Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
La cultura
En Williams una parte central de su labor va a consistir en la búsqueda de autores que, aún
apelando a la herencia marxista, ayudan a superar las interpretaciones mecanicistas y
economicistas y a identificar las mediaciones (lo que explica el interés por las obras de
Gramsci). A las teorías esencialistas del Estado y la clase, al reduccionismo económico, al
reduccionismo de un concepto de clase que hace volver cualquiera de las formas de lucha
social al regazo del conflicto de clase, el enfoque gramsciano opone una reflexión acerca del
vínculo que el Estado mantiene con la sociedad civil y una interrogante sobre las culturas
populares, sobre la noción de lo "nacional-popular" y sobre la función que cumplen los
intelectuales en la edificación de la hegemonía de un grupo social. Este enfoque coloca en el
corazón de sus problemáticas el papel desempeñado por las ideologías, así como por sus
vectores de difusión, como instrumentos estratégicos de una dominación-hegemonía, es
decir, de la capacidad de un grupo social para desempeñar un papel de dirección intelectual
y moral y para construir una relación de poder que no se agota ni limita en la mera fuerza o
en la consecuencia mecánica de las relaciones económicas de producción.
1
Documento de trabajo escrito por Pamela Tala y David Wallace en el marco del proyecto FONDECYT Nº 8990003 Chile y
América Latina: Una nueva lectura desde los estudios culturales. 2000-‐2001.
2
Gramsci, Antonio. Antología. México D. F.: Siglo XXI, 1999. p. 290
1
Para Gramsci,
“Hay que dejar de concebir la cultura como saber enciclopédico en el cual el hombre
no se contempla más que bajo la forma de un recipiente que hay que rellenar y
apuntalar con datos empíricos, con hechos en bruto e inconexos que él tendrá luego
que encasillarse en el cerebro como en las columnas de un diccionario para poder
contestar, en cada ocasión, a los estímulos varios del mundo externo. Esa forma de
cultura es verdaderamente dañina, especialmente para el proletariado. (...) pero eso
no es cultura, sino pedantería; no es inteligencia, sino intelecto, y es justo reaccionar
contra ello”.3
Es en este sentido que Gramsci integra en el concepto de cultura también la conciencia:
“La cultura es una cosa muy distinta. Es organización, disciplina del yo interior,
apoderamiento de la personalidad propia, conquista de superior conciencia por la
cual se llega a comprender el valor histórico que uno tiene, su función en la vida, sus
derechos y sus deberes. Pero todo eso no puede ocurrir por evolución espontánea, por
acciones y reacciones independientes de la voluntad de cada cual... El hombre es
sobre todo espíritu, o sea, creación histórica, y no naturaleza. (...) La conciencia
unitaria del proletariado se ha formado o se está formando a través de la crítica de la
civilización capitalista, y crítica quiere decir cultura, y no ya evolución espontánea y
naturalista. Crítica quiere decir precisamente esa conciencia del yo que Novalis ponía
como finalidad de la cultura”4.
Esta tarea analítica tiene como resultado la afirmación de que cualquier sociología de la
cultura debe ser una sociología histórica, la cual permitiría superar la anterior divergencia
entre las variantes idealistas y materialistas. Toma de la perspectiva materialista la idea de
la cultura como un fenómeno de orden social global, pero se diferencia de ella al insistir en
que una práctica cultural no se deriva simplemente de un orden social previo sino que es en
sí misma un elemento social. Comparte con la versión idealista la idea de las prácticas
culturales como constitutivas de la sociedad, pero en lugar de concebir un espíritu
conformador piensa a la cultura como un sistema significante a través del cual un orden
social se comunica, se reproduce y se investiga5.
Existe, por tanto, señala Williams, alguna convergencia entre los sentidos de la cultura como
“todo un modo de vida” diferenciado –dentro del cual, ahora, un “sistema significante
realizado” característico se considera como esencialmente implicado en todas las formas de
3
Ibíd. p. 14.
4
Ibíd. p. 15.
5
Cfr. Williams, Raymond. Sociología de la cultura. Trad. Graziella Baravalle. Barcelona: Ediciones Paidós, 1994.
2
actividad social– y el sentido de cultura como “actividades intelectuales y artísticas”
(aunque éstas se definen ahora con mucha más amplitud).
La cultura está así concebida para dar lugar al estudio de instituciones, prácticas y obras
manifiestamente significantes, y para activar el estudio de las relaciones.
