se impone el espíritu. Concretamente, un espíritu completa-
mente abierto, sin propósito alguno, que se halla en un intercam-
bio fluido con el ESPÍRITU, sin más.
La cualidad interna del nivel 5 les resulta a muchos bien conoci-
da, especialmente a los artistas, a los deportistas de elite y a personas
en general que rinden al máximo o llegan a situaciones que les con-
ducen a zonas límite en las que los patrones habituales de conducta
pierden toda su fuerza. Surge entonces a veces una fuerza, una clari-
dad, una calma y/o seguridad que no se experimenta normalmente.
Es como si uno estuviera conectado a una fuente que hace que uno
haga exactamente lo correcto. Los deportistas hablan de estar in the
zone, en la zona, como lo expresó el baloncestista Michael Jordan.
Sabes perfectamente qué movimiento tienes que hacer, sabes perfec-
tamente lo que hace el contrincante, y sabes perfectamente que la
pelota caerá dentro de la canasta cuando la lances. Son momentos
en los que todo sale bien sin que uno deba contribuir mucho a ello.
Incluso conozco este estado como golfista amateur, sobre todo cuan-
do golpeas en el green. A veces sé que la bola irá al hoyo, y mi cuer-
po se limita a hacer lo que para ello es necesario. Cuando me siento
inseguro y reflexiono sobre cómo hacerlo, suele salir mal, aunque se
trate de un putt corto. Hay días en los que a uno le sale casi todo sin
que deba uno esforzarse en demasía, y otros en los que no sale casi
nada o hay que pelear por cada golpe.
Tenía quince años cuando mi amigo tuvo un accidente con su
bici de carreras nueva. Cayó de cabeza contra un muro, y además
de una seria conmoción cerebral, tenía graves heridas en la cara y
sangraba abundantemente. Como el accidente tuvo lugar en el
centro de una localidad, varias personas vinieron a la vez. Una

153
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

preguntó quién tenía teléfono para llamar al médico de una loca-


lidad vecina. Todo ocurrió en 1964, no había teléfono de emer-
gencias, y no todo el mundo tenía teléfono. Un médico habría tar-
dado al menos 20 minutos en llegar. ¿E iba a poder hacer algo en
aquel lugar? En seguida tuve claro que eso podría ser demasiado
tarde. Le pedí entonces a uno de los presentes que me trajera toa-
llas limpias y su coche para que fuéramos directamente al hospi-
tal. No tenía más que quince años, pero estaba “en la zona”. Mi
autoridad era tan grande que los adultos hicieron todo lo que les
dije. Sentamos a Jürgen en el asiento trasero, intenté detener la
hemorragia con las toallas como buenamente pude, y a los veinte
minutos llegamos al hospital. La doctora me dijo que de llegar
diez minutos más tarde no habría sobrevivido.
Estas experiencias son excepcionales para la mayoría de las
personas, algo que quizás han vivido una, dos, tres veces en la
vida, y olvidado con el tiempo. Se dirá que en ellas uno se “supera
a sí mismo” por un breve espacio de tiempo. Quedan con ello des-
pachadas como algo inhabitual, ajeno a la vida cotidiana. ¿Pero
no es esta una fabulosa fórmula del lenguaje corriente que entraña
una profunda visión de las cosas: “superarse a uno mismo”? Por-
que de eso exactamente se trata: ¡De superar, de trascender el pro-
pio yo! ¿Por qué no habría de ser esencialmente posible lo que
ocurre repentina e inesperadamente porque una situación especial
consigue engañar por un breve espacio de tiempo al pensamiento
y a las dudas habituales, a la acción basada en nuestros antiguos
conocimientos y experiencias, de modo uno se entrega a lo que le
sugiere el momento? ¿Por qué no habríamos de poder actuar siem-
pre así, vivir siempre así, conectados a la fuerza que nos dicta qué
es lo correcto? ¿Y no nos muestra esto dónde reside la verdadera
fuerza, la verdadera creatividad? ¿Allende el yo, allende el conoci-
miento, en ese desconocido ámbito desde el que somos automáti-
camente dirigidos cuando llega el momento?

154
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

Para los artistas, este estado es a menudo un elemento impor-


tante, ampliamente reconocido, del proceso creativo, ya sea por-
que los atrapa sin su intervención, ya porque los artistas intentan
provocarlo. Lo último, por lo demás, es casi siempre infructuoso,
y desemboca en el consumo de drogas que producen la ilusión de
hallarse en una conciencia de la quinta etapa. El mundo del arte
está especialmente expuesto a ello. La mayoría de los grandes
artistas refieren haber oído la música que componen antes o mien-
tras la ponen por escrito, haber tocado automáticamente su ins-
trumento en sus mejores momentos, haber visto surgir el cuadro
como por sí mismo sobre el lienzo, o haberse visto impelidos a
escribir un poema. Pese a ello, no suelen saber qué les sucede en
esos casos, y no pueden por ello poner ese estado en relación con
el resto de su vida. Si no ha atravesado la etapa 4, solo sirve para
hinchar su ego. Por eso oímos hablar tantas veces de artistas que
no hallan equilibrio interior, que padecen de grandes problemas
psíquicos o que en el trato personal se conducen o conducían de
un modo descortés o hasta repulsivo. No han alcanzado el nivel 5,
solo parcialmente, en su actividad artística, son llevados a él. Esto
puede tener como resultado una apertura de la conciencia que
estimule un verdadero crecimiento interior. Sería el camino conse-
cuente. Cuando uno en cambio se precia de ello, el resultado pue-
de ser muy destructivo, porque la conciencia del yo es muy limita-
da, muy pequeña para competir con la fuerza del nivel 5. Las posi-
bilidades que uno tiene son: crecer, intentar cerrarle la puerta –al
precio de perder la creatividad–, o volverse loco.
Tampoco yo me he inventado este libro, no tenía la intención
de escribir un nuevo libro. Se me reveló en un viaje en coche, no
puedo decirlo de otra manera. Recordando conversaciones sobre
espiritualidad con un antiguo amigo –que vivía en la zona por la
que conducía– vi de repente ante mis ojos el mapa de la evolución
espiritual que se haya a la base de este libro. La impresión fue tan

155
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

fuerte que tuve que detener el coche para recoger por escrito los
niveles y hacer las primeras anotaciones. Durante los días siguien-
tes me despertaba en mitad de la noche con nuevas ideas para mi
modelo. Entonces se me hizo claro que escribiría un libro, concre-
tamente, uno que no se limitaría a describir mi trabajo –lo que
habría sido más fácil–, sino algo completamente nuevo (para mí)
a cuya disposición tenía que ponerme. Anotaba las ideas sin pen-
sar demasiado en ellas, y me volvía a la cama. Al cabo de una
semana en la que dedicaba el día a algo completamente distinto,
el plan de la obra estaba prácticamente terminado. Mi editora lo
aceptó de inmediato, y estaba tan claro, que ambos pensamos que
podría escribirlo en unos pocos meses. Me tomé por si acaso un
año escaso, pero luego resultó ser muy poco. No había contado
con que yo mismo iba a tener que evolucionar hasta el libro –apa-
rentemente ya preparado– para poder escribirlo desde él mismo, y
para ello necesité un año más.
Podrían darse tantos y tantos ejemplos de procesos similares
que resulta asombroso que no sepamos cómo surgen esas expe-
riencias y lo que se oculta tras ellas. Nos las habemos aquí con el
auténtico núcleo del proceso creativo, y, pese a ello, sobre él segui-
mos estando en la oscuridad. Cuando uno trata de aproximarse al
fenómeno, recibe el rechazo de los demás y es despreciado como
esotérico. El hecho de que las grandes obras y los momentos subli-
mes de la humanidad procedan de un estado allende la voluntad,
el poder y el control –o, digámoslo así, de que estos elementos
hayan sido desactivados– no ha conducido hasta ahora a que uno
se tome realmente en serio la fuente de la creatividad.1 Por lo

1. En el seno de las corrientes actuales, la única excepción a esto de la que tengo


conocimiento es el ya mencionado libro de Otto Scharmer, Theory U. Apa-
reció en el marco de un programa de investigación que Scharmer llevaba a
cabo, inicialmente, para McKinsey, y que abordaba la cuestión de cuál es la
fuente de la creatividad.

156
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

demás, se tematiza este aspecto solo como algo que los artistas,
sorprendentemente, poseen, pero no como algo fundamentalmen-
te accesible a la conciencia de todos nosotros.
Ahora bien: en lo que se refiere a la quinta etapa de conciencia
no se trata, como ocurre con todas los niveles de mi modelo, de
una experiencia parcial, puntual u ocasional, sino de un contexto
de conciencia general en el que vivimos. O, dicho con una imagen:
del lugar en el que nuestra conciencia se encuentra en casa. Como
solo muy pocas personas están realmente familiarizadas con el
nivel 5, menciono estos ejemplos para ofrecer una idea de lo que
sea la conciencia de tener una misión. El artista, deportista, ora-
dor o terapeuta que de repente se ve conectado a una fuente crea-
tiva externa cuyos impulsos sigue como un medium, no suele
saber cómo ocurre esto. Su patria espiritual se hallaba antes en la
etapa 2, ahora en la 3 o, en casos excepcionales, en la 4. Hermann
Hesse, por ejemplo, era una persona interiormente desgarrada
que sufría depresiones, a veces severas, entre sus grandes obras.
No pudo terminar el que, a mi juicio, es su mejor trabajo, Sidd-
harta, sino tras una larga interrupción durante la que hizo una
terapia con C. G. Jung. Pese a ello, la obra misma irradia la sabi-
duría intemporal de la etapa 6 de la conciencia. Su contemporá-
neo Rainer Maria Rilke sufría igualmente entre el contexto del
nivel 2 en el que había crecido y del que, al parecer, no podía
emanciparse interiormente, la conciencia del yo moderna que se
abría paso con fuerza en el mundo, y las etapas de conciencia más
elevadas a las que su espíritu accedía. Consideró seriamente psico-
analizarse con Freud, pero finalmente decidió no hacerlo porque
temía ver perjudicada su creatividad literaria. La poesía lo elevaba
temporalmente a niveles en los que los problemas se disolvían, y
quizás creía necesitar el sufrimiento para alcanzarlos.
Hasta cierto punto, esto es verdad. Sin sufrimiento falta lo que
nos impulsa a crecer. Pero si permanecemos en el sufrimiento tam-

157
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

poco crecemos. El crecimiento requiere primero del conflicto, y


después de la resolución del conflicto. En el siguiente nivel, la solu-
ción alcanzada entra en conflicto con una experiencia nueva, y se
requiere una nueva solución. El arte, también la actividad del tera-
peuta en tanto en cuanto la ejercemos como un arte, nos pone en
contacto con niveles superiores. Pero crecemos al hacerlo solo si no
reservamos esos niveles para el arte o el trabajo, sino que nos entre-
gamos enteramente a ellos. De lo contrario se viene a parar antes o
después a terribles conflictos, porque la vida se halla a millas de
distancia de las sublimes esferas a las que accedemos en un ámbito
parcial de la vida (arte, deporte, terapia o lo que sea). Y entonces
la vida corriente le parece a uno cada vez más trivial e insoportable.
Ahora, ¿qué significa encontrarse en casa en el nivel 5? Signi-
fica, sobre todo, renunciar enteramente a la voluntad propia.
Mejor: a la voluntad personal, no a la voluntad en sí. Ahora la
voluntad se pone enteramente al servicio de lo que se manifiesta
en mí y a través de mí, de lo que quiere venir al mundo. En gene-
ral, hago lo que hago porque me siento llamado y movido a hacer-
lo por una fuerza mucho mayor. Quizás conlleve trabajar duro,
pero uno no le da importancia a eso. Pero es otra clase de obligación,
es una misión, y al cumplirla me siento tan libro como Michael
Jordan al confiarse a los dioses del baloncesto y dejar que ellos lo
guíen de la mano.
Al hablar de una misión pensamos de inmediato en los misio-
neros. Pero la misión de la etapa 5 no genera misioneros, estos per-
tenecen sin excepción a la etapa 2. La llamada que siente el misio-
nero procede en realidad del nivel 5, por lo que la experimenta
como algo que no procede de su propia voluntad, como vocación.
Pero la interpreta en el contexto de la etapa de conciencia 2, por-
que es ahí donde su conciencia se siente en casa. Y esa conciencia
le dice que su visión del mundo es correcta, y la de los otros, en

158
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

consecuencia, falsa, por lo que se siente llamado a convertir a los


demás o a salvar al mundo entero, con palabras o con armas.
Se pone de manifiesto en ello que la conciencia de tener una
misión puede ser peligrosa. Tomemos el caso más paradigmático
de ello, Adolf Hitler. Hitler, sin duda alguna, sentía una fuerte
vocación. Se sentía elegido por la providencia –Hitler evita la
palabra “Dios”, pues no era religioso en sentido cristiano, pero su
“providencia” tiene todos los atributos divimos– para conducir al
pueblo alemán hacia su verdadero destino y, a la par, redimir al
mundo de la plaga del capitalismo y el bolchevismo. Y como tenía
a ambos fenómenos, capitalismo y bolchevismo, por obra del espí-
ritu judío, el mundo debía ser primero “liberado” de ellos. A dife-
rencia de lo que ocurre con la mayoría de los dictadores, el pueblo
no lo temía –excepto, claro está, sus opositores directos y sus víc-
timas– sino que lo veneraba. Y no solo por aquellos que caían en
las redes de la escenificación de su culto, sino también por los que
lo conocían personalmente y compartían con él el día a día. Inclu-
so la mayoría de sus opositores –muy numerosos al principio–
quedaban impresionados tras encontrarse personalmente con él.
Y de ahí que no haya manera de erradicar entre sus partidarios la
idea de que no sabía nada de los horrores de los campos de con-
centración. Sus hombres de confianza lo adoraban tanto como sus
secretarias, que destacaban su humildad y encanto.2
En efecto, Hitler llevaba una vida ascética, y no hay razón
para dudar de que para él lo importante no era el poder, sino la
gran misión que se le había encomendado y a cuyo servicio se
había puesto enteramente, en menoscabo de sus ambiciones per-
sonales. ¿Qué distingue una misión como la hitleriana de la con-
ciencia de la etapa 5?

2. Traudel Junge, Bis zur letzten Stunde. Hitlers Sekretärin erzählt ihr Leben,
Múnich-Zürich, 2003.

159
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Una misión se vuelve peligrosa cuando se convierte en una


idea o, más exactamente, en un ideal. Los ideales, al igual que la
ideología y el idealismo, pertenecen a la etapa 2. Hitler era, aun-
que cueste admitirlo, un encendido idealista. Las ideas y los idea-
les son siempre particulares, están ligados a un aquí y ahora. Tan-
to tiempo como uno es consciente de ello, resultan útiles, son sola-
mente ideas. Buenas ideas, malas ideas, es indiferente: ponen
igualmente en movimiento. Como ideal, la idea reclama para sí
una posición especial y validez universal, validez para todo y
todos. Y entonces se vuelve destructiva. Se dice que cuando la gue-
rra estaba perdida y los generales intentaban evitar la destrucción
total y salvar lo que se podía salvar, Hitler dijo: El pueblo alemán
no merece otra cosa, ha fracasado, me ha decepcionado. El pueblo
alemán –para él solo era una idea, no era nada real. Hitler se puso
al servicio, no del hombre, sino de sus propias ideas, de sus idea-
les. Y exigía al pueblo que se entregara y sacrificara por ese ideal,
igual que él mismo, hasta el hundimiento.
¿Qué puede ayudarnos a sortear ese peligro? La conciencia de
la tercera etapa responde a esto no permitiendo que nada ni nadie
sea más grande.3 Lo que, en última instancia, desemboca en una
cultura de la desconfianza y del control, al igualitarismo y al
estrangulamiento del crecimiento. El problema no es lo grande, o
la grandeza, el problema es el contexto que la hace totalitaria. Y
así la pregunta debería rezar: ¿qué evita o nos libra de volvernos
totalitarios cuando respondemos a la llamada del todo? Todo
ensayo referido a la totalidad debería responder a esta pregunta.

3. Esto condujo al principio a que en el primer partido alemán nacido ente-


ramente de la tercera conciencia, los verdes, se quedara anulado cualquier
liderazgo personal. Y esto solo cambió un poco cuando la participación en el
gobierno hizo necesaria una cierta cualidad y continuidad. Con todo, sigue
aferrándose a la idea de dirección colectiva para evitar que nadie se haga
demasiado fuerte.

160
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

Encontramos la respuesta en la conciencia de la etapa 4: tenemos


que permanecer en contacto con el corazón. Con otras palabras:
la conciencia de la etapa 5 debe permanecer conectada con la de
la etapa 4, pues solo por medio de esta conexión escapa a la ten-
tación de colocarse por encima de los demás y tenerse por válida
para todos. No por casualidad pasa el corazón por ser lo que nos
hace humanos. Ocupa el centro de los siete centros, no solo en
sentido espacial: el corazón es nuestro centro espiritual. Mi padre
era maestro pintor. Cuando la comadrona de nuestro pueblo se
construyó una casa, escribió una frase en la fachada: “La vida vie-
ne, la vida va al corazón”. No sé si fue él o la comadrona el que
eligió este adagio. Siempre me pareció cursi y algo ridículo. Pero
al considerarlo ahora debo decir: cursi o no, es verdadero. Es el
corazón el que hace nuestra vida digna de ser vivida y humana. Y
es el corazón el que nos guarda de ponernos por encima de los
demás y hacernos inhumanos.
Por eso el espíritu debe permanecer siempre ligado al corazón,
y por eso es el nivel 4 en algunos respectos más importante que el
5. Cuando habitamos el 4, el 5 llega forzosamente. Pero si tende-
mos en demasía al 5, a su claridad y conocimiento, caemos fácil-
mente en la tentación de hacer un mal uso de la “visión” o del
conocimiento, haciendo de él una virtud personal y permitiendo
que se nos comprenda y celebre como a elegidos. La misión del
nivel 5 me concierne solamente a mí. Me llama para que haga y
sea aquello que da razón de mi existencia. No puedo saber lo que
es sino siguiendo al todo, dejándolo actuar a través de mí. Hacién-
dolo tomo parte en la creación, de la que solo soy un diminuto
aspecto.
En esta pequeñez, en mi personal insignificancia, experimento
grandeza, porque lo grande se expresa a través de mí. Pero “yo”
no soy grande, sino que “eso” o “ello” es grande. El “yo” se pierde

161
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

en esta experiencia. Incluso el “un mismo” se retira tras el “ello”


que lleva aquí la batuta. Pero se necesita la pequeña muerte del yo,
la disolución de las ambiciones personales en el corazón, para ver-
lo con claridad y entregarse a esta muerte del ego más amplia.

Comparación entre los estados de conciencia 4 y 5

etapa de conciencia etapa 4 etapa 5


experiencia del mundo estar unido existencia
modo de vida compartir servicio
meta de la vida unión creación
sentimiento del yo uno mismo eso
móvil de la conducta amor vocación
interpretación del experiencia propia visión
mundo
modo de conocimiento percibir, mirar, confiar ver
teoría del conocimiento fenomenológica contemplativa
palabras clave yo confío yo estoy al servicio

162
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

Etapa 6: La conciencia de totalidad.


La vejez
Meditación sobre las etapas

Etapa 6

Quedo sorprendido. Tras expandirme en la etapa 5 regreso ahora


a mi habitación. Miro la mesa y las sillas que la rodean, el sillón de al
lado, ahora viene el escritorio, su silla, la estantería, una guitarra y un
atril. Casi me echo a reír, es todo tan familiar. No es que me interesen
de verdad las cosas, sencillamente están ahí, las percibo y pienso que
son útiles. Por lo demás, me dan igual. Estoy aquí y a la par no estoy
aquí, es un sentimiento casi irritantemente simple. ¿Qué dicen los
maestros Zen? “Coger agua, cortar madera, beber té”. Sí, así se sien-
te, la vida. En una segunda ojeada veo también las cosas que tan
importantes eran para mí en las otras etapas, el tapiz de la pared, la
lámpara, la rosa, el techo inclinado y las vigas que lo sostienen, miro
por la ventana el paisaje nevado de finales de invierno, me siento
ligero, como si me paseara lúdicamente por entre todas esas cosas,
y de repente se me hace claro: no soy parte del juego, estoy en medio
de todo eso, pero ya no formo parte de ello. Soy un espectador.

163
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Etapa de la vida 6: La vejez


Uno se retira de la vida laboral entre los sesenta y los setenta.
Algunos (autónomos, profesores, ejecutivos, políticos) siguen tra-
bajando de un modo u otro, pero la mayoría abandona al menos
la ocupación completa y delegan responsabilidades. El cuerpo se
debilita y necesita más descanso, y el espíritu, pese a seguir activo,
necesita desvincularse. La muerte se acerca, cuerpo y espíritu
comienzan a prepararse para ella.
La edad se asocia tradicionalmente a la sabiduría. Liberado de
sus obligaciones cotidianas, el espíritu puede entregarse a la con-
templación, a abarcar con la mirada la propia vida, a ver las prin-
cipales relaciones entre las cosas, las cuales se ocultan desde la
perspectiva de los negocios diarios. Alcanzar o no esa sabiduría
depende de si uno se pliega al movimiento de hacerse viejo y al
anuncio del tránsito a la muerte o no.
Pero, ¿qué es la muerte? De ella no tenemos más imágenes
que la de un ataúd con un cuerpo muerto. Por eso vemos en la
muerte un final y nada más que un final. Y por eso vivimos tam-
bién la vejez como el tiempo que antecede a la muerte. Simplifi-
cando mucho, caben aquí dos actitudes: la activa, cuyo sujeto
desea seguir acumulando experiencias, tantas como sea posible,
antes de que la muerte nos lleve, y la pasiva, en la que uno se
retira, encoge, por decirlo de alguna manera. La primera repre-
senta una rebelión contra la mordedura del tiempo –claramente
visible en un concepto de moda, “anti-aging”, “contra la edad”,
en la que se descubre inmediatamente una actitud de rebeldía
juvenil–, la segunda una suerte de actitud de resignación. Ocurre
a menudo que la segunda sigue a la primera, normalmente cuan-
do no puede seguir oponiéndose resistencia a la edad porque el
cuerpo no nos lo permite. Ambas actitudes, empero, están liga-
das a lo corporal: o bien intenta uno poner freno a o ignorar la

164
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

decadencia tanto tiempo como sea posible, o bien acompaña al


encogimiento del cuerpo también el del espíritu.
¿Hay otra alternativa? La idea cristiana de la vida después de la
muerte ha dejado de serlo, ha perdido toda su fuerza. No es más que
una vaga esperanza a la que algunos siguen aferrándose, pero que ya
casi nadie se cree de verdad, ni siquiera los sacerdotes. ¿Y qué pasa
con la idea hindú y budista de la reencarnación? Parece más razona-
ble y así aceptable para una sociedad ilustrada. Podemos constatar
en la psique la presencia de huellas e impresiones que solo parecen
poder interpretarse como recuerdos de una vida pasada. Pero no nos
es posible saber si esto es así o no, porque cabe interpretar todas
estas imágenes –a menudo muy impactantes– de otra manera. Sobre
todo para los miembros de la cultura occidental, la reencarnación
no puede ser más que una teoría que, si bien cabe adoptar, es inca-
paz de despertar certeza interior o un cuadro interior estable.
Entonces, ¿qué? Con arreglo a la idea de los movimientos del
alma la vejez no es un encogimiento, sino un ensanchamiento. Si
dirijo la mirada hacia los movimientos interiores de la vida y me
entrego a la experiencia de dichos movimientos puedo percibir y
sentir que la vida se ensancha tanto más cuanto mayores nos hace-
mos. La limitación que supone la progresiva muerte de las faculta-
des corporales nos da la oportunidad de ver y disolver nuestra
identificación con nuestro cuerpo y seguir nuestro movimiento
espiritual. El espíritu universal no quiere encadenarnos / Quiere
que nos elevemos, que nos ensanchemos. Si bien la muerte es el
final de la corporalidad, no es el fin del movimiento de la concien-
cia. Puedo seguir ese movimiento, incluso sin saber hacia dónde
nos conduce, si comprendo que es el movimiento de la vida. Aun la
hora de la muerte acaso / nos coloque frente a nuevos espacios que
debamos andar:/ las llamadas de la vida no acabarán jamás para
nosotros…/ ¡Ea, pues, corazón, arriba! ¡Despídete, estás curado!

165
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Etapa de conciencia 6: la conciencia de totalidad

3 4

2 5

1 6

El círculo se cierra en la sexta etapa de conciencia. La rueda


de la vida consta de 6 radios y tres ejes –del uno al cuarto, del
dos al cinco, del tres al seis. Estas tres parejas están emparenta-
das entre sí de modo que el nivel superior de un eje es la trans-
formación del opuesto. El cuatro es la transformación del uno, el
cinco la transformación del dos, el seis la transformación del
tres. En esa transformación lo que antes era exterior se experi-
menta como y reconoce como interior. Y en esa interiorización
nos experimentamos progresivamente como una parte de la con-
ciencia universal, es decir, nos percatamos de que esa conciencia
opera en nosotros y que nosotros no somos más que Ella. La
fusión inconsciente del uno reaparece en el cuatro como vínculo
consciente en el corazón; nos volvemos a encontrar con la expe-
riencia de grandeza exterior (el o los dioses) del segundo nivel en
el cinco, ahora como grandeza interior, como visión interior. El
estar separado y solo, la libertad a la par grandiosa y dolorosa

166
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

del tres, es vivida en el seis como ligereza, como simultaneidad


del estar-en-el-mundo y ser espectador del mundo, como libertad
verdadera, interior. En el nivel 7 abandonamos el círculo, la rue-
da. Es aquello en torno a lo que todo gira sin girar ello mismo.
En una imagen: es el cubo de la rueda.
Pero quedémonos en el nivel 6. Aquí la escalera se transforma
en un círculo, porque la conciencia del seis lo abarca todo, lo bue-
no, lo malo, el amor, el odio, la verdad, la mentira, la vida y la
muerte. Aquí todo puede ser lo que es, todo es no-diferente, y por
ello indiferente.
Me contaron que una mujer le dijo en una ocasión a un maes-
tro Zen que esperaba un hijo suyo y deseaba que viviera con ella
y cuidara de ambos. “Ah” –respondió él, y permaneció a su lado.
Cuando el niño tuvo 14 años la mujer le confesó que no era hijo
suyo, que solo lo había dicho porque él le parecía más digno de
confianza que el auténtico padre. Quería darle las gracias y pedir-
le perdón. “Ah” –respondió él, y siguió su camino.
La indiferencia del sexto nivel no es obtusa, procede de una
perfecta permeabilidad para la vida, de una apertura que no juz-
ga, que no valora lo que es. Todo tiene para ella el mismo valor y
por ello indiferente –todo vale porque es. La conciencia del sexto
nivel está en armonía con la conciencia a secas tal y como se expre-
sa en los fenómenos –en todos los fenómenos– del mundo. Este es
el salto cuántico en el que el yo se disuelve en el todo. Hermann
Hesse so expresa bellamente en su obra Siddharta. Mi descripción
de los niveles comenzó con Hesse, y también deseo cerrarla con
sus palabras:
Mientras Govinda pensaba así, en su corazón mantenía un
conflicto, y de nuevo se sintió atraído a Siddharta por amor. Se
inclinó profundamente ante aquel hombre que se hallaba sentado,
lleno de serenidad.

167
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

—Siddharta –empezó–, hemos llegado a ser hombres viejos.


Difícilmente en esta vida volveremos a encontrarnos. Veo, amigo,
que has hallado la paz. Yo te confieso que no la he conseguido.
¡Dime, venerable, una palabra más! ¡Dame algo para el camino,
algo que pueda entender y comprender! Concédeme algo para ese
camino. Frecuentemente mi marcha es difícil y sombría, Siddharta.
Siddharta no pronunció palabra; le miró con sonrisa tranqui-
la, siempre igual. Govinda clavó su vista fijamente en su rostro,
con temor, con anhelo. Su mirada expresaba sufrimiento y una
búsqueda eterna y un eterno rastrear.
Siddharta le observó y sonrió.
—¡Acércate a mí! –susurró al oído de Govinda–. ¡Acércate a mí!
¡Así, más cerca! ¡Muy cerca! Y ahora, ¡besa mi frente, Govinda!
Y sucedió algo maravilloso mientras Govinda obedecía sus
palabras, entre un presentimiento y el amor que le atraía: se le
acercó mucho y rozó su frente con los labios. Todo ocurrió mien-
tras sus pensamientos se ocupaban todavía de las extrañas pala-
bras de Siddharta, mientras se esforzaba aún por quitar el tiempo
en vano y con resistencia de sus pensamientos, y de imaginarse el
nirvana y sansara como una misma cosa, a la vez que sentía des-
precio por las palabras de su amigo y luchaba en su interior con
un enorme respeto y amor. Así fue. Ya no contemplaba el rostro
de su amigo Siddharta, sino que veía otras caras, muchas, una
larga hilera, un río de rostros, de centenares, de miles de faccio-
nes; todas venían y pasaban, y sin embargo, parecía que todas
desfilaban a la vez, que se renovaban continuamente, y que al
mismo tiempo eran Siddharta. Observó la cara de un pez, de una
carpa, con la boca abierta por un inmenso dolor, de un pez mori-
bundo, con los ojos sin vida..., vio la cara de un niño recién naci-
do, encarnada y llena de arrugas, a punto de echarse a llorar...,

168
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

divisó el rostro de un asesino, le acechó mientras hundía un cuchi-


llo en el cuerpo de una persona..., y al instante vislumbró a este
criminal arrodillado y maniatado, y cómo el verdugo le decapitó
con un golpe de espada..., distinguió los cuerpos de hombres y
mujeres desnudos y en posturas de lucha, en un amor frenético...,
entrevió cadáveres quietos, fríos, vacíos..., reparó en cabezas de
animales, de jabalíes, de cocodrilos, de elefantes, de toros, de
pájaros..., observó a los dioses, reconoció a Krishna y a Agni...,
captó todas estas figuras y rostros en mil relaciones entre ellos,
cada una en ayuda de la otra, amando, odiando, destruyendo y
creando de nuevo. Cada figura era un querer morir, una confe-
sión apasionada y dolorosa del carácter transitorio; pero ninguna
moría, sólo cambiaban, siempre volvían a nacer con otro rostro
nuevo, pero sin tiempo entre cara y cara... Y todas estas figuras
descansaban, corrían, se creaban, flotaban, se reunían, y encima
de todas ellas se mantenía continuamente algo débil, sin sustan-
cia, pero a la vez existente, como un cristal fino o como hielo,
como una piel transparente, una cáscara, un recipiente, un molde
o una máscara de agua; y esa máscara sonreía, y se trataba del
rostro sonriente de Siddharta, el que Govinda rozaba con sus
labios en aquel momento. Así vio Govinda esa sonrisa de la más-
cara, la sonrisa de la unidad por encima de las figuras, la sonrisa
de la simultaneidad sobre las mil muertes y nacimientos; esa son-
risa de Siddharta era exactamente la misma del buda, serena,
fina, impenetrable, quizá bondadosa, acaso irónica, siempre inte-
ligente y múltiple, la sonrisa de Gotama que había contemplado
cien veces con profundo respeto. Govinda lo sabía: así sonríen
los que han alcanzado la perfección.

