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El inicio de 2018 en Bolivia es intenso. Para varios es el presagio de un año de altas pulsaciones.

Las visiones agoreras aseguran que es el comienzo de una hecatombe y, por lo tanto, el
nacimiento de un nuevo momento político. Aunque, estas visiones –en algunos casos intensos
deseos–, no se percatan que Bolivia históricamente es un país signado por la conflictividad social.

Una de las cuestiones que ya se puso sobre el tapete es la tensión entre la legalidad y la política. La
derecha opositora y sus analistas urden, una vez más, un discurso “legalista” que en el fondo
esconde su solapada postura –la restauración conservadora– bajo lo articulación de la dicotomía:
democracia/autoritarismo; de allí su obsesión en torno al discurso de la Ley, asociándola a la
democracia, por supuesto, bajo una noción que soslaya su sentido múltiple.

En este contexto, la derecha opositora asumió el camino de sumarse a tensionar el ambiente


político, en una lógica de incrementar la conflictividad. De ese modo, una demanda meramente
corporativo, como la de los médicos, se ha convertido en su principal arma conspirativa contra el
gobierno, sumándose a azuzar a los actores en conflicto e instalar un clima de terror entre la
población, echando mano al nuevo Código Penal.

Este intento alude maliciosamente, de alguna manera, a la polarización instalada en el ocaso de la


década pasada –antes de aprobarse la nueva Carta Magna que constitucionalizó el Estado
Plurinacional–, que puso en vilo a Bolivia, con base en la generación de confusión y exacerbación
de prejuicios nefastos, aún presentes entre la población boliviana en tanto huella colonial
profunda.

No obstante, las condiciones y clivajes de la actual coyuntura no son las mismas respecto a
aquella coyuntura pasada; por lo tanto, la derecha opositora se equivoca si piensa que los
acontecimientos políticos de reciente data –el porcentaje voto nulo obtenido en las elecciones
judiciales, el malestar por el fallo del Tribunal Constitucional de Bolivia, que habilitó a los actuales
mandatarios a una nueva postulación presidencial, y el conflicto médico en torno al Código
Penal— son suficientes para producir una polarizar del país en su favor y en la que puedan
explicitar frontalmente su horizonte despótico.

Lo que hoy tiene la derecha opositora, ciertamente, es un momento táctico a considerar, la cual
convoca a una nueva polarización ciudad – campo que, por ejemplo, en Cochabamba invoca
incluso a la repetición del fatídico 11 de enero de 2007, a través de ciertas voces entre los
movilizados opositores, no sin antes lavarse las manos ante las posibles consecuencias. Con todo,
no les alcanza para ser acuñar un momento estratégico; los músculos y la inteligencia solo le dan
para jugar a la insidia política, sin alcanzar a confeccionar un verdadero momento constitutivo
para sí.

Hasta el día de hoy, este es uno de los límites del accionar de la derecha opositora, ante la ventana
de oportunidades que le abren distintas coyunturas y frente a los cuales solo alcanza a
protagonizar momentos caricaturescos, sin lograr remontar una imaginación política para ofrecer
un discurso que exprese una idea de país diferente al proyecto estatal vigente.

(*) Sociólogo.

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