Williams se niega a la idea de la cultura como una superestructura de una base material y
productiva externa a ella. Se distancia de esa tendencia, en la cual los “hechos” o la
“estructura” básica de una sociedad y/o período dados se perciben o se establecen por
medio de un análisis general, y su “reflejo” en las obras propiamente dichas se hilvana más
o menos directamente. En este sentido, sobre todo en el estudio de las relaciones sociales
en las obras de arte, propone modificar o reemplazar la idea del “reflejo” por la de
mediación. Williams se resiste a suscribir ninguna determinación económica de lo simbólico
y afirma que estas dimensiones (la económica y la cultural) son “indisolubles elementos de
un mismo proceso social-material”. Al mismo tiempo que Bourdieu, señala la importancia
de lo cultural como elemento configurador de las relaciones sociales. De este modo,
Williams construye su reflexión también oponiéndose a cierto culturalismo binario, que
señala la para él ciega división entre el área de lo “material”, en contraste con lo “cultural”
o, en términos más corrientes, lo “artístico” o “espiritual”.
Sobre todo en Gramsci la elaboración de una teoría sobre el papel de la ideología tiene una
impronta sustentada en la práctica política activa. Desde esta perspectiva, su teoría
pretende tener una implicancia empírica. Él mismo señala: “Si es verdad que toda filosofía
es expresión de una sociedad, tendría que reaccionar sobre la sociedad, determinar ciertos
efectos positivos y negativos; la medida en la cual reacciona es precisamente la medida de
su alcance histórico, de no ser “elucubración” individual, sino “hecho histórico”6. De esta
manera, puntualiza Gramsci, toda revolución ha sido precedida por un intenso trabajo de
crítica, de penetración cultural, de permeación de ideas.
6
Gramsci, Antonio. Op. cit. p. 275
3
PODER Y CULTURA
Hegemonía
La hegemonía organizada por los intelectuales orgánicos no es otra cosa que el modo
mediante el cual los grupos y las formaciones sociales que dominan una sociedad la guían,
gracias a la compensación entre fuerza y persuasión, que se obtiene gracias al ejercicio de
un liderazgo intelectual y moral.
“Los intelectuales son los ‘dependientes’ del grupo dominante para el ejercicio de las
funciones subalternas de la hegemonía social y del gobierno político, es decir: 1) del
consenso espontáneo que las grandes masas de la población otorgan a la dirección de
la vida social que imprime el grupo dominante fundamental; consenso que
“históricamente” procede del prestigio (y por tanto de la confianza) que el grupo
dominante obtiene de su posición y de su función en el mundo de la producción; 2)
del aparato de coerción estatal que asegura ‘legalmente’ la disciplina de aquellos
grupos que no ‘consienten’ ni activa ni pasivamente, pero que está constituido por
toda la sociedad en previsión de momentos de crisis de mando y de dirección en los
que viene a faltar el consenso espontáneo”8.
7
Ibíd. p. 313.
8
Ibíd. p. 9.
4
ser renovada, recreada, defendida y modificada. Pero también encuentra resistencia
continuamente, se ve limitada, alterada, desafiada por presiones absolutamente externas”9.
9
Williams, Raymond. Marxismo y Literatura. Trad. Pablo Di Masso. Barcelona: Ediciones Península, 1980. p. 112
10
Williams, Raymond. “Base and Superstructure in Marxist Cultural Theory”. Problems in Materialism and Culture:
Selected Essays. London: Verso, 1980. p. 37. Citado por Higgins, John. Raymond Williams. Literature, marxism and cultural
materialism. London: Routledge, 1999. p. 113.
11
Williams, Raymond. Marxismo y Literatura. Trad. Pablo Di Masso. Barcelona: Ediciones Península, 1980.
5
que debe ser considerada también como la vívida dominación y subordinación de clases
particulares.
Ideología
12
Gramsci, Antonio. Op. cit. pp. 363-‐364.
13
Gramsci, Antonio. Op.cit. p. 371.
6
“…al contrario, las ideologías deben considerarse como fuerzas activamente
organizativas que son psicológicamente ‘válidas’, y que moldean el terreno en el cual
hombres y mujeres actúan, luchan y adquieren conciencia de sus situaciones sociales.
En cualquier ‘bloque histórico’, comenta Gramsci, las fuerzas materiales son el
‘contenido’ y la ideología la ‘forma’ ”14.
