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Mes del Santo Patriarca José,

Esposo de la Virgen
María
Ave Joseph 3

Mes del Santo Patriarca José, Esposo de la Virgen María

1. Por la señal…

2. Canto de entrada (Himno de S. José, una estrofa cada día)

3. Oración para todos los días:

“¡ Oh, Custodio y Padre de Vírgenes, Glorioso San José, a


cuya fiel guarda fueron encomendadas la misma inocencia Cristo Jesús
y la Virgen de las Vírgenes, María. Por estos dos seres queridos, Jesús
y María, os ruego y suplico me alcancéis la gracia de que
manteniéndome puro en la mente, limpio en el corazón y casto en el
cuerpo sea siempre siervo fiel de Jesús y María. Amén.

4. Meditación: Se lee la meditación que corresponde a cada día.


Se enuncia el día con su título correspondiente, por ejemplo: “Día
primero: Eficacia del nombre de San José”

5. Casa cual hace aquí su ofrecimiento diario: Al finalizar la


meditación se deja un minuto de silencio, en la que se escribe un
papelito con un ofrecimiento a San José.

5. Deprecaciones:

1º . Por el dolor y las dudas al ver encinta a tu virginal esposa y por el


gozo de conocer la Encarnación del Hijo de Dios.
Gloria al Padre...

2º . Por el dolor de ver nacer al Mesías en gran pobreza y por el gozo


de la adoración de los Ángeles y los pastores.
Gloria al Padre...

3º . Por el dolor de la sangre derramada de Jesús en la circuncisión y


por el gozo de poder llamarlo Jesús, Salvador.
Gloria al Padre...
Ave Joseph 4

4º . Por el dolor de conocer, por la profecía de Simeón, los sufrimientos


de Jesús y María y por el gozo de que por ellos se salvarían
innumerables almas.
Gloria al Padre...

5º . Por el dolor de ver amenazada de muerte la vida del Hijo y por el


gozo de poder huir, acompañado de Jesús y María.
Gloria al Padre...

6º . Por el dolor y temor de nuevos peligros en Judá y por el gozo de


regresar con tu Familia a Nazaret.
Gloria al Padre...

7º . Por el dolor de perder al Niño Jesús en el Templo y por el gozo de


hallarlo entre los Doctores.
Gloria al Padre...

6. Oración final:
Estas oraciones las recitan todos, el que dirige y el resto de la
comunidad:

Oración para todos los días


¡Dios te salve, oh José, esposo de María, lleno de gracia! Jesús y su
Madre están contigo: bendito tú eres entre todos los hombres y bendito
es Jesús, el Hijo de María. San José, ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Oración para el día 19 de marzo:


Glorioso patriarca San José, digno esposo de la Madre de Dios, padre
adoptivo de nuestro adorable Redentor y poderoso abogado nuestro en
toda tribulación, en toda necesidad y en todo peligro: os elijo por mi
patrón y abogado para toda mi vida y para mi muerte. Os pido humilde
y con toda mi alma que me recibáis, por perpetuo siervo y esclavo
vuestro, y que con vuestro poderoso valimiento me alcancéis la
continua protección de vuestra Esposa, la Inmaculada Virgen María y
las misericordias de mi amantísimo Jesús. Asistidme siempre y

Mes de San José


Ave Joseph 5

bendecid mis palabras, obras, acciones, pensamientos y deseos para


que en todo me conforme a la voluntad divina, y así, sirviéndoos
constantemente, logre con vuestro patrocinio una feliz muerte y el
encuentro con la Vida. Así sea, Jesús, María y José.

7. Canto final (una estrofa).

8. V/ Santo Patriarca José/


R/ Ruega por nosotros
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Día primero:
Eficacia del nombre de San José
Este nombre junto con el de María, fue el primero que pronunció
Jesús, y el que durante su vida mortal repetía muy a menudo. El divino
Salvador, sin duda, para compensar los servicios que tuve la dicha de
prestarle, se ha servido comunicar a mi nombre un poder y una eficacia
solo inferior al de María. Aun los mismos ángeles en medio del
esplendor de los Santos dan muestras de respeto al oír pronunciarlo, al
mismo tiempo que los demonios huyen aterrorizados.
Sé pues fiel en invocar el nombre de José en tus tribulaciones y
necesidades.

