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La caída de la Constitución de 1863 de los Estados Unidos de Colombia (1863-

1886)
Universidad Nacional de Colombia
Ciencia Política
Historia socioeconómica del siglo XIX

Camilo David Cárdenas Barreto

Introducción
¿Por qué cayó la Constitución liberal de 1863 y se instauraría una casi completamente
diferente, de corte autoritario y clerical, en 1886?, esa es la pregunta que pretende
responder el presente ensayo.
Este cambio abrupto puede causar extrañeza. Según Llinás Alfaro (comunicación
personal, 15 de noviembre de 2017), la recopilación constitucional mundial de Horst
Dippel y Peter Haberle, realizada a partir de la primera constitución escrita de 1776, ubica
a la Constitución de 1863 como la más garantista de su tiempo. Entonces, ¿qué pasó?
La política económica de los gobiernos liberales en términos de la dicotomía
librecambio —liberal— / proteccionismo —conservador— en un país altamente desigual
tendrá parte de la respuesta, aunque se sabe que ni el «Olimpo Radical» apoyó
dogmáticamente el librecomercio (Bushnell, 1994) ni Rafael Núñez fue completamente
proteccionista (Martínez, 2001). Es más, dentro de los Estados de los Estados Unidos de
Colombia lo que primó fueron las trabas políticas que torpedearon el librecomercio
interestatal (Kalmanovitz, 2007b, p. 105).
En este escrito se sostendrá una tesis más general: que una de las causas más
relevantes de ese tránsito constitucional tan drástico residió en el propio diseño formal-
constitucional de 1863, el cual fragmentó en exceso el poder ejecutivo y judicial e impidió
la consolidación de un ejército permanente que ejerciera el monopolio de la coerción para
garantizar alguna paz y seguridad entre los Estados soberanos y la Unión, lo cual
imposibilitó la gestión de conflictos del Estado-nación. De hecho, la propia incapacidad
del Estado federal para evitar las guerras llevó en la práctica a continuas violaciones
constitucionales y, a la postre, a la desaparición de la Constitución de 1863.

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En la primera parte se expondrá una definición de dos conceptos importantes: el
federalismo y la constitución, con el fin de entender las características del federalismo de
Estados Unidos de América y los Estados Unidos de Colombia. En la segunda parte se
reconstruirá el origen histórico-político de la Constitución de 1863 para, en parte, mostrar
el origen de la reticencia de los radicales liberales por el poder ejecutivo. En la tercera
parte se estudiarán los problemas de diseño constitucional de 1863 que, sumados a otras
causas, llevarían a dos guerras: una en 1876 y otra en 1885; se muestra que en la última
Núñez saldría victorioso y declararía el fin de la Constitución de 1863. La cuarta y última
sección será de análisis y conclusiones.

1. Algunos conceptos: federalismo y constitución


Dos conceptos importantes, que están íntimamente ligados, se han de definir para el
presente trabajo: el federalismo estadounidense y la constitución.
El sistema federal se puede definir como «uno de los pilares de la separación de
poderes que explican la estructura del Estado liberal de derecho, el respeto a los
ciudadanos y el equilibrio entre municipio, región y centro político» (Kalmanovitz,
2007b, 91). Está vinculado con la democracia madisoniana, la cual busca solucionar la
tensión existente entre el régimen republicano liberal —inspirado en las ideas de John
Locke— y la llamada democracia radical de Rousseau, que sitúa la soberanía en la
voluntad general. El federalismo y la democracia madisoniana, pues, concilian la
soberanía popular con los derechos de las minorías, o sea, evitan una eventual tiranía de
las mayorías imponiendo límites a su poder soberano (Hamilton, Madison y Jay, 2015).
El sistema federal estadounidense es desarrollista en razón a que su diseño formal-
constitucional permitió el desarrollo económico mediante cierto equilibrio entre una
tributación fuerte, restricciones presupuestales tanto del Gobierno federal como de los
Estados federales, la conformación de un mercado interior, el respeto a la propiedad y
acumulación privada de los ciudadanos, límites al poder tanto del Gobierno federal como
de los Estados y el ejercicio efectivo del monopolio de la violencia (Kalmanovitz, 2007b,
pp. 92-93). Así, los Estados Unidos serían regidos por una Constitución federal y cada
Estado podía darse su propia Constitución. Por ejemplo, para el caso de la esclavitud, la
Constitución federal de 1787, aceptada por los trece Estados en 1789, no impidió la