Althusser, por otra parte, al estudiar el desarrollo del concepto de ideología en Marx,
advierte la presencia de una oposición binaria entre teoría y filosofía. De esta manera, el
concepto de ciencia –teoría– se halla asociado a la superación de la verdad acerca de algo,
que es concebida como error, por la idea de verdad científica. Así, y frente al idealismo
hegeliano que establecía contradicciones simples, no considerando, además, los principios
de sobredeterminación estructural de las superestructuras ideológicas sobre las
contradicciones entre capital y trabajo, el carácter teorético del marxismo revisitado por
Althusser establece, no obstante, otro espesor en la división epistemológica de su
problemática: reinstala el concepto de totalidad inmanente condicionada descriptivamente
por la vacuidad para referirse a la organicidad de las representaciones de realidad. Por ello,
“(…)la realidad se entenderá como un ‘sistema’ autosuficiente que se piensa a sí
mismo, sin necesidad de recurrir a sujeto alguno que lo piense. Este conceptualismo
estructuralista se presenta como una alternativa más rigurosa frente al historicismo
dialéctico o frente al existencialismo subjetivista, y constituye la clave del marxismo
epistemológico y antihumanista de Louis Althusser”.15
No sólo efecto, sino origen, el soporte de falsedad que explica las identificaciones
psicoanalíticamente heroicas de la conciencia psicológica del sí mismo hegeliano16 se ven
ahora suspendidas por los efectos de distanciamiento que ejerce el espectáculo brechtiano a
través de la dialéctica demiúrgica del intelectual (Gramsci) actuando frente al reposo
ideológico de las contradicciones manifiestas entre la Sociedad Civil (equívocamente leída
por la tradición como burguesa) y el Estado:
“En este sentido preciso Brecht cambió la problemática del teatro clásico, cuando
renunció a tematizar bajo la forma de una conciencia de sí y las implicaciones de una
14
Eagleton, Terry. Ideología. Una introducción. Buenos Aires: Paidós, 1997. p. 155.
15
Winter, Heinz y Livi, Antonio. Louis Althusser: La revolución teórica de Marx y Para leer El Capital. Madrid: Ed. del
Magisterio Español, 1978. p. 25
16
“Lejos de mí pensar en negar la eficacia de los procesos psicológicos en el espectador sentado delante del escenario,
pero es necesario decir que los fenómenos de proyección, sublimación, etc., que pueden observarse, describirse y
definirse en situaciones psicológicas controladas, no pueden, ellos solos, dar cuenta de una conducta compleja tan
específica como la del espectador que-‐asiste-‐a-‐una-‐representación. Esta conducta es, en primer lugar, una conducta
social y cultural-‐estética, y en este sentido es también una conducta ideológica. Es, sin duda, una tarea importante la de
elucidar la inserción de los procesos psicológicos concretos (tales como, en su sentido psicológico riguroso, la
identificación, la sublimación, la represión, etc.) en una conducta que va más allá de ellos. Pero esta primera tarea no
puede, si no quiere caer en el psicologismo, abolir la segunda: la definición de la conciencia espectadora de sí misma. Si
esta conciencia no se reduce a una pura conciencia psicológica, si es una conciencia social, cultural o ideológica, no se
puede pensar su relación con el espectáculo bajo la sola forma de la identificación psicológica. Antes de identificarse
(psicológicamente) con el héroe, la conciencia espectadora se reconoce, en efecto, en el contenido ideológico de la pieza,
y en las formas propias a su contenido. Antes de ser la ocasión de una identificación (de sí bajo la especie de otro), el
espectáculo es, fundamentalmente, la ocasión de un reconocimiento cultural e ideológico. Este reconocimiento de sí
supone, al principio, una identidad esencial (que hace posibles, en tanto que psicológicos, los procesos psicológicos
mismos): identidad que une a los espectadores y a los actores reunidos en un mismo lugar, en una misma tarde. Sí,
estamos unidos en primer lugar por esta institución que es el espectáculo, pero unidos más profundamente por los
mismos mitos, por los mismos temas, que nos gobiernan sin nuestro consentimiento, por la misma ideología
espontáneamente vivida”. Althusser, Louis. “El ‘Piccolo’, Bertolazzi y Brecht (Notas acerca de un teatro materialista)”. La
revolución teórica de Marx. Buenos Aires: Siglo XXI, 1971. pp. 123-‐124.