169
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Comparación entre los estados de conciencia 5 y 6

etapa de conciencia etapa 5 etapa 6


experiencia del mundo existencia ser testigo
modo de vida servicio ser
meta de la vida creación sencillez
sentimiento del yo eso no-yo
móvil de la conducta vocación calma, espontaneidad
interpretación del visión mística trascendental
mundo
modo de conocimiento ver ser testigo
teoría del conocimiento contemplativa meditativa
palabras clave yo estoy al servicio yo soy

170
LAS ETAPAS DE LA VIDA Y LA CONCIENCIA

Etapa 7: La conciencia total.


La muerte
Meditación sobre las etapas

Me coloco en el centro del círculo y siento – nada. Mi cuerpo


gira despacio hacia la derecha, el movimiento me conduce, pasan-
do por el nivel 6, hacia fuera del círculo. Miro hacia fuera, estoy
fuera.
Dios trabajó seis días, el séptimo descansó. Tienes que trabajar
sobre seis chacras, el séptimo es un estado de gran paz, de paz
extrema, de absoluta relajación, has “llegado a casa”. Con el sép-
timo chacra desapareces como parte de la dualidad. Todas las
polaridades desaparecen, todas las diferencias desaparecen. La
noche ya no es la noche, y el día ya no es el día. El verano ya no es
verano, y el invierno ya no es invierno. La materia ya no es mate-
ria, y el espíritu ya no es espíritu –has trascendido todo eso. Este es
el ámbito trascendental que Buda denomina Nirvana.1

1. Osho, Visión Tántrica, Colonia 2006, p. 191 y s.

171
II
La constelación familiar
como terapia espiritual
Conciencia y terapia

Los problemas de la conciencia moderna han creado una profe-


sión que hace cien años no existía, y hace cincuenta solo rara vez se
encontraba: la psicoterapia. Lo mucho que sufre y pide ayuda hoy
el alma se revela en el número de personas que buscan ayuda profe-
sional o semiprofesional. La mayoría de las consultas psicoterapéu-
ticas de los seguros médicos están a rebosar; en las zonas rurales,
donde hace 25 años a penas alguien consultaba a un psicoterapeuta,
las consultas tienen largas listas de espera; los médicos que trabajan
en las consultas de medicina general se quejan de que con muchos
pacientes solo necesitan hablar, para lo que no tienen tiempo, y, o
bien se despacha a los pacientes con un “esto es psicológico, tiene
que relajarse”, o bien se los tranquiliza con medicamentos. La
depresión y el estrés son omnipresentes. Un sin fin de niños en los
que se detectan trastornos de la conducta son tratados con una psi-
codroga, Ritalin. Y como todo esto no es suficiente, o no ayuda, o
está asociado a múltiples efectos colaterales, hay aún más personas
que buscan ayuda fuera de los caminos médico-psicoterapéuticos
oficiales, en las nuevas ofertas –profesionales, semiprofesionales o
profanas– del mercado libre de la psicoterapia. Aquí uno lo paga
todo de su propio bolsillo, pero el sufrimiento les empuja a ello, no
les da elección, y evidentemente también aprecian la oferta.

175
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

La mayoría de estas personas que buscan ayuda no padecen


una enfermedad psíquica clásica. Simplemente, ya no se las arre-
glan solos con sus vidas. Sienten opresión y pesadumbre, padecen
síntomas de enfermedad para los que los médicos no encuentran
explicación ni terapia, no consiguen llevar adelante sus relaciones,
o su trabajo, no ven sentido a sus vidas, se sienten superadas como
madres, etc. Y si nos detenemos a considerar el problema, lo que
falta en la mayoría de los casos es una orientación en base a la
cual conducir sus vidas. Pues objetivamente considerado, la vida
no es ahora más difícil que en los años anteriores o posteriores a
la guerra, no digamos ya durante la guerra. Desde un ángulo obje-
tivo vivimos en el mejor de los mundos. Subjetivamente hablando
es todo lo contrario, no hay duda. Para el alma, el mejor de los
mundos es considerablemente vacuo y está considerablemente
muerto. Y muchos –sobre todo los que buscan ayuda en el merca-
do libre de las terapias– son también conscientes de ello, no bus-
can solución para síntomas concretos, sino que buscan conscien-
temente algo que les pueda aportar una orientación interior en la
vida. Y de la terapia (o del “asesoramiento para la vida”)1 esperan
una ayuda para hallar un espacio interior que les proporcione paz
y orientación.
Para proporcionar estas cosas, la terapia (y el terapeuta en
particular) tienen que estar conectados con un ámbito interior de
paz y sentido. La cuestión es dónde puede hallarse este ámbito y
cuáles son las características de la terapia capaz de mostrar a los
clientes un camino de salida en el desierto del sinsentido. Toman-

1. En el mercado libre, muchos terapeutas se llaman a sí mismos “consejeros”


porque carecen de un título de validez legal. Esto no obstante, pueden estar
sobradamente preparados. Hablo aquí de “terapias” y de “terapeutas” para
referirme a todo lo que tiene que ver con la salud del alma y el trabajo sobre
la conciencia en un sentido amplio. Para referirme a la terapia en sentido
legal, escribiré “psicoterapia” y psicoterapeuta”.

176
CONCIENCIA Y TERAPIA

do pie en el modelo de las etapas de la conciencia, se hace patente


que ese ámbito no puede hallarse delante de la conciencia moder-
na. La respuesta no puede venir de fuera, pues una vez que la con-
ciencia, desde la unidad inconsciente con el todo y a través de la
conciencia del nosotros (en la que el hombre recibe orientación
desde fuera: de Dios, la religión y la familia) llega al yo, el cual se
encuentra en un mundo metafísicamente vacío, ya no existe nin-
gún fuera que pudiera generar sentido. Si la conciencia, en cam-
bio, no se queda aquí atascada continúa su camino, avanza auto-
máticamente hacia el interior –hacia el interior del yo y a través de
él o más allá de él. La terapia puede ser aquí de gran ayuda si cola-
bora con el movimiento, más grande, de la conciencia, no porque
ofrezca una respuesta a la pregunta por el sentido, sino porque
fomenta este camino hacia el interior en el que cada persona haya
respuestas por sí mismo.
La moderna psicoterapia, sin embargo, adolece para ello de
múltiples limitaciones, porque está estrechamente ligada con la
conciencia de la etapa 3, la conciencia del yo, si es que no se iden-
tifica enteramente con ella. La psicoterapia no ha alcanzado el
conocimiento científico natural de que el espacio interior es tan
ilimitado e infinito como el exterior. En ella se siguen aferrando al
yo como instancia última de la interioridad, mientras que en la
física hace tiempo que se ha desvanecido la idea de una sustancia
ínfima y se admite que el espacio interior, el microcosmos, se abre
cada vez más a medida que nos adentramos en él. La fijación con
el yo de la psicoterapia no se verifica en todos los métodos parti-
culares, pero sí en todo procedimiento que aspire a ser considera-
do “científico”. Que el llamado mercado “gris”, mejor dicho,
libre, que no demanda esta calificación sino que se desarrolla y
regula con arreglo a la oferta y la demanda, haya crecido tanto en
las últimas décadas se debe también, qué duda cabe, a que los
métodos reconocidos no ofrecen una respuesta a los nuevos pro-

177
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

blemas. Lo cual está a su vez en relación con el hecho de que la


psicoterapia procede y permanece en la misma conciencia que los
causa. Un breve repaso de la historia de la terapia puede quizás
evidenciarlo y mostrar la relación entre el desarrollo general de la
conciencia y la terapia.

Origen y evolución de la psicoterapia. Al servicio de la


liberación

La terapia moderna, la psicoterapia, surgió en la transición a


la etapa 3. Los primeros compases del siglo XX se caracterizaron
en Centroeuropa por la entrada del intelecto en una nueva etapa.
El alma, sin embargo, no podía seguir la marcha del intelecto. El
alma es lenta, los movimientos anímicos necesitan mucho más
tiempo. Trabajo desde hace algún tiempo en lugares marcados por
la cultura china, sobre todo en Taiwan, pero también en la misma
China y en Malasia (sobre todo con miembros de la etnia china),
y allí es fácil comprobar esto, pues en el seno de treinta o cuarenta
años ha tenido lugar una modernización que en América y Europa
duró doscientos años o más. La generación que se halla hoy entre
los treinta y cuarenta años se ha visto de golpe precipitada hacia
un mundo enteramente diferente al que conocieron sus padres, y
sus abuelos vivían prácticamente en la Edad Media. La conducta,
el estilo de vida es ultramoderno, pero el alma sufre. No puede
seguirle el paso, está desgarrada entre lo que exige de ella el ahora
y el aquí del espíritu y lo que ayer mismo era válido. El alma nece-
sita tiempo para trascenderse en dirección a lo nuevo; el espíritu
en cambio corre en dirección a la cima de la evolución.
La psicoterapia surgió en Europa en una situación muy simi-
lar. Intelectualmente hablado la gente, más exactamente, la bur-
guesía culta, estaba en la Edad Moderna, Nietzsche había declara-

178
CONCIENCIA Y TERAPIA

do la muerto a Dios, pero entre los que se adentraron en estos


nuevos territorios, algunas almas, las más sensibles precisamente,
corrían el peligro de romperse. Su sentir, su más íntima lealtad,
seguía plenamente enraizada en lo antiguo, y el que intentaba
sobreponerse a este arraigo caía enfermo. El que antiguamente
ejercía la cura de almas, el sacerdote, ya no podía prestarles ayu-
da, pues su mundo ya no resultaba válido para el nuevo modo de
pensar. No puede ayudarse desde la fe al que ya no tiene fe. El
nuevo sufrimiento psíquico exigía una forma también nueva de
cura: la psicoterapia. La terapia ya no partía de la fe, sino que bus-
caba su asiento en la investigación racional, científica, del alma.
De ahí que estuviera en situación, o al menos eso parecía, de dise-
ñar un tratamiento adecuado al sufrimiento psíquico de la época.
Su tarea consistía en tender un puente entre el lugar hacia el
que se precipitaba el desarrollo espiritual general, y en el que ya
se hallaba el espíritu de la vanguardia, y el desarrollo anímico,
emocional, que se le había quedado muy a la zaga. El alma –se
pensaba– queda atrapada en antiguas ideas y tabúes que dominan
el inconsciente aún cuando la parte consciente de la conciencia ya
no crea en ellas y las haya abandonado tiempo atrás. La tarea de
la psicoterapia consistía en sacar a la luz, ante la conciencia des-
pierta, este oculto enredo inconsciente. Casi se trataba de una
segunda Ilustración. La primera había iluminado al pensamiento
con la luz de la razón. Ahora la segunda debía conseguir llevar luz
a la parte oculta de la conciencia, el inconsciente, inaccesible al
pensamiento, que se mostraba simbólicamente en los sueños, por
ejemplo.
La sola existencia de lo inconsciente representó un golpe para
la idea ilustrada del pensamiento liberado de toda atadura. Signi-
ficaba que aspectos esenciales de nuestro pensamiento y conducta
no eran libres y autónomos, que, al contrario, se hallaban dirigi-

179
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

dos por instintos y fuerzas insondables que permanecían en la


oscuridad. Cuando algunos neurobiólogos nos explican hoy que
todo lo que pensamos, decidimos y hacemos ya está decidido en el
cerebro antes de que pensemos y actuemos, y que la libertad de la
voluntad, en consecuencia, no es más que una ilusión, se limitan a
operar una ampliación radical del descubrimiento del inconscien-
te que tuvo lugar en la época de Freud. Una ampliación que arram-
bla, eso sí, con la esperanza que entonces se albergaba de encon-
trar, con ayuda del psicoanálisis, un acceso consciente al incons-
ciente, de llevarle la luz de la razón y completar así en el alma la
obra de la Ilustración. Más aún: las ideas mismas de la razón libre,
la voluntad libre y el obrar libre quedaban en entredicho –y con
ellas, dicho sea de paso, también la de la psicoterapia, toda vez
que depende de las de razón libre y conducta autónoma.
Para Freud y sus seguidores, el descubrimiento del inconscien-
te estimuló el afán de investigar en sentido ilustrado lo inconscien-
te, de hacerlo accesible a la razón. Gracias a esta investigación, el
yo se libraría de los poderes ajenos a él que operaban a nivel
inconsciente, y el individuo conseguiría al fin decidir libre y autó-
nomamente sobre su vida. Esta es, sin menoscabo de las diferen-
cias existentes entre los métodos y recursos (en parte radicalmente
enfrentados) que se emplean para alcanzar esta meta, la idea fun-
damental de la psicoterapia hasta nuestros días. Ya un discípulo
de Freud, C. G. Jung, sospechó, como poco, que las profundida-
des del alma jamás serían accesibles a la razón, pero no pasó de
ser un outsider en el ámbito de la psicoterapia.
Si ponemos el origen y desarrollo de la psicoterapia en rela-
ción con las etapas de la conciencia, vemos que se trata de una
consecuente prolongación de la etapa 3. La idea es liberar al alma
(al inconsciente) de las estructuras interiorizadas de la segunda
etapa, de la conciencia de grupo, con el fin de conducir al yo hacia

180
CONCIENCIA Y TERAPIA

la autonomía plena. El psicoanálisis, por una parte, era ya expre-


sión de la nueva conciencia. Pudo surgir porque el espíritu ya
había llegado al nivel 3. Por otra, hizo una importante contribu-
ción a la ampliación y profundización de esta nueva conciencia.
Mientras el pastor de almas tradicional, el sacerdote, iba en busca
de la conciencia, que desde su punto de vista estaba a punto de
perderse a consecuencia de su ruptura con el todo (con Dios),
para volver así a conectarla con el alma, la psicoterapia resolvía
el conflicto hacia delante: la Ilustración debía llegar, más a allá del
pensamiento, a las profundidades del alma, mediante la ilumina-
ción de lo inconsciente. El individuo quedaría así por fin redimido
de las ataduras de lo antiguo y de los poderes que en su interior
estaban a su servicio.2
Todo esto trajo consigo un oculto cambio de paradigma.
Mientras que el pensamiento antiguo partía del todo y valoraba el
bienestar del todo por encima del bienestar del individuo, ahora se
procede al contrario. La pregunta es: ¿Qué necesita el individuo
para ser feliz? ¿Cómo puede armonizar pensamiento, conducta y
emoción? Una pregunta a la sazón inaudita e inconcebible solo
cien años atrás. El matrimonio, por ejemplo, no servía al bienestar
y la felicidad del individuo, sino solo a los de la familia, el clan o,
en el caso de los poderosos, del principado o la nación. Esto era (y
es) una obviedad para la conciencia de la segunda etapa. La cues-
tión de qué necesita un niño no desempeñaba papel alguno en la
educación. Lo único importante era qué necesitaba la familia o la
sociedad. Los niños tenían que seguir los pasos de su familia, los
descendientes los de los antepasados, el individuo los del grupo al

2. Empleo el concepto de “redención” porque la idea de la Ilustración sigue ínte-


gramente la idea cristiana de la redención, solo que le da la vuelta y la convier-
te en un programa intramundano de salvación, lo cual se hace especialmente
patente allí donde el psicoanálisis y el marxismo son vistos, conjuntamente,
como una vía de redención a la par individual y colectiva.

181
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

que pertenecía. Y ahora la relación se invierte, la nueva pregunta


reza: ¿Qué necesita el individuo? Ahora, de repente, se dirige con-
tra la sociedad, la religión y la familia la sospecha general de
entorpecer, cuando no impedir, el desarrollo del individuo.
En los trastornos (en lenguaje moderno: síntomas psíquicos),
las conductas discrepantes y a veces también la enfermedades se
veía, en correspondencia con esto, una ruptura con el todo o una
deficiente integración en el todo de orden superior (la familia, la
religión), y si recibía tratamiento, este tenía como meta la reinte-
gración en el todo y sus valores. Esto cambia radicalmente con la
entrada en la tercera etapa y la llegada de la psicoterapia asociada
a ella. El individuo se desliza ahora al primer plano, lo importante
es lo que él necesita para recuperar la salud y llegar a la plenitud
desde sí mismo. En lugar de la reintegración se busca ahora, al
contrario que antes, liberar al individuo, no solo exteriormente y
en el pensamiento, sino también interiormente, de las viejas tradi-
ciones y de las obligaciones que llevan aparejadas, que se haga
“autónomo”.
Todo esto no solo era moderno sino adecuado, en la medida
en que hacerse consciente de uno mismo se pliega y sigue al movi-
miento de la conciencia. A nivel práctico esto significa que la dis-
crepancia entre un pensamiento que desestimaba como injustifica-
das las viejas restricciones, una conducta que las dejaba paulatina-
mente atrás –impulsada también por las exigencias del desarrollo
social (industrial)– y una afectividad incapaz de acompañar a
estos cambios, desgarrada entre sus deseos modernos y antiguas
lealtades interiores, podía ser aliviada haciendo entrar a los senti-
mientos, por decirlo concisamente, en la vía del progreso.
Pero con esto nos adentramos en un importante desarrollo del
ensayo freudiano. El pensador austriaco aún daba por sentado que
bastaba con hacer accesible a la razón lo inconsciente e irracional.

182
CONCIENCIA Y TERAPIA

A partir de los años sesenta y bajo el impulso de las investigaciones


de Wilhelm Reich3, discípulo de Freud, el cual había descubierto
que los daños psíquicos se manifiestan en el cuerpo y que por
medio de ejercicios respiratorios, masajes y ejercicios corporales
podían ser experimentados, revividos y con ello –así al menos lo
creía él– curados, se desarrolló una terapia que consideraba cada
vez más la vivencia, la experiencia integral (corporal, emocional y
mental). Este método seguía centrado claramente en el individuo y
en liberarlo de constreñimientos ligados a su origen. El pasado es
el factor patógeno, lo que coarta, lo que hay que superar. No en
pocas ocasiones se llevó esta línea de pensamiento hasta el punto
de golpear e incluso matar a los padres simbólicamente. Liberarse
valía tanto como liberarse de los padres, de la familia, de la “mala”
infancia –pese a que, curiosamente, se animaba a los clientes a
adoptar conductas inequívocamente infantiles, a las que se toma-
ba, falsamente, por expresiones de la espontaneidad. Pese a utilizar
la forma de pasado, estas terapias son bastante comunes en la
actualidad. Teniendo a la vista las etapas de la conciencia, no es
difícil percatarse de que aquí actúa el programa de la juventud –la
rebelión contra la casa parental. Por eso tienen estas terapias un
efecto en primera instancia liberador –como también lo tiene la
rebelión juvenil. Solo que se agotan en el alzamiento. No desembo-
can en un yo maduro, en una vida responsable.
Lo dicho aquí no es aplicable a todas las terapias de los sesen-
ta en adelante. Algunas, como la hipnoterapia, la PNL, el análisis
del guión de vida y el análisis transaccional, siguen una línea más

3. Reich era judío, al igual que Freud, y en los años treinta tuvo que huir de los
nazis. A través de Suecia llegó a Estados Unidos, donde en 1956 fue encarce-
lado por desoír la prohibición de divulgar el acumulador de orgón que él ha-
bía desarrollado y los escritos correspondientes. Sus trabajos fueron enviados
a la hoguera (¡en la América libre, en el año 1956, esto es, 20 años después de
la quema de libros por parte de los nazis!). Reich murió en la cárcel en 1957.

183
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

cognitiva, o simbólica o también sistémica (terapia familiar). Pese


a ello, y sin abordar el tema en sus detalles, se verifica en ellas la
tendencia a pasar por alto o solo rozar, en el mejor de los casos, lo
emocional, de modo que, en estos métodos y por regla general, las
soluciones más bien racionales o figurativo-simbólicas no tienen
una base holística. La consecuencia es que carecen de base emo-
cional. Y la idea de que la familia es la madre de todos los proble-
mas también aquí se impone.

Terapia sistémica. La anulación de la vida

La terapia sistémica, ampliamente representada en la terapia


familiar, sobre todo, ocupa aquí un lugar especial. La menciono
aparte porque la constelación familiar se considera a menudo una
variante de ella, o se aplica en su contexto teórico y práctico. La
terapia sistémica comprende que el individuo está siempre inserto
en un contexto mayor (un sistema), y que su pensamiento y con-
ducta se halla con él en relación de acción recíproca. De ahí que lo
importante no sea liberarse del sistema (de la familia, por ejem-
plo), sino mejorar las relaciones en el sistema. Representa sin duda
un progreso en relación a propuestas de orientación individualis-
ta, pues se comprende que siempre estamos y tenemos que estar
insertos en algo mayor. Con todo, esta terapia reconoce solo
superficialmente esta realidad mayor, no de verdad. Un “sistema”
es una invención humana, ya como abstracción conceptual, ya
como construcción del hombre. Cuando lo vivo se construye en el
plano de la teoría como un sistema y luego se lo trata así en la
práctica, a uno se le escapa lo que hace que la vida sea vida: lo que
nos precede y supera a priori. Hay organismos vivos y hay siste-
mas, pero no hay “sistemas vivos”. En el momento en que con-
templo mi cuerpo como si fuera un sistema en el que estructuras y

184
CONCIENCIA Y TERAPIA

funciones en acción recíproca funcionan conjuntamente, le sus-


traigo la vida. Es como un motor o un ordenador. Lo mismo vale
para la familia. Los sistémicos la tratan como si fuera una cons-
trucción, no un organismo vivo que nos precede. Desde la pers-
pectiva sistémica cada cual construye en su cabeza su propia fami-
lia, y se conduce con arreglo a esa construcción. Por eso en la tera-
pia se trata de ajustar esas construcciones, de armonizarlas al
máximo para que el sistema funcione y el individuo se las arregle
mejor en ellas.
Pero cuando esa realidad mayor solo es una construcción, no
es entonces realmente mayor que nosotros, sus constructores. Su
ser mayor es meramente cuantitativo, no esencial. En el pensa-
miento sistémico-constructivista el yo es siempre lo más grande,
porque cualquier otra cosa es una construcción suya. Las cons-
trucciones –un motor, un ordenador– obedecen desde luego a
leyes propias a las que debemos someternos si queremos utilizar-
los; pero las construcción son modificables, podemos construirlas
de otra manera. Y así se contempla aquí a la familia y la vida en
general: como algo que, si bien sigue leyes autónomas, puede ser
construido de otra manera. En realidad el pensamiento sistémico,
pese a insertar de nuevo, aparentemente, al yo en un todo mayor,
es el último exceso de la conciencia del yo: al considerarlo todo
una construcción del yo, incorpora a él de antemano cualquier
realidad mayor.
Algunos opinan que el pensamiento sistémico es una línea del
pensamiento holístico, solo que científicamente formulado. Esto
es un gran error. El pensamiento sistémico es la aniquilación de la
totalidad, la destrucción de lo vivo. La totalidad es el modo de ser
de lo que es. Estamos involucrados en ella, tomamos parte en ella,
formamos parte de ella, pero no podemos construirla. Es lo gran-
de a priori de lo que venimos y en el que somos.

185
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

¿Qué tiene esto que ver con la terapia? Mucho, le dicta la


dirección básica a seguir e influye así en la dirección que los clien-
tes se marcan en la vida. Existe una diferencia enorme entre partir
de que construimos nuestra vida y comprendernos como parte de
un todo en el que estamos insertados. En el primer caso lo impor-
tante es mantener el control, o recuperarlo, en el segundo entre-
garnos al río y a las leyes autónomas de la vida. En el primero la
pregunta es: ¿qué puedo/tengo que hacer? En el segundo: ¿Qué
puedo/tengo que dejar que sea? Y este dejar que sea no implica no
actuar. La acción se acompasa a lo que resulta espontánea y natu-
ralmente –lo que también significa: sin esfuerzo– del contacto con
el movimiento del todo.

El trabajo de constelaciones. Acompasarse al movimiento


de la vida

Este acompasarse con el todo y entrar en el río de su movi-


miento es la esencia de la constelación familiar tal y como la desa-
rrolló Bert Hellinger. Se expresa tanto en el método (sobre todo en
la variante más evolucionada de las constelaciones móviles) como
en la comprensión del lazo que une al individuo con el todo y en
las soluciones que se muestran en las constelaciones. En lo que
sigue deseo explicar cómo el trabajo con constelaciones puede
contribuir a hacer consciente la inserción de nuestra vida en un
todo mayor, y a permitirnos tomar parte en el movimiento de la
conciencia. Es importante que este movimiento no se sitúe frente
a la conciencia del yo en una variante de la conciencia grupal:
atraviesa el yo hacia una nueva forma de vínculo que, en lugar de
imágenes y valores transmitidos, procede del propio corazón. A
mi modo de ver, esta diferencia no ha sido claramente reconocida
ni por Hellinger ni por el trabajo de las constelaciones, al menos

186
CONCIENCIA Y TERAPIA

no ha sido claramente descrita y puesta en práctica. No voy a pre-


sentar el trabajo con constelaciones en toda su amplitud.4 Descri-
biré los elementos que he seleccionado. Pero lo haré de modo que
el texto sea comprensible también para los que no lo conocen.
Considero conveniente hacer primero una breve aclaración.
La constelación familiar se presenta a menudo como una terapia
sistémica. Existen para ello motivos eminentemente históricos: En
el subtítulo (y en el texto) del primer libro que se publicó sobre
constelaciones familiares, Felicidad dual, con el que se hicieron
conocidas de la noche a la mañana, su autor, Gunthard Weber,
llamó al trabajo de las constelaciones “psicoterapia sistémica”.
Weber es un terapeuta sistémico, y propietario de la editorial más
importante de literatura sistémica, en la cual apareció el libro. Al
hacerlo pasó ampliamente por alto que Hellinger no tenía nada
que ver con la escuela de terapia sistémica, como tampoco con la
teoría de sistemas.5 Hellinger, sin embargo, no hizo las debidas
aclaraciones, sino que se distanció del constructivismo sistémico
ocasionalmente y a través de comentarios mordaces.6 Una impor-
tante deficiencia es que Hellinger nunca ha formulado una teoría
coordinada con el trabajo de las constelaciones. Por eso, y exage-
rando un poco, cada cual entiende algo distinto al hablar de las
constelaciones familiares. Se puede emplear como un método sis-
témico ordenado a optimizar las relaciones del sistema. En un

4. Hallarán una introducción compacta a la par que una viva descripción de


él en mis libros Liebe, die löst, Heidelberg, Carl Auer Verlag 2001) y Das
Hellinger-Prinzip (Freiburg, Herder Verlag, 2003).
5. Esto causó no poco desconcierto y contribuyó a que la actitud de los sisté-
micos frente Hellinger fuera finalmente hostil. Una exposición detallada del
conflicto en mi libro Die Hellinger-Kontroverse, Freiburg, 2005, p. 52-88.
6. Esta historia, por ejemplo, que caricaturiza la idea de que la realidad no se
encuentra sino que se inventa: Un constructivista se pierde en una excursión a
la montaña. Cuando al cabo de tres días un equipo de búsqueda lo encuentra,
dice aliviado: Menos mal que al fin me habéis inventado.

187
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

sistema social eminentemente práctico, como una empresa u orga-


nización, es sin duda adecuado. Aquí se trata, en efecto, de crea-
ciones humanas. Lo importante no es el alma humana, sino el fun-
cionamiento de una estructura compleja que ha de alcanzar una
determinada meta. Pero si hacemos lo mismo con el alma y sus
lazos con el todo, reducimos al ser humano a la ruedecita de un
engranaje. Solo una propuesta holística puede hacerle justicia al
alma, una que pregunte por lo que mueve al hombre en su intimi-
dad y qué necesita el individuo particular para estar en armonía
consigo mismo y su mundo. Para expresarlo más claramente en
relación a la situación del hombre moderno: ¿Cómo reencuentra
el hombre la referencia a algo mayor que le dé una dirección sin
verse obligado a regresar a su antiguo mundo?

188
El método de las constelaciones:
Salto hacia lo desconocido

Las constelaciones como espejo del alma

Con el método de las constelaciones, Bert Hellinger introdujo


un procedimiento completamente nuevo en la terapia. Aunque ya
antes había procedimientos escénicos, siempre eran escenificacio-
nes de una supuesta dinámica familiar o relacional. Alguien, por
ejemplo, interpretaba al padre (o a quien sea), pero siempre par-
tiendo de que esa persona hacía el papel de padre, ya sea interpre-
tando aspectos que se le indicaban, ya sea intentando hacer de
padre a través de la información que él mismo tenía sobre el padre.
Esto es, se construían o simulaban procesos grupales. Hellinger, en
cambio, descubrió y defendió algo radicalmente nuevo e inaudito:
con la ayuda de representantes es posible representar realidades
ocultas. Las constelaciones muestran cómo es el padre en realidad,
lo que siente, lo que conmueve su alma y su corazón, lo que lo ape-
sadumbra en su más profunda interioridad, y también lo que ha
hecho. Las constelaciones muestran lo que es, son un espejo del
alma. Muestran los atolladeros en los que se ven metidos los indi-
viduos y su contexto, a menudo también una solución. Pero vaya-
mos por partes.

