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El Catecismo de
la Iglesia Católica
AL SERVICIO DE LA
NUEVA EVANGELIZACIÓN
EN EL AÑO DE LA FE
2012 – 2013
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Edita: ........................
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D.L.: SG-......../2012
Maquetación e impresión: Ceyde Comunicación Gráfica. Segovia
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INDICE
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
Porta Fidei. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Introducción Histórica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
1. Catecismo y Catequesis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
11. Anexo II: Preguntas con respuesta en el Año de la Fe con el YOUCAT (Jóvenes). . . . . . 119
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PRESENTACIÓN
PRESENTACIÓN
Con la Carta apostólica “Porta Fidei” que aparece en el comienzo de este escrito pastoral
que dirijo a todos los diocesanos, el Santo Padre ha proclamado un Año de la fe que co-
menzará el 11 de octubre de 2012, en el quincuagésimo aniversario de la apertura del
Concilio Ecuménico Vaticano II y concluirá el 24 de noviembre de 2013, Solemnidad de
Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.
Este curso 2012-2013 ha de ser una ocasión propicia para que todos los fieles compren-
dan con mayor profundidad el fundamento de nuestra fe cristiana. A ello contribuirá sin
duda, todo lo que rodea el Año de la fe: el Sínodo para la Nueva Evangelización , los cin-
cuenta años pasados desde la apertura del Concilio Vaticano II, los veinte años desde la
promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica por el Beato Juan Pablo II (11 de octu-
bre de 1992).
La Iglesia en esta última etapa de los años posconciliares ha trabajado para estudiar, pro-
fundizar y enriquecer sus enseñanzas y vivirlas en cada uno de sus miembros. La Iglesia
lo sabe, la tarea de la evangelización constituye su misión esencial, su identidad más pro-
funda (Conf. EN 13)
El Catecismo de la Iglesia Católica es un auténtico fruto del Concilio Vaticano II. El Ca-
tecismo presenta “lo nuevo y lo antiguo” (Mt 13, 52) y es un instrumento insustituible
para la Nueva Evangelización.
Siguiendo el deseo del Papa Benedicto XVI en este Año de la Fe teniendo en cuenta las
circunstancias específicas de nuestra diócesis ofrezco estas reflexiones, instrumento de
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trabajo que han de servir para estudiar y profundizar, en la formación permanente del
clero, en las Escuelas de catequistas, en la formación de adultos, etc. Y en toda la atención
pastoral ordinaria.
Son páginas escritas con deseos de entregaros certezas sencillas, pero sólidas que son
fundamentales para vivir cristianamente con la claridad necesaria y el estímulo de expre-
sar y fomentar las convicciones que vertebran nuestra existencia.
Que los documentos del Concilio Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia Católica sean
parte de referencia de vuestra enseñanza universal y signo de la comunión de la fe que
vivimos.
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PORTA FIDEI
PORTA FIDEI
DEL SUMO PONTÍFICE BENEDICTO XVI
CON LA QUE SE CONVOCA EL AÑO DE LA FE
1. La puerta de la fe (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y
permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese um-
bral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia
que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la
vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios
con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto
de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir
en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22). Profesar la fe en la Trinidad –
Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4,
8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación;
Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espí-
ritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso
del Señor.
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nos da la vida, y la vida en plenitud»(1). Sucede hoy con frecuencia que los cristianos
se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su com-
promiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio
de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que
incluso con frecuencia es negado(2). Mientras que en el pasado era posible reconocer
un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de
la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores
de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas.
3. No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-
16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesi-
dad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el
agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14). Debemos descubrir de nuevo el gusto
de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan
de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51). En
efecto, la enseñanza de Jesús resuena todavía hoy con la misma fuerza: «Trabajad no
por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna» (Jn
6, 27). La pregunta planteada por los que lo escuchaban es también hoy la misma
para nosotros: «¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?» (Jn 6, 28).
Sabemos la respuesta de Jesús: «La obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha
enviado» (Jn 6, 29). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de
modo definitivo a la salvación.
(1) Homilía en la Misa de inicio de Pontificado (24 abril 2005): AAS 97 (2005), 710.
(2) Cf. Benedicto XVI, Homilía en la Misa en Terreiro do Paço, Lisboa (11 mayo 2010), en L’Osservatore Romano ed.
en Leng. española (16 mayo 2010), pag. 8-9.
(3) Cf. Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992): AAS 86 (1994), 113-118.
(4) Cf. Relación final del Sínodo Extraordinario de los Obispos (7 diciembre 1985), II, B, a, 4, en L’Osservatore Romano
ed. en Leng. española (22 diciembre 1985), pag. 12.
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5. En ciertos aspectos, mi Venerado Predecesor vio ese Año como una «consecuencia y
exigencia postconciliar»(8), consciente de las graves dificultades del tiempo, sobre
todo con respecto a la profesión de la fe verdadera y a su recta interpretación. He
pensado que iniciar el Año de la fe coincidiendo con el cincuentenario de la apertura
del Concilio Vaticano II puede ser una ocasión propicia para comprender que los tex-
tos dejados en herencia por los Padres conciliares, según las palabras del beato Juan
Pablo II, «no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apro-
piada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del
Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. (…) Siento más que nunca el deber de
indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el
siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en
el camino del siglo que comienza»(9). Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que
dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de
(5) Pablo VI, Exhort. ap. Petrum et Paulum Apostolos, en el XIX centenario del martirio de los santos apóstoles Pedro
y Pablo (22 febrero 1967): AAS 59 (1967), 196.
(6) Ibíd., 198.
(7) Pablo VI, Solemne profesión de fe, Homilía para la concelebración en el XIX centenario del martirio de los santos
apóstoles Pedro y Pablo, en la conclusión del “Año de la fe” (30 junio 1968): AAS 60 (1968), 433-445.
(8) Id., Audiencia General (14 junio 1967): Insegnamenti V (1967), 801.
(9) Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 57: AAS 93 (2001), 308.
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Pedro: «Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser
y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de
la Iglesia»(10).
6. La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida
de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados
efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó.
Precisamente el Concilio, en la Constitución dogmática Lumen gentium, afirmaba:
«Mientras que Cristo, “santo, inocente, sin mancha” (Hb 7, 26), no conoció el pecado
(cf. 2 Co 5, 21), sino que vino solamente a expiar los pecados del pueblo (cf. Hb 2, 17),
la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada
de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación. La Iglesia continúa su
peregrinación “en medio de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios”,
anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva (cf. 1 Co 11, 26). Se siente
fortalecida con la fuerza del Señor resucitado para poder superar con paciencia y
amor todos los sufrimientos y dificultades, tanto interiores como exteriores, y revelar
en el mundo el misterio de Cristo, aunque bajo sombras, sin embargo, con fidelidad
hasta que al final se manifieste a plena luz»(11).
7. Caritas Christi urget nos (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros cora-
zones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del
mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19).
(10) Discurso a la Curia Romana (22 diciembre 2005): AAS 98 (2006), 52.
(11) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 8.
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Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo
tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que
es siempre nuevo. Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más
convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer
y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe. El compromiso misionero de
los creyentes saca fuerza y vigor del descubrimiento cotidiano de su amor, que nunca
puede faltar. La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que
se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, por-
que ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en
efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del
Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos. Como afirma san Agustín, los cre-
yentes «se fortalecen creyendo»(12). El santo Obispo de Hipona tenía buenos motivos
para expresarse de esta manera. Como sabemos, su vida fue una búsqueda continua
de la belleza de la fe hasta que su corazón encontró descanso en Dios.(13) Sus nume-
rosos escritos, en los que explica la importancia de creer y la verdad de la fe, perma-
necen aún hoy como un patrimonio de riqueza sin igual, consintiendo todavía a tantas
personas que buscan a Dios encontrar el sendero justo para acceder a la «puerta de
la fe».
Así, la fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la
certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo continuo, en las
manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su
origen en Dios.
8. En esta feliz conmemoración, deseo invitar a los hermanos Obispos de todo el Orbe
a que se unan al Sucesor de Pedro en el tiempo de gracia espiritual que el Señor nos
ofrece para rememorar el don precioso de la fe. Queremos celebrar este Año de ma-
nera digna y fecunda. Habrá que intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a
todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y
vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad
está viviendo. Tendremos la oportunidad de confesar la fe en el Señor Resucitado en
nuestras catedrales e iglesias de todo el mundo; en nuestras casas y con nuestras fa-
milias, para que cada uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y transmitir mejor
a las generaciones futuras la fe de siempre. En este Año, las comunidades religiosas,
así como las parroquiales, y todas las realidades eclesiales antiguas y nuevas, encon-
trarán la manera de profesar públicamente el Credo.
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9. Deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con
plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza. Será también una ocasión
propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular
en la Eucaristía, que es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la
fuente de donde mana toda su fuerza»(14). Al mismo tiempo, esperamos que el testi-
monio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble. Redescubrir los contenidos
de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada(15), y reflexionar sobre el mismo acto
con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre
todo en este Año.
No por casualidad, los cristianos en los primeros siglos estaban obligados a aprender
de memoria el Credo. Esto les servía como oración cotidiana para no olvidar el com-
promiso asumido con el bautismo. San Agustín lo recuerda con unas palabras de pro-
fundo significado, cuando en un sermón sobre la redditio symboli, la entrega del
Credo, dice: «El símbolo del sacrosanto misterio que recibisteis todos a la vez y que
hoy habéis recitado uno a uno, no es otra cosa que las palabras en las que se apoya
sólidamente la fe de la Iglesia, nuestra madre, sobre la base inconmovible que es
Cristo el Señor. (…) Recibisteis y recitasteis algo que debéis retener siempre en vuestra
mente y corazón y repetir en vuestro lecho; algo sobre lo que tenéis que pensar
cuando estáis en la calle y que no debéis olvidar ni cuando coméis, de forma que, in-
cluso cuando dormís corporalmente, vigiléis con el corazón»(16).
10. En este sentido, quisiera esbozar un camino que sea útil para comprender de manera
más profunda no sólo los contenidos de la fe sino, juntamente también con eso, el acto
con el que decidimos de entregarnos totalmente y con plena libertad a Dios. En efecto,
existe una unidad profunda entre el acto con el que se cree y los contenidos a los que
prestamos nuestro asentimiento. El apóstol Pablo nos ayuda a entrar dentro de esta
realidad cuando escribe: «con el corazón se cree y con los labios se profesa» (cf. Rm 10,
10). El corazón indica que el primer acto con el que se llega a la fe es don de Dios y ac-
ción de la gracia que actúa y transforma a la persona hasta en lo más íntimo.
A este propósito, el ejemplo de Lidia es muy elocuente. Cuenta san Lucas que Pablo,
mientras se encontraba en Filipos, fue un sábado a anunciar el Evangelio a algunas
mujeres; entre estas estaba Lidia y el «Señor le abrió el corazón para que aceptara lo
que decía Pablo» (Hch 16, 14). El sentido que encierra la expresión es importante.
San Lucas enseña que el conocimiento de los contenidos que se han de creer no es
(14) Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 10.
(15) Cf. Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992): AAS 86 (1994), 116.
(16) Sermo215, 1.
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Por otra parte, no podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultu-
ral, aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido úl-
timo y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un
auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por el camino que con-
duce al misterio de Dios. La misma razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exi-
gencia de «lo que vale y permanece siempre»(19). Esta exigencia constituye una
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11. Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden en-
contrar en el Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio precioso e indispensable.
Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II. En la Constitución
apostólica Fidei depositum, firmada precisamente al cumplirse el trigésimo aniversa-
rio de la apertura del Concilio Vaticano II, el beato Juan Pablo II escribía: «Este Cate-
cismo es una contribución importantísima a la obra de renovación de la vida eclesial...
Lo declaro como regla segura para la enseñanza de la fe y como instrumento válido
y legítimo al servicio de la comunión eclesial»(21).
12. Así, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero ins-
trumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación
de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural. Para ello, he invitado
a la Congregación para la Doctrina de la Fe a que, de acuerdo con los Dicasterios
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competentes de la Santa Sede, redacte una Nota con la que se ofrezca a la Iglesia y
a los creyentes algunas indicaciones para vivir este Año de la fe de la manera más efi-
caz y apropiada, ayudándoles a creer y evangelizar.
En efecto, la fe está sometida más que en el pasado a una serie de interrogantes que
provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de las
certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos. Pero la Iglesia nunca
ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber
conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad(22).
13. A lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que
contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. Mien-
tras lo primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres
han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testi-
monio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y constante acto
de conversión, con el fin de experimentar la misericordia del Padre que sale al en-
cuentro de todos.
Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa
nuestra fe» (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del
corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor,
la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la
muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse
hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con
el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se ilu-
minan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de
nuestra historia de salvación.
Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la
Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cf. Lc 1, 38). En la visita a Isabel entonó
su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se en-
comiendan a Él (cf. Lc 1, 46-55). Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, mante-
niendo intacta su virginidad (cf. Lc 2, 6-7). Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a
Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cf. Mt 2, 13-15). Con la misma fe
siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cf. Jn 19, 25-
27). Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos
los recuerdos en su corazón (cf. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con
ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14; 2, 1-4).
(22) Cf. Id., Carta enc. Fides et ratio (14 septiembre 1998) 34.106: AAS 91 (1999), 31-32. 86-87.
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Por la fe, los Apóstoles dejaron todo para seguir al Maestro (cf. Mt 10, 28). Creyeron
en las palabras con las que anunciaba el Reino de Dios, que está presente y se realiza
en su persona (cf. Lc 11, 20). Vivieron en comunión de vida con Jesús, que los instruía
con sus enseñanzas, dejándoles una nueva regla de vida por la que serían reconocidos
como sus discípulos después de su muerte (cf. Jn 13, 34-35). Por la fe, fueron por el
mundo entero, siguiendo el mandato de llevar el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16,
15) y, sin temor alguno, anunciaron a todos la alegría de la resurrección, de la que
fueron testigos fieles.
Por la fe, los discípulos formaron la primera comunidad reunida en torno a la ense-
ñanza de los Apóstoles, la oración y la celebración de la Eucaristía, poniendo en
común todos sus bienes para atender las necesidades de los hermanos (cf. Hch 2,
42-47).
Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio,
que los había trasformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor
con el perdón de sus perseguidores.
Por la fe, hombres y mujeres han consagrado su vida a Cristo, dejando todo para vivir
en la sencillez evangélica la obediencia, la pobreza y la castidad, signos concretos de
la espera del Señor que no tarda en llegar. Por la fe, muchos cristianos han promovido
acciones en favor de la justicia, para hacer concreta la palabra del Señor, que ha ve-
nido a proclamar la liberación de los oprimidos y un año de gracia para todos (cf. Lc
4, 18-19).
Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro
de la vida (cf. Ap 7, 9; 13, 8), han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir
al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser cristianos: en la fa-
milia, la profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que
se les confiaban.
También nosotros vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor Jesús, pre-
sente en nuestras vidas y en la historia.
14. El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio
de la caridad. San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad,
estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co 13, 13). Con palabras aún más
fuertes –que siempre atañen a los cristianos–, el apóstol Santiago dice: «¿De qué le
sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo
esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y
alguno de vosotros les dice: “Id en paz, abrigaos y saciaos”, pero no les da lo necesario
para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta
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por dentro. Pero alguno dirá: “Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya
sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe”» (St 2, 14-18).
15. Llegados sus últimos días, el apóstol Pablo pidió al discípulo Timoteo que «buscara
la fe» (cf. 2 Tm 2, 22) con la misma constancia de cuando era niño (cf. 2 Tm 3, 15). Es-
cuchemos esta invitación como dirigida a cada uno de nosotros, para que nadie se
vuelva perezoso en la fe. Ella es compañera de vida que nos permite distinguir con
ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir
los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a conver-
tirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Lo que el
mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, ilumina-
dos en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón
y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin.
«Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1): que este Año
de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él te-
nemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero.
Las palabras del apóstol Pedro proyectan un último rayo de luz sobre la fe: «Por ello
os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la au-
tenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aqui-
lata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin
haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con
un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe; la salvación de vues-
tras almas» (1 P 1, 6-9). La vida de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y
el sufrimiento. Cuántos santos han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son
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probados también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escu-
char su voz consoladora. Las pruebas de la vida, a la vez que permiten comprender el
misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo (cf. Col 1, 24), son pre-
ludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la fe: «Cuando soy débil, entonces
soy fuerte» (2 Co 12, 10). Nosotros creemos con firme certeza que el Señor Jesús ha
vencido el mal y la muerte. Con esta segura confianza nos encomendamos a él: pre-
sente entre nosotros, vence el poder del maligno (cf. Lc 11, 20), y la Iglesia, comunidad
visible de su misericordia, permanece en él como signo de la reconciliación definitiva
con el Padre.
