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SANTOS Y BEATOS

DE LA CARTUJA

Reseñas biográficas escritas por varios autores anónimos cartujanos


compiladas e ilustradas por
Juan Mayo Escudero
página para los datos de ANALECTA CARTUSSIANA y JAMES HOGG
Foto de portada: «San Bruno», por Enrique Hernández de los Ríos, presbítero.

ISBN 3-901995-24-2

Composición tipográfica, maquetación, fotografías, transcripción y estudio:

JUAN MAYO ESCUDERO


Avda. Ejército 1-B-2º 4
11500-El Puerto de Santa María (Cádiz -España-)
email: JMAYOE@nexo.es
Teléfonos: 956857195 y 606988855

En la edición de la presente obra han colaborado:


Dr. James Hogg de la Universidad de Salzburgo - Analecta Cartusiana- (Austria),

Bodegas González Byass de Jerez,


Delegación Provincial de Cultura de Cádiz,
y
Juan Mayo Escudero

Reservados por parte del autor todos los derechos, inscritos en el Registro de la Propiedad
Intelectual. Queda prohibida la reproducción parcial o total de esta publicación, cualquiera
que sea el medio empleado, sin el permiso del autor.
SANTOS Y BEATOS

DE LA CARTUJA
Reseñas biográficas escritas por varios autores anónimos cartujanos
compiladas e ilustradas por
Juan Mayo Escudero

El Puerto de Santa María, año 2000


Dedicatoria

Con cariño,
a mi hijo Carlos y a todos aquellos
monjes y monjas cartujos
que han colaborado en este trabajo.

Juan Mayo Escudero


PRÓLOGO

E l comienzo del tercer milenio se presenta a todos los hombres y


mujeres de nuestros días con una fuerte dosis de esperanza, máxime
cuando la crisis de valores a que asistimos potencia aún más en la
humanidad, tanto en el ámbito individual como en el colectivo, ese ansia
de verdad, de bien, de plenitud que anida en los más profundo del corazón
humano.

Un Papa de corazón joven y esperanzador, como Juan Pablo II, que


desde sus años en la Universidad ha vibrado por esos valores, nos invita
a todos, a las puertas del 2000, a que crucemos su umbral abriendo de par
en par las puertas a Jesucristo, echando fuera todo temor. Él es el Señor
de la Historia, Él es el Hijo del Hombre, el prototipo del hombre
perfecto, Él, en frase del Vaticano II, «muestra de hombre al hombre»
(Gadium et Spes). Él le enseña aquellos valores que éste debe cultivar
si desea encontrase a sí mismo y, con ello, encontrar, sobre todo, su fin,
su vocación al abrazo pleno y definitivo con Dios, a cuya imagen y
semejanza fue creado.

Para espolearnos más en ese seguimiento de Cristo desde todos los


estados y todas las condiciones en que nos hallemos, el Papa, ha querido
que se pusiese con mayor abundancia ante los ojos de nuestra sociedad de
consumo el ejemplo de aquellos hombres y mujeres que en la actualidad
llamamos «Santos», pero que en su día fueron tan frágiles como nos
vemos nosotros hoy. Ellos corrieron el noble certamen de Dios abriéndose
a su gracia y, por ello, dejaron en la sociedad en que les tocó vivir «el
buen olor de Cristo», convirtiéndose en fermento de renovación y
esperanza para la humanidad peregrina de su tiempo.

Personalmente, como padre de dos hijos, y docente Director de un centro


educativo, siento la necesidad de transmitir a las nuevas generaciones
todos aquellos valores que dignifican a la persona humana, haciéndome
eco de la invitación de Juan Pablo II, he querido poner a este fin mis
conocimientos y afición a la informática para poder colocar en manos del
lector este tomo con las vidas resumidas de los Santos de la Cartuja1.
Para ello he transcrito de diversos autores cartujanos anónimos, del
siglo XX2, vidas que, colocadas en un solo libro, nos dan una visión de
conjunto del ideal de los hijos espirituales de San Bruno.

Algún lector se podrá preguntar sobre el número elevado de cartujos que


verá en estas páginas que han sido obispos. La explicación es sencilla.
La Orden Cartujana nunca ha introducido las causas de sus santos sino
que han sido las diócesis de donde fueron obispos, o donde estaba
enclavada la Cartuja donde éstos vivieron, los que las introdujeron. Las
vidas de los demás santos y santas cartujas quedará siempre en lo oculto
del rostro de Dios.

Estas vidas las he perfilado un poco con nuevos datos y enriquecido con
una serie de ilustraciones tomadas de artistas muy sensibles al carisma
1
Suman un total de 35 cartujos: con el fundador San Bruno a la cabeza, tres priores, una priora, ocho obispos,
un monje, una monja, dieciocho mártires ingleses y dos mártires franceses.
2
Estas biografías han sido tomadas de notas mecanografiadas, proporcionadas por los cartujos de Jerez, que
fueron escritas por tres monjes cartujos diferentes, de las cartujas de Miraflores, Montrieux y Jerez.
cartujano, antiguos unos como Zurbarán o Carducho, o modernos otros
como el P. Enrique Hernández de los Ríos y Rafael Tardío. A veces
estas ilustraciones las he podido fotografiar en los mismos lugares donde
vivieron estos santos, como es el caso de los Mártires Cartujos ingleses,
en la antigua cartuja de Londres.

Creo que todos podrán gozar con la lectura de estas páginas, pues a todos
nos interpela el testimonio vivo de unos hombres que llamados a la
soledad, e incluso colocados posteriormente en medio del mundo al frente
de Iglesias locales, nos hablan a cada uno de esa contemplación a la que
toda acción constructiva debe tender.

Juan Mayo Escudero, 26 de febrero del año 2000


A l comenzar estas vidas de cartujos reconocidos oficialmente por su
ejemplaridad, veremos que unos tienen el apelativo de Santos y otros de Beatos.
Como para los que estamos envueltos en el trajín diario de la calle estos términos
nos pueden resultar algo oscuros, creo que lo primero que debemos hacer es
aclarar el significado y alcance de dichos vocablos.

La actual disciplina eclesiástica no puede canonizar a un siervo de Dios sin que


previamente haya precedido su beatificación.

La canonización es la sentencia última y definitiva del Romano Pontífice, por la cual


se declara solamente que un difunto goza de gloria celestial. La beatificación es un
acto previo a la canonización, que no tiene un carácter definitivo, ni irreformable, ni
universal. En cambio, según sentencia común de los teólogos, el Papa es infalible
al pronunciar la canonización.

Hay otra diferencia en cuanto a la extensión del culto: mientras que la canonización
impone obligatoriamente a todos los fieles, sin excepción, un culto supremo y
universal hacia el que ha sido proclamado Santo, la beatificación es un decreto
permisivo, concediendo al declarado Beato un culto limitado solamente a ciertos
actos y en ciertos lugares, o para algunas personas, por ejemplo, una familia
religiosa.

A los Beatos sólo se les puede tributar culto en los lugares y en la forma que el
Romano Pontífice concediere:

Sin indulto de la Sede Apostólica, no se les puede dedicar iglesias, ni altares, ni


constituirles Patronos de lugares o personas morales.

Sólo pueden exponerse sus imágenes y reliquias en las iglesias en que, por
concesión de la Santa Sede se celebre el oficio y la Misa de los mismos; pero esta
Misa sólo puede celebrarse en la fecha señalada y no, como votiva, durante el resto
del año.

Las imágenes de los Beatos no pueden ser nimbadas con la aureola de la santidad
(especie de aro que se les coloca sobre su cabeza), aunque sí se les puede rodear
de mayor claridad y de rayos luminosos.

En otras órdenes religiosas existe un «postulador», es decir, un religioso consagrado


a estudiar las causas de los Santos y pedir su beatificación y posterior canonización.

En la Cartuja, sin embargo, no existe tal cargo, no se promueve la causa de ninguno


de sus miembros y por ello un siervo de Dios declarado Beato puede estar así
indefinidamente, hasta que algún organismo eclesiástico interesado en el asunto
remueva su causa. Y es que, como decía algún Papa, «La Cartuja se interesa más
en hacer santos que en declararlos».3

3
Benedicto XIV, en la bula de beatificación del Beato Nicolás de Albergati, el 6 de octubre de 1744.
Beato Ayraldo, 3 de enero

3 de enero
BEATO AYRALDO, MONJE Y PASTOR

A yraldo, nacido a fines del siglo


XI, fue hijo de Guillermo II, «El Atrevido»,
Conde de Borgoña, y hermano de Guigo,
Arzobispo de Viena de Francia, luego
Papa con el nombre de Calixto II.

Despreciando la nobleza de su casa


y renunciando las riquezas y honores a los
que podía aspirar, prefirió la humildad de
la Cruz y la obscuridad del Claustro.
Ingresó y recibió la tonsura monacal en la
recién fundada Cartuja de Las Puertas, en
la diócesis de Lyón, abrazando con el más
alegre ánimo la austeridad de aquella vida.

Desde su noviciado, según


atestiguan los documentos, se distinguió
de tal modo por la pureza de su vida y la
perfección de la observancia, que
conquistó la admiración y el amor incluso
de los más ancianos, desde largo tiempo
ejercitados en la disciplina religiosa, a
quienes San Bernardo da el nombre de
santos en sus cartas, y como tales los
quería y reverenciaba. Publicadas en 1127
4
Bto. Ayraldo, copia del S. XVIII de un Zurbarán de las COSTUMBRES , de Dom Guigo, se
Jerez, perdido. aplicó a vivirlas íntegramente, con anhelo
y fidelidad admirables, sin distinguir entre
lo de estricta obligación y lo de consejo, ya que opinaba que nada carece de
importancia en la vida espiritual, y que la obediencia lo hace todo grande a los
ojos del Señor; con lo que en poco tiempo vino a ser modelo de los suyos y de
los extraños, asombrados todos de sus rápidos progresos. Nadie podía tratarlo sin

4
Las «Consuetudines Cartusiae», es la primera norma de vida cartujana puesta por escrito por el V Prior de
la Grande Chartreuse, Dom Guigo I, fallecido en 1136, a petición de otros eremitorios que seguían la
observancia vivida por San Bruno y sus compañeros.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 11


Beato Ayraldo, 3 de enero

sentirse atraído por el perfume de su bondad y de su humildad, frutos de su


continua unión con Dios; de tal modo que, cuando se trató de elegir un nuevo
Prior para el Monasterio, Ayraldo, que venía siendo su modelo, fue investido de
la autoridad sobre todos los religiosos.

Habiendo quedado vacante la sede de San Juan de Maurienne, el Cabildo


Catedral, reunido para nombrar sucesor, eligió a Ayraldo por Prelado; y apoyado
por la autoridad del Papa y por los ruegos e instancias del Conde de Saboya,
señor temporal de buena parte de la Diócesis, venció la repugnancia que sentía
el santo en dejar su amada soledad. Elevado a la sede mauriennense, unió a la
austeridad de la vida y a la observancia de la Orden Cartujana las virtudes de
prudencia y caridad propias de Episcopado, conservando de las primeras cuanto
fue compatible con su nueva dignidad; y así llevó hasta su muerte el cilicio y el
hábito blanco, y observaba los ayunos y demás prácticas de penitencia de uso
en la Orden. Pero lo que sobre todo lo distinguió fue el saber conservar el espíritu
de silencio y de soledad en medio de tantos afanes de administración espiritual
y material de la Diócesis, pues que en buena parte le competía también el rango
de Príncipe, Soberano temporal y Juez de Apelación de la misma. En sus visitas
recibía las querellas de sus súbditos, mediaba en sus litigios, reprimía los
abusos, y a la par de la Administración de los Sacramentos y demás cuidados
pastorales, tenía que ocuparse de censos y feudos, e inspeccionar sus pequeñas
plazas fuertes.

Amaba, no obstante, el volver con frecuencia a su antigua y nunca olvidaba


la soledad de Las Puertas, donde se entregaba con tanto ardor a la oración y el
ayuno, que luego reemprendía con nuevos brios el cuidado de los negocios
exteriores y de la solicitud pastoral, animado y confortado con los consejos del
Venerable Bernardo, Prior y Padre espiritual suyo anteriormente, y luego su
sucesor en el Obispado.

Los afligidos acudían confiadamente a su encuentro cuando recorría la


Diócesis; acogía las demandas de los pobres con extremada amabilidad, y los
colmaba de dones; recibía con el mayor afecto a todos los que visitaba la
desgracia, y los consolaba y atendía con amplias limosnas, hasta el punto que
según una antigua y autorizada crónica, hacia el final de su Pontificado parecía
como si hubiese desaparecido de aquella comarca la pobreza. Por el contrario
usaba consigo mismo de una austeridad suma, siendo vivo ejemplo de cómo
debe usar un Obispo las rentas eclesiásticas.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 12


Beato Ayraldo, 3 de enero

Donó muchas propiedades a su Catedral, y fundó en ella una Misa y


procesión anual en el aniversario de su muerte. Fue celoso defensor de los
derechos de la Iglesia frente a los poderes seculares; y así salió al encuentro de
Amadeo III de Saboya, para hacerlo desistir de una investidura de Preboste del
Monasterio de Augame, que había usurpado en favor de un hijo suyo, haciéndole
suscribir una cédula de restitución, en la que decía: «Devuelvo lo usurpado, a las
sagradas manos del Venerable Obispo de Maurienne».

A g o t a d o
prematuramente por las
austeridades y las fatigas de
su ministerio, y sintiendo
faltarle las fuerzas de día en
día, supo de su cercana
muerte, e hizo venir junto a
sí a Arducio, Obispo de
Genève, y a Bernardo de les
Portes, ya Obispo de Belley,
a los que anunció su próximo
fin. Tras haber platicado
largamente con ellos de los
gozos de la bienaventuranza
y del ardentísimo deseo que
tenía de poseerlos, recibió
con grande edificación de
todos, los santos
Sacramentos, en presencia
del clero y del pueblo, y
entregó su alma al Señor el 2
de enero de 1146, con la
alegría y la paz que
acompaña siempre la muerte
de los Santos.

Fueron concurridísimos
sus funerales, viéndose
ilustrados con varias Bto. Ayraldo, por Francisco Gálvez, 1667, Cartuja de Jerez
curaciones milagrosas, que
aumentaron la fama de santidad del finado, y la devoción que sus diocesanos le
profesaban, hasta tal punto que en su sepulcro se puso este epitafio: «Aquí yace

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 13


Beato Ayraldo, 3 de enero

Ayraldo, monje de las Puertas, y honor del Pontificado, lumbrera de la Iglesia y


padre de los pobres, glorioso por su santidad y por sus numerosos milagros».

El cuerpo del santo obispo Ayraldo fue objeto durante siglos de gran
veneración. A su sepulcro acudían multitud de peregrinos para pedir la salud,
registrándose numerosas curaciones.

Cuando estalló la Revolución francesa, uno de los programas acometidos


para erradicar la fe del pueblo contenía la quema de reliquias de honda y secular
veneración en los fieles. Así ocurrió con los cuerpos de San Dionisio de París,
San Martín, Santa Genoveva, etc. Así también tenían pensado ejecutarlo los
revolucionarios venidos de Maurienne con el venerado cuerpo de Ayraldo.

El ayuntamiento de la ciudad concedió el 18 de marzo de 1794 la solicitada


licencia para realizar tal desafuero por miedo a ser tachado de ir contra la
“libertad” tan jaleada por la Revolución.

Como consecuencia de todo ello, despojaron las sagradas reliquias de las


vestiduras pontificales que llevaba y colgaron el cuerpo en la pared de la Sala
Capitular a la espera de la fiesta de la diosa Razón, en abril. Mientras tanto se fue
adoctrinando al pueblo sobre la falsedad del culto a los santos y de las curaciones
que se les imputaban que, o eran un engaño ilusorio, o se debían a fuerzas de la
“naturaleza”. Como cosa curiosa el orador reconocía que en el sepulcro de
nuestro beato se daba una “naturaleza” que no se percibía en otros lugares.

Por resolución capitular, tales discursos difamatorios se imprimieron y, cosa


curiosa, servirían 64 años más tarde como un argumento nada sospechoso para
reforzar las pruebas del culto inmemorial dado al siervo de Dios.

Llegado el momento y, por causa ignorada, aquellos pobres hombres


prefirieron celebrar a “la Razón” arrastrando por las calles de Maurienne una
imagen del Aquel que es la razón última del hombre, la Sabiduría misma
encarnada. El cuerpo de nuestro siervo de Dios quedó colgado en la pared de la
Sala Capitular. Un mauriennense lo tomó y escondió, hasta que restaurado el
culto en Francia posteriormente, lo entregó al cura de su parroquia, quien en
1846 lo entregó a su vez al Obispo de Maurienne que lo depositó en su capilla
privada.

Finalmente, habiendo la Sagrada Congregación de Ritos contestado


afirmativamente a la pregunta de si constaba con certeza la antigüedad de su

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 14


Beato Ayraldo, 3 de enero

culto, el 8 de enero de 1863, el Papa Pio IX tuvo a bien «confirmar el culto


público eclesiástico tributado desde tiempo inmemorial al beato Ayraldo, Obispo
Mauriennense». Y el 6 de agosto del mismo año aprobó su oración propia, y la
fecha 2 de enero, aniversario de su muerte, para la celebración de su fiesta en
toda la Orden Cartujana, con rito de XII lecciones 5. Por último, restaurada a
expensas de la Orden la capilla donde anteriormente habían reposado sus
reliquias, y la catedral toda, fueron trasladadas de nuevo a ella solemnemente en
el año 1891; y allí son objeto de constante veneración por parte del pueblo fiel.
Al ajustar el santoral cartujano a las normas del Concilio Vaticano II, se determinó
celebrar la fiesta del bienaventurado Obispo, con III lecciones6, el día 3 de enero.

He aquí la oración propia del Beato en el santoral cartujano:

Señor: tú te dignaste llamar a la vida monástica


al beato Obispo Ayraldo, y él con su vida nos enseñó
a amarte; concédenos que, renunciando a los halagos
del mundo, podamos alcanzar el Reino celestial.
Por N. S. JC.

5
Con este rito se celebra en la Cartuja el segundo grado de solemnidad con que se honra la memoria de un
santo. En el oficio de maitines se leen XII lecciones con sus responsorios.
6
Idem, tercer grado de solemnidad.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 15


Beato Odón, 14 de enero

14 de enero
BEATO ODÓN, MONJE.

N o son muchas las noticias


que conocemos con seguridad de este
Beato Cartujo. Nació Odón en Novara,
ciudad de Lombardía, en los últimos
años del siglo XI, ignorándose el
nombre y la condición de sus padres,
y cómo pasó su infancia y primera
juventud. Novicio en la Casa de la
Grande Chartreuse, fue de allí enviado
con el grupo de los primeros
fundadores, a la de Seitz, en la
Moravia (Austria-Ungria), y después a
Nuestra Señora de las Casotto
(Cartusia Casularum) en el Piamonte,
de donde se le llama profeso en
muchos documentos.
Beato Odón, medallón de yeso. Cartuja de Calabria
Fue su aprovechamiento espiritual tan grande, su humildad tan profunda,
tan rendido en el entendimiento, tan pronto en la obediencia, tan pobre en el trato
de su persona y en el ajuar de la celda, tan riguroso y penitente, tan continuo en
la oración, tan fervoroso en el amor de Dios, que necesitándose un varón de
suma virtud y prudencia para prior de la Cartuja de Gyrio (Yugoslavia), fue
elegido él sin la menor disputa. Dicha Casa, fundada el 1169 por Enrique, Obispo
Gurcense, había estado hasta poco antes próspera y tranquila; más Teodoro,
Obispo de la Diócesis, había comenzado a vejarla y perseguirla, creando una
situación por más espinosa y delicada. Nada pudo la prudencia y santidad del
nuevo prior ante la enconada persecución y adverso ánimo del Obispo, que
acabó por arrebatarle la hacienda, entregando la Casa a otra Orden. Convencido
de que nada haría ya con el Obispo, partió nuestro santo, nonagenario, para
Roma, a querellarse ante la Santidad de Clemente III, de tamaña injusticia. Mas,
por causas que no pueden precisarse, tampoco allí obtuvo la esperada
reparación; por lo que estimó que debía depositar en manos del Pontífice la
renuncia de su Priorato; y con la bendición del mismo partiese para la amada
soledad de su cartuja piamontesa.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 16


Beato Odón, 14 de enero

Habiéndose detenido a descansar en el Monasterio de lo Santos Cosme y


Damián, en la ciudad de Taglacozzo, (unos kilómetros al sur de Roma), cuya
Abadesa, Adhuisa, vio en el siervo de Dios el varón santo que necesitaba, y que
durante tanto tiempo venía pidiendo al Señor, para el gobierno de la clerecía de
su Monasterio y para la dirección espiritual de las monjas, recibió su vida, por
obra bien manifiesta del Señor, una dirección harto distinta de la que él pretendía
darle. La Abadesa, en efecto, obtuvo del Santo Padre, de quien era parienta
próxima, una bula en la que se otorgaba a Odón licencia y mandato para que se
quedase como Vicario de aquella comunidad de vírgenes, y como Superior del
clero adscrito a la iglesia de aquel monasterio.

Sujetóse nuestro santo a aquella nueva prueba, acatando humildemente la


voluntad del Papa, y alcanzó de la Abadesa que le hiciera construir una pequeña
celda junto a la clausura, en la que hizo vida propia de un padre del yermo. Su
cama era como una parrilla de madera, con haces de sarmientos por colchón, y
un tarugo por almohada. Puesto que dormía poco, quedábale algún rato después
de cumplidas sus prácticas de piedad, para dedicarlo al trabajo de manos, que
no le servía de mero entretenimiento, pues con lo que de él sacaba y lo que le
sobraba de lo que le daban en el monasterio, hacía no pocas limosnas a los
pobres de su vecindad. Nunca dejó su áspero cilicio; ayunaba siempre, no siendo
los domingos; guardó siempre también la abstinencia de carne y alimentos
grasos propia de la Orden, e incluso abstúvose de lacticinios en tiempos en que
ésta los permitía; tomaba muchas y sangrientas disciplinas, y guardaba la
soledad de la celda como si estuviese en el claustro de su cartuja. Solamente
salía para celebrar la santa misa, o bien para confesar y predicar a las religiosas,
a quienes hizo mucho provecho en las vías del espíritu.