189
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

El trabajo con constelaciones es, para empezar, un método de


grupo (disponemos ahora de varios procedimientos para emplear-
los en el asesoramiento individual, pero no vamos a tocar aquí el
tema).1 En ellas asumen el papel de los miembros de la familia per-
sonas desconocidas –“sustitutos” o “representantes”, elegidos al
azar del círculo de los participantes. El cliente elige, por ejemplo,
una mujer para representar a su madre, un hombre para su padre
y a otra persona, un desconocido, para sí mismo. Él coloca a esas
personas en las posiciones que cree conveniente, él es el que las
dispone, las coloca de alguna manera. Para ello se guía por lo que
siente en ese momento. Uno puede renunciar también a la coloca-
ción de los representantes y pedirles que busquen ellos mismos su
lugar en el espacio. Por regla general, la decisión de quién dispone
o coloca la toma el director de la constelación tras acordarlo con
el cliente.
Amén de la familia, en principio puede hacerse constelacio-
nes de toda clase de grupos, de sistemas sociales y relaciones. Y
no solo se hacen constelaciones de personas, también de unida-
des sociales (secciones de una empresa, una religión, nación,
región, en un partido, etc.), enfermedades y síntomas, lugares (la
cárcel, un campo de concentración, el cielo, etc.) o de elementos
simbólico abstractos (imágenes interiores, doctrinas, ideas, nom-
bres, etc.). En esencia, no hay nada que no pueda ser presentado
en una constelación. Para que la exposición no se haga compli-
cada en exceso, me limito en lo que sigue a la representación de
personas.
Los sustitutos no reciben información alguna sobre las per-
sonas por las que están. La mayoría de las veces conocen por la
conversación previa cuál es su posición en la familia (por ejem-

1. Ver Wilfried De Philipp (ed.), Systemaufstellungen im Einzelsetting: Platz las-


sen, Raum geben, Heidelberg.

190
EL MÉTODO DE LAS CONSTELACIONES

plo, padre, madre, tío, prometido, hijo de una relación extracon-


yugal, hermanastro), a menudo también conocen hechos impor-
tantes (por ejemplo, si esa persona murió pronto, si era minus-
válido, adoptado, si fue asesinado o era un asesino). Sin embar-
go, no es una condición necesaria para este procedimiento. Lo
que se averigua antes de la representación varía enormemente de
unos consteladores a otros. Cuando el constelador trabaja desde
la conciencia del nivel 4 (fenomenológicamente) no necesita
saber nada en absoluto, y el representante tampoco.2 Personal-
mente, me suelo limitar a pedir al cliente que exponga breve-
mente lo que le preocupa. Si padece de dolor de cabeza crónico,
por ejemplo, me basta esta información, y le pido al cliente que
elija un representante para sí mismo y otro para el síntoma (el
dolor de cabeza). Entonces le doy instrucciones al representante
para que se abra a lo que viene de su interior y permita a su cuer-
po seguir ese movimiento, sin preocuparse de a dónde le lleve.
Todo lo demás procede de la constelación, de los movimientos o
declaraciones de los sustitutos. Como nadie sabe cómo se siente
y mueve un “dolor de cabeza” o “la anorexia” o “la infertili-
dad”, los representantes no pueden tener representación alguna
de lo que han de sentir o hacer, sino que están obligados a mirar
hacia centro para ver lo que sienten y expresar lo que perciben
en su interior.
Cuando se pregunta antes por algunos datos sobe la familia,
se pone mucha atención en no dar al sustituto información sobre
rasgos de carácter de la persona que representa. Así se los mantie-

2. A veces el terapeuta no da intencionadamente ninguna información, con el


fin de proteger la esfera personal del cliente (en casos especialmente graves o
en relación a temas delicados) y eliminar la posibilidad de interpretación por
parte de los representantes. Semejantes constelaciones “encubiertas” cons-
tituyen un buen medio en las empresas de proteger a los clientes o prevenir
manipulaciones.

191
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

ne en un estado, digamos, de “inocencia”, y puede abandonarse


a los movimientos y sentimientos que lo asaltan en el papel co-
rrespondiente. En las constelaciones familiares, pues, no se inter-
pretan papeles, no se actúa, se trata de dar expresión a lo que se
percibe interiormente. Tales percepciones pueden ser, por ejem-
plo, una sensación corporal (calor, frío, pesadez, debilidad, tem-
blores, sudores), emociones (pena, simpatía, rechazo, ira, alegría,
miedo) o sentirse impulsado a moverse (a acercarse o alejarse de
una persona, a dirigirse a ella o darle la espalda, a huir, golpear,
abrazar, etc.)
Existen pues dos modos de proceder: o bien el director de la
constelación pregunta a los representantes cómo se sienten, para
lo que, por regla general, les piden que presten atención a sus per-
cepciones corporales y emocionales, o espera y anima a los repre-
sentantes a moverse cuando se sientan interiormente impulsados a
hacerlo. Si se elige este segundo modo de proceder, se habla poco
o nada, y uno recibe información solamente de los movimientos.
En el primero la imagen de la dinámica en el sistema familiar y sus
miembros se obtiene por medio de preguntas a los sustitutos y a
través de las subsiguientes reorganizaciones (es decir: el director
coloca a dos sustitutos frente a frente, o uno al lado del otro, o
dándose la espalda, y pregunta en cada caso si así es mejor o peor
y qué sentimientos aparecen). En base a los movimientos y a las
declaraciones verbales se va haciendo reconocible qué temas y
personas están excluidas, se ignoran o evitan. La introducción de
estos elementos dejados de lado suele revelar la dinámica oculta.
Ambos expedientes tienen en común que los sustitutos represen-
tan a personas completamente desconocidas para ellos, sobre las
que nada saben. Y pese a ello, el procedimiento arroja una clara
imagen de la familia, de los atolladeros psíquicos en los que está
cada miembro de la familia, y también la imagen de una vía de

192
EL MÉTODO DE LAS CONSTELACIONES

solución para los afectados. A diferencia de lo que ocurre en el


psicodrama y en la escultura de familias, aquí no se trata de pro-
bar posibles escenarios y papeles, sino de la efectiva percepción y
representación de una realidad oculta. Dicho de otra manera: los
sustitutos experimentan lo mismo que las personas reales a las que
representan y de las que nada saben.
Esto, claro está, resulta de entrada difícil de creer. Cuando uno
lo experimenta, se acostumbra sin embargo muy rápidamente a
ello, y al cabo de poco tiempo parece casi normal, aun cuando
uno no sepa cómo explicarlo. Los críticos, cómo no, pueden
cebarse con este método: solo puede ser “delirio esotérica” y
“engañiflas”.3 Pero no lo es. Pues amén de las muchas personas
que lo han vivido personalmente, disponemos ahora también del
estudio científico de Peter Schlötter4, en el que se prueba empíri-
camente que diversos sustitutos, representando a una misma per-
sona, reflejan coincidentemente su estado anímico fundamental.
Schlötter dispuso la misma constelación de un sistema en distin-
tos espacios con ayuda de muñecos de tamaño natural. Después
colocó a un gran número de representantes en esas posiciones,

3. Sobre las críticas dirigidas a las constelaciones familiares y especialmente a


Bert Hellinger, ver mi libro Die Hellinger-Kontroverse. Fakten – Hintergrün-
de – Klarstellungen, Friburgo, Herder, 2005.
4. Peter Schlötter, Vertraute Sprache und ihre Entdeckung. Systemaufstellungen
sind kein Zufallprodukt – Der empirische Nachweis, Heidelberg, Carl-Auer-
System, 2005. Fritz B. Simon, durante largos años crítico de las constelacio-
nes, señala al respecto: “Él [Schlötter] dispuso la misma constelación cien
veces colocando muñecos de tamaño natural en las diversas posiciones. Des-
pués movió a un alto número de representantes por la constelación, es decir,
colocó a personas distintas en las mismas posiciones y a la misma persona en
distintas posiciones… El resultado: las vivencias coinciden dependiendo de la
posición y no de la persona. Esto es, el fenómeno llamado “percepción repre-
sentante” ha sido verificado o, al menos, no falsado”. En: Gunthard Weber,
G. Schmidt, F.B. Simon, Aufstellungsarbeit revisited… nach Hellinger?, Hei-
delberg, Carl-Auer-Systeme, 2005, p. 197.

193
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

colocando unas veces a diversos representantes en los mismos


lugares y otras al mismo representante en distintas posiciones. En
total 130 personas formaron 2700 constelaciones. Las declara-
ciones sobre sus percepciones fueron grabadas en vídeo. El resul-
tado: las manifestaciones de los representantes eran significativa-
mente coincidentes, y ello con independencia del sexo, la edad o
la posición social. Podemos extraer de aquí que en una constela-
ción los representantes tienen acceso a sentimientos y sucesos
sobre los que no tienen información y de los que, por lo tanto,
nada pueden saber. Fritz B. Simon, psicoterapeuta sistémico, céle-
bre crítico de Hellinger y las constelaciones, a la par que director
de la tesis de Schlötter, intenta salvar la situación afirmando que
las sensaciones de los representantes deben interpretarse como
reacciones afectivas a las constelaciones (distancia u orientación
hacia otras personas).5 Según esto, no afirmarían nada relativo a
las personas a las que representan, sino solo a sus propios senti-
mientos, que resultan de sus lugares en el espacio y de la relación
espacial que guardan con otras personas de la constelación. En
contra de esto, en primer lugar, se alza el hecho de que la repre-
sentación también funciona cuando solo se coloca a una persona,
y en segundo lugar, que la misma constelación espacial se vive de
modos completamente diferentes cuando se representan sistemas
familiares distintos.6

5. Ibídem.
6. Klaus Grochowiak observa certeramente: “La suposición [de que los repre-
sentantes solo viven e interpretan una disposición espacial] contradice, sin
más, los hechos. Un padre a la espalda se vive a veces como apoyo, otras
como amenaza. Una persona a la que se coloca lejos de los demás… vive
unas veces su aislamiento como una exclusión dolorosa y otras siente alivio
por hallarse al fuera de la “locura” familiar. Podemos añadir a estos tantos
ejemplos como queramos”. K. Grochowiak, “Das Austellungsphänomen…
und warum der Konstruktivsmus damit Probleme hat”, en Praxis der Sys-
temaufstellung 1/2006, p. 81.

194
EL MÉTODO DE LAS CONSTELACIONES

El conocimiento oculto, o la actualidad del pasado y el


presente
Lo que aquí ocurre es, en efecto, algo bien distinto. Al vaciar-
nos, esto es, al deshacernos de nuestras ideas y de lo que creemos
saber, entramos en contacto con un campo que nos comprende
como personas y que ha almacenado todos nuestros pensamien-
tos, sentimientos y acciones como recuerdos. Albrecht Mahr, el
primer constelador, recogió este hecho en el concepto “campo
conocedor”, que se ha generalizado entre los consteladores fami-
liares. Personalmente me parece un término correcto, pues signifi-
ca que existen campos (sujetos) que saben o conocen algo. La
cuestión es, en realidad, que el conocimiento existe en la forma de
un campo, por lo que me parece más atinado el término “campo
de conocimiento”7. Este campo de conocimiento no solo abarca
enteramente el pasado sino también el futuro.
No es tan descabellado como a primera vista pueda parecer.
Pues, ¿qué hacen los inventores, los científicos, un Newton, un
Einstein, un Heisenberg? ¿Qué hace un artista, un Mozart, un
Beethoven, un Miguel Ángel? ¿Encuentra algo o inventa algo?
Pienso que, claramente, encuentran algo, descubren algo. Pero eso
significa que ya existía antes. Cada uno de nuestros pensamientos
ya existe cuando una persona lo piensa por primera vez. Y puede
pensarlo porque ya existía. Cada sonido que compone, toca o
canta un músico existe desde siempre, al igual que toda melodía.
Los grandes compositores nunca han pretendido ser creadores de
sus obras, sino haberlas escuchado o recibido de algún otro modo.
Lo que el músico crea no es más que la objetualización de algo que
ya es en otra dimensión a la que no accedemos. Miguel Ángel

7. No se trata de algo nuevo. En la cultura india se ha postulado desde siempre


la existencia de un campo que abarca todo el saber y todos los acontecimien-
tos (pasados y futuros) mediante el concepto “Crónica Akasha”.

195
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

decía que la escultura estaba en la piedra que labraba, que podía


verla y sentirla antes de que estuviera acabada, y que su trabajo
consistía en hacer que surgiera tan pura y clara como fuera posi-
ble. Ya está ahí, él la encuentra y la lleva desde la dimensión invi-
sible a la visible, pero no la crea de la nada. Lo mismo ocurre con
el pensamiento, el sentir y todo saber. Existen en otra dimensión
antes de que el primer hombre los piense o sienta. Y cuando los
olvidamos, vuelven también a esa dimensión.
Tomemos una imagen. Hoy podemos hacer audibles o visibles
muchas clases de ondas. Podemos ver lo que en este mismo segun-
do ocurre en el otro lado del globo, hablamos por teléfono, etc.
Nadie piensa, sin embargo, que lo que oímos y escuchamos en la
radio y en la tele no existía antes de que hubiera aparatos y trans-
misiones. Y nadie piensa tampoco que el fútbol deje de existir cuan-
do apagamos el televisor a la mitad de un partido. Todo lo que
oímos y vemos existe con independencia de nuestra percepción de
ello y ha existido siempre. Para percibirlo, solo tenemos que saber
cómo traerlo a nuestra dimensión y encender el receptor. Y esto
exactamente es lo que hace un sustituto en una constelación fami-
liar: se pone a la escucha. ¿Cómo se hace eso? Mirando hacia den-
tro, sin saber nada y siguiendo sus percepciones. El conocimiento
de algo nuevo tiene por condición el no-saber, una paradoja que no
solamente ha ocupado a la filosofía y espiritualidad del Lejano
Oriente, sino también a los filósofos griegos y a la mística cristiana.
Resulta interesante el hecho de que esto también funcione cuan-
do el sustituto no cree en ello o carece de experiencia. Es por tanto
independiente de su conciencia. Cuando alguien lo hace por prime-
ra vez suele ocurrir que ella o él me pregunten con la mirada: ¿y
ahora que tengo que hacer? Y yo digo entonces: “No tienes que
mirarme, no tomo parte en el juego, no puede ayudarte. Mira hacia
dentro y sigue el movimiento que percibas, cualquiera que sea”.

196
EL MÉTODO DE LAS CONSTELACIONES

Nota entonces que comienza a tiritar, por ejemplo, o a sentir can-


sancio y pesadez, o que su mirada se siente atraída por algo. Solo
entonces intervengo yo (cuando son principiantes) diciendo por
ejemplo: “Déjate llevar por ese sentimiento (o movimiento). No
necesitas saber lo que es. Síguelo, sin más”. Y entonces se ve repen-
tinamente formando parte de una historia que no es la suya. Y una
vez que ha superado su reparo inicial, se ha acostumbrado un poco
al proceso y sigue correctamente sus sensaciones, suele verse movi-
do por profundas emociones y experimenta toda la gama de senti-
mientos y acciones humanas como si fueran los suyos.

Nuevos ámbitos de experiencia y conciencia

Entran así en un ámbito de experiencia y conciencia completa-


mente nuevo para la mayoría. Experimentan que existe un plano
de conocimiento y experiencia que trasciende lo personal y es, en
ese sentido, mayor que ellos, infinitamente más grande, por aña-
didura. Lo que uno vive en el papel de representante es mucho
más y a menudo completamente diferente de lo que hasta entonces
había vivido, visto, oído o leído. Uno tiene pues la experiencia,
fundamentalmente nueva, de que hay algo fuera de nosotros (o
también en lo más profundo de nosotros) que está más allá de
nuestra personalidad, y de que podemos estar conectados a ese
espacio mayor en el que todo es. Esta justamente es la experiencia
de la cuarta etapa de la conciencia. Lo cual significa: cuando avan-
zamos hacia el espacio abierto del no saber –en un curso de cons-
telaciones, para empezar, bajo la guía y, en cierta manera, la pro-
tección de un constelador–, y renunciamos durante un breve lapso
de tiempo a nuestra necesidad de saber y controlar, descubrimos y
conocemos de un modo holístico –no solo intelectual, pues, sino
también físico y emocional– que ese espacio nos sostiene, que en

197
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

él se halla la plenitud de la vida, que toda esta plenitud, desde lo


más horroroso a lo más elevado, puede estar en nosotros y ser
vivida, y que esta vivencia no nos destruye, sino que nos ensancha
y fortalece. Existe un cierto miedo a salir perjudicado al entregar-
se a una experiencia así. Cuando este miedo procede de personas
que participan por primera vez, me lo tomo en serio y les digo que
se entreguen al papel hasta que lo crean oportuno. Y todo el mun-
do tiene derecho a decidir, cómo no, si se pone o no a disposición
para un papel. Asimismo, los participantes siempre pueden decir,
también en medio de una constelación: “ya no quiero seguir” y
retirarse. Es algo que también ocurre en mis cursos, pero pocas
veces. Entonces pregunto: “¿Quién está dispuesto a asumir el
papel?”. Alguien levanta la mano y el proceso sigue adelante.
Antes de continuar, me gustaría decir algo sobre el nuevo
ámbito de experiencia en el que entran los representantes en una
constelación. Su riqueza es inagotable. Uno tiene experiencias y se
adentra en dimensiones de la vida que trascienden ampliamente lo
hasta entonces conocido. Yo mismo he representado, amén de
papeles comparativamente normales –amante y marido engañado,
niño huérfano de padre, alcohólico y persona deprimida, hijo
fallecido y padre de un hijo muerto–, el de la muerte misma, el de
maestros de iluminación, el de violadores y asesinos, el de judíos
asesinados, el de nazis corrientes y oficiales de alto rango de las SS
que llevaron a la muerte a millones de judíos. Y solo es una peque-
ña selección. Como alguien nacido poco después de la guerra,
cuyo padre fue enviado a los 18 años al frente oriental y cuya
madre perdió a sus dos hermanos, de 19 y 20 años, en la guerra,
fue para mí especialmente impactante verme en el papel de solda-
dos y experimentar sus vivencias. Había entre ellos caídos y super-
vivientes, alemanes y rusos, soldados rasos y oficiales de alto ran-
go, incluso comandantes en jefe de la Primer Guerra Mundial.
Estas experiencias modificaron radicalmente mi comprensión de

198
EL MÉTODO DE LAS CONSTELACIONES

la historia y mi visión del hombre y su destino. Puedo decir, por


ejemplo, que el libro Los bienintencionados de Jonathan Littell8,
que narra la Segunda Guerra Mundial en el frente oriental y, sobre
todo, el exterminio de judíos desde la perspectiva de un oficial de
las SS implicado en él, se corresponde enteramente con mis expe-
riencias en las constelaciones. Lo menciono porque el libro provo-
có gran rechazo e indignación en la crítica literaria alemana, mien-
tras que en Francia, donde apareció por primera vez, fue tenido
por una sensación histórica y literaria.
Me parece de gran importancia que en el papel de sustituto las
experiencias sean holísticas, que abarquen las emociones y sensa-
ciones corporales implicadas, tanto como las percepciones espiri-
tuales. Esto significa que dichas experiencias deben asentarse, al
igual que las vivencias personales, en nuestra conciencia corporal,
en la que nuestra conciencia personal tiende a ampliarse hacia la
conciencia del hombre en general. Sobre todo las experiencias de
las víctimas, del morir y la muerte echan por tierra las ideas que nos
hemos formado. La muerte, por ejemplo, deja de provocar espan-
to, pero también pierde la fascinación que ejerce sobre algunos.
Curiosamente, esta enorme ampliación de nuestra experiencia
no despierta en uno el sentimiento de enterarse mejor de todo; al
contrario, nos acerca a la intuición del viejo Sócrates, quien dijo:

8. Jonatthan Littell, Los bienintencionados, Berlín 2008. Littel es un judío ame-


ricano que creció en Francia, estudió en América y vive desde hace poco
tiempo en Barcelona. Escribió el libro, que consta de 1.383 páginas, en fran-
cés. Pese a ser una novela, no solo se pliega a los hechos históricos sino que
pasa por ser la narración más completa y exacta históricamente hablando de
la guerra en el frente oriental y del exterminio de judíos que tuvo lugar allí.
La indignación que la obra cosechó en Alemania se debe, sobre todo, a que
el autor judío se pone en el lugar de un oficial de las SS cultivado e idealista
y narra los acontecimientos desde su perspectiva, razón por la cual el lector
no puede evitar, pese a la crudeza de los hechos, empatizar hasta cierto punto
con ese hombre.

199
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

“Cuanto más sé, tanto más claro tengo que no sé nada”. Por eso
siempre advierto a las personas que se muestran interesadas en
formarse conmigo lo siguiente: “El trabajo con constelaciones,
cuando se toma en serio, es una máquina demoledora de ideas. De
tus ideas, de lo que ahora piensas y das por seguro, al final no va
a quedar nada”.

Constelación y meditación

Por profundas que puedan llegar a ser las vivencias en el papel


de representante, jamás deja uno de ser consciente de que se mueve
en un papel, de que no se trata de la propia vida. Por eso se pierde
relativamente rápido el miedo, y por eso no es peligroso. Uno sabe
que puede apearse en cualquier momento: “Aunque estoy viviendo
esto enteramente, no soy yo”. Cualquiera que se haya ocupado
con la meditación conoce la sentencia: “Sientes eso, pero no eres
tus sentimientos, piensas eso, pero no eres tus pensamientos”. De
eso se trata, precisamente, en la meditación sin objeto: de la dife-
rencia entre lo que experimento, pienso y siento y aquello que soy
o quien soy, del conocimiento de que no soy eso, del percatarse del
espacio que hay allende mi identificación con lo que siento y pien-
so. En este sentido, la representación en las constelaciones es una
forma de ejercitarse en la meditación –la mejor que yo conozco.
Al meditar, ya se siga un método clásico como vipassana o la
meditación Zen, o el de las llamadas meditaciones activas u de
otras– todo el mundo espera caer finalmente en la cuenta. Y por
regla general uno no cae durante años (o décadas). O lo hace por
poco tiempo y no vuelve a hacerlo en una eternidad. Esto al menos
es lo que me ocurrió a mí, y después de todo lo que he visto y oído,
no me cuento entre los menos. Uno escucha al maestro decir que
uno no es su pensamiento y sus sentimientos, y cuando uno cree

200
EL MÉTODO DE LAS CONSTELACIONES

que lo tiene, que está observando de un modo completamente des-


comprometido su pensamiento, nota que esto es otro pensamien-
to. Y apercibirse de ello es una buena señal de que uno aún no se
ha dado cuenta, de que realmente no se ha dado cuenta. Y esto
puede resultar de lo más frustrante. No discuto el sentido de este
ejercicio. Probablemente ha sido una buena preparación para mi
trabajo como terapeuta y para ver y comprender los procesos que
tienen lugar en las constelaciones. Pero requiere mucho esfuerzo,
y estoy convencido de que la asunción de papeles en las constela-
ciones nos conduce más fácilmente a una actitud meditativa.
Aquí, en el deslizamiento a un papel ajeno, tiene lugar la expe-
riencia de una vivencia intensa acompañada de la conciencia de la
no identidad, esto es, la conciencia de que, aunque me está suce-
diendo todo eso, yo no soy eso, y ello sin esfuerzo alguno, fácil-
mente. Funciona así de bien, claro está, porque no se trata de mi
propio papel, pero se trata en el fondo del proceso al que toda
meditación aspira.
La única –e importante– diferencia radica en que al meditar se
trata de percatarse de mi identificación con papeles, pensamientos y
sentimientos que asumo como míos. Con todo, la experiencia de la
no identidad en un papel ajeno, junto con la experiencia simultánea
de una gran intensidad afectiva, me parece representar un paso
importante, capaz de abrir al cuerpo y a los sentidos a la posibilidad
de que ocurra lo mismo con el papel que tomamos por propio.
Lo que esto significa en relación a las etapas de la conciencia
es que en las constelaciones podemos gustar el sabor de la con-
ciencia cotidiana del nivel 6. En la conciencia despierta de la etapa
6 no estamos, como algunos pretenden, por encima de todo, sino
que estamos en todo sin identificarnos con ello. Vivimos una vida
normal y, a diferencia de las etapas anteriores, consideramos esto
completamente normal. Hacemos lo que hay que hacer, y no pen-

201
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

samos en otras cosas. Esto precisamente –y no ejercitarse en cua-


lesquiera ejercicios mientras estamos sentados– es lo que entiende
Osho por meditación: “No es nada más que la vida diaria total-
mente vivida”.

Lo que es mayor que nosotros: conducir y ser conducido


en el no saber

En la estructura del trabajo de constelaciones hay un elemento


inexistente en otros procesos: la referencia sistemática, estructural-
mente presente, a algo mayor. Esto se hace especialmente claro en
la forma que Hellinger denominó “movimientos del alma”. Es
altamente significativo que el escenario de los consteladores comen-
zara a moverse en dos direcciones cuando en el año 2000 Hellinger
presentó y difundió eficazmente este nuevo modo de proceder.
Muchos se negaron a dar ese paso. Juega aquí un papel importan-
te, con toda certeza, que Hellinger no era capaz de transmitirlo
comunicativamente.9 Pero esto no es todo. En él quedaba extrema-
damente claro algo que ya antes era visible para el que quería ver-
lo: la renuncia al control del proceso terapéutico por parte del tera-
peuta, la cesión de la dirección de la constelación a algo mayor.
Esto suscita temores, sobre todo en Alemania, y más aún cuan-
do nadie le sabe explicar a uno lo que se oculta tras esa realidad
mayor. Hellinger la llamaba “el alma”, pero para muchos eso
era muy nebuloso, especialmente porque unas veces hablaba
del “alma de la familia”, otras del “alma mayor” y otras, al fin, del

9. A causa de su personalidad, Hellinger tiende a hacer afirmaciones que lue-


go no explica y a eludir el diálogo. Uno puede seguirlo o abandonarlo. Ver
al respecto mi artículo “Klassisches Familienstellen, Bewegungen der Seele,
Bewegungen des Geistes – Wohin bewegt sich die Aufstellungsarbeit?, en
Praxis der Systemaufstellung, 1/2007.

202
EL MÉTODO DE LAS CONSTELACIONES

“alma”, sin más. Algo quedó sin embargo enteramente a la vista:


Si el sustituto –a veces incluso el terapeuta– no sabe nada sobre la
persona a la que representa, si además, como para entonces ya era
a menudo el caso, actúa completamente solo en la constelación, y
si de sus movimientos se deriva, por ejemplo, que la persona a la
que representa se ha ahorcado, o que una madre abortó, el susti-
tuto está entonces indiscutiblemente conectado a algo más que a
su propio saber y su propia facultad imaginativa. Algo mayor está
operando ahí. Y ya no es posible explicar lo que ahí sucede por
medio del campo de fuerzas reinantes en el grupo, pues el repre-
sentante está ahí solo.
Como ya he señalado, era difícil no llegar antes a esta conclu-
sión. Cuando por ejemplo alguien, en respuesta a una pregunta,
dice: “A mi lado (o detrás de mí o ahí) falta alguien”, y resulta que
en la familia hay una persona que ha sido olvidada, un niño que
nació muerto, por ejemplo o tempranamente, o el hijo oculto de
otra relación, no es posible creer que este saber procede del repre-
sentante.
Mientras era el cliente el que disponía ritualmente su imagen
interna de la familia en una constelación, y el terapeuta conducía
la constelación interviniendo activamente, interrogando, modifi-
cando elementos y pronunciado frases estereotípicas, podía uno
perseverar en la idea de que el cliente y el terapeuta, juntos, hacían
algo, ayudados, sorprendentemente, por un ámbito desconocido
cuyo nombre era el “alma de la familia”10. Con los “movimientos
del alma” se puso fin a esto. Ya no podía seguir pasándose por alto
que el proceso no estaba en manos ni del cliente ni del terapeuta.

10. Amén del clásico de Helliger Felicidad Dual, la mejor descripción de la forma
antigua, relativamente estática y ritual de constelación familiar, se halla en la
obra de Berthold Ulsamer Ohne Würzeln keine Flügel, Múnich, 1999. Ulsa-
mer se cuenta, sin embargo, entre los remisos a la profundización de trabajo
de constelaciones que aquí presento.

203
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Un nuevo paradigma

Resultaba evidente que el método de la constelación familiar


seguía otro paradigma.11 El antiguo paradigma terapéutico no
reconoce, como corresponde al nivel 3, ninguna instancia supe-
rior, mayor al yo.12 De ahí que el terapeuta se oriente por y sirva,
fundamentalmente, al yo del cliente, pone sus conocimientos espe-
cializados a su servicio para que este yo se las arregle mejor en el
mundo. Y la tarea requiere mucho trabajo, pues hay muchas ofen-
sas y heridas sin curar que impiden que el yo o la personalidad
maduren suficientemente y que se manifiesta en etapas de la vida
especialmente difíciles, pudiendo causar un sinfín de problemas
y síntomas psicosomáticos. En este sentido, la terapia desempeña
una importante función, y cuando la llamo “vieja” no aludo con
ello a que hoy en día fuera inútil. En este paradigma puede verse
en la constelación familiar un ensanchamiento de la perspectiva
sobre los problemas y una mejora de las posibilidades de solución.
El ensanchamiento consiste en que ahora se ve que las causas de
un problema psíquico no solo residen en la propia persona y su
historia, sino también en la historia de la familia, que nuestra
estructura psíquica, nuestros sentimientos, actitudes y, con ello,
también nuestros problemas y síntomas es, simplificando al máxi-
mo, heredada –incluso cuando no crecemos en el seno de nuestra
familia. Por eso llamó Gunthard Weber a este trabajo “sistémico”,
porque los problemas, también las soluciones, se contemplan a la
luz del sistema total de la familia.

11. Si el concepto de “nueva constelación familiar”, que Hellinger reclamó en


exclusiva para sí a partir de 2006 es al hilo de la introducción de los “movi-
mientos del alma”. Pero por aquel entonces todavía no pensaba en asegurar-
se una suerte de copyright.
12. Aunque en algunas escuelas de “terapia humanista” se habla de un “uno mis-
mo” que trasciende al yo o de un “uno mismo” superior, una consideración
detenida muestra que se trata de un suerte de super-yo.

