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Después de Jaime, nadie

Por Antonio BURGOS/

CUANDO murió Ruano, Campmany escribió su artículo del Cavia: «César o nada». En
la perfección del remate, maestro, rotundo, decía: «Muerto César, a mí los muertos se
me dan como a nadie». Nadie puede ahora escribir una frase así. Muerto Campmany, ya
a nadie los muertos se le dan como a nadie.

Taraceaba su prosa sobrada unas Escenas Políticas en las que derrochaba oficio,
intuición, sabiduría, calidad de página. Pura literatura de periódicos. Campmany hizo
época. Aparte de esa revista política que fundó, la hizo por su forma de construir el
artículo. Había sido poeta antes que fraile del convento del periodismo y se le notaba.
Prosa diaria con una grandeza que iba más allá del perecedero artículo. Hermano Ma-
yor de la Cofradía de la Columna lo nombré un día. Como en los pasos de las cofradías
andaluzas, hoy todos los artículos llevarán un crespón de luto en su delantera, por el
hermano mayor muerto. Aquí mismo, como en un obituario procesional, me imagino
que está su vara de hermano mayor, su pluma única, prendida con dos sedas negras al
espacio que otros podrán llenar, pero nadie ocupar. Sede vacante en el periodismo
literario español.

Escribo este artículo hasta con un sentimiento tipográfico de esa orfandad. Llora la tinta
de estas páginas por la firma que desde hoy le falta. De «César o nada» a «Jaime o
nadie». Algo se ha muerto en el alma de ABC sin el artículo de Campmany. No me
engaño si hago mío ese sentimiento de los lectores. El lector de Campmany tomaba
cada mañana su artículo con el convencimiento de que lo había escrito precisamente
para él. Ni les cuento el dolor de los que escribimos desde hoy sin sentir al lado su
ejemplo de hermano mayor. Sólo queda la soledad de un papel sin su firma. Después de
Jaime, nadie.

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