7
pieza. Por ello entiendo que, para producir en el espectador una nueva conciencia,
verdadera y activa, el mundo de Brecht debe excluir necesariamente de sí toda
pretensión de tomarse y representarse a sí mismo en forma exhaustiva bajo la forma
de conciencia de sí. El teatro clásico (…) es el que nos da el drama, sus condiciones y
su ‘dialéctica’ enteramente reflejados [sic] en la conciencia especular de un personaje
central. Es decir, que refleja su sentido total en una conciencia, en un ser humano que
al hablar, actuar, meditar, evolucionar, constituye para nosotros el drama mismo (…)
Me gustaría sugerir aquí que la materia o los temas del teatro clásico (…) son
justamente temas ideológicos y que permanecen como tales, sin ser jamás sometidos
a revisión, es decir, sin que se critique su naturaleza de ideología (…) Brecht no
rompe con estas condiciones formales sino porque antes había roto con las
condiciones materiales. Lo que quiere producir por excelencia es una crítica a la
ideología espontánea en la que viven los hombres. A ello se debe que deba excluirse
necesariamente de estas piezas esa condición formal de la estética de la ideología
que es la conciencia de sí (y sus derivados clásicos: las reglas de la unidad). En él
[Brecht] (…) ningún personaje reúne en sí, en forma reflexiva, la totalidad de las
condiciones del drama. En él, la conciencia de sí total, transparente, el espejo del
drama entero, no es jamás sino la representación de la conciencia ideológica, que
encierra, sin duda, el mundo entero en su propio drama, pero con esta precisión: que
el mundo no es sino un mundo de la moral, de la política y de la religión, en resumen,
de los mitos y las drogas. En este sentido estas piezas están descentradas, ya que no
pueden tener un centro, ya que, partiendo de la conciencia ingenua, atiborrada de
ilusiones, se niegan a hacerla ese centro del mundo que quiere ser. A ello se debe que
el centro esté en ellas, me atrevo a decir, siempre al lado, y en la medida en que se
trata de una desmitificación de la conciencia de sí, el centro está siempre diferido,
siempre más allá, en el movimiento de ir más allá de la ilusión hacia la realidad”.17
Condicionantes históricas, por lo tanto, descentran el descentramiento de la ideología
negando, con ello, el carácter verdadero del mundo que constituye la experiencia básica de
la subjetividad. Horizonte de enunciación, en consecuencia, de la textualidad de la
modernidad que evalúa esa propia vivencia:
“Se puede considerar que una ideología (en el sentido marxista estricto del término –
en el sentido en que el marxismo no es una ideología–) se caracteriza justamente, en
relación a lo dicho, por el hecho de que su propia problemática no es consciente de sí.
Cuando Marx nos dice, y lo repite sin cesar, que no debemos considerar la conciencia
de sí de una ideología por su esencia, quiere decir también que, antes de ser
inconsciente de los problemas reales a los cuales responde (o evita responder), una
ideología es, antes que nada, inconsciente de los ‘supuestos teóricos’, es decir, de la
problemática en acto pero no confesada que fija en ella sentido y el aspecto de sus
problemas y, por lo tanto, de sus soluciones (…) La verdad de la historia ideológica no
se encuentra ni en un principio (fuente) ni en su término (fin). Está en los hechos
mismos, en esa constitución nodal de sus sentidos, temas u objetos ideológicos, sobre
el fondo de un mundo ideológico ‘matizado’ y cambiante, sometido a su vez a la
historia real.”18
Revisando los presupuestos con los que operó en La revolución teórica de Marx y en Para leer
El capital, Althusser afirma que su perspectiva
“(…) reducía la ruptura del marxismo con la ideología burguesa al ‘corte’, y el
antagonismo del marxismo y la ideología burguesa al antagonismo de la ciencia y de
17
Ibíd. pp. 118-‐119.
18
Althusser, Louis. “Sobre el joven Marx”. Op. cit. pp. 55-‐57.
8
la ideología (…). Como es natural, esta posición errónea no dejó de tener
consecuencias (…) Este ‘error’19 de la oposición racionalista entre la ciencia (las
verdades) y la ideología (los errores) lo he teorizado, pese a todas mis reservas
necesariamente inoperantes, bajo tres figuras que han encarnado y compendiado mi
tendencia teoricista (es decir, racionalista-especulativa):
a) Un boceto (especulativo) de la teoría de la diferencia entre la ciencia y
la ideología en general; la categoría de ‘práctica teórica’ (en la medida
en que, dado el contexto existente superponía la práctica filosófica
sobre la práctica científica);
b) una tesis (especulativa) de la filosofía como ‘Teoría de la práctica
teórica’ que representaba el punto culminante de esta tendencia
teoricista.
