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Rui H.

Dolácio Mendes

EL DROGADICTO Y LA FAMILIA

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Este libro está dedicado a Sonia, Viviane y Tatia-
na, mi esposa y mis hijas, a quienes les robé mucho
tiempo que les pertenecía por dedicarme a hijos y
esposos ajenos.

In memoriam

MARIA TERESA

En su tiempo, los siquiatras no sabían qué hacer


con un drogadicto. Ella era inteligente y “distraía”
a los terapeutas. No la podemos hacer regresar, pero
sus angustias las vemos en los jóvenes con quienes
trabajamos. Alguien, allá arriba, permitirá que ella
sienta que, aunque tardíamente, estamos tratando de
hacer algo. En donde esté, espero que se sienta feliz.

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PRESENTACION

Experto en drogas y alcoholismo, el doctor Rui Do-


lácio Méndes nos escribió este libro muy importante
sobre las familias que tienen hijos químicamente adic-
tos.
Son innumerables las causas de la violencia que
están preocupando y desafiando a toda la sociedad.
Sin duda, una de ellas es el vicio de las drogas y de
la bebida. Cada día es mayor el número de jóvenes y
adolescentes que, con la ilusión de encontrar la liber-
tad, terminan encontrando en ese vicio la más cruel y
destructora de las prisiones.
El resultado es la adicción, la marginación y, mu-
chas veces, la muerte. ¿Pero habrá un camino de regre-
so para quien ya entró en la vía del vicio? ¡Claro que sí!
El ser humano tiene el gran don de reencontrar
siempre el camino de la vida, por más distante que le
parezca: los primeros pasos en esta dirección están en
la autoestima y en la voluntad de vivir.
Esta constatación viene de nuestra larga experiencia
en la viña del Señor Jesús, trabajando en la recupera-

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ción de toxicómanos y alcohólicos. Los que practican
el AMOR-EXIGENTE con los hijos tienen una solu-
ción. Está, sobre todo, dentro de la familia. Es muy
importante que los padres comprendan que los adoles-
centes y los jóvenes, hoy, están usando el alcohol y
otras drogas de manera aterradora. Los padres deben
tener mucho cuidado incluso en las fiestas, en donde,
como todos saben, hay alcohol y drogas.
La reacción es terrible en los jóvenes que usan
drogas: hoy, además, mezclan drogas al alcohol, para
aumentar los efectos. ¡Los padres deben estar atentos!
¡Los padres tienen que ver!
Gracias a Dios tenemos este libro del Dr. Rui Do-
lácio Mendes, que nos puede ayudar, enseñándonos lo
que debemos hacer, cómo podemos obrar, cómo luchar
en la prevención y recuperación de nuestros hijos.
¡Felicitaciones, Dr. Rui! ¡Felicitaciones por las pa-
labras que nos dio!
Haroldo J. Rahm, sj

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INTRODUCCION

El nombre del autor en la portada de un libro no


siempre expresa que la obra es solo de la persona que
la escribió. El autor oficial, al máximo, responde ape-
nas por firmar debajo de las ideas escritas en las hojas
que se siguen.
Este es un libro de varios autores que me enseñaron
a comprender en parte a los drogadictos, a los alcohó-
licos y a sus familiares.
Entre los coautores está mi esposa, sin cuyo trabajo
no existiría la “Casa de Santa Marta”, en donde dece-
nas de jóvenes drogadictos pudieron sentir un esfuerzo
en la recuperación de adictos, aunque ella atribuya los
éxitos exclusivamente al esposo.
Hay ideas que no sabemos quién las tuvo primero,
si el autor o el sicólogo René de Dirceu Batista, quien
sé que trabaja tratando a los drogadictos. Los origina-
les de este libro fueron leídos por el personal del equi-
po técnico de la “Casa Santa Marta”, que nos ayudó
con sugerencias e incentivos para cada página. Este
intercambio de ideas llevó al sicólogo Moacir Marques

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Filho y al pintor Angelo Donizetti Navarro a escribir
con nosotros dos capítulos de este libro.
Otras sugerencias nos las hicieron mis amigos Dr.
José María Whitaker Neto y el Dr. Massuo Nishikawa,
quienes nos sugirieron cambios para la mejor com-
prensión del texto.
Pero tal vez quienes más me enseñaron fueron los
mismos adictos. Para que se llevara a cabo este libro,
ellos me proporcionaron hasta sus angustias, sus do-
lores, sus sufrimientos. Espero que este libro les haga
algún bien y estoy seguro de que ellos se sentirán fe-
lices si, en estas páginas familiares de adictos, pueden
ayudar a otras personas.
El (los) autor(es)

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ESTOY (ESTAMOS)
ENFERMO(S)
Cuando alguien de nuestra familia es drogadicto,
toda la familia sufre. Si una persona tiene gripe y per-
manece en cama, ella nos dirá: “Estoy enferma”. En
realidad, el que está enfermo es solamente su sistema
respiratorio. Pero, lógicamente, todo el cuerpo sufre.
Así le sucede a la familia, cuando uno de sus miembros
es víctima de la adicción química. Toda ella está en-
ferma, aunque aparentemente no estén enfermos todos
sus demás miembros.
Entonces, ¿quién debería proporcionarnos el trata-
miento? En la mayoría de los casos, claro está, el mis-
mo adicto es quien debería pedir ayuda. Pero él lo hará
solamente cuando tenga serias dificultades. Antes de
eso, él se sentirá “muy bien” y será difícil obtener su
colaboración.
La característica principal de la familia del droga-
dicto es la sensación de inseguridad y de desorienta-
ción.
Una buena medida, de capital importancia, sería la
de la orientación familiar. La orientación familiar no

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exige la presencia del drogadicto, pero dará alivio a las
inseguridades de sus padres, hermanos, en fin, de todos
los que están sujetos a este tipo de trabajo en conjunto.
Entonces estaríamos empezando a curar al adicto “por
comisión”. Estaríamos, de manera indirecta, llegando
al adicto y ayudándolo.
El drogadicto teme hacer terapia u otro tratamiento
cualquiera. Este miedo se podrá medir por las dificul-
tades que él tiene para enfrentar, o incluso por la curio-
sidad que él va a tener respecto del grupo terapéutico
que lo va a tratar.
Uno de los temores del adicto es el de quedar pre-
so, ir a parar en un manicomio, tener que sufrir humi-
llaciones, tener que obedecer a terapeutas a quienes él
desprecia y juzga tontos.
Al ver la mejoría de los que lo rodean en su casa,
empieza a darse cuenta de que el grupo terapéutico “no
muerde” y poco a poco se sentirá atraído a saber lo que
está haciendo.
Es importante que cada uno en la familia esté empe-
ñado en la recuperación. Claro está que es raro que to-
dos estén dispuestos unánimemente a ello. Pero quien
ayuda, proporciona las oportunidades de un camino de
regreso. La orientación familiar tiende no solo a dar al
grupo terapéutico informaciones sobre el paciente, lo
que podrá asegurar las soluciones de sus problemas,
sino también a dar a cada uno de los familiares un ali-
vio en las ansiedades, como también las limitaciones y
la grandeza de sus deberes.
Es común que uno o más familiares al ver la ampli-
tud de sus responsabilidades, interrumpan las entrevis-

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tas. Si hay algo que ellos no quieran, es asumir respon-
sabilidades. Aun así, es útil la orientación familiar para
hacerles caer las máscaras. Además, el terapeuta, en
ese punto, ya sabe con quién podrá contar en adelante.
El ideal sería que tratáramos a la familia antes de
que se manifieste la adicción. Pero ¿quién haría terapia
para un problema que todavía no existe? Después que
un ladrón entra en casa es cuando se ponen trancas en
las puertas.
Una pareja, o aun una familia que trata de auto-per-
feccionarse, que busca un crecimiento individual y/o
comunitario dentro de su casa, evitará drogas en su ho-
gar, aun preventivamente.
Cuando un sicoterapeuta pone en armonía una pare-
ja, un padre o una madre de familia, ya está liberando
de los tóxicos a su hijo, que tal vez ni siquiera llegue a
conocer una droga.

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LAS DROGAS COMO
PROBLEMA EN CASA

Las adicciones químicas tienen su origen en la he-


rencia o en la adquisición. Esta parte adquirida está
representada por los problemas afectivos por los que
pasa el adicto.
Pero ¿quién no tiene problemas?
El problema es que el adicto buscará la solución en
una droga o en el alcohol.
Una de las diferencias entre el alcohol y las drogas
es que el primero demora más tiempo para manifes-
tarse como sustancia generadora de adicción. Según
datos aproximados, podríamos decir que un bebedor
de alcohol podrá tomarlo en grandes o pequeñas do-
sis (generalmente pequeñas, al principio) y después de
cinco o veinte años sentir que no puede abstenerse de
la bebida.
Las drogas, en el caso de la marihuana o de la cocaí-
na, generalmente necesitan menos tiempo para llevar a
la adicción. Este tiempo va de uno a cuatro años.
Si pudiéramos comparar las adicciones químicas
con las enfermedades infecciosas, diríamos que el al-
coholismo tiene su tiempo de incubación de cinco a

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veinte años mientras que el de las drogas es de uno a
cuatro años. Claro está que otras drogas tendrán sus
tiempos de incubación diferentes, pero en la actualidad
nuestros problemas más comunes están en la marihua-
na, la cocaína, el bazuco y la heroína.
El hecho de que en este momento estén leyendo
este libro, significa que los lectores están tratando de
conocer las drogas y, probablemente, se están volvien-
do más capaces de discutir el asunto con sus hijos (por
lo menos esto es lo que espera el autor).

“Muchos padres se avergüenzan de sus hijos dro-


gadictos. La marginación comienza desde dentro de
casa”.
(Luciano Doddoli en Cartas de um pai a uma
filha que se droga,
Publicaçóes D. Quixote, Lisboa, 1984)

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VIVIANE Y GARRÍNCHA

En 1983 moría Mané Garrincha, víctima de alcoho-


lismo crónico. En mi casa, como en las de todo el Bra-
sil, los programas periodísticos hicieron del entierro su
tema principal. Cada uno expuso diferentes aspectos.
Uno intercalaba filmaciones de la alegría del pueblo
corriendo detrás del balón con escenas del velorio, o
las de una urna funeraria, dando la vuelta olímpica al-
rededor del campo de fútbol. Otro mostraba a Mané
envuelto en sábanas en la morgue del hospital.
Viendo todos los reportajes mezclados, mi hija Vi-
viane, que entonces tenía seis años de edad, me pre-
guntó:

—¿Por qué murió Garrincha?


Le contesté:

—Porque bebía alcohol.


—¿Tú lo trataste?
—No. Lo que tú estás viendo en la televisión está
sucediendo en Río de Janeiro que queda un poco lejos

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de aquí. Garrincha no conoció al papá, ni el papá pudo
conocerlo personalmente.
Entonces Viviane concluyó:
— Yo no beberé alcohol.
Yo también espero que no lo haga.
Mis hijas, debido a mi profesión, ya me vieron tra-
tar pacientes agitados, ya vieron a la madre casi agre-
dida por un drogadicto y ya vieron a una muchacha de
veinte años con síndrome de abstinencia.
Muchas veces nos preguntaron qué significaba esa
agitación de los pacientes. Y siempre se les explicó.
No sé si mis hijas algún día usen drogas. Pero, si lo
hacen, creo que serán conscientes de los riesgos a los
que se exponen.
Creo que es de importancia fundamental que se
hable sobre las drogas con nuestros jóvenes. Si no se
habla de ellas con los hijos, con amor, ellos la discuti-
rán en la calle. Allí nuestros hijos podrán aprender una
serie de cosas, en la teoría y en la práctica, sobre las
drogas. Pero, en cuanto al amor, no podemos garanti-
zar nada si aprenden fuera de casa...
Estamos en una época en que muchos padres y mu-
chos educadores no hablan de drogas con sus hijos y/o
con sus alumnos.
Algunos dicen que es para no despertar la curiosi-
dad.
Muchos padres tampoco hablan de sexo con los hi-
jos.
Esto no impide que ellos lleguen a aprender (¡Dios
sabe cómo!) lo que es sexo y lo que es droga.
La elección es nuestra.

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No me propongo poner a mi familia como paradig-
ma. Por otra parte, hija de médico significa limitarse a
un rápido saludo al salir el papá a menos que haya una
emergencia. ¡No es nada agradable! Pero, en lo posi-
ble, es importante dialogar.

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LAS APARIENCIAS
EN LA FAMILIA

¿Qué espera el adicto de la droga que usa?


Muchas veces el adicto solo habla, solo se comu-
nica, solo ríe, solo va a visitar a la muchacha después
de tomar la droga. Es para él un “bastón”, una ayuda
para una situación que él no logra resolver satisfacto-
riamente.
Me parece que quitarle la droga es una necesidad
para él y un derecho de quienes lo rodeen.
Pero, ¿cómo va a vivir él sin ella?
Entonces entra ahí la Terapia para proporcionarle
medios de vivir feliz, bien, sin una droga que, aunque
al principio lo ayude, pronto lo esclavizará.
Es frecuente que las ansiedades al principio alivia-
das por la droga sean aliviadas mediante la sicoterapia.
Esto tal vez explique en parte por qué el drogadicto
quede tan intensamente ligado al terapeuta durante ese
período.
También mediante la sicoterapia el adicto logrará
tratar sus problemas, superarlos en la medida de lo po-

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sible, aceptarlos cuando sea necesario, aprendiendo fi-
nalmente a volar con las propias alas.
Verlos crecer y volverse inadictos es una experien-
cia siempre nueva y gratificante.
Lo importante es hacer que el adicto sienta que lo
amamos mucho, aunque detestemos la droga que él
usa. Luchamos contra la droga, no contra él. Rechaza-
mos la adicción, pero no al adicto.
Cualquier actitud nuestra de convivencia o de apa-
rente colaboración con el drogadicto para que se dro-
gue pone en peligro el trabajo individual, o de todo un
equipo que lo esté recuperando.
A veces es una “faena” convencer a un padre, o (más
difícil aún) a una madre, de que no se debe dar dinero
para comprar drogas o alcohol. Cualquier desliz podrá
entenderlo el adicto como un acuerdo con sus hábitos o
complicidad con su falta de fuerza de voluntad.
En todo caso, ese desliz será usado como racionali-
zación o como justificación de que papá (o mamá) no
lo prohíben. Hasta lo apoyan.
Entonces imaginemos un hijo adicto, cuyos padres
están compitiendo para ver quién gana más su afecto.
Ambos corren el riesgo de, al querer ser “buenecito”
con el hijo, ceder al alcohol o a la droga “solo por esta
vez, ¡eh!” o “prefiero que te drogues en mi presencia
que a escondidas”. ¿Se presenta esta preferencia?
Esta convivencia incluye también el hecho de que
el papá (o la mamá) igualmente use alcohol, aunque
moderadamente.

Los comentarios de Mariano F.

