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EN EL MUNDO MODERNO,
1700-2000
Traducción de Silvina Mari
taurus historia
T
© Niall Ferguson, 2001
© De esta edición: Grupo Santillana de Ediciones, S. A., 2001
Torrelaguna, 60. 28043 Madrid
Teléfono 91 744 90 60
Telefax 91 744 92 24
www.taums.santiUana.es
ISBN: 84-306-0440-5
Dep. Legal: M-34.339-2001
Printed in Spain - Impreso en España
(Traducción de Carlos
Rodríguez Braun)
E s t e libro no habría existido sin la generosidad de los patronos
del Fondo Houblon-Norman del Banco de Inglaterra, cuyo apoyo
financiero permitió que me dedicara de modo exclusivo a la inves
tigación en el Banco durante un año.
Como historiador que se aventura en el terreno de los econo
mistas, agradezco especialmente a Mervyn King, Charles Goodhart
y John Vickers su aliento y consejo durante mi estancia en la calle
Threadneedle. También querría dar las gracias a Bill Alien, Spen-
cer Dale, Stephen Millard, Katherine Neiss, Nick Oulton, Andrew
Scott, Paul Tucker y Tony Yates. En el Centro de Información re
cibí gran ayuda de Howard Picton y Kath Begley; y en el Archivo,
Henry Gillett y Sarah Millard estuvieron siempre dispuestos a res
ponder a mis preguntas pese a la oscuridad de algunas de ellas.
Ultimo en orden pero no en importancia, es el apoyo secretarial de
primera línea que recibí de Hilary Clark, Sandra Dufuss, Chris Jew-
son y Margot Wilson.
La consecuencia del año que pase en el Banco fue mi ausencia
del Jesús College de Oxford. Le debo un agradecimiento especial
al Dr. Jan Palmowski por haberse hecho cargo de mis responsabi
lidades docentes y de otras de un m odo tan competente; doy las
gracias también a mi colega la Dra. Felieíty Heal, cuya vida no fue
nada fácil debido a mi ausencia. Desearía también agradecer al
Director y a los Fellows del Jesús College haberme otorgado este
permiso especial, sin olvidar a Peter Clarke y a Peter Mirfield, quie
nes se ocuparon meticulosamente de los arreglos financieros. La
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mayor parte del libro la escribí después de mi regreso alJesús Colle-
ge y quiero expresar mi gratitud a todo el equipo que me facili
tó la tarea de diferentes modos, y especialmente a Vivien Bowyer
y a Robert Haynes.
Algunas secciones del libro se originaron en trabajos colectivos.
Tengo una deuda especial con Glen O ’Hara, quien me brindó una
asistencia esencial en el capítulo VIII. Mi compañero de despacho
en el Banco, Lawrence Kotlikoff, me inició en la contabilidad gene
racional e intentó mejorar mis conocimientos de economía; su
influencia es fundamental en los capítulos VII y XI. Quiero dar las
gracias a Brigitte Granville y a Richard Batlev, con quienes escribí ar
tículos académicos sobre temas afines mientras trabajaba en el li
bro, y cuya influencia también es notable. Daniel Fattal fue infatiga
ble reuniendo datos estadísticos y citas de The Economist, mientras
Thomas Fleuriot logró identificar oscuras referencias con el mismo
empeño.
Debo un agradecimiento muy especial a Mike Bordo, Forrest
Capie, Charles Goodharty Harold James, quienes generosamente
se tomaron el tiempo de leer el borrador completo del manuscrito,
y me salvaron de numerosos errores. Benjamín Friedman y Barry
Weingast leyeron también secciones del manuscrito y me ofrecie
ron críticas esclarecedoras.
Mi primera incursión en la historia del mercado de bonos se hizo
pública en la conferencia inaugural del International Center for
Finance del School o f Management de Yale; estoy en deuda con
William Goetzmann y Geert Rouwenhorst por haberme invitado a
participar, y con aquellos que me ofrecieron sus comentarios y su
gerencias. Presenté una parte del capítulo XI en N. M. Rothschild
& Sons durante la Conferencia FT Gold de junio de 1999; doy las
gracias a Sir Evelyn de Rothschild y a Sir Derek Taylor por haberme
invitado a hablar. Fareed Zakaria me animó a poner la UME en una
perspectiva histórica para Foreign Affairs; él verá cómo se desarrolló
ese argumento en las últimas secciones del capítulo XI. Parte del
capítulo XII se originó en un trabajo escrito presentado en la confe
rencia sobre ciencias sociales y el futuro, celebrada en Oxford en ju
lio de 1999; desearía agradecerles a Richard Cooper, a Graham Ing-
ham y a Richard Layard haberme invitado a participar, y a todos los
10
presentes por sus comentarios, particularmente, a Lord Lipsey. El
borrador del capítulo XIII lo presenté en un seminario del Depar
tamento de Historia de Stanford; agradezco a Norman Naimark y
a sus colegas su hospitalidad.
Desearía también agradecer su información y diversos comenta
rios a Lord Baker, Sir Samuel Brittan, Phil Cottrell, Eugene Dattel,
Lance Davis, Luca Einaudi, Walter Eltis, Campbell y Molly Fergu-
son, Marc Flandreau, John Flemming, Christian Gleditsch, Micha-
el Hughes, Paul Kennedy, Jan Tore Klovland, David Landes, Ronald
McKinnon, Ranald Michie, Paul Mills, Larry Neal, Patrick O ’Brien,
Avner Offer, Richard Roberts, Hugh Rockoff, Emma Rothschild,
Lord Saatchi, Norman Stone, Martin Thomas, François Velde,Joa-
chim Voth, Digby Waller, Michael Ward, Eugene White, David Wo-
mersley, Geoffrey W oodyJ. F. Wright.
Tengo una deuda especial con mis editores, Simon Winder y
Don Fehr, quienes se dedicaron dura y prolongadamente a me
jorar el manuscrito original. Debo también mi agradecimiento a
mi agente, Clare Alexander, y a mi correctora de manuscritos, Eli-
zabeth Stratford.
La mayoría de las referencias provienen de artículos publica
dos y de libros, en lugar de documentos originales, aunque hay
unas pocas excepciones. La carta de Leopoldo I a la Reina Victo
ria del 19 de septiembre de 1840 se ha citado con el gracioso per
miso de Su Majestad la Reina. También desearía agradecer a Sir
Evelyn Rothschild haberme permitido citar los documentos del
Archivo Rothschild.
Finalmente, a Susan, a Félix, a Freya y a Lachlan sólo puedo pe
dirles disculpas por los pecados de omisión y los cometidos por el
autor durante la realización de este libro.
VIEJO Y NUEVO DETERMINISMO ECONÓMICO
13
moderna. Para Karl Marx y Friedrich Engels, lo más detestable de
su propia clase era la ética burguesa del “crudo interés propio” y del
“cruel pago en efectivo” i. La afirmación de Marx de que las con
tradicciones internas del capitalismo precipitarían su propia caída
se asumía como verdad “científica” y “objetiva”. La inexorable emer
gencia del capitalismo y de la burguesía habían derrocado el orden
aristocrático feudal; a su vez y de m odo inevitable, la formación
en las fábricas de un empobrecido e inmenso proletariado destrui
ría el capitalismo y a la burguesía. Marx despreciaba la fe de sus an
cestros y fue indiferente al luteranismo adoptado por su padre. Sin
embargo, el marxismo no habría ganado tantos seguidores de no
haber ofrecido un futuro Día del Juicio final bajo la forma secular
de una prometida revolución en la que los ricos, una vez más, ten
drían su merecido. Como observara Isaiah Berlin, los párrafos más
tronantes de El capital son producto de un hombre que “a la manera
de un profeta hebreo... habla en nombre de los elegidos, se pro
nuncia sobre el peso del capitalismo, sobre la condena de su sistema
maldito y sobre el castigo que les espera a aquellos que son ciegos al
curso y finalidad de la historia y que, por ende, se autodestruyen y
se ven condenados a la desaparición” 2. La deuda de Marx con He-
gel, Ricardo y los radicales franceses es bien conocida. Pero interesa
recordar que el Manifiesto comunista también está en deuda con una
crítica más abiertamente religiosa y conservadora al capitalismo.
De hecho fue Thomas Carlyle el que acuñó la expresión the cash ne-
xus (el nexo del dinero) en su Cartismo (1840)3 si bien, donde Marx
ansiaba una utopía proletaria, Carlyle lamentaba la pérdida de una
Inglaterra medieval y romántica4.
Aunque ya no esté de moda hacerlo, es posible interpretar El
anillo de los Nibelungos de Richard Wagner com o otra crítica román
tica al capitalismo. El argumento central, según le dice una de las
doncellas del Rin al enano Alberich en la primera escena, es que
el dinero — o para ser más exactos, el oro extraído y forjado— es
poder: “Aquel que forje del oro del Rin el anillo / que le otorgará
una fuerza inmensa / podrá ganar para sí la riqueza del mundo”.
Pero hay trampa: “Sólo el que abjure del amor, / sólo el que renun
cie al derecho de los placeres del amor, / sólo él obtendrá los pode
res / para hacer del oro un anillo”. En otras palabras, la adquisición
14
de riqueza y la satisfacción emocional se excluyen mutuamente. Ha
biendo sido los avances lascivos de Alberich rechazados burlona
mente por las doncellas, no fue difícil para él decidirse por la otra
opción: significativamente, la primera manifestación de acumula
ción de capital en El anillo consiste en el robo del oro.
Pero éste no es el único simbolismo económico que puede apre
ciarse en El oro del Rin. La escena siguiente está dominada por una
disputa contractual entre el dios Wotan y los gigantes Fafner y Fa-
solt, que acaban de finalizar la construcción de una nueva fortale
za: Valhalla. Sin embargo, la tercera escena es la que contiene la
economía más explícita. Vemos aquí a Alberich en su nueva encar
nación de despiadado señor de Nibelheim, explotando cruelmente
a sus compañeros enanos, los nibelungos, en una gran fábrica de
oro. Según explica su maltratado hermano Mimo, su gente fue al
guna vez un “despreocupado grupo de herreros” que “creaban /
abalorios para sus mujeres, maravillosas baratijas, / delicadas nade
rías para los nibelungos, / y livianamente nos divertíamos con nues
tro trabajo”. Pero “ahora este villano nos obliga / a arrastrarnos por
nuestras propias cavernas / y a fatigarnos continuamente sólo en
su beneficio... sin paz ni pausa alguna”. El implacable ritmo de tra
bajo demandado por Alberich queda evocado por el sonido de los
martillos que golpean rítmicamente los yunques. Se trata de un so
nido que volveremos a escuchar más tarde, cuando Sigfrido suelda
nuevamente la espada rota de su padre Notung: tal vez sea éste el
único caso en que se haya musicalizado la manufactura de armas.
Por cierto, hoy día pocos estudiosos serios de Wagner querrían
darle demasiada importancia al tema económ ico de El anillcP.
Lo que todavía parecía novedoso en la producción de 1976 de Bay-
reuth se convirtió en un tema desgastado en 1991 cuando, en el mon
taje del Covent Garden, Alberich aparece con sombrero de copa y
Sigfrido con un m ono de color azul. Pero por otro lado, Wagner
mismo comparó la contaminada Londres de la época con Nibel
heim. Tampoco carece de importancia que haya concebido la obra
en el revolucionario 1848, poco tiempo antes de atrincherarse en las
barricadas de Dresde junto al anarquista Mijaíl Bakunin (donde am
bos esbozaron una escena blasfema de crucifixión para una obra
futura que se titularía Jesús de Nazaret). Cuando se estrenó El anillo
15
en agosto de 1876, Wagner ya había abandonado la política radical
de sujuventud. No obstante, según el joven escritor irlandés George
Bernard Shaw, que había cumplido veinte años ese mismo año,
todavía podía discernirse en la obra el contenido económico: es
más, Wagner había sido visto en la sala de lectura del Museo Britá
nico estudiando una partitura orquestal de Tristán e Isolda] unto a la
traducción francesa de El capital de Marx. Para Shaw, El anillo era
una alegoría del sistema de clases: Alberich era un “tipo pobre, tos
co, vulgar y grosero” que intentó “formar parte de la sociedad aris
tocrática” pero que fue “desairado al hacérsele saber que sólo sien
do millonario y comprándose una bella y refinada esposa podría
hacer que esa sociedad estuviera a sus pies. Se ve forzado en su elec
ción. Abjura del amor, como muchos lo hacen día a día; y en un ins
tante, el oro está a su alcance” 6. El punto crucial del Gesamtkunstwerk
de Wagner es la maldición que Alberich deposita en el anillo cuando
se lo roban los dioses:
16
La transformación de los medios individualizados y dispersos de
producción en medios de producción socialmente concentrados;
la transformación entonces de una propiedad, diríamos enana, y per
teneciente a la mayoría en una gigantesca propiedad perteneciente a
la minoría, y la expropiación de la masa de la gente, de sus tierras, sus
medios de subsistencia y sus herramientas de trabajo... constituye la
prehistoria del capital... la propiedad privada, que había sido adquiri
da por el trabajo propio... es suplantada por la propiedad privada capi
talista que descansa en la explotación del trabajo de otros, quienes
sólo formalmente son libres 7.
17
mica es un tema que reaparece continuamente en la literatura del
siglo X IX . En la nostálgica novela de Theodor Fon tañe Der Stechlin
(1899), la fábrica de vidrio local de Globsow simboliza el colapso
inminente del antiguo orden rural de la región de Brandebur-
go. El viejo junker Dubslav von Stechlin se lamentaba del siguien
te modo:
18
Como la mayoría de los “especuladores de un día* fracasados,
Marx nunca tuvo suficiente dinero en efectivo para lograr su desea
do “golpe en el mercado de valores” u . La realidad es que durante
la segunda mitad del siglo xix se dio tal crecimiento económ ico en
gran parte del mundo que ni siquiera Marx pudo resistirse al encan
to del repentino auge de mediados de la era victoriana. Es más, cuan
do finalmente tuvo lugar la revolución socialista, ésta no afectó a
las sociedades industrialmente más avanzadas sino fundamental
mente a las agrarias, com o Rusia y China. Y, sin embargo, la no
ción romántica compartida por Marx, Carlyle, Wagner y muchos
otros de la generación victoriana, de que el mundo había firmado
cierto pacto faustiano — la industrialización se conseguiría al pre
cio de la degradación humana, en definitiva, al precio de una
“conflagración general mundial”— sobrevivió a la generación de
1848. Existía toda uba literatura sobre la historia, que era materialis
ta en teoría y romántica de corazón, que se basaba en el supuesto
de que había algo fundamentalmente erróneo en la economía ca
pitalista; de que el conflicto de intereses entre una minoría propie
taria y una mayoría empobrecida era irreconciliable, y que algún
tipo de crisis revolucionaria traería un nuevo orden socialista.
Consideremos dos ejemplos. Una pregunta fundamental que
aún hoy se hacen los historiadores es la que se hicieron muchos ra
dicales por el fracaso de las revoluciones de 1848: ¿por qué prefirió
la burguesía los regímenes autoritarios y aristocráticos en lugar de
los movimientos de trabajadores y artistas con los que (en teoría) pu
dieron haber hecho causa común? La respuesta de Marx en El die
ciocho Brumario de Luis Bonaparte era que la clase media, en tanto
que sus aspiraciones económicas no se vieran obstruidas, estaba dis
puesta a renunciar a sus aspiraciones políticas y dejar en el gobier
no al Antiguo Régimen, a cambio de lograr su protección frente a
un creciente y amenazante proletariado. Es difícil exagerar la in
fluencia que ejerció este modelo. Un modp típico en que los histo
riadores continuaron trabajando con conceptos marxistas (aun
no siendo abiertamente marxistas) ha sido estableciendo una rela
ción entre la “Gran Depresión” de los años setenta y ochenta del si
glo xix y el viraje simultáneo del liberalismo hacia el proteccionismo
que se dio en gran parte de los países europeos y particularmente
19
en Alemania12. También la I Guerra Mundial se interpretaba con
frecuencia com o una forma de Generalweltanbrennung capitalista,
com o consecuencia inevitable de las rivalidades imperialistas. Se
gún el historiador alemán Eckart Kehr, que adquirió gran renom
bre tras su fallecimiento, lo que explica los dos frentes de guerra
alemanes fue el deseo de imponer aranceles de los terratenientes
prusianos, que iba contra Rusia; el gran interés de la industria pesa
da por los negocios navales, que iba contra Gran Bretaña; y el deseo
común de combatir el avance de la socialdemocracia con la estrate
gia de un “imperialismo social” que claramente enfrentaba a am
bos13. Más allá de cuestiones marginales, este enfoque sigue vigente.
La gran ventaja del modelo de Marx radica en su simplicidad.
Valiéndose del materialismo dialéctico com o arma, el historiador
tiene la posibilidad de dominar temas más amplios y periodos más
largos que aquellos historiadores que, com o recomendaba Ranke,
luchaban por comprender cada época en sus propios términos.
Es significativo que dos de los trabajos históricos más ambiciosos
de la segunda mitad del siglo pasado hayan sido obra de marxistas:
Modern World System (El moderno sistema mundial) de Immanuel Wal-
lerstein y los cuatro volúmenes de Eric Hobsbawm sobre la historia
del mundo moderno, finalizados en 1994. En este último, Age ojEx
tremes (Historia del siglo xx), Hobsbawm intentó buscar consuelo para
su propia generación de intelectuales comunistas, argumentando
que el capitalismo pudo salvarse del derrumbamiento en los años
treinta y cuarenta gracias al poder económico y militar de la Unión
Soviética de Stalin; y que la caída de la Unión Soviética en los no
venta no era más que un contratiempo para la crítica socialista del
capitalismo. Hobsbawm concedía que la propiedad estatal y la pla
nificación central habían fracasado en Rusia, pero “no puede du
darse” de que “Marx perdurará com o un gran pensador” mientras
que la doctrina del “irrestricto mercado libre” está tan desacredita
da como Rusia por el “admitido... fracaso económico” del thatcheris-
mo. Es más, las presiones demográficas y económicas sobre el medio
ambiente global preparaban el camino hacia una “crisis irreversi
ble”. Lograr un crecimiento sostenible era “incompatible con una
economía mundial basada en la ilimitada búsqueda de ganancias
por parte de empresas económicas dedicadas, por definición, a di-
20
cho fin y que compiten unas con otras en un mercado libre global”.
La gran brecha entre naciones ricas y pobres también “acumulaba
futuros problemas”, del mismo m odo en que lo hacía la amplia
brecha entre ricos y pobres dentro de las economías desarrolladas,
que tarde o temprano precisaría la restauración del control estatal
sobre la economía: “La distribución de recursos al margen del mer
cado, o, al menos [sic], fuertes límites a la distribución de mercado,
eran esenciales para detener la inminente crisis ecológica... El des
tino de la humanidad... dependía de la restauración de las autori
dades públicas”.
Tampoco pudo Hobsbawm evitar concluir valiéndose del fami
liar lenguaje apocalíptico de los años cuarenta del siglo xix:
El n u e v o d e te r m in is m o
21
Para su próxima historia del siglo xx,
el eminente economista
estadounidense Bradford de Long está desarrollando lo que pue
de convertirse en un texto definitorio del nuevo determinismo
económico. Por cierto, es un antídoto contra Age of Extremes. El si
glo xx de DeLong es fundamentalmente “la historia de la libertad
y de la prosperidad”, en donde los extremos del totalitarismo apa
recen como grandes reveses históricos entre dos épocas de benig-
go crecimiento global15. Sin embargo, el supuesto fundamental
— de que el cambio económico es el motor de la historia— no di
fiere sustancialmente del de Hobsbawm. Según DeLong:
22
nómicos tiene una distinguida prosapia. También encuentra am
plia aceptación pública, particularmente en Estados Unidos, don
de este tipo de determinismo económico es prácticamente parte del
saber convencional.
Más adelante trataré en detalle algunas versiones de esta idea;
de momento será suficiente delinear tres hipótesis típicas:
23
líricas, el electorado está fundamentalmente motivado por sus pro
pias experiencias y expectativas económicas al elegir sus candida
tos. Según Helmut Norpoth, “el voto económico... funciona como
resorte profundo en la mente de los ciudadanos de las democra
cias” 23. Esto ha conducido a muchos políticos a poner sus espe
ranzas de reelección en el “factor de bienestar”: la idea es que la
popularidad de un gobierno es una función del buen rendimien
to de la economía. Una versión ampliamente apoyada de esta teo
ría explica la supervivencia de Clinton al proceso de impeachment
de 1999 por el continuo aumento del mercado de valores estado
unidense. El lema de la campaña de Clinton de 1992 — “Se trata
de la economía, estúpido”— se convirtió en algo así com o el sím
bolo de la teoría.
24
pudo haber inferido, cuando el libro hizo su aparición, que eran
los soviéticos los que estaban más cerca del declive. En otras pala
bras, si bien el marxismo pudo haber sufrido un revés en 1989, el
determinismo económico no lo experimentó. Lo que ocurrió es que
los signos se invirtieron: el estancamiento de la economía planifica
da fue lo que condenó a muerte al sistema soviético, y el éxito de la
economía capitalista aseguró el triunfo de la democracia 26. En
cuanto al fracaso de Gorbachovy el éxito de Clinton, se trataba de
la economía, estúpido.
El n e x o d e l d in e r o d e s e n l a z a d o
25
clásicos asumen que las expectativas de los individuos son raciona
les, es decir, que derivan conclusiones económicamente óptimas de
la información de que disponen. Según otros modelos, las expecta
tivas son gradualmente “adaptativas”, pues no hay plena certeza
respecto al futuro. Pero la investigación experimental demuestra
notoriamente que la mayoría de la gente mide incorrectamente lo
que le conviene desde el punto de vista económ ico, aun cuando
cuenta con una clara información y el tiempo suficiente para com
prenderla. Enfrentada a un simple dilema económ ico, la gente
tiende a tomar la decisión inadecuada debido a su “racionalidad li
mitada” (el efecto de engañosas ideas preconcebidas o emociones)
o por cometer errores de cálculo básicos (la incapacidad para cal
cular probabilidades y tipos de descuento) 28. Los psicólogos tam
bién han identificado un fenómeno que denominan “descuento
miope”: nuestra tendencia a preferir una recompensa mayor, más
adelante, en lugar de una pequeña recompensa en el momento;
preferencia que luego modificamos cuando la pequeña recom
pensa se vuelve irresistiblemente inminente 29. Teóricos de las ex
pectativas han demostrado que la gente tiene aversión al riesgo cuan
do elige entre una ganancia segura y una posible ganancia mayor
— eligen la menor y segura— , excepto cuando se enfrentan a una
elección entre una pérdida segura y una posible pérdida mayor 30.
La mayor parte de las instituciones económicas, si dependen del
crédito, dependen también en alguna medida de la credibilidad.
Pero la credibilidad puede fundarse en la credulidad. En Francia, a
finales del siglo xix, Thérèse Humbert gozó de una brillante carre
ra por poseer un cofre que, supuestamente, contenía cien millones
de francos en bonos al portador, bonos que, se aseguraba, los había
heredado de su padre natural, un misterioso millonario portugués
(nacionalizado norteamericano) llamado Crawford. Pidiendo prés
tamos con la garantía de dichos títulos, ella y su marido compraron
un lujoso hôtelen la avenida de la Grande Armée, lograron contro
lar un periódico parisino y organizaron la campaña de elección
de Frédéric com o diputado socialista. Diez mil personas se reunie
ron frente a su casa cuando finalmente se abrió la caja en mayo de
1902. Contenía tan sólo “un gastado periódico, una moneda ita
liana y un botón de pantalón” 31.
26
Aun cuando no cometamos errores, com o claramente hicieron
los acreedores de Humbert, nuestros cálculos económicos se su
bordinan con frecuencia a nuestros impulsos biológicos: al deseo
de reproducirnos enraizado (según teorías neodarwinianas) en
nuestros “genes egoístas” 32, al impulso violento contra nuestros ri
vales a la hora de conseguir compañía o sustento — por no mencio
nar los tipos eróticos o mórbidos de conducta analizados por Freud
y que la biología evolutiva no siempre puede explicar— 33. El hom
bre es un animal social con motivaciones inseparables de su medio
cultural. Como señalara Max Weber, hasta el motivo ganancial en
cuentra su raíz en un ascetismo que no es completamente racional,
en el deseo del trabajo en sí mismo que responde a motivos no sólo
económicos sino también religiosos 34. En diferentes condiciones
culturales, es posible que los seres humanos prefieran el ocio a la
fatiga. O que sean reconocidos por sus iguales por una conducta
económicamente “irracional”; pues rara vez el status social equiva
le a la capacidad adquisitiva 35.
Y el hombre también es un animal político. Los grupos en los
que se dividen las personas — grupos de parentesco, tribus, religio
nes, naciones, clases o partidos (sin olvidar las empresas)— respon
den a dos necesidades diferentes: al deseo de seguridad (seguridad,
tanto física como psicológica, basada en el número) y a lo que Nietzs-
che denominó la voluntad de poder: la satisfacción que resulta de
dominar a otros grupos más débiles. Ninguna teoría ha sido capaz
de describir adecuadamente este fenómeno, por la simple razón de
que los individuos son plenamente capaces de tener identidades
múltiples que se solapan, y de tolerar la proximidad de grupos
bastante diferentes y ser capaces de cooperar con ellos. Sólo oca
sionalmente, y por razones que parecen específicamente históri
cas, la gente está dispuesta a aceptar pertenecer exclusivamente a
un grupo de identidad. Sólo a veces —aunque son suficientes— la
competencia entre grupos puede degenerar en la violencia.
El supuesto fundamental de Dinero y poder es que estos impul
sos conflictivos — llamémoslos, por simplicidad, sexo, violencia y
poder— son, en conjunto o separadamente, capaces de invalidar el
dinero, la motivación económica. En particular, el desarrollo eco
nómico se ha visto dominado con frecuencia por sucesos políticos
27
o instituciones — lo que indudablemente explica que dicho desa
rrollo esté lejos de mostrar una tendencia uniforme— . (Notemos
que digo “con frecuencia”, pues a veces prevalece el motivo eco
nómico, o complementa más que contradice las otras motivacio
nes). Los economistas lo saben, pero por naturaleza se alejan tí
midamente de la cuestión. Generalmente se valen del término
genérico shock para describir aquellos acontecimientos que son
“exógenos” a los cuidadosos modelos construidos por ellos. Y, sin
embargo, la noción de que la guerra puede ser comparable a un
desastre meteorológico no puede satisfacer plenamente al historia
dor — que tiene la desalentadora tarea de explicar no sólo los equi
librios del mercado sino también sus shocks— 36. Los especialistas
en ciencias políticas han intentado construir modelos de cambio
político. Y este libro le debe casi tanto a sus investigaciones como a
las de los economistas. Sin embargo, para la mente de un historia
dor, la tarea de construir y comprobar ecuaciones para darle una ex
plicación (por ejemplo) a la incidencia de la guerra, o la propaga
ción de la democracia o los resultados de las elecciones inspira tanto
escepticismo como admiración. No puede objetársele nada a la me
todología que construye hipótesis formales y que las comprueba
mediante la evidencia empírica; es el mejor modo de rebatir supues
tas “leyes” de la conducta humana. Pero debemos precavernos de
cualquier ecuación que parezca pasar la prueba empírica. Pues los
seres humanos no son átomos. Tienen conciencia, y esa conciencia
no es siempre racional. En sus Apuntes del subsuelo, Dostoievski ridi
culiza el supuesto de los economistas de que la acción del hombre
surge del propio interés y satiriza una posible teoría determinista
de la conducta humana:
28
tuar como le viene en gana que hacerlo como le indican la razón y el
interés... Nuestra propia e ilimitada elección; nuestro capricho, ya sea
el más descabellado; nuestra fantasía que puede a veces volverse frene
sí —ésa es la ventaja más ventajosa que no puede ajustarse a tabla algu
na...— . Un hombre puede desear para sí, y a plena conciencia, algo
dañino, estúpido o completamente idiota... para dejar claro que está
en su derecho a desear aun las cosas más tontas.
29
pítulo I muestra cóm o el ímpetu principal del desarrollo del Esta
do com o institución fiscal ha venido — hasta muy recientemente—
de la guerra. Aunque el capítulo discute la posición generalmente
aceptada de que el coste de la guerra ha tendido a aumentar a lo lar
go del tiempo, enfatiza que los gastos militares han sido, mayor
mente, los principales causantes de la innovación fiscal a lo largo
de la historia. El capítulo II rastrea el desarrollo de la tributación
y de otras formas de ingreso en respuesta a los costes de la guerra,
mostrando cóm o las proporciones de la tributación indirecta y
directa han variado a lo largo del tiempo y de país en país. El capí
tulo III explora la relación entre tributación directa y la representa-
tividad política. Si bien el aumento impositivo se ha asociado, en al
gunos contextos, a la parlamentarización y a la democratización, las
exigencias de incrementar la recaudación han tendido también a
aumentar la burocracia. La primera sección concluye con un esque
ma explicativo de la evolución del Estado de bienestar — en el que
la redistribución en lugar de la defensa se convierte en la función
fundamental del gobierno— . La segunda sección se ocupa de la
evolución de la institución de la deuda pública. El capítulo IV consi-
30
dera la significación teórica y empírica de las deudas nacionales.
El capítulo siguiente considera los distintos modos en que se han
manejado las crisis por excesivo endeudamiento, concentrándose
principalmente en el incumplimiento y la inflación, y describien
do la evolución del banco central com o institución administrado
ra de la deuda y la moneda. El capítulo VI incorpora al argumento
los tipos de interés — particularmente, los rendimientos de los bo
nos— y ofrece una explicación de las fluctuaciones y diferenciales
entre los tipos de interés pagados por los Estados sobre sus deudas.
Mi deuda intelectual con el trabajo de Douglass North y de otros
sobre la relación entre las instituciones y la economía, será bastan
te evidente para los estudiantes de economía 38. El marco institu
cional básico que tengo en mente puede representarse com o un
cuadrado. Para expresarlo de forma sencilla, las exigencias de las
finanzas de guerra llevaron durante el siglo xvin a que cuatro insti
tuciones se desarrollaran en una combinación óptima. Primero,
como queda ilustrado en la esquina superior izquierda del gráfico 1,
surgió una burocracia profesional de recaudación impositiva. Los
funcionarios asalariados probaron ser más útiles que los propieta
rios locales o los recaudadores privados para aumentar el ingreso
público, ya que estos últimos tendían a retener para sí una mayor
proporción de lo que se ingresaba. Segundo, las instituciones par
lamentarias que otorgaban a los contribuyentes representación po
lítica tendieron a aumentar los ingresos públicos, por el hecho de
que la contribución impositiva podía “intercambiarse” por alguna
otra medida legislativa y así legitimar todo el proceso presupuesta
rio. Tercero, un sistema de deuda nacional permitía al Estado anti
cipar los ingresos impositivos en el caso de que surgiera un aumen
to imprevisto de gastos, tal com o el de la guerra. Lo beneficioso de
pedir préstamos consistía en que permitía que los costes de las gue
rras se extendieran a lo largo del tiempo, “suavizando” así la necesa
ria tributación. Finalmente, resultaba indispensable un banco cen
tral no sólo para administrar la emisión de la deuda sino también
para extraer el señoreaje resultante de la emisión del papel mone
da, emisión que monopolizaba el mismo banco.
Si bien cada una de estas cuatro instituciones tienen profundas
raíces históricas, fue en Gran Bretaña, después de la Revolución Glo
31
riosa, cuando su potencial al combinarlas se hizo patente; cabe acla
rar, sin embargo, que la realidad hannoveriana se quedaba algo cor
ta respecto al ideal que acabo de describir. La Dirección Impositiva,
el Parlamento, la Deuda Nacional y el Banco de Inglaterra forma
ron algo así como un “cuadrado de poder” institucional superior a
cualquier otra organización alternativa; en particular, al sistema
francés de recaudación impositiva privado basado en la venta de
cargos y el “tax farming” la representación mínima bajo la forma
de parlements, un fragmentado y oneroso sistema de peticiones de
préstamo y la ausencia de una autoridad central monetaria.
No era simplemente su capacidad de aumentar los ingresos pú
blicos lo que hacía que el “cuadrado” británico fuera superior a los
sistemas rivales. También le dieron esta superioridad sus más o
menos no deseados efectos colaterales sobre el sector privado de la
economía. En términos generales, la necesidad de una burocra
cia eficiente dedicada a la recaudación impositiva precisaba un sis
tema formal de educación que asegurara una provisión adecuada
de funcionarios públicos bien preparados. En segundo lugar, la
existencia de un parlamento aumentó, indudablemente, la calidad
de la legislación en la esfera de los derechos de propiedad privada.
En tercer lugar, el desarrollo de un complejo sistema de emprésti
tos públicos mediante una deuda nacional consolidada alimentaba
la innovación financiera en el sector privado. Lejos de “excluir” la
inversión privada, la gran emisión de bonos del gobierno ampliaba
y profundizaba el mercado de capitales, creando nuevas oportuni
dades de emisión e intercambio comercial de bonos y obligaciones,
especialmente en épocas de paz cuando el Estado ya no necesitaba
pedir préstamos. Finalmente, un banco central con m onopolio
sobre la emisión de moneda y la cuenta corriente del gobierno era
también capaz de desarrollar funciones — tales com o la adminis
tración del tipo de cambio o ser prestamista de último recurso—
que tendían a estabilizar el sistema de crédito en su totalidad re
duciendo el riesgo de crisis financieras o de pánicos bancarios. De
este modo, estas instituciones que, inicialmente, surgieron para
servir al Estado para financiar la guerra, fomentaron también el
desarrollo de la economía en su totalidad. Una mejor educación
secundaria y universitaria, el gobierno de la ley (especialmente
32
respecto a la propiedad), la expansión de los mercados financie
ros y la estabilización del sistema de crédito constituyeron, todas
ellas, condiciones institucionales previas que hicieron posible la
Revolución Industrial.
La tercera sección del libro explora tres hipótesis que vinculan
las instituciones fiscales descritas en las secciones previas con la polí
tica. La primera consiste en la tesis de los primeros economistas clá
sicos y marxistas que sostiene que el principal conflicto social que
puede darse en las sociedades modernas tiene lugar entre los terra
tenientes, los capitalistas y los trabajadores (respectivamente, los
que perciben las rentas, los beneficios y los salarios). El capítulo VII
sugiere dos modelos alternativos a dicho conflicto social, uno basa
do estrictamente en categorías fiscales (empleados estatales, con
tribuyentes, obligacionistas y beneficiarios de la seguridad social),
el otro basado en las generaciones. Una fuente obvia de debilidad
que puede darse en el Estado ideal descrito anteriormente surge
de los conflictos entre estos grupos. Un Estado que acumule una
gran deuda nacional para luego atenderla con ingresos derivados
fundamentalmente de la tributación indirecta puede enfrentarse a
la oposición política de los consumidores más pobres por las conse
cuencias regresivas en la distribución que surgen de dicha política
fiscal. Por otro lado, un Estado que se caracterice por sus incumpli
mientos o que disminuya la deuda mediante inflación puede dar
lugar a una oposición equivalente, proveniente esta vez de los obli
gacionistas, si son suficientemente numerosos.
El capítulo VIII comienza analizando una segunda fuente de
problemas: la tentación que siente la mayoría de los gobiernos
de manipular la política fiscal y — si tienen control sobre ella— la po
lítica monetaria para reforzar su poder. ¿En qué medida depende
la popularidad de los gobiernos democráticos del éxito económi
co? ¿Pueden verdaderamente manipular el ciclo de negocio para
promover sus posibilidades de reelección? Es posible mostrar aquí
con mayor precisión la relación que existe entre la popularidad po
lítica y la administración de la política fiscal y monetaria, y objetar
la noción simplista de que la reelección es una función del éxito
económ ico. Es evidente, sin embargo, que los políticos siguen cre
yendo en esta última noción.
33
Pasando de las finanzas públicas a las finanzas de los partidos po
líticos, el capítulo considera las consecuencias del alza en los costes
de las campañas. ¿Tiene importancia que las instituciones clave del
proceso democrático ya no puedan depender de los ingresos gene
rados por la masa de afiliados, y que dependan, en consecuencia,
cada vez más de donaciones privadas o de los contribuyentes? ¿Pue
de el fenómeno de la corrupción — “la ligereza”— explicarse más
en términos económicos que en términos morales? Aquí también
intento mostrar cóm o el “cuadrado de poder” puede verse socava
do desde dentro; en este caso, por la decrepitud de aquellas institu
ciones periféricas aunque vitales, es decir, los partidos políticos que
compiten por el control de la legislatura y que hacen posible la
elección democrática.
El argumento se ha enfocado fundamentalmente en el desarrollo
de las instituciones dentro de los estados. En la cuarta y última sec
ción del libro intentamos expandir el análisis y llevarlo al plano inter
nacional. El capítulo IX considera el alcance de la globalización fi
nanciera desde una perspectiva histórica, y en particular se pregunta
cómo el desarrollo de un mercado internacional de bonos ha contri
buido a exportar el “cuadrado de poder” a otros países. En teoría, la
liberalización del mercado de capitales — si estuviera acompañada
por una equivalente liberalización de los mercados internacionales
de bienes y de trabajo— debería aumentar el crecimiento. Sin em
bargo, la experiencia de la globalización sugiere que el flujo del capi
tal está sujeto a fluctuaciones sustanciales que responden a acon
tecimientos políticos internacionales, mientras que el flujo libre de
bienes y de personas puede generar reacciones políticas internas.
El capítulo X examina el impacto de los movimientos libres del
capital y de los acontecimientos políticos en los mercados de valo
res y establece algunas comparaciones entre las “burbujas” del mer
cado ocurridas en el pasado y en la actualidad.
El capítulo XI considera dos modos de limitar la volatilidad de
los mercados financieros internacionales; mediante sistemas de ti
pos de cambio fijos o de uniones monetarias internacionales. En
particular, nos preguntamos cuánto tiempo puede perdurar dicha
“arquitectura financiera” cuando los estados continúan mantenien
do cierta libertad para determinar sus políticas fiscales.
34
El capítulo XII se ocupa de la globalización de la democracia: en
particular, observa la relación entre el crecimiento económ ico y
la propagación de las instituciones democráticas. Como ya hemos
mencionado, se asume con frecuencia que el crecimiento y la de
mocratización se refuerzan mutuamente. ¿Pero es su relación más
tangencial de lo que parece implicar el modelo de la “doble espi
ral”? O para expresarlo en términos institucionales: ¿cómo puede
la democratización de la esquina parlamentaria del “cuadrado de
poder” crearle problemas a las otras instituciones o al modelo en su
totalidad?
El capítulo XIII explora la relación entre la etnicidad y la econo
mía preguntándose si el mundo está destinado a “unirse” mediante
instituciones supranacionales o a “desunirse” por la autodetermi
nación a nivel nacional.
El último capítulo del libro vuelve a llevar el argumento a su pun
to de partida —la guerra— y relaciona el poder militar con el finan
ciero. Establecemos aquí una distinción entre los recursos econó
micos y las instituciones fiscales necesarias para aprovechar esos
recursos con fines políticos. Instituciones financieras más comple
jas — las cuatro esquinas del cuadrado— parecen darle a los regí
menes parlamentarios una mayor fuerza potencial que la que pue
dan tener las dictaduras. Sin embargo, los estados democráticos han
carecido frecuentemente de la voluntad política necesaria para va
lerse plenamente de dicha fuerza. Cuando no existe una amenaza
externa urgente, los regímenes democráticos prefieren retirar sus re
cursos de las fuerzas armadas y valerse más del sistema fiscal para lo
grar una mejor redistribución interna (prefieren el Estado de bie
nestar al Estado de guerra). Esta tendencia de las democracias a la
desmilitarización las expone a las amenazas de las autocracias que,
aunque inferiores a un nivel productivo, tienen a corto plazo una
mayor capacidad destructiva. En este sentido, es posible que el de
clive del poder británico —y la fragilidad actual del poder estadou
nidense— sean el resultado más bien de un “achicamiento” que de
una “excesiva expansión”.
Permítaseme simplificar mi argumento sugiriendo que cada ca
pítulo intenta dar respuesta a las siguientes preguntas:
35
1. ¿En qué medida son los estados modernos producto de la guerra?
2. ¿Existe una “combinación” óptima de impuestos?
3. ¿Cuál es la relación entre parlamentarización y burocratización?
4. ¿Las deudas públicas son causa de debilidad o de fortalecimiento?
5. ¿Por qué las grandes deudas públicas han traído frecuentemente
incumplimientos e inflación?
6. ¿Qué es lo que determina los tipos de interés que pagan los gobier
nos cuando piden sus préstamos?
7. ¿Los conflictos referidos a la distribución se entienden mejor en
términos de clase o en términos de generaciones?
8. ¿Conduce la prosperidad económica (o un excesivo gasto de
campaña) a la popularidad del gobierno?
9. ¿Cuáles son las consecuencias de la globalización de las finanzas?
10. ¿Qué causa las burbujas en el mercado de valores?
11. ¿En qué medida pueden los sistemas de tipo de cambio o las unio
nes monetarias aumentar la estabilidad financiera internacional?
12. ¿Conduce el crecimiento económico a la democratización y /o
viceversa?
13. ¿El mundo se vuelve más fragmentado o más integrado políti
camente?
14. ¿Son los poderes democráticos vulnerables al “achicamiento”
militar?
36
como feliz resultado la democracia capitalista: la “doble espiral” del
desarrollo de Occidente. Pero com o el ADN, el nexo del dinero
puede mutar. A veces, la democracia puede sofocar el crecimiento
económico. A veces, una crisis económica puede socavar una dicta
dura. A veces, la democracia puede prosperar aun cuando tropie
ce la economía. A veces, el crecimiento puede fortalecer a un go
bierno autoritario.
La analogía biológica no debería seguirse al pie de la letra. A di
ferencia del mundo natural — dada la complejidad de la conciencia
humana— el mundo de los hombres, que entendemos com o his
toria, difícilmente presenta relaciones causales lineales. Como
sostenía Carlyle: “La histoijia en acción... es un Caos del Ser siem
pre vivo, siempre en actividad, que encarna una forma tras otra me
diante innumerables elementos. ¡Y este Caos... es lo que intentará
describir y evaluar científicamente el historiador! ” 39. Estoy conven
cido de que la historia constituye un proceso caótico, del m odo en
que lo entienden los científicos cuando hablan de una “conducta
estocástica dentro de un sistema determinista” 40. Las conexiones
causales entre el mundo económ ico y el mundo político existen;
pero son tan complejas y numerosas que cualquier intento de redu
cirlas a un modelo de predicciones fiables parece estar condenado
al fracaso. Debo hacer notar que el “cuadrado de poder” introduci
do en el gráfico 1 no es un modelo de este tipo. No ofrece predic
ciones, sino que ofrece simplemente una versión simplificada de las
estructuras institucionales descritas en el libro, según las cuales se ha
formado toda la historia moderná, aunque forjada por la libre volun
tad y el apasionamiento de los hombres. Fue en el siglo xvm cuando
el Estado británico desarrolló esta peculiar combinación institucio
nal de burocracia, parlamento, deuda y banco que le permitió, a
la vez, construir un imperio e industrializarse. Pero la dimensión y la
duración del poder británico dependieron del modo en que hom
bres —y más tarde también mujeres— falibles hicieron uso y abusa
ron de estas instituciones. Samueljohnson lo expresó adecuadamen
te, cuando nos advirtió que tuviéramos cuidado con el
37
porcional. En la acción inanimada de la materia sobre la materia, el
movimiento resultante puede equivaler a la fuerza del motor que lo
puso en marcha, pero las operaciones de la vida, ya sean privadas o pú
blicas, no admiten este tipo de leyes. Los caprichos de los agentes con
voluntad se ríen de estos cálculos 41.
38
P r im e r a s e c c ió n
G a s t o y t r ib u t a c ió n
C a p ít u l o i
E m e r g e n c ia y d e c l iv e d e l e s t a d o
de guerra
41
James Gillray, “Begging No Robbery: —i.e.— Voluntary Contribution:
John Bull, escaping a Forced Loan”, 1796
rias del poder del Estado... un príncipe pobre es incapaz de em
prender acciones gloriosas” 6.
No hay duda de que la suma de dinero disponible del tesoro na
cional ha sido generalmente inferior a los costes de la guerra; y
que, en gran medida, la historia de las finanzas ha sido la historia de
los intentos por disminuir la brecha. Sólo recientemente, esta rela
ción entre guerra y finanzas se ha visto debilitada. Después de mu
chos siglos en que el coste de la guerra ejercía la mayor influencia
en los presupuestos estatales, a mediados del siglo X X dicho papel
fue usurpado por el coste del bienestar. Sin duda, éste es un gran
cambio en dirección positiva: aunque la ociosidad no sea una vir
tud, es moralmente preferible pagarles a los hombres por no ha
cer nada que pagarles por matarse unos a otros. Pero ni el alcance
ni el carácter novedoso de este cambio han sido totalmente com
prendidos. No es exagerado hablar hoy de la desmilitarización de
Occidente y también de la desmilitarización de otras grandes áreas
del mundo.
Un error típico es suponer que, a la larga, ha existido una ten
dencia lineal o exponencial ascendente del coste de la guerra 7. En
términos absolutos, es indudable que el precio de los equipos milita
res y el nivel de los presupuestos de defensa han aumentado más o
menos inexorablemente desde la existencia de los primeros regis
tros escritos. Sin embargo, en términos relativos, la evolución es más
compleja. Debemos relacionar el gasto militar con la dimensión y
frecuencia de la guerra; el tamaño de los ejércitos en proporción a
la población total, el carácter destructivo de la tecnología militar
(“disparos por dólar”) y, sobre todo, la producción económica to
tal. De hecho, si consideramos los cambios de población, de tecno
logía, de precios y de producción, los costes de la guerra han fluc
tuado considerablemente en la historia. Y estas fluctuaciones han
sido la fuerza motriz de la innovación financiera.
La in t e n s id a d d e l a g u e r r a
43
mentó, reconozcamos simplemente que las guerras ocurren, y que
ocurren periódicamente. El nivel de frecuencia, sin embargo, es
tema de discusión.
Se ha intentado varias veces cuantificar la reincidencia de los con
flictos militares, pero cada uno de los intentos se ha basado en defi
niciones de guerra diferentes y ha cubierto periodos de distinto al
cance. P. A. Sorokin computó 97 guerras entre 1819-1925 8, mientras
que el total de Quincy Wright fue de 112 entre 1800 y 1945 9. Wright
se limitó a considerar lo que llamaba “las guerras de la civilización
moderna... que incluían a los miembros de naciones... reconocidas,
en un sentido legal, como estados de guerra o con tropas que supe
raban los 50.000 hombres”. A diferencia de Wright, L. F. Richardson
computó toda “batalla a muerte” y llegó a una cifra mucho mayor:
289 para el periodo 1819-1949 10. El estudio de Luard que computa
toda “pelea a gran escala durante un periodo significativo de tiem
po que incluya, por lo menos, a un estado soberano” alcanza un to
tal mayor: 410 para el periodo 1815-1984 n . El proyecto “Correla
ciones entre guerras” de la Universidad de Michigan adopta una
definición mucho más estrecha y excluye la mayoría de las guerras
coloniales de menor escala, las guerras entre países con poblacio
nes inferiores a los 500.000 habitantes y las guerras cuyo total de
muertes en campo de batalla haya sido inferior a mil por año. Para el
periodo 1816-1992, su base de datos registra 210 guerras entre esta
dos y 151 guerras civiles 12. La cifra más baja del periodo moderno
es la de Levy (31), pero su estudio considera sólo las guerras que in
cluyen por lo menos a una de las grandes potencias 13.
Es posible obtener un panorama aún más amplio a pesar de que,
en lo que hace a los conflictos extraeuropeos, la evidencia es más
escasa cuanto más nos remontamos en el tiempo; es más, aun las in
vestigaciones más ambiciosas evitan considerar la Antigüedad y el
Medievo. Sobre la base de una definición relativamente amplia,
Luard llega a un total que supera las mil guerras para el periodo
que va de 1400 a 1984 14. Levy, por el contrario, cuenta tan sólo 119
guerras entre grandes potencias durante la etapa transcurrida en
tre 1495 y 1975. Aun teniendo en cuenta la definición más estrecha
de Levy, el carácter perenne de la guerra es llamativo:
44
Las grandes potencias se han implicado en guerras entre estados
en un 75 por ciento de los 481 años [de 1495 a 1975]... En proporción,
cada cuatro años comienza una nueva guerra y cada siete u ocho años
se inicia una guerra de grandes potencias [es decir, una guerra que in
cluya a más de una potencia]... En un año típico [medio]... se pone en
marcha... poco más de una guerra que incluya a grandes potencias...15
45
da cuenta de la belicosidad moderna. Es llamativo que no haya
existido un solo año, desde 1816, en que no haya habido por lo me
nos una guerra en el mundo. Sólo en Europa, comenzó a disminuir
la frecuencia de la guerra a partir de 1945. El porcentaje de guerras
en Europa disminuyó de forma constante: de un 80 por ciento en
el primer subperiodo de Luard (1400-1559) a un 9 por ciento en el
último subperiodo (1917-1984) 21.
¿Y cuál ha sido la potencia más beligerante? Según una versión
algo modificada y ampliada de la base de datos de Levy, parecería
que fue Francia, que participó en 50 de las 125 grandes guerras ocu
rridas desde 1495. Austria no está muy lejos (47); le sigue otro an
tiguo reino de los Habsburgo, España (44) y, en cuarto lugar, Ingla
terra (43)22 Sin embargo, según la lista de guerras más extensa de
Luard, los estados más guerreros durante 1400-1559 fueron el Im
perio de los Austria y el otomano. Entre 1559 y 1648, España y Sue
cia lideraron el campo, emprendiendo guerras en 83 años del perio
do. Desde 1648 a 1789, Francia fue la que principalmente fomentó
la guerra (en 80 de los 141 años), como también lo hizo en las gue
rras europeas desde 1789 a 1917 (en 32 de los 128 años). Sin em
bargo, entre 1815yl914, fue Inglaterra la que se implicó con mayor
frecuencia en guerras fuera de Europa (en 71 de los 99 años). Hubo
72 campañas militares distintas durante el gobierno de la reina Vic
toria; más de una por año en el periodo que comúnmente se cono
ce como pax bñtannica 23.
Sólo teniendo en cuenta cantidades brutas podemos obtener
información acerca de las guerras. Por ejemplo, las guerras del si
glo xvill duraron más tiempo 24 e involucraron a más potencias
que las guerras de siglos previos o siguientes: en este sentido, y qui
zá de forma llamativa, la guerra típica durante la Ilustración con
sistió en un choque de mayor envergadura que en cualquier otra
época. Aun en cuanto a la “severidad” (total de muertes en campo
de batalla), la guerra típica del xviii ocupa un lugar más importan
te que la del siglo xx, para no hacer mención de las guerras ocurri
das durante otros siglos. Sólo en términos de “concentración” (es
decir, muertes en campo de batalla por nación y año) la guerra típi
ca del siglo xx llegó a ser superior. Esto refleja que las guerras entre
grandes potencias durante el siglo xx fueron más breves que las
46
del periodo previo a 1815; y que los tiempos de paz entre grandes
potencias fueron claramente más duraderos. Mientras que, del si
glo xviii al X X , el promedio de duración de la guerra declinó de
ocho a cuatro años y medio, el número de batallas por año ocurri
das en tiempos de guerra aumentó de manera tajante 25.
Es asimismo llamativa, en esta perspectiva de largo alcance, la paz
de la que gozaron los estados europeos entre 1816yl913. Si bien se
emprendieron aproximadamente cien guerras coloniales durante
el periodo — implicando fundamentalmente a Inglaterra, Francia
y Rusia— su escala tendió a ser menor debido a la superioridad tec
nológica de las potencias imperiales. También las numerosas gue
rras de independencia nacional fueron a una escala relativamente
pequeña26. Al mismo tiempo, las grandes potencias llevaron a un
mínimo histórico la guerra entre ellas 27. Con excepción de la Gue
rra de Crimea, los choques entre grandes potencias durante el pe
riodo 1854-1871 no duraron más de pocas semanas. A fines del si
glo xx se retornó a este patrón: la guerra contra Irak en el golfo duró
ochenta y cinco días y la guerra contra Serbia por Kosovo sola
mente setenta y cinco días. Si acaso existe una tendencia discerni
ble en estos dos o tres últimos siglos, se trata de la mayor concentra
ción o intensidad de las guerras.
H om bres de guerra
47
Pero tales cifras nos dan poca información sobre el nivel relativo
de movilización durante las guerras. En el siglo xvill, el pico de po
blación británica enrolada en las fuerzas armadas fue de un 2,8 por
ciento, y ocurrió en 1780 cuando Gran Bretaña se enfrentó no sólo
con los colonos americanos, sino también con Francia, España y
Holanda. En épocas de mayor paz, la cifra cayó a menos del 1 por
ciento. En Francia, durante el siglo xvill, la proporción de hombres
en el ejército tendió a declinar, cayendo de un 1,8 por ciento en 1710
a un 0,8 por ciento en 1790. A lo largo del siglo, Austria mantuvo
consistentemente de un 1 a un 2 por ciento de su población en el
ejército; se trataba de una proporción mucho menor que la de Pru-
sia, que en 1760 tenía tanto com o un 4,1 por ciento de la pobla
ción reclutada. La “revolución de la guerra” napoleónica supuso
para todos los países un aumento en la proporción de población
movilizada. En 1810, Gran Bretaña tenía a más de un 5 por cien
to de su gente alistada, Prusia un 3,9 por ciento y Austria un 2,4
por ciento 28.
Comparativamente, el siglo xix mantuvo índices relativamen
te bajos de participación militar. Con la excepción de Rusia du
rante la Guerra de Crimea, Estados Unidos durante la Guerra Civil
y Francia y Prusia durante la guerra de 1870-1871, ninguna de las
grandes potencias movilizó a más de un 2 por ciento de la pobla
ción entre 1816 y 1913. Con la excepción de los años 1855-1856,
1858-1863 y 1900-1902, la cifra en Gran Bretaña fue, hasta 1912,
inferior al 1 por ciento, y llegó a un mínimo del 0,5 por ciento en
1835. En proporción, Austria y Piamonte/Italia tuvieron también
fuerzas armadas con menos de un 1 por ciento de la población alis
tada entre 1816 y 1913; y en lo que hace a Prusia, Rusia y Francia,
las cifras medias fueron todas inferiores al 1,3 por ciento. Sólo un
0,2 por ciento de la población de Estados Unidos estuvo en las fuer
zas armadas durante el siglo xix. Aun en 1913, a pesar de percep
ciones contemporáneas e históricas de una carrera armamentista,
sólo Gran Bretaña, Francia y Alemania tuvieron más de un 1 por
ciento de la población enrolada.
La I Guerra Mundial tuvo los porcentajes más altos de partici
pación militar de toda la historia. En sus picos de movilización bé
lica, Francia y Alemania proporcionaron más de un 13 por ciento
48
de la población en servicio, Gran Bretaña más de un 9 por ciento,
Italia más de un 8 por ciento, Austria-Hungría poco más de un 7 y
Rusia poco menos del 7. Pero inmediatamente después de la gue
rra —aparentemente como reacción— las grandes potencias redu
jeron considerablemente sus porcentajes de participación militar.
Sólo Francia mantuvo movilizada a poco más del 1 por ciento de la
población. En Gran Bretaña, a mediados de los años treinta, la ci
fra llegó a un mínimo del 0,7 por ciento; mientras que en la Unión
Soviética en 1932 fue inferior al tercio del I por ciento. Estados
Unidos también volvió al nivel del siglo xix en cuanto a la falta de
prevención militar. La propia Alemania n^tzi se demoró bastante en
aumentar la participación de la población en el ejército, la marina
y la fuerza aérea, después de la reducción militar obligada por el
Tratado de Versalles de 1919. Hasta 1938 el ejército alemán no lle
gó a superar el 1 por ciento de la población. La aventura de Italia
en Abisinia elevó la cifra a más de un 3 por ciento en 1935, pero poco
antes de la II Guerra Mundial la cifra cayó nuevamente a poco más
del 1 por ciento.
Sorprendentemente, entre 1939 y 1945, ningún país movilizó
un porcentaje tan grande de población com o Francia en 1940 (su
cifra fue levemente inferior al 12 por ciento). El máximo de Alema
nia se alcanzó en 1941 y fue del 8,3 por ciento, bastante menos de
lo que logró Gran Bretaña en 1945 (un 10,4 por ciento). También
es digno de mención que la proporción soviética de ese año (un
7,4 por ciento) fuera inferior a la estadounidense (un 8,6 por cien
to) . Durante la I Guerra Mundial, Alemania confió demasiados
hombres al ejército sacrificando su fuerza de trabajo industrial. En
la II Guerra Mundial, en cambio, mantuvo un reparto de trabajo
más equilibrado.
En comparación a las dos eras de posguerra previas, la de 1815 y
la de 1918, en los años siguientes a 1945 no se dio una rápida y con
tinua desmovilización. En el caso soviético, las fuerzas armadas die
ron un salto ascendente del 1,5 por ciento de la población en 1946
al 3,1 por ciento en 1952; mientras que la participación militar nor
teamericana ascendió del 0,9 por ciento en 1948 a un máximo de
posguerra del 2,2 por ciento en 1952. Gran Bretaña experimentó
también un pequeño crecimiento asociado a la Guerra de Corea.
49
La cifra francesa alcanzó un máximo del 2,2 por ciento en 1960,
por los conflictos asociados a la descolonización.
Sin embargo, durante toda la guerra fría, se manifestó una con
sistente caída de los coeficientes de participación militar en mu
chos de los grandes países. Los porcentajes de Alemania, Italia y
Austria fueron, durante 1947-1985, inferiores a lo que había sido
entre 1816yl913, siendo en Rusia la cifra inferior al 2 por ciento.
Luego, la ruptura del Pacto de Varsovia y el colapso de la Unión So
viética permitieron que la participación militar volviera a los nive
les de entreguerras y, en algunos casos, se situaron por debajo. En
1997, sólo un 0,37 por ciento de la población británica participaba
en el ejército: era la cifra más baja desde 1816. La proporción fran
cesa actual (un 0,65 por ciento) es la más baja desde 1821.
Las proporciones de movilización militar, por tanto, han esta
do sujetas a grandes fluctuaciones en torno a una línea básica re
lativamente estable (y tal vez en descenso a largp plazo). Las grandes
guerras del periodo moderno, particularmente las mundiales, re
quirieron grandes incrementos en la participación militar, aunque
no fueron sostenidos. Precisamente ha sido el carácter no cíclico y
discontinuo de la guerra lo que ha ejercido una decisiva influencia
en el desarrollo de las instituciones financieras y políticas.
D is p a r o s p o r d ó l a r
50
— Russia/URSS
Francia — Estados U nidos
----------- Im perio Alem án/ —• Austria-Hungría/Austria
República Federal — Italia
\
......................................................... ........... I 1 I I I I_____ I_____ I » I
O.OT
H H (fi ^ \fi N 00 0\ O w rí 't ^ h*»
00 00 00 00 00 00 00 00 00 ON ON ON ON 0\ O, ON ON
H H H H H H H H M h n H H M H H H H
Fuentes: Base de datos ‘Correlates o f War’ ; IISS, base de datos ‘Military Balance’; OCDE.
51
pistola Maxim (1884), los fusiles de cámara para cartuchos (1888)
y el cañón de campana de disparo rápido de Schneider-Creusot
(1893) 34. El fuego de la I Guerra Mundial introdujo nuevos instru
mentos de destrucción prácticamente inconcebibles antes de 1914:
entre ellos, el tanque, el bombardero aéreo y el avión de combate,
así com o también la granada de mano, el mortero de trincheras y el
gas venenoso. A pesar de las insistentes alusiones sobre el cansancio
bélico, el proceso no se detuvo entre los veinte y los treinta: basta
comparar los aviones y tanques de 1938 con los de 1918. Pero el
ritmo de cambio se aceleró dramáticamente durante la II Guerra
Mundial, cuando los combatientes buscaron no sólo superar las in
novaciones sino la producción del enemigo, aumentando así la ve
locidad, el alcance, la precisión y el blindaje de prácticamente toda
la maquinaria bélica de mediados de siglo. El Spitfire inglés, por
ejemplo, fue modificado mil veces entre 1938 y 1945, agregándo
sele 100 millas por hora más a su velocidad máxima35. Al mismo
tiempo, los avances de la tecnología radial introdujeron una verda
dera revolución en las comunicaciones del campo de batalla (comu
nicación sin cable, detectores por radar), mientras que un sinnú
mero de nuevos inventos llegó a tiempo para probarse en la fase
final del conflicto: motores a reacción, vehículos, proyectiles dirigi
dos, cohetes y, por supuesto, bombas atómicas 36. La carrera tecnoló
gica continuó en la Guerra Fría, las bombas atómicas abrieron paso
a las bombas de hidrógeno y a las de neutrones y la carrera arma
mentista se volvió también una carrera espacial entre cohetes y saté
lites (con astronautas y cosmonautas incluidos para atraer constan
temente la atención del público)37.
En términos absolutos, el gasto en material militar aumentó a
largo plazo inexorablemente. En 1982, un crítico de la carrera
armamentista se lamentaba diciendo: “Los bombarderos cuestan
doscientas veces más de lo que costaban en la II Guerra Mundial.
Los aviones de combate cuestan cien veces o más de lo que costa
ban en la II Guerra Mundial. Los portaaviones son veinte veces más
costosos y los tanques de guerra quince veces más costosos que en
la II Guerra Mundial”38. Cuatro años más tarde, Paul Kennedy
ampliaba la observación:
52
Los estadistas de la era eduardiana, sorprendidos porque un bu
que de guerra construido antes de 1914 costaba 2,5 millones de libras,
estarían espantados al saber que hoy le cuesta al Almirantazgo británi
co al menos 120 millones de libras ¡una fragata de reemplazo!... El
nuevo bombardero [estadounidense] B-l costará más de 200.000 mi
llones de dólares para sólo 100 aviones... Los más cínicos [pronosti
can] que para 2020 el presupuesto entero del Pentágono se verá ab
sorbido por la compra de un solo avión 39.
53
El número de bajas de la Guerra de Sucesión española (1701-
1713) fue de 1,2 millones. Un siglo después, en las Guerras Napoleó
nicas, murieron 1,9 millones de personas. Yun siglo más tarde, la
I Guerra Mundial sacrificó la vida de más de 9 millones de solda
dos. Aproximadamente, 8 millones de personas murieron en el
torbellino de la Guerra Civil rusa de 1918-1921 (si bien la mayoría
fue víctima de la hambruna y peste que trajo consigo el conflicto).
Pero esta cifra parece insignificante frente al total de mortandad
causado por la II Guerra Mundial. En lo que se refiere al personal
militar, el total de bajas duplica la cifra de la I Guerra Mundial. Sin
embargo, esta cifra excluye las bajas civiles. Según los mejores cálcu
los disponibles, el total de muertes civiles en la II Guerra Mundial
alcanzó los 37,8 millones, llegando el número total de bajas a cer
ca de 57 millones de personas 44. La mayoría de las muertes de la
II Guerra Mundial se debieron a que todos los bandos pusieron en
el blanco a civiles que estaban en tierra o en mai^y se les atacó des
de el aire. Incluyendo las guerras coloniales menores, com o la
Guerra de los Bóers, y todas las guerras civiles, com o la que azotó
Indiaydespués de su independencia, la cifra total de muertes de
guerra, entre 1900 y 195Q, se aproxima a los 80 millones.
El aumento de la destructividad de la guerra se vuelve aún más
alarmante cuando tenemos en cuenta la relativa brevedad de las
guerras mundiales. La Guerra de los Treinta Años, si bien duró
cinco veces más que la II Guerra Mundial, causó sólo la novena
parte de mortandad en el campo de batalla, y una fracción aún
menor de la mortandad civil. La I Guerra Mundial, en cuatro años
y tres meses, quintuplicó la cifra de muertes causadas en las Gue
rras Napoleónicas en un espacio de doce años. Otro modo de ex
presar esto es calculando la tasa de mortandad anual aproximada
durante los años de las distintas guerras. Esta aumentó de 69.000
en la Guerra de los Treinta Años a 104.000 en la Guerra de Suce
sión española, a 124.000 en la Guerra de los Siete Años, a 155.000
en las Guerras Napoleónicas y a 2,2 y 3,2 millones en las guerras
mundiales del siglo xx, o a 9,5 millones si se incluyen las muertes ci
viles de la II Guerra Mundial. En suma, entre los siglos xvil y xx, la
capacidad destructiva de la guerra creció en un 800 por cien. Des
de la época de Napoleón hasta la época de Hitíer, separados tan
54
Gráfico 3. Gasto en defensa por militar de Gran Bretaña y Estados Unidos, 1816-1996
(escala logarítmica)
Fuentes: Gasto en defensa: Reino Unido: 1850-1914: Singer y Small, base de datos
‘Correlates o f W ar’ ; 1914-1988: Butler y Butler, British Political Facts, págs. 393 y ss.;
1989-98: SIPRI. Estados Unidos: 1870-1913: H obson, ‘Military-extraction Gap and
the Wary Titan’ , pág. 501; 1914-85: base de datos ‘Correlates o f W ar’ ; 1986-98 SIPRI.
IPC: Reino U nido: Goodhart, ‘ Monetary Policy,’ apéndice; Estados Unidos: Econo
mist, Economic Statistics, págs. 108 y ss.; Federal Reserve Bank o f St. Louis. Fuerzas Ar
madas: base de datos ‘ Correlates o f W ar’ .
sólo por 120 años, el aumento fue de 300 veces (véase el apéndice,
cuadro A ).
Aun tomando en cuenta el crecimiento acelerado de la pobla
ción mundial, las guerras mundiales fueron las más destructivas de
la historia. Un 2,4 por ciento de la población mundial murió en la
II Guerra Mundial y un 0,5 por ciento en la Primera, comparadas
con un 0,4 por ciento en la Guerra de los Treinta Años y un 0,2
en las Guerras Napoleónicas y en la Guerra de Sucesión española.
La tasa total de mortandad en la I Guerra Mundial representó el
l por ciento de la población de los cuatro países combatientes du
rante la preguerra, un 4 por ciento de todos los hombres que te
nían entre quince y cuarenta y nueve años y un 13 por ciento de to
dos los alistados. En Turquía, las cifras equivalentes fueron el 4 por
ciento de la población, el 15 por ciento de los hombres que tenían
entre quince y cuarenta y nueve años y cerca del 27 por ciento de
todos los alistados en el ejército. Serbia se vio aún más afectada, per
dió un 6 por ciento de la población, prácticamente la cuarta parte
de todos los hombres que estaban en edad de combatir, y más de la
tercera parte de todos los hombres alistados en el ejército 45. En
la II Guerra Mundial murieron com o resultado de la guerra apro
ximadamente un 3 por ciento del total de la población de preguerra
de todos los países combatientes. En Alemania, Austria y Hungría,
la cifra fue aproximadamente de un 8 por ciento, en Yugoslavia y la
Unión Soviética de un 11 por ciento y en Polonia — de todos los
países, el país más afectado por la guerra— cerca de un 19 por cien
to: aproximadamente la quinta parte del total de?Ja población du
rante la preguerra. Los ejércitos de algunos países fueron prácti
camente aniquilados en su totalidad. Las muertes militares, como
proporción del total de tropas movilizadas, se aproximaron al 85
por ciento, tanto para Polonia como para Rumania. Un 45 por cien
to de las tropas movilizadas en Yugoslavia murieron en la guerra. En
cuanto a la Unión Soviética y Alemania, enfrentadas durante cuatro
años en uno de los conflictos más sangrientos de la historia, las ci
fras equivalentes fueron, respectivamente, del 25 y el 29 por ciento.
Aproximadamente, la cuarta parte de las tropas japonesas y chi
nas murieron en la guerra en Asia y en el Pacífico.
No hay duda de que en guerras previas, las bajas en proporción
a las tropas movilizadas fueron a veces muy altas. Aunque las es
tadísticas de las batallas medievales no son exactas, es posible que
las proporciones (incluyendo a heridos y prisioneros) hayan fluc
tuado entre la cuarta y la tercera parte de los combatientes en las
batallas de Hastings (1066), de Crécy (1346), de Agincourt (1415),
deBreitenfeld (1631), de Lützen (1632), deNaseby (1645), de Aus-
terlitz (1805), de Waterloo (1815) y de Gettysburg (1863). En Blen-
heim (1704) la cifra puede haber alcanzado el 43 por ciento 46. Estas
cifras son comparables a algunas de las batallas de la I y la II Guerra
Mundial; por ejemplo, a El Alamein (con un 14 por ciento de ba
jas) , aunque no a Stalingrado, donde en seis meses y medio sola
56
mente el Ejército Rojo tuvo 1,1 millones de bajas y la Wehrmacht
otras tantas, si no más 47. Estas proporciones deben analizarse en el
contexto de los aumentos sustanciales del número de tropas que se
enviaban a la batalla. Cerca de 14.000 hombres pelearon en Has-
tings y aproximadamente 39.000 en Crécy. Pero ya en Breitenfeld
fueron 68.000 y en Blenheim 108.000, mientras que en Austerliz se
desplegó el doble del número que en Breitenfeld. La batalla de Wa-
terloo tuvo a 218.000 hombres en el campo; aunque esta cifra quedó
reducida por El Alamein (300.000) y Stalingrado, donde combatie
ron millones. Así como la tecnología militar magnificó la capacidad
destructiva individual, las innovaciones en instrucción, disciplina,
comunicaciones y logística permitieron que los ejércitos fueran
más grandes y que las batallas duraran más.
¿Por qué las bajas de los ejércitos de Occidente tendieron a dis
minuir en las guerras posteriores a 1945? El número de militares
norteamericanos que murieron en la Guerra de Vietnam fue “sólo”
de 57.939; el número de muertos en Corea fue de 37.904. Y el nú
mero de víctimas continuó en declive. En la Guerra del Golfo hubo
148 bayas americanas en combate, excluyendo las víctimas por acci
dente y “fuego amigo”: una proporción minúscula si consideramos
que el número total de combatientes era de 665.000. En la guerra
contra Serbia de 1999, la cifra equivalió a cero. Comparemos estas
cifras con los recuentos de cuerpos de las dos guerras mundiales:
114.000 militares norteamericanos en la I Guerra Mundial, y 292.000
en la Segunda. La caída del número de bajas militares es aún más
llamativa en el caso británico: 720.000 soldados británicos perdie
ron la vida en la I Guerra Mundial; más de 270.000 en la Segunda;
y en cambio en la Guerra de Corea murieron únicamente 537. En
Irlanda del Norte murieron 719 soldados británicos desde el co
mienzo de “los problemas” en 1969, junto a 302 miembros de la
Guardia Real de Ulster 48. Sólo 24 militares británicos murieron en
la Guerra del Golfo, excluyendo a 9 que murieron por accidentes
de su propio bando.
La respuesta está vinculada al m odo de combatir en las guerras
posteriores a 1945 en las que, invariablemente, Occidente se enfren
tó a enemigos mucho peor equipados. Estas tasas de mortandad no
implican, sin embargo, que haya disminuido la capacidad destruc
57
tiva del armamento moderno. Como ya hemos visto, no hubo una
escasez de guerras en el resto del mundo durante la segunda mitad
del siglo xx. En efecto, según un cómputo, el número de víctimas de
guerra durante el periodo que transcurre entre 1945 y 1999 está
entre los 15 y 20 millones. La guerra no se ha vuelto mucho más pa
cífica. Se trata, simplemente, de que la inmensa mayoría de las víc
timas de guerra han sido asiáticos y africanos.
Es más, las guerras que se emprendieron desde 1945 dejaron
tan sólo entrever el aumento colosal en destructividad logrado en
la segunda mitad del siglo. Un simple cálculo basta para ilustrar el
potencial de catástrofe militar que aún existía tras el fin de la Gue
rra Fría. En enero de 1992, las fuerzas nucleares desplegadas por
las dos superpotencias tenían un “rendimiento” conjunto de por lo
menos 5.229 megatones; esto fue después de la reducción del 22
por ciento del total de cabezas nucleares de las superpotencias des
de su máximo de 1987, excluyendo las que se consideran no estraté
gicas. Si la bomba de 12-15 kilotones arrojada en Hiroshima en 1945
terminó de inmediato con la vida de 100.000 personas y después
con la de otras 100.000 a causa de la radiactividad, las superpoten
cias tenían, en 1992, la capacidad hipotética de destruir (sólo con
sus fuerzas estratégicas) 387.302 Hiroshimas o 77.500 millones de
personas. Dicho en otras palabras, mientras que la bomba de Hiro
shima destruyó aproximadamente 8 kilómetros cuadrados, las su
perpotencias tenían ahora la capacidad de devastar 3,5 millones de
kilómetros cuadrados, es decir, un área similar a la de la India. No
consuela pensar que representa tan sólo el 3 por ciento del total de
la superficie del planeta, pues la contaminación surgida de tal con
flagración se expandiría mucho más. Dado que la población mun
dial era, en 1992, de aproximadamente 5.000 millones, las armas
nucleares les dieron, teóricamente, a las superpotencias la capaci
dad de destruir la raza humana quince veces 49. Cualquier cálcu
lo del cambio de los costes de defensa precisa tener en cuenta
este increíble aumento en destructividad del armamento.
También es importante considerar el m odo en que las técni
cas de producción masiva han tendido a disminuir el coste por uni
dad de prácticamente toda nueva pieza de armamento. Debido a la
relativa falta de competencia en el mercado de armas — los gobier
58
nos son los grandes compradores y un pequeño número de gran
des productores goza de una posición privilegiada en sus propios
mercados— , la industria de la defensa se ha ganado la reputación
de ser excesivamente cara. Sin duda, esta reputación fue bien me
recida en Estados Unidos y Gran Bretaña durante los ochenta, cuan
do la atención pública se concentró en los enigmáticos fenómenos
de “contratos al coste más honorarios” y en la grifería de oro de los
baños del Almirantazgo. Pero a largo plazo y tomando en considera
ción todo tipo de armamento, la teoría de que el precio de las armas
tiende a superar el precio de los bienes de consumo parece carecer
de fundamento. La II Guerra Mundial, en particular, demostró
cómo las técnicas de producción masiva reducían asombrosamen
te el coste por unidad de fusiles, tanques, aviones e incluso las em
barcaciones navales. Los altos precios de los nuevos aviones y sub
marinos de fines de la Guerra Fría indican simplemente la poca
cantidad que se encargaba; allí donde la demanda de materiales in
dustriales de defensa fue continua y significativa, los precios no pa
recen haber estado sujetos a una inflación que supere la media.
Es más, la práctica soviética de ponerle sistemáticamente un pre
cio demasiado bajo a las armas dejó como legado el abaratamiento
del armamento; sus mayores beneficiarios fueron, y continúan
siendo, la guerrilla del Africa subsahariana, los grupos terroristas
de Europa occidental y los cárteles de la droga de las Américas. Ac
tualmente, un fusil de asalto AK-47 usado puede comprarse en
Estados Unidos por 700 dólares; y uno nuevo por 1.395: equivalen,
prácticamente, al coste del ordenador portátil con que se escribió
este libro. Por 160.000 millones de dólares — prácticamente la mi
tad del presupuesto de defensa estadounidense actual— se podría
equipar a cada varón estadounidense de entre quince y sesenta y
cinco años con una Kalashnikov nueva (o lo que es lo mismo, dos
de segunda mano). Por supuesto, los precios de estas armas son sus
tancialmente más bíyos en el mundo en vías de desarrollo. Asimis
mo, el coste real de un misil nuclear — y en consecuencia, el de
un kilotón de rendimiento nuclear— es más bajo desde que el
Proyecto Manhattan logró su objetivo a un coste de 2.000 millo
nes de dólares de 1945. En precios de 1993, la cifra sube 10 veces:
es suficiente para comprar 400 misiles Trident II 50. El hecho de
59
que Francia pudiera duplicar prácticamente su arsenal nuclear,
de 222 cabezas en 1985 a 436 en 1991, e incrementar a la vez su pre-
supúesto de defensa en términos reales en un 7 por ciento habla
por sí mismo 51. En términos de “disparos por dólar” — capacidad
destructiva en relación con el gasto— la tecnología militar nunca
estuvo más barata.
L a ABOLICIÓN DE LA DISTANCIA
60
velocidad máxima de sus medios de transporte. Como advirtiera
Rommel en el norte de África en 1942:
61
que aparecen en el gráfico 2 incluyen a un gran número de hom-
bresy mujeres en uniforme que no estaban en acción.)
Sin embargo, los avances del desarrollo del transporte maríti
mo y aéreo mitigaron en gran parte los problemas, aparentemente
perennes, del aprovisionamiento terrestre. La introducción de la
energía de vapor, lejos de “asestarle un golpe fatal a la supremacía
naval del Imperio”, como muchos temieron, le permitió a Gran Bre
taña ejercer un gran poder a distancias sin precedentes 57.
Entre 1815 y 1865, el Imperio se extendió en una media anual de
160.000 kilómetros cuadrados; entre 1860 y 1909 aumentó su tama
ño de 15,5 a 20,3 millones de kilómetros cuadrados, es decir, un
quinto de la superficie terrestre del planeta. Controlar mínimamen
te ese vasto imperio, con un ejército relativamente pequeño repartido
en poco más de veinte guarniciones, habría sido imposible sin el rá
pido incremento de las naves británicas en número, velocidad, al
cance y potencia de fuego. Entre 1857 y 1893, el tiempo de viaje
entre Inglaterra y Ciudad del Cabo se redujo de cuarenta y dos a die
cinueve días; mientras que la capacidad de tonelaje bruto de los bar
cos de vapor pudo duplicarse 58. También fue importante, para ace
lerar el flujo de información con “la periferia”, la expansión del
telégrafo. En un espacio de diez años, tras establecer la primera lí
nea telegráfica entre Londres y Lagos, el número de cables enviados
allí desde el ministerio de Asuntos Exteriores se quintuplicó 59. Como
exclamara maravillado el historiadorJ. R. Seeley: “La distancia, prác
ticamente, se ha abolido gracias al vapor y la electricidad” 60.
De manera similar, el alcance del poder estadounidense duran
te la segunda mitad del siglo xx dependió en gran medida de la
mayor capacidad de sus fuerzas navales y aéreas, por no mencionar
sus misiles intercontinentales. Es cierto que Estados Unidos mantuvo,
durante la Guerra Fría, un ejército permanente proporcionalmen
te mayor en relación con su población al que mantuvo Gran Bre
taña durante la era victoriana y eso que el ejército británico nunca
sufrió una humillación colonial tan prolongada como la de Vietnam
(si bien la Guerra de los Bóers estuvo a punto de convertirse en
algo similar). Pero en los noventa, el m odo en que Estados Uni
dos se valió de su ejército se asemejó más al Victoriano — con pocos
hombres y contra enemigos mucho más débiles— con la operación
62
‘Tormenta del Desierto” como una Omdurman del pasado 61. Son
los barcos y los aviones los que conforman la parte principal del po
derío norteamericano en el extranjero. Uno de los símbolos más
potentes de la guerra estadounidense de 1999 contra Serbia fue la
información de que los pilotos del bombardero Stealth podían vo
lar desde sus bases en Knob Noster, Misuri, repartir una lluvia de
destrucción sobre Belgrado y volver a casa a tiempo para comer piz
za y mirar el partido de béisbol62. Esos aviones parecen muy costo
sos, pues cada uno cuesta 2.200 millones de dólares; pero en rela
ción con el producto nacional bruto estadounidense son mucho más
baratos de lo que eran los Dreadnought en su época (2,5 millones
de libras), que cumplían una función similar 63. Cuando uno pien
sa cuán difícil fue para España controlar Suramérica en la era de los
galeones de madera parece factible la afirmación de que la tecnolo
gía ha disminuido en lugar de incrementar los costes de la guerra.
63
En sus inicios, el califato abasí gastaba aproximadamente la tercera
parte del total de los ingresos del gobierno en el ejército 66. Cálcu
los referidos a los principios de la era moderna ponen de manifies
to el militarismo fiscal vigente en Europa. La proporción del gasto
militar en el total del gasto público fluctuó de un 2 por ciento en
Borgoña durante el siglo XV a un 9 3 por ciento en Austria al final
del siglo xvil 67. Promediando las cifras disponibles relativas a las
monarquías europeas, el gasto militar cayó de un 4 0 por ciento del
total durante el siglo XV a sólo un 2 7 por ciento en el xvi, para luego
ascender a un 4 6 por ciento en el xvil y a un 5 4 por ciento en el xvin.
Durante el siglo xvil, los porcentajes de las ciudades-estado tendie
ron a ser inferiores a los de IJamburgo (cuya media era aproxima
damente del 5 0 por ciento), pero esto se debía a que Hamburgo
había optado por la propia defensa, mientras que las otras ciuda
des pagaban a sus protectores imperiales bajo la forma de tributos
por su seguridad. Un análisis comparativo de los gastos de algunos
de los estados modernos incipientes (en toneladas de plata) confir
ma sin sorpresa que los picos del gasto total estatal coincidieron
prácticamente siempre con las guerras 68. En el caso de la Inglaterra
isabelina, por ejemplo, los gastos militares ascendieron de un 20 por
ciento del gasto total ( 1 5 6 0 - 1 5 8 5 ) aun 79 por ciento ( 1 5 8 5 - 1 6 0 0 ),
como resultado del conflicto con España a partir de 1585 69. Duran
te el siglo xvil, aproximadamente un 9 0 por ciento del presupuesto
de la República holandesa fue utilizado para financiar la Guerra de
los Ochenta Años con España, las guerras anglo-holandesas y la
Guerra de los Nueve Años. Durante ese mismo periodo, las guerras
de Austria con el Imperio otomano hicieron que la proporción au
mentara para el Imperio de los Habsburgo a un 9 8 por ciento, si
bien en 1 71 6 dicha cifra había descendido a un 4 3 por ciento 70.
Para las grandes potencias, este patrón de frecuencia bélica y de
militarismo financiero siguió en pie hasta principios del siglo xix.
En el caso británico, entre 1685 y 1813, el gasto militar se elevó de
un 55 por ciento del total del gasto público a un 90 por ciento 71.
Para Prusia, la proporción varió entre un 74 y un 90 por ciento du
rante el periodo 1760-1800. Tras declinar en los periodos anterior y
posterior a la Revolución, la proporción francesa alcanzó un máxi
mo del 75 por ciento en 1810 72 Asimismo, el gobierno federal de
64
Estados Unidos invirtió en 1810 cerca de la mitad del total de su
presupuesto en cuestiones militares. Como veremos, la capacidad
para reunir grandes sumas de dinero a corto plazo, y a un coste
económico mínimo fue clave para lograr combinar el éxito militar
y la estabilidad interna.
No obstante, a lo largo del siglo xix, el gasto militar manifestó
un declive en su peso relativo. Las cifras del fin de la década, para el
periodo de 1820 a 1910, demuestran que el gasto militar alcanzó
un promedio del 54 por ciento del gasto público en Estados Uni
dos, un 49 por ciento en Prusia-Alemania, un 34 por ciento en Gran
Bretaña, un 33 por ciento en Francia y en un 29 por ciento en Aus
tria Ti. Esto se debió fundamentalmente, como hemos visto, a que
las guerras del siglo xix tendieron a ser más breves y menos costo
sas que las del siglo anterior. Sin embargo, el declive de los porcen
tajes de Austria y Alemania entre 1880 y 1910 — de un 82 por ciento
a un 52 por ciento en el caso alemán— no debe interpretarse como
el producto de recortes en la defensa. En ambos casos, los descensos
se debieron principalmente al aumento del gasto estatal con fines
no militares (sobre esto hablaremos más adelante) 74. Yun análisis
más detallado de las cifras británicas, incluyendo los gastos colonia
les clasificados oficialmente com o gastos “civiles”, indica una subi
da a largo plazo de la proporción destinada al gasto militar e impe
rial, que partió de un mínimo del 19 por ciento en 1836. A pesar
del leitmotiv de “moderación” durante la era de Gladstone, la pro
porción nunca estuvo por debajo del 30 por ciento después de la
Guerra de Crimea y mostró una continua tendencia ascendente
desde 1883. Entre la Guerra de los Bóers y la I Guerra Mundial, la ci
fra se mantuvo permanentemente por encima del 40 por ciento 75.
Durante el siglo xx, el papel militar del gobierno tomó forma
para luego desvanecerse. En efecto, el alcance de la movilización
económica durante las dos guerras mundiales fue de tal enverga
dura que la distinción entre gasto militar y no militar se volvió cada
vez más artificial: esto fue lo que esencialmente caracterizó a la
“guerra total”. Las cifras que poseemos sobre la I Guerra Mundial
sugieren un retorno al nivel de militarismo fiscal nunca visto desde
los inicios de la era moderna. Durante el pico bélico de 1917, el gas
to militar ruso representó un 96 por ciento del presupuesto del
65
gobierno central. En Gran Bretaña la cifra fue del 90 por ciento,
en Alemania del 86 por ciento, en Italia del 83 por ciento y en
Francia del 71 por ciento. Estados Unidos manifestó un alza del
gasto militar sin precedentes, que llegó a un máximo en 1919
del 62 por ciento 76. Pero en el periodo de entreguerras, los presu
puestos de defensa se redujeron radicalmente, tanto en términos
absolutos com o en términos relativos. Desde 1923 hasta 1934, el
presupuesto de defensa británico estuvo continuamente por deba
jo de la quinta parte del gasto del gobierno central, y cayó a un mí
nimo del 15 por ciento en 1932. En Alemania, entre 1928 y 1931,
la proporción militar del presupuesto imperial descendió a me
nos de la décima parte. Aun la Italia fascista, hasta la aventura de
Mussolini en Abisinia, destinó menos de la quinta parte del presu
puesto estatal al ejército. Irónicamente, fueron los franceses quie
nes, entre 1920 y 1935, mantuvieron los niveles más altos de gasto
militar en Europa (un porcentaje medio del 30 por ciento anual) 77.
Por desgracia, no fue mucho el dinero que se destinó a los nuevos
aviones y tanques 78: era un gran ejército con sólidas fortificacio
nes aunque al carecer de un adecuado poder aéreo y de un arsenal
suficiente, no pudo soportar la Blitzkriegalemana de 1940.
La confusa distinción entre gastos militares y gastos civiles hace
casi imposible evaluar los grandes aumentos que se produjeron an
tes de la II Guerra Mundial y durante la contienda. Según las con
venciones algo arcaicas de los presupuestos británicos, la “cuota”
de defensa subió rápidamente de un moderado 15 por ciento en
1932 a un 44 por ciento del total del gasto estatal en 1938; en su
máximo de 1944 superó el 84 por ciento 79. El Tercer Reich heredó
un presupuesto militar inferior al 10 por ciento del gasto público,
pero a partir de los años treinta el monto gastado por los nazis en
rearme es incierto. Las estimaciones del monto total destinado al
ejército entre 1933 y 1938 fluctúan entre 34.500 millones de mar
cos, cifra apuntada por el antiguo presidente del Reichsbank, Hjal-
mar Schacht, y la del historiador de Alemania del Este Kuczynski,
que la eleva a más del doble. Para intimidar a los enemigos al desen
cadenarse la guerra, Hitler aseguró que se habían gastado 90.000
millones. Sin embargo, los cálculos más plausibles — excluyendo
las inversiones industriales que podrían haber mejorado la capaci
66
dad militar del Reich en el futuro— se basan en el testimonio del
antiguo ministro de Economía, conde Schwerin von Krosigk, que
coloca la suma total de la preguerra entre los 48.000 y 49.000 millo
nes 80. Como proporción del presupuesto del Reich, esto significó
un incremento de menos del 10 por ciento a más del 50 por ciento.
Las cifras de tiempos de guerra son también problemáticas, pero
parece que la proporción aumentó al 75 por ciento entre 1940
y 1944 81. En Japón, el gasto militar partió de un nivel más alto
(un 31 por ciento en 1931-1932) y alcanzó el 70 por ciento ya entre
1937 y 1938 82. A causa de la Guerra Fría, las tajantes reducciones
de los presupuestos militares que siguieron a la derrota de las po
tencias del Eje tuvieron poca duración. Habiendo descendido al 21
por ciento del presupuesto del gobierno central en 1949, los gastos
británicos de defensa subieron a un máximo de posguerra del 38
por ciento en 1954; éste fue también el año del máximo para Fran
cia. Los “dolores” sufridos en el proceso de descolonización se des
vanecieron a partir de entonces: el presupuesto británico de defen
sa estaba ya en relativo declive en la época de Suez, mientras que el
francés cayó rápidamente después de Dien Bien Phu. En 1968, sólo
la quinta parte del gasto público estaba destinada en ambos países
a la defensa 83. Tampoco el gobierno de Thatcher retardó dema
siado esta tendencia descendente del gasto británico de defensa.
Como proporcion del gasto público, subió levemente de un 10 por
ciento en 1975 a un 11,8 por ciento en 1986; pero en 1990 retornó
al 10,7 por ciento 84. Entre 1997 y 1998, la cifra fue inferior al 7 por
ciento de los gastos bajo “control total”. Esta cifra fue la más baja de
la historia británica desde la Guerra de las Rosas.
Pero ninguna de las cifras mencionadas nos da cuenta de la rela
tiva importancia económica del gasto militar. En efecto, dados los pro
fundos cambios en la naturaleza del gasto total estatal, no sólo a ni
vel central sino también local, no parecen decir nada demasiado
significativo. Por ejemplo, para poder comparar las cifras alemanas
y británicas posteriores a 1870 debería agregarse el gasto de los
lander al gasto total del gobierno federal; o, de forma alternativa,
debería calcularse el presupuesto para la defensa com o una propor
ción del total del gasto del sector público, que incluya a todas las ra
mas del gobierno. El cuadro 1 nos brinda datos más precisos de lo
67
que fue el notorio declive de la proporción del gasto militar con
respecto al gasto público en todos los niveles de gobierno en los úl
timos cien años. Tanto en Gran Bretaña com o en Francia y Alema
nia, la proporción del gasto en la defensa con respecto al total del
presupuesto del sector público descendió de la cuarta parte a ape
nas un 5 por ciento.
Pero más importantes que este tipo de cálculos son los que re
presentan la “carga militar” del gasto com o proporción del total de
la producción económica. Para dar un ejemplo de la era clásica:
Goldsmith calcula que el total del gasto público ateniense fue, apro
ximadamente, del 20 p>or ciento de la producción nacional — se
trata, necesariamente, de una aproximación— en comparación a la
CUADRO 1
1 8 9 1 -1 9 9 7
Fuentes: 1872-1971: Flora et al., State, Economy and Society, vol. I, pp. 345-449; 1997: SIPRI
yOCDE.
68
tar griega fue probablemente superior a la romana: tal vez de un
7 por ciento de la producción nacional, comparada a la cifra romana
que fue tan sólo de un 2 o 3 por ciento. Este tipo de cálculo — el
coste del gasto militar con relación al producto nacional o interior
bruto— no deja de tener sus dificultades técnicas aun en la actuali
dad, cuando los cálculos del producto nacional son bastante fiables
aunque disten de ser exactos. Sin embargo, no hay mejor manera
de calcular el gasto relativo militar que permita establecer compa
raciones entre los distintos países y diferentes épocas.
Naturalmente, la proporción del gasto militar en relación con la
producción nacional fluctúa considerablemente si el país está o no
en guerra; éste es el punto crucial. Por ejemplo, en el caso de la
Florencia de los Médicis en los años veinte del siglo xvi, la media
del gasto militar con respecto a la producción “nacional” fluctuó en
tre un 3 por ciento en épocas de paz y un 20 por ciento en épocas
de guerra 85. Como proporción de la renta nacional, el gasto britá
nico de defensa fluctuó, durante el siglo xvill, entre un 4 y un 18
por ciento, dependiendo de que el país estuviera o no en guerra,
y alcanzó su máximo entre 1778 y 1782 86. Se trataba de una pro
porción significativamente mayor que la que había invertido el Es
tado francés durante ese mismo periodo. Según se ha calculado, el
total del gasto militar británico, entre 1776 y 1782, superó en térmi
nos absolutos la cifra francesa en dos veces y media. Sin embargo,
esta diferencia no tiene en cuenta los tamaños respectivos de las
economías de estos estados rivales. De hecho, el coste en relación
con el PNB anual era en Gran Bretaña superior a lo que parecen in
dicar los números absolutos: un 75 por ciento comparado al 15 por
ciento francés 87. En términos relativos, la guerra fue para Gran
Bretaña una carga mucho más pesada que para Francia; o en otras
palabras, Gran Bretaña fue capaz de movilizar una mayor propor
ción de su producción nacional en épocas de crisis militar.
Como indica el gráfico 4, tales niveles fueron pocas veces alcan
zados durante el siglo xix. Entre 1850 y 1914, la proporción más
alta de PIB consumida por las fuerzas armadas británicas fue tan
sólo del 11 por ciento durante el primer año de la Guerra de Cri
mea, y en la Guerra de los Bóers, la cifra no superó el 6 por ciento.
Ninguna de las otras potencias europeas gastó más de un 5 por
69
Gráfico 4. Gasto en defensa com o porcentaje del producto nacional, 1850-1998 (escala
logarítmica)
Fuentes: Gasto en defensa: Reino Unido: 1850-1914: base de datos ‘ Correlates o f W ar’ ;
1914-1988: Butler y Butler, British Political Facts, págs. 393 y ss.; 1989-1998: SIPRI. Esta
dos Unidos: 1870-1913: H obson, ‘Wary Titan’ , pág. 501; 1914-1985: base de datos
‘Correlates o f War’ ; 1986-98: SIPRI. Alemania: 1872-1913, 1925-32: Andie y Veverka,
‘Growth o f Government Expenditure’ , pág. 262; 1933-38: Overy, War and Economy, pág.
203; 1938-44: Petzina etal. (eds.), Sozialgeschichtliches Aibeitsbuch, vol. in. pág. 149 (sin em
bargo, los porcentajes de 1933-43 provienen de Abelhauser, ‘Germany’ , pág. 138);
1950-80: Rydewsi (e d .), Bundesrepublik in Zahlen, págs. 183 y ss.; 1982-98: SIPRI. Francia:
1820-70: Flora et al., State, Economy and. Society, vol i, págs. 380-2; 1870-1913: Hobson,
‘Wary Titan’ , pág. 501; 1920-1975: Flora et al., op.cit.; 1981-97: SIPRI. Italia: 1862-1973:
Flora et al., op.cit. págs. 402 y ss.; 1981-97: SIPRI. Rusia: 1885-1913: H obson, ‘Wary
Titan’, pág. 501; 1933-38: Nove, Economic History, pág. 230; 1940-45: Harrison, ‘Over
view’ , pág. 21; 1985-91: IISS, Military Balance; 1992-97: SIPRI. P IB /P N B /P N N /: Reino
Unido: 1850-70: Mitchell, European Historical Statistics, pág. 408; 1870-1948: Feinstein,
National Income, Expenditure and Output, Statistical Tables, cuadro 3; 1848-1998: ONS.
Estados Unidos: 1850-1958: Mitchell, International Historical Statistics: The Americas,
págs. 761-74; 1959-98: Federal Reserve Bank o f St. Louis. Alemania: 1870-1938: Hoff
man, Grumbach y Hesse, Wachstum; 1950-60: Rytlewsi (ed.), Bundesrepublik in Zahkn.
pág. 188; 1960-99: OCDE. Francia: 1820-1913: Lévy-Leboyer y Bourgignon, L ’É conomie
française, págs. 318-22; 1960-99: OCDE.
Nota: Reino Unido: las cifras del PIB posteriores a 1920 excluyen a Irlanda del Sur. Ale
mania: PIB 1950-60: Alemania Occidental, excluye al Sarre y a Berlín Oeste; 1960-90:
Alemania Occidental; 1991-99: Alemania reunificada.
70
ciento de su producción nacional en defensa, con la excepción de
Italia en 1866 (aunque si dispusiéramos de las cifras del PIB pru
siano previas a la unificación alemana concluiríamos probable
mente que la cuota militar superó el 5 por ciento durante 1866-
1871). Entre 1870 y 1913, el gasto en la defensa com o porcentaje
de la producción nacional bruta fue de un 3,1 por ciento en Gran
Bretaña y Austria, de un 3,2 por ciento en Alemania, de un 3,3 por
ciento en Italia y de un 4 por ciento en Francia.
Si consideramos cuánto se ha escrito sobre la carrera armamen
tista previa a la I Guerra Mundial — sin hacer mención de la con
tienda en ultramar entre los imperios— los números son sorpren
dentemente bajos. Resulta especialmente llamativo que Alemania,
el estado caracterizado más notoriamente por su “militarismo” du
rante este periodo, fuera según esta medida menos militarista que
sus dos vecinos rivales: es decir, Francia y Rusia 88. Pero la idea de un
“militarismo desenfrenado” com o fenómeno general europeo se vuel
ve más comprensible cuando se comparan estas cifras con las de Es
tados Unidos. Proporcionalmente, los estadounidenses gastaron me
nos de un 1 por ciento de su producto nacional bruto en defensa
entre 1870 y 1913. Esta cifra no varió significativamente durante la
I Guerra Mundial. Sólo en el último año de la Gran Guerra, el gas
to en defensa superó el 5 por ciento del PNB, y después de llegar a
un máximo del 13 pyr ciento en 1919, cayó rápidamente por deba
jo del 1 por ciento en la mayor parte de los años veinte. El contraste
con las potencias europeas se hace verdaderamente patente. En
sus respectivos picos durante la I Guerra Mundial, tanto Gran Bre
taña como Alemania gastaron más del 50 por ciento de su PIB en
defensa: Italia no estaba muy lejos con un 35 por ciento.
Durante el periodo de entreguerras, Gran Bretaña intentó en
vano volver al nivel de gasto de la preguerra; ninguna de las otras
potencias intentó hacerlo. Desde mediados de los años veinte en
adelante, tanto Italia com o Francia hicieron que el gasto militar su
perara su tasa de crecimiento: la carga francesa por la defensa exce
dió el 5 por ciento de su PIB en 1930 y la italiana en 1935. Por su
puesto, por el Tratado de Versalles, el presupuesto militar alemán
quedó bruscamente reducido a niveles estadounidenses; pero des
pués de la llegada de Hitler al poder hubo un inmenso trasvase de
71
recursos, que incrementó la cuota militar de menos de un 2 por cien
to en 1933 al 23 por ciento en 1939.
Para las potencias europeas, el coste relativo de la II Guerra
Mundial no fue, de hecho, mucho mayor al de la Primera. La dife
rencia más llamativa, sin embargo, fue que desde 1943 Estados Uni
dos comenzó por primera vez a desviar sus recursos hacia la gue
rra a una escala comparable a la europea. Desde este “inicio de la
globalización” no ha sido posible para Estados Unidos volver a su
antiguo nivel de moderación respecto al militarismo. Por el contra
rio: descae la Guerra de Corea, Estados Unidos ha invertido conti
nuamente una mayor proporción de su PIB en defensa que sus
aliados principales. No es necesario aclarar que dicho fenómeno
refleja el gran nivel de gasto militar que requirió la Guerra Fría.
Rusia y la Unión Soviética presentan las mayores dificultades es
tadísticas: de ahí los espacios en blanco que aparecen en las series
del gráfico 4. Esto se debe al carácter fragmentario de los datos za
ristas y, fundamentalmente, a la idiosincrasia de las prácticas conta
bles soviéticas — recordemos, en particular, el concepto de “pro
ducto material neto”, que excluye de la contabilidad nacional los
servicios— , así com o también la política de ponerles precios dema
siado bajos a los armamentos que ya hemos mencionado. Previa
mente a la I Guerra Mundial, la Rusia zarista había sido, induda
blemente, la potencia más militarista a nivel económico, pues había
invertido más del 5 por ciento de su producto nacional neto en de
fensa entre 1885 y 1913 — si bien esta proporción incluye también
el coste relativamente alto de la guerra con Japón de 1904-1945— .
Entre 1915 y 1917, es probable que la carga militar haya superado
también a la de los otros combatientes. Sin embargo, el cuadro se
vuelve oscuro durante el periodo soviético. Si bien el gasto de de
fensa parece haber sido relativamente bajo durante el periodo de la
Nueva Política Económica y la colectivización de Stalin, creció
con bastante rapidez después de 1935: estaba por delante del de
Gran Bretaña aunque por detrás del de Alemania. En plena II Gue
rra Mundial, el gasto militar relativo superó el 60 por ciento, una cifra
algo menor que la equivalente de Alemania. Sin embargo, es mucho
más difícil calcular la cantidad de producción soviética destinada a
defensa después de 1945. Las cifras oficiales soviéticas son demasia
72
do bajas. En 1975, la Agencia de Inteligencia estadounidense (CIA)
duplicó el cálculo del gasto militar soviético, de 6-8 por ciento del
pNB a 11-13 por ciento, según datos de precios nuevos 89. Diez años
después, el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos calcu
ló que la proporción fue del 16 por ciento 90. La cifra equivalente
de Estados Unidos durante la misma época era del 6 por ciento. En
plena Guerra de Corea, el gasto norteamericano en defensa, como
proporción de su producción, fue inferior al nivel soviético de los
años ochenta.
Finalmente, el gráfico 4 muestra cómo a partir del fin de la Gue
rra Fría los gastos de defensa descendieron bruscamente en térmi
nos relativos. Los últimos cálculos, para 1999, provenientes del Insti
tuto de Investigaciones para la Paz Universal de Estocolmo (SIPRI)
sugieren que la proporción del gasto con respecto al PIB fue del
4 por ciento en Rusia, del 3,2 por ciento en Estados Unidos, del 2,8
por ciento en Francia, del 2,6 por ciento en Gran Bretaña, del 2 por
ciento en Italia y tan sólo del 1,5 por ciento en Alemania 91. Estas ci
fras nos recuerdan las de la segunda década del siglo xx, similares a
las del siglo xix. Estados Unidos, Rusia, Alemania y Gran Bretaña
nunca habían gastado tan poco desde los años veinte del siglo pasa
do, si bien el caso alemán fue por obligación. Los gastos de defensa
franceses e italianos nunca habían sido tan b¿yos en términos relati
vos desde principios de 1870.
La “desmilitarización” de O ccidente
73
la acción: sus nietos y bisnietos ven hoy la representación. En 1999,
miles de actores norteamericanos simularon su muerte en pelícu
las de guerra espeluznantes y famosas como Salvar al soldado Ryan.
Sólo unos pocos soldados estadounidenses murieron com o resulta
do de operaciones militares concretas y la mayoría fue víctima de
accidentes más que de la acción enemiga.
Sin embargo, sería erróneo atribuir esta desmilitarización al re
chazo de la guerra que caracterizó tanto a la cultura de élites como a
la cultura pop durante la Guerra de Vietnam. La desmilitarización ha
sido la norma en épocas de paz, como indican claramente los gráfi
cos 2 y 4. Sumado a esto, Giran Bretaña y Estados Unidos han tendido
a reducir la participación militar sustituyendo el capital por trabajo.
Históricamente, los dos elementos más atrayentes de la guerra
han sido la camaradería y la excitación del combate. Sin embargo,
con el avance de la tecnología militar durante el siglo XX, ambas
experiencias han sido difíciles de encontrar. El nadir de la guerra
convencional se alcanzó en el Frente Este durante la II Guerra Mun
dial. Con un número de muertes promedio de uno por cada tres
soldados, era imposible que existieran lazos duraderos y menos aún
alguna emoción viva. Como señaló un oficial del ejército alemán:
En esta guerra, las mujeres médicos usaron sus dientes para am
putar piernas y brazos destrozados 93. Y los prisioneros de guerra
hambrientos debieron recurrir al canibalismo. No se trató de una
guerra total sino más bien de una guerra totalitaria, en la que el va
lor de la vida en el campo de batalla cayó a un nivel próximo a cero,
y fue cero absoluto en los campos de trabajo forzado, que fueron
parte integral del esfuerzo bélico en ambos bandos 94.
El camino alternativo que tomaron Estados Unidos y Gran Bre
taña para economizar vidas consistió en industrializar la guerra,
74
en invertir la mayor parte de sus recursos en artillería, tanques, bu
ques de guerra y, sobre todo, en aviones. En muchos sentidos, el año
1940 fue un momento crucial, cuando Gran Bretaña evacuó su ejér
cito de Dunkerque y se apoyó en la fuerza aérea formada por tan
sólo 1.400 pilotos para evitar la invasión alemana y mantenerse en
pie de guerra 95. Pero sería el bombardero y no el combatiente la
clave en la estrategia británica — y norteamericana— posterior.
En efecto, la inversión en bombarderos redujo las bajas de los alia
dos y aumentó considerablemente las de los civiles del Eje, proce
so que culminó en Hiroshima. Una vez establecido el dominio so
bre el aire, las fuerzas terrestres pudieron usarse con menor coste
de vidas y heridos.
La “revolución” actual en cuestiones militares, que se logró
por el perfeccionamiento de las comunicaciones electrónicas, es por
tanto parte de un proceso prolongado que está lejos de ser verdade
ramente revolucionario. Lo que, sin embargo, no ha cambiado en
absoluto durante todo este tiempo es el hecho de que se necesita
reunir dinero — tanto para los ejércitos masivos de la era de la “gue
rra total”, com o para las “armas inteligentes” actuales que aumen
tan proporcionalmente los presupuestos militares modernos— .
Y frecuentemente, com o ha quedado patente en este capítulo, es
necesario reunir el dinero muy a corto plazo. Las sumas han varia
do considerablemente en relación con el crecimiento económ ico
y la destructividad del armamento. Pero la necesidad básica de fi
nanciar la guerra ha sido — hasta recientemente— el móvil fun
damental del proceso de formación del Estado; el padre, sin duda,
de lo que trataremos en adelante.
75
W \ r i I UJLLJ 11
“ O d io s o s im p u e s t o s ”
77
J am es Gillray, b a sá n d o se en “F. L . E s q .”, J oh n B u ll G r o u n d D o w n , 1 7 9 5
Entre los sistemas elitistas de representatividad limitada existe la
tendencia a depender fuertemente de la tributación indirecta para
generar ingresos; principalmente se depende de los derechos de
aduana sobre las importaciones o de impuestos específicos sobre el
consumo. La imposición sobre el consumo puede, dentro de cier
tos límites, ser económicamente preferible a su alternativa, que es
la imposición sobre la renta y el patrimonio. Pero la tributación in
directa es a largo plazo insuficiente: primeramente, porque en épo
cas de crisis el comercio y el consumo tienden a decaer, y con ello
decaen también las ganancias impositivas; en segundo lugar, por
que la tributación indirecta es generalmente regresiva y apoyarse
excesivamente en ella puede conducir al desorden político. Tarde
o temprano la mayoría de los estados se han visto obligados a recau
dar impuestos directos, com o el impuesto sobre la propiedad o el
impuesto sobre la renta.
Como observaba el canciller austríaco del siglo xvm Wenzel An
tón von Kaunitz-Rittberg:
La p la ta d e familia
79
que pertenecían al Estado 4. En el Renacimiento, Génova tenía su
mina de alumbre en Posea 5.
Las grandes monarquías europeas se iniciaron también con vas
tos dominios reales que fueron por algún tiempo fuente principal
de renta. En Inglaterra, durante el siglo xrv, el lema parlamentario
— que era una reacción a las imposiciones reales conocidas como
los “suministros”— decía the Kingshould live ofhis own (el rey debe
ría vivir por sus propios medios). De hecho, ésta fue una idea gene
ralizada en toda Europa: para Francia, el rey debía vivre du sien, y
para España debía “conformarse con lo suyo”. Pero pocos reyes
fueron capaces de hacerlo. La tentación de vender bienes y de ha
cerse inrttediatamente con dinero en efectivo — o de entregar tie
rras para pagarles a sus servidores fieles— fue demasiado grande.
Esto ocurrió fundamentalmente en Francia. En 1460, el domi
nio de la corona francesa suplía tan sólo el 3 por ciento de la totali
dad de los ingresos reales 6; si bien se elevó a un 10 por ciento en los
años veinte del siglo xvi, y a lo largo de cincuenta años después,
descendió nuevamente a un 4 por ciento 7. En 1773, las tierras de la
corona produjeron menos del 2 por ciento del ingreso total8. Ni si
quiera con la confiscación de bienes aristocráticos y de tierras ecle
siásticas durante la era de la revolución fue posible restablecer los
bienes públicos; éstos fueron inmediatamente vendidos a bajo pre
cio para adquirir dinero en efectivo: sólo la venta de las tierras del
clero representó un 12 por ciento del ingreso ordinario percibido
por Francia durante la era napoleónica 9.
Por algún tiempo, la corona inglesa estuvo en mejor situación
que la francesa. En la década de los años setenta del siglo xv, sir
John Fortescue calculaba que Eduardo IV percibía la quinta parte
del rendimiento total de la propiedad temporal del reino; sin em
bargo, a fines de su reinado, esta suma se volvió insuficiente para
cubrir los gastos de la corona10. Enrique VII logró aumentar la ren
tabilidad de sus dominios de tal manera que sólo una vez, en 1504,
tuvo que acudir al Parlamento por razones de tributación. Su hijo
le dio un pequeño empujón al estado contable de la corona cuan
do embargó las tierras de los monasterios. No obstante, estas tie
rras fueron rápidamente liquidadas con el fin de financiar las
guerras contra Francia y Escocia: ya en los últimos años del reinado
80
de Eduardo VI, siete octavos de las tierras se habían ido de las ma
nos del Estado n . Su hermana, Isabel I, tampoco pudo aspirar a vivir
con lo suyo. Fue la escasez de bienes propios de la corona lo que
causó principalmente que los parlamentos ganaran poder a fines
del siglo xvi y durante el xvii. Si bien después de la Guerra Civil la
monarquía restaurada recuperó grandes extensiones de tierra, tuvo
que depender en adelante siempre del Parlamento para proveerse
de fondos. En 1760, Jorge III transfirió los ingresos de la propie
dad de la corona al Parlamento; desde entonces la monarquía ha
sido financiada gracias a la tributación mediante la Lista Civil y
otros subsidios 12.
Más hacia el este, el “dominio estatal” perduró más tiempo. En
1630, el dominio de la corona sueca, que incluía minas de plata,
hierro y carbón, representaba un 45 por ciento de los ingresos
reales y, en el caso danés, un 37 por ciento; pero en 1662, la propor
ción danesa había descendido al 10 por ciento, y hacia fines del si
glo xviii el dominio real sueco prácticamente había desaparecido 13.
El dominio estatal prusiano fue tal vez el de más larga duración y
uno de los más empresariales. En 1740, los ingresos procedentes de
las propiedades de la corona representaban un 46 por ciento del
total, y descendieron sólo mínimamente durante los cincuenta años
siguientes. Incluso en 1806 su proporción llegaba al 30 por ciento,
y el desarrollo de la red de ferrocarriles estatales y otras actividades
industriales hicieron que aumentara ligeramente u . En 1847, más
de un tercio de los ingresos públicos provenía de empresas estata
les; diez años más tarde era un 45 por ciento; y en 1867, llegó a al
canzar algo más del 50 por ciento 15. Esta tendencia ascendente
continuó después de la unificación. Los ingresos empresariales as
cendieron como proporción del total (incluyendo los ingresos or
dinarios y los extraordinarios) de un 48 por ciento en 1875 a un 77
por ciento en 1913. Sin duda, estas cifras brutas exageran la cantidad
de renta disponible que generaban las empresas. Pero aun sustra
yendo el coste por la administración de las empresas estatales, su
importancia fue considerable: entre 1847 y 1857 cubrieron el 16 por
ciento de los gastos ordinarios y extraordinarios, y el 25 por ciento
en 1867. No obstante, los ingresos netos fueron perdiendo de modo
continuo importancia tras la unificación, de un 6 por ciento en 1875
81
a menos del 2 por ciento en vísperas de la I Guerra Mundial16. En
Gran Bretaña, en cambio, el sistema ferroviario se construyó prácti
camente en su totalidad con financiación privada.
Pero Prusia no fue la única. Durante los siglos xvrn y xix hubo
otros estados alemanes que fueron también muy empresariales:
Württemberg— por ejemplo— y Hesse-Cassel, si bien la fuente prin
cipal de la renta empresarial del último fueron los mercenarios del
Estado, que aportaban aproximadamente la mitad del total del gasto
público entre 1702 y 1763. Como decía el landgrave Guillermo VIII:
“Estas tropas son nuestro Perú” 17. A fines del siglo, su hijo se con
virtió en uno de los hombres más ricos del mundo —la administra
ción de una parte de su gran cartera de inversiones permitió a los
Rothschild iniciarse en su gran carrera bancaria— 18. Rusia tam
bién poseyó un importante dominio real, al que se agregaron, a fi
nes del siglo xix, una gran red ferroviaria y un sector de industria
pesada. En 1913, los ingresos netos de la red ferroviaria represen
taban el 8 por ciento del total de los ingresos públicos 19. Incluso
la Gran Bretaña del siglo xix, a pesar de su reputación de tener sólo
un “estado vigilante”, obtenía un 20 por ciento de sus ingresos pú
blicos brutos de los servicios postales, telefónicos y telegráficos, que
monopolizaba 20. Esta proporción era muy superior a la de Fran
cia, donde las propiedades estatales declinaron com o proporción
del ingreso total de un 10 por ciento en 1801-1814 a poco más del
3 por ciento bajo los regímenes Borbón y de Orleans, y a menos
del 2 por ciento de 1848 hasta 1914 21.
También se establecieron monopolios estatales sobre la produc
ción y venta de artículos de consumo. La dinastía T ’ang de China
introdujo el m onopolio sobre la sal en el año 758; en el año 780 re
presentaba ya la mitad de los ingresos del gobierno central. Los
monopolios sobre la sal fueron introducidos también en Venecia,
Génova, Siena, Florencia, Francia y Austria, y, por lo general, esta
ban vinculados a un impuesto (conocido com o la gabela). Rusia
también introdujo un m onopolio estanco sobre la sal, si bien su
m onopolio sobre el vodka, posterior a 1895, resultó ser mucho más
lucrativo. A principios de la I Guerra Mundial, este último proveía la
quinta parte del ingreso total, de una cantidad verdaderamente sor
prendente 22. El m onopolio francés sobre el tabaco representó más
82
del 7 por ciento del ingreso durante su apogeo en el siglo x v i i i 23.
Uno de los malogrados planes de Bismarck, para liberarse de la de
pendencia parcial del Parlamento democrático que él mismo había
convocado, fue el establecimiento de un sistema monopolista sobre
el tabaco semejante al mencionado. Los monopolios estatales so
bre el alcohol perduran aún hoy en muchos países. Aproximadamen
te un 5 por ciento del ingreso local y estatal estadounidense provie
ne de las tiendas de venta de alcohol y de los servicios públicos 24. Las
loterías estatales tienen un papel similar; en todos los casos, el Esta
do parece monopolizar la gratificación de algún vicio específico. Las
ganancias que se obtienen de dichos monopolios son esencialmente
impuestos sobre la bebida y eljuego. Y como los vicios, son ingresos di
fíciles de abandonar. La campaña contra el abuso del alcohol en la
Unión Soviética fue uno de los grandes desatinos cometidos por Mi-
jaíl Gorbachov; la reducción del consumo de vodka determinó la drás
tica baja de los ingresos provenientes de ese monopolio 25.
Generalmente se entiende que el gasto estatal en infraestructu
ra significa invertir en desarrollo: el Estado sustituye con ello la in
versión insuficiente del sector privado en sectores importantes y es
tratégicos. De hecho, la mayoría de las empresas estatales ha tenido
objetivos poco ambiciosos en cuanto a los ingresos para el Estado.
En regímenes no democráticos, las empresas estatales pudieron ob
tener ganancias, o al menos no incurrir en pérdidas. Pero en muchos
estados democráticos y'en economías planificadas del siglo xx, el
sector público se ha convertido en un canal de subsidios encubier
tos para los pobres y en una esponja para absorber trabajo exceden
te. El desempleo encubierto, con el consiguiente estancamiento o
la franca caída de la productividad hicieron que a partir de 1914 las
empresas públicas se convirtieran en receptoras de fondos estatales
más que en productoras de ganancias. Un buen ejemplo de este fe
nómeno es el modo en que los ferrocarriles alemanes pasaron de
ser importantes fuentes de ingreso antes de la I Guerra Mundial
a convertirse en creadores de puestos de trabajo durante la Re
pública de Weimar y el Tercer Reich 26. Entre enero de 1921 y no
viembre de 1923, un 30 por ciento del déficit del Reich provenía del
gasto en el Reichsbahn. Parte sustancial del déficit del ferrocarril
se debió al empleo excesivo y a la incapacidad para actualizar las ta
83
rifas 27. Los nazis continuaron con esta política y aumentaron el nú
mero de empleados del ferrocarril a más de un millón de personas.
El contraste con la situación de Prusia antes de la guerra no puede
quedar más claro.
Las industrias nacionalizadas británicas también ofrecen un
ejemplo bastante triste. De hecho, la nacionalización fue anterior
a 1945: Churchill había nacionalizado los astilleros del Támesis
en 1908, mientras que la Comisión Forestal, la Oficina de Electri
cidad Central, la Corporación Británica de Radiodifusión (BBC), la
Jultita de Transportes de Pasajeros de Londres y las Líneas Aéreas
Intercontinentales fueron creadas durante el periodo de entre-
guerras. Entre 1945 y 1951, sin embargo, la nacionalización se ex
tendió al carbón, la aviación, los caminos, los ferrocarriles, el gas,
la electricidad y el acero. Cualesquiera que hayan sido los motivos
que impulsaron dichas decisiones — el deseo de evitar el desem
pleo y las reducciones salariales predominaron claramente sobre el
estímulo de la productividad— , las pérdidas subsiguientes fueron
colosales. En 1982, el coste total de deudas incobrables y subsi
dios estaba en torno a 40.000 millones de libras. Los 94.000 mil mi
llones de libras de dinero público invertido en las industrias nacio
nalizadas “aportaban al Ministerio de Hacienda un rendimiento
negativo del 1 por ciento”. Sólo la empresa automotriz British Ley-
land le costó al contribuyente tres mil millones de libras en una
década 28. Considerando estas cifras, no es raro que el gobierno de
Thatcher encontrase atractiva la “privatización”: la venta de estos y
otros bienes estatales permitió el ingreso de 100.000 millones de li
bras. No obstante, esta cifra no debió haber sido — como de hecho
lo fue— contabilizada com o renta corriente; esto permitió al go
bierno presentar sus finanzas de color de rosa. Por otro lado, tam
poco estabajustificada la protesta del primer ministro anterior, Ha-
rold Macmillan, quien sostenía que “la plata de la familia” se estaba
saldando a un precio muy b¿yo 29. El Tesoro público no infravaloró
sistemáticamente las acciones de los servicios públicos privatiza-
dos; la mejora de la productividad lograda por la mayoría de las
empresas justificó la privatización, que ha sido muy imitada desde
entonces 30.
84
“Im p u e s t o s sobre c ad a p r o d u c t o ”
85
(lo que fue el mayor atractivo electoral del “libre comercio”) sino
que disminuyen además la eficiencia de la economía internacio
nal, pues protegen de la competencia a aquellas empresas medio
cres que tienen la suerte de estar emplazadas en el lado correcto
del límite aduanero. El argumento práctico de que unos arance
les más bajos aumentarían el volumen comercial y la visión pro
testante de que la economía era un mecanismo autorregulado y
ordenado por Dios convirtieron a la mayoría de la élite política bri
tánica en defensores del libre comercio — esto comenzó en la déca
da de 1820 con los tañes liberales— 35. Pero finalmente los aranceles
se redujeron tanto que, cuando cayó el comercio y aumentó el gas
to militar, sir Robert Peel tuvo que imponer, en 1842, un impuesto
sobre la renta para equilibrar el presupuesto.
Los estados continentales siguieron el ejemplo británico del li
bre comercio aunque a diferentes escalas. Se trató de un proceso de
liberalización comercial que culminó a principios de la década
de 1870. Sin embargo, el descenso de los precios agrícolas e indus
triales a lo largo de ese decenio (debido, en parte, a las fuertes re
ducciones de los fletes sobre los cargamentos por ferrocarril o mar)
precipitaron el resurgimiento del proteccionismo. El “mancheste-
rianismo” había sido criticado desde los años cuarenta del siglo xix
por economistas com o Friedrich List, quien sabía que las nacientes
firmas textiles alemanas no podían competir con las británicas de
no existir los aranceles proteccionistas. Pero el resurgimiento del
proteccionismo se debió fundamentalmente a la utilidad política
de los aranceles, pues con ellos era posible comprar el apoyo polí
tico de pujantes grupos de interés, tales com o el de los hacenda
dos 36. Bismarck restauró en Alemania los aranceles proteccionistas
sobre artículos de importación agrícolas e industriales en 1878, que
llegaron a un máximo en 1902 y no sólo beneficiaron a su propia cla
se, los terratenientes junker, sino que también tuvieron el mérito
de dividir a sus opositores liberales. Según las cifras de la Socie
dad de Naciones, a principios de la I Guerra Mundial el índice pro
medio de los aranceles alemanes había alcanzado el 12 por ciento,
comparado con el 18 por ciento francés (la cifra inglesa estaba to
davía en cero). Las tarifas continentales sobre el trigo alcanzaron
un 36 por ciento en Alemania y un 38 por ciento en Francia; en Ita
86
lia, España y Portugal los aranceles fueron aún más elevados. En
cambio, en Rusia y Estados Unidos eran las importaciones de ma
nufacturas las que se tributaban fuertemente; lo mismo ocurría en
Latinoamérica37. Entre 1861 y 1871, la proporción de los derechos
norteamericanos de aduana con respecto a las importaciones su
bió del 14 al 46 por ciento, para finalmente situarse en un 30 por
ciento 38. La ley Fordney-McCumber de 1902 otorgó poderes a una
Comisión para que impusiera diferentes derechos de aduana según
el análisis de cada caso; por supuesto, una vez que el arancel había
sido introducido, tendía a mantenerse a pesar de los cambios en
los precios relativos 39.
Al finalizar la I Guerra Mundial, el proteccionismo continuó su
tendencia ascendente. En la mayor parte de las economías indus
triales, el valor de los derechos aduaneros com o proporción del to
tal de las importaciones ascendió del 11 por ciento (1923-1926) al
18 por ciento (1932-1939) 40. Uno de los factores fundamentales de
la Gran Depresión fue la introducción, entre octubre de 1929 y ju
nio de 1930, de la devastadora ley de aranceles Smoot-Hawley, que
especificaba derechos aduaneros sobre no menos de 21.000 artícu
los 41. Incluso Gran Bretaña, campeona tradicional del libre comer
cio, optó por el proteccionismo e impuso un derecho aduanero del
10 por ciento ad valorem en marzo de 1932 y, en julio del mismo año,
adoptó el proteccionismo para su Imperio (la “preferencia impe
rial”) 42. Como en el siglo xix, el proteccionismo contó con defen
sores bien organizados. En una ponencia ofrecida en Dublín en
abril de 1933, Keynes declaró que “simpatiz[aba]... con aquellos que
buscaban minimizar en lugar de maximizar la maraña de las rela
ciones económicas entre las naciones” 43. Sólo gradualmente, los
economistas y políticos se fueron dando cuenta de lo destructivo que
era el juego de “empobrecer al vecino”. Aunque, indudablemente,
tenía más sentido imponer aranceles que defender unilateralmente
una política de libre comercio en un mundo proteccionista, era aún
más razonable reducir las barreras comerciales a nivel colectivo; en
primer lugar, mediante acuerdos bilaterales, y luego, tras la II Gue
rra Mundial, mediante el Acuerdo General sobre Comercio y Aran
celes (GATT). La lección que por primera vez enseñara Adam
Smith en el siglo xvill — de que una menor imposición de derechos
87
aduaneros sobre las importaciones traería más ingresos al impulsar el
comercio— tuvo que aprenderse una vez más de forma dolorosa 44
No hay razón lógica para que una transacción que suponga tras
ladar bienes a través de una frontera sea tratada de m odo diferente
a una transacción realizada en el interior. A lo largo de la historia, los
estados impusieron tributos sobre las transacciones nacionales. En
la Antigüedad, Atenas impuso un tributo a la venta de esclavos 45
Roma tuvo un impuesto similar del 4 por ciento, así com o uno so
bre la manumisión de esclavos y otro del 1 por ciento sobre las ven-?
tas de otros bienes 46. En Francia, durante el Medievo, la ordenanza1
de diciembre de 1360 “revolucionó” las finanzas reales al imponen
un tributo (la gabelle) sobre la sal y los aides del 5 por ciento sobre
la venta de la mayor parte de sus productos, con la excepción del
vino, al que le impuso un tributo más elevado (inicialmente fue
del 8 por ciento y llegó al 25 por ciento) 4V. Durante el Renacimien
to, la quinta parte de los ingresos de Florencia dependía de un im
puesto similar sobre la sal, que se recaudaba en las puertas de la
ciudad 48. Castilla, durante el reinado de los Austria, tenía la alca
bala, un impuesto del 10 por ciento sobre las ventas 49. Antes de
que Rusia introdujera el m onopolio del vodka, el impuesto sobre
las bebidas alcohólicas fue una de las fuentes principales de los in
gresos públicos rusos: en 1815 representaba la tercera parte del
total de la renta 50.
Sin embargo, pocos estados han dependido tanto de la tributa
ción sobre el consumo doméstico como Gran Bretaña durante la
era de los Hannover; esto es interesante porque dicho régimen fue
el que lideró la primera Revolución Industrial 51. De hecho, el im
puesto — que el diccionario del Dr. Johnson define com o “un
impuesto odioso sobre el consumo”— se originó durante la era de
los Estuardo: Carlos I impuso gravámenes sobre los paños, el almi
dón, el jabón, las gafas, los hilos de oro y plata y los naipes; en 1643,
el Parlamento introdujo gravámenes sobre el tabaco, el vino, la si
dra, la cerveza, las pieles, los sombreros, el cuero, el encaje, el hilo y
las sedas importadas 52. En 1660 se impuso un tributo también a la
cerveza, la sal, el azafrán, el lúpulo, la hojalata, el hierro y el vidrio.
A lo largo de los cien años siguientes, estos impuestos se convirtie
ron en la fuente principal del ingreso estatal 53. Para financiar la
88
guerra contra Francia durante la era de la revolución, Pitt el Joven
agregó los sombreros, los guantes, los mitones, los perfumes, las
tiendas y las sirvientas de las mujeres, además de los ladrillos, los ca
ballos y la caza 54. Al terminar las Guerras Napoleónicas, parecía
que ningún artículo estaba eximido de impuestos en Gran Breta
ña. En un artículo del Edinburgh Review de 1820, Sidney Smith se la
mentaba diciendo:
89
dudoso que las grandes transferencias de los recursos consumido
res hacia los rentistas exentos de impuestos hayan traído efectos be
neficiosos a nivel macroeconómico 56. Es interesante señalar que
los críticos contemporáneos de las finanzas españolas y holandesas
— entre ellos Adam Smith— creyeron que una dependencia exce
siva de impuestos sobre el consumo tendía a aumentar los costes de
mano de obra y a inhibir el comercio interior 57.
El canciller sueco del siglo xvir Axel Oxenstierna señaló que los
impuestos indirectos “le agradaban a Dios, no dañaban a nadie y
no provocaban rebeliones”. Algunos especialistas modernos en
ciencias políticas están de acuerdo y sostienen que los impuestos al
consumo son menos “visibles” y que, en consecuencia, ocasionan
menos reacciones políticas que los impuestos directos 58. Sin em
bargo, ningún Estado puede mantenerse por demasiado tiempo
dependiendo exclusivamente de una tributación indirecta: en todo
sistema impositivo demasiado regresivo, el conflicto de intereses
entre un patricíado propietario y poderoso y un populacho pobre
y desposeído genera tarde o temprano disturbios — esto era indu
dable para Maquiavelo, que se basaba en la experiencia florenti
na— 59. A principios de la era moderna, las protestas contra el im
puesto indirecto eran fenómeno recurrente en Europa. Este tipo
de tributación fue uno de los agravios que desataron la rebelión de
los Países Bajos contra España, la Guerra de los Campesinos en
Alemania, la de los Comuneros en Hungría y una variedad de
disturbios ocurridos en tierras otomanas, entre 1590 y 1607 60. En
1630 debió eliminarse un nuevo impuesto sobre la sal com o con
secuencia de las protestas en el País Vasco, y en 1647 hubo levanta
mientos en Palermo y Nápoles contra los nuevos impuestos sobre
el consumo 61.
En ningún lugar las protestas fueron tan frecuentes com o en
Francia durante el Antiguo Régimen. La presión combinada de la
subida de impuestos y del arriendo sobre el salario de los campesi
nos generó la sublevación de los Pitauds contra la gabelleen Guyen-
ne en 1548. Y la recaudación del impuesto del 5 por ciento sobre
las ventas conocido como el solpour livre, la.partearte o la subvention gé-
nérale tuvo que eliminarse dos veces — en 1602 y 1643— debido a la
resistencia popular. Afínales de la década de los sesenta del siglo xvii
90
sólo fue posible recaudarlo mediante la fuerza en las provincias de
Dauphiné y Guyenne 62. En 1648, una gran rebelión en Francia dio
comienzo a la huelga impositiva contra las nuevas medidas fiscales
del cardenal Mazarino 63. Entre otras rebeliones francesas contra el
sistema impositivo durante el Antiguo Régimen pueden mencio
narse la rebelión de los Croquants en Quercy, en 1624; la rebelión
de las ciudades de Guyenne contra los impuestos sobre la venta de
vinos, en 1635; la rebelión de los Nu^pieds en Normandía contra la
abolición de su exención de la gabelk, en 1639; y la rebelión bretona
contra el papier timbré, en 1675 64. Los historiadores, ya desde la épo
ca de Tocqueville, consideraron que la tributación había sido uno de
los principales causantes de la Revolución Francesa; si bien cabe
decir que la regresividad del sistema impositivo anterior a 1789
se debió más a la gran cantidad de exenciones y anomalías del siste
ma tributario directo (véase más adelante) que al nivel general de
la carga fiscal.
Como observó Edmund Burke, “tributar y agradar, de la misma
manera que amar y ser juicioso, son dos cosas que no se dan juntas
en el hombre”. No sorprende, entonces, que la proliferación de im
puestos sobre el consumo en Inglaterra durante la era hannoveriana
haya sido también la razón de las protestas populares. En 1733, una
gran multitud se apiñó en el Parlamento manifestándose contra el
proyecto de Ley Impositiva de sir Robert Walpole con la consigna:
“¡No a la esclavitud, no a los impuestos, no a las trabas! ”; se trató de
una protesta que logrótemporalmente cierto éxito 65. En efecto, la
Inglaterra de la era Hannover es bastante interesante porque di
chas protestas nunca alcanzaron a ser, com o en otros lugares, rebe
liones a gran escala. En parte, esto reflejaba que los impuestos sobre
“los productos de primera necesidad de los pobres” habían sido
bastante moderados: los gravámenes sobre los licores, los vinos y
el tabaco fueron más altos que los de la cerveza, las velas, el jabón, el
almidón y el cuero, y los únicos productos de campo tributados fue
ron los curtidos, la malta, los caballos y el sebo 66. Cuando durante
el siglo xviii las multitudes rurales lograron imponer “la tributa
ción popular” (es decir, precios justos) sobre el trigo, la harina y el
pan, estaban reaccionando contra el mercado libre más que contra
la política fiscal67.
91
La diferencia que existió entre la experiencia británica y la fran
cesa del siglo xvin sugiere que la importancia no radica en el nivel
de tributación indirecta sino en la gama de artículos de consumo
sujetos a dicha tributación. Durante el siglo xix, los impuestos so
bre el pan continuaron siendo los causantes principales de los di»
turbios urbanos entre los pobres. Nada ilustra mejor la importan
cia política del impuesto sobre el pan que la función que tuvo en
el apoyo al Partido Socialdemócrata en Alemania (SPD) durante
la era guillermina. De hecho, la recesión causada por el arancel
sobre la importación de cereales fue mucho menor de lo declara*
do por la prensa socialista. En 1913, los aranceles representaba^
sólo un 10 por ciento del total de la renta del sector público, )!
según cálculos modernos, la protección elevó el precio del pan
en un máximo del 8 por ciento, lo que equivalía a un 1,5 por cien»
to de la renta media de una familia de clase trabajadora 68. Pero
la declaración de que “el querido pan” pagaba el “militarismo”
— que los ingresos provenientes de los aranceles sobre el grano fi
nanciaban la construcción de la marina de guerra del káiser— fue
un potente lema electoral, el factor principal que facilitó el triun
fo del SPD en 1912. De m odo similar, lo que saboteó, después de
1900, la campaña de Joseph Chamberlain por la reforma arance
laria fue la asociación de los derechos de aduanas con los elevados
precios del pan que habían existido en el pasado debido a las Le
yes del Trigo. En las asambleas liberales de 1905 se arrastraba al
estrado a las mujeres mayores que recordaban los años anterio
res a la década de 1840 para que advirtieran a los votantes sobre
aquellos malos tiempos de Gran Bretaña, previos a la era del libre
comercio.
En cambio, los impuestos sobre transacciones legales o de otro
tipo — conocidos generalmente com o “impuestos del timbre”—
nunca han dado lugar a muchas controversias; por su naturaleza,
tendían a recaer sobre los más ricos. El Estado francés, en particu
lar, dependió bastante de ellos: en 1913, los impuestos del timbre
y las matrículas representaban la quinta parte del total de los in
gresos69. La excepción a la regla fueron, sin duda, los derechos de
aduana sobre documentos legales, periódicos, naipes y dados que
Gran Bretaña impuso a las colonias americanas por la Ley del Tim
92
bre de 1765: provocaron una reacción tan violenta que fueron rá
pidamente revocados. Aunque, com o veremos más adelante, lo
que verdaderamente generó el problema con las colonias fue el
carácter inconstitucional de la imposición más que el nivel de la
carga fiscal70.