Naturalmente esta última tesis sobre la filosofía no ha carecido de efectos derivados
sobre la concepción de la ciencia marxista, del materialismo histórico, no tanto a
causa del papel que hacía desempeñar a la distribución (justa en principio) entre la
ciencia y la ‘filosofía’ marxista, sino, más bien, a la manera en que yo pensaba esta
relación (la filosofía aparecía, a fin de cuentas, formando parte de la teoría tal como la
ciencia, y cortada por el mismo patrón, con mayúscula: Teoría)”20.
Esta inspiración teórica de Althusser encuentra su método en el estructuralismo, ya que
“(…) se trata de fundamentar el materialismo dialéctico como teoría general
desmontando el mecanismo de un ‘efecto de conocimiento’ particular, la ciencia del
Capital; al mismo tiempo el materialismo histórico hará valer sus derechos para ser la
ciencia de lo real suministrando las fórmulas de esas ‘formas de unidad
fundamentales de la existencia histórica’ que son las ‘formas de producción’”.21
Williams, por su parte, rechaza contemplar la “ideología” como “falsa conciencia” (en
oposición al conocimiento ‘verdadero’ o científico) y la define más bien, por un lado, como
las creencias formales y conscientes de una clase o de otro grupo social; uso común, para
Williams, del concepto, pero que permite relacionar la producción cultural con las clases
sociales (y/o otros grupos). Propone, en todo caso, una ampliación de esta definición de
ideología hacia la incorporación de los sentimientos, actitudes y presuposiciones que
usualmente marcan, de manera muy diferenciada, la cultura de una clase u otro grupo
particular; área importante para investigar la cultura cambiante y las prácticas sociales
reales culturalmente específicas. Señala, asimismo, la necesidad de una segunda extensión
conceptual hacia el área de la producción cultural manifiesta que, por la naturaleza de sus
formas, no es (o no principal y únicamente), la expresión de creencias formales y
conscientes (como la filosofía, la religión, la teoría económica o política o las leyes); sino “el
drama, la ficción, la poesía y la pintura”. Por otro lado, se niega a suponer que aquellos
sistemas de creencias (formalizados o diluidos) sean el verdadero origen de toda producción
cultural, lo cual, para el caso del arte sería gravemente reductivo22.
Para Williams, el sesgo del concepto de “ideología”, desde sus comienzos, fue la tendencia
a limitar los procesos de significado y evaluación a la condición de “ideas” o “teorías”
19
Este error tiene su origen, según el autor, en la “(…) formulación equívoca y engañosa de La ideología alemana donde
desempeña, bajo una sola denominación, dos papeles diferentes, el de una categoría filosófica por una parte (ilusión,
error), y el de un concepto científico por otra (formación de la superestructura): la noción de ideología. En: Althusser,
Louis. Elementos de autocrítica. Buenos Aires: Diez, 1975. pp. 28-‐29.
20
Ibíd. pp. 34-‐36.
21
Glucksmann, André. Althusser: un estructuralismo ventrílocuo. Barcelona: Anagrama. p. 38.
22
Cfr. Williams, Raymond. Sociología de la cultura. Trad. Graziella Baravalle. Barcelona: Paidós, 1994. p. 25.
9
formadas o separables. Los vínculos prácticos que existen entre las “ideas” y las “teorías” y
la “producción de la vida real” se encuentran todos dentro de este proceso de significación
social y material. Para él es evidente la necesidad de un término general para describir no
sólo los productos, sino los procesos de toda significación, incluyendo la de los valores. El
acento sobre la significación como proceso social fundamental.
Para Williams, decir que toda práctica cultural es ‘ideológica’ no quiere decir sino que toda
práctica es significante. Pero es muy diferente a describir toda producción cultural como
“ideología”, o como “dirigida por la ideología”, porque lo que entonces se está omitiendo,
como en los usos idealistas de “cultura”, es el conjunto de procesos productivos reales y
complejos a través de los cuales una “cultura” o una “ideología” son en sí mismas
producidas. Lo que el sociólogo o el historiador de la cultura estudian son las prácticas
sociales y las relaciones sociales que producen no sólo ‘una cultura’ o ‘una ideología’ sino,
más significativamente, aquellos estados y obras dinámicas y reales dentro de las cuales no
sólo existen continuidades y determinaciones persistentes, sino también tensiones,
irresoluciones, innovaciones y cambios reales.
