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El Mundo en que vivimos

OXFAM: ESCÁNDALO Y SOLIDARIDAD

Es escándalo ha conmovido al mundo de la solidaridad y la cooperación. Lo


sacó a la luz un reportaje de The Times a primeros de febrero. Siete
trabajadores de la misión de Oxfam Gran Bretaña en Haití contrataron los
servicios de prostitutas (de las que algunas podrían ser menores de edad), tras
el devastador terremoto de 2010 en ese país. La denuncia se basaba en una
investigación interna de la propia Oxfam.

Creada en 1942 y con sede en Oxford, Oxfam es una de las Organizaciones


No Gubernamentales más antiguas y prestigiosas del mundo. Actualmente es
una especie de red a la que pertenecen una veintena de “divisiones”
nacionales, entre ellas la española Intermón, además de otras en Reino Unido,
Canadá, Holanda, Bélgica, Francia, España, Alemania, Irlanda, Estados
Unidos, Australia, México… Cada una de ellas tiene su personalidad jurídica
independiente, aunque comparten políticas y estrategias de trabajo.

Al igual que otras ONG de desarrollo, la red Oxfam interviene en emergencias


humanitarias y en la realización de proyectos de desarrollo en más de 90
países del Sur, para mejorar las condiciones de vida de las poblaciones más
vulnerables. Además, publica denuncias e investigaciones muy bien
documentadas sobre la injusticia e inequidad social en el mundo, las relaciones
desiguales entre el Norte y el Sur, la explotación de los países pobres, los
paraísos fiscales, el papel de las transnacionales en el cambio climático, la
indiferencia de los gobiernos europeos frente a los refugiados e inmigrantes,
etc. Con ello, trata de sensibilizar a la opinión pública e incidir en las instancias
políticas para modificar las estructuras que provocan la pobreza y la injusticia.

LOS ÁMBITOS DEL ESCÁNDALO

El escándalo no se refiere a toda la red Oxfam. Se circunscribe a la división


británica, a la que pertenecían los trabajadores en Haití implicados en los
delitos sexuales denunciados. En Haití trabajaban entonces 230 personas de
Oxfam.

A raíz de la denuncia de este caso, se han conocido varias decenas más, en su


mayoría de acoso o abuso sexual, en otras partes del mundo, por parte de
trabajadores de otras ONGs (Médicos Sin Fronteras, World Vision
Internacional, Save The Children…) en años recientes. En la mayoría de los
casos los involucrados fueron despedidos, y en algunos casos llevados a los
tribunales.

Sin embargo, esto no fue la norma. Oxfam, ciertamente, abrió una investigación
interna y a los pocos meses expulsó a los implicados, pero, “para evitar el
escándalo”, no informó a las autoridades locales de los hechos, y ninguno de
ellos fue llevado a la justicia.

UNA OFENSIVA PERVERSA

Editorialistas malintencionados y reporteros de medio pelo han aprovechado el


escándalo para denigrar a las ONG y cuestionar su trabajo, basándose en
“fuentes de ONGs” no identificadas o en “miembros de ONGs que piden
preservar su anonimato”. El propósito es magnificar el escándalo, hablando con
toda irresponsabilidad de “orgías tipo Calígula”, de “bacanales sexuales
pagadas con fondos de la Organización”, de “hechos frecuentes en el sector
humanitario”, de que “es sólo la punta del iceberg”, de que dilapidan el dinero
de millones de donantes…

Se soslaya deliberadamente que todas las ONGs se someten anualmente a


rigurosas auditorías, y que la mayoría de ellas cuentan con exigentes
protocolos de actuación que incluyen la prohibición del abuso sexual, de
cualquier manifestación de discriminación, abuso de autoridad, acoso físico o
psicológico, abuso de poder o autoridad… Otra cosa es que a veces fallen los
mecanismos encargados de vigilar esas normas.

Sería interesante comparar esos códigos con los de los políticos, los
parlamentarios, los diplomáticos, los funcionarios del Banco Mundial o del
Fondo Monetario Internacional, los futbolistas, los directivos del Ibeex-35, los
policías, los militares…

Nadie se ha preocupado por precisar que se trataba de prostitutas, no de


personas afectadas por el terremoto o beneficiarias de los proyectos de Oxfam.
Nadie ha aclarado que no eran altos cargos, sino trabajadores expatriados.

El objetivo de esa campaña mediática es crear un estado de opinión adverso a


las ONGs, ensuciar su imagen para hacerles perder la confianza de sus
donantes y preparar el terreno para la acción política… Decho, parecen haber
tenido algún éxito: 1.200 socios, de los 193.000 que tenía Intermón-Oxfam en
España, se han dado de baja. Y enseguida llegaron las amenazas del gobierno
británico de retirarle los fondos a Oxfam. También de la Unión Europea. Sí, esa
Unión Europea que patrocina reformas laborales para quitar los derechos a los
trabajadores y que encubre los paraísos fiscales…

LAS DENUNCIAS QUE INCOMODAN

¿Por qué esa animadversión? Porque Oxfam (y otras ONGs) les son
incómodas. Los ideólogos del neoliberalismo, los gobiernos y los grandes
empresarios pueden aceptar dar algunas migajas a las ONGs para que vayan a
poner tiritas en los países que ellos destruyen con las guerras y la explotación.
Pero otra cosa es que esas ONGs los señalen a ellos como responsables de la
inequidad y la injusticia.