BENEDICTO XVI
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INTRODUCCIÓN HISTÓRICA
INTRODUCCIÓN HISTÓRICA
El acontecimiento eclesial más importante en el curso 1992-93 fue, sin lugar a dudas, la
publicación e implantación del nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, traducido a las
principales lenguas del mundo.
En la presentación oficial y solemne de dicho texto a la Curia Romana, Juan Pablo II de-
finió el nuevo Catecismo universal «como uno de los mayores acontecimientos de la his-
toria reciente de la Iglesia».(1)
El diario El Mundo publicaba el 19 de noviembre un largo artículo de Jean-Marie Lustiger,
Cardenal Arzobispo de París. Entre otras afirmaciones el Cardenal decía: «la publicación de
un texto que formula la fe común de más de 850 millones de creyentes, será considerado,
con el tiempo, como uno de los mayores acontecimientos de nuestra época». (2)
El éxito de ventas que ha tenido el Catecismo de la Iglesia Católica en sus distintas tra-
ducciones, ha sido arrollador. Recordemos a modo de caso ilustrativo que en el mes de
marzo, sólo cuatro meses después de su presentación oficial, ya se habían vendido más
de 500.000 ejemplares en lengua castellana. Este hecho confirma la enorme importancia
que la publicación de un Catecismo universal tiene a los ojos de los simples fieles.
Se ha convertido en un verdadero «best seller», algo sorprendente tratándose de un libro
religioso y denso que expone lo que la Iglesia cree, celebra, vive y reza. (3)
¿Ha sido curiosidad frívola o interés profundo? Difícil de juzgar; lo cierto es que hay pre-
guntas, comentarios y noticias. Hay interés y desconocimiento al mismo tiempo. Ante la
confusión postconciliar se imponían los criterios más importantes y seguros para la Nueva
Evangelización en el mundo de la postmodernidad. El Catecismo de la Iglesia Católica
hoy es universal y planetario; se dirige no sólo a los creyentes, sino a todos aquellos a
quienes la Iglesia les quiere dar un mensaje de esperanza.
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CATECISMO Y CATEQUESIS
1. CATECISMO Y CATEQUESIS
Hace años era corriente identificar Catecismo con Catequesis. S. Enrique de Ossó en su
Guía Práctica del Catequista describe la importancia de tener los niños «un puesto fijo
en la Iglesia para evitar que vayan corriendo al Catecismo... y cuando lleven asistiendo a
este Catecismo dos o más años es conveniente que pasen a pertenecer a alguna asocia-
ción o congregación». Y más adelante, añade: «Hoy día, se llama también Catecismo a un
librito, que en forma de diálogo, en breves y precisas preguntas y respuestas contiene con
admirable orden todo lo que un cristiano debe creer, esperar y obrar.»(4)
Nosotros debemos distinguir con claridad los dos términos, ya que responden a dos rea-
lidades bien diferentes entre sí, aunque necesariamente relacionados como no puede ser
menos. La catequesis es esencialmente una acción eclesial, que se realiza en el contexto
de una relación interpersonal y en las coordenadas sociales y culturales en las que vive el
catequizando. El Catecismo es un texto escrito, que contiene la formulación de las ver-
dades de la fe de la Iglesia.
Sin el Catecismo, como punto de obligada referencia, las palabras del catequista se que-
darían sin el contraste autorizado que el fiel cristiano necesita para estar seguro de que
lo que se dice es verdaderamente lo que la Iglesia cree y enseña.
(4) A. RUBIO, Pensamiento y Obra Catequética de Enrique de Ossó. Estudio Teológico de San Ildefonso, Toledo 1992,
162 y 217.
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cismos, que luego se han ido imponiendo por uso continuo en las catequesis con el visto
bueno e incluso recomendación de los Obispos.
Con este propósito hacemos nuestras las palabras del Papa Juan Pablo II a la Comisión
Pontificia preparatoria del Catecismo Universal: «Ciertamente, el catecismo no es la ca-
tequesis, sino que es solamente un medio o instrumento de ella. En efecto, mientras que
el catecismo es un compendio de la doctrina de la Iglesia, la catequesis, por el hecho de
ser aquella acción eclesial que conduce a la comunidad y a cada uno de los cristianos a la
madurez en la fe, transmite esta doctrina con los métodos adaptados a la edad, a la cultura
y a las circunstancias de las personas, a fin de que la verdad cristiana se convierta, con la
gracia del Espíritu Santo, en la vida de los creyentes».( Jn5)
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CATECISMO Y CATEQUESIS
Por estas razones, entre otras, así describen los Obispos de la Comisión Episcopal de En-
señanza y Catequesis, la acción catequética: «Es la etapa (o período intensivo) del proceso
evangelizador, en la que se capacita básicamente a los cristianos para entender, celebrar
y vivir el Evangelio del Reino, al que han dado su adhesión y para participar activamente
en la realización de la comunidad eclesial y en el anuncio y difusión del Evangelio. Esta
formación cristiana –integral y fundamental– tiene como meta la confesión de la fe».(8)
Ahora bien, no se puede olvidar el contexto de este proceso evangelizador. Por ello, la ca-
tequesis no puede ignorar la cultura, las situaciones histórico-religiosas, las lenguas y los
distintos modos de expresión y las historias del pensamiento de cada civilización y de
cada pueblo.
(8) CC 34.
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2. EL CATECISMO EN LA VIDA E
HISTORIA DE LA IGLESIA
En el siglo XIV, concretamente en el año 1357, el Arzobispo de York, Mons. Thoresby, utiliza
por primera vez en la historia, el nombre de Catecismo para un texto bilingüe, en latín y en
inglés. Para la comprensión popular, en él incluye el credo y los sacramentos, los dos pre-
ceptos del amor, los siete pecados capitales y las siete virtudes fundamentales.
Pocos años más tarde, en 1429, el Concilio de Tortosa, ordena que se redacte «un breve
compendio». Este titular aparece aquí como sinónimo de catecismo.
Será sin embargo en el siglo XVI, memorable por tantos otros motivos, el siglo de los
catecismos. La publicación en 1566 del Catecismo de Trento, conocido como catecismo
de S. Pío V, o Catecismo Romano, se convirtió en modelo para su tiempo y los siglos si-
guientes.
En España los Padres Jesuitas, Jerónimo Ripalda (1591) y Gaspar Astete (1599) publican
los catecismos más difundidos y editados de toda la historia, vigentes en España hasta
apenas hace treinta años.
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Durante los siglos siguientes se van a multiplicar los catecismos. Muchos obispos van a
redactar su propio catecismo para su diócesis. La tendencia general es la de convertir el
catecismo en un resumen de un tratado teológico. (9)
Sería un elenco muy extenso citar los catecismos que encontramos en cada región desde
Trento hasta hoy, solamente recordamos algunos. (10)
• Catecismo del Cardenal Lorenzana. Año 1793. Esta obra escrita en francés por el
P. Francisco Amado Pouget, fue traducida al español por mandato del Cardenal Lo-
renzana, Arzobispo de Toledo, para que «los párrocos y clérigos de esta nuestra
Diócesis, enseñen al pueblo la verdadera doctrina, la más sólida y la más provechosa
para sus almas». (11) Son cuatro tomos.
• Catecismo sobre la Doctrina de la Fe. Heinrich Stieglitz. Año 1890. Es una obra re-
presentativa del llamado «Método sicológico». Se trata de presentar la fe, respon-
diendo a las necesidades del sujeto y a su nivel sicológico y de desarrollo. Tuvo
mucha aceptación en Alemania, lugar de origen, Austria, España, Italia, Francia y Es-
tados Unidos.
• Catecismo de Perseverancia de Gaume. Año 1857. Son ocho tomos en los que se
sigue este método: exposición amplia del tema, oración final y un firme propósito.
Fue traducido al español por Francisco Alsina y G. Armando Larrosa, en 1887 (6ª
edición). En la última página de cada capítulo titula: CATECISMO compendiado
para resumir preguntas y respuestas de los temas explicados.
(9) Cfr. RAFAEL PALMERO RAMOS, Id y Enseñad. Fuentes vivas 2.000 años de Catequesis, Toledo, 1993, 3-14.
A. RUBIO CASTRO, Catequética Elemental y Práctica. Colección TAU. Avila 1992, 153-161.
(10) Cfr. L. CSONKA, Historia de la Catequesis, en: VARIOS, Educar, 3 Salamanca, Sígueme, 1966; A. LAPLE, Breve historia
de la Catequesis, Madrid Ed. CCS 1988; Diccionario de Catequética, Madrid, Ed. CCS, 1987.
(11) F. A. LORENZANA, carta pastoral incluida en F. A. Pouget, Instrucciones generales en forma de catecismo, tomo I, Ma-
drid, Imprenta Real, 1784.
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• Catecismo Holandés. Año 1966. Se publicó al año siguiente de la clausura del Con-
cilio Vaticano II, y desde el momento de su aparición, fue objeto de controversia y
denuncia. Lo acusaban de graves errores, como de silencios y omisiones importan-
tes. Se nombró una comisión de cardenales que publicó las correcciones oportunas
en forma de suplemento.
• Con Vosotros Está. Conferencia Episcopal Española. Año 1976. Destinado princi-
palmente para la edad de 11 a 14 años. El catecismo hace una lectura de toda la
revelación vista desde la persona de Cristo que da sentido y respuesta a las más
hondas aspiraciones e inquietudes humanas. Son cuatro tomos y abandona el sis-
tema de preguntas y respuestas.
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El Catecismo de la Iglesia Católica empalma no con éstos, sino con los catecismos mayo-
res oficiales, Mayores por su amplia exposición doctrinal y moral que se dirige sobre todo
a los Pastores del Pueblo de Dios. Oficiales, porque se presentan como tales por la Iglesia
y tienen la autoridad de su magisterio.
No obstante todos los catecismos, tanto los así llamados mayores como los menores
«son siempre instrumentos al servicio de la catequesis y cumplen una función imprescin-
dible a lo largo de la iniciación cristiana que capacita básicamente a los creyentes para
comprender, celebrar y vivir el Evangelio al que han dado su adhesión y participar activa-
mente en la vida de la Iglesia y en su acción apostólica y misionera». (12)
(12) Mensaje de los obispos sobre los nuevos Catecismos de la Conferencia Episcopal Española. Madrid 23-28 de febrero
de 1987, B.O.C.E.E. abril-junio 1987, 65.
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• Octubre de 1985:
• 10 de julio de 1986:
Decisión del Santo Padre de constituir una Comisión de Cardenales y de Obispos para
la preparación de un proyecto de Catecismo para la Iglesia Universal, o compendio de
la doctrina católica (de la fe y de la moral), que pudiera ser punto de referencia para
los catecismos preparados o por prepararse en las diversas regiones.
(13) Comisión Editorial del Catecismo de la Iglesia Católica, Dossier Informativo, Librería Editrice Vaticana, 1992. Dicho
opúsculo ha sido publicado en Actualidad Catequética n.° 155 (1992), 446-462. R. PALMERO RAMOS, Id y Enseñad.
(14) Sínodo, 1985, Madrid, 1985, 13.
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• Noviembre de 1986:
Primera reunión de la Comisión que indica las líneas fundamentales del texto (na-
turaleza, finalidad, características, destinatarios, tiempo...). (15)
• Año 1987:
• Febrero de 1989:
Examen, por parte de la Comisión, de un «projet» del catecismo para ser enviado a
todo el episcopado, a fin de recibir sus observaciones. (16)
• Noviembre de 1989:
Envío del «projet-revisé» a todo el episcopado para la consulta previa (hasta mayo
de 1990).
• Diferenciaciones y distinciones acerca de los contenidos y del estilo redaccional del texto.
• Valoración positiva del «projet-revisé», considerando una base válida, capaz de acoger
el gran número de sugerencias para su mejoramiento (más de 24.000 modos), en vista
a la redacción definitiva del texto. (17)
(15) Estaba formada por los cardenales curiales W. Baun (Educación), J. Tomko (Evangelización), S. Lordusamy (Orientales),
A. Innocenti (Sacramentos) y B. Law (Boston, USA); y los obispos: J. Stroba (Poznam, Polonia), H. D'Souza (Calcuta, India), I.
Souza (Cotonou, Benin), J. P. Schotte (Curía, Sínodo), F. Benítez (Asunción, Paraguay), N. Edelby (Alepo, Siria) y G. Noujeim
(Cesarea, Líbano).
(16) Estaba formada por J. M. Estepa (Arzobispo Castrense, España), J. Honoré (Tours, Francia), A. Maglioni (Como, Italia), J.
Medina (Ramcagua, Chile), E. E. Karlic (Panamá, Argentina), D. Konstant (Leeds, Gran Bretaña), W. Levada (Portland, USA) y
el teólogo J. Corbon (Beirut, Líbano).
(17) Un gran número se pueden agrupar en torno a la moral, a las citas bíblicas y a la carencia de «jerarquía de verdades»,
según la Documentation Catholique n.° 2.017, 1990.
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• Octubre de 1991.
• 14 de Febrero de 1992:
• 30 de Abril de 1992:
• 25 de Junio de 1992:
• 11 de Octubre de 1992:
• Diciembre de 1992:
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«Al proponer de nuevo –escribe el Papa a los sacerdotes– los contenidos fundamentales
y esenciales de la fe y de la moral católica, tal como la Iglesia de hoy lo cree, celebra, vive
y reza, el Catecismo es un medio privilegiado para profundizar en el conocimiento del
inagotable misterio cristiano, para dar nuevo impulso a una plegaria íntimamente unida
a la de Cristo, para corroborar el compromiso de un coherente testimonio de vida.(19)
Este apartado pretende ayudar y proporcionar unas claves de lectura que facilite una apro-
ximación válida e inteligente del nuevo Catecismo.
(19) JUAN PABLO II, Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo, 1993, 5.
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Esta fe exige que nos pongamos a la escucha de la Palabra de Dios anunciada de forma
autorizada por los Apóstoles y sus sucesores.
De esta fe aceptada y vivida brota el impulso para anunciar y dar testimonio de la «buena
nueva» a todos los hombres.
El Catecismo se sitúa en ese quicio que la tarea catequética tiene de «encontrar el len-
guaje idóneo que le permita realizarse como acto de comunicación y más, en concreto,
como acto de comunicación de la fe eclesial». (20)
No hay fe sin lenguaje; este lenguaje es un lenguaje eclesial. La catequesis siempre, y hoy
de manera especial, se ve urgida por la necesidad de que los cristianos puedan expresar
eclesialmente su fe personal puedan decir y profesar su fe que es la fe de la Iglesia y ello
no es posible sin un lenguaje propio que es el de la fe, en el que los creyentes se reconocen
a sí mismos como tales, se expresan y se comunican.
Ser cristiano es, entre otras cosas, insertarse –todo lo libre y personalmente que se quiera–
en la fe del Pueblo de Dios que se transmite de generación en generación. Pero la comu-
nidad de fe implica esencialmente comunidad en el lenguaje, al menos en un mínimo de
lenguaje que guarde la comunidad en la fe».(21) Este lenguaje lo recibimos en el catecismo.
No seríamos bien interpretados si alguien entiende con lo que estamos diciendo –nece-
sidad de un lenguaje acuñado– que la catequesis debe reducirse a la transmisión de unos
contenidos nocionales o hacer de ella un proceso exclusivamente educativo. La catequesis
(20) CC 140.
(21) CC 143.
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no se reduce a una nueva enseñanza de fórmulas. Se trata de una tradición viva de los
«documentos de la fe» que han de ser recibidos y revitalizados desde la comprensión que
tiene el hombre de sí mismo.
La exhortación de Juan Pablo II sobre la catequesis de 1979 afirma: «No hay que oponer
igualmente una catequesis que arranque de la vida de una catequesis tradicional, doctrinal
y sistemática. La auténtica catequesis es siempre una iniciación ordenada y sistemática
de la Revelación que Dios mismo ha hecho al hombre, en Jesucristo, revelación conservada
en la memoria profunda de la Iglesia y en las Sagradas Escrituras y comunicada constan-
temente, mediante una «traditio» viva y activa, de generación en generación. Pero esta
revelación no está aislada de la vida ni yuxtapuesta artificialmente a ella. Se refiere al
sentido último de la existencia y la ilumina, ya para inspirarla, ya para juzgarla, a luz del
Evangelio». (22)
Estas razones harán ver que en todas las páginas del catecismo hay un entramado tradi-
cional de los documentos de la fe para que realmente la catequesis sea un acto de tradi-
ción viva de entrega por parte de la Iglesia del mensaje salvador. Es la «traditio fidei», la
entrega de la fe, la transmisión de la revelación divina. Y nos hace esta entrega de la fe a
través del Magisterio de la Iglesia, con la autoridad que le es propia exponiendo de modo
autorizado a toda la comunidad eclesial la fe y la doctrina cristiana. (23)
El Catecismo es para el pueblo cristiano algo así como la regla de su profesión de fe, no
es una definición infalible, pero sí es una exposición autorizada de la fe cristiana que me-
rece la adhesión confiada del pueblo cristiano.