Día segundo:
Especial protección en la hora de la muerte
Habiendo tenido la dicha de morir en los brazos de Jesús y asistido de
María, Dios se dignó elegirme por protector especial de los
agonizantes; y por esto toda la Iglesia me invoca como patrón de una
buena muerte.
Confía, pues, tranquilo en mí, hijo mío muy querido; porque redoblaré
mi estimación y mi vigilancia a tu favor en aquel instante supremo; a
pesar de la perturbación de tu espíritu y de la violencia del mal,
procuraré que llegue a tus oídos el lenguaje del cielo, a fin de que con
menos pena sepas desprenderte de todas las criaturas. Mi amor es mil
veces más poderoso para procurarte el bien, que el odio y la malicia de
los espíritus infernales para dañarte.

Día tercero:
San José nos enseña a conocer más a Jesús
El conocimiento de Jesús es el más esencial al cristiano. Fui elevado a
la sublime perfección en que me encuentro, por haberme ocupado en
estudiar y en conocer a Jesucristo. Desde el momento en que tuve la
dicha de verle nacido en Belén hasta mi último suspiro, jamás perdí de
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vista a Aquel que quiso ser tenido por hijo mío delante de los hombres.
Que sea, pues, tu principal ocupación el estudiar y conocer a
Jesucristo. Cuanto más medites sus misterios, tanto más descubrirás en
ellos su ardiente amor. De nada te servirán par la eternidad los demás
estudios, si no van dirigidos o santificados por el principal.

Día cuarto:
El amor de San José a Jesús
Después de la Virgen María, ningún santo ha amado tanto a Jesús,
ninguno ha vivido en tan estrecha intimidad con Él y nadie ha recibido
de Él tantos favores como yo. Le amaba como a mi Dios; y en su
presencia encontraba siempre los medios de satisfacer mis más dulces
deseos y santas inclinaciones: mi amor me hacía todo corazón para no
amar sino a Jesús, todo espíritu para no pensar sino en Jesús, todos
ojos para conocer sus necesidades, y todo lleno de solicitud para
aliviarlas.
¿Quieres, hijo mío, ser feliz? ¿Quieres adquirir un rico tesoro para el
cielo? Ama a Jesús de todo corazón.

Día quinto:
San José fiel imitador de Jesús
Me tenía por muy feliz de vivir en íntima y continua compañía con
Jesús; mis ojos estaban siempre fijos en Él; no solo en general sino
también en particular consideraba su comportamiento en las diferentes
circunstancias de la vida, el respeto que manifestaba a su Padre, la
ternura para María, la caridad con el prójimo, el olvido del sí mismo, el
horror para el pecado, el desprendimiento del mundo. En todo
procuraba imitarle según la gracia que había recibido.
Hijo mío, procura penetrar hasta el fondo de este divino modelo para
descubrir en él las disposiciones con que debes conformar y arreglar
todos los actos de tu vida. De este modo obrarás siempre con
dependencia de Nuestro Señor.
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Día sexto:
Fidelidad de San José para invocar el nombre de Jesús
Entre los privilegios con que el Señor se ha dignado favorecerme, está
el haber sido elegido para imponer a su divino Hijo el nombre de
JESÚS, nombre el más excelente de todos los nombres, y al cual
doblan la rodilla el cielo, la tierra y el infierno. Este nombre sagrado
era el primero que pronunciaba al despertar, y el último que salía de
mis labios por la noche al acostarme. En medio de mis penosos
trabajos y de mis tribulaciones no cesaba de invocar el nombre de
Jesús; y hubiera querido grabarlo en el corazón de todos los hombres.
A ejemplo del gran Bernardo, que te sea siempre árido todo alimento
espiritual que no esté sazonado con el nombre de Jesús. Que te sea
insípido y sin atractivo todo entretenimiento o libro en que a menudo
no se encuentre el nombre saludable, del cual sacan toda su virtud los
Sacramentos, y cuyo mérito infinito inclina al Padre celestial a
escuchar las plegarias de los hombres.