Para Gramsci, la cuestión más importante que hay que resolver a propósito del concepto de
ciencia es si la ciencia puede dar, y de qué modo la “certeza” de la existencia objetiva de la
llamada realidad externa. Señala que puede sostenerse que es un error pedir a la ciencia
como tal la prueba de la objetividad de lo real, puesto que esa objetividad es una
concepción del mundo, una filosofía y no puede ser un dato científico:
“¿Qué puede dar la ciencia en ese sentido? La ciencia selecciona las sensaciones, los
elementos primordiales del conocimiento: considera ciertas sensaciones como
transitorias, como aparentes, como falaces, porque dependen de especiales
condiciones individuales, y otras como duraderas, permanentes, superiores a las
condiciones especiales individuales. (...) Pero ¿es “objetivamente” verdadero todo lo
que afirma la ciencia? ¿De modo definitivo? Si las verdades científicas fueran
definitivas, la ciencia dejaría de existir como tal, como investigación, como
experimento nuevo, y la actividad científica se reduciría a una divulgación de lo ya
descubierto. Lo cual, por suerte, no es verdad en la ciencia. Pero si tampoco las
verdades científicas son definitivas y perentorias, entonces la ciencia misma es una
categoría histórica, un movimiento en desarrollo continuo. Sólo que la ciencia no
postula forma alguna de “incognoscible” metafísico, sino que reduce lo no conocido
por el hombre a un “no-conocimiento” empírico que no excluye la cognoscibilidad,
sino que la condiciona simplemente al desarrollo de los instrumentos físicos y al
desarrollo de la inteligencia histórica de los diversos científicos. (...) Lo que interesa a
la ciencia no es tanto la objetividad de lo real cuanto el hombre que elabora sus
métodos de investigación, que rectifica continuamente sus instrumentos materiales
reforzadores de los órganos de los sentidos y sus instrumentos lógicos de
discriminación y averiguación, o sea, la cultura, o sea, la concepción del mundo, o
sea, la relación entre el hombre y la realidad por la mediación de la tecnología. (...) En
realidad, también la ciencia es una sobreestructura, una ideología. (...) la ciencia
misma no se presenta nunca como una nuda noción objetiva; aparece siempre
10
revestida por una ideología, y es concretamente ciencia la unión del hecho objetivo
con una hipótesis o un sistema de hipótesis que superan el mero hecho objetivo”23.
Althusser insiste, como hemos visto, en una distinción rigurosa entre “ciencia” e “ideología”.
Para él la ciencia o teoría es un tipo de trabajo específico con sus propios protocolos y
procedimientos, separado de la ideología. Afirma, así, que las teorías sociales se verifican
por métodos que son puramente internos a ellas. Las proposiciones teóricas serían
verdaderas o falsas al margen de quien las suscribe por unas razones históricas dadas, e
independientemente de las condiciones históricas que están en su origen.
23
Gramsci, Antonio. Op. cit. p.378.
11
Williams, continúa siendo el error básico. Es un error tomar los términos de análisis como
sustanciales. Una concepción del mundo o una ideología dominante existen y son vividas
específicamente dentro de formas singulares.
Las formas sociales son más reconocibles cuando son articuladas y explícitas. Sin embargo,
cuando todas han sido identificadas no constituyen un inventario pleno ni siquiera de la
conciencia social en su acepción más simple, ya que se convierten en conciencia social sólo
cuando son vividas activamente dentro de verdaderas relaciones. Esta conciencia práctica es
siempre algo más que una manipulación de formas y unidades fijas. Existe una tensión entre
la interpretación admitida y la experiencia práctica. La conciencia práctica es casi siempre
diferente de la conciencia oficial. Las relaciones que establece con lo que ya está articulado
son excepcionalmente complejas.
Se trata de una conciencia práctica de tipo presente, dentro de una continuidad viviente e
interrelacionada. En consecuencia, define estos elementos como una “estructura”: como un
grupo con relaciones internas específicas, entrelazadas y a la vez en tensión. Sin embargo,
también define una experiencia social que todavía se halla en proceso, que a menudo no es
reconocida verdaderamente como social, sino como privada, idiosincrásica e incluso
aislante, pero que en el análisis tiene sus características emergentes, conectoras y
dominantes y, ciertamente, sus jerarquías específicas.
La hipótesis presenta una especial relevancia con respecto al arte y la literatura. En el arte,
la presencia inequívoca de ciertos elementos que no están cubiertos por otros sistemas
formales, constituye la verdadera fuente de las categorías especializadas de “lo estético”,
“las artes” y la “literatura imaginativa”.