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esclavitud, por lo que cada Estado pudo decidir en su Constitución estatal si la permitía o
no.
Según la teoría de Barry Wingast, los sistemas federales desarrollistas presentan las
siguientes características:
1. Existe una jerarquía de gobiernos con un área delineada de autoridad para cada
cual.
2. El gobierno subnacional obtiene autoridad primaria sobre la economía local.
3. El gobierno nacional tiene la autoridad para vigilar el desarrollo de un mercado
común o interno.
4. Tanto el gobierno nacional como el local obtienen restricciones presupuestales
fuertes.
5. La autoridad política está asignada en forma institucional e impide que el
gobierno nacional atropelle a los gobiernos sub-nacionales. (como se cita en
Kalmanovitz, 2007b, p. 92).

Sin embargo, la Constitución de 1863 y el periodo radical violarían la gran mayoría


de principios del federalismo desarrollista, creando un sistema que llevó a los Estados
Unidos de Colombia a la anarquía política y a la precarización del desarrollo económico,
salvo en los casos de Antioquia y Panamá (Kalmanovitz, 2007b, pp. 115-117).
El segundo concepto primordial que es pertinente esbozar es el de constitución: ésta
se puede entender tanto como orden constitucional o protoconstitucional —que no
necesariamente tiene que contar con constitución escrita, como en el caso de Inglaterra—
, como la propia constitución escrita que emana de ese orden constitucional y que, dentro
de la tradición moderna liberal, lo que hace es fragmentar funcionalmente el poder público
y declarar derechos individuales. En efecto, es sabido que el célebre artículo 16 de la
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, traducida posteriormente por
Antonio Nariño, sostiene que «toda sociedad en la cual la garantía de los derechos no está
asegurada ni la separación de poderes establecida, no tiene Constitución».
Empero, este esfuerzo de fragmentar el poder político e imponerle límites proviene
de mucho antes y, por tanto, no es exclusivo del constitucionalismo moderno. El concepto
protoconstitucional de constitución mixta, utilizado por Fioravanti (2001) para explicar
el orden constitucional —o protoconstitucional— de la Antigua Grecia y el Medioevo,
consiste en el establecimiento de un equilibrio armónico entre sus distintos componentes

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aristocrático, monárquico y democrático. Las pugnas entre los componentes de la
constitución mixta —que uno también podría considerar como factores reales de poder—
marcarán la historia de los documentos protoconstitucionales, que se originarán para
limitar el poder de algún componente. Así, por ejemplo, la célebre Carta Magna inglesa
de 1215 es el resultado de la pugna entre los componentes aristocrático y monárquico,
una reacción de la aristocracia para imponerles límites «constitucionales» al rey Juan I de
Inglaterra, quien pretendía cobrarles nuevos tributos. La constitución así entendida busca
evitar la tiranía y, en general, el ejercicio arbitrario del poder.
En la práctica, y desde una perspectiva más realista, el nivel de garantía de derechos
y de separación de poderes que consagra la «ley fundamental» que es la Constitución
dependerá de la suma de factores reales de poder (Lasalle, 1997) que conforman el poder
constituyente del momento histórico, sean factores de tendencia liberal o conservadora.
Verbigracia, para la elaboración de la Constitución de 1863 se excluyeron los factores
reales de poder conservadores, por lo que primaron los factores reales de poder de los
liberales radicales. Para el cambio constitucional de 1886 pasó lo contrario: los liberales
radicales fueron excluidos y la Constitución pasó a ser conservadora, con un ejecutivo
fuerte, mayor limitación de los derechos individuales y un Estado aliado de la Iglesia
católica.
La constitución escrita, en cuanto ley máxima o fundamental y en su ejercicio de la
división funcional del poder público, decide si un diseño constitucional será federal o
centralista. Para el caso estadounidense, como se vio, la Constitución aceptada en 1789
instituyó una forma de organización política federal desarrollista. La Constitución de
1863, en cambio, instauró un federalismo sui generis, síntesis de experiencias
constitucionalistas francesas y estadounidenses, que, bajo el loable propósito de evitar la
arbitrariedad militar, redujo en demasía el poder ejecutivo.