Un Catecismo tan hondamente teologal como éste no puede ser nada más que un cate-
cismo profundamente antropológico. Su actualidad y su valor, por ello, para el hombre
son de gran calado en estos tiempos en que los hombres de nuestra sociedad parecemos
(22) CT 22.
(23) Cf. CC 135.
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Esto quiere decir que sin dejar de atender el lado humano de los problemas «la catequesis
no se limita a reflexiones de carácter humano ni a investigaciones de orden filosófico,
psicológico o sociológico, ni tampoco al esfuerzo de anunciar meramente los preámbulos
de la Revelación. La catequesis ha de exponer y lograr que se capte la verdad revelada,
que no puede, de ninguna manera, reducir o atenuar. Procura adaptar su enseñanza a la
capacidad de quien la recibe, pero no se arroga al derecho de paliar o suprimir una parte
de la verdad que el mismo Dios ha querido comunicar a los hombres». (26)
El nuevo Catecismo se sitúa en una Iglesia en medio del mundo, signo y sacramento de
salvación y unidad, una Iglesia en misión, y a esta Iglesia corresponde una catequesis que
es una invitación a la fe, ofrecimiento y llamada a centrar y tomar parte en una historia
de salvación que continúa en nuestros días, una catequesis que como «palabra, memoria
y testimonio» (27) ayuda a ser cristiano hoy. La catequesis es así transmisión de los docu-
mentos de la fe, ofrece el mensaje cristiano en su integridad, propuesto de manera orgá-
nica y sistemática. Dice «todo el mensaje de Cristo y de su Iglesia sin pasar por alto ni
deformar nada exponiéndolo todo según un eje y una estructura que hace resaltar lo esen-
cial»,(28) hace entrega de la «palabra de la fe» no mutilada, falsificada o disminuida»(29) de
forma que las verdades que se enseñan, o las normas que se transmiten y los caminos de
vida cristiana que se indican no pierden el equilibrio ni el carácter religioso y jerárquico,
gracias a los cuales mantienen la importancia determinada que les corresponde.
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En realidad las cuatro partes del catecismo son cuatro lenguajes que la Iglesia entrega a
los cristianos para que con la gracia del Espíritu Santo descubra siempre la misma realidad,
el misterio Pascual de Cristo por quien tenemos acceso al misterio de Dios vivo: Padre,
Hijo y Espíritu Santo.
Así como nos familiarizamos leyendo el Nuevo Testamento y para ello no se empieza a
leer necesariamente por el primer capítulo de Mateo para acabar con los últimos versí-
culos del Apocalipsis, sino que leyendo y meditando un texto sagrado se pasa a otros tex-
tos paralelos... así también debemos familiarizarnos con el catecismo como un todo
profundamente armonizado. Será necesario leerlo como una unidad. Los números color
fresa al margen del texto y el índice analítico al final del volumen permiten ver cada tema
en su vinculación con el conjunto de la fe.
El Catecismo es un servicio hecho sobre todo a los fieles para que sean confirmados en
su fe y en los principios morales. Desde el Concilio Vaticano II se han hecho esfuerzos
para entender más claramente a la Iglesia como comunión.
Esta comunión no es sólo la estructura exterior de la Iglesia, sino su esencia más íntima.
No es un aspecto parcial, sino su dimensión constitutiva, aquello que le hace ser Iglesia.
Fundamentalmente se trata de la comunión con Dios por Cristo en el Espíritu Santo.
(31) Cfr. FD 2.
(32) FD 4.
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Es necesario subrayar vivamente la comunión, no por razones estratégicas ni por las difi-
cultades que puedan surgir por la disgregación y fragmentación de la Iglesia en grupos y
tendencias contrapuestas que debilitan las decisiones tomadas. La insistencia en la co-
munión radica en razones teológicas, en la autoconciencia renovada del ser y de la misión
de la Iglesia, en la toma de conciencia que la Iglesia tiene de su responsabilidad para con
el mundo, de sentirse enviada a él para servirle ofreciéndole los dones de la salvación y
comunión que ella ha recibido y no le pertenecen en exclusiva puesto que están destina-
dos a ser para todos y de todos.
Siempre será necesario impulsar una catequesis que ayude a los cristianos a fortalecer su
identidad bautismal. No podemos entender el catecismo si no lo situamos en esta pers-
pectiva de la identidad cristiana católica, y la identidad cristiana se origina en el bautismo
«tiene su origen en la gracia del bautismo que echa los cimientos de una nueva existen-
cia». (35)
A veces nos da miedo hablar de esta identidad por todas las connotaciones negativas que
pueden entrañar por parte de posturas integristas, pero es necesario referirse a ella.
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«¿Será necesario confirmar –se preguntaba Juan Pablo II en Toledo– una vez más que el
crecimiento en la afirmación de la identidad cristiana del seglar no menoscaba o limita
sus posibilidades; antes bien define, alimenta y potencia esa presencia y esa actividad es-
pecífica y original que la Iglesia confía a sus hijos en los diversos campos de la actividad
personal, profesional, social?». (36)
Identidad cristiana que supone aceptar a Cristo por la fe, en el culto, en la vida y en el
prójimo. Sin la participación de la vida sacramental, sin la consiguiente coherencia de la
vida moral y sin la continua oración personal y comunitaria, sin la identidad de la fe, no
se pude lograr la unión con Cristo.
La identidad cristiana es un acto de tradición por el misterio de la sucesión apostólica
que lleva a la unidad de la proclamación de la fe en la catequesis superando cualquier
fragmentación de la misma.
El Catecismo es un servicio que el sucesor de Pedro quiere prestar a la Santa Iglesia Ca-
tólica, a todas las Iglesias particulares en paz y en comunión con la Sede Apostólica de
Roma, para sostener y confirmar en la fe a todos los discípulos del Señor Jesús, así como
reforzar los vínculos de unidad en la misma fe apostólica. (37)
Al trazar las líneas de la identidad católica, el Catecismo también puede constituir una
llamada amorosa a los que no forman parte de la comunidad católica. Así lo expresó el
Papa en la presentación oficial y solemne del Catecismo. «Ojalá comprendan que este
instrumento no restringe, sino que ensancha el ámbito de la unidad multiforme, ofre-
ciendo nuevo impulso al camino hacia la plenitud de la comunión, que refleja y en cierto
modo anticipa la unidad total de la ciudad celestial, «en la que reina la verdad, es la ley
de la caridad, y su duración es la eternidad» (San Agustín, Epíst.138, 3). (38)
La unidad en la Iglesia no se logrará en la confusión doctrinal o solamente en la búsqueda
de un mínimo denominador común. La unidad visible de los cristianos se fundamenta en
la verdad integral, comprendida en la riqueza doctrinal y en la caridad fraterna.
(36) JUAN PABLO II, Mensaje a España, Madrid 1982, 130. “Los Caminos del Apostolado Seglar”, homilía pronunciada en
Toledo.
(37) Cfr. Lc. 22, 23; FD.
(38) 0. R. 11-X-1992, 7.
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• Porque fue pedido con ocasión de celebrarse el vigésimo aniversario del Concilio
Vaticano II, en el Sínodo extraordinario de 1985.
El Catecismo ha incorporado las mejores aportaciones del Concilio en las más de mil citas
de aquella asamblea. Síntoma estadístico del espíritu conciliar que inspira las 702 páginas
(2.865 números) sólo superadas por las tres mil referencias bíblicas.
No hay un texto conciliar de cierto peso que no esté reproducido en el Catecismo desta-
cando principalmente entre ellos, los que hacen referencia a las cuatro Constituciones:
Lumen Gentium, sobre la Iglesia; Dei Verbum, sobre la divina revelación; Sacrosanctum
Concilium, sobre la sagrada liturgia; y Gaudium et Spes, sobre la Iglesia en el mundo ac-
tual.
Apuntamos algunas de las más importantes para demostrar esta riqueza conciliar.
El Concilio refleja una más clara conciencia por parte de la Iglesia: de ser «como un sa-
cramento, o sea, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo
el género humano».(41)
(39) Hemos visto su origen en el Sínodo Extraordinario conmemorativo de los veinte años de la clausura del Concilio. Se
elegió un aniversario conciliar como fecha de proclamación y de la Constitución Apostólica Fidei Depositum, está firmada
el 11 de octubre de 1992, a los 30 años justos de la apertura del Concilio.
(40) JUAN PABLO II, Carta a los sacerdotes, 7, 1993.
(41) LG 1.
(42) Cfr. LG 5.
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• La Iglesia se sabe congregada por Jesucristo, y es muy consciente de que ella misma
debe congregar a todos los pueblos en la unidad. (43)
Esta nueva autocomprensión de la Iglesia no podía por menos de hacerse notar en el Ca-
tecismo, principalmente al explicar el artículo de fe: Creo en la Santa Iglesia Católica (n.°
78 y ss) afirmando que la Iglesia no tiene otra luz que Cristo, luz de los pueblos como co-
mienza la Constitución Dogmática sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II.
• Dios movido por su bondad, se comunica a Sí mismo, habla de los hombres como
amigos, para invitarlos y recibirlos en su compañía.
• Dios se revela –se autocomunica, se entrega– a través de las obras que realiza en
la historia y de las palabras que, intrínsecamente ligadas a esas obras, las proclaman
y explican su misterio. La manifestación de Dios, que es la salvación del hombre,
resplandece en Cristo. El Espíritu Santo hace que los hombres puedan acoger la in-
vitación de Dios y vivir en comunión con Él. (45)
El Catecismo, sin llegar a ser un manual de misionología, ha dedicado una particular aten-
ción a la dimensión misionera, la cual «además de ser tratada explícita y específicamente
en diversos lugares del Catecismo, permea y anima todo el texto». (46)
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Y no podría ser de otra manera si se tiene en cuenta que la misión tiene su origen en la
«misión ad intra» en el seno de la Santísima Trinidad que se difunde de la vida íntima de
Dios, en la misión del Hijo, que por la fuerza del Espíritu Santo continúa en la Iglesia.
Esto se hace evidente en diversas partes del Catecismo al tener como núcleo central la
voluntad salvífica universal de Dios. El mandamiento de Cristo para comunicar el Evan-
gelio a todos los hombres. (47) Y al presentar una visión constructiva y abierta al diálogo
con las religiones no cristianas, siguiendo el modelo ofrecido por el documento conciliar
Nostra Aetate. Con un lenguaje sumamente conciso, pero también muy esmerado, el Ca-
tecismo describe el aprecio de la Iglesia por todo lo bueno y verdadero que puede en-
contrar en las diversas religiones. (48)
El Catecismo enseña con nitidez que la liturgia no es todo en la vida de la Iglesia pero es
para todo: es la fuente de las gracias, porque contiene el misterio pascual; y es la cumbre a
donde se encamina cuanto obramos como peregrinos en busca de la casa del Padre, como
bien claro lo explica el Concilio Vaticano II en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia. (49)
Así tenía que ser un catecismo del Concilio Vaticano II, porque desde que fue convocado
por Juan XXIII, fijó como principal tarea, la de conservar y explicar mejor el depósito pre-
cioso de la doctrina cristiana, con el fin de hacerlo más accesible a los fieles de Cristo y a
todos los hombres de buena voluntad(50). Hasta culminar en una llamada general de Juan
Pablo II de toda la Iglesia para emprender la «Nueva Evangelización».
Los Padres conciliares de Trento encargaron a S. Pío V el Catecismo Romano, los obispos
de este final del milenio pidieron al Papa Juan Pablo II un catecismo para renovar la vida
eclesial, deseada y promovida por el Concilio Vaticano II.
(47) Cfr. AG 1.
(48) Cfr. LG 16; NA 2; EN 53.
(49) SC 10.
(50) Cfr. FD 1.
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En efecto, los destinatarios del Catecismo, son los Obispos, los cuales en cierta manera
son también coautores del Catecismo, los especialistas de catequesis que lo adaptarán
a los diversos encuadres culturales, prestando siempre atención al Catecismo Universal,
los sacerdotes, los religiosos y religiosas, los seminaristas y catequistas laicos hombres
y mujeres.
(51) CT 53.
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Por muy exacto que sea un lenguaje en la catequesis, la imagen o la vivencia creada en el
oyente (dependiente de su entorno, como el lenguaje religioso lo es del entorno en que se
ha troquelado) tiene muy poco que ver con lo que él quiere transmitir, ¿Qué puede captar
un niño al que se explica celosamente que Dios es su Padre y que por otro lado vive en un
contexto familiar, la experiencia de un padre odioso, tirano, o simplemente ausente? ¿No
sería mejor en algunos casos y precisamente por fidelidad al mensaje, hablar de Dios como
Madre? No se trata de quedarse tranquilo porque se «ha explicado» una verdad determi-
nada. El problema consiste en asegurarse que el destinatario haya captado la vivencia fun-
damental de la paternidad de Dios, que trasciende la formulación misma adaptada.
El problema del lenguaje en la catequesis es el problema del modo adecuado de transmitir
la verdad, a este respecto me parece útil citar lo que afirma el Directorio General de Pas-
toral Catequética: «La catequesis se esfuerza por enseñar con plena fidelidad esta Palabra
de Dios: sin embargo, su misión no puede quedar restringida a la repetición de fórmulas
tradicionales, sino que pide que estas mismas fórmulas sean comprendidas y, donde sea
preciso, incluso expresadas fielmente de otra manera, con un lenguaje acomodado a la
capacidad de los oyentes».(52) No será fácil conjugar la búsqueda de un lenguaje adaptado
al hombre de hoy y la preocupación de no perder fórmulas y términos que la Iglesia ha
usado durante siglos, en la enseñanza de la catequesis, por fidelidad a la Palabra de Dios.
Nuestra tarea consiste en asegurar que el Evangelio sea proclamado en toda su integridad.
El Catecismo de la Iglesia Católica, pretende ser punto de referencia para la redacción de
catecismos nacionales y diocesanos.
No intenta suprimirlos, ni sustituirlos, ni mermarles importancia, sino nutrirlos y que sirvan
de cauce mediador, con su particular metodología y antropología, para anunciar a Cristo,
siempre El mismo y en todo lugar y tiempo.
Para disipar este temor se pueden citar las mismas palabras del Santo Padre Juan Pablo
II, quien al saludar a la Pontificia Comisión para la preparación del Catecismo se expresaba
así: «El Catecismo que estáis llamados a elaborar se coloca en el surco de la gran tradición
de la Iglesia, no para sustituir a los catecismos diocesanos o nacionales, sino a fin de que
sea para éstos «punto de referencia». No quiere ser, pues, un instrumento de aplastante
«uniformidad», sino una importante ayuda para garantizar «la unidad de la fe», que es
una dimensión esencial de aquella unidad de la Iglesia que surge de la unidad del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo». (53)
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En los últimos decenios se ha hecho un esfuerzo muy grande en redactar nuevos catecis-
mos para niños, adolescentes y adultos. La Iglesia no sólo no ha obstaculizado este es-
fuerzo, sino que frecuentemente lo ha estimulado, porque ha retenido y retiene que es
importante que, en cada ámbito cultural, exista una expresión autorizada de la fe católica,
en la cual todos los cristianos puedan encontrarse y que sirva, también, como punto de
referencia doctrinal para la formación catequética.
Es necesario comenzar una nueva etapa de adaptación respetuosa y fiel para los creyentes
y comunidades cristianas en nuestra pastoral catequética.
El Catecismo, en definitiva, está orientado a capacitar a los cristianos, a través del proceso
catequético pertinente, a que digan hoy la fe de la Iglesia.
Hace la entrega de la «regla de la fe» para que digan hoy esa fe, no de manera repetitiva,
anclada en un ayer, ni de una manera neutra, sino de una manera viva y concreta. Al hacer
la entrega de la fe en su lenguaje o lenguajes de ese sujeto histórico y concreto que los
dice, la Iglesia, el Catecismo, ni cae en la atemporalidad o en la abstracción ni se reduce
a un adoctrinamiento tendente a la afirmación numantina de la Iglesia en sus miembros
mediante el mandamiento de una uniformidad en sus doctrinas, en su lenguaje, en sus
comportamientos idénticos en todas las partes. Al contrario, esta entrega o «traditio» del
catecismo está destinada a personas concretas, que recibiendo lo «dado» en él, la «regula
fidei», en la situación concreta en que viven con toda la realidad cultural de nuestro
tiempo, puedan experimentar cómo la confesión cristiana sigue siendo hoy fuente de ins-
piración y de vida, de acción y de esperanza.
