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NOTAS SOBRE EL MITO EN EL A.T.

INTRODUCCIÓN AL ANTIGUO TESTAMENTO. PROF. NELSON


LAVADO – MARZO, 2004

Bogotá, martes 28 de octubre de 2003

Estimado (a) lector (a) :

Hace poco más de seis meses, el domingo 20 de abril, dejé de escribir en el diario
El Tiempo la columna “Un Alto en el Camino”. Pocos días después, en entrevista
televisada, con la hábil periodista D´Arcy Quinn, del programa nocturno “Lechuza”,
dije que me tomaría unos meses de descanso, para escribir un libro como
confesión agradecida de mi fe católica -que ya logré terminar-; y un segundo tomo
sobre “Jesucristo”, según algunos teólogos católicos del siglo XX. También se
encuentra listo. Falta aún obtener el permiso de publicación, de parte de algunos
editores. Saldrá, Dios mediante, el año entrante.

Añadí, en dicha entrevista, que me comunicaría “vía Internet” con quienes me


enviaran su correo electrónico para hacerles llegar algunos de mis escritos. Tengo
a la vista los correos de los que respondieron, a quienes hago llegar hoy este
primer artículo, después del cual, es posible que sigan algunos otros, no
ciertamente cada ocho días ni necesariamente en domingo. Tampoco les hago
muchas promesas a mis lectores (as) de contestar toda la correspondencia que me
llegue, que suele ser abundante, pero el tiempo escaso. Espero su comprensión.

Vuelvo a escribir. No falta el comentario: ”Genio y figura hasta la sepultura”. No me


duele, máxime cuando se trata de Jesucristo a quien llevo en mis entrañas. Entre
tanto, reciba mi sincero y caluroso saludo con el deseo de que en esta segunda,
aunque breve, etapa nos vaya bien, con la bendición del Señor, que nunca nos
faltará.

Cordialmente. Alfonso Llano Escobar, S.J.

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UN ALTO VIRTUAL

ARRIÉSGUESE A “DESMITIFICAR “

Alfonso Llano Escobar, S.J.


Todos (as) creamos nuestros mitos. Se suele entender por mito, en sentido
popular, a la persona, presente o histórica, que solemos “endiosar”, vale decir,
convertir en dios, así, en minúscula; un dios no real sino producto de nuestra
imaginación individual o colectiva. Todos alimentamos nuestras ilusiones y nuestra
necesidad de Dios, con mitos individuales o colectivos.
Tales mitos desempeñan un papel muy importante en nuestra vida: sacarnos de la
rutina diaria y de la dorada medianía -la famosa “áurea mediocritas” del poeta
latino– para hacernos aspirar a lo alto, tender a convivir con los grandes de la tierra
o del cielo. Así como las Naciones crean sus mitos políticos -en nuestro caso,
Bolívar, Santander, Nariño-, para despertar y mantener nuestro respeto y amor a la
Patria, de modo parecido los creyentes formamos mitos religiosos, por citar dos La
Virgen María y el Sumo Pontífice, hoy día, Juan Pablo II.
Estos mitos, tanto los nacionales como los religiosos, satisfacen nuestra necesidad
de seres superiores reales, pero que luego son deformados y convertidos en
mitos por nuestra imaginación religiosa, que no conoce límites. Observe que no
estoy diciendo que Bolívar, Santander y Nariño, a su vez, que la Virgen María y
Juan Pablo II sean irreales, sino que, siendo reales e históricos, vienen
presentados con un ropaje, a manera de constructo colectivo, que los desfigura, y
nos impide reconocer en ellos, por encontrarse mitificados, a los personajes
auténticos e históricos. Más aún: tales personajes míticos y ciertos devotos (as)
seguidores suyos, suelen crear repulsión o rechazo en personas serias y críticas,
buscadoras de la verdad y deseosas de volver a creer.
Los mitos, como ciertas fachadas actuales de templos antiguos, se ven
desfiguradas con capas de pintura y estuco, que ocultan la belleza y calidad de la
fachada original. Observa genialmente el discutido Hans Küng: “No sólo el polvo,
también el exceso de oro suele encubrir la pintura o el mosaico original”, lo cual
vale, de manera especial, de los mitos religiosos. La restauración es conocida
como uno de los logros mayores por parte de artistas singularmente dotados con
este don especial: la habilidad para rescatar la calidad y belleza de la obra original.
Tomo la restauración como comparación para ayudarle a entender lo que entiendo
aquí por desmitificación. La intención no puede ser más sana y aceptable por todo
lector (a) sensato (a): rescatar personajes reales, históricos, quitándoles el polvo, o
el mismo oro, que los tapa.

Volvamos al punto de partida: todos (as) creamos y alimentamos nuestros mitos,


necesarios para sobrevivir, para sobreaguar sobre la mediocridad. Pero conviene
alimentarnos con buena calidad de alimentos, con platos reales, no con pseudo-
alimentos publicitados, ni con meras cartas de menú, so pena de masticar aire y
beber sueños. No raras veces, cuando se trata de mitos, en el sentido que le estoy
dando aquí a tal palabra, en vez de alimentarnos, nos chupan la sangre, como los
vampiros.
Le pongo dos ejemplos tomados de nuestra cultura popular católica: la Santísima
Virgen María y su santidad el papa, Juan Pablo II. No se asuste. No estoy diciendo
que son irreales sino que, tal como aparecen hoy día en la piedad popular, se
encuentran algo o muy desfigurados, cubiertos con capas de estuco, y aun de
oropel piadoso, añadidos por los devotos a través de veinte siglos de piedad. Tales
devotos (as) les han añadido a María lunas y estrellas, letanías y coronas, mantos
y cadenas, oros y boatos, que sacaron a la María real de su histórica sencillez para
elevarla y colocarla en un nicho inaccesible, hasta convertirla en una mujer
inimitable. La tendencia actual de la Iglesia oficial, de teólogos y laicos sensatos es
recuperar a la María original, con su típica sencillez de campesina nazaretana, sin
negarle, por supuesto, por parte de los creyentes, sus grandezas profundas e
invisibles, misterios de fe.
Algo parecido, pero en menor escala, sucedió con la figura histórica de Pedro, el
primer “papa”, pescador en el lago de Tiberíades, hombre impetuoso -primario, que
diríamos hoy día, tanto en su hablar como en su obrar-, uno de los Doce apóstoles,
uno, vale decir, uno del grupo, así Jesús lo haya destacado para servir y coordinar
las labores de los otros y de la comunidad eclesial; convertido hoy en amo y señor
de cardenales, obispos y acólitos, señor de mil millones de católicos, “monarca
absoluto”, de la última monarquía absoluta de la historia, según un biógrafo
católico, admirador crítico de Juan Pablo II. Aquí se cumple aquel dicho popular
que dice “ ni tanto que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre”.
No olvide: desmitificar no es negar a los personajes reales, atacarlos, criticarlos.
No. Desmitificar es recuperar el original, valioso, bello y auténtico, para que sea
aceptado por todos (as) al menos por aquellos católicos críticos, que quieren volver
a practicar su fe en Dios y su amor a Jesucristo, pero sin fundamentalismos ni
fanatismos.

NOTAS SOBRE EL MITO EN EL A.T.


INTRODUCCIÓN AL ANTIGUO TESTAMENTO. PROF. NELSON
LAVADO – MARZO, 2004

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