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“Me da rabia el hecho de que mis padres me tengan
tirado aquí en la clínica para liberarme de las drogas.
Es verdad que las tomé todas, choqué el automóvil
en una de ellas y usé el cheque de mamá para pagar a
aquél traficante que fue amenazarme a mi casa.
El anillo de ella, aunque yo lo había vendido, ella ni
se imagina cómo desapareció. Cree que lo perdió. Por
tanto, que no me venga a reclamar.
Pero ella vive tomando sus pastas para dormir, para
tranquilizarse, para no estar nerviosa, etc. ¿Se puede
soportar?
Papá, entonces, llega a casa del trabajo respirando
como una locomotora, sin mirar a los lados y parece
que sus pies lo llevan directamente al bar de casa, en
donde se sirve dos buenas dosis de whisky. Poco des-
pués los dos empiezan a discutir. ¡Ten compasión!
Y aquí estoy yo, porque ellos afirman que soy dro-
gadicto, soy agresivo, soy... Y ellos, ¿qué son?
Le apuesto a usted que, si el sicólogo aquí de la clí-
nica trata de hacerlos tomar una actitud, abandonar los
propios vicios, ¿no se van inmediatamente?”.
Desafortunadamente, Mariano, ganó la apuesta.
Sus padres desaparecieron tan pronto se les pidió que
reflexionaran sobre sí mismos.
Lo más preocupante es que, cuando Mariano termi-
ne el tratamiento, se podrá considerar la única persona
no adicta dentro de casa.
Las oportunidades que tendrá de una recaída son
enormes.
Además, el tratamiento mismo está siendo perjudi-
cado por los malos ejemplos domésticos.

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Muchas veces, Mariano se sirve de los defectos de
los padres para justificar los suyos.
Los robos que comete, en parte se deben a la nece-
sidad, en parte para agredir a los padres.
La pregunta que él nos hace, y que tiene en su ca-
beza, podría ser: “¿Se puede resistir sin usar drogas?”.
Es probable que la droga haya sido una de las pocas
salidas que Mariano encontró para disminuir la tensión
que sentía en el ambiente doméstico.
Por otra parte, cuando sus padres le dieron la espal-
da a la orientación familiar, fue difícil impedir que el
hijo lo hiciera.
Para los padres de Mariano era más importante que
él dejara de drogarse que dejara de sentirse infeliz.
Es lógico que no hay drogadictos felices, pero para
sus padres lo importante era solamente la droga. El res-
to era superfluo.
Lo más importante para ellos eran las apariencias.
Mariano ya demostró estar sufriendo esa influencia
cuando nos dijo que robó y no fue descubierto. Lo la-
mentable para él no era el robo, sino el dejarse descu-
brir en un delito.
Confesarles que se estaba drogando era la última
cosa que Mariano haría en la vida. El vino al tratamien-
to solamente cuando las cosas fueron tan evidentes que
ya en casa no se discutía si se estaba drogando o no.
El sintió que ya no podía hacer más.

“La casa es hecha de piedra. El hogar está hecho


de amor”
(De un cuadrito de la casa de mi abuelo).

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EL COMIENZO
DE LA DROGA*

Generalmente, el primer contacto que el joven tiene


con la droga se presenta en una situación muy variada,
por ejemplo en una fiesta, en un baile o en un paseo, e
incluso en casa de unos amigos.
La mayoría de los usuarios de droga está contra
ella. Los usuarios son marginados por la sociedad por
estar fuera de sus patrones.
¿Si están contra las drogas, por qué entran en ella?
Hay algunos caminos que se pueden señalar aquí:
1. Los medios de comunicación aparentemente
combaten las drogas, mostrándolas como algo prohi-
bido, pero no siempre concientizando en cuanto a los
peligros que representan.
2. Es la vieja historia del niño que pasa frente a una
sala cinematográfica y lee: “Prohibido para menores de
18 años”. El joven no ve la hora de cumplir los 18 años,
solo para entrar al cine y ver por qué no pudo asistir a

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esa película antes. Una gran ventaja para contar a los
amigos, para un joven de 16 años, es haber logrado ha-
cerse pasar por joven de 18 años al entrar a un cine pro-
hibido. Detrás de esto hay una gran cantidad de ideas.
En primer lugar, la satisfacción de haber logrado ser (o
aparentar ser) un adulto. También existe la satisfacción
de hacer impunemente algo prohibido.
En fiestas, bailes y paseos, personas tímidas, que
tienen dificultad para comunicarse, pueden tomar la
primera dosis. Temen pasar por situaciones que las ex-
pongan al ridículo, o tienen la sensación de que todos
las están mirando. En ese aspecto, la droga actúa como
liberadora de las censuras a las que el joven cree que
está sujeto. Pero no sabe que cuando queda drogado es
cuando se convierte en el “bobo del paseo”.
Otras veces también, el tabú se rompe en el círculo
de amistades. Estas pueden ser incluso sinceras, y por
eso, precisamente, se rompe el tabú: por el hecho de
que el joven se identifica con el grupo al que pertene-
ce. Si alguno del grupo, a quien él respeta o admira, le
da una “fumadita”, o le hace una “demostración” y él
acepta, lo va haciendo entrar de cabeza en un pozo de
arena movediza que lo arrastrará lentamente. Cuando
él se dé cuenta, ya será demasiado tarde.
El joven puede dejarse tragar pasivamente, aun sa-
biendo que su fin es la muerte. También podrá tratar de
luchar, pero no encuentra un palo en dónde agarrarse;
o pide ayuda, buscando un brazo que lo saque de la
arena.
Si hay algo que el joven detesta es dar señales de
flaqueza. El puede estar en dificultades, pero pedir ayu-

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da a los suyos es lo más humillante.
Es común que el joven nos busque para obtener
ayuda y pida que expliquemos a sus padres la situación
en que se encuentra. El no logra discutir el asunto con
sus padres. Tal vez sería muy doloroso, en esta fase,
ese tipo de diálogo.
Nos parece que tal vez sea mejor obrar como inter-
mediarios, en el sentido de evitar que se intercambien
mutuas acusaciones y palabras amargas que, después,
podrían causar arrepentimiento en quien las dijo.
Más tarde, después de algún tiempo de tratamiento,
insistiremos al adicto, como también a sus padres, para
que traten de asumir sus responsabilidades.
En un primer intento de ayuda inmediata no se pue-
de exigirles madurez.
El joven oyó decir que las drogas hacen mal, son
peligrosas, son prohibidas. Pero no siempre cree en la
convicción o en la sinceridad de quien les dice eso.
En la fiesta se le dice que las use y que así sentirá
placer. El experimentará, sentirá placer e inadicción.
Las primeras veces es más común que sienta placer.
¿En quién creer?

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LOS HABITOS Y
LO HEREDITARIO

¿Cómo saber si nuestro hijo tiene tendencia a vol-


verse adicto?
Debemos examinar, con sinceridad, nuestra familia.
¿Cuántos tíos tiene él que se emborrachan con facili-
dad? ¿Cuántos abuelos? ¿Alguno de la familia ya per-
dió el empleo por causa del alcohol o las drogas?
Cuanto más afirmativas sean las respuestas a estas
preguntas, más probablemente podrá heredar la ten-
dencia.
¿Y cómo evitar que se manifieste esa tendencia?
En primer lugar, es necesario cultivar en nuestros
jóvenes la autoconfianza. Yo, por lo menos, no conoz-
co ningún drogadicto autoconfiante. Podrá llegar a ser-
lo después del tratamiento.
Otra medida fundamental es no acostumbrarse. Una
familia que por cualquier motivo está consumiendo al-
cohol, instiga a los hijos a tomar también.
Varios adictos comenzaron su escalada en el vicio
tomando el alcohol que se encuentra en las cremas de
café, cacao, etc.

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Es fundamental que nuestro joven aprenda a enfren-
tar frustraciones. Tanto el joven cuya familia lo trata
como si fuese una yema de huevo, impidiéndole tener
cualquier contrariedad, como el joven abandonado o
súper agredido, son personas que difícilmente logran
superar sus frustraciones o valorar su tamaño.
Si les pedimos arreglar su propio armario, a uno le
parecerá una tarea frustrante, superior a su capacidad;
a otro le parecerá una orden dictatorial que debe ser
rechazada y una guerra sin cuartel para medir fuerzas
interminablemente.
El drogadicto no sabe cómo evitar los percances o
acostumbrarse a ellos. No sabe vivir, y si los padres
tampoco saben, no tendrán mucho que enseñarle de
positivo.
Un niño que no duerme, no debe ser dopado para
que descanse en el horario que nosotros decidimos que
era el más correcto. Al principio podrá parecer más di-
fícil acostumbrarlo a dormir de noche, pero será mucho
más eficiente que él lo haga sin necesidad de una píl-
dora para dormir.
El niño debe ser estimulado en el sentido de apren-
der a nadar, pintar o hacer dulce de leche. Pero no va-
mos a esperar que se convierta en un pez, un Miguel
Ángel o un gourmet. El es un niño y hasta Miguel Án-
gel debió de haber tenido en la infancia sus días de
Picasso.
Y en cuanto a lo hereditario, debemos notar que
muchas veces el drogadicto es hijo, sobrino y/o nieto
de alcohólicos.
Pero la familia no reconoce estos parientes como

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adictos. “Ellos solo beben un poco, a veces”.
Es común oír a los padres de un drogadicto: “En
casa no se hablaba de drogas antes de que nuestro hijo
presentara su adicción”. Lo peor fue que precisamente
por eso llegaron al punto en donde están.
En todo caso, la familia debe buscar ayuda desde el
momento en el que alguien sospeche que un miembro
de la familia experimentó drogas.
El problema debe ser encarado y discutido, en lo
posible, con calma por todos los familiares.
La droga como problema nos recuerda la historia
de la bella durmiente, cuya familia trató de esconderle
lo que era una rueca de hilar para que no se hiriera con
ella. Fue precisamente por el desconocimiento por el
cual la princesa se machacó con ella.

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¿DIOS ES REALMENTE
PADRE DE LOS DROGADICTOS?
La mayoría de los servicios de recuperación de
adictos está ligada a entidades religiosas y se basa en
la práctica de actividades religiosas para la curación,
además de otras, tales como el trabajo y la sicotera-
pia En esas entidades, la oración comunitaria e indivi-
dual, además del aprendizaje de principios religiosos,
muchas veces son el principal medio de recuperación,
cuando no el único, siendo los demás solo accesorios.
No nos parece que la religión sea el único medio
para recuperar adictos. Si así fuera, no tendríamos en-
tre nosotros sacerdotes y pastores alcohólicos. El he-
cho de ser adictos no les impide amar a Dios y tratar de
seguirlo. Pero he conocido algunos con una vivencia y
un amor cristiano aparentemente mayores que los de
pastores y sacerdotes abstemios. Es difícil juzgar la vi-
vencia cristiana de los demás, pero ellos trataban de
alcanzar la santidad y vivir a Cristo, aun con enormes
tropiezos en medio del camino.
Una de las dificultades que los adictos tienen para
escoger una religión es que casi todas afirman que Dios
es nuestro Padre.
La figura del padre para la mayoría de ellos está
francamente deteriorada. Padre es una persona renco-
rosa, brava, cuando no totalmente agresiva. Si Dios se

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parece a este tipo de padre, es mejor que no exista.
Muchos catequistas inducen al niño a respetar a
Dios por miedo. No siempre por amor. El niño, muchas
veces, hace el bien por temor al infierno. Dios es para
él un ser bravo y autoritario.
Si los padres de ese niño también son bravos y au-
toritarios, después de algunos años él se rebelará contra
ellos y contra todo lo que les haga recordar a los pa-
dres, incluso a Dios.
Creemos que Dios desea que lo busquemos espon-
táneamente y que lo busquemos para obtener compren-
sión, paz, perdón, amor.
Muchos padres tratan de obtener el respeto de los
hijos por medio de castigos. No dejan al niño en liber-
tad y no tratan de escucharlo. Muchas veces los padres
pueden escucharlo, pero por el modo como le respon-
den no lo anima a hablar nuevamente.
Más tarde el joven buscará a Dios en sus oraciones
y tal vez sienta que Dios lo escucha. Pero de manera
parecida a la de sus padres, aparentemente nada hará
en respuesta.
En este caso tenemos un cristiano que casi exige de
Dios signos palpables de su bondad y de su poder. A
veces espera un milagro...
Muchas veces, los padres se preocupan por el niño,
pero no tienen la habilidad de escucharlo y de compar-
tir con él los problemas. Posiblemente, por creer que él
no tiene problemas.
Tal vez, por esto, el niño imagina que Dios tampoco
está muy dispuesto a escucharlo.
Con frecuencia, el materialismo que existe en algu-

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nas familias lleva al joven a no amar a un Dios abstrac-
to. Al fin y al cabo, los afectos en casa solo se manifies-
tan a través de regalos. Y entonces nuevamente vamos
a esperar milagros de nuestro Padre en el cielo.
Aceptar, escuchar, respetar son formas diferentes de
una misma idea fundamental que es el amor.
Cristo recomendó a los apóstoles que hicieran re-
saltar la Iglesia no por grandes templos o uniformes
limpios, sino por el amor que nos une. Que fuera un
amor para dar en abundancia y que los demás notaran
cómo se amaban sus discípulos.
Los niños y los jóvenes carentes de amor empiezan
a agruparse en un medio en el que el grupo los acepte,
los escuche mejor y los respete. Ellos no van a sentir
hostilidades.
Y no siempre este es el mejor grupo, pero los niños
o los jóvenes no logran distinguir el amor real del falso,
o diferenciar la amistad de la demagogia pura y simple,
usada solo para atraerlos.
La religiosidad del adicto va a terminar en sectas
exóticas, y él busca un Dios lo más diferente posible
de aquél en el que creen sus padres. Puesto que con
el Dios de ellos no se pudo hacer casi nada, vamos a
buscar otro. Hasta Haré Krishna sirve.
Nuestros hijos, cuando llegan a la adolescencia, de-
sean ver el mundo a su modo. Quieren vestirse sin que
nuestra opinión pueda cambiar sus vestidos, quieren
tener su propia música y su propia rosca
¿Por qué no aceptar que amen a Dios como mejor
les parece? Nos parece que el Vaticano, por lo menos
hasta el presente, logró sobrevivir a la invasión de las

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guitarras en algunas misas (no todas, gracias a Dios).
No estoy aconsejando que nos gusten las guitarras,
pero si nuestros jóvenes no cometieran excesos o no se
volvieran fanáticos, tal vez la mejor política sea la de
hacer la vista gorda ante ciertos arrobos religiosos y
dejar que el barco corra.
Fue más o menos lo que hizo san Pablo al encon-
trar una comunidad politeísta que veneraba incluso al
“Dios desconocido” (cf Hch 17, 22-34). Pues éste era
del que él iba a hablar. Hablemos de él, por tanto, sin
poner mucho problema de que él sea seguido según
nuestro método o bajo nuestras lupas.
Lo más importante no es predicar el evangelio a los
adictos. Lo difícil es vivir el evangelio con los adictos.
Amar a un drogadicto no es cosa fácil. Aceptarlo
después de una recaída exige un esfuerzo razonable.
Pero no hay otro modo de traerlo de regreso.
Antes de que el drogadicto sienta que Dios lo ama,
él tiene obligatoriamente que sentir que alguien lo ama.
Dios lo ama como un padre, como un amigo. Si él no
tiene el amor del padre o de un amigo, tal vez Dios no
esté siendo muy bien descrito.
Dios lo ama como es él, aun después de las drogas,
de los robos, de los asaltos o de la prostitución a la que
se entregó para comprar drogas.
¿Será que tenemos el derecho de no amarlo?