Con este texto referencial en las manos, instrumento válido, para la catequesis que reclama
la Nueva Evangelización, los Obispos, catequetas y teólogos del mundo entero tienen ahora
el reto de preparar los catecismos nacionales o diocesanos en la nueva cultura del presente
y «traducirlos» a sus propios lenguajes, para hacer una propuesta de la fe a los alejados y
confirmar en la fe a los ya creyentes, con una síntesis orgánica del mensaje cristiano.
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5. LA NUEVA EVANGELIZACIÓN EN
LA ESTRUCTURA DEL CATECISMO
DE LA IGLESIA CATÓLICA
Evangelizar ha sido siempre la actividad primordial de la Iglesia y lo seguirá siendo. De
ahí su preocupación constante por justificar esa tarea.
La Iglesia, tanto si mira al interior de sí misma, como si dirige su mirada a los alejados y no
creyentes, tiene el deber de evangelizar, esto es: «predicar y enseñar, ser canal del don de la
gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrifico de Cristo en la misa». (55)
La acción evangelizadora se apoya, radicalmente, en la misión que Cristo recibió del Padre
y confió a la Iglesia; nace de la fe eclesial y tiende a hacer a todos los hombres discípulos
de Cristo. La acción misionera deberá ir transformando en vida de Iglesia todo lo bueno
que encuentra en el corazón y en la mente de grupos humanos y de los pueblos.(56) A veces
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esta acción misionera deberá seguir un proceso lento, respetando etapas. Pero ha de plan-
tearse siempre el anuncio explícito de Jesucristo. (57) Mediante la acción misionera debe
llegar a todo hombre la llamada de Dios que interpela, convoca y urge a la conversión.
La catequesis es una de las etapas del proceso total de la evangelización que se articula
con las demás, pero no se confunde con ellas.
«Si es verdad que ser cristiano significa decir «sí» a Jesucristo, recordemos que este «sí»
tiene dos niveles: consiste en entregarse a la Palabra de Dios y apoyarse en ella, pero sig-
nifica también, en segunda instancia, esforzarse por conocer cada vez mejor el sentido
profundo de esa Palabra». (58)
Sin catequesis la acción misionera no tendría continuidad, ni raíces, sería superficial y con-
fusa. En nuestros días, la catequesis es urgente por la descristianización del mundo y por
la ignorancia religiosa. Sin la predicación y catequesis la Iglesia desaparece. (59)
Así se expresa Juan Pablo II en un texto con perspectiva de futuro: «Cuanto más capaz
sea, a escala local o universal, de dar la prioridad a la catequesis –por encima de otras
iniciativas cuyos resultados podrían ser más espectaculares–, tanto más la Iglesia encon-
trará en la catequesis una consolidación de su vida interna como comunidad de creyentes
y de su actividad externa como misionera. En este final del siglo XX Dios y los aconteci-
mientos, que son otras tantas llamadas de su parte, invitan a la Iglesia a renovar su con-
fianza en la acción catequética como una tarea absolutamente primordial de su
misión».(60)
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trascendente, la ruptura entre evangelización y cultura han servido para que el Papa Juan
Pablo II hable de una nueva evangelización. Estas fueron sus palabras dirigidas a los Obis-
pos del CELAM: «La conmemoración del medio milenio de Evangelización, tendrá su sig-
nificado pleno si es un compromiso vuestro como Obispos, junto con vuestro presbiterio
y fieles; compromiso no de reevangelización, pero sí de una evangelización nueva. Nueva
en su ardor, en sus métodos, en su expresión». (61) Capaz de adaptarse a las circunstancias
actuales y de aportar los nuevos desafíos del momento.
La evangelización posee siempre una carga antropológica grande. Aspira a tocar al hom-
bre en el centro de su vida, a hablar en el nivel más hondo de su existencia. (62) De ahí que
el Catecismo ni es teórico, abstracto o genérico, busca la persona en el santuario de su
conciencia.
Se deberá, por tanto, salvaguardar la integridad de los contenidos, de los enunciados, pero
se deberá también satisfacer aquellas exigencias radicales que dimanan de los mismos
para responder a las interpelaciones de los hombres de nuestro tiempo. De aquí el deber
de «leer» e «interpretar» el Evangelio a la luz de los signos de los tiempos. El Evangelio
ha sido, sí, anunciado por Cristo una vez para siempre; pero su comprensión por parte de
la Iglesia crece con el influjo del Espíritu, con el estudio, con la reflexión, la oración y, sobre
todo, con la predicación de sus pastores.
Nuestra situación de evangelizadores presenta una cierta semejanza con la de San Pablo
que emprendió el anuncio del Evangelio en el mundo pagano, griego y latino, y debió en-
(61) Cfr. B. RODRÍGUEZ, La Nueva Evangelización. Madrid, 1991, 58-59. JUAN PABLO II, Viaje Apostólico a Centroamé-
rica, Madrid, 1983, 209. Alocución a los Obispos de CELAM en Haití, 9 de marzo de 1983, 209.
(62) Cfr. R. BLÁZQÚEZ, Iniciación cristiana y nueva evangelización. Bilbao, 1992, 41-43.
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frentar enormes problemas que no se habían planteado a los cristianos provenientes del
mundo hebreo. (63)
En las actuales circunstancias en las que la nueva evangelización se dirige tanto a los que
no tienen fe para anunciarles a Jesucristo como a los creyentes bautizados para que su fe
se robustezca, la Iglesia es urgida a una acción de talante misionero que afecta directa-
mente a la catequesis. «La catequesis debe a menudo preocuparse no sólo de alimentar
y enseñar la fe, sino suscitarla continuamente con la ayuda de la gracia, a abrir el corazón,
de convertir, de preparar una adhesión global a Jesucristo». (64)
De ahí que se afirme que el Catecismo de la Iglesia Católica «es ofrecido a todo hombre
que nos pida razón de la esperanza que hay en nosotros (Cf. 1 Pe. 3,15)». (65)
(63) Cfr. C. SEPE, Un dono per oggi, il Catechismo della chiesa Cattolica, in: Catechesi e nuova evangelizzasione verso il
terzo millenmio, Milano, 1993, 13-28.
(64) CT 19; cf. EN 56, DGC 18, CC 48-55, RM 37-38.
(65) FD 4.
(66) Cfr. JUAN PABLO II, Homilía en Veracruz, Méjico, 7-V-90, O. R. 15-V-1990.
(67) EN 22.
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Para evitar equívocos conviene precisar que el Catecismo no se propone llevar a cabo una
puesta al día del Evangelio, porque el Evangelio en sí mismo es siempre actual. El cate-
cismo tampoco puede sustituirlo; pero el Evangelio y el Catecismo están unidos. «El Evan-
gelio en su actualidad es permanente e insuperable y el catecismo en su función humilde
y necesaria de adherirse a la contingencia histórica que por ser irremediablemente efí-
mera y por consiguiente fatalmente destinada a pasar, renace continuamente exigiendo
con ocasión de los cambios históricos su puesta al día». (68)
Sólo el Catecismo puede envejecer, nunca el Evangelio. El Catecismo se volverá escribir
periódicamente a lo largo de la historia, sin embargo el Evangelio nunca se podrá volver
a escribir de nuevo.
El Catecismo mantiene una estructura histórico-salvífica en la que destaca la iniciación
de Dios en Cristo: el símbolo y los sacramentos, y en segundo lugar la respuesta del hom-
bre a la condescendencia divina: los mandamientos y la oración dominical.
Se inspira en el Catecismo de Trento y se articula en cuatro «pilares»: «la profesión de la
fe bautismal (el símbolo), los sacramentos de la fe, la vida de la fe (los mandamientos), la
oración del creyente (el Padre Nuestro). (69) Pone de relieve la interrelación y la influencia
mutua de sus cuatro partes, mostrando así la unidad del nuevo catecismo, fundada en la
«admirable unidad del misterio de Dios (70) y la «novedad» según la cual, al mismo tiempo
que se es fiel al Evangelio de Cristo, se es fiel a la capacidad de comprensión y a la sensi-
bilidad humana y religiosa del hombre actual. Al final de cada unidad temática, se resume
en breves fórmulas sintéticas y memorizables lo esencial de la enseñanza.
(68) C. M. MARTINI en O. R. 29-I-1993, 10. El Catecismo responde a una necesidad de la Iglesia y del mundo de hoy.
(69) Cfr. Prólogo 14-17.
(70) FD 3.
(71) MDP 8.
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Es la parte más extensa del Catecismo. Se articula en torno a dos núcleos: ¿Qué es creer?
¿Qué creemos?
Para explicarnos lo que significa creer, el Catecismo nos propone tres puntos de referencia.
1) El hombre es «capaz» de Dios; está abierto por naturaleza al encuentro con Él.
Religioso por naturaleza, el hombre se interroga por Dios y le busca. En esta bús-
queda encuentra unas vías de acceso al conocimiento de Dios: el mundo y el hom-
bre mismo (nº 26-56).
2) Además del conocimiento de Dios que el hombre puede alcanzar mediante la luz
de su razón hay otro orden de conocimiento que el hombre no puede alcanzar por
sus propias facultades, el de la Revelación Divina. La Iglesia enseña que Dios se ha
manifestado a los hombres no sólo mediante la creación, sino también mediante
acciones y palabras.
El catecismo describe las etapas de esta revelación que constituye la historia de la
salvación. Con Cristo la revelación divina está completada, aunque su comprensión
se irá desarrollando a través de los siglos a la luz de la fe cristiana iluminada por el
Espíritu Santo (nº 50-141).
La obra del Credo está presentada simbólicamente en el Génesis como una se-
cuencia de seis días «de trabajo» divino que termina en el «reposo» del día séptimo
(Gn 1.). No la descripción literal, sino las verdades que el texto sagrado nos trans-
mite son las que están conectadas con la fe cristiana en la creación.
3) La respuesta del hombre a Dios que revela, es la fe por la que el creyente somete
su inteligencia y su voluntad a Dios (nº 142-184). La Iglesia es la primera que cree
y así conduce, alimenta y sostiene nuestra fe. ¿Qué creemos?
Lo que creemos los cristianos está explicitado en las fórmulas o síntesis breves de
fe, llamados Credo o Símbolo de la Fe.
En su exposición de la fe el Catecismo sigue el Credo de los Apóstoles o Símbolo de fe
trinitario.
El NT atestigua en diferentes lugares que la Iglesia Apostólica desde su inicio y misión a
partir del Pentecostés del Espíritu anuncia a Jesús Resucitado como el Crucificado por
nuestros pecados. Bautiza «en su nombre» para el perdón de los pecados, confiere la gra-
cia justificante y santificante con el don del Espíritu Santo e incorpora a la Iglesia, de este
mismo proceso de «conversión» y de «bautismo», pertenece por tanto a la confesión de
fe o credo como el sacramento y sentido del bautismo en Cristo.
El Catecismo expone cómo se ha ido verificando la revelación de Dios como Trinidad y
formulación conciliar del dogma trinitario.
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Si bien muchas religiones invocan a Dios como «padre de los dioses y de los hombres» e
Israel reconoce a Dios como «padre de los pobres» (Sal. 68,6), ha sido Jesús el que ha re-
velado que Dios es «Padre» en un sentido nuevo: no sólo como creador, sino en relación
a su Hijo (Mt. 11,27), el Verbo hecho hombre, Dios como Él, según enseña San Juan (Jn.
1,1). En todo caso, en el lenguaje de la fe, el término Padre no tiene ninguna connotación
sexual. Dios trasciende la disminución humana de los sexos, puntualiza el catecismo. No
es hombre o mujer, es Dios (nº 239).
Aborda el tema el proceso a Jesús afirmando que los judíos no son responsables colecti-
vamente de la muerte de Jesús (nº 697), aludiendo al Decreto Nostra Aetate del Concilio
Vaticano II, para tender una mano ecuménica a los judíos y se suprimen los adjetivos ofen-
sivos con los que se les asignaba.
La muerte de Cristo es calificada como obediencia al designio salvífico (nº 599) y expre-
sión suprema de ofrenda al Padre por el sacrificio único y definitivo que devuelve la co-
munión con Dios (nº 613).
Sin olvidar las causas históricas, destaca la dimensión teológica de la muerte salvadora
de Cristo por nuestros pecados, como se revela y explica en el Nuevo Testamento, espe-
cialmente en San Pablo y en la carta a los Hebreos.
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En cuanto a la segunda venida, se afirma que Cristo vendrá para llevar a cabo la victoria
definitiva, del bien sobre el mal (n° 681).
Finalmente bajo el epígrafe «Creo en el Espíritu Santo» (n° 683-1.065), el Catecismo des-
arrolla los siguientes contenidos de nuestra fe:
El Catecismo expone con claridad la distinción personal del Espíritu Santo respecto al
Padre y al Hijo en la unidad del Dios Vivo.
Es muy positiva la vinculación del Espíritu Santo con la Iglesia y la escatología, y responde
a una perspectiva antigua de la tradición cristiana.
Resalta que la Iglesia no es para sí misma, sino para el servicio de la humanidad. Esta Igle-
sia es todo el pueblo de Dios, está jerarquizada, pero la jerarquía está en el corazón no
en la cúspide. Es un pueblo sacerdotal profético y real (n° 783).
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presentaban el cielo como «el conjunto de todos los bienes sin mezcla de mal alguno», y
definía el infierno como «el conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno».
El hombre es suficientemente libre como para negarse hasta el final al perdón y al amor
salvador de Dios. Hoy más que nunca se precisan cristianos con una fe adulta. La nueva
evangelización exige crecer como creyentes y «autoevangelizarse para evangelizar».(72)
Esta evangelización tendrá fuerza renovadora en la fidelidad a la Palabra de Dios, su lugar
de acogida en la comunidad eclesial, su aliento creador en el Espíritu Santo, que crea en la
unidad y en la diversidad, alimenta la riqueza carismática y ministerial y se proyecta al mundo
mediante el compromiso misionero de la verdadera fe. El Credo como el último libro.
El Catecismo enseña:
Nº 1061 El Credo, como el último libro de la Sagrada Escritura (cf Ap 22, 21), se termina
con la palabra hebrea Amen. Se encuentra también frecuentemente al final de las ora-
ciones del Nuevo Testamento. Igualmente, la Iglesia termina sus oraciones con un Amén.
Nº 1062 En hebreo, Amen pertenece a la misma raíz que la palabra "creer". Esta raíz
expresa la solidez, la fiabilidad, la fidelidad. Así se comprende por qué el "Amén" puede
expresar tanto la fidelidad de Dios hacia nosotros como nuestra confianza en Él.
(72) Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis. Catequesis de Adultos. Orientaciones pastorales, n.° 30 Madrid, Ed. Edice 1991.
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Cada uno de los siete sacramentos es medio eficaz de la gracia, que desde el Padre a
través de Cristo con la fuerza del Espíritu Santo y por el ministerio de la Iglesia llega al
hombre para divinizarlo y darle la prenda de la gloria futura.
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«Lo principal que pasa cuando celebramos un sacramento -escribe el profesor Aldazábal-
no es que así cumplimos un deber o realizamos algo que pide nuestra religiosidad o nues-
tra paz espiritual. Lo que pasa es, sobre todo, que Dios Padre nos quiere comunicar su
amor., su perdón, su palabra, su salvación. Y siempre lo hace por medio de su Hijo Jesús y
de su Espíritu Santo. (76)
El orden de los sacramentos no es arbitrario; están agrupados en tres unidades: los tres
de la iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía), los dos sacramentos de la
curación o sanación (la Penitencia y la Unción de Enfermos) y, finalmente, los dos sacra-
mentos que están al servicio de la comunidad eclesial y misión de los fieles (el Orden y
el Matrimonio).
Tras explicar el nombre de este sacramento y las prefiguraciones que hay en el Antiguo
Testamento (Creación, Noé, Mar Rojo, Bautismo en el Jordán), nos recuerda la importancia
del catecumenado postbautismal, necesario no sólo para lograr una «instrucción poste-
riori al Bautismo, sino del desarrollo necesario de la gracia bautismal en el crecimiento
de la persona. Es el momento propio de la catequesis» (n° 1.231).
El Catecismo enseña:
(76) Cfr. J. ALDAZÁBAL, La liturgia y los sacramentos en el Nuevo catecismo, SINITE, n.° 103 Mayo-Agosto 1993, 355-374.