En su más reciente documento, presentado hace unas semanas en la reunión


de Davos y titulado “¿Realidad o ficción? La recuperación económica, en
manos de unos pocos”, Oxfam denunciaba que el 1% de las personas más
ricas en el mundo recibió en 2017 el 82% de toda la riqueza creada ese año:
762.000 millones de dólares, cantidad suficiente para terminar siete veces con
la pobreza en el mundo. También afirmaba que 42 personas poseen
actualmente la misma riqueza que la mitad más pobre de la humanidad (3.700
millones de personas), y que ese 1% más rico del mundo evade o elude
impuestos por valor de 200.000 millones de dólares al año.
Otros datos nos hablan de que en España, 8.160.172 de trabajadores (el 47%)
cobra menos de 1.000 euros al mes, mientras en 2017, por ejemplo, la
presidenta del Banco de Santander percibió 10,58 millones y el presidente del
BBVA 5,8 millones, en concepto de sueldos y bonus.

Las élites del mundo no soportan que se les diga eso, por la misma razón que
algunas cadenas estadounidenses calificaron de “ignorante” al Papa Francisco
cuando señaló que “la riqueza descarada que se acumula en las manos de
unos pocos privilegiados”; que “la inequidad es cada vez más patente” y “es la
raíz de todos males sociales”; que hoy prevalece la “economía de la exclusión y
la inequidad”; que “la pobreza es fruto de la injusticia social; que “el sistema
social y económico es injusto en su raíz”; que el desequilibrio entre las
excesivas ganancias de unos pocos y las carencias de la mayoría “proviene de
ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la
especulación financiera”…

JUSTICIA, SÍ. Y TAMBIÉN SOLIDARIDAD.

Obviamente, los hechos denunciados merecen la condena de todos. No deben


quedar impunes, y las víctimas deber ser resarcidas. Oxfam falló en sus
contrataciones, en la aplicación de sus códigos éticos, en la investigación de
los abusos denunciados y en la gestión de los casos. No es suficiente con los
despidos, aunque sea para “evitar el escándalo”. Oxfam debe depurar sus
responsabilidades internas.

Oxfam, y las demás ONGs, participan de las lacras de la sociedad; y el


machismo es una de ellas; y la corrupción, otra. Pero no es legítimo que un
árbol o dos impidan ver el bosque. Algunos casos aislados, que lo son (las
“manzanas podridas”), no pueden borrar una trayectoria de 75 años, llena de
limpieza, generosidad y eficiencia. No es un problema estructural. Los abusos
denunciados no pueden poner tela de juicio la labor de las ONGs ni
criminalizarlas, como tampoco se puede criminalizar a todos los militares por
los abusos cometidos por los cascos azules en el propio Haití, en Liberia, Costa
de Marfil o la República Democrática del Congo, o a toda la iglesia católica por
la pederastia de algunos de sus sacerdotes.

La actuación de unas pocas personas no puede minar la confianza en el


trabajo de las ONGs. No es legítimo sacar la conclusión de que están
impregnadas de corrupción “como todo”. No es cierto. No es equiparable. No
todos somos iguales. La mayoría de las ONG tienen una conducta ejemplar,
con decenas de miles de trabajadores y voluntarios íntegros y comprometidos
en la lucha contra la pobreza. Es, seguramente, el sector más limpio en la
sociedad actual.

Los dirigentes de Oxfam han hablado con humildad. Han reconocido sus
errores. Han pedido perdón públicamente. Ha dimitido la directora adjunta. Han
creado una comisión independiente formada por expertas en defensa de los
derechos de las mujeres para analizar y evaluar en profundidad, con absoluta
libertad de acción, las prácticas internas, y para indicar qué deba cambiarse. Y
han aceptado no solicitar nuevos fondos del Gobierno de Reino Unido (del que
el año pasado la organización recibió 35 millones de euros), hasta que se
aclaren las cosas.

Es, a simple vista, una conducta bastante diferente a la insolencia, prepotencia


e insensibilidad social que estamos acostumbrados a observar en dirigentes de
otros sectores cuando se les pregunta por sus errores.

Es necesario defender la labor de las ONG humanitarias y de desarrollo. Es


necesario apoyar su trabajo, tanto en sus proyectos en los países del Sur como
en nuestro propio país. Necesitamos también de sus denuncias y de sus
análisis sociales claros y comprometidos. Necesitamos que golpeen nuestras
conciencias y que hagan claridad sobre las causas de la pobreza y sobre la
injusticia y los abusos del sistema que padecemos.

Ese sistema es el que hace que existan en el mundo 815 millones de personas
que pasan hambre, y que unas 25.000 mueran cada día por esa causa.
Gracias a las ONGs, la esperanza se asoma a las vidas de millones de ellos.
¡No las dejemos solas!

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