Los gobiernos modernos han aprendido algo del pasado. En
Europa occidental, a fines del siglo xx, el desarrollo del Impuesto
sobre el Valor Añadido otorgó al Estado una forma nueva y lucrativa
de tributación indirecta que, curiosamente, los consumidores han
aceptado pagar y las empresas administrar. Entre 1979 y 1999, la
proporción del IVA en el total de los ingresos públicos en Gran Bre
taña se duplicó y en la actualidad es del 16 por ciento 71. En la ac
tualidad (año 2000), un 55 por ciento de los gastos del consumidor
están sujetos al IVA, a una tasa del 17,5 por ciento. En Francia, el
IVA es aún más importante que en Gran Bretaña, suponiendo un
45 por ciento del total de la renta 72. La relativa aceptación del IVA
puede explicarse de varios modos. En primer lugar, los gobiernos
han tenido el cuidado de reducir o de privarse de imponer gravá
menes sobre aquellos artículos que puedan dar lugar a rebeliones
políticas. En Gran Bretaña, por ejemplo, la comida y el agua están
exentas de impuestos, así como también las medicinas por pres
cripción médica, los libros y los periódicos. Entre otras cosas, los al
quileres, las cuotas escolares, el juego y los funerales están exentos
de impuestos, mientras que el combustible de uso doméstico tiene
un impuesto moderado. En segundo lugar, el gobierno ha ido in
crementando las tasas por etapas. Y en tercer lugar, este incremen
to ha estado, por lo general, vinculado a la reducción de otros im
puestos. Cuando en 1972 se introdujo el IVA por primera vez en
Gran Bretaña, su índice era del 8 por ciento. En 1979, el gobierno
de Thatcher lo incrementó a un 15 por ciento, con el pretendido
objetivo de implementar una reducción general de los tipos de in
terés (el básico y los más altos) del impuesto sobre la renta. En 1991,
el incremento que lo llevó a su estado actual “se vendió” com o par
te del paquete de medidas contra la impopular contribución a la
Comunidad Económica Europea73. Cuando el gobierno impuso el
IVA al combustible de uso doméstico intentó hacerlo por etapas y
comenzó con una tasa moderada del 8 por ciento. A medida que fue
93
disminuyendo la mayoría de Major en la Cámara Baja, resultó im
posible elevar más el tipo impositivo.
Como resultado de esta complejidad, el IVA no es (como se ha
afirmado) un impuesto regresivo 74.,Sin embargo, viejos y regresi
vos impuestos sobre el consumo aún se mantienen en Gran Breta
ña bajo la forma de elevados impuestos especiales sobre el tabaco,
el alcohol y el combustible. El IVA y los impuestos especiales, en
conjunto, representan el 88 por ciento del precio del galón de di©*
sel, el 82 por ciento del precio de un paquete de cigarrillos y el 64
por ciento del precio de una botella de licor 75. Como resultado de
esto, la carga de la tributación indirecta termina siendo ligeramen*
te regresiva en Gran Bretaña: en 1995, una familia con dos hijos y:
un salario por debajo de la media pagaba un 13,5 por ciento en IVA
y otros impuestos especiales, mientras que una familia de dos hijo»
con un salario superior al m edio pagaba aproximadamente utó¡
12,8 por ciento 76. En otras palabras, en 1993, las familias que esta-;
ban, por renta, en el 20 por ciento más bajo de la población gastaban
un 30 por ciento de su renta disponible en impuestos indirectos^
mientras que para las familias situadas en el 20 por ciento más alto
la cifra se acercaba al 15 por ciento 77. El impuesto sobre el tabaco es,
en particular, muy regresivo ya que los grupos de menores ingresos
no sólo gastan una mayor proporción de su renta en tabaco, sino
que además fuman más 78. Por cierto, hay otros países que gravan
el tabaco, la bebida y la conducción de automóviles, pero sólo unos
pocos lo hacen de forma tan punitiva. En Estados Unidos, los im
puestos sobre estos placeres simples representan sólo un 2,6 por
ciento del total de la renta pública. La cifra equivalente en Gran
Bretaña es del 12,2 por ciento 79.
En Gran Bretaña, la elevada tributación del tabaco, el alcohol y
el combustible no intenta solamente aumentar la recaudación sino
también desalentar el consumo de estos bienes por razones de sa
lud y medioambientales. Desgraciadamente, y como era de prever,
los elevados tipos han incentivado el contrabando tanto com o han
desalentado el consumo; por otro lado, los ingresos se redujeron en
términos relativos (la renta del tabaco, por ejemplo, se redujo de
un 17 por ciento de la tributación total en 1947 a menos del 3 por
ciento en 1990) 80. Tampoco hay que exagerar la eficacia del IVA.
94
Gran parte de lo que hoy se entiende por “econom ía sumergida” se
debe al intento de los pequeños comerciantes de eludir el IVA y
otras cargas que se im ponen a las empresas.
Según un cálculo de 1998 de la Unión Europea, el mercado la
boral “sumergido” de Gran Bretaña equivale al 12 por ciento de su
PIB. Un estudio detallado de la economía austríaca sugiere que la
evasión de la imposición indirecta se ha convertido en el motivo
principal del crecimiento de la economía sumergida 81. Como ocu
rrió con los derechos de aduana, existen límites a la cantidad de di
nero que puede reunirse por medio de los impuestos al consumo y
al valor añadido, particularmente, en un mundo donde la movili
dad de personas y de bienes es cada vez mayor: véanse las protestas
en la Europa de 2000 en relación con el combustible.
95
nienses aplicaron dicho impuesto sólo a los residentes nacidos en
el extranjero 84. El califato abasí, en sus inicios, recaudó un impues
to de capitación sólo entre aquellos que no eran musulmanes, si
bien el sistema tuvo finalmente que abandonarse, pues los infieles
respondieron al incentivo obvio que implicaba convirtiéndose al
islamismo cada vez en mayor número 85. El Sacro Imperio Roma
no demandó también a las comunidades judías un impuesto de
capitación.
El impuesto directo que claramente exime de pago a los pobres
es el impuesto sobre el valor de la tierra o el impuesto sobre la pro
piedad: éste se aplica en proporción a los bienes raíces de un indivi
duo o una comunidad. Fue la base del geld anglosajón, destinado
a financiar la defensa del reino contra los daneses 86. También fue
la base de los “subsidios” creados en Inglaterra y en Francia para fi
nanciar las cruzadas y las guerras de los siglos xii y xiii; el pago del
impuesto por parte de los terratenientes sustituía su obligación,
teórica, de servir a la corona participando en el ejército 87. La tailk
francesa fue un impuesto distribuido geográficamente sobre las
rentas de la tierra; si bien se vio incrementado por otros impues
tos complementarios, fue el impuesto directo más importante de
Francia hasta 1780. Más de un 60 por ciento de lo recaudado por
Solimán el Magnífico en el Egipto controlado por el Imperio oto
mano durante el siglo xvi, provenía del impuesto territorial88. Asi
mismo, el impuesto sobre el valor de la tierra en Japón de la era de
Tokugawa representaba el 40 por ciento de la producción de arroz
y probablemente llegaba a representar la cuarta parte del produc
to nacional89. En la India de la era mogol, a fines del reinado de
Akbar, el impuesto territorial ascendió a la sexta parte de la pro
ducción nacional90.
En muchos sentidos, el impuesto territorial es un impuesto na
tural para la mayoría de las sociedades agrarias. De hecho, los fisió
cratas franceses consideraron que el único impuesto verdaderamen
te necesario era el impuesto sobre la renta neta proveniente de la
tierra 91.José II de Austria soñaba reformar las finanzas de los Habs-
burgo según este criterio. Las sociedades más comerciales imple-
mentaron también impuestos territoriales, aunque lo hicieron de
manera diferente: los Países Bajos gravaron las tierras destinadas a la
96
agricultura en un 20 por ciento del valor de su arrendamiento; en
cambio, las tierras edificables se tributaban en un 12,5 por ciento.
Los beneficios de explotación estaban libres de impuestos 92. Antes
de la I Guerra Mundial, Lloyd George abogó también por un im
puesto sobre el valor de la tierra y un impuesto sobre las ganancias
de capital provenientes de la tierra, si bien su intención era la de re
distribuir las tierras una vez que se completara la tasación del terri
torio nacional.
Las desventajas del impuesto territorial son fundamentalmente
dos: en primer lugar, este tipo de impuesto perjudica especialmen
te a los terratenientes y no a los titulares de activos financieros u
otros bienes muebles; en segundo lugar, requiere que los tasadores
de Hacienda tengan un conocimiento preciso de la estructura de
la propiedad territorial y de la productividad de las posesiones indi
viduales. Este último factor es el que presenta mayores dificultades,
pues en el tiempo que lleva hacer una inspección precisa de la te
nencia de tierras, ¿quién puede estimar cuántos acres habrán cam
biado de manos? Ya en las ciudades-estado italianas se presentaba
este tipo de problema. Florencia, durante el siglo XV, basó su impues
to territorial en un estudio de la apropiación territorial, el catasto,
que debió actualizarse regularmente (unas ocho veces entre 1427 y
1495) antes de abandonarse definitivamente en favor de un peque
ño diezmo del 10 por ciento 93. El intento del cardenal Wolsey de
llevar a cabo una inspección detallada de la riqueza inglesa — “la
Gran Proscripción” de 1522— tuvo que abandonarse debido a la re
sistencia presentada por los aristócratas 94. La inspección de 1692,
en la que se basó el impuesto sobre la propiedad inglesa (equiva
lía, aproximadamente, a un quinto de la renta total), quedó rápi
damente desactualizada con la revolución agraria del siglo xvzn, si
bien las “cuotas” derivadas de esta inspección se mantuvieron hasta
la década de los noventa del siglo xvin. Com o decía Adam Smith, el
impuesto territorial precisa “que el gobierno le preste atención
continua y detallada a todas las variaciones de la condición y pro
ducción de las distintas fincas del país” 95. Los reformadores fiscales
del Antiguo Régimen soñaron con realizar una inspección catas
tral, pero debieron renunciar a ello al darse cuenta de que para lle
varla a cabo precisarían más de tres mil inspectores 96. Finalmente,
97
en 1808, Napoleón inició dicho estudio; pero ya estaba desactuali
zado cuando logró finalizarlo cuarenta y dos años más tarde luego
de inspeccionar 126 millones de parcelas de tierra y a once millo
nes de propietarios 97. En adelante, el impuesto basado en dicha
inspección no sólo se fue reduciendo por la creciente productivi
dad sino que se volvió injusto debido a que fue imposible contabili*
zar el aprovechamiento de las tierras. En 1914 el impuesto territo
rial aportó tan sólo un 2,3 por ciento de la recaudación98.
Gravar el impuesto territorial en el momento en que se hereda
la tierra puede ser una manera de sortear las dificultades. Como
hacía notar perversamente Lloyd George: “La muerte es el momen*
to más conveniente para tasar a los ricos”. En la Antigüedad, Roma
tenía este impuesto de sucesiones (la jerga inglesa es más vivida, lo
denomina “impuesto sobre los muertos”) que se recaudaba con uri
tipo del 5 por ciento y representaba un poco más de esa cifra en el
conjunto de los ingresos públicos 99. Si bien comúnmente ha sido
interpretado en Gran Bretaña com o una innovación propia del si
glo xx, de hecho fue en 1853 cuando los llamados “impuestos de
sucesiones” se extendieron a los bienes raíces. Es al ministro liberal
sir William Harcourt a quien se le atribuye el mérito (o la acusación)
de introducir los modernos “impuestos sobre los muertos” en 1894;
su predecesor conservador George Goschen se le había adelantado
en 1889, con su arancel del 1 por ciento sobre todas las propieda
des que superaban las 10.000 libras. Como predijeran los críticos,
esto era la punta del iceberg. Durante la época del “presupuesto
del pueblo” de Lloyd George, aumentar los “impuestos sobre los
muertos” se había convertido en el hábito de los cancilleres de cen
tro-izquierda. Pero también los conservadores del continente recu
rrieron al impuesto de sucesiones. Cuando el gobierno alemán in
tentó que aumentara la proporción de la tributación directa para
el Reich (la que estaba principalmente en manos de los estados fe
derales) , la primera gran propuesta fue la de implementar un im
puesto de sucesiones. En ambos casos hubo una fuerte, aunque en
última instancia vana, oposición por parte de los aristócratas.
Si bien los tipos del impuesto de sucesiones alcanzaron niveles
tan elevados que se convirtieron en algo punitivo para los ricos a lo
largo del siglo xx, nunca hubo suficiente gente rica — o para ser más
98
preciso, suficiente gente rica que no contara con la ayuda de conta
l e s — com o para recaudar grandes sumas de dinero. En la actuali
dad, el impuesto de sucesiones representa, tanto en Gran Bretaña
com o en Estados Unidos, una cifra inferior al 1 por ciento del total
de la recaudación y los políticos conservadores de ambos países
han comenzado a defender su eliminación.
La alternativa principal al impuesto de sucesiones ha sido una
especie de impuesto general sobre la renta que, en su forma más
simple, requiere de un sacrificio proporcional de todos, sin relación
con la fuente de sus ingresos. El primero de los cuatro “cánones”
tributarios de Adam Smith sostenía que “los individuos del Estado
deberían contribuir para apoyar financieramente al gobierno, en
una proporción lo más aproximada posible a sus capacidades res
pectivas; es decir, en proporción a la renta de la que disfrutan respec
tivamente bajo la protección del Estado 10°. La Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano de los revolucionarios fran
ceses formulaba algo similar en una de sus partes. Los impuestos
deben estar “equitativamente repartidos entre los ciudadanos de
acuerdo con sus capacidades de pago” 101. Este no era en absoluto
un concepto novedoso. En la Antigüedad, se fijaba frecuentemen
te el impuesto en un valor equivalente a la décima parte de la renta
anual. Fue la forma del usArabasí del siglo vm 102; del diezmo inglés
del clero en el sigloxrv, así com o también del “décimo” parlamen
tario (que luego se reemplazó por el quinceavo) 103; de la decima ve-
neciana 104; y de la dixième francesa de breve duración del siglo XVlil,
que se convirtió más tarde en la vingtième105. El primer intento in
glés de tributación sohre la renta consistió en una imposición del
20 por ciento sobre todas las rentas y se introdujo en 1692 106. Pero
es el impuesto sobre la renta de Pitt de 1798 — también del 10 por
ciento— el que habitualmente se interpreta como el gran aconteci
miento en la historia de la tributación: permitió, en última instan
cia, incrementar en un tercio los ingresos hasta alcanzar la cifra ne
cesaria para vencer a Francia en las guerras 1<)7.
El impuesto de Pitt fue eliminado en 1802, y la versión modifica
da que introdujo su sucesor Addington cuando se reinició la guerra
al año siguiente también se suprimió cuando ésta finalizó en 1815.
Hablaba en nombre de muchos aquel oficial naval que declaraba
99
en 1799 lo siguiente: “Se trata de una impertinencia miserable,
oportunista, de una impertinencia jacobina, ¿es que acaso un ver
dadero britano no ha de tener privacidad? ¿Han de ser examinados
penique a penique los frutos de su propio trabajo y fatiga por esos
granujas, por esos polizontes de la burocracia?” 108 Como vimos, en
1842 Peel introdujo un impuesto sobre la renta aplicable en épo
cas de paz; y era (y sigue siéndolo hasta hoy según las manifestacio
nes desafiantes de los parlamentarios) una medida tem poral109
A pesar de las repetidas promesas de Gladstone y de Disraeli de que
suprimirían esta medida “injusta, inequitativa e inquisitorial”, ésta
parece ser indestructible. Es más, desde 1876 en adelante, la tasa
del impuesto ha aumentado continuamente. En su nivel mínimo
después de 1842 (a mediados de 1870), la tasa del impuesto sobre
la renta estándar era inferior al 1 por ciento. Sin embargo, en los al
bores de la I Guerra Mundial, alcanzó un 6 por ciento. A fines de la
guerra, la cifra era del 30 por ciento. Se redujo tan sólo en un 1 por
ciento a comienzos de la Segunda guerra. Y en 1945, era del 50
por ciento. La tasa estándar descendió tan sólo levemente durante
los años de la posguerra: en 1972 estaba todavía a un nivel algo in
ferior del 39 por ciento, y las reducciones de los años setenta de lo
que se entendía como la tasa básica se compensaron con tasas más
altas sobre rentas más elevadas (véase más adelante). Recién elegi
da Margaret Thatcher en 1979 hubo un verdadero esfuerzo por re
ducir el impuesto sobre la renta, si bien la tasa básica actual (23 por
ciento) supera todavía a la tasa media de los años de la I Guerra
Mundial.
Existen muchas maneras de refinar el impuesto sobre la renta.
Es posible, por ejemplo, eximir a los contribuyentes más pobres es
tableciendo un umbral por debajo del cual no haya impuestos gra-
vables. En la Inglaterra del siglo xiii, las familias con bienes muebles
tasados a un valor inferior a los 10 chelines gozaban de tal exen
ción; a partir de 1334, la proporción que estaba por debajo del um
bral de la tasación directa fluctuó entre el décimo y la mitad de la
población no. El impuesto de Pitt eximía a las rentas inferiores a las
60 libras anuales; mientras que el impuesto sobre la renta de Peel,
con un tipo de 7 peniques por libra (3 por ciento), eximía a todos
aquellos cuyas rentas eran inferiores a 150 libras anuales m . De ahí
100
en adelante, la ocupación favorita de los ministros de Hacienda Vic
torianos fue la de jugar con dicho umbral. En 1853, Gladstone lo
bajó a 100 libras llamándolo “línea del ecuador de las rentas britá
nicas”. En 1874, Disraeli volvió a elevarla a 150 libras U2. Otra for
ma de exención parcial es la desgravación, que eleva el umbral para
grupos específicos al otorgarles un tramo adicional de renta libre de
impuestos. En 1909, por ejemplo, Lloyd George introdujo una des
gravación de 10 libras por hijo a cada familia.
Las políticas aristocráticas, sin duda, fueron proclives a otorgar
exenciones a los ricos: en efecto, a principios de la era moderna,
la exención impositiva privilegió tanto a las clases más pudientes
com o a las de menos ingresos. Este fue el principal defecto de la
taille francesa, cuya impopularidad se debió fundamentalmente
a que el gran número de exenciones aumentó la carga fiscal de los
que aún la pagaban 113. No fue fácil deshacerse de estos privilegios
una vez establecidos. Los intentos de los estados católicos por au
mentar la tributación clerical durante la Reforma desembocaron
en la huelga del clero de Castilla de 1532 114. Entre 1561 y 1788, la
proporción del total del gasto francés que pagaban los impuestos
del clero cayó de un 15 a un 1 por ciento 115. El intento de incremen
tar la tributación de la nobleza francesa después de 1749 trajo una
nube de protestas; y aun el mismo Calonne, en sus planes de refor
ma fiscal, contó con que la nobleza no pagaría la taille, o más bien
la capitation116. Pero no sólo los nobles y el clero eludieron la taille:
los jueces, los oficiales reales y algunas élites urbanas estuvieron
también eximidos de gravámenes. Los terratenientes prusianos con
sideraban que la exención impositiva era un privilegio de su clase
y continuaron eludieñdo impuestos aun cuando fueron sujetos le
galmente a tributación; esto fue algo que pudieron hacer con facili
dad al ser ellos mismos los recaudadores de impuestos locales.
Lo contrario ha sido menos factible: los gobiernos de izquierda,
más allá de sus logros, nunca pudieron mantener la exención victo-
riana del impuesto sobre la renta para la clase trabajadora. Las ra
zones principales han sido los grandes costes de las guerras mun
diales que requirieron que se ampliara la red fiscal; el incremento de
la renta de la clase trabajadora que superó ampliamente el nivel
de subsistencia; y el efecto de la inflación, que hizo caer el valor real
101
de los umbrales (el fenómeno del “deslizamiento de los soportes”) .
En Gran Bretaña, el número de contribuyentes del impuesto sobre
la renta se triplicó: de 1.130.000 en 1913 pasó a ser de 3.547.000
en 1918, mientras que la proporción de asalariados contribuyentes
se elevó de cero al 58 por ciento 117. En Alemania, a partir de 1918,
el impuesto sobre los salarios se descontó crecientemente de la nó
mina, pues los contribuyentes de clase media se demoraban al pagar
sus impuestos, haciendo que el valor real se redujera por la infla
ción 118. Disminuir las desgravaciones, o permitir que la inflación
las reduzca, continúa siendo la forma más simple de aumentar el
impuesto sobre la renta. Este fue uno de los modos en que Gran Bre
taña financió la II Guerra Mundial, si bien en este caso el impuesto
adicional que se pagó como resultado de la reducción de estas des
gravaciones personales fue luego reembolsado (aunque en libras
devaluadas). Desde la guerra, el mínimo exento ha descendido muy
lentamente. En 1949, un obrero de salario medio con dos hijos es
taba eximido de pagar impuestos sobre la renta; pero veinte años
más tarde, cuando sus ingresos superaron el 53 por ciento de la me
dia, comenzó a pagarlos. La política conservadora de los ochenta y
noventa no hizo nada para detener esta tendencia. En 1979, un tra
bajador con dos hijos que percibía tan sólo un 35 por ciento del sala
rio medio estaba obligado a pagar impuestos sobre la renta. En 1997,
la cifra había descendido al 30,7 por ciento 119.
También es posible distinguir las diferentes fuentes de ingresos,
de modo que (por ejemplo) los ingresos por inversiones se graven
con una tasa superior que los del trabajo asalariado. Un ejemplo his
tórico de este tipo de distinciones fue el subsidio que introdujo el
gobierno de María I, que fijó en 4 chelines por libra las rentas terri
toriales, y sólo en 2 chelines y 8 peniques toda renta proveniente de
otras formas de propiedad 12°. Cuando en 1803 Addington refor
mó el impuesto sobre la renta, introdujo las cinco “categorías” que
todavía usa la Dirección Impositiva del Interior y que distinguen las
diferentes fuentes de ingreso del contribuyente: A (rentas prove
nientes de la tierra y las edificaciones), B (rentas provenientes de
las explotaciones agrarias), C (rentas públicas), D (renta provenien
te del trabajo por cuenta propia y otros ítems) y E (salarios, pensio
nes y jubilaciones). Si bien Addington no gravó estas categorías de
102
n io d o diferente, se creó un mecanismo para llegar a hacerlo. La in
troducción en 1853 de deducciones impositivas sobre los gastos de
explotación suponía ya una discriminación entre la renta apropia
da y la renta “no apropiada” (es decir, la inversión). Sin embargo,
fue en 1907 cuando Asquith introdujo tipos diferenciales incre
mentando el que recaía sobre las rentas ganadas a 9 peniques por
libra, y dejando el'de la renta no apropiada a un chelín. Dos años
más tarde, Lloyd George propuso aumentar en 2 peniques el tipo
sobre la renta no apropiada. La penaíizacíón de la renta por inver
siones fue moneda corriente de los presupuestos británicos del si
glo X X , medida que perduró hasta los años ochenta.
El impuesto sobre la renta se puede también graduar de modo
que la tasa impositiva aumente en proporción (difícilmente exac
ta) al tamaño de la renta. Un ejemplo de esta tasación progresiva
fue el fouage francés, de breve duración, y que intentó producir una
inedia de 3 francos por hogar aumentando la tasa de 1 a 9 francos
dependiendo de la riqueza de la familia 121. La idea fue formalizada
(entre otros) porJean-Louis Graslin en el siglo xvill, quien propuso
una escala de tributación directa que fuera de cero a 20 para las
rentas más elevadas 122 Durante la Revolución, Robespierre se valió
de esta idea: “Aquellos ciudadanos cuyos ingresos no excedan de lo
necesario para subsistir estarán eximidos de contribuir al gasto pú
blico; los otros lo harán progresivamente, de acuerdo con sus fortu
nas” 123. La asociación entre graduación yjacobinismo tardó en de
saparecer, y no sólo en Francia: Gladstone veía en la graduación
“una clara tendencia al comunismo” 124. Advertía que podría “con
ducir a la confiscación”.
Sin embargo, el mismo Gladstone admitía que “el principio de
graduación impositiva ya estaba incluido en las exenciones del im
puesto sobre la renta”; y él mismo introdujo en 1853 un elemento
de graduación en este impuesto, cuando fijó una tasa más leve para
los ingresos que estuvieran entre 100 y 150 libras; y en 1863, cuan
do otorgó una desgravación de 60 libras para los contribuyentes que
ganaran menos de 200, mecanismo que Disraeli perfeccionó en
1874. Sin embargo, más relevante fue la imposición de tipos más
elevados sobre grupos con mayores ingresos: esto ocurrió en 1909
con el “presupuesto del pueblo” de Lloyd George, que introdujo
103
tres tipos diferentes: un 3,7 por ciento sobre los ingresos de hasta
2.000 libras anuales, un 5 por ciento sobre ingresos de hasta 3.000
anuales y un 5,83 por ciento sobre ingresos superiores a las 3.000.
Sumado a esto, se añadía un “sobreimpuesto” (o impuesto adicio
nal) del 2,5 por ciento sobre los ingresos que superaran las 5.000
libras. La (rechazada) Ley de Finanzas de Lloyd George de 1914
proponía un umbral más bajo para el tramo más alto y un “gra
diente” más étn pinado así com o la graduación en el impuesto de
sucesiones 125. En 1939 el “sobreimpuesto” fue del 41 por ciento y
en 1945 del 48 por ciento (para ingresos superiores a 20.000 li
bras). No sería hasta los años ochenta cuando se rebajaron estos ti
pos, de modo que el más elevado se redujo al 40 por ciento.
Finalmente, durante el siglo xx, se sumó al impuesto sobre la
renta individual el impuesto sobre la renta empresarial. Para Gran
Bretaña, la I Guerra Mundial fue una vez más un momento decisi- ’
vo, con la introducción del Impuesto sobre las Ganancias Extraor- )
diñarías, que gravaba la diferencia entre las ganancias de la pre
guerra y las del conflicto. En la II Guerra Mundial se adoptó una ¡
medida semejante y el tipo alcanzó el 100 por ciento, aunque
cuando acabó la guerra hubo una devolución del 20 por ciento.
En 1965, el gobierno laborista introdujo el impuesto sobre Socie
dades, que gravaba los beneficios empresariales, y el impuesto so
bre las Ganancias de Capital, que recaía sobre la apreciación de
los activos.
La dificultad fundamental que presenta el impuesto sobre la ren
ta consiste en su método de determinación. ¿Debería el Estado ta
sar la renta según indicadores “objetivos”, com o hizo Francia hasta
1914? ¿O puede el Estado confiarles a los ciudadanos la declara
ción de su renta anual, asumiendo que la mayoría declarará mucho
menos de lo debido? Si esto no es posible, ¿cuánto poder inquisito
rial puede otorgársele al Estado? La preferencia francesa por la ta
sación fiscal — no sólo de la tierra, sino también de los negocios, los
individuos, la propiedad mobiliaria, las puertas y ventanas— resul
tó muy costosa al quedar siempre retrasados los valores “objetivos”
con respecto al crecimiento económico. La recaudación de la ving
tième, por ejemplo, dependía en gran medida de la verificación local
de las tasaciones; pero tan sólo la quinta parte de las jurisdicciones
104
en los pays d’ékctions cooperaron con esto en la década de los años
setenta del siglo xviii 126.
En Estados Unidos y en Gran Bretaña, en cambio, se implemen
to el sistema de declaración individual. Éste se mantiene aún hoy
intacto en Estados Unidos, donde el número de declaraciones so
bre la renta supera los 120 millones. En Gran Bretaña, los enor
mes costes de la II Guerra Mundial, sumados al aumento de la
renta de los trabajadores manuales, determinaron que el sistema
puro de declaración de rentas se abandonara. Desde la introduc
ción, en 1944, de “Pague a medida que gana” — PAYE (PayAs You
Earn)— los empleadores deben deducir el impuesto directamente
de “la fuente” de los sueldos y salarios que se pagan. Aun así, la re
caudación de impuestos sobre la renta es considerablemente más
costosa que la recaudación de los derechos de aduana o de los im
puestos especiales sobre el consumo. En 1992-1993, la Oficina de
Aduanas y la Dirección General Impositiva recaudaron sólo un 16
por ciento menos de lo que recaudó la Oficina de Rentas Interio
res, pero a la mitad del coste: poco más del 1 por ciento del total de
la recaudación fiscal, comparado con el 2 por ciento recaudado
por la Oficina de Rentas Interiores que emplea más del doble de
trabajadores 127. Lo que explica, al menos en parte, estas diferen
cias es la complejidad del sistema que ha resultado del mal uso que
ministro tras ministro hicieron de las desgravaciones fiscales para
satisfacer los intereses de determinados grupos. En 1989, el miem
bro laborista del Parlamento Frank Field estimaba que si se abolie
ran todas las desgravaciones y exenciones fiscales sería posible te
ner una tasa media de 12-15 peniques por libra128.
No hay duda de que el impuesto sobre la renta ha sido el motor
fundamental de la política fiscal moderna. Desde la última década
del siglo xix hasta los años setenta del x x , ha aumentado de m odo
continuo en la mayoría de los estados (véase gráfico 5); sin embar
go, su importancia ha variado en cada lugar. Durante la segunda
mitad del siglo xix , los estados alemanes siguieron el ejemplo bri
tánico, aunque el Reich no pudo controlar el impuesto sobre la
renta hasta después de la I Guerra Mundial. ( “Cuán feliz se sen
tiría el pueblo alemán”, observaba con toda seriedad el economis
ta Gustav Schmoller en 1909, “si tuviera una fuente impositiva tan
105
Gráfico 5. Impuesto sobre la renta com o porcentaje de la tributación, 1866-1999
Fuentes: Flora et al., State, Economy and Society, vol. I, págs. 299, 305, 33 9; Butler y
Butler, British PoliticalFacts, págs. 391 y ss.
106
que superaban las 5.0Q0 libras y provenían de inversiones) el tipo
efectivo del impuesto sobre la renta que provenía de inversiones
para los que estaban sobre el umbral de altos ingresos era del 147,5
por ciento 131. Veinte años después la situación no había variado
demasiado: el tipo sobre esa renta era del 136 por ciento. A media
dos de la década de 1970, bajo la gestión de James Callaghan, se ele
vó el tipo impositivo máximo hasta el 83 por ciento, lo que arrojaba
un tipo marginal máximo sobre la renta de inversiones del 98 por
ciento 132. Es difícil imaginar mayores desincentivos económicos
que los recién mencionados; si bien hay que reconocer que, com o
ocurrió con la tributación indirecta, estos elevados y punitivos ti
pos impositivos alimentan fundamentalmente la evasión y no la
abstinencia; diríamos más bien que ayudan a perfeccionar el arte
de la elusión fiscal— . Las excesivas tasas de posguerra afectaron,
en última instancia, a demasiadas personas directa o indirectamen
te (al menos por los efectos depresivos sobre el crecimiento en ge
neral133) , por lo que ocasionaron reacciones políticas en los años
ochenta, que fueron más visibles en Gran Bretaña y en Estados
Unidos.
Sin embargo, el alcance de los cambios que Thatcher y Reagan
realizaron en sus respectivos sistemas fiscales no debe exagerarse.
Los altos costes derivados del intento de contener la inflación hicie
ron que fuera difícil realizar una reducción impositiva general; y el
efecto neto de las reducciones de los tipos impositivos fue mucho
menor de lo que se esperaba. Es cierto que el tipo marginaldescen
dió en Gran Bretaña, entre 1978 y 1995, del 53 al 44 por ciento. Pero
considerando que en 1978 un padre con dos hijos y con salario me
dio pagaba un 20,9 por ciento de su renta bruta en impuestos sobre
la renta y en contribuciones a la Seguridad Social, y doce años más
tarde la cifra era del 20,8 por ciento, difícilmente puede decirse que
se trataba de una rebaja importante. Es más, la cifra ascendió du
rante el gobierno de Major, alcanzando el 22,5 por ciento en 1995.
Proporcionalmente, durante el gobierno de los conservadores, les
fue peor a los de ingresos bajos (con una renta equivalente a las tres
cuartas partes de la renta media) que a los de ingresos altos (con
un renta superior en un 50 por ciento a la renta media). Pero más
llamativo que esto fue la consistencia de los tipos impositivos direc
107
tos y de la carga fiscal en general 134. También debemos recordar
que el total del impuesto sobre la renta recaudado de los grandes
contribuyentes (1 por ciento de la población) aumentó bajo el go
bierno de Thatcher, de un 11 a un 15 por ciento: éste es un buen
ejemplo de cómo fijar tasas impositivas más bajas puede producir
mayores ganancias para el Estado 135.
i
108
los derechos de aduana y los impuestos especiales representaban
más del 70 por ciento de la renta bruta; en 1875, la cifra se man
tenía todavía en un 64 por ciento. Sólo de modo gradual fue cre
ciendo la proporción del impuesto directo en el total de la recau
dación fiscal, de un tercio en 1868 llegó al 57 por ciento en 1910 139.
La I Guerra Mundial y los costes asociados a ella determinaron
que la cifra alcanzara prácticamente el 70 por ciento en 1920, un
máximo que no volvió a alcanzarse hasta 1975. A partir de este año
la carga del impuesto directo tendió a decrecer. En 2000, los impues
tos directos representaban prácticamente la mitad del total de los
ingresos públicos del Reino Unido.
Francia tuvo una tributación directa relativamente elevada du
rante el Antiguo Régimen —representaba el 41 por ciento del to
tal de la renta— y se mantuvo así hasta fines del Primer Imperio,
cuando la cifra llegó al 43 por ciento140. Pero en adelante, la balanza
se desvió hacia la otra dirección, fundamentalmente porque aque
llas tasaciones de los impuestos franceses demostraron ser fuentes
poco elásticas de renta 141. Entre 1815 y 1913, el impuesto directo
cayó continuamente; del 34 por ciento del total de la recaudación
durante la Restauración borbónica pasó a ser del 24 por ciento en
el Segundo Imperio, y cayó a un mínimo del 13 por ciento a princi
pios de la I Guerra Mundial. La proporción proveniente del impues
to indirecto creció del 22 al 55 por ciento 142. Como se dijo de ma
nera acertada: “El principio de justicia en el sentido de una igual
incidencia se tuvo de ture com o algo inalterable, pero defado fue me
nos y menos respetado” 143. Debido a las dos guerras, el péndulo
volvió a oscilar hacia la otra dirección: entre 1920 y 1945, la propor
ción proveniente de la tributación directa en la recaudación total
ascendió del 26 al 52 por ciento. Sin embargo, entre 1950 y 1975, la
proporción fue del 37 por ciento. Esa fue también la cifra de 1997.
Parece que la gran oleada de tributación directa ha pasado, aun
que no está claro si se ha alcanzado un nuevo equilibrio. Con fre
cuencia se afirma que el deseo por parte del electorado de Gran
Bretaña y Estados Unidos de que se realicen reducciones en los im
puestos directos ha ido desapareciendo desde los años ochenta. Es
más, hay quienes sostienen que el electorado británico estaría dis
puesto a pagar más impuestos sobre la renta si creyera que con esto
109
se mejorarían los servicios públicos. La realidad es que, debido
a que han caído las barreras internacionales a la migración de traba*
jo especializado, el nivel de competencia impositiva entre estados
ha tendido a aumentar. Por eso es improbable que volvamos a ver
un retorno a aquellos elevados y punitivos tipos marginales que ca
racterizaron a los años setenta, si bien esto no significa que el total
del ihgreso proveniente de la tributación directa no vaya a aumen»
tar incluso cuando los tipos se sigan reduciendo. Lo que todavía si
gue en pie es que la recaudación de impuestos indirectos, ya sean
sobre el consumo o sobre la cifra de negocios, es menos costosa,
y en comparación menos indeseable para los que pagan. Es mucho
menos probable que la gente desee emigrar para eludir un 70 por
ciento de impuesto sobre el tabaco que para eludir un 70 por cien
to equivalente en el impuesto sobre la renta. Pero por otro lado*
una tributación indirecta excesiva puede alimentar el contrabando
y la economía sumergida. De la misma manera que Gladstone, lo»
actuales ministros de Economía deben cortejar también a ambas
hermanas, a pesar de lo poco atractivas que puedan parecerles a los
contribuyentes.
El p o e t a com o reca u d a d or
110
Francia en 1789 lo politizaron aún más. A mediados de 1790 tenía
entre sus amigos “más íntimos” al doctor William Maxwell, quien
fue uno de los testigos de la ejecución de Luis XVI —acontecimien
to que Burns descalificaba irónicamente como “la entrega de un
zopenco perjuro al verdugo” 144 Colmado de celo igualitario, fue
Burns quien compuso uno de los himnos más perennes de la era
revolucionaria: “Un hombre es un hombre por otro”.
112
CAPITULO III
L a p l a z a y e l c a s t il l o :
REPRESENTACIÓN Y ADMINISTRACIÓN
113
H. Heath, basándose en George Cruikshnak, ‘The Pillar of State, or John
Bull Overloaded”, 1827
s e ntativi dad política, y el de los servicios civiles. Si bien el punto de
115
— lo que espera que provea el Estado de bienestar— queda final
mente institucionalizada. Justamente, éstos fueron los procesos que
llevaron al gran sociólogo austríaco Joseph Schumpeter a diag
nosticar, hace más de ochenta años, “la gran crisis fiscal del Estado
impositivo” 4.
T ributación y representación
116
a formular lo dicho por Montesquieu y aseverar que es precisamente
la libertad — característica de los gobiernos representativos— lo que
hace posible que los impuestos sean elevados. ¿O acaso no es así?
El país que posee la mayor historia ininterrumpida de tributa
ción es Inglaterra. Fue durante la Guerra de los Cien Años cuando
quedó arraigada la opinión de que la tributación extraordinaria que
se necesitaba para financiar el conflicto con Francia precisaba de la
aprobación parlamentaria 7. Puede decirse que Eduardo I inició el
hábito de convocar a los parlamentos de los mayores arrendatarios
eclesiásticos y seculares; así com o también a los representantes
de los distintos pueblos y condados. Desde el siglo xrv en adelante,
los lores, y más tarde los comunes, comenzaron a presentar “listas
de agravios que relacionaban implícitamente (y ocasionalmente, de
modo explícito) con las donaciones de suministros”, esperando re
emplazar los “suministros” por ayudas legisladas. El momento cru
cial fue en 1306, cuando la corona sustituyó “una ayuda real y una
talla” por un suministro general autorizado por el Parlamento.
A mediados de ese siglo se aceptó de manera generalizada que la
mayoría de los actos legislativos formales fueran realizados exclusi
vamente en el Parlamento 8.
La clave del desarrollo constitucional inglés durante los siglos XVI
y xvii consistió en la dependencia estructural de lajnonarquía de las
fuentes de ingreso controladas por los parlamentos: la décima, el
quinzavo y el subsidio. El relativo declive, durante el reinado de Isa
bel I, de las otras fuentes de ingreso que la corona controlaba direc
tamente — los ingresos provenientes del dominio y los derechos de
aduana— colocó a sus sucesores Estuardo en una situación de gran
debilidad 9. Como manifestara Jacobo VI de Escocia y I de Inglate
rra: “La única enfermedad fatal que considero puede ponerme en
peligro es ese cáncer de la codicia, que, una vez extirpado, hará que
sea feliz en todos los otros aspectos, del m odo en que lo han sido
cualquiera de esos otros reyes o monarcas que han vivido desde la
época de Cristo” 10. Innovaciones tales com o las “imposiciones” so
bre el comercio, los préstamos forzosos, las ventas de los m onopo
lios o títulos y suministros tendían a provocar la oposición parlamen
taria y judicial n . Pero el triunfo del Parlamento en 1640 no estuvo
predestinado: el intento de Carlos I de expandir las fuentes extra-
117
parlamentarias de financiación (en particular, de extender a los
condados interiores del país la imposición de la tasa por la defen
sa costera, conocida com o “el dinero de los barcos”) pudo ha
ber prosperado de no haber sido tan costosa y tan poco exitosa la
guerra contra los escoceses. A fines del decenio de 1630, “el dine
ro de los barcos” reportaba el triple de lo que lo hacían los subsi
dios parlamentarios y amenazaba (com o expresara con ansiedad
un parlamentario) volverse un “continuo suministro usado en toda
ocasión” 12. Fue el fracaso de Carlos en mantener el orden en sus
diferentes reinos lo que determinó el triunfo del principio parla
mentario. Esto ya se había anunciado claramente en un “ruego” de
la Petición de Derechos de 1628: que “de ahora en adelante, ningún
hombre se vea obligado a dar regalos, préstamos, benevolencia*
impuestos o cualquier otra carga sin previo consentimiento co
mún por ley parlamentaria”. Esto se aseguró constitucionalmente
con la “Revolución Gloriosa” de 1688, que le concedió al Parla*-
mentó la autoridad exclusiva de tributar nuevos impuestos así
com o también el derecho a hacer una revisión contable del gasto
gubernamental l'!.
Lo que ocurrió en Francia fue bastante diferente. Una de las ra
zones fundamentales era que la nobleza francesa no estaba dispues
ta a darle al rey ni su dinero ni su consejo. Ya en el siglo xv sir John
Fortescue contrastaba el dominium regale de Francia, donde el rey
podía tributar según su voluntad, con el dominium politicum et regale
de Inglaterra, donde el monarca precisaba consenso para tributar u .
Si bien Felipe V (1316-1322) se valió de asambleas representativas
para aumentar los impuestos, su incapacidad para conseguir un sub
sidio para la época de paz determinó que dicha práctica no se afian
zara. Los Estados Generales se reunieron nuevamente en 1355 y
1356 pero — aun teniendo al rey Juan II en prisión y habiendo una
demanda de rescate— no consiguieron juntar la suma suficiente de
dinero 15. Antes de 1789 se reunieron sólo cuatro veces (en 1484,
1560-61,1588y 1614-15); y se convocó en dos ocasiones a una Asam
blea de Notables Ul. Los parlements pudieron únicamente reclamar
y poner en práctica su derecho a la reconvención y ejercer alguna
influencia sobre la política fiscal, negándose a registrar nuevos prés
tamos reales (com o ocurrió en 1784 y 1785) 17.
118
Cuando en 1786 Calonne recom endó a Luis XVI que convo
cara una “Asamblea de Notables” para sancionar su plan de refor
ma de las finanzas reales — se trataba fundamentalmente de un
nuevo impuesto territorial— estaba reviviendo un principio de re-
presentatividad que ya había quedado dormido desde hacía tiem
po. Si bien la corona veía a la Asamblea simplemente com o una
entidad sancionadora, la decisión de Calonne de llenarla de re
presentantes del clero y de la nobleza demostró ser errónea, ya
que inmediatamente se opusieron a reducir sus exenciones fisca
les y solicitaron que se organizara una comisión permanente de
auditores contables para supervisar las finanzas reales, así como
también que se convocara a los Estados Generales. Cuando Luis
nombró a Brienne para que llevara adelante sus reformas a cual
quier precio, se encontró con que los parlements se negaban a re
gistrar los nuevos impuestos. Luis desterró el parkment de París a
Troyes, pero Brienne se vio obligado de todos modos a suprimir
el impuesto territorial. Cuando el rey intentó forzar el registro
de los nuevos préstamos en una “sesión real” del parkment, el 19 de
noviembre de 1787, valiéndose de una fórmula desmedida y ana
crónica: “Es legal porque lo deseo”, estaba anunciando su muerte.
En mayo de 1788, el parlement declaró que la tributación debía
contar con el consentimiento de los Estados Generales y que éstos
debían reunirse regularmente. El 8 de agosto, Brienne fue forza
do a declarar que los Estados Generales se reunirían el siguiente
mes de mayo 18.
El carácter revolucionario del nexo impuestos-representación
se manifestó también, doce años antes, en las colonias americanas
de Gran Bretaña 19. Pero los norteamericanos no fueron ni los pri
meros ni los últimos en intentar independizarse de la metrópoli
debido a la tributación forzada de impuestos. (Por ejemplo, la in
troducción española de un nuevo gravamen sobre la propiedad in
citó a los portugueses a pelear por su independencia en 1640). No
obstante, el caso americano es el más conocido. Una de las razones
es que la conexión entre la decisión británica de establecer impues
tos sobre las importaciones de las trece colonias y la Declaración de
independencia, ocurrida nueve años más tarde, se enseña a toque
de tambor en todas las escuelas norteamericanas.
119
Aun así el monto de los impuestos no fue lo que verdaderamen
te molestó. En verdad, fueron los recortes impositivos ocurridos en
otro lugar del imperio los que produjeron el “Boston Tea Party”: se
trató de la reducción del impuesto sobre la importación del té para
Gran Bretaña de la Compañía de Indias que se reexportaba a Amé
rica 20. Lo que estaba en juego era un asunto constitucional: si las
colonias tenían derecho a opinar sobre estas cuestiones. El princi
pio lo formuló de modo elocuente el whiglord Camden en febrero
de 1766:
1 2 0
r e p r e s e n t a c i ó n s in t r i b u t a c i ó n
121
mentó británico demostró a veces su irresponsabilidad fiscal. El im
puesto sobre la renta se abolió con una precipitación desmedida,
cuando finalizaron las Guerras Napoleónicas —“en el marco del
mayor aplauso y excitación que pudieron atestiguar los muros
del Senado inglés”— y ello a pesar de que los gastos excedían los
ingresos públicos incluso con el impuesto sobre la renta 29. Muestra
del atolondramiento por parte de los Comunes fue la aprobación de
la destrucción de todos los libros y registros; afortunadamente, o,
tal vez, desafortunadamente, las copias ya habían sido enviadas al
oficial real de Hacienda 30.
En realidad, la historia británica del periodo que va de 1832 a
1918 puede interpretarse por la expansión paralela y complementa
ria del derecho al voto y la “red” de impuestos directos. Hasta 1884,
el derecho al voto británico estuvo basado en los valores de arrenda
miento (esencialmente, podían votar los grandes propietarios, los
arrendatarios y los cabezas de familia cuyas propiedades superaran
cierto valor de arrendamiento); pero la obligación de pagar impues
tos locales también fue requisito para los votantes de los condados
y las villas. Las propuestas de reforma electoral estuvieron frecuen
temente relacionadas — tanto por los opositores como por los defen
sores— con criterios fiscales. “Debiera haber”, pensaba Gladstone,
“una afinidad entre los privilegios electorales y la contribución
impositiva”. Si había que limitar los primeros excluyendo a los po
bres, entonces había que hacer lo mismo con lo segundo. “La debi
lidad financiera y la extravagancia” son los “medios seguros de ge
nerar excesivas demandas de reforma” 31. Su mayor rival, Disraeli,
fue tan lejos como para proponer en 1867 uno de sus “imaginativos
sufragios” según el cual todo el que contribuyera con 20 chelines
de impuesto sobre la renta tendría derecho al voto. No era una arit
mética política que los electores no pudieran comprender. Un car
tel que apoyaba las críticas de Gladstone a las costosas aventuras de
Palmerston en el extranjero lo deja claro:
1 22
Reform em os la Casa de los Com unes y h a g á m o s l o d e m o d o e x h a u s t i
v o e s t a v e z 32.
123
de aquellos miembros del Parlamento que representaban a los
sectores del electorado que estaban eximidos de impuestos. Acon
sejándole al ministro de Hacienda que no financiara un nuevo gas
to naval mediante impuestos directos, Salisbury señaló astutamen
te lo siguiente: “Cuando hay dificultades, es peligroso contar como
recurso exclusivo con lo que se obtiene de la propiedad porque sus
titulares están en condiciones políticas tan débiles que resulta fácil
que se arraigue este nocivo hábito financiero” 35. Pero no sólo los
conservadores tuvieron esta opinión: durante los debates sobre el
proyecto de ley de Reforma de 1867, el liberal Robert Lowe previ
no sobre el posible conflicto de intereses entre un gran electorado
y una pequeña élite de contribuyentes. Esos temores tenían com o
predecesores intelectuales a Bentham, Tocqueville y John Stuart
Mili36. En 1913, era prácticamente sabiduría popular que (en pala*
bras de sir Bernard Mallet): “En la democracia moderna... las me*
didas políticas están controladas y responden a los intereses de una
mayoría electoral formada fundamentalmente por las clases po
bres, mientras que la renta proviene principalmente de una mino
ría de personas ricas” 37.
Debido a que la I Guerra Mundial incrementó más la cantidad
de contribuyentes que la de votantes, disminuyó levemente el coe
ficiente de votantes en relación con los contribuyentes, de 7:1 bajó
a 6:1. Sin embargo, la nueva reforma electoral del periodo de en-
treguerras — principalmente disminuyó la edad requerida del voto
femenino— hizo que este coeficiente volviera a aumentar y que su
perara la proporción que había existido antes de la guerra: en 1935
fue superior a 8:1. En palabras de los autores de la historia moder
na del gasto público británico, “la ampliación del derecho de voto
le dio más importancia política al grupo más propenso a creer que
el gasto público debía aumentarse para su beneficio, pero que la
renta debía provenir de otros [los más ricos] mediante herramien
tas tales como la tributación progresiva” 38. Tal vez lo llamativo, con
siderando los coeficientes, es que no haya habido una mayor pre
sión a favor del aumento del gasto público com o reacción a la Gran
Depresión; volveremos a esto más adelante. Desde la II Guerra Mun
dial, ha habido una caída del coeficiente de votantes en relación
con los contribuyentes de más de 2:1 después de la guerra a un nivel
124
de equilibrio de 1,7:1; en otras palabras, una situación en la que hay
aproximadamente un 70 por ciento más de votantes que de contri
buyentes por impuestos directos. Este coeficiente ha variado tan
sólo levemente desde mediados de los años sesenta 39. Lo que signi
fica que — contrariamente a lo que se dice: en el Estado de bienes
tar “el sufragio universal coincide con la contribución universal de
impuestos directos” 40— la democracia británica le otorga dere
chos políticos a más de dieciocho millones de personas que no pa
gan impuestos directos (no es preciso aclarar que la mayoría paga
algún tipo de impuesto indirecto). Junto a los trabajadores cuyos
salarios están por debajo del umbral que obliga a pagar impuestos di
rectos, la cifra incluye a los desempleados, a otros beneficiarios de
los seguros sociales, a los jubilados de pocos ingresos, a los incapa
citados por razones de salud y a los estudiantes. Dado el tamaño del
grupo, resulta sorprendente que los esfuerzos de los conservadores
por recortar los impuestos directos hayan tenido cierto éxito duran
te los años ochenta 41.
El paso de la tributación sin representación a la representación
sin tributación directa no es un fenómeno exclusivamente británi
co. Muchos estados del siglo xix definieron los requisitos del dere
cho político sobre la base de la tributación directa. En Francia, en
tre 1824 y 1830, el sufragio estaba restringido a quien pagase una tasa
mínima de tributación directa y los mayores contribuyentes elegían
a un 40 por ciento de los diputados. Tan sólo el 0,5 por ciento de los
hombres mayores de diecinueve años tenían derechos políticos 42.
La Revolución de 1830 no cambió demasiado esta situación. Bajo la
“monarquía burguesa” de Luis Felipe continuó existiendo este mí
nimo exigido de impuestos directos que disminuyó tan sólo leve
mente (aproximadamente un 1 por ciento de los hombres mayores
de diecinueve años tenían derechos políticos). Cuando recrimina
ron a Guizot por el alto nivel del umbral requerido para votar, su
respuesta fue simple: Enrichissez-vous! (¡Enriqueceos!) En Italia tam
bién, hasta 1913, el sufragio requirió de un mínimo de contribu
ción impositiva, si bien bajaron el umbral en 1882, el cual continuó
estando vigente para los votantes entre los veintiún y veintinueve
años hasta 1919 43. En Prusia, hasta 1918, el ingenioso sistema de vo
tación para la cámara baja de tres clases se basaba en el pago de los
125
impuestos directos: los contribuyentes eran clasificados según la
suma que pagaban de impuestos y se los dividía en tres grupos, cada
uno de los cuales pagaba la misma suma total de impuestos; la clase
superior tenía menos individuos que las restantes, aunque los tres
grupos tenían la misma representación en el Landtag. La mayoría
de los estados del Reich restringieron el voto de manera similar;
sólo a nivel federal hubo sufragio universal masculino. El gráfico 6
muestra cóm o el exclusivismo del derecho político europeo dismir
nuyó desde el siglo xix en adelante. Es interesante notar que, ante?
de 1914, Gran Bretaña quedó rezagada con respecto a Francia y
Alemania en la carrera dirigida hacia la democratización, mientras
que Italia quedó por detrás de Gran Bretaña. Después de la I Gue*
rra Mundial, sin embargo, la relación entre tributación y represen^
tación se rompió.
126
cho al voto y el número de personas que pagan impuestos sobre la
renta. El caso británico no es una excepción. En Estados Unidos, el
coeficiente equivalente ha estado desde la guerra entre 1,6:1 y 1,8:1.
Sin embargo, muchos votantes (una gran proporción de ellos no
contribuyente) no ejercen su derecho a elegir sus propios repre
sentantes. Solamente a mediados de los sesenta, el número de vo
tantes activos en las elecciones para el Congreso superó al número
de contribuyentes. En 1990, unos 61 millones de estadounidenses
votaron en las elecciones mientras que unos 114 millones (casi el
doble) pagaron sus impuestos sobre la renta. Hoy, millones de nor
teamericanos están obligados a pagar impuestos sin tener repre
sentación; pero, a diferencia de sus predecesores coloniales, su fal
ta de participación electoral es voluntaria.
E l c a st il lo de K afka
127
Akbar 45. Pero estas instituciones raramente se ocupaban de una
cosa tan vulgar com o la recaudación impositiva.
La emergencia de la burocracia en el sentido moderno de la pa
labra —una organización de funcionarios asalariados cuya tarea
consiste en ejecutar los mandatos del ejecutivo— tuvo un desarro
llo tan poco lineal com o el de las asambleas representativas. Duran
te el Medievo y a principios de la era moderna, el poder temporal
estaba obstaculizado por la Iglesia, que monopolizaba todo menos
la educación de funcionarios capaces de elaborar y ejecutar ins*
tracciones escritas. La secularización parcial de la educación pro+
veyó un grupo de hombres laicos que tenían el deseo de ocupar
puestos públicos. Pero este fenómeno no debe confundirnos y lle^
varaos a pensar que la emergencia de la burocracia se dio tan tem*
pronamente 46. En efecto, la motivación de estos “nuevos hombres”
— generalmente muy bien vista por los historiadores— consistía
fundamentalmente en asegurarse una renta propia (ya fuera bajo
la forma de un salario o de “prebendas” en puestos oficiales) más
que en lograr una racionalización de la administración en el senti
do weberiano del término. Es más, muchos de los monarcas consi
deraban estos puestos oficiales com o bienes estatales —y en efecto
lo eran, ya que generaban ingresos públicos— y los vendían al me
jo r postor.
Esto podía hacerse de dos modos diferentes: o bien se vendían
derechos de recaudación de impuestos específicos a los llamados
“arrendatarios de impuestos” o se vendían puestos específicos a
ciertos individuos. El arrendamiento de la recaudación impositiva
fue un fenómeno conocido en Inglaterra. Desde el reinado de Isa
bel I hasta la época del Parlamento Largo se arrendaron algunos
derechos de aduana 47. Pero el fenómeno fue mucho más impor
tante en Francia. Durante la primera mitad del siglo xvil, los tres
grandes arrendamientos (el de la gabelle, el de las aides y el de los lla
mados cinq grosses fermes que controlaban los derechos de aduana
desde 1584) representaban el 80 por ciento de la renta provenien
te de toda la recaudación impositiva indirecta. En 1681, Colbert fu
sionó los distintos impuestos sobre el consumo y derechos de aduana
con el nuevo m onopolio del tabaco, y los arrendó en su totalidad
a un sindicato de cuarenta miembros conocido como General de
128
Arrendatarios (Farmers-General) 48. Estos arrendamientos se rene
gociaban cada seis años. Pero la desventaja fundamental del arren
damiento impositivo es obvia: abandonada a los mecanismos de
recaudación de los arrendatarios, éstos se hacían con una propor
ción mucho mayor de los ingresos que pasaban por sus manos a la
que les correspondía según los intereses del poder ejecutivo. La
mitad del total de los ingresos nunca llegó al gobierno francés 49.
Durante el siglo xviii se intentó pasar a un régimen de régies (por
el que el gobierno pagaba a los arrendatarios salarios y bonos),
pero la resistencia a una reforma completa por parte de los que ya
tenían estos derechos demostró ser insuperable 50. De ahí que se
describiera al Hotel des Fermes com o una “maquinaria inmensa e
infernal que agarraba a los ciudadanos por el cuello y les expri
mía la sangre” M.
El otro mecanismo fiscal del que dependió el Antiguo Régimen
fue el de la venta de cargos oficiales. Esto ha sido llamado “segundo
sistema de deuda pública”, porque los titulares de los cargos inver
tían algo de su capital en el puesto y la renta proveniente de éste
equivalía al interés de un bono gubernamental 52. En 1660 había
aproximadamente 46.000 funcionarios cuyos puestos tenían un
valor en capital de 419 millones de libras francesas. Desde el punto
de vista de la monarquía francesa, este sistema pudo traer tam
bién ciertas ventajas políticas. Reflexionando sobre el derroca
miento de Jacobo II en 1688, los consejeros de Luis XIV concluye
ron lo siguiente:
129
corona que sólo podía ser compensada con impuestos extraídos de
los titulares de dichos puestos, tales com o la paulette. Ya en 1639, los
pagos anuales a los funcionarios superaban la nueva renta prove
niente de la venta de puestos. Durante la gestión de Colbert, la co
rona recibía 2 millones de libras francesas en concepto de impues
tos pagados por dichos funcionarios, pero pagaba 8,3 millones de
libras francesas en salarios. Si bien Colbert logró abolir aproxima
damente 20.000 puestos, su logro quedó prácticamente anulado
debido a los grandes costes de la guerra con Holanda de 1670 54. El
intento de Maupeou por reducir el número de puestos en 1770 con
siguió un recorte de tan sólo el 5 por ciento 55.
En lugar de esta forma de arrendamiento impositivo y de esta
burocracia sobornable, Gran Bretaña desarrolló, con la Dirección
Impositiva, el prototipo de la burocracia moderna, basada en el
“reclutamiento por examen, el entrenamiento, la promoción por
méritos propios, los salarios regulares, las pensiones y una estanda
rización de procedimientos” 56. La Dirección Impositiva atrajo tam
bién a personas que buscaban ingresos fáciles, como el poeta Robert
Burns, pero pronto se dieron cuenta de que era necesario trabajar
para conseguir ese salario. Al mismo tiempo, hubo una tendencia
hacia la centralización de otras formas de recaudación. A fines del
reinado de Carlos II se suprimió el arrendamiento impositivo y el
Ministerio de Hacienda fue el único responsable de contabilizar la
renta y el gasto de todos los departamentos del gobierno central,
función de la que luego se ocupó la Tesorería 57. Estas reformas sig
nificaron prácticamente “una revolución administrativa” que apor
tó importantes resultados:
130
Fue por este desarrollo institucional más que por el valor abso
luto de los recursos económicos de Gran Bretaña por lo que las
otras grandes potencias continentales quedaron rezagadas con res
pecto a ella. Según un cálculo aproximado, Gran Bretaña tenía un
funcionario fiscal por cada 1.300 personas. La cifra equivalente en
Francia era de uno por cada 4.100 personas y en los Países Bajos de
uno por cada 6.200 personas, mientras que Prusia — que por lo
g e n e ra l se describe erróneamente com o un estado más burócrata
que Gran Bretaña— tenía a uno por cada 38.000 personas 59. La
burocracia fiscal se triplicó entre 1690 y 1782; resulta revelador
que la Dirección Impositiva haya sido descrita com o “el monstruo
de los 10.000 ojos” 60. La Revolución Francesa, com o afirmó Bo-
sher, estuvo a punto de lograr una transición similar hacia unas fi
nanzas públicas burocratizadas en lugar de “corruptas” (o gestio
nadas con criterios empresariales); transición que, de hecho, fue
puesta en movimiento por Necker y Brienne antes de 1789 61. Re
sulta simbólico que los revolucionarios arrestasen a 36 arrendata
rios impositivos, 28 de los cuales fueron guillotinados el 8 de mayo
de 1794 62. Entre éstos, figuraba el gran químico Lavoisier, que ha
b ía financiado sus investigaciones con los ingresos provenientes
de su arriendo fiscal63.
Cuando terminaron las Guerras Napoleónicas se manifestó una
clara tendencia en la mayoría de los estados a reducir el número de
empleados públicos. Las reducciones del impuesto indirecto no
sólo se justificaban en el laissezfaire, laissez passer, sino que también
se implementaron como medio para reducir la burocracia fiscal. Si
bien se ha escrito mucho acerca de la modernización del gobierno
a mediados del siglo xix, las estadísticas prueban que durante la
mayor parte de la centuria “el estado guardián” fue una realidad.
En 1891, el total del personal gubernamental, en Granéretaña, fue
algo inferior al 2 por ciento de la fuerza laboral. Las cifras en el con
tinente fueron más altas, aunque no presentan grandes diferen
cias. En Italia, en 1871, la cifra equivalente era del 2,6 por ciento y
en Alemania, en 1881, del 3,7 por ciento. Aun la famosa burocracia
austro-húngara fue pequeña en relación con la creciente población
del imperio. Pero desde principios del siglo xx en adelante se dio
131
en casi todos los países un crecimiento continuo del sector público.
En los años veinte, el empleo público superó el 5 por ciento del to
tal de la fuerza de trabajo en Italia, el 6 por ciento en Gran Bretaña
y el 8 por ciento en Alemania.
En su obra monumental Economíay sociedad, Max Weber des
cribe a la burocracia moderna com o un mecanismo admirable
mente racional: “Las reglas, los medios, los fines y las cuestiones
concretas dominan su conducta” 64. No obstante, en su época, la
desilusión respecto a la burocracia empezaba a crecer, y no dismi
nuyó tras la enorme expansión que experimentó el sector público
durante los años de guerra e inflación; un fenómeno motivado,
más por papeleo y la corrupción que por un sentimiento racional.
La realidad de la burocracia moderna terminó asemejándose a El
castillo de Kafka, en el que enigmáticos expedientes circulaban de
arriba abajo por grises corredores, asignados aparentemente al
azar a funcionarios sin rostro tras puertas de despachos idénti
cas 65. El Beamte— que en su momento se vio com o el paradigma
de la virtud prusiana— se convirtió en la personificación de la per
reza y del interés propio. Con ocasión del violento levantamiento
de Viena de 1927, Elias Canetti recuerda haber visto a un funcio
nario frente al Palacio de Justicia en llamas, “agitando desespe
radamente los brazos y lamentándose una y otra vez” diciendo lo
siguiente:
132
un plan que, como era característico en él, resultaba bastante sim
plista e intentaba “reducir la burocracia a la tercera parte de su tama
ño” gracias a la siguiente simplificación del sistema impositivo:
133
ministerios, los de Econom ía e Interior... los que tienen administracio
nes pletóricas e infladas? 68
Fuente: OCDE.
134
empleo en e' sector público supera el 30 por ciento del total. En
Francia, Finlandia y Austria la cifra supera el 20 por ciento. En 1990,
P o rtu g a l, España, Italia y Alemania tuvieron todos una proporción
de empleo público con respecto al total de la fuerza laboral supe
rior al 15 por ciento; Suiza y Grecia no estaban muy por detrás. Las
excepciones a esta pauta son Estados Unidos, donde el empleo pú
blico alcanzó su máximo a mediados de los años setenta, y Gran
Bretaña, Irlanda, Bélgica yjapón, donde el máximo ocurrió en los
o c h e n ta . Pero sólo en Gran Bretaña se dio una caída significativa
de ese máximo. En 1983, el empleo público alcanzó un pico de pos
guerra del 22 por ciento; en 1999 la cifra cayó al 13,6 por ciento, ci
fra aún menor que la de Estados Unidos. Entre las economías desa
rrolladas, Japón y Grecia son los que tienen un número menor de
funcionarios.
Pero cualesquiera que sean los costes macroeconómicos de es
tos altos niveles de empleo, el problema fiscal inmediato radica en
cómo determinar la paga de los empleados públicos cuando se ca
rece del tipo de información que posee el sector privado para me
dir la productividad; además, habitualmente hay sindicatos y otros
grupos de presión que representan al sector público y que bregan
por el aumento de los salarios por encima de la inflación. El ta
maño de la hoja de paga asusta. En 1992, el pago al sector públi
co representó un tercio del total del gasto público de Gran Breta
ña 7o. En Estados Unidos la cifra equivale a la quinta parte del
total 71. Incluso los pequeños aumentos salariales pueden traer
importantes consecuencias fiscales. En efecto, una de las parado
jas de la democracia moderna es la tendencia de los gobiernos a
responder a la crítica por los servicios públicos incrementando
los salarios de éstos. De hecho, para poner un ejemplo británico, los
aumentos salariales para los enfermeros del Servicio Nacional de
Salud pueden traer com o resultado reducciones concretas del di
nero a invertir en hospitales, camas, equipos y medicinas, provo
cando un mayor deterioro del cuidado del paciente, aunque se
trate, sin duda, de un mejoramiento de las condiciones de vida de
los enfermeros 7a.
135
E stados s e r v il e s
136
xior que la de Francia, caracterizada por sus escasas exacciones im
positivas: no debemos olvidar que en el decenio de 1780, el PNB
francés duplicaba el británico. Una razón por la que Gran Bretaña
pudo convertirse en una verdadera amenaza militar para su pode
roso vecino fue su tasa de tributación más elevada 81. Como porcen
taje del PNB, el total de los impuestos británicos doblaba al de los
franceses de 1788 (eran del 12,4 por ciento en comparación al 6,8
por ciento francés). Si Francia hubiera conseguido reunir más im
puestos, probablemente habría sido capaz de evitar su crisis fiscal82.
Como quedó demostrado en el capítulo I, la causa principal de
los aumentos del gasto público y, por ende, de la tributación ha
sido a lo largo de la historia la guerra. Durante las épocas de paz, tan
to el gasto com o la tributación tendieron a descender de m odo
considerable. Esta fue una de las razones por las que el siglo xix fue
también una época en que las cargas impositivas descendieron a
mínimos históricos en la mayoría de los países. Durante el siglo xx,
en cambio, se dio una paralización de los descensos. Después de las
dos guerras mundiales, el gasto público no consiguió alcanzar el ni
vel de preguerra, ni en términos absolutos, ni en lo que se refiere a
la inflación, ni por habitante, ni en relación con el PIB. Según los
precios de 1990, el total del gasto público de Gran Bretaña fue de
15.300 millones de libras en 1913; y de 27.500 millones diez años
más tarde; pero nunca llegó a estar por debajo de los 60.000 millo
nes después de la II Guerra Mundial 83. Es más, tanto en términos
reales com o en términos por habitante, el gasto público década a
década a partir de 1945 continuó en ascenso, a pesar de no haber
habido ninguna gran guerra. Aun como proporción del PIB, la ten
dencia fue ascendente hasta los años ochenta y noventa, momento
en que alcanzó un nivel estable. De m odo similar, el gasto del go
bierno federal estadounidense, como porcentaje de su PIB, fue de
tan sólo el 16 por ciento en 1950, del 18 por ciento en 1960, del 19
por ciento en 1970 y del 22 por ciento en 1980 y 1990 84. El máximo
del gasto público norteamericano se dio en 1992 (un 36,6 por cien
to) y se esperaba que descendiera a un 32 por ciento en 2000. Pero
los coeficientes del gasto público fueron aún más elevados en Euro
pa; alcanzaron máximos del 45 por ciento en Inglaterra (1993), del
50 por ciento en Alemania (1995), del 55 por ciento en Francia
137
(1996) y del 57 por ciento en Italia (1993). Los coeficientes más
elevados de gasto público entre los países del mundo desarrollado
los tuvo Escandinavia: la cifra sueca llegó a un máximo del 71 por
ciento en 1993, mientras que en Dinamarca la cifra fue del 6<i
por ciento 85. Este fenómeno resulta ser bastante diferente de lo si*
cedido en siglos anteriores, cuando tales niveles de gasto público se;
alcanzaban solamente durante los años de guerra.
La explicación habitual para dicho fenómeno es la emergencia
del Estado de bienestar. ¿Pero qué significa exactamente esta fra|
se tan trillada, empleada en inglés por primera vez en 1928, por é]
obispo anglicano de Manchester, William Temple? Si por Estaddj
de bienestar entendemos el gasto público dirigido a disminuir las des
sigualdades de rentas — ya sea por medio de suplementos directQi
para los trabajadores con salarios bajos o mediante la prestación de
servicios para pobres, a precios inferiores a los del mercado— en»
tonces, el Estado de bienestar no constituye un invento modernos
Aproximadamente, la mitad de la población masculina adulta de
Atenas recibía algún subsidio del Estado durante el siglo v a.C. Ycerv
ca del 10 por ciento del gasto público de Roma durante la era de
Augusto estaba destinado a subsidiar el paro de la plebe romana!
Sin embargo, la mayor parte de las transferencias del Medievo y de
los inicios de la era moderna pasaron de los contribuyentes a grupos
en condiciones económicas relativamente holgadas: abogados, sofc
dados, fabricantes de armas y financieros 86. En la India mogol, el
emperador y 122 nobles — una proporción verdaderamente mí*
nima con respecto al total de la población que alcanzaba los 110
millones— recibía cerca de la octava parte del total del producto
nacional87. En las sociedades occidentales, la actitud frente a la po
breza osciló bastante; a veces, se ponían a disposición subsidios pú
blicos en épocas de crisis, pero con gran frecuencia la responsabili
dad del cuidado de los más necesitados recaía en las sociedades
caritativas y de autoayuda, reservando al Estado el ejercicio de una
función disciplinaria sobre los grupos marginales.
El margen de lo que puede hacerse para mitigar la pobreza y la
enfermedad sin la intervención del Estado es algo que olvidamos a
menudo. Durante la era victoriana de Gran Bretaña, las “Socieda
des de Ayuda Mutua” controlaban un gran volumen de ahorro pre
138
ventivo. Hasta 1914, el gasto de las sociedades de caridad registra
das v no registradas, el de las sociedades de ayuda mutua, el de los
sindicatos de comercio y el de otras instituciones benéficas y de au-
toayuda superaba el presupuesto anual de la ley de pobres y dejaba
corto al gasto público que estaba destinado al bienestar social88. Ya
en 1803 existían más de nueve mil sociedades “de ayuda mutua”,
con más de 700.000 miembros. En 1877, el total de la afiliación a las
sociedades de ayuda mutua registradas era de 2,75 millones de per
sonas, y en menos de cuarenta años alcanzó los 6,6 millones. Ade
más, más de dos millones de personas estaban asociadas a socieda
des no registradas 89. Cuando en 1911 Gran Bretaña introdujo la
seguridad social, más de las tres cuartas partes de las personas cu
biertas por dicho plan eran ya miembros de alguna sociedad de
ayuda mutua. Y aun después de que se introdujera, los seguros pri
vados crecieron más rápidamente que la seguridad social: a prin
cipios de la II Guerra Mundial, las primas de los planes de seguros
privados excedían las contribuciones a los planes de salud, desem
pleo y pensiones estatales 90. En suma, la autoayuda era algo más
que una mera aspiración piadosa victoriana; para gran parte de la
población trabajadora era una realidad. Y esto resultó, a menudo,
en una gran desconfianza hacia la intervención del Estado: se trata
ba en particular (para mencionar la opinión de un minero de Long-
ton entrevistado por Fabian R. H. Tawney en 1912) de un resquemor
frente a los desconocidos, “quienes nos hacían vivir a nosotros, gen
te ignorante, de la manera en que ellos creían que debíamos vivir” 91.
No eran sólo libertarios com o el minero Hilaire Belloc los que te
nían una actitud hostil hacia el “estado servil” 92.
Es más, también había ayuda para los desprotegidos que prove
nía de otras fuentes que no eran el Estado. Las donaciones a las so
ciedades de caridad llegaron a ser un verdadero “impuesto volun
tario” que subvencionaba una gran cantidad de causas benéficas,
principalmente educativas y de la salud. En Gran Bretaña, el total
de la renta de las sociedades de caridad registradas fue de 13 millo
nes de libras en 1910, más del total del gasto de las autoridades lo
cales en el subsidio a la pobreza (12,3 millones de libras); y la cifra
excluye las sociedades de caridad más pequeñas y las sumas reuni
das informalmente y distribuidas por las parroquias e iglesias no
139
conformistas. Algunos testamentos sugieren que aproximadamen
te un 13 por ciento de la riqueza se legaba a sociedades de caridad
antes de 1899 93.
Sin embargo, los argumentos políticos que favorecían una ma*
yor actividad estatal se volvieron irresistibles a fines de siglo, por la
combinación de la teoría socialista, el repudio de los “nuevos” libes-
rales a la doctrina del laissezfairey los temores de los conservadores
por el declive de la “eficacia nacional” manifestada en la Guerra de
los Bóers. La derecha fue tan responsable del aumento del gasto
público previo a 1914 como la izquierda. En Gran Bretaña, tanto laí
educación primaria gratuita com o los subsidios a los campesinos ir*
landeses — “el precio que debemos pagar por la Unión”— fueroWÍ
medidas introducidas por el gobierno conservador de Salisburyfí
Pero el verdadero momento de cambio ocurrió durante el gobierno
liberal de 1905-1915. Los liberales introdujeron las comidas y las re#
visiones médicas obligatorias en las escuelas. Adaptando el sistema?
de la Alemania de la época de Bismarck, otorgaron una pensiói|
no contributiva a las personas mayores de setenta años 94. Y par$
aquellos de bajos ingresos, introdujeron un sistema obligatorio de,
seguridad social para ayudar a los enfermos y desempleados en ej
que el Estado complementaría las contribuciones de la empresa.
Como muchos de los sistemas del continente, la seguridad safc
cial se construyó a partir de los entramados que ya existían de
sociedades de mutua ayuda y compañías aseguradoras. Lo que no
debe entenderse como un fracaso, si bien es cierto que las personas
a cargo de las familias quedaban excluidas del plan y que el Tesoró
ejerció un fuerte control sobre los pagos y beneficios disponibles 95.
Por otro lado, entre 1912 y 1938, el número de personas cubiertas
por el plan se cuadruplicó. Desde entonces, la ayuda a los mayores*
los enfermos y los pobres pasó a ser parte integral y creciente del
gasto público.
El aumento del gasto también fue importante a nivel local. En
Gran Bretaña, el gasto del gobierno local había sido controlado,
durante la mayor parte del siglo xix, por la Nueva Ley de Pobres de
1834, que de un modo eficaz disuadía a todos los pobres, excepto a
los más desesperados, de solicitar la austera ayuda de los asilos. Esto
comenzó a cambiar en 1880. En 1885, una Comisión Real recomen-
140
¿ ó que se otorgara al consejo del condado de Londres poderes para
mejorar la vivienda en la capital. En 1902, los consejos del condado
adquirieron también responsabilidades sobre la educación. Entre
1870 y 1913, el gasto local se quintuplicó 96. En Alemania, el siste
ma federal dio aún mayores márgenes de intervención a los gobier
nos estatales y locales: su gasto en educación, bienestar, salud vivien
da aumentó continuamente y llegó a representar, en 1913, cerca de
la mitad del gasto del sector público 97.
Como es bien sabido, la I Guerra Mundial no sólo aumentó el
gasto en la defensa sino que expandió también, de manera signifi
cativa, los márgenes de la actividad estatal no militar. En Gran Bre
taña surgieron nuevos ministerios: no sólo el de Municiones y el
del Aire, sino también el de Alimentos (1916), el de Trabajo (1916)
y el de Salud (1919), además de los departamentos de Servicio Na
cional y de Reconstrucción que tuvieron una vida breve. Si bien los
ambiciosos planes de posguerra de inversión pública en ‘Viviendas
dignas para los héroes” sucumbieron debido a los recortes del pre
supuesto, fue imposible para el Estado retornar a la situación de
los años de preguerra. En cuanto a las viviendas construidas, el sec
tor público superó al sector privado en 1921 y 1922, para quedar
se luego rezagado y volver a crecer año a año, desde 1941 a 1959 98.
Además, el nivel de desempleo sin precedentes que se manifestó
durante los años de entreguerras, forzó a los gobiernos de todos
los países a gastar más dinero, a pesar de los intentos por evitarlo.
Los planes obligatorios de seguros de los años de la preguerra no
pudieron hacer frente a los altos y continuos niveles de desempleo
(y en aquellos países que experimentaron hiperinflación, los fon
dos quedaron prácticamente reducidos a la nada). Los gobiernos
tuvieron que darles subsidios a los desempleados o bien usar dine
ro público para ofrecer nuevos puestos de trabajo, opción incluso
más costosa. Durante la Depresión, muchos confiaron en la orto
doxia característica del Tesoro para resistir el incremento del gasto
público. Pero en cuanto al gasto público empleado en transferen
cias y servicios públicos de diferentes tipos, el Tesoro cedió mucho
antes de 1939.
Sin embargo, los regímenes autoritarios durante el periodo de
entreguerras fueron más ambiciosos a este respecto; probablemen
141
te, porque respetaban menos la ortodoxia fiscal tradicional que ha*
bía sido utilizada para terminar con estados de bienestar como e|
de la República de Weimar Si bien el rearme dominó la econo*
mía alemana en 1938, los nazis buscaron crear nuevos puestos di*
trabajo que no fueran simplemente la consecuencia de su políticqj
de rearme. Afines de 1934 llegaron a invertir 5.000 millones de rnai|
eos en nuevos empleos e invirtieron aún más en la construcción d^
4.000 kilómetros de autopistas, programa que en su momento di)$j
trabajo a 120.000 personas. “Cada medida”, declaraba Hitler ej|
julio de 1933, “debe juzgarse [según los siguientes criterios]: ¿cu^
les son sus consecuencias? ¿Crea puestos de trabajo o más desenj|
pleo?” 100 Como es bien sabido, la política de inversión estatal ej|
infraestructuras y armamentos logró acabar con el paro a mediáj
dos de la década de los años treinta del siglo xx, si bien los historié
dores continúan discutiendo si fueron más importantes las obra!
civiles o las que perseguían el rearme.
El bienestar había sido también una preocupación nazi antes dÉ
la subida de Hitler al poder. En 1931, Goebbels se había hecho caü
go de la Asociación para el Bienestar del Pueblo Nazi con oficina
en Berlín que, a partir de mayo de 1933, comenzó a expandirse pofl
todo el Reich absorbiendo las instituciones privadas de caridad. Eir
1939 protegía a más de la mitad de todas las familias, y en cuanto*
su número de miembros, sólo la superaba el Frente Alemán dé¡
Trabajo. Sin duda, el concepto nacionalsocialista de bienestar ten
nía rasgos distintivos, principalmente porque excluía sistemáticai
mente a “los de otras etnias” y porque alimentaba un ethos de ao
tivismo público destinado a promover ese sentido de “comunidad
étnica” que Hitler tanto buscaba. Pero en lo que hace a otros aspee«
tos, presentaba características inquietantemente “modernas”: pof
ejemplo, las deducciones obligatorias de salarios para la Ayuda de
Invierno, los descuentos en beneficio de los niños para promovei
la natalidad, y los subsidios para viajes de placer y campamentos de
verano con el lema “La alegría da la fuerza” 101.
Así pues, el Estado de bienestar no fue un invento de William
Beveridge, como tampoco del gobierno laborista que puso en funde*
namiento las recomendaciones de su famoso informe en 1945. La
mayor parte de los elementos clave de la política económica de ese
142
gobierno — la tributación progresiva, la seguridad social, la educa
ción financiada por el Estado y la propiedad estatal de las indus
trias más importantes— fueron anteriores a los años cuarenta, si
bien la noción de que la política fiscal podía utilizarse para man
tener el pleno empleo ya se había puesto en funcionamiento oca
sionalmente antes de que Keynes le diera respetabilidad intelec
tual en su Teoría General. Lo que fue verdaderamente novedoso en
Gran Bretaña después de 1945 fue el intento de alcanzar la cober
tura universal, sin necesidad de pasar por una comprobación de los
medios de vida del que recibía la ayuda. Esto implicaba — a menos
que las contribuciones a la seguridad social se ajustaran de manera
regular y tuvieran en cuenta no sólo la inflación sino también la de
manda de beneficios de salud y de desempleo— que los derechos
inevitablemente superarían lo que los solicitantes podían esperar
recibir de un sistema real de seguridad. La ruptura del nexo entre
contribuciones realizadas y derechos recibidos fue el fallo crucial
del sistema de bienestar británico.
El efecto de la seguridad social fue regresivo debido a que las
contribuciones (y los beneficios) tenían un tipo fijo 102. El primer
cambio se dio en 1959, cuando se introdujeron suplementos en rela
ción con las retribuciones tanto para las pensiones como para las con
tribuciones, incrementando significativamente la progresividad del
sistema impositivo. El segundo cambio ocurrió en los años ochen
ta, cuando los conservadores suprimieron la conexión entre las re
tribuciones y las pensiones estatales. Esto redujo las obligaciones del
gobierno británico con respecto a las pensiones estatales, en compa
ración con las obligaciones de otros países europeos: a mediados de
los noventa, el recorte de las pensiones reportó un ahorro de más
del 3 por ciento del PIB 103. Pero el hecho de que no se rompiera,
en cambio, la relación entre las retribuciones y las contribuciones a
la seguridad social hizo que estas últimas se trataran, progresiva
mente, com o impuestos sobre la renta en la sombra 104. Pocas ve
ces se recalca que, si bien la señora Thatcher recortó los tipos de los
Apuestos sobre la renta, incrementó el tipo normal de las contri
buciones a la seguridad social de los empleados de un 6,5 por ciento
a un 9 por ciento. Para aquellos con un salario medio, las contribu
ciones a la seguridad social se convirtieron en una carga tan pesada
143
com o la del impuesto sobre la renta1Cto. En 1949, el impuesto sobre
la renta representaba la tercera parte del total de la recaudación fis*
cal, y las contribuciones a la seguridad social suponían menos de Igi
décima parte. En 1990, las proporciones eran, respectivamente, de
un 28 por ciento y de un 18 por ciento. La regla según la cual lolj
fondos no debían ser inferiores a la sexta parte del total de los gas»
tos en seguridad social se habría roto durante los años noventa d$
no haber otorgado el Tesoro préstamos suplementarios. Del misttwi'
m odo, la creación de un Servicio Nacional de Salud financiad«!
por los impuestos, aunque “abierto para todos”, impuso a la econof
mía del gobierno central una carga creciente debida al envejecí
miento de la población (y a los nuevos tratamientos médicos taUjjj
complejos). Según cálculos gubernamentales de los ochenta, á |j
precisaba una inversión extra del 1 por ciento anual en términíl|
reales para mantener el gasto real por habitante; y la cifra para 1
noventa se acercó al 2 por ciento 106. La presión por parte de
bos partidos para que se redujera el gasto estatal indica que, en ocs|
siones, no se logra dicho incremento. El Servicio Nacional de Salu¡í|
es en realidad un sistema de racionamiento — llamarlo sistema di|
planificación sería halagar a los ministros— pues se ocupa de m;
tener la inversión en salud como una proporción del PIB men
que las medias europea y norteamericana 107.
D el es t a d o d e g u e r r a a l e s t a d o de bíenestar
144
¿el PIB. En 1998, el total del gasto administrado com o porcenta
je del PIB fue del 39 por ciento. En 1898, la parte más importante
del presupuesto fue la defensa (36 por ciento), seguida por el ser
vicio de la deuda (21 por ciento) y la administración (20 por cien
to) •Se invirtió solamente un 10 por ciento en “Educación, Arte y
C ien cia ”. En 1998, los mayores gastos se destinaron a la seguridad
social (30 por ciento), a la salud (17 por ciento) y a la educación
(12 por ciento). Los dos capítulos más importantes del siglo ante
rior, la defensa y el servicio de la deuda, representaban ahora tan
sólo el 7 y el 9 por ciento del gasto, respectivamente. No menos lla
mativo son los cambios del lado de los ingresos. En 1898, las mayo
res fuentes de ingreso estatal bruto fueron los impuestos sobre el
consumo (29 por ciento), seguidos por los derechos de aduana (19
por ciento), el impuesto sobre la renta (15 por ciento) y el impues
to de sucesiones (13 por ciento). En 1998, las principales fuentes
de ingreso para el gobierno fueron los impuestos sobre la renta (26
por ciento), las contribuciones a la seguridad social (16 por ciento)
y el impuesto sobre el valor añadido (también el 16 por ciento). El
impuesto de sucesiones reporta, en la actualidad, una suma infe
rior al 1 por ciento del total de la recaudación, y los derechos de
aduana tan sólo el.0,5 por ciento 108.
Como muestran las cifras, no hay nada nuevo en la idea de utili
zar el presupuesto com o instrumento de redistribución: las gran
des proporciones del servicio de la deuda de 1898 constituyeron
un tipo de transferencia no muy inferior, en términos relativos, a la
del sistema de seguridad social de 1998. Como veremos, lo que varió
fue el carácter de la transferencia: de un sistema que era socialmen
te regresivo, como consecuencia del modo en que se financiaron las
guerras, pasó a ser un sistema que se ocupó de reducir, fundamen
talmente, la desigualdad económica.
A la vista de este aparente crecimiento inexorable de la inver
sión en bienestar, es posible preguntar lo siguiente: ¿tiene límites la
tributación? 109 Como, según dicen, afirmó Calvin Coolidge: “No
hay nada más fácil que gastar el dinero del Estado. Este no parece
pertenecerle a nadie. La tentación de otorgárselo a alguien es irre
sistible”. No obstante, incluso los socialdemócratas sociales más di
rigisteis tuvieron que trazar un límite en algún lugar si deseaban dis
145
tinguir de m odo significativo su propio credo del socialismo. Tal
vez por esto, el ministro británico de Trabajo Royjenkins afirmó 1q
siguiente en 1976: “No creo que pueda llevarse el gasto público
mucho más allá del 60 por ciento manteniendo al mismo tiempo
los valores pluralistas de la sociedad, es decir, la libertad de eleccióng
Estamos, en este punto, en la frontera de la socialdemocracia” 110.
De hecho, los políticos no precisan trazar estas “líneas en la are*
na”. Existen restricciones económicas concretas que explican p of
qué las tendencias del gasto y el empleo estatal no superan, respec*
tivamente, la mitad de la producción y la tercera parte del empleos
Una de éstas ha sido analizada: es el límite de lo que puede recaté
darse para financiar el gasto de manera que no comiencen a darstó
rendimientos decrecientes, no sólo de la renta, sino también del cres^
cimiento económ ico total m . Ahora nos centraremos en la otra vaf
riable, la que los economistas denominan la “restricción presupueas*
taria intertemporal”: es decir, el límite de lo que el Estado puede
pedir en préstamo.
146
S e g u n d a s e c c ió n
M ontañas de la L u n a :
LAS DEUDAS PÚBLICAS
5.601.723.423.979
149
Francis Jukes, “An Historical, Emblematical, Patriotical, and Political Print re
presenting the English Balloon or National Debt in the year 1782 with a Full
View of the Stock Exchange, and its supporters the Financiers, Bulls, Bears,
Brokers, Lame Ducks, and others, and a proportionable Ball of Gold, the spe
cific size of all the Money we have to pay it with supposing that to be Twenty Mil
lions of pounds sterling, the Gold and Silver Trees entwined with Serpents &
upheld by Dragons for the pleasure of Pluto & all his Bosom Friends”, 1785
Si hemos de fiarnos de la cifra de los 10.000 dólares por segun
do, la deuda pública habría tenido ya, a principios de 2001, un nú
mero de catorce dígitos: habría sido de diez billones de dólares,
pero el presidente Clinton afirmaba en febrero de 2000 que con el
nuevo plan presupuestario, la deuda pública norteamericana que
daría totalmente liquidada en el año 2013 2, lo que implicaba un
“aumento por segundo” del orden de menos 1.000 dólares.
¿Dónde quedaba la crisis de la deuda? Para poder responder a
la pregunta es necesario recolocar esos trece dígitos que sobre
vuelan la Sexta avenida en una perspectiva histórica y económica
más amplia. Una visión de mayor alcance revela que esas aparen
tes “montañas” de deuda pública pueden ser ventajosas si las insti
tuciones del sistema financiero del país están a la altura de su tarea
administrativa. En efecto, una de las grandes claves de la historia
moderna descansa en el desigual desarrollo geográfico de estas ins
tituciones, sobre todo, el de la institución de la deuda nacional
consolidada.
151
Génova letras de cambio; y en el siglo xiv surgieron las primeras le
tras de cambio negociables, es decir, que podían transferirse a ter
ceros por endoso 5. Sin embargo, como veremos más adelante, en
los inicios de la era moderna fueron los gobiernos y no los comer
ciantes los que con mayor frecuencia pagaron primas de riesgo.
En Italia, durante el Medievo, fue la tributación — sobre rentas
más o menos predecibles— lo que sentó las bases para que se crea
ran los primeros sistemas de deuda pública. La deuda pública vene
ciana, originada en el siglo xii, estaba asegurada por el monopolio;
estatal sobre la sal; sus ingresos estaban destinados al pago del serví*
ció de la deuda y su amortización. Durante el siglo xiv el creciente,
uso de los préstamos forzosos com o forma de tributación (los prestí*
ti) le dieron aún más importancia a la deuda. En el siglo xvi sucedí^
algo similar, cuando se estableció el Monte Nuevo 6 para adminis*
trar el impuesto reembolsable conocido como la deáma. En Gént»
va, la recaudación de los impuestos sobre la renta por la sal se subas
taba entre los comperisti, sistema que, en el siglo xv, se puso bajo el
control de un banco cuasipúblico denominado Casa di San Giorgio 7.
Un sistema semejante se desarrolló en Florencia, donde la deuda co
munal, administrada por el Monte Común, aumentó sistemática*
mente debido a la excesiva dependencia del fisco de los préstamos
forzosos (prestante). Un desarrollo importante que tuvo lugar aquí
fue la transferibilidad de las reclamaciones al Monte, que podían
venderse a otros ciudadanos libremente o a extranjeros con autora
zación 8. En 1526 se creó un Monte della Fede para administrar la
deuda papal9.
Las ciudades-estado del norte de Europa dieron lugar al desa
rrollo de sistemas algo diferentes; estaban basados en la venta de
anualidades perpetuas, amortizables o vitalicias. En todos los casos,
el inversor le prestaba su capital al Estado a cambio de una serie de
ingresos. En el caso del bono perpetuo, la serie de ingresos era teó
ricamente infinita: el Estado continuaría pagándole al inversor un
porcentaje del valor nominal del bono para siempre, pero el inver
sor nunca volvería a recibir su capital. En cambio, con el bono amor
tizable, se pagaba un interés durante un periodo determinado de
tiempo, y luego el bono “vencía”, lo que significaba que se reem
bolsaba al inversor el capital original. Con la anualidad vitalicia, en
152
aquellaépoca como en la actualidad, se pagaba un interés sólo du
rante la vida del inversor. A partir de fines del siglo xiv, Colonia
ofrecía anualidades perpetuas aunque con posibilidad de amorti
zación pagándose entre un 5 y un 5,5 por ciento de interés 10. Tales
bonos amortizables se denominaban habitualmente “compras de
dinero” o ‘Ventas de derechos”, y se aseguraban generalmente con
propiedad inmueble, como, por ejemplo, un municipio; el interés
se llamaba “donación” para eludir las leyes contra la usura. Por otro
lado, las ciudades holandesas emitieron liffrenten (anualidades vi
talicias) y lorsrenten (préstamos perpetuos). En 1586, el síndico ge
neral de los Países Bajos comenzó a emitir obligaties, que podían
transferirse con mayor facilidad que los bonos urbanos y, en con
secuencia, les resultaban más atractivos a los inversores, quienes
podían preferir liquidar su inversión antes de que el bono vencie
se. Sin embargo, la mayor parte del préstamo holandés durante los
siglos siguientes se hizo a nivel regional, en su mayor parte por la
provincia de Holanda, pues eran las provincias las que controlaban
la masa de los impuestos.
Los reyes medievales, en cambio, tendieron a depender de prés
tamos otorgados por familias ricas de banqueros para financiar sus
déficit. Los banqueros de Siena y Florencia prestaban dinero a los
reyes de Inglaterra; los de la Toscana lo hacían aja Curia romana;
los banqueros del sur de Alemania prestaban a los Habsburgo; y
banqueros suizos e italianos lo hacían con los franceses u . La coro
na española recurrió primero a banqueros genoveses (los hombres de
negocios) y luego a los marranos portugueses 12. Tenía bastante senti
do recurrir a financieros internacionales porque con frecuencia el
dinero que precisaba la corona estaba destinado a pagar ejércitos
que peleaban en el exterior13. También es importante recordar que
estos préstamos eran más bien personales y se hacían a gobernan
tes particulares, com o fue el caso de las 300.000 libras que recibió
en préstamo Eduardo III14. Durante el siglo xv, sólo en Cataluña se
dio algo similar al sistema que se había desarrollado en las ciudades-
estado italianas y alemanas. El sistema catalán garantizaba a los in
versores intereses regulares provenientes de rentas consignadas a
dicho propósito (hipotecadas) que eran administradas por una co
misión especial15.
153
A lo largo del siglo xvi, las monarquías europeas fueron apren
diendo, aunque de manera vacilante, a imitar las técnicas de la deu*
da pública que ya se empleaban en las ciudades. En Francia, por
ejemplo, el Ayuntamiento de París emitió anualidades hereditaria^
del 8 por ciento, denominadas rentes. El dinero era cedido a la coi
roña a cambio de ciertos ingresos reales asignados al recaudados
general de París. La ventaja para los inversores consistía en que lg
Recaudación General pagaba intereses directamente de sus arcas y
no a través de la administración fiscal real, que era menos fiable 16|
El volumen de las rentes creció considerablemente a lo largo de los
siglos xvn y xviii: en el decenio de 1780, Necker calculaba que la
suma del capital era de 3.400 millones de libras francesas, lo cual
probablemente era una infravaloración 17. La corona española des
sarrolló un sistema en dos niveles: uno de contratos de préstamo^
corto plazo con interés alto (los asientos), y otro de bonos a larga
plazo e interés bajo a pagar con las rentas ordinarias (losjuros). El*
la década de 1560 se hicieron transferibles y podían comprarse cU}
forma perpetua, vitalicia o amortizable 18. Asimismo, los Países Bai
jos en la década de los años cuarenta del siglo xvi ofrecían anuali
dades vitalicias y hereditarias con cargo a los ingresos de los im»
puestos sobre la propiedad y el consumo 19.
En el siglo xvii, la gran novedad fue el surgimiento de los bancos
públicos; éstos se expandieron desde Italia por toda Europa. Es nel
cesado distinguir dos funciones que en esa época eran ejercidaJ
por instituciones diferentes: la administración de la deuda pública
y la gestión de otras formas de dinero distintas a la acuñación — que
era confiada a una casa de la moneda independiente— ; entre éstas
estaba el sistema de compensación bancaria, que fue vital para el de*
sarrollo del comercio a gran escala. Si bien hubo procedentes de es
tos bancos públicos en Génova y la Florencia de los Médicis, puede
decirse que los primeros bancos públicos fueron el Banco della
Piazza di Rialto (1587), que reformó la moneda veneciana y el siste
ma de pagos, aceptando depósitos, efectuando transferencias de
cuentas y encargándose del cobro de las letras de cambio; y el Ban
co del Giro (1619), que convirtió parte de la deuda veneciana a cor
to plazo en bonos con interés y transferibles (los partite) 20. Las fun
ciones del Amsterdamse Wisselbank (1609) fueron similares a las
154
¿el Banco Rialto, aunque la institución holandesa también aceptó
realizar transacciones con lingotes y monedas acuñadas. Al poco
tiempo, el banco fue imitado en Middleburg (1616), Hamburgo
(1619), Delft (1621) y Rotterdam (1635). Más tarde fue imitado en
Austria (por el Wiener Stadtbank, 1703), Dinamarca (por el Ku-
rantbanken, 1736), Suecia (por el Riksen Stánders, 1762), Prusia
(por el Kónigliche Giro- und Lehnbank, 1765) y Rusia (por el As-
signationsbank, 1768). En cambio, el Sverige Riksbank de Suecia
(1668) y el Banco de Inglaterra (1694) se parecían más al Banco
Giro de Venecia. A diferencia del Amsterdamse Wisselbank, la fun
ción primordial del Banco de Inglaterra era la de administrar la deu
da pública. Sin embargo, su monopolio regional sobre la emisión de
billetes y su amplio negocio comercial hicieron que este banco tu
viera también gran interés (que con el tiempo se convirtió en una
responsabilidad) en la estabilidad de la moneda, es decir, el mante
nimiento de la convertibilidad de los billetes en metálico 21.
En Francia, en cambio, los bancos públicos quedaron muy desa
creditados a lo largo de dos generaciones por la desastrosa burbuja
especulativa del Banque Royale de John Law (véase más adelante).
La Caisse d’Escompte, fundada en 1776, tenía la función de descon
tar letras comerciales. A principios de 1787 com enzó a otorgarle
préstamos al gobierno, primero de m odo encubierto y luego más
abiertamente 22. Pero la Caisse tuvo corta duración: los esfuerzos
de Necker por convertirla en un banco nacional fueron frustrados
por una nueva “plutocracia” (formada, entre otros, por Mirabeau y
el conde de Custine). La Caisse fue suprimida en 1793junto a todas
las sociedades por acciones. “No ganamos nada al convertirnos en
banqueros y financieros a la inglesa”, declaraba el barón de Batz
en un juicio erróneo 23. En 1800, después de un breve periodo de
“libertad bancaria”, los partidarios del golpe de Napoleón Bonapar-
te del 18 Brumario crearon el Banque de France. A diferencia del
Banco de Inglaterra, el Banco de Francia tenía participación estatal,
pues el gobierno había adquirido acciones a cambio de depositar un
Fondo de Amortización 24. En 1806, tres años después de otorgarle
el monopolio sobre la emisión de billetes, Napoleón decía del ban
co lo siguiente: “El Banco no es sólo de los accionistas; también per
tenece al Estado, que le otorgó el privilegio de emitir dinero” 25.
155
La evolución de los bancos públicos fue parte de la revolución fi
nanciera holandesa del siglo xvii. La deuda de Holanda — la más
rica de las Provincias Unidas— creció rápidamente. Pero también
fue importante que tomara la forma de anualidades vitalicias y
amortizables, ya que eso permitió a la élite comerciante de las Pro»
vincias Unidas contar con inversiones seguras y fácilmente negocia^;
bles. Al mismo tiempo, se desarrolló un nuevo tipo de valor. Se trata^
ba de las acciones en el monopolio comefcial privilegiado conocido
com o la Compañía Holandesa de las Indias Orientales (Vereenigte
Oost-Indische Compagnie), un consorcio semiprivado destinado a,
la expansión comercial y colonial 26. Este tipo de innovaciones cru*
zaron el canal cuando Guillermo III, hasta entonces titular del gen*
bierno de los Países Bajos, asumió el trono de Inglaterra y Galej
tras la Revolución Gloriosa 27.
El coste de la Guerra de la Liga de Augsburgo requirió que se
aplicaran rápidamente las técnicas financieras holandesas en Inp
glaterra, si bien éstas sufrieron importantes modificaciones. Inicial-
mente, en 1693, la venta de anualidades vitalicias y billetes de lote*
ría no tuvo demasiado éxito, pero al año siguiente, la emisión de
bonos especiales con un 8 por ciento de interés garantizado y por
un valor total de 1,2 millones de libras fue totalmente cubierta. A los
suscriptores les atraía el hecho de que hubiera impuestos específit
eos destinados a pagar el interés de los bonos: también el derecho
que adquirían a incorporarse a un nuevo “Banco de Inglaterra”
con monopolio efectivo sobre la deuda del gobierno. La nueva insr
titución rescataba las “cuentas” del Ministerio de Hacienda a cam
bio de permitir al Tesoro emitir “letras selladas” del Banco y aceptar
billetes de crédito del gobierno com o depósito o suscripciones de
nuevos préstamos públicos, que, debido a la guerra, se generaron
de modo continuo entre 1702 y 1713. El Banco, por su parte, emitió
acciones propias. Esta fue tan sólo la primera de una serie de emisio
nes que luego llevaron a cabo también las compañías m onopo
listas: la Nueva Compañía de las Indias Orientales (1698), la Com
pañía Unida de las Indias Orientales (1708) y la Compañía de los
Mares del Sur (1710). Como resultado de estas emisiones, Londres
comenzó a aventajar a Amsterdam al tener una mayor gama de ac
tivos comerciables a disposición de los inversores. No obstante, es
156
importante tener en cuenta que gran parte del negocio de este na
ciente mercado de valores pertenecía al gobierno. Por ejemplo, la
Compañía de los Mares del Sur se creó fundamentalmente para
responder a las presiones financieras de la guerra. Su objetivo era
financiar obligaciones gubernamentales a corto plazo que tenían
un valor de 9 millones de libras. La compañía las aceptó por un va
lor nominal a cambio de sus propias acciones: era la nueva manera
en que el gobierno pagaba a sus acreedores. En la época de la Paz
de Utrecht (1713), el total de la deuda gubernamental estaba divi
dida, en porciones aproximadamente iguales, entre anualidades,
dinero de apuesta en la lotería y préstamos financiados por el Ban
co y la Compañía de los Mares del Sur. Cuatro años después, gran
parte del dinero de la lotería quedó “consolidado” — es decir, fue
intercambiado— por una nueva acción que rendía el 5 por ciento y
era administrada por el Banco 28.
Los experimentos con estas compañías — incluyendo la traumá
tica experiencia de la Burbuja de los Mares del Sur— generaron
activos que se ajustaron de manera ideal a las necesidades del go
bierno. A corto plazo, las ganancias de capital provenientes de las
acciones en Mares del Sur y otras compañías comerciales fueron
mucho más atractivas que las anualidades emitidas por el gobier
no: los inversores se apresuraron a intercambiarlas por acciones de
la compañía con la Ley de los Mares del Sur de marzo de 1720. Sin
embargo, el colapso de la Burbuja les reveló a los inversores el triste
hecho de que los precios de las acciones podían tanto subir como
bajar, oscilando mucho más que un bono con interés fijo. Para ten
derles una mano a aquellos inversores que habían intercambiado
anualidades por acciones en Mares del Sur, el gobierno convirtió la
mayor parte de sus valores en nuevas anualidades perpetuas pagan
do un 3 por ciento. La Anualidad de Mares del Sur fue seguida por
la primera Anualidad Bancaria del Tres por Ciento en 1726, y su ver
sión amortizable se puso en circulación un año después. Tras la Ley
de Consolidación de 1751, el gobierno mismo emitió lo que pasó a
conocerse como el consol, que fue el precursor del gilí, es decir, los
valores del Estado moderno 29.
157
B on os, bancos y “b u r b u ja s ”
158
to y un naciente banco central; hay que aclarar, sin embargo, que el
mantenimiento de la convertibilidad del papel moneda en oro era
algo importante pero no parte indispensable del sistema. Cuando
el Banco de Inglaterra se vio forzado a suspender los “pagos en
efectivo”, entre febrero de 1797 y mayo de 1821, el efecto no fue fa
tal para el sistema 32. El sistema se benefició, además, del desarrollo
de un gran mercado financiero p oco regulado, que operaba no
sólo con bonos del gobierno sino también con una amplia gama de
activos del sector privado 33.Junto al mercado de consols se estable
cieron mercados de bonos y acciones, y también (en la Bolsa) un
mercado de descuento de letras comerciales y otros mercados de
seguros y de mercancías. Durante la paz, la expansión de los merca
dos de bienes del sector privado amplió e intensificó el mercado de
capitales, incrementando la capacidad de absorber deuda pública
en caso de guerra.
De todas las grandes potencias, Francia fue la que tuvo mayor di
ficultad en desarrollar un sistema estable para administrar la deuda
pública, lo cual suponía una importante desventaja para una poten
cia que tuvo déficit año tras año entre 1610 y 1800, excepto duran
te los nueve años entre 1662 y 1671 34. Esto no se debió a una falta de
interés. Bajo el reinado de Luis XIV, Jean-Baptiste Colbert trabajó
duramente para incrementar la recaudación y establecer, bajo la for
ma de la cais.se des emprunts, una institución más moderna destinada
a administrar la deuda. Pero la caisse fue abolida tras su muerte 35.
En 1718, el escocés John Law quiso también modernizar el sistema
de préstamo francés, combinando lo mejor de los sistemas holandés
y británico; con Luis XIV el sistema había dependido de innumera
bles préstamos a corto plazo provenientes de arrendatarios de im
puestos, contadores y contratistas que, con frecuencia, adoptaban
la forma de simples “pagarés”) 36. Law intentó unir las funciones que
habían tenido por separado el Banco de Inglaterra y la Compañía
de los Mares del Sur. Su Banque Générale fue rebautizado como
Banque Royale y, al cambiar sus propias acciones por la deuda pú
blica existente se ganó el derecho de emitir billetes de banco. Pero
ya desde sus comienzos, la suerte del Banque Royale quedó ligada
a la de la Compagnie d ’Occident, a la que se le habían otorgado los
monopolios sobre el comercio francés en el Caribe y la explotación
159
del drenaje del río Misisipí. La cuarta parte del capital del Banque
Royale eran acciones de la Compagnie d ’Occident. Es más, las
comisiones directivas de ambas entidades también se superponían^
el mismo Law dirigía la Compagnie. Las prioridades se confundía»
de tal manera que, com o mucho, la estabilidad de la moneda oaijj
paba un tercer lugar.
En mayo de 1719, Law fusionó la Compagnie d ’Occident cor*
otras dos compañías comerciales para formar la Compagnie des Insí
des, valiéndose después de la emisión de nuevos billetes del Baig
que Royale para elevar los precios de los valores de esta nueva con^
pañía. Por fin, adquirió el monopolio de la corona sobre el tabaccí!
y el control sobre la corporación que agrupaba a los principales
arrendatarios de impuestos. Entre agosto y diciembre de 1719, Ugjj
valores de la Compagnie des Indes aumentaron de manera consij
derable: de 3.000 libras francesas cada uno pasaron a tener un vg|
lor de 10.000. Durante su apogeo, Law aceptó el cargo de interven-j
tor general y fusionó el Banque Royale con la Compagnie des Indej|
Pero esto fue ir demasiado lejos. La combinación entre la inflaciói|
monetaria y el tope de los tipos de interés impuestos por Law sobre
los nuevos préstamos hicieron que estallara la “burbuja”. En junio!
el precio de los valores de la Compagnie des Indes cayó bruscamenl
te por debajo de las 6.000 libras francesas; en septiembre, las acciú*
nes “carecían ya prácticamente de valor”; en octubre, los billetes
del Banque Royale dejaron de ser moneda de curso legal; y final»
mente en diciembre, Law huyó de Francia.
El colapso de los esquemas de Law, como es comúnmente acep
tado, “demolió la estructura de crédito existente en Francia” 37. Pero
es interesante reflexionar un momento y preguntarnos por qué nd
sucedió lo mismo en Inglaterra, que también tuvo su propia “bur
buja” con Mares del Sur. El precio de las acciones de Mares del Sur
también había experimentado una fuerte subida y boyada: de 128;
el 1 de enero de 1720, habían subido a 950 el 1 de julio, dos meses
después descendían a 775 para llegar a valer 170 el 14 de octubre 38.
El precio medio en 1722 fue tan sólo de 92 libras 39. Sin embargo, el
daño institucional fue mucho menor en Inglaterra. En Francia fue
necesario disolver tanto la Compagnie des Indes com o el Banque
Royale. Es más, gran parte de los activos y del efectivo creados por
160
j^aW— que se estimaba en un valor nominal de aproximadamente
4 000 millones de libras francesas— fueron repudiados: la comisión
liquidadora (Visa) reconoció solamente 1.600 millones, que fue
ron convertidos en bonos del Estado con un 2 o un 2,5 por ciento
de interés 40. En Inglaterra, en cambio, el Banco de Inglaterra y la
libra — cuyo valor se había fijado en oro tan sólo tres años antes—
permanecieron intactos, y los accionistas de Mares del Sur sufrieron
pérdidas bastante tolerables 41. Las autoridades entendieron que la
compañía era demasiado grande para fracasar: el Parlamento asu
m ió en parte sus deudas, mientras que 4,2 millones de libras de su
capital nominal (que era de 38 millones de libras) los compró en
efectivo el Banco de Inglaterra convirtiéndolos en bonos con un in
terés del 5 por ciento. En 1723 — para entonces las acciones de la
C o m p a ñ ía ya estaban por encima de la par— la mitad del capital se
convirtió en bonos. Sin duda, los inversores que habían intercam
biado bonos vitalicios (en general a un 14 por ciento de interés)
por acciones de Mares del Sur estaban en peor situación; en una
condición similar a la de los que habían comprado acciones duran
te la formación de la gran burbuja. Pero las pérdidas fueron mucho
menores que en Francia, donde muchos de los inversores y acree
dores perdieron todos sus bienes.
Debido al fracaso de Law y al modo drástico en que se manejó la
situación, Francia quedó presa de un sistema en el que el crédito
privado estaba restringido a una “una red de información” maneja
da por una élite de notarios públicos 42. También, el crédito público
comenzó a depender progresivamente de las antiguas formas de
préstamo a corto plazo (assignations, anticipationsy rescñptions) 43 y
de la venta de cargos oficiales. Como hemos visto, el dinero que se
invertía en estos cargos no difería demasiado del dinero que se de
dicaba a la deuda nacional británica; la única diferencia consistía
en que el interés se pagaba bajo la forma de salarios. En 1660, Col
bert estimaba que el valor del capital invertido por unos 46.000
funcionarios en puestos oficiales era de 419 millones de libras
francesas; cuando finalmente la Revolución liquidó el sistema, la
compensación pagada a los funcionarios casi duplicó esa cifra 44.
A mediados del siglo xviii quedaba claro que la venta de cargos ofi
ciales no era una solución al problema fiscal del Antiguo Régimen,
161
pero gran parte de los funcionarios, uno de los grupos de interés^
más poderosos de Francia, se opuso a la reforma de la administrad
ción fiscal. Después de 1750, buscando nuevas formas de rentad
los ministros recurrieron a las anualidades vitalicias (rentes viagjá
res), las cuales progresivamente reemplazaron la venta de cargcM
oficiales com o fuente de fondos disponibles para la corona. Siüf
embargo, una proporción creciente de éstas se vendió a tipo ím|
sin considerar la edad de los compradores 45. Entre 1777 y 178Ü
Necker tomó en préstamo 520 millones de libras francesas, valiéraÉ
dose entre otros de este sistema, si bien los plazos pocas veces e «
cedieron los veinte años 46. Sus sucesores, Calonne y Brienne, n a
pudieron igualarlo y, a pesar del registro obligatorio de nuevod
préstamos en el parlement de París en noviembre de 1787, las ™
nanzas reales comenzaron a depender progresivamente de la t É
novación de las anticipations a corto plazo de los futuros ingreso»
fiscales, que tenían un valor total de 240 millones de libras. Cuaíw
do el gobierno intentó anular la demanda del parlement de c.onvo|
car los Estados Generales, “los habituales acreedores del gobierno^
se negaron a otorgar nuevos préstamos”. En agosto de 1788, BrieriÉ
ne se vio forzado a suspender los pagos, incluso de las rentas a laif
go plazo. Esta crisis fue lo que obligó al gobierno a convocar a la¡i
Estados Generales 47.
Después de otro gran colapso financiero — el causado por la Re*
volución— se tomaron medidas para reformar las finanzas francés*
sas siguiendo de algún modo el modelo británico. Desde entonces,
los empréstitos públicos se hicieron mediante la emisión de rentes
perpetuelles con un interés del 5 o el 3 por ciento. Pero la rente no era
lo mismo que el consol. Las rentes no eran bonos al portador (es de*
cir, transferibles libremente entre compradores y vendedores): los
nombres de los rentistas quedaban inscritos en el Grand Livre de la
Dette Publique 48. En cambio, los cupones de un bono al portador
podían cortarse e intercambiarse por dinero en efectivo por cual
quiera que los poseyera cuando el interés estuviera vencido.
El contraste con el sistema financiero desarrollado por el otrd
gran régimen revolucionario de la época es bien llamativo. Bajo la
influencia de Alexander Hamilton, Estados Unidos adquirió un sis
tema de deuda pública parecido en lo esencial al británico, si bien
162
su sistema fiscal federal se asemejaba mucho más al holandés. En
1779-1780, Hamilton trazó un plan para “poder restaurar el crédito
en papel y establecer un fondo permanente para responder a las
exigencias futuras del gobierno... seleccionando lo bueno del plan
[de Law] y de otros que nos precedieron, y evitando sus excesos y
defectos” 49. En 1789 consolidó exitosamente la antigua deuda de
la Confederación, que estaba en bancarrota, convirtiéndola en nue
vos bonos federales al 6 por ciento (conocidos como “los seis de
Hamilton”) , amortizables a la par como los consols. En dos años, su
peró la oposición de Thomasjefferson y de otros, y logró establecer
el Banco de Estados Unidos, tomando com o modelo para su docu
mento de constitución el Banco de Inglaterra y emitiendo valores
bancarios ( “las tentadoras... ofertas públicas iniciales de mediados
de 1791”) del mismo modo en que lo había hecho Inglaterra cien
años antes. Como es bien sabido, el banco central de Hamilton su
cumbió más tarde, víctima de la oposición política que culminó con
el veto de 1832 del presidente Andrewjackson a la propuesta de ley
para reorganizar el Segundo Banco de Estados Unidos. El intento
de Hamilton de darle al dólar una base en metálico fue desestima
do por la tendencia a la salida de la plata hacia Latinoamérica. Du
rante la mayor parte del siglo xix, Estados Unidos tuvo “libertad ban-
caria” y papel moneda con más de 1.600 bancos que emitían 10.000
diferentes tipos de billetes (si bien hasta la Guerra Civil se mantuvo
la equivalencia con la plata, al menos en teoría). En 1863 se toma
ron medidas para reducir el número de bancos emisores de billetes
y crear uno solo normalizado a nivel nacional. Pero hasta 1879 no
se restauró la convertibilidad del dólar, aunque siguió estando en
disputa la clase de metal, y sólo en 1913 se creó un banco central co
nocido com o la Reserva Federal. No obstante, la deuda nacional
creada por Hamilton al estilo británico sobrevivió. En muchos sen
tidos, el sistema financiero estadounidense fue más lejos que el bri
tánico al alentar las emisiones de títulos por parte del sector priva
do para profundizar y ampliar el mercado de capitales 50.
Por razones que se discutirán en el capítulo X, durante el si
glo xix se expandió globalmente el sistema británico de deuda pú
blica, del mismo m odo en que se copiaron las instituciones parla
mentarias para aprobar el presupuesto, la recaudación burocrática
163
de impuestos y la moneda metálica (que tuvo progresivamente como
base el o ro ). El consol se convirtió en el modelo y punto de referen
cia por el que se medía el éxito de los bonos a largo plazo (si bien
algunos países prefirieron emitir bonos con vencimientos específi
cos, aunque pudieran ser remotos). El Banco de Inglaterra fue imi
tado, aunque con algunas variaciones, en Finlandia (1811), Holán»
da (1814), Noruega y Austria (1816), Dinamarca (1818), Portugal
(1846), Bélgica (1850), España, Alemania y Bulgaria en la década
de los años setenta del siglo xix, Japón, Rumania y Serbia en el dece
nio de 1880, y en Italia en 1893 51. Sin embargo, las estructuras de los
sistemas de la banca comercial eran diferentes. Por ejemplo, la Ley
de la Banca Nacional norteamericana de 1864 restringía la apertw
ra de sucursales de los bancos a nivel nacional y permitía la emisióii
de moneda solamente a aquellos bancos que poseyeran bonos del
gobierno 52 . El sistema bancario alemán, con sus bancos “universa*
les” inclinados a la financiación industrial, era también diferente 53<
A pesar de la amplitud y profundidad del mercado de valores
londinense, el gobierno británico se apoyó en una élite de banque»
ros para administrar su préstamo por un mecanismo de subastas
competitivo que tenía a su cargo el Banco de Inglaterra. Por lo menos
hasta la guerra de Crimea, los Rothschild lideraron este negocio}
luego, la competencia hizo que se redujeran las ganancias prove*
nientes de garantizar la emisión de los msols, una práctica por la
que los bancos le aseguraban al gobierno un precio por cada nueva
emisión que luego revendían al público. La continuidad con los
tiempos anteriores es llamativa: Nathan Rothschild ganó su reputa
ción en Londres dirigiendo —aunque aúna escala sin preceden
tes— el tipo de transferencias de dinero que habían sido realizadas
a través del canal en épocas de guerra por Horacio Pallavicino en
los años setenta del siglo xvi y Edward Blackwell en los cincuenta
del siglo xvii 54. Allí donde la actividad toncaría estaba menos de
sarrollada, el consorcio multinacional de los Rothschild práctica
mente monopolizaba las nuevas emisiones de bonos. Esto sucedió
a diferentes niveles en Francia, Bélgica, Austria e Italia, mientras que
los Baring dominaron el endeudamiento público ruso y el grupo
Morgan el de Estados Unidos. Los gobernantes que buscaban corroer
el poder de la haute banque alentaron a sus rivales; por ejemplo el
164
Crédit Mobilier de Francia y sus imitadores en el resto de Europa.
Pero solamente de m odo gradual pudieron los nuevos bancos de
societarios desplazar a casas de banca com o la de los Rothschild 55.
La alternativa a depender de intermediarios bancarios consistía
en la venta directa al público mediante una suscripción. Operacio
nes com o ésta se habían intentado hacer en Basilea ya en 1506,
pero su éxito dependía de la existencia de un mercado de capita
les relativamente desarrollado. Para entidades políticas grandes,
los riesgos de mantener abierta una suscripción pública por mucho
tiempo eran demasiado altos, pero a finales del siglo xix estados
como Italia buscaron liberarse del dominio de los Rothschild ven
diendo bonos de este modo.
En la práctica, las agencias de emisión de deuda tendieron a ne
gociar más con intermediarios financieros que con inversores pri
vados e individuales 5e. Los medios por los que se vendían bonos
gubernamentales eran variados. En Londres surgió un grupo de
profesionales, los jobbers, cuya única función consistía en comprar
nuevos títulos (los agentes de bolsa se encargaban de vendérselas a
los inversores). En cambio, el sistema en Estados Unidos se aseme
jaba más al modelo competitivo de subastas entre grandes institu
ciones del siglo xix. En Francia hubo algo parecido a un cartel de
grandes bancos. Pero en todos los países, la relación crucial era la
de los departamentos de administración de la deuda y las principa
les instituciones financieras, como, por ejemplo, los fondos de pen
siones y seguros que tenían ahora una importante proporción de
bonos en sus portafolios.
E l e n d e u d a m ie n t o b é lic o y su l e g a d o
165
Los inmensos gastos ocasionados por la guerra, que ni los comen*
taristas más pesimistas pudieron predecir acertadamente, requiriei-
ron que se transformaran las técnicas de los empréstitos públicos:
Dicha transformación no ocurrió mucho antes de que apareciera
la retórica que promovía el alistamiento masivo en el ejército, retó»'
rica que también se empleó para promover la financiación de la
guerra. El sistema de venta directa de bonos al público por suscrip*-
ción se adoptó ampliamente durante la I Guerra Mundial. En esé
momento, la propaganda oficial anunciaba que la compra de b o
nos de guerra era una cuestión de deber patriótico. Las película»
británicas Youly For theEmpire (encargadas por el Comité de Em?
préstitos de Guerra para el Pequeño Inversor) exhortaban al pú
blico a invertir en bonos de guerra; la última entraba en grandes
detalles para mostrar “la cantidad de municiones” que podía con-
seguirse con la inversión de 15 chelines y 6 peniques 58. Un cartel
alemán de 1917 representaba a un oficial naval que le decía a un
soldado mientras observaban juntos cómo se hundía un buque ene*
migo: “Este es el modo en que tu dinero te ayuda a luchar. Si fuera
un submarino, te ocultaría de los proyectiles del enemigo. Por eso,
¡suscríbete a los préstamos de guerra!” 59 “El que no es capaz de
prestarle al gobierno 1,25 dólares a un 4 por ciento de interés”!
declaraba el secretario del Tesoro estadounidense William Gibbs
McAdoo en 1917, “no tiene derecho a llamarse ciudadano norte?-
americano” 60.
No obstante, a medida que la guerra fue transcurriendo, fue
más difícil (sobre todo para las potencias centrales) persuadir a la
gente para que invirtiera su dinero en bonos de guerra 61. Por esta
razón, durante la I Guerra Mundial hubo una reactivación y desa
rrollo de instrumentos de deuda a corto plazo, principalmente bo
nos del Tesoro. Al final de la guerra, un 32 por ciento de la deuda
nacional alemana tenía esta forma — más de dos quintos en manos
del Reichsbank— , y en Francia era un 37 por ciento. Los estados
continentales dependieron al principio de la venta al público de
bonos a largo plazo; pero cuando la demanda de bonos empezó a
mermar, comenzaron a vender bonos del Tesoro a corto plazo para
llenar ese vacío; y finalmente, cuando el público se negó a com
prarlos, los vendieron al banco central (lo que trajo consecuencias
166
importantes para la política monetaria que se discutirán en el pró
ximo capítulo). Los británicos también redujeron su deuda a largo
plazo. La deuda nacional consolidada (sobre todo los consols) re
presentaba el 90 por ciento d e l total de la deuda en marzo de 1914;
cinco años más tarde, los consols suponían menos del 5 por ciento
del total de la deuda 62. Sin embargo, el Tesoro buscó absorber el
exceso de liquidez generado por su propio empréstito a corto pla
zo emitiendo una variedad de instrumentos de deuda a plazo me
dio que tenían vencimientos más tardíos que los bonos del Tesoro.
Aproximadamente un 31 por ciento de la deuda nacional británi
ca en diciembre de 1919 estaba compuesta por bonos a amortizar
en periodos de uno a nueve años 63. Había, por tanto, valores del
Estado disponibles con una gran variedad de vencimientos. Esta
fue la verdadera diferencia que existió entre las finanzas de guerra
británicas y las continentales. De media, sólo un 18 por ciento de la
deuda británica fue a corto plazo durante la guerra. Estados Uni
dos, cuyo gasto por la guerra fue mucho menor proporcionalmen
te, fue el único país que pudo depender casi enteramente de bonos
a largo plazo 64.
El significado de esa compleja “estructura de vencimientos” sur
gida después de 1914 fue doble. En primer lugar, la diversificación
de los vencimientos de los bonos le otorgaron más flexibilidad al
sistema al conceder a los inversores un margen más amplio de elec
ción. En segundo lugar, y esto fue menos positivo, el crecimiento
de la deuda a corto plazo creó lazos más complejos y no siempre
bien entendidos entre la política fiscal y la política monetaria. Por
ejemplo, los bancos centrales que por estatuto estaban obligados a
descontar los bonos del Tesoro, simplemente monetizaron la deu
da a corto plazo y crearon una presión inflacionaria importante du
rante y después de la I Guerra Mundial (véase el capítulo V ). Es
más, la necesidad de renovar o prorrogar las deudas a corto plazo
podía generar en los estados modernos crisis de consolidación de
la deuda semejantes a las ocurridas durante el Antiguo Régimen
francés. Después de 1919, pocos fueron los países que compartie
ron con Gran Bretaña la capacidad de producir superávit presu
puestarios que sirvieran para pagar la deuda a corto plazo o para
consolidarla convirtiéndola en deuda a largo plazo 65. En efecto, en
167
Francia, Bélgica e Italia, las “crisis de consolidación” —la negativa
de los prestamistas a prorrogar las deudas a corto plazo— generaron
una gran inestabilidad monetaria a mediados del decenio de 1920,
En 1925, los bonos a largo plazo representaban algo más de la mi»
tad del total de la deuda francesa; lo mismo ocurría en Bélgica. En
Italia, la proporción era aproximadamente de dos tercios, pero aquí
también hubo una crisis de consolidación 66. Una de las claves para,
estabilizar las deudas de guerra en los años veinte del siglo pasada
fue la reducción del peso de la deuda a corto plazo 67,
Durante la II Guerra Mundial, la política británica intentó ili,
crementar al máximo la venta de instrumentos de deuda a medio y
largo plazo al restringir otras oportunidades de inversión mediante
las decisiones del Comité de Emisiones de Capital. Surgió una ani
plia gama de bonos y obligaciones para absorber liquidez: los Bòi
nos de Defensa, los Certificados de Ahorro Nacional, los Bonos d i
Guerra y los Bonos de Hacienda para instituciones 68. La estructural
de vencimientos fue, hacia fines de la guerra, algo más reducida de
lo que había sido en 1918-1919, aunque la diferencia no fue de ma*
siado grande 69. En Estados Unidos el balance fue similar: el emprés
tito proveniente del público y la creación de dinero financiaron en
proporciones equivalentes (la cuarta parte cada uno) el total de]
gasto ocasionado por la guerra 70. Pero los países del Eje dependie*
ron en mayor medida de préstamos a corto plazo que de hecho con
sistieron en la emisión de moneda. Durante la guerra, en Alemania
yjapón el crecimiento monetario se multiplicó por siete, y en Italia
por dieciocho 71. Como en la I Guerra Mundial, la mayor parte de
dicha expansión se debió a la monetización de la deuda pública a
corto plazo realizada por el banco central.
En Gran Bretaña, la verdadera diferencia entre 1918 y 1945 fue
que después de la II Guerra Mundial hubo una tendencia mucho
menor a consolidar la deuda a corto plazo que había aumentado
durante la guerra. Como resultado, fue Gran Bretaña esta vez la
que experimentó los problemas asociados a los grandes niveles de
deuda a corto plazo y a tipos de interés a corto plazo bajos que eran
artificiales. Durante la mayor parte del periodo de la posguerra se
asumió que había una relación entre la estructura de la deuda pú
blica y la oferta y demanda de dinero. En consecuencia, las autorida
168
des intentaron limitar la masa de activos líquidos que estaban dis
ponibles para el sistema bancario, recurriendo al mismo tiempo a
controles directos para limitar el préstamo bancario. En lugar de
i n t e n t a r convertir los bonos a corto plazo en bonos a largo plazo, el
B a n c o de Inglaterra adoptó un sistema pasivo e indirecto de c o n s o
lidación de la deuda, en el que la cantidad de valores a largo plazo
q u e se vendía quedaba determinada por los jobbers en el mercado.
Este sistema algo insatisfactorio (y teóricamente problemáti
co) se eliminó en los años ochenta com o resultado del abandono
del “corsé” del crédito, el resurgimiento del tipo de interés básico del
Banco de Inglaterra como herramienta principal de la política mo
netaria y la explosiva reforma institucional que eliminó a los jobbers
como intermediarios entre el gobierno y los inversores. De ahí en
adelante, se comenzaron a vender en subasta nuevos valores del Es
tado directamente a las grandes instituciones, como había sucedido
a mediados del xix y principios del xx. Sin embargo, las actitudes
cambiantes de los ministros conservadores hacia las demandas de
préstamo del gobierno com o influencia sobre la oferta de dine
ro hicieron que surgieran inconsistencias en la administración de
la deuda. A principios de los ochenta, las autoridades vendieron más
valores del Estado de lo que era necesario según el déficit (hubo un
exceso de financiación), con la esperanza de que una mayor pro
porción de la deuda estuviera en manos de inversores privados en
lugar de los bancos, pues se daba por hecho que éstos usarían los
valores del Estado adicionales como base de nuevos préstamos. Esta
práctica se eliminó cuando el Tesoro dejó de apuntar a objetivos
monetarios. En su lugar se adoptó una regla de “financiación total”,
según la cual todo el préstamo al sector público quedaría al margen
del sistema bancario. Pero durante la recesión de los noventa, el go
b ie r n o se volvió a permitir vender valores del Estado a los bancos
como medio de financiación. Por fin, en julio de 1995, la Revista de
la Administraüón de la Deuda estableció la separación completa de la
administración de la deuda y de la política monetaria, una ruptura
que se institucionalizó con la decisión de confiarle la política mo
netaria al Banco de Inglaterra (1997) — operador independien
te— y la administración de la deuda a la nueva Oficina del Tesoro
Para la Administración de la Deuda (1998) 72. Esta separación de la
169
administración de la deuda pública del control del banco centrá|
sobre la política monetaria es en cierta medida novedosa a nive|
histórico, ya que la mayor parte de los bancos centrales fueron de*
de su origen administradores de la deuda pública. Tal vez resulta
significativo el hecho de que tal separación coincidió con la caída
de los requerimientos de financiación por parte del gobierno.
Escalando m ontañas
170
10a”— estaban lejos de ser insignificantes. Sólo en Gran Bretaña,
v después de las Guerras Napoleónicas, el equilibrio presupuesta
rio del gobierno central se convirtió en norma. Entre 1816 y 1899,
e] gobierno del Reino Unido tuvo un déficit superior al 1 por cien
to de su PNB sólo durante cuatro años. De hecho, si se excluyen los
pagos por el servicio de la deuda, los superávit del presupuesto pri
mario británico durante el siglo xix fueron llamativamente altos:
promediaron el 4,6 por ciento del PNB anual entre 1816 y 1899, y
alcanzaron un pico del 11,1 por ciento en 1822. Las cifras serían
aún mayores si omitiéramos los pagos al nuevo fondo de amortiza
ción de deudas creado en 1875, que la idiosincrasia del Tesoro con
tabilizaba como gasto corriente 80. En épocas de paz, el gobierno
federal norteamericano también tendió a tener superávit81. Pero la
mayoría de los países continentales cargaron, durante el siglo, con
déficit presupuestarios. Entre 1816 y 1899, Francia tuvo superávit
solamente durante siete años; Italia tuvo déficit anuales desde 1862
a 1899; lo mismo le ocurrió al Reich hasta 1924. Entre 1870 y 1913
Austria logró equilibrar su presupuesto sólo durante dos años, en
1892 y 1893; y Rusia tuvo solamente tres años de superávit entre 1890
y 1913 82. No obstante, antes de 1914, los déficit tendieron a ser bas
tante moderados en relación con la renta nacional (véase el cua
dro 2). Sólo el del Imperio alemán promedió el 3 por ciento de su
producto nacional neto entre 1890 y 1913, y la mayor parte del
déficit del gobierno federal fue financiado por “contribuciones
matriculares” de los estados miembros más que por préstamos 83.
No obstante, si tenemos en cuenta el tamaño relativamente peque
ño de los presupuestos de los gobiernos previos a 1914 estos déficit
se vuelven más significativos.
Sin duda, las guerras mundiales cargaron de grandes déficit a
todos los países que participaron en ellas. Entre 1915 y 1918, el dé
ficit en Gran Bretaña superó el 30 por ciento de su PNB, en Alema
nia superó el 40 por ciento, y es probable que en 1917 haya supera
do el 60 por ciento; en Italia el déficit promedio fue del 22 por
ciento. En la II Guerra Mundial las magnitudes fueron semejantes:
en 1943 representó un 19 por ciento de la producción material neta
de la Unión Soviética y un 36 por ciento del PNB en Alemania 84.
Durante los años de entreguerras, la mayoría de los estados inten-
171
CUADRO 2
PE R IO D O S SELECTOS
1830 -1 859 -0 ,1 -1 ,5
1 9 14 -1 918 -3 5 ,9 s /d -2 3 ,5 - 3 8 ,3 - 2 ,7 3,2
1970 -1 989 - 1 ,0 -2 ,1 -1 0 ,4 - 2 ,7 -3 ,1
1990 -1 999 - 3 ,8 - 3 ,6 - 7 ,2 - 2 ,7 -3 ,1 - 7 ,8 -1 ,5 - 2 ,2
Fuentes: Estados Unidos, Francia e Italia: Masson y Mussa, Longterm Tendencies (datos
originales cedidos por cortesía del profesor Masson). Reino Unido: Goodhart, M o
netary Policy; Alemania: 1890-1913: Mitchell, European Historical Statistics; Hoffman,
Gumbach y Hesse, Wachstum; 1914-1918: Roesler, Finanzpolitik, págs. 197 y ss.; Witt,
Finanzpolitik, pág. 425; 1919-1938: Balderston, German Economic Crisis, pág. 226;
Bresciani-Turroni, Economics of Inflation, págs. 437 y ss.; James, German Slump, pág.
375; 1939-1943: Hansenmeyer, Kriegsniirtschaft, pág. 400. Austria: 1890-1913: Mit
chell, European Historical Statistics; Hobson, Military-extraction G a p a n d the Wary Titan.
Rusia: 1890-1913; Mitchell, European Historical Statistics, y Gregory, Russian National
Income, págs. 58 y ss.; 1939-45 (sólo disponibles las de 1942-1945): Harrison, Soviet
Union, pág. 275. Todas las cifras del periodo 1990-1999 provenientes de OCDE, con
la excepción de Rusia, que provienen del FMI y cubren el periodo 1993-1999.
172
taron equilibrar sus presupuestos. Pero de todos los combatien
tes, sólo unos pocos — entre ellos Gran Bretaña— lo lograron
(Estados Unidos lo consiguió en 1920). Incluso Gran Bretaña es
tuvo en números rojos en 1933 85. Ésta también fue la tendencia
de los años posteriores a la II Guerra Mundial, si bien, en 1969,
Gran Bretaña y también los países vencidos —Alemania yjapón—
tuvieron superávit.
La falta de déficit en Gran Bretaña entre 1948 y 1972 (con la ex
cepción parcial de 1965, cuando se reclasificó el gasto) desmiente
la teoría de que antes de los años setenta se dio una “revolución key-
nesiana” en las finanzas públicas británicas: es decir, una delibera
da estrategia de usar el déficit público para aumentar la demanda
interna. Ya en 1933 Keynes favorecía el “gasto con préstamos” como
medio para aumentar la demanda efectiva. Sin embargo, Keynes
consideraba que la financiación del déficit era un “recurso deses
perado”. Su argumento contra los que favorecían un equilibrio pre
supuestario perenne consistía en que “no era posible equilibrar el
presupuesto a menos que aumentara la renta nacional, es decir, que
aumentara el empleo”. En suma, en una depresión los déficit a cor
to plazo producirían presupuestos equilibrados a plazo medio. Es
más, Keynes entendía que el déficit tenía que ser considerado en el
contexto del “presupuesto de capital”; en otras palabras^que se tra
taba de financiar la inversión pública y no el gasto corriente del go
bierno 86 . En la práctica, aun los políticos “keynesianos” fueron in
capaces de seguir una política anticíclica; esto se debió en parte a
los conflictos recurrentes que surgían al intentar alcanzar el em
pleo total manteniendo a la vez una tasa de cambio estable. Es po
sible que el único intento verdadero por lograr una expansión fis
cal keynesiana haya sido el del presupuesto de Anthony Barber de
1972, el que dio comienzo a dieciséis años deficitarios. Después
del boom febril de 1973 — entonces el PIB subió un 7 por ciento—
la economía se colapso: se disparó el déficit de la balanza de pa
gos, bajó repentinamente la libra y subió vertiginosamente la in
flación 87.
