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Comunidad por Dario Sztajnszrajber

Un fantasma nos recorre desde siempre: el fantasma de la comunidad. ¿Qué es lo que


nos une? ¿Quiénes somos los ya unidos en ese “nos” que busca saber qué tiene en
común? ¿Qué es tener algo en común? ¿Ese algo es una cosa, una proveniencia, un
destino, una ilusión, un mito, un relato? ¿Y ese alguien que tiene en común es un
individuo, una persona, una función, un rol, un sujeto, un colectivo, un ser humano?
Un fantasma es una zona de indefinición, de ambigüedad, de tránsito. Un fantasma es
una provocación al terror, a la desapropiación, a la pérdida. Un fantasma, al mismo
tiempo, es el temor a dejar de ser lo que se creía que se era y la convicción de que
todo puede ser de otra manera, pero de otra radicalmente diferente manera. Un
fantasma es una diferencia.
Solemos asociar el término comunidad a la idea de algo en común, y sin embargo la
definición no deja de resultarnos incompleta. O tal vez la pregunta sea otra: ¿eso en
común es previo o posterior? ¿Provenimos con algo en común o adscribimos a algo
en común? Si fuera algo posterior, deberíamos admitir la existencia previa de una
unidad cerrada llamada el individuo, o sea, aquello que no se puede dividir y que en
sus capacidades se encuentra el hecho de ser sujeto de una serie de propiedades que
puede poseer. Muchos individuos encuentran ciertas propiedades que los ponen en
común con otros: una nacionalidad, una creencia, una tradición. O como dice Roberto
Espósito, “tienen en común lo que les es propio, son propietarios de lo que les es
común”, generando sin embargo de este modo una clara paradoja, ya que suponemos
que “lo propio” y “lo común”, como mínimo, se oponen. Si es propio no es común, y
si es común no es propio. Esta perspectiva sobre la comunidad la disuelve en ser
entonces una mera articulación entre individuos que ponen lo propio en una serie de
intercambios. Lo común es siempre secundario porque lo prioritario es aquello que
subyace a toda propiedad: el yo. El individualismo es también una metafísica.
Por otro lado, si lo común fuera algo previo, ¿sería algo? ¿O más bien sería el todo?
La clásica distinción entre sociedad y comunidad se presenta aquí postulando la
creación del individuo como un hecho histórico: somos una comunidad que antecede
incluso a nuestra propia individualidad. O más a fondo; nuestra individualidad
incluso se va constituyendo desde un todo que nos conforma de este modo, casi como
sostenía Platón cuando afirmaba la homología entre las partes de la polis y las partes
del alma. Hacen falta fantasmas imponentes: la patria, la religión, la etnia.
Metafísicas en pugna que no dejan de presentarse en realidad como aquello de lo que
se supone que se diferencian: ¿o no se trata en definitiva en cada caso de una
individualidad extendida? ¿O no se comportan los grandes colectivismos como un yo
ampliado que encerrados sobre sí mismos se priorizan a sí mismos por sobre todas
las cosas?
Al final de cuentas, unos se priorizan a sí mismos y otros se priorizan a sí mismos,
pero siempre queda alguien soslayado: ¿quiénes son nuestros fantasmas? Espósito
emprende una reformulación etimológica del concepto de comunidad buscando su
derivación en la conjunción de la preposición “cum” y el término “munus”.
Compartir el “munus”, concepto latino que remite al mismo tiempo a la idea de
deber, de obligación, pero también de don: “es el don que se da porque se debe dar y
no se puede no dar (…) Es la obligación que se ha contraído con el otro”. Tal vez la
comunidad tenga menos que ver con lo común y más con la diferencia. Si la
comunidad es siempre con los otros, ¿no se vuelve lo común una forma de
desotramiento? ¿No se podría repensar la idea de un vínculo que potencie más lo que
nos diferencia a lo que nos une, entendiendo que siempre que hay unidad, hay una
pérdida de la singularidad en pos de un elemento aglutinante? ¿Y que esa diferencia
supone una carencia y por ello una necesidad? El otro es otro porque carece. Si no
careciera, no sería el otro: sería alguien o sería parte.
El gran problema de toda comunidad siempre es de fundamento ya que la metafísica
de turno imprime las reglas: el resto es un pacto de olvido con el origen. Ninguna
comunidad histórica en este sentido aspira a lo comunitario, ya que más que abrirse a
la diferencia, solo busca encerrarse. Y tal vez el dato más significativo sea que la
primera comunidad biológica en la concepción de la vida supone una diferencia
radical: cuánto más extraños sean entre sí la madre y el padre, más posibilidades tiene
el hijo de ser.