Día séptimo:
San José en el cuidado de Jesús
Encomendado por el Padre Eterno el cuidado de su único Hijo, me
consideré muy feliz de recibirle en mi casa, de proporcionarle vestido y
el alimento con el fruto de mis sudores.
Tú, hijo mío, si quieres, puedes gozar de la misma dicha y adquirir los
mismos méritos. Jesús reside en las iglesias tan real y verdadero como
se hallaba en mi pobre casa de Nazaret. Por desgracia se ve en ellas no
pocas veces desprovisto de todo. Los manteles del altar son como los
pañales que cubrieron su delicado cuerpecito en la cueva de Belén.
También puedes socorrer al Salvador en la persona de los pobres a
quienes, por decirlo así, ha puesto en su lugar. Este es el gran misterio
de la caridad cristiana; misterio que nos ofrece como una nueva
Eucaristía en la cual alimentamos a Dios por medio de los pobres, así
como Él nos nutre de su propia sustancia bajo las especies
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sacramentales.

Día octavo:
Fidelidad en visitar a Jesús
Mi pobre casa de Nazaret era un pequeño cielo en el que Dios habitaba
personalmente. Nunca me hubiera apartado de esta mansión muy
querida, si hubiese seguido mi inclinación; pero pronto a proveer las
necesidades de mi familia, sabía dejar a Dios para servir a Dios.
Antes de empezar mi trabajo, iba a ofrecer mis homenajes al Verbo
Encarnado, besaba con respeto sus pequeños pies, y aplicaba mi boca
sobre su adorable corazón. Cuando debía salir, me paraba por algún
tiempo contemplando a mi amado Jesús.
Su piadoso recuerdo era como un aroma que embalsamaba y hacía
ligeros mis penosos trabajos.
Si quieres, hijo mío, puedes participar como yo de esta dicha; como yo
puedes contemplar y hablar con Jesús siempre que lo desees. En el
adorable Sacramento se halla siempre dispuesto a recibirte, a
escucharte y consolarte en tus tribulaciones.

Día noveno:
La dicha de recibir a Jesús
Al revelarme el Ángel que el verbo se había encarnado en el seno
purísimo de María, sentí inflamarse mi corazón en deseos de recibirle
entre mis servicios. Desde este momento guardaba con mayor cuidado
todos mis sentimientos y velaba sobre todas mis afecciones, a fin de
hacerme mas digno de tocar con mis manos y de estrechar contra mi
corazón al Cordero Inmaculado, que se complace en habitar entre los
lirios de pureza.
Apenas el Salvador hubo nacido, María, queriendo hacerme
participante de su dicha, me entregó el divino Niño. Puesto de rodillas
le recibí con tanto respeto y fervor, me consagré por entero y sin
reservas a su adorable persona.
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Por la sagrada comunión te es permitido, participar de mi dicha y


poseer a Jesús tan cumplidamente como yo. Procura recibirle con fe,
amor y confianza, y sacarás grandes frutos de santidad.

Día décimo:
San José y los méritos infinitos de Jesús
Para suplir mi insuficiencia, a menudo tomaba a Jesús entre mis manos
y lo ofrecía a Dios Padre por la redención del mundo. María unía sus
oraciones y su amor a esta oblación de un precio infinito repitiendo de
acuerdo conmigo estas palabras del profeta: mirad, Señor, a vuestro
Cristo.
De todos los actos de religión que se ofrecen a Dios, ninguno hay más
digno y mas digno de él, más capaz de desarmar su justicia y de atraer
su misericordia como el augusto sacrificio del altar porque es el
sacrificio de Dios; Dios es su autor. Dios es la víctima, y Dios es el
que, al inmolarse obra las más asombrosas maravillas.
Procura, pues, asistir a la Santa Misa con la misma compunción con
que hubieras presenciado el sacrificio incruento del Calvario.