204
EL MÉTODO DE LAS CONSTELACIONES

Se trata, desde luego, de una enorme ampliación, pero se puede


compatibilizar perfectamente con el antiguo paradigma y la con-
ciencia del nivel 3.13 En el método de la constelación (estática) se
conceptuó como la representación externa de la imagen familiar
interna del paciente, como una fotografía en el espacio tridimen-
sional, por decirlo así, que en base a la posición de unas personas
con respecto a otras permite hacer hipótesis sobre conflictos y per-
sonas que faltan. Interrogar al cliente sobre acontecimientos fami-
liares, ocasionalmente completado con conversaciones telefónicas
con padres y parientes, prestaba una ayuda adicional. Unos pasos
definidos, ritualizados, permitían elaborar una solución, y al final
el cliente podía abrazar la nueva imagen de la familia y sustituir
por ella la antigua. Esta descripción del antiguo trabajo con cons-
telaciones es una exposición muy comprimida. A quien esté intere-
sado por conocerlo con más detalle, le remito a los ya menciona-
dos libros de Weber y Ulsamer. Mi descripción muestra que en los
años noventa imperaba una visión mecanizada del trabajo con
constelaciones. Su ventaja consiste en que bastan algunas omisio-
nes para que pueda encuadrarse sin problemas en el antiguo para-
digma y que por ello no exige de los terapeutas grandes pasos de
crecimiento. Por eso se sigue trabajando aún hoy en día con este
modelo en muchas consultas y en las más dispares instituciones de
formación de adultos, incluso críticos declarados de Hellinger
hacen constelaciones siguiendo este método en el círculo de la
“escuela sistémica de Heidelberg” y en otras direcciones sistémi-

13. Esta es la razón por la que los representantes de esta dirección dan mucha
importancia a la afirmación de que Hellinger no fundó sino que solo desarro-
lló la constelación familiar. Se remiten a Virginia Satir o a Ivan Boszormeny-
Nagy, que realizaban constelaciones antes que Hellinger o desarrollaron una
teoría intergeneracional. Con ello da a entender que la teoría de las genera-
ciones y la mera representación de un escenario familiar es el núcleo de la
constelación familiar. Si así fuera, tendrían razón en afirmar que Hellinger no
es el fundador, pero la constelación familiar es más que esto.

205
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

cas. Insisto: puede ser de ayuda en muchos casos, pero se trata de


constelaciones familiares esterilizadas, se les sustrae lo que Hellin-
ger desarrolló, la potencia para el crecimiento personal.
Esa potencia alcanza su expresión plena con los “movimientos
del alma”. Se hace patente que en las constelaciones opera una
fuerza mayor a la que no solamente se tiene que someter el cliente,
sino también el terapeuta. Los representantes son movidos por
algo que casi los hace parecer marionetas, manteniéndose a la par
enteramente conscientes y despiertos; lo único que hacen es entre-
garse a ese algo sin resistencias. Para que esto ocurra el terapeuta
también tiene que meterse en ese río. Al igual que el representante,
ha de vaciarse, dejar a un lado su (presunto) saber, sus hipótesis,
sus representaciones morales y, finalmente, dejar espacio a lo más
grande, que ha de asumir la dirección. Esto es: tiene que renunciar
al control, tiene que dar un paso interior desde el control del pro-
ceso a la confianza en lo desconocido, el paso de la entrega. Más
aún: la entrega no solo al proceso, sino a los contenidos del pro-
ceso, a lo que suceda. No debe seguir midiendo las cosas por la
idea que se ha formado de lo que es correcto e incorrecto, bueno
y malo, verosímil e inverosímil. En su lugar debe aceptarlo todo
tal y como se muestra. Lo único en lo que puede confiar es en su
sentido interno para lo cierto y verdadero. Y lo mismo vale para
los integrantes del curso.
Ceder el control no significa aquí que el constelador no dirija,
o que transfiera la responsabilidad a los representantes. Lamenta-
blemente, se trata de un malentendido muy común. En este nivel,
la dirección exige mucho más que antes y es mucho más sutil. El
constelador no dirige en base a su conocimiento y experiencia,
sino a través de su percepción. Es ella la que le dice qué encaja y
lo que no, hasta dónde puede llegar, cuándo intervenir y cuando
no, etc. En la percepción se conecta con la inteligencia más grande

206
EL MÉTODO DE LAS CONSTELACIONES

que opera en la constelación, pero que no opera por sí misma,


sino que necesita al constelador como traductor. Puede comunicar
sus percepciones y asegurarse de si los representantes y los demás
integrantes del curso las comparten, pero esto no aminora su res-
ponsabilidad.
Estos cambios metodológicos en el trabajo con las constelacio-
nes modificaron también las soluciones. De repente se tornaron
más amplias y profundas, lo cual se hizo especialmente patente en
la reconciliación de víctima y verdugo. Hasta el año 2000, un ase-
sino era expulsado de la sala –había perdido, tal y como lo formu-
ló Hellinger, su derecho a formar parte de él. Esto tenía algo de
exclusión definitiva de la comunidad humana, de castigo bíblico.
Desde mi experiencia como representante de semejantes criminales
parecía justo, una suerte de compensación merecida. En esa medi-
da, no me parecía erróneo. Por ejemplo, en una constelación repre-
senté al arquitecto espiritual del exterminio de los judíos, jefe del
SD y de la Policía de Seguridad del Reich, protector de Bohemia y
Moravia, Reinhard Heynrich. No experimenté en ese papel ni la
sombra de un sentimiento de culpa, pero tenía perfectamente claro
que los demás me destruirían si perdíamos, y que tenían derecho a
ello. En esa medida, no tenía absolutamente nada contra la expul-
sión. Hasta cierto punto incluso me protegía, por que yo (Heydrich)
podía así reafirmarme en mi actitud espiritual. Había exterminado
a los judíos, y ahora ellos –o quien fuera que actuara en su lugar–
me destruían a mí. Ojo por ojo, diente por diente. Punto. No se
exigía nada de mí, podía seguir siendo el que era. Ocurrió entonces
algo completamente inesperado en los movimientos del alma: las
víctimas se acercaron a los criminales. El resultado fue que los ver-
dugos no pudieron seguir perseverando en su actitud espiritual.
Cuando las víctimas los tocaban, los miraban y les tendían la
mano, su interioridad sufría una conmoción. Solo entonces toma-
ban conciencia de las dimensiones de sus actos, debido, precisa-

207
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

mente, a que ya no eran acusados, ya no eran condenados, sino


readmitidos en la comunidad humana. Solo entonces comenzaron
a ver a las víctimas y a verse a sí mismos como criminales. No fue
pues una reconciliación exterior, sino el arranque de un movimien-
to del alma que hacía ceder en ambas partes la rigidez que había
provocado el crimen. Solo así, mediante el cese de este entumeci-
miento anímico podía continuar la vida –tanto para los descen-
dientes de las víctimas (las víctimas mismas estaban físicamente
muertas, claro, pero psíquicamente, también los muertos se desha-
cían de su rigidez) como de los criminales. En el caso de los críme-
nes colectivos, esto se aplicó y se aplica a los grupos colectivamen-
te implicados y a sus descendientes. Se hace aquí especialmente
claro que el castigo y la exclusión, aunque desde el punto de vista
social sean necesarios por un tiempo, no representan solución
alguna a nivel psíquico –y, a la larga, tampoco en el plano social,
porque con ella los frentes permanecen fijos y enconados.14
Desde entonces, las soluciones que aparecen en las constela-
ciones experimentaron un cambio general, más allá del tema víc-
tima-verdugo. Si antes se trataba de soluciones preponderante-
mente estáticas en las que se manifestaba la firme pertenencia a la
familia, ahora se tiende a disolver la rigidez y a patentizar el río
del movimiento vital. También se puede decir: las constelaciones
familiares se enderezaban al principio claramente hacia algunos
elementos de la conciencia 2 y comenzó después a moverse hacia
elementos de la conciencia 4. Este nuevo movimiento de las cons-
telaciones familiares se hizo posible a través de una renuncia de

14. En Sudáfrica, los negros han encontrado un camino, inspirado en una an-
tigua tradición zulú, para la digestión del Apartheid, que no fue capaz de
seguir Occidente, y sigue siendo incapaz de seguir, tal y como muestra el
tribunal de La Haya: los criminales debían presentarse a las víctimas y reco-
nocer su culpa, pero ni se los mataba ni se los enviaba a la cárcel para el resto
de sus vidas (como a los nazis en Alemania) sino que volvían a ser acogidos
en la comunidad del pueblo.

208
EL MÉTODO DE LAS CONSTELACIONES

Bert Hellinger. Cuando se dio cuenta de que en una constelación


verdugo-víctima ocurría algo que se oponía a su idea de las cosas,
algo a la par muy poderoso y auténtico, se retiró interiormente
para no interponerse en su curso. La dirección de la constelación
comenzó a consistir entonces para él en que esta fuerza superior
pudiera desarrollarse con los menos impedimentos posibles. Para
ello el director tiene que descubrir y aceptar que el conocimiento
no procede de él, sino de un campo mayor que él, y tiene que estar
dispuesto a confiar en ese campo más grande.
Para muchos terapeutas, también para algunos consteladores,
esto representa un límite que no quieren o pueden remover. Aun-
que la nueva solución para la reconciliación de lo que antes pare-
cía irreconciliable recibió una buena acogida –de hecho, una ver-
dadera ola de reconciliación recorre (o recorrió por un tiempo) el
trabajo de los consteladores–, el camino que lleva hasta allí no
resulta aceptable, o solo a medias, para muchos. Pues aun cuando
se persiga la reconciliación como meta de una terapia o constela-
ción, se hace como si se tratara de una estrategia en la que el tera-
peuta sigue llevando la batuta y no se somete al movimiento de un
campo mayor –lo que implicaría seguir ese movimiento nos lleve
a donde nos lleve. La renuncia al control y la entrega a una fuerza
desconocida conmueven el corazón de la autocomprensión profe-
sional de la psicoterapia, pues está estrechamente vinculada por
su historia a la conciencia de la etapa 3 (si no se identifica con
ella), y esta conciencia prohíbe algo así. Temen que eso “mayor”
no sea más que una velada metáfora para el afán de dominación
de la antigua conciencia 2, hacia cuya completa superación ha
avanzado siempre la psicoterapia. Tanto más cuanto que Helliger
da alguna que otra razón para que se lo considere un representan-
te de esta conciencia regresiva. Cuando se considera el asunto
detenidamente, este reproche es insostenible si se lo refiere a la
totalidad de su trabajo, menos aún a su iniciativa metodológica.

209
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

El trabajo de constelaciones espiritual

Retengamos esta idea: en el principio metodológico de las cons-


telaciones familiares opera de antemano una fuerza que remite a un
saber y a una inteligencia que superan tanto los del cliente como los
del terapeuta. Esto se hace especialmente claro cuando uno abando-
na la constelación estática, tal y como se practicaba en los años
noventa, en favor de la constelación móvil. En el trabajo de los repre-
sentantes se verifica una conexión metódica a una fuente de conoci-
miento superior que nos abarca a todos: el campo de conocimiento.
El método nos introduce directamente en este campo. Consecuente-
mente, no solo los sustitutos, también el terapeuta debe estar fami-
liarizado con él, pues cualquier intento por su parte de dirigir el pro-
ceso con arreglo a su conocimiento adquirido reduce la eficacia de la
inteligencia superior. El paso exige por parte del terapeuta lo mismo
que él, de acuerdo con el método, espera de los representantes en la
constelación: que renuncie al control y se deje conducir por ese cam-
po. Esto se corresponde exactamente con el paso de la etapa de con-
ciencia 3 a la 4 –o más allá. De ahí que la capacidad de trabajar con
los movimientos del alma no sea preponderantemente una cuestión
de competencia profesional, sino de conciencia.
Esto complica enormemente la cosa. La conciencia no se pue-
de practicar, no se aprende, en el sentido habitual de esta palabra,
ni se puede examinar. Ni siquiera puede uno dar este paso a volun-
tad, tan poco como puede un adolescente convertirse en un adulto
a voluntad. ¿Qué hacer entonces? Me viene a la mete una frase de
Erich Kästner que se hizo popular en los años setenta como con-
signa izquierdista: “No hay nada bueno, salvo que uno lo haga”.
En efecto: hay que hacerlo, sencillamente, uno tiene que atreverse,
atreverse a dar el paso hacia lo desconocido, aun cuando nos tiem-
blen las rodillas al darlo. La afirmación de Hellinger de que uno
no debe tener miedo me parece que no resulta de mucha ayuda.

210
EL MÉTODO DE LAS CONSTELACIONES

No es posible dejar de lado el temor y la angustia, y tampoco debe


uno ignorarlos. Cuando aparecen, es mejor prestarles oído. Solo
que no debemos dejarnos dominar por ellos, cederles la dirección.
Puedo tener miedo e ir al sótano a pesar de ello. Si no intento ahu-
yentar al miedo, incluso me será de ayuda –como todo lo que uno
no reprime y combate–, me mantendrá atento y despierto.
Esto, exactamente, es lo que necesitamos como terapeutas que
se ponen en manos de lo mayor: atención, valor y confianza. Para
dar el primer paso se requiere, sobre todo, valor y un cierto grado
de confianza. Podemos dejar que el miedo se quede ahí. Para él vale
lo mismo que para el sustituto: debe dejarse mover y que lo conduz-
ca una fuerza desconocida. A medida que lo hace, crece en él paula-
tinamente la confianza y el conocimiento de que funciona. La única
–y decisiva– diferencia es que detrás del sustituto está el director del
grupo, que observa el proceso, interviene en ocasiones y, ya se guíe
por esto o lo otro, lo conduce y responde por él. Pero detrás del
terapeuta que se deja guiar por “lo mayor” ya no hay nadie, porque
“lo mayor” es una grandeza desconocida, y solo en la medida en
que el terapeuta confía en ella toma las riendas del proceso.
Esto, precisamente, es un proceso de crecimiento. El creci-
miento tiene lugar en la medida en que me entrego a la situación
y confío. A confiar se aprende confiando. No hay otro modo. La
conciencia del nivel 4 crece en uno en la medida en que uno, pese
a no encontrarse ahí enteramente en casa, sigue avanzando en esa
dirección. El (nuevo)15 trabajo de constelaciones, en este sentido,

15. No me refiero aquí a la “nueva constelación familiar” de la que Bert y Sophie


Hellinger hablan desde 2006 y reclaman en exclusiva para su escuela, fundada
precisamente con este fin (“Hellinger Scienzia”; como la mayoría de los anti-
guos “Institutos Hellinger” no se han sumado a Hellinger Scienzia, parece que
se ha abandonado el proyecto). Su apropiación de este concepto –en el que veo,
dicho sea de paso, una recaída en el nivel 2– hace difícil hablar sin más ni más
de innovaciones. Cuando quiera referirme a la “nueva constelación familiar” de
Hellinger, entrecomillaré el término, para que quede claro a lo que me refiero.

211
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

es en primera instancia un campo de aclimatación y práctica, y


después, sobre todo si uno mismo trabaja como constelador, de
intenso crecimiento.
He dicho antes que la capacidad para adentrarse, en un deter-
minado papel, en el ámbito del no saber, y de dejarse mover desde
dentro, es independiente de la conciencia del asistente al curso.
No lo es, en cambio de la conciencia del director del curso. Mi
experiencia es que el grupo como un todo y los asistentes como
individuos no pueden ir más lejos de lo que se lo permita la con-
ciencia del director. Esto explica, además, que las diferencias en
las experiencias, en la profundidad de la vivencia y también en los
resultados de la constelación sean tan grandes. Algunos aspectos
relacionados con la conciencia del cliente ejercen aquí cierta
influencia. Pero al menos tan importante es que el terapeuta abra
(y limite) con su conciencia el campo en el que se adentra la cons-
telación, pues con ello abre y limita también el ámbito de los pro-
cesos, resultados y soluciones que pueden mostrarse en ella.
Aquí lo importante no es la conciencia cotidiana del terapeuta,
es decir, el nivel en el que normalmente se sienta en casa. Parto de
que la gran mayoría de los consteladores se mueven interiormente
en la misma etapa de conciencia que la gran mayoría de los clien-
tes, esto es, en el nivel 3. Tal vez en una fase avanzada del nivel 3,
pero no realmente en el 4. Pues el nivel 4 significaría confiar en la
vida tal como es (y no solo cuando va bien), tener el corazón abier-
to y ser vulnerable, incluso cuando somos rechazados, tomar los
desengaños por tales, esto es, des-engaños, y estar agradecido por
ellos aunque duelan, entregarse a lo que venga tranquilo y confia-
do en lugar de preocuparse, etc. Hasta que esta no sea mi actitud
cotidiana no puede decirse que me halle en casa en el nivel 4.
Esto no quiere decir que no entremos en el nivel 4 durante el
trabajo terapéutico, y que no podamos obrar a partir de él. Par-

212
EL MÉTODO DE LAS CONSTELACIONES

cialmente, la mayoría de los niveles nos son accesibles. Al igual


que podemos volver pasajeramente a la infancia cuando nos ena-
moramos, o cuando la persona amada nos abandona, o decep-
ciona, o volver a la etapa 1 si nos vemos reducidos a la mera
supervivencia, podemos también tener temporalmente experien-
cias de niveles superiores sin sentirnos ahí plenamente en casa.
Quienes asisten a cursos de autoconocimiento o crecimiento inte-
rior o han meditado largo tiempo lo saben muy bien: Uno entra
en un espacio interior en el que todo es luminoso y claro, o en el
que se siente profundamente unido a todo y todos, o en el que
experimenta una gran calma y paz interiores –y después se mar-
cha a casa y el marido se pone a gruñir sobre si la comida esto y
lo otro, ¡y se acabó la paz, y el silencio y la cordialidad! A veces
basta que uno quiera contarle a su pareja o a una amiga sus pro-
fundas experiencias y que él o ella no estén realmente interesados
por el asunto o que nos espeten que todo eso solo son tonterías
para que los dejemos atrás, a menudo decepcionados e interior-
mente enfurecidos con el “terrible mundo de ahí fuera”. Y ya
estamos otra vez en el aislamiento interior del nivel 3 o desea
ardientemente volver a estar con el grupo en el que sus experien-
cias han sido agradables (una regresión infantil a la conciencia de
grupo). Esto no quiere decir que la experiencia de una conciencia
ampliada no sea importante y real, solo que las experiencias pun-
tuales no bastan para sentirse en ella en casa. Se requieren muchas
experiencias de esta naturaleza y mucho tiempo para completar
el paso al siguiente nivel.
A mi entender, el trabajo de constelaciones espiritual presupo-
ne –como cualquier terapia espiritual– en el terapeuta la disposi-
ción y la capacidad de moverse en su trabajo en la conciencia 4.
Con todo, no es posible separar ilimitadamente vida y trabajo.
Esto es algo que se hace en el nivel 3, donde todo está parcelado.
Y si bien la parcelación hace posible una actitud neutral, neutrali-

213
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

dad y apertura no son lo mismo. La neutralidad es una actitud


externa, entrenada. Con ella no consiguen abrirse espacios inte-
riores. Es necesario primero adentrarse en el amor. En el tránsito
al nivel 4 deja uno atrás las parcelas y avanza de nuevo hacia la
totalidad, y para ello tenemos que volver a ser interiormente un
todo y estar dispuestos a dejar fluir lo que se experimenta en el
trabajo en el resto de nuestras vidas. La confianza en la dirección
de la totalidad debe convertirse en una parte de la vida normal.
Desde hace 25 años me acompañan las afirmaciones que escuché
a Osho al entrevistarme con él. En retrospectiva, me da la impre-
sión de que viajé a Oregon solo por aquellas palabras. Dijo: “No
soy una persona que haga planes. Sé que hasta este momento la
existencia se ha ocupado de mí, y jamás he hecho nada a partir de
mí mismo. También se me asistirá en el momento siguiente. […]
No me preocupo de si el río corre hacia el norte o hacia el sur.
Vaya a donde vaya, venga de donde venga, ¡es mi hogar! Es exac-
tamente el lugar en el que siempre he querido estar, solo que no
era consciente de ello”.16
No hay que entender este “debe” o “tiene que” como una
exhortación moral (al crecimiento espiritual). Más bien viene exi-
gido por la cosa misma. En los campos en los que entramos en
contacto al trabajar con constelaciones, y de cuyo saber nos nutri-
mos, los más profundos sentimientos y los secretos pensamientos
no son solamente accesibles, como muestra toda constelación, al
directamente implicado, sino también a aquellos con los que estos
están unidos. Si uno se toma esto en serio –y como consteladores
tenemos que hacerlo– el campo contiene también, cómo no, lo
que el constelador piensa y siente. Por lo tanto, cuando pienso:
“Este es un miserable”, o “menudo lagarto”, o “qué horrible des-

16. Wilfried Nelles, Das rote Tuch, Bhagwan-Kommunen in Deutschland,


Heyne, Múnich, 195, pp. 248 y 253.

214
EL MÉTODO DE LAS CONSTELACIONES

tino”, mis pensamientos fluyen hacia la constelación. Mis convic-


ciones morales, mis juicios, mis gustos, mis simpatías y antipatías
son parte del proceso. No sirve de nada ocultarlos. Si ya están ahí,
incluso es mejor expresarlos, de ese modo no intervienen secreta-
mente en el proceso. En una ocasión el asistente a un curso me
habló de un síntoma idéntico a un problema que yo mismo tenía
en aquel entonces. Le respondí: “No sé si puedo trabajar contigo,
porque yo tengo exactamente el mismo problema. Probablemente
es uno de mis puntos ciegos, y cabe la posibilidad de que me impi-
da ver claro tu caso”. Mientras decía esto se me ocurrió colocar a
alguien en la constelación que representara mi punto ciego. Así lo
hice, coloqué a alguien por la mujer, a otra persona por su sínto-
ma, y a una persona más por mi propio problema, mi posible pun-
to ciego. Con ello quedó neutralizado el punto ciego, mi problema
aparecía en la constelación como algo mío, y de ese modo no se
interpuso en el proceso que afectaba al cliente. La consecuencia
colateral de la constelación, por cierto, fue que mis síntomas des-
aparecieron.
Pronunciar los pensamientos resulta pues de ayuda. También
se aplica a las valoraciones que un percibe en sí mismo. Es mejor
expresarlas abiertamente para que no dirijan secretamente el pro-
ceso. Veo a veces como los terapeutas, tan pronto como comien-
zan a trabajar, se deslizan en el papel del que todo lo comprende y
acepta, un papel que no se corresponde con lo que son. Son taaaan
dulces y taaaan comprensivos que casi resultan insoportables. Es
como cambiarse de ropa, este es el uniforme de terapeuta, y ahí,
colgada en el perchero, está la bata de todos los días. ¡Entonces
mejor trabajar con la bata! Mejor decir: “Lo que has hecho me
parece una putada”. El cliente lo entiende, se siente contemplado
y aceptado si no se lo decimos mirándolo por encima del hombro.
Para ello tengo que mirarle a los ojos, hablar de tú a tú, no como
un juez, ni como un profesor, ni como un moralista, ni como un

215
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

tutor, sino, sencillamente, como un hombre. De persona a persona


es aceptable –digo simplemente lo que pienso. Y después puedo
decir: “Bien, te he dicho mi opinión, veamos ahora qué muestra la
constelación. Quizás me muestre algo mejor”. Así soy abierto, y
un abierto “p…” es mejor que un secreto desprecio.
Lo mejor, empero, es que nuestro desarrollo interior haya
superado estos juicios y valoraciones. No depende de un actuar,
sino de un dejar ocurrir. Sucede cuando uno se entrega a los pro-
cesos que tienen lugar en las constelaciones como lo hacen los
clientes o como nosotros se lo sugerimos. Si tomo las constelacio-
nes, no solamente como herramientas eficaces para mi trabajo,
sino también por una máquina de afilar mis propios pensamien-
tos, sentimientos y acciones, mis juicios y valoraciones se agudiza-
rán. En el ámbito del corazón quedarán arrinconados al fondo.
No desaparecen, siguen existiendo como pautas personales, como
lo que nos gusta más, o menos, o nada, como lo que uno haría o
jamás haría, pero ya no son juicios sobre los demás. Y además –y
este es un buen criterio para juzgar nuestra propia inhibición o
naturalidad– dejan de alterarnos. Veo lo que sucede, no cierro mi
corazón aunque no me guste, y dejo que suceda. Si actúo, lo hago
espontáneamente, conectado conmigo mismo y con lo que ahora
mismo exige la situación. Cuanto más abierto sea en este sentido
un terapeuta, tanto más ancho y profundo será el ámbito en el que
la constelación puede adentrarnos, tanto más claramente se mos-
trará el alma del cliente.
Esta no es, insisto, una condición para el trabajo como conste-
lador. A veces me percibo a mí mismo demasiado abierto, otras
poco, a veces todo me resulta fácil, otras me siento cansado y
abrumado. Todo el mundo tiene días. Al prepararnos para el tra-
bajo todos estos estados de ánimo pasan a un segundo plano; no
puedo decir que no ejerzan influencia alguna. Pero me ocupo de

216
EL MÉTODO DE LAS CONSTELACIONES

ellos lo menos posible, y cuanto menos me ocupo de ellos, tanto


más me abro a lo que está sucediendo. Con independencia de su
estado puntual, la conciencia del terapeuta fija los límites del mar-
co en el que se van a mostrar las soluciones. Lo que el terapeuta
cree o tiene por posible o moralmente aceptable, define el ámbito.
Puede que su ámbito sea tan amplio que no se pueda tender un
puente entre él y el cliente. Un iluminado no es, por regla general,
un buen terapeuta. Para él todo es lo mismo, la vida y la muerte
no son importantes. De ahí que si no es capaz de ponerse al nivel
del cliente no pueda ayudarle, la mayoría de las veces, en un pro-
blema concreto. Osho decía a menudo, por ejemplo, que carece de
sentido lamentarse por la muerte del amado o del amigo, que uno
debe alegrarse del tiempo compartido con él y celebrar su muerte
cantando y bailando. Desde su punto de vista resulta perfecta-
mente acertado, y cuando uno le veía hablar de estas cosas, podía
ver y sentir esta verdad. Pero para la madre que ha visto morir a
su hijo no es una buena solución. Su dolor y su pena son hechos,
y si se pone a cantar y a bailar sin poder llorar o gritar al mismo
tiempo, se derrumbaría o reprimiría sus verdaderos sentimientos.
Algo similar me ocurre a mí cuando veo constelaciones de la
“constelación familiar nueva, espiritual” de Hellinger. El mundo
del cliente parece quedar a menudo bastante desplazado, y no
parece interesarle si este entiende algo o no, o si lo que sucede en
la escena tiene o no que ver con él y sus asuntos. La constelación
–al menos eso parece– es más para él que para el cliente. A veces
lo he visto tan movido por su misión que el cliente parece quedar
en el olvido.17 Puede que así las constelaciones sean impactantes
para los espectadores –una conciencia que no ha integrado bien el

17. También ocurría esto a veces antes de la “nueva constelación familiar”, por
ejemplo, en una constelación que tuvo lugar en Berlín en el año 2000, que se
hizo pública en un vídeo que llevaba por título La guerra (serie Movements
of the Soul).

217
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

yo está predispuesta a ello–, pero dudo que resulten de mucha


ayuda para el cliente. Resumiento: me parece importante que la
distancia entre la conciencia del terapeuta y la del cliente no sea
demasiado grande y que haya un contacto vivo entre ellos. Y dado
que la etapa 4 es la etapa del estar ligado, me parece predestinada
a este trabajo.

218
Contenidos y conocimientos
de las constelaciones familiares

Las constelaciones familiares señalan en una nueva dirección


también desde el punto de vista del contenido, si bien aquí hay que
mencionar primero trabajos en los que ya aparecían aspectos de la
posición de Hellinger y que Hellinger solo recibió y desarrolló.1
Pero no voy a detenerme a examinar cuáles son las fuentes de
Hellinger ni de dónde toma qué a quién, porque aquí no se trata
de Hellinger, tampoco de la terapia familiar, sino de la perspectiva
espiritual que se esconde en la constelación familiar.
Veo en la obra de Hellinger tres conocimientos que trascienden
lo hasta entonces conocido y, o bien lo profundizan en aspectos
esenciales, o bien lo sitúan en un contexto completamente nuevo:

1. El conocimiento del hecho de que y del modo en que esta-


mos engranados en la historia de nuestra familia y en el
destino de nuestros antepasados, y de cómo repercute esto.
2. El (re)descubrimiento de que nuestro inconsciente está
sometido a una legalidad de la que no podemos sustraer-
nos.
3. El camino hacia las soluciones que toma Hellinger.

