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Tomás Felipe Carlovich

El eslabón perdido

Texto: Fabián Casas

La leyenda, toma 1. Rosario, Cancha de Central Córdoba en el


barrio Tablada. Años 70. Los hinchas chárruas aprietan la ñata
contra el alambrado, cerca del territorio donde juega su número
cinco, Tomás Felipe Carlovich, el Trinche. “Meté el caño de ida
y vuelta, Trinche, dale”, le piden. Carlovich, que literalmente
la lleva atada, mete un caño de ida y vuelta. Y la barra – junto
con el rival humillado- muere.

En una encuesta de la revista XXI, que preguntaba a diferentes


referentes del fútbol sobre la Selección ideal de todos los
tiempos, José Pekerman no dudó un segundo en darle la cinco
titular a Carlovich. “Es el jugador más maravilloso que vi”,
dijo. Carlos Timoteo Griguol, que jugaba en la Primera de
Central cuando el Trinche estaba en la Tercera, también dice que
vio algo casi sobrenatural, digno de los Expedientes Secretos X
que enloquecen al agente del FBI Fox Mulder: “Carlovich tenía
condiciones técnicas únicas, maravillosas. Tenía una habilidad
muy difícil de explicar con palabras. Es como si al enfrentarlo,
al marcarlo, el tipo desapareciera por cualquier lado llevándose
la pelota con él. Es difícil, por eso, compararlo con cualquier
jugador de estos tiempos”. Pero Carlovich ¿existe?

De pocos equipos

El Trinche está sentado en el living de la casa donde vive con


su mujer y sus hijos. Estamos en el barrio 11 de Septiembre. En
el oeste rosarino. Casas bajas, humildes, regadas con potreros y
perros que corren a los coches que surcan las calles. Tomás
Felipe Carlovich, el hombre real, está un poco más gordo que
cuando jugaba al fútbol. Ahora trabaja con su hermano colocando
revestimientos. Habla bajo, con voz de locutor. Y no se lleva
muy bien con la leyenda. “Acá, en Rosario, se han inventado un
montón de cosas acerca de mí. Pero no son verdad… A los
rosarinos les gusta contar cuentos. Algún caño de ida y vuelta
habré hecho, pero no es para tanto”.

La historia real dice que el padre del Trinche es un yugoslavo


que se llama Mario Carlovich, que trabajaba arreglando cañerías
y que Tomasito, como le dice la familia, es el último de sus
siete hijos. Que la casa paterna queda en el barrio Belgrano,
donde Carlovich empezó a jugar descalzo en los potreros hasta
que lo llevaron a las inferiores de Rosario Central, club del
que es hincha fanático y donde jugó muy poco. “Jugué un solo
partido en la primera de Central, contra Los Andes. Pero en esa
época no había lugar para mí. Era en el final de los años 60 y
el técnico, Miguel Ignomiriello, prefería otro tipo de jugador.
Así que me fui a Central Córdoba”.
Caso raro el de Carlovich, como el de esos escritores que
cimientan todo un prestigio con apenas dos libros secretos,
difíciles. Porque el Trinche hizo gran parte de su carrera en
Central Córdoba, donde en el 73 ganó el campeonato de Primera C
para después pasar –en el 75/76- por Independiente Rivadavia de
Mendoza. Luego viajó a Colón de Santa Fe, donde jugó junto a la
Chiva Di Meola, y finalmente volvió a Central Córdoba, donde a
los 33 años logró el ascenso a la Primera b.

“En Colón tuve mala suerte. Porque las tres veces que me tocó
entrar como titular, me lesioné el aductor derecho. La primera
vez fue contra Huracán, en la Capital. Me acuerdo que me salió
Ardiles y yo le hice un sombrerito y ahí nomás sentí el dolor. Y
afuera. La segunda vez fue en Rosario de la Frontera, en un
amistoso. Y la tercera fue contra Vélez. A los 15 minutos del
partido, la Chiva me da un pase en la mitad de la cancha, yo
amago que voy a salir a buscarla y me paro de golpe. El defensor
sigue de largo y cuando quiero arrancar vuelve el maldito dolor.
¡Mirá que yo en la perra vida me había lesionado! Y el cuerpo
técnico –el DT era el Vasco Urriolabeitia- creyó que me
lesionaba a propósito, que era un problema mental. Así que pedí
una junta médica. El doctor me hizo bajar los pantalones y
cuando me vieron la pierna negra, se quedaron mudos. A mí me
molestó que no me tuvieran confianza y pegué la vuelta para el
barrio”.