Día décimo primero:


San José y lo devoción María
Mi devoción a María salía de mi espíritu y de mi corazón. Provenía del
afecto que sentía por mi santísima Esposa, adornada con las más
sublimes prerrogativas que a Dios plugo otorgar a la que había
escogido para ser su Madre y de la alta idea que me formé de sus
virtudes, de las cuales era yo feliz testigo.
Mi devoción a María derivaba de la grande confianza que tenía en Ella,
por ser la más santa, la más poderosa y la mejor de las criaturas, y en
todas mis necesidades acudía a mi angelical Compañera con toda
sencillez, pura fe y completa abnegación.
Con el mayor cuidado me aplicaba a imitarla en todo y a copiar sus
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virtudes; su pureza angelical, su humildad profunda, su fe viva, su


obediencia ciega, su oración continua, su mortificación universal, su
caridad ardiente, su paciencia heroica, su dulzura inefable y su
eminente prudencia.
Esta devoción será para ti un manantial de las más singulares gracias y
una prenda segura de predestinación.

Día décimo segundo:


Fidelidad de San José en saludar a María
Testigo afortunado del amor con que Jesús se complacía en ofrecer a
su divina Madre la salutación angélica, principio de toda su gloria y de
su dicha, me unía también para saludar a María, con el Verbo
encarnado. Cuando encontraba a mi inmaculada Esposa al lado del
divino Niño, sentía un gusto particular en repetirle estas piadosas
palabras que llenaban su alma de un gozo celestial: Dios te salve,
María, llena de gracia,…
Por la noche le repetía la misma salutación, que renovaba en su espíritu
la alegría inefable que experimentó cuando el arcángel Gabriel de parte
del Altísimo vino a anunciarle el misterio de la encarnación del Hijo de
Dios en sus purísimas entrañas.
Procura tú también, hijo mío, saludar frecuentemente a esta tu tierna
Madre. Que sea dulce para tus labios, y aun mucho más para tu alma,
esta salutación.

Día décimo tercero:


San José y el auxilio de los ángeles
El Señor había encargado a los ángeles que me guiasen en todos mis
caminos. Así fue que uno de estos espíritus celestiales me tranquilizó
cuando quería separarme de María, juzgándome indigno de habitar con
la augusta Madre de Dios. Un ángel me avisó, que debía huir a Egipto
para librar al divino Niño del furor de Herodes. Por fin otro mensajero
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celestial me instó para volver a mi querida patria, porque atentaban


contra la vida de Jesús.
Procura, hijo mío, vivir con grande pureza, amando de corazón a Jesús
y María, y los ángeles se gozarán contigo, te servirán de consejeros en
tus dudas, te alcanzarán fortaleza en tus flaquezas y consuelo en tus
tribulaciones, te defenderán contra los demonios, presentarán a Dios
tus buenas obras y tus sufrimientos; por fin después de haberte asistido
en tu última hora, acompañarán tu alma hasta el tribunal del supremo
Juez.

Día décimo cuarto:


San José y el amor a la pureza.
Fiel a la inspiración del cielo, me consagré a Dios sin reserva desde mi
juventud. El amor a la pureza fue para mí un manantial de gracias más
singulares. Dios se dignó escogerme entre todos los hombres para
esposo de la Virgen Inmaculada. Los ojos de María destilaban una
especie de rocío virginal que, cayendo sobre mi corazón, le purificaban
más y más.
Cuando tenía la dicha de tomar en mis manos al Verbo encarnado;
cuando le estrechaba contra mi corazón con tanto amor como respeto,
sentía en mí una virtud que transformaba todo mi ser.
Así tú, hijo mío, recibiendo a Jesús en la santa Comunión, alcanzarás
siempre mayor pureza. Ama esta gran virtud sobre todas las cosas,
porque, como dice el sabio, nada se le puede comparar.

Día décimo quinto:


San José y la santa obediencia.
La obediencia es más agradable al Señor que la sangre de las víctimas.
El que la practica posee el verdadero secreto para disfrutar la paz
interior. Si supieras cuan dulce es obedecer a Dios, servirle con
sencillez de corazón y observar los preceptos de su ley ¡con qué alegría
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te aplicarías a cumplir sus divinos mandamientos!


Fiel a la gracia en todas las circunstancias de mi vida, decía como
Abraham: pronto estoy, oh Señor; como Isaías: Heme aquí envíame; o
como Samuel: Habla Señor que tu siervo escucha.
Esta obediencia, hijo mío, debes tenerla con todos aquellos a quines
Dios ha revestido de su autoridad sobre la tierra, y especialmente a la
santa Iglesia iluminada por su divino Espíritu y encargada de ser la
guía de tu alma.