2. Origen de la Constitución de 1863: una constitución de vencedores


Según Salazar (2012), durante el siglo XIX un patrón recurrente es que una guerra civil
precede a un cambio de Constitución. En efecto, hubo tres conflictos bélicos —todas
guerras civiles protagonizadas por caudillos militares—, en el transcurso de 1838 a 1854:
la Guerra de los Supremos, la Guerra de 1851 y el contrarrestado golpe de Estado de Melo
de 1854, que contaría con el apoyo del artesanado (González, 2006). De 1811 a 1863, lo

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que hoy es Colombia había pasado por ocho constituciones, y entre 1838 y 1854 se habían
consagrado tres. El recuerdo del papel activo de los militares en estas guerras civiles hizo
que los liberales radicales tuvieran serias reservas respecto a la creación de un ejército
permanente (Cubides, 2007, p. 196). Lo que los radicales no sabían es que, como se verá
más adelante, esta política estaría en contravía de la posibilidad misma de un Estado.
Se creyó que el federalismo podía resolver los problemas de inestabilidad política
al dar mayor prioridad a los intereses regionales, disminuir el poder central y evitar así
los conflictos bélicos de carácter político. Más adelante los radicales sostendrían «una
gran convicción en que si se aplicaban sus principios de federalismo y control de la
autoridad, el uso de la violencia desaparecería» (Jimeno Santoyo, 2007, p. 186).
La Constitución de 1853 de los gólgotas —facción del partido liberal opuesta a la
otra facción de los draconianos— fue un antecedente de la de 1863, pues declaró derechos
individuales liberales como la libertad de pensamiento, de comercio o el sufragio
universal. Los gólgotas, en fin, «liderados por Manuel Murillo Toro hasta 1858», serían
los antecesores de los radicales (Jimeno Santoyo, 2007, p. 169).
La Constitución de 1853 recibió el influjo de la Revolución francesa de 1848 y de
su respectiva constitución, vía el gobierno de José Hilario López (Salazar, 2012, p. 62);
también dio paso a la federalización del país, permitiendo, gracias al artículo 48, que las
provincias de entonces pudieran dictar su propia constitución (2012, p. 66).
Posteriormente, de forma jurídicamente irregular, dado que la Constitución de 1853 no lo
disponía, se crearon ocho estados soberanos (Palacios y Safford, 2012, p. 315), como los
de Antioquia y Santander —cuna y bastión del liberalismo radical—, que más tarde se
confederaron en la Constitución de 1858 bajo el nombre de Confederación Granadina.
En abril de 1854, ante el descontento de los draconianos por la Constitución de
1853, la indignación de los artesanos contra el Gobierno y los intentos efectivos de éste
de afirmar el poder civil sobre el militar, José María Melo dio un golpe de Estado. Melo
fue derrotado en diciembre de ese mismo año por la unión entre gólgotas y conservadores
(Palacios y Safford, 2012; Bushnell, 1992; Salazar, 2012). Los conservadores volvieron
al poder en 1856 de la mano de la elección como presidente de Mariano Ospina
Rodríguez, pero las tendencias del país a federalizarse —con apoyo conservador— y
reducir el Ejército siguieron su cauce (Palacios y Safford, 2012, pp. 317-318).

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Entre 1859 y 1863 se dio una nueva guerra civil, en términos políticos, a causa de
las tensiones entre el Gobierno federal conservador de Ospina Rodríguez y los llamados
Estados soberanos, principalmente el del Cauca, cuyo gobernador estatal era Tomás
Cipriano de Mosquera, quien, pese a haber sido conservador durante décadas, abrazó la
causa federal radical y una política de intervención activa del Estado en la disminución
del poder de la Iglesia, violando la no intervención de un Estado laico con apoyo de los
radicales. La guerra terminó en 1863, pero ya en 1861 las tropas lideradas por Cipriano
de Mosquera se habían tomado Bogotá y expulsado del poder a Ospina Rodríguez.
Cipriano de Mosquera pudo, pues, decretar una nueva expulsión de los jesuitas en julio
de 1861 y la amortización de bienes de la Iglesia (Palacios y Safford, 2012, pp. 327-330;
Kalmanovitz, 2007a).
Finalmente, en 1863 se reunieron en Rionegro —Antioquia— los vencedores de la
Guerra civil de 1859 y conformaron una convención constituyente (Bushnell, 1994, p.
173). 70 delegados liberales, que representaron a los Estados soberanos, divididos entre
mosqueristas y radicales, aunque bajo mayoría radical, hicieron la nueva Constitución de
1863 por la cual se crearon los Estados Unidos de Colombia (Palacios y Safford, 2012,
pp. 330-33; Salazar, 2012, p. 68). De esa manera se excluyó de tajo la participación
conservadora, por lo que desde su origen la Constitución no contó con un consenso
mínimo o una legitimidad mayoritaria (Kalmanovitz, 2007b, p. 103). Tal Constitución
tuvo una clara inspiración del constitucionalismo moderno estadounidense, el cual había
iniciado en 1776 con la Constitución de Virginia y se consagró con la aceptación de la
Constitución federal, de 1789, de todos los trece Estados estadounidenses. No obstante,
los radicales colombianos fueron mucho más allá y «los estados recibieron poderes más
amplios que los que les confiere el modelo angloamericano» (Bushnell, 1994, p. 173). A
su vez, en la Convención de Rionegro se adoptó un modelo legislativo bicameral que
constó de un Senado de Plenipotenciarios y una Cámara de Representantes —artículo
37—.