La falta de déficit previa a 1973 pone en duda también la teoría
de que el “déficit es intrínseco a la democracia”, de que los gobier
nos democráticos tienden a estar en déficit debido a que el electo
173
rado favorece el gasto público pero se resiste a la tributación 88. P@|
dría esperarse que la proporción mayor de votantes sobre contribuí
yentes, que se manifestó durante el siglo xx y describimos en el caj
pítulo anterior, daría lugar a un aumento, políticamente inducidqjj
del déficit. Pero en el caso británico, la financiación del déficit
volvió algo característico de la política sólo después de la crisis d«|
petróleo de principios de los setenta. Esto mismo ocurrió en Japóraj
No obstante, puede que Japón y Gran Bretaña hayan sido la en
cepción a la regla. El cuadro 2 demuestra que los déficit públioM
fueron algo normal en Francia y Estados Unidos durante todos ld¡
periodos, con la excepción de la etapa 1890-1913. Italia siempjjl
tuvo déficit (aun en la época en que el derecho al voto requería u r i
estricta contribución impositiva). Es más, en casi todos los países
el período 1970-1999 se caracterizó por tener déficit mucho maj
yores que los registrados en épocas de paz anteriores. Es notorio &á
especial el m odo en que Japón cayó en déficit a pesar de haber tea
nido una tradición de superávit incluso en periodos de guerra. GraJ
Bretaña también continuó en situación deficitaria — con la excep*
ción de los años 1988-1990— a pesar de los esfuerzos consciente!
mente antikeynesianos del gobierno por controlar la política fiscal!
Las reducciones del redefinido “Requerimiento de financiación
del sector público” (Public Sector Borrowing Requirement, PSBRi
fueron objetivo de los presupuestos del gobierno de Margare!
Thatcher y culminaron en 1988 con la desmesurada declaraciót¡
de Nigel Lawson de que “de ahora en adelante un PSBR igual a ceríp
sería la norma”. Pero en 1994 subió a un 8,3 por ciento del PIB que|
según la antigua forma de medir el déficit, será aún mayor. Durante
los años de Thatcher, el nivel mínimo alcanzado estuvo disfrazad^
por la reducción del gasto de capital y la contabilización de la ventad
de los activos públicos (la privatización) como ingresos corrientes 89.
Pero, ¿cuál fue la dimensión de las deudas en el pasado? En 1427;
la deuda pública de Florencia fue de 5 millones de florines; habíá
aumentado diez veces más con respecto al siglo anterior. Esto repre»
sentaba la mitad de su producto nacional total 90. En los Países Ban
jos, la carga de la deuda pública fue aún más pesada: en 1690 repre
sentaba el 100 por ciento de su producto nacional, y creció aún más
en los años de dominación francesa, es decir, entre 1795 y 1806 91.
174
j^as primeras monarquías modernas estuvieron, en cambio, menos
endeudadas. En 1561, por ejemplo, la deuda francesa representó el
20 Por ciento de su PNB 92 Hasta fines del siglo xvn, las deudas de la
corona inglesa fueron bastante pequeñas en relación con la renta
nacional. A lo largo del reinado de Isabel I, la deuda cayó de 227.000
libras a cero, para luego volver a ascender a 350.000 libras, si bien la
cifra representaba sólo el 1 por ciento de su producto nacional. To
davía durante la época de la Revolución Gloriosa, la deuda de la co
rona de 3 millones de libras representaba sólo el 5 por ciento de su
producto nacional93. Durante el siglo xvii, la Confederación Suiza
no cargó con deudas; es más, algunas de sus repúblicas acumula
ron considerables activos. En 1600, un tercio del gasto total de Lu
cerna se invertía en préstamos a otros estados e individuos 94.
No obstante, durante el siglo posterior a la Revolución Gloriosa,
la deuda británica fue en ascenso, con pocos momentos de descan
so, y llegó a un máximo en 1784 del 215 por ciento con respecto a
la renta nacional. Tras un breve declive en la década siguiente, vol
vió a aumentar y alcanzó un 222 por ciento del ingreso nacional en
1815, llegando finalmente a un pico del 268 por ciento en 1821 95.
No es sorprendente entonces que la deuda nacional se haya con
vertido en sinónimo de inmensidad. “Mi señor es el mejor de todos
los esposos del planeta”, escribía en 1816 el barón Stockmar, secre
tario de Leopoldo de Sajonia-Coburgo, poco después de que su se
ñor contrajera matrimonio con la princesa Carlota, hija del prínci
pe regente, “y su esposa siente un afecto tan grande por él que sólo
puede compararse a la deuda nacional inglesa” 96. En efecto, la car
ga de la deuda británica era excepcionalmente grande. Mucho más
que la francesa, que resultaba menor en términos absolutos, sien
do la renta nacional francesa superior. Según un cálculo, el total de
la deuda francesa a fines de 1770 equivalía a un 56 por ciento de su
PNB 07; si bien otra fuente indica que la cifra sobrepasaba el 80 por
ciento en 1787, y un tercer cálculo la sitúa en un 150 por ciento en
1 /gg 98 pero aun ej cálculo más alto de esta deuda está muy por de
bajo de la cifra equivalente de Gran Bretaña.
El gráfico 8 presenta una perspectiva de largo alcance de la deu
da pública de Gran Bretaña, Francia, Alemania y Estados Unidos.
Como queda claro de inmediato, la experiencia británica fue de dos
175
grandes picos de deuda, debidos a las guerras del siglo xviii co^j
Francia entre 1688 y 1815 y a las guerras con Alemania entre 1914 j
1945. Si bien tienen la misma altura— tan sólo en 1946 el coeficieif
te deuda/renta excedió el máximo posnapoleónico— los dos picoj
se distinguen por sus pendientes, siendo las cuestas de la última
cho más escarpadas tanto en el ascenso como en el descenso. La “cat|
sur” de la primera montaña es de hecho una serie de cimas nienoí
res (1698,1721,1750,1764 y 1784), mientras que la última montá¡
ña tiene una triple cima dentada (1923,1933 y 1946).
En comparación, tanto Francia com o Prusia emergieron del pt<|
riodo napoleónico con coeficientes deuda/producto nacional ia|
feriores al 50 por ciento. En efecto, la carga de la deuda francesa
permaneció por debajo del 50 por ciento hasta la guerra de 1871®
pero de ahí en adelante subió bruscamente hasta alcanzar un má|
ximo del 117 por ciento en 1887, para luego declinar gradualmen|
te hasta llegar al 66 por ciento a principios de la Gran Guerra. L^j
deuda prusiana cayó abruptamente de un 42 por ciento en 1815*8
un 11 por ciento en 1848 y era todavía de sólo el 14 por ciento eo
1872. Su alza posterior debe observarse junto al alza de la deuda fií
deral del Imperio alemán. Mientras que la carga de la deuda prusialf
na se acercaba al 50 por ciento en 1892, la deuda del Reich crecía rá*
pidamente y alcanzaba un máximo del 47 por ciento del producttj
nacional neto en 1894. En otras palabras, las grandes potencias
continentales mostraron proporciones crecientes de deuda/PNB
mientras que la de Gran Bretaña se fue reduciendo.
Durante la I Guerra Mundial, las tres potencias europeas exper»
mentaron aumentos grandes y semejantes de sus respectivos coefi
cientes deuda/PNB. No obstante, después de 1919, sus trayectorias
divergieron notoriamente. Mientras que las deudas francesa y bri
tánica aumentaron inmediatamente en los años de la posguerra, la
alemana cayó precipitadamente llegando — por razones que se tra
tarán en el próximo capítulo— a un nivel cero en 1923. Después de
alcanzar un máximo del 185 por ciento del PNB en 1922, la deuda
francesa también cayó bruscamente en los años anteriores a 1930,
si bien se mantuvo por encima del 100 por ciento del PNB. La deu
da británica, en cambio, prácticamente no descendió en los años
veinte del siglo xx y de hecho subió entre 1930 y 1933. La carga de
176
— R eino Unido (deuda nacional)
Estados Unidos (deuda federal)
— - Estados Unidos (deuda pública total)
— Alemania (deuda pública total)
Francia (deuda nacionaf)
177
la deuda alemana permaneció a un nivel relativamente más bajo
que la de la británica y la francesa durante la Gran Depresión; pero
en 1933 se elevó a una velocidad arrolladora, superando a la britá*
nica en 1943. Después de la II Guerra Mundial volvió a descender a
menos del 20 por ciento del PNB en 1950. La carga de la deuda
francesa también quedó bastante reducida después de 1945 y con?
tinuó declinando durante los años cincuenta y sesenta: descendió
del 60 por ciento en 1958 a menos del 8 por ciento en 1974.
El curso de la deuda federal norteamericana fue más bajo y tuvo
menos pendientes, declinó del 60 por ciento después de la Guerra
de la Independencia a cero en el decenio de 1830, aunque luegtíl
subió abruptamente de un 2 por ciento en 1860 al 41 por ciento efij
1878. Aun incluyendo las deudas locales y estatales, el total de láí
deuda estadounidense fue bastante moderado durante el siglo XIX?
de aproximadamente el 10 por ciento de su PNB en 1825, ascendía
al 15 por ciento en 1843 para declinar levemente y llegar al 12 por
ciento en 1860. Su máximo fue en 1870 después de la Guerra Civil^j
cuando alcanzó el 49 por ciento de su PNB; pero de ahí en adelan-*
te, la proporción descendió al 14 por ciento en 1913 " . La I Guerrá
Mundial ocasionó un aumento de la deuda mucho menor que el
experimentado por los estados europeos: en 1919 la cifra federal
fue sólo del 30 por ciento, comparada con las cifras europeas qué
llegaron aproximadamente al 150 por ciento. La carga de la deuda
aumentó durante la Gran Depresión, del 16 por ciento en 1929 aí
45 por ciento en 1939 (por entonces, el total de la deuda del sectof
público alcanzó a representar cerca del 100 por ciento de su PNB);
y ascendió aún más por la II Guerra Mundial. Al terminar la gue
rra, la deuda federal por sí sola representaba el 114 por ciento de
su PNB. Sin embargo, com o le sucedió también a Gran Bretaña, Es
tados Unidos experimentó una fuerte caída de la carga de su deu
da en los años de la posguerra; en el caso norteamericano, llegó a
representar el 23 por ciento de su PNB en 1974. En 1980 el total de
la deuda pública, incluyendo los tres niveles del gobierno estadou
nidense, representó tan sólo el 38 por ciento de su PNB. En compa
ración, el aumento posterior de la deuda bajo el gobierno de Ronald
Reagan — que en su momento causara tanto Angst a sus críticos—
fue bastante moderado, como deja ver el gráfico 8.
178
Valiéndonos de la definición de deuda bruta gubernamental
de la OCDE, la cifra americana posreaganiana alcanzó un máxi-
nio levemente superior al 63 por ciento de su PIB, siendo menor
que la de por lo menos otros nueve miembros de la OCDE. Es más,
en ese mismo periodo, la dimensión de la deuda había crecido de
modo más abrupto en otras siete economías de la OCDE 10°. Según
]a definición más amplia empleada en el Resumen estadístico de Esta
dos Unidos, a mediados de los años noventa del siglo XX el total de
la deuda del sector público no superaba el 82 por ciento de su PIB.
Si uno piensa en esta deuda com o consecuencia, al menos en par
te, de haber vencido en la Guerra Fría, la cifra es llamativamente
similar a la de 1946, cuando Estados Unidos salió victorioso de la
II Guerra Mundial. Y com o ya hemos visto, los superávit del presu
puesto de fines de los noventa aumentaron la posibilidad de liqui
dar la deuda federal prácticamente en su totalidad. En Gran Breta
ña, los boyantes ingresos públicos de 2000 incitaron al ministro de
Economía a hablar — tal vez con desmesura— sobre la cancelación
de la deuda. En comparación, cuatro estados miembros de la OCDE
tenían en 1999 proporciones de deuda/PIB que superaban el 100
por ciento (Italia, Bélgica, Japón y Grecia). Pero todavía estas cifras
bordean lo insignificante si las comparamos a lósjnontos de deuda
externa de muchas de las economías menos desarrolladas y tam
bién de las economías poscomunistas. En Guinea-Bissau el total de
la deuda excede el 500 por ciento de su PNB; tanto en Nicaragua
como en la República de Congo la cifra supera el 300 por ciento.
Otros cinco países — todos en Africa subsahariana— tienen totales
de deuda que exceden su PIB de dos años 101.
¿Im p o r ta n l a s d e u d a s pú blicas ?
179
enmienda que se refiera al equilibrio del presupuesto como la que
existe en la Constitución de algunos de sus estados. Los europeos
son menos “micawberianos”. El Tratado de Maastricht especificaba
que aquellos países que desearan ser miembros de la moneda víni
ca deberían evitar tener déficit que superaran el 3 por ciento de su
PIB, así com o deudas que superaran el 60 por ciento, si bien ningur
no de los dos criterios se pusieron en vigor de manera rígida. El mi¿
nistro de Hacienda británico, Gordon Brown, sugirió recientemente
que la deuda debería quedar estabilizada “sobre el ciclo económi
c o ” en torno a un 40 por ciento del PIB.
Sin embargo, la experiencia a largo plazo — especialmente la de
Gran Bretaña— parecería indicar una excepción a todas esas reglas;
Cualquier teoría que se ocupe de la significación económica de la
deuda pública debería explicar por qué Gran Bretaña no sólo fue
capaz de superar a antagonistas que estaban en condiciones econó
micas y demográficas superiores, tanto durante el siglo xviii como
durante el siglo xx, sino también por qué logró evitar las crisis polí
ticas internas asociadas a las grandes deudas que se dieron tanto en
Francia como en Alemania; y, sobre todo, emergiendo como la “pri
mera nación industrial” a pesar de haber tenido una deuda de un
tamaño sin igual y durante largo tiempo.
La ansiedad por el impacto macroeconómico que podían con
llevar las grandes deudas públicas no es nueva. Cuando David Hume
observó el crecimiento de la deuda nacional británica en 1752 vio
“las simientes de la ruina... repartidas tan profusamente com o para
no escapársele de la vista a ningún observador atento” 103. SirJames
Steuart, que escribió quince años después, estaba de acuerdo con
Hume: “Si no se controla el aumento de las deudas públicas, si se
permite que se acumulen continuamente, y si el espíritu de la na
ción se somete pacientemente a las consecuencias naturales que
derivarán de esto, el resultado será el siguiente: que la propiedad
entera, es decir, la renta, se verá completamente absorbida por
los impuestos” 104. Según Adam Smith, en La riqueza de las naáones,
la financiación a base de préstamos tendía a suprimir la inversión
privada y en consecuencia deprimía la formación privada del capi
tal 105. Ricardo llamó a la deuda nacional “uno de los azotes más te
rribles... creados para flagelar a la nación... el abrumador obstácu
1 8 0
lo que paraliza todos los esfuerzos” 106. El carácter moralista de esta
crítica ejerció gran influencia en los políticos de la era victoriana.
En marzo de 1854 Gladstone, afirmando en vano que la Guerra de
Crimea se financiaría completamente por la tributación corriente,
describía “los gastos de guerra” como una forma de control moral
que el Señor imponía sobre la ambición y las ansias de conquis
ta que caracterizaban a muchas de las naciones” 107. “Recurrir al di
nero del mercado para obtener un préstamo”, declaraba, “sería
una acción innecesaria y, en consecuencia, indigna de nuestro carác
ter”. Citando (selectivamente) ajohn Stuart Mili y a McCulloch, afir
maba que “el capital adquirido por préstamos se obtendría de fon
dos invertidos en la producción o destinados a dicho fin” de modo
que “el alejarlos de dicho propósito [equivaldría] a extraer dicha
suma de los salarios de la clase trabajadora”. Por otro lado, aumentar
los impuestos equivaldría a que “la comunidad” tome “las medidas
destinadas a lograr una paz honorable” 108. La idea de que “los im
puestos surgen de las rentas, y los préstamos del capital” era parte del
saber convencional de la era victoriana 109. Basándose en esto, Stan-
leyjevons afirmaba (en su escrito La cuestión del carbón, de 1865) que
la deuda nacional debía liquidarse completamente porque las reser
vas de carbón británicas — que eran un componente clave de la ri
queza nacional— se agotarían en un siglo. Esto alarmó a Gladstone
de tal manera que elaboró planes para eliminar la deuda en el térmi
no de doscientos cincuenta años, gracias a la combinación de supe
rávit presupuestarios y una política de paz con el exterior110.
Pero desde hace tiempo ha existido ya un argumento contrario
que sostiene que el empréstito público puede ser beneficioso. El
escritor del siglo xvill Isaac de Pinto afirmaba que las deudas nacio
nales podían constituir un estímulo positivo para el crecimiento, ya
que “si no tienen fecha de vencimiento ni un periodo crítico al que
temerle, es como si no existieran”. “Cada nuevo préstamo”, decía
De Pinto, “crea un nuevo capital artificial que se vuelve tan perma
nente, fijo y sólido como si se tratara de una fortuna real”. “Cada vez
que se crea un nuevo fondo, el numerario permanece y aumenta la
capacidad de contribución, además de la circulación, y sin que se
dé un gran aumento de la moneda... Se extrae de la nación un im
puesto bastante moderado, que se le devuelve luego a la nación,
181
trayendo un beneficio general” 111. Thomas Malthus se oponía a]
reembolso de la deuda nacional debido a que, a fuerza de lo que
hoy se llamaría “el efecto de la riqueza”, el consumo de los tenedc|
res de bonos estimularía la demanda agregada 112. A un nivel mé¡
nos complejo, se puede ver a la deuda nacional como realzadoi^
del poder del Estado y de su prestigio. En 1781, Alexander Hamjjí
ton, el padre de las primeras finanzas estatales norteamericanas]
declaraba: “Una deuda nacional, si no es excesiva, puede ser paráj
nosotros una bendición. Será un cemento poderoso para la na¡
ción”. 113Ochenta años más tarde, James Russell Lowell satirizaba
en sus “Documentos Biglow” la posición independentista del lídej
de la Confederación, Jefferson Davis, de la siguiente manera: “Táj
nenios una guerra, y una deuda, y una bandera; si esto no es ser ij|
dependientes, ¿me quieren decir qué es?”.
Durante el siglo xx hubo propuestas más complicadas a favor dd
la deuda pública. Los primeros keynesianos sostenían que un déft
cit financiero “funcional” podía ser empleado para estimular una
economía que operara con niveles inferiores al empleo total: lew
déficit del sector público y en consecuencia las deudas serían positÜ
vas en una crisis 114. Más recientemente se ha sostenido que el creci
miento de las deudas públicas puede, si los mercados son incomple
tos, contribuir a crear capital y crecimiento económico al alimentai
el desarrollo de las instituciones financieras (para ser preciso, “in
troduciendo nuevos valores que expandan las oportunidades de
riesgo compartido”) 115. Los historiadores han sugerido que este
contribuye a explicar el éxito económico británico del siglo xviii, s
pesar de la gran carga por endeudamiento. La relación positiva en
tre deuda y creación de capital fue especialmente fuerte, se sostie
ne, durante la última fase de las Guerras Napoleónicas, cuando sí
utilizaban los préstamos para pagar las naves de guerra británicas y
los armamentos115. Indudablemente, el empréstito gubernamental
creó de manera efectiva el mercado para los bonos y valores del sector
privado, lo que queda demostrado en el cuadro 3. En 1853, los bo
nos del gobierno británico representaban un 70 por ciento de los va
lores cotizados en la Bolsa de Londres. En 1913, la cifra descendió a
menos del 10 por ciento, pero el efecto de las guerras mundiales en
el incremento de la deuda pública y en la supresión de la emisión
182
por parte del sector privado hicieron que la cifra subiera a un 55 por
ciento en 1950. Incluso en 1980, los valores del Estado representa
ron más de la quinta parte del valor del mercado de todas las accio
nes de la Bolsa de Londres y un 60 por ciento de su valor nominal.
Otra de las justificaciones de las deudas públicas consiste en
sostener que las transferencias que resultan de ellas no son muy
importantes. En su Essai politique sur le commerce (1736), el teórico
francés Jean-Francois Melón sostenía que la deuda nacional se
componía de “deudas que pasan de una mano a otra, por lo que el
cuerpo no se debilita si cuenta con el alimento adecuado y sabe
cómo distribuirlo” 117.
CUADRO 3
Fuente: Michie, l¿mdon Stock Exchange, págs. 88 y ss., 175, 184, 320, 322, 360 y ss 419
421, 440, 473,521 y ss., 589 y ss.
Nota: Hasta 1933: valores nominales; desde 1939: valores del mercado.
183
Esto anticipó la idea de que la deuda no es necesariamente peor
en términos macroeconómicos que la tributación porque (en pala
bras del economista Robert Barro) “para las economías domésti
cas un impuesto agregado corriente de un dólar es igual a un déficit
presupuestario corriente de un dólar” 118. Aquí, el supuesto clave es
que para cualquier familia con un sentido del deber hacia la gene
ración siguiente, un impuesto para mañana (que tenga que pagarse
debido al empréstito actual) es lo mismo que un impuesto presen
te llíf. Según esta visión, los déficit del gobierno simplemente influyen
“el ritmo de la actividad económica real” por el hecho de que afee*
tan al ritmo de la tributación. En efecto, cuando los impuestos dis*
torsionan —en otras palabras, cuando le imponen distorsiones a la
economía que tienden a reducir el crecimiento y a llevarlo por deba
jo de su nivel óptimo— los déficit pueden cumplir la función benefi
ciosa de suavizarlos permitiendo que se aplacen los pagos por acon
tecimientos excepcionales — guerras o recesiones, por ejemplo—*
hasta un periodo de mayor prosperidad 12°. Dado que los impuestos
introducen, por lo general, distorsiones, éste es un argumento im
portante a favor del empréstito público en momentos de crisis. Esta
posición ya la había explicitado hacía ciento cincuenta años el minis
tro de Hacienda británico sir George Cornewall Lewis, que había re
emplazado a Gladstone durante la Guerra de Crimea. “Los impues
tos que mutilan a las empresas y que descomponen las industrias o
que interfieren con la distribución regular del capital”, decía en abril
de 1855, “son más dañinos para la comunidad que los préstamos soli
citados por el gobierno”. O, como decía en una conferencia durante
ese mismo año el economista de Oxford G. K. Richards: “Es preferi
ble heredar un patrimonio hipotecado que un estado exhausto” 121.
Pero es posible que todo este debate parta de un concepto erró
neo. La noción de que la palabra “déficit” está mal definida es algo
ampliamente reconocido. Para valernos de un ejemplo británico,
lo que los contemporáneos entendieron desde 1870 a 1930 como
el mínimo aceptable del presupuesto gubernamental (el equilibrio
del “fondo consolidado”) tendió a infravalorar la dimensión de los
superávit corrientes, al contar com o gasto los pagos al fondo de
amortización 122. El Tesoro también trazó una distinción algo arbi
traria entre gasto “por encima” y gasto “por debajo de la línea” que
184
teóricamente, aunque no de m odo exacto, distinguía entre el gasto
corriente y el gasto de capital. Es más, el fondo consolidado no in
cluye el fondo de seguridad social, ni tampoco el empréstito a auto
ridades locales o a corporaciones públicas (que estaban incluidos
en el Requerimiento de financiación del sector público, la medida
sobre el déficit introducida en 1976) 123. Y dicho fondo también es
considerado por algunos economistas como una medida inferior al
Déficit Fiscal del Sector Público, que está ajustado cíclicamente pues
busca excluir la influencia de las transacciones financieras del sec
tor público (tales com o la privatización) y las fluctuaciones cíclicas
del crecimiento económ ico124.
Pero hay problemas de definición aún más profundos 125. Se
gún la teoría dinámica moderna de la política fiscal, el concepto
clave es el de la restricción presupuestaria intertemporal del go
bierno. Esto significa que la suma de las “cuentas generacionales”
de los que viven actualmente y de las generaciones futuras deben
ser equivalentes al monto de las compras futuras del gobierno su
madas a su deuda neta. Las cuentas generacionales representan el
monto de los valores actuales de los impuestos netos futuros (los im
puestos pagados menos los pagos por transferencias recibidos) que
se espera que paguen los miembros de una misma generación en
lo que resta de sus vidas, asumiendo que la política corriente siga
en funcionamiento. El monto de las cuentas generacionales de to
dos los miembros de las generaciones actuales equivale a lo que
pagarán los que viven actualmente por los bonos gubernamenta
les a corto plazo. Por otro lado, los bonos gubernamentales a cor
to plazo equivalen al valor presente de la suma de todas las com
pras de bienes y servicios futuras por parte del gobierno sumadas
a su deuda neta oficial (sus pasivos financieros oficiales menos sus
activos financieros oficiales, incluyendo el valor de las empresas
del sector público). Las obligaciones no pagadas por las generacio
nes actuales deben ser pagadas por las generaciones futuras. Esta es la
suma cero de la restricción presupuestaria intertemporal del gobier
no. Esencialmente, la deuda existente debe consolidarse totalmente
a largo plazo mediante los superávit presupuestarios acumulativos.
No obstante, las elecciones de diferentes etiquetas fiscales, pue
den alterar las cuentas de la generación presente y de la deuda gu
185
bernamental por montos equivalentes absolutos, sin alterar las cuen
tas de la generación futura ni las compras futuras del gobierno. Su*
pongamos, por ejemplo, que el gobierno británico haya elegida
clasificar en 1998-1999 las contribuciones de los trabajadores a la
seguridad social com o “préstamo” y los beneficios adicionales de
Pensiones Relacionadas con las Ganancias Básicas y Estatales paga*
dos a los trabajadores de edad avanzada com o reconocimiento po|
sus contribuciones “pago de interés y principal” sobre esos “présta|
mos”, y no como “impuesto sobre la edad avanzada” (extraído en eíj
momento en que los contribuyentes reciben sus beneficios). Estoj¡
términos alternativos habrían aumentado el déficit estatal en 45.000
millones de libras en lugar del superávit anunciado oíicialmentej
La deuda gubernamental también habría aumentado. Sin ernbarga|
lo mismo habría ocurrido con las cuentas generacionales de los qüei
viven, ya que su futuro “impuesto sobre la edad avanzada” estaríá
ahora incluido en sus cuento. El peso sobre las generaciones futura^
sería el mismo. Y la posición económica de la generación actual n o
se vería tampoco afectada por este cambio de etiqueta. Cada trabaja#'
dor le habría dado al gobierno la misma suma de dinero en 1998'
y recibiría del gobierno la misma suma de dinero en el futuro126.
Por tanto, el hecho de que el gobierno use ciertos términos en lu
gar de otros es una cuestión semántica y no económica. Cada gru*
po de términos trae com o resultado una forma de medida diferen
te del déficit. Pero no hay nada según la teoría económ ica que
indique que sea preferible una forma de medición que otra. Esta
posición con respecto a las finanzas públicas — conocida como con
tabilidad generacional— tiene menos de diez años, pero ya ha sido
adoptada por más de veinte países 127. En el capítulo VI volveremos
sobre el tema, particularmente sobre sus implicaciones políticas y
distributivas.
El servicio de l a d e u d a
186
por otro lado, la medida políticamente más importante de la deuda
pública parece ser el coste corriente del servicio de la deuda como
proporción del gasto estatal. Sin duda, ésta es la medida más visi
ble para un gobierno que esté luchando por cuadrar bien sus cuen
tas, por la simple razón de que todo euro gastado en el servicio de
la deuda — de hecho un coste asociado a las políticas anteriores—
es un euro que no puede invertirse en nuevas medidas.
Cuando los presupuestos estatales eran relativamente modestos,
los gastos por la deuda llegaron a ser inmensos. En las ciudades ale
manas de los siglos XV y xvi, el servicio de la deuda representaba
aproximadamente el tercio del total de sus presupuestos. En los
principados y reinos hubo situaciones variadas. Durante la primera
mitad del siglo xvi, el estado de Hesse pagaba entre un 2 y un 9 por
ciento del total de su gasto en el servicio de la deuda. Durante el
mismo periodo en Württemberg, era del 80 por ciento. España es
taba más o menos en el medio: en 1543, prácticamente dos tercios
de su ingreso corriente era el interés que iba para losaras128. Tam
bién Francia finalizó el siglo xvi con grandes deudas — cuatro quin
tos de su ingreso anual estaban ya asignados a principios del reina
do de Enrique IV 129— ; sin embargo, gracias a las reformas de Sully,
la carga de su deuda cayó a lo largo del siglo xvii y entre 1663 y 1689
llegó a representar la quinta parte del total de su gasto. Nápoles, en
cambio, pagó tanto como un 56 por ciento del presupuesto en gas
tos por la deuda en 1627 13°. El servicio de la deuda papal también
fue elevado, ascendiendo de un 36 por ciento en 1526 a un máximo
del 59 por ciento en 1654131. En comparación, el servicio de la deu
da austríaca del siglo xvin fue bastante bajo, entre la cuarta y la ter
cera parte del total de su gasto 132.
La historia nos brinda gran cantidad de ejemplos de crisis políti
cas debidas al aumento de la carga por el servicio de la deuda. La ha
bilidad de las ciudades-estado alemanas para preservar su inde
pendencia dependió frecuentemente de esto: de ahí que Mainz,
que en 1411 les pagaba prácticamente la mitad del total de su renta
a los titulares de anualidades, perdiera su independencia en el si
glo xv, mientras que Lübecky Hamburgo, donde los servicios de la
deuda eran menos costosos, no la perdieron 133. Las dificultades de
la monarquía española a finales del siglo xvi y del xvil estuvieron
187
íntimamente vinculadas a sus recurrentes crisis por la deuda. Ya ei|
1559, los totales de los pagos de intereses a los juros eran superiore|
al ingreso corriente; la situación no mejoró en 1584, cuando un
por ciento del ingreso corriente iba a parar a los titulares de bonoa|
En 1598, la proporción llegó a ser del 100 por ciento 134. La Repuj*
blica de Holanda pudo mantener niveles absolutos de deuda mia|
cho más altos que sus rivales continentales, pero, aun así, pagó s i| j
mas relativamente bajas por el servicio de la deuda. Por ejemplc|j
en el decenio de 1640, el servicio de la deuda representaba tan sóh|
un 4 por ciento de su total presupuestario. Sin embargo, incluso eijjj
Holanda se llegó a un límite. En 1801, seis años después de que ¡
consolidaran las deudas provinciales y de la unión en una ¡
da, el servicio de la deuda representó el 41 por ciento del
puesto. La República Francesa, que había rebasado los límites df
Holanda en 1795, se alivió en cambio de su deuda, debido a raz«^
nes que se discutirán más adelante135.
La Francia de la era prerrevolucionaria es, tal vez, el ejemplo má|
notorio de un estado abatido por los costes del servicio de la deuda!
Entre 1751 y 1788, los pagos de intereses y amortizaciones ascen|
dieron de un 28 a un 49 por ciento del total del gasto, o de la cuarta
parte de su recaudación impositiva al 62 por ciento 136. De hecho*
el coste por el servicio de la deuda para el rival militar principal dé
Francia no fue mucho más moderado. Entre 1740 y 1788, los gastos
británicos por la deuda subieron com o proporción de la recauda*-
ción impositiva de un 37 a un 56 por ciento 137. Pero la cuestión cla
ve fue que Francia tenía una deuda considerablemente menor que
la de Gran Bretaña, tanto en términos absolutos como en propor
ción a su renta nacional. Entre 1776 y 1782, los gastos por la deu
da en Francia representaban un 7,5 por ciento del total de la deuda,
comparado con un 3,8 por ciento en Gran Bretaña. En otras pala
bras, el coste por el servicio de un mismo monto de deuda era el doble
para Francia. Esta desventaja crucial se debió sólo en parte a los
pagos más altos por la amortización; la razón principal de esto se
tratará en el próximo capítulo.
El gráfico 9 representa las cifras por el servicio de la deuda con
relación a los presupuestos desde principios del siglo xix y pone en
claro que hasta el decenio de 1870, ninguno de los estados princi
188
pales se acercó a Gran Bretaña. Los datos británicos demuestran
q u e durante prácticamente todo el periodo que transcurre entre
1818 y 1854 más de la mitad del gasto bruto del gobierno central
iba a parar al servicio de la deuda, lo que la asemejaba a la carga de
endeudamiento del Antiguo Régimen a principios de la Revolución.
Pero Gran Bretaña fue capaz de reducir gradualmente su deuda a
partir de 1830, como muestra el gráfico— , mientras que los gastos
por la deuda francesa (e italiana) llegaron al nivel de los británicos
como resultado de las guerras ocurridas entre Sebastopol y Sedan.
Desde finales del decenio de 1860 hasta mediados del de 1880, Gran
Bretaña, Francia e Italia gastaron alrededor del tercio de sus presu
puestos en gastos por la deuda. El aumento del gasto con fines civi
les y militares hizo que las proporciones bajaran al nivel de la pru
siana (por debajo del 10 por ciento) en 1913, con la excepción de
Francia, cuya cifra se mantuvo por encima del 20 por ciento.
Gráfico 9. Servicio de la deuda com o porcen taje del gasto público, 1802-1999
Fuentes: Flora et al., State, Economy and Society, vol. i, págs. 381 y ss., excepto: Francia
1802-1822: Mann, Sources o f Soáal Power; vol. H, pág. 373; Reino U nido 1802-1914:
Mitchell y Deane, Abstract o f British Historical Statistics, págs. 396-399; Prusia: Gerloff,
‘Der Staatshaushalt’ , pág. 5; Jahrbuch f ü r die Statistik des Preussischen Staats (1869),
págs. 37 2-443,466-545. Todas las cifras de 1982 hasta 1999 son de la O CDE.
Nota: Las cifras alemanas para 1870-1914 se refieren al gobierno general, pues todas
son cifras de la O CDE. Las otras cifras se refieren al gobierno central.
189
El gráfico 9 también deja claro lo diferentes que fueron las car
gas de los cuatro estados después de la I Guerra Mundial. Mientras
que el servicio de la deuda de Gran Bretaña y Francia alcanzó un
máximo del 44 por ciento del total del gasto público, en Italia, la ci
fra media de la década de 1920 estuvo por debajo del 18 por ciento,
En Alemania — por razones que veremos enseguida— el servicio
de la deuda fue tan sólo del 2 por ciento del total del gasto en 1925,
Los intereses y las liquidaciones de la deuda importaron mucha
menos a Alemania y Francia desde 1945, aunque en ambos casos su
proporción en el total del gasto fue aumentando desde principio^
de los años ochenta del siglo xx. En Gran Bretaña, el servicio por la
deuda tendió a caer entre los años cincuenta y los noventa, miert*
tras que en Italia la tendencia fue en dirección opuesta hasta me»
diados de los noventa, cuando más de la quinta parte del total del
gasto público estaba destinada a la deuda pública.
La explicación más obvia de la menor importancia del servicio
de la deuda en proporción al gasto público puede que sea, simple
mente, que los presupuestos del siglo xix fueron demasiado peque
ños. Como vimos, el desarrollo del Estado de bienestar no había
comenzado todavía en dicho periodo; por eso, los pagos a los tene
dores de bonos fueron las principales transferencias que se hacían
a través del Tesoro. Es una parte de la historia a la que retornare
mos en el capítulo VII. Pero hay, sin embargo, otras razones por las
que la deuda británica fue mucho menos costosa que las de sus ri
vales durante el siglo xvin y el xix, y por las que — al menos para las
economías desarrolladas de Occidente— la deuda es hoy bastante
menos costosa que en el pasado. Estos son los temas que tratare
mos en el próximo capítulo.
190
CAPITULO V
191
James Gillray, “Midas, Transmitting all into Paper”, 1797
En 1924, la Unión volvió a reunirse para considerar la estabili
zación y ya no la inflación. Como consecuencia de la desastrosa hi-
perinflación del año anterior — había tenido un pico inflacionario
de 182.000 millones por ciento anual— los activos de la sociedad
tenían en ese momento exactamente un valor de 5 marcos con ca
torce peniques. A pesar de que no sólo antes de la guerra sino tam
bién durante la I Guerra Mundial se negó a las mujeres el derecho
al voto, ellas invirtieron patrióticamente sus fondos en bonos del
gobierno alemán 3. Pero los bonos comprados durante la guerra ya
no valían nada.
En dos ocasiones durante un lapso de veinticinco años, la deuda
del gobierno alemán prácticamente se había evaporado por la fuer
te caída del valor de la moneda. En dos ocasiones, aquellos que ha
bían depositado su fe y esperanza en el crédito del Imperio alemán
se habían quedado con papeles carentes de valor. Era com o si la
gente, colectivamente, no hubiera comprendido el final de la obra
maestra de Goethe (aunque, irónicamente, el vicepresidente del
Reichsbank durante la primera hiperinflación había sido un reco
nocido especialista en Goethe) 4. En la escena del primer acto de la
segunda parte — de donde proviene la cita que abre este capítu
lo— la impresión de billetes parece llevab a la prosperidad. Los bi
lletes fluyen “por las tiendas de vinoTlas carnicerías y las panade
rías, / y convierten a la gente en glotones felices”. Las costureras,
sastres y taberneros negocian furiosamente. “Esta riqueza de
papel”, declara Mefistófeles, “es bastante práctica” 5. Pero en el cuar
to acto, Mefistófeles confiesa que los billetes eran “una riqueza artifi
cial”, que el país al que se los había otorgado “estaba ahora hundi
do en la anarquía”:
193
ante las mismas puertas de las ciudades, cada caminante y cada
mercader estaban perdidos...
Ello marchaba y cojeaba, vino al suelo, levantóse otra vez;
luego cayó de espaldas y fue rodando pesadamente en confuso
m ontón6.
CÓMO NO PAGAR
194
conoce com o “conversión”. En tercer lugar, los pagos a los titulares
de bonos pueden simplemente suspenderse mediante autoriza
ción. En cuarto lugar, un aumento inflacionario no anticipado pue
de reducir el valor real tanto de la deuda com o de los pagos de in
tereses, en tanto que la deuda no esté ajustada por un sistema que
corrija el efecto de la depreciación o que esté expresada en moneda
extranjera (u o ro ). Esta última ha sido considerada generalmente
la opción más fácil de llevar a cabo a nivel político; y com o veremos,
ha sido la más difícil de resistir entre los gobernantes del siglo xx.
La última opción —la más difícil, si bien es la mejor manera de re
ducir la deuda— consiste en lograr un incremento real de la tasa
de crecimiento, aunque sólo en ciertas circunstancias; el hecho de
que exista una gran deuda pública hace que esto último sea difícil
de conseguir.
El m odo más “respetable”, políticamente, de reducir la deuda es
mediante su reembolso, es decir, logrando periódicamente exce
dentes en el presupuesto básico (es decir, excedentes que superen
el interés corriente de la deuda). Pero pocas han sido las ocasiones
en las que se ha podido liquidar la deuda de manera total. Entre
1816 y 1834, para dar uno de esos raros ejemplos, la deuda federal
norteamericana quedó liquidada en su totalidad 8. No obstante,
tanto Estados Unidos com o Gran BretañaJograron reducir regu
larmente el total de sus deudas mediante superávit. Entre 1822 y
1914, la deuda nacional británica quedó reducida en términos no
minales a la cuarta parte, com o resultado de un plan sostenido de
devolución. En Estados Unidos también hubo reducciones de la
deuda entre 1805 y 1811, entre 1871 y 1893, entre 1920 y 1930, y
nuevamente (aunque a escala mucho menor) entre 1947 y 1953 9.
Por razones que se analizarán en el capítulo VII, el aumento de
la tributación para pagar a los tenedores de bonos raras veces es una
medida políticamente popular. También da problemas a nivel eco
nómico, ya que los impuestos sobre la renta y sobre el consumo uti
lizados convencionalmente para financiar tales reembolsos son,
como dicen los economistas, distorsionadores 10. Una política alter
nativa y que no produce distorsiones consiste en recaudar un im
puesto sobre el capital entre los mismos tenedores de bonos: es de
cir, pagarles con su propio dinero. Sin embargo, las ocasiones en
195
que esto ha sido posible a nivel político han sido pocas; y las verda
deramente exitosas fueron aún menos u . El intento, en 1919, del
ministro de Economía alemán Matthias Erzberger de reducir el dé
ficit de la República de Weimar mediante el cobro, entre todos los
propietarios, de un impuesto fuertemente progresivo, denomina
do “Sacrificio por emergencia del Imperio” (Ráchsnotopfer), fraca
só de manera lamentable porque podía pagarse en cuotas en pe
riodos que fluctuaban entre los 25 a los 47 años y con un interés
— a partir de diciembre de 1920— de tan sólo el 5 por ciento. En
tanto que la inflación se mantuviera por encima del 5 por ciento,
podía esperarse que la demora en el pago erosionara el valor real
de la obligación12.
La solución más simple al problema de una deuda excesiva es,
sin duda, no pagarla. El incumplimiento propiamente dicho fue la
respuesta habitual de los monarcas del Medievo y de los inicios
de la Edad Moderna, cuando los costes del servicio de la deuda con
sumían una parte demasiado grande de sus rentas. De este modo,
Eduardo III llevó a la quiebra a las familias Bardi y Peruzzi en el
decenio de 1340 13.Jacques Coeur, el financiero francés del siglo xv,
fue víctima de un incumplimiento similar por parte de Carlos V II14.
A principios de la Edad Moderna, los incumplimientos de las gran
des potencias fueron tan frecuentes que prácticamente se institu
cionalizaron; aunque sería tal vez más preciso definirlos com o mo
ratorias, reestructuraciones o conversiones forzadas de la deuda en
lugar de entenderlos como quiebras estatales 15. Es así como España,
entre 1557 y 1696, dejó de pagar parte o la totalidad de su deuda en
catorce ocasiones16. Lo que ocurría generalmente era que las deu
das se reestructuraban — habitualmente, los asientos a corto plazo
se convertían en juros a largo plazo— y luego, poco después de la
reestructuración, se planteaba una nueva petición de préstamo.
Pero este tipo de incumplimiento habitual tuvo su coste. A partir
de 1627, los financieros genoveses limitaron su participación en los
asientos, previendo una nueva quiebra que los dejaría como tene
dores de juros menos rentables. La caída de la notable suma por
asientos de 1625 (tuvo un máximo de 12,4 millones de ducados) a
poco menos de 1 millón en 1654 reflejó la disminución de la capa
cidad de maniobra fiscal de España. Esto trajo consecuencias po-
196
líricas directas, si consideramos que en dicha época Francia y las
Provincias Unidas tenían una mayor capacidad de endeudamiento
a nivel interno y externo 17. Es más, la economía española fue a lo
largo de todo el siglo xvill propensa al incumplimiento: a media
dos de los años setenta del siglo xix se dio otro gran incumplimien
to en España.
A principios de la era moderna, Francia tampoco cumplió regu
larmente con el pago de la deuda. Sir George Carew decía de Enri
que IV que “retorcía [a los financieros] com o esponjas para luego
ponerlos entre la espada y la pared cada tres o cuatro años” 18. Se
trató de una práctica que sus sucesores se vieron obligados a imitar.
La monarquía no pagó la deuda — ni en su totalidad ni parcial
mente— en 1559, 1598, 1634, 1661, 1648 y 1698; tampoco lo hizo
en 1714, 1721, 1759, 1770 y 1788. Como en el caso español, el in
cumplimiento se convirtió en una forma de conducta bastante pre
visible: “Pide préstamos para ir a la guerra, lucha en vano por au
mentar suficientemente los impuestos para pagar la deuda, pide
aún más préstamos para pagar el servicio de la deuda y... finalmen
te deja de pagar parte de ella para reestablecer el equilibrio” 19.
Se pueden distinguir tres formas de incumplimiento: la suspen
sión temporal del reembolso; la “refirm a”, que consistía en restau
rar los intereses de la deuda a un 5 por ciento; y el pleno repudio,
cuando se reducía la tasa de interés llevándola por debajo del 5 por
ciento 20. Desde el reinado de Francisco I, el gobierno se valió pe
riódicamente de las chambres dejustices —comisiones especiales para
investigar fraudes financieros— no sólo para sanear el sistema fis
cal, sino también para dejar de pagar ciertas obligaciones. Hubo
once episodios de este tipo entre 1597 y 1665 21. Se ha sugerido que
fue la negativa de Luis XVI a incumplir del modo habitual lo que lo
forzó a convocar los Estados Generales y, en suma, desencadenó
la crisis revolucionaria. Esto simplemente pospuso — y empeoró— la
crisis fiscal. El incumplimiento de 1797 afectó a dos tercios de la deu
da nacional, y eclipsó incluso la Visa, que se había instituido tras el
colapso de los planteamientos de Law.
David Hume observó, cínicamente, que si Gran Bretaña hubie
ra dejado de pagar la deuda como lo había hecho Francia en el si
glo xviii, las consecuencias habrían sido mínimas: ‘Tan tonta es la
197
gente en general, que a pesar del violento shock que sufriría el cré
dito público de Inglaterra por una quiebra voluntaria, éste resur
giría poco después en condiciones tan florecientes com o las ante-
• w 99
ñores .
Hume tenía, en cierto sentido, razón: si bien los incumplimien
tos aumentan generalmente el precio del préstamo en el país, po
cas veces espantan por mucho tiempo a los prestamistas. En efecto,
Inglaterra había experimentado en 1671 incumplimientos parcia
les: esto ocurrió cuando Carlos II decretó una moratoria sobre todas
“las órdenes de pago” no reembolsables mediante una fuente de
ingreso futuro. Este “Paro de Hacienda” fue desastroso para los or
febres de Londres que, desde 1665, habían estado otorgando cré
ditos a corto plazo de este tipo al Estado. En 1685 se suspendieron
una vez más los pagos del interés y no se reanudaron hasta 1705 23.
No obstante, los costes ocasionados por el incumplimiento son por
lo general cuantificables en términos de tipos de interés más altos
(y en consecuencia, de costes de la deuda más altos) que los gobier
nos morosos pagan sobre los nuevos préstamos posteriores al in
cumplimiento. Como veremos, lo que explica más adecuadamente
la diferencia entre la fortaleza financiera británica y la francesa del
siglo xvill es este fenómeno.
Si bien el gobierno federal norteamericano nunca dejó de pa
gar su deuda, no puede decirse lo mismo de los estados: durante
la recesión de 1837-1843, hubo incumplimientos en prácticamen
te la mitad de ellos; y un 10 por ciento del total de sus deudas fue
totalmente repudiado. En 1857 se manifestaron más incumpli
mientos y nuevamente en 1870 24. Los países de Latinoamérica
fueron estados morosos permanentes durante los siglos xix y x x .
Hubo periodos de incumplimiento en la década de los años vein
te del siglo xix, a finales de 1880 (en Argentina y Colombia), antes
de 1914 (en Brasil y M éxico), en 1930 y nuevamente en los ochen
ta del siglo x x . A los estados de Oriente Medio no les fue mucho
mejor. En Turquía hubo un incumplimiento que trajo consecuen
cias calamitosas después de 1875, y que también produjo un im
pacto sobre los tenedores de bonos egipcios. El colapso del Impe
rio otomano, posterior a la I Guerra Mundial, condujo a otro gran
incumplimiento; si bien no tuvo la dimensión del incumplimien
198
to ruso de 1917, que fue tal vez el mayor ocurrido en la historia de
las finanzas. Pero todos estos casos fueron aún más complejos por
el hecho de que una proporción considerable de los titulares de
bonos eran de origen extranjero, lo cual traía problemas econó
micos y políticos diferentes de los que resultaban de un incumpli
miento a nivel puramente interno. Pero volveremos a este tema en
el capítulo X.
La conversión — el intercambio de un tipo de bonos en manos
del público por otro de cupón con menos valor— es, esencialmen
te, un incumplimiento parcial con consentimiento. En 1672, el Te
soro inglés suspendió los pagos de las obligaciones de préstamo re-
embolsables y otros tipos de deudas y las convirtió en anualidades
hereditarias con interés fijo 25; en 1715, el gobierno holandés sus
pendió, para luego reducir, los pagos de interés, operación que vol
vió a realizar en 1753 26. Hubo conversiones más o menos exitosas
de parte de la deuda nacional británica en 1707-1708, 1716-1717,
1727,1749-1750,1756,1822,1824,1830,1834y 1844; pero en 1853
la oferta de Gladstone de convertir 490.000 anualidades “consoli
dadas” y “reducidas” en un nuevo valor que pagaría el 2,5 por cien
to de interés fracasó; y debieron pasar treinta y cinco años para que
Goschen intentara una vez más llevar a cabo dicha operación, que fi
nalmente fue exitosa y logró reducir el interés de una porción con
siderable de la deuda al 2,75 por ciento 27. Una conversión crucial
fue la de 1932, que recortó el cupón de los 2.100 millones de libras
en deuda aún pendiente de la I Guerra Mundial de un excesivo
5 por ciento a un 3,5 por ciento. El éxito de esta importante opera
ción —una cuarta parte de la deuda nacional y que equivalía a la
mitad de la renta nacional anual— se concretó en un ahorro de
30 millones de libras para el gobierno 28.
A diferencia de los incumplimientos, estas operaciones se admi
nistraron de manera transparente y previsible, respondiendo a los
descensos de los tipos de interés del mercado. Y lo que es más im
portante es que las conversiones se basan fundamentalmente — o
deberían basarse— en el consentimiento. Una conversión com o
la de 1932 logró efectivamente persuadir a los inversores para que
se orientaran hacia activos de mayor largo plazo y menos renta
bles: cuando el Midland Bank se negó a aceptar las condiciones
199
del Banco de Inglaterra, no se le forzó a hacerlo. Por otro lado, se
logró que los pequeños inversores aceptaran la conversión no sólo
mediante propaganda patriótica sino también mediante un sis
tema de premios y castigos. Por ejemplo, el Banco no admitía
aquellos bonos que no estuvieran convertidos para efectuar re
descuentos 29.
La tradición británica de las conversiones negociadas ha sido*
sin embargo, excepcional en muchos sentidos. Cuando el primer
ministro francés Villéle intentó realizar en 1824 una conversión al
estilo británico se enfrentó a la dura oposición de la aristocrática
Cámara Alta, y el plan finalmente fracasó. El vizconde de Chateau
briand afirmaba que se trataba de una treta anglo-austriaca desti
nada a defraudar al rvmtórfrancés, y el hecho de que parte de las ga
nancias servirían para compensar a los aristócratas víctimas de la
Revolución añadía complejidad a las dificultades políticas 30. Cuan
do las conversiones negociadas son imposibles de realizar, los go
biernos autoritarios, por ejemplo, llegan a valerse de la compul
sión. Esta fue la clave de la estabilización de la deuda italiana que
realizó Mussolini en el decenio de 1920. En 1926 hubo dos con
versiones obligatorias (conversioneforzosa): cuando los bonos a cor
to plazo se convirtieron en bonos a largo plazo del 5 por ciento (ti-
toli del Littorio), y una vez más en 1934, cuando estos nuevos bonos
fueron convertidos en bonos a veinticinco años del 3,5 por ciento
de interés 31.
Como ponen de manifiesto estos ejemplos, no existe en verdad
una clara diferencia entre el incumplimiento y la conversión; la im
portancia radica en el modo en que se induce a los acreedores a re
ducir las demandas sobre el Estado, y cómo se logra efectivamente
reducirlas.
E l im p u e sto in f la c io n ist a
200
luación de la unidad de cuenta en la que se expresa. La emisión de
dinero para causar un aumento no anticipado de precios opera, en
muchos sentidos, como una herramienta fiscal. En primer lugar,
permite al gobierno canjear trozos de papel carentes de valor (o
sus equivalentes electrónicos) por bienes y servicios. Esta transfe
rencia en beneficio del gobierno, o “señoreaje”, la paga el sector pri
vado que ve disminuido el valor real de sus saldos monetarios por la
inflación resultante. En segundo lugar, el aumento de precios cau
sado por la “impresión” de papel moneda disminuye el valor real
de los pagos salariales gubernamentales, los pagos de transferen
cias y el reembolso oficial de la deuda, si no están ajustados por la
inflación. Simplemente, la inflación reduce el valor real de la deu
da si está expresada en moneda nacional. En tercer lugar, la infla
ción permite que el gobierno empuje al contribuyente en la escala
impositiva hacia niveles más elevados. Históricamente, éste ha sido
el modo en que los gobiernos lograron hacer frente a severos dese
quilibrios fiscales. El “impuesto inflacionista” extraído de los posee
dores de activos monetarios y financieros no es un invento del si
glo xx, si bien fue entonces cuando los gobiernos se valieron de
dicha herramienta de modo más amplio y desmedido.
Aunque los metales preciosos han sido, desde el tercer milenio
antes de Cristo, la base del sistema monetario, su acuñación sólo se
realizó a partir del siglo vil a.C.:í2. Sin duda, ya desde la era romana
se entendía que la disminución del oro o la plata de las monedas po
día ser una fuente de ingreso. La devaluación del denario romano
fue leve aunque constante: su contenido de plata disminuyó en
un 25 por ciento entre los gobiernos de Augusto y Marco Aurelio 33.
Durante el Medievo y a principios de la Edad Moderna, el ingreso
fiscal francés proveniente del “señoreaje” fue alto: en 1421 fue once
veces superior a las otras fuentes de ingreso de la corona. Entre 1318
y 1429, la moneda se devaluó en cuatro oportunidades 34. Hubo de
valuaciones en Florencia en el siglo xiv, en Castilla y Borgoña en el si
glo xv, en Inglaterra en el siglo xvi y en Alemania a principios del
siglo xvii. En el decenio de 1540, Enrique VIII mandó acuñar mo
nedas reducidas de contenido metálico con un valor nominal de
4,4 millones de libras, es decir, doblando el valor del metal que con
tenían. La ganancia por moneda fue de un 46 por ciento, lo que
201
equivalía a 2 millones de libras 35. Redujo el contenido metálico dhj
las monedas de oro en un 25 por ciento y el de las monedas de plj|
ta en un 80 por ciento 36. De manera similar, entre 1513 y 1636, el
contenido de plata de la livre tournois francesa se redujo a la mita^j
del valor original 37. En el siglo xiv, Nicolás Oresme, en su De morté
ta, afirmaba la legitimidad de dichas operaciones; sostenía que sj
eran realizadas por causas justas, la devaluación era un tipo de iuji
puesto legítimo 38. Sin embargo, estas prácticas no fueron popula»!
res y se realizaron en secreto. El secretario de Enrique VIII, Thomáj
f;
202
\Visselbank continuó siendo el florín de 1544. Esto facilitó la crea
ción de un sistema de pagos unificado, manteniendo a la vez cierta
flexibilidad entre el tipo de cambio de la moneda en circulación
que se usaba fundamentalmente en transacciones internas y el flo
rín bancario destinado al comercio internacional. En Inglaterra, la
costumbre de devaluar las monedas de plata fue interrumpida des
pués de una explosiva depreciación de los años de la guerra con la
gran reacuñación de 1696 42. Dado que se intentó establecer un sis
tema bimetálico, el precio de la guinea de oro se fijó también en
plata pero el tipo elegido infravaloraba la plata en relación con Fran
cia y Holanda y esto determinó que las monedas de plata quedaran
fuera de circulación. La tendencia hacia el oro continuó en 1717
cuando el director de la Casa de la Moneda, el gran físico sir Isaac
Newton, fijó el precio de acuñación del oro en 3 libras, 17 chelines
y 10 peniques y medio por onza; una vez más, el oro quedó sobreva-
lorado en relación con la plata y las monedas de este metal desapare
cieron de la circulación. Para las transacciones mayores se reempla
zó gradualmente la plata por el papel moneda respaldado con oro.
En 1774, la plata dejó de ser moneda de curso legal para todas las
cantidades que superaran las 25 libras 43. De forma similar, la acuña
ción en Estados Unidos, que formalmente era un país bimetálico se
gún la Ley de Acuñación de 1792, se hizo, inicialmente sobre todo,
en plata (debido a la subvaloración del oro en la Casa de la Mone
da) , y a partir de 1834 en oro (por la subvaloración de la plata) 44.
No obstante, el desarrollo del papel moneda — cuyo origen pue
de rastrearse hasta China durante el siglo xiv, pero que comenzó a
utilizarse en Occidente en 1690— creó nuevas oportunidades de
recaudación del impuesto inflacionista 45. Entre I704y 1707, la caisse
d’empruntsfrancesa emitió 180 millones de libras francesas en bille
tes con interés, si bien el mercado enseguida hizo que descendie
ran a dos tercios de su valor nominal46. Como hemos visto, uno de
los elementos clave del desastroso experimento de John Law con las
finanzas francesas fue la masiva expansión de la oferta del papel
moneda que alcanzó los 2.235 millones de libras en 1720, compara
dos a los 344 millones de libras de 1708 47. A fines de 1789, se dio una
nueva expansión de la oferta de papel moneda que resultó de la
petición de préstamo por parte del gobierno a la Caisse d ’Escompte,
203
si bien esta última fue menos perjudicial 48. A partir de 1768 Rusia
también se vio obligada a depender en gran medida de la impre*
sión de papel moneda (y de la desvalorización de su moneda metal
lica) para financiar sus déficit49. España tuvo que hacer lo mismqi
aunque los vales reales emitidos por Carlos III desde 1780 producíais
intereses 50. Del mismo m odo, una parte considerable de la dei^s
da austríaca fue financiada, entre 1790 y 1820, por la emisión de|
papel Zettelbl. Los billetes en cuestión eran, técnicamente, instruí
mentos de deuda a corto plazo y no dinero en efectivo, pero el efecf
to inflacionario fue similar. <í
La inflación más espectacular del siglo xviii fue la de los assignaíf
emitidos por la Asamblea Nacional Francesa com o anticipos de la|
ventas de las propiedades de la corona y de la Iglesia confiscadas. £f$
bien originalmente tenían com o fin reembolsar y reemplazar d$
manera efectiva la llamada dette exigible 52 del Antiguo Régimen^
poco a poco se volvieron una herramienta para financiar los gran!
des déficit de guerra del régimen revolucionario. Los 400 millonef
de libras francesas iniciales, emitidos en diciembre de 1789, produs
cían intereses, pero desde octubre de 1790 los assignats dejaron de
pagarlos y el volumen en circulación aumentó rápidamente de 1.200
millones en septiembre a 2.400 millones en octubre de 1792. En fe*
brero de 1796, cuando se destruyeron las impresoras de dinero pú^
blicamente, ya se habían emitido assignats por un valor de 40.000
millones, es decir ocho veces la deuda del Antiguo Régimen 53. El
valor de los assignats en relación con el oro cayó de un 91 por ciento
en enero de 1791 a un 0,5 por ciento en 1796 54. Este tipo de cance
lación de deudas característicos del siglo xviii trajo como resultado
que, en 1818, la deuda por habitante en Gran Bretaña fuera quince
veces mayor que la de Francia 55. Por otro lado, la experiencia de
los assignats dejó una cicatriz duradera en la psicología francesa, en
forma de resistencia a depender del papel moneda, que se mantu
vo prácticamente durante un siglo. En 1850, más del 90 por ciento
de las transacciones de Francia se liquidaban en metálico, algo
que sólo ocurría en la tercera parte de las transacciones inglesas y en
la décima parte de las escocesas 56.
Pero la experiencia francesa no fue única. Entre 1786 y 1815, la
circulación de rublos en papel aumentó 18 veces su volumen. La ci
204
fra equivalente en Austria, entre 1790 y 1811, fue 37 57. Napoleón es
taba en lo cierto cuando afirmaba que el aumento del volumen de
papel moneda en circulación había sido uno de los fundamentos
de la financiación de la guerra con Austria: en septiembre de 1809
ordenó que se imprimieran 100 millones de florines austríacos en
billetes falsos para “devaluar los billetes y hacer que Austria volviera
a la moneda metálica”, lo que “la obligaría a reducir su ejército” 58.
Es más, mientras que Francia logró una estabilización exitosa y du
radera con la creación, bajo el gobierno de Napoleón, del franco
germinal en 1803, los estados de la Europa del Este lograron desha
cerse de su papel moneda mucho después.
En Gran Bretaña, la guerra y la suspensión de la convertibilidad
oro de 1797 generaron inflación, si bien el nivel fue mucho menor
que el del continente: los precios subieron en un 80 por ciento en
tre 1797 y 1818, pero ya en 1822 se pudo volver al nivel de la pre
guerra al readoptarse el patrón oro. A diferencia del continente, se
mantuvo la confianza, durante la guerra, de que las autoridades te
nían la intención y los medios para readoptar el patrón oro cuando
ésta finalizara 59.
Generalmente, el siglo xix es visto como la época en que la pro
pagación del sistema patrón oro eliminó la posibilidad de que se
realizaran reducciones de la deuda mediante depreciaciones de la
moneda. Pero esto no es del todo cierto. Durante la Guerra Civil es
tadounidense hubo una inflación al estilo de la de los assignats en
los estados de la Confederación, y también una depreciación de los
billetes (greenbacks) en la Unión, que resultaron en reducciones del
valor real de las deudas públicas 6(1. La convertibilidad del dólar
quedó suspendida entre 1862 y 1879, y hasta la década de 1890 per
sistieron dudas de que Estados Unidos se comprometería con el
oro. Las guerras y las crisis internas tendieron también a socavar los
intentos de fijar en plata las divisas rusas y austríacas, lo que forzó a
los gobiernos a que monetizaran sus déficit. Entre 1847 y 1853, por
ejemplo, la deuda a corto plazo austríaca aumentó de un 8 a más
del 25 por ciento del total61. En tres años, 1849-1851, la base mone
taria también ascendió en un 25 por ciento; y el coste de vida llegó
en 1854 a un máximo del 29 por ciento, sobre el nivel que había
tenido siete años antes. Las guerras en las que Austria participó en
205
tre 1859 y 1866 dieron lugar a problemas semejantes 62. Italia carel
ció de convertibilidad oro entre 1866 y 1883, y una vez más en fe^
brero de 1894. España suspendió también su convertibilidad et|
1883. Entre 1880 y 1914, Chile, Argentina y Brasil devaluaron 1$
moneda entre un 50 y un 80 por ciento 63. Aun dentro del sistema
de patrón oro, se hizo posible “aliviar” la deuda mediante la ir
ción. El hecho de que un gran número de países europeos re
ran sus deudas desde el decenio de 1890 hasta 1914 se ha atribuidcfc
no sólo a que hubo tasas de crecimiento más altas sino también a 1%
expansión global de la oferta de oro y, en consecuencia, a una ma¡|
yor inflación (comparada con las tasas negativas de las décadas
1870 y de 1880) 64.
Sin embargo, la importancia de esta leve inflación fue mínimi|
comparada a la ocurrida en 1914, cuando los pagos en efectivo qu<^
daron suspendidos en prácticamente todos los países combatientes!
en la I Guerra Mundial (con la excepción de Japón y Suráfrica)/^
sus déficit se financiaron, a distintos niveles, mediante la impresió»
de papel moneda. El caso más extremo fue el alemán, donde laJ
precios al por mayor aumentaron entre 1914 y 1923 1,3 billones da
veces. El shock sufrido por la gente, acostumbrada a la estabilidad
de los marcos avalados por el oro, puede percibirse en las memaf
rías de Elias Canetti sobre su estancia en Francfort en 1923:
Lo que golpeó a la gente fue mucho más que un mero desorden, sflí
trataba más bien de explosiones diarias... Los eventos menores, máé
privados y más personales, tenían siempre una y la misma causa: la viril
lenta caída del valor del dinero... Yo había entendido siempre el diñe#
ro como algo aburrido y monótono... Pero ahora, repentinamente, lo
veía desde una perspectiva diferente y algo monstruosa, como un de*
monio que poseía un látigo gigante que azotaba todas las cosas y que
perseguía a la gente hasta sus últimos rincones y hendiduras 65.
206
deutsche ZátungpubMcó una parodia de la canción de Mignon de Wil-
helmMeisters Lekrjahre (Los años de aprendizaje de Wihelm Meisters):
207
distintos países afectados. En Gran Bretaña y Estados Unidos la d<fe|
cisión de retornar al patrón oro con el tipo de cambio de la pregue^
rea requirió una deflación. A pesar de que hubo cierto reembolsé
de la deuda, el efecto combinado de caída de precios y crecimiento!
reducido causaron considerables aumentos de la carga real de iajj
deuda. Entre 1920 y 1931, el valor nominal de la deuda nació
británica se redujo aproximadamente en un 5 por ciento; pero
CUADRO4
Suiza 2 1921
España 2 1920
Holanda 3 1919
Dinamarca 3 1920
Suecia 4 1920
Noruega 4 1920
Italia fi 1926
Francia 7 1926
Bélgica 7 1927
Finlandia 12 1921
Checoslovaquia 14 1921
208
carga real de la deuda, teniendo en cuenta la deflación, creció un
asombroso 60 por ciento. Durante el mismo periodo, en Estados
Unidos, los reembolsos de la deuda y la deflación se anularon mutua
mente, dejando sin cambios el nivel de la carga real de la deuda. Sin
embargo, los países que descendieron por el camino inflacionario
emergieron con gran parte de la deuda interna, si no la totalidad, li
quidada. El caso extremo fue el alemán, cuya deuda pública se redu
jo virtualmente a cero en 1923. Si bien la legislación que siguió a favor
de la “revaluación” intentó compensar a los tenedores de bonos de la
preguerra en alguna medida — como les sucedió a las desventuradas
mujeres sufragistas— no hizo lo mismo con los tenedores de bonos
de guerra 71. Como parodia del lema de la Cruz de Hierro del solda
do, los alemanes dieron su oro al Estado a cambio de papeles sin va
lor 72. Países como Bélgica y Francia estuvieron en un punto interme
dio. En Francia, entre 1920 y 1929, el total de la deuda interna llegó a
aumentar en términos nominales en un 37 por ciento. Pero en rela
ción al producto nacional neto cayó en la misma proporción 73.
En muchos sencidos, esta historia se volvió a repetir durante la
II Guerra Mundial y con posterioridad a ella. En Alemania se dio
un aumento aún mayor de la deuda pública y del papel moneda, y
solamente controles estrictos de precios pudieron prevenir una ex
plosión inflacionaria durante los dos últimos años del conflicto.
Cuando cayó el régimen, en 1945, el reichsmark también desapareció
prácticamente al mismo tiempo y fue reemplazado con una rapi
dez increíble por la moneda de la ocupación impresa por los esta
dounidenses y (en cantidades excesivas) por los rusos, que forzaron
tanto a vencedores como a vencidos a improvisar dinero con ciga
rrillos y otros sustitutos hasta la reforma monetaria de junio de
1948. Otros países que experimentaron altos niveles inflacionarios
durante la posguerra fueron Grecia, China y Hungría; en dos de
ellos, las guerras civiles fueron las causantes principales del proble
ma 74. Gran Bretaña, en cambio, consiguió mantener la expansión
monetaria y la inflación a niveles inferiores a los de la I Guerra
Mundial: los precios aumentaron tan sólo un 50 por ciento en rela
ción con 1938 75.
Entre 1914 y 1945, el mundo fluctuó entre la inflación y la defla
ción. Luego, con unas pocas excepciones — los precios al consumo
209
en Estados Unidos cayeron levemente en 1949 y 1955 yjapón expe
rimentó una leve deflación menor al 0,5 por ciento en 1980,1995 y
1999— el mundo desde 1945 ha sido inflacionario, aunque con dis
tintas fases de baja y alta inflación. En los años cincuenta y sesenta
la mayoría de las economías experimentaron una inflación leve
bajo los suaves controles del sistema de Bretton Woods (véase el ca
pítulo XI). Durante los años setenta y ochenta, sin embargo, el
fracaso de ese sistema condujo a la adopción más o menos global
del papel moneda. La consecuencia fue un incremento general de
la inflación, si bien se manifestó una considerable variación en los
distintos países, dependiendo del m odo en que las autoridades fis
cales y monetarias reaccionaron a los precios más altos de petróleo
impuestos por la OPEP en 1973 y 1979. (Para darse una idea de
dicha variación, se pueden comparar las tasas medias de inflación
de Alemania, Estados Unidos, Gran Bretaña y Portugal entre 1961
y 1999, que fueron respectivamente del 3,3; 4,6; 7,1 y del 12 por
ciento). Pero desde fines de los años ochenta ha habido una caída
marcada de las tasas de inflación en la mayoría de los países. La in
flación portuguesa, que superaba el 50 por ciento en mayo de 1977',
cayó a un nivel inferior al 3 por ciento en 1999. La inflación france
sa, que alcanzó un 14 por ciento en noviembre de 1981, cayó a tan
sólo un 0,2 por ciento. Algunos críticos osados llegaron a hablar de
la “muerte de la inflación”.
R e g las y d isc r e c ió n
210
carios) 77. Pero las relaciones han cambiado considerablemente a
medida que la naturaleza del dinero y las instituciones que lo gene
ran han ido evolucionando. Un ejemplo claro sobre las dificultades
a las que se enfrenta una interpretación monetarista demasiado es
trecha de la inflación consiste en la divergencia que existió entre el
dinero en un sentido amplio y la inflación a mediados de los años
ochenta, periodo en el que, irónicamente, la política gubernamen
tal fue abiertamente monetarista.
211
trón oro evolucionó como sistema para limitar la discreción de los
bancos centrales a prestar demasiado libremente en épocas de paz.
Sólo gradualmente se gestó la idea de que el banco central debía
responsabilizarse de la administración de la moneda y de la estabili
dad del sistema bancario en su totalidad 78.
Según los economistas clásicos, la estabilidad de precios no era
la raison d’être del patrón oro. El recurso de sostener una tasa fija
entre el oro y la moneda hacía que se mantuviera automáticamen
te el equilibrio entre la economía internacional y la interior al vin
cular la oferta de dinero a nivel interno con la balanza externa de
pagos. Según la teoría del “mecanismo de precios y flujo de espe
cie ”, propuesta por primera vez por David Hume, una salida de oro
traería la caída de los precios a nivel doméstico a la vez que aumen
taría los precios internacionales, lo que conduciría a un aumento
de las exportaciones, reducción de las importaciones y reflujo del
oro 79. Según estas nacientes “reglas del juego” (la frase se acuñó en
1930), se suponía que el Banco de Inglaterra debía responder a la
salida de oro con el aumento del tipo de descuento 80, restringien
do de esa manera el crédito para mantener la proporción entre bi
lletes y oro. En teoría, la restricción monetaria que resultaría de
esto reduciría los precios en Gran Bretaña en relación con el resto
del mundo y en suma aumentaría la competitividad de las exporta
ciones británicas, al mismo tiempo que deprimiría la demanda in
terna de importaciones. Este era el concepto fundamental que es
taba en la base de la ley bancaria de sir Robert Peel de 1844, que
separó el departamento de emisión de billetes del Banco de Ingla
terra de sus operaciones bancarias comerciales y fijó una propor
ción de uno a uno entre el oro y la emisión fiduciaria del papel
moneda más allá de una determinada cantidad (que inicialmente
fue de 14 millones de libras) 81.
Es importante distinguir entre los estatutos formales que regu
lan la reserva de oro y la emisión fiduciaria y las “reglas del ju ego”
no escritas. Por lo general, se asumió que las reglas consistían sim
plemente en que el banco aumentaría su tipo de descuento cuando
las reservas de oro disminuyeran y que lo bajaría cuando aumenta
ran. Pero esto no sucedió siempre así. En lo que concierne al Banco
de Inglaterra, “el tipo de descuento... [estaba] regulado fundamen
212
talmente por la proporción de las reservas 82con respecto al pasivo,
niás que por cualquier otra consideración” 83. Los cambios de esta
proporción se controlaban diariamente, si bien el tipo de interés
se anunciaba semanalmente cuando se reunía la Junta de Conse
jeros. Sumado a esto, el gobernador del banco podía ordenar que
se aumentara (o bajara) el tipo en cualquier momento, com o suce
dió durante la crisis de 1907. La investigación moderna confirma
que los cambios en las reservas de oro fueron en efecto los deter
minantes principales de los cambios en el tipo de interés 84. Sin em
bargo, la reacción del banco a los cambios de su reserva no fue
siempre simétrica. Como afirmaba en 1909 uno de sus portavoces
en un informe dirigido a la Comisión monetaria norteamericana:
El tipo del Banco se aumenta, ya sea para prevenir que el oro salga
del país, o para atraer la entrada del oro al país, y se baja cuando está
completamente al margen de los tipos del mercado y las circunstan
cias no requieren la importación de oro 85.
213
brevivido desde la época anterior a [la ley bancaria de] 1844... Pero in*
cluso entonces, la noción era errónea 87.
214
del mercado monetario mediante la venta de consols al contado y su
recompra a plazo); peticiones de préstamo a los clientes principa
les como, por ejemplo, la Oficina de la India, el Banco de Japón e
incluso (com o en 1905-1906) a los bancos adscritos a la cámara de
compensación; reducciones de préstamos y facilidades de redes
cuento para el mercado; la manipulación de sus precios de compra
y venta del oro extranjero (ya fuera en lingotes o monedas) 94. Existe
aún cierta evidencia de que el banco reaccionó ocasionalmen
te de manera anticíclica, recortando los tipos con el fin de mitigar
las recesiones comerciales 95. En ocasiones, hasta redujo su reserva
mientras que los tipos aumentaban, lo que era exactamente lo
opuesto a lo requerido por las reglas del juego 96. En todo esto, la es
tabilidad de precios a largo plazo era un mero subproducto de la
política monetaria. En efecto, la inestabilidad a corto plazo era un
corolario de la política monetaria previa a 1914 (volveremos a esta
cuestión en el capítulo XI).
La cuestión clave es que el banco continuó ejerciendo múltiples
funciones: el deber político de ocuparse de las necesidades finan
cieras del gobierno, quí'en gran parte había quedado suspendido
durante la era victoriana; el deber reglamentario de mantener la
convertibilidad del papel moneda en oro; y el deber comercial de
pagar dividendos a sus accionistas. Aproximadamente en 1870 se
le atribuyó una cuarta función: “la de prestamista de último recur
so” para el sistema bancario en su totalidad. Que debía cumplir esta
función fue la conclusión a la que llegó Bagehot a partir de la con
ducta del banco durante las crisis financieras de 1825, 1839, 1847,
1857 y 1866, cuando fracasó la gran caja de descuento de Overend
Gurney 97. Ocasionalmente, el banco había sacado de apuros en el
pasado a ciertos bancos 98, pero en “operaciones de salvamento”, ta
les com o el rescate de Barings en 1890; el banco pudo valerse de su
relación especial con el gobierno para garantizar la operación con
el concurso de los principales bancos de negocios 99 La crisis de ju
lio-agosto de 1914 amplió aún más su función de prestamista de úl
timo recurso: después de que se adoptaran las tradicionales medi
das de emergencia (la suspensión de la Ley de 1844, la suspensión
de la convertibilidad en o ro ), la moratoria de letras de cambio hizo
que el banco se hiciera cargo de una gran cantidad (si bien su nú
215
mero es desconocido) de créditos incobrables; ésta fue la forma de
sacar de apuros a los intermediarios de efectos cuyas remesas ex*
tranjeras se habían agotado com o resultado de la crisis diplomáti*
ca. La emisión de nuevos billetes del Tesoro de una y diez libras
también sirvió para inyectar base monetaria100. Si bien las circuns*
tandas de 1914 fueron sin lugar a dudas excepcionales, esto repre*
sentó una ampliación significativa de la función pública del Banco?
mientras que antes todo se centraba en mantener “la proporción^
ahora debía ocuparse de la estabilidad general financiera y, en con*
secuencia, de la macroeconómica lül. Fue sólo gradualmente, a Id
largo del siglo xx, que los economistas se hicieron conscientes del
problema del “riesgo moral” que resultaba de esta nueva función
del banco como prestamista de último recurso. Si los bancos podían
confiar en que las autoridades los sacarían de apuros porque eraij
too big tofail (demasiado grandes para fracasar), entonces probable#
mente disminuiría su aversión al riesgo en los negocios. (Este mis*
mo problema surgió cuando Estados Unidos introdujo en los años
treinta su sistema de seguro de depósito).
El modelo británico sintetizaba el principio de Peel y el pragma
tismo de Bagehot. Pero es necesario subrayar que la evolución de
las funciones del Banco Central variaron considerablemente en lo»
distintos países. Las reglas que regían las reservas de oro no fueron
siempre las mismas, y no todos los países aceptaban la conversión en
monedas y lingotes 102. Algunos ya desde los inicios ampliaron las
funciones de sus bancos centrales yendo más allá de la convertibili
dad en metálico. Según su estatuto de 1875, el Reichsbank alemán
debía “regular la oferta de dinero en toda el área del Imperio, faci
litar el equilibrio de los pagos y asegurar la utilización del capital
disponible” 103. El sistema de la Reserva Federal estadounidense,
com o establecía la ley de diciembre de 1913, debía relacionar su
política monetaria con el volumen de “billetes, efectos de comercio
y letras de cambio que surgieran de las transacciones comerciales
existentes”; lo que parecía un eco de la doctrina de las “letras rea
les”, propuesta por quienes se oponían al “bullionismo” en la déca
da de 1810 104.
En algunos sentidos, la I Guerra Mundial y sus secuelas tendie
ron, al menos en teoría, a borrar estas diferencias. Para todos los
216
combatientes, la guerra determinó que las relaciones entre el Ban
co Central y el Estado volvieran a ser com o fueron durante el si
glo xvin: lo principal era el déficit gubernamental, mientras que la
suspensión de la convertibilidad en oro era un medio no sólo para
evitar la crisis general de liquidez sino también para centralizar el
oro necesario para financiar los déficit comerciales de gran magni
tud. Más novedoso fue el m odo en que los bancos centrales de toda
Europa intentaron administrar sus tipos de cambio en ausencia del
patrón oro. Los controles de cambio y las requisas de los activos ex
teriores en las carteras privadas intentaban detener la depreciación
frente al dólar. Por otro lado, después de la guerra, los bancos in
tentaron reafirmarse independizándose del gobierno — en térmi
nos de la Conferencia de Bruselas de 1921, todos “los bancos de
emisión deberían estar libres de las presiones políticas” 105— y pro
clamaban su fe en las “reglas” del patrón oro restaurado. La Con
ferencia de Génova de 1922 hizo una potente llamada en pos de la
independencia del Banco Central y la convertibilidad al oro, modelo
que se adoptó con las reformas monetarias de Austria (1922), Hun
gría (1923) y Alemania^ 1924), así como también Chile (1926), Ca
nadá (1935) yArgentina (1936) 106.
¿Por qué entonces la experiencia monetaria posterior a 1918
fue tan diferente, mostrando inflación en algunos de los países y de
flación en otros? La respuesta es que detrás de estas aparentes simi
litudes las prioridades de los banqueros fueron diferentes. Rudolf
Havenstein, presidente del Reichsbank durante los años de infla
ción, entendía el empleo y la producción industrial alemana como
objetivos principales y se despreocupó, en cambio, de la estabilidad
de la moneda, posiblemente porque compartía la noción de que la
depreciación del marco haría eventualmente que Gran Bretaña y
Estados Unidos redujeran los requisitos de reparaciones de guerra
impuestos a Alemania, o tal vez porque creía verdaderamente en el
legalismo de la “teoría monetaria estatal” de Knapp (que, muy al es
tilo prusiano, sostenía que el papel moneda retendría su valor si el
Estado lo mandaba) l07. Su sucesor, Hjalmar Schacht, si bien se pre
sentó com o un devoto del patrón oro y de la independencia del
Banco Central, entendió también que la política monetaria podía
servir de instrumento a la diplomacia revisionista, alineándose de
217
esta manera con la opinión de Hitler108. En Gran Bretaña, en can|
bio, la restauración y defensa de la tasa de cambio de la preguerrjj
fue entendida com o una condición indispensable para que volvij|
ra a generarse la confianza en Londres com o centro financierqj
ésta fue la misión de Montagu Norman como presidente del Banet
de Inglaterra. Francia y Estados Unidos otorgaron más importa^
cia a las condiciones internas que a las reglas del juego: ambos pal
ses esterilizaron sistemáticamente las entradas de oro con el fin <f|
evitar que los considerables excedentes de sus balanzas de pagosé|
tradujeran en una mayor inflación a nivel interno 109. En parte dáj
bido a esto — aunque también porque la libra esterlina
brevalorada luego del retorno al oro— el intento británico
retrasar el reloj de la historia monetaria resultó en la gran crisis «
nanciera internacional de 1931, a partir de la que los distintos pa£
ses fueron abandonando uno tras otro el oro.
En particular, el Banco de la Reserva Federal de Nueva York dijj
sarrolló una teoría monetaria aberrante después de la muerte* cüj
1928, de su presidente, Benjamín Strong. Concentrándose en
tipos de interés nominal y en el préstamo bancario, y con el conve^
cimiento de que en el decenio de 1920 se había dado una expaffl
sión monetaria excesiva, la Reserva Federal hizo repetidamente k¡
que no debe hacerse: no detuvo la contracción que resultó del dé¡
rrumbamiento de Wall Street (octubre de 1929); esterilizó las eií
tradas de oro induciendo a una perversa contracción monetaria
aumentó los tipos de interés para frenar la salida del oro (en sepí
tiembre de 1931 y una vez más, en febrero de 1933) y suspendió en
1932, aun cuando su coeficiente de reservas doblaba el mínimo re
querido, la compra en mercado abierto de los valores del Estado 11&.
Si ha de identificarse la culpa por la gravedad de la Gran Depresión?
en una única acción humana, ha de localizarse en estas medidas.
De la no discreciónai.tdad a la independencia
218
sionaron en los decenios de 1920 y de 1930 se trató de un destino
merecido por la mayoría de ellos. El caso extremo fue el de la Unión
S o v ié tica , donde el crédito se centralizó completamente según
jos planes quinquenales. En Alemania, el Reichsbank, según los
S c h a c h t , impuso un conjunto de controles sobre el sistema finan
ciero hasta que se vio sometido por Hitler, quien reaccionó a las
advertencias de Schacht sobre los efectos inflacionarios que resul
tarían del rearme con su despido. Pero esta erosión del poder de los
bancos centrales se dio también entre los países con sistemas demo
cráticos: aun antes de la II Guerra Mundial se nacionalizaron los
bancos centrales de Dinamarca, Nueva Zelanda y Canadá. Con el
New Deal, el sistema de la Reserva Federal quedó subordinado al
Tesoro (si bien esta medida no logró prevenir una nueva e inevita
ble recesión que tuvo lugar en 1936-1937 cuando el Banco Central
a u m e n t ó innecesariamente la reserva obligatoria) m . Hacia fines
de la II Guerra Mundial, el Banco de Inglaterra era tan claramente
el ala encargada de emitir papel moneda del Tesoro que su nacio
nalización prácticamente no presentó resistencia alguna112. Hoy en
día la mayoría de los bancos'centrales pertenecen a los estados 113.
La lógica de la nacionalización descansaba en el hecho de que la
propiedad privada de los bancos centrales era incompatible con
sus responsabilidades a nivel macroeconómico, lo que en la prácti
ca consistía en mantener los tipos de interés a nivel bajo, y que la
política fiscal hiciera un trabajo seriamente keynesiano destinado a
lograr un nivel ideal de demanda. Según el informe de la Comisión
Radcliffe (1959): “La política monetaria... no puede ser entendida
como una forma de estrategia económica enfocada hacia objetivos
propios. Es parte de toda una política económica del país y debe
planearse com o tal” 114
En la práctica —y éste fue especialmente el caso de Gran Breta
ña— , lo que verdaderamente dominó la política monetaria fue la
lucha por mantener los sucesivos ajustes al dólar según el sistema
de Bretton Woods. El Banco de Inglaterra dejó de depender del
cambio del tipo de descuento; ahora tenía una amplia gama de con
troles de crédito a su disposición. Los sucesivos ministros de Ha
cienda intentaron valerse de ellos de distintas maneras con el afán
casi imposible de mantener el empleo evitando el debilitamiento
219
de la libra esterlina n5. La Reserva Federal de Estados Unidos, e$
cambio, contó con bastante libertad como para diseñar contracción
nes económicas destinadas a reducir la inflación (o “navegar cont
corriente”): entre 1947 y 1979, lo llevó a cabo en seis ocasiones, qi
tuvieron como resultado efectos importantes y duraderos. De m«|j
dia, la desviación hacia una política antiinflacionaria produjo ^j|
disminución de la producción industrial en un 12 por ciento y el
aumento del 2 por ciento del desempleo 116. A esto se refería Wifc
liam McChesney Martin —gobernador de la Reserva Federal ebj|
1951 a 1970— cuando hablaba de “quitar la ponchera justo cuan|
do la fiesta está comenzando”.
Hubo dos acontecimientos que pusieron de manifiesto la imp
tencia del Banco Central frente a los peligros de la inflación: la Gu
rra de Vietnam y el programa de asistencia social conocido cor
“Gran Sociedad”, que incrementaron el déficit estadounidense (;
bien no tanto como se afirma a menudo) 117; y la crisis del petróte
desencadenada por la Guerra de Yom Kippur de 1973 y la Re\5§¡¡
lución Iraní de 1979. El derrumbamiento del sistema de Brettc
Woods —que se originó por la negativa europea a revaluar contra^
dólar— eliminó el control externo sobre la expansión monet
Según los defensores de la teoría “del ciclo político de negocios”, >
no existía nada que impidiera que los políticos manipularan la p oli
tica rnonetaria para asegurarse la reelección, con la excepción de|
rápido empeoramiento del trade-offentre inflación y empleo por tijf
gyuste de las expectativas populares y la subida de la “tasa de desem^
pleo no aceleradora de la inflación” (nairu) (véase el capítulo VIII)
Hasta qué punto los altos niveles de inflación de los años seten*
ta fueron responsables directos del bajo crecimiento es un ternas
que sigue en discusión. Según algunos economistas, la reducción
de la inflación a nivel cero facilitaría el crecimiento, ya que la in
flación favorece el consumo sobre el ahorro 118; según otros, el em
puje de la tasa de desempleo por debajo de la nairu trae tan sólo
niveles moderados de inflación 119. Pero incluso si es cierto que la in
flación impide el crecimiento sólo cuando sus tasas superan el 40
por ciento —puede llegar a ser beneficiosa si la tasa es aproxima
damente de un 8 por ciento 120— hubo otras razones de peso por
las que fue necesario controlar la aceleración de la inflación, en
220
tre ellas la cuestionable legitimidad de la redistribución de renta
y riqueza inducidas de esta form a121.
Tres fueron las respuestas teóricas a la crisis “estanflacionaria”.
La primera fue que los bancos centrales deberían tener como obje
tivo principal, si no como único objetivo, la estabilidad de los precios.
La segunda, que deberían lograrlo concentrándose en el crecimien
to de la oferta de dinero. La tercera, que deberían estar más libres
de las presiones gubernamentales.
Las reglas del juego nunca cambiaron tan vertiginosamente como
lo hicieron en los años setenta, cuando varios bancos centrales ex
perimentaron abundantes objetivos (como el MO y el M3 en Gran
Bretaña y las reservas en Estados Unidos) 12\ El “monetarismo” en
sí mismo fue desde sus inicios una revolución con dificultades,
pues los economistas desaprobaban que los banqueros se valieran
de la antigua herramienta de los tipos de interés (deseaban que la
base monetaria estuviera directamente controlada para lograr los
objetivos monetarios). De todos modos, la desregulación del siste
ma financiero que acompañó a la nueva política tuvo (especialmen
te en Gran Bretaña) el efecto perverso de cambiar los agregados
monetarios que se teníán por objetivo. Los políticos europeos, tan
pronto com o abandonaron un sistema de tipos de cambio fijos, co
menzaron a crear por su cuenta un nuevo sistema; es más, los britá
nicos y norteamericanos reconocieron a mediados de los años
ochenta que no se podía dejar que los tipos de cambio actuaran por
sus propios y variables mecanismos. La verdadera relevancia del mo
netarismo estuvo en que fue parte de un cambio de régimen mu
cho más amplio simbolizado, políticamente, por las elecciones de
Margaret Thatcher y Ronald Reagan y el ascenso al poder de Hel-
mut Kohl en Alemania. Los shocks monetarios infligidos entre 1979
y 1982, cuando los tipos nominales de interés ascendieron abrupta
mente, quebraron la espiral de expectativas inflacionarias.
Pero este logro compensó el fracaso a nivel teórico: entre bam
balinas las “reglas” se iban dejando a un lado en favor de la “discre
ción” —lo que equivalía a depender de una multiplicidad de reglas,
que no eran del todo explícitas ni tampoco coherentes entre sí— .
El castigo que sobrevino por esta incoherencia fue mayor para Gran
Bretaña, donde Nigel Lawson abandonó la fijación de objetivos
221
monetarios y buscó “seguir de cerca” al marco y formar parte
Mecanismo de Tipos de Cambio comunitario en el momento ejjj
que la reunificación alemana determinó la subida de los tipos dé
interés 123. Tras la ignominiosa salida de la libra esterlina del Meca|
nismo, el Banco de Inglaterra siguió el ejemplo del Banco de Nuevsi
Zelanda concentrándose ya no en el dinero ni en el tipo de cambié
sino en la inflación. A lo largo de los años noventa, más de cincuenta
bancos tomaron esta misma actitud, con la excepción de la Reservad
Federal, que sigue su doble meta reglamentaria de “máximo en®i
pleo” y “estabilidad de precios” valiéndose de las operaciones dcÉ
mercado libre y teniendo por referencia una mezcla de variables
Los noventa son vistos a veces como “la era de los bancos central
les” 125. Debido al surgimiento de nuevas naciones, hubo más basé
eos centrales que nunca: de 18 en 1900 y 59 en 1950, su número asa|
mentó a 161 en 1990 y a 172 en 1999. Más del 90 por ciento de k||
miembros de las Naciones Unidas tienen hoy sus propios banc«M|
centrales126. Por lo general, se le atribuye gran poder a la peques
élite que maneja estas instituciones. Antes de la Unión Monetaria:
Económica, se solía describir al Bundesbank como “el Banco qi
rige Europa” 12?. En Estados Unidos, primero Paul Volcker y luegfl¡
Alan Greenspan tuvieron tanto éxito en realzar el poder y prestigá^
de la dirección del Consejo de Gobernadores de la Reserva Federa®
que éste llegó a tener mayor poder económico que el mismo
dente del país. El hecho de que el nivel de inflación fuera c
mente más bajo en los países con bancos centrales independien!
tes128 convenció a muchos teóricos, banqueros y políticos de que $df
separación de los poderes económicos era clave en la estabilidad
de precios (si no en el aumento del crecimiento) 129. Esta era, como:
ocurre generalmente con la historia de la política económica, una
vieja noción bajo nuevas vestiduras. Ya en los años treinta, el exper*
to en cuestiones monetarias Otto Niemeyer (gran rival de Keynes
desde los días de Cambridge) había articulado este principio en un
informe presentado en 1931 a la Cámara de Diputados de Nueva
Zelanda:
222
rársele, su existencia será más dañina que beneficiosa, ya que si bien el
Banco Central debe servir a la comunidad, no puede llevar a cabo sus
complejas funciones técnicas y lograr establecer un lazo de conexión
con otros Bancos Centrales si depende de presiones políticas u otras
influencias no económicas130.
;Df. in d e p e n d e n c ia a irrelevancia ?
/'
No obstante, el poder que ejercen el ejecutivo y el legislativo so
bre el Banco Central no debe perderse de vista: aun el banco central
con mayor independencia del mundo debe, en última instancia,
ceder a los designios del gobierno en casos de urgencia nacional.
Y no se trata necesariamente de un estado de guerra, com o des
cubriera con algo de molestia el Bundesbank en 1990, cuando el
canciller Helmut Kohl invalidó al presidente Karl-Otto Póhl en
cuestiones relativas a la reunificación monetaria alemana. Resulta
discutible que los bancos centrales hayan logrado una mayor inde
pendencia exclusivamente porque haya habido una mayor volun
tad política por lograr niveles de inflación más bajos. No existe evi
dencia alguna de que los bancos centrales independientes logren
niveles más bajos de inflación a menor coste en términos de creci
miento y empleo que los no independientes132.
Ylo que es aún más importante, desde los ochenta, la expansión
y evolución de los mercados financieros han reducido significativa
mente la influencia que los bancos centrales pueden ejercer sobre
223
el crédito del sector privado. Como señaló Benjamin Friedman, el
volumen total de reservas que otros bancos e instituciones financie*
ras mantienen con el Sistema de la Reserva Federal es inferior a los
50.000 millones de dólares, lo cual representa una mínima frac
ción del PIB estadounidense (un 0,5 por ciento). En comparación*
el volumen de títulos emitidos por el Tesoro es enorme, 3,7 billo
nes de dólares; si le sumamos las emisiones de otras instituciones
apoyadas o garantizadas por el Estado, el total es de 7,1 billones de
dólares; es más, si incluimos los bonos del sector privado, el total
del mercado de bonos estadounidenses es de 13,6 billones de dóla*
res. Y el mercado de acciones es aún mayor. Con todo, hay que con#-
ceder que el Banco Central es el proveedor monopolista (y también
el que las retira) de las reservas bancarias; cambios bien pequeñcí»
en su política pueden, en teoría, tener un impacto sobre la tota%
dad del sistema financiero. Pero las innovaciones con respecto al
sistema de pagos — el dinero electrónico y las “tarjetas de crédito”-«*
pueden hacer que se reduzca la necesidad de reservas bancarias
y de sistemas de compensación nacionales y centralizados
Ya el crecimiento del crédito no bancario — los préstamos otor-v
gados por instituciones que no son bancos por tener obligaciones
diferentes a las reservas bancarias— tiende a limitar la importancia
de las reservas bancarias. Los fondos de pensiones, las compañías
aseguradoras y los fondos de inversiones no poseen reservas; y, sin
embargo, su participación en el mercado crediticio estadouniden
se ha crecido continuamente. En 1950, los bancos comerciales rer
presentaban más de la mitad del total del mercado crediticio de Es
tados Unidos, pero ya en 1998 su participación había descendido a
menos de la cuarta parte. Esto refleja el desarrollo del proceso de
datos y la tecnología informática, que han reducido significativa
mente las “asimetrías” en la información, la auténtica raison d’être
de los tradicionales bancos comerciales. Al mismo tiempo, el desa
rrollo de la “titulización”, por la que se venden los tradicionales
préstamos bancarios a inversores no bancarios en carteras agrega
das, ha debilitado aún más la relación entre el sistema de reservas
del Banco Central y el sistema crediticio en general. Por todas estas
razones, Friedman caracterizó al Banco Central de un futuro cerca
no com o “un ejército compuesto tan sólo de un cuerpo de señaliza
224
ción” 134. De cualquier forma, los bancos centrales que dependen
de cambios en los tipos de interés a corto plazo para mantener la
estabilidad de precios se rigen por pronósticos de inflación con dos
años al menos de antelación 135. En consecuencia, las señales que
envían pueden ser erróneas si los pronósticos resultan ser erróneos.
Hay quienes sostienen que los bancos centrales sobrevivirán en
tanto que las personas prefieran el anonimato del efectivo al dine
ro electrónico que, por naturaleza, es más rastreable; y en tanto ne
cesiten bancos que les ayudan a distinguir entre los riesgos de un
buen y un mal crédito en el momento de invertir sus activos; y en
tanto los gobiernos deseen arriesgar el dinero de los contribuyen
tes para intentar controlar los tipos de interés a corto plazo 136. Por
otro lado, se ha reconocido ya desde hace tiempo que es posible des
hacerse de los bancos centrales137. No olvidemos que ha habido ex
periencias históricas de “libertad bancaria”: Estados Unidos lo hizo
en el siglo xix, por ejemplo. No está en absoluto demostrado que
esto no haya funcionado. Es cierto que el Sistema de la Reserva Fe
deral se estableció tras la crisis financiera de 1907 con la convicción
de que el contar con un prestamista de último recurso incrementa
ría la estabilidad del sistema financiero norteamericano. Sin em
bargo, es importante recordar que, como hemos visto, la peor crisis
financiera estadounidense, que devastó la economía norteamerica
na en los años siguientes a 1929, tuvo en gran medida que ver con
el mal uso de poderes que hizo la Reserva Federal. Queda por dis
cutir qué habría ocurrido si la política monetaria estadounidense
no hubiera estado bajo el control de la Reserva Federal, si en ese
caso la Gran Depresión no hubiera sido tan severa com o fue, y no
sólo en Estados Unidos.
Para continuar reflexionando sobre estos temas, es necesario
que nos centremos en un concepto que hasta ahora hemos deja
do a un lado deliberadamente: se trata de la tasa de interés. De
modo que cae el telón para el Fausto de Goethe y se abre al Shylock
de Shakespeare.
225
C a p ít u l o vi
S o b r e e l in t e r é s
227
Anon (English School), ‘The National Parachute, or John Bull conducted to
Plenty and Emancipation”, 1802
que hombres: y hay ratas de tierra y ratas de agua, ladrones de agua
y ladrones de tierra, es decir, piratas, y también está el peligro de los
mares, de los vientos y de los arrecifes 2.
R e n d im ie n t o s
229
ta una relación positiva entre los tipos de interés nominal y la infla
ción (se habla de la “paradoja Gibson” o del “efecto Fisher”) . La ex
periencia de Gran Bretaña sugiere que fueron más bien los efectos
fiscales que resultaron de las guerras los causantes de tal relación 3.
Pero com o puede esperarse, hay también a nivel estadístico relacio
nes significativas entre el rendimiento de los consols (el bono britá
nico a largo plazo de mayor importancia) y las medidas del creci
miento monetario. Una posibilidad que, sin embargo, parece
puede dejarse de lado es que exista una relación directa entre los
coeficientes deuda/PIB y los rendimientos. Un análisis estadístico
de los datos británicos del periodo 1727-1997 revela relaciones ne
gativas o débiles entre el rendimiento de los consols y los indicado
res fundamentales de la política fiscal (el coeficiente deuda/PIB y .
el coeficiente déficit/PIB). El único indicador fiscal que a nivel es
tadístico puede llegar a tener cierta relación significativa con lo s!
consols es el de la carga del servicio de la deuda 4. Si se divide el pe-
riodo en subperiodos, los resultados no son mucho mejores. Una <
de las posibilidades es que haya sido el aumento del gasto asociado a
las guerras, y no el aumento del préstamo, lo que haya determinadq ;
que aumentaran periódicamente en Gran Bretaña los tipos de inte
rés durante los siglos xviii y xix. De cualquier forma, es imposible
separar los efectos de un gasto creciente y una deuda creciente ya
que se han movido prácticamente en paralelo; y los mayores rendi
mientos pueden, en parte, haber reflejado los cambios de la prima
por incumplimiento de los bonos británicos y las expectativas sobre
la futura convertibilidad del dinero en oro 5.
Una explicación posible es que, simplemente, los contemporá
neos no tuvieron conocimiento de los coeficientes deuda/PIB. Si
bien tenían un concepto de renta nacional o de riqueza 6, sus esti
maciones eran muy imprecisas y poco frecuentes com o para calcu
lar tales cifras de modo regular. Sin embargo, se han hecho cálculos
similares relativos a un grupo de países semejantes para el periodo
1960-1999 y la correlación entre el coeficiente deuda/PIB y el rendi
miento del bono a largo plazo ha dado negativo en cinco de los sie
te casos 7. El ejemplo más significativo es el de japón, donde un cre
cimiento acelerado de la deuda se vio acompañado por un declive
casi igual de acelerado en los rendimientos. Entre 1990 y 1999, la
230
deuda pública brutajaponesa subió de un 61 por ciento del PIB a un
108 por ciento, y se esperaba que alcanzara el 130 por ciento para el
año 2000. Sin embargo, los rendimientos de los bonos a largo plazo
japoneses cayeron de un 8 por ciento, en septiembre de 1990, a un
mínimo del 1 por ciento en noviembre de 1998 8. Lo que explica la
ausencia de una,correspondencia directa entre las cargas de la deu
da y los rendimientos es que la suma actual de la deuda a pagar en
relación con la producción total es una de las muchas medidas que
influyen en la percepción de los inversores; incluso, en algunos ca
sos, puede no influirles en absoluto. Durante los años noventa,
en los países industrializados, las expectativas de los inversores so
bre la caída de la inflación —y en el casojaponés de una clara defla
ción— ejercieron un impacto mucho mayor que el alza de los coe
ficientes deuda/PIB.
Según la teoría económica, el rendimiento de un bono es el
tipo de interés “puro” o real (que equivale a la eficiencia marginal
del capital en la economía) más la prima por incertidumbre, que
incluye, en primer lugar, el riesgo por incumplimiento del presta
tario y, en segundo lugar, las expectativas de inflación y /o depre
ciación; la prima por lo general es mayor cuanto más remota sea
la fecha de liquidación. Según el modelo más simple: “las tasas de
los bonos... reflejan la suma de las expectativas de crecimiento
real y de inflación” 9. En verdad, los rendimientos se ven determi
nados también por: la liquidez de los mercados, en particular por
la disponibilidad y el atractivo de activos alternativos; las regula
ciones legales y restricciones (com o la obligatoriedad de los fon
dos de pensiones y compañías de seguros de vida de poseer bonos
gubernamentales); y por latributación sobre rentas no salariales.
Pero, fundamentalmente, los rendimientos deben reflejar las ex
pectativas de crecimiento e inflación. Keynes lo explicaba del si
guiente modo:
231
com o forma de mantener la riqueza... es la existencia de la incertidum-
bresobre el futuro tipo de interés10.
232
25 r
Gráfico 11. La tasa de crecimiento real menos el tipo de interés real de Gran Bretaña,
1831-1994
233
que se redujo en valores absolutos en una cuarta parte, así com o en
el crecimiento económico que la redujo en un 90 por ciento en tér
minos reales durante ese mismo periodo. Entre 1915 y 1923 se sep.
tuplicó la deuda nominal, y el incremento fue sólo levemente con
trarrestado por la inflación y apenas por el crecimiento. Entre 1924
y 1941, la deuda quedó más o menos estancada, tanto en término?
nominales como reales, pero cayó en un 31 por ciento en términos re
lativos gracias al aumento del crecimiento. Entre 1941 y 1946, la
deuda volvió a subir 2,4 veces, y el aumento pudo mitigarse leve
mente gracias al crecimiento y no por la inflación. Pero entre 1947
y 1975 la inflación, y en menor medida el crecimiento, anularon
completamente los efectos del incremento del 79 por ciento del va
lor nominal de la deuda. En términos reales, se redujo un 61 por
ciento y, en términos relativos al PIB, se redujo un 82 por ciento.
Entre 1976 y 1997 se dio una interacción más sutil entre estos tres
factores. La deuda nominal aumentó siete veces, sin embargo la
inflación redujo el aumento hasta menos de dos veces, y el crec%
miento recortó el ascenso hasta el 20 por ciento. Se pueden haceií
cálculos similares para Estados Unidos; muestra una tendencia si
milar aunque con picos y valles distintos. Entre 1969 y 1997, poi*
ejemplo, la deuda federal norteamericana aumentó en términos no*
mínales 13 veces; en términos reales, 3,5 veces; pero en relación cotí
el PIB tan sólo 1,6 veces19. Estas cifras revelan cóm o los movimien*
tos de precios y el crecimiento determinan el alcance y la persisten?
cia de las cargas de las grandes deudas nominales en términos reales.
La facilidad con que, durante el siglo XX, se han podido reducir
las cargas de la deuda real gracias a la inflación nos inclina a afir*
mar que esos “jubileos” periódicos constituyen una característica
recurrente de la economía política. Sin embargo, el impuesto infla-
cionista constituye un m odo efectivo de reducir la carga de la deu
da sólo bajo ciertas circunstancias. Cuando la estructura de la deuda
se vuelca en instrumentos a corto plazo, los prestamistas pueden lle
gar a anticipar o a reaccionar rápidamente a la inflación aumentan
do los tipos de interés que demandan 20. Aun cuando el gobierno
se basa fundamentalmente en bonos a largo plazo, un aumento de
la inflación puede conducir al incremento de los rendimientos, al
subir el coste de las nuevas peticiones de préstamo. Es más, en situa
234
ciones de gran endeudamiento público, es más fácil que comience
la inflación a que se detenga. Es muy posible que fracase un banco
central que intente detener la inflación por medio del aumento del
tipo de interés a corto plazo si el gobierno continúa incurriendo
en grandes déficit21.
CUADRO 5
C o m o porcentaje C o m o porcentaje
Nominal Real delPIB Nominal Real delPIB
------------------------------------------------------------------------------------------------- 1-------------------------------
Fuentes: Calculado a partir de las cifras que aparecen en Goodhart, ‘Monetaiy Policy’
235
dores y las empresas basan sus expectativas en el promedio de la
inflación actual y la pasada— entonces una política antiinflacioí
naria tendrá inevitablemente efectos negativos sobre la produce
ción y el empleo. Por otro lado, si las expectativas son racionales
— es decir, si los agentes económicos infieren, inmediatamente!
del cambio de política una inflación futura más leve— entonce«
es posible controlar la inflación a m enor coste, siempre que el
cambio de la política sea “entendido y aceptado por todos de una
vez y para siempre... y por ende, que sea muy poco probable que
se revierta” 23.
Debido a la “innecesaria aleatoriedad” que caracteriza al “ii>
cumplimiento parcial vía inflación”, algunos economistas llegaron
a la conclusión de que “la deuda nominal no era una buena idea” y
que eran preferibles los bonos ajustados al efecto de la deprecia*
ción (es decir, a prueba de inflación) 24. Sin embargo, dicha tesis n<$
fue demasiado adoptada, fundamentalmente porque comenzaron |
mermar los temores a la inflación en los noventa. En lugar de estói
muchos gobiernos eliminaron la posibilidad de un incumplimien
to por inflación emitiendo una gran proporción de deuda a cortil
plazo. El cuadro 6 ilustra que la deuda a corto plazo representa unfí
parte relativamente pequeña de los totales de las deudas de Aus*
tria, Alemania y Holanda, pero que constituye más de la tercer^
parte de las deudas italiana, francesa y española. En Gran Bretaña,
cerca de la cuarta parte del total de la deuda nacional tenía, en 1997*
un plazo de vencimiento de cinco años, mientras que para más de
la quinta parte el plazo de vencimiento era superior a los quince
años 25. Pero en Estados Unidos aproximadamente un tercio de la
deuda federal — en manos privadas— tenía un plazo de vencimien
to inferior al año, y un 72 por ciento — prácticamente las tres cuar
tas partes— menor de cinco años 26.
Esta dependencia de bonos a corto plazo marca un gran contras^
te con el siglo xix. Además de disuadir a los gobiernos para no re
ducir sus deudas mediante la inflación, hace que los costes por la
deuda gubernamental sean mucho más sensibles a las fluctuacio
nes de los tipos de interés. Esto puede resultar ventajoso cuando los
tipos descienden — como ocurrió en los años noventa— : según un
cálculo, en 1999, los bonos gubernamentales británicos a largo pla
236
zo costaron a los contribuyentes 3.000 millones de libras más de lo
que deberían haber pagado si hubieran sido bonos a corto plazo 27.
pero la deuda a corto plazo puede rápidamente traer problemas si
los tipos ascienden.
E x p e c t a t iv a s pasadas y presentes
CUADRO 6
Austria 0,4
Bélgica 21,1
Finlandia 27,9
Francia 42,4
Alemania 3,9
Italia 39,4
Holanda 4,9
España 52,7
Noruega 35,4
Suecia 15,3
Reino Unido 29,6
237
Desde el punto de vista de los inversores, la razón principal por
la que debe temerse el incumplimiento o la depreciación de la mo
neda es el hecho de que esto ha ocurrido en el pasado. Lo cual ex
plica por qué los beneficios a corto plazo del incumplimiento o la
depreciación para reducir la carga de la deuda gubernamental de
ben contrapesarse con los costes por la pérdida de reputación que
puede surgir a largo plazo, que habitualmente aumenta el coste dé
los préstamos futuros. Esta es una cuestión fundamental para com*
prender por qué algunos países han sido capaces de soportar nive
les absolutos mucho más elevados de deuda que otros. \
Datos de principios de la era moderna confirman la relación en?
tre las malas actuaciones del pasado y los tipos de interés del pre*
sen te. No hay duda de que las ciudades-estado en buena condición
crediticia podían pedir préstamos a tipos de interés inferiores qud
aquellos monarcas propensos al incumplimiento. Los rendimierti
tos de la deuda consolidada de Génova durante la segunda mitad
del siglo xiv fluctuaron entre el 5 y el 12 por ciento 29. Esto no fuq
tampoco infrecuente en Florencia durante el siglo XV, cuando loé
rendimientos fluctuaron entre el 5 y el 15 por ciento 30. Los aides de
los Habsburgo, en cambio, llegaron a rendir en Amberes un 20 pos
ciento en 1520 y 1530 (si bien cayeron a un 10 por ciento en 1550).
Los rendimientos de los asientos a corto plazo aumentaron de ma
nera continua durante el siglo x v t cuando la reputación crediticia
del régimen de los Habsburgo declinó como resultado de sucesivos
incumplimientos: de un 18 por ciento en el decenio de 1520 subie
ron a un 49 por ciento en el de 1550 31.
El sistema de finanzas públicas holandés demostró ser el más
exitoso disminuyendo los tipos de interés. Los rendimientos h o -,
landeses descendieron de m odo continuo de un 8 por ciento en
el decenio de 1580 a un 5 por ciento en el de 1630, y de un 3 por
ciento en el de 1670 a tan sólo un 2,5 por ciento en el de 1740 32.
Y esto ocurrió cuando las Provincias Unidas aumentaban constan
temente su deuda, lo que confirma que no existe una correlación
directa entre el tamaño absoluto de la deuda y el rendimiento de
los bonos que la constituyen. Lo mismo ocurrió con las deudas y los
rendimientos de los cantones de Suiza durante la mayor parte del
siglo XVI 33.
238
En cambio, los rendimientos franceses de los siglos xvm y xix re
velan claramente cóm o la falta de fiabilidad fiscal ejerce un impac
to sobre la confianza del inversor. Las dificultades institucionales
de Francia — sobre todo el mal hábito del Antiguo Régimen de de
jar de pagar regularmente pasadas unas décadas— no sólo limita
ron la suma que Francia pudo pedir en préstamo, sino que deter
minaron también la subida del coste de las peticiones de préstamo a
niveles muy superiores en relación con las cifras equivalentes de
Holanda y Gran Bretaña. Debido a la compleja estructura de la deu
da francesa, es posible calcular una variedad de rendimientos dife
rentes. Las rentes eran consideradas biens immeubles com o la tierra y
no se comerciaba con ellas tan fácilmente. Las anualidades vitalicias
—la mayor parte de la deuda en 1789— no se compraban ni ven
dían después de especificar sus fechas de vencimiento. El tipo dis
ponible que puede compararse mejor con el británico es probable
mente el emprunt d’octobre (préstamo de octubre) creado por la nueva
Compagnie des Indes en 1745, si bien debemos recordar que re
presentaba sólo una pequeña fracción del total de la deuda france
sa. Sin embargo, las cifras demuestran claramente el nivel de la di
ferencia fiscal entre Francia y Gran Bretaña. Entre 1745 y 1780 hubo
una diferencia significativa entre los rendimientos de los bonos del
gobierno francés y los del gobierno británico que estaba entre los
100 y los 200 puntos básicos (uno o dos puntos porcentuales). Como
muestra el gráfico 12, la diferencia es muy marcaba a principios de
la década de 1770, cuando el rendimiento del “préstamo de octu
bre” francés superó el 10 por ciento mientras que los rendimientos
del consol se mantuvieron firmes en un 3,5 por ciento. Otros bonos
franceses ofrecían aún más rendimientos 34. Pero es cierto que en
tre 1780 y 1785, el diferencial cayó por debajo de los 100 puntos bá
sicos y desapareció completamente en marzo de 1785. Si calcula
mos el promedio de las cifras del periodo 1754-1789, resulta claro
que el coste del endeudamiento fue mucho mayor para Francia que
para su rival del otro lado del canal: de unos 244 puntos básicos o
aproximadamente de un 2,5 por ciento.
Estos diferenciales se basaban en las experiencias de incumpli
mientos pasados: había un elemento de “prepago por eventual re
pudio” 35. También se dio un claro salto en los rendimientos como
239
20
—............. Rendimiento ajustado M áxim o registrado
del ‘ emprunt d ’octobre’ de los rendimientos
——•• Rendimientos del 5 por ciento franceses de agosto
de Ja ‘rente’ de 1 7 99 : 63,5 por ciento
— Rendimiento de los ‘consols’
12
TO
i i i i i i i i i i i i____ j » i i
H \C O -*-00 O ^ OO r |\ 0 O ^ 0 0 rJ
»A ^ ^ 'í N N M QO 05 O s O s O O O H
Fuentes: Neal, R ise o f F in an cial Capitalism , págs. 241-57, para los precios de los consols;
los datos franceses han sido cordialmente facilitados por François Velde.
240
peí importante) 38 . Esto es lo que quiso decir el obispo Berkeley
cuando señaló que “la ventaja principal que tenía Gran Bretaña so
bre Francia” era el crédito 39. Es más, com o afirmara Isaac de Pinto
en 1771 cuando los rendimientos franceses estaban por las nubes:
“No es el crédito lo que arruinó la economía francesa... Por el con
trario, fue la falta de crédito en momentos de necesidad lo que
ocasionó el daño” 40.
La diferencia fundamental entre Francia y Gran Bretaña duran
te el siglo x v iii no fue entonces cuestión de medios. Francia tenía
más medios. Realmente se trató de una cuestión de instituciones.
Gran Bretaña tenía un sistema de recaudación impositiva muy
superior, el Exáse. Tras la Revolución Gloriosa, Gran Bretaña tuvo
también un gobierno representativo que tendió a elaborar presu
puestos más transparentes y que también — lo que es más impor
tante— redujo la posibilidad de incumplimiento, pues los tene
dores de bonos de la Deuda Nacional pertenecían a los sectores
mejor representados en el Parlamento 41. La deuda nacional esta
ba ampliamente consolidada (sobre todo a largo plazo) y adminis
trada de manera transparente (especialmente después del adveni
miento del consol). Y el Banco de Inglaterra — que no tenía símil en
Francia— garantizaba también la convertibilidad del dinero en oro
(salvo en casos de extrema urgencia) reduciendo así, o eliminando
completamente, el riesgo de incumplimiento mediante la infla
ción. Fueron estas instituciones las que permitieron-que Gran Bre
taña pudiera soportar un coeficiente deuda/PIB mucho mayor que
el de Francia al lograr que el interés pagado sobre la deuda fuera
mucho menor que el francés. Si ha de buscarse una explicación fis
cal del triunfo de Gran Bretaña sobre Francia en su competencia
global, aquí la tenemos.
Pero lo crucial es que la efectividad de las instituciones depende
fundamentalmente de la credibilidad. Es significativo señalar en
este contexto que cada vez que surgió la oportunidad de la Restau
ración de los Estuardo — por ejemplo, el levantamiento jacobino
de 1745— los rendimientos de los bonos subieron también 42. Se
gún los contemporáneos, no había garantía alguna de que el cam
bio de régimen instaurado por la Revolución Gloriosa pudiera per
durar y que los descendientes directos de los Hannover reinaran
241
en Gran Bretaña por más de trescientos años después de la deposi
ción de Jacobo II. La posibilidad de que los franceses en el exterior y
los escoceses de las Tierras Altas restauraran a los Estuardo no podía
descartarse completamente, ni siquiera tras de la derrota de Cullo-
den en el 45. Pero comparados a los riesgos de incumplimiento que
tenían los inversores franceses, estos peligros eran más remotos.
A primera vista y en este contexto, es llamativo que la crisis polír
tica de 1789 no haya ejercido un impacto mayor sobre los rendi
mientos franceses. Si bien los rendimientos de los préstamos que se
pusieron en circulación en 1782 y 1784 subieron al 11 por ciento,
esto ocurrió un año antes, en 1788. Entre 1780 y 1790 fluctuaron
en torno al 9 por ciento, y descendieron a un 5 o 6 por ciento en los
primeros seis meses de 1791. Como muestra el gráfico 12, el “prestar
mo de octubre” se vio aún menos afectado por la primera fase de la
Revolución, nunca superó el 8 por ciento y estuvo lejos de alcanzar
el pico de rendimiento de 1771 43. Lo que esto sugiere es que el meiv
cado inicialmente recibió bien al gobierno constitucional, en gran
parte porque la alternativa era claramente un nuevo gran incum
plimiento 44. No obstante, a lo largo de 1790 el trauma de la guerra,
del Terror y del incumplimiento elevaron los rendimientos france
ses enormemente, del 6 por ciento superaron el 60 por ciento 45. Las
guerras revolucionarias francesas pudieron financiarse únicamen
te por la nueva impresión de papel moneda: durante la mayor parte
de 1790 la posibilidad de pedir un préstamo a largo plazo estaba
completamente descartada.
El crédito francés pudo recuperarse de estos terribles impactos
sólo paulatinamente. Durante el gobierno de Napoleón, los rendi
mientos declinaron de un máximo del 12,5 por ciento en 1802 a
menos del 6 por ciento a fines de 1807, y se mantuvieron en un
6 por ciento hasta el invierno de 1812, cuando la derrota de Rusia
asestó un duro golpe a la ambición de Napoleón. El decisivo revés
de Leipzig en octubre de 1813 hizo que los rendimientos franceses
subieran repentinamente a un 10 por ciento, y su recuperación sub
siguiente se vio interrumpida, en marzo de 1815, por la noticia del
regreso de Napoleón de Elba y los Cien Días que culminaron en
Waterloo. La derrota de Napoleón y las duras compensaciones que
se le exigieron a Francia mantuvieron altos los rendimientos: en
242
tre 1816-1817, promediaron entre el 8 y el 9 por ciento. Pero con la
retirada de las tropas aliadas y la normalización de las relaciones
entre el nuevo régimen Borbón y los vencedores de Waterloo, los
rendimientos declinaron de modo continuo y llegaron en 1825 a
estar por debajo del 5 por ciento por primera vez desde 1753 46. Pau
latinamente, las instituciones francesas se fueron asemejando más
a las británicas: tanto la Revolución com o el Imperio reformaron el
sistema impositivo; la Cámara de Diputados fue a partir de 1830
mucho más representativa; la emisión de rentesperpetuellesa un 3 o 5
por ciento fueron la base del préstamo público; y el Banque de Fran-
ce, otro legado de Bonaparte, se encargó de administrar moneda
convertible. No obstante, los recurrentes episodios revolucionarios
de 1830, de 1848 y finalmente de 1870-1871, traían periódicamen
te a los inversores los recuerdos del decenio de 1790. Hasta 1901
los rendimientos franceses nunca fueron inferiores a los británicos.
Pero la experiencia francesa de incumplimientos y depreciacio
nes pasadas como causa del alza de los rendimientos está lejos de
ser única. Para dar una perspectiva de largo alcance, el gráfico 13
describe los rendimientos desde 1700. El periodo transcurrido en
tre la década de 1920 y la de 1950 es otro ejemplo obvio en el que
un gran incumplimiento genera una prima de riesgo permanente
sobre los bonos de un país. Como la experiencia francesa del dece
nio de 1790, la hiperinflación alemana de 1919-1923 dejó una marca
en la conciencia de los inversores que pudo leerse en los rendimien
tos de los bonos alemanes durante muchos años. Ylos grandes rendi
mientos de los bonos alemanes posteriores a 1923 ocasionaron efec
tos profundos. Por ejemplo, la contracción del mercado de bonos de
finales de la década de 1920 ocasionó cortes en la inversión de los go
biernos locales en nuevas viviendas y esto fue un elemento clave de la
inminente Gran Depresión47. Es más, una respuesta “keynesia-
na” a la Gran Depresión en el ámbito del Imperio quedó desestima
da por miedo a que un nuevo déficit financiero alimentara temores
persistentes entre el público frente a una segunda gran inflación 48.
Sólo mediante la emisión encubierta de las llamadas “Mefo-bills”
—que eran obligaciones gubernamentales a muy a corto plazo— a
través de la falsa “Oficina de Investigaciones Metalúrgicas” pudo
Schacht financiar la primera fase del rearme nazi 49. Es necesario
243
Gráfico 13. Rendimientos de los bonos principales desde 1700 (medias anuales)
Fuentes: Francia 1746-1793: Velde y Weir, ‘Financial Market’ ; Francia, Alemania, Italia
hasta 1959: Homer, History oflnterestR otes; desde 1960: OCDE; Gran Bretaña 1700-1800:
‘Global Financial Data’ ; 1800-50, 1914-59: Mitchell y Deane. British H istórical Statistics;
1850-1914: Klovland, ‘Pitfalls’ , pág. 185; desde 1960: ONS; Estados Unidos: Global Fi
nancial Data.
N ota :Reino Unido: amsols (rendimiento rectificado); Francia: 1797-1824: 5 por ciento
renten; 1825-1949: 3 por ciento rentes; 1950-59:5 por ciento rentes; Alemania: Hasta 1869:
prusianos 4 por ciento, 3,5 por ciento; 1870-1908: Imperio 3 por ciento; 1909-1926:
obligaciones societarias de alta calidad; 1927-1944: préstamos gubernamentales; 1948-
1953: bonos de alta calidad; 1956-1959: préstamos gubernamentales; Italia: 1924-1949:
3,5 por ciento; 1950-69:5 por ciento. Todos los países excepto Gran Bretaña 1960-1999:
bonos a largo plazo (medida tipificada por la O CD E).
244
Francia se aferró al patrón oro durante los treinta, mientras que los
británicos pudieron valerse de los beneficios de la devaluación 51.
Volveremos a esta cuestión en el capítulo XI.
245
c c c c c c a c c
a
W c c a tí c
w ri uJ w W w wc m
c c
m W WWWWWU J W
Fuentes: 1753-1823: Neal, F in ancial Capitalism , págs. 241-57; 1824-42: Spectator (pre
cios de cierre del último sábado de m es); 1843-1849: The Econom ist; 1850-1914: Klov-
land, ‘Pitfalls’ , págs. 184 y ss.; 1914-62: Capie y W ebber, M onetary History, págs. 514-
527:1963-98: O N S, Financial Statistics.
Ñ ola: Existía la posibilidad de que los consols alcanzaran los 100 y pudieran amorti
zarse. Esto crea dificultades para calcular las cifras correctas de los rendimientos de
finales del siglo xix, que han sido estudiadas por Klovland.
246
otro lado es, al menos, sugerente que cada salto en los rendimien
tos coincida con alguna crisis política de envergadura, ya sea a nivel
internacional o interno. El 6 de noviembre de 1792, las fuerzas
francesas vencieron al ejército austríaco en Jemappes e invadieron
]os Países Bajos austríacos (Bélgica en la actualidad). El 19 de no
viembre la Convención Nacional de Francia ofreció apoyo a todos
los pueblos que desearan derrocar sus propios gobiernos. De ma
nera similar, en marzo de 1778 sobrevino un colapso de los precios
de los bonos com o consecuencia de la firma por Estados Unidos de
dos tratados con Francia que hicieron que Gran Bretaña declarara
la guerra a este país. En marzo de 1803 la anexión de territorios ita
lianos por parte de Napoleón y la interferencia en cuestiones polí
ticas de Suiza causaron gran preocupación en Londres, y la guerra
con Francia volvió a desatarse en mayo. El aumento de los rendi
mientos de marzo de 1814 es la única excepción, ya que coincidió
con las derrotas de Napoleón en Laon y Arcis-sur-Aube, y con la caí
da de Boulogne (12 de marzo) y de París (31 de marzo). Sin em
bargo, el 13 por ciento de aumento en junio de 1974 resultó de una
serie de reveses políticos para el nuevo gobierno laborista: el fraca
so del acuerdo de Sunningdale en Irlanda del Norte (28 de mayo)
y la explosión de una bomba en las puertas de Westminster Hall
(17 de junio) marcaron el serio deterioro de la crisis del Ulster, al
tiempo que el gobierno sufría una serie de derrotas parlamentarias
que le llevaron en última instancia a disolverse por .segunda vez , lo
que ocurrió el 20 de septiembre, tan sólo siete meses después de su
elección. '
Esta relación entre los acontecimientos políticos y el mercado
de bonos se hace aún más patente si uno considera la experiencia
francesa de los años de entreguerras (véase el gráfico 15). El mayor
aumento de rendimientos en las rentes ocurrido en toda la historia
de la III República fue en agosto de 1925, cuando el tipo subió en
más de un 10 por ciento 56. Esto puede parecer llamativo, ya que
en junio se había firmado un acuerdo preliminar con Alemania
que confirmaba las fronteras del Oeste europeo actualmente exis
tentes, acuerdo que finalizó en octubre del mismo año en Locarno.
Y el 13 de julio las tropas francesas ya habían evacuado el Rhine-
land. Sin embargo, los acontecimientos eran mucho menos pacífi-
247
eos en muchos otros lugares. En mayo de 1925 estalló una revuel
ta contra el dominio político español y francés en Marruecos. El
gobierno francés decidió aplastarla mandando al general Pétain a
cargo de una potente fuerza para luchar contra los rebeldes. La gue*
rra continuó hasta mayo de 1926 57. Las otras grandes crisis ocurrii
das en el mercado francés de bonos son aún más fáciles de desen
trañar. En cuatro ocasiones, entre 1933 y 1939, los rendimientos
ascendieron entre un 8,5 y un 10 por ciento: en marzo de 1933, en
marzo de 1935, en abril de 1937 y en enero de 1939. Es posible que
el deterioro de las relaciones franco-alemanas y la posibilidad d*j
una nueva gran guerra hayan estado detrás de estos aumentos. El
5 de marzo de 1933, los nazis consolidaron su poder en Alemania
con una victoria electoral arrasadora. Once días después el nuevo
gobierno rechazaba el último plan británico de desarme en Guie?
bra al insistir en que las tropas de asalto nazis de camisa marrón
(las SA) no debían contarse com o parte de las fuerzas armadas ale?
manas. Yla Ley de Autorización del 23 de marzo otorgó a Hitler poj
deres dictatoriales. El 1 de marzo de 1935 el Sarre fue devuelto á
Alemania. Dos semanas después Hitler repudió las cláusulas sobre
el desarme del Tratado de Versalles y reintrodujo el servicio militai
obligatorio. En abril de 1937, Bélgica se libró de las obligaciones
que imponía el Tratado de Locarno y Guernica fue bombardeada
por las fuerzas aéreas alemanas. La crisis de enero de 1939 difirió
solamente por relacionarse con Italia en lugar de con Alemania (el
6 de diciembre de 1938, Francia y Alemania habían firmado un
pacto que confirmaba la inviolabilidad de las fronteras existentes).
Pero el 17 de diciembre, Italia desafió el acuerdo de 1935 firmado
con Francia sobre Córcega y Túnez, incitando al primer ministro
francés Edouard Daladier a realizar una desafiante visita a ambos
lugares. El 10 de enero Daladier sintió que la tierra se movía bajo
sus pies cuando Chamberlain y Halifax visitaron Roma con el fin de
mantener conversaciones con Mussolini.
Resulta clarificador comparar las fluctuaciones del mercado ale
mán de bonos durante el mismo periodo, aunque no contamos con
datos completos por las disrupciones causadas por la hiperinfla-
ción de 1923, la crisis bancaria de 1931 y la ley de 1935 que impuso
tipos de interés máximos. Cuando finalmente el mercado pudo
248
13
Cottso/s británicos
ren te s francesas del 3 p or ciento
ir A le m a n ia (c é d u la s h ip o te c a ria s en o ro )
Alem ania (p úblicos, fuera del o ro )
Estados U nidos
9
t ^ x VO 00 O H OO O VO 00
H c4 r^i pr\ fTi Tf ’'t Tl-
c c a c e c
tía tíc tí tí y rjJ H1 W
tí c G C C C
tí tí tí ü tí w
Fuente: NBER, excepto los datos alemanes que han sido cordialmente facilitados por
Joachim Voth.
249
En lo que respecta al resto del periodo nazi, es necesario busca*
la fuente de las expectativas de los inversores fuera de la econoí
mía controlada de Alemania. Un estudio muy esclarecedor rastreé
las fluctuaciones de precios de los bonos alemanes comercializado^
en Suiza; esto sugiere un alto nivel de pesimismo por parte del in*
versor en lo que respecta a las posibilidades de victoria del Terceif
Reich en la II Guerra Mundial. El mercado suizo para los bonoá
alemanes cayó un 39 por ciento en septiembre de 1939; éste ya h #
bía descendido un 17 por ciento com o consecuencia de la invasióii
de Checoslovaquia en marzo. Pero hubo más caídas com o conséf
cuencia de los reveses sufridos por la guerra: en particular, fueron
importantes la entrada de Estados Unidos en la guerra después <üf
Pearl Harbor (menos 5 por ciento) y la contraofensiva rusa en Sta¡¡
lingrado de noviembre de 1942 (menos 7 por ciento). Los precio!
finalmente se derrumbaron (un 34 por ciento) después de que k¡|
fuerzas aliadas resolvieran demandar la rendición incondicional
en la Conferencia de Yalta 59.
Se puede hacer un ejercicio similar analizando los rendimieni|
tos estadounidenses desde 1919. Sobre todo, los cinco grandes a«|
mentos de los rendimientos de los bonos norteamericanos a largi^
plazo ocurrieron entre 1979 y 1984 (véase el gráfico 16). Es disci#
tibie que el mercado de bonos haya seguido simplemente los auü
mentos de la Reserva Federal en los tipos de interés a corto plazol
Esto fue lo que ocurrió en octubre de 1979, cuando Paul Volckeá
introdujo la nueva política de control sobre las reservas no toma#
das en préstamo y aumentó los tipos de interés a un 12 por ciento
Durante ese mismo mes los rendimientos de los bonos a largo pial
zo aumentaron un 9 por ciento, o 76 puntos básicos. Sin embargad
en febrero de 1980 los rendimientos subieron el doble (un 18 po#
ciento, 152 puntos). ¿Se trataba acaso de una nueva respuesta a la
rigidez monetaria? ¿O fue en realidad una reacción a la tensión
ocasionada por la invasión soviética de Afganistán? Dicha invasión
había comenzado en las Navidades del año anterior y había sido
denunciada por el presidente Cárter el 8 de junio com o la mayor
amenaza a la paz mundial desde la II Guerra Mundial. El 23 de ene
ro, un día después de que se proclamara la ley marcial en Kabul,
Cárter fue aún más lejos, y advirtió a los rusos contra toda interfe-
250
¡-encía en el golfo Pérsico. Una coincidencia similar entre la políti
ca y el mercado de bonos se dio en enero de 1982. El 29 de diciem
bre de 1981, el presidente Reagan impuso sanciones económicas a
la Unión Soviética en represalia por la introducción de la ley mar
cial en Polonia. Los rendimientos de bonos subieron en un 10 por
ciento (85 puntos básicos). En agosto de 1981 y mayo de 1984 hubo
alzas algo menores de los rendimientos, si bien fueron considera
bles: ambas del orden del 8,7 por ciento. El 9 de agosto de 1981,
Reagan anunció la decisión de llevar adelante la fabricación de la
bomba de neutrones, y diez días más tarde aviones estadouniden
ses derribaron dos cazas libios. El 24 de mayo de 1984, dos aviones
iraníes atacaron los tanques de petróleo frente a la costa de Arabia
Saudí, lo que incitó a que Estados Unidos enviara a los saudíes misi
les antiaviones Stinger.
No parece justificado entender la relación entre estos fenómenos
como una mera coincidencia: más adelante presentaremos una de
mostración formal de que existe una relación causal entre los acón-
wC wd wC d C a C i Ca wC wS wG u G J C m Cw Cw
251
tecimientos políticos y las crisis del mercado de bonos. Sin embargó
es posible fortalecer la hipótesis valiéndonos de datos semanales |
comparándolos con los comentarios financieros del moment^
Con vistas a este fin, he calculado las fluctuaciones semanales de lqjj
rendimientos de los consols del periodo 1845-1910 y analizado los agi
tículos de fondo sobre el mercado de Londres de la publicación
The Economist. Debido a que en este periodo los rendimientos fuá,
ron estables, había liquidez en el mercado, Gran Bretaña estaba ed
el patrón oro, tenía un presupuesto con excedente y no existía v©$
dadero riesgo de incumplimiento, las fluctuaciones semanales fud
ron relativamente leves. Sin embargo, se dieron movimientos sigu|
ficativos y The Economist siguió de cerca dichos movimientos por 4|
importancia que el mercado de consols tenía para sus lectores.
Una vez más, es llamativo que los saltos más importantes de toá
rendimientos ocurrieron en fechas más significativas para el histo>
riador político que para el historiador económico. La sacudida mál
fuerte del mercado de bonos ocurrió durante el periodo inm»|
diatamente posterior al estallido de la revolución de 1848 en París
(había comenzado el 22 de febrero, demasiado tarde como para iij^
fluir en los mercados británicos de la semana que terminaba el 24
de febrero). Entre esta fecha y el 3 de marzo, el rendimiento de loí
consols subió en un 7,6 por ciento 6l. Como en 1830, una revolución
en Francia fue factor de preocupación para los inversores británfc
eos, ya que el recuerdo de los años noventa del siglo xviii los llevaba
a pensar en una guerra con una Francia revolucionaria. El 31 de mar
zo, The Economist describió la nueva alza de los rendimientos del 2,4
por ciento com o “consecuencia de la probabilidad de que estalle
una nueva guerra” 62. Las guerras parecen también explicar el se
gundo y tercer gran salto de los rendimientos de las semanas que fi
nalizaron el 31 de marzo de 1854 (un 4,2 por ciento) y el 29 de abril
de 1859 (un 6 por ciento). El 28 de marzo de 1854 Gran Bretaña
había declarado la guerra a Rusia. El 17 de noviembre la revista hizo
notar una nueva caída fuerte de los precios de los consols, atribuyén
dosela a “la impresión de que había mucho más trabajo por hacer
para las tropas de Crimea de lo que se había previsto” 63. Las fuerzas
austríacas cruzaron la frontera de Cerdeña el 29 de abril de 1859, diez
días después del ultimátum dado al gobierno del conde de Cavour
252
para que se desarmara: com o señalaba The Economist, “las esperan
zas de paz se habían abrigado hasta el último momento” 64. Si el
análisis se hubiera extendido al periodo de los siete años siguientes,
el segundo lugar habría sido ocupado por la semana que finalizó el
31 de julio de 1914, cuando los rendimientos del consol aumentaron
un 6,6 por ciento. Si eí mercado de valores hubiera permanecido
abierto después del 1 de agosto de 1914, la semana siguiente habría
visto aún una mayor subida de los rendimientos que la de 1848. La
caída del precio de los bonos en un 5 por ciento, el día en que Ale
mania declaró la guerra a Rusia (el 1 de agosto), no tuvo según The
Economist precedentes históricos, así como tampoco la ampliación
del diferencial entre la oferta y la demanda hasta un punto por
centual completo, en comparación con su promedio histórico de
un octavo .
¿Pero cóm o es posible asegurarnos de que estas coincidencias
entre crisis políticas y económicas no tengan un carácter excep
cional? El cuadro 7 presenta un análisis de los comentarios de fon
do de la publicación The Economist sobre los movimientos más sig
nificativos del mercado del consol. Por motivos de claridad, he
distinguido 22 explicaciones diferentes ofrecidas por la revista y
relativas a los aumentos de los rendimientos del Reino Unido,
adoptando las distinciones realizadas durante la época aun cuan
do éstas, según los estándares modernos, pueda parecer que se su
perpongan.