La leyenda. Toma 2. Rosario. Abril de 1974. La Selección


Argentina que va a jugar en pocos meses el Mundial de Alemania
sale a la cancha para jugar contra un combinado rosarino armado
de apuro para que los jugadores de Vladislao Cap entrenen. Hay
cinco jugadores de Rosario Central (Biasutto, González, Mario
Killer, Aimar y Kempes) y cinco de Newell’s (Pavoni, Capurro,
Zanabria, Robles y Obberti). Y Carlovich, de Central Córdoba,
que, según dicen, es un equipo en sí mismo. Al rejunte lo dirige
Griguol. La Leyenda cuenta que este partido, que en principio
debía ser insignificante, un trámite para el poderío de
Brindisi, Houseman, Poy, Potente, se convierte en el “partido de
Carlovich”. Porque al Trinche le salen todas. Parece Travolta
interpretando a Tony Manero en “Fiebre del Sábado por la Noche”.
Da cátedra de baile: caños, sombreros, gorros y vinchas a
granel. Tanto que, en el entretiempo, alguien se acerca a los
rosarinos y les pide que paren la mano, que se note que la
Selección son ellos. “Se habían puesto nerviosos. Nos indultaban
porque no les salían las cosas –recuerda el Trinche-.Pero son
esos partidos especiales. Capaz que jugás 200 y perdés todos.
Aunque esa vez les ganamos 3 a 1”.

La pasión del jugador

¿Cómo es cruzar esa línea de sombra que separa al futbolista en


actividad del futbolista retirado? “Realmente es difícil para un
jugador dejar el fútbol. En mi caso, es la gran pasión. No hay
nada que me guste más que ver partidos por la tele. A la cancha
mucho no voy. Pero ojo, que si aparece un equipo que vale la
pena, me cambio y me mando. Y no importa la camiseta, lo que yo
quiero ver es buen fútbol”, cuenta el Trinche. Y agrega: “Los
clubes tendrían que no desvincular al jugador que se retira del
mundo del fútbol. Deberían darle la posibilidad de dirigir”. ¿El
Trinche quiere dirigir? “Acá dirijo a San Miguel, un equipo que
juega en la Liga de la zona norte de Rosario, son muchachos del
barrio. ¿Sabés que en seis meses y siete días perdimos un solo
partido?”, se entusiasma. Y después se queda rumiando un
pensamiento que llega hasta la voz: “Hace poco me hicieron un
homenaje en Mendoza, en Independiente Rivadavia, donde para mi
jugué lo mejor de mi carrera. Eran como mil personas alentándome
¡Habían pasado más de veinte años y todos se acordaban de mí!
Era la locura, me emocioné. Me gustaría mucho que me llamaran
para dirigir allá”.

La Leyenda. Toma 3. Mendoza. Año 75. Independiente de Mendoza


usa una casaca con botones. Carlovich se abrocha solamente el
último. Juega con todo el pecho al aire y las medias bajas, sin
canilleras. Pelo largo. En el departamento que le alquiló el
club, el Trinche pone el colchón en el piso porque le gusta
dormir así. A veces desaparece y se va para Rosario. Pero vuelve
apurado, sobre la hora del partido e igual la rompe. Le dicen el
Gitano y, después de ganar un clásico provincial por cinco a
cero, El Rey. Mientras vive en Mendoza la gente lo sigue a todas
partes en los entrenamientos. Cuando sale a cenar siempre
alguien le quiere pagar la cuenta y, cuando, por ejemplo, se
compra un pantalón, el dueño del negocio se lo obsequia.

Juego, luego existo

No hay, no hubo, no habrá ninguno mejor que él, dicen en


Rosario. Y siempre hay una anécdota a mano que busca lubricar el
mito: llega Maradona para jugar en Newell’s. Un periodista le
pregunta qué siente ser considerado el mejor jugador del mundo.
“Yo creía que era el mejor del mundo –dice el Diego-, pero acá
en Rosario dicen que hubo un tal Carlovich que era mejor que
yo”. Y otra. Hugo Mémoli, que fue compañero del Trinche en
Independiente Rivadavia, cuenta. “Estábamos jugando contra San
Martín, en su cancha. Tomás se quería ir esa misma tarde a
Rosario. Pero si jugaba el partido entero perdía el micro. Así
que se hizo expulsar en el primer tiempo. Se bañó y salió
corriendo. Fue el mejor jugador, a la altura de Maradona o
Francescoli. Lo que pasa es que no se tomaba nada muy en serio.
Cuando Menotti lo citó para jugar en una preselección del
interior, él se fue para Buenos Aires y se colgó pescando en la
costanera.¡ Y nunca se presentó a jugar!”.