3. Los problemas de diseño constitucional de 1863


En su artículo 15, intitulado Garantía de los derechos individuales, la Constitución de
1863 decretó libertades individuales como la de tráfico y porte de armas, la libertad de
prensa y de palabra (Bushnell, 1994, pp. 173-174), la libertad de pensamiento, la libertad

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de asociación, la libertad de cultos y se aboliría la pena de muerte. Asimismo, en el
artículo 12 se reafirmó la prohibición constitucional de la esclavitud de la Constitución
de 1853. Por último, es de resaltar que en el artículo 91 se proclamó el «derecho de
gentes», que promovía las prácticas humanitarias en tiempos de guerra y buscaba resolver
los conflictos por medio de tratados; mas esta última cláusula, según la cual las guerras
civiles podían resolverse meramente por tratados —al menos así lo da a entender el texto
constitucional—, fue criticada por el jurista Cerbeleón Pinzón en 1864, quien cuestionaba
por qué entonces las guerras no podían prevenirse por el mismo medio (Jimeno Santoyo,
2007, pp. 190-191).
Por su parte, la tensión entre radicales y mosqueristas se vieron reflejadas en las
medidas que tomaron los diputados radicales para reducir el poder ejecutivo en la
Constitución de 1863, dado su temor a las tendencias militaristas y dictatoriales de Tomás
Cipriano de Mosquera. El diputado radical Salvador Camacho Roldán, en sus memorias
de la Convención de Rionegro, expresaría ese miedo del modo siguiente: «Abrigaba yo
el temor de que el general Mosquera quisiese prorrogar el ejercicio de los poderes
absolutos por tiempo indefinido, como lo había pretendido el general Bolívar de 1827 a
1830 y todos los tiranuelos militares» (como se cita en Jimeno Santoyo, 2007, p. 180).
En respuesta, la Convención redujo el gobierno presidencial a dos años —artículo
79—1, elegido por mayoría simple de los Estados soberanos (Kalmanovitz, 2007b, p. 104)
—cada Estado tenía un voto y no había posibilidad de reelección de acuerdo con el
artículo 75—; y sentenció la intervención del Senado en el nombramiento de cargos del
Alto Gobierno (Gómez Martínez, 1967, pp. 177-178). En respuesta a esa situación,
Cipriano de Mosquera dio un golpe de Estado en 1866 y disolvió el Congreso, pero este
golpe fue rápidamente contrarrestado en 1867 por los radicales gracias, en parte, a la
ayuda conservadora.
El periodo presidencial de únicamente dos años no sólo impidió al ejecutivo dar
continuidad a sus programas de gobierno sino que, ante la frecuencia de elecciones, atizó
la polarización política, la cual generó conflictos violentos en un clima de constantes
fraudes electorales (Ortíz, 2007, p. 232). Durante este periodo primó el fraude y la
intimidación electoral a favor de los radicales y, por consiguiente, la poca posibilidad real

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Este mismo artículo contempla que los senadores y representantes también tienen un periodo de dos años.