Voló su fama por todo el país y concurrían a él de muchas partes para

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 17


Beato Odón, 14 de enero

lograr remedio en las enfermedades del alma y del cuerpo. Curó varias veces,
con sólo imponer las manos, antiguas y rebeldes enfermedades; y en cierta
ocasión, estando él mismo enfermo y débil en extremo, como pidiese al
sacerdote que lo asistía que
le diese de beber, dióle éste
agua de un cántaro en una
jarra, viendo con asombro al
acabar de beber el varón de
Dios, que, para fortalecer y
regalar a su siervo, había el
Señor cambiado el agua en
generoso vino.

Pasaba ya de los cien


años cuando, cargado de
méritos, entendió que era
llegada la hora de ir a recibir
el premio de sus trabajos; y
después de recibir con
extraordinario fervor los
Santos Sacramentos,
reunido el clero del
convento, hízoles una
plática amonestándoles a
vivir siempre con la mayor
pureza de alma y cuerpo, a
Muerte del Beato Odón de Novara, por Carducho, Museo del
Prado.
huir de la avaricia y a estar
siempre unidos en caridad,
acabando con este vaticinio: «Mañana a estas horas dejaré este mundo; ruégoos
de parte de Dios que no hagáis a mi cuerpo honra alguna particular, sino que
con este mismo hábito que tengo puesto lo pongáis en la sepultura, y a la
cabeza de ella una simple cruz de madera»; señalando mientras tanto con la
mano una que había allí, hecha por él.

Al día siguiente, 14 de enero del año 1200, a la hora prefijada, hallándose


presentes todos los clérigos y otra muchas personas, dijo el siervo de Dios:
«Aguárdame, Señor, en buena hora; presto voy a Vos, mi descanso y mi gloria».
Preguntado por los sacerdotes con quién hablaba, respondióles: «Ya veo a mi
Rey y Señor; ya estoy en su presencia»; y extendiendo los brazos y
levantándolos un tanto de su penitente lecho, pareció que quería subir al cielo en

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 18


Beato Odón, 14 de enero

cuerpo y alma; mas dejando aquel allí postrado, con los ojos abiertos, fuese ella
a gozar del abrazo del amado, eterno premio de sus trabajos y virtudes, y
merecida corona de su inmaculada vida, ya que, según él mismo manifestó a su
confesor, jamás ningún sucio deleite empañó el brillo de su angelical pureza. Su
cuerpo fue enterrado en el cementerio de pobres.

Desde el cielo consiguió éste lo que no había podido lograr en la tierra, ya


que poco tiempo después de su muerte, Leopoldo, Duque de Austria y Styria,
restituyó a la Orden la Cartuja de Gyrio, con nuevos e importantes beneficios,
floreciendo dicha Casa hasta el año 1564, en que el simultáneo avance de
herejes y Turcos hicieron cerrarla, junto con otras de aquella misma región.

Estuvo el santo cuerpo en aquella humilde sepultura más de 40 años,


pasados los cuales aparecióse el Santo por tres veces consecutivas a Oderisio,
Arcipreste de la iglesia del Monasterio, y le mandó dijese a la Abadesa, de parte
del Señor, le trasladasen a otro lugar más honorífico, dentro de la misma iglesia.
Así se hizo con asistencia de mucha gente del pueblo, del clero y de la nobleza,
que pudo apreciar el estado del sagrado cuerpo, que se hallaba sin la menor
señal de corrupción y despidiendo un olor que confortaba y producía gran
consuelo. Muchos prodigios continuó el Señor obrando por medio de su Siervo,
parte de los cuales se autentificaron y probaron en el proceso que por orden de
Gregorio IX se hizo para su canonización en 1240, que se conserva en la
Biblioteca Vaticana; mas, habiendo fallecido el Pontífice el año siguiente, quedó
interrumpida la causa; pero no la devoción de los fieles, que continuaron
tributando los honores supremos del culto a quien tan poderoso se mostraba ante
el Señor.

Finalmente, por decreto del 14 de junio de 1859 el Sumo Pontífice Pio IX


se dignó confirmar el culto eclesiástico que desde tiempo inmemorial se venía
tributando al Bienaventurado Odón, monje cartujo, prior que fue de Gyrio,
concediendo a la Orden su rezo y Misa, con rito de XII lecciones, el 14 de enero,
aniversario de su muerte; con la renovación litúrgica actual su fiesta se
conmemora con III lecciones.

Oración

Señor, concede a cuantos celebramos la fiesta del


beato Odón, tener fija la mirada del alma en la

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 19


Beato Odón, 14 de enero

contemplación de tu gloria, para que, después de


haber perseverado en la fe en esta vida, resplandezca
en nosotros la luz de tu rostro en la patria celestial.
Por N. S. JC.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 20


San Hugo de Grenoble, 22 de abril

22 de abril
SAN HUGO DE GRENOBLE, PASTOR

N ació Hugo en Chateauneuf


d’Isère, pequeño pueblo próximo a Valencia
del Delfinado, a mediados del siglo XI
(1053), de una familia de la clase media,
sumamente piadosa. Su padre, Odilón, que
ejercía la carrera de las armas, fue varón
de gran virtud, veraz y casto en sumo
grado, y acabó sus días por consejo de su
hijo, en la Grande Chartreuse, en donde
entró a los 82 años, muriendo pasados ya
los cien, y asistido de su hijo, que era ya
Obispo de Grenoble. Su madre mientras
tanto quedaba al frente de su casa y
hacienda, pese al gran deseo que también
tenía de consagrarse a Dios en el Claustro.
Refería esta santa mujer, que llevando aún
en su seno a Hugo, vio en sueños cómo
naciendo lo rodeaban varios santos, entre
ellos San Pedro, y lo llevaban al cielo.

Influídos sus padres por esta visión,


dedicáronle desde niño a los estudios y
luego al estado eclesiástico; y fue tal su
afición a las letras, que a trueque de
alcanzar cada vez mayores progresos,
recorrió distintas escuelas de Francia.
Acabada su formación, volvió a Valencia y
obtuvo una canonjía en el Cabildo de
aquella Catedral, sin tener aún las órdenes
sagradas. Allí fue ya desde el principio
modelo de todos, por la integridad y
dignidad de sus costumbres.

S. Hugo de Grenoble, por J. de Valencia y C.


El Cardenal Hugo, Legado a Latere de
Voisin, 1550, Cartuja de Jerez. toda Francia, prendado de sus virtudes y

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 21


San Hugo de Grenoble, 22 de abril

letras, rogóle compartiera con él los trabajos de la Sede Episcopal de Dio, que le
estaba encomendada por aquel entonces (después fue Arzobispo de Lyon).
Aceptólo nuestro santo, por juzgarlo muy de la gloria de Dios. Algún tiempo
después (1079) acudió acompañando al Legado, al Concilio de Aviñón, adonde
fueron también los canónigos de Grenoble a solicitar le diesen a Hugo por
Obispo, pues el que tenían acababa de fallecer. Otorgáronselo el Legado y el
Concilio; pero nuestro santo se opuso, alegando que ni por su edad (apenas
contaba 27 años), ni por sus cualidades, era digno de tal cargo. De nada le
valieron sus alegatos, y vióse precisado a aceptar. Recibió las Ordenes Sagradas
de manos del Cardenal Legado, y en su compañía se trasladó a la Ciudad Eterna,
para recibir de las del Romano Pontífice su Consagración Episcopal. Allí sufrió
un terrible asalto del demonio, con pensamientos de blasfemia y tentaciones
continuas contra la confianza en Dios, que se continuaron por más de 40 años,
siéndole motivo de no escaso mérito y corona.

Consagrado Obispo por Gregorio VII, partió para su iglesia, que estaba en
un estado verdaderamente lamentable, ya que su antecesor, Ponce II, con el
desarreglo de su conducta y su tráfico de las cosas sagradas había tenido que ser
excomulgado por el Papa; y con tal ejemplo el clero estaba como Dios no quería,
y los seglares peor, habiendo entrado a saco los poderosos en los bienes de la
iglesia, dejándola pobre y en el mayor descrédito. Empezó a predicar con gran
fervor; ayunaba, oraba, azotábase y afligía su cuerpo con diversas penitencias;
argüía, reprendía, amonestaba, y en todo hacía el oficio de santo y vigilante
pastor, no sin pasar notables privaciones en su persona y familia, pues jamás
quiso consentir, ni muy de lejos, trámites que por aquel entonces se hubieran
tomado como legítimos, para remediarlas. Pasó así dos años; y habiendo sabido
por divina inspiración que no estaba aún maduro el fruto de sus trabajos, y
desconfiando siempre de sí mismo, se retiró a «CASA DEI» de la Orden

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 22


San Hugo de Grenoble, 22 de abril

Cluniacense, amando más el obedecer y ocultarse, que el mandar y vivir en los


honores, cuyos peligros había experimentado. Allí tomó el hábito benedictino; y
fue tal el fervor de este santo
Obispo, como novicio, que
asombró a los monjes más
ancianos por sus virtudes,
particularmente por su humildad,
resultando modelo de todos
aquellos, cuyas huellas se juzgaba
él indigno de seguir. Pasado un
año, y enterado el Papa de su
retiro, mandóle volviese a cuidar de
su iglesia, reprendiéndole por
haberla dejado sin su autorización.
Humilde y obediente, dejó su
amada soledad, y volvió a Grenoble
con más deseos de trabajar, de los
que había mostrado anteriormente,
viviendo, en cuanto le fue posible, y
si bien instalado en su palacio, vida
religiosa.

Tres años después de su


vuelta, en el mes de junio, tuvo un
sueño misterioso. Vio caer a sus
pies siete estrellas7, y que se
levantaban luego y le guiaban a
través de las montañas hasta el
desierto llamado CHARTREUSE, a
donde vio bajar a Jesucristo y
edificarse por manos de Ángeles
una mansión para Él. Andaba el
santo Obispo en el pensativo
significado de este sueño, cuando
S, Hugo de Grenoble, de Zurbarán, Museo de Cádiz. vinieron a postrarse a sus pies

7
En el escudo de la Orden Cartuja figuran, sobre una Cruz en el Mundo, siete estrellas que simbolizan este
sueño. Una frase envuelve todo ello, en latín “Stat Crux dum voltitur orbis”, que significa: “La Cruz
permanece mientras el mundo gira”, ver dicho escudo al final del Epílogo, página 141 de este libro.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 23


San Hugo de Grenoble, 22 de abril

Maestro Bruno y sus seis compañeros, haciéndole saber que, habiendo decidido,
dejar el mundo y entregarse a Dios, lejos de los peligros que aquel presenta,
venían a pedirle les señalara una soledad donde poder hacerlo. Viendo tan
manifiesta la mano de Dios, los acogió con benignidad y los animó en sus
propósitos, prestándoles mucha ayuda primero en la fundación, y después en la
aprobación de la Orden. Hízoles descansar algunos días (los suficientes para
preparar su instalación en aquel agreste desierto de la Cartuja) y antes de partir
vistióles él mismo el hábito escogido para el nuevo género de vida, en la Catedral
de Grenoble, donde se conserva una lápida que indica el probable lugar de la
vestición, que es la cabecera de la nave izquierda. Fue tanta su devoción a
Maestro Bruno y a sus compañeros que con frecuencia iba a pasar temporadas
con ellos, no como Obispo, sino como el último de los monjes. Amaba el ir a
buscar entre aquellos ermitaños el reposo que tanto ansiaba su alma, y templar
de nuevo en los ejercicios de la vida contemplativa el espíritu cansado en su
fatigoso ministerio. A veces incluso parecía olvidarse de su rebaño, teniendo que
decirle San Bruno, a la par que con respeto, con energía: «Id a vuestras ovejas
y dadles lo que les pertenece».

Fue durante su episcopado el defensor intrépido del Papado, el reformador


del clero y del pueblo cristiano, el padre de los pobres, a quienes distribuía cuanto
tenía disponible, y de no habérselo prohibido San Bruno, hubiera vendido la única
mula que tenía para hacer la visita pastoral, a fin de dar su precio a los
indigentes. Fue el vindicador de la justicia contra los más encumbrados
personajes, sin perder la mansedumbre, que practicó siempre en grado heroico,
junto con una caridad sin límites, llevando con gran paciencia no pocas
persecuciones de la gente noble y poderosa que lo combatía por excusarse de
devolver a la Iglesia los bienes que le había usurpado; y hubo vez incluso de
tener que refugiarse en Cartuja; y otra tuvo que huir de su diócesis por las
amenazas del Conde de Albón, a quien había excomulgado por sus rapiñas de
los bienes eclesiásticos; siendo entonces cuando, después del concilio de
Clermont (1095), vino a consolarse y a consultar con San Bruno, que ya estaba
en su nuevo monasterio de Calabria. Retenido por una enfermedad en Salerno
durante dos años, y vuelto a su diócesis, consiguió con su fortaleza y
mansedumbre la vuelta al redil de aquella oveja descarriada.

Fue Hugo el apóstol elocuente que se hacía escuchar de grandes y


pequeños, y el administrador lleno de inteligencia y celo, al que la Iglesia de
Grenoble debe haber recobrado muchos de sus derechos y bienes. Fue un gran
Obispo principalmente porque fue un gran santo. Bajo su imponente y noble
exterior se ocultaba un alma llena de sensibilidad, de delicadeza y de discreta

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 24


San Hugo de Grenoble, 22 de abril

reserva, y aun a ratos timidez que le llevó a no pedir a sus íntimos amigos lo que
le era más necesario. La gracia vino en auxilio de su naturaleza no dejándole
jamás retroceder ante el cumplimiento de un deber, o un acto de generosidad.
Merced a esta especial asistencia de la gracia, se le vio siempre con espíritu de
iniciativa y con valor para desafiar el sin número de dificultades que encontró a
lo largo de su ministerio pastoral. Pero sufrió durante toda su vida innumerables
dolores de orden físico y de orden moral; tentaciones, las más turbulentas y
obstinadas alarmaban su conciencia, mientras su cabeza y estómago eran
asiento de constante dolor. Y fue precisamente en medio de estas tribulaciones
donde su santidad se aumentó y acrisoló de día en día.

Una unción maravillosa hacía su predicación decisiva, hasta el punto de


haber provocado en el auditorio la confesión pública de crímenes que podía
acarrear a sus autores la pena de muerte. En el confesonario sus lágrimas se
mezclaban abundantes con las de los pecadores, que hacía volver a Dios, de los
mayores extravíos. Siempre y en todas partes observaba angelical modestia en
sus miradas, no fijándose nunca en las mujeres, hasta el punto de poder asegurar
que después de cincuenta y tantos años de ministerio episcopal, no conocía de
rostro a ninguna de las innumerables que habían acudido a él para diversos
asuntos. Una austera mortificación sazonaba sus días y sus noches: comía poco,
hasta sentirse algunas veces desfallecer; y dormía aún menos, y vestido y sin
sábanas, según el uso de nuestra Orden.

Pero sobre todo era la humildad lo que prestaba sólida base a sus virtudes.
Llevado de ella pidió al Papa Honorio II que le relevase del Episcopado, primero
por medio de embajadores, después personalmente en Roma; pero todo fue en
vano. Hizo nuevas súplicas a Inocencio II, también infructuosamente. Sólo
cuando su vejez y enfermedades le imposibilitaron para el ministerio pastoral
alcanzó que consagraran a Hugo II, monje de la Grande Chartreuse, como
auxiliar y sucesor suyo. Algunos, como su contemporáneo Sigiberto
Gemblancense, en su crónica, o Cristiano Masseo (Crón. 1,6), Rafael Volterrano
y Zacarías Benedicto (Mign. CLIII, Col.578) sostienen que nuestro obispo obtuvo
licencia para vestir el hábito cartujano y prestar obediencia al Prior de la Grande
Chartreuse, pero el hecho de que Dom Guigo no lo diga abiertamente, sino que
sólo lo insinúe en el prólogo de la vida del Santo, que escribió, ha hecho que
autores como Dom Le Couteulx lo nieguen. Sea lo que fuere en este punto, lo
cierto es que siempre anheló la soledad cartujana desde que conoció a Bruno y
sus compañeros, viendo éstos en él no sólo la solicitud de la Iglesia por la vida
contemplativa, cuanto a un hermano espiritual más en la búsqueda y alabanza
de Dios.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 25


San Hugo de Grenoble, 22 de abril

Por lo demás, Hugo continuó viviendo en Grenoble para consuelo de sus


ovejas, que a él acudían en demanda de oraciones y consejos; pues, aunque en
los últimos años perdió completamente la memoria de las cosas temporales, no
así de las espirituales y divinas; y el que no se recordaba de ningún negocio
material, daba muy atinados consejos, y a veces verdaderos avisos proféticos
respecto a los intereses del alma. Finalmente, a media noche, el Viernes de
Pasión de 1132, 1 de abril, voló su alma al Señor, siendo de edad de ochenta y
tantos años. Congregados los Obispos de Dio, Grenoble y Carnotin celebraron
solemnes funerales, con innumerable concurso del pueblo, siendo sepultado en
la iglesia de Sta. María, Catedral de la Diócesis, sin que su cuerpo diese ninguna
señal de corrupción.

Obró el Señor, por sus reliquias, multitud de milagros, sanando enfermos


de diversas graves dolencias; por lo que, dos años después de su muerte, el
Papa Inocencio II le canonizó el día 22 de abril de 1134 en el Concilio de Pisa,
mandando escribir su nombre en el catálogo de los Santos, y ordenando a Dom
Guigo, quinto Prior de la Cartuja, que escribiese su vida. (Migne CLIII, col. 767).

Su fiesta comenzó a celebrarse inmediatamente en la Cartuja con rito de


XII lecciones, mientras que en el resto de la Orden se hacía sólo con III, hasta
que el Capítulo General de 1258 la elevó para todas las Casas a XII, como se
conserva hasta hoy en día.

Oracion:
Señor, tu hiciste a San Hugo instrumento
de tu providencia para manifestar a nuestros
Padres el interés de la Iglesia por la vida
contemplativa; concédenos, por sus ruegos,
progresar sin desfallecer en nuestra vocación.
Por N. S. JC.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 26


Santos Juan, Agustín, Roberto y compañeros, Mártires, 4 de mayo

4 de mayo
SANTOS JUAN, AGUSTÍN, ROBERTO Y COMPAÑEROS,
MÁRTIRES

Los santos Juan, Agustín y Roberto al ser colocados sobre los cañizos ante la torre de Londres. Oleo de
la Cartuja de S. Hugo, Parkminster.

San Juan Houghton, primera víctima de la Reforma Anglicana, y cabeza y


guía de los mártires de la Cartuja en Inglaterra8, nació de una familia honorable
y cristianísima del Condado de Essex (Gran Bretaña). Hizo sus estudios en la
Universidad de Cambrige, saliendo a los veinte años con el título de bachiller en

8
18 fueron estos mártires: los priores San Juan, San Agustín y San Roberto (fallecido el 4-5-1535), y quince
beatos martirizados durante los años 1535-1540: ocho sacerdotes, un diácono y seis hermanos conversos,
siendo el último mártir el hermano converso Beato Guillermo Horn (fallecido el 4-8-1540) y que se cita
ampliamente en su festividad del 5 de agosto.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 27


Santos Juan, Agustín, Roberto y compañeros, Mártires, 4 de mayo

ambos Derechos. Rechazando un brillante partido que le había preparado su


familia, y venciendo la oposición de ésta, ordenóse sacerdote en 1511. Un recto
y tenaz aborrecimiento del «hombre viejo», manifestado en la lucha contra la
naturaleza y propias comodidades, fue desde el noviciado la idea constante de
este gran siervo de Dios, que pronto alcanzó una profunda y sólida humildad,
base de su adelantamiento sin tregua en todas las virtudes de la vida religiosa.

Las más furiosas tentaciones lo dejaban serenamente confiado en la ayuda


divina; y su piedad era tan tierna, que frecuentemente no podía contener las
lágrimas, principalmente en el altar. Nombrado Sacristán en 1523, dio a nuestro
Señor un testimonio excepcional de amor al consumir la Hostia vomitada por un
apestado. Encargado de la Procura en 1528, conservó en medio del ajetreo y
disipación del cargo su espíritu de recogimiento y su habitual unión con Dios.
Elevado al Priorato de la Cartuja de Beauval en 1531, y a los pocos meses
reclamado por sus hermanos de Londres, por voto unánime, para que fuese su
cabeza y guía, dedicó desde el principio todos sus afanes a que el Oficio Divino,
que constituye el principal deber del Cartujo, se cumpliese del modo más
perfecto. «Si somos siervos inútiles al hacer las cosas que debemos, -decía una
vez en Capítulo, a raíz de un error cometido en el Coro-, ¿qué seremos cuando,
por culpa nuestra, no hacemos lo que debemos?. Caín fue reprobado por ofrecer
víctimas menos dignas, y la ley de Moisés reclamaba para Dios víctimas
inmaculadas. Temamos la sentencia de la Escritura, (Jer. 48, 10): “Maldito el
que hace la obra de Dios con negligencia” ». Era también celosísimo de la mejor
formación y provecho espiritual de sus religiosos, interrogándolos con frecuencia
sobre el empleo que hacían del tiempo, e investigando el grado de
arrepentimiento que tenían de las culpas pasadas. Sus desvelos fueron fecundos,
y bajo su gobierno continuó la Casa en la perfecta observancia que tenía en los
tiempos del Venerable Tynbygh, aumentando si cabe, el espíritu de fervor, hasta
el punto de hacerse común el dicho: «¿Quieres ver Santos?. Vete a la Cartuja
de Londres».