No es necesario aclarar que esta estadística debe considerarse
con cierto cuidado. Pero ofrece cierta clarificación sobre el m odo
en que se pensó en ese momento y en particular sobre el m odo en
que entonces se formaron las expectativas.
El resultado más llamativo es la gran proporción de movimien
tos del mercado de consols que The Economist atribuye a aconteci
mientos políticos exógenos: fundamentalmente, a la posibilidad
de una guerra, o algún otro acontecimiento internacional. En con
junto, dichos acontecimientos representan más de la cuarta parte
de las explicaciones ofrecidas por la revista con respecto a los mo
vimientos más significativos del mercado. La proporción de las re
ferencias a los cambios de política fiscal y monetaria es tan sólo su
perior en algún factor concreto, siendo la acción del Banco de
2 53
CUADRO 7
1845-1900, según T h e E c o n o m is t
Nota: La metodología empleada aquí fue la de tomar apuntes de cada número de The
Economist, donde se publicaron explicaciones de los cambios (o ausencia de cambios)
del precio de los consols y dividir, finalmente, las explicaciones en categorías. El total re
presenta el número de menciones de los diferentes factores. El n ú m e r o total de edito
riales de donde se extrajeron las notas fue de 889. Con frecuencia, un mismo editorial
ofrecía más de una explicación. La suma de los porcentajes puede fallar debido a que se
han redondeado las cifras.
254
Inglaterra la explicación más frecuente de los cambios en los rendi
mientos. (Resulta interesante que The Economist haya distinguido,
por lo general, los cambios de los tipos de interés a corto plazo que
surgían espontáneamente en el mercado del dinero de los cambios
que resultaban de una acción específica del Banco de Inglaterra.)
El cuadro intenta ilustrar la amplia gama de influencias que se ejer
cieron sobre el mercado de bonos, incluyendo el clima (fundamen
talmente por su impacto en la agricultura). No obstante, no hay duda
de que los acontecimientos políticos fueron los causantes más in
fluyentes.
Según los teóricos del determinismo económ ico, los cambios
económicos configuran los acontecimientos políticos. Pero en los
mercados financieros también los acontecimientos políticos traen
consecuencias económicas. De hecho, la relación de causalidad si
gue ambas direcciones. Cuando una crisis política determina la
subida de los rendimientos tanto com o 178 puntos básicos (como
ocurrió en Gran Bretaña en junio de 1974), las consecuencias eco
nómicas van más allá del mercado de bonos pues cambia toda la
estructura de los tipos de interés en la economía. Fundamental
mente, el gobierno debe enfrentarse al aumento del coste de las pe
ticiones de préstamo no sólo en términos nominales sino también
en términos reales. Esto es importante cuando, como ocurría enton
ces, tanto el déficit como el interés de la deuda representan más del
4 por ciento del PIB. Cuando se le pidió a Harold Macmillan que
mencionara la amenaza principal a la que debía enfrentarse cual
quier gobierno dio la siguiente respuesta: “Los hechos, joven, los
hechos”. El dictum.se aplica a todos los que piden préstamos, como
notó Antonio cuando los hechos causaron el hundimiento de sus
naves. Pero se aplica fundamentalmente a los gobiernos cuando
poseen una gran suma de deuda a corto plazo.
255
T e r c e r a s e c c ió n
P o l ít ic a e c o n ó m ic a
V jA F H U L U V il
P e s o s m u e r t o s y c o n s u m id o r e s d e im p u e s t o s :
LA HISTORIA SOCIAL DE LAS FINANZAS
Era posible distinguir a los cerrajeros por sus trajes de faena azules,
a los albañiles por sus guardapolvos blancos, a los pintores por los abri
gos que mostraban por debajo de sus blusones. A distancia esta multi
tud se veía del color indefinido y uniforme del yeso, de un tono neutro
mezcla de un pálido azul y un gris sucio. De tanto en tanto se detenía
259
A n o n (E nglish S c h o o l), “ T h e T r e e o f T a x a tio n ”, 1 8 3 8
algún trabajador para encender su pipa, pero los otros continuaban
marchando pesadamente a su lado sin esbozar sonrisa ni decirle pala
bra a nadie; rostros pastosos dirigiéndose a París, y que la ciudad ab
sorbía uno a uno...
261
ron bienes de un valor próximo al millón de libras: dieciocho in
dustriales, doce banqueros, cuatro terratenientes, dos comercian
tes, dos propietarios navales y un constructor. El valor conjunto de
sus bienes — 57 millones de libras— equivalía aproximadamente
a las dos quintas partes del producto nacional bruto 5.
Pero a pesar de su obvia utilidad y de su resonancia desde un
punto de vista subjetivo 6, las categorías de clase tienen sus limitacio
nes. En particular, las clases no explican eficazmente el papel del
Estado como instrumento de redistribución, a menos que de modo
simplista entendamos al Estado (como sugirió Heine alguna vez iró
nicamente) como “unajunta supervisora... de la sociedad burgue
sa” 7. En efecto, las grandes deudas públicas generaron conflictos
de interés entre los tenedores de bonos y los contribuyentes desde
los inicios de la Revolución Industrial: grupos que raramente pu
dieron distinguirse tan claramente com o los de la clase propietaria
y la no propietaria.
Indudablemente, los conflictos fiscales pueden traducirse al len
guaje de clases usando el modelo tripartito utilizado por los econo
mistas desde Ricardo, y adoptado en particular por Marx: según este
modelo, la sociedad se divide en rentistas, capitalistas y trabajadores,
Pero tal perspectiva, si bien es teóricamente eficaz, presupone una
separación no muy realista de los grupos sociales y, por ende, de las
diferentes políticas fiscales. El aumento del número de acreedores
estatales — que incluye no sólo a los tenedores de bonos sino tam
bién a los pensionistas— crea complejas superposiciones que no
pueden dejarse de lado. Es más, las deudas públicas transfieren tam
bién los recursos de generación en generación porque, como ya he
mos visto en el capítulo IV, la petición de préstamo actual del gobier
no implica recortes sobre los gastos o aumentos de los impuestos
futuros. Dado que las generaciones futuras no votan y que tienen
por ende solamente una representación política indirecta (en uno o
dos legisladores con previsiones fuera de lo común), las antiguas re
laciones — de los contribuyentes actuales con los que reciben bene
ficios— tendieron a ser la preocupación principal de los políticos
durante gran parte del siglo xx. No obstante, hoy existe una mayor
conciencia de que los conflictos generacionales no dejan de ser im
portantes, y que pueden ser la clave de las futuras finanzas públicas.
262
E l n a c im ie n t o d e l ren tista
263
En la Florencia de 1380 había unos 5.000 acreedores del Monte
que formaban el decilo superior de propietarios de riqueza n . Ej
equivalente más cercano de la Inglaterra medieval lo representaba
el grupo de los comerciantes londinenses. En efecto, se ha sugerí»
do que la pérdida de poder de Enrique VI se vinculó a la decisión
de los comerciantes de dar por terminado su apoyo financiero
régimen de los Lancaster 12. La pérdida de poder de Carlos I se des
bió también en parte a la denegación de crédito. Si bien algundi
historiadores explicaron la Guerra Civil inglesa a partir de confliéj
tos de clase —y el recuerdo del “arrebato contra la nobleza” no
desaparecido— la incapacidad de los Estuardo de ganarse la cotM
fianza del grupo relativamente pequeño de acreedores constituyó
un factor mucho más importante. La Revolución Gloriosa prese«.*
ció la transformación del deudor soberano de la Corona en Khl^
in-Parliament (Rey avalado por el Parlamento). Y la emergencia CÜ^
los tenedores de bonos como grupo parlamentario influyente redus
jo el riesgo del incumplimiento estatal e incrementó la capacidad
del gobierno británico para endeudarse a menor coste 13.
En la Francia del Antiguo Régimen, el elenco de inversores en luí
deuda de la corona fue más amplio: se decía que la clase de los reifj
tistas incluía a “nobles y burgueses, a obispos y eclesiásticos, a ftm|
cionarios y otros servidores del Estado, a comerciantes y artesanos,^
aun a los sirvientes” 14. Sin embargo, gran parte de estos sector©!
sociales carecían de “voz” política a nivel institucional, lo que ex*í
plica la frecuencia de los incumplimientos ocurridos en Francia
durante el siglo XVlli. Este fenómeno puede explicar también la re
nuencia característica de la Asamblea Nacional revolucionaria — en,
la que los sectores sí estaban representados— a no pagar abier
tamente la deuda real a largo plazo. La Asamblea Nacional se con
centró en otras obligaciones públicas, com o los cargos venales y los
anticipos a corto plazo que los arrendatarios impositivos le otorga
ban a la corona. Los esfuerzos de Necker por convertir la deuda a
corto plazo en algo semejante a una deuda moderna a largo plazo'
transformando la Caisse d ’Escompte en un banco público termina
ron fracasando ante los virulentos ataques de los diputados aris
tócratas a la nueva “plutocracia” (plutonarchie). “Nunca pude com
prender”, declaraba el conde de Custine, “cuál es la necesidad de
264
contar con una corte de banqueros y agentes fiscales para realizar
pagos... y proveer fondos”. “Son las sanguijuelas del cuerpo políti
co... que acumulan sus fortunas gracias al sudor y la sangre del pue
blo”. ‘Temedle al capital”, exhortaba Mirabeau, “que desde hace
tiempo busca oportunidades de lucro en las necesidades del Esta
do” 15. El origen de la crítica revolucionaría contra el “parasitismo”
financiero se hallaba ya en los philosophes. Montesquieu y Hume de
saprobaban las deudas públicas porque incrementaban la clase
ociosa de los rentistas 16. En vísperas de la Revolución, la expresión
“contra las finanzas” era el lema de los panfletistas parisinos.
Si bien el sistema británico de la deuda pública posterior a 1688
fue considerado como un verdadero éxito institucional en compara
ción con el francés I7, también recibió críticas “antifinancieras” por
las consecuencias distributivas que ocasionó después de las Guerras
Napoleónicas. En la obra Rural Rides que Cobbett comienza a es
cribir en 1822 y publica en 1830, el autor recogió las quejas de la
agricultura inglesa oprimida por la deuda de las Guerras Napoleó
nicas. Descalificando a economistas contemporáneos como Ricar
do — él mismo un ex agente de bolsa— por haber apoyado los prés
tamos adquiridos durante la guerra, Cobbett se concentró en sus
consecuencias políticas y sociales. El objetivo político, sostenía, con
sistió en “aniquilar la libertad de Francia y en contener la reforma
de Inglaterra” 18; pero el efecto principal fue redistributivo. “Una
deuda nacional, y toda la tributación y especulación que conlleva,
extrae grandes sumas de riqueza... que van a parar a una minoría”. “La
Deuda, la sagrada Deuda” colgíaba “com o un lastre del cuello de
la nación”. Los fondos eran un “vórtice” que absorbía el dinero
de los pobres para la nueva plutocracia. Y la decisión del gobier
no de retornar al patrón oro empeoraba aún más las cosas, porque
incrementaba la deuda en términos reales. Astutamente, Cobbett
vio en la proliferación de pensiones estatales otorgadas durante y
después de la guerra el vínculo que conectaba a la antigua élite con
la nueva. Estas pensiones, este “peso muerto” sobre el presupuesto,
era lo que reconciliaba a la aristocracia con el nuevo poder de los
tenedores de bonos. Los “temerosos” terratenientes se dieron cuen
ta demasiado tarde de que también se perjudicarían si mermaban
sus rentas. Era necesario que se diese “una lucha entre la tierra y los
265
fondos”, concluía Cobbett. Pues si esto no llegaba a ocurrir, estado
por estado, el país caería en manos de “los que tomaron el dinero
prestado del pueblo para mantener esta monstruosa maquinaria.,,
es decir, de los intermediarios de préstamos y valores... en los ju
díos y en toda esa tribu de comedores de impuestos” 19.
Como gran parte de los radicales, Cobbett entendía que la solu»
ción era la reforma parlamentaria y no la revolución. Después de
todo, “la Cámara [de los Comunes] había creado los préstamos que
formaban la deuda: había adquirido el ‘peso muerto’, suspendien
do los pagos en oro en 1797: y finalmente, había aprobado por
unanimidad el Proyecto de Ley de Peel [para volver al oro] ” 20. La
reforma de los Comunes diluiría la “Antigua Corrupción” con su
clientela real y la nueva corrupción de tenedores de valores y pen*.
sionistas. Como Carlyle, Cobbett era un conservador romántico dé
corazón: lamentaba el declive de la vida rural del sureste y la in#
parable expansión del “Tumor” londinense. Pero su análisis refleja
también elementos que aparecerán en el socialismo temprano. Desr
pués de todo, Cobbett fue quien identificó el nexo causal entr#
la deuda nacional, la concentración de la riqueza y el desarrollo de la
manufactura industrial21. Marx se hizo eco de ello cuando vincu
ló en El capital la deuda nacional británica con la “emergencia de
[esa] camada de tecnócratas bancarios, financieros, rentiers, agen
tes de bolsa e intermediarios de valores, etc.”. La deuda — acorda
ban Marx y Cobbett—había sido el preludio del capitalismo indus
trial 22. Heine —un revolucionario alemán menos consagrado que
Marx— compartió también esta opinón, al sostener que los tenedo
res de bonos reemplazarían a la tradicional nobleza terrateniente.
“El sistema de bonos estatales”, decía Heine, “destruyó la prepon
derancia de la tierra... al movilizar la propiedad y la renta y otorgar
le al dinero los privilegios anteriores de la tierra” 23.
El carácter antisemítico de Cobbett volvería a aparecer en la de
recha cuando ésta empezó a distinguirse de la izquierda socialista
en 1848. Prácticamente todos los líderes del movimiento antisemi
ta alemán denunciaron el “capital rapaz” del mercado cambiario e
hicieron un llamamiento al Volk alemán para que se liberara de la
“esclavitud del interés” impuesta por los financieros judíos 24. El
tema volvería a aparecer en la propaganda nazi. El discurso de Die-
266
trich Eckart “Para el Pueblo Trabajador” (1919) era una denuncia
contra los Rothschild y los suyos, que pudo muy bien haber prove
nido de los antisemitas de la década de 1880:
267
Como porcentaje de la población de Inglaterra y de Gales, los teñe*
dores de bonos constituyeron una élite diminuta y menguante: re#
presentaron un 2,7 por ciento de la población durante la derrota de
Napoleón I y un 0,9 por ciento cuando la derrota de Napoleón III27.
Cobbett tenía razón cuando hablaba de las ventajas de las que
gozaba esta pequeña élite. El gráfico 17 muestra cuán elevados
fueron los rendimientos de los bonos británicos en la época dé¡
RuralRides. Entre 1820 y 1829 superaron el 9,6 por ciento. El mifr-
mo fenómeno volvió a ocurrir en 1870, en tiempos de la llamacbl!
“Gran Depresión” — “gran deflación” habría sido un término
apropiado— , cuando la caída de precios disparó los rendimientof
reales de los bonos que llegaron a alcanzar en Estados Unidos éC
12 por ciento.
Las transferencias fiscales implícitas fueron profundamente r&í;
gresivas. Como demuestra el cuadro 8, el valor nominal de la riquét
za en bonos equivalía a más del 200 por ciento de la renta nacional
británica en 1804. El total de los pagos anuales por interés que red|
bían los tenedores de bonos por sus inversiones representaba má¿
del 7 por ciento de la renta nacional. Y com o proporción del gastó!
los pagos de intereses representaron la cuarta parte del gasto públí|
co en 1815, prácticamente la mitad en 1822, las dos quintas partef
en 1850 y la tercera parte en 1870. Como ya hemos visto, la mayor
proporción del ingreso público británico del decenio de 1820 pro
venía de la tributación indirecta: en 1822 el ingreso proveniente dé
la tributación indirecta representaba un 69 por ciento de la recau
dación total, cifra que descendió muy levemente durante los siguien
tes cincuenta años. La tributación norteamericana también fue re
gresiva en el decenio de 1870, momento en que el valor real de los
rendimientos de los bonos alcanzaron un máximo28. Estas cifras re
flejan un alarmante sistema desigual de transferencias que iban de
una mayoría pobre a una minoría de obligacionistas.
Es más, el siglo xix, lejos de presenciar la muerte de esa “mone-
docracia” tan ansiada por Cobbett y otros radicales, otorgó a los
tenedores de bonos mayor seguridad frente a posibles incumpli
mientos u otras formas de expropiación. Se ha argumentado que
la propagación del patrón oro reflejó la preferencia de esta bur
guesía tenedora de bonos por mantener precios estables y tipos de
268
Gráfico 17. Rendimientos reales de los bonos británicos y estadounidenses desde
1700 (promedios de cada diez años)
269
to, una reducción de los precios de los bonos estatales puede inter
pretarse como un “voto” del mercado contra su política fiscal, o
cualquier otra política que, según el mercado, aumente las posibili
dades de incumplimiento, inflación o depreciación.
Los precios de los bonos y de los rendimientos tienen entonces
una significación política que raramente aprecian los historiado
res. Constituyen el producto de una multiplicidad de evaluaciones
hechas por inversores privados o institucionales sobre la situación
económica en general. Pero son también, en algún sentido, una es
pecie de sondeo de la opinión diaria, una manifestación de con-:
fianza en los regímenes de emisión de los bonos. Es indudable que,
según estándares democráticos, el sondeo de opinión está basado
en un muestreo poco representativo de la sociedad. Sólo los ten«
dores de bonos (actualmente, los administradores de fondos) lie-,
gan a “votar” y a expresar su opinión sobre aquel país del que han
decidido comprar o vender bonos. Pero por otro lado, en el siglo xix?
este tipo de sondeo no fue tan poco representativo, pues el tipo dé
gente que compraba o vendía bonos estatales era, en la mayoría
de los países durante gran parte del siglo, la única gente que esta*]
ba políticamente representada, por no mencionar a los políticos]
mismos 31. Dicho de m odo simple — y en palabras que toda perso*
na de la época habría comprendido— , si se pujaba al alza por el;
precio de los bonos estatales, entonces el gobierno podía sentirs^
seguro; pero si la gente hacía lo contrario, significaba que el go
bierno posiblemente estaba viviendo de prestado: de tiempo y dé
dinero prestado.
Es irónico — para ofrecer un ejemplo británico— que uno de
los grandes golpes asestados a favor de la reforma electoral haya
sido la caída de precios de los bonos, posterior a la temeraria decla
ración del duque de Wellington de 1830, acerca de que el sistema
electoral existente “era lo más perfecto que podía idear el hombre”.
En ese momento, los precios de los consols descendieron de 84 a
77,5 (equivalía a un aumento de los rendimientos de unos 30 pun
tos básicos); esto sugería que los rentistas, aun si no apoyaban la
reforma, comprendían cuáles eran los peligros que implicaba re
sistirla 32. Por otro lado, cuando Lloyd George se enfrentó a los
grandes de la City de Londres en 1909-1910 con su “Presupuesto
270
T enedores de bonos ydeuda nacional b r itá n ic a , 1804-1870
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Fuentes:]. F. Wright, información en privado; Mishkin y Deane, Abstract of British Historical Statistics, págs. 8 y ss., 392-399; 402-403; O ’Brien, Power
with Profit, págs. 34 y ss.; Mitchell, European Historical Statistics, pág. 408.
del Pueblo” fue la estabilidad de los rendimientos lo que contribu,
yó a que lograra la victoria. Más allá de las declaraciones espontár
neas de portavoces de la City en contra de los aumentos en los im
puestos sobre la renta y sucesiones propuestos por Lloyd George, el
mercado de bonos en su totalidad los apoyó com o paso necesario
para equilibrar el presupuesto 33.
Pero el poder de los rentistas del siglo xix no debe exagerarse;
Con la excepción de los inversores en consols (o cualquier bono ga
rantizado por el Estado), la posición del tenedor de bonos no fue
mucho más segura en los poco democráticos cincuenta años del si
glo anteriores a 1880 que en los más democráticos cincuenta años
que siguieron a 1914. En ambos extremos de la breve “era dora?
da” que queda en medio, las guerras, los incumplimientos y las de*
valuaciones perturbaron periódicamente la calma de los cortado»
res de cupones, y considerar estos eventos com o “emergencias bien
entendidas” equivale a minimizar su imprevisibilidad 34.
Si bien no se cumplieron los deseos de Cobbett de implemert-
tar algún tipo de ley para reducir la deuda nacional, la carga de la
“sagrada deuda” se suavizó mediante amortizaciones, reducción
de los tipos reales de interés y un mayor crecimiento económicos
Como muestra el cuadro 8, entre 1850 y 1870 se dieron bajas sus
tanciales de la carga de la deuda y del coste del servicio relativos a
la renta nacional. En 1870, el interés de la deuda consolidada re*
presentó una proporción inferior al 2 por ciento del PIB. En otros
lugares, la amplia adopción del patrón oro no sólo contribuyó a
que se redujera el riesgo por inversión en bonos de países con his
toriales de incumplimiento y depreciación sino que, precisamen
te por esta razón, disminuyeron los rendimientos. Debido a que la
tendencia descendente perduró después de que el crecimiento y
la inflación se dispararan a mediados del decenio de 1890 35, el
efecto fue — com o muestra el gráfico 17— la significativa reduc
ción de los rendimientos reales de los bonos. Tanto en Gran Bre
taña com o en Estados Unidos, los rendimientos reales de los bonos
descendieron a un 3 por ciento en la década de 1890 y se acerca
ron a cero en la que comenzó en 1900. En suma, la era dorada de
los rentistas había finalizado al menos diez años antes de que el
patrón oro entrara en crisis.
272
¿L a e u t a n a s ia d e l r e n t is t a ?
273
último, los trabajadores favorecen el incumplimiento de la deuda
al no ser tenedores de bonos y favorecen el impuesto progresivo so
bre la renta, así com o también los impuestos sobre cualquier forma
de riqueza. Son ambivalentes en lo que respecta a la inflación: éstaÜ
puede disminuir los salarios reales si los trabajadores no alcanzan a
negociarlos de manera conveniente; pero por otro lado, puede aso*
ciarse a políticas fiscales y monetarias expansivas que estimulen eí
empleo 37. Esto último explica los elevados niveles de inflación de:
Italia, Francia y Alemania posteriores a la I Guerra Mundial; entoné
ces, “los “trabajadores” socialistas fueron lo suficientemente fuerte^
como para representar una verdadera amenaza para... los “renti»|
tas” y los “empresarios”, quienes no pudieron imponer medida^
demasiado severas sobre la clase trabajadora por temor a eventual*
les insurrecciones comunistas” 38. En Alemania, particularmente*
hubo un “consenso inflacionario” entre las grandes empresas y lo*
sindicatos apoyado por el Estado: se trató del clásico acuerdo queí
autores más recientes caracterizan com o “corporatismo” 39. Per«'
esto no sucedió en Gran Bretaña. Los rentistas y empresarios un&
dos por una especie de “saber com ún” apoyaron la ortodoxia fiscal
y lograron imponer los costes de la deflación sobre los trabajado*
res, en la forma de un elevado nivel de desempleo 40.
Parte de la literatura moderna sobre la hiperinflación alemaná
tiende a considerar lo que Keynes llamó la “eutanasia del rentista?
positivamente. En su Tract on Monetary Reforrn (1923), Keynes soste
nía que aunque la inflación era “peor” que la deflación en cuanto
que “alteraba la distribución de la riqueza”, la deflación era aún “más
peijudicial” en cuanto que “retardaba la producáón de la riqueza1^
por tanto, Keynes favorecía la inflación, “pues es peor provocar de*
sempleo en un mundo empobrecido que desilusionar a los rentis
tas” 41. Este tipo de análisis condujo a muchos historiadores a afirmar
que “la balanza de pérdidas y ganancias materiales” de la hiperin
flación alemana se había inclinado hacia “el lado de las ganancias” 42.
Tal vez una historia económica más compleja de la inflación con1-
cuerde con esta conclusión, al demostrar que la inflación condujo
a una distribución más igualitaria de la renta, y tal vez también de la
riqueza 43. La inflación parecía ser una versión moderna de la sei-
sachthda de Solón: una especie de jubileo por el que se cancelaban
274
todas las deudas, incluidas las del Estado, beneficiando así a la ma
y o r ía que estaba endeudada 44.
Los que elaboraron la política británica fueron muy conscientes
de que una política deflacionaria produciría consecuencias regre
sivas a nivel social. Ya en enero de 1918, el Tesoro elaboró un trabajo
s o b r e ‘T he Conscription o f Wealth” (El llamamiento de la riqueza)
que preveía con ansiedad el conflicto de intereses que caracteriza
ría a la posguerra:
En tanto contemos con una deuda interna que oscile entre seis mil
millones y ocho mil millones de libras con una carga anual de tres
cientos millones a cuatrocientos millones de libras, el rentista será el
foco perpetuo de envidias y de ataques: los propietarios de otras for
mas de riqueza cuyos bienes estén destinados, por lo menos según
gran parte de la opinión pública, a satisfacer la demanda de los rentis
tas, serán también vulnerables a los ataques. Cuanto más lentamente
se restaure la prosperidad general, mayor será la presión tributaria y
mayor el descontento público 45.
275
de guerra fueron instituciones y no inversores privados — compás
ñías de seguros, cajas de ahorro, etcétera— cuyas grandes compras
en épocas de guerra se habían hecho en nombre de los pequeños
ahorradores. Por ejemplo, un 5,5 por ciento de la deuda británica
de 1924 había sido adquirida por compañías de seguros 47. Tam*
bién, el sistema de tributación posterior a 1918 resultó ser muchc*
más progresivo de lo que había sido después de 1815 48. Ypor últi^
mo, es importante recordar los beneficios de los que pudieron go*
zar todos aquellos países que retornaron al patrón oro a través de
tipos de interés más bajos 49.
Tampoco debemos minimizar los riesgos que supone una trayec
toria inflacionaria. Considerando aquella reputación (caricaturiza
da) de la inflación com o “paloma de la inflación”, es importante re*
cordar que pocas personas de la época describieron tan vividamente
los peligros de esta política como John Maynard Keynes. En su obra,
Economic Consecuences of the Peace (Consecuencias económicas de la paz),:
de 1919, el autor desarrolla una dura crítica sobre los efectos produ-r
cidos por una inflación elevada sobre la distribución de la riquezaí
276
perpetuación de las recompensas desiguales” 51. Aparte de los cos
tes y beneficios que trajo a nivel macroeconómico, mucho queda
por decir sobre ese daño fatal ocasionado por la hiperinflación so
bre la confianza burguesa en las instituciones liberales durante la
era de Weimar 52. Resulta significativo que Keynes no haya suaviza
do su hostilidad hacia la economía inflacionaria durante la II Gue
rra Mundial, cuando recomendaba el “pago aplazado” frente al
“ahorro voluntario”. Descansar en el sistema tradicional de pe
tición de préstamo gubernamental, sostenía Keynes, conduciría,
como en la I Guerra Mundial, a una “ridicula” y “viciosa” espiral in
flacionaria 53.
Es irónico, entonces, que las políticas que produjeron la infla
ción de los años setenta se hayan estigmatizado com o políticas
“keynesianas”. Porque si bien se rechazó de manera decisiva la eu
tanasia del rentista británico durante el periodo de entreguerras,
después de 1945 se adoptó una política de aniquilación gradual.
Durante todas las décadas del periodo transcurrido entre 1949 y
1979, el rendimiento real de los bonos del gobierno británico fue
negativo: en promedio, estuvo en un -4 por ciento 54. A los tene
dores de bonos estadounidenses no les fue mucho mejor. En este
mismo periodo el valor real de las deudas contraídas durante las
guerras mundiales se redujo de m odo espectacular no sólo por el
crecimiento sino también por la inflación. En efecto, valiéndonos
de una expresión política actual, los tenedores de bonos pagaron
un “impuesto sigiloso”, que fue el más elevado de la historia. Tal vez,
lo más llamativo sea cuán tarde reaccionaron frente a los escasos
rendimientos. Los rentistas de la Alemania de Weimar — com o las
sufragistas alemanas, cuya condicion crítica mencionamos en el ca
pítulo V— podían reclamar, con cierta justicia, que habían sido
víctimas de una rápida e imprevisible hiperinflación. Los rendi
mientos nominales de los bonos fueron también escasos en los dece
nios de 1950 y 1960, lo que hace pensar que haya entrado enjuego
“una ilusión monetaria” (o inercia institucional) que persuadió a
los inversores para entrar en la inflación de los setenta con valores
del Estado y bonos del Tesoro.
LOS NUEVOS CONSUMIDORES DE IMPUESTOS
278
costa de los demás” 57. Lo que parecía una hipérbole en tiempos de
Bastiat describe perfectamente el Estado de bienestar de fines del
siglo xx. A la vez, sin embargo, casi toda la población también es
contribuyente, al menos por impuestos indirectos.
“¿De quién a quién?” fue la famosa pregunta que Lenin hizo en
su momento. Para el Estado de bienestar la pregunta sería: ¿quién
paga a quién? Debido a la ausencia de un sistema integrado de tri
butación y de seguridad social, no es nada fácil para los individuos
saber si son ganadores netos o perdedores. Un cálculo sugiere que
un 46 por ciento de los hogares son ganadores netos, mientras
que un 54 por ciento son perdedores netos; sin embargo, resulta
dudoso que la mayor parte de las familias sepan a qué categoría per
tenecen. Consideremos, por ejemplo, el quinto de los hogares lo
calizados en la mitad de la escala según su renta disponible. El cuadro
9 permite ver que reciben prácticamente lo mismo en beneficios en
efectivo y especie de lo que pagan en impuestos. Dos críticos del siste
ma de bienestar británico expresan lo siguiente: “Habiendo llegado
CUADRO9
Contribuciones neto
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del Estado 5.560 4.200 310 -3 .9 1 0 -1 1 .0 8 0 -9 8 0
Porcentaje de la renta
final de (para) el Estado 74 46 2 (23) (39) (7)
279
al colm o del absurdo, la tributación ha logrado finalmente fusio
nar en un solo cuerpo a esquiladores y esquilados” 58. Esta política
de tributar al bolsillo izquierdo para llenar el bolsillo derecho no
sólo carece de sentido sino que además es costosa. Como demues
tra la última columna, el gasto de toda esta redistribución deja a la
familia media en peores condiciones en términos netos, con una
pérdida en torno a las mil libras anuales. Y lo que parece aún más
perverso, con el sistema de bienestar el monto de beneficios —in
cluyendo todos los subsidios públicos para la salud, la educación y
el transporte— no recae sobre los pobres sino los ricos. Según un
cálculo, el sector más rico de las cinco categorías de la población
del Reino Unido recibe un 40 por ciento más de la inversión públi
ca en salud que el sector más pobre; con respecto a la educación se?
cundaria, la cifra es del 80 por ciento, a la educación universitaria
del 500 por ciento y a los subsidios para los ferrocarriles de un irlf
creíble 1.000 por ciento 59.
Y, sin embargo, principalmente debido a los efectos de la tribuí*
tación progresiva, el Estado de bienestar europeo reduce sustancial-;
mente las desigualdades. Como ilustra el gráfico 18, sin la existen
cia de impuestos y transferencias, la mayor parte de las economías i
industrializadas generarían una considerable proporción de lo que
se llama “extrema pobreza [relativa] ”. En once de los quince países
que aparecen en el gráfico, más de un quinto de las familias perci
birían ingresos inferiores al 40 por ciento de la renta familiar me
diana de no existir el sistema de bienestar. El gráfico demuestra
que en todos los países del continente europeo, los impuestos y
transferencias reducen la proporción de familias en “extrema po
breza” a un 5 por ciento o menos. Gran Bretaña y sus antiguas co
lonias, Canadá y Australia, muestran un poco más de pobreza des
pués de la redistribución fiscal. Pero Estados Unidos sobresale, ya
que aun con los impuestos y transferencias, prácticamente un 12
por ciento de las familias están todavía en condiciones extremas
de pobreza. Dicho de otro modo, todos los sistemas fiscales que
aparecen en el gráfico, con la excepción de uno, logran reducir la
pobreza extrema en más de dos tercios; el belga la reduce en más
del 90 por ciento. Y el sistema estadounidense la reduce solamen
te en un 44 por ciento.
280
¿Pero trae la igualdad alguna desventaja? ¿Son acaso los sistemas
de bienestar más igualitarios de Europa los que explican el creci
miento relativamente más lento de sus últimos años? La evidencia
empírica respecto al tema es algo ambigua 60. A pesar de la amplia
brecha que se abrió entre Estados Unidos y Europa en términos de
crecimiento de la productividad desde 1994, no hay aún una prue
ba contundente que justifique la afirmación de que los sistemas más
igualitarios son más lentos 61.
A n te s d e im p u e s to s /tr a n s fe r e n c ia s
D e s p u é s d e im p u e s to s /tr a n s fe r e n c ia s
281
mas décadas a las parejas casadas con hijos, en relación con las pa
rejas sin hijos, o a los padres o madres solteros/as. Si tenemos en
cuenta todos los impuestos y beneficios, los ingresos reales mensua
les de una madre soltera con dos hijos perteneciente al “decil” más
bajo de renta aumentaron en un 145 por ciento entre 1971 y 1993.
La cifra equivalente aplicada a un hombre casado con esposa no
empleada y dos hyos fue del 38 por ciento 62. Las presiones sobre el
parque de viviendas y la seguridad social han aumentado en propor
ción a los incentivos a permanecer soltero o a divorciarse. Entre 1981
y 1995 el gasto en padres solos aumentó cuatro veces y media 63.
En algún sentido, no es demasiado importante si estos u otros in
centivos más sesgados retardan de manera directa el crecimiento.
La verdadera cuestión es en qué medida tales sistemas pueden man
tenerse desde el punto de vista fiscal. Dados sus expansivos costes y
los modos en que son financiados (o dejan de ser financiados), hay
razones para dudar de que puedan lograr mantenerse.
Entre 1960 y 1992, las transferencias y subsidios se elevaron de
un 8 por ciento del PIB de los países industrializados a un 21 por
ciento. Como hemos visto, una gran proporción de este crecien
te coste fue financiada mediante préstamos. Pero el aumento de la
deuda pública reintroduce una vieja variable dentro de la ecuación
redistributiva (que fue omitida en el cuadro 9): la tradicional trans
ferencia de contribuyentes a tenedores de bonos en la forma de in
tereses por la deuda. Una consecuencia imprevista del Estado de
bienestar ha sido la del retorno del rentista, con lo que han resulta»
do exagerados los rumores sobre su fallecimiento.
Pero el tenedor de bonos de principios del siglo xxi ha aprendi
do algo del pasado. Mucho más que durante el siglo xix, hoy disfru
ta de la seguridad que le da el número, ya que una gran proporción
de las deudas internas están a su nombre, en manos de institucio
nes tales como los fondos de pensiones. Las compañías de seguros,
los fondos de pensiones y los fondos de inversiones poseían, en
1975, un 29,5 por ciento del total de valores del Estado. En 1999, la
proporción había aumentado a un 62,3 por ciento. Las posesiones
individuales, por otra parte, habían descendido de un 18 por cien
to a menos del 9 por ciento M. Es cierto que las inversiones en bo
nos del Estado representan una fracción declinante con respecto al
282
total de la riqueza del sector privado, por la extensión de ía propie
dad de la vivienda y de las acciones. En Gran Bretaña, los valores del
Estado representaban el 40 por ciento de la riqueza en 1970; veinti
cinco años después, la proporción había descendido a la cuarta
parte 65. Sin embargo, la creciente proporción de población de fi
nales de los años setenta que poseía bonos indirectamente a través
de las instituciones puede llegar a explicar, en términos de econo
mía política, por qué se dio un retorno a tipos de interés real positi
vos en los años ochenta y noventa. Los tipos reales de los rendi
mientos de los bonos británicos superaron el 9 por ciento durante
la primera mitad de los años noventa: equivalían aproximadamen
te al valor que habían tenido en los decenios de 1820 y 1920 (véase
el gráfico 17). El ciudadano británico que había invertido en valo
res del Estado a principios de 1997 pudo gozar de un rendimiento
total del 14,85 por ciento durante el año 66.
Y, sin embargo, todavía hoy los tenedores de bonos organizados
institucionalmente deberían sentir cierto resquemor. Pues la ex
pansión de las deudas públicas puede, en ciertas economías desa
rrolladas, llegar a constituir un proceso no del todo sostenible. Pero
la amenaza para el rentista no surge hoy en día de una poderosa
coalición inflacionaria entre trabajadores y empresarios. Surge de
aquellos grandes grupos de la sociedad que carecen de represen
tación política en las democracias de hoy: los jóvenes y los aún no
nacidos.
Ju e g o s g e n e r a c io n a l e s
283
funciona en la realidad 67. Ya sea por una “ilusión fiscal” o por indi
ferencia respecto al destino financiero de la generación siguiente,
las generaciones actuales no parecen actuar de modo altruista con
sus herederos. Más bien tienden a “pasar por alto las obligaciones
futuras y a asumir que los servicios públicos financiados por la deu
da son gratuitos” 68. Haciendo esto, le dejan a la generación siguien
te cuentas sin pagar, cuyos montos superan lo que podría justificaiv
se por la “suavización impositiva”. Expresado de m odo diferente, “la
masa de deuda consiste en la suma acumulativa de transferencias que
los contribuyentes del pasado han recibido de los contribuyentes
futuros” 69. El m odo de captar de la mejor manera el alcance de di
cho fenómeno es mediante el uso de una nueva técnica, ya mencio
nada en el capítulo IV, denominada contabilidad generacional70.
La contabilidad generacional consiste simplemente en el total
de los impuestos netos de un periodo de vida completo — más pre*-
cisamente, consiste en la suma de todos los impuestos futuros que
los ciudadanos nacidos en un año específico llegarán a pagar a lo
largo de sus vidas, según la política fiscal actual, menos las transfe
rencias que recibirán— . La comparación entre las cuentas genera*-
cionales de los actuales recién nacidos con las cuentas de los futuros
recién nacidos — realizando los debidos ajustes por el crecimien
to económico y poblacional— nos brinda una medida precisa del
equilibrio — o ausencia de equilibrio— generacional71. Si las gene
raciones futuras deben enfrentarse a cuentas generacionales más
elevadas que las de los actuales recién nacidos, ello implica que la
política actual está desequilibrada generacionalmente y, en conse
cuencia, no es sostenible. Debido a la inquebrantable restricción pre
supuestaria intertemporal, el gobierno no puede pretender reunir
de las generaciones futuras los mismos impuestos netos que reuni
ría, según la política actual, de los recién nacidos del presente.
El cálculo del desequilibrio generacional es tan sólo un contra-
factual informativo y no un probable escenario político, ya que im
pone el ajuste fiscal necesario para satisfacer la restricción presu
puestaria intertemporal del gobierno sobre las generaciones futuras.
No obstante, el cálculo expresa claramente la necesidad de que se
realicen ajustes en la política. La cuestión entonces es cómo lograr
el equilibrio generacional sin cargar todo el ¿yuste a las generacio
284
nes futuras. Como ejemplo, podemos calcular la disminución del
total de las compras futuras del gobierno que serían necesarias para
rebajar el tamaño de las cuentas generacionales de las generacio
nes futuras a fin de lograr un equilibrio generacional. Cualquiera
que sea la disminución deseada en términos porcentuales, sería
posible implementar dicha política mediante un corte inmediato y
permanente del flujo anual de esas compras en un porcentaje equi
valente. De manera alternativa, podría implementarse un aumento
inmediato y permanente de la recaudación tributaria anual. Me
diante esto se lograría aumentar las cuentas generacionales colecti
vas de todos los que viven en la actualidad, y de ese m odo reducir
las de las generaciones futuras.
La elaboración de estas “cuentas generacionales” permite ver
claramente que, en la mayoría de los países desarrollados, la política
fiscal de la actualidad está “permitiendo a los miembros de las ge
neraciones actuales morir en estado de insolvencia dejando deudas
a sus descendientes” 72. El gráfico 19 se basa en los resultados de la
contabilidad generacional de diecinueve países. Y muestra los dos
caminos excluyentes que pueden tomar los diferentes países para
lograr un equilibrio generacional: incrementando todos los impues
tos o cortando todas las transferencias. Cada una de estas medidas
se describe en el gráfico com o ajustes porcentuales requeridos de
modo inmediato y permanente. La magnitud de estos distintos ajus
tes nos proporciona una medición indirecta de los niveles de dese
quilibrio generacional que caracterizan a los distintos países.
El gráfico demuestra que para lograr un equilibrio generacio
nal, siete de los países precisan incrementar todos sus impuestos en
más de un 10 por ciento. En Austria y Finlandia, el aumento que se
precisaría se aproxima al 20 por ciento. Si Alemania tuviera que de
pender exclusivamente de subidas globales de impuestos, entonces
debería aumentar inmediatamente los tipos impositivos de todos
los niveles del gobierno (federal, regional y local) y de todos los im
puestos (sobre el valor añadido sobre las nóminas, sobre los bene
ficios sociales, sobre la renta de las personas físicas, sobre el consu
mo, sobre las ventas, la propiedad, el patrimonio y las donaciones)
por encima de un 9 por ciento. La cifra equivalente para Estados
Unidos es del 11 por ciento; y paraJapón del 16 por ciento. Si los paí
285
ses dependieran exclusivamente del aumento de los impuestos
sobre la renta, entonces Austria, Finlandia y Francia deberían ai*,
mentar sus tasas de impuestos sobre la renta por encima del 50 por
ciento 73. Algunos países podrían llegar a un equilibrio generado»,
nal mediante aumentos impositivos relativamente moderados por
debajo del 5 por ciento: es el caso de Australia, Bélgica, Canadá, Di^
namarca, Portugal y Gran Bretaña. Los únicos países que no precia
sarían aumentar sus impuestos para lograr un equilibrio generación
nal son Irlanda y Nueva Zelanda. Irlanda podría incluso recortar
sus tasas impositivas sobre la renta en un 5 por ciento sin tener que
preocuparse por la carga sobre las generaciones futuras.
No es necesario aclarar que el aumento de los impuestos es muy
pocas veces una medida política que cuente con aceptación gene*
ralizada. ¿Qué pasa entonces con la vía alternativa, con la reduccióik
de las transferencias gubernamentales (las que han sido, después dtt
todo, una fuente fundamental del alza del gasto público y del eitóíj
deudamiento)? El gráfico 19 muestra cóm o cinco de nueve países
precisarían realizar recortes de más de la quinta parte del total
sus transferencias gubernamentales para lograr un equilibrio gene*
racional: Austria, Finlandia, Japón, Holanda y Estados Unidos. Jam
pón es el que está en peores condiciones, precisaría realizar recaí*!
tes en una proporción superior al 25 por ciento. Una vez más¡¿
Irlanda es la que está en la mejor situación, ya que podría legítima^
mente aumentar sus transferencias en un 4 por ciento. Nueva
Zelanda también podría afrontar un leve aumento.
Estos datos dan que pensar. Las cifras demuestran que sólo dos
o tres de las economías desarrolladas del mundo poseen políticas
fiscales equilibradas a nivel generacional. Las dos economías más
grandes del mundo —Estados Unidos y Japón— están entre aque
llos países más alejados de un posible equilibrio. Entre otras cosas,
esto demuestra que los superávit presupuestarios conseguidos y los
proyectados con optimismo por Estados Unidos desde 1998 son en
verdad ilusorios.
Mientras que los candidatos presidenciales debatían entre ellos
la cuestión del futuro empleo de estos supuestos superávit, la reali
dad era que las cuentas generacionales de Estados Unidos estaban
entre las peores del mundo: eran peores, según los criterios de me-
286
3°
■ R e d u c c ió n de las tran sferen cias d el E sta d o
■ A u m e n t o d e t o d o s lo s im p u estos
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287
Holanda tienen los problemas fiscales más serios 75. Pero según loa
desequilibrios generacionales, son Austria, Finlandia, España y
Suecia los que están en apuros. Entre las economías desarrolladas,
Gran Bretaña y sus antiguas colonias —Australia, Canadá, Irlanda y
Nueva Zelanda— pueden preocuparse menos. En efecto, el dese
quilibrio generacional de Gran Bretaña se suprimiría completa
mente si la productividad laboral llegara a elevarse un 0,25 por cien
to más de lo proyectado, y si el gasto gubernamental no aumentara
a la par que el aumento de la base impositiva. Por otro lado, si no s©
da tal mejora de la productividad, ni tampoco un endurecimiento
fiscal, es posible que la situación británica se deteriore. Si el gobier
no intentara lograr el equilibrio generacional solamente mediante
el aumento de los impuestos sobre la renta — lo que, admitamos, eíj
bastante improbable— entonces debería implementarse en 199®
una inmediata y permanente subida del impuesto sobre la renta
del 9,5 por ciento. Si esta medida se retrasa a 2004, el aumentó n'él
cesario sería del 11 por ciento, y, en diez años más, debería ser deì
15 por ciento 76.
¿Pero qué explica estas diferencias entre los países? En parte :1|¡
respuesta es la diferencia entre sus políticas fiscales, aunque funda*
mentalmente se trata de las diferencias de la estructura demografi!
ca actual y futura de cada país. El cuadro 10 presenta cifras que rèi
flejan los coeficientes de dependencia — es decir, las proporcione*
de la población que está por debajo o por encima de la edad de trai
bajar (menores de quince años o mayores de sesenta y cuatro) cori
respecto a la población que está entre los quince y sesenta y cinco
años; o (en las dos últimas columnas) con respecto a la población ac-r
tiva empleada. Dichas cifras demuestran que en la actualidad, con*
trariamente a algunas predicciones más alarmistas, los coeficientes
de dependencia son más bajos en la mayoría de las grandes econo
mías (con la excepción de Francia) de lo que eran hace cien años.
La diferencia radica en que en 1900 los dependientes eran prin
cipalmente niños: en proporción, la tercera parte de la población >
de estos países tenía menos de quince años. Hoy la proporción es
tan sólo del 17 por ciento, mientras que la proporción de la pobla
ción que tiene o supera los sesenta y cinco años ha aumentado del
5,6 por ciento a un 16 por ciento. Y lo que verdaderamente distin
288
gue las contabilidades generacionales es el incremento proyectado
del envejecimiento de la población en los próximos cincuenta años.
En los seis casos del cuadro 10, el “envejecimiento” esperado de la
población para el año 2050 hará que aumenten los coeficientes de
CUADRO 10
Coeficientes de dependencia
Coeficientes de dependencia* económica efectiva**
Fuente: Economist, ‘World in Figures’, pág. 17; McMorrowy Roeger, 'Economic Consequences
of Ageing Populations’.
* de 0 a 14 y más de 65 respecto a 15-64
** de 0 a 15 y más de 65 respecto a personas con empleo activo
289
la proporción de la población que supere los sesenta y cuatro año*,
será tan sólo del 10 por ciento 79. Este fenómeno, sumado alas carac
terísticas particulares del sistema impositivo tailandés, explica por
qué su desequilibrio generacional es positivo, es decir, que benefi
cia a las generaciones futuras 80.
Lo que demuestran las cifras es que un nuevo tipo de conflicto
distributivo está reemplazando al modelo tradicional basado en cía-
ses que ha dominado el siglo XX. En cierto sentido, el Estado de bie
nestar ha sido diseñado para dar fin a la lucha entre rentistas, empre
sarios y trabajadores, objetivo que en gran parte ha conseguido. Pero
el coste de dicho éxito ha sido la creación de un sistema de dere
chos universales que se ha vuelto imposible de financiar. Si las con*«
tabilidades generacionales terminan quedando desfasadas — lo que
de hecho está sucediendo en gran parte de Europa, Japón y Esta*
dos Unidos— serán inevitables futuros recortes del gasto público o
aumentos de la tributación. Una de las posibilidades es que la próf
xima generación termine pagando impuestos mucho más elevados
para financiar las pensiones y otras transferencias de la generación
actual, incluyendo los intereses de los bonos (gran parte de suíí
pensiones privadas). La otra posibilidad es que se reduzcan los be*
neficios de las personas de edad, por ejemplo mediante un recorté
de las pensiones estatales, el incumplimiento de los bonos, o un
gran aumento inflacionario no anticipado; de esta manera se pásá
la factura a la generación que incurrió en dicho gasto años antes,
Pero la cuestión de la redistribución entre generaciones no es,
por cierto, una novedad. Las grandes deudas públicas y pensiones
públicas no consolidadas han sido siempre modos de transferir
dinero de los jóvenes y no nacidos a los mayores, del mismo modo
que la inversión pública en educación ha transferido recursos de los
mayores a los jóvenes 81. Sin embargo, la dimensión actual de los de
sequilibrios generacionales carece de precedentes. En la mayoría
de los sistemas fiscales “del primer mundo”, los beneficiarios netos
son las personas de edad, no sólo por sus pensiones sino también
porque constituyen los principales consumidores de la asistencia
sanitaria subvencionada. Por esto, obviamente, constituyen por lo
general el foco de atención de las políticas que se plantean como
objetivo reducir los gastos. Pero a diferencia de los jóvenes y los no
290
nacidos, dicho sector de la población es votante. La pregunta que
se deriva de esto, entonces, es en qué medida los conflictos objeti
vos de intereses entre generaciones pueden convertirse en conflic
tos subjetivos a nivel político.
Hasta hoy, las generaciones han tendido a enfrentarse más por
cuestiones políticas, artísticas o por la longitud del cabello que
por los efectos redistributivos de la política fiscal. Bazarov tenía mu
chos motivos de queja en la novela de Turgueniev Padres e hijos;
no obstante, el coste de la manutención de la generación anterior no
aparece entre ellos. Aún hoy, el conflicto generacional por las fi
nanzas es bastante limitado debido a que quienes cuentan con las
mayores desventajas carecen de derechos electorales. Como expre
saba el economista italiano Guido Tabellini: “Si los jóvenes pudie
ran votar sobre la decisión de emitir más deuda, todos ellos se opon
drían” 82. Es posible, sin embargo, que el debate sobre la reforma
de las pensiones explicite en el futuro los aspectos financieros de
los conflictos generacionales.
Un buen ejemplo de la importancia cambiante de la edad en la
política lo ilustran los debates que se han venido desarrollando en
Gran Bretaña desde 1979. El gobierno de Thatcher heredó un sis
tema dual de pensiones estatales: la pensión básica tradicional, que
aumentaba anualmente a la par que el mayor de uno de los siguien
tes índices: el índice de precios al por menor y el índice de los in
gresos promedio. Sumada a ésta, existía también una nueva pensión
estatal relativa a los ingresos que había sido introducida en 1978 83.
En el primer presupuesto, el nuevo gobierno reformó la ley que re
gía los aumentos de la pensión básica aumentándola sólo de acuerdo
con el índice de precios al por menor, y rompiendo así el vínculo con
los ingresos promedio^ Seis años después, el gobierno de Thatcher
convirtió también la pensión adicional en un instrumento menos
generoso. El ahorro fiscal a corto plazo logrado por dichas medi
das fue verdaderamente sustancial, ya que desde 1980, la subida de
los ingresos fue considerablemente más elevada que la subida de la
inflación (llegó a ser de un 180 por ciento, frente a un 120 por cien
to) . Y el ahorro a largo plazo fue aún mayor: las obligaciones no con
solidadas derivadas de las pensiones estatales del Reino Unido son
notablemente menores que las de las pensiones de la mayoría de los
291
gobiernos continentales: es tan sólo de un 5 por ciento para el pe
riodo que se extiende hasta el año 2050, en comparación con el
70 por ciento de Italia, el 105 por ciento de Francia y el 110 por
ciento de Alemania 84. En palabras de Nigel Lawson, quien fuera
ministro entre 1983 y 1989, “esta valerosa decisión política... contri
buyó de manera crítica a que se recuperara el control sobre el gasto
público” 85. Y lo dicho es indudable. Sin embargo, la medida con
llevó también una considerable transferencia intergeneracional
que perjudicó a los jubilados del momento así com o también a
los que estaban a punto de jubilarse. Lo que resulta llamativo es la
lentitud y moderación con que reaccionaron los perdedores.
En la política británica, la edad no se ha considerado un deter
minante político. Sin embargo, es notable que los jóvenes hayan ten
dido claramente a votar por los laboristas, mientras que las personas
de edad lo hacían por los conservadores. Según un politólogo des
tacado de Gran Bretaña, la baja de la edad mínima requerida para
votar — que descendió de los veintiún a los dieciocho años — “fue
probablemente lo que determinó la caída del 60 al 30 de la mayo
ría [conservadora] en 1970, y lo que marcó la decisiva diferencia de
las dos elecciones de 1974”, ganadas por los laboristas 86. Es más, los
que desertaron en mayor número del Partido Conservador para unir
se al Laborista en 1997 fueron los menores de treinta 87. Sorprenden
temente, las personas de edad, a pesar de los recortes de las pensiones
públicas implementados por el gobierno de Thatcher, continua
ron fieles a los conservadores. En 1992, prácticamente la mitad
de los votantes mayores de sesenta y cuatro años eligieron a los to-
ries, un 4 por ciento más que la cifra correspondiente al electorado
en su totalidad. En 1997, y comparado con el declive a nivel nacio
nal del voto conservador que cayó del 43 por ciento a un 31 por
ciento, dicho porcentaje descendió tan sólo en un 3 por ciento. Los
jubilados fueron, de hecho, el único grupo de edad que apoyó más
a los toñes que a los laboristas 88. Sin embargo, resulta significativo
que uno de los temas principales de la campaña electoral de 1997
haya sido la crítica laborista al secretario de Seguridad Social, Peter
Lilley, porque estaba considerando abolir completamente la pen
sión estatal. Según las encuestas y los “grupos de analistas” conser
vadores, este ataque dirigido a los planes de reforma de Lilley fue
292
seguido por una abrupta tendencia, entre los mayores de sesenta y
cinco años, a votar por los tories, si bien las agresivas refutaciones
previas al día de elecciones pueden haber cambiado el efecto 89. En
el año 2000, Al Gore intentó desplegar una táctica similar. Sería lla
mativo que este tipo de “juego con los temores de los mayores” no
se vuelva un tema de campaña electoral con tina importancia cre
ciente en otros países durante las próximas décadas. Un informe
de la Comisión Europea publicado en noviembre de 1999 señala al
respecto:
U n a respuesta m o lesta
293
tema impositivo 92. Es probable que Alemania también se beneficie
(como le ocurrió en los años cincuenta) de esta inmigración a gran
escala: en el país residen actualmente 7,3 millones de extranjeros*
es decir, aproximadamente un 9 por ciento de la población 93.
Por desgracia, el gran número de países que tienen una mayor
necesidad de inmigrantes son los menos propensos a admitirlos*
El sistema fiscal austriaco sufre uno de los desequilibrios genera*
cionales más serios de Europa. Y, sin embargo, en ningún lado las
políticas antiinmigratorias han tenido mayor aceptación popular
que allí, hasta el punto de que el abiertamente xenófobo Partido
Liberal asumió el gobierno en el año 2000. Es más, las leyes antiin
migratorias conllevan efectos perversos: dado que es imposible ce
rrar la mayoría de las fronteras, crean grandes grupos de inmigran
tes ilegales que quedan fuera del sistema impositivo y que por ende
no son contribuyentes directos del sistema fiscal. Se calcula que en
la Unión Europea viven 3 millones de inmigrantes ilegales; en Esta
dos Unidos se hallan en condiciones ilegales aproximadamente
2 de los 7 millones de residentes nacidos en México. Se calcula que
el total de los inmigrantes ilegales en Estados Unidos se acerca a los
6 millones 94. Si el pasado puede servirnos de guía, no hay razón, sin
embargo, para pensar que dichas leyes — no del todo ejecutables—
vayan a relajarse en un futuro cercano. Precisamente, durante el
apogeo de la última globalización, países como Estados Unidos y
otros importadores de fuerza laboral restringieron la inmigración,
empezando con la exclusión de personas procedentes de China y
Japón antes de la I Guerra Mundial95.
La promulgación de una legislación antiinmigratoria constituye
un buen ejemplo del m odo en que una preferencia democrática
puede ir en contra de los intereses económicos a largo plazo de la
sociedad. (Como regla general, la inmigración tiende a erosionar
los salarios reales de los trabajadores no cualificados, pero bene
ficia, en cambio, la economía total del país anfitrión.) Del mismo
modo, gran parte de los defensores de la contabilidad generacio
nal se muestran pesimistas con respecto a las posibilidades de que
sus recomendaciones —ya sea en lo que se refiere al aumento impo
sitivo o al recorte del gasto— sean tomadas en cuenta. Los políticos
— tendemos a asumir— son incapaces de tener una visión que vaya
294
más allá de la fecha de las próximas elecciones. Desde luego, es
improbable que favorezcan políticas que sean del interés de los
votantes aún no nacidos y que supongan sacrificios para los votan
tes actuales.
Para continuar desarrollando este tema, el próximo capítulo
abandona el reino de los conflictos distributivos para entrar en la
arena política. Cobbett creía, com o hemos visto, que la democrati
zación mejoraría la política fiscal: la ampliación del sufragio deten
dría el reinado de los “comedores de impuestos” al forzar a los po
líticos (por medios no especificados) a que redujesen la “sagrada
Deuda”. En la práctica, sin embargo, las deudas han seguido acu
mulándose y la clase de los comedores de impuestos, lejos de achi
carse, ha seguido expandiéndose. ¿Por qué?
295
L>APri u ix ) v in
El s ín d r o m e “ S il v e r b r id g e ” :
LA ECONOMÍA ELECTORAL *
297
Cheftìns, “King Cash! — The Boss of Every Election”, de Ilustrated Bits, 1885
cía que los agentes de los conservadores se sentaran en la taberna
Golden Ball, cuyo nombre por cierto es adecuado, para repartir
monedas y anotar cuidadosamente en un libro los nombres de los
receptores. Trollope invirtió 400 libras en su campaña y quedó el
último en los resultados electorales con 740 votos, mientras que Ed-
wards venció con 1.132 votos. El fraude resultó ser tan descarado
que organizaron una Comisión Real para investigarlo. La comisión
pudo demostrar que se habían comprado más de 800 votos y abo
lió a su debido tiempo el distrito electoral de Beverley4.
Cuando leemos las versiones noveladas por Trollope de esta ex
periencia, en The Prime Minister y TheDuke’s Children, nos damos
cuenta de que la vida política de Inglaterra no varió demasiado en
tre 1750 y 1860. En el imaginado distrito electoral de “Silverbridge”
los candidatos deben entregar a los fiscales locales cheques de 500
libras y los “honestos ciudadanos” solicitan con descaro “una peque
ña contribución económica” a cambio de sus votos, el protege del
aristócrata local vence al cervecero local y uno de los candidatos de
rrotados amenaza con una fusta a uno de sus rivales 5. Aun con la
promulgación de dos leyes de Reforma en 1832 y 1867, el “Silverbrid
ge” de Trollope parece ser sólo algo menos deshonroso que aquella
elección hannoveriana tan vividamente pintada por William Ho-
garth en 1753.
Uno podía pensar que en el Silverbridge moderno no ocurriría
esto. Hoy en día, es posible llegar a expulsar de la Cámara de los Co
munes al diputado del que pueda probarse que se ha pasado por po
cas libras del mínimo legal fijado para gastos de campaña. Es más, el
dinero que gastan los candidatos no termina nunca en los bolsillos
de los votantes. Sin embargo, la política de principios del siglo xxi
nos recuerda en otros sentidos a la era de Trollope. En las democra
cias modernas no hay una compra directa de votos; pero, no obstan
te, es preciso invertir mucho dinero para asegurarse las elecciones.
¿E st á u s t e d e n u n a s it u a c ió n m á s d e s a h o g a d a ?
299
mente, se entiende que el funcionamiento de la economía tien«j
una relación directa con el éxito electoral del gobierno que ocupa
el poder. Una buena ejemplificación de este nuevo determinismo
económico es la difundida explicación del fracaso del impeachmem
de Clinton por perjurio y obstrucción a la justicia en relación cdfl
sus delitos sexuales. En febrero de 1999, la mayoría de los estado*
unidenses creían que Clinton era culpable de las acusaciones; sip
embargo, sólo una escasa minoría deseaba que Clinton renunciar^
a la presidencia. Según el senador Robert Byrd —y muchos otrol
comentaristas políticos— , la razón era simple: “Nunca se destituirá
a un presidente del cargo... si la economía está a su máxima altuf
ra. La gente responde a las encuestas con el bolsillo” 6.
Esta había sido la diferencia, sugería un corresponsal de Thi
Finanáal Times, entre Clinton y Richard Nixon, a quien habíarf
obligado a abandonar la Casa Blanca en agosto de 1974. Durante
el año y medio anterior a la caída de Nixon, el “grado de apoyo á
la gestión de su gobierno había descendido de un 60 por ciento,^
a menos del 30 por ciento... Durante ese mismo periodo, la producá
ción había sufrido el peor estancamiento desde la II Guerra Murtf
dial, el desempleo había aumentado prácticamente en un millón d|
personas y la tasa de inflación se había duplicado... En Wall Street, eí
mercado de valores había caído en un tercio”. En cambio, la apro*
bación de la gestión del gobierno de Clinton había aumentado de
un 40 por ciento (en 1994, cuando Kenneth Starr fue nombra*
do fiscal especial) a más del 70 por ciento a fines de 1999, año do*
minado por el escándalo Lewinsky. Según un periodista de The Fi
nancial Times, esto se debió a que “cuando el asunto Lewinsky se
hizo público... Estados Unidos había creado más de tres millones
de puestos de trabajo, su tasa de desempleo había caído a niveles
que no se habían visto desde hacía cuarenta años y el crecimiento
había logrado el mayor y más sostenido nivel de toda la década.
En Wall Street, el promedio del índice Dow Jones de valores in
dustriales había aumentado en más del 15 por ciento”. A primera
vista, el gráfico 20 parece reflejar dicho análisis. Es decir, la p ro
pia experiencia del gobierno de Clinton parece haber justificado
aquel lema de su campaña electoral de 1992: “Se trata de la eco
nomía, estúpido”.
300
Pero la noción de la primacía de la economía en la política nor
teamericana surge con anterioridad a la era de Clinton. En 1980,
Ronald Reagan declaraba en un debate televisado con Jimmy Cárter
lo siguiente: “Cuando uno toma su decisión [en las elecciones],
debe preguntarse si se siente en la actualidad mejor situado econó
micamente que hace cuatro años... ¿Hay más o menos desempleo
en el país que hace cuatro años?” 7. Los políticos británicos también
han sido desde hace tiempo deterministas económicos: la idea de
que la economía determina el éxito electoral del gobierno se pue
de rastrear incluso a mediados de la era victoriana. Un folleto liberal
publicado en Manchester en 1880 comparaba la cantidad de in
ternos y de beneficiarios de ayuda externa a cargo del asilo de Sal-
ford “cuando Lord Gladstone ocupó su puesto” y “cuando se reti
ró” con las cifras que se dieron cuando “Lord Beaconsfield ocupó
su puesto” y “el primero de enero de 1880”. Los números habían
descendido con los liberales y aumentado abruptamente con los to-
ries. La conclusión del folleto era verdaderamente irónica: ‘Ya basta
del r é g i m e n t o r y con sus Malos Negocios, y sus Pesadas Tasas e Im
puestos. SI NO HA TENIDO SUFICIENTE, VOTE POR LOS TORIES” 8. Disraeli
mismo estaba tan impresionado por esta clase de argumentos que le
manifestó a Salisbury lo siguiente: “Desde que tengo memoria, los
‘tiempos difíciles’ han sido siempre nuestros enemigos y sin duda
son la causa de nuestra caída” 9.
En 1930, cuando la depresión internacional se volvió aún más
profunda, Winston Churchill declaraba lo siguiente: ‘Ya no se trata
de un partido luchando contra otro, tampoco de un grupo de polí
ticos eliminando a otro. Se trata de una serie sucesiva de gobiernos
que han tenido que enfrentarse a problemas económicos y a quie
nes se ha evaluado por sus resultados en el duelo” 10. Harold Mac-
millan, el político conservador más exitoso de los años cincuenta,
fue bastante explícito al señalar que la inflación moderada y los ba
jos niveles de desempleo eran las bases del éxito político conserva-
.dor. “Seamos honestos”, les dijo a los conservadores de Bedford en
julio de 1957, “la mayoría de nuestra gente no ha estado nunca en me
jores condiciones” n . Dos años después, el eslogan de la campaña
del partido era el siguiente: “La vida es mejor con los Conservado
res: No permita que el Laborismo la arruine”.
301
Gráfico 20. Sondeo del apoyo al presidente Clinton e índice Dow jones, 1993-2000
3 02
Ya en los años setenta, la idea de que la popularidad del gobierno
dependía del funcionamiento de la economía — y de que la eco
nomía no sólo podía sino que también debía ser manipulada para
conseguir el apoyo de la población— se había convertido en algo
axiomático. En julio de 1975, por ejemplo, Barbara Castle llegaba
con cierto pesar a la conclusión de que “con los niveles de desem
pleo en un 3 por ciento hasta 1978-1979” se daría “un escenario para
otra victoria tory que recogerá los frutos de nuestro amargo sacrifi
cio previo” 14. En septiembre de 1978, el sucesor de Wilson,Jim Cal-
laghan, concluía la reunión del gabinete diciendo lo siguiente:
“No olvidéis que a los gobiernos les va bien cuando la gente cuenta
con dinero en el bolsillo. Ahora bien, ¿cómo lo logramos?” u\
Si bien los conservadores de la era de Thatcher tuvieron poco
en común con sus predecesores en el gobierno, ellos igualmente
creyeron que la economía era la llave que conducía al triunfo polí
tico. Con sus eslóganes de 1979 y 1992: “El laborismo no funciona”
y “La bomba impositiva del Laborismo”, las cuestiones económicas
se convirtieron en temas centrales de las campañas electorales de
los tañes organizadas por los hermanos Saatchi. Por cierto, el énfa
sis de la campaña de 1979 sobre la cola para cobrar el subsidio del
paro demostró ser un arma de doble filo, ya que el desempleo se
disparó con los presupuestos deflacionarios de Geoffrey Howe al
canzando un máximo de 3,2 millones de personas, es decir, que
llegó a ser dos veces y medio más alto que lo que los tañes habían
heredado. En sus memorias, Margaret Thatcher explica su propia
impopularidad en términos económicos 16. No tenía dudas de que
los resultados de la elección de 1983 “dependerían en última ins
tancia de la economía”. De la misma manera, cuando se aproxima
ba la fecha de la elección de 1987 entendió que “la recuperación
económica” constituía “un bálsamo efectivo” para aliviar “heridas”
políticas tales como la del caso Westland: “Nuestras políticas traían
crecimiento con una baja inflación, niveles de vida más altos y... una
continua caída del desempleo”. Cuando en 1986 la conferencia del
Partido Conservador coincidió con “un claro incremento de la pros
peridad, además de la caída del desempleo”, esto nos “levantó la
moral y también las encuestas las cuales... nos abrían el paso a la vic
toria en las próximas elecciones” 17. Prácticamente todos los cole
303
gas del gabinete de Thatcher compartieron este análisis. El escrit|
de su ministro de Hacienda, Nigel Lawson, sobre las elecciones d(|
1987 se titulaba simplemente: “Una elección que le fue ganada a|¡
economía” 18. En efecto, según Nicholas Ridley, Margare t Thatchej
no sólo había vivido para la economía sino que también hahj¡
muerto por ella:
U n p r o b le m a p a ra l a t e o r í a
304
opinión publicada el 24 de abril, una semana antes de las eleccio
nes, demostraba que prácticamente la mitad del electorado soste
nía que “el Gobierno había fundado fuertes bases para la recupe
ración de Gran Bretaña”. Sin embargo, por desgracia para los
tañes, solamente un quinto de los encuestados creyeron que éstos
m erecían la victoria 23. Si bien lograron disminuir bastante el mar
gen d e ventaja de los laboristas entre diciembre de 1994 y la fecha
d e elecciones, la proporción de los votos para los conservadores
cayó prácticamente en un 11 por ciento, y contó con 170 escaños
menos en la Cámara de los Comunes. En febrero de 1999, el ante
rior viceprimer ministro, Michael Heseltine, declaraba que las “re
cesiones... destruyen a los gobiernos” 24. Y, sin embargo, queda cla
ro que no fue la recesión lo que derrocó al gobierno de Major.
Como era de esperar, los comentaristas económicos intentaron
hacer que sus modelos se ajustaran a los hechos. Según el Instituto
de Estudios Fiscales, si bien era cierto que las rentas habían aumen
tado desde 1992, no habían llegado a los niveles alcanzados du
rante los periodos electorales previos. Después de deducir los im
puestos, la renta real de una familia media con dos hijos había
crecido en 765 libras anuales entre 1991 y 1996. Pero la cifra corres
pondiente al periodo 1983-1987 había sido el doble y para el perio
do 1987-1992 el triple. En suma, en 1997 no había habido suficiente
“gasolina para poner en marcha el factor bienestar” 25. El periodista
Will Hutton sostenía que el “éxito” económico que había comen
zado a manifestarse en 1992 había sido superficial: nada había cam
biado en lo que hacía al “funcionamiento subyacente de la econo
mía” y el electorado así lo entendió 26. Una tercera teoría sostenía
que no se les había perdonado a los conservadores la mala adminis
tración de la economía que había desembocado en la recesión de
1990 y la salida de la libra esterlina, en 1992, del Mecanismo de Ti
pos de Cambio 27. La explicación que daba el arquitecto principal
de la campaña conservadora era la siguiente:
305
posee las políticas más adecuadas para administrar la economía?”. ||
único que determinó el cambio de la victoria a la derrota fue la percepcióí
que se tuvo sobre la competencia relativa en asuntos económicos d¡
los partidos 28.
306
Valiéndonos de métodos estadísticos más complejos para distin
guir los efectos del desempleo, la inflación y las tasas de interés 30,
podemos precisar mejor la pérdida de importancia del factor bie
nestar (véase el apéndice B ). Sin duda dicho factor estaba presente
a principios del periodo, como bien sugiere el gráfico 21. Con los
gobiernos conservadores de los cincuenta, el aumento del desem-
35
3 o
2-5
15
C¡
tí
¡U
uc. tíe
a
tí c
w
c
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c
w
c
w tíc c
w tíG tíc c
tí
Gráfico 21. Ventaja del gobierno (eje de la izquierda) e índice de miseria (eje de la
derecha), 1948-2000
Fuentes: Buder y Buder, British Political Facts; Oficina Central de Estadísticas, Monthly
Digest o f Statistics; ibut. RetailPríces 1914-1990; H M S O , Ministry o f LabourGazette;lo s da
tos más recientes provienen de las siguientes websites: Bank o f England y H M Treasury,
www.statistics.gov.uk, excepto los datos de las encuestas de opinión que provienen de
Gallup Organizaron (publicadas en The Daily Tekgraph).
Nota: Los indicadores usados en el análisis son los siguientes: ventaja del gobierno: por
centaje de las personas que respondieron que votarían por el partido del gobierno si
hubiera elecciones al día siguiente menos el porcentaje de los que votarían por el prin
cipal partido de la oposición. IPC: índice de precios ai consumo, porcentaje de cambio
con respecto al año anterior. Las cifras correspondientes al desempleo (estimado des
de enero de 1971 por los demandantes de empleo) carecen de ajuste estacional.
307
pleo en un 1 por ciento se asoció a la caída de casi un 5 por ci
de la popularidad del gobierno; y el efecto del aumento de ]
ilación y de las tasas de interés fue asimismo negativo, si bier
nos dañino. Durante el primer gobierno de Wilson, el efecto
subida del desempleo fue todavía más serio: el aumento de de*
sempleo en un 1 por ciento redujo la popularidad del gobierno eig
un 10 por ciento. El aumento de las tasas de interés se asoció tanv»
bién a la pérdida de popularidad del gobierno; por el contrario|
el alza de la inflación no parece haber producido consecuencia
significativas.
Es de destacar que las cifras durante el gobierno de Heath fueroij
semejantes a las de sus predecesores conservadores. Y el desem^
pleo estuvo asociado a las grandes pérdidas de popularidad entre
1974 y 1979 de los gobiernos de Wilson y Gallaghan.
No obstante, solamente el desempleo mantuvo una relación vei-
daderamente significativa a nivel estadístico con la popularidad
los gobiernos de Wilson y Callaghan. En efecto, con respecto a tQj;
dos los gobiernos que les sucedieron sólo uno de los indicadores
resulta ser verdaderamente significativo: las tasas de interés en e|
caso de los conservadores, y el desempleo en el del laborismo. Estq,
puede significar que Thatcher logró desviar la atención de los vo
tantes del desempleo, que mantuvo una relación ligeramente posi-j
tiva pero poco significativa con la popularidad del gobierno entres
1979 y 1992. Tal vez resulte más llamativo — dada la retórica antiin-
flacionaria de Thatcher— que la relación entre la inflación y la po
pularidad del gobierno no haya sido más importante. En cambio,
la “ley” de Ridley, según la cual “cuanto más alto es el tipo de inte
rés menor es la popularidad del gobierno según las encuestas de
opinión” parece haberse cumplido: todo aumento de un 1 por cienr
to de los tipos básicos se correspondió con una baja de popularidad
del gobierno del 3 por ciento.
¿Pero qué pasó durante el periodo que finalizó con las eleccio
nes de 1997? Dado el abierto compromiso de John Major con la es
tabilidad de precios — que se entendía com o una “ganancia” que
compensaba el “sacrificio”— no sorprende que la correlación en
tre la inflación y la popularidad del gobierno haya sido claramente
negativa entre 1992 y 1997. Sin embargo, la cifra más llamativa de
308
los años 1992-1997 fue la que reflejó la perversidad de la correla
ción entre las tasas de interés y la percepción del gobierno según
las encuestas. Extrañamente, el aumento de un 1 por ciento de la
tasa básica del Banco de Inglaterra quedó asociado a un incremen
to de la popularidad del gobierno de un 8 por ciento; o para ser más
preciso, la caída de los tipos de interés desde septiembre de 1992
coincide con el colapso del apoyo al gobierno. Fue justamente la
inversión del modelo de bienestar — sobre el que basaron fielmen
te su campaña— lo que llevó a los conservadores a la derrota. Y lo
que causa aún más perplejidad es la relación positiva que existió
entre el desempleo y la popularidad del gobierno desde 1997, que
muestra cóm o el apoyo del público al gobierno de Blair ha des
cendido a pesar de que el nivel de desempleo ha continuado mer
mando, lo que supone un fenómeno sin precedentes en la historia
del Partido Laborista moderno.
En otras palabras, sólo durante un periodo relativamente breve
—durante el apogeo de las políticas de demanda “keynesianas”
de los años sesenta— la relación pareció concordar con la teoría del
bienestar. Con la excepción de dicho periodo, pocas veces se dio
un lazo causal entre el éxito económ ico y el político. Esto puede
deberse a dos razones. Primero, que los intentos políticos por ma
nipular el ciclo económico han tendido a producir consecuencias
negativas no previstas: fue bastante obvio durante los setenta, cuan
do (como hemos visto en el capítulo V) las políticas fiscales y mone
tarias que pretendían auínentar el empleo terminaron acelerando
la inflación. En segundo lugar, los votantes no parecen premiar
simplemente a los candidatos cuando hay crecimiento económico
y castigarlos cuando éste no se da: sus respuestas a los cambios eco
nómicos parecen ser mucho más complejas.
309
Anthony Downs, en su Economic Theory ofDemocracy, publicar^
en 1957, sostiene que “los partidos formulan políticas con el
de ganar las elecciones, en lugar de ganar las elecciones para frtpi
mular sus políticas” y que, una vez elegidos, “la conducta ración^
de los gobiernos democráticos responde al deseo de maximizar el
apoyo político” 31. Esta tesis está en la base de la teoría “del ciclq
económico de la política” de William Nordhaus, que sugiere qu¡|
los gobiernos tienden a manipular la economía de modo tal que e|
ciclo de los negocios alcance su punto más alto poco antes de qmj
el gobierno se presente com o candidato para la reelección.
allá de que lo admitan o no los políticos, hay cierta evidencia de c®
rácter empírico que parece probar esta tesis. Al menos en algunojj
países — en Estados Unidos, Alemania y Nueva Zelanda, por eje®¡
pío— el desempleo parece haberse regido por un ciclo económfe
co, según el cual ascendía durante los dos primeros años del gobieéa
no y caía en los dos últimos años 32. Como hemos visto, los datoS de
Gran Bretaña no reflejan este patrón. Sin embargo, se ha demos«
trado, mediante métodos algo diferentes, que en las dos terceraÉ
partes de los años de elecciones hasta los setenta el año previo a 1Í
convocatoria mostraba un aumento de la renta disponible que svfcí
peraba la media 33.
El problema de estas políticas expansionistas dirigidas a dismk
nuir el desempleo ha sido que, sin duda, generan una inflación si#
perior a la esperada. A medida que los políticos intentaban con má1
yor frecuencia una reactivación “cebando la bom ba”, la curva dé
Phillips — la supuesta estricta relación entre empleo e inflación—-
mostraba pendientes más escarpadas. La conclusión de muchos co
mentaristas fue que, después de todo, el ciclo económico de la polí
tica parecía ser insostenible porque — en palabras de Samuel Brit-
tan— daba lugar a “políticas de expectativas excesivas” 34. Según
Peter Jay, manifestándose al respecto a mediados de los setenta, “la
crisis de la política económica” parecía ser inminente 35. En Gran
Bretaña y Estados Unidos, bajo los gobiernos de Thatcher y Rea
gan, la crisis se manifestó con una reacción antiinflacionaria.
La polarización de la política ocurrida a fines de los años setenta
dio lugar a modificaciones “partidistas” de la teoría del ciclo econó
mico de la política. Tal vez esto se debió a que los partidos tenían
310
preferencias políticas diferentes: mientras que los políticos de iz
quierda se preocupaban más por el desempleo debido a la impor
tante proporción de votantes con que contaban entre la clase tra
bajadora, los conservadores se preocupaban más por la inflación
por el apoyo que tenían entre los rentistas. Una investigación reali
zada en 1977, que fue bastante influyente, calculaba que, en prome
dio, el nivel de desempleo de la posguerra había sido más elevado
en Gran Bretaña con los gobiernos conservadores que con los go
biernos del Partido Laborista 36. En Estados Unidos, los demócra
tas también tendieron a reducir más que los republicanos los niveles
de desempleo a costa de una mayor inflación 37. Por tanto, la elec
ción de gobiernos conservadores en muchos países no significó el
fin de una política de manipulación de la economía sino más bien
la comprensión por parte de la gente de que los costes de la infla
ción superaban sus beneficios. De este m odo, Brittan se lamentaba
en los ochenta, porque los gobiernos conservadores continuaban
regulando el ciclo de los negocios ajustando los tipos de interés en
función de los posibles impactos políticos — las memorias de los
políticos confirman que se trató de un error— . No cabe duda de
que durante el periodo 1983-1987, los tañes “manipularon la oferta
de dinero... para ejercer una influencia sobre la opinión pública”
y que reaccionaron a la pérdida de popularidad con un relajamien
to de la política monetaria 38. Otra explicación teórica que se da a la
oportuna prodigalidad de algunos de los administradores conser
vadores es que posiblemente aumentaron los déficit fiscales (me
diante recortes impositivos) para obstaculizar la labor de sus rivales
de izquierda en caso de que llegaran al poder forzándolos a limitar
o incluso a efectuar recortes en el gasto público 39.
Sin embargo, todo este juego político con los indicadores nomi-
nales podría haber ocasionado efectos menos visibles si los votantes
hubieran reconocido las verdaderas intenciones de los políticos.
En dicho caso, el ciclo ecénóm ico de la política habría aparecido
más en el presupuesto y en la política monetaria que en los datos
de crecimiento, empleo o inflación. Los estudios que comparan a
todos los países de la OCDE parecen corroborar esto 40. Así, una de
las posibles razones por las que el factor bienestar puede haber de
clinado después de los setenta es la desilusión del público ante el
311
surgimiento sucesivo de nuevos motivos de agravio ocasionados
por las políticas gubernamentales. En otras palabras, cuanto más se
concentraba el gobierno en una variable, más probable era la falta
de correlación con su popularidad, pues surgían nuevos proble
mas en algún otro sector de la economía; ésta es una versión de la
famosa tesis de Goodhart, para quien basar la política en algún in
dicador en particular socavaba su poder de predicción.
Pero se le puede dar también una segunda explicación a la au
sencia o declinación de este ciclo de negocios implementado por
la política. Esta explicación se vincula a otra —y mucho más com
pleja— variable humana de la ecuación electoral: es decir, a los
votantes.
La f u n c ió n v o t o
312
de los años ochenta 44. Sin embargo, el informe realizado en 1991
por Paldam sobre la “función voto” en diecisiete países de la OCDE
a lo largo de cuatro décadas encontró relaciones tan sólo superfi
ciales entre los votos a favor de los partidos en el poder y una va
riedad de indicadores económicos (los cambios de la tasa de de
sempleo, el aumento de precios y el crecimiento del PIB). Y una
vez sometidas a criterios estadísticos más rigurosos en los que entra
ban enjuego la complejidad política de los gobiernos, la cantidad
de partidos políticos y el tamaño del país, las relaciones se volvían
más débiles 45. Sólo era posible identificar relaciones significativas
entre la economía y las elecciones cuando se realizaban ajustes
considerando los distintos niveles de responsabilidad de los parti
dos políticos con respecto al funcionamiento económico (teniendo
en cuenta, la diferencia de los sistemas políticos), y cuando se valo
raba la inflación y el desempleo en términos comparativos más que
absolutos 46.
Investigaciones más detalladas sobre algún país en especial (gran
parte de ellas, cabe destacar, se concentraron en Estados Unidos)
elaboraron ocho preguntas sobre el m odo en que se relacionan la
economía y la conducta de los votantes:
313
Los párrafos siguientes resumen las conclusiones más importan-i
tes a las que llegaron los expertos en ciencias políticas.
314
reacción conservadora más radical que en otros países europeos.
Con respecto a Alemania Occidental, en cambio, hay evidencia de
que entre 1971 y 1986 fue el desempleo más que la inflación lo que
persuadió a los votantes para cambiar de partido 53. Y en Francia,
entre 1978 y 1987, ambos indicadores estuvieron estrechamente re
lacionados con el apoyo político al partido que estaba en el poder 54.
No obstante, la inflación nunca alcanzó en estos países los niveles
de Gran Bretaña durante los años setenta. La tasa máxima de infla
ción de Gran Bretaña fue, en agosto de 1975, de un 27 por ciento y
durante esta época la de Francia fue de un 11 por ciento y la de Ale
mania inferior al 6 por ciento. Por otro lado, los conservadores bri
tánicos debieron hacer grandes esfuerzos para defender su política
antiinflacionaria, que tenía com o principal efecto colateral la du
plicación del nivel de desempleo.
Si bien la mayoría de los estudios sobre “la función voto” se con
centran en la renta real, la inflación y el desempleo, existen tam
bién otras posibilidades. Es probable que la política impositiva me
rezca mayor atención, dada la importancia reciente de promesas
tales com o la infame de George Bush: “Lea mis labios: no habrá
nuevos impuestos” de agosto de 1988 55. La política comercial tam
bién puede tener un papel importante en las elecciones (com o lo
tuvo durante el siglo x ix ): pensemos en las extraordinarias vacila
ciones manifestadas por los distintos partidos en vísperas de las
elecciones generales canadienses por la decisión que habían to
mado los liberales de detener la aprobación del Acuerdo de Li
bre Comercio para América del Norte (NAFTA)56. También hay
evidencia de que los conservadores británicos atrajeron nuevos
votos con la privatización de los años ochenta 57. Otra posibilidad
es que los indicadores vayan cambiando de tiempo en tiempo (y
por cierto, de lugar en lugar) 58. En Estados Unidos, por ejemplo,
la relación entre renta familiar y popularidad del gobierno fue
muy importante en los Cincuenta, se debilitó en los sesenta y ganó
fuerza de nuevo a principios de los setenta 59. Es este tipo de vo
latilidad precisamente lo que hizo que en Gran Bretaña el bie
nestar se convirtiera después de los sesenta en un m odelo poco
fiable.
315
2) ¿Interés propio o bien común ? Algunas investigaciones sobre Es
tados Unidos sugieren que los votantes tienden a sentirse más influi
dos por las condiciones generales de la economía que por sus pro
pias circunstancias económicas cuando deciden su voto, lo que
implica que o bien los votantes son “sociotrópicos”, es decir, que su
conducta tiende a ser altruista, o que por su carácter esencialmente
“individualista” no le atribuyen al gobierno los éxitos económicos
personales 60. En 1984, por ejemplo, sólo’ un 5 por ciento de los vo
tantes estadounidenses atribuyeron a la política impositiva del go-
bierno el cambio de las circunstancias económicas propias 61. De
todos modos, no es nada fácil discriminar lo personal y la influen»
cia de la economía en general en las decisiones electorales 62. Mu*
chos analistas políticos entienden que la pregunta: ¿se siente usted
en la actualidad mejor situado que el año anterior? es un indicador
fiable de la intención de voto63.
316
nómicas de los votantes están, en alguna medida, en función de la
clase social a la que pertenecen. Sin embargo, se afirma con frecuen
cia que la relación entre clase social y preferencia por algún parti
do específico se ha venido debilitando desde su apogeo en los años
cincuenta 67 Partidarios de la política del “bienestar” com o Antho
ny Crosland, por ejemplo, han compartido esta visión argumentan
do que cuando los votantes abandonaron sus antiguos partidos se
volcaron hacia cualquiera de ellos que ofreciera niveles más bajos
de precios y más elevados de empleo. En la actualidad se sostiene
que existen otros atributos que han suplantado a la clase en nues
tros días, la etnicidad y la profesión religiosa parecen ser más im
portantes (si bien no es fácil distinguir algunos de los “nuevos” de
terminantes, como la asociación a un sindicato o la propiedad de la
vivienda, de la determinación de clase) 68. Todo esto parece sugerir
que las fuertes correlaciones entre economía y política característi
cas de los cincuenta y los sesenta se vinculaban a la lealtad que la
gente sentía por su clase, y que desde 1970 la disolución de estas
identidades de clase redujo la importancia de los indicadores eco
nómicos. No obstante, hay quienes mantienen que la clase todavía
es importante. Cuando nos valemos de criterios simples de medida
como el “índice Alford” — que mide la diferencia entre el porcen
taje de obreros manuales y el de otros trabajadores que votan por el
laborismo— la importancia de este tipo de determinación parece
haber decaído. Sin embargo, métodos más complejos, como los que
miden la disminución porcentual de los obreros manuales en el con
junto de la población, parecen demostrar que las afinidades políti
cas determinadas por la clase todavía persisten. Una gran cantidad
de estudios muestran que en la actualidad el aumento del desem
pleo todavía tiende a incrementar el apoyo a la izquierda entre los
trabajadores más que entre los otros sectores de la sociedad 69.
317
mente propensos a “volcarse” contra el gobierno en comparación
con la actitud favorable de los que creían que su situación había me
jorado 71. El rápido crecimiento de la economía desde la entrada
de los tañes en el gobierno en 1951 parecía garantizar que los perde
dores constituirían una minoría. No obstante, al observar la drásti
ca pérdida de popularidad del gobierno en los años sesenta, Ha
rold Macmillan llegó a preguntarse si acaso “la gente no se había
aburrido de diez años consecutivos de prosperidad” 72. En otras pa
labras, los ganadores, los que nunca antes habían estado tan bien,
se mostraban menos propensos a premiar al gobierno, que la mi
noría a castigarlo.
318
Pero cabe aclarar que ésta puede ser una falsa dicotomía, pues
toda expectativa se funda necesariamente en la experiencia pasa
da 79. Incluso los modelos basados tanto en el pasado como en el
futuro pueden llevar a error. La “gran esperanza” de los conserva
dores ante las elecciones de 1997 se basaba en que “el incremento
de la renta real disponible del año anterior haría que creciesen las
expectativas netas de las familias respecto a su futura situación eco
nómica, y esto favorecería el voto por el Partido Conservador” 80.
Sin embargo, esto no ocurrió así.
319
buyó a evadir la derrota, conservadora de 1983 85; la crisis, verdade
ramente evitable, que surgió por la introducción del impuesto de
capitación de 1990, medida que desafió tanto la racionalidad polí
tica com o la racionalidad económica; y la salida de la libra esterlina
del Mecanismo de Tipo de Cambio de 1992, que se debió a la subida
de los tipos de interés europeos causada por la reunificación alema*
na. Elaborar una ecuación que relacione el funcionamiento de la
economía con la victoria electoral en Gran Bretaña requiere que se
incorporen variables políticas instrumentales diseñadas para cuan-
tificar el impacto de este tipo de acontecimientos 86.
¿Pero conseguimos mediante este método salvar la teoría del fac
tor bienestar? Parece más bien dudoso. De los ocho componentes
de la ecuación elaborada por David Sanders para explicar el voto
conservador entre 1979 y 1997 solamente dos constituyen variables
económicas — el cambio del índice impositivo y el balance entre
expectativas financieras positivas y negativas de las economías do
mesticas, mientras que cuatro son variables políticas (las tres variar
bles citadas anteriormente y el surgimiento de Tony Blair com o un
líder laborista con credibilidad) 87. Por cierto, no hay razón por lá
que el científico no pueda incluir, a discreción, más variables políti
cas ant¿ la necesidad de ajustar las predicciones del modelo a una
realidad inconvenientemente divergente.
POUTIKVERDROSSENHEIT
320
mente, es que los incrementos marginales en la satisfacción huma
na provenientes del crecimiento económico parecen estar sujetos a
rendimientos decrecientes. Puede que los más ricos sean más feli
ces que los más pobres de acuerdo con ciertos sondeos; pero si se
los vuelve a encuestar al cabo de cinco años de rápido crecimiento
económico, la felicidad resultante no habrá aumentado en propor
ción a la subida de sus rentas. En Japón, por ejemplo, las rentas rea
les se quintuplicaron desde los años cincuenta, pero los informes
sugieren que no hubo cambio alguno en el nivel de felicidad 88. Tam
poco son los países ricos los lugares donde habita la población más
feliz: según una investigación destinada a cuantificar la felicidad glo
bal, Estados Unidos ocupaba el lugar decimotercero de la lista mun
dial. Islandia era el país que contaba con la población más feliz. No
obstante, en términos de PNB por habitante, Estados Unidos esta
ba en séptimo lugar mientras que Islandia estaba en el decimosexto.
Una explicación es que el crecimiento económico dispara la cre
dibilidad del gobierno, pero que luego el efecto se desvanece — o
se equilibra— cuando la prosperidad se convierte en norma. Es de
cir, es posible que la novedad del crecimiento de los años cincuenta
y sesenta haya sido lo que causó impacto sobre las elecciones de es
tas épocas; la esencia de esta experiencia no fue “sentirse bien” sino
más bien “estar mejor” m. Otra explicación más radical es que pasa
do cierto punto, el aumento de la renta no incrementa necesaria
mente el “bienestar”; en palabras del psicólogo Donald Campbell,
los ricos terminan entrampados en una “carrera hedonista” de con
sumo insatisfactorio 90. Y un ritmo de vida más frenético debido al
rápido crecimiento de la economía puede generar sensaciones de
inseguridad 91. Otra explicación es que los indicadores convencio
nales que usamos para cuantificar la prosperidad no logran captar
los elementos desagradables — los efectos colaterales negativos—
producidos por el crecimiento, por ejemplo la contaminación o la
aglomeración del tráfico 92.
La segunda razón por la que los votantes pueden ser menos pro
pensos a creer en promesas políticas que los hagan sentirse mejor
descansa en el fenómeno de la desilusión general ante la política.
Los alemanes la han llamado Politikverdrossenheit, término que pue
de traducirse com o “fatiga política”. Uno de sus síntomas es la baja
321
participación en las elecciones. Hay quienes sostienen que dicha
baja se debe a la percepción anticipada del resultado, y que si la elec
ción le pareciera al público importante y percibiera que el voto pue
de tener peso en el resultado, los votantes no se quedarían en casa.
Sin embargo, esta posición pasa por alto el hecho de que en general
el resultado de las elecciones parece ser menos “evidente” en la
actualidad de lo que lo fue hace treinta años 93. La asistencia a las
elecciones generales británicas cayó de un 85 por ciento en 1959 a
un 70 por ciento en 1997 94. Y declinó aún más en las elecciones lo
cales y en las elecciones europeas: en estas últimas, la concurren
cia cayó de un 57 por ciento en 1994 a tan sólo un 49 por ciento
en 1999 95.
Pero a la vez se ha dado un marcado aumento de la volatilidad
electoral: se habla de la inconstancia de los votantes. La proporción
de los votantes británicos con “fuertes” afinidades partidarias era del
47 por ciento en 1964, mientras que en 1987 fue tan sólo de un 16
por ciento 96. En Irlanda, en 1981, un 24 por ciento de los votantes
manifestaba que no “simpatizaba” con ningún partido en especial;
ocho años después la proporción se había duplicado y llegaba al 58
por ciento 97. En el continente europeo también aumentó la volati
lidad durante los años noventa. El índice Pederson de volatilidad
aplicado a trece sistemas europeos (que súma el cambio de la pro
porción de los votos de cada partido entre las elecciones y divide la
suma por dos) prueba que la volatilidad aumentó de un 8 por cien
to en 1948-1989 a un 14 por ciento en 1990-1994 98. Valiéndose de
un método alternativo de medida, basado en la suma neta de los
cambios de los votos entre una elección y la siguiente (que equivale
a la ganancia total de los partidos victoriosos), las elecciones italia
nas de 1994 reflejaron una volatilidad del 37 por ciento, siendo ésta
una de las cifras más elevadas de todas las elecciones europeas ocu
rridas entre 1885 y 1989 " . (Para Alemania el año posrevoluciona
rio de 1919, la cifra fue del 48 por ciento, y para Francia, tras el fin
de la ocupación nazi, del 36 por ciento.)
El fenómeno de la fatiga política preocupa especialmente a los
alemanes por razones históricas obvias; de aquí que tenga interés
considerar los datos referidos al caso alemán más detalladamente.
Sería erróneo poner demasiado énfasis en la caída del porcentaje
322
del 57 por ciento en 1990 al 40 por ciento en 1997 de los alemanes
que afirmaban “estar interesados en política”, pues fue la reunifica
ción alemana lo que impulsó el interés político después de 1989,
efecto que se fue desvaneciendo hacia 1992, si bien todavía se deja
ba sentir en 1994 y 1995. En todo caso, en los años cincuenta y se
senta, el interés en la política había estado muy por debajo de ese
40 por ciento (en junio de 1952 sólo un 27 por ciento de la pobla
ción se declaraba interesada en política) 10°. No obstante, se mani
festaron indudables cambios de actitud frente a los políticos como
grupo a lo largo de los últimos veinte años. En 1972, un 63 por cien
to de los alemanes del oeste respondieron afirmativamente a la pre
gunta: “¿Cree usted que para ser diputado del Bundestag en Bonn
se precisa una gran capacidad?”. Tan sólo un 23 por ciento respon
dió negativamente. El proceso de desilusión se aceleró aún más en
los antiguos estados de Alemania del Este tras la reunificación con
la República Federal. En 1991, un 44 por ciento de los antiguos ale
manes del Este respondieron afirmativamente a la pregunta sobre
la capacidad especial de los diputados del Bundestag; pero ya en
1996, la cifra había descendido a un 22 por ciento 101. Más de las
dos terceras partes de los alemanes encuestados en 1995 pensaban
que la función fundamental de los diputados del Bundestag consis
tía en representar los deseos e intereses de los ciudadanos; no obs
tante, sólo la tercera parte de los encuestados creían que sus repre
sentantes daban prioridad a esta función. Prácticamente la misma
proporción de encuestados cre^a que sus diputados estaban igual
mente interesados en “la realización de ideas propias y objetivos
personales”. Y más de la mitad de los encuestados del mismo son
deo pensaba que se les pagaba demasiado; es más, un 78 por ciento
estaba en contra de que se aumentaran los salarios de los parlamen
tarios, cuestión a la que volveremos más adelante 102.
Las periódicas oleadas de desilusión hacia los cuatro partidos
principales resultan también llamativas. En 1983, sólo un 29 por
ciento de los votantes de Alemania Occidental se manifestaba “de
silusionado” con los grandes partidos; diez años después la cifra
alcanzaba un máximo del 57 por ciento. Si bien el nivel de desilu
sión declinó abruptamente en 1993 y 1994, éste volvió a superar el
50 por ciento en abril de 1997. Ylas actitudes de Alemania del Este
323
se movieron prácticamente de forma idéntica a partir de 1990 103
Tal vez lo más llamativo haya sido la progresiva falta de compren
sión del público acerca del funcionamiento de la representación
proporcional alemana, que otorga a cada votante dos votos, uno
para el candidato del distrito electoral y otro para la lista de un parti
do; este último es el que determina el balance de partidos en el
Bundestag. En 1980, un 54 por ciento de los votantes comprendía
este hecho básico. Según censos recientes, solamente la cuarta par
te de la población de votantes son conscientes de que el segundo
voto es el decisivo 104.
Sería exagerado describir estos fenómenos com o nuevos “sínto
mas de Weimar”. A la mayoría de los alemanes se les ha enseñado, y
han aprendido del pasado, a rechazar opciones políticas antidemo
cráticas, especialmente las que aparecen bajo vestiduras nacionalis
tas o racistas. Y en todo caso, el fenómeno del Politikverdrossenhát no
es exclusivamente alemán. Cuando se les preguntó a los franceses,
en noviembre de 1999, cómo reaccionaban por lo general frente a
la política, un 57 por ciento respondió que “con desconfianza”, un
27 por ciento “con aburrimiento” y un 20 por ciento “con desagra
d o ”. Tan sólo un 25 por ciento se sentía adecuadamente represen
tado por su partido político o líder105. No obstante, es preciso tener
muy en mente que todo colapso espectacular de la democracia se ha
visto generalmente precedido por al menos uno de estos síntomas
enfermizos: la volatilidad electoral, la descomposición de partidos
o las percepciones de corrupción política por parte del público.
Existe, por último, una tercera razón por la que se hace cada vez
más difícil a los gobiernos persuadir a los votantes de que “se sien
ten bien” gracias a su política. Descansa en el simple hecho de que
para lograrlo, especialmente ante los rendimientos decrecientes
del materialismo y el aumento de la fatiga política, se precisen cam
pañas publicitarias mucho más caras de lo que los partidos políti
cos modernos pueden afrontar.
En 1956, el candidato presidencial de los demócratas, Adlai Ste
venson, declaró en la convención de su partido lo siguiente: “La idea
de que se puede vender a los candidatos para los altos puestos oficia
les com o quien comercializa paquetes de cereales para el desayuno
—y de que se pueden acumular votos com o se acumulan las tapas
324
de estas cajas para obtener premios— es el colmo del envilecimien
to al que puede llegar el proceso democrático” 106. Stevenson re
tuvo su dignidad, pero perdió dos elecciones sucesivas frente a
D w i g h t Eisenhower. Tal vez, com o plantearía la teoría del factor
La p o l í t ic a e n t e n d i d a c o m o n e g o c i o e m p r e s a r ia l
325
nueva estructura de dirección otorgándole poderes máximos de
decisión a un “consejo” 108.
Pero éste no fue un fenóm eno particularmente británico. En
todo el mundo el lenguaje de la dirección empresarial tendió a
converger con el de la política. Los intentos de Ross Perot, en 1992
y 1996, por ganar la presidencia se basaron en la noción de que
sólo un empresario podría “reformar Estados Unidos”, tratando al
país com o si fuera una enorme compañía improductiva. En julio
de 1999, el director ejecutivo de Siemens instó al canciller ale*-
mán Gerhard Schróder a que basara su política fiscal en “la compa-
ración de rendimientos... concepto familiar entre las compañías...
aunque desconocido en el mundo de la política” 109. Durante ese
mismo mes, el director del Consejo de Seguridad ruso, Boris Bera
zovsky, explicaba por qué creía que un mayor número de ejecutivos
deberían aspirar al Parlamento: “Expresado crudamente, el capital
contrata a las autoridades que harán el trabajo. La forma de contra^
tar son las elecciones. Y en tanto se lleven a cabo de m odo competí*
tivo, esta opción será racional” no. El mismo Berezovsky logró reu
nir una fortuna millonaria con la venta de automóviles y con la
publicidad antes de entrar en la política. El Wall StreetJournal refle
jaba una opinión semejante cuando describía las ideas políticas
com o “las únicas mercancías del mercado de la política... Las mejo
res ideas son las que se venden y los consumidores son los votantes
que realizan su elección en la cabina de votación” m .
El gran supuesto es que los empresarios pueden brindar a lá
política la destreza adquirida en la esfera de la economía, también
aplicable al gobierno: esto esencialmente explica la atracción políti
ca que tiene en Italia el magnate de los medios de comunicación Sil
vio Berlusconi. En su forma más extrema, se reduce a la noción de
que la política en sí misma no es más que un negocio.
¿Pero en qué sentido puede la victoria electoral ser un negocio
com o cualquier otro? Tal vez la mejor manera de comprender esta
analogía sea imaginando las elecciones com o batallas por el con
trol de algún servicio público fundamental; dada la naturaleza del
negocio, podríamos llamar a la empresa “Bienestar S. A.”. Bienes
tar S. A. es un gigante con problemas, a pesar de tener prácticamen
te el m onopolio en unos cuantos mercados de masas y una base
326
amplia de clientela (sus contribuyentes y dependientes), la mayo
ría de los cuales es accionista (los votantes), y muchos de los cuales
perciben dividendos (beneficios). La compañía provee a los clien
tes con una vasta variedad de servicios. Administra hospitales, escue
las y una inmensa red de carreteras. Es también una compañía de se
guros que dirige la policía, la prisión y el ejército. Y posee grandes
intereses en una gran gama de otros negocios, desde universidades
a compañías de medios de comunicación. El problema con Bienes
tar S. A. — para valernos del ejemplo británico— es que práctica
mente desde 1973 ha dado pérdidas todos los años. Para continuar
pagando los dividendos se ha visto forzada a: a) recortar la inver
sión de capital; b) realizar un aumento lineal de precios por los ser
vicios; c) congelar los pagos a su inmenso sector laboral; d) reducir
el valor real de sus dividendos y dejar de pagarles a ciertas clases de
accionistas, y e) aumentar el control central sobre sus sucursales re
gionales y locales. De ahí que no sorprenda que los consumidores
(cerca de 58 millones), los accionistas (43 millones) y los emplea
dos (3,6 millones) estén insatisfechos.
Pero consideremos ahora a los partidos políticos. Son entidades
mucho más pequeñas, cuyo objetivo principal consiste en ganar y
retener el control sobre Bienestar S. A. Para lograrlo, el principal
partido opositor debe implementar una prolongada campaña de
adquisición que destaque los puntos flacos de la actual adminis
tración. El objetivo de dichas campañas consiste en convencer a
los accionistas (a los votante^ de que se inclinen por su oferta en
la próxima reunión quinquenal (en las elecciones generales). Si
el partido de la oposición lo consigue, se da entonces una fusión
entre éste y Bienestar S. A. por la que se reemplaza la junta actual
de Bienestar S. A. por otra formada por la oposición. También
es posible que la oposición gane, mediante la campaña, control
sobre las filiales de Bienestar S. A. (los gobiernos locales) y que in
filtre allí a sus trabajadores; si bien en los últimos años la centrali
zación de las finanzas públicas y la pérdida de fuerza de los sindi
catos del sector público han hecho que estas tácticas sean menos
efectivas.
Una de las diferencias más obvias entre el negocio de la política
y los negocios reales es el carácter poco convincente que tienen las
327
ofertas públicas de adquisición de los partidos políticos. Cuando
ocupa la oposición, el partido político es poco más que una mezcla
de gabinete de estrategias, agencia publicitaria y club de tiempo li*
bre (si bien esta última función ha ido desapareciendo). A menos
que posea considerable poder a nivel local o regional, el partido de
la oposición está muy p oco involucrado en el negocio de gober
nar del cual arguye saber tanto. No obstante, cuando está en el po
der, debe administrar esa gran corporación que es el Estado modei*
no. Como ocurría durante el siglo xix, se hace necesario persuadirá
los votantes de que abandonen sus antiguas lealtades, pero a dife
rencia de entonces, esto no puede lograrse repartiendo cerveza grat
tuita durante las campañas. En su lugar, se hace necesario seducir^
los con promesas sobre el futuro mejoramiento de la dirección de
Bienestar S. A., ya sea prometiendo mayores inversiones, precio»
más bajos (impuestos más bajos), mejores condiciones para sus eraé
pleados, mayores dividendos (beneficios) o algún tipo de reestru®»
turación que mejore la eficiencia de la empresa. El partido que go
bierna, sin embargo, puede ofrecer inmediatamente estas mismas
promesas; es más, cuenta con muchos más medios para realizar sus
sondeos y difundir las nuevas políticas.
Es aquí — en el campo de las finanzas— donde se encuentra la
diferencia fundamental entre la política y los negocios. Tal vez una
de las características más llamativas de la democracia moderna sea
la gran discrepancia que existe entre los presupuestos de los parti
dos y el presupuesto del Estado que pretenden administrar. Mien
tras que este último, com o ya hemos visto, tendió a aumentar en
relación con el producto interior bruto durante el último siglo, los
primeros han caído de modo espectacular. El gasto total de los canr
didatos, durante la elección de 1880, superó la cantidad de 1,7 mi
llones de libras 112. Con precios de 1997, esto equivale a más de 20
libras por voto, en comparación con la cifra de 1997, que fue de
42 peniques. En relación con el PIB, el gasto de los candidatos en
las elecciones generales cayó, desde 1880, en un increíble 98 por
ciento (gráfico 22).
No obstante, a lo largo de las dos últimas décadas se ha dado un
innegable aumento de los costes operativos de los partidos. En la
actualidad, los partidos ya no dependen de voluntarios que traba
328
jan gratuitamente sino que dependen, cada vez más, de administra
dores profesionales y de consultores. Esta fue la razón principal por
la cual las elecciones de 1997 fueron considerablemente más costo
sas que las de 1992. Los conservadores gastaron 24 millones de li
bras, el laborismo 17 y los demócratas liberales poco menos de 3; en
total se gastaron 44 millones de libras, a diferencia de los 32 millo
nes gastados por los tres partidos principales cinco años antes113. El
gráfico 23 deflacta las cifras y muestra el considerable aumento real
del gasto de los partidos principales que se ha manifestado a partir
de los años setenta. En 1997, los conservadores— así com o también
los laboristas— prácticamente triplicaron el gasto de febrero de
1974. Yel gasto total de los partidos desde 1979 aumentó en propor
ción del PIB, en un 55 por ciento. Es más, dichas cifras no incluyen
el aumento de los costes por la administración diaria del partido.
Gráfico 22. El coste real de las elecciones: candidatos, gastos declarados en las eleccio
nes generales, 1880-1997
Fuentes: Pinto-Duchinsky, British PoliticalFinance, pág. 27; Buder y Butler, British Politi-
calFacts, pág. 241; Butler y Kavanagh, General Election o f 1997, pág. 223.
329
Cuando se analizan las cifras del gasto central de los partidos, que
incluye los pagos ordinarios no vinculados a las elecciones (gráfii
co 24), la trayectoria ascendente de los gastos queda confirmada, y
de m odo más obvio para el Partido Laborista, si bien también los
conservadores experimentaron una clara subida de los gastos ordü
narios, desde mediados de los años ochenta.
El problema no es sólo de Gran Bretaña. En Europa ocurrió
algo similar. Los gastos de la campaña austríaca se duplicaron en
tre 1975 y 1990; y lo mismo ocurrió en Suecia entre 1982 y 1988¿
Los partidos irlandeses también vienen gastando más y más en
propaganda electoral: entre 1969 y 1989, el presupuesto del Finé
Gael se cuadruplicó en términos reales 114. (Holanda es la excepr
ción a la regla: las campañas allí parecen haberse vuelto algo más
baratas) 115.
El caso estadounidense merece especial atención. Según cálcu
los de mediados de 1999, la campaña electoral para la sucesión del
Gráfico 23. Gasto total en las elecciones generales de los tres partidos principales de
Gran Bretaña, 1964-1997 (en miles de libras de 1997)
Fuentes: Paul D. W ebb, “Party Organizational Change in Britain: T he Iron Law o f Cen
tralization? ”, en Katz y Mair, H ow Parties Organize, pág. 112; Butler y Kavanagh, General
Election o f 1997, págs. 223, 242. Cifras reducidas según el índice del coste de vida.
330
presidente Clinton puede llegar a costar un 50 por ciento más que
la campaña de 1995-1996116.
Los candidatos para el Congreso y el Senado gastaron 459
m illo n e s de dólares durante el ciclo bianual de elecciones de
1987-1988, el doble de lo que se había gastado diez años antes.
Los candidatos para las elecciones primarias presidenciales gas
taron otros 250 millones de dólares y los candidatos para la pre
s id e n c ia gastaron 90 u7. Las cifras equivalentes para 1995-1996
fueron de 765 millones, 244 y al menos 153 118. Según estándares
europeos, estas cantidades son amedrentadoras. El coste de las
elecciones generales británicas para los tres partidos principales
fue aproximadamente de 66 millones de dólares, mientras que
el coste del proceso electoral federal norteamericano de 1995-
1996 (que incluye las primarias, la campaña presidencial y las
elecciones al Congreso y al Senado) superó los 2.000 millones de
dólares.
331
Como en el caso británico, conviene adoptar una perspectiva d$'
largo plazo en lo que hace a las elecciones en Estados Unidos. En térl
minos nominales, el coste total del ciclo electoral presidencial pa
rece haber aumentado, entre 1987-1988 y 1995-1996, en más de la
cuarta parte. Pero en términos reales e incluyendo los ajustes infla.,
cionarios, el coste no varió demasiado. Es más, en relación con ei
PNB, el coste del ciclo electoral presidencial descendió de un 0,016
por ciento a un 0,014 por ciento. Estas pequeñas cifras sugieren
que en verdad el coste de la democracia norteamericana no cons#.
tuye una carga tan pesada como generalmente se afirma. Es impor
tante tener en mente, por ejemplo, que la suma total invertida en las
elecciones de 1996 fue levemente menor que el presupuesto publi*
citario de la compañía de tabaco Philip Morris del año anterior
No obstante, el coste de la política norteamericana ha tendido^
en muchos otros sentidos, a aumentar. Incluyendo los ajustes inü&¿
cionarios, entre 1983-1984 y 1995-1996, el gasto total de los dos paíf|
tidos principales para las elecciones federales ascendió en más de
una quinta parte. Dicho aumento fue facturado prácticamente en;
su totalidad por los demócratas, cuyos gastos — ajustados por la in
flación— subieron en un 86 por ciento. También en términos rea--
les, la suma de los fondos federales invertidos en los candidatos pre
sidenciales subió, entre 1980 y 1996, en un 28 por ciento. Y aunque
el total de los gastos por las elecciones al Senado se mantuvieron
más o menos constantes en términos reales durante los años no
venta, la disminución de la cantidad de escaños disputados encu
bre el rápido aumento del gasto por escaño. También aumentó, en
términos reales, el gasto de los Comités para la Acción Política: las
contribuciones para los candidatos a la Cámara Baja se elevaron en
un 54 por ciento y para los candidatos al Senado en un 64 por cien
to 12°. Hubo también un aumento de soft money ( “dinero bonda
doso”) ocasionado por los Comités del Partido Nacional para las
llamadas “actividades para la construcción del partido”: el gasto as
cendió de 86 millones de dólares en 1992 a 262 en 1996121.
La dificultad radica en que los partidos intentan ganar votos y
no vender un producto que genera ingresos. Por eso dependen de
fuentes de financiación que, desde un punto de vista empresarial,
son anormales. Las cuotas de afiliación pueden, por cierto, vincu
332
larse a las suscripciones a periódicos, pero ni los partidos ni los pe
riódicos pueden depender exclusivamente de ellas (y los partidos
no pueden vender publicidad). Además, la afiliación a los parti
dos políticos es un fenómeno en declive en casi todas partes.
En 1953 —com o indica el cuadro 11— los conservadores britá
nicos podían afirmar que contaban prácticamente con tres millo
nes de afiliados. Pero a fines de los noventa, la cifra había descen
dido en un 86 por ciento y equivalía a tan sólo 400.000 afiliados. El
número de individuos afiliados al Partido Laborista llegó en 1952 a
un máximo de 1.015.000; además, contaba con más de cinco millo
nes de miembros corporativos (fundamentalmente de los sindica
tos) 122. A pesar de los éxitos del movimiento de reclutamiento del
Nuevo Laborismo, en la actualidad la afiliación individual equivale
a dos quintas partes de su máximo de 1953 123.
La dimensión de la crisis puede calibrarse mejor calculando la
afiliación individual a los partidos com o porcentaje de la población
del Reino Unido. El gráfico 25 muestra que, en términos relativos,
la afiliación al Partido Laborista en los ochenta había caído a nive
les nunca vistos desde los veinte.
C U A D R O 11
de G r an B r e ta ñ a , 1 9 53 -199 7
333
° ’° 1 t > l 1 1 1 1 ' 1 1 1 I I \ 1 . 1 1
00 r-i'sO o Tf-OO r-JMD O t OO H ‘sO O ^ C O H \0
H c r i r r \ ^ f ^ - T f - i o » ^ ' s O \ O S O fv fv 00 OO 00 Os 0\
0\ On 0\ 0\ C\ 0\ 3\ 0\ G\ C\ <3\ <Jv 0 \ 0 \ G\ CT\ C \ Q\
H H H M W H i - H H H H H H H H ^ - i H H
334
que no pudieron compensar nuevas organizaciones, com o la Liga
del Norte. Los niveles de afiliación a los Partidos Laborista y Con
servador son también bajos en Noruega; y la mayor parte de los
que continúan afiliados no pagan sus cuotas 127. A medida que se
multiplican las distracciones en la vida moderna, la actividad políti
ca parece ir perdiendo su atractivo social y económico. A los afilia
dos políticos ya no les interesa asistir a alguna reunión de partido
para pegar sellos o escuchar a alguna figura política menor; tampo
co desean pasar su tiempo libre solicitando el voto por las calles l28.
Las únicas excepciones son Suecia y Bélgica. En Suecia, el to
tal de afiliados permaneció constante en 1,5 millones, es decir,
que la proporción con respecto a la población ha descendido tan
sólo levemente (de un 21 por ciento en 1960 a un 18 por ciento
en 1989) 129. Y lo que es más notorio, los socialdemócratas sue
cos pueden aún afirmar que la afiliación al partido equivale al 46
por ciento del total de sus votos 13°. También en Bélgica la afilia
ción política com o porcentaje del total del electorado se ha man
tenido constante, a pesar de su nivel mucho menor, que está en
un 8-10 por ciento 131.
El efecto producido por el declive de la afiliación política en las
finanzas de los partidos no es difícil de imaginar. En el caso del Par
tido Conservador británico, los ingresos provenientes del electora
do propio (es decir, de los miembros del partido) cayeron de un 14
por ciento de sus ingresos totales en 1988-1989 a menos del 6 por
ciento en 1994-1995 l32.VEn Austria, las cuotas por afiliación como
porcentaje de los ingresos totales del SPO descendieron de un
43 por ciento (1975-1978) a un 36 por ciento (1986-1989) 133 Eso sí,
en Alemania las cuotas por afiliación al Partido Socialdemócrata
representan todavía la mitad de sus ingresos, un 40 por ciento en el
caso de los democristianos y un 25 por ciento en el caso de la CSU
de Baviera — estas proporciones son superiores a las de los años
sesenta— 134. Sin embargo, no hay partido europeo que pueda de
pender por mucho tiempo de las cuotas por afiliación com o fuente
principal de ingresos.
El declive de la afiliación política, que coincidió con el aumento
de los costes de las elecciones, hizo que muchos partidos cayeran en
graves crisis financieras. El déficit acumulado por los conservadores
335
se elevó de 500.000 libras en 1975 a 19 millones en 1992, aunque des
de entonces se redujo a 10 millones. En 1999 se calculaba que el labo*
rismo había contraído deudas de 3,5 millones de libras, además de
un crédito en descubierto de 4,75 millones, y esto a pesar de que un
número considerable de expertos en marketing de la agencia Sha*
dow Communications no cobraron por sus servicios. En 1992-1993 se
calculaba que los partidos políticos irlandeses contaban con deudas
de aproximadamente 15,5 millones de libras, una suma inmensa
considerando el tamaño mucho menor de sus organizaciones135.
Todo esto explica la dependencia creciente de muchos partidos
políticos de las donaciones privadas. Recientemente, los velos que
tradicionalmente cubrieron a las finanzas del Partido Conservador
han sido apartados. En 1987, por ejemplo, el partido llegó a reunir
15 millones de libras: 4 provenían de compañías públicas, otros 4 de
compañías privadas y aproximadamente 6 de particulares136. Como
proporción de los ingresos del partido tory, se estima que las donar
ciones de compañías y particulares se elevaron de un 78 por ciento
en 1988-1989 a un 83 por ciento en 1994-1995 137. Para el año se
guiente, contamos con un desglose más detallado de las donaciones
realizadas por las compañías públicas; éste revela que los conserva
dores recibieron 120 donaciones por un total de 2,88 millones de lií
bras, siete de las cuales eran superiores a las 100.000 138. Entre 1979
y 1993, United Biscuits estuvo a la cabeza, al entregar a los conser
vadores más de un millón de libras I39. Un informe más completo
facilitado en noviembre de 1998 por el mismo Partido Conservador
da a conocer una lista de treinta y tres donantes que otorgaron al
partido sumas de más de 5.000 libras, si bien los totales no quedan es
pecificados en el informe. Después de su derrota en 1997, el partido
fue prácticamente rescatado por su tesorero, el magnate de Belice
Michael (hoy lord) Ashcroft140. La dependencia del dinero extran
jero tampoco era nueva: el partido ya había recibido aproximada
mente 7 millones de libras provenientes de donantes extranjeros
con anterioridad a las elecciones de 1992. Entre estos donantes ex
tranjeros figuraban el magnate de los astillerosJohn Latsis, de Gre
cia, y el sospechoso por fraude Asil Nadirl41.
Una novedad surgida durante la última década ha sido la impor
tancia creciente de las donaciones empresariales al Partido Labo
336
rista, el cual, com o hemos visto, dependió tradicionalmente de los
sindicatos para recaudar gran parte de sus fondos (un 92 por cien
to en 1974) 142. En 1986, el Partido Laborista no contaba práctica
mente con fondos provenientes de empresas, mientras que nueve
años después Labour Research identificó 12 donaciones empresaria
les que sumaban 1,25 millones de libras. Ya en 1996, la cifra supera
ba los 6 millones de libras, mientras que 8 millones provenían toda
vía de los sindicatos 143. En total, entre junio de 1996 y marzo de
1997, el partido llegó a recaudar gracias a las donaciones empresa
riales hasta 15 millones de libras 144. A pesar de que se habla de au
mentar las contribuciones de los sindicatos en el año 2000, es impro
bable que el partido pueda volver a depender, com o antiguamente,
de esta fuente.
En muchos sentidos, el hecho de que los partidos británicos de
pendan de grandes donaciones de particulares representa una regre
sión organizativa: una vuelta, por parte de las instituciones políticas, a
la era de Trollope 145. No obstante, las donaciones políticas británicas
son calderilla para los estándares estadounidenses. Según el Center
For Responsive Politics, con sede en Washington, los partidos federa
les y los candidatos llegaron a reunir cerca de 1.500 millones de dóla
res en concepto de contribuciones individuales, donaciones a los Co
mités para la Acción Política y “dinero bondadoso” para el ciclo
electoral 1997-1998, periodo en el que no hubo elecciones presiden
ciales. Solamente las contribuciones provenientes de los sectores fi
nanciero, de seguros^ inmobiliario sumaron más de 154 millones de
dólares146. Aunque la mayor parte de este dinero proviene de un nú
mero relativamente pequeño de grandes instituciones, hay señales de
que el número de los “pequeños inversores políticos” está también
aumentando. En julio de 1999, cerca de 160.000 particulares realiza
ron donaciones para las campañas de George W. Bush y AI Gore 147.
La pregunta es: ¿Por qué no?
La e c o n o m í a p o l ít ic a d e l a s o r d id e z
337
venta presenciaron, en prácticamente todas las grandes democra
cias, una serie de escándalos por corrupción. A fines de 1996, dos
tercios del electorado británico consideraban que el Partido Conser
vador era “sórdido y vergonzoso” 149. Y allí donde el poder cambia
de manos más regularmente que en Gran Bretaña, tales opiniones
se extienden a los políticos en general. Por ejemplo, una encuesta
de 1989 realizada en Austria mostró que un 69 por ciento de la gen
te estaba de acuerdo en que “los políticos eran corruptos o sobor-
nables”, proporción que duplicaba la cifra de la década anterior 150.
En noviembre de 1999, el 61 por ciento de los votantes franceses es
taban de acuerdo con la afirmación de que “los líderes y los políticos
elegidos de Francia son por lo general corruptos”. La afirmación
fue apoyada por un 75 por ciento de votantes que estaban entre los
dieciocho y los veinticinco años 15
¿Pero es la política moderna particularmente venal? Suponga
mos que se hiciera público que el primer ministro británico tomó
una decisión por la cual los valores de una compañía subieron en un
25 por ciento. Este tipo de cosas no le son desconocidas al público.
Pero supongamos entonces que nos enteráramos de que el primer
ministro poseía acciones de la empresa cuyo valor de mercado an
tes de la decisión era de 17 millones de libras, y que, com o resulta
do de dicha decisión, sus propios valores aumentaron en 7,5 millo
nes. Es difícil pensar que incluso el popular señor Blair superara tal
escándalo.
Pues bien, a fines de 1875 William Ewart Gladstone tomó parte
en el empréstito de 1871 garantizado por el Ottoman Egyptian Tri
bute por 45.000 libras (en valor nominal) a un 38 por ciento de la
par (17.100 libras). Como revelara el editor de su diario personal,
en 1878 — año del Congreso de Berlín— adquirió 5.000 libras más
(valor nominal) y, en 1879 otras 15.000 libras adicionales del mis
mo empréstito. En 1882, estos bonos representaban el 37 por cien
to de su cartera (51.000 libras, en valor nominal). Incluso antes de
la ocupación militar británica de Egipto de 1882 (que había sido
ordenada por él mismo) se trató de una buena inversión, pues el
precio había aumentado del 38 al 57 por ciento en el verano de ese
año. Pero la invasión británica reportó al primer ministro aún ma
yores ganancias: en diciembre, el precio de los bonos había ascen
338
dido al 82 por ciento; esto equivalía a un incremento total de su ca
pital de aproximadamente 20.000 libras con respecto a la inversión
inicial de 1875 152. Asumiendo un 25 por ciento de aumento en el
valor de sus posesiones totales de estos bonos en la segunda mitad
de 1882, Gladstone ganó 12.785 libras por su decisión de ocupar
Egipto. En precios actuales, esto alcanza el medio millón de libras.
Y tomando en cuenta el crecimiento y la inflación, la cifra equiva
lente actual a la ganancia de Gladstone por la invasión llegaría a los
7,5 millones de libras.
La creencia en que los políticos de hoy son más corruptos que
los del pasado es casi universal. La campaña electoral británica de
1997 se vio dominada, y en cierta medida se ganó, por alegatos
de “sordidez” dirigidos contra los conservadores por parte de los
partidos de la oposición. No obstante, según estándares Victorianos,
los políticos británicos son notoriamente escrupulosos al separar
su función pública de sus intereses privados.
Es importante, cuando se habla de “sordidez”, distinguir entre
las transgresiones sexuales, que son parte de la condición humana;
las venalidades sin importancia, que también son parte de la condi
ción humana; y la auténtica corrupción, es decir, cuando la política
del gobierno se ve constreñida o determinada por los intereses per
sonales de los donantes o de los mismos ministros. Si bien las dos
primeras clases de escándalo no escasearon durante el gobierno de
John Major, puede decirse que la tercera clase se caracterizó por su
ausencia.
Dejando a un lado la primera categoría, por su carácter cómico y
esencialmente trivial, gran parte de los escándalos financieros de los
conservadores estuvieron de hecho vinculados a los esfuerzos de los
diputados por aumentar sus propios salarios, planteando, por ejem
plo, cuestiones en el Parlamento a cambio de dinero o actuando di
rectamente en apoyo de algún interés privado 153. Las venalidades
de este tipo son bastante tentadoras para los políticos profesionales,
porque sus salarios fijos están por debajo los equivalentes en otras
profesiones. Los salarios de los parlamentarios británicos se duplica
ron en términos reales entre 1911 y 1964; sin embargo, en los últi
mos treinta años han quedado estancados y se sitúan, por término
medio, en menos de 30.000 libras anuales (en precios de 1997).
339
Si bien los subsidios por gastos oficiales se incrementaron en tér
minos reales desde su introducción en 1969 — de hecho supera
ron el salario básico en 1986— , éstos no pueden considerarse una
paga I54. Incluso el aumento de los salarios del 26 por ciento apro
bado en 1996 no llega a hacer que este tipo de empleo sea atractivo
a nivel económico, aunque siempre puede uno también pregun
tarse qué tipo de trabajo en el sector privado equivale al de un le
gislador. Es más, la mayor severidad de las reglas que requieren la
declaración de los intereses propios de los diputados les ha hecho
más difícil aceptar cargos retribuidos en posiciones directivas o
consultorías para complementar los salarios. Trollope se hubiera
quedado perplejo ante este modelo de parlamentario carente de
intereses e ingresos externos.
Todavía más difícil de justificar es la diferencia entre los salarios
ministeriales y los de los grandes ejecutivos que administran presu
puestos comparables. Cuando el Sénior Salaries Review Body se
concentró en esto, comparó explícitamente el puesto del primer
ministro con el de “una enorme compañía multinacional de un sec
tor tal com o el petróleo que requiere inversiones masivas de capital
y ejerce una clara influencia sobre la economía mundial”. Según
este criterio, se debería pagar al primer ministro al menos 450.000
libras y a los colegas de su Gabinete, com o a los directores ejecuti
vos de esa misma compañía, por lo menos 375.000 libras. En lugar
de esto, dicho organismo recomendó que los salarios de los minis
tros del gabinete subieran de 69.651 libras a 103.000, y que el del
primer ministro aumentara de 84.217 libras a 143.000. Como presi
dente de Unilever, sir Michael Perry, quien encabezaba este orga
nismo de revisión de salarios, había recibido el año anterior una re
muneración anual de 2,94 millones de libras155 De aquí que no sea
llamativo que los políticos busquen complementar sus salarios asu
miendo puestos com o directivos o consultores.
Pero insistamos una vez más: el término “corrupción”, para que
sea verdaderamente significativo, debe implicar que intereses pri
vados influyan en la política gubernamental, y que presumible
mente — si bien esto se asume con mayor frecuencia de lo que se
prueba— ello va en detrimento del interés público. Por ello, el
pago a ministros causa mayor preocupación que el pago a parla
340
mentarios, ya que la función de estos últimos consiste en represen
tar intereses. La única objeción que puede imputársele a un dipu
tado que acepte dinero a cambio de hacer alguna averiguación en
nombre de una compañía es que, cuando lo hace, está descuidan
do al resto de sus electores, quienes com o contribuyentes de im
puestos pagan por su salario. Pero entonces cualquier pregunta
que haga un diputado en nombre de algún elector implica el des
cuido de los intereses de los otros. La idea de que todos los intere
ses pueden ser representados por igual es (como entendieron los
parlamentarios del siglo xvill en su momento) una ficción. Cuando
los ministros aceptan efectivo o alguna otra gratificación, la cues
tión es diferente. La estancia gratuita de Aitken en el Ritz de París
de 1993 difirió fundamentalmente de la de Neil Hamilton, que
tendría lugar algunos años después, porque Aitken era en la época
subsecretario de Defensa y el gobierno saudí, que estaba interesa
do en el arrendamiento de submarinos británicos, había pagado la
cuenta156. De m odo semejante, cuando se hizo público, en 1998,
que Peter Mandelson había comprado su vivienda de Londres con
un préstamo de 373.000 libras no declaradas otorgado por su cole
ga, el ministro George Robinson, el verdadero escándalo consistió
en que el departamento de Mandelson estaba investigando los ne
gocios de Robinson cuando aquél le debía el dinero 157. En nin
guno de los casos, sin embargo, parece la política haberse visto in
fluenciada de alguna manera: el daño consistió en la denegación y
encubrimiento de la(s transacciones.
Una de las razones por las que la compra abierta de favores polí
ticos ha sido poco frecuente en la historia británica reciente se debe
al papel desempeñado por el sistema de títulos honoríficos. La ven
ta de títulos fue decretada ilegal por la Ley (Prevención del Abuso)
de Títulos de 1925, tras la descarada subasta de títulos de nobleza
ofrecidos a 50.000 libras cada uno puesta en marcha por Lloyd
George. Sin embargo, la práctica aún persiste. Sólo un 6 por ciento
de las compañías otorgan donaciones al Partido Conservador, y la
mitad de los títulos de caballería y nobleza han sido otorgados a los
directores de dichas empresas 158. Por otro lado, está lejos de ser evi
dente que dicha compensación sea inaceptable, en particular cuan
do se trata de títulos puramente honoríficos. Como forma de re
341
compensar donaciones políticas, las condecoraciones y los títuUÉ
— no los escaños de la Cámara Alta— parecen ser poco objetable^
algo que pocas veces consideran los críticos del sistema de títulos, fiá
Estados Unidos no existe este sistema, aunque la oferta de pasar unjj¡
noche en el dormitorio de Lincoln en la Casa Blanca por 250.00(1
dólares puede considerarse como algo prácticamente análogo.
La venta del acceso a miembros del ejecutivo, en cambio, es una
práctica menos inocente. En ello, Bill Clinton ha sido un pionero^
com o revelan los vídeos del café de las mañanas en la Casa Blanca
para los donantes de dinero. En 1998 se llegó a saber que los asesoj;
res de los ministros de Trabajo también estaban vendiendo el acce
so a sus superiores a cambio de donaciones en efectivo para el país*:
tido 159. Pero beber una taza de café con el líder del ejecutivo es tart
sólo eso: granos molidos con agua caliente y no implica asumir con#
premisos políticos que deban cumplirse. La cuestión fundamental
consiste en considerar en qué medida las donaciones implican c o l#
premisos políticos específicos. Parece haberse descubierto, por
ejemplo, que el presidente Clinton otorgó licencias de exportación
de alta tecnología para China a compañías que habían financiad®
a los demócratas, lo que implicaba una potencial amenaza para li!
seguridad nacional estadounidense. Este tipo de transacción se hacé
de m odo bastante abierto con ciertos intereses agropecuarios: afr,
gunos aranceles y subsidios proteccionistas norteamericanos (fun
damentalmente los relacionados con la producción de azúcar y ca
cahuetes) existen aún hoy debido a las donaciones condicionales.
Esta práctica es menos abierta en Gran Bretaña, si bien muchos
empresarios (y líderes sindicales) han intentado — quién sabe cori
qué frecuencia— garantizarse ciertos compromisos políticos a cam
bio de dinero. Antes de las elecciones de 1997, por ejemplo, Bernie
Eccleston intentó asegurarse — mediante una donación de un mi
llón de libras al Partido Laborista— de que se exceptuaría a la Fór
mula Uno de la propuesta de eliminación de la publicidad de taba
co en el deporte presentada por el partido 160.
Esjustamente aquí donde la analogía entre los negocios y la po
lítica deja de funcionar. Pues existe una incompatibilidad funda
mental entre el modo adecuado de actuar de la democracia moder
na y el de los negocios modernos en lo que se refiere a los resultados
342
¿e una inversión. En teoría, una donación para un partido políti
co es un obsequio que se le da al partido, y que no difiere, en cuanto
a su objetivo, de las donaciones que puede recibir una sociedad ca
ritativa para distribuir medicamentos entre los pobres de Africa. El
“beneficio” por dicho obsequio no es más que la satisfacción intan
gible que resulta de haber respondido a un deber moral. En la prác
tica, sin embargo, gran parte de los donantes políticos esperan una
retribución; en este sentido, consideran que los pagos a los políti
cos son una forma de inversión, o al menos primas de seguros, y
que no consisten simplemente en un obsequio. Precisamente es
esta idea de retribución a la inversión política lo que la mayoría de
los teóricos liberales de la política consideran ilícita, posición
que comparte también el electorado. Esta es la razón fundamental
por la que la mayoría de las democracias introdujeron una legisla
ción dirigida a regular las finanzas políticas. Sin embargo, dicha le
gislación ha distorsionado el mercado político de tal modo que a los
partidos se les ha vuelto imposible comportarse del modo en que
lo hacen las empresas en otros sectores.
De l a c o r r u p c i ó n p r iv a d a a l a c o r r u p c i ó n e s t a t a l
343
por la organización de los partidos políticos. La reticencia de los in
dividuos a formar parte de los partidos políticos parece sugerir que
tienen una total falta de interés en esta forma de representación. Si
individuos adinerados y corporaciones se mostraran dispuestos a
pagar las cuentas de las campañas electorales, la mayoría de los vo
tantes podría llegar a no objetarlo, aun si de ello resultara que los
representantes elegidos terminaran “empeñados” frente a los do*
nantes-inversores. Éstos son los dilemas que hacen que la regula
ción de las finanzas políticas sea tan difícil de lograr.
La mayoría de las democracias cuentan en la actualidad con al
gún sistema legal de control sobre las finanzas de las campañas elec
torales, con la excepción de Holanda, Suecia y Tailandia. La mar
yoría de las democracias han intentado regular las finanzas de los
partidos de tres maneras: intentando restringir los gastos políti
cos; intentando restringir las donaciones privadas; y ofreciéndoles
financiación estatal a los partidos como alternativa al dinero priva?
do. En Gran Bretaña, los límites impuestos a los gastos locales se re
montan a la Ley sobre Prácticas Corruptas de 1882, la cual impuso
un techo a los gastos de los candidatos en elecciones individuales
(que excluía los honorarios de los escrutadores) según el número
de electores de cada distrito. Esto redujo a la mitad las sumas pro
medio gastadas por la disputa de los escaños. El límite del gasto de
fines de los años ochenta — que se impuso tras sucesivos aumentos
desde los sesenta— fue de 3.240 libras, más 3,7 peniques por votan
te de los condados y 2,8 peniques por votante de los municipios162.
También se prohibieron cierto tipo de gastos realizados por los
candidatos, com o las transmisiones de radio, los carteles, el trans
porte a los sitios de votación y el soborno en efectivo o especie 163.
Sólo recientemente se ha planteado la posibilidad de imponer lí
mites al gasto central. En octubre de 1998, el Committee on Stan-
dards in Public Life, presidido por lord Neill, recomendó que el
gasto en las elecciones generales nacionales se redujera a 20 millo
nes de libras por partido; y que los costes por las campañas realiza
das por grupos de presión en nombre de los partidos no excedieran
el millón. Adoptar dichas medidas significaría seguir el ejemplo de
Canadá, donde la Ley de Gastos Electorales de 1974 impuso rígi
dos límites al gasto central y por distrito de los partidos políticos 164.
