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Los traumas psicológicos más comunes resultan habitualmente de: a) una ruptura
en el sentimiento de seguridad básico; b) una carencia de interacción humana
necesaria; c ) ser objeto de expresiones excesivas e inadecuadas de agresividad y/o
sexualidad. Aunque solemos asociar la palabra trauma a algo masivo y evidente,
debemos recordar que también puede ser pequeño y acumulativo.
De la misma manera que los tejidos fisiológicos pueden resistir una cierta fuerza de
impacto sin deteriorarse más allá de su capacidad de recuperarse solos, el tejido
mental puede resistir una cierta cantidad de impacto emocional sin dañarse más allá
de su capacidad de reponerse solo. Sin embargo, a partir de un cierto umbral, el
impacto es demasiado fuerte, y modifica de manera negativa, y permanente, los
tejidos fisiológicos o la estructura mental del individuo.
Sin entrar en grandes complejidades que no tienen cabida aquí, se puede entender
la mente como un procesador de estímulos (internos y externos) que los utiliza para
mantenerse y crecer. Este procesador también necesita descargar los estímulos que
sobrepasan su capacidad de utilizarlos para el crecimiento, y la descarga está
frecuentemente asociada a un placer (la actividad creativa, la actividad física, la
sexualidad, etc.). A nivel neuronal, todo estímulo crea una activación de las neuronas
que tiene que ser tramitada, absorbida o descargada de alguna manera.
Este sistema procesador de estímulos tiene dos umbrales, uno inferior y otro
superior, por debajo y por encima de los cuales no puede funcionar. Por debajo de
un determinado umbral de estimulación la mente de un adulto empieza a
deteriorarse y la de un niño no se desarrolla. Por encima de un determinado umbral
de estimulación la mente de un adulto se rompe por un exceso de carga y la de un
niño se distorsiona al intentar adaptarse a ese exceso. Para visualizarlo fácilmente,
se puede hacer una analogía con el desarrollo muscular, en el que las cargas a las que
están sometidos los músculos tienen que estar dentro de su rango de posibilidades.
El trauma se suele asociar a un exceso de estímulo que viene de fuera y que daña
gravemente al sujeto. Los traumas por agresiones físicas o los traumas por abuso
sexual son ejemplos de esto y son las formas más visible de trauma.
Sin embargo, el cuerpo también produce estímulos internos que necesitan ser
tramitados y descargados, pero solamente pueden ser descargados con la ayuda de
otra persona que provee las condiciones necesarias para que lo puedan ser.
Cuando falta un contacto suficiente con otra persona que provee las condiciones
necesarias para satisfacer necesidades internas, se crea un trauma poco evidente
desde fuera que se expresa en una mente frágil expuesta a una sobrecarga constante
de estímulos internos.
Una característica muy común del trauma psicológico es que suele repetirse a lo
largo de la vida del sujeto que ha sufrido el trauma. Esta repetición puede ser
evidente, como los recuerdos traumáticos que vuelven sin parar, o menos evidente,
como situaciones traumáticas que se repiten en la vida del sujeto sin que éste
entienda por qué o sepa reconocerlas.
Quien ha sufrido un trauma suele encontrarse, de manera más o menos inconsciente,
en un bucle infernal que repite incesantemente el trauma. Pensamos que esto puede
deberse a dos razones: a) la repetición puede tener un elemento de intentar controlar
y revivir la experiencia para que, esta vez, se pueda superar o arreglar; b) la
repetición puede deberse a que un elemento de la situación traumática engancha con
algo inconsciente interno del sujeto que se queda crónicamente sobre-estimulado
por el trauma y se tuerce de manera que no puede evitar buscar repetitivamente algo
excesivo (o defectuoso).