Habiéndose Enrique VIII declarado libre, en marzo de 1534, del matrimonio


en que estaba ligado con Catalina de Aragón, y unídose con Ana Bolena, y
tratando de legitimar la prole habida en ella, redactó e impuso al Parlamento una
fórmula para lograr el reconocimiento de estos hechos. Sabiendo la gran
autoridad moral que tenía la Cartuja de Londres en toda la ciudad, pensó en
doblegar a los monjes a sus intentos, por lo que ya en el mes de abril les envió
dos delegados, exigiendo a todos y a cada uno de los miembros de la Comunidad
la adhesión plena a la supremacía real y al hecho de la sucesión, tal como en la
antedicha fórmula se exponía. El Padre Prior les contestó: «Los Cartujos

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 28


Santos Juan, Agustín, Roberto y compañeros, Mártires, 4 de mayo

tenemos por costumbre no meternos en los asuntos de los Gobiernos. Por tanto
no nos toca decir cuál ha de ser la persona llamada a compartir los honores del
Trono, o a recibir la sucesión de la Corona». Poco satisfechos de esta respuesta,
reunieron los Delegados reales a la Comunidad en el Capítulo, y obligaron al Prior
a manifestar él primero su opinión; quien valientemente respondió: «No veo cómo
un matrimonio (el de Enrique VIII con Catalina de Aragón) bendecido por la
Iglesia, y tenido hasta ahora por válido, sea de repente declarado nulo». . . . -
Sin dejarlo terminar fueron él y el Padre Procurador conducidos prisioneros a «La
Torre». Mas aconsejados por el Obispo de Londres de que no tenía tanta
importancia la cuestión de la sucesión, como para exponerse a la muerte por ella,
prestaron juramento, pero con la restricción de que lo hacían en cuanto lo
permitiese la ley de Dios; juramento y cláusula que suscribió toda la comunidad
el 6 de junio, no sin algunas dudas y resistencias.

Precipitado por su herética vesania, y alentado por los malos consejeros


Cranmer y Cromwell, hizo el Monarca aprobar por el Parlamento, en 4 de
noviembre, una declaración explícita y terminante de que él y sus sucesores
serían reconocidos como los únicos jefes supremos de la Iglesia Anglicana;
suprimiendo la frase restrictiva anterior: «en cuanto no fuese contra la ley de
Dios» y ordenando que el que se opusiese a lo dispuesto sería declarado reo de
alta traición, y como tal condenado y ejecutado. Se mandaba también el que se
exigiese a todos los Obispos y demás individuos del clero regular y secular nuevo
juramento, por el que rechazarían la supremacía del Papa, reconociendo la del
Rey, y jurarían no consentir jamás que el Obispo de Roma volviera a ejercer
autoridad alguna en el Reino, ni apelar a él, ni dejar apelar, ni escribirle, ni
delegar a nadie para con él, ni recibir mensaje alguno suyo sin comunicarlo
inmediatamente al Rey.

Ante este nuevo estado de cosas, nuestro santo Prior, debidamente


aconsejado, decidió morir antes de reconocer al Rey por cabeza de la Iglesia,
renegando del Vicario de Jesucristo; y habiendo reunido la Comunidad en
Capítulo, les dio cuenta de la situación. Unánimemente contestaron todos:

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 29


Santos Juan, Agustín, Roberto y compañeros, Mártires, 4 de mayo

«Muramos en la simplicidad de nuestros corazones. El cielo y la tierra darán


cuenta de nuestra inocencia». Y el Prior contestó: «Sea una misma muerte la
que nos haga nacer a la vida eterna a los que una misma regla tuvo muertos al
mundo y a sí mismos»; y decidieron prepararse al martirio con un triduo de
especiales ejercicios. El primer día hicieron todos confesión general con quienes
quisieron, que para eso otorgó el Prior licencias a todos los de la Casa; el
segundo día reuniéronse en Capítulo, y el Prior fue arrodillándose ante cada uno,
desde el Padre Vicario hasta el último Converso, pidiéndoles perdón de sus
negligencias y malos ejemplos; y luego todos, uno tras otro, fueron realizando
igual acto de humildad y caridad. El tercer día celebró el Prior la Misa Conventual
del Espíritu Santo; y fue, pudiéramos decir, el Pentecostés de nuestros mártires,
pues durante ella, después de la
elevación, toda la Comunidad,
emocionada, oyó como una
suave brisa que corrió por toda la
iglesia, mientras sentían obrarse
en ellos una misteriosa
operación divina, y un
inexplicable consuelo y fortaleza
invadían sus almas. San Juan,
inmóvil en el altar, tuvo que
interrumpir varias veces el Santo
Sacrificio, presa de indescriptible
emoción. Era el Espíritu del
Cenáculo que venía a investir de
la virtud de lo Alto a los
combatientes de Cristo; y todos
aquellos que supieron
corresponder a esta gracia con la
oración y santidad de vida,
«lavaron sus vestiduras en la
Dom Agustín Webster, mártir inglés, en talla de pino escocés, Sangre del Cordero».
con manos de tilo, por el P. D. Luis M. de Pont. Antigua
cartuja de Axholme, actualmente parroquia.
Pocos días después
llegaron a la Cartuja de Londres para entrevistarse con aquellos Padres y pedirles
normas a seguir, dom Roberto Lawrence, Prior de Beauval, que era profeso de
Londres, y dom Agustín Webster, Prior de Axholme; ya que San Juan era, desde
el Capítulo General de 1532, Visitador de la Provincia Inglesa. Tras larga
deliberación, acordaron probar suerte, para ver de salvar a sus Casas, y fueron
a entrevistarse con el ministro Cromwell, para rogarle no volviese de nuevo a

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 30


Santos Juan, Agustín, Roberto y compañeros, Mártires, 4 de mayo

inquietar a unos solitarios, cuya vida era únicamente la oración y el sacrificio por
las almas. El resultado fue tan desfavorable que de allí salieron para el presidio
de la Torre de Londres,
acusados de alta traición.
Sometidos a toda suerte de
vejaciones, fueron juzgados,
después de que el Ministro,
en persona, intentó en vano
hacerlos claudicar. Todavía se
conserva en el archivo oficial
inglés el acta que con
juramento debían firmar los
invictos confesores de la fe y
fidelidad al Papado. A falta de
sus firmas, hay en el dorso
una nota que demuestra, a
más no poder, el por qué
murieron los siervos de Dios:
«Juan Houghton declara que
no puede reconocer al Rey
nuestro Soberano, como jefe
supremo de la Iglesia en
Inglaterra, por encima de los
Apóstoles de Jesucristo.
Roberto Lawrence afirma que
no hay sino una sola Iglesia
Católica, de institución divina,
bajo la autoridad del Obispo
de Roma; y renuncia, en
consecuencia, reconocer la
supremacía real. Agustín
Webster pretende que el jefe
de la Iglesia es, no el Rey,
nuestro Soberano Señor, sino
el Obispo de Roma, es decir,
aquel que ha sido declarado
tal por los doctores Ambrosio Bto. Sebastián Newdigate. Anónimo. Estampa del Siglo XIX
y Jerónimo».

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 31


Santos Juan, Agustín, Roberto y compañeros, Mártires, 4 de mayo

Tras un largo debate, y bajo la presión y las amenazas de muerte, dictó el


Jurado veredicto de culpabilidad, y fueron condenados por delito de alta traición,
y a causa de ello sometidos a la bárbara muerte que entonces se daba a los
traidores en Inglaterra: «Arrastrados, ahorcados, destripados y descuartizados».
- Sujetos sobre un cañizo, y atado éste a la cola de caballos, fueron nuestros
Bienaventurados arrastrados desde la Torre, hasta Tyburn, lugar de su ejecución.
Fue el primero Juan Houghton, Prior de Londres. Cuando estaba ya subido a la
carreta, fue de nuevo invitado por un representante del Rey a renegar del Obispo
de Roma, y a reconocer a aquel como jefe supremo de la Iglesia en Inglaterra; a
lo que ni siquiera contestó nuestro santo; mas dirigiéndose al pueblo dijo: «Pongo
a Dios por testigo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . que si me niego a obedecer al Rey,
nuestro Señor, no es por obstinación, ni por malicia, ni por espíritu de
insubordinación, sino porque me obligaba a ello mi conciencia. Encontrándose
los decretos de su Majestad y del Parlamento en contradicción con la leyes de
la Iglesia, nuestra Madre común, es mi deber someterme a las órdenes de
Roma, y con la ayuda de Dios, no faltaré a la obediencia que les debo, aunque
tenga que sufrir mil muertes. Rogad por mí, y tened piedad también de mis
Hermanos, de quienes fui indigno Prior». - Pidió al verdugo unos momentos de
gracia, y con gran emoción se le oyó recitar los seis primeros versos del salmo
30, que tantas veces había recitado en la soledad de su celda en el Oficio de
Completas: «En Vos, Señor, he esperado; no sea yo confundido para siempre;
libradme por vuestra justicia. Inclinad hacia mí vuestro oído; acelerad mi
socorro. Sed para mí Dios protector y un lugar de refugio, donde me pongáis a
salvo. Porque Vos sois mi fortaleza y mi auxilio; por vuestro Nombre me guiaréis
y me sustentaréis. Me libraréis de este lazo que ocultamente me armaron;
porque Vos sois mi defensa. En vuestras manos encomiendo mi espíritu; me
habéis redimido, Señor Dios de bondad. ». Pusiéronle el lazo al cuello, y se hizo
correr la carreta que lo sostenía, quedando suspendido. El verdugo, cuando notó
los primeros síntomas de estrangulación, cortó la cuerda, y el cuerpo cayó a
tierra, aparentemente sin vida; pero solamente estaba medio sofocado por la
presión de la cuerda, y aturdido de la caída. Entonces empezó el horripilante
final. Arrastrado sobre unas tablas en que se le sujetó, hasta un lugar cercano,
se le abrió en canal, como a una bestia muerta, y se le fueron sacando las
vísceras una a una. Ni una queja exhaló el santo mártir. Sólo dijo: «Amabilísimo
Jesús, tened piedad de mi en esta hora». ¡Y qué hora, ciertamente!. Todavía
latía su corazón. Cuando la mano del verdugo lo apresa y va a arrancárselo, se
le oye exclamar: «Jesús mío, ¿qué haréis de mi corazón?». Pronunciadas estas
palabras, voló su alma al Creador. Descuartizado el cadáver, y cocidos los trozos,
fueron éstos clavados en los lugares más concurridos de la Ciudad; y el brazo

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 32


Santos Juan, Agustín, Roberto y compañeros, Mártires, 4 de mayo

derecho, por orden expresa del Rey, en la puerta de la Cartuja, para intimidar y
rendir a los monjes; pero aquellos indomables campeones de la Fe, no
claudicaron; por lo que uno tras otro fueron ejecutados, fieles a la consigna que
les había dado su santo Prior: «Vosotros haced lo que me viereis hacer a mí».
En efecto, al día siguiente de la ejecución de éste, volvieron los delegados reales
a la Cartuja, y ante sus inútiles esfuerzos por hacerlos apóstatas, fueron ante todo
encarcelados los bienaventurados Humfroi Middlemore, vicario; Guillermo
Exmew, procurador; y Sebastián Newdigate, hijo de Lord Juan Newdigate, y
cuñado de Lord Bormer. Este último monje habría brillado en la Corte de Enrique
VIII, de quien fue íntimo familiar; mas advertido por su hermana, y comprobado
que hubo la escandalosa conducta del Monarca, habiéndole muerto
prematuramente su esposa en 1524, ingresó en la Cartuja, con grande
edificación de toda la Corte y Ciudad. Avanzado rápidamente en las vías de la
perfección, y recibidas las Sagradas Órdenes, fue pronto considerado como uno
de los monjes más fervorosos, que tenía gran autoridad moral e influencia sobre
la Comunidad, e incluso en el elevado ambiente que había dejado en el mundo.

De pie los tres, y fuertemente sujetos al muro por el cuello con un collar de
hierro, las manos sujetas con cadenas y los pies en un cepo, estuvieron varios
días (no menos de quince) sometidos a esta bárbara tortura, pues, aunque el
cuerpo desfallecía por la fatiga y el insomnio, preciso era mantenerse en aquella
actitud, para no morir ahorcados por la argolla que tenían al cuello.

Enterado el Rey de la situación en que se encontraba el que había sido uno


de sus familiares más íntimos, acudió dos veces en persona «para hacerlo entrar
en razón» y obligarlo con las frases más halagadoras a prestar el juramento. Las
últimas palabras del mártir, ante tales requerimientos, fueron éstas: «No puedo
jurar sin pecado, y el pecado jamás es lícito». Llevado luego a «La Torre», y
aliviado un tanto su trato, volvió el Monarca a tentar al siervo de Dios, pero todo
fue en vano: ni respuesta le dio; por lo que, exasperado y furioso, mandó juzgarlo
junto a los otros dos cartujos, sentenciados a muerte el 11 de junio, siendo
ejecutado con iguales tormentos y mismo día que sus compañeros, el 19 de junio
de 1535.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 33


Santos Juan, Agustín, Roberto y compañeros, Mártires, 4 de mayo

Puerta de la celda «A» con los restos que se conservan del claustro de la antigua Cartuja de Londres.

Poco después fueron martirizados el Cardenal Juan Fisher y Lord Canciller


Tomás Moro, lo que aumentó la indignación en todo el Reino. Ésto, con la muerte
de la reina Catalina, y el proceso, condenación y muerte de Ana Bolena, fueron
causa de que se aplazasen temporalmente las violencias sobre la Cartuja, sólo
en el sentido de que se suspendieron los procesos y las ejecuciones; por lo
demás vinieron agentes reales a instalarse en el claustro mismo, dedicados a
expiar, vejar y tornar imposible la vida a la Comunidad, que se vio sometida al
hambre y a los peores tratos, así como a una intensa campaña herética.
Incomunicada y sin Pastor, perseveró no obstante, en general, en su entereza,
por un singular milagro de la gracia. Hubieron, sin embargo, de lamentarse
algunas defecciones. Para colmo pusieron al frente de la Casa, como Prior, a uno
de los renegados, hereje y apóstata. Mas antes juzgaron del caso apartar de la
Comunidad a algunos de los religiosos más autorizados por su virtud y por su
ciencia, a fin de dejar campo expedito a la «acción persuasiva» del nuevo Prior.
Por tal causa fueron saliendo de la Casa Juan Fox y Mauricio Chauncy. Este
último logró trasladarse al continente, y fue quien después escribió la «Historia
de varios mártires», que fue la principal fuente para el conocimiento de lo

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 34


Santos Juan, Agustín, Roberto y compañeros, Mártires, 4 de mayo

ocurrido. Dom Juan Rochester y Dom Jaime Walworth fueron llevados a la


Cartuja de Hull, que se hallaba sometida a la herejía, y allí fueron juzgados y
condenados como desafectos a la nueva cabeza de la Iglesia Anglicana y
pertinaces seguidores del Obispo de Roma. Se les hizo gracia del
«destripamiento y descuartizamiento», siendo ahorcados con cadenas de hierro,
el 11 de mayo de 1537, y dejando sus cuerpos expuestos a las inclemencias del
tiempo y a la voracidad de las aves de rapiña, hasta que motivos de salubridad
obligaron a enterrarlos.

Pero la resistencia en la Cartuja de Londres continuaba; y aunque el nuevo


Prior, ayudado de otros monjes apóstatas traídos con este fin, lograron engañar
a una parte de la Comunidad, y el 18 de mayo de 1537 hicieron acta oficial de
apostasía con el juramento correspondiente, diez religiosos, de los cuales seis
eran hermanos conversos, apartándose del resto de la Comunidad, se
adelantaron, y al ultimátum de los Visitadores reales contestaron con una
enérgica protesta de fidelidad al Vicario de Cristo. Pocos días después fueron
llevados a la cárcel y sometidos a la misma tortura de la argolla y de la cadena,
de que hemos hablado anteriormente, a la que vino a sumarse la del hambre,
pues, aunque durante un mes pudo una buena mujer, disfrazada, pasarles
alimentos, sospechándolo el Ministro, amenazó de muerte al carcelero por su
falta de vigilancia, y así vinieron a morir de inanición nuestros héroes, uno en pos
de otro. En el mes de junio, día 6, Bto. Guillermo Greenwood, Converso. Día 8,
Bto. Juan Davy, Diácono. Día 9, Bto. Roberto Salt, Converso. Día 16, Bto.
Tomás Redyng, Converso. Antes: Día 10, los Btos. Gautier Pierson, Converso,
y Tomás Green, sacerdote. Día 15, Bto. Tomás Scryven, Converso. - En agosto:
día 9, Bto. Ricardo Beer, sacerdote; y el día 20 de septiembre, el Bto. Tomás
Johnson, sacerdote. Sólo les sobrevivió el Hermano Converso Bto. Guillermo
Horn, al que se le suministraba el alimento indispensable para que no muriese,
y que sostuvo durante tres largos años, con santa y heroica tenacidad, la
supremacía espiritual del Romano Pontífice, cuando la mayor parte de los
dignatarios de la Iglesia se inclinaban temerosos ante el poder real. Al fin alcanzó
su corona, siendo ejecutado el día 4 de agosto de 1540 en la misma forma que
lo había sido el primero de nuestros mártires, y después que Cromwell, el
ministro que dirigió personalmente la «reducción» de la Cartuja, había caído en
desgracia de su Soberano, y había sido a su vez ejecutado. Así él, como los
demás que intervinieron en este desgraciado asunto, perecieron de muerte
violenta y desastrada, según acredita la Historia. Y los apóstatas que creyeron
poder, con su servilismo, salvarse y salvar a la Casa, fueron ignominiosamente
expulsados de la misma el 15 de noviembre de 1537, para nunca más volver.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 35


Santos Juan, Agustín, Roberto y compañeros, Mártires, 4 de mayo

Siempre tuvo la Orden como a Mártires a sus hijos sacrificados en


Inglaterra por odio al Vicario de Jesucristo, y trabajó en distintas ocasiones para
obtener de Roma la confirmación de su culto; mas no eran los tiempos propicios
para ello. Sólo a fines de siglo pasado, el 9 de diciembre de 1886, su Santidad
el Papa León XIII firmó un decreto, promulgado el 29 del mismo mes, que
proclamaba Beatos a 34 víctimas de la Reforma en Inglaterra, y entre ellas se
cuentan nuestros 18 Mártires. El Capítulo General de 1887 publicó en una
Ordenanza este decreto, estableciendo que cada año se celebrase la fiesta de
nuestros Bienaventurados, con rito de Solemnidad, que luego quedó reducido al
de XII lecciones. Y el Capítulo General de 1897 intimó un rescripto de la Sgda.
Congregación de Indulgencias, concediendo a la Orden Cartujana poder ganarla
plenaria en dicho 4 de mayo, con las condiciones acostumbradas.

El Papa Pablo VI, el 25 de octubre de 1970, canonizó a los tres primeros


cartujos que dieron su vida por su fidelidad al sucesor de Pedro, al Bto. Juan
Houghton, prior de Londres, al Bto. Agustín Webster, prior de Axholme, y al Bto.
Roberto Lawrence, prior de Beuval. Fueron canonizados con un grupo de
contemporáneos suyos ingleses de diversos estados y condición social que
prefirieron la cruz de Cristo antes de dar al César lo que sólo pertenece a Dios.

Oración:

Tú has consagrado, Señor, con el martirio


la fidelidad de San Juan y sus compañeros al
Pontífice Romano; concédenos que, guiados
por su ejemplo, permanezcamos afianzados en
la roca de la sede de Pedro, y te sirvamos con
plena seguridad.
Por N. S. JC.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 36


Santos Juan, Agustín, Roberto y compañeros, Mártires, 4 de mayo

Recuerdo a los mártires de Londres en uno de los patios


de la antigua cartuja londinense.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 37


Beato Nicolás de Albergati, 9 de mayo

9 de mayo
BEATO NICOLÁS
ALBERGATI, MONJE Y
PASTOR

N icolás Albergati nació en


Bolonia, centro norte de Italia, en
el año 1375, en el palacio de los
Albergati, antigua familia de
jurisconsultos. Habiendo
conseguido sus grados en la
Universidad de dicha ciudad, veía
abrirse ante él una brillante carrera
en el mundo, cuando una
circunstancia providencial le movió
a abrazar el estado monástico en
nuestra Orden. Habiendo venido a
visitar la Cartuja de S. Jerónimo,
junto a Bolonia, y retenido allí por
una tempestad, asistió al Oficio de
Maitines, y se sintió tan conmovido
por la modestia y la piedad de los
monjes, que solicitó ser admitido
entre ellos.

Hizo su Noviciado y
Profesión en aquella Casa,
esmerándose en toda observancia,
y señalándose en la práctica de las
virtudes en tanto grado que en
pocos años se contó entre los más
aprovechados, y merced de ello,
Bto. Nicolás Albergati, por Zurbarán, Museo de Cádiz. en la primera ocasión que se
presentó sus hermanos lo eligieron
Prior, juzgando que estaba preparado para enseñar a otros la perfección aquél
que venía dando tan manifiestas pruebas de ella en su propia vida. La Orden le
nombró luego Visitador de la Provincia, cargo que al igual que el de Prior
desempeñó con singular acierto.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 38


Beato Nicolás de Albergati, 9 de mayo

Después de veintidós años de vida religiosa meritísima, la Santa Sede,


valiéndose del Padre General, lo arrancó del Claustro obligándolo a aceptar la
Sede Arzobispal de Bolonia, para la que acaba de ser elegido por el Clero y el
Pueblo, y que él en principio había rechazado.

En su nuevo cargo y dignidad retuvo el hábito cartujo y no abandonó las


observancias monásticas, e igual que si estuviera en el Claustro, así era de
devoto, modesto, humilde y despreciador de lo transitorio. Llevaba el mismo
grosero hábito de antes, ceñíase con el cilicio, ayunaba todos los ayunos de la
Orden y hacía la abstinencia a pan y agua todos los viernes. Tenía mucha vida
interior, gastando en oración largas horas de la noche, y merced al recogimiento
que supo conservar puede decirse que, incluso en medio de tantos negocios
religiosos y seculares, en que según veremos tuvo que intervenir, vivió de
acuerdo con el espíritu de su vocación. Guardó siempre la abstinencia de carnes,
cual si no hubiera salido del Claustro, preciándose siempre y en todo de aparecer
como verdadero hijo de San Bruno.

Creció tanto su fama que el Papa Martín V le llamó a Roma, sin decirle para
qué, y habiéndolo tratado, y quedado muy satisfecho de su virtud, ciencia y
prudencia, lo nombró su Legado ante los Reyes de Francia e Inglaterra,
enviándolo a los mismos bien autorizado para que los compusiese y pacificase
en las graves y crudas guerras que entre sí traían por bajos intereses. Con la
ayuda de Dios, que no cesaba de implorar, desempeñó tan bien su cometido el
Legado, que satisfechos ambos contendientes, cesó el ruido de las armas.