344
La experiencia canadiense demuestra, sin embargo, que dichas res
tricciones de gastos no disminuyen necesariamente las diferencias
en el poder financiero de los distintos partidos. Los límites sobre el
gasto electoral forzaron simplemente que los partidos controlaran
mejor sus costes operativos ordinarios 165. La mayoría de los países
imponen hoy también restricciones indirectas sobre el gasto, al eli
minar de la televisión la publicidad política pagada (según encues
tas recientes, únicamente 12 de los 45 países encuestados permiten
este tipo de publicidad, mientras que Francia ha eliminado tam
bién la publicidad en la prensa, los carteles e incluso las líneas tele
fónicas gratuitas). Esto ha traído como efecto el desvío de dinero en
lugar de su contención.
Los intentos por reducir el gasto en Estados Unidos han sido
más limitados. Las enmiendas a la Ley de la Campaña Electoral Fe
deral de 1974 buscaron imponer restricciones sobre el gasto; sin
embargo, dos años después la Corte Suprema las dejó sin efecto
(por el caso Buckley contra Valeo) argumentando que limitaban la
libertad de expresión y por tanto violaban la Primera Enmienda.
Debido a esto, el control fundamental sobre las finanzas políticas
es el tope de 25.000 dólares anuales sobre las donaciones políticas
individuales — ésta era la disposición fundamental de la Ley de
1974— y la reciente eliminación de las donaciones provenientes del
extranjero I66. En teoría, la ley prohibía también la contribución de
compañías y sindicatos, aunque la contribución voluntaria de ac
cionistas y empleado« fue declarada legal en 1975 167. Y lo que es
más importante, los Conlítés Nacionales de los dos partidos princi
pales han logrado reunir cientos de millones de dólares en “dinero
bondadoso” para “la construcción del partido”, para “resolver el
voto” y otros propósitos supuestamente no dirigidos a las campa
ñas específicas de candidatos particulares. En la práctica, la “pu
blicidad sobre determinados” financiada con “dinero bondadoso”
no se diferencia de otras propagandas de campaña.
En suma, el único control real sobre las finanzas políticas esta
dounidenses surge del hecho de que resulta relativamente fácil ob
tener la información sobre las fuentes de los fondos para las cam
pañas: todas las donaciones que superen los 250 dólares deben
declararse. Otros países (incluyendo a Gran Bretaña y Canadá) des
3 45
cansan también fundamentalmente en la posibilidad de acceder a la
información y no tanto en topes destinados a regular las donaciones
privadas. A causa de ello, lord Neill recomendó que se eliminaran
solamente las contribuciones a los partidos políticos británicos pro*
venientes del extranjero y que todas las donaciones nacionales que
superaran las 5.000 libras fueran declaradas. En Alemania cualquier
obsequio superior a los 20.000 marcos alemanes (10.300 dólares)
debe hacerse público, lo que afecta en Francia a toda contribución
que supere los 1.000 francos. Los franceses también limitan las d o
naciones para los candidatos de la Asamblea a 50.000 francos.
Pero esta regulación o limitación impuesta sobre las donacionei
políticas privadas forma parte de una transformación de las finara
zas de los partidos mucho más amplia. Prácticamente todas las de
mocracias han dado un paso adelante al ofrecer directamente a
los partidos una financiación sustancial del Estado. Sólo unas siete
democracias no dan en la actualidad subsidios directos a los parti
dos, si bien los sistemas varían (el sistema más común consiste en
entregarles a los partidos dinero en función de sus votos o sus esca*
ños). Llamativamente, en la actualidad, sólo en tres grandes demo
cracias la financiación privada de los partidos supera a la estatali
en Holanda, en Gran Bretaña y en Estados Unidos 168. Es más, trece
sistemas otorgan además subsidios indirectos (tales com o recortes
impositivos como modo de contribución, éste es el caso de Estados
Unidos, Canadá y Alemania), mientras que al menos veintitrés de*
mocracias brindan a los partidos espacio gratuito en la televisión.
Incluso en Gran Bretaña esta forma de financiar a los partidos
está evolucionando. Entre 1979 y 1992, los principales partidos de
la oposición recibieron más de 9 millones de libras en short money
(“dinero rápido”) para apoyar su trabajo parlamentario: de dicha
suma, el laborismo recibió 7,2 millones de libras169. Con esto se in
tenta compensar la ventaja de la que disfruta el partido que está en
el poder por los recursos con que cuenta de la Administración. Su
mado a esto, durante las épocas de elecciones, el Estado otorga gra
tuitamente lugares de reunión, servicio postal y espacios televisivos;
además, ciertas donaciones para los partidos están libres de im
puestos 1/0. En Estados Unidos también la financiación estatal es
mayor de lo que se reconoce generalmente. El Fondo para la Cam
346
paña de Elección Presidencial iguala los primeros 250 dólares de
cada contribución individual que se realiza para algún candidato
principal a cambio de que el partido se comprometa a reunir dine
ro para la campaña hasta un límite ajustado a la inflación; además,
se da a los candidatos presidenciales una suma global a cambio de
que no acepten más donaciones privadas. En 1996, los dos candida
tos principales recibieron unos 13,5 millones de dólares cada uno
en Fondos Compensatorios Federales. Cada partido principal tie
ne también derecho a un subsidio público (de 11 millones de dóla
res en 1992) para cubrir los costes de la convención destinada a de
signar al presidente 171.
El papel del Estado es, en proporción, más importante en Euro
pa. Ya en 1989, el pago estatal a los partidos irlandeses era de 4 mi
llones de libras irlandesas, mientras que los ingresos provenientes
de otras fuentes ascendía a 2,7 millones172. En Holanda, la financia
ción estatal com o proporción de los ingresos de los partidos oscila
entre el 14 y el 31 por ciento l73. A los partidos alemanes que obtie
nen más del 2 por ciento de los votos se les reembolsa automática
mente los gastos, a la vez que el Estado paga crecientes sumas de di
nero a las fundaciones “próximas a los partidos” como, por ejemplo,
la Fundación Friedrich Ebert de los socialdemócratas. El número de
empleados temporales de los partidos pagados por el Estado ha su
bido de 115 en la década de 1960 a 619 a fines de la de 1980, y los
diputados del Bundestag contribuyen con una proporción de sus sa
larios, lo que debe considerarse, en realidad, com o una forma de fi
nanciación estatal l74./Tras una serie de escándalos relacionados
con la venta de armas, los franceses introdujeron el reembolso esta
tal para los candidatos presidenciales, que llegó a ser de 6 millones
de francos si atraían a menos del 5 por ciento del voto en la prime
ra ronda electoral y de 30 millones si eran capaces de reunir más
del 5 por ciento de votos. Los partidos centrales recibían sus propios
subsidios, que en 1991 llegaron a ser de 262 millones de francos l75.
Prácticamente en todos los países de Europa la historia es la misma:
348
sidera al Estado como una especie de “mano arrebatadora” — es de
cir, com o guardián de sus propios intereses en lugar de constituirse
en guardián del interés público— , entonces la pérdida de esa tradi
cional autonomía de los partidos políticos se vuelve algo preocu
pante. En la antigua República Democrática Alemana había una
variada oferta de partidos cuando la gente concurría a elecciones,
pero en realidad todos eran parte integral del Estado, es decir, que
no constituían una verdadera alternativa al Partido Socialista Uni
ficado. Europa occidental terminará recreando una democracia
algo diferente aunque casi artificial si los partidos políticos termi
nan dependiendo de los Ministerios de Finanzas. ¿Y qué habrá de
pensar entonces el electorado de estos nuevos políticos que buscan
ganar las elecciones para conseguir el dinero... que les permita ob
tener una eventual reelección?
H a c ia e l m e r c a d o d e l a p o l ít ic a
349
mas que pueden tomar estas organizaciones “de base popular”: poj»
un lado, se organizan en un número relativamente pequeño, aunj»
que muy activo, de grupos defensores de los derechos de los anima',
les; por otro, en una “alianza” menos definida de cazadores, granje*
ros, gente del campo y simpatizantes de las zonas residenciales. Yh^j
que ha de tenerse en cuenta también es que la comunicación eleo*
trónica hace que la movilización de personas en apoyo de alguna
causa particular sea más fácil.
Sin embargo, resulta llamativo que, aún hoy, los adversarios de la
caza hayan estado cerca de conseguir su objetivo —la supresión a ni«
vel nacional de la caza con perros— gracias a la donación, al má&
puro estilo Eccleston, de un millón de libras al Partido Laborista. Este
tipo de interacción entre las organizaciones extraparlamentariasy 1q$:<
partidos no es una novedad: la Liga contra la Ley de Cereales de mei|
diados del siglo XIX, las campañas antialcohólicas de Gran Bretaña y
Estados Unidos que perduraron hasta la década de 1920, y la Campa» ¡
ña por el Desarme Nuclear o sus equivalentes continentales de lós
anos cincuenta y ochenta tuvieron una función similar. Señalar queí
los grupos dedicados a una causa política desempeñarán un papell
importante en la democracia del futuro equivale a decir, una vez más|
que el futuro será como el pasado. La diferencia radica en que los
grupos de presión actuales, como los partidos de la actualidad, debe*,
rán organizarse de una manera más empresarial de como se hizo en
el pasado. Si bien cuentan en el presente con más apoyo voluntario-
que los partidos políticos oficiales, las ONG descubrirán, tarde o tem
prano, que los costes de una presión eficaz en un mercado político
cada vez más caro superan los ingresos provenientes de las cuotas dé
afiliación y de las cuestaciones eventuales. En términos estrictamente
económicos, no resulta eficiente crear una organización política nue
va, con todos los gastos generales que conlleva, cada vez que uno de
see que se ponga en efecto una política específica. Una de las razones
por las que se formó el Partido Liberal en el siglo xix fue precisamen
te porque un buen número de grupos Victorianos defensores de cau
sas políticas aisladas tuvieron la visión de poner en común sus re
cursos para poder asegurarse el poder en la legislatura185.
Pero la cuestión principal consiste en definir si los partidos ofi
ciales deberían liberarse de las actuales, y en gran medida perver
350
sas, restricciones impuestas sobre sus actividades. ¿Cuál sería el efec
to de deshacerse no sólo de las restricciones impuestas sobre la fi
nanciación privada de la actividad política sino también de las ano
malías propias del sistema de financiación estatal? Supongamos
que en lugar de pagarles a todos los candidatos parlamentarios con
el dinero de los contribuyentes se realizara una redistribución de
los recursos que contribuyera a equiparar los salarios ministeriales
con los de los empleos equivalentes del sector privado. Es posible
que estos salarios ministeriales más elevados atrajesen a personas con
más talento a seguir la carrera política, y redujesen, a la vez, la pre
sión que sienten los ministros por actuar en nombre de partidarios
adinerados cuando desempeñan sus cargos. Podíamos suponer tam
bién que la única regulación sobre las finanzas políticas consistiera
en la obligación de informar sobre las fuentes de las donaciones y
hacer públicas las ventas, lo cual se ajustaría al estándar esperado de
las empresas públicas.
El argumento más convencional es que tal “mercado libre” apli
cado a la política beneficiaría a los ricos e impediría que los pobres
tuviesen influencia. Tal vez esto sea cierto, aunque no modificaría
el hecho de que todos los “accionistas” del Estado, más allá de sus
contribuciones a las finanzas de los partidos, cuentan en una demo
cracia con los mismos derechos electorales. Un partido que propon
ga en su plataforma el recorte de impuestos para el 0,5 por ciento
superior de los grandes contribuyentes probablemente llegue a
recaudar una verdadera fortuna por las donaciones de los ricos,
pero seguramente perderá frente al partido que base su campaña
en la mejora de los servicios públicos sin alterar la carga impositiva
— esto con la condición de que este segundo partido se asegure
una donación de al menos una libra de todo beneficiario de la me
dida— . Tomando en consideración los distintos factores, los ries
gos de un mercado libre aplicado a la política parecen ser meno
res que los riesgos que conlleva una regulación excesiva.
La cuestión fundamental es que mediante esas reglas que inten
tan controlar la influencia privada se niega a los partidos políticos
-—instituciones esenciales para el funcionamiento de la democra
cia— la financiación que necesitan, y se los fuerza a depender, de
modo insano, del Estado. Además, la estigmatización de las dona-
351
dones privadas es, en muchos sentidos, irracional; equivale a decir
algo así com o que no debería permitírseles a los ricos que compra
ran más valores de una compañía que los que pueden comprar los
pequeños inversores, o que ellos no deberían donar más dinero a
las fundaciones de caridad que aquellos que perciben un salario
medio. Ylo que es peor, la nacionalización de los partidos amenaza
con reemplazar esa genuina competencia que se da entre las dife
rentes asociaciones políticas independientes por las maquinacior
nes de un aparato estatal homogéneo.
Un mercado político sin restricciones sobre las donaciones pri
vadas realizadas abiertamente y que contara con subsidios estatales
mínimos no necesariamente alimentaría la corrupción — puede lle
gar hasta a reducirla al poner a un lado la necesidad de subterfut
gios— . Esto no equivale a recomendar que retornemos al Silver-
bridge de Trollope. Lo que intentamos sugerir es que la política dé
Occidente se está acercando peligrosamente a un nuevo tipo de co
rrupción que es tan perjudicial para la democracia como aquel que
frustró las ambiciones políticas de Trollope.
352
C u a r t a s e c c ió n
P oder global
L jA F U U L O I X
A m os y plancton:
LA GLOBALIZACIÓN FINANCIERA
A t e r r o r iz a n d o a ^t o d o s
3 57
dido al 230 por ciento. Las transacciones transfronterizas alemanas
subieron del 7 por ciento al 334 por ciento del PIB 7. Y el préstamo
bancario internacional también se expandió de manera exponen
cial. Entre 1993 y 1997, la deuda bruta con la banca internacional
aumentó de 315.000 millones de dólares a 1,2 billones de dólares.
Si bien el crecimiento del préstamo fue menor en 1998, la suma de
bida a la banca internacional todavía alcanzaba un récord de 11 bi
llones de dólares a finales de ese año 8. La facturación diaria en los
mercados de divisas del mundo se elevó de 1,6 billones de dólares
en 1995 a 2 billones de dólares en 1998, lo que suponía flujos anua
les que superaban los 400 billones de dólares 9. Y el crecimiento de
los mercados internacionales de derivados financieros fue aún más
rápido. La cifra total de futuros y opciones comercializados subió
de 7,8 billones de dólares a finales de 1993 a 13,5 billones a finales de
1998. Yla cifra de los llamados instrumentos overthe counter (OTC),
que se comercializan al margen de los mercados establecidos, subió
de 8,5 billones de dólares a la sorprendente suma de 51 billones de
dólares 10. El mercado de derivados negociados por OTC es hoy, sin
lugar a dudas, el mayor mercado financiero del mundo; es incluso
más “aterrador” que los 34 billones de dólares que representa el
mercado de bonos.
En realidad, sólo alrededor del 14 por ciento de los bonos son in
ternacionales: en 1999, unos 29 billones de dólares fueron clasifica
dos como bonos nacionales, lo que significaba que habían sido emi
tidos en el país donde se había solicitado el préstamo (véase el
apéndice C ). Además, la proporción de bonos internacionales que
le corresponde al sector público es menor que la tercera parte. Pero
la proporción de bonos gubernamentales que está en manos de in
versores extranjeros es todavía considerablemente elevada. Como se
puede ver en el cuadro 12, hasta principios del decenio de los noven
ta, las deudas externas representaban entre la mitad y la sexta parte
de las deudas públicas de las mayores economías. En Gran Bretaña y
Estados Unidos la tendencia fue, desde finales del decenio de los se
tenta, claramente ascendente. En 1999, los no residentes poseían el
19 por ciento de los bonos británicos a largo plazo (gilts), comparado
con el 6 por ciento que tenían en 1979. En 1998, los extranjeros po
seían el 23 por ciento de la deuda federal bruta norteamericana,
358
proporción que doblaba prácticamente la de quince años antes. Esto
representa más del 14 por ciento del PNB norteamericano. Durante
gran parte del decenio de los noventa, las compras extranjeras de bo
nos norteamericanos a largo plazo (conocidos normalmente como
treasuries) desempeñaron un papel crucial en la financiación del défi
cit de la balanza de pagos norteamericana: en 1999, alcanzaron su
máximo desde 1960 (3,9 por ciento del PNB). Ylas inversiones ex
tranjeras netas en Estados Unidos llegaron también a un nivel ré
cord en 1999 al representar el 14,6 por ciento del PNB n .
¿Se trata de una globalización financiera sin precedentes, como
quieren hacernos creer los simpatizantes de la “nueva economía”? 12
¿Es la “montaña” de bonos una “amenaza latente para el sistema fi
nanciero global”, com o algunos han advertido? 13Yfinalmente, ¿es
importante que la única superpotencia mundial esté tan endeuda
da con los extranjeros, a diferencia de la posición de acreedor neto
que caracterizó a Gran Bretaña en su apogeo?
CUADRO 12
( h . 19 9 3 )
Austria 19,1
Bélgica 15,8
Finlandia 65,1
Alemania 48,7
Italia 14,5
Holanda 21,3
España 17,0
Noruega 29,9
Suecia 50,5
Estados Unidos 14,2
Reino Unido 16,6
Fuente: Eichengreeri y Wyplosz, Stability Pact, pág. 103, excepto Estados Unidos (Federal
Reserve Bank o f St. Louis) y Reino Unido (Banco de Inglaterra).
359
Este capítulo muestra cóm o las instituciones de la administra-
ción de la deuda pública descritas en la Segunda sección se fueron
internacionalizando a lo largo del siglo xix; nos brinda asimismo
algunas lecciones históricas sobre el m odo en que el mercado de
bonos internacional funcionó (y luego dejó de funcionar) en la
primera época de la globalización.
360
en la práctica las categorías tienden a solaparse. A menudo las in
versiones privadas en el extranjero han sido sancionadas a nivel ofi
cial quedando, por tanto, sujetas a los hilos de la política. Existen
numerosos casos de préstamos realizados para contribuir a la refor
ma de los gobiernos extranjeros, cuando menos para convertirlos
en aliados más dependientes. Los ejemplos más obvios fueron los
enormes préstamos franceses a Rusia de finales del siglo X IX, que
tuvieron por objeto no solamente financiar la red ferroviaria rusa
sino también garantizar una posible alianza en caso de guerra con
Alemania 14. Para los inversores, el respaldo de su propio gobier
no tiene, por otro lado, el atractivo de reducir el riesgo de incum
plimiento del prestatario extranjero. Sir Ernest Cassel decía de los
Rothschild (que poseían entre 1845 y 1914 prácticamente la cuarta
parte de todas las emisiones de bonos de los gobiernos extranjeros
en Londres) que “difícilmente cogían algo sin la garantía del go
bierno británico” 15. Esto era una exageración, aunque perdonable.
Cuando el gobierno japonés pidió al banquero alemán Max War
burg que emitiera un préstamo en 1904 durante la guerra ruso-ja-
ponesa, éste hizo “lo que cualquier banquero sensato hubiera he
cho en tal caso: fui al Ministerio de Asuntos Exteriores en Berlín” 16.
Hay tres problemas fundamentales con la inversión extranjera
(a diferencia de la nacional) com o propuesta puramente económi
ca, si bien son también parte de su encanto. Es más difícil asegurar
que un prestatario extranjero cumpla con sus obligaciones que ase
gurar el pago de intereses y capital de un prestatario que viva en la
misma jurisdicción nacional que el prestamista. Los incumplimien
tos son más problemáticos para los obligacionistas extranjeros que
para los locales, ya que los primeros no están representados en las
instituciones y pueden estar más atados a la hora de usar el sistema
legal para hacer valer sus reclamaciones contra el gobierno 17. Tam
bién es más difícil estar seguro de que el prestatario extranjero hará
buen uso de los fondos de ultramar: lo que los economistas deno
minan “asimetrías de información” son generalmente mayores cuan
to más lejos está el prestatario del prestamista. Finalmente —aunque
no ha sido siempre un problema— , prestar más allá de las fronte
ras puede conllevar riesgos adicionales bastante diferentes del de
incumplimiento: el tipo de cambio de las monedas del prestamista
361
y del prestatario puede variar inesperadamente y dejar en desventa-
ja a una de las partes dependiendo de los términos del contrato.
Y hay también tres problemas fundamentales con la idea de la
concesión condicional del préstamo extranjero com o influencia
política. El primero es que, como con el problema básico del prés
tamo, es muy difícil obligar a un prestatario extranjero a que lleve a
cabo cualquiera de las reformas prometidas u obligaciones inter
nacionales. Es más, una vez que el dinero ha sido entregado, pue
de darse pie a que un mal gobierno reanude o incluso empeore sus
malos hábitos. (Este fue el eterno problema de los préstamos para
el sultán otomano.) El segundo problema es que los costes por el
servicio de la deuda pueden generar, sobre todo cuando el sistema
impositivo es regresivo, acontecimientos políticos revolucionarios
en el país prestatario bien diferentes de los deseados por el pres
tamista. En tercer lugar, existe la posibilidad de que por razones pu
ramente económicas como las descritas anteriormente, el capital
sea retirado con poca antelación pese a los argumentos políticos a
favor del préstamo continuado. Los efectos perjudiciales por las re
pentinas salidas de capital pueden llegar a eliminar los beneficios
causados por las afluencias de capital anteriores. Unicamente cuan
do se nacionaliza el préstamo — com o ocurrió cuando el gobier
no de Estados Unidos absorbió las deudas de guerra de Gran Bre
taña de J. P. Morgan en 1917— pueden las justificaciones políticas
prevalecer sobre las económicas.
Basada en este análisis está, por cierto, la suposición de que ha
brá una o más potencias exportadoras de capital con un programa
estratégico o político. Como veremos, normalmente éste ha sido el
caso. Pero lo que hace extraño al siglo xx es la ausencia de tal po
tencia hegemónica a nivel financiero.
Los o r íg e n e s d e l m e r c a d o de b o n o s
362
no surgió hasta el siglo xvi 20. Felipe II y Felipe III no financiaron
simplemente sus guerras trasladando lingotes de América a los Paí
ses Bajos vía España; también confiaron en el desarrollo de un mer
cado internacional de asientos yjuros que cubriera la perenne bre
cha existente entre la recaudación impositiva y el gasto militar 21.
Ya desde el reinado de Isabel I, gran parte de la deuda de la corona
inglesa era financiada en Amberes 22, aunque Londres comenzó a
desarrollarse com o un centro financiero internacional con derecho
propio en el siglo xvil.
A mediados del siglo XVlli existía gran integración entre los mer
cados de Londres y de Amsterdam. Las acciones de las Compañías
de las Indias Orientales de Holanda y Gran Bretaña, el Banco de
Inglaterra, la Compañía de los Mares del Sur y más tardíamente los
consols británicos se comercializaban en ambos centros con dife
rencias mínimas de precio y de tiempo. Las burbujas del decenio
de 1720 se inflaron y explotaron con sorprendente sincronización
en todos los grandes centros financieros 23. La evidencia de la inte
gración del mercado puede verse también en los registros de los
nombres de los accionistas. En 1750, el total de las participaciones
extranjeras en las tres\grandes compañías británicas se situaba por
encima del 19 por ciento. Y una proporción significativa del total
de la deuda nacional — aproximadamente el 14 por ciento— per
tenecía también a extranjeros, principalmente a inversores holan
deses, cifra que superó el 16 por ciento en 1776 24. Mientras tanto,
Francfort jugaba un papel similar financiando la deuda del impe
rio de los Habsburgo y encauzando el capital del poderoso elector
de Hesse-Kassel hacia una variedad de bonos europeos 25. Los bo
nos austríacos también se vendían y comercializaban en Amberes,
Amsterdam, Londres, Ginebra y Génova 26.
La Inglaterra hannoveriana había hecho durante largo tiempo la
guerra de m odo indirecto subsidiando a los aliados continentales.
Entre 1757 y 1760, por ejemplo, Federico el Grande había recibido
unas 670.000 libras anuales en concepto de subsidios británicos 27.
Pero la escala, la duración y el coste de las guerras del periodo trans
currido entre la Declaración de Independencia norteamericana y
la batalla de Waterloo hicieron que estas transferencias se dispara
ran. Entre 1793 y 1815, Gran Bretaña pagó 65,8 millones de libras
363
en subsidios para los aliados: la mitad de la suma durante los últi
mos cinco años de la guerra 28. Esto representaba entre la quinta y
la cuarta parte de la renta nacional de un año. En 1823, sólo los an
ticipos para Austria alcanzaban los 23,5 millones de libras, de los
cuales el gobierno tuvo que amortizar prácticamente la totalidad
ya que Austria liquidó únicamente unos 2,5 millones de libras 29. El
coste por los pagos y por la necesidad de enviar ejércitos británicos
más numerosos al campo de batalla hicieron que aumentara consi
derablemente el número de las transacciones a través de la frontera,
Estas no podrían haberse llevado a cabo de no haber existido
dos mercados complementarios: el mercado para los bonos guber
namentales y el mercado para los efectos comerciales 30.
Si bien con los bonos era posible reunir fondos a nivel interno
com o anticipo de los impuestos, no podían vendérseles a los ex
tranjeros en cantidades suficientes com o para facilitar las transfe
rencias a los actuales escenarios de guerra. Durante la Guerra de
los Siete Años, el Ministerio de Hacienda compró letras de cam
bio a los comerciantes de Londres que se giraban a los correspon
sales en el extranjero; luego se enviaban a los oficiales que estaban
en el campo de batalla, quienes las usaban para pagar a las tropas
y comprar alimentos. Los extranjeros estaban felices de recibir
letras emitidas sobre Londres ya que podían cambiarlas por pro
ductos británicos y coloniales muy codiciados. El sistema conti
nental de Napoleón intentó frustrar dicho intercambio obstruyen
do las exportaciones británicas al continente. Pero los comerciantes
continentales estaban contentos de mantener letras sobre Lon
dres, o de invertir sus saldos en consols, pues esperaban la victoria
final inglesa 31. Cuando las letras no pudieron ya utilizarse en for
ma de pago salvo con ruinosos descuentos, intervino Nathan Roths-
child con su extensa red de crédito y acaparó todos los lingotes
que pudo para prestárselos luego al gobierno británico. En 1815,
Rothschildy sus cuatro hermanos prestaron al gobierno 9,8 millo
nes de libras, que se utilizaron para pagar al ejército británico y a
los aliados 32. Tan pronto com o la operación dejó de ser rentable,
invirtieron los ingresos en consols; creían (correctamente) que los
precios subirían cuando se restaurara la libra y se estabilizara el pre
supuesto.
364
Los enemigos de Inglaterra fueron capaces de realizar transac
ciones similares aunque no pudieron igualar la escala de las ope
raciones de los Rothschild. De los 77 millones de dólares en bonos
al 6 por ciento que emitió Alexander Hamilton para financiar el
déficit de los incipientes Estados Unidos, los inversores extranjeros
compraron 12 millones de dólares; en 1803, prácticamente la mitad
de la deuda norteamericana estaba en manos extranjeras. De hecho,
la compra de Luisiana habría sido imposible de no haber aceptado
Napoleón estos bonos com o forma de pago 33 El emperador tam
bién invirtió un millón de francos propios en un préstamo estatal
prusiano; y en 1811 invirtió tres millones en bonos sajones 34. Pero
Napoleón prefería conquistar y gravar con impuestos en lugar de
pedir dinero prestado del exterior; esto limitó sus recursos del mis
mo modo en que más tarde limitaría los de Hiüer. Se dio cierta cua
lidad complementaria entre el sistema francés y el británico, pues
los ingleses prestaron dinero a los austríacos, éstos perdieron y
Napoleón pudo entonces tomar algunos de los fondos originaria
mente británicos al imponer una indemnización 35. Pero Napo
león pudo haberse beneficiado más de sus victorias: por ejemplo,
acudiendo al mercad^ de capitales de Amsterdam en lugar de
intentar asfixiarlo. En 1803, los impuestos por habitante de la Re
pública de Batavia (nombre que recibieron los Países Bajos una vez
conquistados) eran cuatro veces más elevados que los de Francia;
pero la bolsa, que en su tiempo había sido la mayor del mundo, se
encontraba postrada 36.
365
mentos más tardíos y opcionales que se agregaron al sistema. En
cambio, el movimiento libre del capital fue desde el comienzo par
te integral de éste, pues sólo mediante el mercado de bonos londi
nense los sistemas fiscales del continente europeo — además de las
repúblicas de América del Norte y del Sur, que habían ganado la in
dependencia durante los años de la guerra— lograron estabilizarse
en los años de la posguerra.
Entre 1818 y 1832 se emitieron en Londres veintiséis préstamos
para gobiernos extranjeros con un valor nominal de 55,8 millones
de libras 37. Uno de los primeros, el préstamo prusiano de 1818,
ilustra el m odo en que se intentó exportar no solamente el capital
sino también el modelo institucional británico 38. Desde el comien
zo de las negociaciones, Nathan Rothschild sostenía que los prés?
tamos debían estar asegurados por una hipoteca sobre los domi
nios reales de Prusia garantizada por los estados representativo^
de los dominios en cuestión. Cuando los prusianos pusieron repa
ros, Rothschild explicó en detalle las razones por las que exigía esta
garantía:
366
En realidad, Rothschild estaba dispuesto a negociar por mucho
menos que por un control parlamentario en el caso prusiano: el
contrato final decía simplemente que “para garantizar la seguridad
de los acreedores” habría una hipoteca especial sobre los dominios
reales, “totalmente disponible, según lo dispuesto por la Ley del
6 de noviembre de 1809 de la Casa Real, promulgada por Su Majes
tad el Rey de Prusia y los príncipes y con el consentimiento de los
estados provinciales” 41. Esto estaba bien lejos del control parla
mentario al estilo británico. Por otra parte, hay un lazo obvio entre
las negociaciones de Rothschild y la cláusula 2 del “Decreto para la
Futura Administración de la Deuda Estatal” de enero de 1819 que
imponía un techo sobre la deuda estatal, que destinaba ingresos de
los dominios reales al servicio de la deuda, y que declaraba lo si
guiente: “Si el Estado precisara, ya sea por su futuro mantenimiento
o para lograr el avance del bien común, emitir un nuevo préstamo,
esto sólo podrá hacerse consultando y contando con la garantía de
la futura asamblea de los estados imperiales” 42. Eso significaba que
cualquier nuevo préstamo del Estado prusiano conduciría automá
ticamente a la convocatoria de los otros estados; en otras palabras,
con el decreto se establecía un lazo entre los préstamos públicos y
la reforma constitucional. El decreto de 1819 explica por qué de
todos los estados germanos, Prusia fue la que pidió menos présta
mos en los decenios de 1820 y 1830, y por quéjas consecuencias
del fracaso de las políticas restrictivas del decenio de 1840 fueron
revolucionarias.
Como agente clave del mercado más importante del mundo,
Rothschild era el prototipo de amo financiero del universo. En mayo
de 1818 envió una carta al director del Tesoro prusiano que recoge
a la perfección el sentido que tenía de su propio poder, es decir, del
poder del dinero: “La camarilla de allí [los que se oponían al prés
tamo de los Rothschild en la corte prusiana] no pueden hacer nada
contra N. M. Rothschild; mientras que él tiene el dinero, el poder y
la fuerza, la camarilla es impotente. El rey de Prusia... debería estar
satisfecho y agradecerle a Rothschild por enviarle el dinero que au
menta el crédito de Prusia” 43. De ahí que no fueran extraños los
comentarios “carvillescos” sobre el poder de los Rothschild y sus ri
367
vales que aparecían con frecuencia en la correspondencia de los
políticos del siglo xix y en los escritos de periodistas, novelistas y
poetas de la época. En el canto XII de Don Juan (1823), Byron se
preguntaba: “¿Quién sostiene el equilibrio del mundo?”.
¿Quiénes reinan
Sobre el congreso, ya sea realista o liberal?
¿Quiénes levantan a los descamisados patriotas de España?
(Que hacen que los periódicos de la vieja Europa chillen
y farfullen atropelladamente).
¿Quiénes proveen al viejo y nuevo mundo, de dolor
O de placer? ¿Quiénes hacen de la política un parloteo?
¿La sombra del noble atrevimiento de Bonaparte?
Eljudío Rothschild y su colega cristiano, Baring.
368
interpares de los cinco “Bonapartes de las Finanzas” (la frase había
sido acuñada por el secretario de Metternich, Friedrich von Gentz).
Nucíngen, el personaje de Balzac, se inspira claramenente en James,
el hermano de Nathan: un “Luis XIV de la oficina de contabilidad”,
un “elefante de las finanzas”, que “vende diputados a los ministros y
griegos a los turcos”; en suma, la personificación “de la era de oro
en la que vivimos” 45. Para el joven Heine, que escribía en el decenio
de 1820, James y sus hermanos mayores eran el baluarte del orden
reaccionario que siguió al Congreso de Viena:
C a l c u l a n d o e l riesgo p o l ít ic o , h . 1830-1870
369
en su correspondencia privada a los bonos ibéricos llamándolos
“basura”. Pero no solamente los estados hispánicos dejaron de pa
gar. Entre 1837 y 1843, ocho estados norteamericanos hicieron lo
mismo 48. Como resultado de las malas cosechas y de la revolución,
los años 1847-1849 presenciaron la peor crisis financiera europea
del siglo. Y la recuperación en el decenio de 1850 fue precaria. La
serie de guerras que comenzó con la Guerra de Crimea y siguió
con las guerras por la unificación alemana e italiana generaron
nuevas emisiones de bonos en Europa, pero al mismo tiempo au
mentaron los riesgos para los inversores. Debido a que fueron po
cos los países que junto a Gran Bretaña adoptaron el patrón oro
antes del decenio de 1870, los riesgos no eran únicamente de in
cumplimiento sino también de depreciación.
Cuando los inversores modernos evalúan los bonos soberanos,
tienden a consultar en primer lugar los indicadores más recientes
de la política fiscal y monetaria: los déficit presupuestarios como
porcentaje del PIB, por ejemplo, o los tipos de crecimiento moneta
rio mensuales; además, sus valoraciones se basan en cierta medida
en las cifras de los años previos. Según uno de los más célebres ven
dedores de bonos, “el mercado de bonos norteamericano... se tam
balea cada vez que el Ministerio de Comercio de Estados Unidos da
a conocer algún dato económico importante... Los mercados deci
den qué datos son importantes y cuáles no. Un mes es el déficit co
mercial norteamericano; al siguiente, el índice de precios al consu
m o” 49. En el pasado, sin embargo, había menos datos económicos
en los que basar los posibles riesgos de incumplimiento, inflación o
depreciación. Los inversores del siglo xix contaban con informa
ción bastante buena y regular sobre los precios de ciertos productos,
las reservas de oro, los tipos de interés y los tipos de cambio, pero la
información fiscal, con la excepción de los presupuestos anuales,
era escasa y poco frecuente y además no podían contar con cálcu
los fiables y regulares sobre la renta nacional. En las monarquías no
parlamentarias ni siquiera estaban a mano los presupuestos anua
les y, de publicarse, no eran demasiado fiables. Antes de la I Guerra
Mundial, los anuncios del índice del coste de vida no existían.
En su lugar, com o parecen sugerir ciertas fuentes contemporá
neas, los inversores de mediados del siglo xix tendían a inferir los
370
cambios de la política monetaria y fiscal de los acontecimientos po
líticos. Cuatro eran los supuestos principales que servían de base
para realizar tales inferencias:
371
dos en la fuente original de nuestros datos) 52. Las historias son bien
diferentes. Los rendimientos británicos fueron más bajos que otros
a lo largo de todo el periodo. Los rendimientos austríacos tendie
ron a aumentar, mientras que los franceses y los rusos siguieron
rumbos marcadamente diferentes en los subperiodos. Lo que ex
plica en parte las diferencias es, obviamente, la divergencia que
existió en los tipos de cambio, pues únicamente Gran Bretaña se
basaba entonces en el patrón oro, mientras que Francia era bimetá
lica, y tanto Rusia com o Austria se regían (aunque no siempre) por
la plata. Sin embargo, los regímenes cambiarios sólo pueden expli
car en parte la volatilidad de los rendimientos que ocurrió durante
este periodo formativo. De igual importancia, aunque no entera
mente independientes del primer criterio, fueron los acontecimien
tos políticos, en especial las guerras y las revoluciones. En efecto,
cualquier persona con un conocimiento básico de la historia europea
será capaz de formular una explicación primafaáe bastante convin
cente de casi todas las grandes alzas de los rendimientos que apa
recen en el gráfico.
El cuadro 13 resume la magnitud de las crisis del mercado de
bonos causadas por las principales guerras y revoluciones del pe
riodo. De aquí podemos derivar una serie de conclusiones impor
tantes. Por ejemplo, que la mayor crisis vivida por el mercado de
bonos europeo en el siglo xix tuvo lugar durante los dos meses pos
teriores a la revolución de 1848 en París. En Londres, los bonos
austríacos y franceses resultaron gravemente perjudicados: los ren
dimientos de los bonos austríacos subieron hasta 662 puntos bási
cos y los franceses, hasta 505 puntos básicos. Incluso los bonos rusos
se vieron afectados, si bien ninguna revolución tuvo lugar allí. Uni
camente los rendimientos británicos cayeron durante este periodo,
fenómeno que refleja no solamente la recuperación del mercado
monetario británico de la crisis financiera de 1847, sino también el
reemplazo por parte de los inversores de los bonos continentales
por los consols, que eran más seguros. Quedaba claro que el merca
do en su totalidad no esperaba que ocurriera una revolución en
Londres, de ahí que fuera considerado por muchos inversores con
tinentales como un refugio seguro 53. El comienzo de la Guerra de
Crimea tuvo, por razones obvias, grandes consecuencias sobre to
372
dos los bonos principales, incluidos los consols; pero lo interesante
es que los rendimientos austríacos subieron incluso más rápida
mente que los rusos (243 puntos básicos frente a los 175 puntos bá
sicos rusos). Este diferencial entre el claramente sobreexpandido
régimen de los Habsburgo y sus rivales se amplió de m odo desas
troso durante las guerras de 1859 y 1866; la derrota de Austria a
manos de Francia e Italia disparó los rendimientos por encima de
los 400 puntos básicos, y la derrota frente a Prusia, levemente por
debajo de los 300 puntos. (Los rendimientos de los consols también
se elevaron en 1866, pero he omitido las cifras debido a que la crisis
financiera había sido, en verdad, producto del colapso del banco
de descuento Overend Gurney.)
373
Los rendimientos austríacos se mantuvieron elevados debido a
que después de mayo de 1870 fueron formalmente excluidos de la
Bolsa de Londres por la operación de conversión de 1868, a la que
se le había sumado la creación de un impuesto sobre los obligacio
nistas nacionales y extranjeros 54.
CUADRO 13
G u er r as , r e v o lu c io n e s y m e r c a d o de b o n o s , 1830-1914
Fuente: The Economist (excepto para las cifras de 1830, que se basan en los datos del Archivo
Rothschild y en The Spectator).
Nota: Todos los aumentos en puntos básicos (1 por ciento = 100 puntos básicos). Las cifras de
1914 no son estrictamente comparables debido al cierre del mercado desde el 31 de julio.
374
El hecho de que los inversores del siglo xix fijaban los precios de
los bonos no sólo en función de los (no muy disponibles) indicado
res fiscales y monetarios, sino también com o respuesta a los aconte
cimientos políticos no es muy difícil de demostrar. De ahí que nos
encontremos a un James de Rothschild evaluando, en octubre de
1830, las consecuencias de la revolución en Francia del siguiente
modo: “No podemos ni imaginarnos lo que ocurriría, Dios no lo
permita, si entráramos en guerra; porque si éste fuera el caso, los
valores caerían de tal m odo que sería imposible vender algo” 55. Un
mes después intentó cuantificar el riesgo: “Poseemos 900.000 ren
tes; si preservamos la paz valdrán un 75 por ciento, pero en caso de
guerra caerán a un 45 por ciento... Estoy convencido de que si se
mantiene la paz las rentes mejorarán en tres meses al menos en un
10 por ciento...” 56. Ya desde el principio, lo que más le preocupaba
era la posibilidad de la guerra más que el cambio de dinastía. Des
pués de todo, com o hiciera notar amargamente el poeta y periodis
ta Ludwig Borne, las relaciones del nuevo rey con la banca (haute
banque) eran tan estrechas que se había ganado “el título de Empe
rador del cinco por ciento, Rey del tres por ciento y Protector de los
banqueros y agentes de cambio”. Salomon, el hermano de James,
se sintió aliviado al ver que Luis Felipe tomaba juramento en su co
ronación apoyando una Constitución que había sido sólo levemente
revisada: “Gracias a Dios, hemos ido tan lejos como para que todo
termine bien; de no haber sido así, las rentes no se habrían manteni
do en 79 sino que habrían caído a 39. ¡Dios no lo permita! ” 57. Pero
existía siempre el peligro de que Luis Felipe no pudiera dominar a
sus ministros, algunos de los cuales recordaba el decenio de 1790
con embriaguez. Como dijera el sobrino de James, Nat, tras la últi
ma crisis francesa: “En general, cuando las tropas se movilizan, co
mienzan también los temores de los obligacionistas...” 58.
Hacia finales de su carrera, la tendencia de James de Rothschild
a valorar de este modo los acontecimientos políticos se había con
vertido en material de leyenda bursátil. “Entonces, M. le barón”, le
dijo el primer ministro piamontés Cavour ajames de Rothschild en
1859 un mes antes de que su país le declarara (con el apoyo de Fran
cia) la guerra a los austríacos, “¿es verdad que la Bolsa subirá en dos
francos el día que yo renuncie como primer ministro?” “Oh, M. le
375
comté”, le contestó Rothschild, “¡usted se subestima demasiado!” 59.
Rothschild reaccionó de modo similar ante la arenga de Napoleón III
en Auxerre, el 6 de mayo de 1866, en la que el emperador denun
ciaba los tratados de 1815. En su momento Napoleón había dado
garantías a los vecinos de Francia: L E’ mpire, c’est la paix, había di
cho. Pero ahora, sostenía Rothschild, LEmpire, c’est la baisse: literal
mente, el imperio es un mercado a la baja 60.
Pero no sólo los banqueros pensaban de este modo. En 1840,
cuando Palmerston rechazaba intransigentemente las ofertas de
Thiers, el primer ministro francés, para lograr un compromiso que
salvara las apariencias en la cuestión de Oriente, el rey Leopoldo
de Bélgica decía lo siguiente a su sobrina la reina Victoria:
376
sible resultado de la batalla por el dominio de Alemania, un diplo
mático francés comentó con sagacidad, aunque erróneamente, que
“Prusia estaba por encima de la par, tanto en la política com o en la
bolsa” 64. Bismarck reconoció también la importancia del mercado
de los bonos. Se deleitaba recordando la reacción de Amschel von
Rothschild al oír las noticias sobre la retirada del embajador ruso
en París. “Consideré a quién podría asustar más con la noticia. Y mi
mirada cayó sobre [Amschel] Rothschild. Se puso blanco com o la
tiza cuando le di a leer las noticias. Su primer comentario fue: ‘Si lo
hubiera sabido esta mañana’ ; y su segundo comentario: ‘¿Haría un
pequeño negocio conmigo mañana?’; decliné la oferta amigable
mente, se la agradecí, y lo dejé con sus agitadas reflexiones” 65. Pero
Bismarck mismo se convirtió más adelante en tema de especulacio
nes. En 1882, el embajador británico lord Ampthill llamó a Gerson
Bleichróder al ver un telegrama (de los Rothschild de París) solici
tando noticias inmediatas sobre la salud del káiser. “Le pregunté a
Bleichróder qué efecto pensaban los financieros franceses que po
dría tener la muerte del Emperador sobre la Bolsa de París”. “Una
caída general de un 10-15 por ciento”, contestó, “por la incertidum-
bre que generaría la continuación del gobierno de Bismarck bajo
un nuevo emperador” 66.
E l im perio
377
ciento del PNB al 7,7 por ciento, para caer después, en 1877, a un
0,8 por ciento. En 1890 volvió a alcanzar el 7,3 por ciento, para si
tuarse luego, en 1901, por debajo del 1 por ciento. En su segunda
oscilación ascendente, la inversión extranjera alcanzó en 1913 un
máximo sin precedentes del 9,1 por ciento, nivel que no pudo su
perarse hasta el decenio de 1990 69. En términos absolutos, esto lle
vó a una acumulación de activos extranjeros que subieron más de
diez veces, de 370 millones de libras en 1860 a 3.900 millones de li
bras en 1913, lo cual equivalía a más del 140 por ciento del PNB 7o.
Dicho de otro modo, la proporción de la riqueza inglesa invertida
en el exterior subió de un 17 por ciento en 1870 a un 33 por cien
to en 1913 71. Ningún otro país alcanzó este nivel de inversión en el
extranjero: el más cercano fue Francia, que tenía activos en el ex
tranjero por la mitad del valor del total británico, y la proporción
alemana equivalía sólo a la cuarta parte. Gran Bretaña contaba con
casi el 44 por ciento de todas las inversiones en el extranjero en vis*
peras de la I Guerra Mundial72. Lejos de “matar de hambre” a la in
dustria británica por falta de inversiones, com o se ha dicho aveces,
este flujo de capitales se sostenía a sí mismo. En el decenio de 1890,
la inversión neta en el exterior suponía el 3,3 por ciento del pro
ducto nacional bruto, en comparación con la renta neta percibida
de las propiedades en el extranjero que era de un 5,6 por ciento.
En el decenio siguiente, las cifras fueron del 5,1 y del 5,9 respecti
vamente 73.
Las razones de la salida de capital han sido debatidas incesante
mente desde quej. A. Hobson publicara su Imperialism, en 1902, don
de argumentaba que la desigual sociedad británica estaba gene
rando más ahorros de los que podían invertirse en el país. Pero
esto no parece haber sido así 74. El argumento de Lenin durante
la guerra era que la inversión extranjera había sido una respuesta
a la caída de los rendimientos nacionales; y la investigación si
guiente parece haberlo confirmado. Los beneficios de las inver
siones nacionales fueron, entre 1897 y 1909, bastante más bajos
de lo que habían sido en el decenio de 1870. Es más, incluso te
niendo en cuenta el mayor nivel de riesgo implicado, los benefi
cios de los títulos extranjeros eran bastante mejores (entre el 1 y el
2 por ciento) que los de los títulos nacionales cuando se los prome
378
dia en el periodo de 1870-1913 75. Pero la media esconde fluctua
ciones sustanciales. En efecto, los valores nacionales fueron aveces
una mejor inversión que los valores extranjeros comparables: por
ejemplo, entre 1887 y 1896 y en los tres años anteriores a la gue
rra76. Una interpretación más reciente relaciona los flujos de capi
tal con los coeficientes de dependencia más elevados del Nuevo
Mundo, donde las parejas se casaban jóvenes y tenían más niños y
más saludables que las parejas del país de origen: las tasas de ahorro
eran en consecuencia bajas 77.
Como sugiere el título del libro de Hobson, los escritores han
asumido desde hace tiempo que existía un lazo entre la exporta
ción de capital británico y el imperialismo británico. No hay duda
de que el auge de los préstamos de Londres al extranjero coinci
dió con una fuerte expansión del dominio colonial británico. En
1909, la extensión territorial del Imperio británico era de 12,7 mi
llones de millas cuadradas, en comparación con los 9,5 millones
que había tenido en 1860: el incremento fue exactamente de un
tercio. En vísperas de la I Guerra Mundial, unos 444 millones de
personas vivían bajo alguna forma de dom inio británico: esto
equivalía a la cuarta parte de la población mundial. En otras pala
bras, sólo uno de cada diez súbditos británicos vivía en las islas Bri
tánicas.
Pero también es cierto que entre 1865 y 1914 sólo la cuarta parte
del total de las inversiones británicas fue al Imperio, mientras que
un 45 por ciento llegó a otras economías extranjeras. Es más, los ti
pos de beneficio sobre las inversiones en el Imperio parecen ha
ber declinado en términos relativos: antes de 1884 superaban en
cerca de dos tercios los beneficios sobre las inversiones nacionales,
pero de ahí en adelante sólo los superaron en dos quintos 78. A fina
les del siglo xix las consideraciones estratégicas tenían mayor peso
que las consideraciones económicas a la hora de extender las fron
teras del Imperio.
Esto no significa, sin embargo, que la inversión en el extranjero al
margen del Imperio no tuviera significado político. Entre 1865 y
1914, cerca del 35 por ciento de todas las inversiones británicas en
el exterior en títulos cotizados se concentraba en bonos del sector
público, mientras que gran parte del resto estaba localizada en sec
379
tores de gran interés gubernamental, o intervenidos por el Estado,
com o por ejemplo, los trenes, las minas y las empresas de servicios
públicos. Sólo un 4 por ciento estaba en la industria 79. En 1862 se
calculaba que el capital de las deudas nacionales del mundo alean-
zaba los 2.600 millones de libras, y que más de la cuarta parte se co
tizaba en la bolsa de valores de Londres. Diez años después, el total
había subido a 4.600 millones de libras y la proporción cotizada en
Londres era del 53 por ciento 80. Las emisiones de los gobiernos co
loniales o extranjeros subieron alrededor del 6 por ciento del valor
total de los títulos cotizados en la Bolsa de Londres en 1853 al 26
por ciento en 1883 (véase el gráfico 27). Había muchos países que
Gran Bretaña no podía gobernar directamente pero que depen
dían, sin embargo, de los inversores británicos.
La relación entre la exportación de capital y el imperialismo bri
tánico — formal e informal— se ve bien ilustrada en los ejemplos
opuestos de Egipto y Turquía. Después de la Guerra de Crimea»
tanto el sultán de Constantinopla com o su vasallo el virrey o jedive
de El Cairo acumularon enormes e insostenibles deudas naciona
les y externas. Entre 1855 y 1875, la deuda otomana subió de aire?
dedor de 9 millones de liras turcas a unos 251 millones. En relación
con los recursos financieros del gobierno otomano ésta era una
suma colosal: com o proporción de los ingresos corrientes, la carga
se elevó del 130 por ciento a cerca del 1.500 por ciento; como por
centaje de los gastos, los pagos de intereses y las amortizaciones su*
bieron del 15 por ciento en 1860 a un máximo del 50 por ciento
en 1875 81. En 1877, la deuda turca había alcanzado los 251 millo*
nes de liras, aunque por las comisiones y descuentos, el Tesoro de
Constantinopla había percibido únicamente 135 millones. Pero
además no se hizo un buen uso del dinero. El sultán Abdul Mejid
despilfarró millones en el nuevo palacio de Dolmabah^e, un serra
llo que tenía las proporciones de la Gare du Nord.
Y el caso egipcio fue similar: entre 1862, la fecha del primer
préstamo extranjero a Egipto, y 1876, el total de la deuda pública
subió de 3,3 millones de libras egipcias a 76 millones, siendo prác*
ticamente diez veces superior al total de la recaudación impositi
va; además, el jedive Ismail debía unos 11 millones de libras de su
propia cuenta.
380
Gráfico 27. Bonos del gobierno en porcentaje sobre todos los valores cotizados en la
Bolsa de Londres, 1853-1990
Fuente: Michie, The London Stock Exchange, 1850-1914, págs. 88 y ss., 175, 184, 320,
3 2 2,36 0 y ss., 419, 421, 440, 473,52 1 y ss., 589 y ss.
Nota: Desde 1883, las cifras incluyen los bonos de gobierno extranjeros a pagar en el
exterior aunque cotizados en la Bolsa de Londres. Hasta 1993, valores nominales; des
de 1939, valores de mercado.
381
cer al gobierno británico sus acciones en el canal de Suez por 4 mi
llones de libras —se trataba de una suma enorme, equivalente a más
del 8 por ciento del presupuesto británico sin los gastos de la deuda,
pero que los Rothschild pudieron avanzarle a Disraeli en pocos días,
si no horas 83— . Inmediatamente después de este golpe se abrió
una nueva Caisse de la Dette Publique para que representantes de
Gran Bretaña, Francia, Italia y Austria (los principales países acree
dores) supervisaran las finanzas egipcias. Se fijó la deuda consoli
dada en 76 millones de libras (que no incluía los 15 millones de
libras en deudas privadas garantizadas por las tierras del jedive ni
una considerable deuda flotante que posiblemente alcanzaba los
6 millones de libras) 84. En 1878, la Caisse recomendó que se nom
brara un gobierno “internacional” con un inglés como ministro de
Finanzas y un francés com o ministro de Obras Públicas 85. Pero en
abril de 1879, el jedive expulsó al gobierno internacional que, como
era de prever, se había vuelto impopular entre los contribuyentes
egipcios. Las potencias volvieron a imponer su autoridad reempla
zando al jedive por su hijo Tewfiq, pero una rebelión militar nacio
nalista liderada por Arabi Pasha provocó finalmente que el gobierno
británico recurriera a la intervención militar. En julio de 1882 ata
caron Alejandría, y en septiembre, Arabi fue expulsado. Se trataba
del comienzo de una prolongada, aunque nunca abiertamente de
clarada, ocupación. Entre 1882 y 1922, Gran Bretaña se vio obliga
da a prometerles a las otras potencias no menos de sesenta y seis
veces que finalizaría la ocupación de Egipto. Pero las tropas britá
nicas no se retiraron hastajunio de 1956 y volvieron breve e igno
miniosamente en noviembre siguiente en un vano intento de pre
venir la nacionalización del canal.
Si bien la ocupación de Egipto fue, en parte, una respuesta estra
tégica a las actividades francesas en Túnez, tras las acciones británi
cas se ocultaba también una razón financiera. En 1884, el ministro
de Marina, lord Northbrook (un miembro de la familia banquera
Baring), fue enviado a Egipto para indagar sobre las finanzas del
país; su primo Evelyn Baring (lord Cromer) estaba en El Cairo como
cónsul general.
Este Baring hizo mucho por la estabilización de las finanzas de
Egipto 86. El valor absoluto de la carga de la deuda cayó de 106 mi
3 82
llones de libras en 1891 a 94 millones de libras en 1913, y los au
mentos simultáneos de los impuestos hicieron que el coeficiente
deuda/ingresos quedara reducido a la mitad. Además, Cromer fue
capaz de reunir suficiente dinero extranjero com o para empren
der sustanciales inversiones en infraestructuras 87. Esto no podía
ser perjudicial para los egipcios. Y era indudablemente beneficioso
para los tenedores de bonos extranjeros. La ocupación británica de
Egipto de 1882 no sólo se anticipó a un incumplimiento total sino
que garantizó además un tipo real de rendimiento sobre los bonos
egipcios excepcionalmente elevado 8S. Las acciones del canal tam
bién fueron una muy buena inversión para el Tesoro británico. En
enero de 1876 habían subido de alrededor de 22 libras a más de
34, tratándose de un aumento que superaba el 50 por ciento. Y el
valor de mercado de la participación del gobierno fue de 24 mi
llones de libras en 1898, de 40 millones de libras en vísperas de
la I Guerra Mundial y de 93 millones de libras en 1935 (unas 528
libras por acción) 89. Entre 1875 y 1895, el gobierno recibía de El
Cairo sus 200.000 libras anuales, y de ahí en adelante pagaron bue
nos dividendos: subieron de 690.000 libras en 1895 a 880.000 libras
en 1901 90.
Pero los intereses rusos y más tarde los intereses alemanes en
Constantinopla hicieron imposible que pudiera irse más allá de
una supervisión de las finanzas turcas a cargo de las potencias (las
oficinas de la Administración internacional de la Dette Publique,
que se asemejan a una pagoda, pueden verse todavía hoy en Es
tambul) . A consecuencia de esto, las finanzas y el gobierno turco
continuaron siendo com o antes. En 1889, tras la gran reestructu
ración de la deuda de 1881, el coeficiente deuda/recaudación
impositiva fue de 8,7, pero ya en 1909 había vuelto a situarse en
10 como en 1879. En porcentaje del gasto, el servicio de la deuda
subió del 12 por ciento en 1890 al 33 por ciento en 1910, el año de
la Rebelión de los Jóvenes Turcos 91. Y los rendimientos reales
de la deuda otomana fueron proporcionalm ente bajos (de 1,6
por ciento, comparado con un rendimiento esperado del 7,4 por
ciento).
El problema con el “imperialismo informal” (es decir, con las in
versiones sin un control político directo) era que hacían más difícil
383
la imposición de controles financieros y, por tanto, el riesgo de in
cumplimiento era alto. Entre 1880 y 1914, casi todos los grandes
incumplimientos, con la excepción de Turquía, ocurrieron en Amé
rica Latina (en Argentina en 1890, en Brasil en 1898 y en México
en 1910). Como ilustra el cuadro 14, los países que estaban bajo con
trol británico —Australia, Canadá y Egipto— ofrecían a los inver
sores extranjeros rendimientos reales mucho más elevados que los
estados independientes, como por ejemplo, Japón, Rusia y Turquía.
En promedio, los estados latinoamericanos estaban aproximada
mente en el medio, si bien México fue una excepción por sus conti
nuos incumplimientos.
La paradoja de l a c o n v e r g e n c ia , 1870-1914
3 84
CUADRO 14
P rimas reales y an tic ipa d a s de a l g u n o s b o n o s in ter n ac io n a les , 18 50 -198 3
Cifra total
prestada durante
1850-1914 1915-1945 1945-1983 elperiodo
Millones de
ex ante ex post ex ante ex post ex ante expost USD de 1913
Fuente: Lindert y Morton, ‘How Sovereign Debt Has Worked’ , cuadros II y III. El muestreo de
Linderty Morton consistía en 1.557 bonos externos emitidos por los sectores públicos de diez
países grandes. Incluye las obligaciones en circulación de 1850 y todas las que fueron emitidas
entre 1850 y 1970.
385
dos del siglo xvill 94. Pero es posible que estos datos se hayan visto
distorsionados por problemas de liquidez del mercado asociados a
los periodos de crisis. Dado el crecimiento en volumen del arbitraje
de activos posterior a 1870 95 y el desarrollo de las comunicaciones
1.550
Alemania
Rusia
Estados Unidos
Argentina
Italia
España
Francia
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386
el dolor” ocasionado por los rendimientos elevados 97. De cualquier
modo, los coeficientes deuda/PIB nos dicen bastante poco. Algu
nos de estos países contaban con grandes proporciones de deuda a
largo plazo, mientras que otros tenían una considerable propor
ción de obligaciones a corto plazo 98. Algunos países (Rusia, en par
ticular) cargaban con considerables deudas externas, mientras que
la deuda de otros (com o Gran Bretaña y Francia) era fundamental
mente interna. Y algunos tasaron gran parte de su deuda en oro,
mientras que otros no. En todo caso, los coeficientes deuda/PIB eran
desconocidos para los inversores contemporáneos ya que — com o
hemos visto en el capítulo IV— el producto interior bruto es un
concepto del siglo X X y con anterioridad a la I Guerra Mundial sólo
se habían realizado unos pocos intentos de estimar la riqueza y los
ingresos nacionales.
El apéndice D nos da algunos de los criterios de medida con los
que los inversores de finales del siglo X IX pudieron haber estado más
familiarizados. Aquí la deuda está relacionada con los ingresos del
gobierno y las exportaciones (el segundo coeficiente era especial
mente importante para los países de América Latina o de Oriente
Medio, con enormes proporciones de la deuda en manos y moneda
extranjeras). Además, las deudas han sido ajustadas para tomar en
cuenta los cupones de interés más elevados sobre bonos de países pe
riféricos, así como también los activos estatales que aparecían al otro
lado de la hoja del balance (esto era importante en el caso de los paí
ses que habían financiado su red ferroviaria a través de emisiones de
bonos del gobierno). Para dar una idea del nivel de globalización al
canzado durante el siglo xix, el cuadro incluye a todos los países ana
lizados en Fenn ¿ Compendiumde 1889, uno de los manuales de mayor
amplitud para los inversores de finales de siglo. El enfoque del Com
pendium parece haber sido típico del periodo. Hay similitudes meto
dológicas entre los cálculos de Fenn y las clasificaciones de deuda/ri
queza nacional realizadas por Michael Mulhall en la década de 1890;
el Crédit Lyonnais, por su parte, basaba sus análisis de crédito en el
servicio neto de la deuda en proporción a la recaudación impositiva,
teniendo en cuenta los pasados episodios de incumplimiento
¿Pero pueden tales cifras explicar mejor las diferencias de los
rendimientos y sus fluctuaciones que los anacrónicos coeficientes
387
deuda /PIB? Un m odo de responder a la pregunta es examinando
estadísticamente la relación entre los rendimientos de los bonos y
las medidas fiscales de la época. Pero los resultados son, desgracia
damente, ambiguos: sólo uno de los seis países de los que contamos
con datos disponibles para el periodo 1880-1913 muestra una mar
cada relación positiva entre el coeficiente déficit/ingreso y el ren
dimiento de los bonos (Francia); y en dos casos (Gran Bretaña y
Alemania) la relación es negativa 10°. Esto quizá no sea tan sorpren
dente. El tipo de medidas descrito anteriormente exageraba las
cargas de las deudas de países industrializados tales como Francia e
Inglaterra, que tenían grandes deudas pero también grandes eco
nomías. Sobre la base del coeficiente deuda/ingresos, únicamente
dos países en la década de 1880 (o cuatro, si tomamos en cuenta so
lamente el gobierno central de Alemania y Suiza) contaban con una
solvencia equivalente a la de Gran Bretaña en la década de 1980;
y en el caso de otros dos (China y Bulgaria) la leve carga de la deu
da reflejaba fundamentalmente su incapacidad para acceder al
mercado de bonos nacional o internacional101. Del mismo modo,
las clasificaciones del Crédit Lyonnais colocaban a Rusia (el mayor
deudor del mundo 102) en la “primera categoría” junto a Estados
Unidos y, de haber aplicado su criterio rigurosamente, habría situa
do a Gran Bretaña en la segunda categoría junto a Rumania, Egip
to, Austria, Hungría y España103.
La tercera explicación de la convergencia de los rendimientos
es que el aumento del número de estados en el patrón oro reducía
el riesgo de cambio com o factor de cálculo entre los inversores 104.
Según esta perspectiva, la adopción del patrón oro era una señal de
rectitud fiscal “que facilitaba el acceso de los países periféricos al
capital de los países principales de Europa occidental”. La adopción
del patrón oro indicaba que un país seguía “políticas monetarias y
fiscales prudentes”. La excepción que confirmaba la regla eran “las
urgencias bien entendidas como, por ejemplo, alguna guerra im
portante”; y si un país abandonaba el patrón oro en una urgencia
de este tipo, el público entendía que la suspensión era temporal. El
patrón oro era, por tanto, “una regla contingente o una regla con
cláusula de escape” que otorgaba com o beneficio tipos de interés
más bajos que el coste admisible de presupuestos equilibrados en
388
épocas de paz. En otras palabras, un compromiso con el oro redu
cía el rendimiento de los bonos gubernamentales en oro en cerca
de 40 puntos básicos105.
Existe, no obstante, una dificultad con dicho análisis: suponer
que las guerras constituyen “urgencias bien entendidas”. La reali
dad histórica indica que el periodo 1890-1914 se caracterizó por el
peligro inminente de una guerra de magnitudes sin precedentes y
de una duración imprevisible entre todas las grandes potencias.
Y esto difícilmente era desconocido para los inversores. El financie
ro polaco Ivan Bloch profetizaba ya en 1899 que “la consecuencia
inmediata de una [gran] guerra sería la baja de los valores a nivel
global entre un 25 y un 50 por ciento y en un mercado tan agitado
sería difícil otorgar préstamos” 106.
¿Pero cóm o podemos explicar la paradoja de que existiera una
convergencia en los rendimientos a un nivel significativamente
inferior a la media de la década de 1870 en un momento en que
crecía la tensión a nivel internacional? Una posibilidad es que los
inversores simplemente se hubieran olvidado de lo que podía
ocasionar una crisis política generalizada en los mercados finan
cieros internacionales l07. Después de todo, en la década de 1980,
“el principio rector de Salomon Brothers en el departamento de
servicios para el cliente era que ‘el cliente [tenía] muy poca me
moria’ ” 108. El cuadro 15 nos brinda algunas indicaciones sobre
el m odo en que dichos olvidos pudieron haber sido alimenta
dos durante las cuatro décadas y media transcurridas entre 1870
y 1914. Si comparamos el periodo con los cuarenta años que le
precedieron, las crisis políticas más severas de esa etapa tuvieron
un impacto mucho más leve sobre los rendimientos de los bonos
internacionales. El desastre francés de 1870-1871, por ejemplo,
no ejerció prácticamente influencia sobre los bonos de los otros
países. Tampoco la crisis de Oriente de 1876-1878 tuvo un gran
impacto sobre los rendimientos (si bien es cierto que los bonos
turcos se vieron duramente golpeados por los incumplimientos).
También la alarma entre los inversores ocasionada por posibles
revoluciones parecía haber disminuido; lo atestigua la subida en
129 puntos básicos de los rendimientos rusos durante la crisis
de 1904-1906.
389
Teniendo en cuenta esta tendencia de las crisis políticas a reper
cutir en menor medida sobre las finanzas, una hipótesis plausible
es que los inversores se hubieran vuelto excesivamente confiados.
Como el periodista liberal Norman Angelí, los inversores llegaron
a creer que nada (ni la revolución ni la guerra) podría interrumpir
prolongadamente el negocio de las bolsas de valores mundiales.
“La delicada interdependencia de las finanzas internacionales”, se
ñalaba Angelí en su libro de mayores ventas The Great Illusion, “hacía
que una posible guerra entre las grandes potencias fuera un fenó
meno prácticamente imposible” 109. Pero la ilusión, por supuesto,
era la de Angelí. El significado histórico de su libro consiste en que
demuestra cuán poco comprendida fue la I Guerra Mundial en vís
peras de su comienzo.
El 23 de julio de 1914, el ministro de Asuntos Exteriores británi
co, sir Edward Grey, advirtió al embajador austríaco de que una gue
rra de envergadura “supondría el gasto de tal suma de dinero y una
interferencia tan grave del comercio, que se vería acompañada o se
guida de un colapso completo del crédito y la industria europea” no.
Una guerra continental, le dijo al embajador alemán al día siguien
te, produciría “un empobrecimiento y agotamiento completos; la
industria y el comercio se arruinarían y el poder del capital que
daría destruido. El colapso de las actividades industriales traería
com o resultado movimientos revolucionarios semejantes a los del
año 1848” 111. La predicción del colapso comercial se cumplió muy
a corto plazo; Grey intuyó también lo que ocurriría en los países de
Europa central y del este. Lo que él y otros no llegaron a prever fue
que la suspensión de la convertibilidad oro y la expansión de los
mercados de bonos nacionales e internacionales serían suficientes
para financiar un conflicto global por más de cuatro años112.
La c r i s i s d e l m e r c a d o in t e r n a c io n a l d e b o n o s :
390
tividad bancaria del 3 de agosto de 1914 y finales de ese año. Pero
esto no significó la muerte del mercado internacional de bonos. Por
el contrario, la I Guerra Mundial se decidió tanto en términos de
los flujos de capital como por los derramamientos de sangre. Al
rededor de 1917, Rusia debía a acreedores extranjeros unos 824
millones de libras113. E Italia y Francia también fueron deudores ex
tranjeros netos de importancia 114. En 1919, Gran Bretaña había
prestado a sus dominios y a sus aliados de guerra 1.800 millones de
libras, equivalentes al 32 por ciento del PNB, y había solicitado
préstamos por 1.300 millones de libras (un 22 por ciento del PNB)
a Estados Unidos y otros países extranjeros 115. Estados Unidos era
un acreedor neto por nada menos que 7.000 millones de dólares,
lo que equivalía a un 9 por ciento del PNB. Los años 1914-1918 cons
tituyeron, según ciertos cálculos, el máximo histórico para los prés
tamos internacionales.
Es más, estas inmensas transacciones de épocas de guerra fue
ron seguidas, durante la década de 1920, por una nueva oleada de
préstamos internacionales. El valor medio de las inversiones netas
extranjeras com o porcentaje del ingreso nacional de diez econo
mías principales cayó sólo levemente de su máximo del 5,5 por cien
to de 1915-1919 al 4 por ciento en 1920-1924, cifra que superaba la
de 1910-1914 116. Los flujos del capital internacional alcanzaron,
entre 1924 y 1930, los 9.000 millones de dólares. Pero ahora era Es
tados Unidos el banquero del mundo. El total de los préstamos ex
tranjeros a largo plazo de Estados Unidos entre 1919 y 1928 fue de
unos 6.400 millones de dólares, de los cuales más de la mitad fue
ron a parar a los gobiernos nacionales y provinciales 117. Así como
los Rothschild habían sermoneado a los prestatarios extranjeros
del siglo X IX sobre la necesidad de que dieran una forma inglesa a
sus instituciones, los “doctores del dinero”, com o Edwin Kemme-
rer, por ejemplo, viajaban por el mundo recomendando la ameri
canización a cambio de préstamos en dólares118.
Pero las señales de una crisis inminente comenzaban ya a mani
festarse. El régimen bolchevique en Rusia causó posiblemente el
mayor incumplimiento de la historia después de la revolución de
octubre de 1917; afectó a bonos por un valor de 800 millones de li
bras. Como en las revoluciones mexicana y turca siete años antes,
391
los acreedores extranjeros constituían el blanco fácil del nuevo ré
gimen radical, sobre todo considerando que se caracterizaba por
haberle declarado la guerra a la burguesía. Los inversores difícil
mente eran indiferentes a las promesas de Trotsky de exportar la
revolución rusa al resto del mundo. En segundo lugar, la nueva Re
pública alemana había defraudado tanto a los inversores naciona
les com o a los extranjeros al haber permitido que su moneda, y por
ende todos los bonos gubernamentales emitidos en marcos, se de
preciaran al punto de no valer prácticamente nada. El flujo de ca
pital neto en Alemania entre 1919 y 1923 posiblemente alcanzó a
representar el 6 o 7 por ciento del producto nacional neto; pero
gran parte del dinero que los extranjeros invirtieron en títulos y
moneda alemanes quedó eliminado por la inflación: una forma de
“reparaciones de guerra norteamericanas para Alemania” U9. En
tercer lugar, gran parte de los principales préstamos internaciona
les de la década de 1920, como revelan los análisis más detallados,
fueron diseñados para refinanciar los préstamos en libras esterlinas
de la época de preguerra en préstamos de posguerra en dólares 12°.
En cuarto lugar, los flujos provenientes de los prestamistas princi
pales (Estados Unidos, el Reino Unido y Francia) eran significativa
mente más bajos en términos reales: en precios de 1913, la media
anual de la salida fue, entre 1924 y 1928, de tan sólo unos 550 millo
nes de dólares, comparado con los 1.400 millones de dólares del
periodo 1911-1913. Por último, los préstamos a corto plazo — hot
money— fueron significativamente más importantes de lo que ha
bían sido antes de 1914; y entre los mayores deudores a corto plazo
estaban los principales acreedores netos a largo plazo 121. Pero lo
más sorprendente acerca de los flujos de capital del periodo de en-
treguerras es la rapidez con la que se revirtieron, y las consecuen
cias devastadoras que esto produjo122. A corto plazo, las retiradas de
capital intensificaron las recesiones que habían comenzado a ma
nifestarse en los principales países productores de materias primas
a mediados de la década de 1920. Pero a partir de 1931, los incum
plimientos y las devaluaciones produjeron grandes redistribucio
nes de recursos que iban de los países acreedores a los deudores 123.
Turquía, China, la mayoría de los países de Europa del Este y toda
Latinoamérica dejaron de pagar124. Bolivia lo hizo en enero de 1931,
392
y fue seguida por Perú, Chile, Cuba, Brasil y Colombia. Hungría,
Yugoslavia y Grecia dejaron de pagar al año siguiente, y Austria y
Alemania en 1933 125. Alrededor de 1934, todos los países deudo
res, a excepción de Argentina, Haití y la República Dominicana,
habían suspendido el servicio de la deuda126.
El propósito del capítulo no consiste en explicar la razón por la
que se colapso el sistema financiero global; la respuesta a esta pre
gunta está tan vinculada al funcionamiento del sistema monetario
internacional que en realidad pertenece al próximo capítulo. La
cuestión aquí radica simplemente en afirmar que la globalización
financiera en efecto se hundió. Y esto suscita dos preguntas. La pri
mera: ¿puede volver a ocurrir? La segunda: ¿existió una conexión
entre el colapso de las finanzas globales, la guerra y el declive de la
capacidad británica para actuar com o potencia hegemónica, ase
gurando políticamente la estabilidad financiera internacional me
diante un imperialismo formal e informal?
El p a sa d o y e l presen te d e l a g l o b a l iz a c ió n
393
nes de capital fue, de hecho, la I Guerra Mundial, cuando la media
por cuenta corriente llegó a representar el 5 por ciento del PIB,
comparado con un mínimo del 1,2 por ciento de los años 1932-
1939. La cifra para el periodo 1989-1996 fue todavía sólo del 2,3
por ciento 12g.
El cuadro 15 ofrece indicadores algo más completos de la globa-
lización. Tomando en cuenta estas medidas, queda claro que los
mercados globales de bienes y capital están hoy más abiertos que
nunca. En 1913, las exportaciones de mercancías alcanzaban com o 1
máximo el 9 por ciento del PIB mundial; la cifra en 1990 fue 13 y
posiblemente en la actualidad sea aún más alta 130. Esto refleja que ;
las barreras arancelarias internacionales son hoy más bajas de lo ,
que fueron a principios de la década de 1900: fue la caída de los
CUADRO 15
I n d ic a d o r e s d e l a g l o b a l iz a c ió n c o m e r c ia l y f in a n c ie r a
1870 6,9
1890 6,0
1900 18,6
1913 9,0 17,5
1930 8,4
1945 4,9
1950 7,0
1960 8,0 6,4
1970 10,0
1980 17,7
1990 13,0
1995 56,8
Fuente: Crafts, “Globalization and Growth in the Twentieth Century”, pags. 26,27.
394
costes de los fletes y no tanto los principios económicos liberales
lo que impulsó el comercio antes de 1914131. Los activos extranjeros
equivalían a alrededor del 18 por ciento del PIB mundial en 1913,
y en 1995 la cifra alcanzaba un sorprendente 57 por ciento. El cua
dro ilustra también que las exportaciones de capital disminuyeron
mucho más drásticamente que las exportaciones de mercancías
desde la década de 1930 hasta la década de 1960. En 1945 (el ni
vel más bajo registrado) los activos extranjeros representaban me
nos del 5 por ciento del PIB mundial. También en otros sentidos, la
globalización actual excede a la de hace un siglo. La inversión di
recta (y no la inversión de cartera realizada en las bolsas) es en la
actualidad m ucho mayor debido al crecimiento de las corpora
ciones multinacionales 132. Los flujos de información son más rá
pidos y mayores en volumen, lo que facilita mucho la decisión de
realizar inversiones transfronterizas. Es más, este proceso puede
aún evolucionar más. Según el FMI, en 1997 todavía 144 países ejer
cían controles de capital sobre la inversión directa exterior, y 128
todavía regulaban todas las transacciones financieras internacio
nales 133. Si se desmantelaran esos controles, los movimientos trans-
fronterizos de capital serían aún mayores.
Por otro lado, el mercado laboral global es, casi con seguridad,
menos abierto en la actualidad que hace un siglo. La primera era
de la globalización presenció dos olas masivas de emigración, la pri
mera forzada y la segunda voluntaria. En 1820, unos 8 millones de
africanos fueron embarcados com o esclavos hacia América y el Ca
ribe. Y en el siglo siguiente, emigraron no menos de 60 millones de
europeos, las tres quintas partes a Estados Unidos >?A. El total neto
de la emigración del Reino Unido entre 1881 y 1890 superó los 3,2
millones de personas y representaba el 7 por ciento de la población
media 1:’° , La emigración alemana— 1,3 millones durante el mismo
periodo— alcanzó máximos anuales en 1854 y 1881 del 7 y el 5 por
ciento de la población; en la década de 1880 representaba en total
alrededor del 3 por ciento de la población 136. Irlanda fue, induda
blemente, el gran exportador de gente: la emigración total en la
década de 1880 equivalió al 14 por ciento de la población. A pesar
del relajamiento de las restricciones norteamericanas entre 1980 y
1990, la inmigración no ha alcanzado aún el nivel de la década pos
395
terior a 1900 cuando el total de la inmigración fue equivalente a cer
ca del 10 por ciento de la población. (En Argentina, durante el mis
mo periodo, la cifra alcanzó un increíble 29 por ciento 137). La tasa
de inmigración norteamericana de 1990 era menor que la tercera
parte de lo que habla sido un siglo antes.
Esta constituye una diferencia fundamental entre el pasado y el
presente, ya que fue la migración lo que más contribuyó a reducir
las desigualdades de ingresos entre los países en la primera época
de la globalización. Cuando predominan los flujos de capital, la
brecha entre los países ricos y pobres tiende a abrirse. Esto se debe
a que cuando la gente se mueve, los pobres van a países más ricos
donde el trabajo es relativamente escaso. Pero cuando el capital se
mueve, éste tiende a evitar a los países verdaderamente pobres, en
parte por la baja productividad de sus trabajadores138.
Según muchos comentaristas, la globalización es un movimien
to que tiende al bien, y que promete nada menos que “un futuro
perfecto” 139. El sociólogo Anthony Giddens aprueba la forma en
que la globalización económica subvierte no sólo el estado-nación
sino también las culturas “tradicionales” e incluso la familia140. Sin
embargo, es indudable que el libre comercio y el movimiento de ca
pital sin un volumen proporcional de emigración internacional es
tán produciendo niveles de desigualdad sin precedentes por todo
el mundo. En 1999, Naciones Unidas calculó que los activos de los
tres grandes millonarios del mundo superaban el PNB conjunto de
los países más pobres del planeta con 600 millones de habitantes.
En la década de 1960, la quinta parte de la población mundial más
rica contaba con un ingreso total treinta veces mayor que la quinta
parte de la población mundial más pobre; en 1998 el coeficiente
fue 74:1 141. Según el Banco Mundial, unos 1.300 millones de per
sonas viven hoy en la más absoluta pobreza, con un ingreso menor
a 1 dólar diario. Y tal como va el mundo, la brecha entre las nacio
nes ricas y las pobres puede ensancharse aún más 142. Si en la pri
mera época de globalización se presenció un nivel considerable de
convergencia en la renta, en la actual se está viendo una pronun
ciada divergencia. Algunos trabajos académicos recientes sobre la
“primera era” de la globalización previa a 1914 se preguntan lo si
guiente: ¿Podría darse, a comienzos del siglo xxi, un nuevo retroce
396
so violento que tomara la forma de proteccionismo, xenofobia o
incluso de un conflicto internacional? 143. Pero esto implica presu
poner que tal reacción provendrá de las economías desarrolladas.
Otra diferencia se vincula a los diferentes papeles representados
por las potencias hegemónicas en las dos eras de globalización. Sig
nificativamente, los que creen que el presente es más global que el
pasado tienden a ser norteamericanos que se basan fundamental
mente en datos norteamericanos 144. Pero como ilustra el cuadro 16,
los datos británicos cuentan una historia bastante diferente; y dado
que Gran Bretaña era en efecto la potencia “hegemónica” de la glo
balización de comienzos del siglo X X , estas cifras probablemente
sean una referencia más apropiada. En 1913, las exportaciones bri
tánicas de mercancías equivalían aproximadamente al 30 por cien
to del PIB o al 76 por ciento del valor añadido de las mercancías,
comparado con las cifras de Estados Unidos de 1990 que, respecti
vamente, eran 8 y 36 por ciento. Los economistas norteamericanos
sostienen que las exportaciones de los servicios son más importan
tes en la actualidad que entonces, pero si esto es cierto para Estados
Unidos no lo es para el Reino Unido 145. La política comercial nor
teamericana es indudablemente más liberal que nunca, pero no
tanto com o lo fue la política comercial británica anterior a 1914.
Gran Bretaña, además, fue un exportador neto de gente antes de
1914, mientras que Estados Unidos es hoy, una vez más, el gran im
portador, aunque no al nivel en que lo era durante las primeras dé
cadas del siglo.
Quizá la diferencia más significativa entre entonces y la actuali
dad es que Gran Bretaña fue un exportador neto de capital mien
tras que Estados Unidos, hoy en día, es lo opuesto. Estados Unidos
ha usado su dominio del mercado internacional de bonos no para
exportar capital — que en términos netos sí lo hizo hasta alrededor
de 1972— sino para importarlo. Esto reduce enormemente la in
fluencia financiera de su política extranjera: ya que no se puede te
ner una “diplomacia basada en el dólar” sin dólares. En suma, el
país hegemónico de la época actual de la globalización tiene mu
cha menos influencia financiera que el de la primera época. Y ésta
es una de las razones por las que si bien Estados Unidos ha conse
guido algunas dependencias cuasi coloniales, no puede ejercer el
397
Fuente: Crafts, “Globalization and Growth in the Twentieth Century”, págs. 26, 27, 30, excepto para las cifras de la emigración británica que provienen de
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Mitchell, European Historical Statistics, 1750-1975, págs. 5, 8, 47; Social Trends, 1995, päg. 23, cuadro 1,14.
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398
tipo de control formal e informal sobre la economía mundial que
ejercía Gran Bretaña durante su apogeo imperial.
Pl a n c t o n
399
¿Pero se puede pensar que los enormes y volátiles mercados del
presente poseen poder? Un banco de plancton puede ocupar ma
yor espacio que una ballena macho. Pero decir que los mercados fi
nancieros rigen el mundo equivale a decir que el plancton rige los
mares. El movimiento del plancton es incierto, del mismo modo en
que lo es el producto de una única voluntad consciente. Friedman
se vale de una metáfora similar: describe a los inversores internacio
nales y a los supuestos “amos del universo” que los representan como
un “rebaño electrónico”. El problema es que un rebaño — especial
mente aquel que no cuente con un pastor— puede desbandarse
con facilidad.
Los próximos dos capítulos consideran, en primer lugar, el im
pacto que ha tenido la movilidad del capital en la historia de los mer
cados de acciones y, en segundo lugar, los diversos intentos que se
han realizado por reducir el riesgo de las desbandadas — de la reti
rada súbita de capitales y de las crisis de divisas— mediante la cons
trucción de “vallas” monetarias.
400
VjAl'll u l u a
B u r b u ja s y q u ie b r a s :
LAS BOLSAS A LARGO PLAZO1
¿C u á n t o h a s u b id o e l D ow ?
401
George Cruikshank, “The ‘System’ that ‘Works so Well!!’ or The Borough-
monger’s Grinding Machine”, 1831
la Bolsa norteamericana desde los orígenes del índice en 1897 ha
sido claramente ascendente 3. Cualquier treintañero que hubiera
tenido la paciencia de seguir el índice en las profundidades de la
Gran Depresión habría aumentado sus ingresos aproximadamente
diez veces para cuando se retirara en 1957. Si su hijo de treinta años
se hubiera quedado con su herencia y seguido el índice, habría ce
lebrado sus setenta y dos años en 1999 habiéndose apuntado unas
ganancias veinte veces mayores.
Pico: 11.723
Gráfico 29. Precio de cierre diario m edio del índice Dow Jones, 1896-2000 (escala
logarítmica)
Fuente: www.economagic.com
403
históricos, el mercado norteamericano estaba sobrevalorado 4. En
agosto de 1998 se llegó a creer por un momento que los pronósti
cos de los agoreros podían estar justificados, pero el relajamiento
de la política monetaria acalló los temores generados por las cri
sis de Asia y de Rusia 5. El 14 de enero de 2000, el índice del mer
cado alcanzó un máximo histórico de 11.723. Ymuchos analistas
sostienen hoy (septiembre de 2000) que continuará subiendo. En
abril de 2000, Abbyjoseph Cohén, de Goldman Sachs, predijo que
el Dow terminaría el año en 12.600 6. Y el Instituto Americano de la
Empresa pronosticó que podría alcanzar el 36.000 en un futuro no
muy lejano 7.
Estas prometedoras predicciones han recibido numerosas jus
tificaciones. Una es simplemente — com o sugiere el gráfico 29—
que el ascenso a largo plazo de la Bolsa norteamericana se vio se
riamente interrumpido solamente una vez: con el crash de 1929-
1932. Comparada con la historia de otras bolsas, la historia de la
Bolsa norteamericana es excepcional. El estudio de William Goetz-
man y de Philippe Jorion sobre 39 bolsas durante el siglo XX de
mostró que ese 4,73 por ciento anual de interés compuesto real
que percibieron los inversionistas de la Bolsa norteamericana en
tre 1921 y 1995 no pudo igualarse en ninguna otra parte. De he
cho, la cifra media de las 39 bolsas analizadas era negativa: -0,28 por
ciento. Dieciséis de las 39 bolsas (incluyendo a Bélgica, Italia, Espa
ña y Nueva Zelanda) dieron un beneficio a largo plazo que estaba
por debajo de cero8. El lema acuñado por Jeremy Siegel “La bolsa
es para el largo plazo” debe interpretarse, por tanto, adecuadamen
te: se trata de una recomendación para los inversores en Wall Street
y no para los inversores con una cartera global — es más, resulta
tentador agregar que se trata de un consejo para los inversores en
Wall Street de entre veinte y cien años atrás, y no necesariamente
para los de la actualidad 9— . En muchos otros países la estrategia
de “comprar y mantener” durante el siglo xx habría sido decepcio
nante, si no desastrosa. Los norteamericanos que invirtieron en Ale
mania o en Japón antes de la Gran Depresión tuvieron probable
mente que comenzar de nuevo al haber perdido hasta el último
céntimo afínales de la II Guerra Mundial. Como ilustra el gráfico 30,
el ascenso a largo plazo de la Bolsa norteamericana ha sido más con
404
tinuo que el de las Bolsas británica, francesa, alemana o japonesa.
Las Bolsas de estos países (y de muchos otros) experimentaron du
rante la II Guerra Mundial un colapso mucho más severo que cual
quier otro que pudiera haber sufrido Wall Street. En efecto, nada
desagrada más a una bolsa que la invasión extranjera.
Pero esta verdad histórica se oye con mucha menor frecuencia
que las explicaciones ahistóricas que intentan poner el énfasis en
las novedades del presente. El economista Robert Shiller hace una
lista de los argumentos más “convencionales” con los que se inten
ta explicar las elevadas cotizaciones del mercado:
405
IO O O O
Gráfico 30. Los índices de las bolsas desde 1800 (escala logarítmica en dólares,
1 9 6 9 = 100)
406
treinta y cinco y los sesenta y cuatro años y los precios de las accio
nes 13. Los mercados financieros se volvieron más líquidos, los cos
tes de transacción descendieron y los inversores pudieron reducir
el riesgo, diversificando y cubriendo sus posiciones mucho más fá
cilmente que en el pasado.
Pero Shiller no encuentra que esto sea suficiente para explicar
la pronunciada subida de las Bolsas norteamericanas desde 1995.
Esto lo atribuye a una combinación de ignorancia de los inversores
y de propaganda de los medios que resultaba en “circuitos de retro-
alimentación” o un “proceso de amplificación”, por el cual las ga
nancias de capital a corto plazo alentaban a los inversores a espe
rar ganancias futuras de capital. Se trataba de una profecía que por
su propia naturaleza contribuía a cumplirse, aunque no para siem
pre. Shiller llega a comparar el aumento de las Bolsas norteameri
canas con un esquema Ponzi que “ocurre naturalmente”. (Según
el esquema Ponzi, los inversores ingenuos se sienten persuadidos a
ceder su dinero ante la tentadora promesa de recibir futuros bene
ficios verdaderamente altos, que están en realidad financiados por
una nueva cohorte de inversores aún más ingenuos. Este esquema
sólo puede mantenerse si la cantidad de inversores continúa cre
ciendo en mayor proporción que los beneficios que se promete
a los inversores14.)
Pero aun sin tratarse de un esquema Ponzi, la Bolsa norteameri
cana estaba, según la mayoría de los criterios históricos, considera
blemente sobrevalorada. Consideremos, por ejemplo, lo siguiente:
407
2) Dicho de otro modo, el rendimiento de los dividendos (en
tendiendo éstos como porcentaje del precio de las acciones) cayó a
su nivel más bajo desde 1871: el 1,14 por ciento17. La cifra británica
de 1999 era aproximadamente del 2,1 por ciento. Esto es excepcio
nalmente bajo. Tanto en Estados Unidos com o en Gran Bretaña,
los beneficios a largo plazo de las acciones han sido, por lo general,
mucho más elevados que los rendimientos de los bonos por la “pri
ma de riesgo de la acción”: el beneficio extra que las compañías de
bían ofrecerles a los inversores en acciones para compensarlos por
el mayor riesgo que suponían en comparación con los bonos gu
bernamentales. Según un estudio, la “prima de riesgo de la acción”
norteamericana se situó, como promedio, el 5,8 por ciento en 1925-
1999; la cifra británica fue levemente más baja (del 5 por ciento) 18 .
Sin embargo, los rendimientos de los dividendos actuales pueden
considerarse sostenibles sólo si creemos que la “prima de riesgo
del capital” — o el coeficiente rendimiento de las acciones (divi
dendos) / rendimiento de los bonos, medida preferida por algunos
analistas— manifiesta una dirección descendente 19. Se ha sugeri
do que la prima de riesgo del capital está llamada a desaparecer por
que los inversores comienzan a entender que las acciones, con sus
históricos altos beneficios, constituyen una inversión tan segura
com o la de los bonos gubernamentales. Pero éste no es un argu
mento plausible. Por lo general, los estados perduran más que las
compañías, pues las funciones principales que desempeñan son
perennes y sus fuentes de ingresos (los impuestos) son relativamen
te estables. Las compañías, en cambio, son vulnerables a la caída en
desuso de sus tecnologías y a la competencia de otras compañías.
Nada ha cambiado en los últimos diez años: los estados son tan pro
pensos a los incumplimientos com o las compañías a defraudar a
los inversores. Esta es la razón por la que la prima de riesgo de la
acción ex ante probablemente no desaparezca. Ésta no debe con
fundirse con el diferencial ex post entre los beneficios de las accio
nes y los beneficios de los bonos que — como ilustra el gráfico 31—
ha variado notablemente en el tiempo y no ha sido siempre positi
vo. Los beneficios de los bonos del Reino Unido fueron más eleva
dos que los beneficios de los valores del Estado no solamente en el
decenio de 1990, sino también en 1710-1729,1810-1839,1890-1909
408
y en el decenio de 1930. En Wall Street, los rendimientos de los
bonos fueron más altos durante toda la primera mitad del siglo
xix y nuevamente en los decenios de 1870 y 1930.
3) El coeficiente conocido com o “la Q d e Tobin” (que debe su
nombre al economista James Tobin) es la relación entre la valora
ción de las compañías en el mercado y su valor neto o coste de re
emplazo. Históricamente, este coeficiente ha tendido a una media
de 1, pero fue más elevado en el 2000 que en 1929 20. En la actua
lidad, Q. equivale aproximadamente a 2, lo que implica que a me
diados de 2000 era dos veces más caro comprar una compañía en la
bolsa que crear una réplica de ella desde cero. Ni siquiera el creci
miento de los activos intangibles no medidos puede justificar las va
loraciones presentes.
4) Las ganancias futuras deducidas de valoraciones recientes
parten de improbables altos beneficios esperados. Según encues
tas de 1999, muchos analistas de acciones anticipaban subidas de
las ganancias de las compañías del orden del 13 por ciento anual,
lo que equivalía al doble del rendimiento nominal general previs
to por el FMI, y al doble del crecimiento esperado del PIB nomi
nal 21. En el sector de la tecnología, los medios de comunicación y
las telecomunicaciones, las valoraciones actuales implican benefi
cios del 21 por ciento al año para el próximo decenio22. Según un
informe de 133 compañías de Internet que ofrecieron sus accio
nes al público en 1995, éstas precisarían expandir sus ingresos en
más del 80 por ciento anual durante los próximos cinco años para
estar a la altura de sus valoraciones de finales de 1999 23. Sin em
bargo, en 1999, el sector de Internet — cotizado en Wall Street
por encima del billón de dólares— perdió 3.400 millones de dó
lares 24.
5) Si acaso la demografía desempeñó algún papel en la subi
da del mercado, ésta sólo puede tener el efecto contrario cuando
los baby boomers se retiren y comiencen a vivir de los activos acu
mulados 25.
Estas son sólo algunas de las razones de escepticismo sobre la
posible duración del Dow a 11.000, y sobre el logro de cotizaciones
aún más elevadas en la bolsa.
409
Gráfico 31. “La prima de riesgo de la acción” del Reino Unido (ganancias exp ost por
las acciones menos ganancias por los b on o s), 1700-1995
410
valías ganadas desde 1994 com o dinero para gastar: el llamado
“efecto bienestar” puede haber añadido desde 1996 un punto por
centual al tipo de crecimiento anual27. Pero tal proceso puede fun
cionar en sentido inverso, con caídas en los precios de las acciones
que lleven a reducciones del consumo privado y a la recesión. La
volatilidad creciente de los precios, unida al claro crecimiento de la
frecuencia anual con que la media de las acciones pasa de mano en
mano, hace que la posibilidad de una súbita caída del mercado sea
aún mayor que en 1987 28.
Por todas estas razones, los inversores con buena memoria o co
nocimiento histórico temen que el Dow Jones, lejos de dispararse
hasta el 36.000, pueda caer en picado tal com o ocurrió entre 1929 y
1932. Este ha sido un miedo recurrente: basta recordar los titulares
de los periódicos sobre el colapso del Dow Jones del 19 de octu
bre de 1987 29. La experiencia de Japón a comienzos del decenio
de 1990 — cuando el índice Nikkei cayó de 38.000 a 14.000 anuncian
do un decenio de estancamiento económico— hizo que algunos
pesimistas previeran una segunda Gran Depresión para 1992 30.
411
peculación del mismo m odo en que lo hizo en un pasado más re
ciente. Además, los flujos transfironterizos de dinero “caliente” (prés
tamos e inversiones a corto plazo) magnificaron tanto la posibilidad
del boom com o del crash bursátiles. Por último, la violenta reacción
general contra la globalización económica condujo a que aumenta
ran los aranceles y a que se tomaran otras medidas que empeoraron
más que mejoraron la situación 31.
Pero a pesar de las semejanzas, es importante no perder de vista
las diferencias que existieron entre los decenios de 1920 y 1990.
Vale la pena poner de relieve dos. En primer lugar, que la política
reciente de la Reserva Federal se ha basado conscientemente en las
lecciones aprendidas durante la Gran Depresión. Es casi inconce
bible que Alan Greenspan pueda cometer errores comparables a
los que perpetró el Banco de la Reserva Federal de Nueva York du
rante el periodo de entreguerras.
Con esto no deseamos sugerir (com o pretendieron en 1999 al
gunos agentes de un banco londinense) que “la Fed es Dios”. Sin
embargo, es indudable que lo que explica en parte la estrepitosa
subida de la Bolsa norteamericana desde mediados del decenio de
1990 es la política monetaria relativamente laxa seguida por la Re
serva Federal. La oferta monetaria norteamericana (M3) creció a
un ritmo vertiginoso entre 1995 y 1999, alcanzando un máximo del
10 por ciento anual. La deuda del sector privado subió de menos
del 80 por ciento del PIB al 130 por ciento a finales de 1999. Hubo
lazos estrechos entre esta expansión del crédito — debida en parte
a los efectos de la desregulación bancaria— y la subida de la bolsa.
En 1998, los negocios no financieros incrementaron su deuda en
más de 400 millones de dólares; significativamente, más de la mitad
del dinero se usó para financiar rescates de acciones, lo que produ
jo obvios impactos sobre los precios de las acciones cuando que
dó reducida la oferta de las acciones comercializables. Los présta
mos bursátiles (créditos que se daban a los inversores con la garantía
de las acciones que compraban) subieron también: de 100.000 mi
llones de dólares en 1997 a 173.000 millones de dólares en 1999. Yel
déficit financiero del sector privado (los ahorros de las empresas
y de las familias menos las inversiones) alcanzó en 1999 un máximo
del 5 por ciento del PIB — había estado muy pocas veces sobre cero
412
desde 1960— . La deuda del sector privado representa en la actua
lidad el 165 por ciento de la renta privada disponible 32.
Además, la política de la Reserva Federal ha alimentado la creen
cia entre los inversores que, de ocurrir un crash, las autoridades
monetarias acudirán al rescate. El modo en que la Fed inyectó li
quidez para apuntalar el mercado en octubre de 1987 fue un im
portante precedente. La idea de que esta medida había evitado un
segundo 1929 moldeó, sin lugar a dudas, el m odo en que la Fed
manejó las dos crisis financieras internacionales de 1997 y 1998 33.
En septiembre de 1998, cuando el incumplimiento parcial del go
bierno ruso paralizó las operaciones de arbitraje del fondo Long
Term Capital Management, la Fed organizó una exitosa operación
de rescate por un consorcio de bancos europeos y norteamericanos,
y redujo después tres veces los tipos de interés. Los que critican a la
Fed dirán que Greenspan utilizó la política monetaria para apoyar
la Bolsa, al darles a los inversores la impresión de una política asi
métrica que disminuye rápidamente los tipos cuando cae el merca
do, pero que es más lenta para elevarlos cuando el mercado está
en alza. La reticencia que muestran las autoridades monetarias a
aceptar una importante quiebra bancaria nos lleva al problema del
“riesgo moral”.
El mejor argumento del otro lado es que la función del banco
central no es pinchar las burbujas. “¿Cómo podemos saber”, se pre
guntaba Alan Greenspan el 5 de diciembre de 1996, “cuándo la
exuberancia irracional ha hecho crecer indebidamente los valores
de los activos... y cóm o hemos de afrontar el fenómeno con la polí
tica monetaria?” 34. Desde que Greenspan se hizo esta pregunta (apa
rentemente retórica), el índice Dow Jones subió en dos tercios.
Pero la pregunta no se ha vuelto más fácil de contestar. Según algu
nos economistas, los bancos centrales deberían incluir la inflación
del precio de los activos en la tasa inflacionaria que controlan 35.
Pero es más fácil decirlo que hacerlo, dada la dificultad técnica de
integrar los precios de las mercancías y los precios de los activos.
(Además, los precios del activo están basados en suposiciones so
bre los futuros tipos de interés, por lo que hay cierta circularidad si
los usamos com o guía para establecer lo que deberían ser los tipos
de interés). Pero lo que no queda claro es si la Fed habría efectua
413
do una mejor política monetaria en el decenio de 1920 de haber te
nido como objetivo los precios de los activos 36. Cuando el Reichs-
bank alemán intentó controlar la inflación del precio de los activos
a mediados del decenio de 1920 no logró gran cosa. Por otro lado,
ha quedado bastante demostrado que la política de la Fed ha sido
uno de los determinantes fundamentales de las recesiones del pe
riodo de posguerra 37. La pregunta implícita en la política de Green-
span es si la Fed hace bien en “retirar la ponchera” cuando no hay
señales de un aumento de la inflación según criterios de medida
convencionales.
Y, sobre todo, es el papel del capital internacional lo que hace di*
fícil la tarea de las autoridades monetarias en estas situaciones. Los
inversores extranjeros han desempeñado un papel importante en la
burbuja del decenio de 1990: basta observar el crecimiento de los
pasivos extranjeros netos en Estados Unidos hasta 1,5 billones de dó
lares (el 20 por ciento del PIB) y la súbita caída del euro desde su
lanzamiento a comienzos de 1999, que se ha debido en parte a los
flujos sustanciales de capital europeo hacia la Bolsa norteamericana.
El problema es que todo intento de las autoridades monetarias na
cionales de explotar las burbujas subiendo los tipos de interés puede
tener el efecto perverso de atraer a inversores extranjeros. Esto nos
lleva a una segunda diferencia importante entre 1929 y 1999. Un
mecanismo crucial de transmisión durante la Gran Depresión fue el
patrón oro: hoy, por el contrario, los inversores extranjeros operan
en un mundo de tipos de cambio flotantes, y para protegerse de los
riesgos de cambio de la moneda tienen que confiar más en los meca
nismos de cobertura que en la vinculación de los tipos.
O t r o s bo om s y c o la p s o s
414
1816, 1819, 1836, 1847, 1857, 1866, 1890, 1920-1921, 1931-1933, el
decenio de 1950, el decenio de 1960 (sic), 1974-1975, 1979-1982 y
1982-1987 38. Desde el punto de vista monetarista, las caídas de las bol
sas no constituyen por sí mismas crisis financieras: solamente las con
tracciones de la oferta de dinero se califican como crisis, especial
mente si están asociadas a quiebras ban carias. Por tanto, Schwartz
entiende que después de 1866 no hubo verdaderamente crisis finan
cieras en Gran Bretaña; las crisis potenciales siguientes pudieron evi
tarse con políticas monetarias adecuadas en 1873,1890,1907,1914 y
1931 39. Bordo, sin embargo, identifica severas contracciones mone
tarias en el Reino Unido en 1872-1878,1890-1893,1900-1901, 1902-
1903,1907-1908 y 1928-1931 40. Mishkin ha sugerido fechas bastante
semejantes para las crisis financieras norteamericanas: 1857, 1873,
1884,1890,1893,1896,1907 y 1929-1931 41. En sus análisis de las cri
sis financieras previas a 1914, Goodhart y Delargy destacan las de
1873,1890-1891,1893 y 1907 42. Y podrían citarse más listas como és
tas. Todas estas contracciones monetarias fueron acompañadas, sin
excepción, por “correcciones” a la baja de los precios de los activos.
Pero dejando un momento de lado la dimensión monetaria, con
centrémonos en los precios de las acciones, específicamente, en el
precio de los grupos selectos de acciones que constituyen los índi
ces. El gráfico 32 muestra el índice compuesto anual de la Bolsa bri
tánica desde 1700 ajustado por la inflación. Vale la pena destacar
tres cuestiones. La primera es una advertencia: al juntar índices tan
diferentes estamos ignorando los cambios profundos que ocurrie
ron en la composición de la bolsa durante ese largo periodo. En se
gundo lugar, llama la atención que (tomando en cuenta la inflación)
el incremento de los valores de las acciones haya sido mucho me
nor en Gran Bretaña que en Estados Unidos durante el decenio de
1990. Según un cálculo, el incremento real del índice de la Bolsa
norteamericana entre 1994 y 1999 fue de alrededor del 165 por cien
to. La cifra equivalente británica estuvo prácticamente en la mitad:
un 86 por ciento 43. Yen tercer lugar, que hasta 1999, el índice de ac
ciones ordinarias del Financial Times no logró volver a su nivel de
1968 en términos reales.
Un índice de tan prolongada duración nos sirve fundamental
mente para comparar a largo plazo las burbujas y los colapsos fi
415
nancieros. Según las cifras, la mayor subida real anual de la Bolsa
británica (ajustada por la inflación) tuvo lugar en 1720 (93 por cien
to) ; y la caída real más severa ocurrió al año siguiente (-57 por
ciento). Aun en los desastrosos años de 1974 y 1826 los precios de
los activos manifestaron caídas más leves que cuando estalló la bur
buja de Mares del Sur.
El gráfico 33 refleja lo mismo que el 32, pero se vale de los índi
ces mensuales ajustados por la inflación disponibles y posteriores a
1885: a) porque no contamos con los datos de la inflación mensual
del periodo previo, y b) porque la inflación a largo plazo durante
este periodo fue nula.
Las mayores subidas mensuales de la bolsa desde 1811 (omitien
do el periodo que transcurre entre 1935 y 1962, del que no contamos
con cifras) ocurrieron en enero de 1825 (71 por ciento) y en febre
ro de 1975 (41 por ciento); el tercer y cuarto lugar lo ocupan no
viembre y diciembre de 1824, fechas que reflejan la notoria magni
tud de los aumentos de precio de los activos durante la burbuja de
Gráfico 32. índice del m ercado de valores británico ajustado por la inflación,
1700-1998
Fuentes: Mitchell, British Historical Statistics, págs. 687-689; O NS, Fin anáal Statistics.
416
1824-1825. Las mayores caídas ocurrieron en noviembre de 1987
(-22 por ciento) y en diciembre de 1973 (-18 por ciento), seguidas
por las de abril de 1825 en tercer lugar. La fecha de agosto de 1914
debería figurar al comienzo de la lista, pero la bolsa cerró por pri
mera vez desde su fundación el 31 de julio, lo que impidió que el
colapso total del crédito comercial se dejara sentir en los precios de
los activos 44.
¿Pero se puede dar alguna explicación obvia de estas “cifras ex
tremas”? La definición de Michael Bordo en diez puntos de una
crisis financiera señala, en primer lugar, que es “un cambio general
de expectativas vinculado al temor a una alteración del entorno eco
nómico”. Como él mismo observa, “tal cambio de expectativas se de
sencadenó a menudo por algún acontecimiento concreto, com o
una guerra o un revés en las cosechas, pero también por aconteci
mientos monetarios” tales com o la devaluación de la moneda 45.
Y por cierto, muchos de los llamados “acontecimientos monetarios”
tienen su origen en acontecimientos reales, entendiendo por tales
los políticos más que los asociados al clímax. Como hemos visto an
teriormente, los acontecimientos políticos (especialmente las gue
rras) han funcionado con frecuencia com o desencadenantes de la
inestabilidad en el mercado de bonos. Pero las conexiones son me
nos evidentes en el caso de los mercados de acciones. Aunque a
menudo se asume que los movimientos más importantes de los ín
dices del precio de las acciones son causados por las noticias, los es
tudios empíricos no han encontrado una correlación significativa
entre las noticias políticas y económicas y los grandes movimientos
del mercado. A veces, un hecho importante no causa grandes im
pactos, mientras que otras veces ocurren grandes cambios sin que
existan grandes acontecimientos 46. Pero esto no es sorprendente.
Un índice bursátil se compone de acciones de una gran muestra de
compañías, muchas de las cuales no se verán igualmente afectadas
por los asuntos específicos que encierran las noticias internaciona
les y nacionales, mientras que otras pueden verse muy afectadas
por alguna información relacionada con alguna compañía especí
fica o con algún sector. El precio de los bonos gubernamentales, en
cambio, tiende a estar muy correlacionado con aquellas noticias
vinculadas a la política fiscal y monetaria futura del gobierno. Téc-
417
Gráfico 33. índices de las acciones británicas desde 1811 (ajustados según la infla
ción del siglo xx)
Fuentes: 1820-1868: Gayer, Rostow y Schwartz, Growth and Fluctuation, vol. I, pág. 456;
1868-1914: London and Cambridge Economic Services, (LCES), SpecialMemorándum;
N e 37, págs. 8-19; 1914-1918: Bankers’ Magazine (registrado por NBER); 1919-1935:
London and Cambridge Economic Service, Special Memorándum, N " 33, pág. 14; 1930-
1935: NBER; 1963-1998: O NS, Financial Statistics.
Nota: El índice mensual de 1935-1962 no está disponible.
nicamente, tanto los precios de las acciones com o los de los bonos
siguen un “camino aleatorio” — un tipo de movimiento financiero
browniano por el que los precios, com o las partículas en física, se
mueven com o resultado de innumerables y diminutas colisiones
aleatorias— . La diferencia radica en que es más fácil identificar las
grandes colisiones en los mercados de bonos.
Pero sería un error pensar que las bolsas no están influidas por
la política. Una razón importante por la que no debe subestimar
se la relación entre la política y los precios de los activos es el simple
hecho de que las bolsas deben su origen a las finanzas públicas.
Debido a que el mercado de las acciones se ha beneficiado de
la expansión de aquellas instituciones encargadas de la financia
ción estatal, y al mismo tiempo ha competido con el mercado de
4 18
bonos para conseguir recursos de los inversores, ambos no pueden
verse por separado. Dado el modo en que, com o hemos analizado,
los acontecimientos políticos han determinado a menudo los mo
vimientos de los tipos de interés nominales, y dada la importancia
vital de los tipos de interés para calcular el valor de las corrientes de
beneficios futuros de las compañías públicas, lo extraño sería que
la política no ejerciera un impacto sobre las bolsas.
La p r im e r a b u r b u ja
419
glo xvii (allí se podían comercializar opciones y futuros) puede lle
gar a apreciarse en el atractivo título de la obra de Josef Pensó de la
Vega Confusión de confusiones (1688) 51. La publicación regular de
periódicos financieros tales como el Course of theExchange de John
Castaing del decenio de 1690 contribuyó a ampliar el círculo de
participantes en el mercado y mejoró el flujo de información. A co
mienzos del siglo xviil existía ya un notable nivel de integración fi
nanciera a nivel internacional. En la Bolsa de París (fundada en
1724) las acciones podían comercializarse en el margen o median
te opciones de venta (put) y de compra (cali), lo que aumentaba la
liquidez en el mercado y reducía los costes de transacción 52. Tam
bién era posible cubrirse en mercados de futuros para reducir el
riesgo 53. En Londres y en Nueva York existieron bolsas informales
mucho antes de que se fundaran oficialmente en 1801 y 1817 54.
Pero, a pesar de las apariencias, fue principalmente el mercado
de la deuda gubernamental el que estimuló el crecimiento de las
bolsas europeas. Las compañías cuyas acciones se convirtieron en
objeto de especulación en 1719-1720 constituían nominalmente
monopolios comerciales, pero su verdadera función consistió en
convertir (o engraft) anualidades gubernamentales en acciones para
reducir el coste del servicio de la deuda pública. Esto ocurrió con
la Compañía del Misisipi francesa y con la Compañía de los Mares
del Sur inglesa. El gran fracaso de este experimento — tan catastró
fico para el desarrollo del sistema financiero francés en particu
lar— contribuyó a que emergiera en Gran Bretaña el mercado de
bonos moderno; gracias a éste, los gobiernos financiaban sus défi
cit con la venta de bonos a largo plazo o perpetuos con intereses fi
jos. Hasta finales del siglo xix, y debido a la inmensa deuda que
contrajo Gran Bretaña por las Guerras Napoleónicas, este mercado
fue mucho mayor en volumen que el mercado para las acciones de
las compañías. En efecto, durante gran parte de la segunda mitad
del siglo xvili, el mercado para las acciones estuvo bastante parali
zado 55. Hasta 1853, el 70 por ciento de los valores cotizados en la
Bolsa de Londres eran bonos gubernamentales. Pero hacia 1913
la cifra cayó por debajo del 10 por ciento, aunque el efecto de las
guerras mundiales en el aumento de la emisión de deuda guberna
mental y el ahogo de la privada volvió a colocar la proporción en
420
el 64 por ciento para 1950. Aún en 1980, más de la quinta parte del
valor de mercado de todos los títulos de la Bolsa de Londres —y el
60 por ciento de su valor nominal— estaba en valores del Estado 56.
El fracaso de los incipientes mercados de acciones para absorber
con éxito los pasivos financieros de Gran Bretaña y Francia tuvo con
secuencias profundas y duraderas en la historia financiera.
En lugar de anticipar con cierto pesimismo un nuevo 1929, los
analistas del mercado de acciones deberían estudiar lo que pasó
hace doscientos diez años. Como ilustra el gráfico 34, en 1719-1720
no solamente se dio la primera gran burbuja del mercado de valo
res sino que, puede decirse, fue la mayor burbuja de la historia, aún
mayor que la burbuja norteamericana del decenio de 1920. Aun
que los mercados de capital europeos eran incipientes en esta épo
ca, sus circunstancias pueden compararse en muchos sentidos con
las d e finales del siglo XX:
421
ron sus equivalentes en la Europa occidental de 1719: la mejora de
la tecnología de las comunicaciones; la paz internacional que si
guió a la Guerra de Sucesión española en 1713; un cambio discer
nible (por lo menos en Gran Bretaña) hacia una cultura más capi
talista; el control de la política fiscal por una élite rica (también en
Gran Bretaña); los comienzos de una revolución demográfica; el
desarrollo de la prensa financiera; el desarrollo de nuevas institu
ciones financieras, com o los mercados de bonos y acciones; la esta
bilización de la moneda (británica) en el patrón oro y la propaga
ción de una cultura de especulación.
El hombre que ejemplificó claramente la fusión entre la especula
ción y las finanzas fue John Law 57. Hijo de un exitoso orfebre de
Edimburgo (y por tanto de un prestamista) vivió de joven una vida
disoluta en Londres, huyendo al continente en 1694 para escapar de
la horca, acusado de asesinato. Después de visitar prácticamente todas
las mesas de juego del continente, Law regresó a Escocia en 1704 y co
menzó a preparar un plan de reforma económica que giraba alrede
dor de las ventajas del papel moneda. Cuando perdió esperanzas de
recibir un perdón del rey, volvió nuevamente al continente con su
amante francesa y sus dos hijos ilegítimos para intentar vender sus
planes de reforma monetaria a diversos gobiernos. En septiembre de
1714 se le presentó la gran oportunidad, cuando el duque de Or
leans se convirtió en regente de Francia tras la muerte de Luis XIV.
En mayo de 1716, Law consiguió una carta de privilegio para fun
dar un nuevo Banque Générale que, además de emitir billetes, ofre
cería servicios financieros básicos tales como transferencias. Para
fomentar la gestión de Law, el regente depositó un millón de libras
francesas en el nuevo banco y en octubre ordenó a los recaudado
res de impuestos que remitieran los pagos al Tesoro en billetes de
Law; poco después se autorizó el pago de los impuestos en billetes.
En diciembre de 1718, cuando los activos bancarios excedían ya los
10 millones de libras francesas, el banco se transformó en el Ban
que Royale, abriéndose sucursales en Lyón, La Rochelle, Tours, Or
leans y Amiens. Law había logrado, de hecho, un control total so
bre la oferta monetaria francesa.
El paso siguiente fue hacer una oferta para obtener la concesión
comercial de la Compagnie d ’Occident (la Compañía del Misisipí)
422
400
1896 - 1920 - 1932 - 1953 - > 9 * 1- 1 711 - 1884 - 1921 - 1932 - 1952 - 1982 - 1992 -
1906 1918 1936 1961 1989 1999 1720 1899 1929 1936 1959 1989 1999
4 23
Y para mantener el entusiasmo público, Law anunció un dividendo
del 12 por ciento para el año siguiente. Entre mayo y agosto, como
ilustra el gráfico 35, el precio de las acciones subió de 490 (apenas
por debajo del valor nominal) a 3.500 libras francesas.
En julio de 1719, Law continuó su extraordinaria campaña de
adquisiciones al comprar los derechos de la Casa de la Moneda
Real por 50 millones de libras francesas, emitiendo otras 50.000 ac
ciones (se conocían com o las petites filies). Su golpe más audaz fue
cuando ofreció convertir la totalidad de la deuda nacional (1.200
millones de libras francesas) en acciones o anualidades al 3 por
ciento. Al mismo tiempo, ofreció 52 millones de libras francesas
por el control de la recaudación impositiva real que estaba en ma
nos de los recaudadores generales 58. Una vez más, esto fue financia
do por emisiones de nuevas acciones: el 13 de septiembre se emitie
ron 100.000 a 5.000 libras francesas, cada una con un precio nominal
de 500. Hubo dos emisiones más de 100.000 y, por último, una de
24.000. A estas alturas, una multitud de futuros inversores asedia
ban las oficinas de Law de la rué Quincampoix convirtiendo la calle
en una bolsa de valores defacto. Para octubre, el precio de las accio
nes de Misisipí ya habían alcanzado las 6.500 libras francesas y, a fines
de noviembre, el precio llegó a 10.000. A mediados de diciembre,
el precio cayó a 7.500 pero volvió a 9.400 a finales de año. En el má
ximo de la burbuja, Law comenzó a vender opciones de compra
(conocidas com o primes), permitiendo que los inversores pagaran
un depósito de 1.000 libras francesas por el derecho de compra
de una acción valorada en 10.000 libras francesas que se les entre
garía en los próximos seis meses.
El interés de la compañía de Law en el comercio era solamente
teórico. Las posibilidades económicas de Luisiana eran muy poco
prometedoras como parajustificar tales cotizaciones. En efecto, Law
se vio obligado a reclutar huérfanos, criminales y prostitutas para
poblar ese remoto entrepót del Misisipí. Lo que estaba haciendo
en realidad era una reforma financiera. Pero más allá de que pu
diera reducir la deuda nacional o aumentar la recaudación imposi
tiva neta no podía esperar nunca generar suficientes ganancias
com o para justificar que subiera veinte veces el precio de las accio
nes de la compañía. La burbuja de Misisipí dependía de tres cosas:
424
de la galopante creación de dinero, de la atracción de capital ex
tranjero y de contar con el poder estatal como último recurso. Las
emisiones de acciones y billetes estaban, como muestra el gráfico 36,
claramente vinculadas. Law permitía que los inversores compraran
acciones a plazos, pagando un 10 por ciento del precio de la com
pra mensualmente, y con la opción de diferir los dos primeros me
ses al tercero. Al mismo tiempo, otorgó préstamos del Banque Ro
yale con la garantía de las acciones 59. Como controlaba el banco
central y la bolsa, podía crear una inflación espectacular sobre el
Fuente: Murphy,/o/ra Law, pág. 208, cuadro 14.1; Neal, F inanáal Capitalista, págs. 234
y ss.
425
1720, los inversores extranjeros comenzaron a realizar sus ganan
cias, Law se vio forzado a recurrir a nuevos poderes com o controla
dor general para frenar la salida de capital. El 28 de enero de 1720
prohibió la exportación de monedas y de lingotes, y el 4 de febrero
la compra y el uso de diamantes y otras piedras preciosas, el 18 de
febrero la prohibición afectó a la producción y venta de ornamen
tos de oro, y el 27 del mismo mes a la posesión de más de 500 libras
de plata u oro, y solicitó que todos los pagos que superaran las 100
libras francesas se hicieran en billetes. Finalmente, se vio obligado a
intentar desmonetarizar la plata y el oro en una vana tentativa por
detener la depreciación simultánea de los billetes y las acciones de
la compañía. En medio de disturbios y del comienzo del desastre,
1719 1719 1719 1719 1720 1710 1720 1720 1720 1720
426
La historia de la Compañía de los Mares del Sur difiere de la de
la Compañía del Misisipí en tres sentidos. En primer lugar, por
que debido al sistema político parlamentario de Gran Bretaña
nunca existió la posibilidad de que la Compañía controlara todas
las instituciones financieras del m odo en que lo logró Law. El sis
tema británico pudo haber sido corrupto, pero al menos tenía
partidos rivales. El Banco de Inglaterra, que había sido creado en
1694, estaba controlado por los whigs y quedó al margen de la
Compañía de los Mares del Sur, fundada en 1711 y respaldada por
los Lories; así, esta última nunca ejerció un control sobre el sistema
monetario del m odo en que lo había hecho Law. En segundo lu
gar, y por esta misma razón, la compañía nunca dependió de me
didas arbitrarias com o las que tomó Law cuando el precio de las
acciones comenzó a caer: la Ley de la Burbuja de junio de 1720,
por la que se intentaba limitar la formación de compañías rivales,
requería de sanciones parlamentarias a diferencia de las regula
ciones de control de cambios de Law. Pero, en otros sentidos, la
historia se repitió en Londres. Como en el caso francés, el objeti
vo principal era transformar la deuda nacional en capital por ac
ciones de una compañía; en otras palabras, convertir las anualida
des en acciones, esperando así reducir el coste de la deuda 61. En
la operación de conversión inicial con la que comenzó la compa
ñía, los tenedores de bonos cambiaban esencialmente rendimien
tos de un 9 por ciento por rendimientos de un 4,5 por ciento; el
incentivo consistía simplemente en que el valor de Mares del Sur
era más líquido 52. Según Neal, éste era un proceso en el que todos
ganaban 63.
El 21 de enero de 1720 se anunció en el Parlamento que la Com
pañía de los Mares del Sur controlaría la totalidad de la deuda na
cional, absorbiendo anualidades por valor de unos 30 millones de
libras. La compañía emitiría acciones con un valor nominal de 31,5
millones de libras (unas 315.000 nuevas acciones a 100 libras cada
una), y tenía el derecho de emitir nuevas acciones hasta el valor no
minal de la deuda gubernamental que pudiera convertir. Por este
privilegio, la compañía pagaría al gobierno 7,5 millones de libras.
Incluso antes de que la medida fuera promulgada el 7 de abril, el
precio de la acción subió rápidamente de 128 en enero a 187 a me
427
diados de febrero 64. Entre el 13 y el 27 de abril subió de 288 a 335.
Para el 1 de julio había alcanzado las 950 libras.
Aparte de los sobornos que se pagaron a los ministros y a los par
lamentarios, hubo cuatro factores que contribuyeron al alza de su
precio. Primero, que la compañía nunca se comprometió a estable
cer un precio fijo de conversión de las antiguas deudas que iba ad
quiriendo 65. Segundo, que los valores no se pusieron a disposición
para la transferencia hasta diciembre, es decir, ocho meses después
de la primera emisión. Tercero, que, com o en Francia, las acciones
podían pagarse a plazos en periodos prolongados de tiempo, pero
los compradores podían usarlas al instante como garantía para
conseguir préstamos de la compañía. Finalmente, que, como en Pa
rís, el tipo de cambio y los datos del tipo de interés indicaban una
especulación extranjera a gran escala, primero desde Francia y
luego desde Holanda. Y, como en París, el astuto dinero extranjero
salió cuando el mercado estaba en la cumbre 66.
Según Neal, hasta mediados de junio la burbuja fue “racional”.
Pero esto parece poco probable porque la burbuja de Law ya había
explotado en mayo, y esto daba a los inversores en acciones de Ma
res del Sur una visión alarmante de su propio futuro. Pero más allá
de los acontecimientos de París, el futuro de la compañía no podía
justificar el precio de sus acciones. El anuncio del 21 de junio de un
dividendo del 30 por ciento y otro del 50 por ciento de dividendo
garantizado para los próximos doce años era una verdadera locura.
Es más, siempre existía el peligro de que, al no poder la Compañía
de los Mares del Sur emitir su propio dinero (dependía de los paga
rés de la Compañía Sword Blade, que no eran en absoluto billetes
legales), y ser lento el evitar que otras compañías compitieran con
ella por los recursos, los precios de las acciones sobrepasaran los
recursos del mercado monetario 67. Esto fue lo que ocurrió en ju
nio, cuando la compañía inauguró su tercera suscripción para los
nuevos inversores (y no para los tenedores de las antiguas anualida
des gubernamentales). Cuando los inversores suscribieron accio
nes por valor de 50 millones de libras, el mercado monetario quedó
agotado 68. En agosto hubo “una grave crisis crediticia en el mercado
monetario de Londres”, y el precio se deslizó hasta 810 69. El 24 de
septiembre, la Compañía Sword Blade suspendió pagos, y el precio
428
se hundió hasta 310. A diferencia de Law, sin embargo, los respon
sables no consiguieron escapar impunes. El ministro de Hacienda
y algunos directores de la compañía fueron enviados a la Torre de
Londres.
¿Pero qué lecciones —si las hay— pueden aprenderse de la ex
periencia de las burbujas de Misisipí y de Mares del Sur? Hoy, com o
entonces, un número relativamente pequeño de compañías han
atraído a inversores con promesas explícitas o implícitas de pro
longados y elevados beneficios monopolistas. Hoy, como entonces,
está ocurriendo — o se está intentando que ocurra— un desplaza
miento fundamental de los bonos del sector público a las acciones
del sector privado. En el caso actual no se intenta implementar una
conversión directa, sino realizar una transición indirecta y gradual.
En primer lugar, hay países, com o Gran Bretaña y Estados Unidos,
que están reduciendo activamente sus deudas nacionales. Una de
las consecuencias de esta medida consiste en reducir la disponibili
dad de bonos gubernamentales a largo plazo. En segundo lugar, hay
otros países, como Alemania, por ejemplo, que están tratando de dis
minuir sus pasivos no consolidados por pensiones públicas, lo que
ofrece la posibilidad de incrementar sus deudas consolidadas en
un futuro cercano. En tercer lugar, todos estos países están alentan
do activamente a sus ciudadanos, mediante una variedad de incen
tivos, a que hagan previsiones para sus retiros o su salud invirtien-
do, directamente o a través de fondos de pensiones o inversión, en
la bolsa de valores. En combinación, estos elementos están causan
do un cambio sin precedentes en el balance de las fuerzas financie
ras, de modo que, por ejemplo, la capitalización del mercado de la
Bolsa de Nueva York es hoy cuatro veces mayor que el valor de los
bonos del Tesoro norteamericano 70. En teoría, es indudablemente
preferible pagar las pensiones con los beneficios por la inversión
en fondos privados de pensión que por impuestos y seguridad so
cial (Pay As You Go, Pague mientras trabaja). Pero, en la práctica,
com o lo prueba la experiencia británica, acrecentar simultánea
mente la inversión privada en fondos de pensiones mientras se re
duce la deuda nacional y, en consecuencia, la disponibilidad de los
valores del Estado puede tener el efecto perverso de hacer que cai
gan los rendimientos hasta que sus tasas queden por deb¿yo de la
429
tasa de crecimiento real71. En un sistema de pensión estatal no con
solidado, los ancianos pueden ser defraudados por un acto político
si los contribuyentes insisten en una reducción del valor real de sus
derechos. Pero en un esquema consolidado, los pensionistas pue
den perder también si el peso de sus propios ahorros hace que dis
minuyan los beneficios reales que esperan percibir.
Por último, los flujos de capital internacional están ejerciendo
una influencia excepcional en las bolsas, tal como hicieron en 1719-
1720. El periodista económico Anatole Kaletsky se refirió a esto
cuando escribió en agosto de 1999: ‘Toda la economía norteameri
cana se ha convertido en una suerte de fondo de inversión gigantes
co, que pide prestado dinero barato a extranjeros financieramente
poco avezados [especialmente, los japoneses] para luego cosechar
los beneficios invirtiéndolos más imaginativamente en aventuras
más arriesgadas en casa o en el exterior” 72. La experiencia del siglo
xvill sugiere que un cambio en el sentir de los inversores extran
jeros podría producir consecuencias calamitosas.
C a l c u l a n d o “l a l o c u r a d e l a g e n t e ”
430
un inversor improvisado cuando ambos se conocieron en 1862 75.
Tres semanas después, Marx le contaba en más detalle sus activida
des a otro destinatario:
431
Como ilustra el gráfico 29, fases de meseta de este tipo han ocurri
do ya en el pasado, fundamentalmente entre 1906 y 1924, y también
entre 1966 y 1982. Pero, sin embargo, es importante recordar las
palabras del profesor de Economía de Yale Irving Fisher, en víspe
ras del crash de 1929: “Los precios de las acciones han alcanzado
una meseta alta y permanente”. Esto debería demostrar cuán difícil
es realizar predicciones sobre el futuro de los precios de los activos.
Fisher sabía mucho de economía. Y también sabían mucha econo
mía aquellos que predijeron el crash de las bolsas de 1997.
vm \t l i u l v j a i
G r il l e t e s d e o r o , c a d e n a s d e pa p e l :
LOS REGÍMENES MONETARIOS INTERNACIONALES
Ex unoplures.
Inversión del lema impreso en los billetes
del dólar norteamericano (Ephmbus unum).
Solamente para que se haga una idea, desde 1500 a 1900... el mundo
entero producía unas 18.000 toneladas de oro. Desde 1900 hasta ahora,
hemos desenterrado 41.000 toneladas. A este paso, señor Bond —el co
ronel Smithers se inclinó hacia delante con gesto franco—, y, por favor,
no repita lo que voy a decir, no me sorprendería que en cincuenta años
hayamos consumido el contenido entero de oro de la tierra.
433
Olave Gubransson, “Worshipping the Almighty Dollar”, de Simplicissimus,
Finalmente, Smithers va al grano: “El Banco no puede hacer
nada [con el contrabando de Goldfinger], así que le solicitamos
que le haga rendir cuentas, señor Bond, y que recupere el oro.
¿Está al tanto de la crisis de divisas y de los elevados tipos de interés
bancario, verdad? Sí, ciertamente. Bien, Inglaterra necesita ese oro
con urgencia; cuanto más rápido lo traiga, mejor”
De hecho, resulta que Goldfinger tiene más cosas entre manos
que el Banco de Inglaterra. Com o recordarán los aficionados a
Bond, planea, con la ayuda de la Mafia y de un gas nervioso letal, ro
bar la reserva de oro norteamericana de Fort Knox, que en ese m o
mento contaba con 15.000 millones de dólares en lingotes de oro
(“aproximadamente, la mitad del suministro total de oro de las minas
del m undo”). Más aún, Goldfinger mismo es simplemente un
agente de la organización de contraespionaje soviética SMERSH.
Y su gran objetivo es ni más ni menos que llevar a Rusia “el corazón
de oro de América”.
En 1959, Goldfinger habría estado robando metal precioso valo
rado en 35 dólares la onza. Parece razonable suponer que la desa
parición de esas inmensas cantidades de oro de las reservas nortea
mericanas habría hecho subir abruptamente el precio en dólares
del oro, desestabilizando así — si no destruyendo completamente—
el sistema de tipos de cambio fijos de Bretton Woods. No obstante, no
se precisó a Goldfinger para que esto sucediera. Bretton Woods se
desintegró una década después de que se publicara el libro de
Fleming, víctima ya no de un robo a mano armada amparado por
los soviéticos, sino de los costes crecientes de la Guerra de Vietnam
y del programa de bienestar Great Society. El 15 de agosto de 1971,
después de una prolongada presión sobre el tipo de cambio dólar-
oro, el presidente Nixon suspendió la convertibilidad del dólar,
“cerrando así la puerta al oro”. De ahí en adelante, nadie en Estados
Unidos podría cambiar billetes de dólar por el metal precioso. El
precio en dólares del oro, por tanto, se disparó inmediatamente; lo
que equivale a decir que el precio en oro del dólar cayó vertiginosa
mente. En efecto, en enero de 1980, el precio del oro alcanzaría un
máximo histórico de 850 dólares la onza.
Es tentador preguntarnos si valdría la pena hoy, después de más
de cuarenta años, llevar adelante el atraco de Fort Knox planeado
435
por Goldfinger, considerando que el precio del oro está en 260 dó
lares la onza. Indudablemente, el robo llegaría demasiado tarde
para salvar al sistema soviético, al SMERSH y a todo lo demás. No
obstante, existe una organización que podría beneficiarse de esto:
se trata de los productores mundiales de oro. Si todavía ansian ver
retornar el precio del metal amarillo a ese máximo de 1980, la úni
ca persona capaz de hacerlo es Goldfinger.
En efecto, desde finales de los años noventa han sido los produc
tores de oro quienes se han sentido víctimas de un robo. En mayo
de 1999, el Tesoro británico anunció la decisión del gobierno de
vender 415 toneladas 2 — más de la mitad— de la reserva de oro
de la cámara acorazada del Banco de Inglaterra. ¿Qué habría pen
sado de esto el coronel Smithers? Casi inmediatamente, el precio
del oro cayó en más de un 10 por ciento. Durante gran parte de ene
ro y febrero de 1999 giró en torno a los 290 dólares la onza. Pero en
la segunda semana de junio apenas superaba los 258 dólares, alcan
zando el mínimo de los últimos veinte años. Las acciones en las mi
nas de oro cayeron en alrededor de la cuarta parte. Y naturalmente
el valor del oro del Banco de Inglaterra descendió también, a un
coste hipotético para el contribuyente británico de unos 660 millo
nes de dólares.
Pero no fue únicamente la decisión británica de comenzar a li
quidar el oro lo que alarmó en 1999 al mercado de lingotes. Poten
cialmente fueron de igual importancia las consecuencias sobre el
oro que resultaban de la Unión Económica y Monetaria Europea
(UME). El Banco Central Europeo no excluyó completamente
— com o pudo haberlo hecho— el oro de su balance. Pero su deci
sión de mantener un 15 por ciento de sus reservas en oro (860 to
neladas) se vio más que compensada por la merma de las necesida
des de los once bancos centrales nacionales que, en enero de 1999,
se convirtieron prácticamente en filiales del BCE. En vísperas de la
UME, los bancos centrales nacionales poseían unas 12.447 tonela
das de oro, equivalentes aproximadamente a un 17 por ciento del
total de sus reservas previas a la UME. No obstante, con la divisa
única no pudieron continuar contando con las otras monedas de la
UME como reserva en moneda extranjera, por lo que se vieron tam
bién obligados a valorar el oro a su precio de mercado (algo que al
436
gunos de ellos no habían estado haciendo, incluyendo el Bundes
bank alemán). Esto llevó a que el 1 de enero de 1999, la proporción
de oro en sus reservas aumentara de la noche a la mañana aproxi
madamente en un tercio del total3. Parecía entonces probable que
otros países europeos se sumaran en algún momento a Gran Bre
taña y vendieran su oro. El Banco Central suizo estaba dispuesto
también a comenzar a reducir sus 1.300 toneladas, las cuales re
presentaban aproximadamente la mitad del total de sus reservas 4.
A medida que se aproximaba el año 2000, el Fondo Monetario In
ternacional se vio sometido a presiones políticas — entre ellas la del
ministro de Hacienda británico, Gordon Brown— para que finan
ciara el “indulto” de la deuda contraída por los países en desarrollo
con la liquidación de parte de su gran reserva en oro, la segunda
más grande del mundo 5. Parecía, por fin, que llegaba el momento
del crepúsculo del oro.
Pero se estaba todavía lejos del ocaso total. A lo largo de las déca
das de 1970 y de 1980, algunos bancos centrales de Occidente ven
dieron oro en diferentes ocasiones, pero estas ventas no ocasionaron
una demonetización 6. Más aún, en septiembre de 1999 se conce
dió al mercado de lingotes un aplazamiento de la sentencia, al fijar
los bancos centrales europeos un máximo de 400 toneladas de oro
anuales en las ventas a realizar durante los siguientes cinco años 7.
No obstante, resulta interesante ponderar lo que habría ocurrido
si — como el Banco de Inglaterra— todos los grandes bancos cen
trales hubieran decidido, o se hubieran visto obligados, a reducir
sus reservas de oro en alrededor de un 50 por ciento. Si Alemania,
Francia, Italia, Holanda, Portugal, España y Austria lo hubieran he
cho, habrían lanzado 5.753 toneladas al mercado. Y si (lo que pare
ce menos probable) Estados Unidos yjapón hubieran reducido sus
reservas de oro a la mitad, se habrían puesto a la venta 4.446 tonela
das más. Sumadas estas cifras a las ventas anticipadas de Gran Bre
taña, Suiza y el FMI, el total de oro disponible alcanzaría las 12.224
toneladas, lo que equivaldría a la producción minera mundial de
cuatro o cinco años 8. Y queda claro que es mucho más fácil conse
guir oro de la caja de un banco que desenterrarlo, con la condición,
por supuesto, de que sepamos la combinación.
437
El ocaso del oro
438
que podía comprarse en tiempos de Nabucodonosor, rey de Babi
lonia, hace más de dos mil quinientos años 13.