“El amigo es como el aire: solo le damos valor


cuando nos falta”.
(Carlos)

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EL PADRE
DESPRECIANTE
Un embarazo indeseado podrá traer a este mundo
una persona no muy bien venida. Es el prólogo de una
historia de drogas e incomprensiones de parte y parte.
En la riña de los padres entre sí, los niños son los
que reciben los golpes y algunas balas perdidas.
Su infancia es una sucesión de ansiedades y, según
cada caso o circunstancia, la relación familiar es casi
un problema sin remedio.
La historia de Marcos
Cuando los padres de Marcos se casaron, su madre
ya lo había concebido desde hacía tres meses.
La tía de Marcos, que lo trajo para el tratamien-
to, describió al padre del muchacho como un hombre
“ligeramente alcohólico” y que pelea mucho dentro y
fuera de casa. El padre no ocultaba que prefería a los
hijos menores.
La relación que Marcos demostró tener respecto de
su padre era de miedo. Su llegada a casa era motivo de
ansiedad para el hijo y para la madre. Si el padre llega-
ba bebido, uno de los dos las pagaba.

37
En el colegio, Marcos, aunque no fuese un alumno
brillante, no se dejaba rajar. Como el padre era muy
amigo del rector, éste se convirtió en víctima habitual
del muchacho. Marcos solo sabía agredir y, como era
inteligente, complicaba aun más las cosas. “Organi-
zaba bromas”, como hacer explotar el laboratorio de
química o robar los fusibles de todas las instalaciones
eléctricas del colegio el día en que el rector organizó
un espectáculo de bailes invitando todo un conjunto de
danzas traído de otra provincia.
Desde los doce años Marcos fumaba marihuana, y a
partir de los catorce pasó a la coca. Más de una vez se
vio implicado en la guerra de traficantes.
Cuando nos buscó para el tratamiento, la mayoría
de su pandilla ya había muerto y su cabeza ya no daba
más.
Durante el tratamiento, Marcos se demostró suma-
mente inteligente, sensible y de fácil convivencia. A
veces se rebelaba contra las autoridades, pero sin ma-
yores consecuencias. Es hábil y aprende fácilmente.
Tal vez el padre no sepa lo que está pasando afuera...
El papá de Dirceu
Dirceu comenzó a tratarse porque, como su madre
comentaba, él estaba arruinando a toda la familia con
las drogas que tomaba.
Dirceu era frágil y se apegaba a la primera persona
que le demostrara ser su amigo.
Realmente, la familia no necesitaba de él para des-
truirse. Los padres peleaban todo el tiempo. El padre
aparecía en la clínica en las horas más excéntricas y
trataba de enseñar sicología a los terapeutas como ad-

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ministración al administrador del hospital.
El primer mes del tratamiento de Dirceu pasó rela-
tivamente en calma. Se llevaba bien con los demás y
parecía estar creciendo a ojos vistos.
Fue sumamente decepcionante un fin de semana
cuando fue a visitar a sus familiares y regresó borra-
cho.
Cuando, la semana siguiente, sucedió lo mismo,
tratamos de estudiar con él las causas de su cambio
en esas visitas de fin de semana y le sugerimos que no
volviera a casa. Podría visitar a la novia, pero tratar de
alejarse, durante algún tiempo, de sus familiares.
A pesar de la gran mejoría de Dirceu, su padre, des-
pués del segundo mes de tratamiento, avisó que no pa-
garía más a la clínica. Sería el caso de preguntar: ¿Ese
corte de los pagos se deberá a pesar de la mejoría, o
más bien por causa de la mejoría?
En el servicio de orientación familiar, el padre se
demostró arisco. No reconocía un mínimo de respon-
sabilidad propia en los problemas de familia. Los de-
fectos siempre eran de los demás.
En cierta ocasión, salimos con Dirceu y le compra-
mos un afiche que le había gustado. Después de mos-
trarse feliz por el regalo, su expresión se alteró. Es que
en su casa no tenía un cuarto para sí. Dormía en el sofá
de la sala y sabía de antemano que no se le permitiría
fijar ningún afiche allí.
Dirceu salió bien de la clínica. Nos costó un poco
de trabajo, pero temíamos que tuviese una recaída al
regresar a casa. Pero no fue así.

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40
MAMA ES MAMA

Probablemente la droga o el alcohol son menos im-


portantes que los problemas que los causan.
Es fundamental separar estos problemas. A veces,
eso puede incluir seguir viviendo o no con la familia
o con las personas de la familia que causan los proble-
mas.
No es raro que el adicto vaya a vivir con otros fa-
miliares en vez de ir a vivir con los padres, o aun vivir
solo.
Un factor importante de reincidencia es la conducta
moral insatisfactoria por parte de la madre del adicto.
Este tipo de comportamiento es causa de adicción y
también de reincidencia.
Reinaldo y su madre
La madre de Reinaldo se separó de su marido, cuan-
do estaba embarazada, porque fue a parar a la cárcel
por homicidio.
Más tarde se casó de nuevo, y el niño se encariñó
con el padrastro, que lo trataba bien y, cuando podía,
hacía su voluntad.

41
Cuando Reinaldo tenía doce años murió repentina-
mente el padrastro.
Desde entonces, la mamá empezó a buscar otras
compañías masculinas y a tener relaciones poco dig-
nas. Reinaldo empezó a drogarse.
Lo llevaron a la clínica para el tratamiento. Su con-
ducta era explosiva y al comienzo del tratamiento se
demostró sumamente agresivo con la mamá. Poco a
poco fue mejorando. Los diálogos entre los dos les ha-
cían bien a ambos. Poco tiempo después abandonó la
droga.
Al regresar a casa, tuvo dificultades para conseguir
trabajo: ningún trabajo le parecía digno de él. Además,
todavía presentaba cierta resistencia para aceptar una
autoridad.
A pesar de todo, nosotros lo considerábamos como
recuperado. Grande fue nuestra sorpresa cuando, me-
ses más tarde, la madre nos llamó por teléfono pidien-
do ayuda.
El problema era grave. Reinaldo estaba rompiendo
todo en casa, gritando y peleando con los vecinos, que
terminaron llamando a la policía.
Más tarde vinimos a saber el motivo de la crisis:
Reinaldo había llegado del trabajo y encontró un des-
conocido bastante alcoholizado, tendido sobre la cama
de la madre. Sacó de casa al visitante inesperado a pun-
ta de golpes. La madre se enfadó por esta intromisión
en su vida “privada”.
Reinaldo salió, se drogó y regresó a casa para decir
todo a lo que tenía derecho y algunas cosas más que se
había “tragado” desde antes.

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No siempre él se drogaba por eso. A veces nos bus-
caba “explotando”. Pero las drogas quedaban más cer-
ca de la casa que la clínica.
De nada servía hablar con su madre, ni a las buenas
ni a las malas. Creo que quien no tenía remedio era
ella.

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44
LA ESPOSA
DEL DROGADICTO

Con frecuencia, la hija de un alcohólico se casa con


otro adicto. Ella trata de arreglar al marido, ya que no
pudo hacerlo con el padre.
Asume la tarea de esposa, enfermera, madre, sicó-
loga, etc. Espera poder desempeñar todos estos pape-
les, pero no se da cuenta que está asumiendo algo que
requiere fuerzas sobrehumanas.
Su familia, naturalmente, se opone a este matrimo-
nio, lo cual podrá dejarla sola en la hora de las dificulta-
des, o porque peleó con sus familiares antes de cazarse,
o porque ya sabe que oirá el clásico “¿no te lo dije?”,
en el caso de que busque ayuda. Además, el “¿no te lo
dije?” es una buena disculpa para no ayudarla.
Lo peor es que, a los hijos, nadie les avisó nada. Pa-
rece que ellos aparecieran en el mundo de “ofrecidos”
y sin previo aviso.
Sería hasta incómodo insistir en las oportunidades
que esta prole tendrá para drogarse, tanto por la heren-
cia como por la imitación paterna.

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Lo que despierta nuestra atención son los proble-
mas de esa esposa del adicto. La presencia del padre
en casa emborrachándose ya habría debido dejarla “ex-
perimentada” para no meterse en más complicaciones.
Lo que tal vez sucede es el conflicto de amor - odio
que ella demuestra por el padre y que trata de resolver
amando a un adicto y tratando de recuperarlo por me-
dio del amor que le dedica.
Raramente logra su propósito, y a su frustración
añade una hostilidad enorme contra el esposo por no
haber correspondido a sus esfuerzos para vencer juntos
la adicción.
Si la hostilidad vence al amor, el terapeuta familiar
tendrá que habérselas con una esposa problemática y
que huye de la orientación familiar con las fuerzas con
que el diablo huye de la cruz.
Muchas veces, ella no apoya al esposo, incluso des-
pués de su recuperación. Pero ¿por qué sucede esto?
probablemente porque no fue ella, sino el terapeuta
quien logró recuperar al paciente.
Muchas veces es difícil hacerle entender que una
esposa no puede por sí sola recuperar a un adicto. Es
necesario un equipo, y un equipo bien preparado, del
que ella puede y debe formar parte.
También existe un sentimiento de hostilidad por
parte de quien ha tenido que sufrir por las drogas del
marido. Cuando éste se libera de ellas, puede suceder
que la esposa, como si estuviera compitiendo en un
juego, piense: “Ahora me toca a mí hacerle la vida un
infierno. Ojo por ojo”.
Es lógico que ese sentimiento, por mezquino que

46
sea, difícilmente es reconocido por la mujer, y el te-
rapeuta tendrá que trabajar mucho para que la esposa
no huya aterrorizada. Para ninguno de nosotros es fácil
vernos por dentro. ¿Qué decir cuando una mujer está
convencida de que no tiene ninguna culpa y se le insis-
te para que descubra la parte que le corresponde en las
responsabilidades de su situación conyugal?
La esposa del alcohólico muchas veces tiene que
asumir el papel de madre y padre. Hay ocasiones en las
que ella es “el hombre de la casa”. Esta situación puede
llevar a los hijos a una dificultad en la elección de un
cónyuge ideal. Ellos se dan cuenta de que sus padres no
están dentro del modelo de la pareja perfecta, pero, por
otra parte, no logran sentir lo que es una unión ideal.
A esto se añade el hecho de que son niños olvidados
por los padres. Estos, por estar con problemas tan gran-
des, nunca tienen tiempo para dar afecto a los hijos.
Los hijos, cuando llegan a la edad adulta, pueden ser
personas difíciles de amar y tendrán dificultades para
demostrar afecto.
Ser esposa de un adicto no es fácil, pero hay incluso
quién se acostumbra. Este acostumbrarse podrá dar a la
esposa una cierta sensación de inseguridad cuando el
marido, al recuperarse, trata de desempeñar los papeles
de padre, de jefe de casa, de esposo. La mujer llega,
incluso, a desear que esto sea solo una fase pasajera y
que todo vuelva a ser como antes.
Todo lo que hemos dicho hasta ahora en este capítu-
lo justifica por qué, con frecuencia, la esposa del adicto
es una persona confundida.
Muchas veces ella nos dice que está confundida,

47
pero teme mezclar los propios sentimientos. Puede
“doler” y ella ya está cansada de ser un costal de gol-
pes.
Otra frustración posible es cuando la esposa llega
a la visita, muerta de cansancio, y encuentra al marido
sobrio, más gordo y sano que ella y, encima de esto,
feliz de la vida. Le parece una injusticia que, después
de haberle dado tantos dolores de cabeza, todo le vaya
bien a él, mientras que ella, con todos los problemas
que tiene que enfrentar, no puede tener también un te-
rapeuta para hacerla crecer.
Por otra parte, buscar una terapia significaría de-
mostrar debilidad, y ella no quiere que se desconfíe de
que es una persona humana.
A veces, ella siente hostilidad contra el terapeuta,
porque parece que él está de parte del marido y no de
ella y de los hijos.
Si logramos hacerle comprender que también esta-
mos de su parte, mejorarán las oportunidades de diá-
logo.

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EL HIJO DEL
ALCOHOLICO
Ser padre de un drogadicto no es una tarea suave,
pero no se puede comparar con el ser hijo de un alco-
hólico.
Cada uno de nosotros ama a su padre. Es lo más na-
tural. Casi es un instinto. Pero el hijo de un alcohólico
no puede invitar a los amigos a su casa a una fiestecita,
porque no sabe si el papá (o la mamá) le van “a prepa-
rar” otra al emborracharse.
Es difícil amar a un alcohólico, y el amor que el hijo
le dedica inevitablemente estará luchando contra una
fuerte dosis de amarguras y hostilidades.
El amor y el odio luchan en el pecho de ese hijo
con una semi-ceremonia de invitados que no conocen
al dueño de casa.
Muchas veces, el hijo del alcohólico es una persona
que está confundida, sin saber qué hacer con sus pro-
pios sentimientos.
El amor que siente a veces no tiene lógica, y el odio
le da la sensación de culpa.

El necesita sacar de sí esos sentimientos, aunque

49
esto le duela. Pero muchos son “educados” y no logran
llorar...

Padre e hijo

En cierta ocasión, en una sesión de sicodrama se


encuentra Luciano que acaba de tener una recaída en el
alcoholismo y Roberto, ex adicto e hijo de alcohólico.
Luciano trata de justificarse.

—No sé por qué mi familia me está condenando.


Siempre les di todo. No les dejé faltar nada. Mis hi-
jos estudiaron en la universidad y mi cuenta bancada
es sólida. Yo bebía solamente al volver a casa y en
los fines de semana, porque mi mujer es tremenda.
Quisiera ver a algunos de ustedes aguantándosela...

Roberto empezó a cansarse y no soportó escuchar el


discurso hasta el fin. Interrumpió, diciendo:

—Usted habla como mi padre. ¿No se da cuenta


de lo que la gente tiene que escuchar dé los cole-
gas, de los vecinos, la vergüenza que la gente pasa
al tener que hacer entrar a la casa al papá caído de
borracho ?