Cuando regresó a Roma, antes de entrar en la Ciudad, salióle al encuentro


un familiar del Papa, portando el Capelo Cardenalicio, como premio a sus
virtudes y al relevante servicio que acababa de prestar a la causa de Dios; mas
nuestro Beato declinó modestamente tal distinción, hasta que el Papa, en virtud
de obediencia, lo obligó y hubo de rendirse. Fue su título de Santa Cruz de
Jerusalén, cuyo signo tomó por escudo y divisa. Hízole también el Pontífice su
Camarlengo Mayor, y le encargó nuevas e importantes legaciones, especialmente
a las repúblicas de Venecia, Florencia y Milán, que estaban a punto de romper
las hostilidades por diferencias que él arregló con plena satisfacción de las partes.

Muerto Martín V, sucedióle Eugenio IV, que lo distinguió aún más que su
predecesor, sirviéndose de él en muchos negocios y legaciones a diversos
Príncipes y Reinos, y para congregar y presidir algunos Concilios; de tal modo
que apenas se hacía algo importante en la Iglesia, que no pasase por su mano.
Así, fue en legación al Emperador de Alemania, Alberto II; luego en otra

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 39


Beato Nicolás de Albergati, 9 de mayo

reconcilió a Felipe, Duque de Borgoña, con el Rey Carlos VII de Francia,


consiguiendo por un milagro hecho ante éste último, que cesasen en las armas.

Fue a Roma a dar cuenta al Pontífice y hubo de volver revestido aún de


mayor autoridad a sentar y ajustar las condiciones definitivas de esta paz, en
Atrebase, en septiembre de 1435, con gran concurso de Príncipes y Cardenales.
Y en todas las Cortes donde hubo de actuar fue general la apreciación y el dicho
de no haberse visto jamás hombre más recomendable por sus virtudes, y al que
Dios favoreciese tan visiblemente en la pacificación de las almas; por lo que se
le llamaba «el Ángel de la Paz».

Presidió todo un año como Legado el Concilio de Basilea, en unión del


Cardenal Cesarino. También el de Ferrara, que por la peste tuvo que ser
trasladado a Florencia, y al que acudieron los Griegos, a cuyo Emperador y
principales Obispos fue nuestro Beato, en representación del Papa a recibirlos a
Venecia, acompañándolos después a Ferrara.

Fue uno de los principales Padres del Concilio que defendió y probó la
procedencia del Espíritu Santo, del Padre y del Hijo, como de un solo principio,
en contra de los Griegos, en presencia del mismo Pontífice y del Emperador Juan
Paleólogo, logrando la unidad de la Iglesia.

Mostró siempre una profunda humildad, un carácter entero y elevado, lleno


de prudencia y de sencillez a un propio tiempo. Su caridad se prodigaba sobre
todo con los pobres vergonzantes, y se desveló también sin medida en servicio
de los atacados de la peste. Pero lo que más le distinguió fue la obediencia. No
olvidaba que nuestro Santo Fundador había también, a requerimiento del Papa,
abandonado su desierto de la Cartuja, donde tenía todas sus predilecciones, y
donde parecía exigir su presencia la conservación misma de su naciente familia
religiosa, para ir a ponerse al servicio inmediato del Vicario de Jesucristo. Y
nuestro Beato, animado con este ejemplo, renunció también a su amado
Claustro, primero para apacentar durante veintitrés años el rebaño que se le
había encomendado, y luego también para vacar a una intensa y meritísima labor
diplomática, aún a trueque de los sufrimientos que le producía una maligna
enfermedad, e incluso de arrostrar la muerte al publicar en la Catedral la
sentencia de entredicho fulminada por el Papa en contra de su pueblo, que él se
había esforzado en vano por evitar. El pueblo amotinado invadió su palacio y le
encerró en una habitación, intentando con amenazas y malos tratos ponerlo de
su parte; pero viendo que no lo conseguían, tramaron darle la muerte. Avisado
y protegido del Cielo, pudo huir, disfrazado con el hábito de dominico, llegando

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 40


Beato Nicolás de Albergati, 9 de mayo

después de muchas penalidades a Roma donde dio parte al Pontífice del mal
estado del asunto, y previa su autorización, apresuróse a volver a la Cartuja de
Florencia, dándose de nuevo con fervor a la vida monástica, en apostolado
secreto por aquellos mismos que le habían perseguido y maltratado. Intentaron
los mal aconsejados Boloneses elegir otro Obispo, pero el Papa, para impedirlo,
envió un ejército que puso sitio
a la ciudad. Lo apurado de la
situación hizo entrar en razón
a los amotinados, y recordando
las bondades de su legítimo
Pastor, le enviaron súplicas
para que, olvidándose de sus
pasadas injurias y desacatos,
intercediese en su favor ante el
Pontífice. Así lo hizo,
complacidísimo, el buen
Nicolás, pues no deseaba otra
cosa, pagando bien por mal a
aquel su descarriado rebaño. Y
merced a ello levantóles el
Pontífice el sitio de la ciudad.

Hacia el fin de su vida el


Papa Eugenio IV, lleno de
admiración por sus virtudes, le
prometió concederle todo lo
El Bto. Nicolás intercediendo ante el Señor en sus mediaciones que desease, pero a condición
de paz, por Carducho, Museo del Prado. de que no quisiera privar a la
Sede Apostólica de los
relevantes servicios que podía aún prestarle. Inclinóse de nuevo nuestro Beato
bajo el yugo de la obediencia que tan costosa se le hacía en aquella ocasión,
pues lo que honradamente deseaba era el pasar en una cartuja el resto de sus
días preparándose para la muerte. Concedióle al menos el Pontífice que en aquel
trance supremo pudiese ser asistido por uno de sus Hermanos de Religión. El
feliz tránsito tuvo lugar en Siena, el 9 de mayo de 1448; había ido allí, en último
acto de obediencia, acompañando al Papa. Él mismo en persona, contra toda
costumbre, lo visitó muchas veces de noche en su postrera enfermedad, y asistió
a su entierro y funerales con muestras del gran pesar que experimentaba en la
pérdida de tan santo y prudente varón. Su vida y sus virtudes, así como los
prodigios que se obraron en sus tumba, hicieron que se le tuviera en gran

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 41


Beato Nicolás de Albergati, 9 de mayo

veneración y se le tributara culto como a santo. Contribuyó a ello muy


especialmente el haberse aparecido poco tiempo después de su muerte, gozoso
y lleno de gloria, a su mayordomo, Tomás de Sarzana, de grandes dotes
naturales y grandes virtudes, revelándole algunas cosas que atañían al bien de
su alma y al común provecho de la Iglesia, profetizándole que andando el tiempo
vendría a ser supremo Pastor de la misma, cosa que se realizó luego, viniendo
a ser elegido Papa, con el nombre de Nicolás V.

De acuerdo con lo dispuesto en su testamento, su cuerpo, algunos años


después, fue trasladado a la Cartuja de Florencia, de la que tan a pesar suyo se
había visto alejado en vida.

Finalmente, en 1744, Benedicto IV, que había sido su sucesor en Bolonia,


reconoció y aprobó el culto inmemorial que le tributaban las diferentes Cartujas,
y algunas diócesis de Italia, entre ellas Bolonia. Al año siguiente el Capítulo
General promulgó en una Ordenanza el Decreto de Beatificación emanado de la
Santa Sede el 25 de septiembre anterior; y mandó que cada año se celebrase su
fiesta en toda la Orden, el día 9 de mayo, con rito de XII lecciones, y Oficio y
Misa del Común de Confesor Pontífice, y que se agregase al Martirologio de dicho
día el elogio que el citado Papa había mandado introducir. Honrosa distinción
rara vez otorgada a un Beato, que prueba la veneración en que lo tenía aquel
gran Papa.

He aquí el citado elogio: «En Bolonia, el Beato Nicolás Albergati, monje


cartujo y Cardenal de la Santa Iglesia, esclarecido en santidad, y por sus
legaciones apostólicas; cuyo cuerpo está enterrado en Florencia, entre los
Cartujos».

Oración:

Concédenos, Señor, aquella simplicidad de


vida que permitió al beato Nicolás permanecer
fiel a su vocación cartujana entre los muchos
cuidados de su ministerio.
Por N. S. JC.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 42


Beato Juan de España, 26 de junio

26 de junio
BEATO JUAN DE ESPAÑA, MONJE

N ació Juan en Almansa,


reino de León, España, allá por el
año 1123, de una familia
acomodada de la clase media, que
le educó en el santo temor de Dios.
Estudió Gramática en su tierra
natal; pero, ansioso de nuevas
luces y de mayor seguridad de la
que había entonces en su tierra,
turbada por las incursiones de la
morisma, siendo de 13 años partió
para Francia con otro compañero.
Pasó un año en una ciudad de la
vega del Ródano dedicado al
estudio. De allí pasó a Arlés; mas
habiéndosele terminado el poco
dinero que le había dado su familia,
Bto. Juan de España. Medallón en yeso. Cartuja de se vio reducido a la mayor
Calabria.
estrechez, hasta que una familia
noble, prendada de sus cualidades, le dio cuanto precisaba, y terminó
adoptándolo por hijo. Acabó sus estudios filosóficos a los 16 años con el mayor
éxito. Por entonces determinó su compañero regresar a su patria, y propuso a
Juan que le acompañase; pero, preocupado éste por una llamada de la gracia a
vida más perfecta, que le parecía sentir en su interior, se retiró unos días el
monasterio de San Basilio para consultar a un religioso que gozaba fama de gran
santidad, quien le informó de que sin duda era la voz del Señor la que le llamaba.
Por lo que, dando de mano el brillante porvenir que le brindaban sus protectores,
quedó sometido a la dirección del santo monje, que fue desde entonces su
maestro en las letras divinas y humanas, Sucedía esto al principio de la
Cuaresma, durante la cual se aplicó el nuevo religioso con tanto ardor a la
penitencia y al estudio que vino a enfermar.

Fueron sus progresos en la virtud tan rápidos y creció tanto en él el deseo


de la perfección, que habiendo oído hablar con encomio de la Cartuja de
Montrieux, y en ocasión en que los religiosos de San Basilio, querían, pese a su

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 43


Beato Juan de España, 26 de junio

juventud, elegirlo por Prior, pasó a aquella, solicitando ser admitido entre los Hijos
de San Bruno.

Pasado el año del Noviciado, durante el cual la indiferencia con que había
sido recibido se resolvió en fervor, profesó con gran contento de toda la
Comunidad. Ordenado sacerdote, fue nombrado Sacristán; y apenas habían
pasado siete años cuando se le nombró Prior. Sus tareas inmediatas fueron la
restauración del edificio y el acrecentamiento del fervor y de la regular
observancia, que llegó a tal grado, que las religiosas del Monasterio de Prebayón,
llevadas de aquel buen olor de Cristo, y con la anuencia de San Antelmo, Prior
de la Grande Chartreuse, rogaron a nuestro Beato les hiciese una adaptación de
las COSTUMBRES de Dom Guigo, para con ellas aprovechar el ejemplo de
santidad que habían recibido de la Comunidad de Montrieux. Así comenzó la
rama femenina de la Cartuja, que por el gran número de almas santas que la han
esclarecido, indica bien a las claras el acierto de nuestro Beato en este asunto.

Tampoco descuidó el siervo de Dios el mejoramiento de las tierras del


Monasterio, que vinieron a despertar la ambición de un vecino poderoso, que
intentó usurparlas. Mas ante la varonil resistencia del Prior, hubo de cambiar de
táctica, probando de indisponer con él la Comunidad, y luego elegir un nuevo
Prior; pero habiendo fracasado en ambos intentos, amenazó con arruinar el
Monasterio. Entonces el Beato Juan, antes de consentir la ruina de aquella
Cartuja que había gobernado con tanto amor durante diez años, se retiró a la
Grande Chartreuse, seguido de algunos religiosos que no consintieron separarse
de tan buen padre.

Acogidos por San Antelmo con gran caridad y afecto, permanecieron algún
tiempo en aquella Casa; pero, ni las posibilidades económicas de la misma, ni
las «COSTUMBRES», que señalaban un máximo de 13 religiosos, permitían

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 44


Beato Juan de España, 26 de junio

prorrogar allí la estancia del Beato Juan y de sus compañeros. Perplejo andaba,
sin saber que hacer, el santo
Prior Antelmo, cuando le
llegó una embajada del noble
y piadoso señor Aymón de
Faucigny, en la Saboya,
pidiendo se le mandasen
monjes para fundar una
cartuja en el valle de Béol
(llamado después Reposoir)
donde ya años antes había
comenzado a existir, pero que
había fracasado.
Convenientemente
aleccionado nuestro Beato
por las causas de dicho
fracaso, que procuró
investigar diligentemente, así
como por las que le habían
movido a abandonar la
Cartuja de Montrieux, echó en
firme los fundamentos del
nuevo Monasterio, cuya
escritura fundacional tiene
fecha del 22 de enero de
1151.

Sólo las ruinas de las


celdas de la anterior
fundación ofrecieron algún
cobijo a nuestro Prior y a sus
seis compañeros, que durante
bastante tiempo hubieron de
vivir en medio de la mayor
estrechez; pero la presencia
de ánimo, la santidad, la
prudencia y el sentido
Bto. Juan de España, puerta del Coro de la Cartuja de Jerez,
práctico del Prior hicieron de
1630 aquel desierto inhóspito un
lugar fértil y acogedor, que

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 45


Beato Juan de España, 26 de junio

justificó el nombre de «Repausatorium», que sustituyó el antiguo de «Béol».

Con las limosnas que fue recibiendo de los Señores vecinos estableció la
Cartuja en un mejor emplazamiento del que había tenido la anterior, y estableció
en ella la observancia regular en todo su vigor. En 1152 asistió al tercer Capítulo
General, presidido por San Antelmo; al que asistieron también, entre otros, el
venerable Bernardo de la Puertas, y San Artoldo, Prior de Arvières.

Fue el Beato Juan muy austero y penitente, y tan asiduo en la oración que
llegó a pasar en ella noches enteras; muy estudioso y de incesante actividad, de
una pureza angélica, de profunda humildad, de una solicitud sin límites por sus
hijos, de un gran espíritu de sacrificio, y sobre todo de un perfecto olvido de sí
mismo y de un ardiente amor a Dios y al prójimo.

Después de haber gobernado esta Casa nueve años, minado por las
austeridades y trabajos, cuando sólo contaba 37 de edad entregó su alma a Dios
el 25 de junio, según parece del año 1160, dándonos también en su muerte una
profunda lección de humildad, a la que se debió que providencialmente
comenzase su memoria a ser venerada por los pueblos vecinos. En efecto,
habiendo muerto durante su priorato dos sirvientes del Monasterio en la sierra,
bajo una avalancha de nieve, hizo enterrarlos en un lugar inconveniente,
mereciendo por ello la reprensión de sus superiores. Pues bien, para expiar su
falta hizo jurar a sus religiosos que cuando muriese lo enterrarían fuera de la
clausura, en el mismo lugar donde yacían las víctimas del expresado siniestro;
y así se hizo. Y merced a ello, ¡oh designios de la Providencia!, comenzaron las
gentes a orar en su tumba, y a obrarse allí multitud de milagros, siglo tras siglo,
principalmente con los atacados de fiebres malignas, hasta el punto que la Iglesia
terminó por aprobar su culto inmemorial.

En septiembre de 1659, Carlos Augusto de Sales, sobrino y sucesor en el


Episcopado de San Francisco del mismo apellido, sacó de su tumba los huesos
del Bienaventurado, que fueron después honoríficamente colocados en una
capilla del Monasterio. Salvados del furor revolucionario por dos fieles
montañeses, fueron devueltos nuevamente a la Cartuja de Reposoir. Finalmente
su Santidad Pio IX, el 14 de julio de 1864, confirmó «el culto eclesiástico
tributado desde tiempo inmemorial al Beato Juan, llamado el Español», y en 15
de septiembre del mismo año, a petición del Reverendísimo Carlos María
Saisson, concedió a todas las Cartujas el privilegio de celebrar su fiesta el 25 de
junio con rito de XII lecciones, y el Oficio y Misa del común de Confesores no
Pontífices, con indulgencia plenaria, a lucrar en dicho día, con las condiciones

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 46


Beato Juan de España, 26 de junio

acostumbradas.

Oración:

Tu suscitaste, Señor, al beato Juan de España


para ayudar a las vírgenes de Cristo en la
búsqueda de su vocación; concede la caridad
perfecta a cuantos hemos abrazado generosamente
la vida monástica.
Por N. S. JC.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 47


San Antelmo, 26 de junio

26 de junio
SAN ANTELMO, MONJE Y PASTOR

N ació Antelmo en la Saboya,


de la noble familia de los Cignino.
Aplicáronle desde joven a los estudios,
que hizo con gran lucimiento y
aplauso; y recibido en el estado
clerical, obtuvo grandes rentas
eclesiásticas, prebendas y dignidades,
entre otras una canongía en Belley y el
Deanato de Ginebra. Rico y estimado
de todos, liberal y limosnero, acogedor
y muy distinguido en su trato, resistía,
prendado de las cosas exteriores y de
la gloria humana, a la gracia de Dios,
que desde hacía algún tiempo le venía
invitando a la perfección.

Visitaba con frecuencia la


Cartuja de las Puertas en la que era
Procurador su hermano Bosón. Éste y
el venerable Bernardo aplicaron leña
de amonestaciones y sanos consejos
al fuego que en su pecho había
encendido el Señor; y por tales medios
le hizo determinarse a seguir a Cristo
en la Cartuja y dejar por su amor todo
lo terreno. Pidió, pues, el santo hábito
en aquella Casa, y admitido a la
prueba del Noviciado, dio bien pronto
muestras de las excelentes prendas
S. Antelmo, por Zurbarán, Museo de Bellas Artes de que le asistían. Carácter viril, corazón
Cádiz lleno de energía, y voluntad de hierro,
era cuanto desde el punto de vista de
la naturaleza precisaba para librar el buen combate de Jesucristo. Y en efecto,
su celo en adquirir el ideal de santidad de la Cartuja hízole bien pronto
distinguirse entre todos sus compañeros, aún los más avezados, en forma que

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 48


San Antelmo, 26 de junio

su fama ya desde entonces voló lejos.

Enterado de estos magníficos progresos Dom Guigo, Prior de la Grande


Chartreuse, que estaba a la sazón necesitada de religiosos por haber perecido
siete de los suyos en la avalancha de nieve que sepultó casi por completo el
Monasterio el 30 de enero de 1132, y ayudado por Hugo II, antiguo monje de la
Grande Chartreuse y entonces Obispo de Grenoble, pidió con instancia a los
monjes de las Puertas le enviasen al novicio Antelmo a profesar a la Grande
Chartreuse. Hízose así; siendo acogido con extraordinario gusto por Dom Guigo,
que quizá presintió en Antelmo el futuro puntal de la Orden. Mas poco gozó de
su presencia el gran Prior, que murió el año 1136. Su sucesor Dom Hugo echó
mano de Antelmo para el gobierno y administración de la hacienda y cosas
exteriores, nombrándole Procurador, a lo que se le prestó humildemente, no
obstante la repugnancia que tal cargo le inspiraba. Lo desempeñó con mucho
provecho para la Casa, sin descuidar el propio suyo espiritual, dando pruebas de
saber hermanar bien el oficio de Marta con el de María. Fue tanto así, que
habiendo renunciado a su cargo Dom Hugo, la Comunidad, por voto unánime, le
eligió para Prior.

Dedicóse ante todo a reedificar el Monasterio en distinto emplazamiento,


para evitar nuevas desgracias, favoreciéndole el Cielo en tal empresa, mediante
abundantes cosechas e incremento en los ganados, y moviendo el corazón de
algunos poderosos del siglo, que le ayudaron con limosnas. Pero el principal
empeño del Santo fue la restauración moral de la Comunidad, que pronto
experimentó las ventajas de su firmeza, dulzura, sabiduría y humildad. Visitaba
a sus monjes con frecuencia en las celdas, y con la suavidad de sus palabras
llenaba de paz cualquier espíritu que pudiera estar turbado, velando tanto por el
bien de los cuerpos como por la salud de las almas, teniendo mucho en cuenta
para sus consejos el carácter de cada uno. Cuando alguno cometía una falta
prefería emplear para corregirla, más bien la mansedumbre y la dulzura, que la

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 49


San Antelmo, 26 de junio

severidad y la dureza. Y cuanto


más severo e intransigente era
c o n s i g o m i s m o ,
tanto más se inclinaba a la
indulgencia y a la comprensión
para con los demás. Y así, el
que iba a acusarse de una falta
podía estar bien seguro del
perdón. Podemos decir que
eran los enfermos, tanto del
cuerpo como del alma, los que
constituían las preferencias de
su celo paternal. Tenía un
especial don del Cielo para
disipar las tentaciones y animar
a los desalentados. En cuanto a
los perfectos, los juzgaba
dignos de todos los honores, y
veneraba en ellos al mismo
Jesucristo, y le tributaba todas
las pruebas de perfecta estima,
hasta llegar a cederles el paso y
estar de pie en su presencia.
Pero el principal empeño de
Antelmo fue el afirmar la
práctica de las observancias
cartujanas, puestas ya en uso
por San Bruno, y consignadas
por Dom Guigo en LAS
COSTUMBRES. Por eso acogió
con gozo la propuesta que le
hicieron varias casas
recientemente fundadas, de
agruparse en una Orden sujeta
al Prior de la Cartuja,
San Antelmo, puerta del Coro de la Cartuja de Jerez, 1630
considerando a ésta como
madre y maestra de todas; y así reunió y presidió el primer Capítulo General en
1142, poniendo de este modo uno de los más fuertes puntales de la Orden y de
la observancia cartujana.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 50


San Antelmo, 26 de junio

Su amor a la soledad le hizo pedir reiteradamente misericordia del cargo


que desempeñaba. Obtúvola por fin; pero poco le duró el contento, porque
habiendo muerto el Prior de las Puertas, pidiéronle al Padre General les
nombrase por sucesor al que allí había tomado el hábito, y fue preciso rendirse
a la obediencia.