Es preciso destacar que, contrariamente a lo que se piensa co
múnmente, el oro en Gran Bretaña y Estados Unidos no ha servido
demasiado com o herramienta para defenderse de la inflación 14.
De hecho, el poder de compra del oro ha aumentado más en perio
dos de deflación como los de las décadas de 1880 y de 1930, mien
tras que durante las inflaciones inducidas por la guerra ha perdido
terreno frente a otros artículos industriales necesarios para el ejér
cito 15. La verdadera atracción del oro radica en que es accesible e
intercambiable aun cuando fracasan las instituciones monetarias
oficiales. Las crisis bancarias norteamericanas previas a 1914, las ex
tremas hiperinflaciones de principios del decenio de 1920 y los co
lapsos bancarios de principios de la década de 1930 constituyeron
momentos críticos en los que el valor del oro atesorado fue equi
valente, proverbialmente, a su peso. Durante la II Guerra Mundial,
cuando los sistemas financieros nacionales se resintieron ante la
amenaza de inminentes invasiones o bombardeos, el oro fue el úni
co activo que demostró ser indestructible. Fue justamente la ha
bilidad de Gran Bretaña de enviar grandes cantidades de oro por
barco a Estados Unidos en 1938-1940 lo que hizo posible que se
mantuviera el flujo de importaciones proveniente del otro lado del
Atlántico. Yaun cuando los barcos que cargaban oro fuesen hundi
dos — como le ocurrió a la nave de vapor Fort Sitikine en el puerto
de Bombay en abril de 1944— era posible rescatar el oro aunque
en estado algo deteriorado16. Gran parte del oro que los nazis consi
guieron robar a los países saqueados ha podido recuperarse: el oro
perduró, si bien sus propietarios legítimos fallecieron. Y en todos
aquellos países que han experimentado hiperinflación durante el
último siglo, el oro ha sido también mejor inversión a lo largo de
estos cien años que la inversión en bonos o en acciones. Incluso en
la crisis asiática reciente era notable cómo muchos de los individuos
golpeados financieramente por la crisis pudieron evitar la quiebra
gracias a sus nidos con huevos de oro. El oro continuará siendo
atractivo com o depósito de valor en todos aquellos sitios donde el
sistema bancario o de divisas sea frágil; ejemplos obvios son los paí
ses de la antigua Unión Soviética.
439
No obstante, com o tipo de reserva principal de los bancos cen
trales de las economías desarrolladas, parece haber pasado el mo
mento de apogeo del oro. Nos estamos dirigiendo inexorablemen
te hacia una demonetización del oro semejante a la de la plata que
comenzó en la década de 1870.
Para el inversor privado de Occidente, para quien la posibilidad
(o al menos el recuerdo) de una catástrofe financiera o política se
ha vuelto lejana, el crepúsculo del oro tiene cierto sentido. Como
una inversión, el rendimiento del oro ha sido notablemente infe
rior al de las acciones y los bonos gubernamentales en Estados Uni
dos y Gran Bretaña durante el siglo pasado: si nuestro bisabuelo
hubiera comprado y nos hubiera legado en la década de 1890 una
onza de oro, aún la poseeríamos; pero si hubiera comprado accio
nes en un fondo británico dedicado (de haber existido tal cosa) a
la búsqueda del oro, podríamos comprar con nuestra herencia en la
actualidad unas 88 onzas 17. Por otro lado, los rendimientos reales
por la tenencia de oro variaron inversamente a los rendimientos
reales por la tenencia de valores y de bonos entre 1968 y 1996, de
m odo que la cartera que incluyó algo de oro en ese periodo ofreció
de media un mayor rendimiento y menor riesgo que una cartera
compuesta exclusivamente por acciones 18. Sin embargo, esto no
responde a la pregunta central: ¿deberían los bancos centrales to
mar decisiones sobre sus reservas del mismo modo en que los in
versores estructuran sus carteras?
Desde un punto de vista histórico puede decirse que la progresi
va demonetización del oro constituye otra de las diferencias entre
la globalización del periodo 1870-1914 y la de nuestra era. El proce
so de globalización financiera descrito en el capítulo anterior se vio
acompañado por la propagación de un sistema de tipos de cambio
fijos basados en el oro. Para muchos contemporáneos, el patrón
oro era el sine qua non de la inversión internacional a gran escala.
Pero la globalización financiera actual está teniendo lugar en una
época de gran volatilidad de los tipos de cambio y, aparentemente,
no tiene gran necesidad de contar con reservas en oro.
Desde la época del caos monetario causado por las Guerras Re
volucionarias y las Guerras Napoleónicas ha habido cuatro perio
dos de estabilidad global de los tipos de cambio (véase el gráfico 37).
440
Entre 1819 19y hacia 1859 existió un sistema bimetálico informal
que funcionó de modo bastante uniforme. Entre 1859 y 1871, el sis
tema se vio desbaratado por una serie de guerras ocurridas en Euro
pa y Norteamérica. Después de 1871, el mundo entró en una segunda
fase de estabilidad monetaria que perduró hasta 1914: gradualmen
te, los países fueron abandonando la plata en favor del patrón mo-
nometálico oro. Los nueve años de guerra y revolución del periodo
1914-1923 volvieron a presenciar la volatilidad de los tipos de cam
bio; pero desde 1924 hasta 1931 volvió a operar el patrón oro, que
finalmente se desintegró con la Gran Depresión. La cuarta era de
estabilidad monetaria internacional — basada en el patrón dólar
de Bretton Woods— transcurrió desde 1947 20 hasta 1971, cuando la
decisión de finalizar la convertibilidad del dólar dio lugar a la era
actual de tipos flotantes más o menos libres.
Si bien ha habido gran cantidad de esfuerzos para limitar la vo
latilidad de los tipos de cambio mediante acuerdos internacionales
que han sido más o menos efímeros (desde el smithsoniano de 1971
al del Louvre de 1987) los vínculos con la moneda nacional, los sis
temas de tipos de cambio regionales y las uniones monetarias, es
decir, los tipos más importantes, están fundamentalmente determi
nados por los mercados de divisas. Este puede muy bien ser el me
jor arreglo disponible. Como afirmó hace tiempo Milton Friedman,
los movimientos de los tipos de cambio compensan los diferen
ciales de la inflación y la productividad con mucha menos fricción
que los ajustes de los salarios y los precios nominales bajo tipos fi
jos. Indudablemente, esto es cierto a largo plazo. Pero a corto plazo,
sin embargo, los tipos que fijan los mercados de divisas tienden a
excederse o a no alcanzar paridades del poder de compra, es decir,
los tipos que resultan de los diferenciales en las tasas de inflación
nacionales 21. Cualquiera que sea la razón de esto — y los econo
mistas están divididos, si no completamente desconcertados— , se
trata claramente de una fuente periódica y severa de inestabilidad
regional. Las crisis monetarias de México y de Asia de los años no
venta condujeron a graves recesiones cuando se hundieron los tipos
de cambio, provocando quiebras a los bancos con grandes deudas
en moneda extranjera, destruyendo el crédito interno y reducien
do abruptamente los ingresos de millones de personas 22.
441
Gráfico 37. Tipos de cambio de las principales monedas en relación con el dólar,
1792-1992 (1913=100)
El c a m in o d e b a l d o s a s a m a r il l a s
442
La ruta al patrón oro internacional fue, en efecto, más tortuosa de
lo que generalmente se reconoce. Durante gran parte del siglo xix
dos de las cinco grandes potencias —Austria y Rusia— tuvieron ti
pos de cambio que experimentaban grandes fluctuaciones 24. Esta
dos Unidos suspendió la convertibilidad com o resultado de la Gue
rra Civil en 1862 y permaneció en un patrón papel hasta 1879. Si
bien la amortización de los bonos norteamericanos volvió a basar
se en el oro en 1869 y el dólar de plata dejó de acuñarse tras el llama
do “crimen de 1873”, hubo una prolongada campaña política con
tra el oro que perduró hasta el decenio de 1890 25. (A los ojos de los
populistas, el patrón oro era una trampa tendida por los británicos
y /o los judíos para deprimir los precios agrícolas del medio oeste
norteamericano y enriquecer a los financieros de Wall Street.) En
1868, sólo Gran Bretaña y algunos países económicamente depen
dientes de ésta — Portugal, Egipto, Canadá, Chile y Australia—
se regían por el patrón oro. Francia y los otros miembros de la
Unión Monetaria Latina, además de Rusia, Persia y algunos estados
latinoamericanos seguían el sistema bimetálico, mientras que gran
parte del resto del mundo se regía por el patrón plata. Hasta 1900,
la transición al oro no se completó. En 1908 sólo China, Persia y al
gunos países de América Central se basaban todavía en la plata. El
patrón oro se había convertido, de hecho, en el sistema monetario
global; si bien en la práctica algunas economías asiáticas seguían
un patrón oro (con monedas nacionales convertibles en libras es
terlinas en lugar de oro) y algunas economías “latinas” de Europa y
América no mantenían técnicamente la convertibilidad de los bi
lletes en oro 26.
Los economistas han venido discutiendo ad nauseam cóm o fun
cionaba exactamente el patrón oro. Como sistema internacional, su
función primordial consistía, obviamente, en fijar los tipos de cam
bio: o más precisamente, en disminuir el margen de fluctuación
ajustándolo a los llamados “puntos de oro” (goldpoints), los tipos a
los que era rentable importar o exportar oro 27. Como vimos en el
capítulo V, el modelo clásico del sistema derivaba del mecanismo
de “flujo de precios y especies” (price-specie-flow) que se suponía que
ajustaba los desequilibrios comerciales mediante los efectos sobre
los precios relativos de los flujos del oro. Teóricos más recientes
443
descubrieron que había en funcionamiento un mecanismo de ajus
te más rápido, por el cual los flujos de capital a corto plazo respon
dían más o menos instantáneamente a los aumentos o disminucio
nes de los tipos de descuento. Los keynesianos se concentraron en
los efectos del patrón oro sobre las rentas y la demanda en países
periféricos tales com o Argentina 28. Los monetaristas, por su parte*
han intentado demostrar que el patrón oro no operaba a través de
variaciones en los términos de intercambio, porque el arbitraje
mantenía los mismos precios de los bienes comercializados inten-
nacionalmente en el mundo entero 29.
Según las “reglas del juego”, se suponía que los bancos centrales
debían mediar entre la economía internacional y la economía na
cional variando los tipos de interés en respuesta a los flujos del oro.
Sin embargo, hay bastante evidencia de que algunos bancos centra
les rompieron las reglas, entre ellos los de Francia y Bélgica 30. Al
gunos bancos centrales fueron más propensos a aumentar los tipos
en respuesta a la salida del oro que a disminuirlos en respuesta a la
afluencia del mismo, mientras otros manipularon el precio del oro
para cambiar los puntos de oro 31.
¿Pero cuáles eran los beneficios del patrón oro? Indudablemen
te, los tipos fijos de cambio eliminan un elemento de incertidum-
bre del com ercio internacional. Pero resulta dudoso que hayan
sido los causantes del aumento del volumen de comercio ocurrido
entre 1870 y 1914, el cual bien pudo haber ocurrido sin tipos fijos
de cambio. La ventaja que se le atribuye usualmente al patrón oro es
que otorgaba mayor estabilidad de precios a largo plazo. El cambio
medio anual de los precios al por mayor entre 1870 y 1913 fue del
-0,7 por ciento en Gran Bretaña y del 0,1 por ciento en Estados
Unidos. El cuadro 17 muestra los tipos medios de inflación de vein
tiún países desde 1881, subdivididos por regiones y regímenes de
cambio. Si bien sería erróneo afirmar que el patrón oro previo a
1914 produjo la inflación más beya entre los países seleccionados
— ese galardón le pertenece al periodo deflacionario de entregue-
rras— queda claro que los precios de las economías industrializa
das eran más estables cuando se regían por el patrón oro.
Es cierto que dichas cifras esconden las considerables fluctua
ciones a corto plazo y los movimientos importantes ocurridos du
444
rante periodos más breves. Entre 1849 y 1873 los precios británicos
subieron en un 51 por ciento; luego descendieron en un 45 por cien
to entre 1873 y 1896, para volver a ascender tan sólo en un 39 por
ciento entre 1896 y 1913. Los precios norteamericanos siguieron un
CUADRO 17
R e g ím en es d e l t ip o d e c a m b io e in f l a c ió n
(1) Bélgica, Holanda, Suiza; (2) Dinamarca, Finlandia, Noruega, Suecia; (3) Australia,
Canadá; (4) Grecia, Italia, Portugal, España; (5) Argentina, Brasil, Chile.
Fuente: Bordo, “Gold as a Commitment Mechanism: Past, Present and Future”, págs. 32
y ss. La inflación se define com o la media anual del deflactor del PIB.
camino similar 32. Sin embargo, el análisis estadístico revela que es
tos movimientos siguieron un “paseo aleatorio” (random walk) o un
proceso de “ruido blanco” (white noisé), es decir, que no mostraron
una tendencia a persistir 33. Más allá de los movimientos del nivel de
445
precios a medio o a corto plazo, la gente podía sentirse confiada de
que los precios volverían a su media histórica 34.
¿Era esto beneficioso a nivel económico? En teoría (o al menos
según algunas teorías), la estabilidad de precios es siempre benefi
ciosa. Y hay cierta evidencia empírica que sugiere que el patrón oro
lo era. En Gran Bretaña y en Estados Unidos, la renta real por habi
tante fue menos variable entre 1870 y 1913 que de ahí en adelante.
Y el desempleo fue menor que el del periodo de entreguerras 35.
También lo fueron los tipos de interés a largo plazo, aunque no ne
cesariamente los tipos reales 36. No obstante, no es seguro que es
tas diferencias puedan atribuirse exclusivamente — o aun parcial
mente— a la presencia o ausencia del oro. Se ha argumentado de
m odo convincente que el bimetalismo habría sido preferible al mo
nometalismo: que el verdadero “crimen de 1873” fue la decisión
francesa de abandonar la plata, cediendo así la función que tenía
París com o centro clave del arbitraje monetario internacional 37.
Más aún, la mayor variación a corto plazo de la inflación y de la pro
ducción bajo el oro fue posiblemente más penosa para los contem
poráneos que la disminución a largo plazo de la inflación tan des
tacada por los entusiastas del patrón oro 38. El famoso comentario
de Keynes — “A largo plazo, todos muertos”— puede repetirse: la
gente es generalmente mucho más consciente de los altibajos eco
nómicos a corto plazo que de la tendencia económica a largo plazo
de los precios y de la producción. En lo que se refiere al logro de
una inflación baja y estable y un crecimiento elevado y continuo, el
sistema de Bretton Woods, diseñado principalmente por Keynes,
fue superior, aunque muy posiblemente fueron otros factores y no
el régimen del tipo de cambio los que contribuyeron en mayor me
dida al éxito del periodo de la posguerra 39.
Las fluctuaciones de precios mencionadas anteriormente fue
ron en parte producto de los cambios en el stock global de oro. La
adopción del patrón oro a nivel mundial pudo haber traído conse
cuencias deflacionarias desastrosas de no haber sido el suministro
de oro relativamente elástico. En la década de 1840, la producción
media mundial de oro fue de 42 toneladas anuales de las cuales
más de la mitad provenía de Rusia. En el decenio de 1850, la pro
ducción total había alcanzado las 965 toneladas; prácticamente la
446
mitad del incremento provenía de California y la otra mitad era de
Australia 40. Gracias al desarrollo en la década de 1890 de los cam
pos auríferos de Rand en Suráfrica y del campo Kalgoorlie de Aus
tralia occidental, además de los descubrimientos en Colorado, el
Klondike y Siberia, la producción de oro mundial llegó a triplicarse
entre el decenio de 1850 y el de 1900 41. Como ilustra el gráfico 38,
los aumentos de la producción mundial de oro no fueron en abso
luto graduales, oscilando de un 88 por ciento en la década de 1850 a
tan sólo un 11 por ciento en el decenio de 1880 42. Los cambios en
la tecnología del procesamiento del oro, tales como el descubrimien
to del tratamiento con cianuro, tuvieron también cierta influencia.
Pero es importante tener en cuenta que el patrón oro no estuvo
Fuentes: Green, The New World ofGold, págs. 364 y ss.; ibid., “Central Bank Gold Reserves”.
447
monetaria ocurrida entre 1885 y 1913 se debió a que el aumento
de los depósitos a la vista se quintuplicó, en comparación con las re
servas de oro que crecieron tan sólo tres veces y media 43. Es llama
tivo — considerando su tan alardeada posición “hegemónica”—
que el Reino Unido poseyera tan sólo un 3,6 por ciento del oro
total de los bancos centrales y tesorerías en 1913 44. El Banco de In
glaterra era semejante a “un hombre con poca carne en los huesos...
[con] una delgada capa de reserva en oro que cubría una frágil es
tructura fundada en dicho patrón” 45. La desventaja consistía en
que existía una clara relación entre el volumen de la reserva en oro
y la volatilidad de los tipos a corto plazo: los países que tenían reser
vas más grandes (Francia, por ejemplo) necesitaban cambiar el
tipo de descuento con mucha menos frecuencia 46.
Otra justificación algo diferente del patrón oro es que, al elimi
nar el riesgo cambiario y afirmar el compromiso del país con políti
cas fiscales y monetarias “sólidas”, reducía el coste del préstamo in
ternacional entre los países que adoptaban el patrón. Se trataba de
un “mecanismo de compromiso”: adoptar el oro era un modo de re
nunciar a políticas fiscales y monetarias con “inconsistencia tempo
ral”, tales com o la de imprimir dinero para recaudar el señoreaje
o la de no cumplir con el pago de la deuda 47. No obstante — conti
núa el argumento— , la convertibilidad oro era “una regla contin
gente, o una regla con cláusulas de escape”: podía suspenderse “en
el caso de una clara situación de urgencia proveniente del exterior,
tal com o una guerra, con la condición de que pasada la urgencia se
restaurara la convertibilidad a la paridad originaria” 48. En algunos
casos, había una segunda excepción a la regla que también era legí
tima: en situaciones de crisis bancarias (com o las de 1847,1857 y la
de 1866 de Gran Bretaña) las autoridades podían suspender tem
poralmente la regla del oro para actuar com o prestamistas de últi
mo recurso 49.
Como ya hemos sugerido, la idea de que las guerras o las crisis
financieras pueden ser “urgencias bien entendidas” constituye la
parte débil del argumento. Sus defensores simplemente infieren
de los datos estadísticos que tales excepciones a la regla de la conver
tibilidad oro eran “bien entendidas”; pero no aportan prácticamen
te ninguna evidencia histórica que indique que los contemporáneos
448
las entendían com o tales. Tampoco resulta claro por qué ciertas
urgencias eran consideradas com o razones legítimas para abando
nar la regla mientras que otras no lo eran 50. Es indudable que
aquellos países que tenían el “sello de aprobación por buena ges
tión interna” conferido por la pertenencia al patrón oro conseguían
mejores condiciones de préstamo que los que no lo tenían. Sin em
bargo, las primas vinculadas a esto fueron llamativamente bajas si
consideramos las importantes depreciaciones experimentadas por
Argentina, Brasil y Chile entre 1880 y 1914. Ya en 1895, las mone
das de estos tres países se habían depreciado en alrededor de un 60
por ciento frente a la libra esterlina. Pero las primas que debieron
pagar sobre los bonos expresados en oro no superaron los dos pun
tos porcentuales en relación con prestatarios adheridos al oro como
Canadá y Australia. El rendimiento medio de los bonos papel chile
nos expresados en billetes durante todo el periodo fue tan sólo de
un 7 por ciento, en comparación con la cifra de Estados Unidos que
superaba levemente el 4 por ciento. Pero ya en 1914, la moneda
chilena había descendido al 20 por ciento de su tipo de cambio
de 1870, mientras que el dólar estaba a la par 51. Las limitaciones de
esta propuesta quedan de manifiesto por el hecho de que los mis
mos cálculos aplicados al periodo de entreguerras producen re
sultados similares 52. Regirse por el oro tenía un valor de 100 o 200
puntos básicos sobre los rendimientos del país. ¿Pero cuáles eran
los costes en términos de producción que resultaban de estar ad
herido al oro?
También merece destacarse que podría existir un mecanismo
de compromiso sin tipos fijos de cambio. Por ejemplo, el modo ac
tual de atacar la inflación o la adopción de alguna otra forma de
regla explícita por parte de los bancos centrales nacionales inde
pendientes podrían llegar a constituir una forma de compromiso
creíble. Sin embargo, queda por ver en qué medida objetivos na
cionales heterogéneos podrían convertirse en un mecanismo de
compromiso internacional comparable al del patrón oro 53. Dada
la probada tendencia a fluctuar de los objetivos monetarios duran
te las décadas de 1970 y 1980, resulta dudoso que los objetivos de
inflación puedan llegar a lograr la credibilidad que tuvo la conver
tibilidad oro 54.
449
Pero aun con todas estas reservas, la combinación de estabilidad
de precios a largo plazo, compromiso con políticas monetarias y fis
cales consistentes en el tiempo y pagos de intereses más bajos sobre
la deuda externa hace que el patrón oro parezca bastante atractivo.
En efecto, hubo un periodo (el que siguió al colapso del sistema de
Bretton Woods) en el que muchos economistas norteamericanos
— incluso el joven Alan Greenspan— defendieron seriamente el re
torno al oro precisamente por estas razones. Esta posición no ha
muerto todavía. Recalcando los elevados costes que resultan de la
enorme cantidad de operaciones con divisas que se realizan todos
los años por la ausencia de tipos fijos, el economista Robert Mundell
ha defendido “la introducción de [una] moneda compuesta inter
nacional” que — al menos al comienzo— “se identifique de algún
modo con el oro para crear confianza” 55. En mayo de 1999, el pro
pio Greenspan aseguró al Comité Bancario que el oro aún represen
taba “la forma esencial de pago en el mundo”; además, cinco años
antes había declarado en un simposio del Banco de Inglaterra que
“la necesidad de... concentrar la actividad del Banco Central en algo
equivalente al patrón oro se volvería cada vez más imperiosa” 56.
La razón por la cual la mayoría de los economistas se muestran
escépticos ante este tipo de argumentos tal vez pueda resumirse en
la idea del “trilema” de la política. El trilema consiste, esencialmen
te, en que un país puede cumplir, com o mucho, con dos de los tres
objetivos económicos siguientes: un tipo fijo de cambio, movimien
tos libres de capital y una política monetaria independiente 57. Los
miembros del patrón oro, o de cualquier sistema que le haya sucedi
do, han cumplido por lo general con los dos primeros objetivos, pero
no han logrado el tercero. Existía, por tanto, la posibilidad de que
la política monetaria necesaria para mantener la estabilidad de los
tipos de cambio en el marco de movimientos libres de capital fuera
inapropiada desde el punto de vista de la economía interna. Esto es
lo que quiso decir Keynes cuando, en su A Tract on Monetary Reform,
señaló lo siguiente:
450
sados en preservar la estabilidad de los negocios, los precios y el em
pleo, y no estamos dispuestos, cuando se nos fuerza a elegir, a sacrifi
car deliberadamente estas metas en pos de un dogma gastado que
tuvo alguna vez el valor de 3 libras y 17 chelines y medio la onza. Los
defensores de este antiguo patrón no llegan a darse cuenta de lo lejos
que está del espíritu y de las necesidades de la era actual58.
Por esta razón, el precio por ser miembro del patrón oro no fue
tan bajo com o algunos cálculos parecen sugerir. Un gobierno que
se comprometiera a un tipo fijo de cambio podía llegar a encontrarse
con que los costes internos superaban los beneficios. La credibili
dad del tipo de cambio se debilitaría en cuanto subieran los costes
nacionales y, en un círculo vicioso, los intentos por reafirmar la cre
dibilidad aumentando los tipos de interés incrementaría meramen
te el daño para los prestatarios internos. Pasado cierto límite, los es
peculadores comenzarían a anticipar las ventajas y, en ausencia de
asistencia externa efectiva, la capacidad del banco central para in
tervenir (comprando moneda tan rápido com o otros se deshacen
de ella) se anularía rápidamente.
Crisis monetarias de este tipo han ocurrido de m odo bastante
regular porque, incluso en ausencia de un sistema internacional de
tipos fijos, muchos países en desarrollo con deudas externas expre
sadas en divisa extranjera tienden a fijar sus tipos de cambio en lu
gar de arriesgarse a una depreciación inducida por el mercado. Un
modo de evaluar los costes de los tipos fijos de cambio es comparan
do las crisis financieras 59 anteriores a 1914 con las crisis financieras
ocurridas desde el colapso de Bretton Woods. De hecho, hay cierta
evidencia de que las crisis de la era del patrón oro fueron, si no me
nos severas — la crisis de Argentina de 1890 fue peor aún que la de
Tailandia de 1997— , al menos más breves en duración que crisis
equivalentes del mundo moderno con tipos flotantes más o menos
libres. Esto se ha citado com o evidencia a favor del “mecanismo de
compromiso” que supone el patrón oro: debido a que se considera
ba que los países estaban comprometidos con la convertibilidad, su
incumplimiento de las reglas en una crisis era entendido como algo
temporal, lo que alentaba el retorno de los inversores 60. Pero las di
ferencias son bastante marginales, y llegar a conclusiones firmes es
451
arriesgado dada la dificultad de encontrar datos provenientes de
muéstreos de grupos de países estrictamente comparables 61. Más
aún, si acaso hubo mayor rapidez de ¿yuste durante el periodo pre
vio a 1914 esto pudo haber sido en función de factores bastante di
ferentes 62: de una mayor flexibilidad de precios y salarios, de una
mayor movilidad del trabajo por la ausencia de restricciones en la
migración transfronteriza, de una representación política limita
da de los grupos más golpeados por tales crisis y tal vez también por
la profusa adopción entre las economías coloniales de estándares
legales y de contabilidad británicos 63. Por otro lado, los mercados
emergentes anteriores a 1914 carecían por lo general de presta
mistas de último recurso, de m odo que la recuperación de las cri
sis bancarias tuvo que haber sido mucho más lenta que en los años
noventa 64.
La experiencia del periodo de entreguerras sugiere también
que con los tipos fijos de cambio se corre el riesgo de exportar cri
sis financieras: se trata del fenóm eno del “contagio”. Pocos his
toriadores estarían hoy dispuestos a objetar que las autoridades
monetarias norteamericanas incurrieron en graves errores en la
década de 1930 65. Pero la esterilización de las entradas del oro en
el decenio de 1920 66, la sobrerreacción frente a las salidas del oro
de septiembre de 1931 y la incapacidad de continuar con las ope
raciones de mercado abierto en 1932 produjeron efectos catastró
ficos no solamente en Estados Unidos sino también en todas las
economías con divisas ajustadas al dólar. Eso significaba que gran
parte del mundo (en el apogeo del sistema en 1929 no menos de
cuarenta y seis naciones) se basaba en el patrón oro 67. No fue hasta
el decenio de 1930, cuando los países abandonaron el patrón oro,
cuando pudieron comenzar a recuperarse 68.
Igualmente, el sistema de tipos de cambio “fijos pero ajustables”
establecido en Bretton Woods hizo que el resto del mundo se su
bordinara en definitiva a la política monetaria norteamericana 69.
Si bien coincidió con un periodo de rápido crecimiento económi
co, es importante recordar cuán inestable fue el sistema de Bretton
Woods com o fórmula de tipos de cambio fijos. Prácticamente des
de su comienzo, se dudaba de que el tipo dólar-libra esterlina fuera
sostenible por los problemas de la balanza de pagos británica. Tras
452
un fallido intento por restaurar la convertibilidad en 1947, la libra
esterlina fue devaluada en septiembre de 1949, y una vez más en
noviembre de 1967. El franco también fue devaluado tres veces.
Mientras, el marco alemán fue revaluado dos veces. Hasta 1959, sólo
el dólar fue completamente convertible; y al margen de Estados Uni
dos fue preciso mantener controles de cambio y de capital en todas
partes por la escasez de reservas internacionales. De ahí en adelan
te la presión sobre el dólar requirió progresivamente de interven
ción internacional (el goldpool) y de otros mecanismos para limitar
la conversión de los dólares en oro. En marzo de 1968, cuando el
pool fue suspendido, el sistema entró en su declive final mientras
que las reservas en dólares se acumulaban en Alemania y Japón,
países que contaban junto a Estados Unidos con grandes superávit
por cuenta corriente70. La razón fundamental del fracaso del siste
ma fue la renuencia de los otros miembros — de Francia, en parti
cular— a importar la creciente inflación norteamericana 71.
La crisis del Mecanismo Cambiario Europeo de los años 1990
fue análoga al final de Bretton Woods; en ese caso, los miembros
del MCE fueron esencialmente rehenes de la política monetaria
alemana. El MCE se había establecido en 1979, y a finales de los
años ochenta parecía conferir a sus miembros los beneficios de la
política monetaria alemana, es decir, un compromiso fiable con ni
veles bajos de inflación, y, por tanto, tipos de interés relativamente
bajos. Esta fue la razón principal por la que Gran Bretaña decidió
unirse seis semanas antes de la caída de MargaretThatcher en 1990.
No obstante, esto coincidió fatalmente con el derrumbamiento del
imperio soviético en Europa del Este y con la reunificación de Ale
mania, lo que llevó a un aumento espectacular del déficit federal de
Alemania. La consecuente oleada de emisiones de nuevos bonos
alemanes para financiar la unificación con la antigua República
Democrática Alemana no sólo disparó el coeficiente deuda/PIB
alemán sino también los tipos de interés. (Para ser más precisos, la
deuda pública alemana subió de un 42 por ciento del PIB en 1991 a
más del 60 por ciento en 1996, duplicando prácticamente la cifra
de 1980; el déficit medio del sector público de los años 1991-1996
equivalía al 5,5 por ciento del PIB). De no haber existido el MCE,
el marco alemán muy posiblemente se habría revalorizado frente a
453
las otras divisas europeas. Pero las reglas del sistema requerían
que los tipos de interés aumentaran en todo el sistema. Ya en 1992
parecía que los costes políticos a nivel interno causados por los ti
pos de interés más elevados — además de las elevadas hipotecas de
los votantes conservadores— se volvían intolerables para Gran Bre
taña e Italia y en septiembre de ese mismo año ambas divisas se vie
ron obligadas a abandonar el sistema por un violento golpe especula
tivo que los distintos bancos centrales no pudieron (o tal vez, como
en el caso del Bundesbank, no quisieron) resistir. España, Portugal
e Irlanda también se vieron forzados a devaluar; y en el verano de
1993 la presión sobre el franco francés condujo a la ampliación
de los márgenes dentro de los cuales se permitía a las divisas fluc
tuar entre ellas
Por último, es posible tener un contagio en la periferia aun en la
ausencia de una gran sacudida producida por medidas provenien
tes del centro. Una vez perdida la credibilidad de la vinculación de
una moneda de Asia — cuando se permitió que flotara (o más bien
que se hundiera) el baht tailandés el 2 de julio de 1997— , las divi
sas vecinas también la perdieron Esto se debió en parte a que
los inversores extranjeros no distinguían los diferentes mercados
emergentes de Asia, pero también a problemas relacionados como
las peticiones de préstamos sin cobertura en moneda extranjera, los
préstamos a corto plazo para financiar inversiones a largo plazo y el
riesgo moral (la presunción de que el gobierno o el FMI rescataría
al sector privado en una crisis), fenómenos que ocurrían en la ma
yoría de las economías afectadas 74.
Como las nubes, las crisis monetarias también tienen sus brillos
plateados. Los grandes beneficiarios de la crisis asiática fueron los
norteamericanos, que pudieron aprovecharse de la abrupta reduc
ción de los precios de las importaciones — y particularmente, los
economistas estadounidenses que encontraron un tema de estudio
novedoso justo cuando se desvanecía el interés por los problemas
de la “transición” possoviética— . Algunos analistas culparon a las
economías asiáticas por haber practicado un “capitalismo de ami-
guetes”, expresión que resume una miríada de problemas de regu
lación financiera inadecuada. Otros culparon al FMI por no haber
actuado com o prestamista internacional de último recurso 75, y
4 54
abundaron las prescripciones de medidas de todo cariz. Se sostuvo
que la crisis asiática ilustraba la necesidad de controles o al menos
de frenos sobre los flujos de capital internacional a corto plazo se
mejantes a los introducidos en Chile en la década de 1980. Otra es
cuela de pensamiento recomendó el desarrollo de mercados na
cionales de capital más amplios para permitir más préstamos a largo
plazo en moneda nacional. También se defendió simplemente un
retorno al “patrón dólar” en Asia, incluyendo a Japón, además de
los mercados emergentes 7(\ Pero tal vez el argumento más llamati
vo que resurgió com o consecuencia de la crisis fue la necesidad de
la “dolarización”, es decir, de sustituir completamente al baht y las
otras monedas por la divisa estadounidense, política que desde ha
cía tiempo había adoptado Panamá 77.
Esta argumentación en favor de la unión monetaria con Estados
Unidos tuvo su paralelo en la argumentación de 1992 (propuesta
entre otros por TheEconomist) que sostenía que el fracaso del Meca
nismo Cambiario Europeo demostraba la necesidad de una unión
monetaria europea. Hacia esta solución alternativa al problema del
tipo de cambio es hacia donde nos dirigimos ahora.
1 , \S UNIONES MONETARIAS
4 55
de las divergencias sobre los fundamentos económicos, y no se han
cumplido las profecías sobre ataques especulativos a algunos miem
bros individualmente en la fase de transición 78. Es cierto que la
nueva divisa ha sufrido una depreciación del 20 por ciento frente al
dólar entre el momento de su lanzamiento y la actualidad (mayo
de 2000). Pero nunca nadie pretendió que el euro tendría un tipo
fijo frente al dólar, o alguna otra moneda. Tampoco podemos saber
con certeza si subirá o bajará en los próximos doce meses. Por un
lado, como ilustra el gráfico 39, comparado con el comportamiento
de su predecesora, la unidad de cuenta europea ecu, el euro toda
vía se mantiene bastante por encima de su mínimo histórico. Por
otro, hay razones para pensar que el euro, tarde o temprano, se re
cuperará frente al dólar cuando este último se debilite, probable*
mente a consecuencia de la ampliación del déficit de la balanza de
456
quitectos de la moneda única llegarán indudablemente a saborear
su momento de — aparente— vindicación, del mismo modo en que
los opositores han disfrutado del “progreso” del euro en los mer
cados de divisas desde el momento de su lanzamiento. Pero proba
blemente el triunfo de los pro-euro demuestre ser pasajero, pues
ninguna unión monetaria puede llegar a perdurar por largo tiem
po cuando la movilidad del trabajo se obstaculiza tanto con barre
ras culturales y regulación; y tal vez, lo que es más importante,
cuando las políticas fiscales de sus estados miembros están tan des
fasadas 80.
La afirmación de que las uniones monetarias pueden quedar
anuladas por los desequilibrios fiscales se funda en parte en la his
toria comparada. Pero la dificultad radica en establecer cuál de to
das las uniones monetarias anteriores se asemeja más claramente a
la UME, pues ninguna lo hace de modo exacto. En efecto, dado que
todos los miembros de la UME son democracias y que la política mo
netaria es considerada en la actualidad com o “el instrumento fun
damental de estabilización macroeconómica”, es posible que no
existan paralelos históricos reales 81. Muchos autores han querido
establecer comparaciones con el patrón oro previo a 1914. Otros
mantienen, sin embargo, que la UME se asemeja más a una unión
monetaria nacional porque hay un banco central común (o, al me
nos, un sistema de bancos centrales) y no existe el derecho a abando
nar la UME; deberíamos, por tanto, compararla con la experiencia
de Italia y Alemania del siglo xix, cuando la unificación monetaria
constituyó parte integral de la unificación nacional, o posiblemen
te con el proceso más prolongado de Estados Unidos 82.
Pero ninguno de estos paralelos es demasiado esclarecedor.
Como hemos visto, el patrón oro era un sistema informal sin un
banco central único, que los estados tenían siempre la opción de
abandonar en caso de urgencia; era mucho más semejante a una
versión a gran escala del Mecanismo Cambiario Europeo previo
a 1999 83. Por otro lado, comparar a la UME con las uniones mo
netarias logradas en Estados Unidos, Italia o Alemania es poco con
vincente. Aun el éxito de la República de los Estados Unidos de
Holanda com o unión monetaria fue inseparable de su unificación
política. En cada uno de estos casos, la unión política (y por ende,
457
la fiscal) antecedió a la unión monetaria. Tampoco ayuda compa
rarla con las uniones monetarias entre gigantes y enanos (tales
com o la de Francia, Andorra y Monaco). Las mejores analogías se
dan con las uniones monetarias entre múltiples estados con lazos
confederativos verdaderamente laxos (o tal vez inexistentes) y una
centralización fiscal insignificante. En la Africa francófona existen
dos sistemas de este tipo: la Unión Económica y Monetaria de Afri
ca Occidental y la zona de operación del Banco Central de Africa
Ecuatorial84. Pero ambas son esencialmente satélités del sistema mo
netario francés (y, por tanto, hoy de la UME misma) ya que sus
monedas están vinculadas al franco.
De hecho, no es necesario ir muy lejos para encontrar los ante
cedentes de la UME. Hay precedentes de esta clase de unión mone
taria en la misma historia europea. Se puede establecer una analo
gía con la unión monetaria austro-húngara posterior a 1867, ya que
la Monarquía Dual de los Habsburgo era “una entidad económ i
ca con libre circulación de bienes y de capital, con un único banco
central, y con completa autonomía fiscal para cada una de sus par
tes”, además de contar con múltiples nacionalidades 85. (A diferencia
de en la UE, sin embargo, existía un ejército común.) Tanto Austria
como Hungría entraron regularmente en déficit bastante conside
rables durante el periodo que finalizó en 1914, pero éstos fueron
absorbidos sin mucha dificultad por los mercados de bonos nacio
nales e internacionales. No obstante, el abrupto y asimétrico au
mento del gasto y del préstamo ocasionado por la I Guerra Mun
dial hizo que se acelerara la inflación. La desintegración política de
la Monarquía Dual cuando finalizó el conflicto condujo casi inme
diatamente a la desintegración de la unión monetaria, que comen
zó con la iniciativa yugoslava de separarse manifestada en el estam
pillado del dinero en enero de 1919. Su ejemplo fue rápidamente
seguido en marzo por los nuevos gobiernos checo y austríaco. Cuan
do el Banco Austro-Húngaro protestó, el ministro de Finanzas checo
respondió que dicha acción era una respuesta necesaria a “la siste
mática destrucción [a través de la inflación] de la corona austro-
húngara” hecha por el banco. Una vez comenzado el proceso, era
arriesgado para los otros antiguos estados de los Habsburgo no
entrar en pleito, ya que el Banco Austro-Húngaro continuó impri
4 58
miendo billetes no timbrados hasta la fecha en que fue disuelto, en
septiembre de 1919. Estos billetes no timbrados obtuvieron rápida
mente una prima ya que podían usarse allí donde la política de tim
brado no había sido todavía adoptada (en Polonia y Hungría, por
ejemplo, hasta la primavera de 1920) 86.
Un antecedente aún más esclarecedor es la Unión Monetaria La
tina (1865-1927), la cual permitió el libre intercambio y el curso legal
de las monedas de Francia, Bélgica, Suiza, Italia, los Estados Pontifi
cios y (más tardíamente) Grecia dentro de un área de moneda úni
ca. Es cierto que no había un Banco Central Latino, pero un paralelo
obvio con la UME es que la UML tuvo una consciente motivación po
lítica. Uno de los impulsores de la Convención de la UML del 23 de
diciembre de 1865 fue el francés Félix de Parieu, quien soñó con que
la UML conduciría en última instancia a una “Unión Europea” con
una “Comisión Europea” y un “Parlamento Europeo” 87. Pero los
costes por la laxitud fiscal italiana (y en especial, la pontificia) fueron
demasiado elevados para los otros miembros de la Unión. El gobier
no pontificio financió sus déficit acuñando una moneda subsidiaria
de plata de elevadas ganancias por señoreaje; en pocas palabras, alte
rando la moneda y permitiendo que agentes privados la exportaran
al resto de la Unión. Esta era una violación flagrante de las reglas de
la Convención. Al mismo tiempo, para financiar sus déficit (el 11 por
ciento de su PIB en 1866, y una deuda a pagar del 70 por ciento del
PIB), el gobierno italiano emitió billetes en su mayoría no converti
bles, lo que rompía con el espíritu además de con la letra de la Con
vención. Esto ayuda a explicar por qué, a pesar de los esfuerzos inicia
les por atraer a nuevos miembros, después de Grecia no se aceptaron
nuevos candidatos, a pesar de las solicitudes presentadas por Espa
ña, Austria, Hungría, Rumania, San Marino, Colombia, Serbia, Ve
nezuela, Bulgaria y Finlandia 88. La guerra de 1870 frustró lajustifica
ción política de una hegemonía continental francesa; y la única
razón por la que sobrevivió la UML después de 1878 fue para “evitar
el coste por la disolución” 89. Como la más modesta Unión Moneta
ria Escandinava fundada por Suecia y Dinamarca en 1873, la muerte
de la UML fue tardíamente anunciada en la década de 1920.
Más recientemente, ha habido tres uniones monetarias que han
logrado sobrevivir por pocos años a la ruptura de sus previos víncu
459
los políticos: la de los once miembros de la Confederación de Esta
dos Independientes de la antigua Unión Soviética, la de los anti
guos miembros de la República Federal de Yugoslavia y la de la Re
pública Checa y Eslovaquia posterior a su separación. En dos casos,
la ruptura se asoció a la hiperinflación, cuando los estados miem
bros internos más débiles aumentaron sus ingresos del m odo más
fácil, es decir, imprimiendo dinero.
La experiencia, por tanto, tiende a sugerir que los problemas fis
cales asimétricos — generados con frecuencia, aunque no nece- ;
sanamente, por las guerras— hacen que las uniones monetarias
entre estados políticamente independientes se disuelvan con rapi
dez. En el caso de la Europa de hoy, parece bastante posible que las
presiones ocasionadas por sistemas de seguridad social y de pensio- \
nes estatales insostenibles produzcan un efecto centrífugo similar:
se repetiría el escenario de los Habsburgo aunque esta vez el disol
vente fatídico sería el bienestar y no la guerra.
Como se demostró en el capítulo VII, la mayoría de los estados
miembros de la UME tienen graves desequilibrios generacionales,
si bien varían considerablemente en importancia. Pero es extrema
damente difícil imaginar que se vaya a adoptar alguna de las medidas
políticas necesarias para eliminar estos desequilibrios por alguno
de los nueve miembros de la UME que precisan actuar, y mucho
menos por todos ellos en conjunto. Para recapitular: con el fin de
lograr un equilibrio generacional, Finlandia necesita incrementar
toda su tributación en un 17 por ciento, Austria en un 18 por cien
to, España en un 14 por ciento e Italia en un 10 por ciento. Incluso
Alemania precisa aumentar sus impuestos en un 9,5 por ciento, o
reducir todas sus transferencias gubernamentales en un 14 por cien
to 90. La razón fundamental por la que tales incrementos no ocurri
rán es obvia: habrá una insuperable oposición política, tanto si la re
forma fiscal toma la forma de reducciones del consumo público, o
de recortes de las transferencias públicas, com o de aumentos de to
dos los impuestos o tan sólo del impuesto sobre la renta. Los conflic
tos políticos por los aumentos de la tributación y /o por las reduccio
nes del bienestar son fáciles de imaginar: de hecho, en Alemania e
Italia ya han comenzado a ocurrir. Una de las razones de la caída
del gobierno de Massimo d ’Alema en abril de 2000 fue la incapaci
460
dad para reformar el sistema estatal de pensiones italiano — el más
caro de la UE, con un coste anual de cerca del 14 por ciento del
p]B—- ante la fuerte oposición sindical. Es especialmente lamenta
ble que tantos socialdemócratas del continente hayan pensado en
los años ochenta que los esquemas de jubilación anticipada abrirían
oportunidades de empleo para los jóvenes: se trató de una teoría
que trajo consecuencias fiscales desastrosas en todos los lugares don
de se puso en práctica. Tampoco ayuda el que sea tan fácil cons
truir argumentos macroeconómicos a corto plazo contra la rigidez
fiscal: el problema del elevado desempleo de Alemania y de otros
estados miembros de la UME difícilmente podrá mejorarse me
diante aumentos impositivos; de hecho, el gobierno de Schróder
ha optado por los recortes impositivos. El empeoramiento de las si
tuaciones fiscales de muchos de los estados europeos podría, por
cierto, moderarse con un incremento continuo de la tasa media de
crecimiento. No obstante, hay buenas razones para dudar de que
esto vaya a suceder en los países principales de Europa. En particu
lar, la rigidez del mercado laboral europeo ha sugerido a muchos
economistas que la unión monetaria es prematura 91. (Una de las
razones por las que el patrón oro previo a 1914 pudo funcionar
como lo hizo fue el elevado nivel de movilidad laboral internacio
nal que lo acompañó 92).
La cruda elección a la que deben enfrentarse prácticamente to
dos los países de la zona euro (dejando a un lado la eliminación de
las restricciones inmigratorias) es, por tanto, entre implementar au
mentos de la recaudación impositiva sin precedentes en épocas de
paz o reducciones del gasto público mayores que las logradas en la
década de 1980. Ninguna de las opciones parece ser popular. En
efecto, es más probable que la mayoría de los gobiernos permitan
que los desequilibrios generacionales empeoren a corto plazo.
¿Cuáles son, entonces, las implicaciones monetarias de este in
minente bloqueo fiscal? Una suposición que se hace con frecuen
cia es que a varios países les será progresivamente más difícil man
tenerse dentro de los límites presupuestarios especificados por el
Tratado de Maastricht y el Pacto de Crecimiento y Estabilidad. Sin
embargo, las posibilidades de una contabilidad creativa con las me
didas tradicionales de deudas y de déficit no se han agotado com
461
pletamente. Debido a que los criterios de Maastricht se basan en
medidas de la deuda económicamente arbitrarias hay buenas ra
zones para anticipar que se aplicarán con laxitud: de hecho, esto
ya ha ocurrido. No menos de ocho miembros de la UME tenían
deudas que superaban el umbral del 60 por ciento de Maastricht
en 1997 93.
En todo caso, el aumento de la petición de préstamo por parte
de los estados miembros de la UME no es realmente la cuestión. La
experiencia pasada (por ejemplo, la de la unión monetaria alema
na posterior a 1871) sugiere que las uniones monetarias pueden
coexistir con sistemas fiscales federales en los que algunos estados
miembros emitan un volumen considerable de bonos. Los diferen
tes niveles de emisión pueden resultar también en una divergencia
de los rendimientos de los bonos tras la convergencia del periodo
previo a la UME. Pero la existencia de diferencias de rendimientos
no es incompatible con la unión monetaria: a los mercados no se
les puede prohibir que adjudiquen diferentes riesgos de incumpli
miento a los distintos estados miembros. Esto ya puede verse en el
caso de los rendimientos austríacos, que superaron en cerca de 20
puntos básicos a los rendimientos alemanes cuando quedó clara la
posibilidad de que el xenófobo Partido de la Libertad podía llegar
a asumir el gobierno austríaco. Y así como no hay razón para que las
compañías que emiten bonos expresados en euros deban ofrecer
a los inversores los mismos beneficios, tampoco hay razón por la que
los rendimientos de los bonos europeos deban ser uniformes. Tam
poco, com o se da por hecho aveces, los elevados niveles de présta
mo estatal producen necesariamente inflación 94; depende en bue
na medida de la demanda del mercado internacional de bonos por
deudas soberanas de grado AAA o AAB, y de que más y más gente
viva durante dos décadas tras su jubilación, lo que debería reforzar
la demanda.
Las implicaciones del desequilibrio generacional no son simple
mente que los estados europeos deberán entrar en déficit. Debido
a que las contabilidades generacionales se basan en la idea de la
restricción presupuestaria intertemporal, sus cálculos ya lo tienen
en cuenta. Las cifras no implican un aumento del préstamo futuro,
sino la necesidad inevitable de aumentar los impuestos, de reducir
462
el gasto o de emitir dinero. La verdadera cuestión es qué pasa si
Austria, Finlandia o España — o las tres en conjunto— entran en
una parálisis política con respecto a la tributación o al gasto público.
Llegados a este punto, parece posible anticipar que los países
con los desequilibrios generacionales más severos intentarán pre
sionar al Banco Central Europeo para que les alivie la presión rela
jando la política monetaria 95. La historia demuestra continuamen
te, como vimos en el capítulo V que el salto inflacionario ha sido la
línea de acción política de menor resistencia para los gobiernos en
dificultades fiscales: las potencias derrotadas después de la I Gue
rra Mundial, por ejemplo, o Rusia y Ucrania tras el colapso de la eco
nomía soviética lo ejemplifican. Este, indudablemente, será el gran
momento de prueba para la moneda única. Una posibilidad que
no puede descartarse es que el BCE se hunda, permitiendo que el
euro se deprecie y que aumente la inflación en la zona euro. Pero
parece improbable, ya que se prohíbe explícitamente al banco ac
ceder a una petición de financiación monetaria según el sistema
institucional establecido por el Tratado de Maastricht. Más precisa
mente, hay una estricta “regla de no rescate” en el artículo 104 del
Tratado de Maastricht (hoy artículo 101 del Tratado que establece
la Comunidad Europea) y en el artículo 21 del Estatuto del Sistema
Europeo de los Bancos Centrales. Este es el punto capital de lo que
se ha llamado el “divorcio sin precedentes entre las principales au
toridades monetarias y fiscales” efectuado por la UME 96.
No es difícil, por consiguiente, prever la serie de colisiones que
ocurrirán entre los gobiernos nacionales en lucha por controlar
sus finanzas y el Banco Central Europeo, cuya principal obligación
consiste en mantener la estabilidad de precios 97 (según el artículo 2
del Estatuto del Sistema Europeo de los Bancos Centrales). Proba
blemente el BCE ignore “la aritmética monetaria desagradable”
implícita en los desequilibrios presupuestarios de los estados miem
bros y recurra a alguna otra “aritmética fiscal desagradable” propia
aumentando los tipos de interés 98.
Si todos los países estuvieran en dificultades similares podría lle
gar a concebirse una resolución política del conflicto. Pero debido
a que hay tal variedad de escala en los desequilibrios generaciona
les dentro de la zona euro, y de sus tasas de crecimiento e inflación,
463
algunos países entrarán en dificultades más rápidamente que otros.
No es difícil prever el tipo de conflictos entre países que esto po
dría producir 99. Gran parte de los intentos por evaluar la posible
durabilidad de la UME han querido calcular los efectos que podría
ocasionar un choque “asimétrico” sobre el sistema 10°. Pero la con
tabilidad generacional sugiere que el sistema ya tiene una asime
tría y que no precisa en realidad un gran golpe.
¿Pero entonces qué podemos esperar? Legalmente, la salida de
la UME es imposible: a diferencia del patrón oro, no hay cláusula
de escape. No obstante, desde un punto de vista histórico, siempre
hay una salida. Si la única medida viable a nivel político para un
país consiste en imprimir dinero para amortizar algunas de sus deu
das (en otras palabras, si la solución consiste en imponer un im
puesto inflacionario), y si las instituciones de la UE se atienen a la
“regla de no rescate”, entonces será necesario considerar la posibi
lidad de secesión. Y la única pregunta que resta examinar es cuál
sería el coste por la secesión de la UME.
En primer lugar, habrá tipos de interés más elevados a corto pla
zo y mucho dependerá de la velocidad con la que esto impacte so
bre la factura por el servicio de la deuda del gobierno. En este con
texto, son importantes las diferentes estructuras de plazo de las
distintas deudas nacionales: un país con gran cantidad de deuda a
corto plazo se beneficiará en mucha menor medida de un aumen
to de la inflación. Más de la mitad de la deuda interna española es a
corto plazo, por ejemplo, en comparación con el 0,4 por ciento de
la de Austria, de m odo que será mucho más difícil para España re
ducir la deuda mediante la inflación 101. En segundo lugar, el tipo
de cambio de la nueva moneda o de la moneda previa a la UME
(restaurada) del estado en secesión se debilitará con relación al
euro y a las otras divisas principales. Esto puede llegar a estimular la
exportación, aunque es imposible pronosticar si esto podrá com
pensar los elevados tipos de interés que muy probablemente se re
querirán. Más aún, habrá también todo tipo de enredos legales
cuando acreedores y deudores (extranjeros o locales) disputen so
bre si las deudas previas a la secesión deben considerarse deudas
expresadas en euros o en moneda nacional. Esto podría desestabi
lizar severamente el sistema financiero del país en secesión y el de
464
los otros países. Una vez más, las consecuencias serán más graves
cuanto myor sea la deuda externa del país. En suma, la secesión de
la UME será m ucho más compleja que la del MCE, cuestión que
deben tener en cuenta los países que, como el Reino Unido, todavía
estudian la posibilidad de entrar o no en la unión monetaria.
Es posible que la voluntad política de implementar reducciones
del gasto o aumentos impositivos se fortalezca ante estos obvios de
sincentivos. Menos probable, aunque también concebible, es que se
dé un debilitamiento del objetivo antiinflacionario del BCE; o, al
ternativamente, un viraje hacia una mayor centralización fiscal que
permita que los desequilibrios generacionales del continente se
traten colectivamente.
Aun así, la historia ofrece pocos ejemplos de ajustes presupues
tarios que hayan sido aceptados democráticamente y de una escala
equivalente a los que requerirían hoy ciertos países europeos. Lo
que ofrece son varios ejemplos de uniones monetarias entre esta
dos soberanos que se desintegraron cuando las exigencias de la po
lítica fiscal nacional se volvieron incompatibles con las restriccio
nes impuestas por una moneda única internacional.
465
L a o l a a m e ric a n a :
LAS MAREAS DE LA DEMOCRACIA
467
° laI ^ Gl:,bramSOn' “Pre:'Kk:m WiIs«n mounted on Morgan’s Gold Moun-
tain , de Sim plicissimus, 1916
Como Hegel, Fukuyama no es en absoluto un reduccionista eco
nómico. La relación dialéctica y progresiva que percibe entre de
mocracia y crecimiento está mediada por la cultura 5. Y Fukuyama
ha reconocido que (particularmente en Asia) “el desarrollo políti
co podría dar la espalda a la democracia” por la resistencia cultural
al individualismo que se asocia con la democracia. No obstante, diez
años después de su obra Elfin de la historia confía aún en “la evolu
ción progresiva y a largo plazo de las instituciones políticas hacia la
democracia liberal”. En efecto, Fukuyama concluyó su libro más re
ciente, La gran ruptura, con una desenfadada tesis hegeliana: “En las
esferas política y económica, la historia parece ser progresiva y direc-
cional, y a finales del siglo xx ha culminado en la democracia liberal
como única alternativa viable para las sociedades avanzadas tecnoló
gicamente” 6.
La noción de que la democracia y el progreso económico se re
fuerzan mutuamente está por convertirse en la nueva ortodoxia. En
su obra postuma, Power and Prosperity, el economista político Man-
cur Olson presentaba el argumento de que los sistemas democráti
cos son más conducentes a la creación de riqueza que sus anteceso
res no democráticos por la misma razón fundamental por la que en
el Medievo la tiranía era preferible a la anarquía. Un monarca — o
“bandido estacionario” en la sorprendente expresión de Olson—
tiene un “interés general” en la prosperidad a largo plazo de sus
súbditos que no puede adjudicársele a una banda de bandidos
errantes. Estos bandidos “hacen tributar” a un tipo del 100 por cien
to y siguen su camino: son indiferentes al hecho de que al impedir
la inversión presente y al desalentar la inversión futura están redu
ciendo la producción de aquellos a quienes saquean. Por el contra
rio, el bandido estacionario será más proclive “a reducir su tasa de
robo impositivo de modo tal que lo que gane [del saqueo impositi
vo sobre una mayor producción] esté compensado por lo que pier
de [de tomar una proporción menor de la producción] ”. También
tiene el incentivo de proveer bienes públicos de sus propios recur
sos si éstos incrementan la producción de sus súbditos 7. Pero la de
mocracia es aún mejor, porque la mayoría gobernante no solamen
te gana de redistribuir los ingresos fiscales hacia ella, sino también
de maximizar su renta a través de las transacciones mercantiles; de
469
ahí que “el tipo impositivo óptimo para la mayoría sea necesaria
mente más bajo que el del autócrata” 8. Asimismo, el interés más
amplio de una mayoría democrática la inclinará a invertir una ma
yor proporción de sus recursos en bienes públicos que beneficien a
todos. Y también pueden existir “intereses superamplios” (es decir,
de mayorías que no incluyen a toda la sociedad) donde se tributa
y gasta al margen del propio interés tanto com o si las motivaciones
fueran completamente altruistas. Olson había sostenido en traba
jos previos que la protección de los derechos de propiedad y de se
guridad en los contratos era crucial para estimular la actividad eco
nómica; ahora afirmaba que era más posible que se cumpliera bajo
gobiernos democráticos 9. Este argumento se hace eco del trabajo
previo de Douglass North, quien sostenía que “el gobierno demo
crático” ofrece “mayor eficiencia política” porque “da acceso a una
proporción mucho mayor del pueblo al proceso de decisión políti
ca, elimina la capacidad caprichosa del gobernante para confiscar
riqueza e introduce una tercera parte a través de lajudicatura inde
pendiente que hace cumplir los contratos” 10.
El premio Nobel Amartya Sen ha apoyado también la noción de
que la democracia es económicamente beneficiosa. Sen sostiene que
la libertad, que constituye un valor en sí mismo, tiene además una
justificación instrumental económica. Sen concede que China, Sin-
gapur y (hasta muy recientemente) Corea del Sur han gozado en
las dos últimas décadas de un rápido crecimiento económico a pe
sar de la ausencia de la democracia. Pero estos ejemplos de econo
mías autoritarias (se las ha llamado los “tigres”) no son suficientes
para revocar la tesis económica de la democracia. Existen ejemplos
com o el de Botsuana: un oasis democrático en rápido crecimiento
dentro de Africa. Y lo que es más revelador, las democracias evitan
en mayor medida los desastres económ icos que las dictaduras.
“Nunca un país democrático, más allá de su nivel de pobreza...”,
afirma Sen en Development as Freedom, “ha sufrido grandes hambru
nas, porque un gobierno en una democracia multipartidista con
elecciones y libertad de prensa posee importantes incentivos políti
cos para tomar medidas preventivas contra ella” u . Aquí el contras
te entre la experiencia de la India posterior a su independencia y la
de China va claramente en favor de la primera.
470
Estos argumentos aparecen también en los trabajos de especia
listas menos conocidos. Un estudio reciente compara “la calidad
de vida de los ciudadanos” de más de cien países en vías de desarro
llo y concluye que los estados democráticos satisfacen las necesi
dades básicas de sus ciudadanos “en un 70 por ciento más que los
estados no democráticos” 12. Se ha realizado una comparación si
milar para el periodo preindustrial entre las ciudades europeas
políticamente independientes y aquellas regidas por gobiernos
absolutistas, y se demuestra que el crecimiento era más acelerado
cuando las ciudades estaban gobernadas por élites de comerciantes
locales 13. Se ha dado asimismo una explicación parcialmente polí
tica al mejor funcionamiento económico de Polonia con sus vibran
tes instituciones democráticas de la era poscomunista, en compa
ración con Rusia donde la democratización se ha visto impedida
por élites “cleptócratas” 14. Este estribillo generalizado ha sido adop
tado también por los políticos. La Conferencia de Bonn sobre la Co
operación Económica en Europa resumía este nuevo saber común
del siguiente m odo: “Las instituciones democráticas y la libertad
económica promueven el progreso económ ico” 15.
La tesis histórica de que el crecimiento económ ico alimenta el
desarrollo de las instituciones democráticas es, indudablemente,
plausible. ¿Pero podemos estar seguros de que la relación causal
corre también en dirección contraria? ¿Se puede descansar en la
democratización para fomentar el crecimiento? Si la respuesta es
afirmativa, entonces la historia bien puede haber finalizado como
un cuento de hadas: todos vivieron felices (o al menos democrática
y prósperamente) hasta el fin de sus días. Esta es esencialmente la
teoría de la “doble hélice”: la idea de que la democracia y el progre
so económico delinean una espiral ascendente, en la que cada una
depende de la otra.
Pero hay razones para ser más cautelosos. Una de las conclusio
nes más temerarias de OIson es que “la interpretación whig de la
historia estaba en lo cierto”, al haber percibido una trayectoria as
cendente de la historia constitucional británica. Pero ningún histo
riador puede sentirse enteramente cóm odo con la ingenua conclu
sión de Olson, al estar basada en una mezcla de matemáticas y una
casi irreconocible caricatura de los acontecimientos históricos 16.
471
También el optimismo dialéctico de Fukuyama debería tomarse
con precaución. Parece que nos enfrentamos aquí a una improba
ble alianza entre Hegel y lord Macaulay17.
U n p a r is in o e n A m é r ic a
472
nueva “aristocracia manufacturera”, la cual — advertía el autor— po
dría llegar a restaurar “aquellas condiciones permanentes de desi
gualdad” que habían caracterizado al orden social predemocrá-
tico. Pero sobre todo, Tocqueville destacaba que, a diferencia de
Estados Unidos, la administración pública en Europa estaba vol
viéndose “más centralizada... más inquisitorial y minuciosa... Gana
a diario terreno a la privacidad de los hombres, para asistirlos, acon
sejarlos y coaccionarlos” 19. Al final de su segundo volumen y en un
párrafo reveladoramente premonitorio identificaba
473
mostrada la imposibilidad de introducir la democracia en Francia
sin un intolerable sacrificio de la libertad. La aristocracia y la Igle
sia, los blancos de ataque contra los que la Revolución dirigiera sus
energías, habían sido de hecho los bastiones de la libertad bajo el
Antiguo Régimen. Una vez destruidos, el proceso de centralización,
que precedió en mucho a la Revolución, podía acelerarse sin tra
bas. La igualdad había triunfado sobre la libertad, trayendo com o
resultado el despotismo:
474
bertad, incluyendo la libertad económica, participará siempre de
esa victoria.
Tocqueville estaba poco interesado en las consecuencias econó
micas de su presagio acerca de que en las democracias el igualitaris
mo y la centralización amenazarían la libertad. Pero los especialistas
en teoría política del siglo X X —Adam Przeworski, por ejemplo—
han sacado la conclusión obvia. Según Przeworski, existe un con
flicto fundamental entre el mercado, en el que los individuos mani
fiestan sus “votos” usando los recursos que les pertenecen — que es
tán distribuidos de m odo desigual— y el Estado, “un sistema que
asigna recursos que no le pertenecen, con derechos distribuidos
de modo diferente al mercado”. En el caso de la democracia, la re
gla de “un voto por ciudadano” da a todos el mismo derecho de in
fluir en la asignación de recursos que se realiza a través del Estado:
475
y las regiones del Africa subsahariana. “Por primera vez en la histo
ria”, según el Instituto para la Democracia y la Asistencia Electoral,
“hay más personas viviendo bajo regímenes democráticos que beyo
dictaduras... Yla tendencia... se dirige hacia la ampliación del man
dato democrático” 24. La democracia se ha vuelto “un fenómeno
global” 25. Su diseminación ha sido la versión benigna del “efecto
dominó” tan temido por los norteamericanos durante la Guerra
Fría 26. Y se ha pronosticado que “la comunidad democrática pue
de alcanzar un nivel del 90 por ciento en el año 2100” 27.
Si bien parecía previsible — especialmente con la perspectiva
del tiempo transcurrido— , el éxito de la democracia es una de las
sorpresas más grandes de la historia. Cuando se debatió por prime*
ra vez la cuestión central de la teoría política de Occidente — ¿mo
narquía, aristocracia o democracia?— el defensor de la democra
cia perdió. En el Libro III de sus Historias, Herodoto imagina cómo
los conspiradores persas asesinos de los magos pudieron haber de
cidido la forma futura de gobierno del país. Otanes defendió la
democracia: “[El gobierno del pueblo] tiene el nombre más sutil
— igualdad ante la ley— ; y además... bajo un gobierno del pueblo,
el magistrado... debe hacerse responsable de su conducta oficial y
todas las preguntas están abiertas a debate”. Pero Megabises defen
dió la oligarquía diciendo lo siguiente:
476
van entre sí. Y esto continúa ocurriendo, hasta que uno u otro se erige
en campeón del pueblo y rompe las confabulaciones de los que bus
can sus propios intereses. Así se gana la admiración de la muchedum
bre, y como consecuencia se le confía un poder absoluto, lo que de
muestra que la mejor forma de gobierno es la monarquía.
477
pectívamente). Los países cuyas medias totales respecto a los dere
chos políticos y las libertades civiles están entre 1 y 2,5 son conside
rados “libres”; los países cuya puntuación está entre 3 y 5,5 son
“parcialmente libres”; y aquellos con puntuación entre 5,5 y 7 “no
son libres”. Resumiendo el informe de 1998, el presidente de Free-
dom House, Adrián Karatnycky, estimaba que
Más allá de las reservas que puedan tenerse frente a este tipo de
metodología, el informe de Freedom House indica que la libertad
— al menos según su propia definición— ha logrado un progreso
continuo. En 1998, India, la República Dominicana, Ecuador, Ni
caragua, Papúa-Nueva Guinea, Eslovaquia y Tailandia ascendieron
de “parcialmente libres” a “libres”, mientras que otros tres países an
tiguamente clasificados como “no libres” se consideraban ya como
parcialmente libres 34. En total, veintidós países mejoraron su ni
vel de libertad (es decir, su puntuación disminuyó), en compara
ción con sólo unos doce que se consideraba que habían perdido
libertad. Solamente trece países obtuvieron la peor puntuación po
sible de 7 puntos: Afganistán, Birmania, Cuba, Guinea Ecuatorial,
Irak, Libia, Corea del Norte, Arabia Saudí, Somalia, Sudán, Siria,
Turkmenistán y Vietnam. El informe refleja que cerca de 2.400 mi
llones de personas (un 40 por ciento de la población mundial) viven
hoy en sociedades libres, mientras que 1.600 millones (un 26 por
ciento) son parcialmente libres y algo menos de 2.000 millones (un
34 por ciento) carecen de libertad. Desde que se iniciaron los in
478
formes hace veintiséis años, ésta ha sido la mejor presentación de la
libertad. Entonces sólo un 30 por ciento de los países eran libres,
un 24 por ciento parcialmente libres y un 46 por ciento no eran li
bres (véase el cuadro 18).
CUADRO 18
1972-1973 1998-1999
Libre 43 30 88 46
Parcialmente libre 34 24 53 28
No libre 67 46 50 26
TOTAL 144 100 191 100
479
parcialmente libres (más del 34 por ciento) y a una (Bosnia-Herze-
govina) com o no libre. Hoy, de la misma cifra de democracias elec
torales, 88 (más del 75 por ciento) son libres mientras que todas las
demás son parcialmente libres 37. Posiblemente, estas democracias
no liberales sean un fenómeno transitorio. Pero aun admitiendo
esto, queda demostrado que la introducción de elecciones libres ba
sadas en el sufragio universal no garantiza automáticamente el im
perio de la ley ni el respeto de los derechos civiles.
Cabe detenernos, entonces, para preguntarnos qué entendemos
exactamente por “democracia”, dadas las diferencias significativas
que existen dentro de esta amplia y antigua categoría. Tomemos,
por ejemplo, el mecanismo democrático más básico: el sufragio
mismo. Si bien es cierto que a lo largo del último siglo la mayoría]
de los sistemas parlamentarios han dejado de discriminar a las mu-'
jeres y a los pobres, la edad autorizada para votar todavía varía en-,
tre los quince (en Filipinas) y los veintiún años (en India). También!
varía de dos a cinco años el periodo que dista entre las elecciones
generales. Y la diferencia es especialmente marcada con respecto
a los sistemas electorales. En un sondeo realizado en 1996, de los
cincuenta y tres países estudiados, prácticamente la mitad (vein
ticinco) tenían alguna versión del sistema de representación p r o
porcional (aunque con diferentes fórmulas de composición de la
Cámara Baja y distintos tipos de lista); doce empleaban el sistema
mayoritario británico (firstpast thepost); once contaban con un sis
tema mixto, que combinaba elementos del sistema de representa
ción proporcional y del mayoritario; finalmente, sólo dos conta
ban con un sistema mayoritario en el que hay que hacer dos vuel
tas (run-off), quedando dos sin definir por la complejidad de sus
sistemas 38.
Otra área de divergencia es el número de partidos representa
dos en las legislaturas democráticas del mundo. Según un cálculo
(que contabiliza los partidos por el número de escaños que ganan),
la cantidad de partidos “efectivos” en las legislaturas de principios
del decenio de 1990 oscilaba entre dos y veintitrés (Ucrania). Pero
esto no es una cuestión de costumbre o cultura. Parece existir un
enlace entre el sistema electoral empleado y el número de partidos
representados, aunque la diferencia es menos marcada de lo que
480
podría esperarse. Una investigación reciente de 509 elecciones en
veinte países concluía que, de media, los sistemas de mayoría te
nían siete partidos y los sistemas de representación proporcional
tenían ocho 39. Y el referéndum también tiene un papel de variada
importancia en los distintos países: en un extremo está el sistema
suizo, que desde 1945 ha tenido no menos de 275 referendos. Por
lo menos en trece democracias, el voto es obligatorio; es en parte
por esta razón que la concurrencia a las elecciones más recientes
ha. variado de un 21 por ciento (en Malí) a un 96 por ciento (en Aus
tralia) . Y la mayoría de los sistemas, aunque no todos, es bicameral.
En 1997 había 58 sistemas bicamerales en el mundo, si bien China,
Dinamarca, Nueva Zelanda, Portugal y Suecia— por no mencionar
Nebraska y Queensland— cuentan con un sistema unicameral. En
algunos casos, la elección de los representantes es directa y en otros,
indirecta; solamente en unos pocos (com o en el sistema reforma
do británico de la Cámara de los Lores) los representantes los nom
bra el ejecutivo 40. Unicamente veintiocho de los cincuenta y tres
estados democráticos de la muestra mencionada cuentan con jefes
de Estado elegidos popularmente y no todos tienen verdaderos po
deres presidenciales. Desde hace tiempo deja perplejos a los espe
cialistas norteamericanos en ciencias políticas que tantas democra
cias europeas occidentales insistan en mantener jefes de Estado
hereditarios 41.
Estas diferencias institucionales pueden tener importantes im
plicaciones en el éxito de la democracia. La evidencia empírica su
giere de forma bastante concluyente que las democracias parlamen
tarias son más estables que los sistemas presidenciales: de treinta y
una democracias que han perdurado durante al menos veinticin
co años, veinticuatro son parlamentarias y únicamente cuatro pre
sidenciales 42. También se puede afirmar que la representación
proporcional puede “exacerbar las divisiones y conflictos de la so
ciedad al recrearlos y trasladarlos a legislaturas compuestas por una
multitud de partidos políticos” 43. Es indudable que tiende a pro
ducir gobiernos de vida más breve: en dieciocho países de la OCDE
entre 1950 y 1990 la duración media del gobierno con un siste
ma de representación proporcional fue de 1,9 años, mientras que
la de los de sistemas mayoritarios alcanzó los tres años 44.
481
Existen también otras diferencias importantes. Algunas demo
cracias, tales como Gran Bretaña y Francia, son muy centralizadas,
mientras que otras — Suiza, Estados Unidos, Alemania, Canadá y
Australia— tienen sistemas federales. Como es natural, los nortea
mericanos prefieren los sistemas federales, pero sería muy difícil
concebir una Gran Bretaña federal, aun después de la creación de
las asambleas nacionales de Escocia, Gales e Irlanda del Norte, a
menos que Inglaterra estuviera subdividida de algún modo. Algu
nos estados otorgan más poder que otros a cuerpos no elegidos,
com o por ejemplo la judicatura o el banco central. Como hemos
visto, el traspaso del control de la política monetaria a entidades
bancarias más o menos independientes dirigidas por expertos nó
elegidos surgió como respuesta generalizada a los problemas de la
inflación de las décadas de 1970 y 1980. Sin embargo, hay quienes
verían esto como una disminución de la democracia. En Gran Bre
taña también se les ha conferido considerable poder a los llamados
“quangos” — las organizaciones cuasi no-gubernamentales— que
son nombradas por el titular del ejecutivo y prácticamente inde
pendientes del Parlamento. Por último, existen democracias más
propensas que otras a delegar poder en las organizaciones supra-
nacionales. La Unión Europea ilustra claramente que la totalidad
de una organización de esta clase puede a veces ser menos demo
crática que la suma de sus partes.
En suma, si bien es cierto que el mundo “se dirige” hacia la de
mocracia no queda tan clara la forma que adoptará predominante
mente en el futuro. Más aún, hay quienes entienden que la demo
cracia se extiende más allá de la esfera política. En sus conferencias
de Reith, Anthony Giddens habló con evidente entusiasmo de la de
mocratización de la vida familiar, ansiando una “democracia de las
emociones en la vida diaria” 45, cualquiera que sea su significado.
L as tres o l a s
482
ve com o para elaborar proyecciones, y mucho menos predicciones
fiables. Más aún, es importante tener presente que gran parte de
ese cambio espectacular ilustrado por el cuadro 18 ocurrió en un
periodo muy breve de tiempo entre 1989 y 1991, cuando cayó el
bloque comunista de Europa del Este y de la Unión Soviética.
Pero de haber existido un informe de Freedom House concen
trado en el siglo pasado, ¿qué habría demostrado? Si un autor en el
verano de 1900 hubiera observado las tres décadas previas, posible
mente habría llegado a la conclusión de que la libertad y la demo
cracia progresaban en el mundo de modo inexorable. Es cierto que
parte del mundo estaba sometido a la autoridad imperial de las
grandes potencias europeas y que los países de Latinoamérica se
encontraban inmersos en guerras civiles o eran víctimas de golpes
de Estado. Pero en el resto del mundo había claros movimientos
hacia una mayor libertad y democratización. En Rusia, Turquía,
Portugal y China, las revoluciones condujeron a la liberalización de
las monarquías absolutas o a su pronta eliminación. Hemos de ad
mitir que, entre 1914 y 1916, hubo pérdidas drásticas de libertad y
de democracia cuando las potencias combatientes de la I Guerra
Mundial restringieron las libertades civiles y políticas en nombre
de urgencias nacionales. Pero desde 1917 hasta alrededor de 1921,
la democracia conquistó grandes victorias, habiendo tantos nuevos
estados constituidos en democracias como los que han existido
desde 1989.
No obstante, el avance no fue continuo. La imposición de la auto
ridad bolchevique en Rusia y en la mayoría del antiguo Imperio za
rista representó un profundo revés para Europa del Este, el Cáucaso
y Asia Central, al ser el nuevo régimen en muchos sentidos menos li
beral que su antecesor zarista. Más aún, entre 1922 y 1938 se colapsa-
ron prácticamente todas las nuevas democracias. En esa época, la
democracia sobrevivió únicamente en Gran Bretaña y sus dominios
blancos, Estados Unidos, Checoslovaquia, Francia, Bélgica, H o
landa, Suiza y Escandinavia. Y cinco años después la Alemania nazi y
sus aliados invadieron las democracias restantes del continente. Si
bien la derrota de Alemania restauró la democracia en el noroeste
de Europa, ello no ocurrió ni en Europa del Este ni en la península
Ibérica. Tampoco las descolonizaciones de Asia y Africa impulsaron
4 83
la democracia, ya que los nuevos gobernantes estaban en muy pocas
ocasiones dispuestos a tolerar la oposición política. (Como observara
sarcásticamente el líder blanco de Rodesia, Ian Smith, la democracia
africana no era otra cosa que “un hombre, un voto, realizado sólo
una vez”) . Más aún, ambos bandos de la Guerra Fría instauraron o
apoyaron regímenes no democráticos en Latinoamérica, Asia y Afri
ca. Debido a esto, entre otras razones, un tercio de las democracias
que existían en el mundo en 1958 habían desaparecido a mediados
de la década de 1970 46. El fracaso de los regímenes parlamentarios
en el África subsahariana tras la descolonización constituyó un gran
revés para la democracia, mientras que los acontecimientos vividos
después de 1989 por Europa del Este han significado un avance 47.
Dicho análisis puede presentarse más formalmente utilizando la
base de datos de Polity III, que aplica una escala algo más compleja
de 11 puntos a un periodo mucho más prolongado de tiempo que
el del Informe Freedom House. En este caso, la puntuación para
evaluar las democracias se funda en cuatro criterios: “la competiti-
vidad de la participación política” (con una puntuación máxima
de 3 puntos), “la competitividad del reclutamiento del poder eje
cutivo” (con una puntuación máxima de 2 puntos), “el carácter
abierto del reclutamiento para el poder ejecutivo” (con un máximo
de 1 punto) y “las restricciones sobre el primer mandatario del
poder ejecutivo” (con un máximo de 4 puntos): la puntuación má
xima es, por tanto, 10, y la mínima (correspondiente a los estados
enteramente no democráticos) es cero. La base abarca a 160 esta
dos y brinda datos sobre muchos de ellos desde 1800 48.
Lo más llamativo es que, si bien es indudable que el mundo nun
ca ha sido más democrático de lo que lo fue en 1998, la trayectoria de
la democratización no ha sido uniformemente ascendente (véase
el gráfico 40). Han ocurrido, de hecho, tres máximos de democra
tización global: en 1922,1946 y 1994, de ahí la noción de la actual
“tercera ola” de la democratización apuntada por Samuel Hunting-
ton. La cuestión crucial, desde luego, es que las dos olas previas re
trocedieron 49.
Tampoco ha sido uniforme el progreso de la democracia en el
mundo. El cuadro 19 presenta una versión simplificada de las cifras de
Polity al ofrecer muestras de medias regionales cada veinticinco años.
4 84
s
z
CUADRO 19
P r o m e d io de d e m o c r a c ia p o r país ,
según reg io n es , 1 8 0 0 -1 9 9 8
485
Oriente Medio emerge claramente como la región menos de
mocrática, mientras que la más democrática es Europa Occidental.
Africa, Asia y América no reflejan una tendencia clara. Este carác
ter desigual y errático de la democratización queda confirmado por
otros intentos realizados para cuantificar el progreso de la democra
cia y de la libertad de acuerdo con una perspectiva a largo plazo 50.
Con el fin de ilustrar en mayor detalle la naturaleza de este pro
greso, cabe considerar la experiencia de Europa durante la primera
mitad del siglo xx. En 1918, el presidente norteamericano Woodrow
Wilson declaraba lo siguiente: “La democracia parece prevalecer a
nivel universal... La propagación de las instituciones democráticas...
promete reducir la política a una única forma... dirigiendo a todas
las formas de gobierno hacia la democracia” 51. El gráfico 41 mues
tra que el optimismo de Wilson parecía estar justificado entre 1916
y 1922, época en que la puntuación media de la democracia euro
pea se había duplicado. Pero de ahí en adelante comenzó a descen
der alcanzando el 5,7 de 10 en 1931, un 4,6 en 1938 y un mínimo de
1,9 durante la II Guerra Mundial. De los 29 países considerados prác
ticamente todos habían adquirido algún tipo de gobierno repre
sentativo antes, durante o con posterioridad a la I Guerra Mundial.
Pero ya en 1925, seis de ellos se habían convertido en dictaduras; cua
tro más en 1930; seis en 1935 y ocho en 1940. Rusia fue, naturalmen
te, la que tomó la delantera cuando los bolcheviques cerraron, en
1918, la Asamblea Nacional. En Hungría, el sufragio quedó restrin
gido en 1920 y la presidencia de Gombós (1932-1936) se convirtió
de hecho en una dictadura. Mussolini subió al poder en Italia con la
aprobación del rey y del ejército en 1922. En Turquía, Kemal esta
bleció un estado unipartidista en 1923. En Lituania, el golpe de Es
tado de 1926 impuso las dictaduras de Smetona y Voldemaras, al
tiempo que Pilsudski instauraba en Polonia una dictadura militar.
Zogu se nombró a sí mismo rey de Albania en 1928; Salazar subió al
poder en Portugal en 1932; y Dollfuss tomó el control de Austria en
1933, el mismo año en que otro austríaco se convertía en canciller
de Alemania. En Letonia, en 1932-1934, Kviesis instauró un régi
men autoritario; y lo mismo ocurría en Estonia con Páts. En Bulga
ria, el golpe militar de 1934 promovió la dictadura del rey Boris III
al año siguiente, al tiempo que en Grecia el intento de golpe repu
486
blicano de 1934 constituía el preludio a la dictadura de Metaxas
apoyada por la monarquía instaurada dos años después. Rumania
también cayó en una dictadura real bajo Carol II en 1938. En Yu
goslavia, el rey Alejandro organizó un golpe de Estado en 1929, res
tauró el parlamentarismo en 1931 y fue asesinado en 1934. De 1917
a 1923, España tuvo una monarquía constitucional; luego, la dic
tadura militar de Primo de Rivera hasta 1930, a la que siguieron una
república muy inestable, una guerra civil y finalmente la dictadura
de Franco. En aquellos pocos países donde sobrevivió la democra
cia, la invasión de Alemania, Rusia o Italia la había sofocado ya en
1940. Las excepciones fueron Gran Bretaña y los países neutrales:
Irlanda, Suecia y Suiza.
487
algunos, desde luego, parece bastante tiempo. Como por extraña
ironía, fue el primer ministro portugués, Antonio Guterres, quien
orquestó com o presidente de la Unión Europea las sanciones di
plomáticas contra Austria tras la form ación de un gobierno de
coalición que incluía al Partido de la Libertad en enero de 2000.
Portugal había sido el penúltimo de los estados europeos en adop
tar el sistema democrático; de ello hacía exactamente veintiséis años,
pues ocurrió en 1974 52.
Algún optimista podría argumentar que “largo plazo” significa
en realidad los doscientos veinticinco años que siguieron a la Revo
lución norteamericana. Pero ese periodo se ha caracterizado por ba
jas demasiado extremas com o para justificar la confianza en una
tendencia progresiva continua. Es más, dada la clara ampliación de
la capacidad del Estado m oderno para interferir en la vida de los
ciudadanos, se puede incluso afirmar que el mundo anglo-ameri-
cano ha perdido libertad en relación con la que tenía a principios
del siglo pasado. Ese justamente había sido el temor de Tocque-
ville. Unicamente redefmiendo la libertad para abarcar nociones
tales como “estar libre de desempleo” o “estar libre de una pobreza
relativa” pueden elaborarse justificaciones por la pérdida de la li
bertad en el sentido clásico de la palabra.
DEMOCRACIA Y PROSPERIDAD
488
cas de Freedom House también parecen apoyar la idea de que la
democracia y la prosperidad económica van de la mano. Karatnycky
se hace eco de la tesis de Fukuyama sobre “los lazos entre la liber
tad económica y la libertad política” al decir lo siguiente:
489
nista es que “se puede esperar que una democracia perdure una
media de 8,5 años en un país con una renta por habitante inferior
a 1.000 dólares anuales, 16 años en uno que esté entre 1.000 y 2.000
dólares; 33 años entre 2.000 y 4.000 dólares; y 100 años entre 4.000
y 6.000 dólares... Por encima de los 6.000 dólares, las democracias
son inexpugnables... sobreviven así les llegue el mismo infierno o
un diluvio” 59.
El análisis más complejo y reciente sobre la relación entre de
mocracia y niveles de vida concluye que hay, en efecto, “un fuerte
vínculo positivo que va de la prosperidad a la propensión a experi
mentar la democracia”. El análisis de los datos de unos cien países
entre 1960 y 1990 realizado por el economista Robert Barro sugiere
que algunas mediciones del nivel de vida (el PIB real por habitante,
la esperanza de vida y el tamaño de la brecha entre la educación de
hombres y mujeres) estimulan el desarrollo de las instituciones
democráticas 60. En un ambicioso estudio que se concentra en la
tasa de variación más que en el nivel de desarrollo alcanzado, Ben
jamín Friedman también confirma “la relación... entre la mejora
del nivel de vida y una sociedad abierta y democrática”. Según su
versión, “una sociedad es más propensa a la apertura, la tolerancia
y la democracia cuando mejora el nivel de vida de sus ciudadanos y
se mueve en la dirección opuesta cuando el nivel de vida se queda
estancado” 61.
No obstante, hay muchas excepciones que ponen en duda esta
aparente ley histórica. Los acontecimientos ocurridos en el dece
nio de 1990 nos advierten que sociedades económicamente bastan
te avanzadas pueden dar la espalda a la democracia liberal. Hace
quince años Yugoslavia parecía estar mejor situada económicamen
te que la mayoría de los países de Europa del Este; sin embargo, a la
democracia le fue mucho peor que en casi todos los otros países
poscomunistas. Más aún, fue el estancamiento económ ico cróni
co, más que el crecimiento, lo que condujo a la democratización de
gran parte del bloque soviético después de 1989. China, en cam
bio, ha experimentado un rápido crecimiento económico en la úl
tima década y media y, sin embargo, no hay hasta ahora señales de
que su gerontocracia vaya a relajar su dominio político. Lo mismo
ocurre en Singapur. Por otro lado, el éxito de la democracia en paí
490
ses pobres com o Papua-Nueva Guinea y Sri Lanka parecen desafiar
al modelo determinista 62. Tampoco es fácil explicar la crisis de la
democracia en países latinoamericanos relativamente prósperos
com o Argentina, Chile y Uruguay en las décadas de 1960 y 1970.
Una explicación posible de algunas de estas anomalías es que
“la tensión generada por el crecimiento económico pueda minar la
estabilidad democrática” 63. Si bien los datos estadísticos presentan
dificultades, es posible también que el aumento de la desigualdad
causado inicialmente por el rápido desarrollo económico tienda a
socavar las instituciones democráticas 64. Es posible apoyar esta afir
mación comparando los datos del Informe Freedom House con
otros datos cruzados de distintos países. Un análisis basado en una
muestra de cincuenta y nueve países revela la ausencia de la citada
correlación positiva entre democracia liberal y crecimiento. Por el
contrario, entre 1990 y 1997 hubo una relación positiva entre la au
sencia de libertad política y crecimiento 65. Consideremos si no el
desarrollo a largo plazo del factor productividad total de las econo
mías británica, norteamericana y alemana. Tanto Alemania como
Estados Unidos superaron al Reino Unido en el siglo xx; pero los
datos disponibles no evidencian que uno de los dos contó con for
mas de gobierno democráticas solamente en el periodo 1919-
1933 y desde 1947 hasta el presente 66.
Tal vez todo lo que puede decirse es que las grandes crisis eco
nómicas tales como una elevada inflación o una depresión pueden
socavar las instituciones representativas, fundamentalmente si és
tas son de origen relativamente reciente 67. La tendencia de los per
dedores económicos a culpar a las políticas liberales por sus proble
mas y a votar por la igualdad y aun por la dictadura en lugar de por
la democracia está bien documentada. En efecto, se dice con fre
cuencia que “el efecto inmediato de la crisis económica en Europa
consistió en incrementar las tensiones sociales y políticas a nivel in
terno, en hacer que Hitler asumiera el poder en Alemania y en ali
mentar el desarrollo de movimientos fascistas en otros lugares” 6S.
Pero incluso esta tesis presenta dificultades. Los gráficos 42 y 43 ofre
cen las cifras disponibles del crecimiento real del producto nacio
nal de dos grupos de países europeos: aquellos que mantuvieron
exitosamente las instituciones democráticas a lo largo del periodo
491
de entreguerras y los que no lograron hacerlo (en suma, “las dicta
duras”) . Lo que se hace evidente de modo inmediato es que no hubo
una diferencia significativa en cuanto al desarrollo económico en
tre los dos grupos. Para valernos de dos ejemplos concretos, la de
presión en Alemania, donde fracasó la democracia, fue levemente
peor que en Holanda, donde ésta se mantuvo. Además, com o de
muestran las cifras del apéndice E, no existe una correlación clara
entre la severidad de la Gran Depresión (medida en términos de
la caída del PNB real del máximo al mínimo) y la facilidad con la
que se establecieron las dictaduras en la década de 1930; de haber
existido esta correlación, entonces Checoslovaquia y Francia se ha*
brían vuelto también fascistas en 1935 y 1936 respectivamente 69
En todo caso, en ocho de las catorce dictaduras, la democracia fra*
casó antes de 1928. Tampoco es posible identificar una correlación
16o
—— Bélgica
150
140
130
120
110
100
90
80
7°
60 .1-----1----- 1----- i----- 1-----]----- 1----- 1-----1----- 1___ I., t___ i I I I —1 I - ]1__I
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oH \ OH N Ha \ oH s oH \ <Wy \ (M j \ Ha \ aH N CH N MO NH O sH a NH O \M o \ HO NH a \Ho s Ho s Ho N
Gráfico 42. índices del producto nacional real de las democracias europeas,
1919-1939 (1927=100)
Fuentes: Lethbridge, ‘National Income and Produci’, págs. 542, 555, 571, 575, 582, 592;
Flora el al., State, Ecorwmy and. Society voi. il, págs. 370400; Mitchell, European Historiad Statis-
tícs, 1750-1975, págs. 409-416.
492
directa entre algún indicador económico o socioeconómico espe
cífico y la duración de la democracia en el periodo. Ni la proporción
de la población educada ni el tamaño relativo del ejército — por
ofrecer dos ejemplos— tienen relación alguna con la estabilidad
política de los países analizados. La única correlación estadística que
puede vislumbrarse es que cuanto más urbana era la sociedad mayor
probabilidad había de que perdurara la democracia. Pero el pro
blema con esta relación estadística es que sus dos “excepciones” fue
ron nada más y nada menos que Alemania y Austria, que ocupaban
un segundo lugar sólo respecto a Gran Bretaña en cuanto al tama
ño relativo de sus poblaciones urbanas.
Cuando uno analiza la relación entre la crisis económica y la de
mocracia de otros periodos y otros contextos surgen anomalías se
mejantes. Las crisis económicas pueden haber sida responsables de
los fracasos de la democracia latinoamericana de mediados de la
década de 1960, pero la democracia en la región sobrevivió a la cri-
160 "
150 - — Austria
— Bulgaria
140 - Alemania
— Hungría
— Italia
130 "
Rumania
■■• Yugoslavia
120 '
Grecia
— España
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90 - /
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Gráfico 43. Indices del producto nacional real de las ‘ dictaduras’ europeas,
1919-1939 (1 9 2 7 = 1 0 0 )
493
sis de la deuda de los años ochenta del siglo xx y a las crisis financie
ras de los noventa. La inflación elevada parece haber incrementado
la posibilidad del fracaso democrático desde 1950 hasta mediados
de los años setenta, pero no en los ochenta 70.
¿Pero qué ha de pensarse de la proposición inversa de que la de
mocracia favorece el crecimiento económico? A estas alturas, debe
ría ser indiscutible que los regímenes socialistas no democráticos
del periodo posterior a 1917 no lograron a largo plazo generar un
crecimiento sostenible comparable al de sus enemigos declarados,
las democracias capitalistas. Incluso la creencia abrigada desde hace
tiempo por marxistas com o Eric Hobsbawm de que las políticas de
Stalin de colectivización forzada y de planeamiento industrial eran
necesarias para modernizar la economía rusa no puede sostenerse
fácilmente cuando comparamos el coste humano con los aumentos
simultáneos de la producción física.
Dicho de manera brutal, por cada 19 toneladas de acero produ
cidas bajo el gobierno de Stalin moría al menos un ciudadano sovié
tico com o resultado de las hambrunas inducidas por la interven
ción del hombre, las deportaciones, las encarcelaciones en el gulago
las ejecuciones 71. Existe una evidencia contundente de que el de
rroche de recursos y la perversidad estructural del sistema de in
centivos comunista lo llevaron a su autodestrucción. Según un cálcu
lo reciente — que tiene presente las nuevas inversiones y el capital
humano— , el crecimiento soviético fue “el peor del mundo” entre
1960 y 1989 72.
Sin embargo, cuando extendemos la comparación e incluimos a
las autocracias no socialistas, la evidencia de gran cantidad de estu
dios empíricos es bastante ambigua 73. No sólo los estados democrá
ticos de Europa Occidental crecieron más rápidamente que los de
la Europa del Este comunista entre 1950 y 1989; también crecieron
países como Grecia, Portugal y España, que no fueron democráti
cos durante gran parte del periodo.
Una posibilidad es que la democracia no sea de hecho un deter
minante crucial del éxito económico. Según Barro, las contribucio
nes fundamentales que puede hacer un gobierno para lograr un
mayor crecimiento son las siguientes:
494
1. Proveer o fomentar el suministro de educación secundaria
y superior.
2. Proveer o fomentar el suministro de un servicio de salud efi
ciente, ya que existe una correlación entre el crecimiento y la
esperanza de vida.
3. Promover el control de la natalidad.
4. Evitar “el gasto público no productivo”, ya que “los grandes
aparatos estatales son peijudiciales para el crecimiento”.
5. Garantizar el ejercicio de la ley.
6. Mantener la inflación por debajo de alrededor del 10 por
ciento anual.
495
En otras palabras, ambos grupos de medidas promotoras del creci
miento podrían ser propuestos tanto por un gobierno democrático
com o por uno no democrático. Barro mismo cita algunos ejemplos
de dictaduras que fomentaron el crecimiento: el gobierno de Pino-
chet en Chile, la administración de Fujimori en Perú, el régimen
del sha en Irán, además de los ya familiares ejemplos asiáticos 75.
También cabe recordar que la mayoría de las economías desarro
lladas experimentaron su revolución industrial antes de promulgar
el sufragio universal76.
Si hacemos un examen más detallado, no hay reglas rígidas que
relacionen la democracia con el crecimiento. Claramente algunas
dictaduras (las de “derecha” o las “tecnocráticas”) han promovido
el crecimiento, mientras que otras (las “populistas” o las “cleptocráti-
cas”) no lo han hecho 77. Por otro lado, la relación entre la democra
cia y el crecimiento no parece ser lineal: representada gráficamente;
dibuja una U invertida. La democratización beneficia inicialmen
te el crecimiento — cuando alcanza aproximadamente el punto
medio de la escala de Barro— pero de ahí en adelante la relación
parece tornarse negativa 78. En suma, la democracia no es un “de
terminante crucial del crecimiento”:
496
entreguerras puede basarse en esto. Se ha argumentado que fue la
combinación de la representación proporcional y de las profundas
divisiones económicas lo que produjo los fracasos políticos más se
veros (como la hiperinflación) tras la I Guerra Mundial 80. De he
cho, la evidencia sugiere que prácticamente todos los diferentes sis
temas democráticos fueron incapaces de lograr un crecimiento
continuo en la década de 1920 debido a los conflictos entre la polí
tica fiscal, que estaba en manos de los parlamentos democrática
mente elegidos, y la política monetaria, ampliamente controlada
por las élites financieras. Y esto no se debe simplemente a que “las
democracias que emergen sin un desarrollo económico previo...
tienden a no perdurar” 81. El desarrollo económico de Alemania,
Austria e Italia era muy avanzado en 1919, ya que contaban con ni
veles relativamente elevados de renta por habitante.
Otra línea argumentativa no enfatiza el carácter del régimen (de
mocrático o autocràtico) sino su estabilidad. Un estudio reciente ana
lizó la experiencia de más de cien países desde las décadas de 1950
y 1960 hasta 1982 y concluyó que la inestabilidad política es más da
ñina para el crecimiento económico que la ausencia de democra
cia 82. Esto concuerda también con la evidencia histórica del periodo
de entreguerras, cuando una gran cantidad de democracias nuevas
sufrieron diversas formas de inestabilidad (huelgas a gran escala,
violencia callejera, asesinatos e intentos de golpes de Estado).
Pero, por supuesto, nada de esto debe interpretarse en ningún
sentido com o un argumento en contra de la democracia. Como ex
presara Churchill, “la democracia es la peor forma de Gobierno,
excepto todas aquellas otras formas que han sido intentadas de
tiempo en tiempo” 83. Esto es verdad. Se trata, simplemente, de que
no está garantizado que la democracia sea económicamente supe
rior a todas aquellas formas de gobierno alternativas.
El e s p í r i t u d e l a d e m o c r a c ia
497
de Europa y exportados a América por la Reforma. Particularmen
te, el calvinismo alimentaba un modelo de conducta que producía
— com o efecto secundario— el mejoramiento cualitativo y cuantié
tativo de la actividad creadora de riqueza. La clave era el ethos del
ascetismo, que exaltaba el trabajo arduo y difería el consumo com o
pruebas externas de gracia. La “vocación” capitalista tuvo, en otras
palabras, un origen religioso: “Para lograr... la confianza en sí mismos
[como miembro del grupo de los Elegidos] se recomendaba una
intensa actividad mundana... El ascetismo cristiano... se introdujo!
abruptamente en la vida del mercado” 84. Esta relación entre teok>>
gía y conducta, sugería Weber, era la mejor explicación al hecho d¡É>
que “el capitalismo sobrio y burgués, con su organización raciona#!
del trabajo libre” hubiera sido adoptado mucho más lentamente
en aquellas regiones católicas, ortodoxas o, para lo que nos Ínteres
sa, no cristianas del mundo 85.
Aunque fue frecuentemente criticado desde su primera apari-í
ción en 1904 —y es indudablemente ambiguo rastrear los orígene#
del proceso racional de acumulación en un eí/iosfundamentalmenf
te irracional de abnegación 86— el modelo cultural de Weber n u á!
ca ha sido completamente desacreditado. Lo que tendió a ocurrí®
es que se desdibujó la distinción que hizo Weber entre el protestan*
tismo y las otras formas del cristianismo para enfatizar la diferen*
cia entre las culturas europea y no europea. Es así que la diver*
gencia entre los modelos europeos de formación de familias y los
de Asia —los “orígenes del individualismo”— se ha llegado a rastrear
hasta el siglo vil, época en que la Iglesia buscó socavar los grupos
extendidos de parentesco al prohibir el matrimonio entre parien
tes cercanos 87. Y ampliando más la tesis, el judaismo también poseía
un ethos procapitalista. Landes retiene un elemento claramente we-
beriano en su explicación de la historia económica mundial, cuan
do justifica el “triunfo” económico de Europa sobre China, Turquía
e India por la religión y la cultura; no obstante, su “espíritu del ca
pitalismo” se apoya más bien en la éticajudeocristiana 88.
Existe una conexión entre la tesis weberiana de la emergencia
del capitalismo y la interpretación de Tocqueville del surgimiento de
la democracia. Según Tocqueville, la fuerza de las sectas religiosas
protestantes hizo que Estados Unidos fuera el medio ideal para que
498
se desarrollara el sistema democrático, que estaba también vincula
do con la libertad. Por otro lado, el desprestigio de la Iglesia en Fran
cia durante el siglo xviii y la consecuente hostilidad de la Revolu
ción hacia la religión explican la dirección no liberal adoptada por
la democracia francesa. (Cien años antes Gibbon presentaba la te
sis complementaria de que había sido la emergencia del cristianismo
lo que había causado el derrumbe final del Imperio romano.)
Todavía persiste la idea de que la cultura cristiana acoge mejor
al capitalismo y es más hostil al despotismo que las culturas religio
sas de Asia. Según el Informe Freedom House, por ejemplo, las so
ciedades cristianas son más propensas a la democracia y a la liber
tad. De los 88 países clasificados como “libres” en la edición de 1998,
no menos de 79 son “en su mayoría cristianos (por tradición o por
creencia)”, mientras que solamente 11 de los 67 países no liberales
son cristianos. Por otro lado, sólo un país con mayoría musulmana
—Malí— es libre; 14 son parcialmente libres y 28 no lo son. Esta cla
se de evidencia ha llevado a Samuel Huntington a plantear un in
minente “choque de civilizaciones” que sustituiría al más reciente y
en algunos sectores añorado choque de ideologías entre Estados
Unidos y la Unión Soviética 89.
Pero esta simple correlación entre el cristianismo y la libertad
apenas puede sostenerse, tan poco como el supuesto (central en la te
sis de Huntington) de que hay una correlación entre el islam y la
violencia, o entre el islam y los estados-nación débiles. Después de
todo, muchos países católicos eran no liberales ni democráticos
cuando comenzó el Informe Freedom House. Además, dos de los
tres regímenes más crueles del siglo XX surgieron en sociedades
originalmente cristianas, si bien las ideologías de los tres fueron an
ticlericales: el nacionalsocialismo de Hitler tuvo inclinaciones pa
ganas, mientras que el “socialismo en un solo país” fue agresivamen
te ateo, tanto en la Unión Soviética de Stalin com o en la China de
Mao. Sin embargo, un análisis más complejo que agrupa a los paí
ses según el predominio de una de las nueve religiones principales
y vincula esto a su nivel de democratización ofrece una visión dife
rente. El cuadro 20 da la puntuación media en democracia (en este
caso, el máximo es 1) para el periodo de 1975 a 1994. Este tipo de
evidencia persuade a algunos expertos en ciencias políticas (en
499
particular a Lipset) de que la probabilidad de democratización es
mayor en los países protestantes que en los católicos, y en los cristia
nos más que en los musulmanes 90.
Pero existe el peligro aquí de tomar esa correlación por una re
lación causal. Un análisis estadístico más detallado pone en duda el
significado explicativo de la religión: en el caso de los países protes
tantes, el nivel de vida más elevado y no el protestantismo per se pa
rece haber sido la clave del relativo éxito de la democracia. Esto nos
conduce nuevamente a la tesis de Weber: ¿fue el protestantismo lo
que estuvo detrás de los niveles de vida más elevados? La dificultad
radica en decidir cuál es la variable dependiente. Para valernos de
otro ejemplo, las antiguas colonias británicas tuvieron más éxito con
la democracia que los antiguos dominios de Francia, Portugal*
Holanda o Bélgica 91. ¿Es esto un legado del asentamiento de los
inmigrantes protestantes y del trabajo de los misioneros británicos?
¿O fueron los aspectos seculares del dominio británico los que sen*
taron las bases del desarrollo posterior?
CUADRO 20
P u n t u a c ió n m e d ia e n d e m o c r a c ia ( m á x im o 1 , m ín im o 0 )
d e 1 3 6 p a ís e s , 1 9 7 5 -1 9 9 4
Judía 1 0,85
Protestante 24 0,78
Hindú 5 0,66
Católica 49 0,60
Budista 4 0,56
Sintoísta 3 0,45
Otras 17 0,28
Musulmana 32 0,26
Atea 1 0,10
500
Una posibilidad que emerge del ejemplo de las antiguas colonias
británicas es que ambos, el crecimiento y la democracia, se benefi
ciaron, independientemente, del desarrollo del aparato legislativo;
específicamente, del tipo de legislación que adjudica una importan
cia fundamental a los derechos de propiedad individual. Éste es el
argumento propuesto por el economista peruano especializado en
desarrollo, Hernando de Soto, que sostiene que la causa principal
del subdesarrollo no es la pobreza per se sino la imperfección de las
instituciones legales 92. Esta línea argumentativa es especialmente
atractiva para economistas com o Douglass North, quien viene sos
teniendo desde hace tiempo que los sistemas legales ingleses (y
más aún los norteamericanos) proporcionaron el marco idóneo
para que se desarrollara el capitalismo de los siglos xvin y xix 93.
Pero la gratificante historia del éxito angloamericano encierra
una paradoja. En ambos casos, las instituciones que demostraron ser
tan favorables al desarrollo del capitalismo y de la democracia fue
ron producto de guerras civiles que se dieron en sociedades carac
terizadas por la variedad étnica y religiosa 94. Es en el espinoso tema
de la etnicidad donde volcaremos ahora nuestra atención.
C a p ít u l o x iii
U n id a d e s f r a g m e n t a d a s
5 03
James Gillray, ‘The Plumb-pudding in danger:
or State Epicures taking un
Petit Souper”, ]805
sandra, la nodriza del niño, que hablaba “trocitos de rumano, rute
no, polaco y húngaro, además de turco y yidish, ayudada por una
mímica contorsionada y grotesca y un sistema de signos corporales
notablemente primitivo”. Comenzaba una era de caos étnico que
haría añicos la unidad Habsburgo que ella personificaba.
En el momento en que la familia regresó a Tschernowitz a fina
les de la guerra, la ciudad estaba a punto de ser entregada a Ruma
nia por el Tratado de Trianón: como recordara Rezzori, “especies
siniestras en andrajos habían comenzado a llenar sus calles”. De
ahí en adelante, durante veinte años, las diferentes nacionalidades
coexistieron fragmentariamente en la ahora llamada Cernati: los
jóvenes del Movimiento de laJuventud Rumana se intercambiaban
insultos con los estudiantes de las fraternidades germanas, y ambos
despreciaban, a la vez, a los judíos asideos, con sus tiendas de ropa y
sinagogas 2. Pero en 1940, y según los términos del pacto nazi-sovié
tico, el Ejército Rojo ocupó la ciudad expulsando, sin más, a los ale
manes. Al año, tras la Operación Barbarroja, volvieron los alemanes
con su Sonderkommando 10b, parte del Einsatzgruppe D, un des
tacamento móvil que tenía com o tarea masacrar a los judíos de Eu
ropa del Este. Se encontraron con que los rumanos se les habían
adelantado. Alemanes y rumanos, en conjunto, mataron a dos mil
judíos y organizaron la deportación del resto a los campos de exter
minio de Transnistria 3. En el verano de 1944 regresaron los soviéti
cos. Hoy la ciudad se llama Chernovtsy y es una atrasada región de
Ucrania que emerge lentamente de la monotonía uniforme im
puesta por los comunistas, quienes, com o los nazis anteriormente,
pretendían que habían encontrado la “solución” al problema de
las nacionalidades.
La historia de Tschernowitz-Cernati-Chernovtsy es un microcos
mos de la violencia desatada por la política étnica durante el siglo XX.
Como nos lo recuerdan acontecimientos más recientes de lugares
tan distantes com o Kosovo, Ruanda e Indonesia, la política étnica
—y el conflicto étnico-— no dan signos de estar mitigándose. En
efecto, es probable que la política de la etnicidad tenga menos riva
les ideológicos a comienzos del siglo xxi que cien años atrás.
5 05
¿U n m u n d o b a l c a n i z a d o ?
El capítulo anterior consideró la relación entre la democracia y
la economía, y concluyó con que ambas eran variables dependien-.
tes de otros factores institucionales tales como la religión y el dere-;
cho. Pero otra característica más conflictiva de los estados que sé
dice, a veces, que influencia el desarrollo económico y político del
Estado es la composición étnica. Hace noventa años, cuando Wer-
ner Sombart escribió su irritante réplica a Weber TheJews and Eco-
nomic Life (1911), la cuestión que se debatía era si algunas razas erart
más adeptas al capitalismo que otras, ya fuera para bien o para mal *
Hoy en día, la pregunta más común es en qué medida la homog«$¡
neidad étnica es un prerrequisito para la democratización. Ambaf
respuestas, sin embargo, están relacionadas.
El informe de Freedom House, por valernos de un ejemplo ría
ciente, sugiere que los países sin una mayoría étnica predominan**
consiguen en menor medida establecer sociedades abiertas y demos
cráticas que los países étnicamente homogéneos (estos últimos d e
finidos com o países donde más de las dos terceras partes de la po
blación pertenecen a un único grupo étnico). De los 114 países dd
mundo que poseen un grupo étnico dominante, 66 — más de la mi
tad— son libres. En cambio, de los países multiétnicos solamente
22 son libres, es decir, menos de la tercera parte.
Pero esto no debe entenderse com o un argumento a favor de la
creación de estados homogéneos. Lo que puede implicar es que
la mayoría de los estados multiétnicos pueden mantenerse unidos
sólo por regímenes no liberales. Una teoría es que hay un trade-offl
(intercambio) entre las economías de escala que favorece la crea'
ción de grandes estados-nación (el suministro de bienes públicos
por habitante es más barato en unidades políticas grandes) y la alie
nación experimentada por los grupos geográficamente periféricos
cuando el centro de gobierno es muy remoto. A medida que se ex
tiende la democracia, esta alienación tiende a expresarse en las de
mandas de compensación realizadas por los grupos periféricos debi
do a su exclusión política y en las quejas de los grupos centrales
sobre los “parásitos” de los márgenes. La democratización puede,
por tanto, llevar a secesiones por parte de los grupos de la periferia.
506
Se puede sostener que ésa fue la experiencia del periodo de en-
treguerras, momento en el que hubo una correlación relativamen
te estrecha (aunque no exacta) entre la presencia de grandes mi
norías étnicas en países com o Polonia, Rumania y Yugoslavia y el
fracaso de la democracia. Prácticamente un 30 por ciento de la po
blación de Polonia no era considerada polaca: los bielorrusos (5 por
ciento), los ucranianos (14 por ciento), los judíos (8 por ciento) y
los alemanes (2 por ciento). Y cerca de la quinta parte de los ha
bitantes de Rumania, como ilustra el ejemplo de Tschernowitz, no
eran rumanos: el 8 por ciento era húngaro, el 4 por ciento alemán,
otro 4 por ciento judío y otro 3 por ciento ucraniano 5. Las minorías
también representaban cerca del 20 por ciento de las poblaciones
de España y de Albania. En Turquía, aproximadamente las dos quin
tas partes de la población pertenecían a minorías 6. Sin un régimen
autoritario, prosigue el argumento, los impulsos emancipatorios
causarán siempre que tales estados multiétnicos se rompan en “pe
queños estados” homogéneos. Los acontecimientos de Yugoslavia
y, a escala mucho mayor, los de la Unión Soviética del decenio pos
terior a 1989, parecen corroborar la tesis. Hasta la fecha, Yugoslavia
se ha fragmentado en nueve entidades separadas y, posiblemente,
el proceso no se haya completado. A consecuencia del colapso de
la Unión Soviética de 1991, el mundo le ha dado la bienvenida a
catorce nuevos estados independientes, que llegarán a ser quince
cuando Rusia se canse de retener a Chechenia por la fuerza. Esta
fragmentación de la Europa poscomunista ha llevado a sugerir a Ti-
mothy Garton Ash, el “historiador del presente”, que “todo estado
europeo con menos de un 80 por ciento de mayoría étnica es ines
table en sí mismo” 7.
Sin embargo, hay buenas razones para mantenerse escéptico
frente a este determinismo étnico. Durante el periodo de entregue-
rras hubo notables excepciones a la supuesta regla de que la hete
rogeneidad étnica significaba autoritarismo o fragmentación. En la
Italia fascista, las minorías étnicas representaban alrededor del 2 por
ciento de la población, mientras que en la Alemania nazi la cifra fue
tan sólo del 1,6 por ciento. Y la democracia sobrevivió hasta que
fue sofocada por el Tercer Reich en la heterogénea Checoslovaquia,
donde las minorías representaban la tercera parte de la población;
507
asimismo, en Bélgica y Suiza, caracterizadas también por su plurali
dad étnica. Tampoco debemos olvidar que las dos democracias ca
pitalistas más exitosas — Gran Bretaña y Estados Unidos— son esta
dos multiétnicos, el primero con su minoría celta y sus minorías ex
coloniales más recientes, el segundo poblado fundamentalmente
por inmigrantes de Europa, Africa, Asia y Latinoamérica y por sus
descendientes, frecuentemente orgullosos por su doble origen.
Y, sin embargo, es imposible ignorar lo que parece ser una ten
dencia histórica a largo plazo hacia la formación progresiva de es
tados étnicamente homogéneos; más aún, cabe muy bien la posibk
lidad de que al menos algunos de los contraejemplos mencionados
se fragmenten en el futuro: Checoslovaquia ya lo ha hecho, mien
tras que en Bélgica y las islas Británicas las fuerzas centrífugas de la
política étnica nunca han sido tan fuertes, al tiempo que las “tradi
ciones inventadas” de los siglos xvin y xix desaparecen lentamente 8.
H om bres y mapas
508
de Baviera, Lorena, Courland, Sajonia, Hannover, el Palatinado y
los distritos eclesiásticos del Sacro Imperio Romano 10. Cuando
Rousseau intentó redefinir el esquema de Saint-Pierre debió tam
bién reservar sitios para el elector de Baviera, el elector del Palati
nado, los electores eclesiásticos, la República de Venecia, el rey de
Nápoles y el rey de Cerdeña11. La visión de Mazzini parecía ser mu
cho más simple, con menos de doce grandes estados-nación unidos
por la lengua y la etnicidad.
No obstante, la historia de Europa moderna ha demostrado que
la visión de Mazzini era una quimera. Por un lado, el proceso de for
mación estatal del siglo xix no debió prácticamente nada al nacio
nalismo: estados nacientes com o Grecia, Bulgaria o Rumania fue
ron más bien producto de la rivalidad entre las grandes potencias
que resultado de aspiraciones nativas; y los dos unifícadores más fa
mosos — Cavour y Bismarck— desempeñaban en muchos sentidos
el antiguo papel de extender los dominios de sus señores reales.
Surgieron un Gran Piamonte y una Gran Prusia, com o Italia y Ale
mania. Además, en pocos sitios de Europa del Este se podía aplicar
fácilmente el ideal de estado-nación homogéneo. No fue una coin
cidencia el que la I Guerra Mundial tuviera sus raíces en los Balca
nes, donde la noción de un estado del sur eslavo liderado por los
serbios no solamente chocó con la variada etnografía de Bosnia-
Herzegovina sino que le asestó además un duro golpe al sistema de
poder dual austro-húngaro. La escena final de la obra La marcha
liadetsky, de Joseph Roth, cuando llega la noticia del asesinato del
archiduque Fernando por un terrorista serbio a un bullicioso baile
de una provincia en Hungría, es bastante representativa. La prime
ra reacción de la nobleza local magiar es de satisfacción; éste es el
caso, en particular, del antiguojudío del grupo, que está ansioso por
afirmar su chauvinismo húngaro. Mientras tanto, en la lejana Bo
hemia, el Buen Soldado Schwejk de Jaroslav Hasek, está encoleriza
do pero adjudica erróneamente a los turcos la muerte de “nuestro
Fernando”.
Fue Woodrow Wilson quien, sin proponérselo, puso de mani
fiesto la inviabilidad del m odelo de Mazzini. Ya en diciembre de
1914 Wilson sostenía que todo acuerdo de paz “debía beneficiar a
las naciones europeas en tanto pueblos y no a las naciones que im
509
pusieran su poder gubernamental sobre pueblos extranjeros” 12.
En mayo de 1915 fue más allá en un discurso dirigido a la Liga por
la Paz al destacar inequívocamente que “todo pueblo tiene el dere
cho a elegir la soberanía bajo la que desea vivir” 13. Repitió el argu
mento en enero de 1917 al afirmar: ‘T od o pueblo debe contar con
la libertad de determinar su propia política” 14; y elaboró las impli
caciones de esto en los puntos cinco al trece de sus Catorce Pun
tos 15. La Sociedad de Naciones no solamente debía garantizar la
integridad territorial de sus estados miembros sino que estaba
también autorizada a concertar futuros reajustes territoriales “se
gún el principio de autodeterminación” 16. Esto no era novedoso^
Desde John Stuart Mili, los liberales británicos venían argumentan?
do que el estado-nación homogéneo era el único marco adecuado
para la política liberal, y los políticos británicos ocasionalmente de
fendían el derecho a la independencia de sus minorías favoritas, en
particular la de griegos e italianos, a quienes tendían a ver desde
una óptica romántica. Pero nunca antes el principio de autodeter
minación había recibido tal consenso internacional com o el que
recibió en la Conferencia por la paz de París de 1919.
Aplicar el principio de autodeterminación al mapa de Europa
no era fácil, considerando, sobre todo, la heterogeneidad étni
ca de Europa Central y del Este. Por un lado, no menos de nueve
millones y medio de alemanes estaban fuera de las fronteras del
Imperio posterior a 1919: eran alrededor del 13 por ciento de la
población germanohablante de Europa. La adopción de la auto
determinación com o principio rector de la paz era peligrosa por
que no podía aplicarse a Alemania sin ampliarla mucho más allá
del territorio del Imperio previo a 1919. Desde el comienzo ha
bría inconsistencias o hipocresía: no habría un Anschluss de lo que
quedaba de Austria con el Imperio sino plebiscitos para determi
nar el destino de Schleswig del Norte, de la región este de Silesia
Alta, de Eupen-Malmedy y, más tarde, de Saarland. Además de
anexionar Istria, parte de Dalmacia y las islas del Dodecaneso
(añadidas en 1923), Italia adquirió el sur del Tirol, que incluía a
gran cantidad de alemanes. Francia reclamó Alsacia y Lorena, te
rritorios perdidos en 1871, a pesar de que el mapa de AIsacia-Lo-
rena utilizado por el experto norteamericano Charles Homer
510
Haskins reflejaba “una vasta mayoría de distritos con un 75 por
ciento de germanohablantes” 17.
Y hubo también otras excepciones. Unos cuantos millones de
húngaros quedaron fuera de lo que quedaba de Hungría. Y la crea
ción de lo que sería Yugoslavia era una negación del principio de au
todeterminación al agrupar a serbios, croatas, eslovenos, bosnios
musulmanes, albanokosovares y a los húngaros voivodinos en un
mismo Estado. Tampoco fue muy objetada la partición de Armenia
acordada entre los turcos y los rusos, a pesar de la breve indepen
dencia de Armenia, lo cual violaba el Tratado de Sèvres 18. Esta era
una “autodeterminación” al estilo británico: una capa de barniz
victoriana aplicada a todas las fronteras que eran de interés para las
grandes potencias. James Headlam-Morley, el director adjunto del
Departamento de Inteligencia Política del Ministerio de Asuntos
Exteriores, afirmaba sardónicamente que “la autodeterminación
estaba pasada de moda”. El y sus agudos colegas “decidieron por
ellas [las nacionalidades] lo que debían desear...” 19. Es cierto que
hubo varios intentos por incluir “derechos minoritarios” en los dis
tintos tratados de paz, empezando por Polonia. Pero aquí nueva
mente el cinismo británico y el interés propio desempeñaron un
papel poco constructivo. No es casual que Headlam-Morley se haya
mantenido tan escéptico frente a los derechos minoritarios com o
ante la autodeterminación. En su Memoir of theParis Peace Confermce
señalaba lo siguiente:
511
rritorio adicional habitado por griegos que pertenecía a Turquía.
La guerra subsiguiente terminó en una victoria para los turcos lide
rada por Kemal en agosto de 1922; su consecuencia más tangible
fue la “repatriación” de 1,2 millones de griegos y de medio millón
de turcos 21. Traslados similares de población con diferentes gra
dos de coacción ocurrieron en toda Europa Central y del Este. En
1925, unos setecientos cincuenta mil germanohablantes abando
naron los “territorios perdidos” para dirigirse al Imperio 22. Entre
1919 y 1924, 200.000 húngaros partieron de la ampliada Ruma*
nía; y otros 80.000 se marcharon de Yugoslavia. Unos 270.000 búl
garos abandonaron sus hogares de Grecia, Yugoslavia, Turquía
y Rumania 23.
Este fue tan sólo el comienzo de ese proceso sangriento de con
flicto étnico y de traslados forzados de población que culminaría
en los horrores del decenio de 1940. Los alemanes fueron sin lugar
a dudas los peores criminales. Además de asesinar de cinco a seis me
llones de judíos, causaron con sus políticas raciales la muerte de al»
rededor de tres millones de ucranianos, 2,4 millones de polacos,
1,6 millones de rusos, 1,4 millones de bielorrusos y doscientos cin
cuenta mil gitanos 24. Todo esto se realizaba en pos de un ambicioso
plan de transformación del mapa étnico de Europa que extendería
el “espacio vital” de la “raza superior” aria unos miles de kilómetros
al este, expulsando, matando de hambre o directamente asesinan
do a las “razas subhumanas’ judías y eslavas que habitaban la región.
El alcance y la complejidad de la política nazi fueron únicos, a lo
que debe sumársele el hecho de que emanaron de una sociedad al
tamente desarrollada y supuestamente civilizada. No obstante, “la
limpieza étnica” no fue un invento nazi. El genocidio turco contra
los armenios de la I Guerra Mundial fue una influencia reconocida
por el mismo Hitler. Tampoco debemos pasar por alto el hecho de
que más de un millón y medio de miembros de minorías étnicas
— polacos, alemanes, chechenos, tártaros, meskhetians, coreanos,
kalmycs, ingushes, karachai y griegos— murieron a consecuencia
de la versión de limpieza étnica de Stalin. Formalmente, la condena
era la deportación, pero se realizaba en condiciones tan duras y el
destino final era una región tan inhóspita, que entre un 10 y un 30
por ciento de los condenados no llegaban a sobrevivir 25.
512
Las motivaciones que impulsaron estas políticas asesinas fueron
múltiples; pero la economía desempeñó un papel entre ellas. Por
ejemplo, los nuevos estados surgidos con posterioridad a la I Guerra
Mundial eran más propensos a perseguir a las minorías cuando éstas
eran ricas. Es así que la “reforma agraria” se volvió un instrumento
de expropiación destinado a beneficiar a los miembros menos pu
dientes del grupo mayoritario de la población. Es indudable que
gran parte del atractivo de la política antijudía para aquellos que ca
recían de grandes prejuicios raciales fue, simplemente, que era una
oportunidad para saquear a la minoría más rica de Europa. Desde el
primer boicoteo a las tiendasjudías pasando por la “arianización” de
sus empresas y la “tributación” de los emigrantes, y finalizando con
la despiadada extracción de anillos e implantes de dientes de oro en
los campos de exterminio, los nazis no perdieron oportunidad para
despojar a sus víctimas. Las colecciones de arte de los Rothschild
fueron sólo la punta del iceberg de una enorme cantidad de artícu
los robados. Según un cálculo reciente, el valor total de las propieda
des robadas por los nazis a los judíos de Europa alcanzó entre los
8.000 y los 12.600 millones de dólares 26. El cuadro 21 ofrece una in
teresante evidencia del nivel de “sobrerrepresentación” judía den
tro de las élites económicas de diversos países de los que contamos
con estadísticas sobre la posesión de riqueza por grupos étnicos.
Aunque los coeficientes de la última columna son aproximados, de
bido a que la definición de “élite económica” varía enormemente de
país en país, las estadísticas no dejan de tener utilidad. Los dos extre
mos del espectro, el alemán y el norteamericano, parecen sugerir
que el antisemitismo fue más severo allí donde los judíos estaban
“sobrerrepresentados” dentro de las élites económicas. Pero las ci
fras británicas y polacas parecerían contradecir la conclusión.
La cuestión crucial sobre las minorías étnicas y religiosas es que
han sido asociadas frecuentemente con la capacidad empresarial.
No solamente los judíos superaron a los grupos mayoritarios de los
países donde se establecieron; esto les sucedió también a los griegos
de las islas, a los chinos en el extranjero, a los armenios, a los parsis
y, si seguimos con el ejemplo de los alemanes de Europa del Este, y
a los escoceses del Imperio británico 27. Para las poblaciones mayo-
ritarias, la dificultad radica en elegir entre los beneficios indirectos
513
y a largo plazo que provendrían de darle cabida a estas minorías
exitosas, y la tentación a corto plazo de entregarse a la envidia y sa
quearlos. En Gran Bretaña las minorías fueron toleradas y la eco
nomía en su totalidad recogió el beneficio. En Europa del Este y
Europa Central prevaleció el robo armado, lo que treyo com o con
secuencia inevitable un prolongado empobrecimiento.
CUADRO 21
Fuente: Rubinstein, ‘Jewish Participation in National Economic Elites, 1860-1939, and Anti-Se
mitism: An International Comparison”, cuadros 1 y 6.
5 14
D e s a t a n d o l a s n a c io n e s
515
so de fragmentación no haya llegado a su fin. Empezando por Es
cocia y pasando por Montenegro, hay varios aspirantes esperando
su turno.
Esta tendencia a la escisión no se limita a Europa. Excluyendo al
Africa subsahariana, había en el mundo 64 países independientes
en 1871. Cuarenta y tres años después, en vísperas de la I Guerra
Mundial, el imperialismo los había reducido a 59. Pero las secuelas
de la guerra no fueron tan espectaculares a nivel global com o lo
fueron en Europa. En total, incluyendo a Africa, había 69 países en
1920. Pero desde la II Guerra Mundial se han dado continuos au
mentos. En 1946 había 74 países independientes; y en 1950, 89.
Para 1995, como ilustra el cuadro 22, el número alcanzaba los 192;
los dos grandes aumentos habían ocurrido en el decenio de 1960
(principalmente en África, donde se formaron 25 estados nuevos
entre 1960 y 1964) y en el de 1990 (fundamentalmente en Europa
del Este).
CUADRO 22
516
“país m edio” no se redujo en absoluto desde los tiempos de Bis-
inarck: ha aumentado de 22 a 28 millones de habitantes. No obs
tante, parece haber habido un aumento del número de estados
verdaderamente pequeños. De los 192 estados independientes que
existían en 1995, 87 tenían menos de 5 millones de habitantes, 58
menos de 2,5 millones y 35 menos de 500.000. Más de la mitad de
los países del mundo tenían menos habitantes que el estado de Mas-
sachusetts 30.
Islandia (cuya población está cerca de los 270.000 habitantes)
tiene tantos pobladores como Leicester; no obstante, es un miem
bro de la OCDE con plenos derechos, con lengua, moneda y línea
aérea propias 31.
Durante el periodo de entreguerras, la fragmentación política
trajo consigo un alto coste en términos de crecimiento económico
y de estabilidad política. ¿Pero traería la “balcanización” mundial
las mismas consecuencias negativas? Eric Hobsbawm compara el
nuevo mapa mundial con el de la Edad Media, cuando los centros
económicos aislados se convertían en enclaves territoriales: según
esta visión, las ciudades-estado, las “zonas industriales” extraterrito
riales y los “paraísos fiscales [en] islas que, en otro sentido, carecen
de valor” significan un retroceso a la era de la Liga Hanseática íí2.
Alberto Alesina y sus colaboradores afirman que, desde un punto
de vista estrictamente económico, el proceso de desintegración po
lítica produce “un ineficiente gran número de países” 33. Por un
lado, lo pequeño puede ser hermoso, en el sentido de que el país
más rico del mundo (en términos de PIB por habitante) está entre
los estados más pequeños: Luxemburgo. Pero por otro lado, el sec
tor público de los estados pequeños tiende a ser mayor ya que el
coste por habitante del suministro de los bienes públicos será más
elevado que en los países grandes 34.
Más aún, la cantidad de conflictos regionales ha sido más eleva
da a medida que se fueron fragmentando los grandes países, y esto
puede significar un aumento del coste por habitante en defensa 35.
Ello se debe a que la fisión en el mundo de la política, com o la del
mundo de las partículas, es explosiva: en muchos de los estados
nuevos, la transición a la independencia ha acarreado al menos al
gún tipo de conflicto con vecinos o con las antiguas potencias im
517
periales. Se ha afirmado de modo persuasivo que “la formación de
muchos países nuevos puede aumentar el volumen de conflictos” ya
que un aumento de la cantidad de países “incrementa la masa de in
teracciones internacionales que pueden, potencialmente, desem
bocar en conflictos” 36. El caso de los Balcanes es tan sólo el ejem
plo más conocido de nuestra época. En Ruanda, la masacre de unos
800.000 tutsis promovida por los hutus de Interahamwe en abril-ju
lio de 1994 tuvo lugar tras los grandes esfuerzos internacionales por
democratizar el régimen 37. En Indonesia, los peores enfrentamientos
ocurridos en Timor Oriental sucedieron tras el colapso de la dicta
dura del presidente Suharto en mayo de 1998, y el voto democrático
de la isla a favor de la independencia de agosto del siguiente año.
El gráfico 44 ofrece las cifras anuales del número de guerras cu
biertas por la base de datos “Correlates o f War” de Singer y Small
para el periodo 1816-1992. Queda claro inmediatamente que el fi
nal del decenio de 1980 y el principio del de 1990 presenciaron más
guerras en marcha que cualquier otra época desde la derrota de
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518
Napoleón. Pero este incremento puede deberse en parte a la par
cialidad de los datos: las guerras menores ocurridas fuera de Euro
pa se registraron indudablemente con mayor precisión a fines del
siglo X X que en el siglo xix. Y además, la cantidad de guerras no da
cu e n ta de la escala del conflicto global ya que muchas de las guerras
más recientes no han sido más que roces fronterizos que superan
con dificultad el umbral de Singer-Small de las mil bajas anuales.
Por otro lado, es indiscutible que prácticamente todo el incre
mento del número de guerras en el mundo desde 1945 se debe a la
extensión de las guerras civiles. A lo largo del periodo cubierto por
el gráfico, las guerras civiles representan poco menos de la mitad
de todas las guerras, y en el periodo que sigue a 1945 la proporción
se acerca a los dos tercios. Posiblemente, las guerras civiles se asocien
más a los regímenes no democráticos que a los democráticos; pero lo
que es indudable es que generalmente se asocian más estrechamente
con los estados pobres que con los ricos, y que estos últimos, como
hemos visto, son mayormente democráticos. No obstante, hay evi
dencias que sugieren que los pasos encaminados a la democrati
zación — especialmente en sociedades étnicamente polarizadas—
aumentan las probabilidades de guerras civiles ya que las minorías
toman armas en contra de la temida tiranía de la mayoría 38. De he
cho, las guerras civiles son, frecuentemente, el preludio de secesio
nes que terminan en la formación de países nuevos; y pueden verse
seguidas por nuevos conflictos entre los estados ya separados.
¿ U n ie n d o l a s n a c io n e s ?
519
nos irradian bienes, otros gente y otros dinero. Mientras son fuer
tes, los miniestados giran alrededor de ellos del mismo modo en
que lo hacen los planetas. Pero después de un tiempo, su lustre co*
mienza a desvanecerse. Cuando el brillo disminuye, se vuelven “ena
nas rojas”. Y por último, explotan convirtiéndose en supernovas.
Algunos pueden también volverse agujeros negros.
Pero si la galaxia continúa creciendo, la explosión de unas pocas
estrellas puede no importar. Según un argumento, el proceso de
fragmentación política tiene com o corolario el desarrollo de orgat
nizaciones supranacionales. La globalización económica, prosigue
la teoría, está siempre acompañada de una globalización política»
Indudablemente, el desarrollo de bloques comerciales supra*
nacionales como la Unión Europea y el Area de Libre Comercio de
Norteamérica, y la mayor influencia de la Organización Mundial
de Comercio (antiguamente conocida com o Acuerdo General som
bre Aranceles y Comercio, GATT) hacen posible que un mayor
número de países pequeños sean viables a nivel económico, com o
sucedió en la era de las políticas comerciales nacionales proteccio
nistas. Existe, en otras palabras, una relación inversa entre la libera*
lización del comercio global y el tamaño de los países 39. Al mismo
tiempo, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Internacio
nal de Reconstrucción y Fomento (o Banco Mundial) han servido
de fuentes de capital para los nuevos estados; más allá de sus defec
tos40, han sido mucho más exitosos que su predecesor, el Banco de
Pagos Internacionales 41. Y éstas son solamente las organizaciones
más conocidas: entre 1952 y 1984, la cantidad de organizaciones in
tergubernamentales del mundo ascendió de 123 a 365 42. Tampo
co debemos pasar por alto la importancia creciente de las organi
zaciones internacionales no gubernamentales. Según el Yearbook of
International Organizations, había unas 6.000 en 1990, pero hoy exis
ten alrededor de 26.000. La afiliación a la Asociación para la Defen
sa de la Naturaleza ha aumentado unas diez veces desde mediados
del decenio de 1980 a 5 millones de miembros, Greenpeace tiene
2,5 millones y Amnistía Internacional, 1 millón de miembros. Si
bien sus críticos las ven com o las sociedades misioneras del nuevo
imperialismo de Occidente, otros las consideran los pilares de una
nueva sociedad civil internacional43.
520
Además de delegar en tales organizaciones ciertos aspectos de
la política económica y social, los estados pequeños pueden tam
bién intentar acrecentar su seguridad adhiriéndose a las alianzas
militares existentes: la prisa que mostraron los estados de Europa
del Este por entrar en la OTAN en el decenio de 1990 ilustra muy
bien el caso. En efecto, podría afirmarse que cuanto más poder ad
quieren las organizaciones internacionales, más ilusoria se vuelve
la soberanía de los estados pequeños. Los intemacionalistas más
utópicos —y los partidarios más paranoicos de las teorías conspira-
torias— ven en el futuro, respectivamente con afán y con temor,
una era de gobierno mundial auspiciada por Naciones Unidas, que
ampliará su cometido original incluyendo la defensa de los dere
chos humanos, por encima de la soberanía nacional. Según esta vi
sión, los estados multiétnicos restantes se disolverán en regiones au
tonómicas, hasta que cada grupo étnico, desde los nativos de Timor
Oriental a los mismos ingleses, queden en posesión de su más o me
nos impotente pequeño estado.
Pero hay, sin embargo, una dificultad con este escenario: la de la
debilidad fundamental de la mayoría de las organizaciones suprana-
cionales. En términos financieros, estos gigantes —incluido el más
grande de todos, Naciones Unidas— son enanos. El total de los gas
tos operativos de la ONU, del Banco Mundial, del FMI y de todos los
programas y agencias de Naciones Unidas fue de 18.200 millones de
dólares en 1999 44. El presupuesto federal de Estados Unidos fue,
aproximadamente, cien veces mayor. Debería tenerse en mente este
tipo de cálculo cuando surge la idea de que la Unión Europea po
dría llegar a formar un “supraestado” federal. El gasto total de la UE
de 1999 superó levemente el uno por ciento del PIB de la UE y el
gasto de los gobiernos nacionales representó aproximadamente el
48 por ciento 45. El poder de compra global continúa concentrado
en los estados-nación ricos, hecho que queda simbolizado en los
1.700 millones de dólares que Estados Unidos debe a Naciones Uni
das. E incluso las ONG internacionales cuentan con más poder que
sus homólogos gubernamentales. El presupuesto anual de la Orga
nización Mundial de Comercio es de 43 millones de libras, menos
de la cuarta parte del presupuesto de la Asociación para la Defen
sa de la Naturaleza y la mitad del presupuesto de Oxfam.