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de los conservadores, salvo escasas excepciones, de llegar al poder, lo que constituía, en
último término, una flagrante violación constitucional (Bushnell, 1994, pp. 175-176) y de
garantías democráticas a la oposición.
Esta manipulación del sistema electoral, caracterizada en ese entonces con la frase
«el que escruta elige», también fue propiciada por la debilidad del poder judicial, que al
igual que el ejecutivo fue constitucionalmente debilitado. Por ejemplo, a diferencia de la
rama judicial estadounidense, cuyo magistrado de la Corte Suprema podía ocupar el cargo
vitaliciamente, los magistrados la Corte Superma federal de los Estados Unidos de
Colombia sólo podían durar cuatro años —artículo 80— y, además, tenían un origen
político que les impedía ser independientes a causa de la injerencia de cada Estado y del
Senado en su designación, lo cual benefició a los liberales (Kalmanovitz, 2007a, pp. 42-
43).
El diseño constitucional igualmente impidió la realización de reformas
constitucionales que pudieran responder a las nuevas realidades políticas de los Estados
Unidos de Colombia, lo que estimuló el uso de la guerra como medio para influir en el
sistema político (Kalmanovitz, 2007a, p. 43). En el artículo 92 se determinó que la
Constitución sólo podía ser reformada si se cumplían los siguientes requisitos:
1. Que la reforma sea solicitada por la mayoría de las Lejislaturas de los Estados;
2. Que la reforma sea discutida i aprobada en ambas Cámaras conforme a lo
establecido para la espedicion de las leyes; i
3. Que la reforma sea ratificada por el voto unánime del Senado de
Plenipotenciarios, teniendo un voto cada Estado.
También puede ser reformada por una Convención convocada al efecto por el
Congreso, a solicitud de la totalidad de las Lejislaturas de los Estados, i compuesta
de igual número de diputados por cada Estado. (Convención nacional de los Estados
Unidos de Colombia, 1863).

De otro lado, los Estados, en general, recibían pocos recursos debido al colapso de
sus sistemas tributarios —gastaban más de lo que producían— por los intentos de eliminar
las formas de tributación coloniales y su aparente autonomía tributaria, por ende,
presentaban un desarrollo económico desigual entre ellos. Ante esa situación,
posteriormente recibieron subvenciones del Gobierno central (Bushnell, 1994, p. 176), lo
que violó el principio de no intervención del federalismo desarrollista. A su vez, cuando

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los Estados limítrofes eran regidos por partidos diferentes, surgieron políticas de peajes y
aduanas que impidieron la generación de un libre mercado interno interestatal
(Kalmanovitz, 2007a, p. 43).
Otro inconveniente consistió en que aun cuando la Constitución consagró
importantes derechos individuales, no trató «las contradicciones de una sociedad con
marcadas disparidades étnicas y de clase», y por esa razón dejó por fuera asuntos como
«el acceso a la propiedad de la tierra, el reclutamiento forzado, las poblaciones
amerindias, los pobladores negros recién salidos de la esclavitud» (Jimeno Santoyo, 2007,
190). Entonces, hubo avances en materia de derechos individuales liberales, los cuales
funcionaron relativamente bien en sociedades como la estadounidense y su modelo de
federalismo desarrollista, pero no existió para los Estados Unidos de Colombia, según la
cultura política de la época, la necesidad de declarar constitucionalmente derechos
sociales, pese a las altas desigualdades socioeconómicas, particularmente en lo que
respecta al uso y tenencia de la tierra.
Ahora bien, como se dijo anteriormente, la tendencia de reafirmar el poder civil
sobre el militar, consolidada después de 1863, llevó a la ausencia de un Ejército nacional
permanente que, al decir de Rafael Núñez, recompusiera el orden político y garantizara
la paz (Kalmanovitz, 2007a, p. 44; Cubides, 2007, p. 193). Según Kalmanovitz (2007b),
si bien la Constitución de 1863 le permitió al Gobierno federal terciar entre los conflictos
interestatales, «no le daba ni el monopolio de la violencia ni los recursos para tener un
fuerte ejército que garantizara el orden interno dentro de la nación y entre los estados
soberanos» (p. 105). En otras palabras, existía una autorización constitucional para que
el Gobierno federal estableciera el orden público, pero no se dispusieron de los medios
para ello. Clara inconsistencia interna.
Como bien lo anota Cubides (2007), la renuencia de los radicales de conformar un
Ejército nacional permanente que le garantizara a la Unión el ejercicio del monopolio de
la violencia eliminó su posibilidad misma de existencia, pues desde la clásica visión
weberiana un Estado es, precisamente, aquella asociación humana que reivindica
exitosamente para sí el monopolio de la violencia física legítima (p. 197). Aún más, el
origen mismo del Estado está vinculado a procesos de concentración y acumulación de
coerción y capital (Tilly, 1992).