Lo que Williams intenta definir con esa expresión es, en parte, la estimulación de formas de
conciencia “emergente”, que disputan un lugar pero que no han alcanzado el carácter
formalizado de los sistemas de creencias a que se enfrentan: “siempre existe, aunque en
diversos grados, una conciencia práctica, en relaciones específicas, actitudes específicas,
percepciones específicas, de carácter incuestionablemente social y que el orden social
dominante específicamente olvida, excluye, reprime o simplemente deja de reconocer”24.
Rechaza, con y desde Voloshinov, aquellas concepciones más monolíticas de la ideología
que consideran la “conciencia práctica” sólo como instancia obediente de las ideas
dominantes. Existe una clara afinidad entre esta distinción y la postura de Gramsci, como
una discrepancia entre la conciencia oficial y la práctica –entre aquellas nociones que las
clases oprimidas obtienen de sus superiores, y aquellas que se desprenden de sus
“situaciones vitales”–. El concepto de habitus de Pierre Bourdieu es un equivalente a la
“ideología práctica”, y está centrado en la forma en que los imperativos dominantes se
convierten de hecho en formas de comportamiento social cotidiano. El concepto de habitus
le permite a Bourdieu designar la inculcación en los sujetos de un conjunto de disposiciones
duraderas que generan prácticas culturales. El habitus es, por tanto, el mecanismo de
retransmisión por el que las estructuras mentales y sociales se encarnan en la actividad
social diaria. Instancia subjetiva en la cual se reproduce lo social. Intento (fallido, dice Sarlo)
de superar la oposición entre interioridad y exterioridad, correlación entre subjetividad y
sociedad. Para Bourdieu, mediante esta confrontación de lo subjetivo y de lo objetivo nos
sentimos espontáneamente dispuestos a hacer lo que nos exigen nuestras condiciones
sociales, y ese poder se afianza. Sin embargo, en Bourdieu, el análisis social de los
24
Williams, Raymond. Marxismo y Literatura. Trad. Pablo Di Masso. Barcelona: Ediciones Península, 1980.
12
fenómenos está bastante determinado por una visión reproductivista de la sociedad. Su
trabajo señala cuán poco elegimos, dando muy poco lugar, en su teoría a las prácticas
transformadoras. No distingue entre las prácticas como ejecución o reinterpretación del
habitus, y la praxis, como transformación de las estructuras objetivas. No examina cómo el
habitus puede variar según el proyecto reproductor o transformador de distintas clases y
grupos sociales. Desde la teoría de Bourdieu resulta difícil incorporar la disrupción, la
ruptura. El habitus expresaría aquellas formas inconscientes de la ideología, conjunto de
disposiciones sociales, formas de acción y percepción. En gran medida, su teoría se ve
atrapada en el objetivismo.
Cambio cultural
La cultura de acuerdo a Gramsci debe sustituir el sentido común y las viejas concepciones
del mundo (ideología); así, todo movimiento cultural orientado hacia el cambio, tendrá que
responder a la satisfacción de las siguientes necesidades:
“1) no cansarse nunca de repetir los propios argumentos (variando literariamente su
forma); la repetición es el medio didáctico más eficaz para actuar sobre la mentalidad
popular; 2) trabajar constantemente para elevar intelectualmente estratos populares
cada vez más amplios, o sea, para dar personalidad al amorfo elemento de masa, lo
cual quiere decir trabajar para suscitar élites de intelectuales de un tipo nuevo, que
surjan directamente de la masa y se mantengan en contacto con ella para convertirse
en las “ballenas” de la faja. Esta segunda necesidad, si se satisface, es la que
realmente modifica el “panorama ideológico” de una época. Por otra parte, esas élites
no pueden constituirse ni desarrollarse sin que en su interior se verifique una
jerarquización de autoridad y de competencia intelectuales, la cual puede culminar en
un gran filósofo individual, si éste es capaz de revivir concretamente las exigencias de
la maciza comunidad ideológica, de comprender que ésta no puede tener la agilidad
de movimiento propia de un cerebro individual, y si, por tanto, consigue elaborar
formalmente la doctrina colectiva del modo más fiel y adecuado a las maneras de
pensar de un pensador colectivo”25.
25
Gramsci, Antonio. “Relaciones entre ciencia-‐religión-‐sentido común”, Antología. México D. F.: Siglo XXI, 1999. p.379.