1. Ya he nombrado antes los más importantes: la Familienskulptur de Sapir y la


teoría multigeneracional de Boszormeny-Nagy

219
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Tres historias

Para empezar, una historia con la que nos encontramos todos


los días: una mujer se siente profundamente enfadada con su mari-
do sin poder encontrar ninguna razón para ello. En la terapia de
pareja tampoco se consigue averiguar el motivo. Hasta aquí, todo
normal. Se indaga entonces su historia previa: ¿Ha tenido la mujer
alguna mala experiencia con otro hombre? ¿O durante la adoles-
cencia? ¿Hablaba su madre mal de los hombres? ¿Era su padre
agresivo? ¿Le ocurrió alguna otra cosa durante la infancia? Res-
puesta: no, ahí no hay nada que pueda explicar su actitud. Hellin-
ger no encontró nada hasta llegar a los abuelos, pero no era algo
que la mujer hubiera vivido de niña. Todo lo que ella sabe es que
sus abuelos tenían un bar, que al abuelo le gustaba beber con sus
amigos y disfrutaba humillando a su mujer delante de sus compa-
ñeros de juerga, por ejemplo, arrastrándola por el bar de los pelos.
Cuando salió esto a la luz –la clienta solo recordaba vagamente
haber oído hablar de ello– quedó claro de dónde procedía su ira:
era la ira de la abuela, la que nunca se había atrevido a expresar.
Ahora la nieta liquidaba el asunto por ella –contra su marido ino-
cente, al que ella amaba.
Una historia similar, treinta años después. Una madre desespe-
rada porque su hijo de nueve años es violento con otros niños, con
niñas también. Tiene graves problemas en la escuela por ello. El
niño dice: “Me enfado rápidamente y salto, no puedo evitar pegar-
les”. La terapeuta, una colaboradora mía, le pide en presencia de
la madre que haga una constelación de su familia mientras juega
con animales de trapo. Cuando llega al abuelo (para representar
al cual ha elegido un león) dice que le gusta mucho. Que viajó por
todo el mundo. La madre informa a la terapeuta de que su mujer
tuvo una hija con otro hombre. El abuelo se enteró de ello al cabo

220
CONTENIDOS Y CONOCIMIENTOS

de varios años y se separó de su mujer, pero tuvo que pagar el


mantenimiento de la niña. El muchacho coloca a la niña y asegura
que así está la familia completa. Pero la terapeuta añade una figu-
ra representando al verdadero padre del hijastro. “¿Quién es este,
qué hace aquí?”, pregunta el niño. “El verdadero padre de la
niña”. El joven responde: “Yo pensaba que el abuelo… ¡entonces
le han tomado el pelo!”. Se pone pensativo. Y la terapeuta le dice:
“¿Te puedes imaginar lo enfadado que estaba?”. Y el niño respon-
de: “Sí, como yo. ¡He heredado el enfado del abuelo!”. Desde
aquel día, su conducta en la escuela cambió drásticamente.2
Vemos aquí dos procesos: en primer lugar, un sentimiento
reprimido o no superado es asumido, un sentimiento que tiene su
origen dos generaciones atrás es transferido a personas no impli-
cadas; en segundo lugar, la transferencia tiene lugar sin que los
descendientes –así es, al menos, en el segundo caso– sepan algo
de la historia de sus antepasados. Para terminar, la historia de
otra terapia en la que todo esto se muestra quizás más claramen-
te: en las constelación de una mujer que lucha contra la anorexia
los sustitutos de los padres aseguran no sentirse los padres de su
hijo. El terapeuta le pide a la clienta que interrogue a sus padres.
El resultado de la conversación es que sus padres le cuentan la
siguiente historia: “No somos tus padres biológicos, en efecto. Tu
madre era una joven judía que huyó de Alemania y vino aquí
(Holanda). Naciste aquí, entonces vinieron los alemanes y tu
madre tuvo que volver a huir. Quería llegar en barco a Inglaterra,
y nos pidió que te cuidáramos hasta que pudiera volver. No vol-
vimos a saber nada de ella, y te adoptamos como nuestra hija”.
Entonces la clienta hizo indagaciones sobre su verdadera familia
y averiguó lo siguiente: El barco nunca llegó a Inglaterra, su
madre se había ahogado. Los padres de la madre fueron enviados

2. Doy las gracias a Angela Winkler por la historia.

221
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

a Auschwitz, donde la madre de la madre había muerto de ham-


bre. Se reveló así lo que la anorexia ocultaba: el vínculo interior
con la abuela que había muerto de hambre.3
Dejo aquí estas tres historias ejemplares. Podríamos añadir las
más dispares variantes sin terminar nunca. También está amplia-
mente documentado que solo cuando se destapan los sucesos sub-
yacentes entran los clientes en un proceso continuado de cura-
ción.4 Lo que antes era una suposición aislada ha pasado a ser con
las constelaciones familiares una certeza: que el destino de los
antepasados se prolonga en la familia durante generaciones. Exis-
te algo así como una herencia psíquica. Lo más sorprendente –
amén, claro está, de que los sustitutos lo perciban en las constela-
ciones– es que esa “herencia” sigue caminos ocultos, que es inde-
pendiente de lo que se cuenta en la familia, de si los descendientes
conocen las historias, incluso de si saben de la existencia de las
personas con las que están anímicamente conectadas. Nos encon-
tramos aquí de nuevo con el fenómeno del campo de conocimien-
to, en el que se transfieren cosas de las que jamás se ha hablado y
que el inconsciente, el alma y el cuerpo “conocen”. En el último
ejemplo, el alma y el cuerpo de la mujer “sabían” que la abuela
había muerto de hambre aunque ella ni siquiera supiera de la exis-
tencia de la abuela. Igualmente, el alma del niño sabía del engaño
sufrido por su abuelo pese a desconocer la historia.
Esto significa que nuestra imagen de lo que nos marca, de lo
que influye en nuestra conducta y en nuestra salud, debe experi-
mentar una ampliación radical. Muchas enfermedades –no solo
psicosomáticas, también muchas enfermedades orgánicas graves–

3. Debo esta historia a Heinrich Breuer.


4. Los primeros libros de Hellinger consisten, fundamentalmente, en documen-
tación de casos. También Jakob Schneider presenta en Das Familienstellen:
Grundlagen und Vorgehensweise, Heidelberg, 2006 numerosas historias im-
pactantes de clientes.

222
CONTENIDOS Y CONOCIMIENTOS

y trastornos están ligados a acontecimientos que tuvieron lugar


varias generaciones atrás y que a menudo fueron silenciados. Sig-
nifica también que el papel que desempeña la educación y conduc-
ta de los padres en relación a sus hijos está muy sobrevalorado. En
el segundo ejemplo, los padres se hallaban completamente desvali-
dos ante la ira de su hijo, y no por ser malos educadores, sino por-
que esa ira procede de algo más fuerte que cualquier educación.

La matriz familiar

Dispongo para ello de una sencilla explicación, preñada, eso


sí, de consecuencias. Todo lo irresuelto tiene energía, porque en
lo irresuelto impera una tensión que busca la disolución. Esta
tensión, esta energía se conserva hasta que halla el modo de sol-
tarse, de liberarse. La energía asociada a un acontecimiento se
libera cuando ese acontecimiento es claramente visto. Este es el
medio de liberar la tensión, que entonces se disolverá para siem-
pre en el todo.
Cuando ocurre algo que los implicados no quieren ver o que
no pueden aceptar, se conserva la tensión, o una parte de ella. Por
ejemplo: un niño muere, y los padres no consiguen encajarlo, es
decir, no son capaces de aceptarlo interiormente. Su deseo de que
su hijo estuviera con vida permanece como energía, como tensión
irresuelta, casi diríamos que en el aire, en el campo de conoci-
miento (inconsciente) de la familia: ese niño debería estar ahí. El
niño que después viene al mundo entra desnudo en ese campo,
está abierto a él. Acoge la totalidad de la energía dominante y
hace una contribución inconsciente a la liberación de la tensión:
intenta sustituir al hijo perdido. Para ello no es necesario que los
padres le digan nada, no hace falta que sepa que antes de él hubo
un niño que murió: la matriz de energía del campo en el que ha

223
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

nacido se ocupa de que el niño aporte una solución a la disolución


de la tensión.
El niño agresivo del ejemplo anterior expresa una energía que
está esperando ser liberada en la familia. La ira del abuelo aún no
se había esfumado. Se hallaba aún atascada en el sistema. Aquí
una terapia conductual impediría la liberación de esa energía.
Conseguiría, a lo sumo, que la ira del pequeño dejará de causar
daños. Lo mismo vale para la opción de tranquilizarlo con medi-
camentos –como se hace con muchos niños a los que se diagnosti-
ca hiperactividad o déficit de atención. Y con ello se castiga, como
se hacía en la Antigua Roma, al mensajero, al que trae la “mala”
noticia. La liberación solo tiene lugar cuando tomamos pie en el
síntoma para mirar en la familia y/o decirle al niño que vemos en
su conducta una expresión de amor y vínculo. Es así como el
pequeño puede salir de la situación. Y con ello no solo ayudamos
al niño, sino que también modificamos la matriz familiar.
La matriz no solo está formada por un tema irresuelto, sino
por multitud de ellos. Algunos se complementan y refuerzan, otros
se repelen. Puede ocurrir, pongamos por caso, que la madre que
ha perdido un hijo ya haya perdido a un hermano, esto es, que
repita la historia de su madre. En ese caso, el patrón familiar se
hace mucho más marcado. También puede ser que su madre (o
ella misma) haya abortado, y que la pérdida del propio hijo repre-
sente una compensación inconsciente. Las relaciones vigentes en
una matriz son numerosísimas. Unas están más cargadas de ener-
gía, otras menos; unas presionan para ocupar el primer plano,
otras permanecen en un segundo plano; unas se refuerzan mutua-
mente, otras se repelen y devienen energías contradictorias cuya
liberación plantea exigencias contradictorias. Lo último, en casos
extremos, puede desembocar en gran confusión e inquietud, pues
lo que por un lado aparece como la solución, resulta por el otro

224
CONTENIDOS Y CONOCIMIENTOS

una intensificación de la tensión, y aquí es donde, a mi modo de


ver, se halla el trasfondo de la psicosis y la esquizofrenia.
Un ejemplo. Una mujer refería dos problemas: por una parte,
no se entendía con su hermana gemela, apenas mantenían el con-
tacto. Por otra, tenía problemas con su madre, que era esquizofré-
nica. La constelación reveló que en la familia de la madre se daba
un gran conflicto que mantenía a la madre dividida entre dos ban-
dos. Ya no recuerdo de qué se trataba exactamente. La esquizofre-
nia, en cualquier caso, expresaban esa división. La clienta parecía
enteramente sana desde el punto de visto psicológico. Le pregunté
qué tal le iba a la hermana, si estaba psíquicamente enferma.
“No”, dijo, “es completamente normal”. Comprendí entonces
por qué se habían separado los caminos de las hermanas: cada
una se sentía ligada a uno de los bandos en conflicto. La contra-
dicción que dividía interiormente a la madre y se expresaba como
esquizofrenia se había transferido a las gemelas. Y una de ellas fue
la salvación de la otra.
Mi tesis fundamental es que toda persona nace abierta y des-
nuda en el seno de una matriz, como un papel en blanco que todo
lo absorbe. La matriz está formada por todos los pensamientos,
convicciones y sentimientos que existen en una familia. La prime-
ra capa sería lo que está más próximo en el tiempo, lo que es
actual; la segunda se compone de lo que procede de la vida de los
padres, esto es, anteriores relaciones, la juventud o la infancia; la
siguiente de lo que han absorbido los padres al venir al mundo.
Pero no me expreso con precisión al hablar de “nacer” en una
matriz: todo comienza mucho antes, en el seno materno; posible-
mente ya en el momento de la concepción. El niño recibe los sen-
timientos de la madre, porque es parte del organismo materno.
Con todo, no está enteramente expuesto a ellos –al menos, algu-
nas experiencias extraídas de las constelaciones indican que el

225
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

líquido amniótico frena la influencia que puedan ejercer. Tiene


sentido que así sea, de lo contrario todos heredaríamos la sensibi-
lidad de nuestras madres tras pasar nueve meses en el seno mater-
no. Pero también las células seminales del padre contienen ya –
como el óvulo materno– el programa completo del niño. No es
solo un pedacito de proteínas con ADN y no sé cuantas caracterís-
ticas químicas sino un holón, un todo que contiene al padre en su
totalidad, incluidos sus pensamientos y sentimientos, heridas,
miedos y esperanzas. Porque todo lo que somos está contenido en
cada una de las células de nuestro cuerpo.
Esto explicaría también cómo es que un niño puede sentirse
atraído por un padre al que nunca ha conocido y del que quizás
nunca haya oído hablar. En las constelaciones familiares vemos con-
tinuamente lo que revela el ejemplo de la mujer anoréxica: que el
padre del cliente no es quien él supone –o que no lo es la madre, en
casos excepcionales. Los representantes lo perciben, y los niños sue-
len sentirse inmediatamente atraídos por el verdadero padre cuando
se coloca un representante para él. A menudo no es ni siquiera nece-
sario decir: “Coloco ahora a alguien en el lugar del padre”. Yo nun-
ca lo digo: cuando tengo la sospecha de que la paternidad ha sido
fingida, añado a una persona de sexo masculino sin decir a quién
representa. Esto es suficiente para ver quién es en realidad. El niño
conoce a su verdadero padre porque está en resonancia con su cam-
po de energía, porque su matriz es también parte de la suya.
El campo energético de nuestros padres nos marca ya en la
concepción –más aún después, tras el nacimiento. Esto es inevita-
ble. No está en nuestra mano sustraernos a él. Por eso no tiene
sentido valorar semejante matriz –o, dicho en términos menos
abstractos, a las personas, a nuestro padre, nuestra madre y demás
familiares– en términos de bueno o malo, acertado o desacertado.
En este sentido –ahí le doy enteramente la razón a Hellinger– no

226
CONTENIDOS Y CONOCIMIENTOS

hay padres malos. Pero tampoco –y aquí me opongo a él– los hay
buenos. Solo hay estos padres, esta familia, y ambas cosas están
más allá del bien y del mal. Sencillamente, son, eso es todo.
Puesto que una matriz tiene muchas capas, es difusa y a menu-
do contradictoria en sí misma (ya por el mero hecho de tratarse de
un patrón energético compuesto por la familia del padre y de la
madre), tenemos infinitas posibilidades de combinar sus elemen-
tos particulares pese a estar marcados por ella. A la luz de esta
pluralidad de capas, la antigua idea de Hellinger –a la que ya no
se atiene y, me parece, nunca se ha atenido en realidad– de que
solo puede hacerse una constelación de la familia de origen, se
revela obsoleta. Una matriz no está formada por un único tema.
Tras un tema fundamental hay muchos otros que han de ser vis-
tos. También la idea de que uno se siente “identificado” con una
persona de la familia de origen me parece cuestionable. La identi-
ficación se da con toda la matriz, de la que se destaca un tema (a
menudo una serie de temas conectados entre sí) para cada indivi-
duo y fase de la vida.
La matriz misma, empero, nos viene dada, y solo hay una. Se
compone de la totalidad de pensamientos y sentimientos o, for-
mulado neutralmente, energías que actúan sobre el niño. Pero pre-
cisamente porque nacemos forzosamente en el seno de una matriz
no puede decirse que haya para nosotros una buena o una mala
matriz. Esto también significa que tampoco hay “ataduras”. Por-
que el concepto de atadura contiene la idea de que algo no está
bien o no es como debería ser.

“El ganso está fuera”, o: en realidad no hay ataduras

Pongo pues en cuestión uno de los conceptos centrales de las


constelaciones familiares (y de toda la psicoterapia). Porque hasta

227
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

ahora hemos partido de la base de que los clientes estaban “ata-


dos” al destino de sus familias y de que tenían que salir de ahí con
ayuda de las constelaciones.5 Las ataduras son algo negativo, algo
que nos traba y de lo que tenemos que ser liberados. En conse-
cuencia, muchos asisten a los cursos sobre constelaciones para
“deshacer sus ataduras”. En el caso de un hombre cuyo hermano
murió poco antes del parto y que en el seno de la matriz sustituye
parcialmente a este a ojos de los padres, se diría que está atado a
su hermano muerto y que este vínculo debe ser deshecho para que
recupere su vida. Para hacer efectiva esta solución, muchos cons-
teladores trabajan con rituales de restitución, haciendo decir, por
ejemplo, al muerto: “Has cargado con mi destino, ahora te lo
devuelvo”. Y a veces se utiliza algún objeto que es devuelto sim-
bólicamente.
Pero esto pasa por encima de la realidad. “Atadura” es un
concepto que muchos consteladores colocan sobre la realidad.
Una matriz es algo dado, sencillamente, y siempre es adecuada,
por la sencilla razón de que carece de alternativa. La “atadura”
consiste única y exclusivamente en que no vemos (o queremos ver)
esto. Cuando me doy cuenta de que yo sustituyo a mi hermano
muerto, cuando lo veo (y reconozco) sin valorarlo y sin pretender
modificarlo, quedo liberado. ¡Y con esto basta! Lo mismo vale
para cualquier otra “atadura”: cuando veo algo sin el deseo de
modificarlo, cuando veo, sin más, que esa es mi matriz y que ni
puede haber otra ni debería haberla, me pongo en armonía conmi-
go mismo y con las condiciones de mi vida –y con ello quedo libre.
Una hermosa historia Zen puede ilustrar esto. Quizás les
parezca inadecuada, quizás absurda, porque trata de un koan. El

5. Esto, junto con el entusiasmo que acompaña al descubrimiento de algo nue-


vo, explica el carácter misionario que se asociaba al trabajo con constelacio-
nes sobre todo en los años noventa.

228
CONTENIDOS Y CONOCIMIENTOS

término “koan” suele traducirse por acertijo, pero se trata de un


acertijo porque el entendimiento no puede resolverlo. Un koan
gira en torno a un misterio en el que hay que adentrarse para
entenderlo desde dentro. Yo mismo tampoco entendí al principio
la historia del ganso. Pasados veinte años, algo hizo clic y, súbita-
mente, me acordé de ella. Es como sigue:

El funcionario público Riko le pidió al maestro Nansen que le


explicara el antiguo problema del ganso en la botella.
—Si un hombre pone un polluelo de ganso en una botella –
preguntó Riko– y lo alimenta hasta que se hace adulto, ¿cómo
podrá conseguir sacar el ganso sin matarlo o romper la botella?
Nansen no le contestó, sino que, dando una gran palmada,
gritó:
—¡Riko!
—¿Sí, maestro? –se sobresaltó el funcionario.
—Ves –dijo Nansen–. El ganso está fuera.

Cuando les digo a los participantes de mis cursos que yo no


les ayudo a deshacer sus ataduras algunos se sorprenden. Cuando
les explico que una humanidad sin ataduras sería algo bastante
aburrido se sienten un poco mejor. Y cuando cito el nombre de
algunas personalidades célebres que han aportado muchas cosas
bellas al mundo por estar justamente tan atados, se ponen pensa-
tivos. Me viene ahora a la mente el nombre de una de las persona-
lidades más célebres, y me sorprende que hasta ahora ni a mí ni a
ningún otro se le haya ocurrido reflexionar sobre sus ataduras. Su
nombre es Jesús.
Desde las premisas de las constelaciones familiares (y otras
terapias, desde luego), Jesús se hallaba terriblemente atado. No
tenía un verdadero padre, su padre ni siquiera era un ser humano;

229
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

era pues el único hombre que carecía de padre humano: su destino


era sobrehumano. En segundo lugar, –y solo estoy considerando
las dos peores ataduras–, Herodes mató por causa suya a diez mil
recién nacidos. ¡Diez mil! ¡Qué monstruosa culpa! No es una cul-
pa personal, pero sí una atadura culpable como apenas puede
encontrarse otra. Uno podría explicar la totalidad de la vida de
Jesús a partir de estas dos ataduras: la eterna búsqueda del padre
y su reconocimiento y el intento de compensar mediante el dolor
y la muerte su culpa por los niños muertos. Y sin embargo: ¿fue su
vida un error? Bueno, al pobre lo crucificaron a los 33 años, pero
¿habría sido mejor de otro modo?
Lo que quiero decir es lo siguiente: el concepto de atadura
entraña una valoración. Y lo colocamos sobre la vida desde fuera.
Se oculta ahí la idea de que podría haber sido de otra manera.
Tendríamos que estar o ser liberados de nuestra matriz. Pero esto
desemboca en una atadura aún mayor, porque nos pone en con-
flicto con la vida misma. La vida, sin embargo, solo existe en esa
matriz. El concepto de “estar atado” y la necesidad de deshacer
las ataduras forma parte de la idea del yo como conciencia. Pro-
viene de la idea de que el todo –como se concebía en la etapa 2–
nos tiene atrapados y de que tendríamos que liberarnos de todo
para ser libres. Para ello, o rompemos la botella o matamos al
ganso. Es la idea de libertad que impera en el nivel 3. Pero si lo
consiguiéramos, al final nos quedaríamos solos, más exactamente:
aislados.

230
La vía de solución
de las constelaciones familiares

La “Trinidad” de Hellinger

La constelación familiar adoptó la idea de “atadura” de otras


terapias, si bien ha hecho popular el concepto. Hellinger no habla
de ataduras desde hace años, pero al principio pasó por alto que
con la palabra adoptaba también toda una visión del mundo.
Con todo, su punto de vista era ya de entrada diferente. Para él la
solución radicaba en que uno ocupara su puesto en el todo y
aceptara las cosas tal y como son. El célebre título de uno de sus
libros, Reconocer lo que es, lo expresa a las claras. Lo que no está
tan claro en la obra de Hellinger es en qué consiste ese “todo”.
En el lenguaje de mi teoría de los niveles: ¿se refiere al antiguo
todo del nivel 2 o al nuevo todo del 4 o de los siguientes estadios?
¿Afirma que todos debemos ocupar el puesto en la familia, y qui-
zás también en la sociedad, que nos ha sido asignado –por el des-
tino o por la procedencia–, o piensa con ello un paso intermedio
para llegar a lo propio y, a través de ello, a un nuevo todo? Aquí
no me interesa cómo ve Hellinger personalmente las cosas. Me
refiero a él en tanto que fundador de las constelaciones familiares
y punto de partida de casi todas las líneas teóricas. La aclaración
de este punto me parece importante de cara a la fundamentación

231
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

del trabajo con constelaciones, ya se trate del trabajo de conste-


laciones “según Hellinger” o “no según Hellinger”.1
La primera afirmación de Hellinger reza: tenemos que aceptar
de dónde venimos. Tenemos que aceptar a nuestra madre y a nues-
tro padre. Tenemos que aceptar que son nuestros padres, y tam-
bién que son como son. Aquí “tener que” no tiene un sentido
moral: indica lo que es necesario para curarse. Aceptar que son
nuestros padres significa que son los únicos padres correctos.
En este contexto, Hellinger mencionó tres palabras “santas”
(en palabras mías, no de Hellinger): sí, por favor y gracias.

“Sí” significa: Acepto que sois mis padres y que yo soy vuestro
hijo.
“Por favor” significa: Por favor, aceptad que soy vuestro hijo.
“Gracias” significa: Acepto la vida que he recibido con gratitud.

1. En los años noventa, muchos consteladores daban a su trabajo el nombre


de “constelación familiar según Hellinger” para declarar su adhesión a He-
llinger y apoyarse así en su popularidad. El propio Hellinger lo consideraba
superfluo, pero lo aceptaba y permitía que cada cual usase su nombre a su
antojo. Cuando Hellinger avanzó en su trabajo hacia los “movimientos del
alma” y la opinión pública se opuso masivamente a él, muchos comenzaron
a distanciarse de sus tesis y a denominar a su trabajo “no según Hellinger”.
A partir de 2006 aproximadamente, y fuertemente influido por su segunda
mujer, Sophie Hellinger, con la que había contraído matrimonio en el año
2003, Hellinger se distanció de sus antiguos colegas, o estos se distanciaron
de él, porque ahora, a diferencia de lo que había sido su proceder anterior,
deseaba tener la última palabra sobre el trabajo de constelaciones y exigía
que todos los que quisieran ligarse a él añadieran la cláusula explícita “según
de Hellinger”. Fue en este contexto en el que anunció la “nueva constelación
familiar”, para distinguir su trabajo del resto de la escena.
Desde el punto de vista de la teoría de las etapas, “según Hellinger” corres-
ponde a la etapa 2, y “no según Hellinger” a la etapa 3. Ninguno de ellos me
parece maduro. Al presentar el trabajo de constelaciones maduro (nivel 4) me
atengo a mis propias opiniones, y si bien respeto el trabajo de Hellinger, me
mantengo al margen de disputas sobre adhesiones o distanciamientos

232
LA VÍA DE SOLUCIÓN

Estas tres palabras y los procesos asociados a ellas constituyen


el núcleo del trabajo de constelaciones entre padres e hijos. Casi
todas las soluciones desembocan más o menos explícitamente en
una de estas tras palabras o en las tres. La célebre reverencia ante
los padres –célebre porque la práctica de Hellinger de exhortar a
sus clientes a que se inclinaran ante sus padres suscitó acaloradas
críticas e incluso indignación entre psicoterapeutas y observado-
res externos– expresa en un solo gesto silencioso el contenido de
estas tres palabras. Sea dicho de paso que Hellinger es un maestro
de la síntesis, capaz de condensar en una sola frase o palabras el
contenido de diez horas de terapia. Para entenderlo, uno tiene que
estar dispuesto a permitir que la palabra o el gesto despliegue su
efecto sin emitir inmediatamente un juicio sobre ellos.
Esta vía de curación se halla en frontal oposición con la práctica
terapéutica, ampliamente extendida, de exhortar a los clientes, de
presionarlos a menudo, a desatar su ira contra los padres, a gol-
pearlos (colocándoles un sacudidor de alfombras en la mano o una
toalla y animándolos a golpear un cojín o colchón que simboliza al
padre) o asesinarlos simbólicamente.2 Con todo, el hecho de que la
inclinación de cabeza se granjeara también las iras de los terapeutas
que no recurren a métodos tan agresivos muestra a las claras hasta
qué punto el pensamiento de Hellinger avanza contracorriente. El
respeto y la aceptación de los padres que expresa este gesto resulta
difícilmente soportable para la conciencia moderna, se siente casi
traicionada y expuesta a perder el fruto de sus esfuerzos.3 Antes de

2. Una mujer de mi círculo de conocidos, torturada por un grave conflicto con


su padre a consecuencia de un incidente del pasado, hundió simbólicamente
a su padre en un lago. Algún tiempo después se quitó la vida.
3. En 1995, en su primer enfrentamiento crítico con los (por aquel entonces) nue-
vos consteladores, Ursula Nuber escribió en Psicología hoy: “Da la impresión
de que los que luchan a favor de la libertad, la autonomía e independencia,
el autodesarrollo y la autoafirmación se hubieran cansado de tanto batallar y
descansaran ahora agotados sobre los hombros de un ‘superpadre’”.

233
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

seguir adelante, me gustaría exponer en dónde radica el aspecto


positivo, incluso la necesidad, de la iniciativa de Hellinger.
La conciencia moderna, en su afán por romper todas las cade-
nas, ha tirado al niño con el agua de la bañera. Pasa enteramente
por alto que aquello de lo que venimos es nuestro suelo, nuestro
alimento interior; la tierra que nos sostiene, en la que se hunden
nuestras raíces y nos alimenta. Obra como si pudiera existir pres-
cindiendo de dicho suelo. Pero el hecho de que quienes más
ampliamente se han separado de su origen trabajen a favor de la
“salvación de las raíces” se burla de esta concepción de las cosas.
Y no lo hacen como hijos de la tierra que escuchan su voz, sino
como padres que crecen sobre ella y quieren protegerla y salvarla
como si fuera su hijo.4
El suelo del que procedemos y al que estamos vinculados son
nuestros padres. Y también sus padres, y los padres de sus padres.
Renegar de ellos significa quedarse en el aire, sin sostén, sin raíces,
a la deriva. Es lo que le ocurre al hombre moderno cuando olvida
sus raíces y la tierra de la que procede. Y en el trabajo de constela-
ciones se ve claramente que el hombre no puede ni, en el fondo,
quiere hacer esto. Solo necesita que se le pida algo que para muchos
constituye un enorme esfuerzo: contemplar a sus padres. El tera-
peuta debe instar al cliente a ver de verdad a sus padres. Y a partir
de aquí las cosas se solucionan casi por sí mismas. Cuando alguien
que rechaza a su madre le dice mirándola a los ojos: “tú no eres mi
madre”, enseguida menea la cabeza y dice: “qué tontería, claro que
es mi madre”. Entonces yo le digo: “Muy bien, pues vuelve a mirar-
la y di: “eres mi madre”. Ahí se produce una terrible lucha interior,
pues el cliente siente que la frase tiene amplias consecuencias.

4. Véase el excelente análisis que ha hecho de esto Wolfgang Giegerig en su


excelente libro La bomba atómica como realidad … Ensayo sobre el espíritu
del Occidente cristiano, Basel, 1988.

234
LA VÍA DE SOLUCIÓN

No hace falta más que decir esta frase. Uno puede omitir ente-
ramente el sesgo moral que Hellinger imprimía a estas afirmacio-
nes y frases en los años noventa sin menguar el efecto de las mis-
mas y de la constelación. A mi modo de ver, no es necesario, por
ejemplo, trabajar para conseguir que alguien reconozca o dignifi-
que a sus padres. Solo hace falta que los vea. Pero tiene que verlos
de verdad y no solo a medias. Tiene que verlos como son. Lo que
en la práctica significa invitar a los clientes a contemplar a sus
padres –o a las personas que constituyen el tema de una constela-
ción, también a la pareja o a los hijos–. Al contemplar a mi madre
veo que soy su hijo, y que esto es inevitable. Y justo en este ver
tiene lugar un movimiento interior. En el momento en que de ver-
dad veo que soy el hijo de mi madre tiene lugar el reconocimiento,
me inclino ante ella, le digo “sí”, todo lo cual sucede por sí mis-
mo. Lo que en ese momento veo es la realidad, y cuando veo la
realidad, actúa sobre mí.
En efecto: solo podemos rechazar a nuestros padres si nuestros
ojos están cerrados. En las terapias arriba mencionadas, en las que
uno da rienda suelta a su ira contra los padres, el cliente no con-
templa a sus padres. Solo se ve a sí mismo, y de sus padres solo ve,
si acaso, la imagen que se ha formado de ellos. Cuando en una
constelación tiene a su padre delante y de verdad lo ve, todo esto
se derrumba. También frases como “no te quiero como padre”,
“te rechazo”, “ya no soy tu hijo” se revelan ridículas tan pronto
como contemplamos abiertamente a nuestros padres. En seguida
se pone de manifiesto que carece de importancia si uno quiere que
su padre sea su padre o no, pues en ambos casos es nuestro padre.
Lo mismo ocurre con la frase “te odio”. Cuando alguien mira a su
padre a los ojos y la pronuncia, ocurre algo sorprendente: se da
cuenta de que lo odia porque lo quiere.