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obras» (n° 1.285). La tradición latina pone como punto de referencia para recibir la Con-
firmación «la edad del uso de razón (n° 1.307), reconociendo que no hay que confundir la
edad adulta de la fe con la edad adulta del crecimiento natural y niega que la gracia bau-
tismal necesite ser ratificada para hacerse efectiva (n° 1.308). No es un sacramento para
minorías selectas sino que está destinado a todos los creyentes y ha de considerarse en
el contexto de la iniciación cristiana.
El Catecismo enseña:
Es el sacrifico de la Cruz, donde se hace presente Cristo por el poder de su Palabra y del
Espíritu Santo (alusión a la consagración y epíclesis) y nos invita a recibirle como alimento
(n° 1.322-1.419).
El Catecismo enseña:
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Nº 1324 La Eucaristía es "fuente y culmen de toda la vida cristiana" (LG 11). "Los demás
sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado,
están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene
todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua".
Explica el tema de las indulgencias como extensión de los efectos del sacramento y des-
taca que la confesión individual seguida de la absolución es el único medio ordinario para
la reconciliación con Dios y con la Iglesia (n° 1.497). Cuando así lo requieran las circuns-
tancias, existen otras formas de celebración (n° 1.483).
El Catecismo enseña:
El Catecismo enseña:
Nº 1499 "Con la sagrada unción de los enfermos y con la oración de los presbíteros,
toda la Iglesia entera encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado para
que los alivie y los salve. Incluso los anima a unirse libremente a la pasión y muerte
de Cristo; y contribuir, así, al bien del Pueblo de Dios" (LG 11).
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Hay que considerar este sacramento como todos en cuanto a ejercicio concreto de la con-
dición que tiene la Iglesia de ser sacramento universal de salvación. Lo mismo que el ma-
trimonio, son sacramentos que no se acaban en sí mismos como gracia o beneficio
personal, aunque también son esto, sino que se dirigen al bien de toda la Iglesia y, aún
más, de la humanidad (nº 1.590-1.600).
El Catecismo enseña:
El Catecismo enseña:
Nº 1601 "La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí
un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los
cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro
Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados" (CIC can. 1055, §1)
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En verdad los sacramentos son «como fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo siempre
vivo y vivificante» (n° 1.116).
Sería también erróneo pensar que hay cinco sacramentos individuales y dos sociales: todo
sacramento toca lo más íntimo de la persona, su relación con Dios, su santificación y la
prenda de su glorificación; y tiene a la vez una dimensión social, una relación especial con
la eclesialidad, con la vida en el cuerpo visible de Cristo que es la Iglesia. En efecto, la ini-
ciación cristiana no es sólo un acontecimiento que mire a la persona en una misión exclu-
sivamente individual: el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía introducen en la Iglesia,
fortalecen la pertenencia a ella, fundan el espíritu apostólico y misionero, y confieren la
unidad de la fe por el don del Espíritu y por la transformación en Cristo. La Penitencia no
sólo sana al cristiano espiritualmente enfermo, sino que, al devolverle la gracia, lo conduce
a la situación eclesial normal. La Santa Unción, al confortarlo en su dolencia física, lo asocia
al ministerio de la salvación que se realiza y se vive en la Iglesia. Desde otro ángulo, el
Orden y el Matrimonio no sólo tiene una vertiente social y comunitaria, sino que consti-
tuyen fuentes de gracia y de santidad personales para el cristiano que es llamado por Dios
a vivir en el estado de ministro de la Iglesia o en el de cónyuge cristiano.
La doctrina sobre los sacramentos está íntimamente relacionada con la vida moral y la
conducta evangélica de los discípulos de Jesús, es una consecuencia del ser cristiano. El
Catecismo debe ser leído como un todo orgánico ya que es como un tejido entrelazado
en que unas hebras dan sentido y firmeza a las otras. (78)
63 ■
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los tiempos de los Apóstoles se ha proclamado el Evangelio para que los creyentes pu-
dieran celebrar la Eucaristía con sentido. Cuando Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi se
refiere a la fuerza evangelizadora de los sacramentos, afirma que, «la finalidad de la
evangelización es precisamente educar en la fe de tal manera que conduzca a cada cris-
tiano a vivir y no a recibir de modo pasivo o apático los sacramentos como verdaderos
sacramentos de la fe». (79)
Toda la segunda parte del Catecismo expone cómo la salvación de Dios se hace presente
en las acciones de la Liturgia de la Iglesia particularmente en los siete sacramentos.
Estas palabras prográmaticas con las que comienza la tercera parte del catecismo titulada
La vida en Cristo, nos indican en resumen la esencia de la ética cristiana expuesta a lo
largo de todo el catecismo.
Este título señala el valor universal a la vida del cristiana que no se reduce a mera práctica
o cumplimiento de unas normas, sino que la persona humana creada a imagen y seme-
(79) EN 47.
(80) SC 2-10.
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• Las virtudes. Hay cuatro virtudes que desempeñan un papel fundamental en el com-
portamiento moral: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. Las virtudes
teologales disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad y
son: la fe, la esperanza y la caridad (nos 1.803-45, 2.087-94).
• El pecado. Comienza con una presentación positiva, y concreta que junto con la
orientación eminentemente cristológica, subraya la misericordia y la redención (n°
1.846-48). Es una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna. Es una
ofensa a Dios, una desobediencia a Dios contraria a la obediencia de Cristo a su
Padre. Es mortal o venial. No hay límites a la misericordia de Dios; únicamente,
quien blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón nunca (Mc. 3,29).
Otro apartado de esta sección está dedicado a la comunidad humana: la persona y la so-
ciedad, participación en la vida social, la justicia social, ley moral, gracia y justificación y
la Iglesia Madre y educadora. Los pastores de la Iglesia ejercen ordinariamente su magis-
terio en materia moral en la catequesis y en la predicación sobre la base del Decálogo,
que enuncia los principios de la vida moral válidos para todo hombre (nº 1.877-2.051).
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El análisis de cada uno de los mandamientos explicitan la respuestas del amor que el hom-
bre está llamado a dar a su Dios. Cada uno de los mandamientos se sitúa en la perspectiva
global que permite comprender y captar todas sus explicaciones, en particular en lo que
se refiere al testimonio del cristiano en la sociedad de hoy.
«Yo soy el Señor tu Dios «Yo soy el Señor, tu Dios, «Yo soy el Señor tu
que te ha sacado del país que te ha sacado de Dios:
de Egipto de la casa de Egipto, de la servidumbre.
servidumbre.
No habrá para ti otros dio- No habrá para ti otros dio- 1. Amarás a Dios
ses delante de mí. No te ses delante de mí. sobre todas las cosas.
harás escultura ni imagen
alguna, ni de lo que hay
arriba en los cielos, ni de lo
que hay abajo en la tierra.
No te postrarás ante ellas
ni les darás culto, porque
yo el Señor, tu Dios, soy un
Dios celoso, que castigo la
iniquidad de los padres en
los hijos, hasta la tercera
generación de los que me
odian,y tengo misericordia
por millares con los que
me aman y guardan mis
mandamientos.
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Recuerda el día del sá- Guardarás el día del sá- 3. Santificarás las fiestas.
bado para santificarlo. Seis bado para santificarlo.
días trabajarás y harás
todos tus trabajos, pero el
séptimo es día de des-
canso para el Señor, tu
Dios. No harás ningún tra-
bajo, ni tú, ni tu hijo ni tu
hija ni tu siervo ni tu sierva,
ni tu ganado, ni el foras-
tero que habita en tu ciu-
dad. Pues en seis días hizo
el Señor el cielo y la tierra,
el mar y todo cuanto con-
tienen, y el séptimo des-
cansó; por eso bendijo el
Señor el día del sábado.
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Nº 2083 Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios en estas palabras: “Ama-
rás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt
22, 37; cf Lc 10, 27: “...y con todas tus fuerzas”). Estas palabras siguen inmediatamente
a la llamada solemne: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor” (Dt 6,
4). Dios nos amó primero. El amor del Dios Único es recordado en la primera de las
“diez palabras”. Los mandamientos explicitan a continuación la respuesta de amor
que el hombre está llamado a dar a su Dios.
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El Catecismo enseña:
Con el cuarto mandamiento se inicia la tabla de exigencias del amor al prójimo sin el cual
no se cumple el precepto de amor a Dios.
En este mandamiento se recogen los derechos y los deberes de los miembros de la fa-
milia entre sí y con respecto a la sociedad, así como la sociedad hacia la familia. Pero
no sólo concierne al grupo familiar, sino que el cuarto mandamiento también incumbe
a los alumnos con respecto a los profesores, a los empleados con respecto a sus gober-
nantes y a su patria.
Los padres deben ser conscientes de que ellos son los primeros responsables de la edu-
cación de sus hijos y de que un aspecto esencial de esa educación es el concerniente a la
fe. Deben respetar la vocación de los hijos, procurando inculcarles que la primera obliga-
ción del cristiano es seguir a Jesús; de ahí que no se conciba en una familia cristiana poner
obstáculos a la vocación sacerdotal o religiosa de los hijos cuando ésta se presente.
En cuanto a la autoridad pública, ésta tiene el deber de respetar los derechos fundamen-
tales de la persona humana y procurar las condiciones necesarias para que esos derechos
puedan ejercerse. Los ciudadanos, por su parte, deben trabajar y cooperar con los poderes
civiles para la construcción de una sociedad justa, libre y solidaria. Una exigencia práctica
de todo eso es el pago de los impuestos, así como el ejercicio del derecho de voto y la
defensa del propio país. Se invita también a los políticos que, en la medida de las posibi-
lidades de sus naciones, permitan la entrada en ellas de emigrantes procedentes de re-
giones más pobres o necesitadas.
Sin embargo el ciudadano «tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones
de las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden
moral, de los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio»
(n° 2.242).
La «resistencia a la opresión del poder político» podrá incluso servirse de las armas siem-
pre que se reúnan las siguientes condiciones: violaciones ciertas, graves o prolongadas
de los derechos fundamentales; haber agotado ya todos los demás recursos; no provocar
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con la violencia desórdenes peores; que sea imposible prever razonablemente soluciones
mejores (n° 2.243).
La Iglesia que no se confunde con la comunidad política y que respeta y promueve la li-
bertad política, reclama para sí el derecho de pronunciar «un juicio moral incluso sobre
cosas que afectan al orden político cuando lo exijan los derechos fundamentales de la
persona o la salvación de las almas» (n° 2.246). Más aún, la Iglesia invita a los políticos a
basar las leyes en la Verdad revelada en Cristo, y advierte que la historia ha demostrado
reiteradamente que cuando esto no se hace así, se corre el riesgo de devenir en dictaduras
totalitarias de uno u otro signo.
El Catecismo enseña:
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mento de la concepción» (n° 2.270). Se recuerda que «la colaboración formal» con el
aborto está sancionado con la excomunión. La eutanasia y el suicidio también son con-
templados en el mismo capítulo.
Después de contemplar los derechos no del cuerpo, sino del espíritu, como el honor, se
habla del escándalo y del derecho a la salud. Se aconseja evitar «toda clase de excesos, el
abuso de la comida, del alcohol, de tabaco y de las medicinas (n° 2.290), se condena el
uso de la droga, calificándolo de «falta grave»; «la producción clandestina y el tráfico de
drogas son prácticas escandalosas» (n° 2.291).
Termina la explicación del mandamiento con el tema de la paz. La tesis de base es que
hay que evitar la guerra y para ello se establecen unas estrictas condiciones para la guerra
justa, semejantes a las de la defensa personal con el añadido de que los medios modernos
de destrucción tienen tal capacidad que deben valorarse con mucha precisión el uso de
los mismos.
Siempre hay que recurrir a medios no sangrientos cuando pueden éstos resolver verda-
deramente la situación.
Se reconoce a los poderes públicos el derecho y el deber de imponer a los ciudadanos las
obligaciones necesarias para la legítima defensa, y se califica a los militares de «servidores
de la libertad y de la seguridad de los pueblos (n° 2.310), se advierte también que «la ca-
rrera de armamentos no asegura la paz (n.° 2.315), y se critica «la producción y el comercio
de armas» (n° 2.316).
El Catecismo enseña:
Nº 2258 “La vida humana ha de ser tenida como sagrada, porque desde su inicio es
fruto de la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con
el Creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su
término; nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de
modo directo a un ser humano inocente” (Congregación para la Doctrina de la Fe,
Instr. Donum vitae, intr. 5).
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Los pecados contra la castidad son la lujuria, la masturbación -por primera vez se admiten
atenuantes de ella, que pueden llegar a anular la culpabilidad moral-, la fornicación, la
pornografía...
En cuanto al amor de los esposos, las relaciones sexuales entre ellos se califican de «signo
de la comunión espiritual» y por lo tanto algo positivo y santo, aceptando que la sexuali-
dad es por sí misma positiva en cuanto que es «fuente de alegría y de agrado» (n° 2.362).
Sobre el control de la natalidad se dice que los esposos «pueden querer por razones jus-
tificadas espaciar los nacimientos de sus hijos» a la vez que deben asegurarse de que su
deseo no proceda del egoísmo sino que esté conforme con la «justa generosidad de una
paternidad responsable». Para conseguir ese control de natalidad se recomienda la con-
tinencia periódica o los métodos naturales, y se califican de «íntrinsicamente malos» a
todos los demás (n° 2.370).
Se aceptan los métodos dirigidos a vencer la esterilidad excepto aquéllos que introducen
un elemento extraño a la pareja -inseminación y fecundación artificiales homólogas, ca-
lificadas de «gravemente deshonestos» (n° 2.376)-, mientras que los que tienen lugar en
el seno de la pareja -inseminación y fecundación artificiales homólogas- son «menos per-
judiciales», aunque siguen siendo moralmente reprobables (n° 2.377).
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Por último, se tipifican «las ofensas a la dignidad del matrimonio, adulterio, divorcio –«el
cónyuge casado de nuevo se encuentra en situación de adulterio público y permanente»–
, poligamia, unión libre e incesto. En cuanto a las relaciones prematrimoniales, se consi-
deran ilegítimas puesto que el amor «no conoce el ensayo y la prueba».
El Catecismo enseña:
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El Catecismo enseña:
El octavo mandamiento prohibe falsear la verdad en las relaciones con el prójimo. El cris-
tiano no puede olvidar que Dios es la fuente de la Verdad y que Cristo es la Verdad y el
Espíritu Santo nos ha de llevar hasta la verdad completa (n° 2.464-66).
La gravedad de la mentira se mide según la naturaleza de la verdad que deforme, las cir-
cunstancias, las intenciones del que la comete y las consecuencias que acarrea para las víc-
timas. En sí es sólo un pecado venial, pero se hace mortal cuando hiere gravemente la virtud
de la justicia y de la caridad. Todo este tipo de faltas lleva consigo el deber de reparación.
Un capítulo dentro de este mandamiento está dedicado al respeto de la verdad en los medios
de comunicación. Existe el deber de evitar el escándalo y los profesionales tienen el derecho
de guardar en secreto aquello que han conocido en virtud de su trabajo, salvo en el caso de
que el secreto cause un daño más grave al que lo ha confiado, el que lo ha recibido o a un
tercero. El secreto de confesión es sagrado y no puede ser violado bajo ningún concepto.
Los medios de comunicación tienen una importantísima misión social, que ejercerán siem-
pre que sirvan a la verdad sin ofender a la caridad, evitando a toda costa la difamación (n°
2.493-99).
Se ha introducido en este mandamiento lo concerniente al «arte sacro», que debe ser esti-
mulado y protegido como testimonio de la verdad y la belleza que procede de Dios y que
en Dios encuentra su plenitud. Es sorprendente por inesperadas las hermosas alusiones al
respeto y cultivo de la belleza, tan vinculada tradicionalmente a la verdad y a la bondad.
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El Catecismo enseña:
Los dos últimos mandamientos, tan olvidados frecuentemente por la catequesis y la pre-
dicación de la Iglesia, ofrecen una espléndida ocasión para subrayar las dimensiones de
la totalidad e interioridad de la ética cristiana.
El noveno mandamiento invita a la purificación del corazón, en el cual está la sede de la
personalidad moral. El combate por la pureza se libra, con la gracia de Dios, mediante «la
virtud y el don de la castidad»; a través de «la pureza de intención», por la cual el bautizado
intenta cumplir en cada acción la voluntad de Dios; «por la pureza de la mirada», que
ayuda a controlar la imaginación y rechaza todo pensamiento impuro; y «mediante la ora-
ción» (n.° 2.520).
La pureza exige el pudor, que es parte integrante de la virtud de la templanza, y que pre-
serva la intimidad de la persona; el pudor es modestia y debe inspirar la elección del ves-
tido, sin que el Catecismo diga nada en particular contra ninguna moda.