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Esta visión civilista e ingenua del Estado estaría representada por posturas como la
del radical Santiago Pérez, quien se opuso a que «un gobierno pretenda "la posesión
exclusiva de todas las armas y municiones existentes en el país"» (Cubides, 2007, p. 197).
Para Jimeno Santoyo el problema no se trataría de ingenuidad, sino de una desconfianza
excesiva de los radicales por la autoridad y un intento ferviente de ponerle límites (2007,
p. 190). Algunos radicales, de hecho, fueron críticos con esta postura. Es el caso de Justo
Arosemena, diputado de la convención de Rionegro por el Estado de Panamá, que
«lamentaba que la Constitución de 1863 había sido "prolija y escrupulosa" en proclamar
los derechos civiles pero "omitió los medios para realizarlos y por tanto, si bien confirió
muchos derechos, no dio en realidad ninguna garantía"» (2007, p. 171).
En este contexto de debilidad institucional e incapacidad de la Unión para gestionar
conflictos se dieron las guerras que llevaron al fin del orden constitucional instituido en
1863.

3.1. Guerra civil de 1876


Bajo un clima de conflictividad, inestabilidad política y debilidad institucional propiciada
por la Constitución, la crisis económica mundial de 1873 (Ortíz, 2007, p. 228), el poco
desarrollo tributario y, por consiguiente, la desaceleración económica —pues «el ciclo de
las exportaciones económicas [principalmente del tabaco y del oro y plata de Antioquia]
llegaría a su fin» (Bushnell, 1994, p. 182)—, se gestaron fuertes fracturas internas en el
Partido Liberal, que llevaron a la formación de una facción «independiente» a la que se
unieron los viejos mosqueristas por el hecho de que los radicales, por cálculo político,
favorecían intereses del Oriente del país, como en el caso del proyecto del ferrocarril del
norte, que beneficiaba a los estados liberales de Santander, Cundinamarca y Boyacá
(Bushnell, 1994, pp. 181-182; Ortiz, 2007, p. 230).
Todo ello desencadenó uno de los sucesos que más desestabilizaron el régimen
radical: la Guerra civil de 1876, instigada por la Iglesia y el Partido Conservador a partir
de la emisión del Gobierno del Decreto Oficial de Instrucción Pública en 1870, que
eliminaba la obligatoriedad de la educación religiosa en las escuelas públicas, si bien los
padres podían solicitarla para sus hijos, en horas determinadas, cuando así lo prefirieran
(Bushnell, 1994, p. 180). Pero de fondo, con la crisis económica y una democracia
institucionalmente débil e ineficaz, lo que estaba en juego en el conflicto que nacía eran

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dos concepciones de Estado mutuamente excluyentes: el Estado conservador católico
contra el Estado liberal secular (Ortíz, 2007, pp. 225-226).
Durante las elecciones de 1875, «el independiente Rafael Núñez, el radical Aquileo
Parra y el conservador Bartolomé Calvo» disputaron la presidencia (Ortíz, 2007, p. 233).
Tras las injerencias del Gobierno central en los Estados presuntamente soberanos, en
beneficio de los radicales, sería elegido por el Congreso Aquileo Parra, y los
conservadores, junto con un sector de la Iglesia, optaron por la guerra civil como medio
final para ejecutar su proyecto político (Ortíz, 2007, p. 233). Pero «fue la religión la que
suministró la energía emocional para la rebelión conservadora» (Palacios y Safford, 2012,
p. 345).
Luego de la guerra civil, «el liberalismo obtuvo un triunfo pírrico y el
conservatismo y la Iglesia fueron derrotados coyunturalmente, pero no fueron vencidos
estratégicamente» (Ortíz, 2007, p. 227). La facción liberal independiente finalmente llegó
al poder en 1878 con Julián Trujillo, pero la fractura se afianzó en el primer periodo de
Rafael Núñez en 1880, elegido merced al apoyo de los conservadores (Kalmanovitz,
2007b, p. 112). Así pues, el resultado de la Guerra civil de 1876, con altos costos
financieros y de vidas humanas, abrió paso a la llamada Regeneración (Ortíz, 2007).

3.2. Guerra de 1885


El liberal independiente Rafael Núñez, con apoyo del Partido Conservador, será
nuevamente elegido presidente de los Estados Unidos de Colombia en agosto de 1884.
Los radicales, en medio de la alta polarización política, intentaron mediante las armas
frenar la tendencia de disminución de su poder y se alzaron violentamente en 1885,
primero en contra del presidente del Estado de Santander, Solón Wilches, y luego contra
el Gobierno central (Isaza, 1994, p. 132). Luego de la batalla de La Humareda o El Hobo
—Santander—, los radicales fueron derrotados militarmente (1994, p. 135). Núñez había
ganado la guerra. Ello le permitió declarar la muerte efectiva de la Constitución de 1863
a través de históricas palabras:
La Constitución federal de 1858 sufrió muerte violenta con la sangrienta lucha que
empezó en el Estado de Santander y la Carta de 1863 corrió igual suerte […]. [c]esó
de regir por razón de hechos consumados y quedó abolida […] Señores: la
Constitución de 1863 ha dejado de existir. (como se cita en Isaza, 1994, p. 136).