Estuvo poco más de dos años al frente de dicha Cartuja, mejorándola


mucho en lo material, y conservando en lo espiritual el estado de florecimiento en
que la había dejado el Vble. Bernardo. Mediante nuevas y reiteradas instancias
se le concedió otra vez misericordia de su Priorato, y le fue dado acogerse al
retiro de su celda de la Grande Chartreuse. Pero tampoco entonces gozó mucho
tiempo de tan apacible retiro, pues habiendo vacado el Obispado de Belley,
pidiéronle al Papa por Prelado. Vino en ello el Pontífice de muy buen grado y
despachó luego las bulas para Antelmo, en las que le rogaba y aconsejaba que
consintiese en su elección, y que sin dilación tomase posesión de su Obispado.
Mandó también Letras Apostólicas para el Padre General, para que, caso de no
querer ir de grado, le obligase a ello por precepto de santa obediencia. Al
entender el Santo lo que se trataba, huyó del Monasterio, y se escondió en el
monte, pero habiendo sido encontrado, se le trajo a la Casa, y se le intimó la
orden del Papa. Él entonces, juzgando que el Papa no estaría bien informado,
fuese a Aviñón, donde a la sazón residía, a rogarle que no echase semejante
carga sobre sus hombros; pero en vez de la apetecida «misericordia» encontróse
con el precepto formal de que aceptase la prelacía, y de que fuese enseguida a
hacerse cargo del rebaño que se le había encomendado.

Consagrado Obispo, permaneció Antelmo firme al espíritu, y en cuanto


pudo también a la letra de su Regla. Cada año tornaba a revivirla durante algunos
días que pasaba en la Grande Chartreuse, donde tenía su celda como otro monje
cualquiera. Prestó grandes servicios a la Iglesia, principalmente en haber
provocado en unión de San Bernardo el concilio de Tolosa, para poner término
al cisma que afligía a la Iglesia, viniendo a reconocerse en él al papa verdadero.

Reprimió los abusos del clero y del pueblo, con dulzura al principio, y con
sostenida fortaleza después; defendió los derechos de la Iglesia contra los
poderosos; demostró el temple de su carácter cuando Humberto, Conde de
Saboya, atropellando el derecho, mandó prender a uno de sus clérigos, al que
libró nuestro Santo yendo en persona a sacarle de la cárcel, y fulminando
excomunión contra los fautores del atentado. Más exasperado el Conde, mandó
dar muerte al citado Clérigo, y comenzó a calumniar a nuestro Santo, y a ponerle
pleito por unas tierras; por todo lo cual se juzgó éste en el caso de deber sostener

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 51


San Antelmo, 26 de junio

la excomunión contra el Conde con especial rigor, hasta que el Papa tuvo a bien
levantársela. Entonces Antelmo, no por despecho, sino por un leal
convencimiento de su ineptitud para el gobierno de su Obispado, pidió al Papa
el relevo del mismo, y mientras tanto no le llegaba la respuesta, que esperaba
favorable, retiróse a su celda de la Grande Chartreuse. Acudieron el Clero y el
pueblo al Papa, pidiéndole le obligase a volver, como así lo hizo en efecto. El
Conde por su parte, bien que hubiese sido absuelto por el Pontífice, no
juzgándose tranquilo en el fuero de su conciencia, por los medios de que se
había valido, acudió también a Antelmo, al que pidió perdón por sus pasados
yerros y atropellos, Le perdonó Antelmo con la mayor benignidad, y le profetizó,
por añadidura, el nacimiento de su primogénito, que no esperaba ya tener, pues
llevaba varios años de matrimonio sin sucesión. Recomendando a sus clérigos
la caridad y la concordia, como los más seguros medios de agradar a Dios,
durmióse en el Señor el 27 de junio del año 1180, a los 70 años de edad y 18 de
Pontificado.

Los prodigios se multiplicaron ante sus reliquias, siendo pronto canonizado


por la voz del pueblo, a la se unió rápidamente el consentimiento de la autoridad
eclesiástica, siendo expuesto su cuerpo a la veneración de los fieles. En 1630 el
encargado de la custodia del templo vio una procesión celestial, que venía a
venerar los restos del Santo, y como consecuencia de este prodigio, se levantó
una capilla en su honor, en la que fueron aquellos depositados, notándose al abrir
el sepulcro en el que estaban anteriormente, un exquisito sobrenatural olor que
llenó todo el recinto.

Profanada su tumba por la Revolución, pudieron, no obstante, salvarse sus


reliquias, que fueron autenticadas en 1823 por Monseñor Davis, primer Obispo
de Belley después de la Revolución.

En la Orden Cartujana fue siempre venerado San Antelmo, al igual que en


la iglesia de Belley, pero sólo a partir del año 1607, por orden del Capítulo
General, se celebra su fiesta en todas sus Casas, con rito de XII lecciones.

Oración:

Señor, que amas la unidad y la paz,


concédenos por intercesión de San Antelmo,
buscar siempre, todos juntos, tu voluntad y
alabarte a una voz, con un solo corazón.
Por N. S. JC.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 52


San Antelmo, 26 de junio

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 53


Beato Bonifacio de Saboya, 14 de julio

14 de julio
BEATO BONIFACIO DE SABOY, MON JE Y PASTOR .

P erteneció Bonifacio a la
familia de los Condes de Saboya; y
no obstante estar reputado como
uno de los personajes más
brillantes de su tiempo, lo dejó todo
para ser, como novicio de la
Grande Chartreuse, «el más
humilde servidor de todos». Pero
sus altas prendas fueron causa de
que la Santa Sede lo sacase de su
retiro para hacerlo Prior de un
Monasterio ajeno a la Orden
cartujana, que atravesaba una
crisis gravísima. Conjurada ésta,
merced al tacto singular de
Bonifacio, obtuvo licencia para
retornar a su noviciado cartujano;
Bto. Bonifacio de Saboya, medallón de yeso, Cartuja de pero al poco tiempo, (y esta vez de
Calabria modo definitivo) volvió a privarlo el
Papa de tan apacible retiro para
conferirle la plenitud del sacerdocio, y hacerlo pasar sucesivamente por las sedes
de Belley, Valence y Cantorbery.

La reina de Inglaterra, en cuyo territorio se encuentra la última de las tres


citadas sedes, era su pariente próxima, y en cuanto al rey, se sabe que guardaba
al Beato una consideración extraordinaria, lo que no le impedía corregir al
monarca en la forma más enérgica cuando lo veía apartarse de la recta senda
cristiana.

Presidió dos concilios, y se mostró implacable en corregir los abusos en


materia de disciplina. Y el Papa lo tenía en tanta estima que hubo de llamarlo a
Lyon para confiarle la defensa de los intereses de la Sede Apostólica,
amenazados por enemigos muy poderosos.

Sorprendióle la muerte en un viaje por la Saboya, en el castillo de Santa


Helena, y recibió sepultura en el Monasterio de Valle Alto, donde se encontraba

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 54


Beato Bonifacio de Saboya, 14 de julio

el panteón de la Casa de Saboya, adjudicándosele un sepulcro de especial


suntuosidad en gracia al lustre de su dignidad y de sus virtudes.

A los tres siglos de su muerte estaban aún incorruptos los sagrados restos,
en recompensa sin duda, de su pureza de vida. Y fueron varios los enfermos que
al solo contacto de sus reliquias recobraron la salud. Merced a ello fue escrito su
nombre en el Martirologio francés, y puesta su fiesta en el calendario de la Iglesia
de Ivrés.

El 7 de septiembre de 1838, Gregorio XVI, a ruegos del rey de Cerdeña,


Carlos Alberto, confirmó el culto inmemorial que venía rindiéndose al Beato
Bonifacio, al propio tiempo que era declarado Bienaventurado el abuelo de dicho
rey, Humberto III; todos tres de la Casa de Saboya. El 23 de febrero siguiente un
nuevo decreto de la Sagrada Congregación de Ritos establecía el Oficio y la Misa
del Beato, con oración propia, la cual veinte años más tarde vino a enriquecer los
libros litúrgicos cartujanos. En efecto, en 1858 obtuvo nuestra Orden celebrar su
fiesta, siendo el Capítulo General del año siguiente el que estableció: «Admodum
fiet, cum III Lectionibus et Missa, festum Beati Bonifacii a Sabaudia, Episc. Et
Conf., quondam novitii nostri Ordinis, die 15 julii».

En esta forma correspondía la Cartuja al gran afecto y a los beneficios que


en vida le había dispensado el Beato Bonifacio; quien, a su vez, recibió de aquella
toda la consideración y amor que se deben a un hijo muy preclaro, como lo
demuestra, entre otras cosas, la carta que le dirigió el Reverendo Padre General
proponiéndole como singular patrono y modelo de su apostolado a San Hugo de
Lincoln. Hoy la Orden Cartujana celebra su conmemoración el 14 de julio.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 55


Beato Bonifacio de Saboya, 14 de julio

Oración:

Señor, que hiciste al beato Bonifacio modelo


de amor a Dios y al prójimo; concédenos
por sus méritos, mantener vivo, en nuestra
soledad, el deseo de salvación de las almas.
Por N. S. JC.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 56


Beatos Claudio Beguignot y Lázaro Tiersot, 16 de julio

16 de julio
BEATOS CLAUDIO BEGUIGNOT Y LÁZARO TIERSOT.
MÁRTIRES

Los beatos Claudio y Lázaro con la palma del martirio en su fidelidad al Papa, por Rafael Tardío, Cartuja
de Jerez

L a cristiandad medieval se había caracterizado por una simbiosis casi


total de los dos órdenes: el espiritual y el temporal; simbiosis mantenida por la
firme autoridad del poder papal. Con la reforma protestante, al comienzo del s.
XVI, la unidad del mundo cristiano comenzaba a resquebrajarse. Precisamente

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 57


Beatos Claudio Beguignot y Lázaro Tiersot, 16 de julio

es el momento en que nuestra Orden se hallaba en todo su apogeo con un total


de 206 casas. Estamos en 1521, el año en que Lutero fue excomulgado por el
Papa. Sobre la Iglesia se abatió una ola de demolición que también barrió del
mapa unos 50 Monasterios cartujanos.

Un siglo después vino el secularismo que, bajo el nombre del Iluminismo,


comenzó a contaminar los entendimientos de toda Europa. El Jansenismo no
podrá nada contra esta fuerte corriente. . . Pronto los Enciclopedistas
combatieron los valores religiosos más fundamentales, mientras Voltaire lanzó
su célebre grito: «Aplastad a la Infame» (refiriéndose a la Iglesia).

La autoridad e influencia del Papa están en decadencia, mientras que las


Órdenes religiosas también conocen un período de gran merma y falta de fervor.
Sin embargo, los historiadores coinciden en afirmar que la Orden de los Cartujos
permaneció fiel a su estricta observancia y mantuvo su celo religioso.

En este momento reina José II (llamado el «Emperador Sacristán»), que


suprime una veintena de nuestras casas.

En Francia, la Iglesia está más o menos dividida en dos bandos: de un lado


está el episcopado, un tanto infeccionado de galicanismo, que con frecuencia gira
en torno a la Corte y se mantiene bastante alejado del pueblo llano; y del otro
lado, se encuentra este mismo pueblo, guiado y conducido sobre todo por sus
curas. Estamos en las vísperas de una de las mayores explosiones sociales de
la Historia. Algunos pasos dados por el Rey Luis XVI para atender las
reivindicaciones del pueblo llegaron demasiado tarde.

Cuando estalló la revolución, aquello fue el caos. Muchos no sabían qué


partido tomar. Por eso el 12 de julio de 1790, la Constitución Civil del Clero fue
votada con la aprobación de una parte importante de los sacerdotes. Esto fue la
causa de que más tarde se dividiera profundamente la Iglesia de Francia y todos
sus ministros sagrados. Dos años después (el 10 de agosto de 1792) se exigió
a todos los sacerdotes un nuevo juramento de fidelidad al movimiento
revolucionario. De este modo, toda la Nación se encontró con un clero dividido
en miembros juramentados (los que habían prestado el juramento), y miembros
refractorios (los que habían rehusado prestar tal juramento). De entre los Obispos
franceses, 136 se mantuvieron adheridos a la Iglesia de Roma, teniendo que
sufrir la muerte o el destierro, y sólo 4 Obispos admitieron la Constitución Civil.
Los revolucionarios se agitaban por todo el país; los comités revolucionarios se
esforzaban por instalar en todas partes a la diosa RAZÓN; mientras que, bajo la

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 58


Beatos Claudio Beguignot y Lázaro Tiersot, 16 de julio

fatídica guillotina, comenzaron a rodar las cabezas. Fueron expulsados los


religiosos de sus Monasterios y sus muebles sacados de las casas religiosas y
mal vendidos. Otro dato muy significativo del estado de cosas, por lo que se
refiere a la Cartuja, nos lo da el hecho de que sólo en el año 1790 fueron
suprimidas 50 casas; casi otras 20 tendrían la misma suerte a lo largo de los 7
años venideros. El fin que con todo se perseguía, era sofocar a la Iglesia y
someterla al Estado. En esta perspectiva, el clero fiel al Papa, era uno de los
peores enemigos del movimiento revolucionario (podemos hacernos una idea de
aquella situación comparándola con lo que sucede actualmente en China,
respecto a la Iglesia patriótica).

Pronto fueron dictadas leyes por las que se establecía la deportación de


todos los sacerdotes refractarios a las Guayanas, territorio lejano, del que a nadie
le sería posible poder escapar vivo.

¿Dónde estaban durante este tiempo, todos nuestros hermanos cartujos


que habían rehusado prestar el juramento y que, si no habían abandonado
Francia, estaban reducidos a vivir en la clandestinidad? Tenemos que decir que
sólo conocemos el paradero de algunos de ellos. Varios pasaron a Suiza, Italia
y España (concretamente a Jerez) para seguir su vida monacal en alguna
Cartuja. El Padre José Martinet, de la cartuja de Villeneuve-Avignon, se ocultó
en Marsella, ejerciendo en esta ciudad, aunque en secreto, un maravilloso
ministerio sacerdotal; llegando a ser en 1793 el único sacerdote de la ciudad que
permaneció fiel al Papa. Falleció en olor de santidad el 12 de junio de 1795.
Conocemos también el caso de D. Buenaventura Froment, profeso de la misma
Casa que el anterior, y que desempeñó un tiempo en Montrieux el cargo de
Vicario. Dio testimonio de su fe y fidelidad a la Santa Madre Iglesia, el lunes de
Pascua, 21 de abril de 1794. Citemos, por último a D. Pacomio Lessus, profeso
de la cartuja de Montmerle, quien, después de un período de ministerio
sacerdotal, ejercido en secreto, fue guillotinado el 25 de abril de 1794 en
Pontarlier.

La Revolución francesa hizo, por lo menos, 46 víctimas entre los cartujos:


42 sacerdotes, un subdiácono, una monja (Priora, guillotinada), y dos conversos
(uno guillotinado y otro falleció embarcado). De los 46: 16 fueron guillotinados;
14 murieron en prisión a causa de los malos tratos y el hambre (uno de ellos
guillotinado después de muerto); 10 murieron en los barcos que debían llevarlos
a las Guayanas; 2 en el destierro; 2 fusilados; y 2 ahogados.

Pero, volvamos a nuestros sacerdotes deportados. El primer grupo de 1794,

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 59


Beatos Claudio Beguignot y Lázaro Tiersot, 16 de julio

salió efectivamente de Burdeos, el 16 de abril de 1793. Después se decidió que


las futuras partidas tendrían lugar desde Rochefort. Aquí es donde se reunieron
más de 800 sacerdotes entre el mes de noviembre de 1793 y el de julio de 1794.
Entre ellos se encontraban 15 cartujos. Todos fueron embarcados en dos viejos
buques, llamados «les Deux-Associés» («los Dos-Socios») y el «Washington»,
los cuales habían sido anteriormente utilizados para la trata de negros y que
permanecían anclados ante el puerto de Rochefort, cerca de la isla de Aix, a
modo de un pequeño campo de concentración flotante.

Muchos de estos sacerdotes morirían por agotamiento o por causa de la


miseria, algunos de ellos como verdaderos testigos de fe; si bien hubo quienes,
más tarde, en 1795, serían puestos en libertad. Entre ellos podemos contar 5
cartujos, los cuales sobrevivieron a la prueba.

Ahora surge espontáneamente la pregunta: ¿por qué sobre los 10 cartujos


fallecidos sobre los pontones, solamente se ha colocado a 2 en la lista de los
canonizables? Aquí es donde comienza la historia de la beatificación.

El interés por conservar intacta la memoria de la heroicidad de los mártires


de los pontones, data de las primeras décadas del siglo XIX. Sin embargo, no fue
hasta el s. XX en que se trabajó en serio en su beatificación. La Sagrada
Congregación de Ritos permitió, en 1952, que se abriera el proceso de la causa,
la cual llevaría en adelante el nombre de Juan Bautista Souzy y sus compañeros.

Sobre las 547 víctimas de los pontones, en un principio se escogieron 103


nombres. Más tarde este número fue reducido a 64. Esto obedecía a dos
criterios. Por un lado, era necesario probar que los verdugos (es decir, las
autoridades políticas y administrativas, los capitanes y marineros) habían obrado
conscientemente por odio implacable contra la fe católica. Y, por otro, había que
demostrar también que las víctimas habían aceptado voluntariamente sus
sufrimientos y su muerte por fidelidad a Cristo y al Soberano Pontífice. Por lo
tanto, para cada uno de ellos era necesario que se ofrecieran pruebas
irrecusables sobre los últimos momentos de su vida, y más aún sobre las
disposiciones de virtud en el momento de la muerte, demostrada por una
excepcional abnegación, en particular, atendiendo a los otros condenados,
haciendo de enfermeros voluntarios hasta el agotamiento. De los 10 cartujos,
solamente 2 reunieron estos requisitos.

Hablemos, en primer lugar, de DOM CLAUDIO BEGUIGNOT (1736-1794).


Profesó en la cartuja de Bourgfontaine, el 15 de agosto de 1760. Sabemos muy

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 60


Beatos Claudio Beguignot y Lázaro Tiersot, 16 de julio

poco de su vida en la Cartuja; sin embargo, después de la supresión de su Casa,


rehusó prestar juramento y se escondió en la Cartuja de Ruán como «huésped»,
o sea, como miembro de aquella Comunidad de la que no era profeso, según
consta en el Capítulo General de 1782. En 1791 se dispersó esa Comunidad,
siendo arrestado en la casa de un particular en abril de 1793, y deportado el 6 de
marzo del año siguiente en que le llevaron a Rockefort, donde tras ser objeto de
un cacheo fue embarcado en el buque «Les Deux-Associés» (Los dos socios).

Más tarde, otro cartujo y compañero en la prueba, llamado LABICHE DE


REIGNEFORT, ofreció de él el siguiente testimonio: «Este santo religioso
falleció en el gran hospital, durante mi permanencia en él. Después de haber
pasado santamente la mayor parte de su vida en la contemplación y en la
práctica de todas las virtudes propias del claustro, la terminó aún más
santamente en la profesión de la fe, en medio de las obras penosas de su
ministerio sacerdotal, como confesor. Casi todos los enfermos acudían a él,
aunque Dom Claudio estuviera tan enfermo como ellos. Tantos trabajos
terminaron por enardecer su sangre. A esto se añadió el empeoramiento de una
llaga que se había hecho en una pierna, y en tal forma que le ocasionó la
muerte. Falleció como había vivido; con las señales de un verdadero
predestinado, en el mes de julio de 1794. Con solo ver a este hombre de Dios,
se sentía uno atraído por el amor a la penitencia. Llevaba la mortificación de
Jesucristo en todo su cuerpo. Nunca se hubiera uno cansado de oírle hablar de
Dios, tal era la unción conque lo hacía. . . Los rasgos de su rostro tenían algo
de parecido con los que los artistas acostumbran a representar a San José
Benito Labre. Esta es la razón por la que habíamos dado ese mismo nombre a
este gran siervo de Dios». Dom Claudio de Beguignot falleció el 16 de julio de
1794, a la edad de 58 años. Siendo sepultado en la isla de Aix.

El otro cartujo se llamaba DOM LÁZARO TIERSOT (1739-1794). Era


profeso de la cartuja de Ntrª. Sra. de Fontenay (18 de diciembre de 1769).
Cuando fueron suprimidas las Órdenes monásticas, él se retiró a la ciudad de
Avallón. Allí fue detenido el 19 de abril de 1793 siendo trasladado a Auxerre,
desde donde, con otros 15 sacerdotes de Avallón, fue deportado un año mas
tarde y se le embarcó en el buque Washington. Un compañero de infortunio
llamado SOUDAIS, nos dejó después el siguiente testimonio sobre Dom Lázaro:
«El primero de nuestro departamento que cayó enfermo fue el Padre TIERSOT,
cartujo de Avallón, quien había ejercido en otro tiempo el cargo de Vicario en su
Orden. Se atribuyó su enfermedad a la caritativa costumbre que había tomado
de no acostarse durante 4 días, para no molestar a sus vecinos que se

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 61


Beatos Claudio Beguignot y Lázaro Tiersot, 16 de julio

quejaban de no disponer de cama. . . El último día de su enfermedad, algunos


de los nuestros le encontraron y le dijeron que pronto volvería a unirse a
nosotros en el mismo departamento. Ante esta salida, sonrió y dijo: Mañana me
toca a mí. Dentro de tres horas ya no estaré más en este mundo.

Es cierto que para nosotros fue motivo de alegría, ver que uno de los
nuestros iba a recibir la recompensa que justamente había merecido por tantos
sufrimientos tolerados por causa de la fe; sin embargo, fue también motivo de
gran dolor, perder un hombre tan extraordinario. Su sola presencia era suficiente
para infundirnos valor y constancia. Cuando alguno se le quejaba del sufrimiento
que tenía que soportar, el cartujo solía responder así: Esto no es nada;
merecemos mucho más. Quienes eran condenados a las minas en los primero
tiempos de la Iglesia, después de haberles cortado un pie o haberles sacado un
ojo, por la confesión de Jesucristo, lo pasaban mucho peor que nosotros.