Pero así como hay quien comparte el “munus”, hay quien se cree exento: el “in-
mune”. Aquel que busca resguardar lo propio o lo común frente a lo que lo excede: lo
impropio. Aquel que entiende no solo que no tiene la obligación de abrirse al otro,
sino que al construir toda otredad como contaminación y contagio, solo piensa en
erigir las murallas que lo exime de la carga para con los otros. De ese otro con el que
convive en su propia comunidad. De esos fantasmas…

Texto publicado en Tiempo Argentino en 2015


Publicado por
Dario Sztajnszrajber

IDENTIDAD

Poco antes, recibió a EL ARGENTINO para dialogar sobre este


tema, pero también la reflexión sobre “la identidad como una
relación con uno mismo, mientras que la igualdad es una relación
con el otro”. En ese marco, coincidirá con Friedrich Nietzsche que
el lenguaje es un campo de batalla y por eso “se está todo el
tiempo en una disputa por el sentido de las palabras”. Pondrá luz
en la agitación que desde algunos sectores se esfuerzan por
amplificar para que se internalice el concepto de que la política
está asociada con lo malo y lo corrupto. Sin eludir el análisis de la
crisis política en el país, sostendrá que la anti política no es otra
cosa que “retirar a la política del escenario de las decisiones para
que actúe sin límites la economía de mercado”. Y dirá algo más al
final del diálogo para inaugurar nuevos pensamientos: “La
igualdad supone la diferencia”. -Nos cuesta mucho pensar al otro
como un par. Incluso puede ocurrir que cuando se piensa en el otro
se visualiza a alguien tan distinto, que a veces hasta se lo puede
considerar como un enemigo o alguien que infunde temor. -Hoy es
un tema capital de la filosofía la cuestión de la otredad. Esto debe
ser ligado a lo que en filosofía se conoce como ética de la
hospitalidad. Es toda una manera de pensar al otro que entra en
tensión con quien ha sido el paradigma de la otredad durante
muchos siglos y que es la tolerancia. Hoy la filosofía está
deconstruyendo la tolerancia, mostrando que detrás de la supuesta
apertura del tolerante, en realidad se sigue ejerciendo un poder y
una jerarquía. Por eso la idea de par es interesante para comenzar
a dialogar sobre este tema, porque es una idea cuestionable. El
otro en realidad nunca encaja; porque si encaja entonces termina
siendo lo que uno pretende o necesita que sea para mí propia
expansión y mi propia tranquilidad. -En educación –pero en otros
ámbitos ocurre lo mismo- se observa mucho el concepto de la
integración, pero exigiendo que el otro a integrar deje de ser como
es para pasar a ser como los demás. -Así es y eso da lugar, casi
elásticamente, a permitirle a esa persona que exista y entonces me
creo abierto porque concedo. Pero esa concesión nunca va más
allá del límite de quién es uno. En realidad, se teme al otro, que en
su radicalidad y en su diferencia puede sacarme de mí mismo. El
otro causa temor porque logra revertirme contra mis propias
limitaciones. Ese temor que genera la diferencia del otro hace que
levante muros para que ese otro no ingrese y así no me
desestructure. -Ese podría ser un muro que excluye. ¿Hay otras
clases de muros? -Por supuesto. Están aquellos que hacen del otro
aceptable en la medida que deje de ser lo que es, en que pierda su
particularidad. -¿El otro puede ser alguien que uno no se animó a
ser? -Me encanta que sea así pensado. Lo pienso desde otra
perspectiva, pero apunta a lo mismo. -El otro nos completa…
-Justamente, eso no. Porque si me completa lo termino usando (al
otro) para un proyecto mío. Entiendo que la libertad no pasa por
ser uno mismo, sino por dejar de ser uno mismo. Uno es esclavo
de uno mismo. Porque ese ser “uno mismo” está vinculado con los
propios dogmas. -Se nos enseña que la libertad termina en donde
comienza la de los demás. Pero habría que pensar que nuestra
libertad en donde comienza la del otro no termina, sino que se
hace más grande. Porque de nada sirve mi libertad sin la libertad
del otro… -Incluso agregaría que la libertad del otro es más
importante que la mía. Pero nosotros vivimos en una cultura muy
basada en el ego, que nos imposibilita pensar la otredad, salvo si
lo hacemos como un medio utilitario para nuestro propio
desarrollo. -Muchas veces se dice que los medios de comunicación
son independientes. Es un error, porque al vivir en sociedad se
tiene dependencias. Distinto es pensar a los medios de
comunicación como libres. -La categoría de libres es mucho más
amplia y genuina que la de independiente. El concepto de
independencia ha sido abusado. Se ha hecho de la independencia
casi siempre una proclamación de una situación de normalidad,
pero esconde nuestros propios intereses. Además se es
independiente en relación a algo. Y ese algo no es necesariamente
quien te esclaviza. Muchas veces leemos y escuchamos hablar de
la independencia pero para hablar de su propio interés o su propia
individualidad, por encima de los demás. -La identidad es un
concepto de oposición por excelencia. Si soy Nahuel no soy Darío.
Pero también la identidad es un concepto de acumulación.
Entonces se puede pensar que vivo en Gualeguaychú, en Entre