El Catecismo enseña:
No se viola este mandamiento por desear cosas que pertenecen al prójimo, siempre que
los medios que se quieran emplear para conseguirlas sean justos.
La envidia se califica un «pecado capital» (n° 2.539), designa la tristeza que se experimenta
ante el bien ajeno y el deseo inmoderado de apropiárselo. Cuando se desea un mal grave
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Este apartado del Catecismo ha sido desde su elaboración el que más sugerencias y en-
miendas recibió por parte de las personas e instituciones consultadas.
Sin duda alguna que el Catecismo nos ofrece en muchos aspectos una moral totalmente
renovada, como puede ser el título que orienta todo el contenido de este apartado: La
vida en Cristo. La moral del nuevo Catecismo está en el seguimiento de Jesús para decir-
nos que «el seguimiento de Cristo implica cumplir los mandamientos» (n.° 2.232).
Por ello, nada más lejos de la ley nueva que la ley jurídico normativa. Las leyes y normas
del comportamiento del hombre renovado no son algo externo y amenazador escrito en
tablas de piedra, sino que se rige desde el misterio humano de «ser capaz» de Dios y de
la llamada a la comunión y desde el Espíritu que la renueva y vivifica sin incapacitarlo.
(81) Ch. SCHÓNEORN, Les criteres de redaction du catechisme de l'Eglise catolique en: NRT 115 (1993) 167-68.
(82) J. RATZINGER: O. R. 11-XII-1992, 9, EN PRESENTACIÓN OFICIAL...
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Las nuevas situaciones exigen nuevos caminos para la evangelización. «Así la nueva evan-
gelización exige la conversión pastoral de la Iglesia. Tal conversión debe ser coherente
con el Concilio. Lo toca todo y a todos: en la conciencia y en la praxis personal y comuni-
taria, en las relaciones de igualdad y de autoridad: con estructuras y dinamismo que hagan
presente cada vez con más claridad a la Iglesia, en cuanto signo eficaz, sacramento uni-
versal de salvación». (83)
Toda la exposición moral recupera los mandamientos de la ley nueva del Espíritu y orienta
principalmente la descripción de la ley hacia la perfección exigida por la vida en Cristo.
Es la parte más breve del Catecismo. Se desarrolla en torno a dos ejes o secciones:
Los salmos alimentan y expresan la oración del pueblo de Dios. El Salterio es el libro en
que la Palabra de Dios se convierte en oración del hombre. (nos 2-587).
Desde Pentecostés la comunidad cristiana practica la oración. Las formas de oración que
vive la Iglesia son: la bendición y la adoración, la oración de petición, la oración de inter-
cesión, la oración de acción de gracias y de alabanza.
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Hay páginas bellísimas de teología narrativa sobre la oración vocal, mental, y la oración
contemplativa y silenciosa «símbolo del mundo venidero» o «amor silencioso» con pala-
bras de San Juan de la Cruz (n° 2.717).
La oración vocal es «la oración por excelencia de las multitudes por ser exterior y plena-
mente humana» (n° 2.704).
Es la primera expresión del corazón orante. Dado que la naturaleza humana está com-
puesta de cuerpo y espíritu, experimentamos la necesidad de «traducir exteriormente
nuestros sentimientos» (n° 2.702).
Las palabras de la contemplación no son discursos, sino «ramillas que alimentan el fuego
del amor» (n° 2.717).
Las otras formas son expresiones complementarias de la oración porque tienen la misma
raíz: «el recogimiento del corazón» (n° 2.699).
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La batalla espiritual requiere que no se considere a la oración como una simple apelación
psicológica o puro esfuerzo de concentración, la oración es también acción del Espíritu
Santo (n° 2.726).
La oración cristiana, unida a la de Jesús, es siempre eficaz, según los designios de Dios y
es una necesidad vital para el cristiano orar continuamente y es inseparable de la vida
cristiana.
La «oración sacerdotal» de Jesús (Cfr. Jn. 17) recapitula, toda la economía de la creación
y de la salvación. Inspira las grandes peticiones del «Padre Nuestro», la más perfecta de
las oraciones (n° 2.774), que también se llama «oración dominical» porque nos viene del
Señor Jesús, Maestro y Modelo de nuestra oración (n° 2.775).
Estamos ante un jugoso y completo «tratado» sobre la oración cristiana que culmina con
un rico comentario al Padre Nuestro inspirado en los Santos Padres.
Esta cuarta parte sobre la oración, resume en cierto modo las otras partes precedentes,
el mismo misterio de Cristo profesado en la fe, celebrado en la liturgia y vivido en el Es-
píritu Santo es interiorizado en la oración personal en comunión con la Iglesia. De ahí la
importancia de la oración en toda la historia de la salvación, en la liturgia y en la vida de
los santos.
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Sin una capacidad de contemplación y oración la liturgia que es acceso a Dios, a través
de signos se convierten en acción carente de profundidad.
La oración es inseparable sin la vida de la fe. Si creemos, se nos concede esperar, y puesto
que creemos y esperamos, podemos amar. «Quien reza de forma consciente el Padre
Nuestro «se compromete» con el Evangelio: no puede en efecto, dejar de aceptar las con-
secuencias que para la propia vida se derivan del mensaje evangélico, del cual la «oración
del Señor» es la expresión más auténtica». (86)
La cuarta parte del Catecismo, sin perder la relación con las otras, partes y formando uni-
dad armónica con la misma, tiene un talante más vital, experencial y psicopedagógico que
los otros grandes núcleos de la fe, el credo, los sacramentos y la moral.
El Catecismo enseña:
Nº 2745 Oración y vida cristiana son inseparables porque se trata del mismo amor
y de la misma renuncia que procede del amor. La misma conformidad filial y amorosa
al designio de amor del Padre. La misma unión transformante en el Espíritu Santo
que nos conforma cada vez más con Cristo Jesús. El mismo amor a todos los hombres,
ese amor con el cual Jesús nos ha amado. “Todo lo que pidáis al Padre en mi Nombre
os lo concederá. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros” (Jn 15, 16-17).
(86) JUAN PABLO II, Audencia General. 23-IX-1992, en: Eclesia n.° 2.603, 24-X-1992, 37.
(87) J. CORBON, La oración en la vida cristiana. O. R. 2-VII-1993, 10.
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6. LO ANTIGUO Y LO NUEVO EN
EL CATECISMO
El Catecismo contiene cosas nuevas y cosas antiguas, pues la fe siendo siempre la misma,
es fuente constantemente de luces nuevas. Es la misma e inalterable fe de la Iglesia pero
el modo de exponerla aparece nuevo.
El nuevo Catecismo nos ofrece una visión de la moral en clave de felicidad, cuando pre-
senta las Bienaventuranzas como la respuesta a la pregunta moral sobre la felicidad y
búsqueda que expone seguidamente (nº 1.718 y ss.).
Se cuida de no contraponer una «moral de los Mandamientos» y una «moral de las Bien-
aventuranzas». Por el contrario, muestra la vigencia actual del Decálogo que Cristo interio-
rizó, radicalizó y llevó a su consumación en el doble mandamiento del amor de Dios y del
prójimo y en las exigencias morales contenidas en el mensaje de las bienaventuranzas.
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A este respecto, conviene recordar «el carácter unitario de la ética cristiana que mantiene
una continuidad real que va desde las normas morales inscritas en el corazón del hombre
hasta los imperativos más radicales de la vida cristiana». (88)
El Catecismo alude en el tema tradicional del pecado mortal y venial, al planteamiento
totalmente nuevo del pecado estructural. Así lo describe: «el pecado convierte a los hom-
bres en cómplices unos de otros, hace reinar entre ellos la concupiscencia, la violencia y
la injusticia. Los pecados provocan situaciones sociales e instituciones contrarias a la bon-
dad divina. Las «estructuras de pecado» son expresiones y efectos de los pecados perso-
nales. Inducen a sus víctimas a cometer a su vez el mal. En un sentido analógico
constituyen un «pecado social» (Cf. RP) (n° 1.869).
Una de las grandes novedades del Catecismo respecto de otras anteriores, es la inclusión
de la doctrina social de la Iglesia, tan desarrollada en el Pontificado del Papa Juan Pablo
II, el pontífice más avanzado del siglo en tales temas, desde la perspectiva occidental.
La moral social es objeto de atención en toda la tercera parte del Catecismo y constituye
una cierta novedad el hecho de dedicar uno de los tres capítulos de la primera acción, a la
dimensión social de la persona (nº 1.877-1.948), subrayando así el carácter constitutivo de
esta dimensión de la antropología cristiana. De esta forma la Doctrina Social de la Iglesia,
se incorpora con pleno derecho a la sistemática de la moral cristiana.
Es abundante, y también novedoso, el rico caudal bíblico con 2.500 citas de ambos Tes-
tamentos, la incorporación de los Concilios Ecuménicos (menos los tres primeros de Le-
trán) y las más de mil ocasiones que cita casi todos los documentos del Vaticano II.
Integra todas las formas de expresión de la Iglesia, la Sagrada Escritura, la Tradición occi-
dental y oriental, con elocuentes textos de santos y escritores eclesiásticos.
El más citado, con mucho, es Agustín de Hipona (89), seguido de Tomás de Aquino (64).
De los españoles, figura Juan de la Cruz (5), Teresa de Ávila (5) e Ignacio de Loyola (3).
No se limita a tratar de los Sacramentos de manera aislada, como lo hacía el Catecismo
de Trento, sino que el tratado comienza con una exposición del sentido litúrgico, para
ilustrar, el significado ritual de cada sacramento.
A la vez se destaca muy acertadamente los aspectos antropológicos e inmanentes de la
liturgia (Cfr. n° 1.145, 1.779, 1.220 ), así como la importancia de la religiosidad popular
en relación con la liturgia (n° 1.674 y ss.).
(88) Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe. Criterios para el análisis y dictaminación de libros y materiales catequé-
ticos. B.O.C.E.E., abril 1993, 110.
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Señala los sacramentos y lo celebrativo como uno de los criterios del diálogo ecuménico
en orden a conseguir la unidad de los cristianos; no es sólo una cuestión de divergencias
de criterios, sino de unión en la oración (Cf. n° 1.126).
El Bautismo aparece como elemento de unidad entre los cristianos, aunque no se haya
conseguido plenamente aún la unión deseada.
El Catecismo se dirige principalmente a los creyentes, pero también tiene una dimensión
misionera, abierta al diálogo con las religiones no cristianas siguiendo el modelo ofrecido
por el documento conciliar Nostra aetate.
Puede afirmarse con toda objetividad que el Catecismo no rehuye ningún tema de moral
actual, basta recordar la presencia de problemas morales nuevos en los que se refiere a:
(89) Cfr. Mgr. J. HONORÉ, Le catechisme de 1'Eglise Catolique. Nouvelle Revue Teologique 115 (1993), 3-8.
85 ■
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El Catecismo, y es éste uno de los objetivos que le asigna la constitución apostólica «Fidei
depositum», ayuda a iluminar con la luz de la fe las situaciones nuevas y los problemas
que en el pasado aún no se habían planteado».(90)
Las partes comparadas son las relativas al pecado original, a los dogmas cristológicos y
mariológicos, a la escatología y algunos comportamientos morales.
(90) FD 3.
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ENCARNACIÓN ENCARNACIÓN
Su sentido preciso es éste: Creemos y Volviendo a tomar la frase de San Juan
confesamos que Jesucristo, único Se- («El Verbo se encarnó» (Jn. 1,14), la Igle-
ñor nuestro e Hijo de Dios, cuando por sia llama «Encarnación» al hecho de que
nosotros se encarnó en las entrañas de el Hijo de Dios haya asumido una natu-
la Virgen, fue concebido no por la obra raleza humana para llevar a cabo por
de varón, como los demás hombres, ella nuestra salvación (n.° 461). El acon-
sino –superado todo orden natural– tecimiento único y totalmente singular
por virtud del Espíritu Santo. Y de esta de la Encarnación del Hijo de Dios no
manera, una misma persona, sin dejar significa que Jesucristo sea en parte
de ser el Dios que era desde toda la Dios y en parte hombre, ni que sea el re-
eternidad, empezó a ser hombre, cosa sultado de una mezcla confusa entre lo
que antes no era (p. 91). divino y lo humano. El se hizo verdade-
ramente hombre sin dejar de ser verda-
deramente Dios. Jesucristo es verdadero
Dios y verdadero hombre. La Iglesia
debió defender y aclarar esta verdad de
fe durante los primeros siglos frente a
unas herejías que la falseaban (n° 464).
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CRUCIFIXIÓN CRUCIFIXIÓN
Si las culpas de todos condujeron a Los judíos no son responsables colecti-
Cristo al suplicio de la Cruz, quienes se vamente de la muerte de Jesús.
revuelcan en maldades y torpezas, de
nuevo, en cuanto de ellos depende, cru- Tanto es así que la Iglesia ha declarado
cifican para sí mismos al Hijo de Dios y en el Concilio Vaticano II: «Lo que se
le exponen a la afrenta (Heb. 6,6). Y este perpetró en su pasión no puede ser im-
delito es mucho más grave en nosotros putado indistintamente a todos los ju-
que en los judíos decidan, quienes, si le díos que vivían entonces ni a los judíos
hubieran conocido, nunca hubieran cru- de hoy. No se ha de señalar a los judíos
cificado al Señor de la Gloria (1 Cor. como reprobados por Dios y malditos
2,8) (p. 124). como si tal cosa se dedujera de la Sa-
grada Escritura» (NA 4) (n° 597).
RESURRECCIÓN RESURRECCIÓN
Con la palabra resurrección significa- La Resurrección de Cristo no fue retorno
mos no solamente que Cristo triunfó a la vida terrena como, en el caso de las
de la muerte (esto fue común a otros resurrecciones que Él había realizado
muchos), sino, y sobre todo, que Cristo antes de Pascua: la hija de Jairo, el joven
resucitó por su propia virtud y poder: de Naim, Lázaro. Estos hechos eran
cosa que solo de El puede afirmarse. acontecimientos milagrosos, pero las
personas -afectadas por el milagro vol-
En realidad, poder volver a la vida des- vían a tener, por el poder de Jesús, una
pués de muerto por propia virtud, ni vida terrena «ordinaria». En cierto mo-
está en el ámbito de posibilidades de la
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IGLESIA IGLESIA
Divídese la Iglesia ante todo, en triun- Los tres estados de la Iglesia: «Hasta
fante y militante. La Iglesia triunfante que el Señor venga en su esplendor con
comprende la corte nobilísima y feliz todos sus ángeles y, destruida la muer-
de los espíritus, bienaventurados que te, tenga sometido todo, sus discípulos,
vencieron al mundo, demonio y carne y, unos peregrinan en la tierra; otros, ya di-
libres ya de las miserias y luchas de esta funtos, se purifican; mientras otros
vida, gozan de eterna bienaventuranza. están glorificados, contemplando «cla-
La militante está integrada por todos ramente a Dios mismo, Uno y Trino, tal
los fieles que aún viven en el mundo. cual es» (LG 49) (n° 955).
Llámese así porque sus miembros
deben aún sostener una dura y contínua «La unión de los miembros de la Iglesia
lucha contra los terribles enemigos es- peregrina en los hermanos que durmie-
pirituales: mundo, demonio y carne. ron en la paz de Cristo de ninguna ma-
nera se interrumpe. Más aún según la
Mas no se crea que son dos iglesias di- constante fe de la Iglesia, se refuerza
ferentes, sino dos partes de una misma, con la comunicación de los bienes espi-
como antes notábamos la primera ter- rituales» (LG 49) (n° 954).
minó ya su camino y goza de la patria
celestial; la segunda sigue peregrinando
día a día hasta que, en su día sus Divino
Salvador, llegue también a gozar la
eterna bienaventuranza. (p. 216-217)
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turanza nos servimos de una expresión sesión de los frutos de la redención reali-
no exclusiva, sino común; la llamada zada por Cristo quien asocia a su glorifi-
vida eterna, locución común a los bien- cación celestial a aquellos que han creído
aventurados del cielo y a cuantos po- en Él y que han permanecido fieles a su
seen una eternidad de vida. Prueba voluntad. El cielo es la comunidad bien-
evidente de su grandiosidad y sublimi- aventurada de todos los que están perfec-
dad, que no puede expresarse con nom- tamente incorporados a Él (n° 1.026).
bre propio (p. 287).