La dulzura de su carácter, su modestia y humildad, así como su tierna


piedad, eran causa de que fuera querido y buscado por todos. Los recién
venidos, que aún no le conocían, nos preguntaban al verle: ¿Quién es ese? Y,
sin esperar nuestra respuesta, añadían: ¡Ese Padre es un santo! Yo tuve el
gusto de conocerle en Auxerre y de permanecer en su compañía cerca de 10
meses. No vi en él otra cosa, sino muchas y excelentes cualidades, sin ningún
defecto. Me admiró, sobre todo, su fortaleza para superar cualquier sufrimiento;
austero consigo mismo e indulgente hacia los demás. En él se daban de la
mano un gran sentido común, con un profundo conocimiento de la teología.
Falleció a principios de agosto (el día 10), dejando el ejemplo de todas las
virtudes. Contaba a la sazón 55 años de edad ». Según el certificado oficial
falleció de «fiebre pútrida».

Su cuerpo, lo mismo que el de Dom Claudio Beguignot, descansa en la isla


de Aix.

SS. Juan Pablo II, el 1 de octubre de 1995, beatificó a éstos dos mártires
cartujos juntos con otros de la Revolución Francesa9, testigos de su fe y fidelidad

9
Está introducida actualmente en Roma la causa de beatificación de 47 mártires de la Revolución francesa
de la diócesis de Valenciennes, y entre ellos hay cuatro cartujos: los Padres Crisógono Honoré (vicario y antes
sacristán), Carlos Lecoutre (procurador), Bernardo Ledoux (sacristán y antes vicario) y Francisco Dubois
(monje del claustro y antes vicario), todos ellos guillotinados en octubre de 1794. En el proceso de martirio
introducido también en Roma por la diócesis de Besançon está el padre cartujo Pacomio Lessus, profeso de
Montmerle (Ain), guillotinado a los 28 años de edad el 25-4-1794. Es posible que pronto estos cinco cartujos

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 62


Beatos Claudio Beguignot y Lázaro Tiersot, 16 de julio

al Vicario de Cristo.

Oración:

Fortalece, Padre, nuestras almas, para que


así como nuestros hermanos, sufriendo por
toda la Iglesia, consumaron su soledad, nosotros,
también, viviendo en lo escondido de tu
rostro, lleguemos a la caridad perfecta.
Por N. S. JC.

sean beatificados así como otros tres a los que también se le ha introducido su causa.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 63


Beato Guillermo Horn, 5 de agosto

5 de agosto
BEATO GUILLERMO HORN, MÁRTIR

Grupo de los diez cartujos apresados el 20 de mayo de 1537. Oleo de la Cartuja de Londres.

E l calendario cartujano celebra hoy al último de los mártires de la Cartuja


londinense. Ya vimos en la reseña del martirio de San Juan Houghton y sus
compañeros, el 4 de mayo, las circunstancias pormenorizadas del martirio de
aquellos monjes a los que el lugarteniente de Enrique VIII, Tomás Cromwell, no
sólo se negó a oírles su defensa sino que les infligió un terrible martirio.

Nuestro Beato Guillermo forma parte del grupo último que fue apresado por
negarse a reconocer como cabeza de la Iglesia en Inglaterra al sensual Rey
Enrique. Todos los datos de las detenciones y provocaciones de los súbditos de
Cromwell a aquella Comunidad los sabemos de primera mano por el monje Dom
Mauricio Chauncy, miembro de la Cartuja de Londres, que pudo huir al
continente y le escribió lo sucedido al Reverendo Padre General. A él seguimos
transcribiendo lo que nos dice del Hermano Guillermo.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 64


Beato Guillermo Horn, 5 de agosto

El Padre Chauncy nos dice que después de dos años de vejaciones, desde
la muerte de los primeros mártires, y viendo que todo el mundo se sometía al
edicto regio, algunos de la Comunidad «no sin gran lesión de su conciencia y,
llorando, se sometieron a la voluntad del Rey.

Los demás no quisieron


tener en más la Casa de piedra
que a sí mismos y anteponiendo
a todo la salvación de su alma,
dieron con gusto cuanto tenían, y
se negaron a conseguir su
libertad mediante una simulación,
antes bien, resistieron al rey con
firmeza para alcanzar así una
resurrección más feliz y tener en
el cielo una casa no hecha por
mano de hombres.

Este último grupo


consta de diez cartujos, seis
Hermanos y cuatro Padres.
Todos fueron encarcelados el 20
de mayo de 1537 en cárcel Grupo de cartujos apresados el 20 de mayo de 1537, por
asquerosísima, en la ciudad de Carducho, Museo de la Catedral de Valladolid
Newgate, en donde murieron al
poco tiempo, excepto uno, por la inmundicia y el hedor de la cárcel. Al oír esto,
el predicho representante regio se impacientó mucho y juró que los habría
atormentado más cruelmente si no hubiesen muerto.

El Hermano converso sobreviviente, Guillermo Horn, permaneció tres años


en la cárcel con buena salud. Sacado finalmente el 4 de noviembre de 1541 y
sometido a los mismos tormentos de mutilaciones y desgarramientos de su
cuerpo que su Padre Prior, padeció y murió con él. Así, el hijo siguió a su
Padre, siendo entre todos el más cruelmente atormentado, y murió al cabo por
amor a Jesucristo y por la fe de su Esposa la Iglesia católica, negándose a
prestar en falso un juramento».

En la Orden siempre se guardó con gran veneración la memoria de estos


hermanos mártires, mas cuando Inglaterra comenzó a cambiar la legislación

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 65


Beato Guillermo Horn, 5 de agosto

respecto a los católicos en el S. XIX, el Papa León XIII proclamó, el 6 de


diciembre de 1887, beatos a los dieciocho cartujos ingleses junto con otros
dieciséis mártires de la Reforma de Enrique VIII.

Oración:

Padre todopoderoso, que concediste al Beato


Guillermo fortaleza para morir por la
libertad de la fe; te rogamos que su intercesión
nos ayude a soportar por tu amor la adversidad
y a caminar con valentía hacia Tí,
fuente de toda vida.
Por N. S. J. C.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 66


San Esteban de Die, 7 de septiembre

7 de septiembre
SAN ESTEBAN DE DIE, MONJE Y PASTOR

N ació Esteban de la noble


familia de los Chatillon, en Lyon,
en el año 1150. Diéronle sus
padres excelentes maestros, de
los que aprendió la virtud y las
letras, en tal grado que presto
descolló entre todos sus
compañeros. Fue castísimo,
guardando de por vida la
virginidad, para lo que hubo de
armarse de la más austera
penitencia: ayunos, disciplinas,
vigilias y demás asperezas, a las
que se entregaba ardorosamente,
pese a la oposición del mundo,
que no podía contemplarlas
S. Esteban de Die, medallón de yeso, Cartuja de Calabria
indiferente en aquel joven noble,
rico y delicado.

Viendo, pues, que en medio de aquella sociedad no podría seguir a


Jesucristo con el desembarazo y la paz que su alma anhelaba cada vez con más
ardor, y sabiendo cuán grande era la observancia y la santidad de la Cartuja de
las Puertas, fue a pedir a aquellos religiosos, cuando contaba veinticinco años,
que lo admitiesen en su compañía; súplica que se aceptó muy gustosamente, en
gracia a las excelentes prendas que lo adornaban.

Fue toda su vida religiosa un dechado de perfección del cartujo, pudiendo


resumirse en estos caracteres principales: devoción ardiente a la Pasión de N.
S. Jesucristo, a la sagrada Eucaristía, a la Santísima Virgen y al Oficio divino;
todo ello en la más caldeada atmósfera del amor de Dios y del prójimo. La vista
de un crucifijo le bastaba para ser arrebatado de éxtasis; y un día vino un ángel
a tomar parte visiblemente en su oración, como recogiéndosela para ofrecerla al
Altísimo en un incensario de oro que despedía el más delicado perfume. Jamás
celebró el santo Sacrificio sin que corriesen por sus mejillas abundantes lágrimas,
empleando días y noches enteros en dar gracias a la divina Majestad por
habérsele dispensado en la sagrada Comunión, y en disponerse para la siguiente.
Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 67
San Esteban de Die, 7 de septiembre

El gozo que le producía el canto de los salmos se dibujaba de tal modo en su


rostro, que parecía transportado al coro de los Serafines. Abrasado de amor a las
almas redimidas con la preciosa Sangre, se ofrecía cada día como víctima por
las intenciones más urgentes de la Santa Sede. Con tan santos ejercicios crecía
de día en día en su corazón la llama del amor divino, y la estimación y fama de
sus virtudes se extendía y comunicaba a muchos dentro y fuera de aquel
desierto, venerándole todos como santo religioso y perfecto cartujo. Y de esta
forma, muerto que fue el Prior de aquella Casa, todos a una le eligieron por
sucesor; y aunque él se opuso de todas veras, al fin, a fuerza de verdadero
humilde, se rindió a sus superiores y al deseo de todo el Convento. Y gobernó su
comunidad tan prudente y santamente como podía esperarse de hombre de tan
preclaras dotes y en tal grado unido con Dios; razón por la cual puede asegurarse
que aquella Casa, donde todos eran cor unum et anima una, constituía un
trasunto del Paraíso.

Habiendo quedado huérfana de pastor la iglesia de Die, reuniéronse los


electores para dotarla de uno nuevo. Encontrados eran los pareceres y varios los
candidatos al principio; mas apenas unos pocos propusieron a nuestro Esteban,
dando a conocer sus prendas, cuando todos se sumaron y de común acuerdo le
eligieron por Prelado; mas previendo cuán difícil sería sacarlo de su soledad y
hacerle aceptar el Episcopado, acudieron al Pontífice y al General de la Orden
para que se lo mandasen en virtud de santa obediencia, y así, cuando quiso
oponer su indignidad y falta de dotes para tan elevado cargo, tuvo que rendirse
a los mandatos terminantes, que dimanaban de tan alto.

Consagrado en Vienne en 1202 (dos años después de la muerte de San


Hugo de Lincoln) pasó a Die a tomar posesión de su cargo, con gran regocijo de
toda la ciudad. Asistía al Coro con los Canónigos, con lo que tan sagrada función
ganó no poco en pausa y dignidad. Y no ya solamente por la oración y las
austeridades, que siguió practicando como en el claustro, sino también por la
predicación y el buen ejemplo, trabajaba incansablemente y con los mejores
frutos en la salvación de las almas.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 68


San Esteban de Die, 7 de septiembre

Muchos prodigios obró el Señor por su siervo, demostrando cuán aceptos


le eran sus desvelos; pero entre todos fue célebre, por lo extraordinario del caso
y por el provecho que causó en las almas, el siguiente: Como hubiera durante
mucho tiempo rogado, amonestado y reprendido inútilmente a sus diocesanos
por el abuso de dedicar el
Domingo a profanidades, un
día que con más vehemencia
que nunca condenaba en La
Catedral estos desórdenes,
afligido de no acertar a mover
el corazón de sus oyentes,
levantó las manos al Cielo y
rogó al Altísimo permitiera
que sus endurecidos hijos
vieran con los ojos del cuerpo
a aquellos a quienes servían
en su obstinación. Ordenó,
pues, a los demonios que se
les apareciesen en forma
visible; y en efecto se le
aparecieron en las más
espantables y horrorosas
figuras que imaginar se
puede; de modo que todo el
pueblo, atónito y sobrecogido
del más saludable temor
San Esteban predicando en la Catedral contra los abusos de su lloraba a gritos, y clamaba al
tiempo. V. Carducho, Museo Provincial de La Coruña. Santo arrojase de allí aquella
maldita caterva. Hízolo así el
Santo en el nombre del Señor; y el pueblo enmendóse de tal modo de sus
desórdenes pasados, que la Diócesis de Die llegó a ofrecer el espectáculo de
virtudes dignas de los primeros cristianos.

Volvía el siervo de Dios con frecuencia a su amada soledad de las Puertas,


para recrear y enfervorizar su espíritu y aliviar un poco las cargas del obispado.
Pasaba allí algunas semanas, como un monje cualquiera, guardando la soledad,
los ayunos, la observancia al Coro y las demás observancias cartujanas, sin
revelar su alta dignidad en cosa alguna, no siendo en el anillo, y en la cruz
pectoral que llevaba sobre la cogulla de religioso.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 69


San Esteban de Die, 7 de septiembre

Bien sabía el santo cuántos peligros llevaba consigo el ministerio exterior


de las almas, y por ello, encontrándose un día en la Cartuja de Durbon, dijo a un
converso, varón de gran virtud, que estaba enfermo: «Creed, hermano, que esta
enfermedad os llevará al Señor; por eso os pido que cuando estéis con Él, le
roguéis por mí, y le pidáis la gracia de que no permita continúe en mi obispado,
si el hacerlo hubiera de ser causa de ofenderlo a Él». Murió luego el converso,
y el mismo día cayó enfermo Esteban, falleciendo doce días después, 7 de
septiembre de 1208, a los 58 años de edad y seis de episcopado, después de
haber recibido con grandísimo fervor los Santos Sacramentos. Quizás con esta
muerte prematura escapó al peligro de ofender al Señor, cosa que él tanto temía.

Dióse a su cuerpo honorífica sepultura el 8 de septiembre, Natividad de la


Santísima Virgen, de cuyo misterio había sido siempre devotísimo, y en cuya
capilla había elegido su enterramiento. Los milagros que obró el Señor ya en
aquel mismo día, manifestaron que se le había concedido celebrar con Ella en el
Cielo su santo aniversario. Fueron en tan gran número los milagros obrados ante
su tumba, que 23 años después el Arzobispo de Vienne y los Obispos de
Valence, Die, Grenoble, Viviers, Ginebra y Maurienne firmaron una carta
colectiva, dirigida al Papa Gregorio IX con el objeto de obtener la rápida
canonización del nuevo taumaturgo. En ella, después de haber relatado 67
milagros, entre ellos 12 resurrecciones, añaden dichos Prelados: «Otros muchos
milagros hay con los que la divina clemencia clarificó al dicho Obispo entre sus
fieles, y no deja todavía de honrarlo en ellos, recomendando los méritos de su
siervo con la evidencia de los prodigios». Se ignora la contestación que dio el
Papa a esta postulación, pues en 1561 los Hugonotes quemaron, juntamente con
el cuerpo, entonces aún incorrupto, todos los documentos relativos al culto del
Santo, del que, sin embargo, se sabe por otros medios que venía tributándosele
desde tiempo inmemorial, celebrándose su fiesta en la Catedral y Diócesis de Die
el 7 de septiembre.

La Orden Cartujana celebrábala sólo en la Provincia de Borgoña; mas a


partir de 1859, por concesión de la Santa Sede del 10 de septiembre de 1857, se
extendió a todas las Casas.

Oración:

Dios de poder y misericordia, que concedes


el acceso a tu eterna felicidad a tus hijos,
animosos en el espíritu pero frágiles en la
carne; haz que, en compañía de San Esteban,

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 70


San Esteban de Die, 7 de septiembre

podamos vivir siempre en la ciudad celestial.


Por N. S. JC.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 71


San Bruno, 6 de octubre

6 de octubre
SAN BRUNO, FUNDADOR Y PADRE DE LA CARTUJA

B runo era muy joven


cuando salió de su patria,
Colonia, para ir a estudiar a
Francia, donde había un famoso
centro de formación en Reims.

Quería hacer los cursos del


trivio, quatrivio y teología, propios
de los futuros clérigos. Iba
decidido a formarse muy bien.

En efecto, estudió con afán


y fue un brillante alumno. Sobre
todo le gustaba la Sagrada
Escritura, Palabra de Dios. Ya
maestro, el arzobispo lo nombró
profesor y director de la Escuela
de la catedral. Allí se reunían
estudiantes de toda Francia y de
Europa entera. Se hizo muy
célebre por su magisterio y sus
virtudes. Tuvo alumnos que luego
serían dignidades de la Iglesia.
Uno de ellos, Eudes de Chatillon,
llegaría a ser el Papa Urbano II.

Todos le apreciaban por sus


Maestro Bruno rodeado de jóvenes alumnos clérigos en
Reims, dibujo a plumillas de Enrique Hernández de los Ríos
enseñanzas, sus consejos y su
conducta.

Además era canónigo, del cabildo de la iglesia catedral. Como Reims era
metrópolis eclesiástica, su prestigio creció en toda la región y lejos de ella.

Pero aquellos triunfos no acababan de llenar su corazón, «convencido de


los falsos goces y de las perecederas riquezas de este mundo».

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 72


San Bruno, 6 de octubre

«Mi alma -exclamaba- tiene sed del Dios fuerte y vivo. ¿Cuándo iré a ver
el rostro de Dios?».

En 1049, cuando tenía 22 años, hubo grandes festejos en la ciudad. Vino


el Papa León IX, trasladó en una solemne procesión las reliquias de San Remigio
a la iglesia y consagró el nuevo templo. Después celebró un concilio o reunión
solemne de clérigos, sacerdotes, abades y obispos.

La iglesia padecía grandes males y el Papa buscaba su remedio. Sobre todo


el rey Felipe I, de malas costumbres, abusaba de su poder y de su influjo, y
aunque daba palabra de enmendarse, no se corregía nunca. A su ejemplo otros
señores hacían lo mismo.

Un amigo suyo, Manasés, ávido de riquezas y muy astuto, con su apoyo y


sus tretas, consiguió que lo eligieran para la prelatura. El legado del Papa y varios
canónigos, entre ellos Maestro Bruno, se le opusieron abiertamente.

La lucha se avivó y ante los ataques de Manasés, que tenía tropas a su


mando, Bruno y sus amigos tuvieron que refugiarse en un castillo.

El Papa intervino varias veces, y al fin mandó que lo rechazaran. Manasés,


condenado y expulsado, tuvo que huir y se refugió junto al emperador Enrique IV
de Alemania, enemigo declarado del Papa.

Bruno, fiel a la Iglesia y al Sumo Pontífice, sufrió mucho y se portó siempre


de modo ejemplar. El legado papal dijo de él que «era maestro en toda virtud de
la Iglesia de Reims». Y en el pueblo corrió su fama y empezaron a desear elegirlo
arzobispo de su sede.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 73


San Bruno, 6 de octubre

Un día estando con dos amigos, Raúl y Fulco, en el jardín de la casa de Ádam,
donde se hospedaban, trató con ellos de la falsedad de los triunfos humanos, de
las vanas riquezas del mundo y de los goces del cielo. Entonces, como movidos
por el Espíritu, ardiendo en amor divino, prometieron e hicieron voto de dejar el
mundo, dedicarse a la piedad y
entrar monjes.

Él dejó los cargos y las


riquezas que poseía, y sin
atender al aprecio del clero y
del pueblo, que tanto le
estimaban, se alejó con dos
compañeros de Reims. Dios le
llamaba a la soledad y a la vida
interior, y él respondía con toda
generosidad, aunque todavía
no conocía bien cómo llevarlo
a cabo.

Se encaminó hacia
Molesme, donde había un
centro monástico fundado por
San Roberto, organizador de
monjes de vida en común. Allí
cerca permanecieron algún
tiempo. Pero Bruno aspiraba a
una vida más solitaria. Su
carisma se iba precisando:
soledad y oración.

Al fin con otros seis


amigos, se dirige hacia
Grenoble, al pie de los Alpes,
Bruno, Raúl y Fulco, en el jardín de la casa de Ádam, donde visitan al obispo Hugo, que
ardiendo en amor del Señor, y ansiando captar lo eterno, hacen
voto de abrazar la vida monástica. Por E. Hernández de los tiene fama de santo y le
Ríos. exponen sus deseos. Buscan
un lugar apto para la vida
monástica solitaria. El obispo los recibió con gozo y les ayudó cuanto pudo.

Cosa admirable, precisamente pocos días antes, el obispo había visto en un

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 74


San Bruno, 6 de octubre

sueño que Dios se construía


una mansión y que siete
estrellas indicaban el camino.
¡Ellos eran siete y buscaban
lo mismo!.

Entonces los llevó a un


paraje apropiado para lo que
deseaban.

El sitio era un pequeño


valle escondido entre las
montañas de Chartreuse, de
clima muy riguroso, rodeado
de altas montañas, cubiertas
de nieve buena parte del año.

Allí construyeron con


maderos unas celdas, como
pequeñas casas
provisionales, y una iglesia
de piedra que dedicaron a
San Juan Bautista, patrono
de los solitarios. Y
organizaron una vida de
mucha oración, centrada en
el Oficio divino y en la
meditación de la Sagrada
Escritura, y de gran
austeridad y pobreza.

Tenían pocos recursos San Hugo, obispo. Visión de las siete estrellas, plumilla de E.
materiales, abundante agua y Hernández de los Ríos.
mucha madera para hacer
fuego con que defenderse del frío, algún ganado, pero escasos cultivos. La lana
y las pieles de oveja les servían para abrigarse. Uno o varios días a la semana
ayunaban a pan y agua, y nunca tomaban carne. De septiembre a Pascua hacían
una sola comida. Daban al sueño varias horas, más en invierno que en verano.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 75


San Bruno, 6 de octubre

Los hermanos cuidaban de los servicios más indispensables, del campo y


el ganado y de la construcción. Cada monje atendía a los trabajos de limpieza,
lavado y cocina dentro de la celda. Incluso el obispo San Hugo, que a veces por
devoción convivía con ellos, cumplía humildemente con estos servicios.

Cantaban en la iglesia el
Oficio divino, formando un coro
reducido y sin instrumentos
musicales, y completaban el
Oficio en la soledad de sus
celdas.

La misma dureza de su
vida les ayudaba al fervor del
corazón y a la alabanza divina.
Maestro Bruno era el prior y por
su bondad y sabiduría se hacían
querer de todos. Sin regla
escrita, su ejemplo vivo era la
norma que seguían.

A veces en la vida de los


santos hay momentos en que
Dios les exige sacrificar su propia
obra. Hora suprema y decisiva en
que Dios reserva sus planes.
Ante tales inmolaciones, si el
alma las acepta, resurge luego y
llega a ser, como Abraham,
padre de un gran pueblo.

Hacía ya seis años que


aquella comunidad de solitarios
estaba fundada, cuando les llegó
inesperadamente un mensajero
Entrevista del Beato Urbano II y San Bruno en Roma, plumilla de Roma. Traía una orden del
de E. Hernández de los Ríos Papa mandando a Maestro
Bruno ir a la curia de Roma para ayudarle con su consejo y apoyo. Urbano II
había sido discípulo suyo y lo estimaba mucho. Pero esta marcha truncaba los
planes del fundador y de sus seguidores.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 76


San Bruno, 6 de octubre

La orden del Papa produjo una gran perturbación en la comunidad. ¿Qué


hacer sin el organizador, modelo y padre de todos?.