Ríos, en las tierras de Artigas, en América Latina, y en un punto
soy igual a Darío. Es decir, la identidad no es solamente la
oposición para reconocerme, sino también la acumulación de la
diversidad para saber quién soy. Y a la vez no es lo mismo
identidad que igualdad. -Es cierto. No es lo mismo identidad que
igualdad. La identidad supone una relación con uno mismo,
mientras que la igualdad es una relación con un otro. El modelo de
la identidad occidental, ha sido aquel que en nombre de su propia
autoafirmación, ha avasallado al otro. Soy más en la medida que el
otro sea menos o directamente no sea. -¿Puede dar un ejemplo más
concreto en el aquí y ahora? -A un argentino no le es difícil
reconocer la identidad de un brasileño o un boliviano, pero le
cuesta mucho reconocer la identidad o las otredades de la propia
Argentina. Así, los “cabecitas negras”, porque para esa persona el
“cabecita” no tiene identidad y mucho menos puede ser el dueño
de este país. Para esa persona el “cabecita” es el hijo de la mixtura
y en ese pensamiento la mixtura es la impureza, lo que está
“contaminado”. Al “cabecita” todo le debe llegar a medias. La
figura de la falencia es muy propia de occidente. En occidente el
dominante posee falo, la mujer no lo tiene y por eso es dominada.
Es blanco, posee inteligencia, posee racionalidad… posee, es amo,
es dueño, es señor, es propietario. Y aquí aparece otra cuestión: los
purismos. Frente al purismo europeo occidental, no está bueno
salir en defensa de un purismo esencialista indoamericano. Es un
chauvinismo que aparte esconde lo mismo que se cuestiona: que
existe una esencia. Lo que puede generar la cultura de la
diferencia indolatinoamericana es la oposición al pensamiento
binario, del pensamiento purista. Todo es mixto. -Pero frente al
purismo del dominador es natural salir a responder con un purismo
propio. -Sí, pero debe ser una situación de tránsito. Recuerdo que
Hannah Arendt, pensadora judía, toda su vida intentó demostrar
que su particularidad judía debía ceder frente a los valores
universales. Y decía, abogo por el universalismo, pero cuando me
atacan por ser judía, me defiendo como judía. Pero son momentos,
es una situación particular y transitoria. -Usted tiene 46 años.
Generalmente ha vivido que la cultura ha ido por delante de las
leyes. Sin embargo, este es un período donde se han aprobado
leyes que están por delante de la cultura. Es el caso, a manera de
ejemplo, del matrimonio igualitario. -Coincido con esa
observación. Y le agregaría ley de género, ley de medios, ley de
muerte digna, ley de fertilidad asistida. Pero hay algo más en lo
que observa: alguien podría decir que existe una mayoría que no
se sentiría representada por esas leyes, al menos de manera lineal,
a pesar de que son leyes aprobadas por un gran consenso en el
parlamento argentino. Lo que voy a decir no tiene ningún
basamento científico: creo que desde que se aprobó el matrimonio
igualitario, muchas personas cambiaron su forma de pensar. Creo,
en ese sentido, una eficiencia de la política al menos en esas
leyes. -La palabra también nos conforma como personas. Qué nos
pasó como sociedad cuando alguien como Aldo Rico monopolizó
en su momento la palabra “dignidad” a través de su movimiento o
Álvaro Alsogaray que era presentado como liberal cuando era
conservador. -El lenguaje es un campo de batalla y las palabras no
tienen un significado lineal sino que se van resignificando en una
batalla de sentido. Friedrich Nietzsche definía a la verdad como un
ejército de metáforas en un permanente combate. Sólo él podía
usar la palabra ejército y metáfora en una misma oración y que
encima quedara bien. En el fondo estamos todo el tiempo en una
disputa por el sentido de las palabras. Recuerdo cuando Milton
Friedman, padre del liberalismo, salió a defender el consumo de
drogas. Y entonces el establishment le cuestionó esa postura y él
respondió: soy liberal para todos los temas. -Se observa desde
hace mucho tiempo que un ciudadano promedio expresa que la
política es una porquería, lo asocia con lo malo, lo corrupto. Pero
no hay una valoración en el sentido de lo que una persona es y
hace es político. -Volvemos al tema del lenguaje. Del mismo modo
que se referenciaba la palabra “dignidad” y “libertad” hagamos
ahora con el término “política”. Agitar el concepto de enemistarse
con la política es un artilugio para evitar que la ciudadanía se
comprometa, participe y asuma mayores controles. Y junto con
esto, hay que reconocer que también existe una crisis de la
política. Los sectores “anti políticos” han sabido leer muy bien esa
crisis y proponen a la anti política como alternativa. ¿Qué es la
anti política? Es retirar a la política del escenario de las decisiones
para que actúe sin límites la economía de mercado. Ahora, los que
creemos en la política, lo peor que podemos hacer es salvar a la
política tradicional, sino ver de qué manera podemos repensar lo
político que no es lo mismo que la política. -Entonces la diferencia
es para la igualad. -Por supuesto. La igualdad supone la
diferencia. Por Nahuel Maciel

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