Día décimo sexto:


San José y el amor a la pobreza.
Aunque descendiente de los reyes de Judá, me ví precisado, bien que
sin pena, a ejercer un oficio humilde a los ojos de los hombres, a fin de
procurarme las cosas más indispensables para la vida. Más ¡cuánto
subió de punto mi amor a la pobreza, al ser testigo de la pobreza en que
nació el Hijo único de Dios, al cual no tuvo jamás un lugar donde
descansar su cabeza!
Si te dejas guiar de las puras luces de la fe, sabrás, apreciar las ventajas
de la pobreza evangélica. Ella, librándote de una infinidad de vanos y
frívolos cuidados, te dispondrá para recibir las riquezas del amor
divino.
La pobreza es también un medio muy eficaz para hacer grandes
progresos en la perfección. Ella guarda la humildad; conserva la
castidad a causa de su compañera inseparable la mortificación, y nos
ayuda a practicar la abstinencia y la templanza.

Día décimo séptimo:


San José y el amor al trabajo.
Aunque descendiente de sangre real, desde mi juventud hasta mi
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muerte tuve que ganar m sustento con el sudor de mi rostro. Mi trabajo


era pesado y lleno de privaciones. Todos los días tenía que sufrir
nuevas fatigas, las que solo interrumpían un sueño y una parca comida.
Aprende de mí, y ten en cuenta que no hay ocupación alguna, por baja
que sea según las preocupaciones del mundo, de la cual deba
avergonzarse un cristiano; al contrario tiene motivos para contarse por
feliz y muy honrado, si su oficio le acerca más a Jesús y a María.
La pereza no consiste siempre en aquella especie de indolencia que
parece caracterizarla mas particularmente; se junta a veces con una
asombrosa actividad, pero actividad, que aplicada a otros objetos, hace
descuidar los propios deberes, y muchas veces nos lleva a hasta
dejarlos del todo.
Para que tus ocupaciones sean meritorias, cuida de hacerlas
imitándome, en Jesús, para Jesús y con Jesús.

Día décimo octavo:


San José y la santificación de las acciones comunes.
La piedad que te hará agradable a Dios y que te consagrará
enteramente a su servicio, consiste en hacer todo lo que Él quiere y en
cumplir lo que desea de ti precisamente en el tiempo, el lugar y las
circunstancias en que te coloca. De este modo llegué a un grado de
virtud sublime. Estaba siempre, es verdad, en disposición de sacrificar
a la voluntad de Dios todo lo que yo podía tener de más precioso y más
querido, mi bien, mi tiempo, mi libertad, mi reputación y mi vida; pero
cuando el Señor nada de heroico me exigía, me esforzaba en animar
mis acciones ordinarias con un gran espíritu de caridad, no atendiendo
al número y a la calidad de mis obras, sino a la honra de poder con
ellas agradar a Dios.
Todo lo que lleva la señal de la voluntad de Dios y de su agrado es
grande, por pequeño que sea en sí mismo. Si el amor de Dios se
manifiesta con más generosidad en los grandes sacrificios, en los
pequeños, repetidos continuamente, descubre más atención y
delicadeza.
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Día décimo noveno:


San José y el secreto de hacer todas las obras ordinarias
meritorias.
No haciendo caso de los bienes perecederos de la tierra, ponía todo mi
cuidado en procurarme un rico tesoro de méritos para el cielo. Obraba
siempre según Dios, en Dios y para Dios. Según Dios: nada hacía
contra su voluntad adorable procurando conformarme en todo a sus
menores deseos. En Dios: procurando siempre hallarme en estado de
gracia, a fin de que la gracia actual fuese el principio de todas mis
acciones. Para Dios: en todo obraba por un motivo sobrenatural, para
la gloria de Dios, para agradar a Dios, por amor a Dios, en la presencia
de Dios, con grande fervor, uniéndome entonces a Jesús, que trabajaba
conmigo.
¿Quieres también, hijo mío, no perder el fruto de tus obras? Recuerda
que sin la gracia nada puedes hacer meritorio para la vida eterna. Por
esto es que al empezar una acción, debes dirigirte a Dios por medio de
una fervorosa aspiración, a fin de obtener la gracia de hacerla bien,
manteniéndote unido a Jesucristo por la caridad, a la manera que los
sarmientos de la viña están unidos con sus cepas.