Bruno obedeció sin réplica. Una vez en Roma, expuso al Papa la crisis de
los suyos, y el Papa les escribió restableciendo la paz. En la curia comenzó a
ayudar en la tramitación de asuntos muy importantes para toda la Iglesia.

Pero la situación no estaba tranquila: Guiberto hacía la guerra al Papa,


quien tuvo que salir de Roma, con su curia huyendo y recorriendo el sur de Italia.

Durante algún tiempo Bruno, sumiso y obediente, sirvió en su oficio. Pero


empezó a sentir inquietudes en su corazón. Le parecía que aquellas ocupaciones,
aquel ir y venir, aquel puesto de categoría, no eran su verdadera vocación. ¿Qué
hacer?

Ciertamente entre estas preocupaciones y estos trabajos Bruno no se


encontraba en su centro, y con toda sumisión expuso sus sentimientos al Papa.
Éste escuchó sus razones, pero deseando aprovechar su sabiduría y prudencia,
le propuso ser arzobispo de Reggio, al sur de Italia, cargo para el que ya había
sido elegido. Bruno le manifestó claramente que no quería dignidades ni cargos,
sino retirarse a la vida solitaria y contemplativa, en compañía de otros monjes.
Urbano II, que era un santo, comprendió a otro santo, y convencido aceptó.

El sur de Italia estaba en manos de los normandos, amigos y defensores del


Papa. Uno de ellos, el conde Roger, le facilitó fundar una nueva Cartuja en
Calabria, y allí, en Santa María de la Torre, se instaló. Pronto le llegaron
discípulos, pues sabía vivir los grandes ideales que atraen a los jóvenes, y era de
un carácter muy afable. Fundó entonces una nueva comunidad, relativamente
numerosa, con las mismas normas de observancia y el mismo espíritu que en la
Cartuja francesa.

La fundación le obligaba a intervenciones y actividades que le quitaban el


tiempo y la paz para entregarse a su tarea favorita, la oración, y en cuanto pudo
descargó los quehaceres exteriores en un procurador y se dedicó a la vida interior.

Su corazón se iba llenando de amor a Dios y a los hermanos. Así se


preparaba para el encuentro definitivo con el Señor. ¡Oh bondad de Dios!, solía
exclamar.

Iba adelantando en edad, gastado por las pruebas padecidas y por los

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 77


San Bruno, 6 de octubre

sacrificios realizados. Su bondad, mansedumbre y maravillosa sencillez


encantaban a sus hijos.

Él se acordaba mucho de Raúl, uno de sus viejos amigos, canónigo como


él, que había prometido hacerse monje, pero que no acababa de cumplir lo
prometido. Y decidió escribirle una carta, carta que es un tesoro de sabiduría y
amor.

«Vivo en tierras de Calabria -le decía- con mis hermanos, esperando al


Señor, en permanente centinela, en un desierto bastante alejado de toda
vivienda. Su amenidad y lo templado de sus aires, la vasta y graciosa llanura
entre montañas, sus praderas, pastos, colinas y ríos, ¿cómo te los podré
describir?. »

Y luego le dice: «Cuánta utilidad y gozo traen la soledad y el silencio del


desierto a quien los ama, sólo lo saben quienes lo han experimentado».

Le anima después: «Renuncia a todo para vivir la divina filosofía».

Y exclama transfigurado: «Dios es el único bien, de incomparable atractivo


y belleza».

Al final se despide con sencillez y cariño: «Me he alargado porque como no


puedo tenerte presente, al escribirte me parece hablar contigo más tiempo.
Deseo mucho que recuerdes mi consejo y goces muchos años de buena salud».

Así, tan cariñoso y afable, era el santo de tan gran austeridad y


recogimiento.

Por entonces tuvo lugar un hecho memorable.

Urbano II, en 1095, en el concilio de Clermont, exhortó a los cristianos a


librar la ciudad de Jerusalén y el Santo Sepulcro, donde había sido enterrado el
cuerpo del Señor, del poder de los infieles.

- ¡Hombres de Dios! unid vuestras fuerzas, tomad el camino del Santo


Sepulcro, librad Tierra Santa de las manos de los infieles, y tendréis una gloria
eterna. Que cada uno renuncie a sí mismo y se cargue con la Cruz.

Esta arenga provocó un enorme entusiasmo en los cristianos. ¡Dios lo


Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 78
San Bruno, 6 de octubre

quiere!, fue el clamor universal. Y para significar su compromiso los voluntarios


se vestían una cruz de paño: eran cruzados.

La iniciativa tuvo un eco extraordinario. De toda Europa occidental acudían


voluntarios. En España la Reconquista absorbía las fuerzas.

En la primavera siguiente una multitud de caballeros, soldados, monjes,


campesinos y personas de todas las clases sociales, a caballo, en carro, a pie, se
dirigió por Turquía a Palestina. Hubieron de soportar dificultades enormes,
hambre y sed, emboscadas de bandidos y adversarios, guerra formal.

Tres años después, el 29 de julio de 1099, Jerusalén fue al fin conquistada.


Pocos días antes había muerto Urbano II.

Bruno, aunque obedecía las consignas del pontífice, sin embargo siguió fiel
a su vocación personal. Ni él ni sus monjes participaron de este ambiente ruidoso
y belicoso, dedicados a orar por la Iglesia y por la salvación del mundo entero.

En la Cartuja primitiva las cosas funcionaban bien, y su prior, Landuino,


nombrado por San Bruno, quiso visitarle para informarle y pedirle nuevos
consejos.

Desde Francia hasta Calabria el viaje era largo y difícil. Había que ir a
caballo, varias semanas, atravesando los Alpes, hospedándose en las hosterías
del camino, y tratando de sortear a los bandidos y a las tropas de Guiberto, en
guerra contra el Papa y los normandos.

Providencialmente llegó sano y salvo. En Calabria estuvo varios días con


San Bruno, a quien tanto quería. Le expuso y le consultó muchas cosas, y el
santo quedó muy satisfecho. Después, aunque se sentía enfermo, creyó oportuno
volverse a su Cartuja. Viéndole débil y enfermo, Bruno quiso retenerlo, pero
Landuino sentía tanto afecto hacia los suyos que llegó a llorar de pena. Al fin le
dejó irse entre tristes presentimientos. ¿Volvería a verlo? Y le dio una carta para
sus hijos, rebosante de amor y afecto.

Felicitaba a todos por su fidelidad a la vocación, y a los hermanos por su


obediencia y caridad. «Alegraos porque habéis alcanzado el puerto seguro y
tranquilo al que muchos desean llegar».

Les mandaba que cuidaran mucho a su prior, tan enfermo: «Os ruego que

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 79


San Bruno, 6 de octubre

la caridad que tenéis en el corazón lo mostréis en obras para con él».

Concluía así: «En cuanto a mí, hermanos, sabed que mi único deseo,
después de Dios, es ir a veros. Cuando pueda lo pondré por obra, con la ayuda
de Dios. Adiós».

Los santos brillan como estrellas luminosas de virtud. A veces se agrupan


formando constelaciones. La santidad es luz y fuego que se comunica.

San Bruno que irradiaba virtud, vivió rodeado de astros de santidad. Urbano
II, Papa, discípulo suyo, es beato. Hugo de Grenoble, amigo personal suyo y
eficaz colaborador de los cartujos, es santo canonizado. Lanuino, procurador suyo
en Santa María de la Torre, es también beato. Y entre sus discípulos y
seguidores, aún sin canonizar, debió de haber muchos héroes de la santidad.

Esto se vio en el caso de Landuino.

A su vuelta a Francia fue apresado por los soldados enemigos del Papa. Lo
detienen y quieren obligarle a que reniegue del Vicario de Cristo. Él se mantiene
firme una y otra vez. Entonces lo encierran en un calabozo oscuro, maltratado y
cargado de cadenas. Pero sigue inquebrantable, aunque por la dureza de la cárcel
y su débil salud comienza a resentirse en sus fuerzas físicas. Más aún, perdona
a sus enemigos, e incluso reza por ellos y por su jefe Guiberto. Inesperadamente
éste muere. Informado de ello Landuino, amando a sus enemigos hasta el fin, lo
llora por haber muerto en su lamentable cisma.

Siete días después este héroe de la caridad, discípulo fiel de San Bruno,
muere santamente.

Para el santo fue una gran pena, por el gran afecto que le tenía, y también
un aviso. Él ya iba sintiendo los achaques de la edad y de los trabajos sufridos.

En octubre de 1101, cuando tenía unos 74 años, el Señor lo llamó de esta


vida.

Conociendo que iba a morir, convocó a sus monjes alrededor del lecho. La
emoción de sus hijos fue extraordinaria. Todos le escuchaban con profunda
atención. Explicó su conducta en las diversas etapas de su vida. Después, en una
larga y profunda alocución, hizo un acto de fe en los misterios más profundos de
la Religión.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 80


San Bruno, 6 de octubre

« C r e o
firmemen te en el
Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo.
Creo que el Hijo de
Dios fue concebido
de María virgen.
Creo que padeció,
f u e muerto y
sepultad o. Creo
en los sacrame
ntos de la Iglesia.
Creo en l a
Eucaristí a. Creo
en la resurrecc
ión de los muertos y
en la vida eterna. . .
».

Ellos lo
escribier on todo
porque les rogó
q u e fuesen
testigos de su fe
a n t e Dios. El
domingo siguiente,
recibidos l o s
sacrame n t o s ,
aquella s a n t a
alma se desligó de
la carne. Era el 6
d e octubre
de 1101.

Apoteosis de San Bruno, por Zurbarán, Museo de Bellas Artes de Cádiz

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 81


San Bruno, 6 de octubre

Cuando en la Cartuja francesa supieron su fallecimiento, escribieron con


entrañable afecto:

«Privados de nuestro piadosísimo padre Bruno, varón notabilísimo, no podemos


fijar lo que haremos por su querida y santa alma. Los méritos de sus beneficios
superan todo lo que podemos hacer. Ahora y siempre oramos y todo lo
cumpliremos como hijos, por su alma».

El amor que él les había mostrado en vida, brotaba ahora encendido en el


corazón de sus hijos.

Era tan conocido San Bruno y sus hijos lo querían tanto, que enviaron un
mensajero por las Iglesias y monasterios pidiendo oraciones por su eterno
descanso.

El postulador, a caballo, llevando un rollo de pergaminos cosidos, donde se


anotaban los funerales, misas y rezos que se comprometían a celebrar por él,
recorrió Italia, Francia, Bélgica y pasó a Inglaterra. De aquí, volviendo por
Francia, pasó luego por mar a Italia.

Resulta impresionante leer lo que algunos escribieron en el rollo.

«Soy de la ciudad de Reims -dice uno- oí varios años sus lecciones.


Aproveché mucho y quería darle gracias, teniendo intención de ir a verlo. Estoy
muy impresionado. No he podido dejar de llorar. . . »

Y uno de sus monjes lo describe en sencillos versos:

«Bruno mereció alabanza en muchas cosas, máxime en una:


fue un hombre de vida equilibrada, notable en esto.
Con el vigor de un padre, mostró entrañas de madre.
Nadie lo sintió altanero, mas cual manso cordero.
Fue enteramente en esta vida el verdadero israelita».

San Bruno dejó grabado su espíritu en sus hijos, los cartujos, quienes
después de 900 años siguen su misma observancia.

Como él exclamaba, y ellos lo repiten: ¡0h bondad de Dios!

El Papa León X autorizó el culto de San Bruno por un oráculo de viva voz,

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 82


San Bruno, 6 de octubre

como se dice en estilo de cancillería. El hecho nos lo cuenta en una carta el


cardenal de Pavía, protector de la Orden de los Cartujos, que presidió estas
gestiones. «Su Santidad el Papa León X, nos dice el Cardenal, habiendo oído
desde hace mucho tiempo grandes ponderaciones de la gloria y santidad del
bienaventurado confesor Bruno, juzgó justo y razonable que quien había estado
adornado de dones tan grandes y gracias tan excelentes y había recibido del
Todopoderoso un corazón tan dócil para cumplir sus preceptos y guardar su ley
de vida y santidad, fuera venerado y honrado con un culto digno de él, ahora que
goza para siempre de la gloria divina».

La autorización sólo se extendía a los Cartujos. Por una bula del 17 de febrero de
1623, Gregorio XV extendió el culto de San Bruno a la Iglesia entera.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que preparas


una morada en el cielo a los que renuncian al
mundo; escucha con tu inmensa clemencia,
nuestra humilde súplica y haz que, por intercesión
de nuestro Padre San Bruno, cumplamos
fielmente nuestros votos y lleguemos, con
seguridad, al puerto que prometes a quien
persevera en buscarte.
Por N. S. JC.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 83


San Artoldo, 8 de octubre

8 de octubre
SAN ARTOLDO, MONJE Y PASTOR

N ació Artoldo (o Artaldo)


de una noble familia oriunda de
Verona (Italia) en el año de
1101, el mismo año en que
fallecía el Fundador de la
Cartuja.

Educado piadosamente y
según convenía en todo a su alta
cuna, encendióse en el amor de
Dios desde sus primeros años,
haciendo de su adolescencia y
juventud una marcha decidida
en busca de las virtudes. Pero,
no juzgándose seguro entre
tantos halagos que por doquier le
prodigaba el mundo, decidióse
en el año 1123, cuando contaba
22 años de edad, a ir a buscar el
único necesario a la Cartuja de
las Puertas, bajo el Priorato del
Venerable Bernardo, que fue el
primero que la gobernó.

Dióse allí a la oración y a la


penitencia con grandísimo fervor
desde un principio. Varias veces
encontráronle sus Superiores
inmóvil en la celda, en alta
contemplación; y más tarde,
San Artoldo, por Zurbarán, Museo de Bellas Artes de Cádiz siendo ya sacerdote, veíasele el
rostro iluminado de celestiales
resplandores, mientras celebraba y en la acción de gracia. El Amor de Dios y del
prójimo, junto con el odio de sí mismo, hicieron pronto de su alma un santuario
en el que la Cruz de Jesucristo se elevaba sobre las ruinas de todos los deseos
Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 84
San Artoldo, 8 de octubre

e inclinaciones de la naturaleza.

Humilde, recogido y en alto grado piadoso, distinguióse tanto en la


observancia regular, que Dom Guigo, Prior de la Grande Chartreuse, juzgólo
digno de ocuparse ya en la salud de los demás.

Lo designó como fundador y primer Prior de la Cartuja de Arviers, por la que


se había interesado grandemente Humberto de Grandson, Obispo de Ginebra.
Para cumplir tan honroso mandato escogió el Santo en tierras de su familia una
vasta soledad, de extraordinaria aspereza, cubierta de nieve la mayor parte del
año y hasta entonces tan sólo habitada por osos y otras alimañas. Llegó allá en
1132 con unos pocos religiosos y diéronse a construir unas celdillas donde
pasaron diez años con la mayor pobreza, pero bien abastecidos de medios de
santificación y de virtudes, cuyo buen olor llegó presto a Arducio de Faucigny,
nuevo Obispo de Ginebra, el cual les visitó, y viendo lo incómodo e insalubre de
aquel lugar, persuadió a Artoldo que construyese el monasterio en la cima del
monte, para lo que les prometió ayuda, que efectivamente les dispensó
consiguiéndoles el favor del Papa, del Conde Amadeo de Saboya y de otros
nobles señores que fueron facilitando la construcción de la Iglesia, Capítulo,
Refectorio y demás dependencias. Mientras tanto el principal empeño de Artoldo
era la edificación espiritual de su comunidad, basándose en la más perfecta
observancia y en la práctica de las virtudes religiosas. Solía comparar a los
religiosos que son fieles al retiro y al silencio, a los árboles plantados en terreno
bien cercado, que crían frutos sólo para sus dueños; mientras que los religiosos
disipados se parecen a los árboles que están plantados al lado del camino, que
se ven saqueados por los viajeros, y resultan inútiles para el único que tenía
derecho a aprovecharse de ellos.

Apacentaba Artoldo su pequeña grey con los mejores pastos cuando,


habiendo muerto Raynaldo, Obispo de Belley, que había sido profeso de la
Grande Chartreuse, por común inspiración, según parece, y con gusto del Clero

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 85


San Artoldo, 8 de octubre

y de todo el pueblo, fue


elegido para dicha Sede
nuestro Artoldo, pese a
s u s 8 7
años. Cuando se enteró de
su elección escapóse a
una granja y se encerró en
una cueva para librarse de
la temida carga; pero una
claridad sobrenatural que
llevó hasta allí a unos
enviados de su Iglesia, lo
delató. Ante una señal tan
manifiesta de la divina
voluntad aceptó el yugo de
la obediencia y una vez
consagrado, dedicóse a
cumplir los deberes de su
cargo con la misma
diligencia y fervor con que
había cumplido los de
monje y los de Prior.

Pocos años después


(que equivalieron a
muchos por el bien que
hizo a las almas) obtuvo
del Papa Clemente III que,
a causa de sus achaques,
le aceptase la renuncia del
Obispado, y le permitiese
volver a su amada
Comunidad de Arviers, en San Artoldo, por Francisco de Gálvez, 1667, Cartuja de Jerez
la que con gran edificación
de todos mostró, a pesar de su dignidad y de sus años, toda la sumisión y
regularidad de un novicio. Allí le visitó San Hugo de Lincoln, en 1200, ya Obispo.
Aunque Arviers le cuadraba muy fuera de camino, no quiso volver a Inglaterra sin
visitar a un varón de tan insigne fama como era San Artoldo. Por cierto que, como
San Hugo, interrogado por uno de los monjes, hubiera comenzado a relatar las
condiciones en que se había concertado la reciente paz entre los Reyes de

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 86


San Artoldo, 8 de octubre

Inglaterra y Francia, lo interrumpió Artoldo, medio en broma, medio en veras, con


estas palabras: «Señor y padre mio: oír rumores y comentarios es lícito a los
Obispos, pero no lo es a los monjes; tales rumores no deben entrar en el claustro
ni en las celdas; dejar la ciudad para llevar noticias a la soledad, no es lícito».
Y con santo celo apartó la conversación hacia un tema de edificación espiritual.

Seis años vivió todavía, en toda humildad, obediencia, piedad, paciencia y


caridad. Y falto ya de fuerzas para celebrar la santa Misa, comulgaba cada día;
y fue en una acción de gracias de la Comunión cuando lo fue revelada la fecha
de su próxima muerte. Sus últimas palabras fueron para hacer a los religiosos de
su amada Comunidad las siguientes recomendaciones: Que acudiesen al Espíritu
Santo para pedirle luz en las dudas y consuelo en las penas; a la Santísima
Virgen, como especial protectora; y a San Bruno, como modelo. Les inculcó
también que jamás se relajasen en la práctica de la oración, de la penitencia y de
la pobreza. «Creced en virtudes, les dijo, a fin de que la santidad se perpetúe de
edad en edad en esta Casa por las buenas tradiciones que dejaréis a los que
vendrán en pos de vosotros; amaos los unos a los otros; que la caridad sea el
lazo que os una a todos siempre en Jesucristo». Luego, dándose al gozo que le
producía el pensar que pronto estaría con Dios, cantó: «Me he alegrado por lo
que se me ha dicho: vamos a la Casa del Señor. Como anhela el ciervo la fuente
de las aguas, así mi alma te anhela a tí, Dios mío». Recibió los Santos
Sacramentos con transportes de la más viva alegría y gratitud, contestando
distinta y reposadamente a todas las preces. Después de recibir el Cuerpo del
Señor entró en éxtasis, vuelto del cual, hízose poner sobre la ceniza; y
habiéndosele presentado el Crucifijo, púsose sobre sus temblorosas rodillas y
extendiendo los brazos al cielo, entregó su espíritu al Creador el 6 de octubre de
1206, a los 105 años de inocentísima vida y 83 de Religión, durante la cual no
cesó de gustar cuán suave es el Señor.

Su cuerpo fue enterrado en el claustro pequeño, entre la puerta de la Iglesia


y la del Capítulo. Allí permaneció hasta que en 1640 el Obispo de Belley colocó
sus reliquias en una caja, que tras varios traslados, con los que se consiguió
salvarlas de la Revolución, fueron finalmente llevados con solemnidad a la Iglesia
Parroquial, para ser expuestos a la veneración de los fieles; y en 17 de noviembre
de 1896, Monseñor Luçon las puso en un magnífico relicario debido a la
munificencia del Prior de la Cartuja de Selignac.

Numerosos y estupendos milagros obráronse siempre en la tumba del San


Artoldo, por lo cual el santo Obispo cartujo fue pronto canonizado por la voz del
pueblo; más su culto no fue reconocido por Roma hasta el Siglo XIX. El Papa

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 87


San Artoldo, 8 de octubre

Gregorio XVI, por un breve fechado en 2 de junio de 1834, lo autorizó en toda la


diócesis de Belley; y un decreto de la Sagrada Congregación de Ritos del 6 de
septiembre del mismo año autorizó el Oficio propio.

Nuestra Orden, que siempre había venerado la memoria de San Artoldo, no


celebró sin embargo su fiesta sino desde 1859, en que el Capítulo General
publicó la concesión hecha por la Santa Sede el año precedente, de celebrar
dicha fiesta en todas nuestras casas el 7 de octubre. Después del Vaticano II se
trasladó su celebración al día ocho.

Oración:

Señor, Dios de poder, concédenos que


la intercesión de San Artoldo nos ayude
a afrontar con valentía los combates de
esta vida, para conseguir un día el
descanso de la eternidad.
Por N. S. JC.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 88


Beato Lanuino, 13 de octubre

13 de octubre
BEATO LANUINO, MONJE

L anuino era hijo de una familia


oriunda de Normandía (Francia),
ignorándose más detalles de su vida
anterior al año de 1087, fecha en que
parece ser vino a solicitar su ingreso
en Chartreuse, atraído por la gran
fama de santidad de que gozaban
Maestro Bruno y sus compañeros.
Varón letrado, de exquisita prudencia
y de muy grande integridad en las
costumbres, atrájose desde el
comienzo de su vida monástica el
afecto y la admiración de todos, que
veían en él un fiel discípulo de
Maestro Bruno, que le distinguía con
particular amor y consideración.
Beato Lanuino, Cartuja de Serra San Bruno (Calabria)
Dos años más tarde, habiendo
sido llamado a Roma San Bruno por su antiguo discípulo el Papa Urbano II, para
ser ocupado en los asuntos de la Cristiandad, siguiéronle varios de los suyos,
entre ellos Lanuino, el cual «por haber pasado casi toda su vida anterior en la
Ciudad Eterna, y aplicándose en ella a los estudios literarios y morales, con
tanto éxito que se le tenía como uno de los más sabios» (Tromby, T. IV. Pág.
258), fue para San Bruno una ayuda incomparable, hasta el punto de parecer que
nada importante quiso hacer allí Bruno, sin este auxiliar, a quien estimaba en
sumo grado. Feliz de poder en cierto modo eludir su responsabilidad y el
lucimiento de su propia actuación, se complacía en ver el crédito que su discípulo
tenía con todos, y encontró en él una preciosa ayuda en sus entrevistas con los
Príncipes Normandos, que estaban encantados de encontrar uno de su raza, tan
eximio en letras y en virtud.