Roberto fue “soltando” todo lo que desde hacía mu-


cho tiempo lo perturbaba. Al principio, a borbotones y,
poco a poco ordenando mejor las ideas.
Como más tarde uno de los muchachos comentó,
los otros hijos de alcohólicos también “le cayeron en-

50
cima” a Luciano y ante tantas quejas él perdió casi el
habla.
Parece que valió la pena. Después de eso Luciano
no volvió a reincidir en el alcohol. Parece que Roberto
dijo una buena parte de cosas que los hijos de Luciano
no se atreverían a decirle.
Esto parece haber servido también para que Lucia
no comprendiera más a sus hijos y mejorara su diálogo
con ellos.
Hoy, Roberto y Luciano son muy amigos y confi-
dentes como deberían ser padre e hijo.

51
52
LA FAMILIA
ESTRABICA
Toda la familia Silva era portadora de bocio, fenó-
meno que venía de varias generaciones. Con sorpresa
y decepción vieron que el hijo no lograba soportar el
coto que tradicionalmente acompañaba a la familia.
La señora de Silva no lograba ocultar su tristeza por
esto. Trataba de que el hijo usara una bufanda para es-
conder el cuello cuando salía de casa, aun en verano.
El muchacho, a escondidas, buscó un cirujano plás-
tico para tratar de hacer una operación, pero éste se
negó, e, incluso, le recomendó que dejase la cosa como
estaba, y que nada de antiestético había en su cuello
que tuviera que ser corregido o escondido. Pero el mu-
chacho no lograba entender los argumentos del médi-
co. Si no había nada por corregir, ¿cómo se justificaba
la frustración de la madre y de toda la familia?

***

Esta historia tal vez parezca demasiado jocosa para


ser real. Pero respetadas las proporciones, sucede con
frecuencia entre las familias de los adictos.

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Así como la familia perfecta no admite los errores
de su hijo, la familia estrábica no acepta que uno de
los suyos tenga la mirada “paralela”. No logra aceptar
la idea de un joven más inteligente o con sensibilidad
artística. El habla un lenguaje que la familia no logra
entender.
En el fondo, la familia se siente amenazada por la
mayor capacidad del hijo. Entonces trata de sofocar di-
cha capacidad.
El regreso del adicto, después del tratamiento, en
el seno de este tipo de familia, es algo muy peligroso.
El está sujeto a recaídas. Además, la familia induce,
instiga al adicto a recaer, para probar que el equivo-
cado es él, y que él es el que se droga y que no desea
recuperarse.

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LA FAMILIA UTERO

Algunas familias tratan a los hijos, o a alguno de


ellos, como si fueran un bicho raro, un cristal, una
yema de huevo que no se puede tocar sin que se des-
haga.
Generalmente, el drogadicto que tratamos, de este
tipo de familia, tiene enormes dificultades para escu-
char la palabra NO.
La negativa de cualquier cosa que él exige le produ-
ce una frustración desmedida. Podríamos decir que ese
adicto no está entrenado para las frustraciones.
Cualquier deseo suyo que no sea atendido inmedia-
tamente le despierta rebelión, aunque reconozcan que,
a veces, no se le puede atender de inmediato. El joven
se vuelve bastante llorón y reclama de todo.
Durante el tratamiento, es común que la familia dé
más trabajo que el paciente.

55
El caso Midas

Midas usaba cocaína. El comienzo del tratamiento


fue difícil. El poco se comunicaba y pasó por serias
crisis de depresión.
Estas crisis, muchas veces, aparecían después de las
visitas de su mamá. Esta era un “hueso duro de roer”.
Pretendía enseñar al equipo técnico cómo tratar a los
adictos. En cierta ocasión, llegó a la clínica con cos-
tillas de cerdo, insistiendo para que nuestro cocinero
le fritara una por día para reforzar el desayuno de su
hijo. El cocinero se irritó. No porque tuviese pereza de
fritar un bife, sino porque el café ya iba suficientemen-
te acompañado para no dar motivo a quejas. Además,
iba a despertar en los demás el deseo de gozar de los
mismos privilegios.
Con dificultad logramos (casi) convencer a la ma-
dre de que el café de la mañana ya estaba suficiente-
mente balanceado. Pero no fue muy fácil. Ya hemos
tenido una madre que traía comida especial para el hijo
(hasta arroz y fríjoles, porque a él solo le gustaba la
sazón de ella), una madre que iba a arreglar la cama del
hijo en la clínica y una madre que llamaba por teléfono
dos veces por día para saber cómo estaba el “hijito”.
El drogadicto nunca aprendió a enfrentar sus frus-
traciones, o porque nunca las tuvo, o porque las tuvo
en demasía.
Es difícil educar a un niño, incluso porque cada uno
reacciona de forma distinta a una misma situación o
estímulo.
Cuando tenemos un pájaro en nuestras manos, co-

56
rremos el riesgo de sofocarlo si lo apretamos demasia-
do. Por otra parte, corremos también el riesgo de dejar-
lo escapar si no lo aseguramos con la fuerza suficiente.
La libertad y las frustraciones infantiles recuerdan
ese pájaro que pretendemos asegurar. Es difícil saber
qué frustraciones podrán o deberán ser soportadas por
nuestros hijos de manera que los hagamos crecer y lle-
gar a la madurez.
En una familia en donde todo se le da al niño y nada
se le exige podremos tener un joven que se droga y que
es sumamente difícil para el tratamiento. Al fin y al
cabo, en una clínica de recuperación se le exigirá que
arregle sus cosas, que tienda su cama, se le prohibirá ti-
rar las medias por los corredores. El no soporta críticas.

El caso de Juan Silveira

Juan bebe y toma drogas con frecuencia. Su caso se


agravó hace ocho años, cuando se casó. Actualmente
tiene dos hijos, de seis y cuatro años. Hace unos seis
años no trabaja. Es inteligente y capaz. En el momento
de sus crisis, su esposa lo hecha de la casa. Entonces
él se va durante algunos días a casa de sus padres, en
donde su cuarto no ha cambiado desde el tiempo de
soltero.
Empezó a tratarse en consultorio, pero frecuente-
mente llegaba drogado a la consulta a las sesiones de
sicodrama. Dos veces los familiares trataron de in-
ternarlo en nuestro servicio, pero tan pronto quedaba
sobrio prometía no beber más y abandonaba el trata-
miento.

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En cierta ocasión, después de haber peleado, cayó
en la calle. Quedó tendido en la vía pública después
que sus rivales se le orinaron encima.
Los padres, después de buscarlo, le cambiaron la
ropa, lo bañaron y lo pusieron en una cama calientica;
prohibieron a los demás familiares que comentaran lo
sucedido, para que Juan no se sintiera humillado.
Cuando sugerimos que le cortaran los auxilios eco-
nómicos al fin y al cabo, a los 40 años, es de suponer
que él se sostuviera por su cuenta , la madre quedó es-
candalizada y trató de convencemos de que no tenía-
mos compasión de él.
A decir verdad, creo que no es el caso de tener com-
pasión. Mientras no se tome una actitud firme con el
Juan y con los “Juanes” de la vida, ellos seguirán en su
adicción. La droga es solo la parte visible de un mon-
tón de problemas afectivos que le fueron colocados por
familias que los trataban como bebés.
La recuperación de estos jóvenes no es más com-
plicada que la de los demás, pero es nuestra obligación
orientar a la familia, so pena de que, después de su-
perar en la clínica el uso de drogas, el joven vuelva a
tomarlas al regresar a casa.
Estas familias en realidad no aman a sus hijos. So-
lamente los sofocan con sus atenciones. Los tienen ata-
dos con un cordón umbilical sutil y casi invisible. Los
tienen presos en una jaula dorada que, aunque dorada,
no deja de ser jaula.

58
LA SUPER FAMILIA

Hay familias que tienen grandes valores individua-


les.
Su objetivo es la perfección. Y cada uno persigue
ese objetivo con uñas y dientes.
Las familias corren el riesgo de convertirse, indivi-
dualmente o en grupo, en seres altamente egocéntricos.
Una persona de esa familia que no se comporte exac-
tamente “como manda la ley”, podrá ser rechazada o
sentirse rechazada.
Muchas veces, entre adictos químicos, hemos en-
contrado jóvenes con grandes talentos, pero no los es-
perados por la familia.
Muchos drogadictos tuvieron por modelo hermanos
de cinco a diez años mayores, que exigían del niño una
madurez que se revelaría naturalmente en cinco o diez
años. Esto originó muchos celos, mucha hostilidad y
mucha sensación de menos valor.
Estas familias no cultivan el amor, sino la compe-
tencia de los familiares.

59
Muchas veces, por sentirse maravillosa, la familia
atribuyó sus problemas a uno de sus hijos. El hecho de
que él se drogue, cae como un guante para ese fin.
Si el joven termina en la droga, ¿en dónde buscará
disculpa, esa familia, para sus fallas?
Un gran problema de ese joven durante el trata-
miento es que él demuestra querer a los padres y a los
hermanos. El asunto “se agrava”, cuando tiene que
convivir con ellos. Al principio tiene dificultad, a ve-
ces, para entender el por qué se aman tanto y pelean
tanto. Parece no tener mucha lógica.
En materia de familia que se resiste a reconocer sus
propias fallas, por mínimas que sean, esa familia está
sola.

“Mis padres son maravillosos, mi mamá es bellí-


sima y mi papá tiene los ojos azules. Siempre fueron
mis compañeros en todo y para todo. Solo que no les
gustó cuando empecé a cantar”.

(Maisa M. Matarazzo)

60
LA FAMILIA DE LOS OSOS

José Luis volvió a casa después del tratamiento para


curarse de las drogas que había usado durante algún
tiempo. Y lo recibieron con una fiesta.
Todos trataban de hacer lo que le agradaba. El día
era de grande euforia.
Los problemas comenzaron cuando doña Ursu-
la, madre del muchacho, creyó que daba risotadas de
manera semejante a las que daba cuando se drogaba.
También notó que a veces estaba triste como cuando le
faltaban las drogas. A veces, permanecía callado como
cuando...
Y cada una de las personas de la familia ponía aten-
ción a la menor señal de sospecha de una recaída.
Algunos, discretamente, sugerían a José Luis que él
se estaba drogando nuevamente. Otros opinaban que se
había embriagado. Otros lo censuraban abiertamente.
En realidad José Luis no se estaba drogando, aun-

61
que en ciertos momentos de rabia le dieran ganas de
tomar una sola para que la familia por lo menos tuviera
de qué quejarse.
Ahora bien, en cierta ocasión comparó su familia
con una familia que lo hubiese untado de miel al regre-
sar a casa. Al principio lo lamían tiernamente. Cuando
se terminó la miel, comenzaron a morderlo. En este
caso, la familia facilita una recaída. Y no siempre algu-
nos parientes realmente desean esa recuperación.
Por otra parte, el adicto de drogas logró, durante
algún tiempo, engañar a la familia, agrediéndola con
pequeños hurtos para comprar drogas, matriculándose
en el colegio para ser reprobado y rehusando ser trata-
do durante una temporada larga. ¿Cómo poder saber si
no están siendo engañados nuevamente?
En esta fase, es importante el diálogo y la compren-
sión de todos.
El ex adicto tendrá que demostrar a todos su ma-
durez emocional obtenida durante las terapias a que se
sometió durante el tratamiento.
El necesita sentir que todas las familias son, a ve-
ces, un poco desconfiadas. El no tiene el privilegio ni
el monopolio de tener una familia aburrida.
El tiene que sentir esa “mueca”. El debe sentir que,
si en cada molestia familiar, las personas fueran a to-
mar drogas, estaríamos bien arreglados, ¿no creen?

62
LA FAMILIA
“PERFECTA”

Algunas familias nos parecen perfectas, como sali-


das de un anuncio de televisión.
Para mantener esa imagen de familia “intachable”,
cada uno de sus miembros se comporta como si estu-
viera en un palco. Todo es perfecto, desde los vestidos
hasta la conversación.
El problema es si uno de sus hijos aparece con un
vestido inadecuado, o un corte de pelo atrevido. Va a
ser una vergüenza, un escándalo.
¿Qué diremos entonces si ese hijo aparece con dro-
gas?
Entonces las actitudes familiares serán francamente
hostiles.
Muy en secreto, podrán tratar de esconder ese hijo,
en casa o en algún remoto manicomio. Ellos quieren
que él pare. No importa cómo. El tiene que parar. La
culpa es de él y solo de él, según sus familiares.
¿Orientación familiar? Ni pensarlo. “¿Qué tenemos
que ver con eso? ¿No estamos pagando para que se

63
cure?”. Estas y otras frases semejantes las oyen los
terapeutas, que pueden prepararse para la recaída tan
pronto el paciente vuelva a casa.
La familia “intachable” tampoco se interesa por sa-
ber cómo va la terapia de su hijo. Lo importante es que
el hospital tenga un campo de tenis, una piscina y un
sauna.
Si esta fuera la solución para los adictos, créanme,
queridos lectores, que me dedicaría a construir campos
de tenis, saunas y piscinas.
Pero el número de adictos que vienen para el tra-
tamiento, oriundos de casas que tienen todas estas co-
modidades, nos hace suponer que no será en ningún
campo de tenis en donde el joven se vaya a liberar de
las drogas.
La familia “intachable” todavía no ha logrado com-
prender que un abrazo, una caricia, un beso o un elo-
gio, dado en los momentos más necesarios, son más
importantes que el regalo de una moto.

“Bajo la desnudez fuerte de la verdad, el velo


diáfano de la fantasía”.

(Eca de Queiroz)

64
LA FAMILIA LOCA

Cuando un joven se droga, tratará de recuperarse


solo cuando las dificultades o los peligros lo amenazan
de tal modo que él empieza a pensar si no sería mejor
dejar de drogarse.
Es el caso del adicto que está preso, que está ante el
tribunal, que está pasando necesidades porque malgas-
tó sus bienes comprando drogas, o que tuvo que prosti-
tuirse para conseguirlas.
Por otra parte, cada vez que un padre o una madre
cubre un cheque sin fondos para comprar drogas, le
está pasando un mensaje al hijo de que puede entrar
en el negocio que quiera porque “el padre paga y re-
suelve”.
El padre no ve (o no quiere ver) que la próxima caí-
da podrá ser la última.
El mantenimiento por parte de los padres de ese
estado de cosas frecuentemente lleva al drogadicto a
lesiones síquicas a veces irreversibles.
Es terrible para nosotros ver un joven en estado de
confusión mental, o aun delirando, por las drogas o en
el alcohol que ingirió.

65
Pero lo peor está por venir. Si al principio necesita-
mos dialogar con el adicto para que busque ayuda, en
esta fase ya no hay nada por discutir.
El drogadicto, que siempre fue un suicida en po-
tencia, está próximo a matarse y, lo que es peor, ya no
siente el peligro que está corriendo.
En esta fase el drogadicto no puede querer. Ya no
puede elegir si querer o no querer. Nos corresponde
a nosotros, padres y profesionales del área, ayudar a
ese adicto. Pero sucede con mucha frecuencia que los
padres, en esta fase, todavía discuten con el hijo si debe
o no debe tratarse.
Aceptan los argumentos del hijo de que no se debe
tratar con nosotros porque la casa es fea, no tiene baño
en el cuarto, que quiere tratarse pero no ahora, o cosas
parecidas.
A veces el joven siente que se está muriendo y pide
ayuda. Pero los padres se preocupan si tiene un cuar-
to solo para él, si sirven ensalada de frutas al desayu-
no... Y se enfurecen cuando la clínica, además de eso,
resuelve cobrar por sus servicios. Por algún milagro
esperan que el personal trabaje alegre, feliz y gratuita-
mente. ¡Cuánta paciencia!