521
Esto explica, en parte, el desigual historial logrado por Nacio
nes Unidas como policía global. Habitualmente, se la compara fa
vorablemente con su antecesora, la Sociedad de Naciones. Pero la
Sociedad tuvo también sus aciertos y se enfrentó a problemas más
graves. De las sesenta y seis disputas internacionales que hubo de
resolver (cuatro de las cuales desembocaron en hostilidades abier
tas) , pudo solucionar treinta y cinco y logró derivar exitosamente
unas veinte a la diplomacia tradicional. No consiguió soluciona#
once; desgraciadamente, las más importantes 46. Pero el historial de
Naciones Unidas no es muy superior; es mejor en apariencia por*
que nunca tuvo que enfrentarse a amenazas comparables a las de
Alemania, Italia yjapón del decenio de 1930. Durante gran parte
de la Guerra Fría, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas se
vio paralizado, logrando p oco más que una serie de intervención
nes destinadas a mantener ciertos pactos en guerras civiles y dispuí
tas fronterizas menores. Sólo excepcionalmente, en 1991, y con la
Unión Soviética agonizante, se pudo revocar la anexión de Kuwait
realizada por Sadam Hussein sobre la base de un inequívoco man
dato de Naciones Unidas. Desde entonces, su historial ha sido malír
simo. Entre 1992 y 1999 el Consejo de Seguridad autorizó una serie
de intervenciones humanitarias en Somalia, Bosnia, Ruanda, Hai
tí, Camboya, Albania y Timor Oriental. Pero sólo la última tuvo éxi
to; la mayoría de ellas fueron o bien ineficaces o verdaderamente
desastrosas: el fiasco de la misión de los rangers estadounidenses en
Mogadiscio de 1993; el fracaso del Consejo de Seguridad cuando
intentó reforzar el contingente francés en Ruanda de 1994; la im
potencia holandesa, o su posible complicidad, en la masacre de Sre-
brenica de 1995; todos estos episodios ponen seriamente en duda la
capacidad de Naciones Unidas para reaccionar con suficiente rapi
dez y efectividad en las situaciones de crisis 47.
Nada ilustra más claramente las limitaciones del poder de las
instituciones supranacionales que los acontecimientos ocurridos
en 1999, cuando un gobierno — el de la ex Yugoslavia— volvió a pro
mover la limpieza étnica contra una minoría, la de los albaneses de
Kosovo. Debido a que Kosovo era y continúa siendo una provincia
de Serbia, el gobierno yugoslavo estaba protegido legalmente con
tra la intervención exterior por el artículo 2(4) de la Carta de Na
522
ciones Unidas, la cual especifica que “todo miembro se abstendrá...
de amenazar o de valerse de fuerza contra la integridad territorial o
independencia política de cualquier otro Estado”, y el artículo 2(7)
que prohíbe la intervención “en cuestiones que esencialmente son
de jurisdicción interior del Estado”. Yugoslavia estaba también am
parada por la Declaración de Principios del Derecho Internacional
de 1970 promulgada por la Asamblea General, la cual niega a los
miembros “el derecho a intervenir, directa o indirectamente, por
cualesquiera razones, en cuestiones internas de cualquier Estado”.
Según la Carta de Naciones Unidas, es posible hacer uso de fuerza
solamente en casos de defensa propia o con la autorización explíci
ta del Consejo de Seguridad en respuesta a un acto de agresión (ar
tículo 51 y capítulo III) 48. Pero esta autorización no pudo obtener
se en el Consejo de Seguridad por la oposición rusa, lo que repetía
la historia de siempre.
Solamente ignorando la Carta de Naciones Unidas (o en pala
bras de Tony Blair: “puntualizando... el principio de no interven
ción... en algunos aspectos importantes”) pudo justificarse la inter
vención militar de la OTAN a favor de los albaneses de Kosovo. A este
respecto, Kosovo forma parte de un patrón de conducta. Fue posi
ble detener masivas violaciones de los derechos humanos cuando
India intervino en Pakistán en 1971, cuando Vietnam invadió
Camboya en 1978 y cuando Tanzania invadió Uganda en 1979. Pero
ninguna de estas operaciones estuvo autorizada por Naciones Uni
das. Yla intervención, en 1990, de la Comunidad Económica de los
Estados Africanos del Oeste en Liberia fue autorizada por Nacio
nes Unidas retrospectivamente, mientras que la decisión de Estados
Unidos, Gran Bretaña y Francia de crear un “refugio seguro” para
los kurdos al norte de Irak nunca fue autorizada 49.
La prevención de expulsiones masivas y masacres de poblacio
nes minoritarias es sin lugar a dudas algo positivo. Por desgracia,
en tanto continúe existiendo la migración a través de las fronteras y
persistan las diferencias en el rendimiento económico de las diver
sas etnias, probablemente el fenóm eno continúe repitiéndose,
por mucho que se rediseñe el mapa mundial o que casos com o el
de Tschernowitz vuelvan a tener lugar. Pero la historia sugiere que
no se puede esperar que Naciones Unidas prevenga la limpieza étni
523
ca. No sólo no tiene el derecho de hacerlo, sino que además carece
de los medios. La gran pregunta es si Estados Unidos y sus aliados
están dispuestos a reservar suficientes recursos com o para defen
der de manera efectiva los derechos de las minorías. Como vere*
mos en el último capítulo, cabe dudar de ello.
CAPITULO XIV
E n c o g im ie n t o :
LOS LÍMITES DEL PODER ECONÓMICO
525
James Gillray, ‘The Giant Factotum amusing himself”, 1797
firmadas por los resultados de las guerras entre las Grandes Potencias,
en las que la victoria ha estado siempre del lado de los grandes recur
sos materiales 3.
527
seguridad económica, la cual depende del crecimiento [que fluye, a
su vez, de los nuevos métodos de producción y de creación de rique
za] , de una mayor producción y del florecimiento de la demanda in
terna y externa; lo que puede verse dañado por un excesivo gasto en
armamento... Una fuerza militar de primera calidad puede retardar la
marcha del crecimiento económico y conducir al declive de la cuota
de la nación en la producción mundial de manufacturas, es decir, al
declive de su riqueza, y en suma, de su poder6.
528
va, varios historiadores económicos han compartido esta noción al
sostener que Gran Bretaña podría haber disfrutado de los benefi
cios del libre comercio evitando los gastos originados por el esta
blecimiento formal de un imperio; y lo que es más importante, que
el dinero que los contribuyentes hubieran podido ahorrar como re
sultado de una descolonización eduardiana se podría haber inver
tido en electricidad, automóviles y objetos de consumo duradero,
impulsando así la modernización industrial a nivel interno 10.
Pero además de la de Kennedy existen otras teorías económicas
del poder. En su Bise and Decline ofNations (1982), Mancur Olson su
giere que tanto el poderío com o la debilidad de un país pueden es
tar más conectados a la estructura interna de su economía política
que a sus compromisos externos. Según Olson, lo que tendió a so
cavar la vitalidad económica de ciertos países fue el desarrollo de
carteles y grupos de presión con intereses parciales: ello explica el
relativo éxito de Alemania yjapón durante la posguerra — cuyos di
versos intereses creados habían quedado aniquilados por las expe
riencias de la dictadura, la guerra total y la derrota— , en compara
ción con la caída británica en la “estanflación” de los años setenta” .
Una conclusión algo enrevesada que puede deducirse de esto es
que una derrota militar ocasional puede llegar a ser más beneficio
sa a nivel económico que una victoria continua. Es indudable que
las medidas políticas propuestas por Olson — el “rechazo de toda
legislación o regulación que favorezca intereses parciales y... [la
aplicación] de rigurosas leyes antimonopolios a los cárteles u otro
tipo de colusión que se valga del poder para obtener precios o sala
rios que superen los niveles fijados por la competencia”— tienen
mayores posibilidades de ponerse en marcha con un ejército de
ocupación que en un régimen democrático norm al12.
Lo que no llegan a aclarar las teorías económicas del poder es la
medida en que el auge y caída de los estados son producto de un
mecanismo cíclico o de autoequilibrio, según el cual la prosperidad
conduce al poder, pero la sobreexpansión y esclerosis interna sub
siguientes terminan inexorablemente en el declive. De acuerdo con
los ambiciosos esquemas de Modelski y Wallerstein, los ciclos de la
hegemonía global son específicamente deterministas. Según el
primero, desde 1500 ha habido cinco ciclos de “relativo poderío na
529
val” — el portugués, el holandés, dos británicos y el norteamerica
no— y cada uno de ellos ha tenido cuatro fases: la “guerra global”,
el “poder mundial”, la “deslegitimación” y la “desconcentración”.
Según el esquema de Wallerstein, que asume una visión marxista
del desarrollo del capitalismo, han existido cuatro ciclos desde 1450:
el Habsburgo, el holandés, el británico y el norteamericano; con
tando también cada uno de ellos con cuatro fases: la “hegemonía
ascendente”, la “victoria hegemónica”, la “madurez hegemónica”
y la “hegemonía declinante” 13. Pero más allá de estos determinis-
mos, del argumento de Kennedy (com o del de Olson) parece deri
varse una consecuencia referida a la política: a saber, que los ge*
biernos deben intentar restringir el gasto en defensa para evitar el
declive económico, y por ende, el declive militar.
Kennedy ha sido bastante criticado por haber exagerado el pe
ligro de declive al que se enfrentaba Estados Unidos en los años
ochenta. Pero estas críticas no toman en cuenta que políticos de Es
tados Unidos, así como también de los países miembros de la OTAN,
prestaron atención a la advertencia. Como hemos visto en el capí
tulo I, el gasto en defensa de las potencias occidentales descendió
a niveles históricamente bajos durante los años posteriores a la
publicación de The Great Powers de Kennedy. En 1997, los coefi
cientes del gasto de defensa en relación con el PIB de las principa
les potencias de Occidente — un 3,4 por ciento en Estados Uni
dos, un 3 por ciento en Francia, un 2,7 por ciento en el Reino
Unido, un 2 por ciento en Italia y tan sólo un 1,6 por ciento en Ale
mania— fueron los más bajos desde los años veinte; y en los casos
francés e italiano, los más bajos desde el decenio de 1870. A la vez,
la tasa de crecimiento de la economía norteamericana subió consi
derablemente, lo que parecía indicar que las esperanzas de lograr
“dividendos de la paz” tras la Guerra Fría se estaban cumpliendo.
¿Pero significaba esto que Estados Unidos había resuelto el problema
de su incipiente decadencia?
La respuesta a esta pregunta depende de tres cosas: del alcance
de la política exterior norteamericana, del nivel de oposición que
pueda recibir del exterior; y del uso que Estados Unidos pueda lle
gar a hacer de sus incomparables recursos económicos. La pregun
ta complementaria que hemos de hacernos aquí es en qué medida
530
Estados Unidos y sus aliados corren peligro, en la actualidad, de ha
berse encogido excesivamente: de invertir demasiado poco en el ejér
cito como para cumplir con los objetivos de su política exterior ante
una situación que bien puede describirse como caracterizada por
múltiples fricciones.
Bajo el gobierno del presidente Clinton, los objetivos de la polí
tica exterior norteamericana se extendieron más allá de la defensa
de los países aliados — número que aumentó com o resultado de la
ampliación de la OTAN— , incluyendo la resolución de una serie
de guerras civiles en varias regiones políticamente sensibles, y el uso
ocasional del ejército para proteger los derechos de minorías per
seguidas en ciertos países. Más allá de lo que pueda pensarse de es
tos objetivos, es importante preguntarnos hasta qué punto los re
cientes recortes del gasto de defensa de Occidente son compatibles
con su efectiva realización. A Estados Unidos, estamos sugiriendo
aquí, no le falta poder económico. Pero el poder económico es me
ramente potencial si no se utiliza. Y esto requiere no solamente estar
dispuesto a trasladar recursos del consumo civil al militar: fabricar
cañones en lugar de mantequilla, según la vieja expresión, o con
vertir los impuestos en divisiones militares. También requiere que
se tome la decisión moral de dar un uso óptimo a los recursos mili
tares para detener o derrocar a los opositores de la política esta
dounidense. Sin legitimidad —lo que en el caso de la democracia
es el apoyo público— , la política exterior de Goliat puede ser des
baratada por David, especialmente si hay más de un David.
La il u s ió n d e l a paz
531
nay sostenía que “si bien la guerra [había] enriquecido a algunos
pueblos de la Antigüedad, empobrecía y arrastraba a la miseria a
los pueblos de la era moderna” 14. En Hacia la paz perpetua, Kant es
taba de acuerdo al afirmar que “el espíritu comercial” era “incompa
tible con la guerra” 15. YAdam Smith, al final de Riqueza de las na-
áones, observaba que “las guerras civiles de Flandes y el gobierno
español que había venido después [habían] destruido el gran co
mercio de Amberes, Gante y Brujas... Las típicas revoluciones de
guerra y nuevo gobierno agotan con facilidad las fuentes de rique
za que manan del comercio...” 16. Sobre esta base, Smith criticaba
las políticas mercantilistas que subordinaban las fuerzas del merca
do a una gran estrategia. En el siglo XIX, esta posición ganó muchos
adeptos. Comte, por ejemplo, concedía que en siglos previos “los
esfuerzos... por descubrir y mejorar el aparato militar... habían con*-
tribuido al desarrollo de la industria”, pero entendía que la subordi
nación de la guerra al desarrollo industrial caracterizaba de modo
distintivo a su propio tiempo 17. Según Richard Cobden, la paz y la
prosperidad se reforzaban mutuamente, de ahí el título de su pan
fleto de 1842, Free Trade as the Best Human Means for Securing Univer
sal andPermanentPeace. Yla obra The Qreat Illusion (1910-1911), de
Norman Angelí, es un monumento a la persistencia de esta creen
cia. Según Angelí, la guerra era irracional en un sentido económico:
las cargas fiscales por el armamento eran excesivas, las reparaciones
de los países derrotados imposibles de recaudar y las colonias no
eran fuente de ganancia. “¿Pero qué garantizaba la buena conducta
de un país frente a otro?”, se preguntaba Angelí. “La compleja in
terdependencia que existe entre los países, no sólo a nivel económi
co sino en todos los sentidos, hace que la agresión injustificable de
un estado hacia otro recaiga sobre el interés del agresor” 18.
Estas creencias demostraron ser extraordinariamente resisten
tes a repetidas y amargas decepciones. En la víspera misma de la
guerra de Kosovo en 1999 aparecía en la portada de la revista britá
nica Prospect un titular que decía “¿El fin de las guerras? ” y que traía
a la memoria la famosa pregunta: ¿Son imposibles las guerras en la ac
tualidad?, que había formulado Ivan Bloch cien años atrás. Tal vez
el párrafo más desmesurado de Thomas Friedman en The Lexus and
the Olive Tree fuera su aseveración de que la globalización “aumenta
532
los incentivos para no ir a la guerra y los costes por entrar en ella de
muchas más formas que en épocas previas de la historia moderna”.
Para apoyar su posición, Friedman explica “La teoría de los arcos
dorados com o prevención de conflictos”, según la cual no hay dos
países que, contando al menos con una franquicia de McDonald’s
cada uno, se hayan enfrentado en una guerra 19. El libro de Fried
man se publicó el 17 de mayo de 1999, dos meses después de que
Estados Unidos entrara en guerra con la República de Yugoslavia,
la cual, aparentemente, había olvidado la bien publicitada presen
cia de McDonald’s en Belgrado. Pero esto no hace que Friedman
esté tan equivocado com o Angelí; al menos, por ahora. Lo que cla
ramente comparte con Angelí es la creencia de que la racionali
dad económ ica tiende a desalentar la guerra. Creencia que An
gelí pudo comprobar en vida que se trataba, auténticamente, de
una gran ilusión.
Durante el siglo X X , los estados ignoraron repetidamente la tesis
liberal del racionalismo económico al ir a la guerra. Lo hicieron aun
cuando los costes potenciales de la derrota eran enormes; es más,
lo hicieron incluso cuando los costes potenciales de la victoria eran
elevados. Una explicación posible es que hayan padecido simple
mente de miopía, de cierta “racionalidad limitada”, por la que ha
bitualmente se subestiman los costes de la guerra y se exageran sus
beneficios. Pero una mejor explicación quizás radique en que, para
un régimen no democrático, el coste global y a largo plazo de la gue
rra puede ser irrelevante. Si las élites dirigentes perciben los bene
ficios inmediatos de la guerra y las masas que carecen de derechos
políticos cargan con los costes, la guerra puede, perfectamente,
constituir una opción política racional.
Dándole u n a o p o r t u n id a d a l a g u e r r a
533
los costes por el logro de la victoria, aunque si los que cargan con los
costes son fundamentalmente un campesinado sin derechos polí
ticos, ésta se convierte en una consideración menor.
Se dice que el sultán otomano Solimán el Magnífico poseía un
superávit que equivalía aproximadamente a la tercera parte del in
greso anual, proveniente fundamentalmente de los tributos del te
rritorio conquistado 21. La Revolución Francesa introdujo un nuevo
régimen que dependía de la explotación del territorio conquista
do como fuente principal de renta. Durante sus últimos años, el Di
rectorio pudo contar con los impuestos que gravaban los Países Ba
jos ocupados, que representaban cerca de la cuarta parte del total
de los ingresos; en total, entre 1795 y 1804, los holandeses pagaron
a los franceses unos 229 millones de florines, una suma que supera*
ba la renta nacional anual holandesa 22. Las campañas de Napo
león de 1806-1807 no sólo se autofinanciaron sino que cubrieron
también por lo menos la tercera parte del gasto corriente del go
bierno francés. Y en Italia, entre 1805 y 1812, una mitad de los im
puestos recaudados fueron a parar al Tesoro francés 23. Gran Breta
ña también supo hacer de la guerra algo rentable en el siglo xix:
cerca de un 40 por ciento del presupuesto total de defensa para el
año 1842 pudo cubrirse con los 5,8 millones de libras por la indem
nización exigida a China por el Tratado de Nanking; Palmerston
llegó a hacer alarde en la Cámara de los Comunes de que la guerra
había dado ganancias 24. Rusia logró sacar de Turquía crecientes su
mas de dinero durante los sucesivos acuerdos de paz de 1829,1878
y 1882. Como proporción del gasto de defensa ruso, las sumas re
presentaban, respectivamente, el 9 por ciento, el 42 por ciento y el
115 por ciento. Pero aun esta última cifra no era nada en compa
ración con la indemnización que Japón arrancó a China en 1895,
que equivalía al triple del gasto total militar japonés de ese año y a
cerca del doble del coste de la guerra 25.
Pero fue Prusia la que perfeccionó el arte de la guerra rentable,
la que, como señalara Mirabeau, hizo de la guerra su “industria na
cional”. Entre 1740 y 1745, Federico el Grande tomó la delantera al
arrebatar a Austria la provincia de Silesia, región caracterizada por su
riqueza en minerales. Si bien los costes por retener la provincia de
mostraron ser una carga demasiado pesada durante la Guerra de los
534
Siete Años, Silesia fue una posesión que brindó saludables ganan
cias industriales durante dos siglos. Y la victoria de Bismarck sobre
la Confederación Alemana de 1866 también se pudo prácticamen
te autofinanciar: mientras que el gasto militar prusiano total de ese
año había, como mucho, alcanzado los 111 millones de táleros, los
frutos de la victoria — sumados a la anexión de los territorios de
Holstein, Hannover, Hesse-Cassel, Nassau y Francfort— supusieron
indemnizaciones por valor de 40 millones de táleros de Austria,
otros diez de Sajoniay seis de Francfort, además del tesoro que se
había arrebatado al depuesto rey de Hannover, valorado en 16 mi
llones de táleros, y de una suma más pequeña de Württemberg 26.
Posiblemente, la guerra más rentable del siglo xix fue la que en
frentó a la Confederación Alemana del Norte, liderada por los
prusianos, contra Francia en 1870. La enorme suma de dinero
que se impuso a Francia com o parte del acuerdo de paz de 1871
(5.000 millones de francos, que equivalían aproximadamente a la
cuarta parte del PIB francés) fue cuatro veces superior al presu
puesto de defensa prusiano del año anterior. Además, los france
ses tuvieron que pagar 200 millones de francos (en concepto de
rescate para recuperar la ciudad de París) y todos los costes por la
subsiguiente ocupación del norte de Francia 27.
Es verdad que estas ganancias — incluyendo las “reparaciones”,
valiéndonos así del término del siglo XX por el que se intenta cargar
a los perdedores con culpa y privaciones— han sido, generalmente,
menores que los costes de las guerras encargadas de asegurarlas (sin
considerar además el esfuerzo que supone cubrirlos). Cerca de un
tercio de los ingresos de Roma en tiempos del emperador Augusto
provino de tributos pagados por Egipto, Siria, las Galias y España;
no obstante, el coste del mantenimiento del ejército romano du
rante la misma época consumía prácticamente la mitad de los in
gresos28. Entre 1548 y 1598, la renta proveniente de la conquista
española en América alcanzó los 121 millones de ducados, lo que
representaba entre un 12 y un 24 por ciento del total de los ingre
sos castellanos. Pero durante ese mismo periodo, los costes anuales
de las guerras que tuvo España fuera de su territorio se cuadrupli
caron. Solamente las batallas en los Países Bajos consumieron unos
218 millones de ducados al año 29. Y durante la Guerra de Sucesión
535
española, las contribuciones provenientes de los territorios ocupa
dos no llegaron a cubrir más de las dos quintas partes de los costes
del ejército francés 30. Incluso las ganancias de las guerras revolu
cionarias y napoleónicas fueron finalmente absorbidas por los ele
vados costes de su derrota, entre 1812 y 1815. Según un cálculo re
ciente, la indemnización y otros costes que los victoriosos aliados
impusieron a Francia después de Waterloo (unos 1.800 millones de
francos) representaban la quinta parte del PIB francés anual 31. Si
bien fue una gran suma de dinero, suponía solamente una peque»
ña fracción de los costes en los que habían incurrido los enemigos
de Francia durante los dos decenios de guerra precedentes. El equi
valente en libras esterlinas (78 millones) superaba levemente la
suma que Gran Bretaña tuvo que pagar a sus aliados continentales
en subsidios entre 1793 y 1815 (66 millones) 32.
Las reparaciones que se impusieron con posterioridad a las vic
torias en el siglo xx nunca estuvieron cerca de cubrir los costes
de la guerra. La indemnización que Alemania impuso a Rusia se
gún los términos del Tratado de Brest-Litovsk de 1918 fue aprof-
ximadamente de 1.400 millones de dólares, lo que era una suma
considerable, aunque tan sólo una fracción del coste total de la
guerra para Alemania, que alcanzó cerca de los 20.000 millones
de dólares 33. Finalmente, los aliados victoriosos tomaron la deci
sión de demandar a Alemania un total de 31.000 millones de dóla
res en concepto de reparaciones según el ultimátum de Londres
de 1921, si bien personas más realistas com o Keynes esperaban
que se llegarían a recaudar unos 12.000 millones de dólares. Pero
aun siendo esta última cifra más baja, equivalía al 80 por ciento
del PIB alemán 34. De nuevo, esto equivalía a una pequeña frac
ción de los gastos totales de la guerra de los países victoriosos, que
alcanzó, al menos, los 58.000 millones de dólares. Pero en ningu
no de los dos casos el bando victorioso llegó a percibir la suma com
pleta de la indemnización. Los alemanes terminaron pagando en
total no más de 4.500 millones de dólares, entre 1919 y 1932, mo
mento en el que se congelaron los pagos. (Según los términos del
Plan Young, se suponía que debían continuar pagando hasta 1988).
Esto fue bastante menos de lo que lograron en préstamo de Esta
dos Unidos y que nunca reembolsaron, lo cual refleja tanto la as
536
tucia alemana para fingir pobreza com o la falta de capacidad re
solutiva por parte de los aliados 35.
Pero la experiencia del periodo de entreguerras no logró disua
dir a Alemania, Japón e Italia de intentar realizar nuevas apropia
ciones territoriales y financieras durante los decenios de 1930 y 1940.
La ocupación japonesa de Manchuria y la posterior ocupación ale
mana de gran parte del continente europeo están entre las más
despiadadamente explotadoras de toda la historia. Como propor
ción del PNB alemán, los ingresos extraídos por la fuerza de los te
rritorios ocupados subieron de un 3 por ciento a un máximo del 16
por ciento en 1943 36. Pero una vez más, esto era, claramente, mu
cho menos de lo que el coste de la guerra representaba para la eco
nomía alemana. Los aliados no consiguieron recoger el botín de
guerra con posterioridad a 1918 por haber sido demasiado indul
gentes. Los alemanes, por su parte, hicieron que se redujera el ta
maño de las economías que intentaron apropiarse por exceso de
severidad. Por otro lado, los dirigentes nazis (Goering, especialmen
te) acumularon inmensas fortunas privadas gracias al saqueo de los
enemigos internos y externos del régimen. Una guerra que termi
ne en última instancia en derrota puede tener sentido para las élites
de una dictadura siempre que deseen una vida placentera aunque
sea de breve duración. Dicho en otras palabras: el horizonte tempo
ral de una dictadura es más breve que el de un régimen constitucio
nal. Si ha habido hombres que no han sabido ver el futuro, éstos han
sido los que hablaban del “Reich de los mil años”.
Una de las lecciones que aprendieron las potencias de Occiden
te del fracaso de las reparaciones de los años veinte fue la de tener
que reducir sus aspiraciones en 1945: la suma total demandada a
las potencias del Eje derrotadas fue tan sólo de 7.000 millones de
dólares. Debería compararse con la cifra correspondiente al gasto
norteamericano por la guerra, que alcanzó los 275.000 millones de
dólares, por no mencionar el de Gran Bretaña, que fue de 91.000
millones de dólares37. Y naturalmente, los norteamericanos creye
ron prudente ayudar tanto a Europa Occidental (incluyendo a Ale
mania Occidental) y ajapón en la reconstrucción económica de la
posguerra: el Plan Marshall constituye uno de esos raros ejemplos
de “reparaciones inversas”. Los rusos intentaron recuperarse de
5 37
parte del coste de la guerra arrasando y luego exprimiendo las zo
nas ocupadas de Alemania; sin embargo, una vez desollada, la vaca
no dio mucha leche 38.
Para las democracias, la lección que brinda la historia es clara: la
guerra no es rentable. Los costes económicos de la guerra tienden^
por lo general, a superar los beneficios provenientes de las repara
ciones que siguen. En efecto, si el objetivo de la política de posgue
rra es reconciliarse con los estados vencidos — o democratizarlos-**
es más recomendable otorgarles subsidios que penalizarlos. Per®
posiblemente un gobernante autocràtico no saque la misma coni
clusión. Los costes por la anexión de Kuwait fueron muy elevado^
no obstante, ello no disuadió a Sadam Hussein. Al m odo de los die*
tadores de los años treinta y cuarenta, el líder iraquí no dudó en pa
sar los costes de sus fracasadas empresas al pueblo con la condicióij
de que no empeorara materialmente su situación ni la de sus secus|
ces. Y de hecho, esto no ha sucedido, ya que a diferencia de Hitler
y Mussolini, Sadam Hussein no ha perdido el poder.
La o p o r t u n i d a d d e l a v ic t o r ia
538
mea, en la Guerra Civil norteamericana, en la I Guerra Mundial,
en la II Guerra Mundial, así como también en la Guerra de Corea,
la victoria ha recaído sobre los que poseían la mayor cuota de la
producción mundial. Y a la lista se le deben agregar guerras aún
más recientes com o la Guerra de las Malvinas, la Guerra del Golfo
y la Guerra de Kosovo. Todos estos resultados parecerían confir
mar la hipótesis formulada por Kennedy en The Great Powers. No
obstante, existen notorias excepciones a la regla: pensemos tan
s ó lo en el m odo en que Vietnam humilló a Francia, a Estados Uni
dos y a China, y en el percance que sufrió Rusia en Afganistán.
Durante gran parte del siglo x v i i i , la economía de Gran Bretaña
fue menor que la de Francia, su principal enemigo. Según cálculos
modernos, en 1788, el PIB francés doblaba el británico, y la pobla
ción francesa era tres veces mayor 39. Sin embargo, a pesar de haber
sido económicamente inferior, Gran Bretaña fue capaz de movili
zar una mayor cantidad de hombres y de naves a un coste relativa
mente inferior al de su rival40- Debido en parte a la superioridad de
las instituciones fiscales británicas, la proporción de barcos de gue
rra británicos en relación con los franceses ascendió de 1,3:1 en 1780
a 3,5:1 en 1810 41.
Y existen también ejemplos del siglo X IX . En 1866, la Confede
ración Germánica liderada por Austria contaba prácticamente con
el doble de hombres alistados que Prusia y su único aliado, Mec-
klemburgo, contaba además con más del doble de población y ha
bía gastado cuatro veces más en defensa. No obstante, ganó Prusia.
En ciertas ocasiones se ha atribuido la victoria a factores económi
cos: a la superioridad de los ferrocarriles de Prusia y a su mayor
producción de hierro y acero. Pero la realidad es que dichos fac
tores no desempeñaron papel alguno en la batalla de Kóniggrátz.
También en 1870 Francia aventajaba a Alemania en personal mili
tar, población y gasto de defensa. Y, sin embargo, Francia perdió.
Y en la Guerra Ruso-Japonesa, Rusia gozaba de una masiva ven
taja económica: doblaba el gasto militar de su enemigo, triplicaba
su población, cuadruplicaba prácticamente su consumo de ener
gía, contaba con un personal militar nueve veces y media mayor y
su producción de hierro y acero era treinta y dos veces mayor. Pero
venció Japón 42.
539
Tampoco debemos olvidar los grandes logros en destrucción y
conquista de las coaliciones dirigidas por Alemania durante las dos
guerras mundiales. Es cierto que Alemania y sus aliados perdieron
las guerras. Sin embargo, el nivel de destrucción que llegaron ai
causar sirve de saludable advertencia para recordarnos que la des»
ventaja económica puede compensarse con la capacidad militar y
una movilización eficiente. Afortunadamente, la victoria no cae dei
lado de los que causan el mayor número de bajas: en ambas gue*
rras, “el total neto de bajas” fue claramente desfavorable para los
aliados, y esto a pesar de que gozaban de una indiscutible superio-t
ridad económica.
A principios de la I Guerra Mundial, el diferencial en términos!
del PNB entre las potencias de la entente y las potencias centrales
fue, por lo menos, de un 60 por ciento. En términos de “potencial
industrial” — criterio de medida propuesto por Kennedy— el coefi
ciente de ventaja para la entente fue aproximadamente de 1,5 a
uno. En cuanto a la población, el coeficiente de ventaja fue un apa-*
búllante 4,5 a uno. Es más, el producto nacional neto de Alemania
disminuyó en la cuarta parte durante la guerra, mientras que las
economías de Gran Bretaña e Italia lograron un crecimiento real
del 10 por ciento entre 1914 y 1917, y la producción rusa subió en
un 20 por ciento en los tres años previos a 1916. Si bien el índice de
producción industrial refleja que la de Gran Bretaña sufrió una re
ducción del 13 por ciento, la caída para Alemania fue del 31 por
ciento, mientras que la producción de acero alemana descendió en
un 14 por ciento y la británica ascendió en un 25 por ciento. Entre
1914 y 1918, la producción de cereales alemana cayó catastrófica
mente a la mitad, al tiempo que en Gran Bretaña subió. En parte
esto se debió al impacto del bloqueo naval británico y a la interfe
rencia del comercio alemán con los países neutrales que redujeron
las importaciones alemanas (incluidas las de los fertilizantes) por
mucho más de lo que los submarinos alemanes lograron reducir
las británicas. Los alemanes perdieron también gran parte de su
marina mercante y de sus inversiones en el extranjero. Su falta de
acceso a la financiación exterior y la relativa debilidad de su merca
do interior de capitales hicieron que debieran depender más de la
monetización de la deuda estatal a corto plazo y que tuvieran una
540
expansión monetaria mayor que la de Gran Bretaña. Según estos
criterios, podría decirse que la derrota de las potencias centrales
era, económicamente, ineludible.
No obstante, los resultados de la I Guerra Mundial no fueron
tan claros. Alemania y sus aliados contaron con un 35 por ciento
más de bajas enemigas respecto a sus adversarios: el “total neto de
bajas” fue aproximadamente de 1,4 millones de hombres. Su supe
rioridad militar fue suficiente como para vencer a Serbia (en 1917),
a Rumania (en 1916), a Rusia (en 1917) y también prácticamente a
Italia. En 1917, el ejército francés estuvo a punto de amotinarse; y
los británicos se vieron forzados a recurrir a los norteamericanos
para conseguir apoyo económico y, en última instancia, apoyo mili
tar. En gran medida, ello se debió a la superioridad militar alemana,
que se fue erosionando lenta y dolorosamente; pero también al re
lativo éxito de la respuesta ante los nuevos retos organizativos de
la guerra total en el interior. La distribución del trabajo alemán
fue más eficaz que la de sus enemigos. Los británicos permitieron
que trabajadores cualificados vitales fueran al frente com o volunta
rios, y no contaron con el mismo porcentaje de mujeres trabajado
ras que Alemania. Además, los alemanes lograron disciplinar más
el trabajo: los salarios nunca subieron por encima de la producción
y se perdieron pocos días en huelgas. Por último, parecería que el
régimen imperial —a pesar de los fallos del káiser— mantuvo su
legitimidad ante los ojos de la mayoría de sus súbditos hasta bien
entrada la guerra. Sólo en agosto de 1918 se hizo evidente que Ale
mania no ganaría la guerra y que la moral del ejército alemán ha
bía comenzado a quebrantarse, cambio que se puso de manifies
to en el aumento en diez veces del número de enemigos tomados
como prisioneros por los británicos. Tuvieron que pasar tres meses
más para que la situación interna — tan destacada por los historia
dores como clave de la debilidad alemana— desembocase en una
revolución 43.
La II Guerra Mundial presenció un intento aún más evidente de
compensar la desventaja económica mediante la movilización. Si
bien el PNB conjunto de los países que pasarían a llamarse los alia
dos excedía, en 1919, al de las futuras potencias del Eje en un 40
por ciento, y su población era un 170 por ciento más grande, las po
541
tencias del Eje pudieron lograr una mayor expansión territorial que
la que habían logrado las potencias centrales en la I Guerra Mun
dial, mataron a muchos más soldados y civiles de los estados enemi
gos y resistieron la alianza militar enemiga por mucho más tiem
po. Esto puede explicarse sólo en parte en términos económicos. Si
bien es cierto que la economía alemana creció durante los años
de la guerra en lugar de contraerse, como había ocurrido a partir dé
1914, el fenómeno quedó más que compénsado por el crecimiento
de la economía norteamericana 44. Según cualquiera de los crite*
ríos de medida del armamento, la producción del Eje fue claraíí
mente superada por la de los aliados en proporciones que oscilabais!)
entre un 3 a 1 (fusiles y ametralladoras) y más de un 5 a 1 (morte*
ros y buques de guerra) 45. Como en la I Guerra Mundial, las fií
nanzas de guerra alemanas dependieron más que las británicas dé|
la monetización de la deuda a corto plazo, lo que trajo com o coníj
secuencia una mayor presión inflacionaria (mientras que la cir§
culación del efectivo subió 2,6 veces en Gran Bretaña durante lá¡
guerra, en Alemania se septuplicó) 46. La única razón por la qué'
el índice oficial alemán del coste de vida aumentó en una medida:
menor que el británico en 1944 se debió a la ejecución de severos^
controles de precios.
Pero a pesar de todo, las potencias del Eje eliminaron una pro»
porción del ejército contrario dos veces y media mayor a la perdi
da por ellos mismos: la suma total de bajas superaba los ocho millo-
nes. Si se incluyen las bajas civiles, la capacidad homicida del Eje se
vuelve aún más alarmante: el número de víctimas civiles del lado de
los aliados fue ocho veces mayor que el del Eje. El número total de
víctimas de parte de los aliados fue cinco veces mayor, lo que equiva
lía a una suma neta de bajas próxima a los 38 millones 47. De aquí
que Richard Overy observara lo siguiente: “Ningún ser humano ra
cional habría sido capaz de adivinar en 1942 el resultado de la gue
rra” 48. En esa época, las potencias del Eje, gracias a sus conquistas,
estaban prácticamente “en igualdad de condiciones” respecto al
PNB total del periodo de preguerra, y solamente en pequeña des
ventaja respecto a la población (era un diferencial de aproximada
mente el 20 por ciento a favor de los aliados, aunque éstos fueron
menos capaces de movilizar hombres en la periferia de sus territo-
542
,-íos) 49. Es cierto que los aliados controlaban mucha más superficie
terrestre (el coeficiente territorial era superior en seis a uno). Pero
en 1941 y 1942, y en el decisivo Frente del Este, los alemanes tuvie
ron una clara superioridad económica con respecto a los soviéti
cos. Tampoco existía a esta altura de la guerra una considerable
brecha a nivel tecnológico entre los países 50.
La fortaleza principal del Eje (con excepción de Italia) fue mi
litar: se trató de la habilidad de movilizar grandes cantidades de
hombres y de material antes que los enemigos y de sacar, luego, ple
na ventaja estratégica de su superioridad operativa y táctica. Las
tácticas de tropas de asalto, una coordinación más efectiva de la in
fantería, la artillería, los tanques y la fuerza aérea en las ofensivas,
una defensa en profundidad y una mayor flexibilidad de la cadena
de mando, fueron los medios más obvios gracias a los que las tropas
alemanas (y en menor medida, las japonesas) lograron vencer a
oponentes económicamente superiores durante las fases iniciales
de la guerra en Europa y Asia. Tampoco fueron únicamente los
varones quienes se movilizaron. La proporción de mujeres emplea
das por .Alemania y Japón durante la guerra fue mayor que la de
Gran Bretaña y Estados Unidos (en 1944, respectivamente, un 42 y
un 51 por ciento de mujeres, comparados con un 31 y 30 por ciento
de mujeres en el grupo de los aliados) 51. El contraste entre la
mayor eficiencia de la economía de guerra de Hitler respecto a la
de Hindenburg fue lo que permitió a Albert Speer — a pesar de los
disturbios por los bombardeos británicos y norteamericanos— au
mentar en 1944 el PIB real alemán en un 25 por ciento respecto
a 1938. Además, la legitimidad del Tercer Reich parece haber sido
más duradera que la del Segundo Reich, aunque todavía hoy se
discute en qué medida los alemanes fueron a luchar en 1944-1945
movidos por la coerción en lugar de la propaganda (o el entusiasmo
espontáneo). El aumento abrupto del uso de la pena capital duran
te los años posteriores a 1941 —las cortes civiles ordenaron unas
11.000 ejecuciones, mientras que las militares unas 20.000— parece
indicar que la coerción se convirtió en un factor importante tras el
fallido intento de vencer a la Unión Soviética, aunque cabe destacar
que gran cantidad de los ejecutados durante esa época fueron traba
jadores esclavos del extranjero en lugar de “alemanes corrientes” 52.
543
El desenvolvimiento militar de los regímenes totalitarios en la
II Guerra Mundial ofrece una clara evidencia de lo que puede lo
grarse mediante la movilización máxima de los recursos económi
cos, militares y culturales. El hecho de que el vencedor del Tercer
Reich en el crucial escenario de Europa del Este haya sido otro ré
gimen totalitario habla por sí mismo. Debemos admitir, sin embar
go, que a los soviéticos les hubiera sido mucho más difícil ganar
la guerra a la Alemania nazi en 1945 sin la contribución terrestre y
aérea de Gran Bretaña y Estados Unidos en Europa Occidental,
Pero tampoco hemos de olvidar que, entre 1942 y 1945, la ayuda
económica de Estados Unidos a la Unión Soviética representaba tan
sólo un 5,6 por ciento del producto material neto de los soviéticos 53'
En términos puramente económicos, las dos dictaduras eran basr
tan te parejas; en efecto, en cuanto al PIB, la Unión Soviética logró
victoriosamente recuperarse del 20 por ciento de desventaja que
tenía en 1942.
En otras palabras, parecería que en la guerra los regímenes auto?
cráticos disfrutan de mayores ventajas que las democracias liberales
puesto que, a corto plazo, consiguen reducir considerablemente
— si no eliminar totalmente— las desventajas económicas. Son ca*
paces de imponer mayores sacrificios sobre su población civil y mili?
tar. En última instancia, la brecha de recursos fue demasiado gran
de com o para que Alemania venciera en cualquiera de las dos
guerras (cabe aclarar que también falló la estrategia); pero ello
no debe restarle valor al m odo en que una implacable moviliza?
ción pudo disminuir tal brecha y hacer que la victoria fuera, al me?
nos, concebible.
¿U n a p az d e m o c r á t ic a ?
544
decidir si declarar o no la guerra, será bastante natural que mues
tren bastante indecisión”. Ello se debe a que la guerra “implicaría,
para ellos, cargar con sus miserias, como ir a luchar, financiar los
costes con sus propios recursos, remediar penosamente la conse
cuente devastación y... tener que encargarse de una serie de deudas
que amargarán los tiempos de paz y que nunca podrán saldarse de
bido a la constante amenaza de nuevas guerras”. Pero estos cálcu
los no le interesan al autócrata puesto que “el jefe del Estado no es
un conciudadano sino el propietario del Estado, y la guerra no lo
forzará a sacrificar en lo más mínimo sus banquetes, cazas, pala
cios de recreo y cortes” 54. Es cierto que Kant se encargó de desta
car que el argumento se aplicaba a las repúblicas y no a las demo
cracias 55. Pero los investigadores modernos han tendido a borrar
la distinción, al entender que las democracias “responden a la re
presentación” 56.
Existe una clara correlación entre democracia y coeficientes
de defensa/PIB: los estados menos democráticos tienden a gastar
mucho más en el ejército 57. Y también es cierto que cuando la uni
dad de análisis es la “diada” o par de países, hay menos probabilida
des de guerra, o de amenaza de guerra, entre dos estados democrá
ticos que entre una democracia y una autocracia 5S. Según esto
podría decirse que “si todos los países llegaran a democratizarse en
el futuro, habría pocas guerras” 59. Pero cuando analizamos los paí
ses separadamente, queda de manifiesto que las democracias tien
den a participar en guerras tanto como las autocracias. También hay
evidencia de que las autocracias, por lo general, evitan las guerras
entre sí tanto com o lo hacen las democracias entre ellas 60. Pero lo
más problemático para la teoría de la “paz democrática” es la evi
dencia de que durante la primera etapa de la democratización, los
países son excepcionalmente propensos a participar en guerras 61.
Esto puede explicarse, tal vez, por el hecho de que la democratiza
ción parecer estar asociada — como hemos visto en el capítulo pre
vio— a la escisión política. Una última, y tal vez fatal, dificultad para
la tesis de la “paz democrática” es la ausencia de una correlación
directa entre la democratización, cuantificada en el capítulo XII
(gráfico 40), y la frecuencia de las guerras, cuantificada en el capí
tulo XIII (gráfico 44).
545
LOS BENEFICIOS DEL MILITARISMO
Pero hay una última razón por la que podría afirmarse la impro
habilidad de que la agresión militar vaya a desaparecer en el futu
ro: a saber, que un gran gasto militar no necesariamente es, comd
sugiere Kennedy, económicamente perjudicial. En verdad, la ew
dencia empírica con la que contamos para apoyar la tesis es algo ini
suficiente.
En una nota a pie de página, Kennedy ofrece una definición máa
precisa de lo que entiende por gasto militar “excesivo”. “El registró
histórico”, afirma, “indica que si una nación en particular invierte ¡9
largo plazo más de un 10 por ciento (y en caso de que sea estructu*
raímente débil, más de un 5 por ciento) de su PNB en armamento
limitará probablemente su tasa de crecimiento” 62. Gran Breta-
ña, sin embargo, se convirtió en la “primera nación industrial”, con
un gasto de defensa que superaba dicho umbral: entre 1760i?
1810 promediaba el 11 por ciento de su renta nacional 63. Y lo qué
es más paradójico, com o admite el mismo Kennedy, es que el declP
ve económico y estratégico de Gran Bretaña se manifestó por pri»
mera vez al tiempo que su gasto de defensa era bastante bajo. En
efecto, la reprobación que hace de la estrategia británica de la pri*
mera mitad del siglo xx es algo contradictoria. Por un lado, critica
a los gobiernos de entreguerras por haber gastado demasiado poco
en defensa “y haber controlado la cuarta parte del planeta con sólo
un 9 o 10 por ciento de su capacidad industrial y ‘potencial béli
c o ” ’ 54. Por otro lado, ataca repetidamente lo que llama el “modo
británico de hacer la guerra”, que consiste en depender, en una gue
rra europea, “de operaciones coloniales, bloqueos marítimos e in
vasiones sobre las costas del enemigo” en lugar de “mantener tropas
en el continente”. “La estrategia de la invasión parecía más barata..;
pero habitualmente era poco eficaz y ocasionalmente terminaba
en desastres... El despliegue de ejércitos en el continente era más
costoso en términos de hombres y de dinero, pero... contribuía en
mayor medida a preservar el equilibrio europeo” 65. De esto no es
posible inferir cuál era, según Kennedy, la conducta que debieron
546
haber seguido los británicos: mientras que condena a algunos go
biernos por haber gastado mucho en defensa, reprueba a otros por
haber gastado demasiado poco.
Tampoco deja de tener importancia el hecho de que el gran boom
norteamericano del siglo xx (en cuanto al crecimiento del PNB
real) haya ocurrido durante la II Guerra Mundial y no en la tan alar
deada era de Clinton. Entre 1942 y 1945, la tasa de crecimiento
anual media estuvo en el 7,7 por ciento, superando exactamente
en dos puntos porcentuales a la del periodo 1995-1998. También es
sorprendente que los gastos de defensa norteamericanos hayan es
tado, anualmente, por encima del 5 por ciento del PNB desde 1942
hasta 1990, con la excepción de los años 1948 y 1976-1979 (si bien
permanecieron muy por debajo de ese máximo del 10 por ciento
asignado por Kennedy a los estados estructuralmente fuertes). En
el contexto de una perspectiva de largo alcance, parece haber una
correlación estadística — negativa o positiva— entre los gastos de
defensa como porcentaje del PIB y el crecimiento real, tanto para
Gran Bretaña como para Estados Unidos 66. Cabe destacar que en
el caso norteamericano la relación es muy ligeramente positiva.
Y que no existen correlaciones cuando se introducen desfases tem
porales de cinco o diez años.
Finalmente, un análisis comparativo de los presupuestos prome
dio de defensa y el crecimiento promedio de diferentes países, para
el periodo 1990-1997, revela tan sólo una ligera correlación negativa
entre ambos. Hemos de admitir que solamente cuatro de los 59 paí
ses analizados gastaron más de un 5 por ciento del PIB en defensa;
uno experimentó crecimiento negativo (Rusia) y otros dos tuvieron
un crecimiento inferior al medio. Israel, en particular, gastó un 9,7
por ciento de su PIB en defensa — cantidad que está por debajo del
umbral de Kennedy— , pero gozó de un crecimiento del 5,8 por
ciento (duplicando el crecimiento global medio) 67.
Después del colapso de la Unión Soviética, Kennedy modificó
levemente su posición. La cuestión, señalaba en Preparingfor the
Twenty-first Century (1993), no era “si el elevado gasto en defensa
causaba una ralentización del crecimiento económ ico”, sino cómo
estaba estructurada la economía. “Si [una] economía manifiesta
un rápido crecimiento”, decía Kennedy, “si posee una floreciente
547
base industrial, está a la cabeza de las nuevas tecnologías, invierte
fuertemente en investigación y desarrollo, sus cuentas corrientes...
están en equilibrio y no es un deudor internacional, entonces está
mucho mejor estructurada que cuando carece de dichas ventajas
para destinar un 3 o un 6 y hasta un 9 por ciento de su PNB a la de
fensa”. Kennedy reconocía que Estados Unidos no puntuaba nada
mal en estas categorías, pero agregaba que el índice más relevante
era el de la tasa de crecimiento que era lenta desde los años cin
cuenta y sesenta. Un gráfico muy vistoso comparaba su crecimiento
medio anual, superior al 4 por ciento en el decenio de 1960 con el
mísero -0,5 por ciento de 1991 68. Una actualización de los dan
tos demuestra, sin embargo, que el crecimiento medio anual del
PIB durante los años noventa fue del 3,3 por ciento, superando
tanto el de los años setenta (3,2 por ciento) como el de los ochenta
(2,8 por ciento) 69.
Pero la hipótesis de que la economía soviética se derrumbó en el
decenio de 1980 por el peso excesivo que causaron los gastos de de
fensa continúa siendo atractiva. Al menos superficialmente, parece
plausible que haya sido más bien la Unión Soviética —y no Estados
Unidos— la que sufrió la “sobreexpansión” de Kennedy. Como he
mos visto en el capítulo I, el gasto soviético en defensa como propor
ción de su PNB alcanzó, a mediados de los años ochenta, el 16 por
ciento, mientras que la cifra norteamericana era tan sólo del 6
por ciento. Se ha llegado a argumentar que el aumento de los gas*
tos norteamericanos de la defensa bajo el gobierno de Ronald Rea
gan llevaron a Occidente a la victoria en la Guerra Fría al hacer que
la Unión Soviética superara el umbral de gastos bélicos soportable.
De ser así, la política de Reagan produjo entonces enormes dividen
dos: llamarlos “dividendos de la paz” sería darles un nombre equivo
cado, ya que no fueron las palomas sino los halcones los que gana
ron. Un cálculo muy simple basta para ilustrar esta cuestión. Entre
1981 y 1989, durante los gobiernos de Reagan y Bush, el presupues
to anual medio de defensa norteamericano fue de unos 378.000
millones de dólares (ajustados a la inflación): 100.000 millones más
que el presupuesto anual de la época del presidente Cárter. Fue
este aumento el que produjo tanta ansiedad entre los críticos de Rea
gan y aquellos profetas del declive nacional. En los años noventa,
548
sin embargo, el gasto real en defensa descendió a tan sólo 270.000
millones de dólares (cifra de 1998), debido fundamentalmente al
colapso del Pacto de Varsovia y de la Unión Soviética. Si acaso este
ostentoso consumo del Pentágono contribuyó en algo a la crisis in
terior y exterior del régimen soviético, entonces el coste real de la
política de Reagan fue bastante más leve de lo que se afirmaba en
los años ochenta. De hecho, el cambio de política les costó a los nor
teamericanos unos 70.000 millones de dólares anuales, poco me
nos del 1 por ciento de su PNB 7o. No era demasiado, considerando
que se estaba pagando por la derrota de lo que en muchos sentidos
era, en palabras de Reagan, “el imperio del mal”.
Pero hay quienes sostienen que la Unión Soviética se derrumbó
por sus propias contradicciones internas y no por el gasto en defen
sa de Reagan. En efecto, la Iniciativa de Defensa Estratégica no tuvo
el papel tan fundamental que Reagan mismo llegó a adjudicarle 71.
La realidad fue que la economía planificada de los soviéticos había
sido el modelo adecuado para mantener una guerra convencional
a gran escala contra los alemanes en Europa del Este, pero el mo
delo equivocado para competir en una carrera armamentista con
Estados Unidos. Los soviéticos pudieron muy bien haber ganado
una guerra “caliente” tras haber establecido su superioridad en las
cabezas nucleares 72. Ya en la guerra con la Alemania nazi había
quedado demostrada la habilidad del régimen para soportar millo
nes de bajas civiles y militares; en el caso de una guerra “caliente”,
la Unión Soviética habría sido mucho menos susceptible que su ad
versario norteamericano a las presiones populares por la paz. La
muerte masiva de civiles habría constituido una nueva experiencia
para los norteamericanos, pero no para los rusos. Sin embargo la de
cisión de no arriesgarse a una guerra nuclear forzó a los soviéticos a
competir en una carrera armamentista sin fin. En este caso, la ven
taja no estaba del lado de los capaces de lograr el máximo posible
de movilización militar a corto plazo — elemento clave para alcan
zar la victoria en una guerra “caliente”— sino del lado de los que
eran capaces de pagar el armamento sin agotar a largo plazo el con
sumo y arruinar los niveles de vida de los civiles.
Desde 1950 hasta alrededor de 1974, la Unión Soviética contó
con tasas reales de crecimiento del PNB comparables a las de Esta
549
dos Unidos; a fines de los años cincuenta y sesenta, posiblemente
fueron hasta más elevadas. Pero a mediados del decenio de 1970, el
crecimiento soviético quedó rezagado. Como hemos visto, los ele'*
vados niveles absolutos de los gastos de defensa norteamericanos se
volvieron regularmente menos gravosos para Estados Unidos al at*»
mentar el crecimiento en el decenio de 1980. La carga de la deferí
sa soviética, en cambio, se volvió mucho más pesada, pues al tiempo
que se aceleraba la carrera armamentista, su economía planificada!
se estancaba. En otras palabras, entre 1980 y 1989, Estados Unidos
fue capaz de aumentar el gasto en defensa en términos reales en al*
rededor de un 50 por ciento, y el consumo por habitante durante'
el mismo periodo subió en más del 20 por ciento. Las cifras equival
lentes para la Unión Soviética fueron el 15 por ciento para el ga%
to en la defensa real y un mero 5 por ciento para el consumo potr
habitante. ¿Pero a qué se debió esto? En parte, a que en el sistema
soviético no podía haber otros aprovechamientos (spin-offs) de
I+D militar, porque no había transferencia de tecnología al sector«
privado; en realidad, el sector privado prácticamente no existía.
Cuando Mijaíl Gorbachov apostó por “reestructurar” la economía
con la esperanza de disminuir la brecha económica y tecnológica
entre Oriente y Occidente, inadvertidamente, hizo que se colap»
sara la producción de la economía planificada; por otra parte, la
“transparencia” política introducida en ese momento reveló que
el sistema había perdido legitimidad popular. En este sentido, los
presupuestos de defensa de Reagan fueron un síntoma de la supe
rioridad norteamericana y no la causa del colapso soviético. Esto
sugiere que un gasto militar elevado no es por sí mismo económica
mente perjudicial. En circunstancias adecuadas, el aumento del
gasto público en tecnología de defensa y destrucción puede coexis
tir con un consumo en ascenso: se trata de la mágica combinación
de cañones y mantequilla; o, siendo más preciso, de misiles y ham
burguesas.
Pero se le puede dar también una explicación fiscal a la divergen
cia entre los dos sistemas; divergencia bien alejada de la conver
gencia que profetizaran tantos comentaristas de la época. Volvien
do a un tema que hemos desarrollado en el capítulo IV, una de las
ventajas cruciales de Estados Unidos consistió en su habilidad para
550
financiar el creciente gasto en armamento con la venta de bonos al
público. La clara subida de la deuda federal bajo el gobierno de Rea
gan puede haber preocupado a los profetas de la “sobreexpansión”;
pero como modo de financiar el creciente gasto militar, dicho prés
tamo contribuyó a “suavizar los impuestos” y a minimizar, de este
modo, las distorsiones económicas. En efecto, Kennedy pasó por
alto la facilidad con la que Estados Unidos financió la creciente car-
g¡a de su deuda. En 1991, cuando la carga alcanzaba su máximo, los
pagos netos por intereses del gobierno norteamericano represen
taban tan sólo un nimio 2,2 por ciento del PIB. Los soviéticos, en
cambio, tras la suspensión de la venta interna de bonos de 1957,
debieron depender mucho más de medios que distorsionaban las
finanzas para cubrir el creciente presupuesto militar (de créditos
para las empresas estatales, por ejemplo, o de préstamos forzados
obtenidos de ahorradores corrientes); factores que, casi con certe
za, desempeñaron un papel importante en el declive de la produc
tividad de la economía. Cuando Moscú recurrió finalmente a los
mercados de capitales internacionales durante el gobierno de Gor
bachov, tuvo que pagar una prima de riesgo considerable (si bien,
como descubrieran más tarde los prestamistas a su pesar, la suma
no fue lo suficientemente elevada). Se puede establecer aquí un
buen paralelo con la victoria de Gran Bretaña sobre el Antiguo Ré
gimen francés del siglo x v i i i . En ambos casos, el Estado con el mer
cado de bonos más desarrollado era al que le cabía más en los bolsi
llos y, así, era capaz de financiar sus esfuerzos militares con un coste
económico relativamente menor 73.
El m o t iv o d e p r e c a u c ió n
551
una perspectiva “contrafactual” nos aproximará a una respuesta sa
tisfactoria. Dado que se ha comparado en el pasado la pax britanni-
ca con la pax americana, el Reino Unido y Estados Unidos constitui
rán el objetivo del análisis siguiente.
¿Fue el Imperio británico una “pérdida de dinero”, com o afir
maron en su momento y lo han seguido sosteniendo desde enton
ces los liberales más estrictos? Parecería que no. Hemos de conceder
que, en teoría, “los beneficios de los bloques comerciales imperia*
les eran soluciones subóptimas comparadas con el comercio interr
nacional abierto” 74; pero en la práctica, el “comercio internacional
abierto” no ha ocurrido de m odo natural. Se ha llegado a afirmar
que, a partir de 1846 — aparentemente no antes— , Gran Bretaña
pudo haber abandonado impunemente el Imperio y haber obteni
do un “dividendo por la descolonización” reflejado en un recorte
impositivo del 25 por ciento 75. Pero las amenazas de los rivales pro
teccionistas a la hegemonía británica fueron, en muchos sentidos*
mayores durante el siglo xix y principios del XX que en cualquier
otra época. Abandonar el control formal de las colonias británicas
habría conducido, posiblemente, al aumento de aranceles en los
mercados de las colonias contra las exportaciones británicas y, tal
vez, a otras formas de discriminación comercial. Esto no es algo me
ramente hipotético: queda de manifiesto en las políticas altamen
te proteccionistas que adoptaron tanto Estados Unidos com o India
tras haber asegurado su independencia, así com o en las políticas
proteccionistas adoptadas por Francia, Alemania y Rusia — sus riva
les imperiales— entre 1878 y 1914. El presupuesto militar británico
previo a la I Guerra Mundial puede, por tanto, ser visto como una
prima de riesgo notablemente baja contra el proteccionismo inter
nacional 76. Y el beneficio económico de poner en vigor el libre co
mercio pudo haber sido tan elevado como para alcanzar el 6,5 por
ciento de su PNB 77. (Otro m odo de analizar el problema es consi
derando los beneficios que Gran Bretaña obtuvo del Imperio du
rante el decenio de 1930, momento en que el mundo se volvió aún
más proteccionista: en esa época, la cuota de las exportaciones bri
tánicas que iban a la Commonwealth y a las colonias subió del 44,4
al 47,6 por ciento; y la proporción de importaciones provenientes
de allí subió del 30,2 al 39 por ciento 78). En todo caso, el coste por
552
defender el Imperio antes de 1914 fue relativamente bajo (véase el
capítulo I): como proporción del producto nacional neto, el presu
puesto de defensa británico fue, en 1913, de sólo un 3,2 por ciento,
menor que el de Rusia, Francia, Italia y Alemania 79.
Por otra parte, no es tan seguro que el coste de la I Guerra Mun
dial para Gran Bretaña estuviese justificado por la relativamente li
mitada amenaza que representaba en 1914 la agresión alemana en
el continente para los intereses británicos. El defecto crucial de la
política británica durante el decenio anterior a la I Guerra Mundial
radicó en que identificó una seria amenaza alemana al statu quo con
tinental pero no tuvo ninguna intención de prepararse para contro
lar esa amenaza mediante el único medio posible: la creación de
un ejército de tierra comparable al alemán. Al ir a la guerra antes
de que ese ejército estuviera listo, Gran Bretaña tuvo que pasar por
cuatro años extremadamente costosos para aprender, al tiempo
que luchaba, a hacer una guerra moderna terrestre 80. Una adop
ción más temprana del servicio militar obligatorio — que fue elimi
nada no por el coste, que era razonable, sino por la ideología libe
ral— pudo muy bien haber disuadido a los alemanes de arriesgarse
a entrar en guerra en 1914 81.
Los costes por la participación británica en la II Guerra Mun
dial, en cambio, precisan ser comparados con los costes hipotéticos
ocasionados por la derrota a manos alemanas, o por un compromiso
con la Alemania nazi. Considerando lo que sabemos sobre los pla
nes de dominación global de Hitler, es bastante improbable que a
Gran Bretaña le hubiera ido mejor buscando la paz en 1939 o 1940 82
Por otro lado, parecería que una reacción más belicosa y temprana
ante las demandas de Hitler de 1938 sobre el territorio checo, ha
bría sido una mejor estrategia que las garantías de última hora para
Polonia y los otros países de Europa del Este logradas en 1939 tras
la partición de Checoslovaquia. Ninguno de los argumentos expues
tos por los defensores de Chamberlain consiguen demostrar que la
contemporización fue la única vía política disponible para el gobier
no. Y los menos convincentes de todos son los que afirman que un
mayor gasto en defensa habría desestabilizado la economía, crean
do desempleo y otro tipo de problemas. Los riesgos de un suave au
mento inflacionario en 1937-1938 eran mínimos comparados con
553
los peligros de un completo aislamiento que podría haber ocasio
nado una eventual victoria nazi en el continente en 1939-1940. ‘Tra
tar de ganar tiempo” contra Hitler en 1938 fue el mayor error;
entre el pacto de Múnich y el estallido de la guerra, la posición de
Alemania se fortaleció tanto com o la de Gran Bretaña, y en algunos
sentidos (como la firma del pacto nazi-soviético) la superó.
La política exterior británica del siglo X X estuvo, por tanto, mai>
cada por una serie de graves fracasos en cuanto a la disuasión. Gran
Bretaña no logró convencer a Alemania y sus aliados de que era un
peligro excesivo hacer una guerra contra ella, ni en el decenio de
1910 ni en el de 1930. En otras palabras, la causa principal de los pro?
blemas de Gran Bretaña fue el encogimiento (understretch), el no
haber gastado lo suficiente com o para desalentar al agresor poten
cial, lo que condujo inexorablemente a entrar en una guerra a gran
escala mucho más costosa pocos años después. (Algo similar oci>
rrió con las islas Malvinas antes de la invasión argentina, aunque el
conflicto fue de menor magnitud). Podría decirse que Gran Breta
ña no habría caído tan rápidamente durante el siglo X X , de haber es*
tado dispuestos los gobiernos sucesivos a gastar más en la disuasión
de enemigos potenciales. Sólo después del debilitamiento produci
do por los costes de las dos guerras mundiales, los recortes en los
gastos militares y la descolonización se hicieron indispensables.
¿Pero tiene relevancia para Estados Unidos en la actualidad la
vulnerabilidad estratégica que experimentó Gran Bretaña por su
encogimiento? Indudablemente, existen diferencias fundamenta
les entre las dos potencias, muchas de las cuales fueron señaladas en
el capítulo IX. Gran Bretaña fue un exportador de capital; Estados
Unidos, en cambio, es un importador. Mientras que Gran Bretaña
“enviaba al mundo lo mejor de su crianza”, Estados Unidos absor
be inmigrantes.
Es verdaderamente improbable que algún estado contemple la
idea de atacar directamente a Estados Unidos en un futuro cerca
no, si bien una campaña terrorista contra las ciudades norteameri
canas es bastante concebible. Aun tras los grandes recortes en de
fensa, Estados Unidos continúa siendo la única superpotencia del
mundo, con una capacidad financiera y de tecnología militar ini
gualable. Su presupuesto de defensa es catorce veces mayor que el
554
¿le China y veintidós veces mayor que el de Rusia. Pero la cuestión
fundamental que hemos de considerar es si existe o no algún esta
do capaz de atacar a un aliado norteamericano — o de hacer uso de
la violencia contra cualquier lugar del mundo donde se juzgue que
entran enjuego los intereses norteamericanos— . En este contexto,
resulta significativo que mientras que Estados Unidos, Europa y los
países de la antigua Unión Soviética han venido desarmándose des
de mediados de los años ochenta, otras partes del mundo han esta
do rearmándose. Según el Instituto de Investigación para la Paz In
ternacional de Estocolmo, la exportación de armamento hacia el
noreste de Asia y Oriente Medio ha aumentado considerablemen
te desde 1994. Algunas potencias asiáticas poseen hoy capacidad
nuclear (China, India y Pakistán); Irán, por su parte, continúa re
sistiéndose a los esfuerzos internacionales por restringir su progra
ma de armas químicas y biológicas. El Pentágono calcula que en la
actualidad por lo menos veinte países poseen misiles balísticos de
corto o de medio alcance 83.
El cambio del equilibrio militar queda claramente ilustrado cuan
do comparamos los presupuestos militares del pasado decenio (véa
se cuadro 23). La diferencia entre el Este y el Oeste reflejada por el
cuadro merece considerarse con especial atención. Desde 1989,
Norteamérica, Europa y la antigua Unión Soviética han venido rea
lizando importantes recortes del gasto real: el presupuesto nortea
mericano ha descendido en una tercera parte, el de Gran Bretaña
en una cuarta parte y el de Rusia en más de un 90 por ciento. Entre
los países de América — incluidos los más pequeños que no apare
cen en el cuadro— sólo México y Brasil han aumentado el gasto
militar; y en Europa, lo han hecho únicamente Finlandia, Grecia y
Turquía. En Oriente Medio, en cambio, todos los estados, a excep
ción de Egipto (y Omán) han aumentado el gasto; Irán, en particu
lar, lo hizo en un 70 por ciento. Yla tendencia es aún más pronuncia
da en Asia, donde todas las grandes potencias dieron un empujón
considerable al presupuesto militar: China lo incrementó en un 70
por ciento y Singapur en más del 100 por ciento.
Pero de esto no debe deducirse que el aumento del gasto en de
fensa incrementa necesariamente e 1riesgo de guerra. Puede ocurrir
que dos adversarios potenciales aumenten sus respectivos presu-
5 55
CUADRO 23
L a s A méricas
Estados Unidos 373.618 251.836 -3 2 ,6
Canadá 10.965 6.999 - 3 6 ,2
Brasil 9.220 13.125 +42,4
Europa
Francia 52.099 45.978 -1 1 ,7
Alemania 53.840 38.878 -2 7 ,8
Grecia 5.001 6.211 +24,2
Italia 22.846 22.809 -0 ,2
Holanda 9.907 7.859 -2 0 ,7
Rusia 240.000 11.200 -9 5 ,3
España 10.164 8.241 -1 8 ,9
Suecia 5.345 5.337 -0 ,1
Turquía 4.552 7.920 +74,0
Reino Unido 42.645 32.320 -2 4 ,2
A sia
China 9.900 16.900 +70,7
Japón 47.409 51.285 +8,2
Corea del Sur 11.253 15.042 +33,7
Taiwan 8.886 10.620 +19,5
Australia 7.320 8.299 +13,4
India 7.756 9.842 +26,9
O riente M edio
Israel 7.515 8.540 +13,6
Arabia Saudí 14.912 17.142 +15,0
Fuente: SIPRI Yearbook, 1998 (muestra los países de los que hay cifras disponibles y que
cuentan con presupuestos superiores a los 5.000 millones de dólares).
556
que ha venido manifestándose desde 1989 en la mayoría de los paí
ses de la OTAN y del antiguo Pacto de Varsovia no ha ocurrido en
Asia. Es más, el cuadro representa solamente a los mayores inver
sores militares del mundo. Cuando el mismo cálculo se aplica a
los estados más pequeños emergen divergencias regionales bas
tante relevantes. En Africa, tanto Argelia com o Botsuana, Burundi
y Uganda han incrementado el gasto real en defensa, mientras que
Etiopía, Suráfrica y Zimbabue se sitúan entre los países que realiza
ron los mayores recortes. En Latinoamérica, mientras que Brasil y
M éx ico han aumentado el gasto, Chile y Argentina lo han reducido
en proporciones prácticamente equivalentes. Es fundamental recor
dar, además, que no contamos con cifras fiables correspondientes
a los estados más “canallas”: Libia, Irak, Serbia y Corea del Norte.
Ev a l u a n d o l o s c o ste s de K o s o v o
557
ron, en total, unos 24 millones de libras por la imprevista velocidad
con la que los refugiados regresaron a la región; los costes por re*
construir la provincia, estimados por la Unión Europea en unos
2.500 millones de libras 84 y los costes por ocuparla con un fuerte
ejército de 50.000 hombres durante un tiempo limitado, que sólo
para Gran Bretaña estuvieron entre los 10 y 15 millones de libra*
anuales. De esta última cifra, 4,8 millones de libras representan laf
contribución del Reino Unido a la misión internacional de Kosovd
(UMIK), cuyo presupuesto total estuvo en los 77 millones de li»
bras 85. Suponiendo que la fuerza tuviera que estar en Kosovo du
rante unos cinco años, ello haría que el valor total de la guerra alca®
zara los 7.700 millones de libras. Esto es mucho menos de lo que síás
gastó en la operación ‘Tormenta del desierto”, la cual sumó en total
unos 63.000 millones de libras, aunque hemos de admitir que dichaí:
guerra fue financiada por países no combatientes, como Japón y
Arabia Saudí, que estaban interesados en expulsar a Irak de Kuwaití
Tanto financiera como estratégicamente, la guerra de 1999 repre
sentó un retorno a la era de la diplomacia cañonera de bajo coste.
¿Pero qué se logró con esos 7.700 millones de libras? Según los
cálculos de la OTAN divulgados en septiembre de 1999,93 tanques^
153 transportes de personal armado, 339 vehículos militares dé
otras clases y unas 389 piezas de artillería y morteros recibieron im
pactos directos 86. Algunos de los periodistas que presenciaron la
retirada de los serbios estimaban que esto equivalía a poco más de
la tercera parte de sus fuerzas. Por otro lado, ningún militar de la
OTAN murió por la acción enemiga. Dos pilotos de helicópteros
norteamericanos perdieron la vida en un accidente de entrena
miento y tres imprudentes soldados estadounidenses se dejaron
capturar; pero aparte de esto, se trató probablemente del ejército
más seguro de la historia; de hecho, era más seguro que algunas es
cuelas secundarias de Estados Unidos. En comparación, el ejército
yugoslavo perdió, según la OTAN, unos 5.000 hombres y tuvo unos
10.000 heridos. Las cifras son estimaciones, pero aun suponiendo
que triplicaran la suma real de bajas, la OTAN fue por delante, ga
nando aunque fuera correcta la cifra oficial de víctimas serbia que
declaraba unas 576 bajas. Pero el problema principal de la campaña
aérea fue que se extendió a blancos civiles. Según la Economist In-
558
telligence Unit, el bombardeo de la OTAN causó posiblemente
unas 1.500 bajas civiles — mayormente serbios— , excluyendo a un
número considerable que murieron o quedaron mutilados des
pués de la guerra por las bombas que no explotaron en el momen
to del impacto. No estamos seguros del número de albanokosovares
que murieron por los serbios; el experto forense del Tribunal In
ternacional sugiere un total de unas 2.500 víctimas. Pero por alto
que sea el número, es injustificable que la cantidad de bajas civiles
por la OTAN estuviera tan cerca de esta cifra.
¿Qué determinó a Estados Unidos y a sus aliados a no usar fuer
zas terrestres que lucharan directamente contra el ejército y las
fuerzas especiales serbias en vez de bombardear a civiles? Es claro
que no era el coste financiero, que podría haber sido afrontado
con facilidad. Lo que reveló la guerra de Kosovo — o más bien, lo
que confirmó— es que al poder norteamericano no lo inhibe el
gasto de la intervención militar, sino la aversión pública al coste
humano.
Los ministros de Asuntos Exteriores británicos anteriores a 1914
declaraban con frecuencia que la “opinión pública” restringía su
espacio de maniobra; pero en la práctica, ésta no iba más allá de los
sentimientos de sobremesa de los miembros de los clubes de caba
lleros. El público más amplio, en el sentido moderno de “población
adulta”, tenía una influencia limitada y, en todo caso, podía verse
afectado tanto por el pacifismo com o por la patriotería. Aún hoy
— en parte por los treinta años de terrorismo irlandés y en parte
por la victoria en la Guerra de las Malvinas— , el electorado británi
co no rechaza completamente la acción militar aun cuando puedan
darse víctimas de forma prolongada. El pueblo ruso también ha
demostrado estar dispuesto a tolerar algunas bajas militares en su
guerra contra Chechenia, con la condición, naturalmente, de que
los rusos lleven la ventaja. A diferencia de esto, y en gran medida
debido al recuerdo amargo de Vietnam, muchos norteamericanos
no están dispuestos en la actualidad a que alguno de sus hombres
pierda la vida en una guerra extranjera, más allá de lo noble que
pueda ser la causa. En 1993, durante la crisis de Somalia, el presi
dente Clinton le decía a su portavoz ante la prensa George Stepha-
nopoulos, lo siguiente: “En la actualidad, el norteamericano medio
559
no encuentra que nuestros intereses se vean tan amenazados como
para que debamos sacrificar la vida de algún compatriota” 87. “Cui
damos de nuestra propia gente”, fue lo que respondió públicamen?
te ante la noticia de que tres soldados rasos norteamericanos ha?
bían sido capturados por los serbios en Kosovo 88. Pocos fueron los
políticos que, durante la guerra de Kosovo, tuvieron la franqueza
del veterano de Vietnam y senador republicano John McCain, al haT
blar de las consecuencias que habría traído una guerra terrestre en
los Balcanes; no obstante, muchos compartieron, privadamente*'
sus temores imaginando cargamentos aéreos colmados de restos
humanos y el colapso de la valoración en las encuestas. Parecería^:
que para las democracias del siglo xxi las bajas militares son inali
ceptables. El bombardeo de civiles serbios desde una elevada alti
tud fue la estrategia que se adoptó para minimizar los riesgos a lofí
que podían enfrentarse los soldados estadounidenses 89.
En parte debido a esto, la estrategia norteamericana en Kosovo
fue decepcionante. No fueron las operaciones aéreas las que per?
suadieron a los serbios a retirarse de la provincia. Tampoco la deci
sión rusa de quitarle su apoyo diplomático inicial al gobierno de
Milosevic. Un factor clave fue el ininterrumpido aumento de tro»
pas de la OTAN en las fronteras de Kosovo. Sin una invasión terres
tre posterior al bombardeo es poco probable que los serbios se hUt
bieran retirado; es más, sin esas fuerzas no podría haber habido
conversaciones serias sobre el protectorado de la OTAN tras la reti
rada serbia. Pero si Milosevic hubiera decidido no retirar sus fuer
zas, es dudoso que el presidente Clinton hubiera autorizado una
invasión que, con seguridad, habría supuesto algunas bajas nortea
mericanas. Aun del m odo en que ocurrió, el apoyo público a nue
vos bombardeos ya había descendido por debajo del 50 por ciento
durante la última semana de la operación 90.
El resultado de la guerra de Kosovo no puede describirse com o
una inequívoca victoria de la OTAN. Según los términos del “acuer
do técnico militar” que puso fin a la guerra, los serbios lograron
ciertas mejoras frente a las propuestas de Rambouillet, que, origina
riamente, habían constituido el casus beüi. El control de las fuerzas
internacionales en Kosovo quedaba a cargo del Consejo de Seguri
dad de Naciones Unidas, el plan de un referéndum en tres años
560
dentro de la provincia se había eliminado y, a diferencia de Ram-
bouillet, el Ejército de Liberación de Kosovo estaba excluido de las
negociaciones y debía desarmarse 91. Es indudable que Milosevic
esp eraba algo más del ambiguo apoyo que le habían brindado los
rusos. Muy posiblemente, al aceptar retirar las fuerzas contaba con
que los rusos ganarían control sobre el noreste de Kosovo, lo que
convertiría a la región en un enclave serbio 92. Pero después de un
año y medio de los ataques aéreos, y a pesar de la caída de Milosevic,
el futuro de Kosovo era incierto; Sadam Hussein, por su parte, per
manecía todavía en el gobierno un decenio después de la Guerra
del Golfo. Todo esto sugiere que esta política de intervenciones
“quirúrgicas” con “tácticas de escape” precipitadas ataca los sínto
mas en lugar de atacar las enfermedades que los causan.
1A DEFENSA DE LA AMPLIACIÓN
561
Durante el periodo de la posguerra, nosotros [Estados Unidos]
concebimos algo “bastante semejante” a un imperio, que proporcio
naba un apoyo de “paz y prosperidad”, y para lo que precisábamos de
un ordenamiento territorial equivalente de modo que pudiera surgir
con éxito del desorden existente... Después de 1945, ni la sociedad ci
vil ni los mercados eran capaces por sí solos de asegurar la estabilidad
de las sociedades democráticas de Occidente. Tampoco lograban ha*
cerlo las naciones-estado independientes 94.
562
mismo m odo que el libre cambio, la democracia y el capitalismo no
ocurren de manera natural y que precisan sólidas bases institucio
nales de ley y de orden. La función adecuada de unos Estados Uni
dos imperiales sería la de establecer dichas instituciones allí donde
no existen, y de ser necesario — como ocurrió en Alemania yJapón
en 1945— de hacerlo mediante la fuerza militar. No hay argumen
tos económicos en contra de esta política, debido a que el coste no
es prohibitivo. Aun si la tesis de Kennedy fuera correcta, imponer
la democracia en los estados “canallas” del mundo no incrementa
ría el presupuesto norteamericano de defensa muy por encima
del 5 por ciento del PIB. Y también existe un argumento económico
que apoyaría la tesis: establecer el imperio de la ley en países como
Irak reportaría dividendos a largo plazo, ya que su comercio revivi
ría y se expandiría.
Pero hay tres razones por las que esto no ocurrirá: la turbación
ideológica que produce ser visto com o el que maneja el poder im
perial; una noción exagerada acerca de la posible respuesta de Chi
na y Rusia; y un temor pusilánime a las bajas militares 97. Tal vez, la
mayor desilusión a la que tendrá que enfrentarse el mundo en el si
glo xxi sea que los líderes del único estado que cuenta con los re
cursos suficientes para hacer del mundo un lugar mejor carezcan
de agallas para emplearlos.
5 63
C o n c l u s io n
566
privado— puede, por tanto, constituir un factor tan importante
como el de la calidad de la organización militar.
Este libro se ha ocupado de destacar la importancia que tienen
cuatro instituciones como bases de la fortaleza financiera: la buro
cracia recaudadora de impuestos; el Parlamento representativo; la
deuda nacional; y el banco central. Estas constituían lo que denomi
n am os en la Introducción el “cuadrado del poder”. La primera y se
gunda secciones del libro sugerían que Gran Bretaña había sido la
primera potencia en desarrollarlas durante el siglo xvill y que segui
damente, habían sido adoptadas por todas las potencias de Occi
dente, incluyendo a Estados Unidos. La guerra constituía la fuerza
motora de la innovación institucional. Y las fluctuaciones imprevisi
bles ocasionadas por el gasto militar habían forzado a los estados a
desarrollar fuentes más elásticas de ingreso. En el campo de la tribu
tación, ya era imposible depender exclusivamente de los impuestos
indirectos. Para asegurarse una recaudación adecuada proveniente
de los impuestos directos, las asambleas representativas resultaban
ser ventajosas: quedó demostrado que tal tipo de institución era muy
superior (menos costosa) al sistema de recaudación impositiva utili
zado en Francia durante el Antiguo Régimen.
Pero la tributación por sí misma no era suficiente. Con el fin de
suavizar los costes de las guerras — de distribuir el gasto durante la
época de paz— se hacía necesario establecer un sistema sólido de
préstamo estatal. Las deudas públicas originadas en Italia durante
la Edad Media parecían ser la solución. Como sugerimos en el capí
tulo IV, lo fundamental no era el tamaño absoluto ni relativo de la
deuda sino el coste presente (y futuro) del servicio de la deuda en
relación con los ingresos provenientes de la tributación. Un estado
como Gran Bretaña durante la era hannoveriana podía arreglárselas
con ima gran deuda nacional, con la condición de que se mantu
vieran bajos los intereses. Los capítulos V y VI han considerado las
razones de los diferenciales en tales tipos de interés, y demostrado
que no sólo la experiencia pasada sino también los temores a futu
ros incumplimientos o inflaciones tendían a disparar los rendimien
tos de los bonos estatales causando, asimismo, el aumento del coste
del nuevo préstamo. Ante la falta de indicadores financieros moder
nos, los inversores tendían a inferir los riesgos de incumplimien
567
to o de depreciación de la divisa de acontecimientos políticos tales
com o las guerras o las revoluciones. Y existía también cierto “efecto
recíproco”, ya que el aumento de los rendimientos podía aumen
tar las posibilidades de crisis políticas, al reducirle al Estado espacio
fiscal de maniobra.
La clave para comprender si estas instituciones funcionan ade»
cuadamente radica en analizar la amplia gama de resultados socia*
les que pueden producir; éste ha sido el tema del capítulo VII. E¡|
diagrama de Venn que aparece a continuación (gráfico 45) no|
brinda el ejemplo de un estado donde el electorado se ha expandí»
do al máximo (cuenta con sufragio universal); la mayoría — aum
que no la totalidad— de los votantes son contribuyentes (contribi*
yentes de impuestos directos); existe una categoría de pensionista^
relativamente amplia (que incluye a los destinatarios de todo tip$
de transferencias, incluidos los intereses de la deuda) y un grupa*
relativamente pequeño de empleados estatales (tanto personal
litar com o civil). Esta es sólo una de las infinitas combinaciones po
sibles. Si quisiéramos, por ejemplo, elaborar un modelo análogo
que reflejara el antiguo sistema soviético, el círculo de votantes re?
sultaría ínfimo (sería de hecho el Politburó), mientras que el círcu*
lo de empleados estatales sería inmenso. Imaginar que existe urt
único equilibrio óptimo de las cuatro instituciones sería errón eo;
no es difícil, sin embargo, pensar en ejemplos de desequilibrios in
sostenibles; por ejemplo, una situación en la que el número de conf
tribuyentes impositivos sea pequeño en relación con la cantidad
de pensionistas y de empleados estatales.
En aquellos sistemas democráticos donde el círculo de votantes
es el más grande de todos, los políticos han encontrado tentador
valerse de las instituciones financieras para aumentar sus oportuni
dades de reelección. El capítulo VIII ha mostrado cóm o los cálcu
los de tipos impositivos, el empleo gubernamental (en especial, de
la nómina del sector público), el aumento del préstamo y los tipos
de interés e inflación estuvieron dominados por la búsqueda de po
pularidad. Sin embargo, este “ciclo de negocios político” tuvo una
duración relativamente breve, entre otras cosas, porque a diferen
cia de lo que indicaba la teoría, los votantes no reaccionaron de
modo pavloviano al factor “bienestar”. En Gran Bretaña, por ejem-
568
pío, los años ochenta presenciaron la ruptura gradual de las su
puestas relaciones deterministas entre los principales indicadores
económicos y la popularidad gubernamental.
En la actualidad, los gobiernos democráticos tienden a buscar la
reelección mediante la propaganda, creando la percepción de pros
peridad, en lugar de la prosperidad misma. Pero esto tiene también
consecuencias financieras. Debido a la disminución de la afiliación
y a los crecientes gastos de la campaña electoral, los partidos políti
cos en la actualidad se encuentran en una situación peligrosamen
te débil, se los estigmatiza por depender demasiado de donantes ri
cos y, en otro sentido, se corrompen si dependen de la financiación
estatal. Ésta es una de las formas en que la relación entre el capita
lismo y la democracia puede ser discordante.
La cuarta y última sección del libro ha aplicado el modelo del
“cuadrado del poder” a nivel global. En muchos sentidos, la globa-
lización de las instituciones financieras anglo-norteamericanas y la
liberalización del comercio ocurridas desde los años ochenta mar
can un retorno al mundo anterior a 1914. Los periodos previo y pos
terior a la era de la guerra total tienen mucho en común, aunque
manifiestan también algunas diferencias. Hay, por ejemplo, menor
movilidad laboral que en el siglo xix, lo que constituye una de las
razones por las que la globalización financiera produce menos
convergencia en la renta de los países que cien años atrás. La movi
lidad internacional de los capitales puede producir burbujas en al
gunos de los mercados de activos al tiempo que otros languidecen:
también hay polarización en la distribución del capital entre los
mercados de valores. Y el mundo actual tampoco ha desarrollado
un sistema de “arquitectura” monetaria internacional semejante al
del patrón oro que se estableció alrededor de 1870. El experimen
to con una moneda única europea parece nadar en contra de una
corriente que se caracteriza por la fragmentación monetaria. El ca
pítulo XI ha sugerido también que la UME podía generar conflic
tos de intereses entre los estados miembros debido a los diferentes
desequilibrios generacionales de sus sistemas fiscales, los cuales per
manecen bajo el control de los gobiernos nacionales.
¿Pero supone la globalización económica la globalización de la
democracia? La respuesta del capítulo XII ha sido escéptica: el cre
569
cimiento económico y la democratización política parecen depen
der más de la existencia de la educación, del imperio de la ley y de
la estabilidad financiera que de una relación entre sí. Además, con
frecuencia se ha asociado la democratización con la fragmentación
de los estados multiétnicos. El capítulo XIII ha sugerido que la frag
mentación política característica de los últimos cincuenta años no
necesariamente tiene implicaciones económicas positivas. Y tampo
co hay razones com o para suponer que las instituciones supranar
cionales del siglo xxi serán más poderosas que las del siglo xx. En
términos puramente económicos, las instituciones supranaciona-
les — como Naciones Unidas o el Fondo Monetario Internacional-—>
no están en una posición mucho más ventajosa que sus precursores!
de entreguerras.
En el último capítulo se ha afirmado que la gran diferencia en
tre el pasado y el presente es la ausencia de una auténtica potencial
hegemónica mundial, es decir, de una potencia imperial. Comd
democracia importadora de capitales que ha disfrutado desde el
fin de la Guerra Fría de considerables “dividendos de la paz”, Esta»
dos Unidos no tiene la voluntad de ejercer el papel de policía de+
sempeñado por el Reino Unido durante el siglo anterior, y esto a
pesar de que cuenta con medios económicos suficientes como para
hacerlo. Pero la experiencia británica ilustra claramente los peli
gros del encogimiento. En efecto, lo que debilitó el poder británi*
co no fue el coste excesivo del Imperio sino más bien el fracaso eri
prepararse adecuadamente para proteger dicho imperio. Los dos
estados que significaron una verdadera amenaza para el poder bri
tánico durante el siglo x x —Alemania y Japón— no fueron sus pa
res a nivel institucional. En ambas guerras mundiales, la estructura
financiera de Alemania demostró ser incapaz de sustentar los pro
yectos militares emprendidos por sus líderes, cayendo en dos oca
siones en la hiperinflación. Pero su actuación militar demuestra,
por otro lado, el daño que puede ocasionar un régimen basado en
la movilización autoritaria a los estados democráticos que no estén
lo suficientemente preparados. Con esto no pretendemos afirmar
que Estados Unidos tendrá que enfrentarse a una amenaza de tal
envergadura en un futuro próximo, sino abogar por el reforzamien
to preventivo del poder norteamericano para que imponga la de-
570
niocracia y la economía de mercado en los estados “canallas” mien
tras ello sea posible.
¿Pero qué es el poder? Desde ya, es imposible dar una respuesta
puramente materialista a la pregunta de Tolstói. A ojos de los ciu
dadanos, la legitimidad de un estado está tan poco determinada
por el impuesto sobre la renta, el derecho de voto, el interés o la in
flación, com o lo está por la ración de mantequilla. El m odelo ins
titucional que he tratado de construir constituye simplemente el
contexto en el que la gente a nivel individual o colectivamente cons
truye su pensamiento. Más allá de la eficiencia del sistema imposi
tivo, de la representatividad del Parlamento, de la liquidez del
mercado de bonos o del modo en que se administra la moneda, la
legitimidad del Estado está, en última instancia, vinculada a entida
des tan intangibles como la tradición (la memoria de los beneficios
pasados), el carisma (el atractivo de los líderes actuales), las creen
cias populares (la fe en las recompensas futuras, ya sean materiales
o espirituales) y la propaganda (el uso que el Estado da a los medios
disponibles para reforzar todos estos elementos). Si bien Carlyle te
mía que la modernidad convirtiera todas las relaciones humanas
en relaciones económicas, el verdadero homo economicus —el que as
pira constantemente a maximizar su utilidad en toda transacción—
571
es una rareza, y para la mayoría de nosotros tiene un carácter mons
truoso. Día a día, hombres y mujeres subordinan su propio interés
económico a algún otro motivo, ya sea al deseo de jugar, de descan
sar, de copular o de destruir.
En este sentido, el nexo del dinero no es más que uno de los mu»
chos lazos de la larga y confusa cadena de la motivación humana;
Después de todo, el verdadero final de Guerra y paz no es el segundó
epílogo sino el primero. En el segundo, Tolstói filosofa en círculos y
no logra responder a su pregunta sobre el poder, al dejarse lleva?
por un elaborado argumento acerca de la naturaleza ilusoria del li»
bre albedrío. Pero en el primer epílogo vemos a Pierre y a Natashaj
al antihéroe y a la heroína, unidos al fin en un ambiente de felicif
dad doméstica. Pierre, es cierto, mantenía aún sus sueños. Pero Id
más llamativo de su última idea — la de “que estaba llamado a imt
primir una nueva dirección a toda la sociedad rusa y al Universc?
entero”— es la ingenuidad:
572
des fundamentales que caracterizaban a las instituciones del régi-
rnen imperial.
Hasta tanto no comprendamos los mecanismos del poder — en
este caso, la dependencia del régimen de Napoleón del saqueo de
los territorios ocupados, su naturaleza no democrática, su superfi
cial mercado de bonos y su crudo mercantilismo monetario— no
podremos comenzar a descifrar sus resultados. En este sentido, si
bien el nexo del dinero no nos brinda una explicación suficiente del
mundo moderno, nos otorga, al menos, una explicación necesaria.
573
A p é n d ic e s
i,
las muertes en el campo de batalla de las guerras mundiales, que eran demasiado pequeños. Las cifras de la población mundial utilizadas para calcular la
Fuentes: Levy, War, cuadro 4.1. He sumado sus datos para la Guerra de los Treinta Años, que él subdividió en tres. También he corregido sus totales para
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Gobierno R 2 ajustada
1951-1964 0,17
1964-1970 0,43
1970-1974 0,23
1974-1979 0,34
1979-1991 0,38
1992-1997 0,60
1997-2000 0,37
B ¿Significativa?
1951-1964 Desempleo 4 ,8 3 S
IPC -0,52 S
Tipos de interés -0,89 s
578
(b) Regresión desglosada entre 1951-1964y 1997-2000
B ¿Significativa?
Fuentes: Butler y Butler: British Political Facts; Instituto de Estadística británico: Monthly
Digest of Statistics; HerMajesty's Stationery Office: Boletín oficial del ministerio de trabajo
británico; Instituto de Estadística británico: Retail Pnces 1914-1990. Los datos más
recientes provienen de las siguientes páginas web: Banco de Inglaterra, Tesorería de
S. M. y statistics.gov.uk, excepto los correspondientes al sondeo de opinión Gallup,
que se publicó en el Daily Telegraph.
Explicación de los indicadores utilizados en los análisis:
Gubernamental: porcentaje de ciudadanos encuestados que votarían por el partido
en el gobierno si se celebraran elecciones inmediatamente, menos el porcentaje de
los que votarían por el principal partido de la oposición. IPC: índice de precios al
consumo; porcentaje de variación respecto del año anterior. Al enumerar las cifras
de desempleo (que a partir de 1971 se calculan basándose en las de demandantes de
empleo registrados) se ha prescindido de ajustes estacionales. Tipos de interés: tipos
de interés del Banco de Inglaterra al final del último ejercicio. Estadística B: el
incremento de un punto en la variable corresponde a un ascenso o descenso
porcentual B de la popularidad del gobierno. Significativa o no: S, si las posibilidades
de que esta relación sea atribuible al azar superan el 5 por ciento; N, en caso
contrario.
579
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Fuentes: Financial Times, 28 de enero de 2000; Bank for International Settlements, informe anual correspondiente a 1999, tabla VII.4.
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C. M ercado
580
D. G r a v á m e n e s d e d e u d a p ú b l i c a e n 1887-1888
Dmdaf Deuda/ Deuda/ Deuda/
ingresos ingresos exportaciones exportaciones
(nominales) netos (nominales) netas
(ajustados) (ajustadas)
Sudamérica británica
(posesiones adán ticas) 1,2 0,3
7,2 2,7 _
América del Norte británica
Indias occidentales británicas 1,6 — 0,4 —
Gibraltar 0,3 — — —
581
D. G r a v á m e n e s d e d e u d a p ú b l i c a e n 1887-1888
D euda/ Deuda/ Deuda/ D euda/
ingresos ingresos exportaciones exportaciones
(nominales) netos (nominales) netas
(ajustados) (ajustadas)
582
E In d ic a d o r e s s o c i o e c o n ó m i c o s e n r e l a c i ó n c o n l a c r is is d e l a
Democracias
“Dictaduras”
Austria 16 32,1 0,4 12,9 -2 2 ,5
583
1\ U 1A5
In t r o d u c c ió n :
585
20 Barro, Determinants ofEconomic Growth, pág. 1.
21 Friedman, Other Times, OtherPlaces, págs. 2, 29. Véanse también págs,
54, 86.
22Joli, Europe since 1870, pág. 357.
23Norpoth, “The Economy”, pág. 317.
24Kennedy, The Bise and Fall of the Great Powers, pág. 567.
25 Ibid., págs. 696 y ss.
26 Una vision escéptica sobre el tema aparece en Almond, “1989, siq
Gorbachov”.
27 Fukuyama, The Great Disruption, pág. 282.
28 Para consultar una útil introducción, véase Haigh, Taking Chances.
29 Pinker, How the Mind Works, pág. 395.
30 Bernstein, Against the Gods, págs. 272 y ss.
31 Spurling, La Grande Thérèse, pág. 89.
32 Dawkins, The Selfish Gene.
33 Freud, Civilisation, War and Death.
34Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo.
35 offer, “Between the Gift and the Market”.
36Véase, en relación con este tema, Neal, “A Shocking View of Econo*
mic History”, pág. 332.
37 Dostoievski, Apuntes del subsuelo.
38 Véase particularmente North, Institutions, Institutional Change, an4
Economic Performance.
39 Carlyle, On History, pág. 95.
40 Ferguson, Introduction: Towards a “Chaotic” Theory of the Past. Cf. Sher-
mer, ExorcisingLaplace’s Demon.
41 “Thoughts on the Late Transactions Respecting Falkland’s Islands”
(1771), citado en Black, Foreign and Defence Policies, pág. 290.
P r im e r a s e c c ió n
G asto y t r ib u t a c ió n
C a p ít u l o i
E m e r g e n c ia y d e c liv e d e l e s t a d o d e g u e r r a
586
2 Goldsmith, Premodern Finanüal Systems, pág. 33.
3Citado en Parker, “Emergence o f Modern Finance”, pág. 527.
4 Citado en Luard, War in International Society, pág. 240.
5 Ibid., pág. 239.
6 Ibid., pág. 248.
7Véase, por ejemplo: “Una de las pocas constantes de la historia es que
la escala del compromiso con el gasto militar ha ido siempre en aumen
to”: Mathias, The First Industrial Nation, pág. 44; en palabras de Paul Ken
nedy: “El coste de una guerra del siglo xvi podría estimarse en millones
de libras; a fines del siglo xvii había aumentado a decenas de millones de
libras; y a fines de las Guerras Napoleónicas los gastos de los combatientes
principales llegaban en ocasiones a los cien millones de libras anuales”:
Kennedy, The Rise andFall of the Great Powers, pág. 99.
8Sorokin, Social and CulturalDynamics, vol. m.
9Wright, Study of War.
10Richardson, Statistics ofDeadly Quarrels.
11 Luard, op. dt., apéndice.
12 Base de datos “Correlates of War”, (www.umich.edu/cowproj). La
base de datos ofrece distintas cifras en relación con el total de la pobla
ción, la población urbana, la producción de hierro y acero, el consumo
de energía, el personal militar y el gasto militar. Es posible también en
contrar las primeras bases de datos del proyecto en Singer y Small, The
Wages of War y Resort to Arms.
13Levy, War en the Modem Power System. La definición de Levy de lo que
era una “gran potencia” es algo subjetiva; sin embargo, su análisis no deja
de ser útil.
14 Luard, op. cit. Si bien todas las guerras que aparecen en la lista del
apéndice de Luard suman un total de 1.021, los subtotales que aparecen
en el cuerpo del texto arrojan una cifra diferente. Las razones de esto no
quedan completamente claras.
15Levy, op. cit., págs. 97-99.
16Wallensteen y Sollenberg, “An Armed Conflict...”.
17 Sollenberg, Wallensteen yjato, “Major Armed Conflicts”. Cf. TheFi
nancial Times, 15 de junio de 2000.
18Véase Brogan, World Conflicts, apéndice 1.
19 Véase, por ejemplo, Hinsley, Power and the Pursuit of Peace, págs.
278 y ss.
587
20Levy, op. át., pág. 139. Cf. págs. 129-131.
21 Calculado a partir de los datos de Luard, op. cit., apéndice.
22El Imperio otomano está en sexto lugar (33) y sigue Rusia (28), Ita
lia (cualquiera de los estados italianos: 22) y Alemania (cualquiera de los
estados alemanes: 18).
23Bond, Victiman Military Campaigns, págs. 309-311.
24 “Sólo una de las guerras del periodo post-Viena duró más de sieté
años, mientras que en las guerras del periodo pre-Viena hubo aproximar
damente veinte guerras que tuvieron dicha duración”: véase Levy, op. cit.^
págs. 116-129.
25 “Durante la Guerra de los Siete Años... hubo 17 países beligerantes)!;
111 batallas... Los números de la I Guerra Mundial fueron 38 y 615”?'
Hinsley, op. c i t págs. 278 y ss.
26 Luard, op. cit., págs. 54 y ss. Luard identifica 30 “Guerras de Inde
pendencia” (si bien en su apéndice aparecen sólo 28), 20 de las cuales
fueron sofocadas. También identifica 18 casos de “Intervención externa
en guerras civiles en Europa”, mas las intenciones detrás de dichas inter
venciones eran variadas. En 7 casos, la intervención estuvo del lado de los
rebeldes, comparada con otras 10 que apoyaron los gobiernos. En totalj
9 de las revoluciones liberales fueron sofocadas.
2 7 Ibid., págs. 52-61.
28 Cifras de Kennedy, op. cit., págs. 71, 128; McNeill, The Pursuit oj
Power, pág. 107; Mann, The Sources of Social Power, vol. n, pág. 393, cuadros
A l, A4.
29McNeill, op. cit., págs. 120-143.
30Kórner, “Expendíture”, pág. 408.
31 McNeill, op. át., págs. 120-143.
32Ibid., págs. 161 y ss.
33Ibid., págs. 178 y ss.
34Ibid., págs. 228 y ss., 273 n.
35Ibid., pág. 350.
36Ibid., págs. 357 y ss.
37Ibid., págs. 362-372.
38Kaldor, BaroqueArsenal, citado en Kennedy, op. cit., pág. 570.
39Kennedy, op. át., págs. 570 y ss.
40 Ibid., pág. 623.
41Ibid., págs. 674 y ss.
588
42Ibid., pág. 572.
43 Estas cifras resultan de deflacionar el gasto nominal en defensa se
gún el índice de precios al consumo (IPC) y de dividir esa cifra por el ta
maño de las fuerzas armadas. Por cierto, el IPC no constituye el deflac-
tor ideal del presupuesto de defensa; por eso, las cifras necesariamente
son aproximadas. Sin embargo, la tendencia a largo plazo queda bastan
te clara.
44 Overy, The Times Atlas of the Twentieth Century, págs. 102-105; Harri
son, “The Economics of World War II: An Overview”, págs. 3 y ss., 7 y ss., y
Soviet Union, pág. 291.
45Porcentajes calculados a partir de las cifras de Winter, The Great War
and the British People, pág. 75.
46 Porcentajes calculados a partir de las cifras de Timechart Company,
Timechart of Military History, págs. 112-127; Perrett (ed.), The Battle Book.
47 Erickson, “Red Army Battlefield Performance”, pág. 245. Cf. Bee-
vor, Stalingrad.
48 TheDaily Telegraph, 15 de marzo de 2000; 13 de abril de 2000.
49Fieldhouse, “Nuclear Weapons Developments”, págs. 74-119.
50 Sobre la base de la Demanda de Presupuesto Federal de 1993: IISS,
Military Balance, 1992-1993, pág. 17.
51 Ibid., pág. 218.
52Creveld, Supplying War, págs. 233 y ss.
53Citado en Nef, War and Human Progress, pág. 366.
54Creveld, op. dt., pág. 200.
55Ibid., págs. 216-230 y n. 23.
56Overy, Why theAllies Won, pág. 319.
37McNeill, op. át., págs. 225 y ss.
58 Kubicek, “British Expansion, Empire and Technological Change”,
págs. 254,258.
59Ibid., pág. 261.
60Burroughs, “Defence and Imperial Disunity”, pág. 336.
61 En Omdurman, en 1898, el ejército de Kitchener, equipado con 55
ametralladoras, mató a 11.000 derviches a un coste de 48 tropas británi
cas. En contra de la creencia popular —alimentada por los famosos ver
sos de Hilaire Belloc (“Pase lo que pase, tenemos/La Gran Pistola, y ellos
no”)—, los soldados de Sudán tenían ametralladoras, aunque sólo dos:
Kubicek, op. dt., pág. 265.
589
62 The Wall StreetJournal, 19 de abril de 1999.
63 El Dreadnought HMS cuesta el equivalente al 0,12 por ciento del
PIB británico de 1906; un B-2 cuesta el 0,02 por ciento del PIB estadouni
dense de 1998.
64Goldsmith, op. cit., págs. 22, 31 y ss.
65 Ibid., págs. 48,51.
66 Ibid., pág. 79.
67Kórner, “Expenditure”, págs. 402 y ss.
58Ibid., págs. 416 y ss.
69Goldsmith, op. cit., pág. 193.
70 Hart, “Seventeenth Century”, pág. 282; Capra, The Finances of the
Austrian Monarchy, págs. 295-297.
71O’Brien, Power with Profit, págs. 34 y ss.
72 Mann, Sources of Social Power, vol. i, pág. 373, excepto el caso británi
co; O’Brien, op. cit., págs. 34 y ss.
73Mann, op. át., vol. n, pág. 373.
74Ibid.
75Calculado a partir de las cifras de Mishkin y Deane, Abstract ofBritish
Historical Statistics, págs. 396-398.
76 Cifras obtenidas del Bankers Trust Company, French Public Finance,
Apostol, Bernatzleyy Michelson, Russian PublicFinances.
77 Calculados a partir de las cifras de Flora et al., State, Economy and So
dety, vol. i, págs. 345-449.
78Kennedy, op. át., pág. 403.
79Calculados a partir de las cifras de Mishkin yjones, Second Abstract Oj
British Historical Statistics, págs. 160 y ss.
80Para una revisión de estas cifras, véase Abelshauser, Germany, cuadro
4.4 y págs. 133-138. Cf. Overy, War andEconomy in the Third Reich, pág. 203.
Las cifras referidas al presupuesto del Reich pueden encontrarse en Ja
mes, The German Slump, cuadro XXXV.
81 Petzina, Abelshauser y Faust (eds.), Sozialgeschichtliches Arbeitsbuch,
vol. Ill, pág. 149; Hansemeyer y Caesar, Kriegswirtschaft und Inflation, pág. 400.
82Kennedy, op. át., pág. 388.
83 En Alemania, la defensa representaba una proporción mayor del
gasto del gobierno central en los sesenta, pero esto se debía a que gran
parte del gasto no militar se hacía a nivel regional y no federal. Cf. las ci
fras en Flora et al., op. át., vol. I, págs. 345-449.
590
84Hogwood, Trends in British Public Policy, pág. 45.
85 Goldsmith, op. cit., págs. 145,164y ss.
86 O ’Brien, op. cit., pág. 35. Debe recalcarse que los cálculos, de fines
del siglo XX, relativos a la renta nacional o a la producción nacional, de
ben ser tratados con mucho cuidado porque los márgenes de error si
guen siendo grandes, aun los de datos provenientes de las mejores esta
dísticas nacionales. Los cálculos de los siglos xviii y xix, que se utilizan en
éste y en los otros capítulos deben tenerse más bien por conjeturas razo
nables. Tanto aquí como en los otros capítulos, los porcentajes que se va
len de datos históricos en relación con la producción nacional conllevan
“advertencias” en lo que hace a su exactitud.
87 Calculados a partir de las cifras de Bonney, The Strugglefor Great Po
wer Status, pág. 345.
88Véase Ferguson, Pity of War, págs. 105-118.
89 Kennedy, op. cit., pág. 644.
90IISS, Military Balance 1992-1993, pág. 218.
91 TheFinancial Times, 15 de junio de 2000.
92 Omer Bartov, Hitler’s Army, citado en Calder (ed.), Wars, pág. 340.
93 Pennington, “Offensive Women”, pág. 253.
94 Beevor, Stalingrad.
95 Overy, The Battle.
C a p ít u l o ii
“O d io s o s im p u e s t o s ”
591
pag. 42.
11 Gelabert, op. cit., pag. 547; Goldsmith, op. tit., pag. 192.
12Hobson, The National Wealth, pag. 19.
13Hart, “Seventeenth Century”, pag. 284; Bonney, “Revenues”, pag. 448.
14 Ibid., pag. 451.
15Schremmer, op. cit., pag. 456.
16Ibid., pag. 460.
17Bonney, ‘The Struggle for Great Power Status”, pag. 329.
18Ferguson, World’s Banker, cap. 2.
19 Gatrell, Government, Industry and Rearmament, pag. 140.
20 Porcentaje calculado —para el periodo 1801-1914— a pardr de las ci-
fras de Mishkin y Deane, Abstract ofBritish Historical Statistics, pags. 392-395.
21 Schremmer, op. cit., pag. 402.
22 Gatrell, op. cit., pag. 140.
23 Bonney, “Revenues”, pag. 490.
24 StatisticalAbstract of the United States 1999, cuadro 503.
25 pryCe-Jones, The War that Never Was, pags. 78 y ss.
26 Paddags, ‘The German Railways”, pags. 9, 22 y ss., 28.
27 Porcentaje calculado a partir de las cifras de Webb, Hyperinflation
and Stabilization in Weimar Germany, pags. 33 y 37.
28 Duncan y Hobson, Saturn’s Children, pag. 40.
29 Horne, Macmillan, pag. 627.
30 Crafts, ‘The Conservative Government’s Economic Record”, pag. 29.
Vease, en general, Yergin y Stanislaw, T h e Commanding Heights”, esp.
pags. 114yss.
31 Goldsmith, op. cit., pags. 32 y ss.
32 Ibid., pags. 49 y ss., 53 y ss.
33 Ormrod, “England in the Middle Ages”, pag. 32.
34 Ibid., pags. 40 y ss.
35 Hilton, Corn, Cash and Commerce.
36Rogowski, Commerce and Coalitions, esp. pags. 21-60.
37O ’Rourke y Williamson, Globalization and History, pags 98 y ss., 114 y ss.
Cf. Weiss y Hobson, States andEconomicDevelopment, pag. 124.
38 Brown, Episodes in the Public Debt History, pag. 234.
39James, “Das Ende der Globalisierung?”, pag. 76.
40James, Globalization and its Sins, pag. 104
41 James, “Das Ende...?”, op. cit., pag. 69.
592
42James, Globalization..., op. át., pág. 124.
43 Skidelsky,/o/m Maynard Keynes, vol. II, págs. 476-480.
44 Las investigaciones de Jeffrey Sacks y de Andrew Warner demues
tran de manera contundente que, durante los años setenta y los ochenta,
las economías abiertas crecieron de seis a nueve veces más rápidamente
que las economías cerradas: Prospect, mayo de 2000.
45 Goldsmith, op. át., págs. 32 y ss.
46 Ibid., págs. 49 y ss.
47 Henneman, “France in the Middle Ages”, pág. 112; White, “France
and the Failure to Modernise...”, pág. 9.
48 Goldsmith, op. át., págs. 164 y ss.
49 Kennedy, The Rise andFall of the Great Powers, págs. 54 y ss.
50 Hellie, Russia, pág. 502.
51 O ’Brien y Hunt, “England, 1485-1815”, págs. 61 y ss.
52 Bonney, op. át., pág. 490.
53 O ’Brien y Hunt, op. át., págs. 74 y ss.
54 Buxton, Finance and Politics, vol. i, 1 y ss.
55 Citado en ibid., pág. 19.
56 Compárese a O’Brien, Power with Profit; con Kennedy, op. át., págs.
102 y ss.; y con Gelabert, op. át., págs. 572 y ss.
57 Bonney, op. át., pág. 498.
58 Véase Morrissey y Steinmo, “The Influence o f Party Competition”,
págs. 199 y ss.
59 Isenmann, “Medieval and Renaissance Theories of State Finance”,
págs. 47 y ss.
60 Schulze, The Sixteenth Century, págs. 274 y ss.
61 Bonney, op. át., pág. 489.
62 Ibid., págs. 433,435.
63White, op. át., pág. 13; Kennedy, op. á t, pág. 75.
64 Hart, op. át., págs. 289 y ss.
65 Ibid., pág. 51.
66 O ’Brien y Hunt, op. át., págs. 74 y ss.
67 Rudé, The Crowd in History, págs. 38 y ss.
68 Hentschel, Wirtschaft und Wirtschafipolitik..., pág. 164y ss.
69 Schremmer, op. át., pág. 402.
70 Shy, “The American Colonies”, págs. 312 y ss.; Conway, Britain and
the Revolutionary Crisis, págs. 327 y ss. Con los impuestos se intentaba reu
593
nir tan sólo 110.000 libras, de las que 50.000 habrían provenido de las In
dias Occidentales: Clark, “British America”, pág. 153.
71 Chennells, Dilnob y Roback, “Survey of the UK Tax System”, pág. 2.
72INSEE website.
73Chennells, Dilnob y Roback, op. dt., págs. 7,22 y 25.
74 Kay y King, The British Tax System, pág. 129.
75 Las cifras de 1979 fueron: diesel, 49 por ciento; cigarrillos, 70 por
ciento; licor, 77 por ciento; vino, 47 por ciento; y cerveza, 34 por ciento:
Chennells, Dilnol y Roback, op. cit., pág. 8.
76 Duncan y Hobson, op. cit., pág. 120.
77 HMSO, Social Trends 1995, cuadro 5.15.
78Hogwood, Trends in British Public Policy, pág. 106.
79 Statistical Abstract of the United States 1999, cuadro 503; Chennells, Dil
nob y Roback, op. dt., pág. 2.
80Hogwood, op. dt., pág. 107.
81 Seldon, TheDilemma ofDemocracy, págs. 76-86.
82 Bonney, “Revenues”, págs. 472 y ss., y “France, 1494-1815”, pág. 130.
83 Hellie, Russia, págs. 496 y ss.
84 Goldsmith, op. dt., págs. 32 y ss.
85 Ibid., págs. 60 y ss.
86 Ormrod, “England in the Middle Ages”, pág. 21; Ormrod y Barta,
Feudal Structure, págs. 58 y ss.
87 Ormrod, op. dt., pág. 29; Henneman, France in the Middle Ages, pág.
104.
88 Goldsmith, op. dt., pág. 91.
89 Ibid., págs. 123 y ss.
90Ibid., pág. 117.
91 Bonney, “Early Modern Theories of State Finance”, pág. 204.
92 Goldsmith, op. dt., pág. 226.
93 Bonney, “Revenues”, págs. 475 y ss.
94 O ’Brien y Hunt, op. dt., págs. 61 y ss.
95 Bonney, op. dt., pág. 483.
96 Bonney, “France, 1949-1815”, págs. 158 yss.
97 Bonney, “Revenues”, págs. 479 y ss.
98Schremmer, op. dt., pág. 381.
99 Goldsmith, op. dt., págs. 49 y ss., 53 y ss.
100 Smith, The Wealth of Nations, vol. V, cap. 3. Los otros cánones eran
594
que los impuestos deberían ser seguros (es decir, predictibles), fáciles de
pagar y con un sistema de recaudación económica.
101 “La contribution commune... doit être également répartie entre
tous les citoyens en raison de leurs facultés”.
102 Goldsmith, op. cit., págs. 60 y ss.
103 Ormrod, op. cit., pág. 30.
104Hocquet, City-State and Market Economy, págs. 87yss.
105 Bonney, “France, 1494-1815”, pág. 130, ‘The Struggle for Great
Power Status”, págs. 321 y ss.; “Revenues”, págs. 479 y ss. Con respecto al
plan de Vauban de reemplazar todos los impuestos franceses por un im
puesto sobre la renta del 10 por ciento, véase Braudel, Civilización mate
rial, economía y capitalismo, vol. III.
loe o ’Brien y Hunt, op. àt., pág. 86.
107Ibid., pág. 89.
108Duncan y Hobson, op. cit., pág. 112.
109Inland Revenue, BriefHistory, pág. 2.
110 Ormrod, op. cit., pág. 46; Gelabert, op. cit., pág. 50.
111 Buxton, Finance and Politics, págs. 43 y ss.
112 Matthew, Mid-Victorian Budgets.
113 Henneman, France in the Middle Ages, págs. 116 y ss.; White, “France
and the Failure to Modernise...”, pág. 8.
114 Gelabert, op. cit., págs. 554 y ss.
115Bonney, “Revenues”, pág. 433.
116Doyle, Origins of theFrench Revolution, págs. 46, 98.
117 Balderstone, “War Finance and Inflation in Britain and Germany”,
pág. 236.
118Witt/Tax Policies”.
119Duncan y Hobson, op. dt., pág. 100.
120Bonney, op. cit., págs. 478 y ss.
121 Henneman, op. át., pág. 115.
122 Bonney, op. dt., pág. 485.
123Ibid., Bonney, “France, 1494-1815”, pág. 164.
124Matthew, “Disraeli, Gladsone and the Politics o f Mid-Victorian Bud
gets”.
125Murray, Battered and Shattered.
I2fi Bonney, “Revenues”, págs. 479 y ss.
127 Duncan y Hobson, op. dt., págs. 107 y ss.
595
128 Hogwood, Trends in British Public Policy, pág. 70. Las mayores des-
gravaciones de los noventa fueron sobre bienes de capital, sobre el interés
hipotecario y sobre la nupcialidad, la primera de las cuales fue aumenta
da por Margaret Thatcher: ibid., págs. 71, 84.
129 Schremmer, op. cit., pág. 348.
130 Brown, “Episodes in the Public Debt History o f the United States”,
pág. 236.
131 Inland Revenue, BriefHistory, pág. 7.
132 Hogwood, op. cit., pág. 97.
133 Según Engen y Skinner, una reducción del 2,5 por ciento de la tasa
impositiva media podría hacer ascender la tasa de crecimiento en un 0,2
por ciento a través de efectos por acumulación de capital y cambios tec
nológicos: Engen y Skinner, Taxation and Economic Growth.
134Duncan y Hobson, op. cit., págs. 88 y ss.
135 Social Trends 1991, cuadro 5.12.
136Bonney, op. cit., pág. 502; O ’Brien y Hunt, England, págs. 61 y ss.
137Buxton, op. cit., vol. i, págs. 39-42.
138Maloney, Gladstone, págs. 40 y ss.
139Cifras de Flora et al., State, Economy and Society, vol. i, pág. 339.
140Schremmer, op. cit., pág. 402.
141 Bonney, “France 1494-1815”, pág. 165.
142 Schremmer, op. cit., pág. 402 (porcentajes calculados en referencia
a las rentas ordinarias y extraordinarias).
143 Ibid., pág. 390.
144Burns, Complete Letters, pág. 214.
140 Burns, Poems and Songs, págs. 168 y ss., 602 y ss.
146Ibid., pág. 523. We’ll make our malt and we’ll brew our drink/We’ll laugh,
sing and rejoice, man;/And many loud thanks to the big black devil,/That danced
away with the Exciseman. (Prepararemos nuestra malta y nuestro trago, /
Nos reiremos, cantaremos y disfrutaremos, compañero; / Y muchas gra
cias al gran diablo negro, / Que embriagado, se llevó al recaudador de
impuestos 146.)
147Fowler, Bums, págs. 142 y ss.
148Burns, op. cit., págs. 435-438.
596
C a p ít u l o hi
La p l a z a y e l c a s t il l o :
REPRESENTACIÓN Y ADMINISTRACIÓN
597
28 Bonney, ‘The Struggle for Great Power Status”, págs. 347 y ss.
29Buxton, Finance and Politics, vol i, págs. 12-15.
30 Inland Revenue, BriefHistory, pág. 1.
31 Matthew, “Disraeli, Gladstone and the Politics o f Mid-Victorian
Budgets”.
32 Maloney, Gladstone, pág. 33.
33 Cifras de Mishkin y Deane, Abstract of British Historical Statistics, págs.
392-395,427-429.
34McNeill, The Pursuit ofPower, pág. 275 n.
35 Citado en ibid., pág. 270 n.
36 Clarke, “Keynes, Buchanan and the Balanced-Budget Doctrine”,
pág. 76.
37 Ibid.
38 Peacock y Wieseman, The Growth of Public Expenditure in the United
Kingdom, pág. 67.
39 Calculado de las cifras de Butler y Butler, British PoliticalFacts, págs.
213-219; Jamieson, An illustrated Guide to the British Economy, pág. 145.
40 Hogwood, Trends in British Public Policy, pág. 98.
41 Crafts, The Conservative Government’s Economic Record, págs. 23 y ss.;Ja-
mieson, op. cit., págs. 146 y ss. El total de la carga impositiva incluyendo la
seguridad social se redujo de un máximo del 40 por ciento del PIB en
1981 a un mínimo del 33,8 por ciento en 1994, si bien la cifra había sido
de un 35,5 por ciento en 1979, y en 1995 se había superado nuevamente
dicho nivel. Por otro lado, la proporción del total de impuestos recauda
dos representado por los impuestos indirectos aumentó del 33 al 41 por
ciento entre 1985 y 1995; el impuesto sobre la renta representa aproxima
damente el 26 por ciento del total.
42 Flora et al., State, Economy and Society, vol. I, pág. 112.
43 Ibid., vol. i, pág. 126.
44 Goldsmith, op. at., págs. 123yss.
45 Ibid., págs. 94-107.
46 Compárese a Elton, The Tudor Revolution in Government, con Wi
lliams, TudorRegime.
47 O ’Brien y Hunt, op. cit., págs. 61 y ss.
48 Bosher, op. át., pág. 8.
49Winch, op. cit., págs. 9 y ss. Cf. Mathias y O ’Brien, ‘Taxation in Great
Britain and France”, págs 606 y ss.
598
50White, “France and the Failure to Modernise...”, págs. 18 y ss.
51 Schama, Citizens, pág. 73.
52 Schulze, Sixteenth Century, pág. 272.
53 Carruthers, City of Capital..., pág. 111.
54White, op. cit., pág. 26.
55 Hart, “Seventeenth Century”, pág. 292; Bonney, “France, 1494-
1815”, págs. 131 y ss., 152 y ss.
56 O ’Brien y Hunt, op. cit., pág. 74.
57 Bonney, “Revenues”, págs. 442 y ss.
58 O ’Brien y Hunt, op. dt., pág. 57.
59 Weiss y Hobson, States and EconomicDevelopment, pág. 45.
60 Brewer, The Sinews ofPower, pág. 66.
61 Bosher, op. at., esp. págs. 303-318.
62 Wallerstein, The Modem World-System, vol. in, pág. 82 n.
63 Schama, op. át., págs. 73, 76 y ss.
04 Gerth y Mills (eds.), From Max Weber, pág. 244.
fi5Kafka, El castillo.
66 Canetti, ha antorcha al oído.
67Véase en general Caplan, Government without Administration.
68 Trevor-Roper (ed.), Hitler’s Table Talk, págs. 237 y ss.
fi9 Cifras de Flora et al., op. dt., vol. i, págs. 210-242.
70 Duncany Hobson, Saturn’s Children, pág. 53.
71 Remuneraciones y salarios como proporción del gasto federal, esta
tal y local: en Statistical Abstract of the United States 1999, cuadro 503.
72 Hogwood, op. dt., pág. 50.
73 Goldsmith, op. dt., págs. 60yss.
74 Braudel, Civilizadón material, economía y capitalismo, vol. III.
75 Goldsmith, op. dt., pág. 226.
76 Cifras de Morineau, citadas en Gelabert, op. dt., pág. 560. Véase tam
bién Braudel, op. dt., vol. in.
77 Hellie, Russia, págs. 496 y ss.
78 Goldsmith, op. dt., págs. 171 y ss.
79 Bonney, Early Modern Theories of StateFinance, págs. 181 y ss.
80 O ’ Brien, Power with Profit.
81 Bonney, ‘The Struggle for Great Power Status”, págs. 336 y ss., 345
y fig. 337. La renta anual de Francia era aproximadamente 1,4 veces ma
yor que la de Gran Bretaña; unas 2,4 veces mayor que la de España; unas
599
3,5 veces mayor que la de Austria; unas 3,8 veces mayor que la de Holanda;
y unas 6,5 veces mayor que la de Prusia. Cf. Mathias y O ’Brien, Taxation
in Great Britain and France.
82 White, op. át., pág. 4.
83Véanse cuadros 2.1,2.2, 2.3,2.5 y 2.6 en Hogwood, op. át., págs. 40-43.
84 StatisticalAbstract of the United States, pág. 339.
85 OCDE, Economic Outlook, 65 (1999), cuadro anexo 28.
86 Kennedy, The Rise andFall of the Great Powers, pág. 67.
87 Goldsmith, op. át., pág. 117.
88 Harris, “Political Thought and the Welfare State”, pág. 43.
89 Green, “The Friendly Societies”.
90 Whiteside, “Private Provision and Public Welfare”, pág. 34.
91 Thane, “The Working Class”, pág. 106.
92 Ibid., pág. 111.
93 Le debo mi agradecimiento a Edward Lipman por sus investigacio
nes aún no publicadas sobre el tema.
94 Si bien equivalió a cinco chelines, medio millón de personas “muy
pobres, muy mayores” la solicitaron: Thane, op. át., pág. 108.
95 Whiteside, op. át., págs. 29 y ss., 41.
96 Hogwood, op. át., pág. 38.
97 Hentschel, Wirtschaft und Wirtschaftspolitik, pág. 150.
98 Butler y Butler, British PoliticalFacts, págs. 332 y ss.
99 Véase, en general, Abelshauser (ed.), Die Weimar Republih ais Wohl-
fahrtsstaat.
100 Abelshauser, “Germany”, pág. 127. Cf. Overy, War and Economy in
the Third Reich.
101 Burleigh, The. Third Reich, págs. 219-251.
102 Chennells, DilnotyRoback, “Survey of the UK Tax System”, pág. 21.
103 Crafts, op. á t, pág. 23.
104 Kay y King, The British Tax System, págs. 23 y 196; Hogwood, op. át.,
pág. 102.
105 Ibid., págs. 101-103.
106 Ibid., pág. 49. Cf. David Smith, ‘Treasury Relaxes its Grip”, Sunday
Times, 23 de enero de 2000.
107 La inversión británica en salud como porcentaje del PIB fue del 6,8
por ciento en 2000, comparada a la media del continente que fue del
9 por ciento. La cifra equivalente de Estados Unidos y Canadá fue del 10
600
por ciento: Seldon, TheDilemma ofDemocracy, pág. 52.
ios Q fras de Mishkin y Deane, Abstract ofBritish Historical Statistics, págs.
396-399; HM Treasury, Financial Statement and Budget Report, 1999.
109 Bonney, “Introduction”, pág. 18.
]10 Duncan y Hobson, op. at., pág. 59.
111 Dowrick, Estimating the Impact of Government Consumption and Grow
Seg u n d a s e c c ió n
C a p í t u l o rv
601
16 Bosher, French Finances, pág. 6; Körner, op. dt., pág. 521; Schulze,
Sixteenth Century, pág. 272; Parker, “Public Credit”, pág. 568; Hamilton,
“Origin and Growth of the National Debt in Western Europe”, pág. 119;
Velde y Weir, “The Financial Market and Government Debt Policy in
France”, pág. 7.
17 Bosher, op. cit., pág. 23.
18 Muto, op. cit., págs. 246-249.
19 Neal, The Rise ofFinancial Capitalism, págs. 1 y ss.
20 Parker, op. dt., págs. 549, 571.
21 Capie, Goodharty Schnadt, Development of Central Banking, pág. 7.
22 Crouzet, “Politics and Banking...”, págs. 27 y ss.
23 Ibid., pág. 28; Cf. Bosher, op. át., págs. 257 y ss. Custine denunciò a
los “agentes fiscales” del Antiguo Régimen calificándolos de “chupadores
de sangre del cuerpo político... con fortunas obtenidas gracias al sudor y
la sangre de la gente”; ibid., pág. 262.
24 Crouzet, op. cit., págs. 36 y ss; Körner, Public Credit, pág. 530.
25 Crouzet, op. dt., pág. 45.
26 Neal, How It All Began, págs. 6-10.
27 North y Weingast, “Constitutions and Commitment”, págs. 819-828.
28 Parker, op. dt., pág. 581.
29 Neal, RiseofFinanáal Capitalism, págs. 1-43,117.
30 Körner, op. dt., pág. 536.
31 Calculado de las cifras de Mishkin y Deane, Abstract of British Histori
cal Statistics, págs. 402 y ss.
32 Bordo y White, “A Tale of Two Currencies”.
33 Michie, The London Stock Exchange, págs. 15-36.
34 Parker, op. dt., pág. 575.
35 Ibid., pág. 576.
36Véase Bosher, op. dt,., págs. 12-16.
37 Neal, How It AU Began, págs. 26-33.
38 Parker, op. dt., págs. 584 y ss.
39 Mirowski, “Rise (and Retreat) of a Market”, pág. 569.
40 Parker, op. dt., pág. 587.
41 Kindleberger, Finandal History of Western Europe, págs. 59 y ss.
42 Neal, How It All Began, págs. 33 y ss.
43 Doyle, Origins of theFrench Revolution, pág. 50.
44 Bonney, “France, 1494-1815”, págs. 131 y ss., 152 y ss.
602
45 Velde y Weir, ‘The Financial Market and Government Debt Policy in
France”, págs. 3, 28-36. Cf. Wallerstein, The Modem World-System, vol. in,
pág. 84 n.
46 Doyle, op. cit., pág. 48.
47 Ibid., pág. 114.
48 White, “Making the French Pay”, págs. 30 y ss.
49 Syrett y Cooke (eds.), The Papers of Alexander Hamilton, vol. n, págs.
244-245. Le agradezco al profesor Richard Sylla esta referencia.
50 Sylla, “Shaping the US Financial System”. Véase también Brown,
“Episodes in the Public Debt History”, págs. 230-237.
51 Capie, Goodharty Schnadt, op. cit., pág. 6.
52 Ibid., pág. 68.
53 Véase, en general, Cameron (ed.), Banking in the Early Stages of In
dustrialisation.
54 Parker, op. at., págs. 565 y ss.
55Véase Ferguson, The World's Banker.
56 En 1924, tan sólo un 12 por ciento de la deuda nacional interna bri
tánica la tenían los pequeños ahorristas mediante las cajas de ahorro y
postales, comparado con el 10 por ciento que tenían otros bancos que no
eran el Banco de Inglaterra, y un 5 por ciento que tenían las compañías
aseguradoras: Morgan, Studies in British Financial Policy, pág. 136.
57 Citado en Hynes, A WarImagined, pág. 432.
38Ferguson, Pity of War, pág. 225.
59 Feldman, The GreatDisorder..., pág. 48.
60 Ferguson, op. cit., pág. 325.
61 En cuanto a la falta de entusiasmo del público frente a los nuevos
Préstamos de Guerra alemanes, véase Holtfrerich, German Inflation, pág.
117. El empeoramiento de la suscripción sugiere que el gobierno estaba
poniéndoles precios excesivos a los nuevos bonos.
62 Goodhart, “Monetary Policy Adjustments...”, pág. 8.
63 Morgan, op. rít., pág. 140 y cuadro 107. Cf. Bankers Trust Company,
English PublicFinance, pág. 30.
64 Bankers Trust Company, op. dt., págs. 138 y ss.; Balderstone, “War Fi
nance...”, pág. 227; Hardach, TheFirst World War, págs. 167 y ss. Cf. Fergu
son, op. át., cap. 11.
65 Goodhart, op. dt., pág. 12.
603
66 Makinen y Woodward, “Funding Crises in the Aftermath of World
War I”. Los autores sostienen que las crisis se debieron a que las autorida
des no lograron aumentar los tipos de interés de los bonos del Tesoro a
corto plazo poniéndolos al nivel de las tasas del mercado.
67Alesina, ‘The End of Large Public Debts”, pág. 49.
68 Broadberry y Howlett, “The United Kingdom ”, pág. 50.
69 Goodhart, op. cit., pág. 8. La deuda flotante fue mayor en 1945-1946
queen 1918-1919 (un 27 por ciento del total de la deudayun 19por cieli
to respectivamente); por otro lado, la deuda externa fue mucho mayor
después de la I Guerra Mundial (un 17 por ciento del total de la deuda, y
menos del 2 por ciento respectivamente). La estructura de vencimiento
de la deuda consolidada varió tan sólo levemente.
70 Rockoff, The United States, pág. 108. El crecimiento del dinero fue
algo superior en Estados Unidos comparado a Gran Bretaña: en reía*
ción con 1938, el M3 creció 2,6 veces, comparado con la cifra británica,
del 2,1. En la Unión Soviética también el incremento de la masa mone-¡
taria subió en un factor algo inferior al 3, entre 1940 y 1945: Harrison,
Soviet Union, pág. 277.
71 Hansemeyery Caeser, “Kriegswirtschaft...”, pág. 417; Hara, ‘Japan..."
pág. 258; Mitchell, European Historical Statistics, pág. 359.
72 Goodhart, op. dt., págs. 13-32.
73 Calculado a partir del anexo estadístico no publicado de Goodhart,
op. dt.
74 Kennedy, The Rise andFa.ll of the Great Powers, págs. 103 y ss.
75 Bonney, “The Struggle for Great Power Status”, págs. 368 y ss.
76 Doyle, op. cit., pág. 43.
77 Bonney, op. dt., págs. 347 y ss., 351.
78 Ibid., págs. 341 y ss.
79 Hinsley, Power and the Pursuit ofPeace, págs. 62 y ss.
80 Clarke, “Keynes, Buchanan and the Balanced-Budget Doctrine”,
pág. 66.
81 Brown, “Episodes in the Public Debt History”, cuadro 8.7.
82 Calculados de fuentes del cuadro 2.
83 El cálculo del déficit como “aumento neto de la deuda” resulta en
una cifra mucho menor del 1,5 por ciento.
84 Cf. las cifras en Broadberry y Howlett, op. dt., pág. 51; Zamagni,
“Italy”, pág. 199; Harrison, “Soviet Union”, pág. 275; Hansemeyer, “Kriegs-
604
wirist haft”, pág. 400; Abelshauser, “Germany”, pág. 158; y Brown, op. át.,
págs. 294 y ss. (aumento neto del coeficiente deuda/PNB).
85 Clarke, op. át., pág. 67 y cuadro 4.1.
86 Ibid., págs. 73-76.
87 Congdon, “Did Britain have a Keynesian Revolution?”, págs. 90 y ss.
Como manifestara de manera memorable Samuel Brittan: “[Entre 1951 y
1964] los ministros [conservadores] se comportaron como perros pavlo-
vianos que respondían sólo a dos estímulos: uno ‘excesiva demanda de
reservas’, el otro ‘500.000 desempleados’”.
88 Buchanan y Wagner, Democracy in Deficit; Buchanan, Wagner y Bur
ton, Consequences ofMr Keynes.
89 Congdon, op. át., pág. 99; Sargent, “Stopping Moderate Inflations”,
pág. 144.
90 Goldsmith, op. át., pág. 107.
91 Ibid., págs. 214 yss.
92 Braudel, Civilización material, economía y capitalismo, vol. in.
93 Goldsmith, op. cit., pág. 194.
94 Korner, ‘The Swiss Confederation”, págs. 337, 348 y ss.
95 Barro, “Government Spending”, pág. 239 n., llega a una cifra menor,
como máximo del 185 por ciento, ya que durante ese periodo hasta 1815
grandes sumas de la deuda se emitían con descuento para rendir un 5 por
ciento pero se contabilizaban en el informe del total de la deuda como si
hubieran sido emitidas a la par; por una cuestión de coherencia y de acuer
do con las convenciones modernas, he usado la cifra oficial de la deuda.
96 Stockmar, Memoirs, vol. I, pág. 44.
97 Bonney, op, át., pág. 345.
98Bosher, op. át., págs. 23 y ss., 255 f. Braudel, op. át. Para cifras anteriores,
hacia 1715, véase White, “France and the Failure to Modernise...”, pág. 27.
99 Brown, op. át.
100 Calculado según los datos de la OCDE.
101 TheFinanáál Times, 21 de julio de 2000.
102 Dickens, David Copperfield, pág. 170.
103 Citado en Eltis, “Debts, Deficits...”, pág. 117; cf. Winch, “The Politi
cal Economy”, págs. 13 y ss.
104 Citado en Eltis, op. át., págs. 117 y ss.
105Smith, The Wealth ofNations, vol. II, cap. 3. Marx tuvo la opinión opuesta.
106winch, op. át., pág. 18.
605
107 Citado en Anderson, “Loans versus Taxes”, pág. 314.
108 Citado en Maloney, Gladstone, pág. 30.
109Anderson, op. dt., pág. 325.
110 Hamilton, “Origin and Growth of the National Debt in Western
Europe”, pág. 129.
111 Citado en Winch, op. üt., pág. 14; cf. Bonney, “Introduction”, pág. 14.
112 Citado en Winch, op. át., pág. 20.
113 Citado en Sylla, op. dt., pág. 255.
114 Véase el resumen de las distintas teorías en Cavaco-Silva, Economic
Effects of Public Debt, págs. 16-23.
115 Gale, ‘The Efficient Design”.
116Véase lo más reciente, Neal, op. dt, págs. 19-25.
117 Citado en Hamilton, op. dt., pág. 121.
118 Barro, “On the Determination of Public Debt”. Cf. Barro, Macroeco
nomics, págs. 373, 377. Generalmente, esta idea es denominada “el teore
ma de equivalencia de Ricardo”, si bien Ricardo hace referencia a esta
cuestión sólo de modo casual en su Funding System (1820) y la desestima al,
verla como algo poco realista. La teoría, sin embargo, lleva su nombre. Cf.
Eltis, op. dt., pág. 121; Barro, “Reflections...”, pág. 49.
119Barro, “Are Government Bonds Net Wealth?”, pág. 1095.
120 Barro, “Government Spending...”, pág. 237.
121 Citado en Anderson, op. dt., págs. 317, 326.
122 El término “fondo de amortización” tiene su origen en 1717, cuan
do se promulgó una ley para crear fondos de amortización para présta
mos específicos del Banco de Inglaterra, Mares del Sur y otros préstamos.
Éstos se consolidaron en un solo fondo en 1718. El principio era que
anualmente debía hacerse un pago proveniente de los ingresos corrien
tes para reducir la deuda en cuestión.
123 Clarke, “Keynes, Buchanan and the Balanced-Budget Doctrine”,
págs. 66 y ss.
124 Congdon, op. dt., págs. 100 y ss. Sobre esta base, Congdon sostiene
que hubo una era “algo más” keynesiana de política fiscal entre 1949 y
1974, cuando la política fiscal fue contracíclica en quince de los veintiséis
años, y una era algo menos keynesiana entre 1975 y 1994, cuando la polí
tica fue contracíclica en tan sólo diez de estos veinte años.
125 Véase, especialmente, Kotlikoff, Generational Accounting, y “From
Deficit Delusion to the Fiscal Balance Rule”.
