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Érase una vez en una hermosa granja, en la que vivía una pequeña familia,
compuesta por una dama de aspecto elegante y facciones finas, que contrastaban
con lo rústico del lugar en el que vivía. Un hombre de edad media de complexión
robusta y mediana estatura, su aspecto era el de un hombre de campo de
carácter firme y enérgico. El tercer miembro de la familia era Manuel, el hijo, un
adolescente de 17 años de tez muy blanca, ojos azules como zafiros y mirada
triste y perdida en la nada como si mirara y no mirara a la vez.
A Manuel le gustaba irse a pasar la mayor parte del día lejos de su casa en un
claro del valle donde había un estanque, muy alejado de la granja, ahí soñaba con
lo que le hubiera gustado que fuera su vida, en la ciudad como sus primos, que
tenían amigos e iban a la preparatoria y se veían felices, pero él no estaba ahí, se
encontraba en ese valle, con ese señor que era su padre y con el que no se
llevaba nada bien.
El hombrecillo le contesto:
- ¿Mi amigo?, contestó Manuel, pero si eres un pequeño, mmm, ser, ¿Eres
hombre o niño?, estas tan pequeño, afirmó Manuel.
- Soy un ser sin tiempo, sin edad, he estado aquí en el estanque por años o tal
vez siglos esperando a quién ayudar y veo que tú necesitas ayuda. Respondió el
hombrecillo en tono convincente.
-Porque veo los problemas que tienes con tu padre, él no te entiende porque
siempre andas como ausente, y no atiendes las órdenes que te da, es como si te
revelaras a su autoridad.
- ¡Mi mamá!, ¡Es mi mamá!; Te veo más tarde, tengo que irme, dijo Manuel,
mientras echaba a correr.
- ¿Papá ese celular es para mí? Y se apresuró a tomarlo entre sus manos para
observarlo y ver todo lo que a un adolescente le interesa saber de un teléfono
celular, el papá lo miró complacido y dijo:
- Manuel, siento que he sido muy duro contigo pero eso es para que veas que te
quiero…tu madre y yo debemos decirte algo muy importante.
Manuel soltó el celular y se quedó sin poder hablar y solo volteó a ver a su madre
que en ese momento estaba con una mirada preocupante, ella se acercó a
Manuel,lo abrazó y con voz tierna le dijo:
_ Hijo, es algo que te lo íbamos a decir cuando estuvieras más grande, pero veo
que Roberto ya encontró la forma de decírtelo…(una manera muy repentina pensó
Alicia)
Manuel salió de su hogar y corrió hasta llegar al estanque, no podía creer lo que
le acababan de decir, él sabía que eso era cierto, lo había sentido siempre, pero
¿por qué?, ¿cómo pasó?, ¿dónde quedó su papá?, eran muchas preguntas que
pasaban por su mente como una avalancha de ideas inconclusas, cuando
escucho una vocecilla que le decía:
- Manuel, no llores recuerda que tienes un amigo, que siempre sabe lo que te pasa
y que te quiere ayudar,
-¡Tú eres el que no entiendes! Él nunca quiso hablar conmigo. Gritaba Manuel
entre sollozos.
- No
-¿Por qué Manuelito?, mira hijo vamos a recoger los huevos de las gallinas,
-Hijo te lo estoy diciendo por tu bien para que aprendas los oficios de la granja, tú
algún día vas a ser el dueño de esto y tienes que saber todo a cerca de este
lugar.
Manuel contestó llorando: No quiero hacer eso, eso que me dices es una forma de
castigarme, para que ya no vaya al estanque el único lugar en el que me siento
feliz.
-No hijo, lo hago para que aprendas cada trabajo de la granja, pero también no me
parece bien que pases la mayor parte del día jugando en el estanque, quiero que
te involucres más en el trabajo de granja y ahora que estás pequeño es el tiempo
ideal.
¡Siempre quieres que haga lo que tú dices, por eso me alejo de ti, no quiero verte,
vete!, prefiero estar en el estanque.
Pero ahora ya le quedaba claro de que todo ese tiempo el vio a Roberto como un
extraño porque en el inconsciente sabía que no era su padre y eso hacía que lo
viera como un intruso.
Ahora que gracias a su amigo que le había ayudado para recordar lo olvidado
sentía que tenía que regresar a la casa y exponerle todo lo que él sentía y que
nunca lo dijo, además comunicarles que él hubiera preferido que no le hubieran
ocultado la verdad tanto tiempo.
Así lo hizo regresó a su casa y al verlo entrar Alicia y Roberto esperaban lo peor,
pero se sorprendieron cuando Manuel empezó a hablar.
-Papá y mamá, empezó Manuel a decir con voz entrecortada por el sentimiento
que lo embargaba, he regresado porque quiero pedir disculpas por mi
comportamiento, durante todo este tiempo. Yo no debí molestarme por lo que mi
papá me quería enseñar, el solo quería que fuera un hombre de bien y tu mamá
también cooperabas para que yo obedeciera a Roberto, pero creo que tengo algo
de que disculparme porque hay algo que yo no les dije, nunca les comente de
cómo me sentía, de mis dudas sobre el cariño de Roberto y del tuyo, que creo que
si lo hubiera dicho ustedes me hubieran aclarado las cosas y esto no hubiera
sucedido.
-Tienes razón Manuel, contestó Roberto, nosotros dejamos pasar mucho tiempo
para confesarte que tú no eres mi hijo, pero fue porque te queríamos y no
deseábamos que fueras a sentirte mal por no tener a tu verdadero padre contigo.
-Si hijo, agregó Alicia con voz emocionada por el milagro que estaba ocurriendo,
creo que yo fui la que le pidió a Roberto que no te lo dijeron no quería que
sufrieras por sentir que no tenías un padre.
Pero, ¿qué te hizo cambiar la forma de ver las cosas?, preguntó Roberto confuso.
- Es una emoción que pasó en el estanque y ya, solo eso. Y con permiso creo que
tengo que volver allá, los quiero. Manuel les dio un abrazo a sus padres y salió
corriendo rumbo al estanque.
- Porque hace 17 años a los treinta días de que tu naciste, yo morí ahogado en el
estanque, y desde entonces estoy aquí para verte crecer y jugar, cerca de mí, yo
era el que llamaba a los patos para que viniera y tú los espantaras tirándoles
piedras y escuchaba tus quejas que hacías y muchas veces te escuchaba llorar,
yo quería que siempre estuvieras cerca de mi aquí en el estanque, pero no era
justo que por mi egoísmo de padre tu llevaras una vida solitaria y alejado de
Roberto que ha sido bueno y solo quiere el bien para tu madre y para ti.
Manuel no podía creer lo que estaba escuchando y con voz entrecortada dijo:
-Sí Manuel, contesto Gerónimo con llanto en sus pequeños ojos, yo soy tu padre,
me quedé en espíritu y ahora me presento en esta forma para que me puedas ver,
pero soy tu padre el que siempre cuidó de ti cuando jugabas en el estanque y el
que te abrazó cuando te sentías solo y el que jugo contigo cuando jugabas con los
patos y el que ahora se va, porque al fin encontraste a tu verdadero padre,
Roberto, yo seguiré cuidándote desde donde debo estar, porque seré tu amuleto
de la buena suerte por siempre. Y al decir esto Gerónimo le dio un abrazo a
Manuel y en la nube color azul brillante con la que apareció, se fue para siempre.
FIN
ANÁLISIS DEL CUENTO