66
LA FAMILIA
DE LA MUJER ALCOHOLICA

Cuando un joven se droga, puede suceder que robe


el talonario de cheques de los padres o el vaso chino de
la sala para transformarlos en drogas.
Cuando el padre de familia bebe es frecuente que
no consiga trabajo y sus familiares pasen necesidades.
Estos casos son los que más comúnmente se nos
presentan con la familia pidiendo ayuda. Muchas veces
son adictos rebeldes al tratamiento, en parte porque el
vicio, aunque los destruya, también ataca a sus fami-
liares próximos. El adicto muchas veces quiere agredir,
pero no encuentra otros medios para hacerlo.
Está la esposa del alcohólico que soporta que él lle-
gue a casa a agredir a sus hijos. Pero cuando él resuel-
ve pegarle a ella, entonces pide ayuda a la policía, al
asistente social e incluso, en último caso, al médico. Se
siente víctima.
Una familia desestructurada sentirá mucha más fa-
cilidad para echar de casa a un adicto que para intentar

67
tratarlo. Eso depende mucho del grado de egoísmo de
cada una de las personas involucradas.
Pero, la peor de las prisiones, probablemente es la
de la mujer alcohólica. Las frustraciones y los reveses
de la vida de casada pueden llevar a la ama de casa a
usar alcohol en grandes cantidades. Como, en muchas
familias, no se espera que la mujer trabaje para ayudar
a la casa, entonces los familiares tratarán de ocultar a
los demás esa madre infeliz. Generalmente poco ha-
cen para recuperarla y tratan de solucionar el problema
simplemente teniéndola en casa.
La familia obra como juez, testigo de acusación y
promotor. Pocas veces alguien obra como abogado de
defensa. La lucha es desigual.
La sensación de abandono hace que la mujer se em-
briague más, en un círculo vicioso difícil de romper.

“Cuando alguien muere de cáncer, la familia


llora y se lamenta. Cuando muere de alcoholismo, la
familia se siente aliviada”.

(Oído en una de las reuniones


del Centro de recuperación humana).

68
EL LUTO EN LA
GENESIS DE LAS ADICCIONES

En la mayoría de nuestros pacientes podemos ano-


tar, según la propia historia que nos cuentan, la pérdida
de un ser querido que precedió al uso desenfrenado de
la droga.
Muchas veces, un usuario eventual pasa al uso
constante del alcohol o drogas después de una situa-
ción de luto.
Esa pérdida, aproximadamente en la mitad de ellos,
fue representada por la muerte del papá. La otra mitad
nos habla de la pérdida de la mamá, de los hermanos,
hijos o amigos.
Es digno de anotar que ese luto se puede deber a
la pérdida de un hijo por aborto. Es una hipótesis que
hay que recordar al entrevistar a nuestros jóvenes, te-
niendo como mira su actual liberación sexual sin un
aumento proporcional de su sentido de responsabilidad
llevándolos a solucionar sus “problemas” por medio

69
del aborto.
No estamos considerando solo los problemas de la
mujer que aborta y que entra en crisis depresiva. Nues-
tra experiencia clínica se dirige más al muchacho que
se droga. Pero cuando la novia aborta, él también va
a tener sentimiento de culpa y de pérdida. También él
desarrollará la sensación de luto, aunque trate de ocul-
tarla.
Otra situación de luto, un poco más difícil de detec-
tar, es la del padre ideal. Es el luto por una persona no
fallecida.
El drogadicto es, pues, (o por lo menos la mitad
de ellos) uno que guarda luto por el papá perfecto que
nunca tuvo.
Las descripciones que escuchamos de un padre
héroe, de quien el joven, por lo menos durante algún
tiempo, sintió orgullo, solo las tuvimos en los casos
en los que el papá ya había muerto. El problema es
tener luto por un papá todavía vivo. Existe una sensa-
ción enorme de culpa por el deseo de muerte del papá
y, muchas veces, la necesidad de convivir con un padre
que le causa serias sensaciones de agresividad (gene-
ralmente reprimida).
El paciente se corroe por dentro y, en esas circuns-
tancias, la droga puede aparecer camuflada como un
santo remedio para aliviar el problema. Es frecuente
que el adicto trate de aparecer como un “superhombre”
para ocultar las propias flaquezas. Este superhombre
nos va a causar dificultades en toda la terapia.
Pero cuando caen las barreras, la relación médico -
paciente se vuelve mucho más intensa. De esta relación

70
dependerá, en gran parte, la recuperación del adicto.
El paciente coloca al terapeuta en el lugar de la per-
sona perdida, atribuyéndole eventuales cualidades que
tiene y algunas más que absolutamente no correspon-
den a la realidad.
La relación médico-paciente no debe restringirse
solo al consultorio, sino también a las salidas a hacer
compras, ir al cine o a un partido de fútbol, como lo
haría el papá o un hermano.
La figura del padre o del hermano, muchas veces,
se sobrepone a la del siquiatra o a la del sicólogo, pero
hasta ahora nos parece una forma sumamente impor-
tante y eficiente para la recuperación o no del adicto.
Esa relación parece tomar la forma de una amistad
con menos compromiso cuando, gradualmente, el pa-
ciente supera el (los) luto(s) de que era portador. En-
tonces asume por el terapeuta una grande amistad, pero
ya no una adicción.

71
72
LOS CIENTIFICOS
DE LA ONU

Si Vital Brasil creó el suero antiofídico partiendo


del principio de que solo el propio veneno de una co-
bra sería suficientemente fuerte para combatir ese ve-
neno, entonces, para un programa de prevención de las
drogas es eficaz, tal vez el principal elemento para ser
escuchado, que lo haga alguien que haya sufrido sus
efectos e identificado sus causas.
Así, en una de nuestras dinámicas de grupo, pe-
dimos a dos pacientes que desempeñaran el papel de
científicos enviados allí por la ONU y que concedieran
una entrevista colectiva a un grupo de periodistas, pa-
pel que desempeñaron los terapeutas.
En esta narración, daremos a los pacientes los nom-
bres de Cosme y Damián, o mejor, Dr. Cosme y Dr.
Damián. Sigue el grupo:

Dr. Cosme : Afirmo que es necesario un programa


informativo en escuelas para alertar a los jóvenes fun-

73
cionarios y profesores sobre la realidad de las drogas,
mostrando sin mitos lo que ella es y cuáles son los
efectos, cómo perjudica y cuáles son sus malas con-
secuencias.
Dr. Damián: Completando lo expuesto por el noble
colega, es importante mostrar pronto lo que es la mari-
huana, la coca, lo que ellas causan. El que se inicia en
las drogas oscila entre la población que va de los 10 a
los 25 años. Son las personas a quienes los traficantes
llaman “naranja”, las que entran sin saber en dónde es-
tán entrando.
Periodista: ¿El joven no sabe lo que es la droga?
Dr. Damián: El sabe lo que es, pero entra inocen-
temente, a veces por dejarse creer de amigos, por cu-
riosidad.
Dr. Cosme: Es importante decir que la mayor curio-
sidad está en el traficante, pues él dice lo que la droga
tiene de bueno, que ella lo hará sentir como superhom-
bre. La mayoría de los jóvenes se excita con el peligro
y quiere verse como un superhombre, descubriendo un
camino desconocido.
Dr. Damián: Es justo. Es verdad. También tiene
una particularidad: todo joven busca a alguien para re-
flejarse en él. Es bueno tener cuidado con los ídolos.
Si ellos toman drogas, el joven puede drogarse para
imitarlos.
Dr. Cosme: La gente busca madurez reflejándose
en alguien. Va a buscar la droga y se perjudica.
Periodista: Dr. Cosme, usted habló de la familia.
¿Cómo es la familia de un drogadicto?
Dr. Cosme: No es una familia muy correcta, de lo

74
contrario él no pararía en las drogas.
Dr. Damián: Hoy las familias son liberales, sin
control. Por eso hay drogas.
Periodista: ¿Cómo orientar a la familia?
Dr. Cosme: Creo que mostrándole lo que podía ha-
ber hecho y no hizo. “Hay que hacerlo antes”.
Dr. Damián: Eso es verdad. Después de que al-
guien entra, de nada sirve decir “¡Sal de ahí!”, o “¡Eso
no es bueno!” La gente no acepta, porque cree eso bue-
no y no lo quiere dejar. Los papás vienen con ese coto.
Entonces, usted agacha la cabeza, a veces piensa, pero
después viene la grieta y usted no la suelta.
Dr. Cosme: Creo importante decir que en todo eso
existe una presión familiar muy grande. Y se le echa
toda la culpa al drogado.
Dr. Damián: Usted pasa a ser la oveja negra. En-
tonces todo es usted. Conmigo, cuando llegaba a casa
sin tomar nada, mi papá venía, me miraba y decía: “Tú
tomaste, estás llegando a casa a esta hora”. Aunque us-
ted no lo haya hecho, recibe el reproche. Mi caso no es
único. Yo prefiero estar en la calle que estar en casa,
para no escuchar todo eso.
Dr. Cosme: En realidad, el drogado no se siente
parte de la familia. Si usted sale, la ira de la familia
le cae encima. Cuando ellos dicen que usted tiene que
hacer esto o aquello, ellos no quieren saber otra cosa.
Usted tiene que hacerlo porque teme. Ellos no entien-
den que lo que hacen es poner rótulos sobre rótulos.
Dr. Damián: La gente se droga tratando de crecer
o de volver a ser niño nuevamente. La gente trata de
rehuir las responsabilidades y los problemas.

75
Dr. Cosme: Tratar solamente al drogadicto no sirve.
También la familia tiene que serlo. Todas las familias
tienen problemas. Algunas tienen un drogadicto.
Dr. Damián: Algunas familias son drogadictas, y
muchos drogadictos toman primero alcohol en casa, en
la misma copa que el padre estaba usando.
Dr. Cosme: ¡Uf! Estos son los pacientes más difí-
ciles. Si los médicos logran curarlos, ¿a dónde van a
regresar?
¿A casa?
Periodista: ¿Existe una familia ideal?
Dr. Cosme: No lo creo. Existe la familia de mis sue-
ños, la familia que yo quiero crear, que es aquélla en
donde yo pueda confiar en mi esposa y ella confíe ple-
namente en mí, en donde los hijos, cercanos y abiertos,
no teman al diálogo.
Dr. Damián: En donde se resuelvan los problemas.
En donde los problemas pequeños se acaben siendo pe-
queños.
Dr. Cosme: Una familia en donde haya menos des-
avenencias, sin desigualdades, una familia de diálogos.
Periodista: ¡Gracias! Volvamos al estudio, conti-
nuando las noticias del día.

Podemos destacar algunas de las afirmaciones de


este reportaje fingido. La más importante, quizás, sea
la de que la familia no es la causa de las drogas, pero es
el agente principal de prevención.
Los pacientes sienten gran dificultad para hablar
de sus familias e, incluso, para imaginar una familia
ideal. Esta, aunque basada en las vivencias domésticas

76
de cada uno de ellos, es muy diferente de la que ellos
tienen.

“Tengo una profunda necesidad de decir que


amo a las personas, pero solo tengo la valentía de
hacer eso con la ayuda de la bebida”.
“Y generalmente arruino ese amor que estoy
queriendo dar”.
“Porque solamente embriagada asumo esa res-
ponsabilidad de relación que no debo haber tenido
cuando niña”.
(Maisa Monjardim Matarazzo)

77
78
¿COMO SABRA
SI EL SE DROGA?
Todo adolescente es contestador y peleador. Si es
agresivo y le gusta discutir, no significa que se esté
drogando.
Como la marihuana es, en general, la primera droga
que se usa, debemos examinar con calma (en cuanto
posible) los signos de que nuestro hijo se esté drogan-
do.
Uno de ellos es el sueño crónico, intercalado con
períodos de híper agresividad.
Otra señal es la baja en las notas escolares.
Otro indicio es el volumen ensordecedor de la mú-
sica que él oye.
También la costumbre de ir con anteojos oscuros,
aun en días nublados, tener la boca seca, no tener ape-
tito y cometer faltas en el fútbol.
Ninguno de ellos, por sí solo, sirve para dar un diag-
nóstico. El conjunto de todo es el que debe ser digno de
nuestros cuidados.
Examinemos las causas de cada uno de ellos.
El tetrahidrocanabinol es un antidepresivo podero-
so y no es raro que personas deprimidas usen marihua-

79
na, porque saben que les alivia la depresión. A largo
plazo, ese defecto disminuye considerablemente, y las
dosis capaces de hacer algún efecto se vuelven cada
vez mayores. Además, la depresión vuelve tan pronto
cese el efecto de un cigarrillo, exigiendo otros, con in-
tervalos cada vez menores.
El canabinol impregna las fibras nerviosas de una
formación del lóbulo temporal del cerebro llamada
fimbria del hipocampo, responsable de los mecanismos
de memoria de los hechos recientes. El no recordar los
hechos recientes incluye olvidar las últimas lecciones
del colegio y, por eso mismo, perder el año.
Además, la marihuana va a obrar en los centros de
audición (lóbulo temporal del cerebro), causando un
fenómeno de hiperacusia (aumento de audición). Este
fenómeno se presenta durante ciertos festivales de rock
en grandes estadios. Casi en todos estos espectáculos
la acústica es pésima, lo que no impide que los oyen-
tes aplaudan frenéticamente a los músicos (usamos la
palabra músicos porque así se definen ellos, aunque lo
que producen se parece más a polución sonora). Los
grupos de rock ya aprendieron que lo importante no es
el sonido y tratan de “porfiar” en lo visual a través de
fases de luz, nubes de color, etc.
Esta hiperacusia es momentánea y el éxito del gru-
po de rock está unido no solo a los vapores coloridos
del palco sino también a la humareda producida por la
propia platea. Hay espectáculos en los que el “humo”
es tan intenso que quien no esté fumando directamente
lo está haciendo por vía indirecta, debido a la polu-
ción atmosférica reinante en el ambiente. Los jóvenes

80
aplauden no el sonido producido, sino el sonido que
están oyendo, con la marihuana cualquier cosa se vuel-
ve sonora.
Pero el efecto de la hiperacusia pasa muy rápida-
mente y el usuario de la marihuana siente necesidad
de todo aquél sonido. Entonces pone a todo volumen
su equipo de sonido. Y arma líos enormes en casa si
alguien trata de bajarle el volumen.
El canabinol causa también dilatación de la pupila
(midríasis) como también enrojecimiento de los ojos.
Este enrojecimiento se puede corregir con colirio, que
los fumadores de marihuana siempre tienen a la mano.
Pero la dilatación pupilar no tiene arreglo. Entonces
vemos al joven usar anteojos oscuros incluso en días
nublados. Otra actitud que asume es la de no exponer-
se al sol, mirando siempre hacia el suelo. No porque
se avergüence de enfrentarse a los demás. Es que él
trata de mirar hacia lo que esté menos iluminado. Otra
costumbre para preservar los ojos cuando la pupila está
dilatada es la de semi cerrar los ojos, dando al joven
una mirada de “farol bajo”.
Un efecto de marihuana que perdura unas 24 horas
después del uso es la anestesia. De nada sirve golpear
a un drogadicto, porque él no siente nada. Algunos fut-
bolistas la fuman antes de un partido. A partir de ahí
intercambian puntapiés y patadas sin ningún problema.
¡Y hay del juez que saque tarjeta amarilla! En poco
tiempo no podrá volver a pitar. (Obviamente, en los
casos en que no sea linchado antes).
La marihuana, como poderoso antidepresivo com-
bate la tristeza, pero produce una somnolencia tremen-

81
da. El problema es que, al día siguiente, el que la usa
se despierta con una enorme agresividad. Se vuelve ex-
plosivo y ataca con palabras o hasta físicamente.