606
126 Véase Cardarelli, Sefton y Kotlikott, “Generational Accounting in
the UK”, pág. 22.
127 Koüikoffy Leibfritz, “An International Comparison of Generational
Accounts”.
128 Kennedy, op. át., pág. 69.
129 Ibid., pág. 73.
130 Körner, “Expenditure”, págs. 402 y ss.
131 Partner, op. át., pág. 369.
132 Capra, ‘The Eighteenth Century”, págs. 297 y ss.
133 Hocquet, “City-State and Market Economy”, págs. 91 y ss.
134 Gelabert, “Castile”, págs. 208 y ss. Cf. Parker, “Emergence of Mo
dern Finance”, pág. 570.
135 Hart, “The United Provinces”, págs. 311 y ss. Véase también Ken
nedy, op. á t, págs. 100 y ss., sobre cómo el sistema holandés desalentó el
espíritu empresarial e hizo que aumentaran los costes de mano de obra.
136 Bonney, “France, 1494-1815”, pág. 148; Bonney, ‘The Struggle for
Great Power Status”, pág. 347; Doyle, op. át., pág. 43; White, “France and
the Failure to Modernise”, pág. 26.
137 Calculado de cifras en Mishkin y Deane, Abstract ofBritish Historical Sta
tistics, págs. 386-391. Cf. Bonney, op. át., pág. 345; Kennedy, op. át., pág. 109.
C a p ít u l o v
607
11 Eichengreen, ‘The Capital Levy...”.
12Ferguson, op. át., págs. 276 y ss.
13Ormrod, ‘The West European Monarchies”, págs. 112 y ss.
14Henneman, “France in the Middle Ages”, pág. 108.
15 Una verdadera quiebra fue la del conde suizo Michel de Gruyäre,
quien perdió sus tierras como consecuencia de haber entrado en quiebra
en 1555.
16En 1557,1560,1575,1596,1607,1627,1647,1652,1662,1665,1692,
1693,1695 y 1696.
17Körner, “Public Credit”, págs. 520,524 y ss.; Muto, T h e Spanish Sys
tem”, págs. 246-249; Gelabert, “Castile”, págs. 208 y ss. Véase también
Hart, “The Seventeenth Century”, págs. 268 y ss.; Parker, T h e Emergen*
ce of Modern Finance...”, págs. 568y ss.
18Bonney, “France, 1494-1815”, págs. 131 y ss.
19Velde y Weir, T h e Financial Market and Government Debt...”, pág. 8.
20 Ibid., págs. 8 y ss.
21 White, “France and the Failure to Modernise... ”, págs. 24 y ss.
22 Citado en Eltis, “Debts, Deficits and Default”, pág. 117.
23 Parker, “Emergence of Modern Finance”, pág. 579.
24 Brown, op. át., págs. 232 y ss.
25 Körner, op. át., págs. 525,527.
26 Hart, ‘The United Provinces 1579-1806”, pág. 313.
27 Buxton, Finance and Politics, vol. i, págs. 30, 34, 64,116, 125,127 y
ss.; vol. II, págs. 307 y ss. Cf. Kindleberger, A Financial History, págs. 166
y ss., 221-
28Capie, Mills y Wood, “Debt Management”. Le debo mi agradecimiento
a Forrest Capie por su colaboración con respecto a esta cuestión.
^ Ibid., pág. 1116.
30Ferguson, The World’s Banker, cap. 4.
31Alesina, op. át., pág. 64.
32Williams (ed.), Money, págs. 16 y ss.
33 Goldsmith, PremodernFinanáal Systems, págs. 36 y ss.
34White, op. át., pág. 20.
35 Bonney, “Revenues”, pág. 467. Cf. Henneman, “France in the Midd
le Ages”, pág. 105 y ss.
36 Goldsmith, op. át., pág. 178.
37Bonney, op. át., 1494-1815, pág. 142.
608
38 Isenmann, “Medieval and Renaissance Theories o f State Finance”,
pág. 36.
39williams, The Tudor Regime, págs. 67 y ss.
40Citado en Bonney, “Early Modern Theories of State Finance”, pág. 167.
41 Neal, “How It All Began”, pág. 7; Goldsmith, op. dt., págs. 211 y ss.
42 Quin, Gold, “Silver and the Glorious Revolution”.
43 Kindleberger, op. dt., págs. 59 y ss.; Cooper, ‘The Gold Standard”,
pág. 3; Quin, op. dt., pág. 489. Éste no fue el único modo en que se distin
guieron el sistema holandés y el británico. El Banco de Inglaterra no de
sarrolló ese cuasimonopolio sobre los pagos internos e internacionales
que caracterizaron al Banco de Amsterdam.
44 Bordo y Kydland, T h e Gold Standard as a Commitment Mecha
nism”, pág. 71.
45 Sylla, “Shaping the us Finacial System” pág. 252. Los pagarés (bills of
credit) de Massachusetts de 1690 fueron el primer papel moneda de Occi
dente; la impresión de billetes sin interés del Banco de Inglaterra ocurrió
después. El Banco de Estocolmo fue el que anticipó la innovación pero
entró en liquidación en 1663, siete años después de haber abierto sus
puertas: Körner, op. dt., pág. 531.
46White, op. dt., pág. 21.
47 Bonney, “Revenues”, pág. 470; Körner, op. dt., pág. 535.
48 Crouzet, “Politics and Banking...”, pág. 28.
49 Hellie, “Russia”, pág. 500.
50 Gelabert, op. dt., pág. 233.
51 Bonney, ‘The Struggle for Great Power Status”, págs. 361 y ss.
52 Esta denominación peyorativa no sólo se refería a los cargos venales
sino también a las deudas con los arrendatarios impositivos, los titulares
de puestos y el clero, y también a los derechos feudales que la Asamblea
Nacional había abolido.
53Bosher, French Finances, pág. 275.
54 Crouzet, op. dt., págs. 23, 33.
55Bonney, op. dt., pág. 383.
56 Crouzet, op. dt., pág. 47.
57 Bonney, op. dt., págs. 364, 368; Bonney, Revenues, pág. 464.
58Thompson (ed.), Napoleon's Letters, pág. 215.
59 Bordo y White, “A Tale of Two Currencies”.
60 Los impuestos cubrieron tan sólo un 10 por ciento de los gastos de
609
la Confederación; unos 2.000 millones de dólares se pidieron en présta
mo, la mayor parte mediante la creación de dinero: “Brown, Episodes in
the Public Debt History”, pág. 233.
61 Brandt, “Public Finances of Neo-Absolutism in Austria”, pág. 100.
62 Good, TheEconomic Rise of the HabsburgEmpire, cuadros 12,29.
63 Bordo y Rockoff, “The Gold Standard...”, pág. 327. Para tener una
buena visión de conjunto, Bordo, “Gold as a Commitment Mechanism”.
cuadro 1.
64 Flandreau, Le Cacheux y Zumer, “Stability without a Pact”, págé<
146 y ss.
65 Canetti, La antorcha al oído.
66Ferguson, Paper and Iron, pág. 432.
67 “Kennst du das Land, wo die Devisen blühn,/ in dunkler Nacht die
Nepplokale glühn?/ Ein eis”ger Wind vom nahen Abgrund weht—/ wo
tief die Mark und hoch der Dollar steht”: citado en Rowley, Hyperinfla
tion..., pág. 182.
68La definición clásica de una tasa de inflación del 50 por ciento o más
mensual, véase Cagan, ‘The Monetary Dynamics... ”.
69 Calculado de NBER serie 04073.
70 Sargent, ‘The Ends of Four Big Inflations”. Véase también ibid.,
“Stopping Moderate Inflations”.
71 Ferguson, Pity of War, pág. 422.
72 El lema sobre la medalla decía lo siguiente: “Geld gab ich zu Wehr;
Eissen nehme ich zu Ehre”.
73Alesina, op. dt., pág. 49.
74Capie, “Conditions in Which Very Rapid Inflation has Occured”, págs.
138 y ss. Capie sugiere que existe una relación entre hiperinflación y “gue
rra civil o revolución o, como mínimo, serios disturbios sociales”: pág. 144.
75Broadberry y Howlett, “The United Kingdom”, pág. 50.
76 El resumen del monetarismo clásico proviene de Friedman y Sch
wartz, Monetary Trends...
77 Correlación de coeficientes entre la tasa de inflación y las tasas de
crecimiento monetario:
610
ITlU lCdClOT \^ lU C J U ,C G IV í,G X o» n /u v
611
89 Capie, op. át., págs. 4r6.
90Ferguson, World ’s Banker, apéndice 3.
91 Capie, Goodhart y Schnadt, Development of Central Banking, pág. 13.
92 Palgrave, op. dt., pág. 104.
93 Claphaxn, citado en Sayers, op. dt., vol. i, pág. 9. Entre 1880 y 1913 el
coeficiente entre las existencias de la moneda en oro y la base monetaria
fue tan sólo del 17 por ciento. Fue más alto en 1922-1939 (27 por ciento),
1948-1958 (34 por ciento) y 1959-1971 (22 por ciento), y sólo levemente
más bajo en el periodo sin referencia oro de 1972-1990: Bordo y Schwartzj
“The Changing Relationship”, cuadro 2, pág. 39.
94 Sayers, op. dt., vol. I, págs. 38 y ss. Cf. Drummond, The Gold Standard...,
págs. 21 y ss.; Capie, Goodhart y Schnadt, op. cit., pág. 13.
95 Dutton, ‘The Banko f England...,” pág. 191.
96 Pippenger, “Bank of England Operations”, págs. 216 y ss.
97 Capie, op. át., págs. 8 y ss. Cf. Schwartz, “Real and Pseudo-financial
Crises”.
98 En efecto, el término “prestamista de último recurso” fue acuñado,
por Francis Baring ya en 1797, si bien Capie encuentra sus orígenes en la
expresión francesa dernier resort, que significaba la última autoridad legal:
Capie, op. át., pág. 17.
99 Aquí hay un paralelo con el rescate del Long Term Capital Manage
ment de Nueva York en 1998. Hay una discusión completa de la crisis de
Barings en Ferguson, op. át., cap. 27.
100 Capie, Goodhart y Schnadt, op. át., págs. 1 6 y ss. Véase también Ca-
pie, op. át., págs. 11 y ss.
101 La distinción que se hace generalmente entre reflotar una institu
ción y proveer de liquidez al sistema financiero en su totalidad es algo ar
tificial. Como reconocía Bagehot, el fracaso de una institución fuerte cau
sa, con gran probabilidad, una crisis general de liquidez: Capie, op. át.,
págs. 16,18.
102Bordo y Schwartz, op. át., págs. 11,36.
103Borchardt, “Währung und Wirtschaft”, pág. 17.
104Bordo y Schwartz, “Monetary Policy Regimes...,” pág. 26.
105 Capie, Goodhart y Schnadt, op. át., pág. 53.
106James, Globalization and its Sins, pág. 37.
107Holtfrerich, “Reichsbankpolitik...”.
108Acerca de Schacht, véase, especialmente, James, The Reichsbank...
612
109Véase, en general, Eichengreen, op. át.
110 La explicación clásica está en Friedman y Schwartz, Monetary His
tory... Para un análisis crítico, véase Romer y Romer, “Does Monetary Po
licy Matter?”, págs. 32-35. Cf. Bordo y Schwartz, op. cit., págs. 30 y ss., 44,
6 4y ss.
111 Bordo y Schwartz, op. cit., pág. 45.
112 Capie, Goodhart y Schnadt, op. cit., págs. 22 y ss.
113 La Reserva Federal pertenece a los bancos miembros del Sistema;
sólo un 10 por ciento de las acciones del Banco Central de Grecia y un 25
por ciento de las del Banco Central de Turquía están en manos del Esta
do. La mayor parte del Banco Central de Suiza pertenece a los cantones:
Capie, Goodhart y Schnadt, op. cit., pág. 56.
114Ibid., pág. 54.
115 Ibid., págs. 25 y ss.
116Romer y Romer, op. át.
117 Entre 1963 y 1974 el déficit anual federal promedio fue del 0,6 por
ciento del PIB: Masson y Mussa, “Long-term Tendencies...”.
118Feldstein, “The Costs and Benefits...”.
119 Solow y Taylor, Inflation, Unemployment and Monetary Policy.
120 Bruno y Easterly, “Inflation Crises and Long-run Growth”, esp.
págs. 4-6,20-22; Sarel, “Non-linear Effects o f Inflation...”.
121 Briault, “The Costs of Inflation”.
122Bordo y Schwartz, op. át., pág. 56.
123 Millard, “An Examination of the Monetary Transmission Mecha
nism...”. Cf.Lawson, TheViewFromN-II.
124 The Economist, 25 de septiembre de 1999.
125Véase, por ejemplo, Luttwak, Turbo-Capitalism, págs. 191-196.
126 Capie, Goodhart y Schnadt, of), át., pág. 6; King, “Challenges for
Monetary Policy”, pág. 1.
127Marsh, The Bundesbank.
128 Capie, Goodhart y Schnadt definen independencia como “el dere
cho a cambiar el instrumento clave operativo sin consultar ni recibir pre
siones del gobierno”; en Capie, Goodhart y Schnadt,op. át., pág. 50.
129Véase, por ejemplo, Cukierman et ai, “Central Bank Independen
ce...”; Alesinay Summers, “Central Bank Independence...”.
130Wood, “Central Bank Independence”, págs. 10 y ss.
131Véase una crítica a esta reforma en Gowland, “Banking on Change”.
613
132 Posen, “Why Central Bank Independence Does Not Cause Low In
flation”.
133 King, op. dt., págs. 29 y ss. Sobre la preocupación del Banco Central
Europeo sobre esta cuestión véase su Report on Electronic Money de agosto
de 1998. Le debo mi agradecimiento a Martin Thomas por esta referencia.
134 Friedman, “The Future of Monetary Policy”.
135 Capie, Goodharty Schnadt, op. cit., pág. 35.
136 Estos son los argumentos de Goodhart según aparecen resumidos
en TheEconomist, 22 dejulio de 2000.
137 Capie, Goodhart y Schnadt, op. cit., págs. 85-91.
C a p ít u l o vi
So b r e e l in t e r é s
614
ción está próxima a cero los rendimientos nominales a largo plazo del
consol pueden equivaler prácticamente a los tipos de interés real. Los
datos de las regresiones del rendimiento anual frente a los coeficien
tes deuda/PIB de seis países durante 1880-1913 dan también resulta
dos negativos o espurios: Batley y Ferguson “Event Risk...”. Sólo los da
tos franceses apoyan la relación esperada: una relación positiva entre
los niveles de deuda y los niveles de rendimiento, aunque no de forma
totalmente significativa.
6Véanse, por ejemplo, los discursos de Charles Davenant: Discourses on
the Public Revenues and on the Trade ofEngland (1698): Bonney, “Early Mo-
dern Theories of State Finance,” págs. 181 y ss.
7Sólo Argentina tuvo una correlación extremadamente fuerte (0,98)
entre la carga de la deuda y los rendimientos de los bonos. Le debo mi
agradecimiento a Richard Batley por su cooperación respecto a esta
cuestión.
8 Cifras de la OCDE.
9 Bordo y Dewald, “Historical Bond Market Inflation Credibility”.
10Keynes, The General Theory..., págs. 167 y ss.
11 Musgrave y Musgrave, Public Finance in Theory and Practice, págs. 544-
564; Buckle y Thompson, The UK Financial System, págs. 180-199.
12Masson y Mussa, “Long-Term Tendencies”, pág. 28.
13 Ibid., págs. 28 y ss. La cuestión entonces es qué cae más en respuesta
a la restricción fiscal: si el tipo de interés real o el crecimiento. Cf. Eltis,
“Debts, Déficits and Deíault”, págs. 126-129.
14De hecho, hay dos tipos de interés real diferentes: el tipo ex ante, que
es la diferencia entre el tipo de interés nominal y el tipo esperado de infla
ción (resultado que proviene, por lo general, de estudios detallados); y el
tipo ex post, que es la tasa nominal menos la tasa de la inflación actual:
Mishkin, ‘The Real Rate of Interest”, pág. 152. No es llamativo que los ti
pos negativos de interés real sean, por lo general, tasas ex post y no tasas ex
ante: King, “Challenges for Monetary Policy”, págs. 8 y ss.
15Alesina, T h e End o f Large Public Debts”, pág. 57.
16Tanzi y Lutz, “Interest Rates...”, págs. 233 y ss. Véase también Dorn-
busch, “Debt and Monetary Policy”, pág. 18.
17Shigehara, “Commentary”, pág. 87.
18Véase Barro y Sala i Martín, “World Real Interest Rates”.
19Brown, “Episodes...”, cuadro 8.8.
615
20 Goodhart, “MonetaryPolicy...”, pág. 5.
21 Sargent y Wallace, “Some Unpleasant Monetarist Arithmetic*
Véase también Woodford, “Control o f the Public Debt”; Taylor, “Mon©
tary Public Implications”.
22 King, “Commentary”, págs. 176 y ss.; Dornbusch, op. dt., pág. 14
Otra complicación radica en que si los tenedores de bonos son numero
sos, unos tipos de interés más altos pueden dar un empujón a sus rentaj
creando un efecto expansivo perverso: Taylor, “Monetary Public Implica)
tions”.
23 Sargent, “Stopping Moderate Inflations”, pág. 121.
24 Barro, “Optimal Funding Policy”, pág. 77; Alesina, op. cit.,
25 Goodhart, op. dt., pág. 43.
26 StatisticalA bstract ofthe United States 2000, cuadro 552.
27 TheFinandal Times, 13 de octubre de 1999.
28 Brown y Easton, “Weak-form Efficiency”, pág. 61.
29Körner, “Public Credit”, pág. 515.
30 Goldsmith, PremodemFinandalSystems, pág. 170.
31 Körner, op. dt., pág. 520. Cabe aclarar, sin embargo, que los asienhM
fueron instrumentos de la deuda a corto plazo. Durante el siglo XVI, los
rendimientos de los juros españoles descendieron de un 10 a un 5 poí
ciento mientras que, en comparación, \os juros a largo plazo de Nápoles
pagaban un 10 por ciento.
32 Hart, ‘The United Provinces”, págs. 311 y ss.; Parker, “The Emerí
gence of Modern Finance...”, pág. 573.
33Körner, op. dt., pág. 523.
34 Velde y Weir, “Financial Market and Government Debt Policy in
France”, pág. 23.
35 La expresión es de James Riley y está citada en Velde y Weir, op. dt.,
pág. 37.
36White, “France and the Failure to Modernise...”, págs. 31 y ss.
37Velde y Weir, op. dt., págs. 20 y ss. Véase también pág. 23.
38 Ibid., págs. 18,28. No hubo diferencia entre las tasas de rendimiento
privadas. Véase también White, op. dt.
39 Kennedy, The Rise andFall of the Great Powers, págs. 103 y ss.
40 Citado en Bonney, “France, 1494-1815”; ibid., ‘Early Modern Theo
ries o f State Finance”, pág. 204.
41 North y Weingast, “Constitutions and Commitment”.
616
42Wells y Wills, “Revolution, Restoration and Debt Repudiation”.
43Velde y Weir, op. cit., pág. 25.
44 Ibid., pág. 37. Los autores argumentan, ingeniosamente, que Luis XVI
pudo haber evitado la revolución si hubiera optado por el incumpli
miento.
45Bordo y White, “A Tale ofTwo Currencies”, pág. 371.
46White, “Making the French Pay”, págs. 11 y ss.
47Véase Balderston, The German Economic Crisis, págs. 250-265.
48 Borchardt, “Das Gewicht der Inflationsangst”; Schulz, “Inflations-
trauma”. Véase el artículo más reciente de Voth, ‘True Cost o f Inflation”.
49 Abelhauser, “Germany”, págs. 139 y ss. La Metallurgische Fors-
chungsgesellschaft mbH (Mefo) emitió letras para pagar a los mayores fa
bricantes de armas por contratos que de hecho eran del gobierno. En
1937-1938 alcanzaron a tener una circulación de 12.000 millones de
reichsmarks.
50 Alesina, op. cit., pág. 62. El Consorzio Sowenzioni su Valori Indus-
triali italiano tuvo durante la II Guerra Mundial un papel algo similar al
de la Mefo alemana: Zamagni, “Italy”, pág. 200.
51 Eichengreen, “Discussion”, págs. 83yss.
52 No he calculado los promedios anuales de los tipos de interés a cor
to plazo, lo que también puede hacerse. En cuanto a los promedios anua
les o medias de los tipos de interés a corto plazo desde 1824 a 1938, véase
Mishkin y Deane, Abstract of British Historical Statistics, pág. 460. Las cifras
del periodo anterior a 1824 no son demasiado ilustrativas porque desde
1714 hasta 1833 hubo un tipo máximo del 5 por ciento, que dejó de ser
una limitación efectiva a partir de 1817.
53 La famosa caricatura de James Gillray fue publicada el 22 de mayo
de 1797.
54 Millard, “An Examination o f the Monetary Transmission Mecha-
nisrp...”.
55 Los porcentajes más grandes de los aumentos/disminuciones men
suales de los rendimientos de los consols.
617
Aumentos Disminuciones
618
T e r c e r a s e c c ió n
P o l ít ic a e c o n ó m ic a
C a p ít u l o v ii
Peso s m u e r t o s y c o n s u m id o r e s d e im p u e s t o s :
l a h is t o r ia s o c ia l d e l a s f in a n z a s
619
28 Véase el capítulo II. Sobre Estados Unidos, véase Brown, “Episodes
in the Public Debt History”, pág. 235.
29 Gallarotti, The Anatomy...
30 Eichengreen, GoldenFetters, cap. I.
31 Las compras que hizo Gladstone de préstamos otomanos respalda
dos por el tributo egipcio pagado a Turquía — que le reportaron un buen
dividendo con posterioridad a la ocupación británica de Egipto qrdena-
da por él mismo— fueron típicas de la época: véase el cap. IX.
32 Buxton, Finance and Politics, vol. I, pág. 30.
33 Lipman, “The City and the 'People’s Budget'”. Los acontecimientos
ocurridos en 1830 y 1909-1910 se exploran en mayor detalle en Ferguson,
The World'sBanker, caps. 8 y 29.
34Bordo y Rockoff, ‘The Gold Standard...” págs. 319 y ss.
35 Flandreau, Le Cacheux y Zumer, “Stability without a Pact?”
36Maier, RecastingBourgeoisEurope; véase también ibid., “The Politics of In
flation”.
37Alesina, ‘The End of Large Public Debts”, págs. 38 y ss.
38 Ibid., pág. 40.
39 En cuanto a una esclarecedora discusión, véase Maier, “Ficdtious
Bonds... of Wealth and Law”, págs. 247-260.
40 McKibbin, “Class and Conventional Wisdom”.
41 Keynes, A Tract on Monetary Reform, págs. 3, 29, 36.
42 Graham, Exchange, Prices and Production..., esp. págs. 289,318-321,324.
43 Holtfrerich, The German Inflation, págs. 271-278.
44 Feldman, The GreatDisorder, págs. 46 y ss., 816-819.
43 Wormell, The Management of the NationalDebt..., pág. 662.
46 Morgan, Studies in BritishFinancial Policy, pág. 135.
47 Ibid., pág. 136.
48Balderston, “War Finance...”, pág. 236.
49 Bordo y Rockoff, “Was Adherence to the Gold Standard...”
50 Keynes, TheEconomic Consequences..., págs. 220-233.
51 Keynes, Tract on Monetary Reform, págs. 3,29.
52Véase Feldman, op. cit., Ferguson, Paper and Iron, págs. 419-433.
53 Keynes, How to Payfor the War, págs. 57-74.
54 Cf. Dornbusch, “Debt and Monetary Policy”, págs. 11, 15. Dorn-
busch pone el rendimiento real promedio de los consols de 1946 y 1980 en
un 0,48 por ciento.
620
55 Soáal Trends, 1995, cuadro 5.9.
56 Los beneficios incluyen los pagos contributivos y no contributivos en
efectivo, la educación, la salud, los subsidios para la vivienda, los subsidios
para viajes y las comidas escolares. Los impuestos incluyen el impuesto sobre
la renta, la seguridad social, los impuestos locales y los impuestos indirectos.
57 Le agradezco a Martin Wolf, de TheFinanáal Times, esta cita.
58 Duncan y Hobson, Saturn ’s Children, pág. 77; cf. págs. 50,52,67.
59 Micklethwaity Wooldridge, AFuture Perfect, pág. 151.
60Véase Godin et al., Real World ofWelfare Capitatism; Atkinson, Economic
Consequences.
61Véase, por ejemplo, Freeman, “Single Peaked vs. Diversiíied Capitalism”.
62 Social Trends 1995, cuadro 5.12.
63Jamieson, An Illustrated Guide..., pág. 182.
64 Datos provenientes del web site del Banco de Inglaterra. Cf. Good-
hart, “Monetary Policy...”, pág. 43, cuadro 8.
65 IMd., págs. 41 y ss.
66 The Economist, 10 de junio de 1998.
67Boskin, “Concepts and Measures ofFederal Déficits...”, pág. 78. Otras
suposiciones necesarias del modelo “ricardiano” son las siguientes: que las
economías familiares son racionales, que los mercados de capitales son
perfectos, que se conocen las rentas y repartos tributarios futuros, que los
impuestos forman un monto global y que no hay costes de transacciones
en la emisión y reembolso de los bonos: Velthoven, Verbon y Van Winden,
‘The Political Economy...”, págs. 9 y ss.
68 Musgrave, “Public Debt... ”, pág. 144.
69 Broadway y Wildasin, “Long Term Debt Strategy”, pág. 64.
70 La sección siguiente se inspira fundamentalmente en Ferguson y
Koüikoff, T h e Degeneration of EMU”.
71Se supone que cada pago de impuestos neto de la vida de una genera
ción (su cuenta generacional) es un %por ciento mayor al de la generación
previa, y que x equivale a la tasa de crecimiento de los salarios reales por
hora de la economía. Los tipos futuros de crecimiento poblacional y eco
nómico se basan en proyecciones oficiales.
72 Barro, Macroeconomics, pág. 383.
73 Koüikoff y Raffelheuschen, Generational Accounting, también provee
de cifras que indican la necesidad de que se hagan recortes en las com
pras estatales (como opuestas a las transferencias).
621
74 Cualquiera que mantenga dudas respecto a esto debe considerar
que si la política continúa sin reformarse, la proporción del presupuesto
federal consumido por el gasto en seguridad social aumentará de la quin
ta parte (20,8 por ciento) que representa en la actualidad al tercio del
presupuesto (32,4 por ciento) para el año 2030.
75 Deutsche Bundesbank, Opinion, cuadros 3 y 4.
76 Cardarelli, Sefton y Kotlikoff, “Generational Accoundng in the UK”.
77 Peterson, “Grey Dawn”.
78 TheEconomist, 10 de junio de 2000.
79 Ibid., 4 de marzo de 2000.
80 Según Kotlikoff y Raffelheuschen en op. cit., Tailandia podría —de
bería— duplicar el número de transferencias estatales para lograr su
equilibrio generacional. La otra posibilidad es que recorte todos sus im
puestos en un 25 por ciento o, como alternativa, elimine prácticamente eli
impuesto a la renta en su totalidad.
81 Broadway y Wildasin, op. cit., pág. 39.
82 Tabellini, “The Politics o f International Redistribution”, pág. 70.
83 Daykin, “Funding the Future”, págs. 22 y ss.
84 Stein, “Mounting Debts”, págs. 32-35.
85 Lawson, The ViewFrom NaII, pág. 37.
86Butler, British GeneralElections, págs. 69 y ss.
87Jones y Kavanagh, British Politics Today, pág. 90.
88 Coxal y Robins, Contemporary British Politics, pág. 156.
89 Butler y Kavanagh, The British General Election o f 1997, págs. 81, 108,
236.
90 McMorrow y Roeger, ‘The Economic Consequences o f Ageing Po
pulations”, pág. 66.
91 Jeremy Harding, T h e Uninvited”, London Revieiu of Books, 3 de fe
brero de 2000, pág. 3.
92 Stephan Thernstrom, “Plenty of Room for All”, Times Literary Supple
ment, 26 de mayo de 2000.
93 TheEconomist, 8 de julio de 2000.
94James, Globalization and its Sins, pág. 195.
95 Ibid., esp. pág. 168. Véase también O ’Rourke y Williamson, Globaliza
tion and History.
622
C a p í t u l o v iii
E l s ín d r o m e “S i l v e r b r i d g e ”:
LA ECONOMÍA ELECTORAL
623
26Will Hutton, The Observer, 30 de marzo de 1997.
27Véase Buüer y Kavanagh, The British General Election, pág. 303. Cf. Da
vid Butíer, ‘The Spinner’s Web”, Times Literary Supplement, 15 de enero de
1999.
28 Saatchi, op. cit., pág. 14.
29 Castle, op. cit., pág. 93.
30 El indicador empleado fue el tipo de interés básico del Banco de In
glaterra o tipo mínimo de interés para los préstamos a fin de mes.
31 Downs, AnEconomic Theory..., págs. 20,28.
32Nordhaus, The Political Business Cycle.
33Tufte, Political Control..., pág. 12.
34 Brittan, T h e Politics of...” pág. 251.
35Jay, A General Hypothesis..., pág. 31.
36 Hibbs, “Political Parties.. gráfico 8, pág. 1482. De hecho, la diferen
cia entre los dos partidos fue pequeña: de un 0,6 por ciento. Si el mismo cál
culo se hubiera hecho diez años después, la diferencia habría sido mucho
mayor.
37Para un desarrollo de la tesis de Hibbs, véase Alesinay Sachs, “Politi
cal Parties and the Business Cycle...”.
38 Clarke y Whiteley, “Perceptions o f Macroeconomic Performance... ”,
pág. 114.
39Véanse en particular Persson y Svensson, “Why A Stubborn Conser
vative...”; Alesina, ‘The Political Economy o f the Budget Surplus...”. Debe
destacarse que la “teoría del partidismo racional” presentada por Alesina
funciona únicamente cuando existe un sistema bipartidista relativamente
polarizado.
40 Alesina y Roubini, “Political Cycles...”; Alesina, Cohen y Roubini,
“Macroeconomic Policy...”.
41 Norpoth, op. cit., pág. 317.
42 Frey y Schneider nos brindan un panorama de estas complejidades
en Frey y Schneider, “Recent Research”.
43 Norpoth, op. cit., pág. 303.
44 Lewis-Beck, op. cit.
45 Paldam, “How Robust is the Vote Function?”, esp. pág. 24.
46Powell y Whittan, “A Cross-national Analysis of Economic Voting”, pág.
407. Los autores analizaron diecinueve democracias industriales desde 1969
a 1988.
624
47 Kramer, “Short-term Fluctuations in US Voting Behavior”. Véase
también Stigler, ‘General Economic Conditions... ”.
48 Fair, ‘The Effect of Economic Events...”. Véase también su 1992
Update.
49Basándose en las cifras del PIB de los últimos tres meses del año pree-
lectoral y de los primeros tres meses del año electoral, Michael Lewis-Beck
vaticinó que Gore ganaría el 56,2 por ciento del total de los votos: The Was
hington Post, 26 de mayo de 2000. Según su propio modelo, Fair predijo un
resultado mucho más ajustado: www.fairmodel.econ.yale.edu.
50 Goodhart y Bhansali, “Political Economy”, págs. 61 y ss. Según sus
regresiones, el R2 total para todo el periodo 1947-1968 fue del 0,38 pero
alcanzó el 0,81 durante el periodo 1961-1968.
51 Clarke y Whiteley, “Perceptions o f Macroeconomic Performance”,
pág. 110. Permitiendo un desfase de cuatro meses, encontraron que un 1
por ciento de aumento del desempleo correspondía a un 3,9 por ciento
de pérdida de la popularidad, y que un aumento de la inflación equiva
lente correspondía a un 1,1 por ciento de pérdida de la popularidad.
52Norpoth, Confidence Regained.
53 Kirchgássner, “Economic Conditions...”
54 Lafay, “Political Dyarchy...”, pág. 131.
55 En cuanto a la evidencia sobre la sofisticación de los votantes esta
dounidenses respecto a este tema a principios de los años sesenta, véase
Ratona, PsychologicalEconomics, págs. 339 y ss.
56Johnston et al., Letting the People Decide, pág. 222.
57 Studlar, McAllister y Ascui, “Privatisation and the British Electorate”.
58Alt, ThePolitics ofEconomicDecline, págs. 49-55,127.
59Fiorina, Retrospective Voting, págs. 21-30.
60 Sniderman y Brody, “Coping”; Kiewiet y Kinder, “Economic Discon
tent”; Kiewiet, Macroeconomics and Micropolitics, esp. cuadros 5.4 y 6.2,
págs. 64 y ss., 89. Véase también Feldman, “Economic Self-Interest...”.
61 Feldmany Conley, “ExplainingExplanations...”, cuadroI, pág. 190.
62 Kramer, ‘The Ecological Fallacy Revisited...”; Markus, “The Impact
o f Personal and National Economic Conditions”, cuadro I, págs. 146 y
148.
63 Basándose en esta pregunta, Thomas Holbrook predijo en mayo de
2000 que Gore ganaría un 59,6 por ciento del total de los votos recibidos
por los grandes partidos: The Washington Post, 26 de mayo de 2000.
625
64 Alt, op. cit., págs. 14-20; Clarke, Stewart y Zuk, “Politics, Economics
and Party Popularity”, cuadro 5, pág. 133. Véase también sobre Estados
Unidos, Fiorina, op. cit., pág. 41; Kiewiet, op. cit., cuadros 4.1 y 4.2, págs.
43 y ss. Véase también Powell y Whitten, op. cit., pág. 405; Anderson, Bla
ming the Government.
65Mischler, Hoskin y Fitzgerald, “British Parties in Balance”, págs. 222 y ss.
66 Norpoth, op. át., cuadro 5.4, pág. 74, cuadro 9.1, pág. 1SÜ
67Sarlvik y Crewe, Decade ofDealignment, págs. 83,87.
68 Franklin, The Decline of Class Voting..., gráfico 4.6, pág. 95; cuadro 6.5*,
pág. 147; gráfico 7.2, pág. 171; también Norris, Electoral Change..., pág. 141.
69 Véanse, p. ej. (para Estados Unidos), Key, The Responsible Electorates,
cuadro 3.1, pág. 35; Weatherford, “Economic Conditions...”, gráfico
pág. 926; Fiorina, “Elections and the Economy...”, págs. 28-32; Lanoue,
From Camelot..., cuadro 5.3, pág. 81. En general, véase Evans (ed.), Thf
End of Class Politics ?
70Véanse, p. ej., Bloom y Price, “Voter Response”; Lau, ‘Two Explana*
tions...”; Lanoue, op. cit., pág. 80 y cuadro 6.1, pág. 95. Véase también Fio
rina y Shepsle, “Is Negative Voting...”.
71 Butler y Stokes, Political Change..., págs. 402 y ss. Cf. sobre Estados
Unidos, Key, op. cit.
72 Horne, op. át., pág. 336.
73 Kramer, “Short-term Fluctuations in US Voting Behavior”. Cf. Clar
ke y Stewart, “Prospections, Retrospections...
74Véanse también Fiorina, “Retrospective Voting...”; Kiewiety Rivers,
“A Retrospective on Retrospective Voting”.
75 En referencia a las elecciones presidenciales de Estados Unidos,
McKuen, Erikson y Stimson, “Peasants or Bankers?” Véase también en refe
rencia al Senado y al Congreso, Kuklinski y West, “Economic Expectations”.
76 Sanders, “Why the Conservatives Won Again”. En cuanto a una vi
sión escéptica de las expectativas en el contexto británico véase Alt, “Am
biguous Intervention”.
77 Norpoth, op. á t, cuadro 5.7, pág. 80.
78Nadeau, Niemi y Amato, “Prospective and Comparative”.
79 Downs, An Economic Theory, págs. 39-42; Lewis-Beck, op. át., esp. págs.
49,60, 72. No obstante, Conover, Feldman y Knight demuestran que las pro
yecciones futuras se basan tanto en conjeturas personales como en aconteci
mientos pasados: ‘The Personal Underpinning of Economic Forecasts”.
626
80 Saatchi, op. cit., pág. 13.
81 Haller y Norpoth, “Let The Good Times Roll”.
82 Alesina y Rosenthal, “Partisan Cycles...”, pág. 393. Véanse también
Alesina y Sachs, “Political Parties and the Business Cycle”, y Chappel y Ke-
ech, Explaining AggregateEvaluations.
83 Saatchi, op. cit., pág. 13.
84Ferguson, “Introduction”.
85 Norpoth, “Guns and Butter...”, cuadro I, pág. 951, y cuadro III, pág.
956.
86 Sanders, “Government Popularity...”; y “Why the Conservatives Won
Again”; Price y Sanders, “Economic Competence”; Sanders, “Conservati
ve Incompetence”.
87 La ecuación de Sanders correspondiente al periodo 1979-1997 es la
siguiente:
Convote = 6,82 + 0,83 Convotet -1 + 0,09 Aggeconexp t -0,33 Tax t + 9,2
Malvinas - mayo 82 + 5,40 Malvinasjunio 82 - 4,91 Currency 92-1,44 Blair
donde “Convote” es el voto conservador del mes, la constante es la cifra
base del apoyo conservador, “Convotet -1 ” es el apoyo conservador du
rante el mes previo, “Aggeconexp t” es el saldo neto de las expectativas fi
nancieras de los hogares, “Tax t” es el cambio del índice impositivo,
“Malvinas mayo, junio 82” es el incremento del apoyo a los conservadores
por la Guerra de las Malvinas, “Currency 92” es la disminución del apoyo
a los conservadores por la crisis del Mecanismo de Tipos de Cambio de
septiembre de 1992 y “Blair” es el impacto del liderazgo de Tony Blair so
bre las percepciones de los votantes acerca del laborismo.
88Esta conclusión se elabora en Frank, Luxury Fever.
89 Scitovsky, TheJoyless Economy, esp. págs. 133-145.
90Véase Erikson yUusitalo, “The Scandinavian Approach...”, pág. 197.
Véanse también Sen, “Capability and Well-being”, pág. 38; Pinker, How
The Mind Works, págs. 392 y ss.
91 Diener etal., ‘The Relation Between...” pág. 214.
92 Tobin y Nordhaus, “Is Growth Obsolete?”; Eisner, Extended Accounts.
93 Franklin, “Electoral Participation”, pág. 227.
94 Budge el al., The New British Politics, págs. 364 y ss.
95 Concurrencia a las elecciones europeas de 1999 (las cifras entre pa
réntesis corresponden a 1994):
627
Total UE 49 (57)
Gran Bretaña 23 (37)
Alemania 45 (60)
Finlandia 30 (60)
Holanda 30 (36)
Dinamarca 49 (53)
Italia 71(80)
628
120 Cifras provenientes de los datos de Statistical Abstract for the United
States 1999.
121 Center for Responsive Politics, www.opensecrets.org
122 Butler y Butler, British PoliticalFacts, pág. 132.
123 Budge etal., op. cit., pág. 385.
124Müller, “Development o f Austrian Party Organizations”, págs. 64 y ss.
125Bille, “Denmark”, pág. 137.
126Koole, op. cit., pág. 287.
127Svasand, “Change and Adaptation...” págs. 313 y ss.
128 The Guardian, 23 de junio de 1998.
129 Pierre y Widfeldt, “Party Organizations in Sweden”, pág. 341.
130 Katz, op. cit., pág. 114.
131 Deschouwer, “Decline of Consociationalism...”, pág. 102.
132 Coxal y Robins, Contemporary British Politics, pág. 130.
133 Müller, op. cit., págs. 64y ss.
134Poguntke, “Parties in a Legalistic Culture”, pág. 197.
135Farrell, op cit t págs. 222, 234.
136Webb, op. cit., pág. 117.
137Coxaly Robins, op. cit., pág. 130.
138 “Known company donations to UKpolitical parties”, Labour Research.
139Kingdom, op. cit., pág. 324.
140 The Times, 13 de julio de 1999; The Independent, 16 de julio de 1999 y
24 de noviembre de 1999.
141 Kingdom, op. cit., pág. 325.
142 Bogdanor, Power and thePeople, pág. 150.
143Kingdom, op. cit., pág. 327.
144 Coxal y Robins, op. cit., pág. 117.
145Hanham, op. cit., págs. 369-384.
146 Center for Responsive Politics, Money in Politics Alert, 18 de octubre
de 1999, www.opensecrets.org/alerts/v5.
147 The Economist, 31 de julio de 1999.
148 Gibbon, Decline andFall of the Roman Empire, vol. I, pág. 805.
149 King et al., op. cit., pág. 37.
15° Müller, op. cit., pág. 52.
151 Le Monde, 18 de noviembre de 1999.
152 Matthew, Gladstone, págs. 14 y n., 135 y ss. Las cifras de Matthews no
son muy consistentes.
629
153 Cf. Leigh y Vulliamy, Sleaze.
154Butler y Butler, up. cit., pág. 203.
155 Pollard y Adonis, Class Act, págs. 115y ss.
156 Harding, Leigh y Palliser, The Liar.
157 Independent on Sunday, 30 de noviembre de 1997.
158 Bogdanor, op. cit., pág. 155. Véase también Pinto-Duschinsky, Bri
tish PoliticalFinance, págs. 40 y ss., 55.
159 The Guardian, 8 dejulio de 1997,9 dejulio de 1998,13 dejulio de 1998.
Irónicamente, uno de ellos había escrito un libro, conjuntamente con Peter
Mandelson, en el cual manifestaba que “uno de los principios más corruptos
de la vida pública actual... es la idea de que no es objetable que una figura pú
blica busque algún interés privado comercial mientras sea declarado”.
160 The Daily Telegraph, 17 de noviembre de 1997; The Times, 14 de no
viembre de 1997; The Independent, 27 de noviembre de 1997.
161Véanse, por ejemplo, los “Siete principios de la vida pública” enun
ciados por el Comité Nolan.
162Johnstony Pattie, “Great Britain”, págs. 139-140.
163Pinto-Duschinsky, op. cit., págs. 248-249.
164Ewing, Money, Politics and Law, págs. 69-81.
165 Ibid., págs. 107-116.
166Katz y Kolodny, “Party Organization as an Empty Vessel”, págs. 32 y ss.
167Herrnson, “High Finance of American Politics”, págs. 14-40.
168Mair, “Party Organizations”, pág. 10.
169Webb, op. cit., pág. 123.
170Ewing, TheFunding ofPolitical Parties in Britain, págs. 73-74.
171 Mutch, “The Evolution of Campaign Finance Regulation...”, págs.
61-68; Gunlicks (ed.), Campaign and PartyFinance..., pág. 6.
172Farrell, op. cit., pág. 235.
173Koole, op. cit., pág. 289.
174Poguntke, “Parties in a Legalistic Culture”, pág. 194.
175Drysch, “The New French System”.
176Bille, op. cit., pág. 146.
177 Müller, op. cit., pág. 55.
178Bardi y Morlino, “Italy”, pág. 259.
579 Svasand, “Change and Adaptation...”, pág. 321.
180 TheEconomist, 31 de julio de 1999.
181 Bardi y Morlino, op. cit., pág. 260.
630
182 The Independent, 9 de diciembre de 1999. Véase también The Econo
mist, 29 de junio de 2000.
183 Giddens, Runaway World, pág. 77.
184 prospect, abril de 2000, pág. 53.
185Vincent, TheFormation of the British Liberal Party.
C u a r t a s e c c ió n
Poder global
C a p ít u l o ix
A m os y plancton:
LA GLOBALIZACIÓN FINANCIERA
631
19Goldsmith, PremodemFinancial Systems, págs. 157 y ss., 167 y ss.
20Neal, The Rise ofFinandal Capitalism, págs. 1-43.
21 Muto, ‘The Spanish System: Centre and Periphery”, págs. 246-249.
22 Goldsmith, op. at., pág. 194.
23 Neal, op. dt., págs. 62-88.
24 Ibid., págs. 147 y ss., 211; J. E. Wright, ‘The Contribution of Overseas
Savings to the Funded National Debt of Great Britain, 1750-1815”, págs.
658, 667. La cifra para los consols al 3 por ciento alcanzaba el 20 por ciento.
25 Ferguson, The World’s Banker, cap. 1.
26Körner, op. dt., págs. 533 y ss.
27Kennedy, The Rise and Fall of the Great Powers, pág. 127.
28Bonney, ‘The Eighteenth Century”, pág. 382.
29 Ibid., págs. 364 y ss.
30Neal, op. dt., págs. 180-190.
31 Md., págs. 190-222.
32Ferguson, op. dt., pág. 104.
33 Sylla, “Shaping the US Financial System, 1690-1913: The Dominant
Role o f Public Finance”, págs. 259 y ss.
34 Bosher, French Finances, 1770-1795, pág. 316.
35Bonney, op. dt., págs. 364 y ss.
36 Ibid., págs. 351 y ss.
37 Chapman, “The Establishment o f the Rothschilds as Bankers",
pág. 20.
38Para revisar detalles, véase Ferguson, op. dt., págs. 131-134.
39 Rothschild Archive, Londres, X I /109/10/3/4, los documentos sin
fecha relacionados con la propuesta de préstamo para Prusia, c. diciem
bre de 1817.
40 Esto puede deberse a que las instituciones parlamentarias y, por tan
to, sus garantías eran percibidas como menos efímeras que los monarcas
o las dinastías, si bien esto fue siempre cierto solamente en Gran Bretaña.
Le debo mi agradecimiento a William Goetzmann por la información.
41 Klein, “Preussens 30-Million-Anleihe in Londres vom 31. März
1818”, pág. 582.
42 Thielen, Karl August von Hardenberg, 1750-1822, pág. 358.
43 Citado en Ferguson, op. dt., pág. 133.
44 Disraeli, Coningsby, or The New Generation, págs. 213 y ss.
45 Citado en Ferguson, op. dt., pág. 226.
632
46 Prawer, Heine’s Jewish Comedy: A Study of his Portraits ofJews and Ju
daism, págs. 146 y ss.
47Dawson, TheFirst Latin AmericanDebt Crisis. La costumbre del siglo xix
era referirse a precios en porcentajes en lugar de rendimientos.
48 Bordo y Eichengreen, “Is Our International Economic Environ
ment Unusually Crisis Prone?”, pág. 4.
49Lewis, op. cit., pág. 59.
50Jardin y Tudesq, Restoration and Reaction, 1815-1848,págs. 68yss.
51Bordo y White, “A Tale of Two Currencies.
52 Los datos provienen del semanario de Londfes The Economist, pu
blicado por primera vez en 1843. Los rendimientos no están ajustados,
se han calculado dividiendo el cupón por el precio cotizado, el cual no
tiene en cuenta: a) la tendencia a fluctuar de los precios dependiendo
de la inminencia del pago del interés trimestral o semestral, y b) los di
ferentes vencimientos de los bonos. Para los instrumentos de la deuda
perpetua tales como las rentes francesas éste es un procedimiento legíti
mo; para bonos más o menos perpetuos como los consols, esto condu
ce a una distorsión en el periodo posterior a 1888, cuando los rendi
mientos estaban inflados ante la posibilidad de que los consols fueran
reembolsados (véase Harley, “Goschen’s Conversion of the National
Debt and the Yield on Consols”; Klovland, “Pitfalls in the Estimation of
the Yield on British Consols, 1850-1914”). La distorsión de los bonos a
largo plazo tales como los metalliques austríacos y los rusos de 1822 no
imposibilita el cálculo exacto de las fluctuaciones de los rendimientos
de cada serie, si bien los cálculos de los diferenciales entre los distintos
bonos pueden verse afectados.
53Ferguson, op. cit., pág. 491.
54Flandreau, “The Bank, the States and the Market”, pág. 29.
55 Rothschild Archive, Londres, XI/109J/J/30, James y Salomon, Pa
rís, a Nathan, Londres, 10 de octubre de 1830.
56 Rothschild Archive, Londres, XI/109J/J/30, James, París, a Salo
mon, Viena, 24 de noviembre de 1830. La convención francesa debía es
pecificar la renteanual a pagar sobre el bono pero no su capital nominal.
57 Rothschild Archive, Londres, XI/109J/J/30, James y Salomon, Pa
rís, a Nathan, Londres, 9 de agosto de 1830.
58Rothschild Archive, Londres, X I /109/71/4, Nat, París, a sus herma
nos, Londres, sin fecha, c. abril 1849.
633
59Castellane,/owrraa/ du Maréchal Castellane, 1804-1862, vol. v, pág. 240.
60 De hecho, el pronóstico a la baja de James demostró ser erróneo
hasta el comienzo de la guerra con Alemania, como muestra el gráfico 26.
61 Royal Archives, Windsor Castle, Y76/6, Leopoldo, Wiesbaden, a Vic
toria, 19 de septiembre de 1840.
62Monypenny y Buckle, TheLife ofBenjaminDisraeli, vol. iv, pág. 225.
63Roberts, Salisbury: Victorian Titan, pág. 53.
64Taylor, The Strugglefor Mastery in Europe, 1848-1918, pág. 156.
65Pflanze, Bismarck and theDevelopment of Germany, vol. n, pág. 81.
66 Stern, Gold and Iron: Bismarck, Bleichröder and the Building of the Ger
manEmpire, pág. 311 n.
67 Einaudi, “Money and Politics: European Monetary Union and the
International (¿old Standard ( 1865-1873) ”, págs. 50,52.
68Feis, Europe, the World’s Banker, 1870-1914.
69 Edelstein, Overseas Investment in the Age of High Imperialism: The Uni
ted Kingdom, 1850-1914, págs. 24 y ss., 48, 313 y ss. Cf. Financial Times,
6 de mayo de 1997: la inversion directa bruta más la inversión de cartera
durante el periodo 1990-1995 se situó algo por debajo del 12 por ciento
del PIB.
70Kindleberger, A Financial History of WesternEurope, Londres, pág. 225.
71O’Rourke y Williamson, Globalization and History, pág. 208.
72 Pollard, “Capital Exports, 1870-1914: Harmful or Beneficial?”,
págs. 491 y ss.
73Edelstein, op. dt., págs. 24 y ss., 48,313 y ss.
74O’Rourke y Williamson, op. cit., pág. 230.
75Edelstein, op. cit.
76 O’Rourke y Williamson, op. cit., pág. 227. Cf. Davis y Huttenback,
Mammon and the Pursuit ofEmpire, págs. 81-117; Pollard, op. cit., pág. 507.
77O’Rourke y Williamson, op. dt., pág. 231.
78Davis y Huttenback, op. cit., pág. 107.
79Crafts, “Globalization and Growth in the Twentieth Century”, pág. 28.
Cf. Bordo, Eichengreen e Irwin, “Is Globalisation Today Really Different
Than Globalization a Hundred Years Ago”, pág. 30.
80Nash, Fenn ’s Compendium..., pág. 5.
81 Véase Shaw, “Ottoman Expenditures and Budgets in the late Nine
teenth and Twentieth Centuries”, págs. 374 y ss.; Issawi, Economic History of
the Middle East, 1800-1914, págs. 94-106; Hershlas, Introduction to the Mo
634
dem Economic History of the Middle East, págs. 53-66; Owen, The Middle East
and the WorldEconomy, 1800-1914, pág. 106.
82Véase Crouchley, TheEconomicDevelopment ofModem Egypt, págs. 247-
248; Issawi, op. cit., págs. 439-445; Hershlas, op. cit., págs. 99-122.
83Para consultar más detalles, véase Ferguson, op. cit., cap. 25.
84Crouchley, op. cit., pág. 276.
85Hershlas, op. át., págs. 104 y ss.
86Issawi, op. át., págs. 439-445. Hershlas, op. át., págs. 113-122.
87Crouchley, op. át., págs. 274 y ss.
88Lindert y Morton, “How Sovereign Debt has Worked”,
89Rothschild, “YouHave It, Madam”: ThePurchase, in 1875, ofSuez Canal
Shares byDisraeli and Baron Lionel de Rothschild, pág. 46,49. Desafortunada
mente, el gobierno británico no vendió las acciones hasta 1979 y para en
tonces habían descendido en valor a 22 millones de libras. En términos
reales valían bastante menos del precio original de compra.
90 Blake, Disraeli, pág. 586.
91 Shaw, op. át., págs. 374 y ss.
92 Homer y Sylla, A History of Interest Rates, págs. 216-273, 291 y ss.,
312-317.
93 Bayoumi, “Saving-Investment Correlations: Immobile Capital, Go
vernment Policy or Endogenous Behaviour”; Zevin, “Are World Financial
Markets More Open? If So, Why and With What Effects?”; Taylor, “Inter
national Capital Mobility in History: The Saving-Investment Relation
ship”. Cf. O’Rourke y Williamson, op. át., págs. 215 y ss.
94Neal, op. át.
95Michie, “The Invisible Stabiliser”, págs. 10-14.
96O’Rourke y Williamson, op. át., pág. 220.
97Flandreau, Le Cacheux y Zumer, “Stability Without a Pact? Lessons
from the European Gold Standard, 1880-1914”, págs. 128,145.
98Ibid., pág. 147 n.
99 Flandreau, “Caveat Emptor: Coping with Sovereign Risk under the
International Gold Standard, 1873-1913”, págs. 23-31, gráfico 4.
100 Coeficiente de correlación de los rendimientos de los bonos res
pecto a los indicadores fiscales, 1880-1913:
635
GB FrandaAlemania Rusia EE UU Italia España
Fuente: TheEconomist.
636
116Taylor, op. dt., pág. 5.
117Bordo y Rockoff, “The Gold Standard... ”, cuadro 1.
118Ibid., págs. 19 y ss.
119Schuker, “American ‘Reparations’ to Germany, 1919-1933”.
120Linderty Morton, op. dt., pág. 5.
121 Feinstein y Watson, “Private International Capital Flows in the In
ter-War Period”;James, Globalization and its Sins, pág. 50.
122Fearon, Origins and Nature of the Great Slump.
123Ritschl, “Sustainability of High Public Debt”.
124Lindert y Morton, “How Sovereign Debt Has Worked”, pág. 6.
125Para ser más preciso, enjunio de 1933 Alemania impuso una morato
ria sobre todos los reembolsos de la deuda externa con la excepción de los
intereses y amortizaciones del préstamo Dawes de 1924 y los pagos de inte
reses del préstamo \bung de 1930: James, Globalization and its Sins, pág. 140.
126James, “Das Ende der Globalisierung?”, pág. 71; James, Globalization
and its Sins, págs. 48,145.
127Zevin, op. dt., pág. 47; TheEconomist, ThePocket World inFigures: 2000
Edition, págs. 38,52.
128Taylor, op. dt., pág. 3; Eichengreen y Hausmann, “Exchange Rates
and Financial Fragility”, pág. 27.
129 Obstfeld y Tayor, ‘The Great Depression as a Watershed: Interna
tional Capital Mobility over the Long Run”, pág. 359; James, “Ende der...”,
op. dt, pág. 63. Véase también Taylor, op. dt., pág. 5 y cuadro 1.
130O’Rourke y Williamson, op. dt., pág. 30.
131 Ibid., págs. 35 y ss., 98 y ss.
132Ibid., pág. 11.
133Micklethwait y Wooldrige, A Future Perfect: The Challenge and Hidden
Promise of Globalisation, pág. 51.
134O’Rourke y Williamson, op. dt., pág. 119.
135Ibid., pág. 122.
136Fischer, Krengel y Wietog (eds.), SozialgeschichtlichesArbeitsbuch: Ma
terialien zur Statistik desDeutschen Bundes 1815-1870, págs. 34 y ss.
137O’Rourke y Williamson, op. dt., págs. 119,155.
138Ibid., págs. 225,240-245.
139Micklethwaity Wooldrige, op. dt.
140Giddens, Runaway World: How Globalization is Reshaping OurLives.
141Micklethwait y Wooldrige, op. dt., pág. 257.
637
142 La mayor parte de la innovación tecnológica (calculada en térmi
nos de patentes norteamericanas obtenidas en 1997) se origina en una di
minuta élite formada por cinco países. Tan sólo el 10 por ciento de la po-
blación mundial vive en esos países, pero contaban con el 87 por ciento de
las patentes nuevas en 1997 y con alrededor de las dos quintas partes del
PIB mundial. El 85 por ciento de la población mundial puede ser clasifi.
cada como no innovadora: entre ellos surgió solamente el 0,7 por ciento
de las patentes nuevas: J. Sachs, “A New Map of the World”, TheEconomist,
24 de junio del 2000.
143 Véase, por ejemplo, O’Rourke y Williamson, op. cit., caps. 6, 10}
Crafts, op. át., págs. 50-52;James, “Ende der...”, op. cit., pág. 78.
144Véase esp. Bordo, Eichengreen e Irwin, op. át.
145Ibid., pág. 10; Crafts, op. át., pág. 25.
146Friedman, op. át., pág. 112.
147Ibid., pág. 167.
C a p ít u l o x
B urbujas y q u ie b r a s :
638
23 de septiembre de 1999. TheEconomist, 10 de junio de 2000; 17 de junio
de 2000.
12VéaseJohnson, “Reading the Markets”, Prospect, octubre de 1999.
13Bond y Adams, BarclaysEquity-Gilt Study 2000, págs. 39-50.
14Shiller, dp. cit., pág. 67.
15Calculado con los datos de Global Financial Data.
16Bond y Adams, op. dt., pág. 63.
17Calculado con los datos de Global Financial Data.
18Bond y Adams, op. dt., pág. 6.
19Véase Finandal Times, 22 de diciembre de 1999; 3 de enero de 2000;
6 de enero de 2000; The Economist, 25 de marzo de 2000. El coeficiente
rendimiento de las acciones (ganancias)/rendimiento de los bonos nor
teamericano alcanzó un mínimo de 0,5 en diciembre de 1999, en compa
ración con su cifra media del decenio de 1970 de 1,14.
20 Smithers y Wright, Valuing Wall Street: Protecting Wealth in Turbulent
Markets.
21Financial Times, 13 de mayo de 1999; 19 de abril de 2000. Véase tam
bién Madrick, “All Too Human”, New York Review of Books, 10 de agosto
de 2000.
22Finandal Times, 8 de abril de 2000.
23Perkins y Perkins, The Internet Bubble.
24Sunday Telegraph, 23 de enero de 2000.
25Bond y Adams, op. dt., págs. 48 y ss.
26 Ibid., pág. 63.
27Finandal Times, 19 de abril de 2000.
28En la actualidad, todas las acciones de todas las compañías de la Bol
sa de Nueva York cambian de manos una vez al año, comparado con
1981, cuando cambiaban de manos cada tres años: The Economist, 25 de
marzo de 2000.
29 El mercado cayó en un 22,6 por ciento. De hecho, el índice parece
haber caído por algo más de esta cifra el 12 de diciembre de 1914.
30Davidson y Rees Mogg, The Great Reckoning: How the World will Change
in theDepression of the 1990s.
31VéaseJames, Globalization and Its Sins.
32 TheEconomist, 25 de septiembre de 1999; 22 de abril de 2000; Finan
dal Times, 27 de marzo de 2000. Véase también Godley, “What If They
Start Saving Again?”, London Review ofBooks, 6 de julio de 2000.
639
33 “La Reserva Federal”, declaraba Greenspan, “consecuente con sus
responsabilidades como banco central de la nación, afirma su disposición
para servir como fuente de liquidez con el fin de apoyar el sistema econó
mico y financiero [y por ende, el sistema internacional] citado en Pros
pect, noviembre de 1999.
34Ibid.
35Véase Goodhart y Hofman, “Monetary Policy Adjustments with As
set Price Fluctuations”; “Monetary Policy Adjustments with Asset Price Fluc
tuations”; Goodhart, “Price Stability and Financial Fragility”.
36Bernanke y Gertler, “Monetary Policy and Asset Price Volatility”; Vic
kers, “Monetary Policy and Asset Prices ”.
37Voth, “A Tale of Five Bubbles-Asset Price Inflation and Central Ban
Policy in Historical Perspective” ibid.; “With A Bang Not a Whimper: Pric
king Germany’s ‘Stockmarket Bubble’ in 1927 and the Slide into Depres
sion”.
38Kindleberger, Manias, Panics and Crashes, págs. 204-211.
39Schwartz, “Real and Pseudo-Financial Crises”.
40 Bordo, “Financial Crises, Banking Crises, Stock Market Crashes
and the Money Supply: Some International Evidence, 1870-1933”, pág.
226.
41 Mishkin, “Asymmetric Information and Financial Crises: A Histori
cal Perspective”.
42 Goodhart y Delargy, “Financial Crises: Plus ça change, plus c’est la
même chose”.
43Bond y Adams, op. cit., págs. 116,125.
44Capie et al., “The Development of Central Banking”, pág. 16.
45Bordo, op. cit., pág. 191.
46 Shiller, op. cit., págs. 75-82; Fair, “Events that Shook the Market”. Cf.
Cutler, Poterba y Summers, “What Moves Stock Prices?”.
47 Parker, ‘The Emergence of Modern Finance in Europe, 1500-
1730”, pág. 554.
48Baskin y Miranti, A History of CorporateFinance, pág. 97.
49 Ibid., pág. 96.
50Véase Garber, “Famous First Bubbles”. Garber sostiene que la “manía
de los tulipanes” no fue totalmente irracional debido a que la peste bu
bónica desplazó la curva de demanda de los tulipanes y el virus Mosaico
desplazó la curva de oferta al acortar la vida de los bulbos de los tulipanes.
640
51 Parker, op. cit., págs. 556 y ss.
52Velde y Weir, ‘The Financial Market and Government Debt Policy in
France, 1746-1793”, pág. 10.
53Baskin y Miranti, op. cit., pág. 98.
54 Michie, ‘The London and New York Stock Exchanges, 1850-1914”.
55Véase Mirowski, ‘The Rise (and Retreat) of a Market: English Joint
Stock Shares in the Eighteenth Century”.
56Véase Michie, op. cit., págs. 88 y ss., 175, 184, 320, 322, 360 y ss., 419,
421,440,473,521 y ss., 589 y ss.
57 La monografía definitiva es la de Murphy, John Law. Para consultar
un relato más colorido, véase Gleeson, Millionaire.
58A los antiguos tenedores de puestos oficiales y rentistas se les ofreció
un reembolso en billetes del banco, que podían usar ya fuera para com
prar acciones en la compañía (con un 4 por ciento anual de dividendo) o
rentes al 3 por ciento. Pero a los antiguos tenedores de la deuda guberna
mental no se les dio ninguna prioridad, sino que debían pagar el precio
del mercado. Neal, The Rise of Financial Capitalism: International Capital
Markets in theAge ofReason, pág. 74.
59 Ibid., pág. 75.
60Ibid., pág. 69.
61Baskin y Miranti, op. cit., pág. 105.
62Neal, op. cit., pág. 92.
63Ibid., págs. 94-6.
64Chancellor, Devil Take the Hindmost: A History ofFinancial Speculation,
págs. 62-64.
65Neal, op. cit., pág. 98.
66Ibid., págs. 78 y ss.
67Cinco nuevas compañías fueron formadas en enero de 1720,23 en fe
brero, 27 en abril, 19 en mayo y 87 enjunio. En total, se fundaron 190. Pero
solamente cuatro lograron sobrevivir al crash. Chancellor, op. át., págs. 70 y ss.
68Neal, op. át., pág. 109.
69Ibid., pág. 101.
70 The Economist, 18 de marzo de 2000. Véase también Finanáal Times,
5-6 de febrero de 2000.
71Bond y Adams, op. cit., págs. 51-62.
72 The Times, 24 de agosto de 1999.
73Chancellor, op. át., págs. 69,88.
641
74Wheen, KarlMarx, pág. 268.
75Ibid., pág. 249.
76Ibid., pág. 268.
77La frase la usó David Smith en el Sunday Times, el 2 de mayo de 1999.
C a p ít u l o xi
G r il l e t e s d e o r o , c a d e n a s d e papel:
Los r e g ím e n e s m o n e t a r io s in t e r n a c io n a l e s
642
16 Le debo mi agradecimiento a Henry Gillett, del Banco de Inglate
rra, por esta información.
17Harmston, op. cit., pág. 38.
18Ibid., págs. 41-45.
19La fecha de la “Ley de Peel” fue el 2 de julio de 1819; Gran Bretaña
se comprometía a retornar el oro al tipo de cambio previo a su suspen
sión del 26 de febrero de 1797.
20El Acuerdo sobre los artículos de Bretton Woods se firmó en julio de
1944 y comenzó a funcionar con convertibilidad limitada fuera de Estados
Unidos en 1946. Hasta 1959 el sistema no fue completamente operativo.
21 Obstfeld, “International Currency Experience: New Lessons and
Lessons Relearned”. Una medida simple de la paridad adquisitiva es el
índice “Big Mac” de The Economist, basado en la comparación de los pre
cios de una hamburguesa estándar de McDonald’s. Según esta medida,
la mayoría de las monedas de Asia, Latinoamérica y Europa del Este es
taban subvaloradas frente al dólar en el momento en que fue escrito este
libro: TheEconomist, 29 de abril de 2000.
22 Para consultar un estudio accesible, véase Krugman, The Return of
Depression Economics. Sin duda, puede afirmarse que la crisis asiática so
brevino a consecuencia de intentar mantener fijos los tipos de cambio.
23Rockoff, ‘The Wizard of Oz as Monetary Allegory”. Le debo mi agra
decimiento a los profesores Charles Goodhart y Forrest Capie por esta
referencia.
24Yeager, “Fluctuating Exchange Rates in the 19th Century: The Ex
periences of Russia and Austria”.
25 Cooper, T he Gold Standard: Historical Facts and Future Pros
pects”, pág. 4; Bordo y Kydland, The Gold Standard as a Commitment
Mechanism”, págs. 72-75.
26Eichengreen y Flandreau, “The Geography of the Gold Standard”,
cuadro 2.
27Drummond, The Gold Standard and theInternational Monetary System,
pág. 12. Naturalmente, éstos variaban de acuerdo con los costes de trans
porte marítimo, los gastos por acuñación y los tipos de interés.
28Ford, The Gold Standard, 1880-1914: Britain and Argentina.
29McCloskey y Zecher, “How the Gold Standard Worked, 1880-1913”.
30 Bloomfield, Monetary Policy under the International Gold Standard,
1880-1914.
643
31 Bordo y Schwartz, op. át., pág. 15.
32Cooper, op. cit., pág. 9.
33 Barsky, ‘The Fisher Hypothesis and the Forecastability and Persis
tence of Inflation”; Bordo y Kydland, op. cit., págs. 80-83.
34 Bordo, A Retrospective on the Classical Gold, Standard, págs. 152, 167.
35 Bordo cita las siguientes cifras para Gran Bretaña:
644
44Ford, op. cit., pág. 25. Para consultar una crítica sobre la noción de
que los sistemas monetarios internacionales dependían de la hegemo
nía de un país, véase Eichengreen, “Hegemonic Stability Theories and
the International Monetary System”.
45 Eichengreen, Golden Fetters: The Gold Standard and the Great Depres
sion, 1919-1939, pág. 73.
46Capie, Goodhart, FischerySchnadt, TheFutureofCentralBanking, pág. 11.
47Bordo y Kydland, op. cit., pág. 56; Bordo y Rockoff, ‘The Gold Stan
dard as a ‘Good Housekeeping Seal of Approval’ ”, pág. 321; Bordo y
Schwartz, “Monetary Policy Regimes...”, op. cit., pág. 10.
48Bordo, “Gold as a Commitment... ”, op. át., pág. 7.
49 Bordo y Kydland, “Gold Standard... ”, op. cit., págs. 68, 77.
50Véase Bordoy Schwartz, “Monetary Policy...”, op. át., pág. 11.
51 Bordo y Rockoff, “Good Housekeeping... ”, op. cit., págs. 327,347 y ss.
52 Bordo y Rockoff, “Was Adherence to the Gold Standard a ‘Good
Housekeeping Seal of Approval’ during the Interwar Period?”, pág. 28:
“Canadá pagó un 5,53 por ciento cuando estuvo fuera del patrón oro y
4,65 cuando estuvo regido por el patrón oro; Australia pagó un 6,9 por
ciento y un 5,17; Chile un 8,05 y un 6,75; Dinamarca un 6,93 y un 4,8;
Italia un 7,8 un y 6,25”.
53Bordo y Schwartz, “Monetary Policy... ”, op. cit., págs. 71 y ss.; Bordo
y Jonung, “Return to the Convertibility Principle? Monetary and Fiscal
Regimes in Historical Perspective”; Bordo y Dewald, “Historical Bond
Market Inflation Credibility”.
54 Eichengreen y Hausmann, “Exchange Rates and Financial Fragi
lity”, pág. 35.
55Mundell, “Prospects for the International Monetary System”, pág. 31.
56Bordo y Schwartz, “Monetary Policy... ”, op. át., pág. 62.
57Véase Obstfeld, op. át.
58Keynes, A Tract on Monetary Reform, pág. 138.
59 La definición de este término es una cuestión de gustos. Schwartz
defiende una perspectiva monetarista según la cual importan solamente
las crisis bancarias precipitadas por “una lucha pública... por la base mo
netaria”: Schwartz, “Reíd and Pseudo-financial Crises”, pág. 11. Para con
sultar una definición más precisa y una investigación empírica más de
tallada, véase Bordo, “Financial Crises, Banking Crises, Stock Market
Crashes and the Money Supply: Some International Evidence, 1870-
645
1933”, págs. 190 y ss. Siguiendo los pasos de Irving Fisher, Minsky desarro
lló la idea de las crisis como resultados de colisiones cíclicas entre el en
deudamiento y los tipos de interés. Cuanto más en marcha esté una eco
nomía, más probable es que un aumento del tipo de interés ocasione la
reducción de la deuda: véase esp. Minsky, “A Theory o f Systematic Fragi
lity”. La perspectiva de Minsky-Fisher aparece predominantemente en
Kindleberger, Manias, Panics and Crashes: A History ofFinandal Crises.
60 Goodhart y Delargy, “Financial Crises: Plus ça change, plus c’est la
même chose”.
61 Bordo y Eichengreen, “Is Our International Economic Environ
ment Unusually Crisis Prone?” Bordo, Eichengreen e Irwin, “Is Globali
zation Today Really Different Than Globalization a Hundred Years Ago”,
págs. 47-56.
62Véase Bayoumi, Eichengreen y Taylor, “Introduction”, págs. 7 y ss.,
11 y ss., para consultar un resumen de la literatura sobre este tema.
63Eichengreen y Hausmann, op. dt., pág. 28.
64 Bordo y Eichengreen, “International Economic...”, op. át., pág.
15. Véase también Wood, “Great Crashes in History: Have They Lessons
for Today?”.
65Friedman y Schwartz, A Monetary History ofthe United States, 1867-1960.
66 Una violación de las reglas del juego de la que Francia también fue
culpable: Eichengreen, ‘The Gold-Exchange Standard and the Great
Depression”.
6/ Sólo China, España, Turquía y la Unión Soviética no lo estaban: Bor
do y Schwartz, ‘The Changing Relationship between Gold and the Money
Supply”, pág. 18; Bordo y Rockoff, “Adherence...”, op. dt., pág. 14.
68 Eichengreen, “Golden Fetters... ”, op. dt. Eichengreen y Sachs, “Ex
change Rates... ”, op. dt.
69 Para consultar una destacada investigación, véase Bordo, “The
Bretton Woods International Monetary System”.
70Bordo y Schwartz, “Changing Relationship... op. dt., pág. 19; Bor
do, “Gold as a Commitment...”, op. dt., pág. 17; Bordo y Schwartz, “Mo
netary Policy...”, op. dt., pág. 19.
71 Bordo, “The Bretton Woods...”, op. dt., pág. 83. Véase, sin embar
go, el comentario de Cooper en el mismo volumen, pág. 106. Cf. Zevin,
“Are World Financial Markets More Open?, págs. 56-68.
72Bordo y Schwartz, “Changing Relationship... ”, op. dt., págs. 24 y ss.
646
73Krugman, The Return ofDepression Economics, págs. 96y ss.
74McKinnon y Pill, “International Overborrowing: A Decomposition
of Credit and Currency Risks”; Eichengreen y Hausmann, “Exchange
Rates...”, op. cit., págs. 20 y ss.
75El argumento de que éste debería ser el papel del FMI ya había sido
expresado en un informe para el Congreso de Estados Unidos de Alian
Meltzer (TheEconomist, 19 de marzo de 2000). Capie sostiene que no puede
haber un prestamista internacional de último recurso, ya que en ausencia
de un dinero mundial ninguna institución puede proveer liquidez a los
mercados financieros internacionales en su totalidad, sino solamente res
cates país por país con el peligro concomitante de un riesgo moral: Capie,
“International Lender of Last Resort”. Para consultar una visión escéptica
sobre los beneficios de los rescates véase Bordo y Schwartz, “Measuring
Real Economic Effects of Bailouts: Historical Perspectives on How Coun
tries in Financial Distress have Fared With and Without Bailouts”.
76McKinnon, “The East Asian Dollar Standard: Life after Death?”.
77Cooper, “A Monetary System for the Future” .
78Eltis, “The Creation and Destruction of the Euro”.
79Véase Bergsten, “America and Europe: Clash of the Titans”, págs. 20,
22,26,27.
80 Lo siguiente se basa en Ferguson y Kotlikoff, ‘The Degeneration
of EMU”. Le debo mi agradecimiento a Laurence Kotlikoff por sus co
mentarios.
81 Buiter, “Alice in Euroland”.
82 Bordo y Jonung, ‘The Future of EMU: What Does the History of
Monetary Unions Tell Us?”, pág. 27.
83 Panic, European Monetary Union: Lessons from the Classical Gold,
Standard.
84 Hasta ahora ambas estaban vinculadas al franco francés de modo
que se volvieron parte de la zona euro en 1999: véase Fielding y Shields,
“Is the Franc Zone an Optimal Currency Area?”.
85 Flandreau, ‘The Bank, the States and the Market: An Austro-Hun
garian Tale for EMU, 1867-1914”.
86 Schubert, ‘The Dissolution of the Austro-Hungarian Currency
Union”; Bordes, The Austrian Crown: Its Depredation and Stabilisation
Crown, págs. 40-45.
87Einaudi, “Monetary Unions and Free Riders: The Case of the Latin
Monetary Union (1865-1878)”, cap. 3.
88Einaudi, op. cit.
89 Ibid., pág. 353. Se mantuvo formalmente en existencia hasta que
Suiza se retiró en 1926, deshaciéndose al año siguiente: Cohen, “Beyond
EMU: The Problem of Sustainability”, pág. 191.
9° Ferguson y Koüikoff, op. cit.
91 Véanse las críticas en Cohén, op. d t Feldstein, “The Political Eco
nomy of the European Economic and Monetary Union; Obstfeld, op.
at.;Lai, “EMU and Globalisation”.
92Neal, “A Shocking View of Economic History”, págs. 327 y ss.
93Deutsche Bundesbank, “Opinion of the Central Bank Council con-
cerning Convergence in the European Union in view of Stage Three df
Economic and Monetary Union”.
94De hecho, Eichengreen y Wyplosz demuestran que en Europa ocurre
lo contrario: ‘The Stability Pact: More than a Minor Nuisance?”, pág. 91.
95Bovenberg, Kremers y Masson, “Economic and Monetary Union in
Europe and Constraints on National Budgetary Policies”, pág. 141; Winc-
kler, Hochreiter y Brandner, “Deficits, Debt and European Monetary
Union: Some Unpleasant Fiscal Arithmetic”, pág. 265; Hagen, “Discus
sion of Winckler, Hochreiter and Brandner’s Paper”, pág. 278.
96 Goodhart, T h e Two Concepts of Money. Implications for the
Analysis of Optimal Currency Areas”, págs. 408 y ss.
97Definida, aparentemente, como manteniendo la inflación entre el
0 y el 2 por ciento anual.
98 King, “Commentary: Monetary Policy Implications of Greater Fis
cal Discipline”; Winckler, Hochreiter y Brandner, op. át., pág. 273.
99 Bovenberg, Kremers y Masson, op. cit., págs. 142 y ss.; Sims, The
Precarious Fiscal Foundations of EMU”, pág. 15.
100 Véase, por ej., Bordo yjonung, T he Future of EMU...”, op. at.,
pág. 30; Berthold, Fehn y Thode, “Real Wage Rigidities, Fiscal Policy,
and the Stability of EMU in the Transition Phase”.
101Eichengreen y Wyplosz, “The Stability P a c t . op. cit., pág. 103.
648
C a p ít u l o x ii
La o l a a m e r ic a n a :
l a s m a r e a s d e l a d e m o c r a c ia
649
23Przeworski, op. cit., págs. 52 y ss.
24 Institute for Democracy and Electoral Assistance, Annual Report
1998, pág. xi.
25 Ward et al., “The Spatial and Temporal Diffusion of Democracy,
1946-1994”, pág. 3.
26Starr, “Democratic Dominoes: Diffusion Approaches to the Spread
of Democracy”, pág. 356.
27 Modelski y Perry, “Democratisation in Long Perspective”, pág. 23.
28Herodoto, Historias, págs. 238-241 (libro III, 82).
29Schumpeter, Capitalismo, Socialismo y democracia.
30 Hayek, The Road to Serfdom.
31 Véase, por ej., Bollen, “Issues in the Comparative Measurement of
Political Democracy”; ibid., “Liberal Democracy: Validity and Method
Factors in Cross-National Measures”.
32Según la definición de Freedom House: “Un país da derechos politicos
a los ciudadanos cuando les permite formar partidos políticos que represen
tan una gama significativa de las preferencias de los votantes y cuyos líderes
pueden competir abiertamente para ser elegidos para posiciones de poder
en el gobierno. Un país defiende las libertades civiles de sus ciudadanos
cuando respeta y protege sus derechos religiosos, étnicos, económicos, lin
güísticos y otros incluyendo los derechos de género y los familiares, las liber
tades personales y la libertad de prensa, la de creencia y la de asociación”.
33Karatnycky, “The Decline of Illiberal Democracy”, pág. 112.
34El hecho de que éstas fueron Nigeria, Indonesia y Sierra Leona de
muestra cuán efímero, si no enteramente ilusorio, puede ser el progreso
mencionado.
35 Zakaria, “The Rise of Illiberal Democracy”.
36 “La lista de democracias electorales de Freedom House se basa en
un estándar riguroso que requiere que toda la autoridad nacional elegi
da sea producto de procesos electorales libres yjustos”: ni México ni Ma-
laisia cumplen los requisitos.
37Karatnycky, op. cit., págs. 116yss.
38 LeDuc y Niemi (eds.), ComparingDemocracies: Elections and Voting in
Global Perspective, cuadros 1.1-1.7.
39Blais y Massicotte, “Electoral Systems”, pág. 67.
40 Vincent, “All That Matters is What Tony Wants”, London Review of
Books, 16 de marzo de 2000, pág. 11. La Cámara de los Lores ha sido siem
650
pre nombrada por la Corona: el gran cambio introducido por el gobier
no de Blair ha sido la abolición del principio hereditario que permitía a
aquellos con títulos de nobleza pasar el título y el escaño en los Lores
a sus herederos varones.
41Lipset, “The Social Requisites of Democracy Revisited”, pág. 87.
42 Shin, “On the Third Wave of Democratization: A Synthesis and
Evaluation of Recent Theory and Research”, pág. 159. Cf. Przeworski et
al., “What Makes Democracies Endure?”, pág. 45.
43Shin, op. cit., pág. 160.
44 Grilli, Mascandiero y Tabellini, “Political and Monetary Institutions
and Public Financial Policies in the Industrial Countries”, pág. 356.
45 Giddens, Runaway World: How Globalization is Reshaping Our Lives,
pág. 63.
46Lipset, op. cit., págs. 8 y ss.
47La media del indicador de la democracia en el África subsahariana
alcanzó un máximo de 0,58 en 1960 (26 países), luego (para 43 países)
cayó a puntuaciones bajo el 0,19 en 1977 y el 0,18 en 1989 antes de subir
al 0,38 en 1994”: Barro, “Determinants of Economic Growth: A Cross-
Country Empirical Study”, pág. 36.
48Para consultar detalles sobre las tres versiones de los grupos de da
tos Polity, véase Gurr, “Persistence and Change in Political Systems, 1800-
1971”; Gurr, Jaggers y Moore, “The Transformation of the Western Sta
te: The Growth of Democracy, Autocracy, and State Power since 1800”;
Jaggers y Gurr, “Transitions to Democracy: Tracking Democracy’s Third
Wave with the Polity III Data”; Gleditsch y Ward, “Double Take: A Re
examination of Democracy and Autocracy in Modern Polities”.
49Huntington, The Third Wave, págs. 17-21.
50 Sobre un muestreo de más de cien países, el índice de la democra
cia de Gastil (modificado por Barro a fin de que oscile entre 0 para no
democracia y 1 para democracia completa) muestra un máximo del ín
dice medio de 0,66 en 1960, un mínimo de 0,44 en 1975, seguido de un
incremento hasta 0,58 en 1994: Barro, op. cit., pág. 35. Cf. Gastil, Freedom
in the World.
51 Modelski y Perry, op. cit., pág. 25 n.
52Aunque abiertamente xenófobo en su oposición a la inmigración,
el Partido de la Libertad tenía un indudable mandato democrático. La
ironía complementaria de un canciller alemán sermoneando a los italia
651
nos al advertirles que sufrirían el mismo destino si la Alianza Nacional
entrase en una coalición no merece comentarios (entrevista con Ger
hard Schróder, Corriere della Sera, 17 de febrero de 2000).
53 TheEconomist, World in Figures, págs. 38yss.
54Karatnycky, op. át., pág. 123. Según otro estudio de Freedom House
sobre países poscomunistas, “las democracias consolidadas y las econo
mías de mercado tuvieron una tasa de crecimiento medio del 4,7 por
ciento en 1997; los sistemas políticos y económicos en transición del 1,4
por ciento; y las dictaduras consolidadas y economías estatistas una caída
media del PIB de aproximadamente el 3 por ciento”.
55 Lipset, op. át., págs. 75-85.
56 Ibid., pág. 103.
57 Lipset, op. át., págs. 8 y ss.; Lipset, Seong y Torres, “A Comparative
Analysis of the Social Requisites of Democracy”, págs. 165-171.
58Bollen yjackman, op. át.
59Przeworski et al., op. át., págs. 41,49.
60Barro, op. át., pág. 1.
61 Friedman, “Other Times, Other Places: The European Democra
cies”, págs. 2,29. Véanse también págs. 54, 86.
62Lipset, op. át., pág. 16.
63Ibid., pág. 17. Véase Przeworski et al., op. át., pág. 42, para consultar
una visión opuesta.
64Muller, “Democracy, Economic Development, and Income Inequa
lity” y “Economic Determinants of Democracy”. Véase también Muller y
Seligson, “Civic Culture and Democracy: The Question of Causal Rela
tionships”; Przeworski etal., op. át.
65 La correlación se estableció entre el crecimiento medio anual del
PIB real y el ranking de libertad política media de Freedom House (que
se extendía de 1, el país más libre políticamente, a 7, el menos libre). El
coeficiente de correlación para la muestra completa fue de 0,18.
66 Broadberry, “How did the United States and Germany Overtake
Britain?”.
67Przeworski et al., op. át., pág. 42.
68Joll, Europe since 1870: An International History, pág. 357.
69 Véase Schiel, “Pillars of Democracy: A Study of the Democratisation
Process in Europe after the First World War”. Agradezco aJuliane Schiel
su ayuda en este tema.
652
70 Gasiorowski, “Economic Crisis and Political Regime Change: An
Event History Analysis”, págs. 883 y ss., 892.
71 Calculado de las cifras de Rummel, Lethal Politics: Soviet Democide
and Mass Murder since 1917, y de Mitchell, European Historical Statistics,
1750-1975.
72 Easterly y Fischer, “The Soviet Economic Decline: Historical and
Republican Data”.
73 Przeworski señala que de las veinte investigaciones revisadas, ocho
llegaban a la conclusión de que la democracia favorecía el crecimiento
más que el autoritarismo, ocho señalaban lo contrario y cuatro no en
contraban diferencias. Przeworski, ‘The Neo-Liberal Fallacy”, op. cit.,
pág. 52.
74Landes, The Wealth and Poverty ofNations, págs. 217 y ss.
75Barro, op. cit., pág. 32.
76 Schwarz, “Democracy and Market-oriented Reform-A Love-Hate
Relationship?”.
77Alesinay Rodrik, “Distributive Policies and Economic Growth”.
78Barro, op. cit., pág. 37.
79Ibid., págs. 2 y ss. La cursiva es mía.
80Eichengreen, GoldenFetters: The Gold Standard and the GreatDepression,
1919-1939, págs. 9, 25, 92-97. Más precisamente, Eichengreen aplica la
idea de Lipset según la cual la representación proporcional produce go
biernos inestables, especialmente cuando el electorado está polarizado.
Las “divisiones de corte transversal” —cuando las divisiones religiosas y
económicas no son congruentes, por ejemplo— tienden a reducir el pro
blema; debido a esto, por ejemplo, podemos explicar la relativa estabili
dad de Holanda durante el periodo. Cf. Lipset, op. cit., págs. 91 y ss.
81 Barro, op. cit., pág. 34.
82Alesina el al., op. cit., págs. 21 y ss.
83Hansard, 11 de noviembre de 1947, col. 206.
84Weber, The Protestant Ethic and the Spirit of Capitalism, págs. 112,154.
85 Ibid., pág. 24.
86Weber entendía “que la conducta racional descansaba en la idea de
vocación” como “uno de los elementos fundamentales del espíritu del ca
pitalismo moderno”: ibid., pág. 180. Pero en otros sitios reconoció el ca
rácter irracional del “ascetismo cristiano”: “El tipo ideal de empresario
capitalista... no saca nada de su fortuna para sí, excepto la sensación irra
653
cional de haber hecho bien su trabajo”. El “hombre existe por su negocio
y no al revés”, lo que “desde el punto de vista de su felicidad personal” era
“irracional”: págs. 70 y ss. Todavía más problemático es el golpe velado y
mordaz de Weber contra losjudíos, quienes representaban la excepción
más obvia al argumento del autor: “Losjudíos se inclinaron por el capita
lismo aventurero que estaba orientado hacia la política y la especulación;
su ethos iiie... el del capitalismo de los parias. El puritanismo, en cambio,
fue el portador del ethos de la organización racional del capital y el traba
jo ”: pág. 166. Weber fue, asimismo, misteriosamente ciego al éxito de los
capitalistas católicos de Francia y Bélgica, entre otros lugares.
87Véase, por ej., Lai, Unintended, Consequences: The Impact ofFactorEny
dowments, Culture and Politics on Long-Run Economic Performance.
88Landes, op. cit., passim. Véase también Sacks, Morals and Markets.
89Huntington, The Clash of Civilisations and theRemaking of World Order.
90Lipset, Seong y Torres, op. cit., págs. 165-171. Véase también Bollen,
op. át.; Bollen y Jackman, op. üt.
91 Lipset, Seong y Torres, op. cit.
92Véase, por ej., Soto, The Mystery of Capital: Why Capitalism Triumphs
in the West andFails Everywhere Else.
93North, op. át, esp. págs. 96-103,113yss., 127 yss., 139 yss.
94 Véase el trabajo más reciente de Phillips, The Cousins’ Wars: Reli
gion, Politics, and the Triumph ofAnglo America.
C a p ít u l o x ih
U n id a d e s fr a g m e n t a d a s
654
8Véase Davies, The Isles. Para consultar una crítica, véase Clark, “Pro
testantism, Nationalism and National Identity, 1660-1832”.
9Hobsbawm, TheAge of Capital: 1848-1875, pág. 107.
10 Hinsley, Power and the Pursuit of Peace: Theory and Practice in the His
tory of the Relations between States, pigs. 33 y ss.
11Ibid., pág. 46.
12Citado en Knock, ToEnd All Wars: Woodrow Wilson and the Questfor a
New World Order, pág. 35.
13Ibid., pág. 77.
14Ibid., pág. 113.
15Ibid., págs. 143 y ss.
16Ibid., pág. 152.
17Keylor, ‘Versailles and International Diplomacy”, pág. 492.
18Gilbert, TheFirst World War, págs. 528, 530.
19Goldstein, “Great Britain: The Home Front”, pág. 151.
20Citado en Fink, “The Minorities Question at the Paris Peace Confe
rence... ”, pág. 258.
21 Mazower, op. rít., pág. 61.
22Petzina, Abelshauser y Faust (eds.), op. cit., pág. 23.
23 Overy, The Times Atlas of the Twentieth Century, pág. 51.
24 Rummel, Statistics ofDemocide: Genocide and Mass Murder Since 1900,
apéndice, cuadro 16A.1, y Democide: Nazi Genocide and Mass Murder, cua
dros 1.1 y 1.3.
25 Rummel, Lethal Politics: Soviet Democide and Mass Murder since 1917,
cuadros 1.3 y l.B. Cf. Conquest, The Great Terror: A Reassessment, págs.
484-489, y TheNation Killers, págs. 64, 111; Martin, “Origins of Soviet Eth
nic Cleansing”, pág. 851. Le debo mi agradecimiento a Erik Brynhilds-
bakken por su ayuda en esta cuesdón.
26 Chesnoff, Pack of Thieves: How Hitler and Europe Plundered thefews
and Committed the Greatest Theft in History, pág. 283.
27Rubinstein, “Entrepreneurial Minorities: A Typology”.
28Mazower, op. cit., cuadro 1.
29 Cook y Paxton (eds.), European Political Facts, 1900-1996. Cf. The
Economist, 3 de enero de 1998.
30Alesina y Wacziarg, “Openness, Country Size and the Government”,
pág. 4; Alesina, Spolaore y Wacziarg, “Economic Integration and Politi
cal Disintegration”, págs. 1, 23.
655
31 The Economist, 3 de enero de 1998.
32 Hobsbawm, Nations and Nationalism since 1 780: Programme, Myth, Rear
lily, pág. 175.
33Alesinay Spolaore, “On the Number and Size of Nations”.
34Alesina y Wacziarg, “Openness.
35Alesina y Spolaore, “International Conflict, Defence Spending and
the Size of Countries”.
36 Ibid., pág. 18.
37Gourevitch, We Wish to Inform You that Tomorrow We Will Be Killed with
OurFamilies: Storiesfrom Rwanda. Lo que catalizó la masacre fue el asesina
to del presidente Juvenal Habyarimana (hutu) posterior al acuerdo de
paz con el Frente Patriótico de Ruanda (liderado por los tutsis).
38 Collier y Hoeffler, “On Economic Causes of Civil War”, págs. 568
y ss. Su investigación sobre el África moderna destaca la polarización
étnica —cuando hay dos grupos, uno en la mayoría— por sobre la hete
rogeneidad étnica —grupos múltiples— como causa de conflicto.
39Alesina, Spolaore y Wacziarg, “Economic...”, op. cit., pág. 26.
40Uno de los defectos más obvios es que el Banco Mundial hace cada vez
más negocios que podría realizar el sector privado: en los últimos siete años,
un 70 por ciento de sus préstamos no privilegiados fueron a once grandes pa
íses que tenían pleno acceso a los mercados de capitales mundiales (entre
ellos, China, Argentina, México y Brasil): TheEconomist, 18 de marzo de 2000*
41James, Globalization and its Sins: Lessons from Previous Collapses and
Crashes, págs. 42-49.
42Hobsbawm, Nations and Nationalism since 1780: Programme, Myth, Rea
lity, pág. 174.
43 Prospect, abril de 2000. Cf. Jenkins, “The Power of NGO’s”, Institute
of United States Studies: Lanesborough Lunch, 5 de abril de 2000.
44Hutchinson Almanac 2000, pág. 345.
45 The Economist, 19 de diciembre de 1998; OCDE, Economic Outlook,
65, junio de 1999, pág. 252.
46Hinsley, op. cit., pág. 315.
47 Shawcross, Deliver Us From Evil: Peacekeepers, Warlords and a World of
Endless Conflict.
48Caplan, “Humanitarian Intervention: Which Way Forward?”, Ethics
and International Affairs, págs. 25 y ss.
49Ibid., págs. 26 y ss.
656
C a p ít u l o x iv
E n c o g im ie n t o :
1Proveniente de The White Man’s Burden (“La carga del hombre blan
co”). Para evitar ofender la sensibilidad moderna, esto puede corregirse
como para que se lea: “La carga del hombre rico”.
2Kennedy, The Rise andFall of the Great Powers, págs. XVI, xxvi.
3Ibid., pág. 567. Véase también pág. 254.
4Ibid., págs. xvi, xxvi.
5Ibid., págs. 696 y ss.
6Ibid., págs. 573 y ss.
7 Ibid., pág. 668. Esta página es singular también por la siguiente afir
mación: “El estado actual de las relaciones entre México y Estados Uni
dos... hace que la ‘crisis’ polaca para la Unión Soviética parezca peque
ña en comparación”.
8 Ibid., pág. 689.
9 Ibid., págs. 665 y ss.
10 O’Brien, “Imperialism and the Rise and Decline of the British Eco
nomy, 1688-1989”.
11 Olson, The Rise and Decline of Nations: Economic Growth, Stagflation
and Social Rigidities.
12Ibid., pág. 236.
13Véase Kindleberger, WorldEconomic Primacy, 1500-1900, págs. 46-53.
14Citado en Nef, War and Human Progress: An Essay on the Rise ofIndus
trial Civilization, pág. 342.
15Ibid., pág. 333.
16Smith, The Wealth ofNations, libro III, cap. 4.
17Nef, op. cit., págs. 341 y ss.
18Angelí, The Great Elusion, pág. 295.
19Friedman, The Lexus and the Olive Tree, págs. 248-275.
20 Luard, War in International Society: A Study in International Sociology,
págs. 239 y ss.
21 Ibid., págs. 80yss.
22Bonney, “The Struggle for Great Power Status”, págs. 351 y ss.
23Ibid., pág. 357. Cf. Kennedy, op. cit., pág. 172.
24Towle, “Nineteenth-century Indemnities”.
657
25 Ibid. Le debo mi agradecimiento al doctor Philip Towle por haber
me provisto de esta y otras cifras referidas a las indemnizaciones del si
g l o XIX.
26 Ferguson, The World’s Banker, págs. 666 y ss. Las estadísticas del gas
to militar prusiano son de Jakrbuch für die Statistik des Preussischen Staats
(1869), págs. 372-443,466-545.
27 White, “Making the French Pay: The Costs and Consequences of
the Napoleonic Reparations”, pág. 23. Las cifras del presupuesto pru
siano de defensa de 1870 provienen de la base de datos “Correlates o£
War”.
28Goldsmith, PremodemFinancial Systems, págs. 48-51.
29Muto, “The Spanish System: Centre and Periphery”, págs. 248 y ss.;
Gelabert, “The Fiscal Burden”, pág. 564 y nota.
30Bonney, “Revenues”.
31White, op. cit., especialmente págs. 21 y ss. Cf. Kindleberger, op. áL¡
págs. 219 y ss. i
32Bonney, “The Struggle...”, op. cit., pág. 382. Cf. Buxton, Finance and
Politics: An Historical Study, 1783-1885, vol. I, pág. 6.
33Hardach, TheFirst World War, 1914-1918, pág. 153.
34 White, op. cit., pág. 23. Para consultar una discusión completa del
tema, véase Ferguson, “The Balance of Payments Question: Versailles
and After”.
35Véase Schuker, “American ‘Reparations’ to Germany, 1919-1933”.
36 Calculado de las cifras de Abelshauser, “Germany: Guns, Butter
and Economic Miracles”, pág. 143.
37Calculado de las cifras de la base de datos “Correlates of War”.
38Naimark, The Russians in Germany: A History of the Soviet Zone of Occu
pation, 1945-1949.
39Bonney, op. cit., pág. 345; White, “France and the Failure to Moder
nise...”, pág. 5.
40 O’Brien, “Inseparable Connections: Trade, Economy, Fiscal State,
and the Expansion of Empire, 1688-1815”.
41 Duffy, “World-Wide War and British Expansion”.
42Estadísticas de la base de datos “Correlates of War”.
43Ferguson, ThePity of War, passim.
44Harrison, “The Economics of World War II: An Overview”, pág. 10.
45 Ibid., pág. 17.
658
46Mitchell, European Historical Statistics, pág. 360.
47Harrison, op. át., pág. 3.
48 Overy, Why theAllies Won, pág. 15.
49 Harrison, op. át., pág. 6. Nota: estas cifras excluyen a China de los
aliados.
50Ibid., pág. 26.
51 Broadberryy Howlett, “The United Kingdom: ‘Victory at All Costs’
ATH”, pág. 55; Rockoff, ‘The United States”, pág. 101; Abelshauser, op.
át., pág. 162; Hara, ‘Japan: Guns Before Rice”, pág. 254.
62Johnson, The Nazi Terror: Gestapo, Jews and Ordinary Germans, págs.
315 y ss.
53Harrison, ‘The Soviet Union: The Defeated Victor”.
54Citado en Doyle, “Liberalism and World Politics”, pág. 1160.
55 Gates, Knutsen y Moses, “Democracy and Peace: A More Skeptical
View”, pág. 6.
56Doyle, op. át., pág. 1162.
57 Calculado de las cifras disponibles de las últimas encuestas de
SIPRI y de Freedom House.
58Russett, “Counterfactuals about War and Its Absence”, pág. 181.
59 Ibid., pág. 185.
60 Maoz y Abdolali, “Regime Types and International Conflict, 1816-
1976”; Dixon, “Democracy and the Peaceful Settlement of International
Conflict”.
61Wardy Gleditsch, “Democratising for Peace”.
62Kennedy, op. át., pág. 799 y nota.
63 O’Brien, Power with Profit, págs. 34 y ss.
64Kennedy, op. át., págs. 407, 413.
65Ibid., págs. 127,159.
66Los coeficientes de las correlaciones de los gastos de defensa como
porcentaje de PIB/PNB frente al crecimiento real del PIB/PNB son los
siguientes: Reino Unido, 1850-1997: 0,001; Estados Unidos, 1890-1998:
0,06; Reino Unido, 1961-1997: -0,03; Estados Unidos, 1961-1998: 0,07.
La máxima correlación posible (positiva o negativa) es más o menos 1.
67 El gasto en la defensa como proporción de las cifras del PIB se
calculó de los totales anuales de SIPRI; las cifras de crecimiento medio,
de The Economist. El coeficiente de correlación para 59 países del mues-
treo fue-0,05.
659
68 Véase Kennedy, Preparingfor the Twenty-first Century, págs. 293 y ss.
69Los cálculos del autor se basan en las cifras del PIB real del Federal
Reserve Bank de San Luis.
70Si el presidente Cárter hubiera, milagrosamente, gobernado duran
te tres mandatos, y de haberlo sucedido Bill Clinton, los gastos totales en
defensa (asumiendo la inexistencia de cambios de política) habrían sido,
de 1977 a 1998, de 6.100 millones de dólares. Los gastos efectivos fueron
de 7.400 millones de dólares. El coste anual es la diferencia repartida
durante todo el periodo, desde la etapa gubernamental de Ronald Rea
gan hasta 1998; es decir, incluye tanto la inversión en la Iniciativa de De
fensa Estratégica y otros gastos en armamento de la era de Reagan,
como el “dividendo por la paz” posterior a 1989.
71 Fitzgerald, Way Out There in the Blue: Reagan, Star Wars and theEnd of
the Coid War.
72 En 1992, después de un 22 por ciento de reducción de la cantidad
de cabezas nucleares de las superpotencias, el rendimiento total del ar
senal nuclear estratégico soviético era de más de 4 millones de kiloto-
nes, en comparación a la cifra norteamericana de poco más de 1 millón.
Fieldhouse, “Nuclear Weapons Developments and Unilateral Reduction
Initiatives”, págs. 74-119. Es importante destacar que la capacidad des
tructiva del arsenal nuclear estratégico soviético era al menos cuatro ve
ces mayor que el de Estados Unidos. No puede descartarse la posibili
dad de que los soviéticos estaban sobre-armados.
73 Schulz y Weingast, “The Democratic Advantage: The Institutional
Sources of State Power in International Competition”, págs. 30-40.
74 O ’Brien y Prados de la Escosura, “Balance Sheets for the Acquisi-
tion, Retention and Loss of European Empires Overseas”.
75O’Brien, “Imperialism... ”, op. cit., págs. 56, 65 y ss., 75.
76Offer, “The British Empire, 1870-1914: A Waste of Money?”. Cf. Of-
fer, “Costs and Benefits, Prosperity and Security, 1870-1914”.
77Edelstein, “Imperialism: Cost and Benefit”, pág. 205. Hemos de admi
tir que esto se basa en la peor situación posible en la que, en ausencia de
control imperial entre 1870 y 1913, el comercio con los dominios se habría
reducido en un 30 por ciento y el comercio con las otras colonias en un 75
por ciento. De haberse dado una situación más benigna, en la que los aran
celes hubieran aumentado pero el comercio se hubiera mantenido igual,
el coste habría sido aproximadamente del 1,6-3,8 por ciento del PNB.
660
78James, Globalization and its Sins, pág- 145.
79 Hobson, “The Military-extraction Gap and the Wary Titan: The
Fiscal Sociology of British Defence Policy, 1870-1913”.
80Ferguson, The Pity of War.
81H o b s o n , op. cit.
82 Así lo sugiere Charmley, Churchill: The End of Glory, A Political Bio
graphy.
83 TheEconomist, 3 de junio de 2000.
84 TheFinanríal Times, 13 de julio de 1999.
85 La Cámara de los Comunes, Foreign Affairs Select Committee, 1 de
octubre de 1999.
86 TheFinancial Times, 17 de septiembre de 1999.
87 Mark Danner, “Kosovo: The Meaning of Victory”, New York Review
ofBooks, 15 de julio de 1999.
88Timothy Garton Ash, “Kosovo and Beyond”, New YorkReview ofBooks,
24 dejunio de 1999.
89Brittan, “An Ethical Foreign Policy?”, pág. 10.
90Ignatieff, Virtual War: Kosovo and Beyond, pág. 193.
91 TheFinancial Times, 14 de junio de 1999.
92Zbigniew Brzezinski, “Why Milosevic Cracked”, Prospect, noviembre
1999, págs. lOyss.
93Maier, “Empires or Nations? 1918,1945,1989...”, esp. pág. 27 (don
de sugiere el más torpe “Sistema Atlántico de Coordinación Imperial”) .
94Ibid., págs. 33, 35.
95Kindleberger, The World in Depression, 1929-1939.
96 Gilpin, The Challenge of Global Capitalism: The World Economy in the
21st Century.
97Ignatieff, op. át., pág. 209.
C o n c l u s ió n
1Tolstói, Guerraypaz.
2Ibid.
3Cornwell, Hitler’s Pope: The Secret History ofPius XII.
4Tolstói, Guerraypaz, primer epílogo, cap. XVI.
661
B ib l io g r a f ía
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In d ic e a n a l it ic o
crisis financieras y, 3 7 4 -3 7 6 83
balcanización en Africa (1 9 3 3 -1 9 3 9 ), 3 4 8 , 3 4 9
U n ió n E co n óm ica y M onetaria 1 7 1 ,1 7 2
717
depreciación de la m o n e d a gasto durante la II Guerra
posterior a la II Guerra M undial, 66
196 187
217 189
7 18
anualidades vitalicias déficit presupuestarios, 172,
2 3 9 , 24 0 depreciación de la m o n e d a e
1 5 6 ,1 5 7 G uerra M u n d ia l), 2 0 7 -2 0 9
arriendo im positivo, 1 2 8 ,1 2 9 45 8
bienestar, 138 5 1 0 ,5 1 1
transacciones internas, 88
Austria 4 0 5 , 40 6 , 4 0 9
719
B agehot, W alter, sobre la influencia control de la inflación p o r los,
del B anco d e Inglaterra en el 20 7 , 21 2 , 21 3
m ercad o m onetario, 3 0 3 , 30 4 control gubernam ental sobre los,
Bakunin, Mijaíl, 15 223
46 3 , 4 6 4 I G uerra M u n d ia l),
B anco de Inglaterra 21 9 , 22 0
2 1 4 ,2 1 1 (de 1 9 9 0 ), 22 2
720
B ebel, August, sobre el inm inente ventaja com petitiva de (Gran
1 8 1 5 ), 2 3 9-24 2 financiera, 4 1 7
5 5 0 , 551 1 3 2 ,1 3 3
721
en países desarrollados, 133, 134 C hina, m o n o p o lio s estatales de, 8 2
orígenes de las, 128, 129 C icerón, sobre el papel del din ero en
salarios de los em p leados la guerra, 41
301
y norteam ericano e n el 26 8
desarrollo del, 4 9 9 sobre la carga d e la d eu da en
722
c om ercio, 85-88 financiación d e la guerra p o r la,
88 4 2 9 , 43 0
87 C om p añ ía d e l Misisipí, 4 2 2 -4 2 6
4 2 1 , 4 2 7 -4 2 9 31 6
42 0 los votantes 31 7
723
papel del sexo, la violencia y el corrupción, 3 3 7-34 3
po d e r en la, 27 com paración entre transgresiones
sátira sobre las actitudes hum anas (sexual) y el uso del
deterministas respecto a la po d er público con fines
de, 28 5 , 28 6 ec o n ó m ic o c o m o precursor de
724
crisis estanflacionaria, 221, 222 impacto regresivo de, 273
crisis financieras, 369-377 métodos de, 208, 209
acontecimientos políticos y, 370- DeLong, Bradford, nuevo
372, 389, 390 determinismo en los escritos de,
colapso del sistema financiero 20
global (finales de 1920), 391- democracia, 467-507
393 Alexis de Tocqueville, sus visiones
el régimen bolchevique causa un sobre la, 472-475
gran incumplimiento del pago argumentos sobre el crecimiento
de la deuda, 391 económico como precursor de
globalización y, 390-393 la, 23, 488-493
incumplimientos del pago de la argumentos sobre la democracia
deuda y, 369 como fuerza pacificadora, 544,
Revolución de 1848 y, 545
372 argumentos sobre la democracia
Rothschilds y, 375, 376 como precursora del
crisis de los mercados de valores, crecimiento, 493-497
417, 418 argumentos sobre la
valor del oro durante, homogeneidad étnica como
438-440 requisito previo de la, 506-508
Cristianismo argumentos sobre la relación
actitudes favorables al capitalismo entre el crecimiento
del, 499 económico y la, 467-501
actitudes respecto al dinero del, ascenso de (desde 1970), 472-475
13 calidad de vida en la, 471
“cuadrado del poder”, 30-33 contra la aristocracia o la
curva de rendimientos, 232 monarquía, 476, 477
control de la financiación de las
campañas en la, 343-346
déficit en la democracia, 173-175 criterios para medir el avance de,
déficit presupuestarios, 170-177. 477-480
Véase también deuda nacional declive de los niveles de libertad
en los sistemas democráticos, 173- en la, 488
175 ética protestante como base de la,
deflación 497-501
entre las guerras mundiales, 209, federalismo contra centralismo,
210 482
725
inconsistencia de los patrones Estados Unidos como protector de
globales de la, 483-486 los, 557
patrones del avance y declive de fracaso de la Sociedad de
la, 483, 484, 486-488 Naciones en la protección de
relación con el capitalismo como los, 510-512
única opción viable para las limitaciones de Naciones Unidas
sociedades tecnológicamente en la protección de los, 522-
avanzadas, 25 524
variaciones institucionales de la, desempleo
479-482 “ciclo económico de la política” y,
La Democracia en América, 309
(Tocqueville), 472 beneficios del desempleo, 281.
depreciación Véase también beneficios; estado
Alemania (posterior a la I Guerra de bienestar
Mundial), 206, 207 como indicador de la conducta de
Alemania (posterior a la II Guerra los votantes, 314
Mundial), 209, 210 popularidad del gobierno y, 306-
Estados Unidos (durante la 309
Guerra Civil), 205 desilusión política, 320-325
guerras subsiguientes a la, aumento de la inconstancia de los
204-207 votantes, 322
naciones europeas (posteriores a ausencia de correlación entre la
la I Guerra Mundial), riqueza y la felicidad, 321
207-209 caída de los niveles de
patrón oro y, 204, 205 concurrencia a elecciones, 321,
tipos de interés generados por, 322
238,239 desmilitarización, de Occidente, 73-
derechos aduaneros, 85 75
Derechos. Véase también bienestar desmonetización
como fuente de desequilibrios de la plata, 440
generacionales, 290 del oro, 435-442
duración limitada e ilimitada de determinismo económico
los, 281 en Marx y Engels, 14-16
recortándolos para reducir la en Wagner, 14-18
deuda, 285, 286 impulsos humanos (sexo,
derechos de las minorías. Véase violencia y poder), 27
también etnicidad materialismo dialéctico y, 20
726
revisión del, 25-30 estructura de la deuda europea
saber convencional acerca del, 23, (circa 1993), 237
24 guerras y, 165-170,171-173
teorías nuevas (siglo xx), 21-25 instituciones británicas encargadas
deudas a corto plazo de reducir el riesgo por
administración de la deuda incumplimiento, 241
durante la 1 Guerra Mundial y, métodos para reducir la,
167 285-287
problemas de Inglaterra orígenes de la, 151-157
posteriores a la II Guerra papel de la Compañía de los
Mundial con, 168,169 Mares del Sur al convertir la
deuda, nacional, 149-190 deuda en acciones, 427, 428
administración británica de la, papel de la Compañía de Misisipí
158, 159,163-165 al convertir la deuda en
administración francesa de, 159- acciones, 424, 425
161 petición de reducción por
administración norteamericana de Cobbett de la, 272
la, 162,163 problemas de definición de la,
coeficientes deuda/PIB y, 230-232 184-186
como estímulo para la creación relación entre errores del pasado
del mercado de valores, y tipos de interés actuales, 238,
420 239
como vértice del cuadrado del tamaño de la, 170-179
poder, 31, 32 visiones basadas en las clases
coste del servicio, 187-190 sociales sobre la, 273, 274
efectos de la inmigración sobre, deuda pública. Véase deuda, nacional
278-282 Dickens, Charles, temas cataclísmicos
efectos de los tipos de interés más en los escritos de, 18
elevados sobre la, 278-282 Dinamarca, uso de los activos
efectos intergeneracionales de la, estatales en, 81
278-282 dinero
efectos macroeconómicos de la, actitudes cristianas frente al,
180,181 13
efectos positivos del préstamo papel en las guerras, 41-43
público, 180-185 Dirección Impositiva (Gran Bretaña)
en Francia, 264-266 como prototipo de la burocracia
en Gran Bretaña, 264-266 moderna, 130, 131
727
comprensión acerca de la Dostoievski, Fedor Mijailovich, sátira
interrelación entre guerra y sobre las actitudes deterministas,
crisis financiera, 370 28
Disraeli, Benjamin Downs, Anthony, sobre
reformas del impuesto sobre la la construcción de
renta de, 99,1 0 0 políticas políticamente
sobre el papel de la economía en convenientes, 310
el éxito político, 301
sobre tributación y
representación, 122 economía electoral, 297-352
superioridad de la, 241 argumentos a favor del “libre
distribución de la riqueza, 259-295 comercio” en la política, 351,
divisiones de clases y, 259 352
efecto de la inmigración sobre la campañas electorales, donaciones
deuda pública, 293-295 privadas y, 336, 337
inflación y, 276, 277 campañas electorales,
redistribución mediante el financiación pública de, 345-
bienestar y las políticas 349
sociales, 278, 279 campañas electorales, gasto en,
rentistas y, 263-267, 276, 277 328-332
tenedores de impuestos y, 267-272 campañas electorales, regulación
divisiones de clases de los gastos, 342, 343
conducta electoral y, 316, 317 ciclo económico de la política y,
distribución de la riqueza y, 259, 305, 306
261 comparación entre las elecciones
rentistas y, 265, 266 y la adquisición de empresas,
tenedores de bonos y, 368 326-328
visiones sobre la deuda nacional conexión entre la prosperidad y la
basadas en las clases sociales, popularidad del gobierno, 299-
273-275 304
dolarización, reemplazo de las corrupción y, 337-343
monedas locales, 452-454 declive de la afiliación a los
donaciones privadas partidos, 333-336
aumento de su función en las desilusión política y, 320-325
finanzas de las campañas, 335- la política como empresa, 325-327
337 modelo caótico o no lineal de, 319
intentos de restringir, 344-347 papel de los grupos de interés, 340
7 28
problemas con la teoría de, 304, Engels, Friedrick, sobre la burguesía,
305 14
prosperidad y, 23, 24 estado de bienestar. Véase también
voto económico, factores del, 314- beneficios
319 aumentos del gasto público, 140-
voto económico, revisión del, 312, 142
313 - cobertura universal y, 143
economía y poder de la guerra al bienestar, cambio
modelo de Modelski sobre la de interés por parte del
relación entre, 529 gobierno, 144-146
modelo de Wallerstein sobre la papel del renacimiento de la
relación entre, 529, 530 clase de los rentistas, 282,
teorías de Mancur Olson sobre, 283
529 quién paga, 278-280
teorías de Paul Kennedy sobre, redistribución de la riqueza y, 278-
525-529 283
Econom ic Theory ofD em ocracy (Downs), transformación de los estados de
310 guerra en estados de bienestar,
The Econom ist, rendimientos de los 144-146
bonos (1845-1910), 252-255 tributación y, 138, 140-144
edad, papel en la política, 291, 292. España
Véase también responsabilidad fiscal crisis política debida a los costes
generacional por el servicio de la deuda,
Egipto, Imperio Británico y, 187,188
380-382 frecuencia de la guerra, 45,
ejército. Véase también guerras 46
aumento del tamaño de los impuestos sobre las transacciones
ejércitos, 56, 57 internas en Castilla, 88
beneficios económicos del, 546- incumplimiento del pago de la
551 deuda de principios de la era
medida del alcance de la moderna, 196
movilización, 47-50 resultados inflacionarios del papel
empleados públicos, coeficiente moneda, 204
sobre contribuyentes, 115. Véase estabilidad de precios, tipos cambio
también burocracias fijos y, 444-446
empresas públicas, tributación y, 83, estabilidad política, crecimiento
84 económico y, 496, 497
729
Estados Unidos el crecimiento económico, 546
como banquero mundial tendencias a la desmilitarización
(posterior a la I Guerra de, 74, 75
Mundial), 391, 392 Estados Unidos, encogimiento de,
comparación con Gran Bretaña 525-563
como potencia hegemónica, argumentos a favor y en contra
397, 554 sobre los beneficios de la
inmigración en, 294 guerra, 533-538
políticas imperialistas posteriores beneficios económicos del
a la II Guerra Mundial de, 561 militarismo, 546-551
Estados Unidos, bonos combinanado la ampliación de los
bonos públicos crean ventaja intereses en la política exterior
competitiva sobre los con la falta de resolución
soviéticos, 551 moral, 530, 531
impacto político de la fluctuación factores no económicos sobre el
de los rendimientos (1845- resultado de las guerras, 538-
1910), 252, 253 544
uso de los bonos para fundar, Kosovo y, 557-560
365 la democratización como fuerza
Estados Unidos, deuda nacional pacificadora, 544, 545
administración de, 162, 163 la necesidad de un mayor ejercicio
incumplimiento del pago de la de poder internacional por,
deuda de 1837-1843 por los 561-563
estados, 198 prevención y preparación a
volumen de, 285-287 tiempo como factores
Estados Unidos, ejército disuasivos de la guerra, 551-
gasto (siglo xix), 58, 59 557
gasto como proporción del reducciones del gasto en defensa
producto económico (siglo de, 530
xix), 71 teorías sobre la irracionalidad
gasto como proporción del económica de la guerra, 531-
producto económico (siglo 533
xx), 71, 72 teorías sobre la relación entre
gasto durante la I Guerra economía y poder, 525-529
Mundial, 59, 60 Estados Unidos, política
nivel de movilización, 47-50 dependencia de las donaciones
relación entre el gasto militar y privadas, 336, 337
730
estudios sobre el papel de los niveles del impuesto sobre la
indicadores económicos en la renta, 106
conducta de los votantes, 314 representación y, 120, 121
impacto de la fluctuación de los ética protestante, democracia y, 497-
rendimientos de los bonos 501
sobre (1845-1910), 252, 253 etnicidad, 503-524
indicadores altruistas de la argumentos a favor y en contra de
conducta de los votantes, 316 la homogeneidad étnica como
niveles de gastos en la campaña, prerequisito de la democracia,
330-332 506-508
primacía de la economía, 301 conflictos étnicos durante el
Estados Unidos, política fiscal periodo de entreguerras, 513-
aumento de la carga de la deuda 515
por la deflación, 208 desintegración de la unidad
controles sobre la inflación de la Habsburgo como anuncio de
Reserva Federal, 216 los conflictos étnicos
déficit presupuestarios contemporáneos, 503-505
(contemporáneos), 165,166 factores económicos de los
déficit presupuestarios conflictos étnicos, 513, 514
(históricos), 177, 178 organizaciones supranacionales y,
depreciación de la moneda 519-524
durante la Guerra Civil, 205, principio de autodeterminación y,
206 509, 510
derechos de importación, 87 proceso de balcanización tras el
políticas monetarias de la Reserva Tratado de Versalles, 515-519
Federal tras la I Guerra visiones del nacionalismo europeo
Mundial, 218 y, 508-510
proteccionismo, 86 exenciones, impuestos sobre la renta
Estados Unidos, mercado de valores y, 100
comparación entre el mercado éxito político. Véase economía
actual y el mercado de 1719- electoral
1720, 420, 421
crecimiento histórico del, 401-405
sobrevaluación del, 407-409 Fausto (Goethe), 191-194
Estados Unidos, tributación federalismo contra centralismo,
gravación del impuesto sobre la 482
renta, 105 F e n n ’s Com pendium , 387
731
financiación de las campañas, 344 fondos de pensiones, deuda nacional
dificultades regulando la, 343, 344 y, 282
financiación pública, peligros de, Fontane, Theodor, sobre el
348, 349 inminente cataclismo del
financiación pública, uso de, 345-348 capitalismo, 18
limitación de las donaciones Fortescue, Sir John, comparación
privadas, 344, 345 entre la tributación de Francia e
limitación de los gastos de, 343, Inglaterra, 116
344 fouage (impuesto francés progresivo
niveles de, 328-331 sobre la renta), 103
papel de la divulgación en, 345 fragmentación, de las naciones. Véase
financiación pública, campañas balcanización
electorales Francia
argumento a favor de la, 344 desilusión política y, 323
peligros de la, 345-349 Tocqueville sobre la democracia
financieros. Véase rentistas en, 473-475
política fiscal, papel de los Francia, bonos
impuestos sobre la renta entre, efecto de la guerra sobre los
104-109 rendimientos, 245-248
Florencia, impuestos sobre la sal de, efecto de la Revolución Francesa
88 sobre los rendimientos, 241-
flujos de capital durante el periodo 243
de entreguerras, 392 Francia, deuda nacional
Estados Unidos como importador administración de, 159-162
en lugar de exportador de coeficiente entre el servicio de la
capital, 398 deuda y los presupuestos, 189,
globalización y, 360-362 190
I Guerra Mundial y, 291 fracaso en el manejo de la deuda
problemas de las inversiones mediante conversiones,
extranjeras y, 361, 362 200
superposición de la exportación incumplimiento de, 197
del capital privado y del nivel de, 264, 265
público, 360, 361 Francia, ejército
vinculados a las operaciones frecuencia de la guerra en, 45
militares, 360 gasto como proporción del
Fondo Monetario Internacional producto económico (siglo
(FMI), 520 x v iii) , 69
732
gasto como proporción del representación y, 118, 119
producto económico (siglo sobre las transacciones internas,
xix), 69-71 88
gasto como proporción del fragmentación global. Véase
producto económico (siglo balcanización
xx), 71, 72 fragmentación política. Véase
gasto durante la Guerra Fría, 67 balcanización
gasto durante la I Guerra Friedman, Benjamín, vínculo entre
Mundial, 65 prosperidad y democracia, 23
movilización, 47-50 Friedman, Thomas
Francia, política fiscal sobre la globalización, 399, 400
coste elevado del préstamo francés sobre la globalización como factor
(1700-1800), 239-241 disuasivo de la guerra, 532, 533
déficit presupuestarios Fukuyama, Francis
(contemporáneos), 170, 171 sobre el capitalismo y la
déficit presupuestarios democracia como única
(históricos), 174-178 alternativa para las sociedades
inflación, assignats y, 204, 205 tecnológicamente avanzadas,
inflación, papel moneda y, 204 25
monopolios estatales de, 82 sobre la relación entre la
uso de aranceles proteccionistas democracia y el crecimiento,
en, 86 467-469, 488
uso de los activos estatales en, 79,
80
Francia, tributación gasto militar, 63-73
el gobierno representativo limita como indicador del cambio de la
los niveles de, 125-127 balanza militar
elevado nivel de tributación (contemporáneo), 555
directa (Antiguo Régimen), gráfico comparativo del gasto
109 militar de las principales
impuestos de capitación (Antiguo potencias del mundo, 556
Régimen), 95 niveles relativos, Florencia de los
impuestos sobre la propiedad, 90 Medici, 69
impuestos sobre la renta, 100,103, niveles relativos, Guerra Fría y
104, 106 periodo posterior, 73
protestas contra los impuestos niveles relativos, romano y
indirectos, 90, 91 ateniense, 68, 69
733
niveles relativos, siglo xvm, 69 diferentes papeles de las potencias
niveles relativos, siglo XIX, 69 hegemónicas en dos eras de la,
niveles relativos, siglo XX, 397
71-73 flujos de capital y, 360-362
niveles totales, Guerra Fría, 67 Imperio Británico y, 377-384
niveles totales, siglos xvi, xvii y orígenes del mercado de bonos,
xw i, 64 362-365
niveles totales, siglo xix, 64, 65 quién/qué controla la, 399, 400
niveles totales, siglo XX, 65, 66 sistema financiero británico como
relación con el crecimiento fuente de, 365-369
económico, 527, 546, 547 gobierno otomano, transferencia de
gasto público. Véase estado fie Egipto al protectorado británico,
bienestar 380-383
George, Lloyd, sobre los impuestos gobierno representativo
de sucesiones, 98 como vértice del cuadrado del
Gladstone, William Ewart poder, 31, 32
escándalo financiero de, 338 tributación sin representación,
reformas del impuesto sobre la 121-127
renta de, 100 Goethe, Johann Wolfgang von, 191-
sobre el impacto económico de la 194
deuda pública británica, 181 Gorbachov, Mijaíl, 550
sobre tributación y Gran Bretaña
representación, 122 “Burbuja” de Mares del Sur y, 160
globalización, 355-400 booms y colapsos del mercado de
colapso del sistema global valores en, 414-419
financiero (finales de 1920), comparada con Estados Unidos
391-393 como potencia hegemónica, 397
como factor disuasivo contra la corrupción (contemporánea),
guerra, 532, 533 337-340
comparación entre el pasado y el derechos aduaneros, 85
presente, 393-399 equilibrio generacional en, 294
convergencia de los tipos de poder financiero y político de los
interés (1870-1914), 384-390 comerciantes de Londres, 264
crecimiento y tamaño del Gran Bretaña, bienestar
mercado de bonos, 355-360 tendencia a la cobertura universal,
crisis de, 390-393 143
crisis financieras y, 369-377 en la era victoriana, 139
734
Gran Bretaña, bonos frecuencia de guerras, 45
aliados de ultramar gasto (siglo xvi), 64
subvencionados con, 363, 364 gasto (siglo xix), 64, 65
comparación con los gasto como proporción del
rendimientos franceses (1753- producto económico (siglo
1815), 239, 240 xvtn), 69
deuda nacional y, 271 gasto como proporción del
efecto de la fluctuación de los producto económico (siglo
rendimientos en la política xix), 69
(1845-1910), 240-245 gasto como proporción del
tenedores de bonos (1815-1930), producto económico (siglo
275 X X ), 71
Gran Bretaña, deuda nacional gasto durante la Guerra Fría, 67
administración de la, (I Guerra gasto durante la I Guerra
Mundial), 166 Mundial, 65, 66
administración de la, (II Guerra gasto durante la II Guerra
Mundial), 168, 169 Mundial, 66
administración de la, 158, 159 niveles de movilización, 47-50
aumento por deflación, 209 relación entre el gasto militar y el
coeficientes deuda/PIB, 189, 190, crecimiento económico, 546,
232, 234 547
durante las Guerras Napoleónicas, tendencias a la desmilitarización
265 (contemporáneas), 73, 74
incumplimiento y (siglo xvni), 197 Gran Bretaña, política
manejo mediante la conversión y, caída de la afiliación a los
199 partidos, 333
origen de, 156,157 énfasis en el castigo sobre la
propagación mundial del sistema recompensa, 317
británico para la excepciones a la primacía de la
administración de la, 163-165 economía, 304-306
significado de los elevados niveles financiación pública de las
de, 179-181 campañas electorales, 347
tenedores de bonos y, 271 gastos de campaña, 329, 330
tipos de interés y, 231-233 indicadores económicos y
Gran Bretaña, ejército conducta de los votantes, 314
fracaso en disuadir a Alemania (I y papel de las donaciones privadas,
II Guerra Mundial), 553, 554 336
735
primacía de la economía, 301, 302 niveles durante el ascenso de Gran
rendimientos fluctuantes de los Bretaña al poder, 136-138
bonos y (1845-1910), 250-254 representación y, 115
Gran Bretaña, políticas fiscales sistema impositivo hannoveriano,
abandono de los objetivos 88-92, 112
monetarios (de 1980), 218 Gran Depresión de 1929
correlación entre la inflación y el como sombra sobre el mercado
crecimiento monetario, 210, actual, 411
211 papel de la Reserva Federal en la,
déficit presupuestarios, 170,171, 218, 225
175-178 The Great Disruption, (Fukuyama), 469
exportación de capital (de 1870- The Great Illusion, (Angelí), 390, 531,
1914), 377-379 532
factores determinantes de los Greenspan, Alan
tipos de interés, 229-231 actitudes frente al oro, 450
libre comercio, 86, 87 poder de la Reserva Federal y,
nacionalización de las industrias, 222, 223
83, 84 políticas de, 412, 413
políticas monetarias posteriores a grupos de interés, 349-352
la I Guerra Mundial, 217 guerras, 41-75
políticas keynesianas posteriores a aumento de la destructividad de
la II Guerra Mundial, 170,171 las, 54
uso de los activos estatales, 81 Compañía de los Mares del Sur,
Gran Bretaña, sistema financiero, creación para financiar las,
365-369 157
características del, 365 coste de la tecnología para, 50-53
papel en la financiación de cuantificación de la frecuencia de
gobiernos extranjeros, 365-367 las, 43-47
Gran Bretaña, tributación declive de la participación
Dirección Impositiva, 130, 131 humana en las, 74-75
el gobierno representativo reduce declive de las bayas occidentales
los grados de, 121-127 desde 1945, 57, 58
impuestos de capitación, 95 depreciación de la moneda
impuestos de sucesiones, 98 durante y con posterioridad a
impuestos sobre la propiedad, 96 las, 205-208
impuestos sobre la renta, 99-102, desmilitarización de Occidente,
104,105 73-75
736
deuda nacional y, 165-171 peligros inflacionarios de los
efecto sobre los mercados de bancos centrales
valores, 404, 405 nacionalizados y, 220
efectos sobre los rendimientos de tasa de mortandad
los bonos, 242, 243, 246, 247, norteamericana, 36
250-253 Guerra de Yom Kippur de 1973, 220
flujos de capital y, 360 Guerra Fría
ganancias o beneficios aumento de la deuda debido a la,
provenientes de las, 533-538 179
737
fluctuaciones del mercado de dependencia de los, 79
bonos durante las crisis en el Antiguo Régimen, 109
políticas (1933-1939), 248-250 impuestos graduales sobre la renta,
programas de creación de 103
empleo, 133, 134 impuestos indirectos
Hobsbawm, Eric como causa de protestas
crítica de su justificación de las. populares y de sublevaciones,
políticas de Stalin, 494 90, 91
interprestación marxista de la protestas en el Antiguo Régimen,
historia de, 20, 21 90-92
sobre la fragmentación política, ventajas y desventajas de, 77-79
517 impuestos regresivos, 91-94
Hobson, J. A., sobre la exportación impuestos sobre el capital, pago de la
del capital británico, 378 deuda excesiva mediante, 194, 195
Holanda. Véase República de impuesto sobre el consumo. Véase
Holanda Dirección Impositiva (Gran
Humbert, Théráse, 26, 27 Bretaña)
Hume, David, sobre el impuesto indirecto
incumplimiento del pago de la carácter regresivo del, 94
deuda en Inglaterra, 197 origen del, 88
Hungría, depreciación de la moneda impuestos sobre el pan, protestas
e inflación (posterior a la I Guerra alemanas contra los, 92
Mundial), 207, 208 Impuesto sobre el Valor Añadido
(IVA), 93, 94
impuestos sobre la propiedad, 96-98
Fmperialism. (Hobson), 377 desventajas de los, 97, 98
Imperio Británico, 377-384 uso en las sociedades agrarias, 96
adquisición de riqueza extranjera, impuestos sobre la renta, 99-110
377-379 como alternativa a los impuestos
ejemplo egipcio, 380, 381 de sucesiones, 99
ejemplo turco, 381 en Gran Bretaña, 99-101
exportación de capital e, 377 exenciones, 100
inversión sin control político e, 383 graduaciones, 103
sobreexpansión como causa del gravamen, 104
declive del, 528 papel en las políticas fiscales, 103-
impuestos de sucesiones, 98 107
impuestos directos recaudación de, 104
738
tributación sobre distintas clases bancos centrales, reducción del
India M an ejo p o r el B an co de
96 papel m on e d a e, 204, 20 5
industriales, 4 0 1-40 3 m o n e d a e, 2 0 5 , 20 6
739
sobre el papel d e la h o m o g e presupuestos, 187
neidad étnica en la deuda nacional, en la Italia
Internacional de E stocolm o x x ) , 71
potencias, 73
d e armas, 55 5 de entreguerras, 5 3 7
inversiones extranjeras coeficientes d e u d a /P IB (1 9 9 0 -
m ercad o de valores y, 4 1 4 1 9 9 9 ), 23 0
1 9 3 4 ), 24 4 guerra en Atenas, 6 3
déficit presupuestarios T he Jews a n d E con om ic L ife (S o m b a rt),
(co n te m p orá n eos), 171, 172 506
740
Kant, Im m an u el sobre los factores determ inantes
m en o s propensas a la guerra b o n o s, 23 1 , 2 3 2
crecim iento e c o n ó m ic o , 5 4 6 -
54 8
W o o d s, 4 4 6 Law, John
741
legislaturas, en los países Londres, c o m o centro financiero,
dem ocráticos, 4 8 1 , 48 2 36 3
patrón o ro y, 212
4 8 9 , 49 0 ideal d e Europa, 50 8
742
m ercado de valores, burbujas y M ercado d e Valores de Londres,
h olandesa y, 4 1 9 , 4 2 0 m igraciones
4 2 7 -4 2 9 d eu da pública
com paración del m ercad o actual sentim iento contra la inm igración
con el m ercado de 17 1 9 -1 7 2 0 , y, 29 4
m ercado d e valores 82 , 83
743
com paración entre las naciones expectativas de los inversores del
actuales y las naciones exterior y los, 24 9 , 250
5 2 1 , 522
N a p o le ó n Bonaparte
744
O N G . Véase organizaciones n o
gubernam entales
55 8 patrón oro y, 44 1 , 4 4 2 , 4 4 6
(O N G ) caída d e la afiliación, 3 3 3 -3 3 6
seguridad y, 5 2 1 , 52 2 3 2 8-33 0
745
estabilidad m onetaria crecim iento e c o n ó m ic o c o m o
internacional p o r el, 2 6 8-27 0 clave del, 24
214 5 5 3 , 55 4
2 1 2 ,2 1 3 eco n om ía, 5 3 0
frecuencia de la guerra y, 4 6 52 8
Plan M arshall, 53 7 2 3 4 , 23 5
440 (C h a m berlain ), 55 3
el “crim en d e 1 8 7 3 ”, 4 4 3 política m onetaria
746
politikverdrossenheit. Véase desilusión Primera G uerra M u n d ia l
depreciación de la m o n e d a e depreciación de la m o n e d a e
162 231
y, 187-189 48 , 49
747
uso d e los bienes estatales en, 81, periodos d e estabilidad del tipo
históricos de la U M E , 4 5 8 , 45 9
53 1 , 5 3 2 débiles de la U M E , 460-46 5
militar de los, 5 4 4
Bretton W o o d s , 45 2 24 3
748
responsabilidad fiscal generacional, Rezzori, G regor v on , sobre la
R evolución de 1848 37 5
749
británicas ju n to al capital, 366, m o n o p o lio estatal sobre el vodka
367 en, 8 2
británico, 36 4, 365
R othschilds, los
268 la sal, 82
inflación (posterior a la I 21 9
efecto sobre los rendim ientos de pesim ism o acerca del futuro de la
gasto militar c o m o proporción del Seeley, J. R., sobre el papel del vapor
x x ) , 71-73 la distancia, 62
750
elevada inflación de precios tras sistema de la Reserva Federal, 41 2-
la, 118-21 0 41 4
52 políticas antiinflacionarias (1 97 4-
14 4 Sm ith, A d am
W a gn er sobre, 16 99
década de 1990 , 4 2 1 , 4 2 2 53 2
de 1 9 9 0 ), 4 0 7 97
751
Sociedad de N aciones desarrollo del siglo xviir, 5 0 , 51
autodeterm inación y, 51 0 desarrollo del siglo xix, 51 , 52
fracaso en proteger Jos derechos durante la I G uerra M undial, 51
fo n d o s de p ension es y, 282
752
el com ercio internacional, 44 2- política, su influencia en Estados
44 6 U n id os sobre los, 25 0
4 5 1 ,4 5 2 309
Bretton W o o d s , 441 m ed id a d e , 3 8 6 , 38 7
tipos d e interés, 2 2 9 -2 3 7 3 8 4 -3 8 6
247 4 9 8 , 49 9
d e los, 2 3 4 bienestar
252, 253 U M E y, 44 9
753
T ratado d e Versalles, 5 1 5 tributación sobre el com ercio, 85-
tributación, 77-112 88
bienes estatales c o m o alternativa a tributación sobre el con su m o
27 8 im puestos indirectos, 77 -7 9
754
tributación, representación y, 116- U n ió n Soviética. Véase también Rusia
116 M u n d ia l), 2 1 9
119 dolarización y, 4 5 2 , 45 3
U n ió n E u rop ea (U E ), 5 2 0
1 9 2 7 ), 45 9 S h a w ,16
755
W arbu rg, Aby, sobre la depreciación W ilson , W ood row ,
de la m o n e d a y la inflación tras la autodeterm inación según, 5 0 9
W e b e r, M ax frecuencia de la guerra, 44
protestante en el capitalism o,
d el b eneficio, 27 261
132 de, 18
756
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se terminó de imprimir
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Fuenlabrada, Madrid, España,
en el mes de agosto de 2001