Día vigésimo:
San José y el recogimiento.
La vida de un cristiano debe ser una vida apartada del bullicio del
mundo. El verdadero cristiano debe desear ardientemente permanecer
cubierto bajo las alas de Dios, sin tener otro testigo de sus buenas
obras.
Fiel a la inspiración de la gracia, procuraba con cuidado ocultar a los
ojos de los hombres todo lo que hubiera podido dar alguna distinción a
mi persona; colocaba toda mi dicha en ser desconocido, y sin
reputación alguna me tenía por feliz de poder consagrarme a los
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sagrados intereses de Jesús y de María, sin salir de la oscuridad de una


vida humilde y retirada.
Encerrado en la estrecha morada de una casa pobre y ocupado solo en
mi trabajo, no me veía combatido de las pasiones que agitan a los
demás hombres, y disfrutaba tranquilamente del silencio y de las
ventajas de la soledad, con Jesús y María, de los cuales recibía las más
santas y más dulces comunicaciones.

Día vigésimo primero


San José y la discreción en la palabra.
En la escuela del Verbo encarnado, cuyas palabras todas producen
frutos de vida, muy pronto aprendí a poner una guarda de
circunspección a mis labios, y a no romper el silencio sino cuando lo
exigían la gloria de Dios o el bien del prójimo. Aunque perfectamente
instruido en los sagrados misterios, nunca me determiné a comunicar a
los demás los secretos que me habían sido confiados.
¿Quiere, hijo mío, hacer progresos en la vida interior? Procura sobre
todo no hablar sino cuando sea oportuno. La lengua inmoderada es
causa de muchas desgracias.

Día vigésimo segundo:


San José y el amor al silencio.
Uno de los medios más eficaces para progresar en la vida espiritual es
el silencio. Él dispone a la oración, fomenta los sentimientos piadosos,
da pábulo a los ardores de la caridad, enseña a ser humilde, en fin une
al alma piadosa con Dios, que la conduce a la soledad para hablarle al
corazón y conversar familiarmente con ella.
Si levanté tan alto el edificio de mi perfección, es porque viví siempre
en una grande soledad interior. Meditaba los divinos secretos que se
me habían confiado sin comunicarlos a nadie. Escuché en silencio a los
pastores y a los Magos, que vinieron a adorar al Salvador y se
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preocupaban de los prodigios que habían acompañado a su nacimiento;


sin embargo, ¡cuántas cosas admirables hubiera podido decirles acerca
de las futuras grandezas que de este divino Niño el ángel me había
revelado!
No te contentes, hijo mío, de guardar el silencio exterior; debes
procurar hacer callar a tu espíritu lleno de terrenas preocupaciones y
suprimir aquellas vanas reflexiones que agitan y disipan tu alma.

Día vigésimo tercero:


San José y la constancia en la oración.
La oración es una elevación del espíritu hacia Dios, y un trato familiar
del alma con su Creador, y por este medio tributa sus homenajes a la
Divina Majestad y cumple sus deberes.
No hay lengua alguna que pueda jamás expresar debidamente el valor
de esta comunicación del hombre con Dios. La oración es
incomprensible con el pecado. A la fidelidad y constancia en cumplir
este santo ejercicio debo el haber correspondido a todas las gracias del
cielo.
Jamás perdía de vista a Jesucristo; recogía sus palabras, aprendía sus
lecciones, lo que formaba mi interior alimento; admiraba los prodigios
de su humildad, su amor a la vida retirada, su obediencia ciega a las
órdenes de un pobre jornalero. Las profecías me suministraban el
conocimiento de los misterios que todavía no se habían cumplido.
He aquí, hijo mío, cual ha de ser el objeto ordinario de tus oraciones y
de tus cuidados. Jesús es tu pan supersubstancial, tu pan de todos los
días, el pan de vida que debe comunicar a tu alma la inmortalidad. No
conviene dejarlo jamás, y si alguna vez tomas algún otro alimento, es
preciso siempre volver a Aquel.