82
¿A QUIEN BUSCAR?

La primera idea que la familia del adicto tiene es la


de internarlo en un hospital siquiátrico.
Sucede que el adicto no es ningún loco para estar
entre locos. Lo peor es que no va a ser tratado en un
hospital de locos.
El alcohólico a veces llega a aceptar ese tipo de in-
ternado. El se da cuenta de ser un problema en casa
y que la familia merece descanso. Tiene alguna espe-
ranza de curarse. En el primer internado no quiere que
se cuente que está tratándose. Al darse cuenta de que
no se va a curar, en parte se conforma y se adapta a la
rutina del manicomio. En la sexta o séptima vez de su
internado él ya “no tiene vergüenza”, ya tiene compa-
ñeros de juego y sabe cuál es el enfermero “buenecito”
que deja entrar aguardiente al hospital.
Pueden ser útiles los grupos de Alcohólicos anó-
nimos o Toxicómanos anónimos. Es prudente visitar
al grupo antes de que el paciente lo haga. Hay grupos
óptimos y otros, no tanto. Son una minoría, pero no
debemos arriesgamos.

83
Cuando el adicto no puede trabajar o estudiar, es
señal de que su mal está avanzando y requiere un trata-
miento más intensivo en internado.
Pero, ¿por qué no tratarse en el consultorio? Porque
ellos suelen “echar atrás” en el tratamiento tan pron-
to el asunto empiece a ser serio. Y si tienen recaída,
podrán quedar avergonzados y no volverán a consulta
para no tener que confesar sus flaquezas.
Además, soportar a un adicto, en casa, en fase de
síndrome de abstinencia no es nada fácil. Dudo de que
algunas familias estabilizadas logren pasar por una cri-
sis de esas sin perjudicarse. Entonces, ¿qué decir de-
las familias que ya tienen sus problemas, además de
los del adicto, que los agrava? Creo que realmente es
muy difícil soportar a un adicto abstinente en casa en
las fases iníciales de abstinencia.
La familia debe tratar de permanecer unida, en el
sentido de hacer que el adicto comprenda que debe
hacer el tratamiento. Cada uno de los familiares debe
buscar informaciones sobre las diversas clínicas espe-
cializadas y tratar de visitarlas con o sin el adicto. No
se debe dejar para última hora el ir a ver qué hay que
hacer con él.
Las clínicas y los grupos de ayuda son diferentes
entre sí. Pero la mayoría es sumamente rígida. Según
Jandira Masur, “por regla general, lo que se ofrece en
nuestro país a los alcohólicos son tratamientos tipo
‘uniformes medios’. ¡A quien le sirva, muy bien. A
quien no, paciencia! En vez de hacer uniformes ‘ma-
yores y menores’, se exige que las personas traten de
adaptarse a las medidas médicas”

84
Nuestro problema es encontrar la clínica o el grupo
que tenga un uniforme más o menos del tamaño que
queremos.
Una lucha, hoy desarrollada por varios servicios que
conocemos, es precisamente la de tratar de amoldarse
a las necesidades del paciente lo más posible, sin caer
en un sistema de permisión total, que es también un
peligro que corremos si nos volvemos muy liberales.
Lo importante es que el adicto sienta que los regla-
mentos existen para su bien. No es que él debe existir
en función del reglamento, y la amistad está por enci-
ma de los reglamentos. No hay que abusar...

85
86
LADRON QUE
ROBA A LADRON
Aunque muchos adictos hayan recibido en el co-
legio o en la casa algunas nociones teóricas de cómo
ser honesto, muchas veces la parte práctica de esas no-
ciones nunca fue demostrada por los padres o por los
educadores.
Con frecuencia el drogadicto duda de la honesti-
dad de los demás (inclusive de la nuestra, perturbando
bastante el tratamiento, como también el de los otros
pacientes).
A partir de ahí, sus acciones seguirán otros códigos
y su búsqueda de la verdad lo hace seguir algunas ideas
parecidas a las de los detenidos.
Además, él está preso, sin embargo, de las drogas.
Muchos de ellos también pasaron por las prisiones,
sacando de la ley del embudo vigente en ellas, substra-
to para su código de ética.
La ley prevé que el ciudadano que roba en caso de
necesidad no debe ser castigado. Es el caso del indivi-
duo que roba un pan para alimentarse.
Sucede que la droga crea en el que la usa un estado
de necesidad. El adicto es llevado a robar, a falsificar

87
cheques, a prostituirse. Pero, para ellos, la ley y la so-
ciedad generalmente no son condescendientes.
Instintivamente, el drogadicto siente que la socie-
dad está equivocada y que hay mucha hipocresía in-
tercalada en las faltas de todas las autoridades que él
conoce, desde los padres hasta el presidente de la re-
pública, pasando por el alcalde del municipio y por el
rector de la universidad.
Muchas veces él no siente la necesidad de ser ho-
nesto con los demás, porque parte de la premisa de que
los demás no serán justos con él, excepto cuando les
interesa.
Las leyes y reglamentos, para él, existen para in-
cumplirlos.
Es prohibido prohibir
Para él, es injusto que un amigo, un colega o él mis-
mo sean castigados por leyes que desaprueban y que
juzgan parciales y usadas solo para perseguirlos.
Por eso el drogadicto generalmente juzga imper-
donable que alguien indique quién tuvo una recaída,
quién trató de entrar drogas a la clínica o quién rompió
la vidriera en el último juego de balón. El dedo acusa-
dor debería morir.
El no quiere que se le quite su libertad, pero si al-
guien entra de contrabando marihuana al hospital con-
siderará que lo hace por conveniencia del equipo téc-
nico, “que permite que entren y salgan del hospital a
voluntad”.
Si descubre una falla nuestra, la usará como pretex-
to para un sinnúmero de fallas de él, actuales, pasadas
y futuras.

88
Necesitamos demostrarles lo que nos proponemos
sin importarnos mucho el rótulo de “severos” o tercos.
En el fondo, el adicto desea sentir la seguridad de
un amigo con una autodisciplina severa y terca, desea
un orden de cosas, aunque eso signifique para él una
transformación de vida.
Cosas triviales, como arreglar la cama, al principio
son vistas como demasiado autoritarias y dictatoriales.
Se hacen de mala voluntad y lo más rápida e imperfec-
tamente posible, solo para terminar pronto y no dejarse
vencer.
Todo mejora cuando un compañero de recuperación
o de cuarto le insiste para que ponga en orden sus co-
sas.
El adicto detesta recibir órdenes, pero generalmente
acepta bien la mayoría de las normas disciplinarias, si
dialogamos con él y lo convencemos de su necesidad.
¿Será que en eso son muy diferentes de los demás?

89
90
EL TRATAMIENTO
ESPECIFICO
El que usa drogas, como también el alcohólico, tie-
ne como causa originaria de sus adicciones químicas
disturbios afectivos de mayor o menor gravedad, en la
mayoría de los casos hasta hoy conocidos. Podríamos
decir que la adicción química es un síntoma o señal de
problemas afectivos.
La mayoría de los adictos químicos presentan una
familia sumamente desestructurada, además de tener
también factores hereditarios que predisponen a la
adicción.
Debemos tener cuidados especiales con los pacien-
tes venidos de familias desunidas, porque el médico
puede llevarlos a una adicción a cualquier tipo de cal-
mantes. Debe también tenerse cuidado con el paciente
que tiene familiares con problemas de alcoholismo o
drogas.
La adicción por drogas, en general, permanece dos
o tres años sin que llegue al conocimiento de los fami-
liares o del médico. Es una fase prodrómica, en la que
el paciente se encarga de ocultar sus propios síntomas
o señales de su enfermedad.
Cuando finalmente se descubre la adicción, si se
manifiesta por problemas de orden afectivo o social, el
primer especialista que se busca es el siquiatra. Cuando
es necesario internarlo, generalmente también se hace
en hospitales siquiátricos.

91
Pero veamos la rutina de un hospital siquiátrico:
cuando el paciente está deprimido, agitado, viscoso,
etc.; la solución para estos problemas generalmente es
aplicar un sedante.
¿Esos sedantes solucionarán los problemas que lle-
va consigo el paciente? Tal vez solucione de inmediato
el problema del médico de planta que no está muy dis-
puesto a tener trabajo, ¿pero cómo quedará ese pacien-
te a largo plazo?
Claro está que hay casos en que los sedantes se ha-
cen necesarios, pero al generalizar para todos esa te-
rapia y, lo que es peor, manteniéndola a largo plazo,
perdemos la oportunidad de oír al paciente.
El adicto químico en la fase de desintoxicación po-
drá mostrarse agitado, ansioso y, de repente, sentir la
necesidad de hablar con alguien que lo comprenda.
Esta necesidad de ser escuchado puede presentarse
en cualquier momento. Es un “parto” que se puede pre-
sentar en cualquier momento, y no es raro que suceda
en la madrugada.
Este tipo de problema va directamente contra las
costumbres, muchas veces arraigadas, de quien ejerce
la siquiatría, acostumbrado a horarios más o menos rí-
gidos para el comienzo y el fin de las consultas.
Algunos (raros) especialistas no atienden, sea quien
sea, en este o en aquél horario. Para estos últimos, se-
ría recomendable que no traten de trabajar con adictos
químicos. El adicto nos busca pidiendo ayuda. Cuando
no la obtiene, queda peor que antes. Si ya no creía en
muchas cosas, ahora ya no cree tampoco en la medi-
cina.

92
CAYENDO
LAS MASCARAS

Un pionero en la recuperación de adictos en Brasil


es Luis Vitor Bezerra dos Santos. El comenta que “el
adicto es como una caja de sorpresas. Nunca sabremos
cómo se va a comportar en la fase de desintoxicación”.
De hecho, la toxicomanía muchas veces nos oculta
una enfermedad mental muy caracterizada o, en algu-
nos casos, solo rasgos de esta o aquélla patología sí-
quica.
La enfermedad mental queda “enmascarada” por el
uso de la droga y, en muchas ocasiones, los disturbios
propios del desarreglo síquico se atribuyen al uso de la
droga. El efecto sedativo del tetrahidrocanabinol es a
veces providencial para el que padece sicosis maníaco
- depresiva, o para el esquizofrénico paranoico.
En este aspecto, se podría ver al drogadicto como
un enfermo mental que se auto formula la medicina.
El siente que “empeora” si no toma la droga a que está

93
acostumbrado.
Muchas veces este hecho lleva a la familia a ser
bastante condescendiente con el drogadicto, porque ya
sabe que, si resuelve por cuenta propia dejar las drogas,
irá, en esta fase de abstinencia, a “causar problemas”
Gran parte de los adictos es portadora también de
ciertos hábitos de fondo obsesivo. Incluso creemos
que algunos desarrollan el cuadro de neurosis obsesivo
compulsiva.
Es importante anotar que los hábitos y las actitudes
inherentes a cada cuadro sicopatológico tienen su re-
gresión paralelamente a la recuperación del paciente
en las drogas durante el tratamiento a que se somete.
Es interesante el hecho de que, en general, el paciente
hable principalmente de las drogas que ya tomó y de
los problemas en que se metió por esa causa.
Poco a poco, va dejando de citar las drogas y habla
de sus problemas personales y familiares.
Poco a poco, va adquiriendo una costumbre rara
entre drogadictos: la de dar risotadas. El sentido de hu-
mor es una de las señales de recuperación, tal vez no la
más importante, pero sin duda una de las más agrada-
bles. Es interesante que muchos drogadictos descono-
cían (en sí mismos) esta cualidad de reír de sus propios
problemas.
El paciente que, durante el tratamiento, sigue depri-
mido, nos está indicando, sin saberlo, que es un fuerte
candidato a la recaída. Lo mismo sucede con el pacien-
te súper excitado.
Aunque en ambos casos una de las soluciones sea
la de aplicar sedantes al paciente, esta terapia debe ha-

94
cerse solamente en último caso, con la comprensión y
colaboración del paciente.
Muchas veces, esas crisis de súper excitación o de
depresión va pasando poco a poco, mediante un cam-
bio de ambiente. El terapeuta debe salir con el pacien-
te, sea para hacer compras, sea para alguna actividad
cultural o de pasatiempo. En algunos casos, esas crisis
se deben a la sensación de abandono, sea objetiva o
subjetiva.
Esa salida del terapeuta con el paciente debe darle a
este último la sensación de estar siendo atendido y de
ser el centro de todas las atenciones del terapeuta. De
ahí que no se justifique salir con dos o más pacientes
en esa circunstancia, porque nuestra atención quedaría
obligatoriamente “diluida” entre dos o más.
Aun después de esa salida, el paciente podrá to-
davía mantener residuos del cuadro inicial. Unos se-
dantes suaves son necesarios, acompañados de atenta
observación para ver si el paciente se calma. Puede su-
ceder, por ejemplo, insomnio. Este puede ceder hasta
con sedante. El paciente está acostumbrado a recibir
alivio mediante un fármaco cualquiera. Por tanto no es
necesario un sedante fuerte.
En estos casos, se hace necesaria la presencia del te-
rapeuta durante todo el transcurso de la crisis. Aplicar
sedantes al paciente y retirarse es una actitud que causa
confusiones. El terapeuta, en estas circunstancias, tiene
que elegir entre dormir en la clínica o irse a casa y ser
despertado durante la noche porque el paciente “dispu-
so” alguna cosa.
Esta última opción podrá ir acompañada por la re-

95
sistencia del paciente para tratarse y por una ruptura, a
veces definitiva, de la relación médico - paciente.
Esa exigencia de exclusividad que a veces sucede
con el paciente está muy ligada a la falta de un padre,
de un hermano o de un amigo.
Aunque pueda representar un trabajo extra y no
siempre en el momento más propicio, no es algo que
dure mucho tiempo y, muchas veces, depende de la
conducta del terapeuta el éxito o el fracaso del trata-
miento durante la crisis. Más tarde, las necesidades del
paciente se normalizan y deja de ser tan exigente de
nuestras atenciones.