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La Constitución de 1863, en cuanto suma de factores reales de poder (Lasalle,
1997), había perdido su vigencia sin necesidad de haberse promulgado una nueva
constitución escrita a causa de la nueva configuración de fuerzas políticas que no sólo
darían pie a la Regeneración y a la Constitución de 1886 —abiertamente opuesta a la de
1863—, sino a la llamada Hegemonía conservadora que se extendería de 1886 a 1930.
Asimismo, una situación de guerra permanente no podía ofrecer ninguna garantía
de cumplimiento de derechos individuales. Así lo expresó el radical Aquileo Parra en sus
Memorias cuando sostuvo que a:
[...] quien no está en el poder [...] se le confisca, o mínimo se le imponen
contribuciones forzosas en forma discriminatoria, y además se le recluta a la fuerza
para que luche contra el ejército de su propio partido, siendo esto casi la norma. Al
que es apenas sospechoso de simpatizar con el contrario —particularmente a las
mujeres— se le impone la pena del confiscamiento. (Cubides, 2007, p. 206).

Así pues, se tiene un Estado formalmente liberal incapaz de hacer valer el derecho
a la vida —pese a la abolición de la pena de muerte—, a la propiedad, al debido proceso,
a la propia libertad o de ofrecer alguna garantía democrática a la oposición, debido a su
impotencia para gestionar conflictos sociales y prevenir las guerras, derivada de su mismo
diseño formal-constitucional. Como acertadamente expuso Jimeno Santoyo, los radicales
«pusieron excesivo acento en la ligazón entre la violencia y el ejercicio de la autoridad y
llegaron hasta debilitar los medios institucionales para enfrentar los medios violentos»
(2007, p. 167).

4. Análisis y conclusiones
Con Kalmanovitz, se vio que el federalismo es uno de los pilares de la estructuración del
Estado liberal de derecho y que propendió por la separación y equilibrio de poderes. Se
expuso, además, que la democracia madisoniana, federalista, surgió como una respuesta
a la tensión entre la soberanía de la voluntad general y los derechos de las minorías. Hay
que agregar que su fin era evitar el comportamiento faccioso, partidista, que llevara a una
vulneración de los derechos individuales. Por eso, en vez de la democracia directa de
Rousseau y el ejercicio de una soberanía ilimitada de la voluntad general, Madison optaría
por la democracia representativa (Hamilton, Madison y Jay, 2015).

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No obstante, lo anterior no significaba que se debilitaran exageradamente los
poderes ejecutivo o judicial, pues, precisamente, de lo que se trataba era de establecer un
equilibrio entre los poderes públicos y, así, asegurar alguna estabilidad institucional del
régimen liberal. Salvo el caso de la Guerra de Secesión (1861-1865), Estados Unidos de
América ha vivido más de dos siglos de «estabilidad» constitucional y política-
institucional; inclusive, la propia Guerra de Secesión no introdujo una nueva constitución
escrita sino tres nuevas enmiendas a la misma, que en conjunto abolían la esclavitud y la
discriminación jurídica por razones raciales. En total, a 2017, en sus más de dos siglos de
historia moderna constitucional sólo ha habido 27 enmiendas a la Constitución de 1787
—esto no significa que EE. UU sea una nación democrática perfecta o sin graves
problemas, está lejos de afirmarse eso—.
Esto contrasta con la álgida historia constitucional de Colombia en el siglo XIX, que
contó con nueve constituciones escritas —las de 1811, 1821, 1830, 1832, 1843, 1853,
1858, 1863 y 1886—, y ello partiendo del supuesto de que la Constitución de
Cundinamarca de 1811 iniciara su historia constitucional moderna, pues durante lo que
se conoce como periodo de la «Patria Boba» hubo constituciones de múltiples Estados
«pequeños» que se declararon soberanos (Llinás Alfaro, 2016). Ahora bien, si se asume
que la de 1821 marca el inicio de la Primera República, entonces habría un total de ocho
constituciones escritas, una situación de excesivo cambio constitucional y que
posiblemente inspirara que en la Constitución de 1863 se cayera en el extremo contrario
de declarar, en su inicio, que «[l]os Estados Soberanos […] se unen y confederan a
perpetuidad» (Convención nacional de los Estados Unidos de Colombia, 1863).
Lo anterior no significa que la fórmula para la estabilidad constitucional hubiera
sido importar al pie de la letra modelos estadounidenses o franceses, pues cada sociedad
tiene sus particularidades concretas. La Constitución de 1863 diseñó un modelo de
federalismo que creía responder a las circunstancias y necesidades de la nación de ese
momento, pero no funcionó. Sin embargo, lo que se ha sostenido hasta aquí es una tesis
más fuerte: la de 1863 era una constitución que eliminaba el fundamento del Estado-
nación moderno, esto es, la reivindicación y ejercicio del monopolio de la violencia.
De por sí, desde su mismo origen la Constitución de Rionegro presentó falencias.
Como se vio, el cambio fue promovido por la guerra sucedida entre 1859 y 1863, ganada
por los radicales en buena medida por las habilidades militares de Mosquera.