13
(y artístico). Mientras necesitamos definir algunas relaciones relativamente estables de
dominación y subordinación, tenemos también que examinar muchas de esas relaciones en
sus formas más dinámicas. Como vía para analizar esas formas dinámicas, distingue entre
las residuales, las dominantes y las emergentes.
Pero se da también el caso de que en la producción cultural, tanto lo residual –la obra
realizada en sociedades y épocas anteriores y a menudo diferentes, pero todavía accesibles
y significativas– como lo emergente –la obra de diversos tipos nuevos– son con frecuencia
igualmente accesibles como prácticas.
Esta preocupación por definir nociones con las que se pueda pensar la emergencia de lo
nuevo, adquiere en Williams también una cualidad política: optimismo frente a la capacidad
en la historia intelectual y cultural, de modificar las tradiciones antes que en reproducirlas.
26
Barthes la describe así: “La Doxa (palabra que aparecerá a menudo aquí), es la Opinión pública, el Espíritu mayoritario,
el Consenso pequeño-‐burgués, la Voz de lo Natural, la Violencia del Prejuicio. Se puede calificar de doxología (palabra que
está en Leibniz) toda forma de hablar que se adapta a la apariencia, a la opinión o a la práctica”. En Roland Barthes por
Roland Barthes. Caracas: Monte Ávila Editores, 1978.
14
En este punto, se diferencia claramente de muchos trabajos de Bourdieu, más preocupados
por una sociología de la reproducción e imposición cultural.
Lugar de la historia
Consciente/inconsciente
En Althusser la ideología aparece como la expresión a través de la que los seres humanos
viven sus relaciones con las condiciones reales de la existencia: un conjunto de ideas y de
creencias, por un lado, y de actividades materiales y vivas, por el otro.
“La ideología se refiere, pues, a la relación vivida entre los hombres y su mundo. Esta
relación que no se revela como algo ‘consciente’ sino a condición de ser inconsciente
(...) es una relación de relaciones, una relación de segundo grado. En efecto, los
hombres no expresan mediante la ideología sus relaciones con sus condiciones de
27
Williams, Raymond. El campo y la ciudad. Trad. Alcira Bixio. Buenos Aires: Paidós, 2001. p.357.
28
Gramsci, Antonio. Op.cit. p. 17.
29
Ibíd. p. 280.
15
existencia, sino el modo en el que viven sus relaciones con sus condiciones de
existencia, lo que implica a la vez una relación real y una relación ‘vivida’,
‘imaginaria’. La ideología es, pues, la expresión de la relación entre los hombres y su
mundo, es decir, la unidad (sobredeterminada) de su relación real y de su relación
imaginaria con sus condiciones reales de existencia (...) es justamente en esta
sobredeterminación de lo real a través de lo imaginario o de lo imaginario a través de
lo real donde la ideología es activa, en sus fundamentos, y refuerza o modifica la
relación que los hombres tienen con sus condiciones de existencia dentro de esta
misma relación imaginaria”30.
Desde el momento en que se presenta como un sistema cerrado, la ideología sólo suscita
problemas a los que puede responder: dentro de sus fronteras, a las preguntas que pongan
en discusión sus mismas fronteras no tienen ciudadanía. Esta constatación es la que lleva a
Althusser a elaborar el concepto de problemática que
“dentro de un determinado pensamiento, pone en relieve el sistema objetivo interno de
referencia de los mismos temas: el sistema de preguntas que determina las respuestas
dadas por dicha ideología. Así pues, antes que nada lo que hay que plantearle a una
ideología es la pregunta de sus preguntas, para entender en este nivel interno el
significado de las respuestas. Pero esta problemática ya es en sí misma una respuesta,
no tanto a sus preguntas –sus problemas internos– cuanto a los problemas objetivos
que se le plantean a la ideología de su tiempo. Sólo contrastando los problemas
planteados al ideólogo (su problemática) con los problemas reales que su tiempo le
plantea al ideólogo, es posible subrayar el elemento propiamente ideológico de la
ideología, es decir, lo que caracteriza a la ideología en cuanto tal, su propia
deformación. La esencia de la problemática no hay que buscarla, pues, en su mismo
seno, sino en su relación con los problemas reales: no se puede poner en evidencia la
problemática de una ideología sin referirla ni someterla a los problemas reales que
plantea una falsa respuesta a través de su enunciación deformada”31.
El objetivo de la actividad crítica consiste en deconstruir la problemática a través de una
lectura sintomática.
30
Althusser, Louis. Lenin y la Filosofía. México D. F.: Era, 1970. p. 209.
31
Ibíd. pp. 50-‐51.
16