235
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

“Sí” al no: el punto ciego de Hellinger

Todo lo que ocurre en la vida tiene sentido y ocupa su lugar en


el movimiento del todo. No solo los padres han de ser vistos y
apreciados, también la rebelión de la juventud; no solo aquello de
lo que procedemos, sino también la dirección hacia la que nos
movemos, lo que nos llama y atrae; no solo el grupo al que perte-
necemos, sino también el hecho de que el grupo no nos posee, de
que no somos su propiedad (ni tampoco la de nuestros padres); no
solo, pues, el sí, sino también el no. En esto consiste el paso ade-
lante que supone la etapa 3, el progreso que entraña el tránsito de
la conciencia del nosotros a la conciencia del yo: el conocimiento,
y su puesta en práctica, de que no somos una posesión del grupo
al que procedemos. De ahí a afirmar que solo nos pertenecemos a
nosotros mismos, que somos “autónomos”, media un abismo.
Esta idea es falsa, al igual que lo es rechazar nuestra procedencia
o ignorar su importancia. Esto no obstante, el conflicto y la afir-
mación juvenil del yo es un momento irrenunciable en el proceso
de desvinculación. A mi modo de ver, el reconocimiento de esta
etapa y el apoyo amoroso que necesita una persona en la fase de
transición a un enfático “no” es insuficiente en el trabajo de cons-
telaciones habitual, y por eso falta este “no” entre las palabras
“santas” que propone Hellinger. Un sí tiene sentido solo cuando
también se puede decir no, y un no puede entrañar un sí, por ejem-
plo, un sí a uno mismo. En el trabajo de constelaciones el no ha
carecido hasta ahora de un claro lugar, se pasa por alto la fuerza e
importancia de la negación, incluso se la desvaloriza.
Hellinger pasa directamente del niño al adulto, de la etapa de
conciencia 2 a la 4. También en la práctica se trabaja, o con la con-
ciencia infantil o con la adulta. El trabajo de constelaciones ante-
rior a 2000 se ocupaba preponderantemente con la conciencia
infantil (el eslogan era: ¿Cómo encuentro mi lugar en la familia?),

236
LA VÍA DE SOLUCIÓN

la nueva se orienta cada vez más a la conciencia adulta. Se salta la


juventud. O bien no aparece en las constelaciones familiares, o se
la despacha –como hace Hellinger– con unas pocas palabras. Cier-
to que la arrogancia de la juventud, su pretensión de saberlo todo
mejor que nadie, carece de fundamento, y lo mismo vale para la
arrogancia de la conciencia moderna, que se siente superior a todo,
pese a no saber nada en realidad. Pero esto no significa que carezca
de importancia. Cuando se deja de lado o minusvalora la juventud,
esta se venga, al igual que se venga de nosotros dejar de lado a los
padres o partes de nuestra infancia. Si consideramos el trabajo con
constelaciones desde la perspectiva de las etapas de la conciencia,
queda patente que también esta etapa tiene que ocupar y puede
ocupar su lugar. Solo entonces lo aceptará la sociedad que se mue-
ve en la conciencia 3, solo entonces se abrirán las instituciones de
esta sociedad, que funcionan con arreglo a las ideas de la etapa 3,
a las constelaciones familiares.
Cuando consideramos las constelaciones familiares de los años
noventa, que definen el método estándar que hoy en día se sigue
aplicando, las constelaciones –en el caso ideal– culminan con lo
que se llama la imagen de una solución. En su versión más signifi-
cativa, los padres están en ella uno junto al otro, y los hijos enfren-
te de ellos por orden de edad. Este cuadro refleja el orden y la dis-
posición natural de la familia, y por eso todos se sienten a gusto
en esta constelación, pues en ella se han deshecho las “ataduras”
que se hallaban en el trasfondo familiar. Esta disposición corrige
la imagen infantil, por decirlo así, que el cliente –adulto, normal-
mente– se había formado, de modo que vuelve a ocupar su lugar
en la familia, una posición cómoda y segura. Se trata de un proce-
so terapéutico que cierra antiguas heridas.
La imagen documenta y fortalece el vínculo duradero, imbo-
rrable, con la propia familia. Constituye una solución en la medi-

237
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

da en que hace claro qué es lo que falta o, más exactamente, qué


es lo que el cliente no ha visto, o no con la suficiente claridad: que,
con independencia de lo que haya pasado, pertenece a una fami-
lia. La constelación corrige lo que podríamos llamar un error que
se da en la interioridad (“no formo parte de eso”). ¡Porque el
hecho es que siempre hemos pertenecido a ella! Alguien puede
negar este vínculo, pero no por ello deja de ser un hecho. Por poco
que le guste a mi padre, yo soy su hijo, y lo mismo vale a la inver-
sa. En la constelación se visibiliza lo que es, por ello está en situa-
ción de corregir una falsa imagen interior. Con ello consigue
cerrarse un vacío en la conciencia, lo cual reporta estabilidad inte-
rior y es terapéutico. Este es el sentido en que se habla de una solu-
ción. Pero solo es un paso intermedio, mejor dicho, una mirada
retrospectiva hacia una realidad que se ha dejado atrás.
Deseo añadir una breve nota a lo anterior. Tengo la impresión
de que muchos consteladores toman por verdadera la siguiente
afirmación del cliente: “no ocupo ningún lugar en mi familia”. De
ahí que crean ayudarlo otorgándole un puesto (el puesto correcto)
en su familia a través de la constelación. Pero aquí tanto el cliente
como el terapeuta son presa de una ilusión. Si de verdad alguien
no ocupara puesto alguno en su familia, yo, como terapeuta, poco
podría hacer. ¿Cómo podría yo otorgarle a la señora XY un pues-
to en la familia Y? De ningún modo. Lo único que puedo hacer es
ayudarla a ver algo que ya existía. Cuando alguien afirma de sí
mismo que no ocupa ningún puesto en la vida, lo primero que
hago es decirle: “Eso no es verdad. Si fuera verdad, no estarías
aquí”. Esto no significa que no me tome en serio su sentimiento de
carecer de lugar. Ocurre solamente que ese sentimiento se basa en
un error, en algo que no ve.
Volvamos al antiguo modelo de “solución final” en las conste-
laciones. Se trata de una imagen infantil, algo que satisface al alma

238
LA VÍA DE SOLUCIÓN

del niño. Lo que este cuadro no muestra es que tenemos que aban-
donar a la familia. Y no solo debe abandonarla nuestra psique,
también debe hacerlo nuestra alma. Tanto tiempo como nuestra
alma permanece en esta imagen no alcanzamos la condición adul-
ta. Unas veces resulta fácil, otras es más difícil, y a veces es una
lucha a vida o muerte. Sea como fuere, la vida quiere que así sea.
Quiere que abandonemos la protectora envoltura de la madre, y
quiere igualmente que abandonemos la siguiente envoltura que se
nos ofrece y protege, la de la familia. Y al igual que no podemos
crecer ni corporal ni anímicamente si permanecemos en el seno
materno, tampoco crecemos si permanecemos emocionalmente en
la familia. Y aquí ocurre lo mismo que en los partos difíciles: a
menudo es necesario el conflicto para abandonar a la familia. Con
otras palabras: la rebelión de la juventud, por muchas que sean las
limitaciones que entraña, es una etapa importante en el proceso de
alcanzar el estado adulto.
Helliger acertó a ver que no conseguimos liberarnos de la
familia tanto tiempo como la rechazamos o le dirigimos repro-
ches, porque el conflicto, la discordia y los reproches vinculan. De
ahí que sea tan importante –de cara a proseguir nuestro camino y
desligarnos de la familia– reconciliarse con la propia familia. Solo
la aceptación, mejor dicho: el amor, nos reporta libertad interior
para continuar caminando.5 Pero también forma parte de esta
aceptación la aceptación del conflicto y la separación, así como la
aceptación de la partida. Las constelaciones móviles lo ponen de
manifiesto. Cuando el constelador no trabaja en la dirección con-
traria, la solución final no es en ellas la imagen infantil de la fami-
lia, sino un movimiento hacia el interior de la propia vida, hacia
el propio futuro. Y ahí el protagonista está solo.

5. Véase también mi libro Liebe, die löst. Aussichten aus den Familien-Stellen,
Heidelberg, Carl-Auer, 2002.

239
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Los gráficos de la página siguiente muestran la progresiva


separación de la protectora envoltura en la que crecemos, así
como el camino hacia la propia vida, que nos conduce a envoltu-
ras cada vez más amplias:

El camino hacia la vida

Hijo
Envoltura 1: el vientre materno

Madre

Familia

Envoltura 2: familia
Madre Hijo

Pandilla

Envoltura 3: pandilla Familia Jugendlicher


TRADUCIR

240
LA VÍA DE SOLUCIÓN

Mundo

Envoltura 4: el mundo
Familia de origen Adulto

Nueva familia

Al principio estamos en el vientre materno. Cuando esta envol-


tura se nos queda pequeña debemos abandonarla para ir a dar a
otra envoltura, la familia. La segunda imagen corresponde a la
solución final de una constelación familiar “clásica”. Pero tam-
bién esta envoltura se nos queda algún día pequeña, y tenemos
que seguir adelante. El siguiente paso sería estar solo en el mundo.
Pero entre medias se halla la juventud, y eso significa que comen-
zamos a dirigir la mirada hacia (a orientarnos por) lo que hay fue-
ra de la familia, a la par que seguimos hallándonos bajo su protec-
ción, porque la necesitamos. El joven no se atreve a quedarse solo
de verdad. De ahí que la conciencia juvenil que ya ha abandonado
las antiguas tradiciones busque grupos y contextos más amplios
elegidos libremente: las ideologías de la Modernidad y los movi-
mientos que parten de ella constituyen grupos sustitutorios. La
conciencia moderna desea sustituir la antigua conciencia del noso-
tros por un nuevo nosotros libremente creado, no se atreve a estar
sola en el mundo. Siente que necesita un todo mayor, algo que
sobrepase la propia existencia, que la ligue y le dote de sentido.

241
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Pero todo lo mayor que realmente conoce es lo antiguo, de lo que


ha de escapar. De ahí que intente crear algo mayor desde sí misma:
una imagen del mundo, una filosofía, una ideología que le sirva de
orientación. Pero esto no puede funcionar, porque lo creado es
mayor que su creador. Cualquier “mayor” que el hombre crea o
se imagina es necesariamente tan pequeño como él mismo. De ahí
que solo pueda imponerse por la fuerza. A lo realmente mayor
uno solo puede entregarse sin conocerlo, uno debe apartarse de lo
antiguo confiando en que el mundo lo va a sostener.
El joven desea imponer a sus padres su visión de las cosas. Si
ellos lo siguieran, se ahorraría el paso de separarse de ellos. Pero
con ello el movimiento se queda atascado en el nivel 3, el joven
continúa luchando y no se hace adulto. Tiene que armarse de
valor para salir del círculo familiar. Al hacerlo se adentra en una
nueva envoltura, muchísimo más amplia, que lo abarca tanto a él
como a su familia: el mundo. Ese es nuestro siguiente hogar, el
hogar del hombre adulto.
No es que Hellinger no vea la necesidad de dar este paso. Lo
que no ocupa ningún lugar en su pensamiento es el no que suele ser
necesario para lograrlo, sobre todo el enérgico no de la rebelión
juvenil. La “constelación familiar según Hellinger” se dirige, o
bien al niño interior (reconduciéndolo a un “lugar adecuado” en el
seno de su familia) o al adulto, y deja en la estacada al joven. En
lugar de ver y apreciar el conflicto entre lo que uno se exige a sí
mismo y lo que los padres (la tradición) exige de nosotros –pese a
que no aporta una solución real–, se condena la rebelión juvenil. Si
trasladamos esto al plano del movimiento de la conciencia, en la
constelación familiar falta toda la etapa 3. Se aplica intensamente
a dignificar el nivel 2 y a fomentar el progreso hacia el nivel 4,
dejando de lado el 3. No es por ello de extrañar que vaya a contra-
corriente de los protagonistas de la conciencia moderna –la inteli-

242
LA VÍA DE SOLUCIÓN

gencia de los liberales de izquierda, los medios, la psicoterapia.


Ellos abogan por algo que apenas se contempla en la teoría y en la
práctica de las constelaciones familiares. Pero, al margen ya de las
respuestas que suscita, debe decirse que la omisión o minusvalora-
ción de la conciencia del yo debilita considerablemente el potencial
de crecimiento del trabajo de constelaciones, puede incluso minar-
lo hasta el punto de recaer en la conciencia de grupo. Me gustaría
aclarar esto por medio de algunos ejemplos.

Ejemplo 1: Maltrato sexual (incesto padre-hija)


El tratamiento que Hellinger da al “maltrato sexual”/incesto
se ha granjeado múltiples críticas, la mayoría de las cuales no
aciertan a detectar el error. Me refiero en lo que sigue al caso con
diferencia más frecuente, el maltrato sexual de la hija por parte
del padre. Hellinger jamás lo ha justificado –de lo que se le acusa
a menudo. Siempre ha afirmado que es incorrecto y que el padre
debe cargar con esa culpa. Solo ha roto un tabú al mostrar que
en el incesto se da un profundo amor por parte de la hija al padre
y a la madre, y que la madre suele estar secretamente implicada
(como cómplice). Es lo que, en efecto, muestran las constelacio-
nes, y Hellinger ha tenido el valor de pronunciarlo, esto es, de
hacer decir al representante, y a veces a las clientes: “papá, lo he
hecho por ti”, o “mamá, lo he hecho por ti”. Lo que esta frase
quiere decir es que la hija se pone a disposición del padre porque
la madre ya no quiere tener sexo con su marido. Esta es una rea-
lidad anímica que se muestra en las constelaciones. Hellinger
tuvo el valor de decirlo abiertamente, lo cual habla en su favor.
Es y sigue siendo de mucha ayuda para las víctimas poder ver
esto y pronunciar estas palabras. Porque de esta manera se ponen
en contacto con un amor por el que no tienen que avergonzarse.
Les devuelve parte de su dignidad. El amor del niño, en efecto,

243
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

está dispuesto a sacrificarlo todo por sus padres. Cuando alguien


pronuncia estas palabras, siente ese amor y se reconcilia con su
alma infantil.
Pero hay algo más. La niña nota que lo que su padre quiere o
exige de ella no está bien, y no se atreve a decir “¡no!” porque es
su padre. Si se trata de un tío, ocurre algo similar, también aquí
siente la niña que no puede decir “¡no!”, porque así destruiría la
familia. De ahí resulta la vergüenza y el sentimiento de culpa liga-
do al incesto. No ha dicho “¡no!” –no ha traicionado al padre– y
con ello ha sido infiel a su sentimiento, a su percepción interior.
Por otro lado: si hubiera dicho “¡no!”, se habría sentido igual-
mente culpable, por traicionar el amor que siente hacia su padre.
La niña no sabe cómo salir de ese dilema. Depende de sus padres.
Un claro “¡no!” sería un sí a sí misma, pero la niña no está prepa-
rada para eso, porque significaría separarse anímicamente del
padre (y quizás también de la madre). Sería la muerte interior de
la niña. En este sentido, el proceder de Hellinger devuelve a la víc-
tima su alma infantil y sus raíces infantiles, pues reconoce la pro-
funda necesidad del niño de permanecer en la familia, de que su
padre y su madre sigan siendo sus padres. Se trata pues de trabajar
sobre el niño interior, de devolver al alma infantil su lugar en la
familia, que el hecho del incesto le ha hecho perder. Pero con ello
se pasa por alto el “¡no!” que la niña también siente en la mayoría
de los casos. Solo a través de ese “¡no!” recupera su dignidad
como mujer. Con el “¡no!” la niña se separa de sus padres e insis-
te en ser una persona que vive para sí misma, que aunque viene de
sus padres y forma parte de ellos no es una propiedad suya. Este
“¡no!” revela una voluntad propia, un sentido propio. Este es el
proceso que tiene lugar normalmente en la juventud. Es necesario
para convertirse en una persona autoconsciente. En las víctimas
de incesto este proceso ha sido gravemente perturbado, y no saben
distinguir cuándo debe decir “sí” y cuándo deben decir “no”.

244
LA VÍA DE SOLUCIÓN

Cuando el “¡no!” que se ha pasado por alto, no se ve o reco-


noce, no se pronuncia al menos a posteriori, en la terapia, por
ejemplo, no se supera la confusión. La mujer continúa entregán-
dose a situaciones u hombres a los que no quiere porque no sabe
decir “¡no!”. Pero tampoco puede decir claramente “sí”, porque
no tiene fuerza para decir “¡no!”, y el sí significaría perderse inte-
riormente, dejar de ser sí misma. Este es el único sí que conoce. Se
mueve en un círculo en el que no se percibe a sí misma. Es la solu-
ción que encontró la niña: colaborar, y no sentirse a sí misma, no
sentir su “¡no!”. La consecuencia de ello es que tampoco podía
percibir su “sí”, su amor por el padre, por lo que comienza a
rechazarlo, en lugar de rechazar su abuso.6
También la conciencia juvenil se halla atascada en ese dilema:
la joven siente con más claridad que la niña lo que es incorrecto y
cuándo no debe participar, pero no tiene fuerza suficiente para
decir sencillamente “¡no!”. También ella necesita el vínculo, no
puede estar sola. Y por ello lucha. El rechazo que siente por el
padre es una lucha por que sea diferente a como es. En realidad
quiere conservarlo –la imagen que tiene de un verdadero padre–
luchando contra el padre real.
Una observación marginal: muchas personas experimentan
este dilema entre el sí y el no, no procede solamente del abuso
sexual. Lo menciono para que no se infiera del síntoma general a
la causa –el abuso sexual, en este caso– como a menudo ocurre.
Echo en falta en la obra de Hellinger el reconocimiento de la
lucha por lo propio, o formulado en términos más generales: la
valoración de la juventud. Aunque se trate de una lucha inútil,
aunque no sea la solución, no por ello es errada. Presta atención

6. Desde la perspectiva de la moral dominante, el dilema de la niña se agrava aún


más debido a que no puede amar a su padre, sino que tiene que juzgarlo. Con
ello las víctimas de incesto no se curan, sino que se las desgarra cada vez más.

245
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

al no y con ello a los propios sentimientos, al sentido interno de


que algo está mal. De ahí que en la terapia sea necesario dar un
segundo paso: un claro no al abuso del padre. Y es condición pre-
via de la condición de adulto. Solo que no es ser adulto, sino un
paso intermedio. Me convierto en adulto cuando veo y puedo
reconocer ambas cosas: que el padre es y seguirá siendo el padre y
que lo quiero, y que quiere algo de mí –que ha querido y me ha
hecho– algo que no quiero y rechazo decididamente.
Conozco a una mujer que fue maltratada sexualmente desde
su más tierna infancia hasta que con catorce años se enfrentó a su
padre con un cuchillo en la mano y le dijo: “Como vuelvas a tocar-
me te mato”. Después de esto la dejó en paz. Es un no que salva-
guarda la propia dignidad. También, por cierto, la dignidad del
padre, incluso si le hubiera clavado el cuchillo. Rechazándolo, la
hija no solo se toma en serio a sí misma, sino también a él. Esto
nada tiene que ver con el hecho de que años después descubriera
en una constelación que siempre había querido a su padre y que
ese amor podía ser acertado. Pero ha de ver que también ha de
aceptar su resistencia, pues de lo contrario permanecería en la ver-
güenza y en la autonegación.
Lo más destructivo en el caso del incesto padre-hijo no es la
actitud sexual –no hablo aquí de casos en los que se utiliza violen-
cia psíquica–. Lo destructivo es la confusión psíquica en la que el
niño queda atrapado. De ahí que el maltrato emocional (no sexual)
que a veces se da entre madre e hijo y en el que la madre utiliza a
su hijo para la satisfacción de sus necesidades emocionales –de
amor, ternura, confianza, comprensión– sea igualmente destructi-
va. Esta clase abusos se percibe menos a consecuencia de la fija-
ción con el sexo que caracteriza a nuestra cultura, pero es al menos
tan frecuente como el anterior. El niño siente que debería negarse,
que tendría que decir que no, pero no está preparado para ello

246
LA VÍA DE SOLUCIÓN

anímicamente –amén de que los padres pueden forzarle a ello–,


pues entonces su infancia quedaría truncada. De hecho es así,
pues cuando se hace de una niña una pareja sexual, la amante
secreta del padre, y de un niño el confidente de la madre, ya no
son los hijos de sus padres, sino sus parejas. Pero reconocerlo, así
como responder con un claro no, significaría la renuncia a la
infancia. Y el niño se queda atascado ahí –participa, y con ello
gana la ilusión de tener una infancia.
La visión clara de la situación (lo cual se hace posible a través
de la constelación) destruye esta ilusión. Y entonces ya no resultan
necesarias las frases del tipo “lo que hecho por ti” o “te rechazo
como amante”. La plena visión de la realidad hace innecesaria la
terapia, la realidad actúa por sí misma, porque es vista.

Ejemplo 2: el padre pega a la madre, el hijo pega al padre


El incesto padre-hija, pese a ser un caso especial, muestra con
especial claridad algo que vale en general, a saber: que el sí a los
padres no desemboca sin dificultades en un sí a uno mismo, sino
que se hace necesario insertar un no. Este no se dirige en realidad
contra los padres, es un sí a uno mismo, a la personalidad propia,
a la voluntad propia y al propio futuro. Aclararé esto mediante el
siguiente ejemplo.
Un hombre pega a su mujer, el hijo se interpone y defiende a la
madre. Quizás busque ayuda, o vaya a la policía, quizás golpee al
padre aunque no tenga ninguna oportunidad contra él, y si es lo
suficientemente mayor y fuerte, puede que le propine una paliza o
incluso lo mate.
Según los principios de orden de Helliger esto es a) una inad-
misible intromisión en el sistema paterno y b) una perturbación
del orden padre-hijo, que c) a penas se puede reparar. Una afirma-
ción propia de Hellinger sería: “El hijo ha echado a perder su

247
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

vida”. Las razones: a) El sistema de los padres precede al del hijo


y este tiene que respetarlo. Esto implica que el niño debe mante-
nerse al margen en lo relativo a la relación entre el padre y la
madre. Si no lo hace, su alma se hará culpable, y su propia con-
ciencia le exigirá expiación, lo cual se expresará en forma de enfer-
medades, por ejemplo, o fracasos en las relaciones; b) un hijo que
golpea a su padre o se alza de modo similar contra él, corta con el
padre y con lo masculino y se queda sin sostén. Su conciencia
reaccionará con culpa y expiación (fracaso).
Todo parece arcaico y duro, pero no por ello es falso. De hecho
encontramos semejantes relaciones. Y quizás Hellinger las encon-
tró porque se hallaban ocultas para otros. Y seguro que hay otras
soluciones, como someterse al padre. En la mayoría de los casos
que encuentro en la práctica he podido ver que el padre no desea
este sometimiento. Desea un hijo que se le resista.7 Ya he explica-
do antes que en una constelación –como en cualquier otra situa-
ción terapéutica– solo se puede mostrar aquello para lo que el
terapeuta se abre. Veo aquí como funciona otro orden que condu-
ce a resultados enteramente diferentes. Lo que yo veo es que la
situación del hijo exige una conducta que ya no es propia de un
niño, sino de un adulto. Un orden que acompaña a la vida y exige
del hijo un no.
Dejemos de lado su edad: en el momento en que se alza contra
su padre deja de ser un niño y se convierte en un hombre. Y como
hombre hace lo correcto: defiende a la mujer (psíquicamente debi-
litada). Cuando después se retira y no se inmiscuye en la relación
de sus padres, por ejemplo en las razones que han motivado su
pelea, todo está bien. Pero quizás tenga que sostener por un tiem-

7. Lo que no quiere decir que no haya situaciones en las que el hijo haya de
arrodillarse ante el padre para encontrar sosiego. Cuando el terapeuta es lo
suficientemente receptivo, la constelación revela cuál es el movimiento ade-
cuado.

248
LA VÍA DE SOLUCIÓN

po la lucha con el padre, quizás tenga que separarse definitiva-


mente de él. Y cuando aprecia su no como un paso hacia su propia
vida, no le perjudicará, sino que le fortalecerá.

El no de la juventud. Tres episodios personales


Deseo relatar aquí algo sobre mí, tres pequeños episodios.
Comienzo por el presente. Tengo dos hijos que ya son adultos.
Cuando están en casa y hay un desacuerdo entre mi mujer y yo,
toman partido a favor de su madre. Comenzó cuando rondaban
los dieciséis años y es independiente de mi relación directa con
ellos. No importa que ellos también discutan verbalmente con su
madre –cuando yo lo hago, se ponen de su lado. Y es algo que me
gusta. No me gustaría que fuera de otra manera. Aunque les digo
que deberían creer a su madre capaz de acabar conmigo, me
parece muy bien que tengan el instinto de ponerse de lado de su
madre. Veo en ello algo masculino, y me alegro por ello. No pien-
so que los separe de mí, al revés: me veo a mí mismo en ellos, lo
que no quiere decir que me sume a ellos. No, me enfrento a ellos,
pero está bien que ellos se enfrenten a mí. Me alegra que sean
hombres y no calzonazos, y como hombre y padre no solo me
resulta tolerable, sino que me parece correcto que hayan dejado
de ser niños.
La segunda historia: una vez, cuando tenía dieciséis años, mi
padre quiso pegarme. Por aquel entonces era normal, mi padre
no era una hombre violento, y a mí me pegaban menos que a
otros chicos de mi edad. No obstante, cuando estaba enfadado,
pegaba de verdad, y yo le había enfadado por algún motivo (ya
no recuerdo cuál; creo que me había peleado a voz en grito con
mi madre, y mi padre no toleraba semejantes cosas, pues él mis-
mo jamás le alzaba la voz). En cualquier caso, vino hacia mí bas-
tante airado. Entonces me levanté, alcé el brazo para defenderme

249
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

y le dije: “¡Si me das un guantazo, te lo devuelvo!”. Lo dije en


serio. Nos miramos por un momento a los ojos, entonces se dio
la vuelta y se marchó. En silencio. Nunca volvimos a hablar de
ello. Mi madre sintió un gran alivio, tenía miedo de que nos
matáramos o nos hiciéramos daño. Habría podido darme una
paliza, contra él no tenía ni la menor posibilidad. Hoy en día,
desde la experiencia ganada a través de mis hijos, sé lo que ocu-
rrió aquel día: vio en mí al hombre y sintió respeto por él. Seguí
siendo su hijo, pero desde aquel momento dejé de ser un niño.
Todo niño, para convertirse en adulto, tendrá que enfrentarse a
sus padres como adulto. Y exige un no, que a la par es un sí a uno
mismo. El incidente no perjudicó mi relación con mi padre, al
revés, la mejoró. Siempre me he sentido respetado por él, y tam-
bién yo lo he respetado. Puede incluso que comprendiera enton-
ces por primera vez que me quería de verdad.
La tercera historia: en la escuela había un profesor que desde
el primer día no me tragaba. Al menos eso me parecía a mí, siem-
pre me ponía malas notas. Fundamentalmente, daba clases de
arte, pero también enseñaba geografía y alemán. A mí de pequeño
me gustaba mucho dibujar, pero con él no subía del suficiente en
la asignatura de arte, por lo que se me quitaron las ganas de seguir
dibujando. Con geografía ocurrió algo semejante: dejó de gustar-
me la asignatura. Y el año que lo tuve como profesor de alemán,
lo mismo: mi nota media bajó del notable al suficiente, además de
que me puso el único insuficiente que saqué en lengua durante mi
etapa escolar. Tal y como hoy lo veo, era un hombre pedante al
que lo que más le importaba era la forma. Yo era todo lo contra-
rio. Él no podía tolerar mi forma de ser, y a mí me pasaba lo mis-
mo con la suya. Él tenía el poder de ponerme una nota, y yo el de
sacarlo de quicio –y ambos hicimos uso de nuestro poder. Pero
como alumno me sentía sobre todo su víctima, porque desde el

250
LA VÍA DE SOLUCIÓN

primer día, cuando aún me portaba bien con él, no me dio ningu-
na oportunidad. Media año antes del examen de selectividad tuvi-
mos una disputa. Intentó dejarme en ridículo delante de toda la
clase con ocasión de una diferencia de opiniones sobre el arte:
“Nelles, no solamente no tiene ni idea de nada, tampoco tiene
modales, es usted un fresco y un descarado”, entonces me levanté
y me coloqué junto a él (yo le sacaba una cabeza), le miré a los
ojos y dije: “Y en mi opinión, usted es un gilipollas”. Esto, claro
está, puso fin a la clase de arte, él se dirigió a la sala de profesores
y nosotros regresamos al aula. Me sentí profundamente liberado.
Un amigo se acercó a mí y me dijo: “Te has pasado mucho, tienes
que disculparte, si no te va a caer encima una buena”. De entrada
no estuve de acuerdo, pero luego medité sobre ello. Cuando termi-
namos las clases, dos horas después, fue de nuevo al aula de arte.
El profesor me miró como preguntándome: “bueno, ¿y ahora
qué?”. Yo le dije: “Señor Wolbert, quisiera disculparme por haber-
le insultado. Retiro lo de gilipollas”. Tras una pausa, añadí: “Pero
no lo demás. Me siento injustamente tratado por usted desde hace
nueve años. No voy a tolerar que siga tratándome así”. Se quedó
pasmado: “No esperaba de usted que viniera a disculparse”.
Entonces me invitó a sentarme y sostuvimos una larga conversa-
ción en la que me explicó que no tenía conciencia de haberme tra-
tado injustamente. Pero también, por primera vez, me escuchó.
Tuve por primera vez la impresión de que era una persona. Pocas
semanas después puso las últimas notas que recibimos antes del
examen de selectividad. Me había puesto un notable en arte.
Quince años después me tropecé con él en el autobús. Al principio
no me reconoció. Me senté a su lado y charlamos amistosamente.
Y hoy en día siento que es el profesor al que más cariño tengo.
Percibí entonces su debilidad, y con ello su humanidad –¡y todo
por llamarlo gilipollas!