Día vigésimo cuarto:


Ave Joseph
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Fidelidad de San José en mantenerse en la presencia de


Dios
Por un insigne privilegio, ya en esta vida se me concedió disfrutar de la
felicidad de los espíritus celestiales que ven a Dios cara a cara. Si yo
hablaba, si conversaba era siempre con Jesús y con María, y
únicamente de cosas que interesaban a la gloria del Altísimo. Partía
todas mis comidas con aquel divino Hijo, sentado a mi lado, que ahora
lo está en el cielo a la derecha de su Padre. Y mientras le daba el pan
material, ganado con el sudor de mi frente, Jesús alimentaba mi alma
con su divina palabra, e inflamaba mi corazón con los ardores de su
caridad.
Si yo trabajaba, cuando iba de viaje era siempre con Jesús y para Jesús.
Por la mañana mi primera mirada y mi primer afecto se dirigían a
Jesús, quien venía a saludarme con respetuoso cariño. En fin, en el
seno de Jesús exhalé mi último suspiro.
El más eficaz de todos los medios de permanecer, hijo mío, en la
presencia de Dios, es tener la vida de Jesucristo, sus misterios y sus
palabras, en tu espíritu y en tu corazón, y recibirás la luz a medida que
vayas considerándolos.

Día vigésimo quinto:


San José y la caridad fraterna.
El amor a tu prójimo, es un amor nuevo, sobrenatural, que te hace
amar a tus hermanos por Dios mismo.
Al ver todo lo que la caridad de Jesús había hecho, y todo lo que
preparaba a fin de salvar a los hombres, mi corazón, estaba inflamado
de amor. Durante mi vida, después de haber oído al Salvador
manifestar el ardiente deseo que le animaba de dar por cada uno de
nosotros hasta la última gota de su sangre, ¿cómo hubiera podido yo
permanecer insensible a las necesidades de mi prójimo?
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Nada hay, hijo mío, más recomendado en la Sagrada Escritura como la


caridad fraterna, que es la señal por la cual Jesús ha declarado que
reconocería a sus discípulos.
No puedes amar a Dios sin amar al prójimo; así como no puedes
ofender al prójimo sin ofender a Dios.

Día vigésimo sexto:


San José y la virtud de la humildad.
La humildad es el fundamento de la perfección, y como la piedra
angular sobre la que descansa todo edificio espiritual.
El más precioso de todos los favores que el Señor me ha concedido, es
el conocimiento y el desprecio de mi mismo. De esta virtud, como de
un manantial puro y fecundo, salió una infinidad de otras virtudes que
adornaron a mi alma. Por haberme humillado y anonadado a mis
propios ojos, el Verbo divino se dignó escogerme para ser su padre
adoptivo y su custodio, y también se dignó el Señor darme por esposa
a María, la más humilde de todas las criaturas.
Los ejemplos del Salvador me suministraban luces extraordinarias
sobre la grandeza de Dios y la nada de la criatura, y al mismo tiempo
me comunicaban acerca de la humildad conocimientos que antes no
hubiera podido tener.
Iluminado con las puras luces de la fe, hijo mío, ten siempre en mayor
estima el menor acto de virtud que todos los dones celestiales, porque
con estos sones solos no glorificarás a Dios si no van acompañados de
las virtudes cuyos actos repugnan al amor propio.

Día vigésimo séptimo:


La conformidad a la voluntad de Dios en la vida de San
José.
El conformarse enteramente a la voluntad de Dios es el gran secreto
para santificarse y ser feliz sobre la tierra. Toda la conducta del divino
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Salvador, durante el curso de su vida mortal, ha sido la aplicación de


estas bellas palabras salidas de su boca divina: “Que se haga, Señor, no
como yo quiero, sino como Vos queréis... He bajado del cielo, no para
hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me ha enviado”.
No lo olvides, hijo mío, que tu fidelidad en practicar esta virtud te
alcanzará las gracias más singulares, porque Dios se complace en
colmar de sus favores a los que no tienen otra voluntad que la divina.