“Los jugadores buenos –dice Carlovich- no se hacen, nacen. Los


técnicos a lo sumo pueden comprometer al equipo en el que ellos
juegan que la pelota pase siempre por sus pies. Un jugador
talentoso no pierde el tiempo pensando dónde tiene que poner la
pelota, solamente la pone ahí, por instinto. Yo jugaba ccon la
misma garra los entrenamientos que los partidos. Para mí no
había diferencias, siempre quiero ganar 70 a 0”.
La Leyenda. Toma 4. Años 70. Central Córdoba está por jugar
contra Los Andes, en Lomas de Zamora. Estadio Eduardo Gallardón.
No lo dejan jugar a Carlovich porque se olvidó los documentos.
José Tarilo, dirigente de Los Andes, le pide al referí que lo
autorice, que ellos salen de garantes de que ese tipo con los
pelos larguísimos, ensortijados y los bigotes mostachos, es
realmente Tomás Felipe Carlovich. “Déjelo, juez, es una de las
pocas oportunidades que tenemos de verlo jugar en Buenos Aires2,
pide la dirigencia rival.

La pregunta del millón. ¿Por qué Carlovich no llegó? El Trinche


se sonríe y dice: “¿Qué es llegar? La verdad es que yo no tuve
otra ambición más que las de jugar al fútbol. Y, sobre todo, de
no alejarme mucho de mi barrio, de la casa de mis viejos donde
voy casi todas las tardes, de estar con el Vasco Artola, uno de
mis mejores amigos que me llevó de chico a jugar en Sporting de
Bigand… Por otra parte, soy una persona solitaria. Cuando jugaba
en Central Córdoba, si podía, prefería cambiarme solo, en la
utilería, en lugar del vestuario. Me gusta estar tranquilo, no
es por mala voluntad”.

Cuanta la leyenda que Superman –a modo de baticueva- tenía un


lugar en el Ártico al que llamaba La Fortaleza de la Soledad.
Ahí guardaba trofeos que le habían obsequiado, fotos de sus
padres y una botella donde conservaba en miniatura a Kandor, una
ciudad de Kripton, su planeta natal. Lo curioso es que esa
ciudad –por la magia del comic- estaba reducida, pero viva. En
algún potrero de ese lugar e inmune al paso del tiempo, uno se
imagina, la sigue rompiendo Tomás Felipe Carlovich.

--

Yo fui testigo

Ubaldo Fillol: “Descubrí a Carlovich en un amistoso de la


Selección Argentina que se preparaba para el Mundial de Alemania
–y que yo también integraba- contra un combinado de Rosario. Ese
día la descosió. Tenía un dominio de la pelota y un panorama
increíbles. Fue el mejor cinco que vi en mi vida”.

Mario Zanabria: “Carlovich era el mejor resumen del potrero. Era


zurdo, pateaba tiros libres, caños dobles, sombreros dobles, la
pisaba de acá para allá, no se la podían sacar. Era desfachatado
y pachorriento. Jugaba como si estuviera en el patio de su casa.
Creo que nunca fue figura porque no le interesaba crecer
profesionalmente y detestaba la competencia”.

Roberto Fontanarrosa: “El Trinche era un fenómeno. Hacía cosas


que nadie esperaba. Era habilísimo y le pegaba a la pelota,
además de fuerte, con una variedad de golpes fabulosa. Anticipó
cosas que después le vimos a Borghi. Carlovich era un atorrante:
cuando jugaba en las inferiores de Central, Ignomiriello tenía
que ir a buscarlo a la casa para que fuera a entrenar. Coincido
con los que dicen que fue uno de los mejores jugadores
argentinos”.
Aldo Pedro Poy: “No entiendo por qué no llegó a jugar en algún
club importante. Tenía unas condiciones técnicas
extraordinarias. Era medio lento pero muy hábil. Y guapo.
Todavía no vi otro cinco como él. Aquel partido de la Selección
con el combinado de Rosario, en el que yo jugué para la
Selección, Carlovich la rompió. No lo podíamos parar ni a él ni
a sus compañeros. Nos ganaron 3 a 1 porque pararon la máquina,
si no…”

César Luis Menotti: “Carlovich fue uno de esos pibes de barrio


que, desde que nacen, tienen como único juguete la pelota. Entre
él y la pelota había una relación muy fuerte. La técnica que
tenía lo convertía en un jugador completamente diferente. Era
impresionante verlo acariciar la pelota, tocar, gambetear… Claro
que, al mismo tiempo, durante su carrera no encontró reservas
físicas que sostuvieran todas las condiciones técnicas que
tenía. Además, desafortunadamente, tampoco tuvo a nadie que lo
acompañara y lo comprendiera. Es una pena, porque Carlovich
estaba llamado a ser uno de los jugadores más importantes del
fútbol argentino. Me acuerdo que lo vi jugar en un combinado de
rosario contra la Selección Argentina y fue el mejor hombre de
la cancha. Y eso que, entre otros, había monstruos como
Brindisi. Verlo era un deleite. Después no sé qué le pasó. Tal
vez lo aburría el fútbol profesional. A él le gustaba divertirse
y no se sentía a gusto con algunos compromisos.

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