251
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Una nueva “Trinidad”: Sí – No – Gracias


Recapitulemos: separarse de los padres (y de otras autoridades,
como los profesores) es necesario para crecer interiormente. Si uno
no da este paso, no vive su propia vida. A veces la separación es
relativamente sencilla y armónica, a veces exige un claro no. A veces
ocurre cuando el niño tiene la edad y madurez necesarias, otras
demasiado pronto, y en muchos le antecede una larga lucha. Cuan-
do tiene lugar demasiado pronto o a través del conflicto, suele dejar
heridas que más adelante es preciso curar, contemplar, casi volver a
abrir, para sentir el dolor y consumar la separación de un modo ade-
cuado, adulto. Forma parte de ello que el niño no condene a sus
padres y su condición de padres, los únicos padres correctos. Ha de
abstenerse de juzgarlos. De lo contrario no podrá desprenderse de
ellos, sino que interiormente seguirá ligado a sus padres. El gran
mérito de Hellinger consiste en haber sacado esto a la luz.
El no del que aquí se trata no consiste en rechazar su condición
de padres, sino en rechazar los abusos de los padres o de alguno
de ellos, el rechazo de la pretensión de que somos de su propiedad;
también debe reclamarse el derecho a la propia vida. Esta diferen-
cia no aparece en la obra de Hellinger –ni, hasta donde yo sé, tam-
poco en el conjunto de la literatura sobre constelaciones. Para él,
todo no a los padres es un no a su condición de padres. La conse-
cuencia de ello es que el niño no tiene derecho a una vida propia,
a una existencia propia. Este es el contexto en el que yo interpreto
la tercera palabra “mágica” de Hellinger, “por favor”. El niño
debe pedir que los padres lo acepten. Pero esto es innecesario, y
poco puede hacerse en base a ello, ni como hijo, ni como padre ni
como terapeuta. El niño le ha sido dado a los padres, y por eso
tienen que aceptarlo, sin más, al igual que los padres le han sido
dados al hijo y por eso debe de aceptarlos. Esto es: ambas partes
tiene que decir sí, eso es todo.

252
LA VÍA DE SOLUCIÓN

Un trabajo de constelaciones que se ponga al servicio del cre-


cimiento ha de dar cabida a la rebelión y al no. Y esto significa
reconocer el primado del futuro respecto del pasado. Hellinger
también ha visto esto, pero solo en el sentido de que atribuye prio-
ridad a un sistema nuevo, una nueva familia, por ejemplo. Pero
esto solo es una parte del todo, porque también allí donde no hay
(aún) un nuevo sistema, actúa el futuro en el presente. En el nivel
4, uno dirige su vida en relación a lo que le espera, a lo que se
aproxima a uno desde el futuro, y no en relación a su procedencia.
Cuando uno sigue este movimiento no se queda atascado en el no,
sino que camina hacia la afirmación de lo futuro. Y es así como
permanecemos en contacto con el todo.
Con todo, en el momento en que surge el conflicto, esto no se
ve claro. El no, en primera instancia, se representa únicamente a sí
mismo, y su sentido es deslindar y autoafirmarse. Y es algo perfec-
tamente válido, quiero decir: se pliega al orden interno de la vida
y de la evolución de la conciencia. Sin el no falta un paso funda-
mental, y la consecuencia es que el crecimiento espiritual no llega
a la condición adulta, se sostiene sobre piernas infantiles. Lo
vemos en múltiples “movimientos espirituales”, sobe todo en la
escena esotérica, preponderantemente infantil desde el punto de
vista psicológico. Todo movimiento que tiene la misma estructura
que la familia u otros grupos tradicionales tiene algo infantil, y los
movimientos que gran en torno a un gurú o maestro, también. Los
profesores son necesarios, sin duda, pero tan pronto como el
aprendiz desarrolla en relación al profesor o maestro, no solamen-
te una relación provisional-funcional, sino estructural, el primero
está adoptando una actitud infantil. La pregunta crítica es: ¿soy
capaz de tratar al profesor de tú a tú y a la par respetarlo como
profesor? Solo entonces soy adulto, y solo así fortalecerá mi con-
dición de adulto. Por parte del profesor, la pregunta es: ¿estoy dis-
puesto a tratar al discípulo de igual a igual y a permitir que cues-

253
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

tione (no como profesor en general, sino en cada uno de los temas
objetivos que se tratan y en relación a mi conducta en relación a
él) sin que ello implique la ruptura de la relación? Solo entonces
soy un profesor que se haya en casa en el corazón y sale al encuen-
tro del discípulo como adultos. En caso contrario instauro un
orden propio de la etapa 2 y con ello detengo al discípulo en la
etapa infantil. Lo anteriormente dicho es importante sobre todo
cuando se trata de sentimientos y de la apertura del corazón. Pues
estos casos son propicios a que el profesor y el discípulo se desli-
cen a una relación padre-hijo. Pues la relación afectiva adulta,
desconocida para la mayoría de las personas salvo en el caso de
las relaciones de pareja, es una relación entre iguales.
Que la conciencia joven opine, cuando se separa de los padres,
que la vida le pertenece, que es libre y autónoma, es un error, sin
duda, pero también es un paso necesario. En el momento en el que
se pronuncia claramente el no, uno percibe también que no se lle-
ga muy lejos por ese camino, que en algún momento tendrá que
decir que sí. Pero para ello hay que decir antes que no, de lo con-
trario se queda uno atascado en la seminegación. Y aquí la terapia
puede resultar de ayuda. Pero solo lo consigue si abre su corazón
a la rebeldía y la arrogancia juveniles. Tiene que ver que la con-
ciencia juvenil siente que ha de decir no para hacer justicia a su
futuro, pero que a la par no se siente capaz de separarse entera-
mente de los padres, esto es, de la conciencia del nosotros, porque
aún depende de ella. Un no claro nos deja realmente solos –y nos
liga de nuevo a algo mayor, con el propio camino o como uno
desee llamarlo.
Pero este no ya no procede de la rebeldía. Cuando uno lo pro-
nuncia, está enteramente en calma, en él constatamos algo, sin
más: no, no voy a hacerlo; no, eso no es verdad; no, no voy a
seguirte en eso. Es importante que al hacerlo no se rompa el vín-

254
LA VÍA DE SOLUCIÓN

culo (cerrando los ojos, dando la espalda) pues así podemos pro-
nunciarlo con amor. Pero el no en el amor es el final de un proceso
habitualmente principiado por el conflicto. Este es el punto en el
comienza el camino propio, el proceso de hacerse adulto. Si uno
avanza por este camino, la vida nos conduce hacia nuevas realida-
des mayores que nosotros. Hay una enorme diferencia entre aden-
trarse en estas realidad mayores (niveles 4 al 7) con una concien-
cia del yo fuerte o una débil. Para trascender el ego o penetrar su
carácter ilusorio debemos primero experimentarlo y vivirlo, y
para ello es necesario distanciarse claramente de los padres y afir-
mar lo propio.
En lo tocante a las palabras mágicas que curan al alma y pre-
paran el camino para seguir creciendo, propongo una “Trinidad”
diferente a la de Hellinger. Sustituyo el “por favor” por el “no”,
esto es:

1. Sí, sois mis padres y yo soy vuestro hijo: acepto la vida tal
y como la he recibido, os acepto como sois y me acepto
como soy.
2. No, no soy vuestra propiedad, y no estoy ahí para satisfa-
cer vuestras necesidades y expectativas. Vuestra vida es
vuestra vida, y mi vida es mi vida. No os pertenezco, tam-
poco me pertenezco a mí mismo, sino que persigo lo que
me parece adecuado para mí.
3. Gracias por la vida y por todo lo demás que me habéis
dado. Lo tomo todo y sacaré, a mi manera, el mejor parti-
do de ello.

255
Leyes fundamentales de las relaciones
humanas y su transformación

El no a la tradición, a las obligaciones, al honor, la obediencia


y a todas las demás normas rígidas, mandamientos y prohibiciones
morales hace surgir la idea de que ya no hay nada que nos ate, de
que, amén de la necesidad física, no hay leyes que determinen
nuestra vida y nuestras relaciones; según esto, seríamos autóno-
mos, lo que literalmente significa “según leyes propias”. La única
ley imperante, según la perspectiva moderna, es la que me doy a mí
mismo. La terapia moderna, en consecuencia, renuncia completa-
mente a averiguar lo que dirige y ata al alma humana más allá de
nuestros deseos personales, e intenta ayudar a sus clientes a crear
una realidad propia. Se percibe al servicio de “proyectos vitales
autonormados”.
Helliger ha tomado otro camino. Él pregunta por las leyes
fundamentales que operan, por encima de lo personal, en las rela-
cione humanas, entiende que la enfermedad, el sufrimiento psí-
quico y el fracaso en las relaciones son consecuencia de una viola-
ción (la mayoría de las veces inconsciente) de ese orden, y encuen-
tra una curación y solución a ellos en el restablecimiento de la
consonancia con ellos. Opone a los “proyectos vitales autonor-
mados” la idea de “orden del corazón”, y más adelante la de

257
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

“movimientos del alma” y del “espíritu”, independientes de nues-


tra voluntad. Se imponen a espaldas nuestras sin que las personas
los perciban –como la famosa “mano invisible” en los eventos
mercantiles.
Esto nos recuerda, hablando en general, que nuestra vida for-
ma parte de algo mayor. No podemos concebirnos a nosotros mis-
mos, no solo físicamente, sino psíquica o espiritualmente, esto es,
como criaturas integrales. Esta es la ilusión de la juventud. Nece-
sita esa ilusión para separarse de los padres y de las tradiciones,
pero si uno quiere hacerse adulto, es indispensable el conocimien-
to de que la vida nos impone límites que deben ser reconocidos.
Permitir que la vida nos señale ese camino, en lugar de que lo
hagan los padres constituye un gran progreso; pensar en cambio
que puede uno dictarle a la vida cómo tiene que ser es una nece-
dad. Igualmente, la comprensión de las leyes de la vida no consis-
te en volver al pasado o devolver la vida a lo antiguo, sino en
encontrar un camino propio sin creer que uno puede crearlo a
voluntad. Todo lo que el hombre moderno ha creado carece de
vida. Puede que nuestras construcciones sean maravillosas, pero
no por ello dejan de ser construcciones y realidades muertas.
Hallamos vida únicamente al margen de nuestras creaciones. La
vida sale a nuestro encuentro, en toda su grandeza, con toda su
fuerza y verdad.
Tampoco conseguimos someter la vida bajo nuestro control
disolviendo “ataduras” o esforzándonos por poner freno a todo
“ordenamiento” con ayuda de las constelaciones familiares. Las
constelaciones, empero, pueden agudizar nuestro sentido para
comprender que el precio de una libertad que se deshace del orde-
namiento de la vida es la muerte psíquica. La vida tiene lugar úni-
camente en el seno de ese ordenamiento, y solo accedemos a la
libertad cuando nos acompasamos a él.

258
LEYES FUNDAMENTALES

Ahora bien, como la vida se mueve, también lo hace su orde-


namiento. Las leyes de la vida no son estáticas, sino dinámicas,
permanecen en el cambio, crecen con la conciencia y se transfor-
man. Y no hacen esto porque nosotros lo queramos –pues enton-
ces no cambian sino que permanecen, tanto más cuanto más
secretamente actúan–, el cambio es la consecuencia natural del
ensanchamiento de la conciencia. En las exposiciones de Hellin-
ger, así como en literatura secundaria posterior sobre constela-
ciones, este orden se presenta como una realidad considerable-
mente estática, como leyes férreas más allá del tiempo y el cam-
bio. Tanto en su formulación como en su aplicación práctica
corresponden ampliamente a la conciencia grupal del nivel 2, lo
cual ha contribuido considerablemente a que se vea en Hellinger
un reaccionario. Mediante el desarrollo posterior de su trabajo
en “los movimentos del alma” o “el espíritu”, Hellinger acoge
indirectamente el fluir y el cambio, sin exponer sin embargo lo
que esto significa para su teoría sobre el ordenamiento de la
vida. El antiguo trabajo de constelaciones aparece así relativa-
mente desligado del posterior. Para superar esta separación o
incluso desdoblamiento me parece importante conectarlos teóri-
camente. Esto es lo que aporta la teoría de la evolución de la
conciencia. En lo que sigue describiré el ordenamiento que sale a
la luz en las constelaciones familiares de un modo en el que se
haga clara la transformación de su contenido y significado al
hilo de la evolución de la conciencia. Completo así los conceptos
de Hellinger:

vínculo – solidaridad
pertenencia – totalidad
equilibrio – intercambio
jerarquía – movimiento de la vida

259
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Del vínculo a la solidaridad


Los vínculos no son en realidad un ordenamiento independien-
te, sino más bien el resultado de otros ordenamientos, sobre todo
la pertenencia al grupo y del intercambio. Hablo de ellos aquí por-
que casi todos los conflictos tratan de vínculos y separaciones, y
por ello no son posibles las soluciones ni el progreso sin una genui-
na comprensión del acontecimiento del vínculo. No hay vida sin
vínculos. Podemos ignorarlos, pero no escapar a ellos. Y no apare-
cen en el lugar y en el momento en que queremos que lo hagan,
sino que son el resultado natural de determinadas acciones. Vida
–mejor dicho: la entrega a la vida terrenal– comporta automática-
mente lazos. De ahí que muchas religiones prohíban las relaciones
sexuales a sus sacerdotes, monjes o monjas y aconsejen a los bus-
cadores espirituales en general que se retiren de la vida terrenal
tras los protectores muros del monasterio. Es así como deben esca-
par de las ataduras del mundo y la materia y estar más abiertos y
libres para el cielo o el mundo espiritual. La vinculación parece ser
una ley de la materia, y los vínculos se distinguen en lo tocante a
su profundidad y duración. Un compromiso profundo surge cuan-
do la relación con una persona está directamente relacionada con
la vida y la muerte. Cuando un hombre y una mujer tienen un hijo,
se ligan el uno al otro (y al niño). Cuando un hombre mata a otro
o le salva la vida también surge un compromiso profundo. Los
lazos de esta naturaleza escapan a nuestra voluntad y no pueden
disolverse, por ejemplo, divorciándose o abortando. Uno puede
poner fin a una relación, pero el lazo permanece –y cuando uno lo
ignora o desprecia, las consecuencias son nefastas.
Dado que la totalidad de la familia en su conjunto se vive
como una comunidad de destino en la que la vida y la muerte o la
miseria de los individuos afecta inmediatamente a los demás, el
vínculo familiar comprende a la totalidad de la familia, esto es,

260
LEYES FUNDAMENTALES

además de a los padres y abuelos, a los hermanos y antiguas pare-


jas de los padres. Se añaden a estos personas con las que no hay
vínculo de sangre pero en la relación con los cuales está en juego
la vida y la muerte (salvadores, asesinos, asesinados) o de los que
la familia ha obtenido un enorme provecho (trabajadores forza-
dos, esclavos, servidores).
Para el niño, el lazo que lo une a sus padres y hermanos es algo
natural. No piensa sobre ello, es completamente normal y no
podría ser de otra manera. Quizás no se sienta querido, o lo sufi-
cientemente apreciado, o se siente extraño, pero no por ello duda-
rá del lazo. Ese vínculo es, sencillamente, sin necesidad de que sea
consciente de él.
Para los adolescentes se vuelve molesto. El niño no percibe el
vínculo hasta que entra en la adolescencia, precisamente porque le
resulta un estorbo. ¿Por qué? Porque quiere separarse, y el lazo
familiar, aparentemente, se interpone en su camino. El adolescente
lo desprecia, lucha contra él, intenta ignorarlo o combatirlo. Bus-
ca otros vínculos, lazos trazados por él mismo: amigos y compa-
ñeros de pandilla a los que da más importancia que a su familia.
Tiene que hacerlo, de lo contrario no podría independizarse y bus-
car una identidad propia.
El adulto ya está en situación de volver a valorarlo, porque su
identidad ya está lo suficientemente fijada. Pero solo cuando el
proceso de independización se ha completado. El reconocimiento
del lazo familiar es el último paso de este proceso. Porque no des-
aparece por negarlo, solo es desplazado al inconsciente. Recono-
cerlo le hace justicia y a la par le otorga un nuevo significado: se
convierte en solidaridad. Aceptamos a los padres/a la familia y
nos sentimos cordialmente ligados a ellos. Con ello no desaparece
el lazo familiar, pero pierde su carácter de imposición y obligación
y se vuelve fácil y evidente.

261
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Un pequeño ejemplo. Mi madre estuvo hace poco ingresada en


el hospital. En la cama de al lado había una mujer de 87 años. Su
hijo, un hombre aproximadamente de mi edad, iba todos los días
al menos tres veces para ayudarla a levantarse, a comer y a acos-
tarse. Podía permitírselo, porque tras sufrir un infarto algunos
años atrás, había sido anticipadamente jubilado. Pero eso no
explicaba que viniera tres veces al día. Charlando sobre ello me
dijo: “No me cuesta nada hacerlo. Y noto que también es bueno
para mi corazón”.
Algo similar ocurre con la conciencia en general. La conciencia
de grupo no percibe el vínculo con el propio grupo, es demasiado
obvio para ella. Solo con el surgimiento de la conciencia del yo
comienza a percibirla, cada vez más. A la par, la siente cada vez
como atadura y se resiste a ella. Cuando el yo es débil y vulnerable,
ha de defenderse con mayor fuerza o apoyarse en una conciencia de
grupo que se juzgue nueva, o mejor o no coercitiva –como los com-
pañeros de una pandilla. Defendiéndose, luchando, el yo se fortale-
ce, y como yo fuerte puede finalmente contemplar abiertamente sus
vínculos y reconocerlos sin miedo a volver a ser monopolizado.
Un yo fuerte no teme decir sí. Un yo fuerte se enfrenta a lo que
es y hace lo que tiene que hacer, lo que desemboca en un sí a la
situación tal y como es. De ahí que en una constelación u otra
terapia lo importante sea hacer visible la realidad correspondien-
te. Un yo frágil es mucho más problemático. Evita la realidad,
porque tiene miedo de romperse. De ahí que primero deba ser
reforzado –lo que a menudo significa que debe atreverse primero
a decir que no antes de poder decir sí enérgicamente. Entonces se
abre de repente un nuevo ámbito en el que el yo vuelve a sentirse
vinculado, pero libre y conscientemente. Abraza el vínculo, lo
afirma y, a la par, lo trasciende.

262
LEYES FUNDAMENTALES

Del derecho a la pertenencia a la totalidad

La vida es siempre un todo, no distingue entre bueno y malo,


deseado o indeseado, correcto y equivocado. Solo las personas
hacen esto. Con estas distinciones y valoraciones surge secreta-
mente un ensalzar y excluir a determinadas personas y aconteci-
mientos. Sin embargo la vida solo puede entrar completamente en
nuestra experiencia interna si dejamos que todo sea lo que es. De
ahí que se nos haga presente una y otra vez lo que ha sido dejado
de lado o denostado, hasta que es visto y dignificado y, con ello,
acogido como parte en el todo.
En relación a los grupos y sistemas sociales a los que pertene-
cemos esto significa que todo lo que en algún momento sucede en
el sistema forma parte del sistema para siempre, y tal y como ha
sucedido, por añadidura. Esto vale también para cada miembro
de una familia. Hellinger y otros consteladores hablan por ello
del “derecho de pertenencia”. En mi opinión este es un concepto
demasiado estrecho, porque aquí no se trata ni de derechos per-
sonales ni de derechos grupales. El término “derecho de pertenen-
cia” procede de la conciencia grupal de la etapa de conciencia 2.
En ella percibimos la necesidad de totalidad como necesidad de
pertenencia a un grupo. Se trata una vez más del “nosotros”, del
propio grupo, que se desliga de los demás. ¿Estoy dentro o estoy
fuera? ¿De qué lado estás tú? ¡Somos proletarios! ¡Somos ameri-
canos! ¡Soy católico! –estas y otras son las preguntas y afirmacio-
nes de las que se trata en este nivel. La pertenencia, empero, no
desaparece cuando la conciencia se amplía, solo que entra a for-
mar parte de un contexto más amplio, mayor, y su significado se
relativiza.
Es algo que he podido comprobar en mí mismo. De adolescen-
te era muy problemático para mí proceder del pueblo en el que

263
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

había nacido. De niño me sentía perfectamente integrado en él,


había estado casi en todas las casas, y me sentía plenamente iden-
tificado con el equipo cuando jugábamos al fútbol contra una
localidad vecina. En la juventud seguí sintiéndome identificado
con el fútbol, pero en realidad el vínculo ya se había perdido. Sen-
tía que yo era diferente de los demás, cada vez más. A los diecisie-
te años fundé con unos amigos un club al que llamé “The Stran-
gers Club”; organizamos la primera discoteca para jóvenes del
distrito. Cuando en un control el policía me preguntó sorprendi-
do, al ojear mi carné de identidad, si de verdad había nacido allí
(en el sentido de que, en conjunto, no tenía aspecto de ser oriundo
de Eifel) me sentí enormemente orgulloso de ser tomado por un
extranjero. Y para proteger y dejar que se desarrollara lo que me
impulsaba y movía interiormente, el futuro que luchaba por abrir-
se paso en mí, tenía que distanciarme del pueblo. Comencé a cues-
tionarme todo, a discutir todo lo que no me gustaba, y como no
era un mal luchador, enseguida me hice enemigos. Negué, por des-
contado, mi necesidad de pertenencia. Solo jugando al fútbol me
permitía sentirla, pero los demás notaban mi distancia interior, y
fui paulatinamente relegado en el equipo. Mis estudios y el trasla-
do a Bonn pusieron fin a la primera parte de la esta historia.
La segunda comenzó veinte años después. Extrañas circuns-
tancias condujeron a que regresara a la casa paterna, a ese pue-
blo precisamente. Mis hijos fueron al mismo colegio y jugaron en
el mismo club de fútbol, por lo que estuve en situación de revisar
mi propia historia. La vida es un excelente terapeuta, uno solo
tienen que dejarle hacer, seguirla. Me embarqué en la experien-
cia, me dejé llevar hacia aquellas viejas historias, solo que ahora
con una mirada despierta, y entonces me di cuenta de repente de
que pertenecía a ese pueblo, de que siempre había pertenecido a
él y de que siempre pertenecería a él –y no me molestaba en abso-
luto. Porque en otro sentido ya no formaba parte de él. Interior-

264
LEYES FUNDAMENTALES

mente era otro el lugar en el que me sentía en casa. Puedo que-


darme aquí, o irme, según las circunstancias, lo mismo da. Ese
otro lugar abarca el pueblo y mi relación con él, pero es mucho,
muchísimo mayor. Formo parte del todo. Y sin embargo, me gus-
ta estar aquí, aquí están mis raíces, desde aquí puedo ir a cual-
quier parte del mundo y a la par seguir conectado a la tierra. Han
pasado veinte años desde entonces, y vivo aquí con otras perso-
nas y, a la par, para mí mismo, soy como soy, y dejo que los
demás sean como son.
Este es solo un pequeño ejemplo sobre el tema pertenencia,
pero tienen muchas otras facetas. Cuando la conciencia transita del
nosotros al yo, caemos todos en el error de creer que la pertenencia
ya no es importante y de que uno puede decidir por sí mismo a qué
pertenece y lo que le pertenece a uno. Ya lo hemos dicho antes:
como paso intermedio es ineludible. Y al darlo queda reprimido en
el inconsciente nuestra necesidad de pertenencia y totalidad. Se
expresa, sin embargo, en múltiples síntomas de sufrimiento. Nos
encontramos con ellos en las constelaciones familiares, en las que
también se muestra que el alma no puede renunciar a la pertenen-
cia a algo mayor que ella. Cuando uno acompaña a este movimien-
to, este le conduce a uno a la totalidad. Es un movimiento en el que
se trasciende el tema pertenencia y con ello la conciencia grupal en
su conjunto, que es superada, conservada y ampliada.
La totalidad de la vida no tiene nada que ver con los derechos
de los grupos ni de los individuos, es un dato, un hecho. Tampoco
es una construcción humana o un sistema. Los seres humanos
pueden construir sistemas pero no una totalidad. La totalidad es
el modo en el que el ser es. El ser es solo como totalidad. En el
todo no se pierde nada, no desaparece nada, y no es posible des-
hacer lo hecho. Por eso es la pertenencia a la familia o a cualquier
otro grupo independiente de nuestros deseos, de cuánto tiempo y

265
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

cómo ha vivido una persona, de lo que ha hecho o de si los acon-


tecimientos han sido bonitos o espantosos. De ahí que no pueda
discutírsele a Adolf Hitler –como ha observado con razón Hellin-
ger, para general indignación– ni la pertenencia la pueblo alemán
ni la pertenencia a la comunidad humana. También es parte del
todo y parte de la creación, como cualquier otro. Y no me refiero
a un Hitler descafeinado, o perdonado o declarado loco, sino al
hombre integral tal y como fue. Uno tendría que poder decir, sin
embellecer su política criminal ni negar a las víctimas: tú también,
Adolf, eres uno de nosotros, y al igual que cualquiera de nosotros,
formas parte del mismo gran todo. Haya paz.
En las constelaciones familiares observamos lo siguiente: cuan-
do en una familia (lo mismo vale para otra clase de grupos, la
nación, por ejemplo) alguien queda excluido es representado, por
regla general en una generación posterior, por una persona de la
familia sin implicación directa. El descendiente está hasta tal pun-
to integrado en el destino de su antepasado que hasta cierto punto
vive, siente y actúa –de modo completamente inconsciente– como
si fuera el antepasado. Desde el punto de vista de la teoría de sis-
temas podría decirse: es así como el sistema intenta restablecer su
completitud. Pero, como ya se ha dicho, nos las habemos aquí con
algo más que con un sistema. La completitud, en realidad, siempre
ha estado dada, solo que nuestra conciencia no quería percibirla.
En un sentido espiritual, nuestra implicación en la historia de
nuestros antepasados no es nada malo, algo de lo que tuviéramos
que liberarnos, sino algo que nos ayuda a ampliar nuestra con-
ciencia. De ahí que no se requiera la intervención correctiva
mediante una terapia, sino la percepción de lo que es. Con ello la
vida nos recuerda que tiene el carácter de la totalidad y la indivi-
sibilidad. Cuando recordamos esa totalidad, cuando la hacemos
nuestra, nos acercamos interiormente a la vida y nosotros mismos
alcanzamos completitud.

266
LEYES FUNDAMENTALES

Compensación e intercambio
La vida es un intercambio incesante, un incesante tomar y dar.
La esencia de las relaciones sociales radica en este intercambio. El
dar y el recibir tienden fundamentalmente al equilibrio. El recurso a
la fuerza y estrategias de dominación pueden prologar intercambios
con beneficiarios unilaterales, pero estos sistemas caen antes o des-
pués. Cuando uno considera el rechazo espiritual y la devastación
que experimentan familias que se han enriquecido a través de la
esclavitud, el trabajo inhumano de otras personas o una explota-
ción similar, parece como si los beneficiarios tuvieran que pagar por
ello en otra faceta de sus vidas. Las constelaciones de familias que
(en su momento) se hicieron muy ricas y poderosas son lo más
duro, en el pleno sentido de la palabra, que he conocido en mi tra-
bajo. Por lo demás, me da la impresión de que la migración masiva
de nuestros días, en la que personas pobres del Tercer mundo llegan
a Europa, sobrecargan el sistema social y modifican la cultura, lle-
van a una suerte de equilibrio en relación a la colonización y la
explotación. Teniendo en cuenta periodos de tiempo largos y com-
probando en ellos que las ventajas y desventajas materiales pueden
también compensarse en el plano psíquico quizás nos resulte más
fácil comprender la ley de la compensación.
Regalándole algo a una persona le comunicamos nuestro deseo
de trabar amistad con él; es también un modo de asegurarse el afec-
to de los demás. Quien toma algo, queda en deuda con el que da.
Este puede ser el comienzo de una intensa relación en la que se da y
recibe alternativamente, pero también puede desembocar, cuando el
dar y el recibir son unilaterales, a que dador y receptor queden liga-
dos por un vínculo de dependencia y profunda culpa. Esto vale tan-
to en sentido positivo como en sentido negativo, esto es, cuando se
causa un mal a alguien y se le quita algo. Cuando robo algo me hago
culpable, y mi alma lo sabe y no lo olvida. Tampoco lo olvida el
alma de la familia. Y dado que es parte de mi matriz energética, se

267
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

transmite a los descendientes. Las constelaciones familiares mues-


tran que la ley del equilibrio opera a través de las generaciones.
Cuando una grave culpa no queda compensada, la necesidad de
equilibrio pervive en el sistema familiar. Los hijos de las generacio-
nes posteriores se sienten como si estuvieran en deuda, e inconscien-
temente se esfuerzan por alcanzar un equilibrio. El restablecimiento
del equilibrio, por el contrario, se vive como una liberación. Ofre-
ciendo algo del mismo valor quedamos en paz y nos sentimos libres.
La forma más sencilla de compensación consiste en pagar con
la misma moneda, esto es: tú me das algo de comer, yo te lo doy a
ti; yo te despiojo, tú me despiojas; yo te doy un masaje, tú me lo
das a mí. Y también: yo te pego, tú me pegas; yo te mato –tú ya no
me puedes matar, desde luego, tu hermano se hace cargo de ello– y
tu hermano me mata a mí. La siguiente forma del intercambio
consiste en que tú me des a mí algo diferente a lo que yo te doy a
ti, algo que no tengo, por ejemplo, o que no puedo conseguir solo:
yo te corto el pelo y tú me das diez huevos. Pasamos aquí de un
equilibrio simple a un intercambio cuya ventaja radica en poder
recibir cosas y servicios de los que uno mismo carece. Se pone así
la base de la especialización y la división del trabajo. Pero también
esta forma de intercambio vincula a los que hacen el canje, y los
limita, pues solo pueden dar y recibir lo que el otro necesita. El
intercambio se hace realmente libre e intenso en el siguiente nivel,
en el que aparece el dinero como medio de cambio. Aquí se puede
cambiar todo sin entrar por ello en una relación de dependencia
con el otro. El dinero hace posible la forma más libre del inter-
cambio. En la economía monetaria la vida se hace por ello más
libre, flexible, también menos vinculante que en la economía na-
tural. Porque cuando uno paga con dinero lo que recibe no se
establece ninguna atadura. El sentimiento de libertad de la socie-
dad moderna también tiene mucho que ver con que cada vez más
servicios quedan directamente compensados (con dinero).