Día vigésimo octavo:


El espíritu de fe en San José.
La fe es un don y una virtud al mismo tiempo. Es un don de Dios, en
cuanto es una luz que derrama sobre el alma; es virtud, en cuanto al
ejercicio que el alma hace de ella. La fe no debe servirte solamente de
regla para creer, sino también para obrar: tu fe debe pasar de espíritu al
corazón.
Por esto yo no me limité a someter mi razón a las verdades de fe, sino
que arreglé toda mi conducta a sus diferentes enseñanzas, poniendo
toda mi dicha en conformar con ellas mis obras. Esta correspondencia
a todas las inspiraciones del Espíritu Santo, a todos los buenos
sentimientos, me ha alcanzado después nuevas gracias, mayores aun
que las precedentes.
¡Ah! No te olvides jamás, hijo mío, cada aumento de gracia, por
pequeña que sea, influirá de una manera especial sobre tu dicha eterna.
Por tu fidelidad a la gracia merecerás conocer más estrechamente a
Jesús, y estarás más cerca de María en el cielo.

Día vigésimo noveno:


San José y la correspondencia a la gracia.
Por la gracia de Jesucristo el hombre se hace participante de la
naturaleza divina.
La gloria corresponde a la gracia. La gracia es una gloria comenzada y
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la gloria es una gracia consumada.


Por respeto a María, de la cual debía ser custodio y esposo, y también
por respeto al Verbo encarnado, a quien debía yo servir de padre, he
sido colmado desde mi nacimiento de los más señalados favores por la
beatísima Trinidad. Si he hecho tan admirables progresos en el camino
de la perfección, es por haber sido fiel a las primeras gracias que el
Señor me concedió; esta correspondencia a todas las inspiraciones del
Espíritu Santo, a todos los buenos sentimientos, me ha alcanzado
después nuevas gracias, mayores aun que las precedentes.
Dios puede siempre hacer crecer indefinidamente la perfección de su
obra; porque cuanto más se eleva, tanto más la llena y la agranda; a la
manera de un océano, cuyas olas ahondan el cauce y apartan las riberas
llenándolas.

Día trigésimo:
San José y la alegría del alma
Una dulce paz, una santa alegría reinaba siempre en mi corazón. La
conciencia siempre pura, siempre tranquila, derramada sobre toda mi
existencia una felicidad a la cual nada es comparable, y jamás, aun en
las pruebas más delicadas y más difíciles, había permitido que la
tristeza turbase mi alma ni por un momento.
La santa alegría de los hijos de Dios es no solamente un efecto, sino
también una notable señal de la gracia.
Cuando saludó a Tobías el arcángel Rafael, se valió de las siguientes
palabras: “que la alegría esté siempre contigo”.
Yo te deseo lo mismo, hijo mío; porque Dios es un buen señor, que no
quiere ser servido con mal humor y repugnancia, sino con buena
voluntad y afecto.
No le sirvas, pues, jamás como un esclavo sirve a un tirano; sino
procura tener por Él los sentimientos de un buen hijo a favor del mejor
de los padres.
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Día trigésimo primero:


San José y la virtud de la esperanza.
Mi confianza se aumentaba y se fortificaba en proporción de las
gracias que recibía de la divina bondad. Mi esperanza se apoyaba en
los méritos infinitos de Jesucristo, a quien alimentaba con el fruto de
mis sudores, y mi piedad hacia María, todopoderosa para con Dios. Así
es que, aún en medio de las más rudas pruebas y de los más grandes
peligros, jamás la desconfianza penetró en mi corazón, y el
pensamiento del cielo me consolaba en todos los sinsabores de la
tierra.
Destinado para una felicidad infinita, tu corazón, hijo mío, no puede
encontrar paz ni verdadero contento sino en la posesión y en el goce de
Dios, que es el principio y el término de todos los bienes, la plenitud de
la vida y el reposo eterno de los bienaventurados. Pero no olvides, que
para poseer esta gloria, no basta desearla y esperarla; es preciso
además cumplir fielmente la voluntad del Padre celestial. Bien lo
sabes; solo aquellos que sean hallados conformes a Jesucristo,
participarán de la gloria infinita que ha merecido con sus sufrimientos.

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Ave Joseph
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