96
LA BUSQUEDA
DEL CUERPO

El adicto pone la droga en primer lugar, por sobre


cualquier otro interés. El no nota nada en el mundo ex-
terior, ni nota nada en sí mismo. No se cuida, no se
peina y, cuando lo hace, más bien es de manera des-
tructiva.
Su sensibilidad está modificada. La marihuana y la
cocaína en altas dosis frecuentemente causan impoten-
cia en muchos usuarios y de ahí su desinterés sexual.
En algunos jóvenes, aun después de haber dejado
la droga, persiste la voluntad imperiosa de pincharse,
aunque no inyecten nada con la aguja.
En jóvenes que frecuentemente se agarraban cuan-
do niños, hay una fuerte tendencia a pelear porque,
siendo pendencieros, sienten el propio cuerpo.
Al dejar la droga, el adicto empieza a sentir que
“algo” le está faltando.
Cuando, al desintoxicarse, descubre que tiene sexo,
frecuentemente el descubrimiento se hace casi de re-
pente a través de una energía enorme, antes desconoci-
da. Y nos causa a veces algunos dolores de cabeza. No
raramente, las primeras noviecitas son las que primero

97
aparecen. Desafortunadamente no son, en general, fi-
guras que sobresalen por una belleza física de las más
privilegiadas.
A través de la educación física el recuperado “des-
cubre” que tiene músculos, corazón, pulmones.
Muchos de ellos, antes del tratamiento, no sabían
lo que era un baño de vapor. Tan pronto los invitamos
a un sauna, empiezan a buscar este pasatiempo todas
las semanas y, a veces, nos causan dificultad porque no
quieren salir.
El drogadicto no se interesa por sus propias cosas.
Gradualmente, al desintoxicarse, colaborará en el arre-
glo de su cuarto, de sus vestidos, se volverá exigente
con los compañeros de cuarto en el sentido de que tam-
bién mantengan el orden
Pero la mayor transformación es el interés que va
teniendo por sí mismo. Llega hasta pasar media hora
peinándose el cabello y se pavonea orgulloso ante el
espejo al ponerse una camisa nueva.
Descubrirse así mismo tal vez sea una de las más
emocionantes experiencias por las que pasa el recupe-
rando.
Cuando las cosas van bien “por fuera” es señal de
que “por dentro”, en lo íntimo de ese joven, las ideas
también están por el buen camino.

“El mayor castigo que te doy es no pegarte pues


sé que te gusta pelear”
(Noel Rosa)

98
LA BUSQUEDA
DE LA IDENTIDAD

Los niños imitan las acciones de los adultos. Los


padres y los profesores son los modelos en los que tra-
tarán de reflejarse.
A falta de esos líderes el niño imitará lo que tenga
delante de sí. Hasta sirve (y principalmente) el actor o
la actriz de televisión.
Cuando le falta un papá por ejemplo, ese niño ten-
drá un problema de búsqueda de identidad. Una parte
de ella no es suficiente.
En la adolescencia, el joven quiere tener “su” per-
sonalidad. Pero, en esa búsqueda de una identidad pro-
pia, terminará tratando de ser aceptado por el grupo de
jóvenes.
En esa edad, sus criterios de elección serán muy
errados, sobre todo si ya existió ese problema de iden-
tidad en la infancia.
En ese caso, se puede comparar al joven con ese pe-
rrito sin dueño que se pega al primero que le haga una
caricia o le dé un pedazo de corteza de queso.
Hace algunas décadas, era común que los amigos

99
frecuentaran las casas de los otros. Hoy ellos se en-
cuentran en las calles, en las tiendas, en los clubes, y
muy raramente en casa.
Cuanto menos cultivemos las amistades de nuestros
jóvenes dentro de casa, más estaremos perdiendo opor-
tunidades de conocerlos, como también a sus amigos.
Una de las señales de que el niño toma al padre
como modelo, es la costumbre de usar sus vestidos.
Siempre es gracioso ver a un muchachito con una go-
rra que le cae hasta los hombros o con vestidos que le
quedan “sobrando”.
Entre los adictos, la falta del padre como paradig-
ma los lleva muchas veces a tomar al terapeuta como
modelo. Y, a veces, nos fastidian cuando resuelven usar
nuestros vestidos.
Un adicto en fase más adelantada de recuperación
también puede ser tomado como líder y, en esos casos,
una camiseta podrá cambiar de dueño varias veces.
Esto también puede suceder porque el adicto en re-
cuperación empieza a desear dar y recibir regalos, ayu-
dar a los otros y, sobre todo, a compartir con los demás
las alegrías de sentirse diferente. La recuperación es
concomitante con el aumento de la sensibilidad y el
adicto se vuelve más exigente en música, cine o artes
plásticas.
El nos recuerda mucho a la ardilla que, después de
invernar, se despierta y parece tener una energía inter-
minable que debe consumir.
Al observador menos avisado, eso tal vez hasta lo
asuste. Pero para quien ya los conoce “en un estado
peor”, no hay nada más gratificante.

100
“POBRETON”
El llegó a casa bastante “completico”. Había toma-
do toda la coca que pudo, tal vez para “conmemorar”
el comienzo del tratamiento.
No es común que allí en casa inventen apodos, pero
el muchacho estaba tan flaco y con el pelo mal cortado,
“maltrecho” por todo lado, que empezaron a llamarlo
“pobretón”. A pesar de mis protestas, el apodo se le
pegó. Pero a él poco le importaba eso.
“Pobretón” era de difícil convivencia. Salía del
baño todo mojado y se sentaba en la cama de los cole-
gas mientras se secaba con calma. El dueño de la cama
no quedaba muy contento con la “mojada”.
Poco a poco se fue recuperando. La abstinencia lo
dejaba sumamente agresivo, pero estaba mejorando y
lograba dialogar con los otros muchachos. Al empezar
a tratar a los demás, descubrió que su compañero de
cuarto había contraído el SIDA al inyectarse y, discre-
tamente, trató de cambiar de cuarto.
Más tarde, exámenes de sangre comprobarían que
“pobretón” también había contraído el virus. También
tenía problemas pulmonares que, con mucho esfuerzo,
el personal de inmunología de la Escuela Paulina de
Medicina logró combatir.
El saberse enfermo abatió mucho al muchacho. Una

101
noche, contrabandeó dos gramos de cocaína y se inyec-
tó. No sabemos de dónde sacó el dinero para comprar,
pero la desaparición de mi anillo de grado de mi cajón
es sugestiva de que el asunto no fue casual.
Creo que él esperaba ser expulsado o castigado,
pero, para su sorpresa, cada uno de los funcionarios
y demás pacientes lo trataron con redoblada atención.
Estamos nuevamente en la lucha y él se rehízo de
la caída. Cierto día, comentó con uno de nosotros:
“Cuando yo me drogaba, con frecuencia llegaba a casa
a la madrugada, encendía las luces de los cuartos y ar-
maba un alboroto que despertaba a toda la familia. Era
insoportable”.
Hoy, “pobretón” se reveló un excelente artesano.
Hace tapetes con cuidado y talento y los presenta a los
que quiere. El no conocía esta faceta de sí mismo. Pero,
contando su vida, nos revela que con él (y con los de-
más adictos), aún drogado, podía sentir las reacciones
de las personas.
Además de la extraordinaria habilidad para hacer
tapetes, “pobretón” reveló una agresividad razonable.
Terminó dejando la clínica después de una pelea fea
en la que le pegó a uno de los muchachos. El asun-
to irritó tanto que tuvimos miedo de que tuviese más
consecuencias. No era así como hubiésemos querido
que se fuera para su casa, pero él tiene nuestro núme-
ro telefónico, dirección y ya algunas veces ha vuelto a
buscarnos. Cuando su papá se embriaga, o él tiene una
recaída o nos necesita.
Lo importante es que está luchando. Y creo que va
a ganar esa batalla.

102
EL REGRESO
A CASA
Entre las primeras dosis y las primeras sospechas de
la familia pasan, por lo general, dos o tres años.
Al hacer este descubrimiento, es común que la fa-
milia se sienta “engañada” por el hijo que se droga.
Los últimos que descubren el uso de la droga quedan
disgustados con los que la descubrieron antes en su fa-
milia y conservaron en secreto el descubrimiento.
Por más comprensivos que sean los familiares, es
casi imposible que no se presenten enojos, peleas e in-
tercambio de culpas de unos a otros. En esta primera
fase, es muy difícil que cada uno asuma su parte en las
responsabilidades presentes y futuras en la recupera-
ción, como también es casi imposible que, de vez en
cuando, no se sienta tentado a “escapar” de esa situa-
ción incómoda. Hasta hace poco tiempo, la droga era
un problema de los vecinos y de los artistas de televi-
sión. Cuando constatamos que está sucediendo dentro
de nuestra casa, las cosas cambian drásticamente.
Lanzar acusaciones solo sirve para complicar las
cosas.
El primer paso es el diálogo con cada uno de los

103
miembros de la familia, incluyendo al adicto químico.
La elección del tratamiento obligatoriamente tendrá
que pasar por las manos de un médico o sicólogo de
confianza de todos. Es importante que haya un con-
senso general, porque todos tendrán que pasar más o
menos intensamente por orientación sicológica, y si no
se aprecia al terapeuta (aunque gratuitamente) no es un
buen comienzo para la orientación familiar.
El que rehúse a la orientación familiar estará dismi-
nuyendo las oportunidades de recuperación del adicto
que convive con él. Pero es muy raro obtener la cola-
boración de todos.
Todos tenemos necesidad de enterarnos sobre el
modo de prevenir y curar las drogas. El familiar es el
primer médico o el primer sicólogo a quien un drogado
debería pedir ayuda.
Es importante que conozca los problemas de absti-
nencia, porque así como fue “engañado” durante el uso
de drogas por el adicto, también sospechará de cual-
quier actitud que éste asuma después de su curación.
Así, a algunos familiares del ex drogadicto les es
difícil creer que éste dejó los tóxicos definitivamente.
Si él está contento es porque se drogó. Si está triste es
porque usó tóxicos. Si está quieto es porque está “do-
pado”. Si está hablador...
También existe la familia “vengativa”. ¿El adicto
no nos ha hecho sufrir todo este tiempo? Ahora nos
toca a nosotros.
Esta familia, desde el comienzo, se rebela a cual-
quier tipo de orientación familiar. Parece que están pre-
meditando vengarse del adicto.

104
“Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara
mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad,
nada me aprovecha. La caridad es paciente, es
servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactancio-
sa, no se engríe es decorosa; no busca su interés; no
se irrita; no toma en cuenta el mal”.

(1 Co 3,3-5)

105
106
EL REGRESO
ATRASADO

La eficiencia de un servicio de recuperación puede


convertirse en un defecto, si la familia del adicto no
colabora.
El contraste entre las atenciones que recibe en la clí-
nica, las amistades que hizo entre los compañeros y el
trato que recibe en casa puede, eventualmente, originar
un deseo de no regresar a casa.
Entonces el joven podrá manifestamos ese deseo y
sus temores de enfrentar nuevamente su ambiente do-
méstico. Pero, muchas veces, él no habla de esto. Trata
de ocultar y hasta podrá “organizar” alguna cosa para
que no le den de alta. Podrá fingirse loco, o tratará de
tomar alcohol, o fumar marihuana para demostrarnos
que todavía no está listo para enfrentar la vida afuera.
Y no lo está.
La familia, por otra parte, cuando sugerimos pro-
longar la permanencia del paciente, cree que estamos
tratando de prolongar el tratamiento solo para explotar-
la y causarle más gastos.
No siempre es fácil conciliar todos los intereses y
necesidades.

107
108
GALLOS DE PELEA

Cuando niño, acostumbraba pasar unos días donde


mi abuelo. Tenía gallos de pelea en su casa, separados
unos de otros. Los niños vecinos me enseñaron que
cuando los unimos y los dejamos sueltos, empiezan a
pelear furiosamente hasta que uno muera, o ambos. A
veces, el vencedor salía muy mal herido después del
combate.
Apostábamos a uno u otro contrincante y entre no-
sotros competíamos para saber quién lograba hacer que
la lucha fuera más larga. Los combates cortos no tenían
mucha gracia. Tampoco convenía salir con un dedo pi-
cado por uno de los contendores.
Los drogadictos y los gallos de pelea
Muchos drogadictos están acostumbrados a una fa-
milia peleadora. Algunos de ellos empiezan a juzgar
ese sistema como cosa normal y común.
Es muy común que, partiendo de esa premisa, ellos
distorsionen las ideas de los circunstantes en un inter-
cambio horrible capaz de indisponer cualquier equipo
que trate de curarlos. Y una de las cosas que más les
produce satisfacción es ver que el circo se incendia.

109
Esto se parece mucho a la riña de gallos. Solo que,
esta vez, los gallos de pelea son los sicólogos, yo, mi
esposa, el cocinero...
Tratar drogadictos no es trabajo para debutantes o
novatos.
Por otra parte, el adicto con ese tipo de actitud po-
drá estar indicándonos que uno o más de sus familiares
es un poco “sucio”. Y es, incluso, muy difícil descubrir
a estos últimos. Ellos, al principio, parecen tan inocen-
tes...
Es común en esas familias que existan viejos ren-
cores, difíciles de curar. Hay hermanos, tíos, primos
que no se hablan desde hace años, que solo visitan al
paciente en horarios en los que “aquél” otro familiar no
vaya. Es una pelea sorda. Generalmente sin diálogos.
Son como viejas disputas entre los padres, dolores
causados dos o tres días después del matrimonio y no
solucionados hasta el presente.

“La gente solo conoce bien a una persona des-


pués de haber tenido con ella una buena pelea”.