268
LEYES FUNDAMENTALES

Cuando se da un intenso intercambio sin compensación directa


surgen ataduras. En la familia y entre hombre y mujer el intercam-
bio discurre fundamentalmente por vías indirectas. En ellas tomo
algo y quedo agradecido sin devolver al dador algo en su lugar salvo
mi gratitud. En su lugar doy lo recibido o alguna otra cosa a otra
persona sin esperar nada a cambio. Aquí funciona el transmitir en
lugar del devolver. Con esto contradigo a Hellinger, que también
considera importante la compensación directa en las relaciones de
pareja. Pero eso no sería una relación amorosa sino un negocio. Se
trata, más concretamente, de la forma de matrimonio y pareja que
caracteriza la segunda etapa, esto es, un contrato con obligaciones
mutuas. En él el amor desempeña un papel muy secundario. Pero en
las relaciones de pareja se da y se recibe de un modo completamen-
te incondicional, de lo contrario el amor muere. He tratado deteni-
damente el tema en mi libro En lo bueno y en lo malo1.
La compensación directa a través del dinero corresponde a la
etapa 3. Esto se expresa también en el hecho de que bajo el domi-
nio de la conciencia moderna se aspire a remunerar los servicios
domésticos. Esto haría las relaciones familiares casi tan libres de
compromiso como las sociales. El amor, en cambio, transforma la
compensación y la relación. Surge en él una cadena de dar y reci-
bir que origina vínculos profundos pero ninguna atadura bilate-
ral. Cuando tomo y doy por amor, el otro es libre y yo también lo
soy. Si se establece un vínculo es con la vida misma, y uno crece en
la alegría del dar y del recibir y tomar. Si alguien, sin embargo,
solo da sin tomar, o solo toma sin transmitir nada a los demás, la
ley de la compensación cobra fuerza en el alma y obliga a los afec-
tados o a sus descendientes a la compensación a través de senti-
mientos de culpa, fracasos, enfermedades, tedio, etc.

1. Wilfried Nelles, En lo bueno y en lo malo. Alegría y crecimiento en


las relaciones de pareja, Münich, Goldmann, 2004.

269
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

El referente básico de la compensación por transmisión es el dar


y tomar la vida que tiene lugar entre padres e hijos. Los últimos
compensan el don de la vida teniendo por su parte hijos. En lo
tocante a todo lo demás que reciben –el cuidado de los padres en la
infancia, por ejemplo, una buena educación, etc.– puede también
comprobarse cómo el crecimiento de la conciencia modifica el dar y
recibir. En el nivel 2 imperaba la expectativa y la práctica habitual
de que los hijos se lo devolvieran directamente (si bien con alguna
demora) a los padres cuidándolos en la vejez, a veces trabajando
para la familia. El futuro de los hijos no tiene aquí ningún valor en
sí, solo es importante de cara al sostenimiento de la familia. La idea
de que los hijos tengan un futuro mejor –no en beneficio de la fami-
lia– es relativamente nueva; y la de que son los hijos los que han de
decidir por sí mismos qué es lo mejor para ellos y que lo único que
de ellos esperan los padres es que les vaya bien y hagan con sus vidas
lo mejor posible es muy reciente. Las obligaciones para con los
padres se convierten en una obligación para con la vida, la orienta-
ción hacia el pasado en orientación hacia el futuro.
La compensación mediante transmisión nos lleva mucho más
lejos que las otras formas de intercambio, lo que no convierte a
estas en algo superficial o anticuado. Conservan su validez y valor.
Especialmente el intercambio monetario y la libertad y el bienes-
tar material que conlleva hacen posible que el intercambio por
transmisión se difunda cada vez más.

La jerarquía y los movimientos de la vida

La ley de la jerarquía garantiza también algún tipo de compen-


sación, una compensación en el tiempo. Afirma que en el seno de
un grupo tienen preferencia los que estaban primero. “Tener prefe-
rencia” no significa que haya personas más importantes o mejores,

270
LEYES FUNDAMENTALES

sino que se reconoce el orden temporal, con la frase, por ejemplo:


“Eres el primero (el mayor), yo soy el segundo (el menor)”, o “Tú
eres su primer marido, yo el segundo”. Muchos se resisten a esta
clase de afirmaciones porque presumen en ellas una suerte de sub-
ordinación.2 Pero aquí ocurre lo mismo que en la parada del auto-
bús o en la caja del supermercado: aunque uno se coloca detrás y
espera a que el que estaba antes sea atendido nadie piensa por ello
que el que está delante sea más importante. Se trata, simplemente,
de un orden funcional que reglamenta y facilita la convivencia.
Así, los padres (la pareja) tienen primacía sobre los hijos, los
hermanos mayores sobre los menores, la primera mujer sobre la
segunda, etc. Con ello se reconoce también que lo primero es con-
dición previa de lo posterior, que lo posterior, por lo tanto, no
podría existir sin lo que le antecede (o entre hermanos, que no
podría ocupar el lugar que ocupa). También es importante ese
orden para la conciencia, y reconociéndolo se ganaría mucho: la
conciencia moderna no existiría sin la que la precede, sin lo que
ella critica. Igualmente, la conciencia de totalidad que surge a par-
tir de ella representa un verdadero progreso y novedad solo cuan-
do no rechaza la conciencia de la etapa 3 y se comprende a sí mis-
ma como el fruto de la anterior.
Tampoco cabría hablar de progreso si la primacía del anterior
es total. En ese caso todo quedaría detenido. Pero el movimiento
de la vida impulsa hacia delante, es decir, anhela lo nuevo. Por eso
subraya Hellinger que entre diferentes grupos y sistemas, el nuevo
sistema tiene primacía sobre el anterior –la actual familia sobre la
familia de origen, la segunda familia en relación a la primera. Para
mí, esta idea debe ser ampliada. Lo que Hellinger toca aquí es la

2. Los conflictos entre hermanos, sobre todo, tienen a menudo su origen en que
el que ha nacido después no reconoce la primacía del que ha nacido primero.
Una afirmación como: “Tú eres el (la) mayor, yo soy el (la) pequeño/a”. obra
aquí maravillas y resuelve conflictos de años.

271
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

primacía del futuro sobre el pasado; también podría decirse: el


movimiento de la vida. Se trata de un proceso evolutivo que solo
se impone con el ensanchamiento de la conciencia. La conciencia
moderna está completamente volcada hacia el futuro, por otro
lado, curiosamente, agota y destruye sus fundamentos. Esto se
debe, me parece a mí, a que no presta atención a su pasado. Quien
desatiende o desprecia su pasado, esto es, la tierra de la que se ali-
menta, tampoco puede permitirse un futuro. Lo destruye incons-
cientemente, porque su alma se sabe indigna de él.
La supremacía del futuro, pues, solo se hace efectiva si antes se
reconoce la importancia de lo precedente. Lo anterior comprende
entonces que ya ha cumplido su misión, que hay que seguir delan-
te de otra manera, y se retira. Sin este reconocimiento no tiene
lugar la retira, al contrario, lo antiguo ostenta todo su poder, y lo
nuevo se sostiene sobre pies de barro, porque niega sus raíces. De
ahí que carezca de futuro.

272
Ver lo que es o aprender de la vida

En las constelaciones familiares se trata de contemplar, de ver


la realidad. Hellinger sintetiza a menudo esta realidad en unas
pocas frases. Expresan la sustancia de una relación o actitud, de
una identidad o sentimiento. “Eres mi padre”, “Eres mi primera
mujer”, “Eres mi hijo” (relaciones); “Soy alemán”, “Soy un hom-
bre” (identidad); “He asesinado”, “Me has violado” (actitud); “Te
quiero”, “Te odio” (sentimiento), etc. Uno también puede “jugar”
con esas frases, hacer de ellas un uso paradójico, destinado a hacer
ver a un individuo lo que se ajusta a la realidad. Por ejemplo: un
alemán puede hacer decir a un inglés: “Soy un internacionalista (o
un cosmopolita o europeo)”. Uno puede así comprobar rápida-
mente lo ridículo que suena o lo inconsistente que es. Incluso una
afirmación del tipo: “Soy alemán, pero me siento europeo” resulta
mucho menos insatisfactoria que aquella en que se congratula de
ser alemán. Solo entonces me tomará en serio el inglés, sobre todo,
solo entonces confiará en mí. En todas estas frases lo importante
es que uno entre en contacto con la realidad correspondiente, que
la contemple. Con los ojos cerrados es posible seguir viviendo en
un mundo ilusorio, cuando uno los abre y mira se hace imposible.
Las constelaciones familiares fomentan la contemplación. Gra-
cias al principio de la representación es posible hacer visible cual-

273
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

quier aspecto de la realidad psíquica, mostrarla en sus represen-


tantes. La realidad entre así en nuestro campo de visión y conse-
guimos ver lo que es verdad y lo que no, también lo que es posible
y lo que no. Cuando colocamos por ejemplo a un representante del
cáncer y el médico o el enfermo le dicen: “Te combato” o “Te ven-
zo”, se hace visible la fuerza de esta afirmación y qué posibilidades
reales se tienen. En estos casos –con arreglo a mi experiencia– la
respuesta suele ser negativa. El cáncer se encoge de hombros y
dice: “Lucha si quieres”. Cabe entonces considerar la posibilidad
de adoptar una actitud con más perspectivas de éxito.
La contemplación nos lleva del mundo de los deseos al mundo
real. Este es el modo en que las constelaciones familiares fomentan
el crecimiento personal. El mundo del niño es un mundo hecho de
deseos. Los niños creen que cerrando los ojos y deseando intensa-
mente algo pueden conseguir que sus sueños se hagan realidad. Esta
fe infantil, por cierto, se manifiesta hoy en día, fusionada con una
pizca de técnica metal, en el pensamiento positivo y diversas tenden-
cias esotéricas. La hallamos también en la fe religiosa tradicional, en
la creencia en Dios, en cuyo seno no es raro escuchar que tenemos
que creer porque de lo contrario el mundo se rompe, con lo que se
viene a decir que Dios existe si creemos firmemente en él. Esto no es
completamente falso, desde luego: cuando estoy profundamente
convencido de algo se hace real, porque actúo con arreglo a esa rea-
lidad interior. Solo que entonces no hace falta tener fe. En la fe y aún
más en el “querer creer firmemente en algo” anida la duda. Si no
existe la duda, una duda silenciosa, al menos, la fe es superflua. El
niño que cierra los ojos y desea que su madre sea feliz aún no duda.
Su fe está enraizada en la inocencia y no constituye un esfuerzo por
vencer la realidad a la que se accede por otros cauces.
El joven se ríe de eso: ¡Niños! ¿Cómo puede alguien ser tan
tonto? Ha evolucionado lo suficiente para comprender que el
mundo no se pliega así sin más a nuestros deseos. Con todo, no lo

274
VER LO QUE ES O APRENDER DE LA VIDA

suficiente para comprender que tiene que someterse a la realidad.


Lucha contra ella. Quiere imponer sus deseos, igual que el niño,
solo toma otro camino. Se rebela, protesta e intenta cambiar el
mundo. Esto precisamente es lo que distingue la conciencia del
nivel 2 de la conciencia del nivel 3. Ha comprendido que el mundo
antiguo no es realista, que es un mundo procedente del deseo y de
la fe que no se corresponde con la realidad, por eso dice no a ese
mundo y lo rechaza, a él y a todo lo que representa. Hasta aquí, de
acuerdo. No rechaza en cambio en modo alguno el deseo mismo,
solo el modo de imponer los propios deseos. La conciencia de la
tercera etapa ocupa el lugar de la realidad e intenta dominarla.
Lo hace, con todo, indirectamente. Explica todo lo que es fal-
so. Nada resiste el ataque de un pensamiento ilustrado consecuen-
temente aplicado. Solo que su última consecuencia es que lo único
que queda es nada –la nada–, esto es, que debe verse y reconocerse
en la nada la realidad última o, dicho con una imagen: que uno
tendría que arrodillarse ante la nada como realidad última. Pero
con ello se reconocería, al final, una realidad superior, y esto pre-
cisamente es lo que la conciencia juvenil (moderna) no quiere ver.
Ilustración negativa, crítica: ahí es fuerte la conciencia moderna,
pero no extraigamos la última consecuencia, porque eso significa-
ría que también el “yo” dejaría de existir.
La conciencia moderna no solo niega la forma en la que la rea-
lidad se presenta a la conciencia infantil o adquiriría en caso de ser
moldeada por ella, sino que niega la realidad a secas. Se conduce
de la misma forma en relación a los padres y a la familia. Como el
mundo antiguo se caracteriza por la inviolabilidad y la quasi divi-
na autoridad de los padres, por la obligación que se impone a los
hijos de obedecerlos, la conciencia moderna, claro está, los recha-
za. Pero la conciencia moderna va más allá y piensa que puede
abolir a los padres de modo similar a como se ha abolido a Dios;
se puede crear a sí misma, no necesita padres, o puede elegir a los

275
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

padres que quiere. Los padres, sin embargo, a diferencia de Dios,


no son una invención humana, existen incluso cuando dejamos de
creer en ellos, y seguirían existiendo incluso si los seres humanos
fueran criados en probetas. Y no solo existen como algo distinto y
externo a nosotros, sino en nuestro interior, de donde no podemos
eliminarlos sin eliminarnos a nosotros mismos.
Una conciencia adulta, en cambio, es capaz de distinguir entre
deber y ser y de reconocer lo que es. Ve de dónde venimos, cómo
ese origen nos ha moldeado, y lo acepta. Comprende también que
nuestros deseos no pueden anular el pasado, convertirlo en algo
que no ha sucedido, que las terapias no pueden borrarlo o susti-
tuirlo por otro. Cuando comprende que el deseo de tener otros
padres, otra familia u otro pasado es engañoso comprende tam-
bién, a la par, que el pasado es correcto, comoquiera que haya
sido. Siguiendo este camino se acompasa y entra en armonía con
su pasado y, con ello, con su vida. Y entonces experimenta alegría,
alegría y gratitud por estar ahí. Y esta alegría y gratitud alcanza a
todo lo que ha contribuido a que estemos ahí.
Se trata de un proceso completamente natural que ocurre por
sí solo cuando nos ponemos a mirar. Paralelamente, uno compren-
de también que el sufrimiento es el resultado de apartar la mirada
de la realidad, de la negativa a entregarse a lo que la vida nos depa-
ra. Lo que la vida nos depara es a veces terrible y doloroso, claro
está. Soy la última persona que le reprocharía a alguien decir o
haber dicho, a la vista de un destino cruel: “Es demasiado para
mí”, y haberle vuelto la espalda. Solo afirmo que con ello no con-
seguimos borrar lo sucedido, sigue formando parte del mundo,
queramos mirarlo o no. Es decir: permanece en el mundo tanto
tiempo cuanto nos negamos a mirarlo y su fuerza destructiva se
perpetúa. Solo cuando lo contemplamos tal y como ha sido conse-
guimos ponerle punto y final. En el preciso momento en el que
contemplo y acepto lo que ha sido, en el momento en que apruebo

276
VER LO QUE ES O APRENDER DE LA VIDA

que haya sido así, entra a formar parte del pasado. Y solo cuando
me apruebo a mí mismo, cuando apruebo que soy como soy (lo
que incluye también mi origen) estoy enteramente ahí.
Las constelaciones familiares fomentan el proceso de hacerse
adulto, porque ponen en el centro el mirar y contemplar. Y al hacer-
lo se ponen al servicio del crecimiento personal. No atiborrándonos
de ideas sobre la espiritualidad, sino conduciéndonos en la vida y
haciendo que tomemos parte en su movimiento interior. Para la
conciencia moderna, detenida en la rebelión y autosuperación juve-
nil, alcanzar la edad adulta es el siguiente paso. Y si nos retrotrae a
la familia de la que procedemos, no lo hace para retenernos allí,
sino porque hemos olvidado algo: decir “sí” y “gracias”.
Para ello se ofrecen dos posibilidades: uno puede coger al clien-
te de la mano y llevarlo como a un niño hacia su infancia –este es
la vía a seguir con la conciencia infantil. A veces este trabajo es
indispensable, por ejemplo en el caso de graves traumas o enferme-
dades psíquicas. Pero también puede animar al niño o al joven a
pronunciar claramente el insoslayable no que ha reprimido, para
abrir paso con ello al sí a uno mismo y a la vida. La tarea propia
de una terapia espiritual consiste en restablecer y fortalecer el con-
tacto con el movimiento interior de la vida y la conciencia. Pode-
mos confiar en que una conciencia adulta aceptará la vida tal y
como ella es. De cara a la terapia esto significa: uno ayuda al clien-
te a ver lo que es. También significa que dejo que su familia y los
acontecimientos que han tenido lugar en ella sean como son. En lo
referente al trabajo de constelaciones esto supone despedirse del
antiguo modo de proceder (el de los años noventa), en el que se
sometía a la familia a un nuevo orden.
Un trabajo adulto y espiritual con constelaciones renuncia a
cualquier modificación de lo que ha sido. La conciencia adulta, a
diferencia de la infantil o joven, se entrega a la vida tal y como

277
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

ella es. En eso radica, precisamente, su madurez. Aprueba la pro-


cedencia tal y como fue, la infancia y la juventud tal y como fue-
ron, y las deja, con plena aprobación, en el lugar al que pertene-
cen: el pasado. Con ello quedan dignificados en lo que fueron. El
niño que uno vez fuimos, los padres, los muertos, las personas
gravemente afectadas por el destino, se sienten así percibidas y
reconocidas tal y como son. Pueden entregarse a su propia vida o
descansar al fin en paz, y darnos su bendición, la cual nos protege
y nos ayuda a vivir.

278
Wilfried Nelles sobre sí mismo

Nací en 1948. Crecí en Eifel, adonde la vida me devolvió pasa-


dos los años. Casado, padre de dos hijos.
Me formé en la tradición clásica-humanista, pese a resistirme
vivamente a ella en numerosas ocasiones. Tras dedicar unos años
–realmente entretenidos– al estudio de la ciencia política, la socio-
logía y la psicología, vine a dar, más casual que intencionadamen-
te, a la actividad científica.
Allí ascendí sorprendentemente rápido al puesto de director de
un gran proyecto de investigación interdisciplinar en el campo de
las ciencias sociales. Trabajé 12 largos años en el campo de la
investigación y la docencia (en las universidades de Bonn y Wupper-
tal), publiqué cinco libros y un considerable número de artículos
especializados. Durante aquellos años me doctoré, pero no termi-
né la habilitación, pues me di cuenta de que aquel camino había
llegado a su fin.
Desde principios de los ochenta hasta mediados de los noven-
ta: años de cambio, de búsqueda, de aprendizaje junto a Osho, de
autoconocimiento y entrenamiento en diversos métodos de la psi-
cología humanista. Diez años de experiencia como director de
grupos de autoconocimiento y meditación. Hasta que finalmente
descubrí las constelaciones familiares (1996).

279
LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS

Desde entonces mi vida profesional gira exclusivamente en


torno al trabajo con constelaciones, imparto cursos de iniciación
y perfeccionamiento en Alemania, diversos países de Europa y
Asia, y escribo sobre mi ocupación (ver publicaciones). Con el
correr del tiempo, y partiendo de las constelaciones clásicas, mi
trabajo ha evolucionado y se ha consolidado en el campo de “los
movimientos del alma” y otras formas, más fluidas, de constela-
ciones orientadas al desarrollo espiritual.
Tras organizar y dirigir a comienzos de 2005, junto con Heinrich
Breuer, el 5º Congreso Internacional de Constelaciones Sistémicas,
en Colonia, ambos fundamos a finales de ese mismo año un insti-
tuto de formación internacional, la Academia Europea de Conste-
laciones Sistémicas (Eurasys), que actualmente trabaja en todo el
mundo.

280
Muñecos, metáforas y
soluciones
Constelaciones Familiares
en sesión individual
y otros usos terapéuticos

María Colodrón

ISBN: 978-84-330-2355-1

“María Colodrón muestra al lector, de una forma didáctica y ordenada,


las bases del trabajo con los muñecos como una valiosa herramienta
del terapeuta en el encuentro con su cliente. Admiro su claridad, hilo
conductor tanto de la presentación teórica como de los ejemplos prácticos.
También incluye el trabajo con niños y adolescentes, que pocas veces se
tiene en cuenta en la literatura terapéutica. Leer este práctico libro me ha
enriquecido y felicito a María por su innovadora contribución. Será de gran
ayuda tanto para psicólogos y psicoterapeutas como para los profesionales
que aplican las Constelaciones Familiares y Organizacionales”.
Peter Bourquin
Autor de Las Constelaciones Familiares, director de ECOS

“Es éste uno de esos pocos libros que es difícil dejar de leer una vez
empezado. Y esto porque descubrir claridad, innovación, profundidad,
sentido común y pedagogía para aplicar en la vida cotidiana tan bien
hilvanadas en un mismo texto, es como hallar el cofre del verdadero tesoro
cuando sólo estábamos jugando a seguir las pistas de un plano por el
simple hecho de divertirnos”.
Alfonso Colodrón
Psicoterapeuta transpersonal
Las constelaciones
familiares
En resonancia con la vida

8ª edición

Peter Bourquin

ISBN: 978-84-330-2181-6

Desde el momento de nacer, cada uno de nosotros está inmerso en un


tejido de vínculos que le une con todos los miembros de su familia. Esta
influencia nos acompaña para bien o para mal, y normalmente de manera
inconsciente. Las Constelaciones Familiares hacen visibles las dinámi-
cas que rigen un sistema familiar, a veces durante varias generaciones,
y abren el camino hacia posibles soluciones a los conflictos planteados.
El método de las Constelaciones Familiares se ha introducido desde
hace pocos años en la oferta terapéutica en España. Ha tenido una
buena acogida y se está extendiendo rápidamente, pero es necesario ser
conscientes de sus posibilidades y de sus límites para evitar confusiones
y malentendidos que puedan llevar a esperar de este método tan valioso
algo que no puede dar.
En este libro, el primero escrito en España sobre el tema, el autor nos
acerca de manera sencilla y amena a los conceptos básicos de las
Constelaciones Familiares. Su lectura aporta una visión panorámica de
este método y nos introduce en la comprensión sistémica, que constituye
su base. Testimonios y ejemplos tomados de la práctica ilustran al lector
las diferentes facetas que abarca.
Reconcíliate con tu infancia
Cómo curar antiguas heridas

Ulrike Dahm

ISBN: 978-84-330-2465-7

¿Qué imágenes acuden a su mente cuando piensa en su infancia? ¿Son


hermosas o terroríficas? ¿Qué sentimientos suscitan en usted? ¿Qué oye
cuando piensa en su infancia? ¿La voz agresiva de su padre o el canto de
los pájaros en el jardín? ¿Cómo se sintió de niño? ¿Estaba solo o se sentía
arropado en un hogar cariñoso? ¿Se vio abrumado por obligaciones o
tristezas?
Las experiencias de la infancia conforman nuestras vidas. Casi nadie puede
mirar hacia atrás y ver una infancia perfecta. Por el contrario, muchas
personas siguen sufriendo por causa de lesiones internas originadas en la
niñez.
La terapeuta familiar Ulrike Dahm nos invita, a través de numerosos ejercicios
prácticos, a enfrentarnos a nuestro pasado y a reconciliarnos con nuestra
infancia. La mayoría de las personas entierran su pasado o lo arrojan lo más
lejos posible. Compensan viejas heridas con trabajo, alcohol o cualquier otra
droga. Pero hay muchas posibilidades constructivas, e incluso divertidas y
agradables, de relacionarse con las heridas de la infancia.
Embárquese en un viaje interno que le hará libre para vivir una madurez feliz
y satisfecha y que se convertirá en una aventura curativa que transformará
positivamente su vida.
Conciencia energía
y pensar místico
El hoy de Teresa de Jesús y
Juan de la Cruz

Lola Poveda

ISBN: 978-84-330-2501-2

Lola Poveda desarrolla su actividad entre la Pedagogía Teatral y la


oración a través del cuerpo. El libro es un entramado de experiencias
personales que han llevado a su autora a una lectura del cuerpo
desde la experiencia de los Estados Superiores de Conciencia.
El Pensar Místico, al que el cuerpo se dispone desde su dimensión
Supramental o de Conciencia Energía, es el último paso de nuestra
evolución humana. Los Místicos de todas las tradiciones espirituales
se hacen presentes en el libro y lo ratifican con sus enseñanzas y
sus escritos. Es un Pensar que nos pertenece como humanos y en el
que Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, desde lo que pudieron vivir,
son actuales guías y maestros.
El Sistema Consciente para la Técnica del Movimiento, que es la
base de la propuesta orante de la autora desde hace más de treinta
años, es un camino posible. Un enfoque occidental, corporal y
“de persona a persona” a través del cual poder disponerse a la
Experiencia Mística. Un adentrarse en lo desconocido, en la práctica
del Arte de Vivir –desde nuestro cuerpo– como resucitados.
Director: Manuel Guerrero
1. Leer la vida. Cosas de niños, ancianos y presos, (2ª ed.) Ramón Buxarrais.
2. La feminidad en una nueva edad de la humanidad, Monique Hebrard.
3. Callejón con salida. Perspectivas de la juventud actual, Rafael Redondo.
4. Cartas a Valerio y otros escritos,
(Edición revisada y aumentada). Ramón Buxarrais.
5. El círculo de la creación. Los animales a la luz de la Biblia, John Eaton.
6. Mirando al futuro con ojos de mujer, Nekane Lauzirika.
7. Taedium feminae, Rosa de Diego y Lydia Vázquez.
8. Bolitas de Anís. Reflexiones de una maestra, Isabel Agüera Espejo-Saavedra.
9. Delirio póstumo de un Papa y otros relatos de clerecía, Carlos Muñiz Romero.
10. Memorias de una maestra, Isabel Agüera Espejo-Saavedra.
11. La Congregación de “Los Luises” de Madrid. Apuntes para la historia de una
Congregación Mariana Universitaria de Madrid, Carlos López Pego, s.j.
12. El Evangelio del Centurión. Un apócrifo, Federico Blanco Jover
13. De lo humano y lo divino, del personaje a la persona. Nuevas entrevistas con
Dios al fondo, Luis Esteban Larra Lomas
14. La mirada del maniquí, Blanca Sarasua
15. Nulidades matrimoniales, Rosa Corazón
16. El Concilio Vaticano III. Cómo lo imaginan 17 cristianos,
Joaquim Gomis (Ed.)
17. Volver a la vida. Prácticas para conectar de nuevo nuestras vidas, nuestro mundo,
Joaquim Gomis (Ed.)
18. En busca de la autoestima perdida, Aquilino Polaino-Lorente
19. Convertir la mente en nuestra aliada, Sákyong Mípham Rímpoche
20. Otro gallo le cantara. Refranes, dichos y expresiones de origen bíblico, Nuria
Calduch-Benages
21. La radicalidad del Zen, Rafael Redondo Barba
22. Europa a través de sus ideas, (2ª ed.) Sonia Reverter Bañón
23. Palabras para hablar con Dios. Los salmos, Jaime Garralda
24. El disfraz de carnaval, José M. Castillo
25. Desde el silencio, (2ª ed.) José Fernández Moratiel
26. Ética de la sexualidad. Diálogos para educar en el amor, Enrique Bonete (Ed.)
27. Aromas del zen, Rafa Redondo Barba
28. La Iglesia y los derechos humanos, José M. Castillo
29. María Magdalena. Siglo I al XXI. De pecadora arrepentida a esposa de Jesús.
Historia de la recepción de una figura bíblica, Régis Burnet
30. La alcoba del silencio, José Fernández Moratiel –Escuela del Silencio (Ed.)–
31. Judas y el Evangelio de Jesús. El Judas de la fe y el Iscariote de la historia, Tom
Wright
32. ¿Qué Dios y qué salvación? Claves para entender el cambio religioso, Enrique
Martínez Lozano
33. Dios está en la cárcel, Jaime Garralda
34. Morir en sábado ¿Tiene sentido la muerte de un niño?, Carlo Clerico Medina
35. Zen, la experiencia del Ser, Rafael Redondo Barba
36. La Sabiduría de vivir, (2ª ed.) José María Toro
37. Descubrir la grandeza de la vida. Una vía de ascenso a la madurez personal,
(2ª ed.) Alfonso López Quintás
38. Dirigir espiritualmente. Con San Benito y la Biblia, (2ª ed.) Anselm Grün,
Friedrich Assländen
39. Recuperar a Jesús. Una mirada transpersonal, (3ª ed.) Enrique Martínez
Lozano
40. Dertrás de la apariencia, Matilde de Torres Villagrá
41. El esplendor de la nada, Rafael Redondo Barba
42. Desenterrar y vivir el Evangelio, Jaime Garralda
43. Descanser. Descansar para ser. Propuestas para liberarnos del secuestro del descanso,
José María Toro
44. Quiéreme libre, déjame ser. Lo masculino, lo femenino y la pareja, Alfonso
Colodrón
45. La vida no tiene marcha atrás. Evolución de la conciencia, crecimiento espiritual y
constelación familiar, Wilfried Nelles
¿Hacia dónde nos lleva la vida? ¿Cómo entrar en contacto y armonizar
con lo que somos? ¿Cómo marca la conciencia de nuestro tiempo la
visión que tenemos de las cosas? ¿Qué sujeta, forma y transforma
nuestra conciencia? ¿Qué influencia recíproca se da entre los procesos
de crecimiento personales y colectivos?
Estas son algunas de las preguntas que Wilfried Nelles aborda en este
libro. Con un lenguaje claro y fácil, su autor dibuja un mapa de la
conciencia y su desarrollo que, además de ofrecer orientación, logra
conmovernos. Con este mapa como trasfondo, Nelles muestra después
qué papel desempeña la terapia en general y la constelación familiar
en particular en el proceso de despliegue de la conciencia. Para ello
desarrolla una nueva teoría y práctica de las constelaciones familiares
al servicio del crecimiento espiritual.

Wilfried Nelles nació en 1948. Trabajó 12 años en el campo de la


investigación y la docencia antes de dedicarse a la terapia. En 1996
conoció las constelaciones familiares, y desde entonces su vida profe-
sional gira enteramente en torno al trabajo de constelaciones. Es autor
de numerosos libros, y dirige cursos de iniciación y perfeccionamiento
en Alemania, Europa, Asia y América. Con el correr del tiempo, y par-
tiendo de las constelaciones clásicas, su trabajo ha evolucionado y se
ha consolidado en el campo de “los movimientos del alma” y en for-
mas abiertas, más fluidas, de constelaciones orientadas al crecimiento
espiritual.

ISBN: 978-84-330-2521-0

$$025210

Desclée De Brouwer

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