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Mosqueristas y radicales, en medio de sus tensiones, hicieron una constitución
profundamente liberal para una nación católica y cuyo grueso poblacional era pobre, sin
posibilidades de justicia material mínima y susceptible de ser azuzada por los
conservadores. Fue una constitución de vencedores de una guerra y no reflejó todos los
factores reales de poder que, idealmente, deberían haberse incluido para conformar un
orden constitucional más completo.
La Constitución de 1863 se originó, a su vez, en un trasfondo histórico de cruentas
guerras civiles, pues las constituciones con un ejecutivo más fuerte y de tendencia más
autoritaria, como la de 1843, tampoco resolvieron el problema. La tendencia federalizante
que se instituiría a partir de la Constitución de 1853, entonces, buscó poner frenos a la
arbitrariedad militar, reafirmar el poder civil y garantizar un amplio espectro de derechos
individuales. Para 1863, como lo expresaron las palabras que se citaron de Salvador
Camacho Roldán, esta arbitrariedad tenía nombre propio: Tomás Cipriano de Mosquera.
El espectro de Cipriano de Mosquera llevaría a que las ligeras mayorías radicales
restringieran el poder ejecutivo, por ejemplo, consagrando que el periodo de duración del
presidente sería sólo de dos años, acorde con el artículo 79, asimismo, el periodo de las
magistraturas de la Corte Suprema federal, según el artículo 80, durarían sólo cuatro años,
y su nombramiento no fue independiente de las injerencias partidistas radicales. Esta
situación propició el fraude electoral y el control de los liberales radicales de la
presidencia y de la mayoría de Estados soberanos. Los Estados Unidos de Colombia,
pues, estaban institucionalmente cooptados. Igualmente, constitucionalmente hablando
tampoco se configuró un ejército permanente fuerte que pudiera mediar en los irregulares
conflictos partidistas, lo que minaba la capacidad de la Unión para garantizar la paz.
Elecciones constantes que atizaron la polarización política, una rama ejecutiva
facciosa, una economía que para la década de 1870 comenzaría a ver el freno del auge
exportador, un sistema político sin garantías efectivas para la rotación del poder y
medidas que buscaban frenar el control ideológico de la nación por parte de la Iglesia —
ejercido, desde luego, a través de la educación—, fueron el caldo de cultivo de la Guerra
de 1876, que cambiaría el patrón electoral a favor de los liberales independientes y, a la
larga, de los conservadores. A partir de ahí, y con la victoria de Núñez en la Guerra de
1885, se abrirían las puertas a la llamada Regeneración.

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Al igual que en Hobbes en su justificación de la soberanía del Estado absolutista,
para el caso colombiano sin un poder que se alzara sobre los conflictos de los partidos
políticos no era posible la paz ni hacer valer el cumplimiento de los derechos individuales
que limitaban el ejercicio arbitrario del poder. La coerción legítima y monopolizada del
Estado ofrecía la posibilidad de garantía de libertades individuales, razón por la cual,
contra lo que intuitivamente se puede pensar, Habermas (1987) consideraba a Hobbes
como el primer gran teórico liberal. Pero la obsesión de los radicales por controlar la
arbitrariedad del poder militar les impidió ver que estaban minando, de una u otra forma,
la posibilidad misma de existencia de su Estado federal y liberal de derecho, como bien
lo manifestara, años después, el radical Justo Arosemena.

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