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práctica de nuestros hechos– según las dinarios de esta vida mística sean con-
máximas y exigencias del mundo y Sata- cedidos solamente a algunos para ma-
nás, como si a ellos, y no a Cristo, hubiéra- nifestar así el don gratuito hecho a
mos dado nuestro nombre en el día del todos. (n° 2.014)
Bautismo? Y ¿podrá haber alma que no se
encienda en fuego de amor al ver a un
Señor tan grande, benigno y misericor-
dioso que, teniéndonos bajo su pleno do-
minio, como auténticos siervos rescatados.
por su sangre, prefiere, en fuerza de su
amor, llamarnos no siervos, sino amigos y
hermanos? Semejante caridad es motivo
justísimo, sin duda el mayor de todos por
el que perpetuamente debemos recono-
cer, servir y venerar a Cristo como a verda-
dero Señor nuestro. (p. 89-90).
Sin ánimo de establecer una comparación, que por otro lado se puede adivinar en las ta-
blas comparativas, el Catecismo se ha aprovechado de todos los progresos logrados hasta
hoy en el campo crítico literario aunque no los haya presentado explícitamente para no
cargar demasiado el texto con detalles técnicos.
El acento actual del Catecismo está puesto en el anuncio misionero de la unidad de la fe;
para contribuir a la «nueva evangelización» en la Iglesia del tercer milenio.
La Iglesia como una familia, tiene un pasado que la sustenta en el presente y la lanza hacia
el futuro. El Catecismo de la Iglesia Católica se inscribe en la tarea permanente de la reno-
vación de la vida de la Iglesia, que se sirve de todas las ayudas que pueden prestar las ciencias
sagradas, la teología, los estudios bíblicos, la reflexión pastoral y las ciencias humanas.
Ambos catecismos fueron concebidos como instrumentos pastorales de una fase de tran-
sición en la vida de la Iglesia, a causa de sus respectivos vínculos con los concilios ecumé-
nicos a los que se refiere.
Las palabras de Jn. 1-4 expresan mejor que nadie el sentido profundo de esta gran obra que
comentamos. «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con
nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la
Vida (pues la vida se hizo visible) nosotros la hemos visto, os damos testimonio y os anun-
ciamos la vida eterna que estaba en el Padre y se manifestó. Eso que hemos visto y oído os
lo anunciamos, para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre
y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que nuestra alegría sea completa».
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Podemos hablar de límites, porque el Catecismo, como obra humana que es, los tiene.
El Dossier de presentación del Catecismo de la Iglesia Católica nos ofrece los límites «es-
tructurales» y «contingentes». Los primeros son propios de cualquier catecismo, lo se-
gundo se refiere al tipo particular del Catecismo de la Iglesia Católica, que no puede
recoger naturalmente las peculiaridades de cada cultura o de cada Iglesia local. Por ello
reclama la indispensable mediación ulterior de los catecismos nacionales o diocesanos.(91)
La catequesis, afirma Juan Pablo II, no puede disorciarse del conjunto de actividades pas-
torales y misioneras de la Iglesia. Tiene sin embargo, algo específico «La catequesis se ar-
ticula en cierto número de elementos de la misión pastoral de la Iglesia sin confundirse
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con ellos, que tienen un aspecto catequético, prepara a la catequesis o emanan de ella:
primer anuncio del evangelio o predicación misionera por medio del Kerigma para suscitar
la fe apologética o búsqueda de las razones de creer, experiencia de vida cristiana, cele-
bración de los sacramentos, integración en la comunidad eclesial, testimonio apostólico
y misional(92). Recordemos, ante todo, que entre la catequesis y la evangelización no existe
ni separación u oposición, ni identificación pura o simple, sino relaciones profundas de
integración y de complemento recíproco.
Cuando tratamos de dar una formación religiosa a los demás, les anunciamos la Palabra
de Dios que nos ha sido revelada. Lo que pretendemos de quienes escuchan esta Palabra
de Dios es una actitud de fe, que libremente digan «sí» a la Palabra de Dios. Es la respuesta
fundamental del que quiere ser verdadero discípulo de Cristo: la fe.
Contrariamente a una cierta impresión que podría ser suscitada por la publicación del
Catecismo de la Iglesia Católica, existen motivos para sostener que el primero y más ur-
gente problema de la catequesis en muchos lugares y países no es el conocimiento doc-
trinal de la fe, sino el hecho mismo de la fe, o sea el acto de fe: el hecho de creer en Dios
y de creer en Jesucristo. La práctica de la catequesis, tal y como es concebida desde algu-
nos siglos, presupone al menos una base mínima del anuncio de Jesucristo, una base mí-
nima de conversión y de adhesión de fe al Evangelio de Jesucristo. (93)
Con ello se quiere indicar que se ha de ofrecer un itinerario, un proceso gradual que per-
mita al catequizando conocer la verdad cristiana y aprender a vivir desde ella.
El catecismo como instrumento de trabajo no puede ser eficaz si no es manejado por ca-
tequistas bien formados, afirma categoricamente el Directorio General de Pastoral Ca-
tequética: «Por tanto la adecuada formación de los catequistas debe preceder a la
renovación de los textos y a una más sólida organización de la catequesis». (94)
(92) CT 18.
(93) Cfr. DCG 189; CT 19.
(94) DCG 108.
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Habrá que dar a los catequistas una sólida formación teológica-doctrinal, una buena ins-
trucción antropológica y una esmerada preparación pedagógica, si queremos que el Ca-
tecismo se convierta en un instrumento privilegiado de la Catequesis.
c) Implantar la fuerza del Evangelio en el corazón de las culturas. Por ello, la catequesis,
procura conocer estas culturas y sus componentes esenciales; aprenderá sus expre-
siones más significativas, respetará sus valores y riquezas propias. (97)
Esta inculturación propia del ministerio catequético reclama la forma de hacer compren-
sible, con fidelidad en el nuevo lenguaje las convicciones profundas y fundamentales de
la identidad y tradición cristiana.
Por ser Catecismo Mayor, no ha tenido demasiado en cuenta los aspectos metodológicos
que nosotros debemos cuidar. La catequesis no es el catecismo, lo repetimos, es un ins-
trumento al servicio de la catequesis. La catequesis transmite ciertamente un mensaje. Y
ese mensaje es nada menos que mensaje de salvación dirigido a todo hombre y propuesto
a su inteligencia y a su voluntad para ser retenido en su memoria y revivido en su vida
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como memoria total, es decir, anámnesis: lo que Dios hizo en el pasado se hace presente
gozoso como cimiento de futuro en el hoy mío y de Dios.
Todo catecismo debe leerse desde una visión unitaria de la fe, en relación con ese Dios a
quien profesamos en el Credo, celebramos en los sacramentos, vivimos con los manda-
mientos e invocamos en la oración.
El mejor de los catecismos posibles tiene siempre unas limitaciones que todo catequista
ha de suplir. Resulta indispensable una acomodación, un acercamiento en términos com-
prensibles, elocuentes y válidos, pues más que asimilarse a un pozo de ciencia cristiana,
el catecismo ha de parecerse al manantial de aguas vivas que fluye y riega.
Como rasgos de esta toma de posición, se puede ofrecer dos ejemplos al tratar del pecado
original, el Catecismo sigue la misma metodología de Trento: exponer la existencia y el
efecto del pecado original, según la Tradición de la Iglesia, dejando libertad de escuela
para explicar su naturaleza. Otros hubieran deseado tener más en cuenta las afirmaciones
de la ciencia moderna, no porque la fe tenga que identificarse sin más con la ciencia, pero
el Catecismo no tiene por qué resolver con detalle los problemas que la ciencia le plantea
a la teología.
En el capítulo sobre la creación se elogian los esfuerzos de la ciencia moderna, para des-
velar los resortes últimos de la realidad y descubrir la sabiduría y el misterio del universo
(n° 283-284).
Como obra humana que es, el Catecismo es perfeccionable y podrá ser superado por
otras formulaciones posteriores, al igual que él supera a otras anteriores.
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La catequesis tiene su origen en la revelación que Dios ha dirigido a los hombres por
medio de Cristo, el Verbo Encarnado.
Ella es un «Catecismo Viviente», porque en su seno se hizo carne el Verbo de Dios «aún
más, guardó mejor la mente la verdad, que el seno la carne, dirá S. Agustín». (98)
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Las Bienaventuranzas que María inaugura con su vida, nos muestran el camino para rea-
lizar la vocación del hombre con la práctica de lo que Él nos dice (cfr. Jn. 2, 1-12).
Por eso invocamos a la Virgen como «un Catecismo Viviente» «Madre y modelo de los
catequistas» «Estrella de la nueva evangelización...» «Omnipotencia suplicante».
El Papa Juan Pablo II en las solemnes celebraciones de acción de gracias por el nuevo ca-
tecismo de la Iglesia Católica lo puso en manos de María Inmaculada.
En el templo de mayor tradición mariana de toda la cristiandad, rodeado por los autores
del Catecismo (el entonces Cardenal Ratzinger, los miembros de la Comisión del Cate-
cismo y del Comité de Redacción), y por los presidentes de las Comisiones Episcopales
para la catequesis, el Papa dedicó a María este texto que consideró una de las labores
más importantes de su pontificado.
En su homilía, quiso subrayar que el Catecismo es el resultado del Vaticano II, «Bendito
sea Dios Padre del Señor Nuestro Jesucristo, junto con la Madre de Dios, la Iglesia agra-
dece hoy el don del Concilio, que fue inaugurado el 11 de octubre de hace treinta años,
precisamente en la fiesta de la maternidad de María», dijo Juan Pablo II.
«La comunidad de los creyentes -prosiguió el Pontífice- da gracias hoy por el catecismo post-
conciliar, que constituye un compendio de las verdades anunciadas por la Iglesia en todo el
mundo. Este compendio de la fe católica, deseada por los obispos reunidos en la asamblea
extraordinaria del Sínodo de 1985, constituye el fruto más maduro y completo de la ense-
ñanza conciliar, que viene presentada en el rico marco de toda la tradición eclesial».
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Luego, el Papa confió el catecismo a la Virgen con esta súplica: Oh María, tú que, en el
designio eterno del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, fuiste predestinada a ser la Madre
del Verbo; tú que, el día de Pentecostés, te hallabas presente como Madre de la Iglesia
(cf. Hch. 1,14), acoge este fruto del trabajo de la Iglesia entera. Los que han llevado a cabo
esta obra meritoria, bajo la diligente e incansable presencia del Cardenal Prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe, están aquí, a tus pies.
Todos juntos ponemos el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica –que es, al mismo
tiempo, don del Verbo revelado a la humanidad y fruto del trabajo de los obispos y los
teólogos– en las manos de Aquella que, como Madre del Verbo, acogió en sus brazos al
primogénito de todas las criaturas.
Virgen Santa, en este mundo, en que se halla presente aún la herencia del pecado del pri-
mer Adán –que impulsa al hombre a esconderse ante el rostro de Dios y a evitar incluso
mirar hacia Él–, te pedimos que se abran los caminos del Verbo encarnado, al Evangelio
del Hijo del hombre, tu amadísimo Hijo.
Para los hombres de nuestro tiempo, tan avanzado y tan atormentadado para los hombres
de toda civilización y toda lengua, de toda cultura y toda raza, te pedimos, oh María, la
gracia de una apertura sincera de espíritu y una escucha atenta de la palabra de Dios.
Te pedimos, oh Madre de los hombres, para todo ser humano la gracia de saber acoger
con gratitud el don de la filiación que el Padre ofrece gratuitamente a todos en su Hijo
amado, que es también tuyo; te pedimos, oh Madre de la esperanza, la gracia de la obe-
diencia de la fe, única ancla verdadera de salvación.
Te pedimos, Virgen fiel, que tú, que precedes a los creyentes en el itinerario de la fe aquí
en la tierra, protejas el camino de todos los que se esfuerzan por acoger y seguir a Cristo,
Aquél que es, que era y que va a venir (cf. Ap. 1,8), Aquél que es el Camino, la Verdad y la
Vida (cf. Jn. 14,6).
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DECÁLOGO PRÁCTICO
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DECÁLOGO PRÁCTICO
respuestas positivas que estos daban eran la garantía de la catequesis futura posterior
al bautismo que el niño iba a recibir.
Este estilo ayuda a abreviar notablemente el texto reduciéndolo a lo esencial, favorece
la asimilación, hasta en ciertos temas se pueden memorizar mejor los contenidos.
8. El Compendio se articula con imágenes.
Se ha hecho así para ilustrar el contenido doctrinal del Compendio. Vivimos en la civili-
zación de las imágenes que, cuando es sagrada, expresa mucho más que la misma pala-
bra, su propio dinamismo de comunicación y de transmisión del mensaje evangélico.
El arte «habla» siempre, al menos implícitamente, de lo divino, de la belleza infinita de
Dios reflejada en el icono por excelencia: Cristo, nuestro Señor, Imagen de Dios invisible.
En el Compendio aparece, entre otras imágenes, la Inmaculada del Greco, de la parro-
quia de Santa Leocadia en Toledo, que como testimonio secular del arte cristiano, es-
timula a creyentes y no creyentes, a descubrir y contemplar la suprema armonía entre
el bien y la belleza en este caso de María, Madre de Cristo y de la Iglesia.
9. El Compendio da nuevo impulso a la evangelización y a la catequesis. Por su brevedad,
claridad e integridad, se dirige a toda persona, que viviendo en un mundo disperso y
lleno de muy variados mensajes, quiera conocer el camino de la Vida y la Verdad.
Ayudará a la extensión numérica de la Iglesia y, sobre todo, al crecimiento interior, aún
el designio de Dios.
En este tercer milenio hemos de renovar el compromiso de la evangelización y educa-
ción en la fe que debe caracterizar a toda la comunidad eclesial y a cada creyente en
Cristo de cualquier edad o nación, o los que sin serlo, tienen sed de verdad o justicia.
10. El Compendio incluye un apéndice con oraciones.
Son oraciones comunes para la Iglesia universal y algunas fórmulas catequéticas de la
fe católica.
La oración vocal responde a una exigencia de nuestra naturaleza humana. Somos
cuerpo y espíritu, y experimentamos exteriormente nuestros sentimientos.
Es la oración por excelencia de las multitudes por ser exterior y tan plenamente hu-
mana. Incluso la más interior de las oraciones no podría prescindir de la oración vocal.
El Compendio contiene las principales oraciones que aprendemos de niños: el Padre
Nuestro, el Ave María, Salve Regina, Acto de contrición, Angelus...
Son flores, por así decir, de la fe y de la piedad más popular y genuina.
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ANEXO I
ANEXO I
La nueva evangelización
jubileo de los catequistas y
profesores de religión
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ANEXO I
La vida humana no se realiza por sí misma. Nuestra vida es una cuestión abierta, un pro-
yecto incompleto, que es preciso seguir realizando. La pregunta fundamental de todo
hombre es: ¿cómo se lleva a cabo este proyecto de realización del hombre? ¿Cómo se
aprende el arte de vivir? ¿Cuál es el camino que lleva a la felicidad?
Evangelizar quiere decir mostrar ese camino, enseñar el arte de vivir. Jesús dice al inicio
de su vida pública: he venido para evangelizar a los pobres (cf. Lc 4, 18). Esto significa:
yo tengo la respuesta a vuestra pregunta fundamental; yo os muestro el camino de la
vida, el camino que lleva a la felicidad; más aún, yo soy ese camino. La pobreza más pro-
funda es la incapacidad de alegría, el tedio de la vida considerada absurda y contradic-
toria. Esta pobreza se halla hoy muy extendida, con formas muy diversas, tanto en las
sociedades materialmente ricas como en los países pobres. La incapacidad de alegría
supone y produce la incapacidad de amar, produce la envidia, la avaricia.... todos los vi-
cios que arruinan la vida de las personas y el mundo. Por eso, hace falta una nueva evan-
gelización. Si se desconoce el arte de vivir, todo lo demás ya no funciona. Pero ese arte
no es objeto de la ciencia; sólo lo puede comunicar quien tiene la vida, el que es el Evan-
gelio en persona.
1º Estructura
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ANEXO I
2º El método
Esta renuncia al propio yo, ofreciéndolo a Cristo para la salvación de los hombres,
es la condición fundamental del verdadero compromiso en favor del Evangelio: "Yo
he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viene en su propio nom-
bre, a ese lo recibiréis" (Jn 5, 43).
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Eso vale siempre. No podemos ganar nosotros a los hombres. Debemos obtenerlos
de Dios para Dios. Todos los métodos son ineficaces si no están fundados en la
oración. La palabra del anuncio siempre ha de estar impregnada una intensa vida
de oración.
Debemos dar un paso más. Jesús predicaba de día y oraba de noche, pero eso no es
todo. Su vida entera, como demuestra de modo muy hermoso el evangelio de san
Lucas, fue un camino hacia la cruz, una ascensión hacia Jerusalén. Jesús no redimió
el mundo con palabras hermosas, sino con su sufrimiento y su muerte. Su pasión es
fuente inagotable de vida para el mundo; la pasión da fuerza a su palabra.