(Ana Frank, El Diario de Ana Frank)

110
EL DROGADICTO
FORMANDO FAMILIA

El adicto químico en tratamiento tiene una afectivi-


dad sumamente frágil. No es de admirar que se enamo-
re de la primera que aparezca.
Los muchachos en recuperación tienen la mala cos-
tumbre de arreglar noviazgos durante el tratamiento.
Pero se apegan a cualquier espécimen que da miedo. Y
de nada sirve tratar de abrirles los ojos. Su conversa-
ción es, entonces, sub analfabeta.
El adicto desea que alguien lo ame. Lo demás no
es importante. Más tarde es cuando descubrirá la si-
tuación difícil en que se metió y no siempre hace este
descubrimiento antes de hacer alguna bobada.
Al principio, estábamos en contra de la formación
de servicios de recuperación de muchachos y mucha-
chas en un mismo lugar. Hoy, somos total y absoluta-
mente contrarios a ese tipo de lugar de recuperación.
Tanto el drogadicto como la drogadicta desean dar

111
y recibir afecto. Durante la recuperación, se presentan
modificaciones somáticas y síquicas involucrando la
sexualidad de los jóvenes y, muchas veces, hacer sexo
se vuelve algo tan imperioso y difícil de trabajar o con-
trolar.
Tratar a muchachos y muchachas conviviendo jun-
tos 24 horas por día suscita la necesidad de un trabajo
extra para mantenerlos disciplinados y desgasta cual-
quier equipo de servicio. Los jóvenes en recuperación
se sienten tremendamente presos. Pero, si no los con-
trolamos, sucederán hechos absolutamente ajenos a los
objetivos del servicio de recuperación.
El adicto, aun después de dejar la droga, sigue sien-
do débil. Dejar la droga no es sino el primer paso de un
camino hasta su plena madurez.
Ciego por la droga, el adicto que se libera de ella
cree que el estado de penumbra es ya sol de mediodía
y se siente capaz de hacer cualquier cosa.
Con este tipo de jóvenes, novios en potencia, es co-
mún que les preguntemos si ya tienen empleo o si sa-
ben cocinar. Para el adicto que acaba de salir de algunas
dificultades con las drogas, la pregunta generalmente
es mal recibida, precisamente porque ellos tendrán que
adaptarse a un nuevo empleo, a nuevos ambientes y
a un mundo que todavía los considera como personas
marcadas e irrecuperables.
Lo peor es que, por estar marginados, los ex adic-
tos sienten más la necesidad de unirse para enfrentar el
mundo allá afuera.
Claro está que un ex drogadicto podrá casarse con
una ex drogadicta y formar una familia unida y feliz,

112
con tal que ambos hayan logrado un grado de madurez
que los capacite para casarse. Solo que esta evolución
no se logrará sino después de uno o dos años de absti-
nencia sin recaídas.
Pero es difícil convencerlos de que el apresurado
come crudo.
Según nuestro parecer, el ideal sería la existencia de
clínicas exclusivamente masculinas y exclusivamente
femeninas. El problema es que hoy no existen clínicas
exclusivamente femeninas.

113
114
CASA
DE FAMILIA

Podríamos considerar como familia a las personas


que viven bajo el mismo techo.
Los lazos de familia pueden y deben ser cultivados
por las personas que viven juntas. De lo contrario, esa
carencia de lazos afectivos podrá causar una gran sen-
sación de desaliento y malestar que podrá llevar a uno
o más miembros a alejarse de esa casa.
Así, ciertas repúblicas de estudiantes podrán per-
manecer unidas varios años, en un clima de amistad
que aumenta y madura cada vez más, y otras repúblicas
no sobreviven sino algunos meses, dejando tras de sí
hostilidades sordas o rencores explosivos.
No se puede vivir solo entre otras personas en una
misma casa. Y en esas condiciones algunos familia-
res juzgan posible la existencia de un adicto dentro de
casa. Y no siempre él es la única persona sola. Uno o
más de sus familiares también podrán estar solos.
Hay familias en las que todos están solos. Nos re-
cuerdan en una visión más jocosa, un partido de fútbol

115
en el que cada uno quiere ganar el juego solo. Tal vez
no recuerde que en el juego los objetivos son los mis-
mos, comunes a todos, y que el éxito del grupo dejará
feliz a cada uno de los integrantes del equipo.
Cuando se quiere curar a un adicto, la primera me-
dida que se debe tomar es la de ofrecerle amistad. Des-
pués sí podremos usar técnicas de terapia, sean las que
sean. Es más importante la amistad que la técnica.
Más de un adicto se liberó de la droga gracias a un
amigo, novia o grupo de personas que lo ayudó, aun-
que ninguno de ellos fuera siquiatra, sicólogo o cual-
quier cosa semejante.
Necesitamos también proporcionarle una cosa y, en
ella, un lugar solo para él. Una de las cosas que nos
llaman la atención es la manera como el adicto arregla
su cuarto o su casa. En la “Casa de Santa Marta” eso
ha ocurrido con una frecuencia tal que nos autoriza a
pensar que no fue casual el hecho de recuperados que
coloquen en las paredes de la clínica los trabajos que
acababan de hacer, pintura, tapicería o dibujos.
Mi sala de espera tal vez no esté arreglada según los
patrones más exigentes de decoración, pero exhibe en
las paredes las obras de arte que orgullosamente colo-
can sus autores.

116
LA RELACION
MEDICO - ADICTO

Muchos adictos que no tienen lazos afectivos con


la familia terminan sobrevalorando las relaciones de
afecto creadas dentro del tratamiento.
El joven, muchas veces, se identifica con el tera-
peuta de manera muy semejante a la que, cuando niño,
debería haber tenido con el papá.
Algunos muchachos, alguna vez, se ponen mis ves-
tidos, de manera semejante a como lo hacen los niños
con los vestidos del papá. Esto a veces me causa ciertos
problemas, pero no he encontrado otra solución sino la
de cerrar mi ropero.
El terapeuta pasa a desempeñar un papel de papá o
de hermano que no le fue enseñado en la facultad.
Por otra parte, padres, hermanos, primos, podrán
hacer un excelente trabajo terapéutico, si desean y son
bien orientados.
Por eso, creo de suma importancia el servicio de
orientación familiar, que debe existir en todo servicio
que se proponga recuperar a los adictos.

117
Tal vez algunas partes del presente libro hablen más
de los parientes, o de los terapeutas. Pero no hay mu-
cha diferencia entre unos y otros pues nos damos cuen-
ta que tenemos que trabajar juntos.

“Mi madre y mis hermanos sonlos que escuchan


la palabra de Dios y la practican”.

(Le 8,19-21; Mt 12,46-50; Me 3,31-35)

118
VAMOS A COPIAR
Si usted tiene un adicto en casa, copie esta hoja,
distribúyala entre los suyos y discuta con todos.
Claro está que faltan bastantes cosas en esta lista y
serán bien recibidas las sugerencias para modificarla.
Para los familiares de un drogadicto está prohibido:

1. Fingir que no ven que él se droga.


2. Agredirse mutuamente porque él se droga.
3. Agredirlo porque se droga. y
4. Culparlo.
5. Soportar pasivamente el problema. ¿Qué ha-
cer?...
6. Desistir a la primera recaída, diciendo, por
ejemplo: “¿No dije que no se lograría nada?”.
7. Llevarlo al primer manicomio que se presente.
8. Ocultar a los demás que él se droga.
9. Ayudarlo a conseguir droga.
10. No hacer nada. El problema es de él.

¿Cuál de estas es la peor actitud? ¡Quién lo va a


saber! La comparación es difícil.

119
120
EL HIJO
PRODIGO
Cuando un laico resuelve hablar sobre el evangelio
o la doctrina cristiana, siempre siente miedo de equi-
vocarse o de ser irreverente. Hablar en nombre de un
santo o citarlo para apoyar una idea es, por lo menos,
arriesgado. Pero pensar, idealizar una situación ficticia
es algo que ningún terapeuta que se dedica al sicodra-
ma puede dejar de hacer. Más o menos es así como
imaginamos un diálogo entre el hijo pródigo (Le 15,
11-32) y un drogadicto. ¿Será que la situación es real-
mente imposible?

El diálogo

En una sesión de terapia de grupo fueron invitados


a contar su vida el hijo pródigo y un adicto que llama-
remos Luis. La conversación fue más o menos esta:
Hijo pródigo: Empecé a considerar la vida en casa
muy aburrida. Pedí a mi padre lo que me pertenecía
como herencia y me fui.
Luis: ¡Uf! En mi casa era lo mismo. La misma ma-
jadería. Era insoportable.

121
Hijo pródigo: Salí de casa con dinero y empecé a
gastarlo con los amigos y con las mujeres.
Luis: Eso también hice yo. Vendí la moto para com-
prar polvo, cambié una vez mi sobretodo por una do-
sis. A mí me gustaba mi rosca. Cuando uno no tenía,
los otros ayudaban. Yo generalmente tenía y, cuando
podía, repartía un poco con ellos. Una vez mi viejo en
casa descubrió que le había quitado un billete de su
cartera y me lo volvió pedazos. Lo peor fue que quedé
sin plata, sin polvo y la muchachada desapareció.
Hijo pródigo: Pero cuando uno queda sin dinero,
los amigos desaparecen. Conmigo no quedó ninguno.
Parecían tan amigos míos, pasamos muchas noches di-
virtiéndonos y bebiendo, pero en la hora de la dificultad
hasta uno de ellos fingió no conocerme. Terminé con-
siguiendo empleo en una hacienda para cuidar cerdos.
Luis: Usted tuvo la suerte de conseguir algo. Cuan-
do descubren que la persona se ha drogado, la echan a
la calle. Hoy yo quiero volver a casa, pero no sé si...
Hijo Pródigo: ¿Usted llama a eso empleo? Yo pa-
saba hambre mientras los cerdos comían mejor que yo.
Yo recordé que en casa los empleados eran bien trata-
dos y resolví regresar. Pero yo no sabía cómo explicar-
le a mi papá.
Luis: Usted acertó, pero a veces es muy difícil ex-
plicar. ¿Y qué fue lo que hizo su papá cuando usted
regresó?
Hijo pródigo: Hizo una fiesta, pero en grande. Ja-
más había visto algo semejante. A él no le gustaba ha-
cer gastos...
Luis: Su papá es muy distinto del mío. ¿Y el perso-

122
nal, cómo quedó?
Hijo pródigo: A mi hermano no le gustó la fiesta.
Se puso furioso y reclamaba no recuerdo qué. El cree
que mi papá me quiere más que a él.
Luis: Cada hermano cree que es un perjuicio. Mi
hermano y mi papá dijeron que yo para ellos estaba
muerto.
Hijo pródigo: Exactamente. Durante la fiesta papá
trató de explicar el asunto de una manera semejante,
que yo había muerto y había regresado pero esto tam-
poco le gustó a mi hermano. Solo se calmó cuando mi
papá le dijo que todo lo que él tenía era de mi hermano.
Luis: ¡Uf! Creo que él le dejó lo peor, entonces. ¿Si
era para dejarlo sin nada, para qué fiesta?
Hijo pródigo: Nada de peor. El me puso el mejor
traje de casa, me puso anillo en el dedo, sandalias en
los pies.
Luis: Pero cuénteme, ¿cómo pudo lograr todo esto
de su padre?
Hijo pródigo: Yo le iba a decir que ya no merecía
ser su hijo y que me aceptase como empleado...
Luis: Por lo menos usted defendía un rango más
legal...
Hijo pródigo: En ese momento yo no estaba pen-
sando en comida. Yo sentí que, con todos sus proble-
mas, el me quería y yo, en cierta forma, lo había dis-
gustado.
Luis: Pero, cuénteme, ¿cómo fue su conversación
con él?
Esto me está impresionando y voy a ver si puedo
aplicar lo mismo en casa.

123
Hijo pródigo: Ni me dejó hablar. Yo estaba todavía
en camino hacia casa, cuando vi que mi padre corría
hacia mí y me abrazaba.
Luis: ¿Pero qué le dijo?
Hijo pródigo: No me dijo nada. Me abrazó, me
besó y seguimos a casa abrazados.
Luis: ¡Ah!, si mi papá hiciera lo mismo...

124
LLEGO LA HORA

En algunas razas de perros, la perra, después de dar


a luz, escoge uno o dos de los cachorritos recién naci-
dos y los devora.
En la especie humana, la ley no permite que la ma-
dre haga eso en la cuna. Pero muchos padres lo hacen
en el transcurso de la vida de una manera sutil, pero
con los mismos resultados.
El adicto, cuando es agredido, muchas veces res-
ponde con una autoagresión para herir a los circuns-
tantes.
Drogándose, él va a lograr herir al que lo ha maltra-
tado, aunque eso signifique que él también se destruye.
En nuestras familias, no siempre las agresiones se
hacen en un clima de respeto. Ahí podremos estar ge-
nerando un ambiente que lleva a la droga o al alcohol.
Nos corresponde considerar nuestro ambiente fa-
miliar y desempeñar los papeles que nos corresponden
como hermano, padre, madre, hijo, primo o tío.
Es doloroso no mirarnos al espejo, aceptarnos y
comprender nuestros defectos y nuestras flaquezas.

125
Más difícil, a veces, es lograr combatirlos, disminuir-
los o superarlos.
En la medida en que cada uno de nosotros vaya ma-
durando y superando un problema personal, irá aumen-
tado su paz y la de las personas que lo rodean, sean
adictos o no.
Muchos drogadictos no tienen papá, mamá o her-
manos. Nos toca a nosotros ser su padre, su hermano,
su amigo. A veces es difícil, a veces fatiga. Pero no
conocemos otros medios más eficientes para recupe-
rarlos.
Existe, cerca de cada uno de nosotros, un adicto que
necesita un papá.
Cuando le proponemos a un drogadicto que deje de
tomar drogas, muchas veces obtenemos como respues-
ta que él quiere dejarla, pero no ahora (o, ¿para qué?)
el quiere pensar más si vale la pena.
Pero, cuando tenemos ante nosotros a un drogadic-
to, también pensamos si vale la pena hacer algo por él
¡queremos ayudarlo, pero no ahora!
Al respecto, los traficantes están en nuestra calle
unidos, apoyándose mutuamente y, lo que es peor, con-
tando con nuestras omisiones.
En cada cuadra hay un bar y en cada barrio hay por
lo menos un traficante. Pero no conseguimos un papá
en cada barrio o un hermano en cada cuadra. Si tuviéra-
mos la mitad del espíritu de los traficantes, lograríamos
extirpar las drogas de nuestro alrededor.

126
Presentación 7 La familia de la mujer
alcohólica 67
Introducción 9
El luto en la génesis
Estoy (estamos) de las adicciones 69
enfermo (s) 11
Los científicos de la ONU 73
Las drogas como
problema en casa 15 ¿Cómo sabrá
si el se droga? 73
Viviene y Garrincha 17
¿A quien buscar? 83
Las apariencias
en la familia 21 Ladrón que roba a ladrón 87

El comienzo El tratamiento específico 91


de la droga 29
Cayendo las máscaras 93
Los hábitos
y lo hereditario 29 La busqueda del cuerpo 97

¿Dios es realmente La busqueda de la identidad 99


padre de los drogadictos? 33
“Pobretón” 101
El padre despreciante 37
El regreso a casa 103
Mamá es mamá 41
El regreso atrasado 107
La esposa del drogadicto 45
Gallos de pelea 109
El hijo del alcohólico 49
El drogadicto
La familia estrábica 53 formando familia 111

La familia útero 55 La relación


Médico - Adicto 117
La súper familia 59
Vamos a copiar 119
La familia de los osos 61
El hijo pródigo 121
La familia “perfecta” 63
Llegó la hora 125
La familia loca 65

127
128

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