San Agustín dice lo mismo de modo muy hermoso, interpretando el texto de san
Juan donde la profecía del martirio de san Pedro y el mandato de apacentar, es
decir, la institución de su primado, están íntimamente relacionados (cf. Jn 21, 16).
San Agustín lo comenta así: "Apacienta mis ovejas, es decir, sufre por mis ovejas"
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ANEXO I
(Sermón 32: PL 2, 640). Una madre no puede dar a luz un niño sin sufrir. Todo parto
implica sufrimiento, es sufrimiento, y llegar a ser cristiano es un parto. Digámoslo
una vez más con palabras del Señor: "El reino de Dios exige violencia" (M 11, l2; Lc
10, 16), pero la violencia de Dios es el sufrimiento, la cruz. No podemos dar vida a
otros sin dar nuestra vida. El proceso de renuncia al propio yo, al que me he referido
antes, es la forma concreta (expresada de muchas formas diversas) de dar la propia
vida. Ya lo dijo el Salvador: "Quien pierda su vida por mi y por el Evangelio, la sal-
vará" (Mc 8, 35).
1º Conversión
Por lo que atañe a los contenidos de la nueva evangelización conviene ante todo
tener presente que el Antiguo Testamento y el Nuevo son inseparables. El conte-
nido fundamental del Antiguo Testamento está resumido en el mensaje de san
Juan Bautista: "Convertíos". No se puede llegar a Jesús sin el Bautista; no es posible
llegar a Jesús sin responder a la llamada del Precursor; más aún, Jesús asumió el
mensaje de Juan en la síntesis de su propia predicación: "Convertíos y creed en el
Evangelio" (Mc 1, 15). La palabra griega para decir "convertirse" significa: cambiar
de mentalidad, poner en tela de juicio el propio modo de vivir y el modo común de
vivir, dejar entrar a Dios en los criterios de la propia vida, no juzgar ya simplemente
según las opiniones corrientes.
Por consiguiente, convertirse significa dejar de vivir como viven todos, dejar de
obrar como obran todos, dejar de sentirse justificados en actos dudosos, ambiguos,
malos, por el hecho de que los demás hacen lo mismo; comenzar a ver la propia
vida con los ojos de Dios; por tanto, tratar de hacer el bien, aunque sea incómodo;
no estar pendientes del juicio de la mayoría, de los demás, sino del juicio de Dios.
En otras palabras, buscar un nuevo estilo de vida, una vida nueva.
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2º El reino de Dios
En la llamada a la conversión está implícito, como su condición fundamental, el
anuncio del Dios vivo. El teocentrismo es fundamental en el mensaje de Jesús y
debe ser también el núcleo de la nueva evangelización. La palabra clave del anuncio
de Jesús es: reino de Dios. Pero reino de Dios no es una cosa, una estructura social
o política, una utopía. El reino de Dios es Dios.
Reino de Dios quiere decir: Dios existe, Dios vive, Dios está presente y actúa en el
mundo, en nuestra vida, en mi vida. Dios no es una "causa última" lejana. Dios no
es el "gran arquitecto" del deísmo, que montó la máquina del mundo y así estaría
fuera. Al contrario, Dios es la realidad más presente y decisiva en cada acto de mi
vida, en cada momento de la historia.
En su conferencia de despedida de su cátedra en la universidad de Münster, el te-
ólogo Juan Bautista Metz dijo cosas que nadie se imaginaba oír de sus labios. Antes
había enseñado antropocentrismo: el verdadera acontecimiento del cristianismo
sería el giro antropológico, la secularización, el descubrimiento de la secularidad
del mundo. Luego enseñó teología política, la índole política de la fe; la "memoria
peligrosa"; y, finalmente, la teología narrativa.
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ANEXO I
Después de este camino largo y difícil, hoy nos dice: si el verdadero problema de
nuestro tiempo es "la crisis de Dios", la ausencia de Dios, disfrazada de religiosidad
vacía, la teología debe volver a ser realmente teo-logía, hablar de Dios y con Dios.
Metz tiene razón. Lo "único necesario" (unum necessarium) para el hombre es Dios.
Todo cambia dependiendo de si Dios existe o no existe. Por desgracia, también nos-
otros, los cristianos, vivimos a menudo como si Dios no existiera (si Deus non da-
retur). Vivimos según el eslogan: Dios no existe y, si existe, no influye. Por eso, la
evangelización ante todo debe hablar de Dios, anunciar al único Dios verdadero:
el Creador, el Santificador, el Juez.(cf. Catecismo de la Iglesia católica).
También aquí es preciso tener presente el aspecto práctico. No se puede dar a co-
nocer a Dios únicamente con palabras. No se conoce a una persona cuando sólo
se tienen de ella referencias de segunda mano. Anunciar a Dios es introducir en la
relación con Dios: enseñar a orar. La oración es fe en acto. Y sólo en la experiencia
de la vida también la evidencia de su existencia. Por eso son tan importantes las
escuelas de oración, las comunidades de oración. Son complementarias la oración
personal ("en tu propio aposento", solo en la presencia de Dios), la oración común
"paralitúrgica" ("religiosidad popular") y la oración litúrgica. Sí, la liturgia es ante
todo oración: su elemento específico consiste en que su sujeto primario no somos
nosotros (como en la oración privada y en la religiosidad popular), sino Dios mismo.
La liturgia es actio divina, Dios actúa y nosotros respondemos a la acción divina.
Hablar de Dios y hablar con Dios deben ir siempre juntos. El anuncio de Dios lleva
a la comunión con Dios en la comunión fraterna, fundada y vivificada por Cristo.
Por eso la liturgia (los sacramentos) no es un tema adjunto al de la predicación del
Dios vivo, sino la concretización de nuestra relación con Dios.
En este contexto desearía hacer una observación general sobre la cuestión litúrgica.
Con frecuencia nuestro modo de celebrar la liturgia es demasiado racionalista. La
liturgia se convierte en enseñanza, cuyo criterio es que la entiendan. Eso a menudo
tiene como consecuencia la banalización del misterio, el predominio de nuestras
palabras, la repetición de una serie de palabras que parecen más inteligibles y más
gratas a la gente. Pero esto es un error no sólo teológico, sino también psicológico
y pastoral. La ola de esoterismo, la difusión de técnicas asiáticas de distensión y de
auto-vaciamiento muestran que en nuestras liturgias falta algo.
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generaciones. Aunque los participantes tal vez no comprendan todas sus fórmulas,
perciben su significado profundo, la presencia del misterio, que trasciendo todas
las palabras. El celebrante no es el centro de la acción litúrgica; no está delante del
pueblo en su nombre propio, no habla de sí y por sí, sino in persona Christi. Lo que
cuenta no son las cualidades personales del celebrante, sino sólo su fe, en la que se
debe reflejar Cristo. "Conviene que él crezca y yo disminuya" (Jn 3, 30).
3º Jesucristo
En los límites de esta conferencia me es imposible tratar los contenidos del anuncio
del Salvador. Sólo quisiera aludir brevemente a dos aspectos importantes. El pri-
mero es el seguimiento de Cristo. Cristo se presenta como camino de mi vida.
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ANEXO I
4º La vida eterna
Este es el verdadero contenido del artículo del Credo sobre el juicio, sobre Dios
juez: hay justicia. Las injusticias del mundo no son la última palabra de la historia.
Hay justicia. Sólo quien no quiera que haya justicia puede oponerse a esta verdad.
Si tomamos en serio el juicio y la grave responsabilidad que de él brota para nos-
otros, comprenderemos bien el otro aspecto de este anuncio, es decir, la redención,
el hecho de que Jesús en la cruz asume nuestros pecados; que Dios mismo en la
pasión de su Hijo se convierte en abogado de nosotros, pecadores, y así hace posi-
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Dios no es el rival de nuestra vida, sino el garante de nuestra grandeza. Así volvemos
a nuestro punto de partida: Dios. Si consideramos bien el mensaje cristiano, no ha-
blamos de un montón de cosas. El mensaje cristiano es en realidad muy sencillo:
hablamos de Dios y del hombre, y así lo decimos todo.
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ANEXO II
ANEXO II
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ANEXO II
Ese año será una ocasión propicia para que todos los fieles comprendan con mayor
profundidad que el fundamento de la fe cristiana es «el encuentro con un aconte-
cimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orien-
tación decisiva»
2º ¿Quién ha convocado el año de la fe?
Con la Carta apostólica Porta fidei, del 11 de octubre de 2011, el Santo Padre Benedicto
XVI ha proclamado un Año de la fe, que comenzará el 11 de octubre de 2012, en el quin-
cuagésimo aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, y concluirá el
24 de noviembre de 2013, Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.
3º ¿Qué recuerda el año de la fe?
El comienzo del Año de la fe coincide con el recuerdo agradecido de dos grandes even-
tos que han marcado el rostro de la Iglesia de nuestros días: los cincuenta años pasados
desde la apertura del Concilio Vaticano II por voluntad del Beato Juan XXIII (1 de oc-
tubre de 1962) y los veinte años desde la promulgación del Catecismo de la Iglesia
Católica, legado a la Iglesia por el Beato Juan Pablo II (11 de octubre de 1992).
4º ¿Cuál es el deseo del Papa en el año de la fe?
El Año de la fe desea contribuir a una renovada conversión al Señor Jesús y al redescu-
brimiento de la fe, de modo que todos los miembros de la Iglesia sean para el mundo
actual testigos gozosos y convincentes del Señor resucitado, capaces de señalar la
“puerta de la fe” a tantos que están en búsqueda de la verdad. Esta “puerta” abre los
ojos del hombre para ver a Jesucristo presente entre nosotros «todos los días hasta el
fin del mundo» (Mt 28, 20).
5º ¿Qué actividades principales han de realizarse en el ámbito de la Iglesia universal?
Además de la celebración del sínodo para la Nueva Evangelización, en el Año de la
fe hay que alentar las peregrinaciones de los fieles a la Sede de Pedro, para profesar
la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, uniéndose a aquél que hoy está llamado a
confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22, 32). Será importante también fomentar
las peregrinaciones a Tierra Santa, el lugar que tuvo la primicia de conocer a Jesús,
el Salvador, y a María, su madre. Visitar también Santuarios Marianos y animar a los
jóvenes a participar en todo ello.
6º ¿En el ámbito diocesano qué programación se ha de proponer?
Será oportuno organizar en cada diócesis una jornada sobre el Catecismo de la Iglesia
Católica, invitando a tomar parte en ella sobre todo a sacerdotes, personas consagra-
das y catequistas.
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Muchos dicen que creer les parece poco, que quieren saber. Pero la palabra «creer»
tiene dos significados diferentes: cuando un paracaidista pregunta al empleado del
aeropuerto: «¿Está bien preparado el paracaídas?», y aquél te responde, indiferente:
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ANEXO II
«Creo que sí», no será suficiente para él; esto quiere saberlo seguro. Pero si ha pedido
a un amigo que le prepare el paracaídas, éste le contestará a la misma pregunta: «Sí,
lo he hecho personalmente. ¡Puedes confiar en mí!». Y el paracaidista replicará: «Te
creo». Esta fe es mucho más que saber: es certeza. Y ésta es la fe que hizo partir a Abra-
ham a la tierra prometida, ésta es la fe que hizo que los mártires perseveraran hasta
la muerte, ésta es la fe que aún hoy mantiene en pie a los cristianos perseguidos. Una
fe que afecta a todo el hombre.
9º ¿Cómo funciona la fe?
Quien cree busca una relación personal con Dios y está dispuesto a creer todo lo que
Dios muestra (revela) de sí mismo.
Al comienzo del acto de fe hay con frecuencia una conmoción o una inquietud. El hom-
bre experimenta que el mundo visible y el transcurso normal de las cosas no pueden
ser todo. Se siente tocado por un misterio. Sigue las pistas que le señalan la existencia
de Dios y paulatinamente logra la confianza de dirigirse a Dios y finalmente de adhe-
rirse a él libremente. En el evangelio de san Juan leemos: «A Dios nadie lo ha visto
jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer»
(Jn 1,18). Por eso debemos creer en Jesús, el Hijo de Dios, si queremos saber qué nos
quiere comunicar Dios. Por eso creer es acoger a Jesús y jugarse toda la vida por él.
10º ¿Hay contradicción entre la fe y la ciencia?
No hay una contradicción irresoluble entre fe y ciencia, porque no puede haber dos
verdades.
No existe una verdad de la fe que pudiera estar en conflicto con una verdad de la cien-
cia. Sólo hay una verdad, la que se refieren tanto la fe como la razón científica. Dios
ha querido tanto la razón, mediante la cual podemos conocer las estructuras razona-
bles del mundo, como ha querido la fe. Por eso la fe cristiana fomenta y potencia las
ciencias naturales. La fe existe para que podamos conocer cosas que, aunque no son
contrarias a la razón, sin embargo son reales más allá de la razón. La recuerda a la cien-
cia que no debe ponerse en el lugar de Dios y que tiene que servir a la creación. La
ciencia debe respetar la dignidad humana en lugar de atacarla.
11º ¿Qué tiene que ver mi fe con la Iglesia?
Nadie puede creer por sí solo, como nadie puede vivir por sí solo. Recibimos la fe de la
Iglesia y la vivimos en comunión con los hombres con los que compartimos nuestra fe.
La fe es lo más personal de un hombre, pero no es un asunto privado. Quien quiera
creer tiene que poder decir «yo» como «nosotros», porque una fe que no se puede
compartir ni comunicar sería irracional. Cada creyente da su asentimiento libre al «cre-
emos» de la Iglesia. De ella ha recibido la fe. Ella es quien la ha transmitido a través
de los siglos hasta él, la ha protegido de falsificaciones y la ha hecho brillar de nuevo.
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La fe es por ello tomar parte en una convicción. La fe de los otros me sostiene, así
como el fuego de mi fe enciende y conforta a otros. El «yo» y «nosotros» de la fe lo
destaca la Iglesia empleando dos confesiones de la fe en sus celebraciones: el credo
apostólico, que comienza con «creo» (CREDO) y el credo de Nicea-Constantinopla,
que en su forma original comenzaba con «creemos» (Credimus).
12º ¿Para qué necesita la fe definiciones y fórmulas?
En la fe no se trata de palabras vacías, sino de una realidad. A Lo largo del tiempo se
condensaron en la Iglesia fórmulas de la fe, con su ayuda contemplamos, expresamos,
aprendemos, transmitimos, celebramos y vivimos esa realidad. (170-174)
Sin fórmulas fijas el contenido de la fe se disuelve. Por eso la Iglesia da mucha impor-
tancia a determinadas frases, cuya formulación precisa se logró en la mayoría de los
casos con, mucho esfuerzo, para proteger el mensaje de Cristo de malentendidos y
falsificaciones. Las fórmulas de la fe son importantes especialmente cuando la fe de
la Iglesia se traduce a las diferentes culturas y sin embargo tiene que mantenerse en
su esencia. Porque la fe común es el fundamento de la unidad de la Iglesia.
13º ¿Qué son las profesiones de fe?
Las profesiones de fe son fórmulas sintéticas de la fe, que hacen posible una confesión
común de todos los creyentes.
Este tipo de síntesis se encuentran ya en las cartas de san Pablo. La profesión de fe o
credo de los apóstoles, de los primeros tiempos del cristianismo, tiene una categoría
especial, porque es considerado como el resumen de fe de los APÓSTOLES. La pro-
fesión de fe larga o símbolo de Nicea-Constantinopla tiene una gran autoridad, porque
procede de los grandes concilios de la Cristiandad aún no dividida (Nicea en el año
325 y Constantinopla en el 381) y hasta el día de hoy constituye la base común de los
cristianos de Oriente y Occidente.
14º ¿Cómo surgieron las profesiones de fe?
Las profesiones de fe se remontan a Jesús, que mandó a sus discípulos que bautizaran.
En el bautismo debían exigir a las personas la profesión de una determinada fe, en
concreto la fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (TRINIDAD).
El germen de todas las fórmulas de fe posteriores es la fe en Jesús, el Señor, y el envío
a la misión: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nom-
bre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). Todas las profesiones de fe
de la -Iglesia son desarrollo de la fe en este Dios trinitario. Comienzan con la confesión
de la fe en el Padre, Creador y quien sostiene el mundo, se refieren luego al Hijo, por
quien el mundo y nosotros mismos hemos encontrado la salvación, y desembocan en
la confesión de fe en el Espíritu Santo, la persona divina por quien se da la presencia
de Dios en la Iglesia y en el mundo.
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ANEXO II
15º
Símbolo de los Apóstoles Credo Niceno-Constantinopolitano
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SIGLAS UTILIZADAS
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