Establecidos en aquella relativa soledad de las Termas de Diocleciano, que


les cedió el Papa, hicieron un ensayo de vida monástica, mientras su santo
Fundador, aún después de haber rehusado el Episcopado de Reggio, con el que
le instaban, se veía precisado a permanecer al lado del Pontífice. Pero pronto
comprendieron que el ruido de la Ciudad, junto con las frecuentes molestias que
Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 89
Beato Lanuino, 13 de octubre

les irrogaba el Antipapa, no eran ambiente a propósito para la vida de


recogimiento y de oración; y entonces, por consejo de San Bruno, emprendieron
el retorno a la Grande Chartreuse, presididos por Landuino (no Lanuino), que por
lo mismo vino a ser el segundo Prior de la Casa Madre. Otros empero, no
consintieron en separarse de nuestro Padre, y se quedaron formando con él una
pequeña comunidad monástica. Entre estos se contaba Lanuino.

Con ocasión de un viaje que la Corte Pontificia emprendió por el sur de


Italia, se le presentó a San Bruno buena ocasión de obtener para los suyos un
lugar adecuado a su género de vida. Encontrólo en La Torre, de los dominio del
Conde Roger, en Calabria. He aquí lo que en la Carta de Fundación dice el
piadoso Conde: «Por la misericordia de Dios, unos hombres abrasados en el celo
de la Religión, Bruno y Lanuino, vinieron con algunos compañeros de su
convento de Francia a nuestra tierra de Calabria, habiendo despreciado todas
las cosas del mundo y queriendo vivir sólo para Dios. Conociendo sus piadosos
propósitos, y deseando tener parte en sus oraciones, hemos conseguido con no
poco trabajo el que aceptasen un lugar en nuestras tierras para servir a Dios,
según sus deseos». (An. Ord. Cart. T. 1º, p. 64)

Dejó allí Maestro Bruno a Lanuino de Superior, mientras él acompañaba al


Papa y ayudaba a la preparación del Concilio de Plasencia. Sólo después de éste,
cuando en 1095 pasó el Pontífice a Francia, obtuvo San Bruno el anhelado
premiso de retirarse a su amada soledad de Calabria. Ya a partir de este
momento, y hasta la muerte de nuestro Santo, apenas hay documento
eclesiástico o civil en que se hable de él sin mencionar también a su compañero
Lanuino; siempre se los encuentra juntos a padre e hijo, maestro y discípulo.

En 1097 construyóse la Casa de San Esteban, al estilo de Casa Inferior,


pero con la particularidad de que en ella, además de las Obediencias y del
gobierno de las cosas materiales, había también una pequeña comunidad de
monjes, integrada por aquellos que, a consecuencia de sus años, o de achaques
de enfermedad, no podían seguir en todo la observancia del Yermo de Santa
María; siendo nombrado para presidirla, en calidad de Prior y Procurador, nuestro
Lanuino.

En 1098 acudió nuestro Beato, en compañía de San Bruno, a Esquilache,


donde se encontraba Urbano II, para revalidar los títulos de la donación del Conde
Roger, y obtuvieron la exención de la autoridad de los Obispos; siendo de notar
que en la bula de la citada confirmación les llama el Papa «Muy queridos y
venerados hijos Bruno y Lanuino». Juntos también, asistieron a la muerte del

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 90


Beato Lanuino, 13 de octubre

Conde Roger.

Estando Pascual II en Mileto, acudió allí Lanuino y alcanzó de él la


aprobación de todas las posesiones recibidas.

Muerto San Bruno el 6 de octubre del 1101, hubo alguna división de


pareceres entre sus hijos, en relación con la sucesión, pues algunos querían que
Lanuino continuase al frente de San Esteban, y se eligiese otro para Santa María
de la Torre; o que, si Lanuino pasaba a ésta, se le diese a San Esteban otro Prior;
pero la mayor y mejor parte opinaban que era Lanuino, como tan unido e
identificado con San Bruno, el que debía ser elegido como Prior de ambas casas;
y este fue el parecer que triunfó. En efecto, en la elección canónica que por
delegación del Papa vino a presidir un Obispo, fue designado Lanuino, como tal,
por unanimidad, y todos le prestaron obediencia. Escribióle por ello Pascual II,
diciéndole: «Lo que tanto deseábamos, y con vehemente deseo esperábamos,
ya ha sucedido. Por nuestro hermano R. Albano, Obispo, nos hemos enterado
de que la paz se ha restablecido entre vosotros, y que habéis sucedido al
Maestro Bruno, de santa memoria. Tened el mismo celo austero por la disciplina
eremítica, la misma constancia, la misma gravedad de costumbres. Todo cuanto
su sabiduría y piedad merecieron en cuanto a autoridad y favor de la Sede
Apostólica, os lo concedemos a Vos, si os acompaña su espíritu; y os
mandamos que vengáis la próxima Cuaresma, para hablar de viva voz cosas
íntimas del corazón».

Conocido por su reputación de santidad y prudencia, ya Urbano II había


confiado a nuestro Beato una importante misión en Salerno; y Pascual II confió
en él más aún que su antecesor; y así, en 1102, lo llamó a Roma para que
asistiera al Concilio, y en los años siguientes lo honró con muchas delegaciones,
muy delicadas, como la de hacer elegir Obispo a los canónigos de Mileto, y en
caso de que no hiciesen, hacerlo él mismo; y la de deponer al Abad de Santa
Eufemia, y de excomulgarlo si se resistía, y de poner un nuevo Abad, etc.

El siervo de Dios desempeñó tan bien estas misiones, que en 1104 le


escribía el Papa felicitándolo calurosamente por ello y nombrándolo Visitador
general de todos los Monasterios de la Provincia, diciéndole entre otras cosas:
«La santidad, la sinceridad y el celo religioso de que habéis dado pruebas en la
reforma de iglesias y monasterios, nos hacen fuerza a estimaros y a elevar
acciones de gracias al Todopoderoso. Nos, pues, al alegrarnos de vuestra
piedad y confiar plenamente en vuestro fervor, hijo amadísimo, os exhortamos
y obligamos a tomar a vuestro cargo el cuidado de los monasterios de nuestra

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 91


Beato Lanuino, 13 de octubre

jurisdicción, que están en vuestra vecindad. Examinad lo que en ellos haya


contrario a la disciplina monástica, y esforzaos en reformar todos los abusos con
gran moderación y discreción. No descuidéis el castigar aquellos que hasta el
presente no se han comportado del modo debido. También os ordenamos que
os entrevistéis con el Obispo de Mileto y tratéis fraternalmente con él de las
cuestiones que tiene con los monjes de Santangelo».

Claramente se ve cómo Pascual II ponía al Beato Lanuino en el mismo


rango que los Obispos, e incluso lo constituía árbitro de las cuestiones que
pudieran ellos tener con los religiosos. Algunos años más tarde, en 1113, otorgó
al santo Prior de Calabria el poder de excomulgar a los laicos que habían violado
las posesiones de su monasterio; y es de notar que en su última carta Pascual II
no le llama «su hijo», sino «su hermano», título reservado ordinariamente para los
Obispos, por los Pontífices. En la última fecha citada asistió al Concilio de
Benevento.

Tantas y tales ocupaciones exteriores no impidieron a nuestro Beato su


recogimiento y alto don de contemplación. Solía decir afligido, que lo exterior se
le imponía como penitencia, mientras que en la soledad le era dado gustar cuán
suave es el Señor. Tornando tan pronto como podía al silencio de su desierto,
daba en él ejemplo a sus religiosos de las más austeras virtudes y de la más
perfecta fidelidad a las observancias monásticas, haciendo con ello florecer el
yermo en todo género de santidad. Era admirable sobre todo su dulzura. Atraído
el pueblo por su fama, acudía a él, y nadie se marchaba de su lado, que no fuese
con la sonrisa en los labios y lleno de consuelo. Su bondad era tan notoria que
Pascual II se juzgó en el caso de deber advertirle no permitiese excesos de nadie
en relación con la misma: «Nadie abuse de tu bondad» (Anales, I, pág. 153). En
esto hay, sin duda, una alusión a ciertos conflictos suscitados por algunos
religiosos que, pretextando oraciones y ayunos, descuidaban el ejercicio de la
caridad; por esto en otra de las cartas de dicho Pontífice a la Comunidad de
Calabria, se lee: «No queráis presumir de ayunos y oraciones; buscad a Dios,
que es caridad. El Dios de la paz y del amor permanezca siempre con vosotros»
(L. cit. ).

Con la aprobación del Sumo Pontífice fundó Lanuino en 1114 un nuevo


monasterio, llamado de Santiago de Montauro, para reunir en él a los novicios que
después de la probación hubieran reconocido que nuestra Regla estaba por
encima de sus fuerzas, y experimentado la necesidad de un estado monástico en
el que la vida conventual encontrase mayor cabida. Y al poco tiempo obtuvo
permiso del Papa para formar en él a todos los novicios, y sólo los que eran

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 92


Beato Lanuino, 13 de octubre

juzgados aptos para sobrellevar todo el rigor de la vida eremítica, pasaban a Santa
María de la Torre. Después de haber gobernado los tres monasterios hasta el fin,
y de haber sido por su doctrina, celo y vigilancia, por su ternura paternal, y por su
caridad para con todos, el mejor y más fiel imitador de San Bruno, murió el Beato
Lanuino, cargado de méritos, el 11 de abril de 1120, dejando una gran reputación
de santidad. Ni después de muerto se separó de su amado Padre, al que había
estado en vida tan ligado; y así compartió con él la misma tumba y los honores
de un mismo culto; siendo esto buena prueba del elevado juicio que sobre su
muerte, al igual que sobre su vida, se habían hecho sus contemporáneos: a sus
ojos era evidentemente un santo.

El Sumo Pontífice León XIII, por decreto de la Sagrada Congregación de


Ritos, del 4 de febrero de 1893, se dignó confirmar el culto otorgado a nuestro
Beato desde tiempo inmemorial; y el día 27 de junio del mismo año autorizaba el
Oficio, la Misa y el elogio del Martirologio, para la diócesis de Esquilache, y
concedía también a la Orden, su Oficio y Misa. La Orden, a su vez, publicó estos
decretos el 17 de noviembre del expresado año 1893, y el Capítulo General del
año siguiente mandó que la fiesta del Beato Lanuino se celebrase en todas las
Casas el 11 de abril con Oficio de XII lecciones del Común de Conf. no Pontífices
y Misa con oración propia. Recientemente su fiesta se ha trasladado al 13 de
octubre.

Oración:

Señor, tu hiciste al beato Lanuino compañero


de nuestro Padre San Bruno en la vida solitaria;
concédenos, por los méritos de entrambos,
alcanzar los bienes eternos del cielo.
Por N. S. JC.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 93


Santa Rosalina, 20 de octubre

20 de octubre
SANTA ROSALINA, VIRGEN, MONJA

N a c
Rosalina
i ó
(o
Rossoline) de la noble
familia de los
Villanueva, en un
castillo de Arcos en la
Provenza, el día 27
de enero de 1263.

Predestinada a
un excelso grado de
santidad, bendíjola el
Señor aún antes de
nacer, dando a
conocer con
renovados prodigios
cómo quería que se
la llamase; y así
esparcía un fragante
olor a rosas desde el
seno de su madre,
quien la vio en
sueños como una
hermosísima rosa sin
Santa Rosalina, por Pierre Mignard. espinas, cuyo aroma
embalsamaba toda la
comarca. Cuán acertado fue su nombre probólo ella misma con el ardor de su
caridad, libre de toda espina de pecados, y con el perfume que se extendió por la
tierra que cubrió sus restos y que todavía exhalan sus miembros incorruptos.

Fue educada piadosamente en el hogar paterno, y llegada a los siete años


recibió de manos de Obispo de Frejus el sacramento de la Confirmación en la
capilla del castillo; y en el momento en que el Pontífice marcaba con el dedo la
unción santa en la frente de la niña, una aureola de luz sobrenatural rodeó su
cabeza, ante la emoción del Prelado y de todos los asistentes, muchos de los
Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 94
Santa Rosalina, 20 de octubre

cuales veían el prodigio entonces por segunda vez, pues, recién nacida, habíanla
ya rodeado dichos fulgores.

Recibida su primera comunión, hizo voto de perpetua virginidad,


siguiéndose un rápido crecimiento en todas las virtudes, principalmente en la que
la reina de todas ellas, la caridad, manifestada ante todo con los pobres. Tímida
por temperamento, tornábase decidida y hasta audaz cuando se trataba de
socorrer las necesidades de los indigentes y los sufrimientos de los enfermos, que
muchas veces curó con sólo acercar sus labios a las llagas de los mismos. Las
provisiones de pan de la señorial casa paterna desaparecían rápidamente
pasando por las manos de Rosalina a las de los pobres; por lo que la servidumbre
bajo cuya custodia estaban aquellos alimentos, denunció al padre lo que parecía
una prodigalidad; pero éste, Arnaldo de Villanueve, liberal casi hasta el exceso,
gozoso de descubrir tan hermosa virtud en su hija, quiso ponerla a prueba, y en
efecto, un día de enero en que los pobres se agrupaban a las puertas del castillo
acuciados por el hambre, en demanda, no sólo de pan, sino también del amor
con que los trataba la jovencita, llenó ésta su falda de pan y corrió presurosa
hacia ellos, cuando su padre, cortándole el paso con aparente severidad, le
preguntó: ¿Qué llevas ahí?, Oh, padre mío, respondió ella, son rosas que acabo
de cortar; y extendiendo la falda mostró dichas rosas a la vista atónita del padre,
el cual, guardando estas cosas en su corazón, ordenó a la servidumbre: «en
adelante dejadla hacer».

Apenas contaba 16 años cuando, despreciando el más brillante enlace


matrimonial que podía habérsele ofrecido, manifestó el decidido propósito de
abrazar la religión en la Cartuja, que le era conocida por sus visitas a la de Celle-
Roubaud, fundada por su padre, en la que era priora la hermana de éste, Juana
de Villanueva. Mas como esta Casa no tenía noviciado, aprovechando el paso del
Obispo de Orange, que volvía de Roma para su diócesis, y que se alojó en el
castillo, marchó en su comitiva, a fines de 1278, a la Cartuja de San Andrés de
Ramires. Allí dedicóse por completo a la más cabal negación de sí misma, para
seguir en todo al Maestro, comenzando el noviciado con aquella generosidad de
ánimo y total entrega que fueron siempre su lema y su divisa.

Un día tuvo que ocuparse en la cocina para preparar la frugal comida de las
religiosas. Llena de santo ardor para corresponder a los deberes de la obediencia,
iba a prepararla, cuando el Espíritu Santo la visitó, dejando a la improvisada
cocinera arrebatada en amoroso éxtasis, durante el cual mandó el Esposo a sus
ángeles que sustituyesen a su amada en las faenas de la cocina. Llegada la hora
de la comida, y a punto de sonar la campana, la Madre Procuradora fue por sí

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 95


Santa Rosalina, 20 de octubre

misma a asegurarse de que todo estaba a punto. A su llegada retiráronse los


ángeles, pero no fue tan de prisa que no se hubiese ella, llena de maravilla,
advertido de su presencia. Retornó Rosalina del éxtasis, y viendo junto a sí a la
Madre, mientras recordaba que no había preparado la comida, cayó a sus pies
con los ojos llenos de lágrimas implorando perdón y suplicando que se retrasase
la hora de la comida. La Madre, llena de gozo y de respeto, la abrazó y le enseñó
al Señor que de tal modo se preocupaba de alimentar a sus siervas. Bien instruida
ya en sus deberes materiales y en sus ejercicios religiosos de San Andrés de
Ramires, que era un especie de Escolasticado, Rosalina debía llegar al término
de su viaje a fin de recibir la doctrina religiosa en toda su perfección en la Cartuja
de Bertaud, donde había de hacer su Profesión, y que está situada a 30
kilómetros de Gap, en los Alpes, en un áspero desierto, rodeado de montañas
coronadas de nieves perpetuas.

La llegada de Rosalina a la Cartuja de Bertaud fue como la de un ángel de


paz; y así, tanto por su influencia familiar, como por la protección de los Príncipes
de la Provenza, y por su personal influjo, restituyóse la buena armonía entre la
Comunidad y el Obispado de la Diócesis, que hacía tiempo estaban en discordia
por cuestión de unos diezmos.

Acabado sus dos años de noviciado profesó solemnemente en Navidad de


1280, ligándose definitivamente a su amada Orden cartujana, y obligándose por
el voto de estabilidad a vivir alejada para siempre de su bello cielo provenzal y
confinada entre aquellas densas brumas alpinas. Mas Dios, que aceptó el
sacrificio, no permitió la consumación del mismo, y por los deseos de sus
paisanos y los ruegos de su familia y de las casas de la Orden situadas en la
Provenza, movióse el Padre General a restituirla a la Cartuja de Celle-Rouband,
donde convenía mucho su presencia, para que pudiese, cuando preciso fuera,
influir en la Corte, y para ayudar en las faenas del gobierno de la Casa a su ya
anciana tía.

Cumplido que hubo los 25 años, recibió en 1288 la consagración de las


vírgenes y la dignidad de diaconisa de manos de Bernardo de Favas, Obispo de
Frejus. Fue para todos un día de gran fiesta, y para ella de gozo celestial, pues
pasó todo el día en éxtasis, sin tomar alimento alguno; y aunque asistió al Coro
y siguió todos los actos de la Comunidad, su alma estuvo unida en sublime
transporte de amor al Esposo.

En su vida de claustro fue modelo de todas las virtudes, asentadas


fuertemente sobre la más perfecta humildad, por la que, pese a ser el oráculo de

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 96


Santa Rosalina, 20 de octubre

toda su linajuda familia, y uno de los personajes más influyentes de su tiempo en


la Provenza, queridísima de sus hermanas de Religión, e idolatrada por todo el
pueblo, se reputaba la última de todas, teniendo por lema: «Hacerme útil a todos,
y recoger como fruto sólo su desprecio». Debido a su gran pureza de corazón le
concedió Dios el don de leer en las almas; de tal manera que nadie se atrevía a
acercarse a ella con la conciencia manchada de pecado. Su espíritu de sacrificio
fue extraordinario, hasta el punto de tener por perdido el día en que no
experimentaba alguna prueba o contradicción. Dábase a abstinencias continuas
y maceraba duramente su cuerpo con disciplinas y otras asperezas, para así
corresponder al encargo que le había hecho Jesucristo una noche en que se le
apareció lleno de llagas (imagen de las revueltas y herejías que desgarraban su
cuerpo místico) pidiéndole se uniera a sus dolores para aplacar al Padre
terriblemente ofendido, y así alcanzar el perdón y la paz para su Iglesia. Los días
que comulgaba sólo se alimentaba de pan cubierto de ceniza, y reducía con
frecuencia su sueño a cuatro horas, dedicando el resto de la noche a la oración,
pues solía decir que los Hijos y las Hijas de San Bruno debían ser desde su
soledad los ángeles invisibles protectores de los hombres; de tal manera que la
oración fue para ella el más importante de los ejercicios de caridad. Y así obtuvo
señaladísimas gracias para su Orden, para su familia y su pueblo, y de creer es
que para toda la Iglesia.

Rendida su tía, Juana de Villanueva, por el peso de los años y por la carga
de sus 25 años de Priorato, alcanzó tras muchos ruegos la anhelada misericordia;
y el Rvdo. Padre, Dom Boson obligó a nuestra Santa en virtud de santa
obediencia, en 1300, a aceptar el cargo vacante. Presidió su instalación en la silla
de Priora el Obispo de Frejus, Jaime de Russe, luego Romano Pontífice con el
nombre de Juan XXII.

Gobernó Rosalina aquella Casa durante 29 años con gran suavidad y


fortaleza, haciendo de las religiosas de Celle-Rouband una Comunidad modelo.
Para ello les bastó seguir el ejemplo de su Priora, que avanzaba de virtud en
virtud, sin pararse un momento en la mística ascensión al Amado. Para dedicarse
más libremente al coronamiento de su obra, ya poco antes de morir, alcanzó
misericordia, y dejado el gobierno de sus Hermanas, se dedicó tan solo a
prepararse para la venida del Esposo.

A principios de 1329 le reveló Dios que se avecinaba la hora de su muerte,


y después de haber recomendado a todas sus religiosas la negación de sí
mismas y una perseverante entrega al cumplimiento de la Regla, con gran
fidelidad al espíritu de la misma, hizo confesión pública de lo que ella llamada

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 97


Santa Rosalina, 20 de octubre

grandes infidelidades al Señor.

Recibió luego los Santos Sacramentos, repitiendo esta frase: «Salvadme,


Señor, para que pueda cantar vuestras alabanzas en la tierra de los vivientes»,
ya que deseaba el Cielo, más que por su propia felicidad, para mejor poder cantar
a su Dios. Fue luego arrebatada en éxtasis, del que sólo volvió para con voz
serena y firme decir: «Adiós, me voy a mi Creador». Una piadosa tradición cuenta
que vino el niño Jesús en brazos de su Madre, y precedido de San Bruno, de San
Hugo de Lincoln y de San Hugo de Grenoble, con incensarios en la mano todos
tres, a recibir el alma de la sierva fiel. Ocurrió su muerte el 17 de enero de 1329.

Manifestó Dios enseguida con patentes milagros la gloria de la Santa.


Muchos ciegos recobraron la vista y otros enfermos su salud, al contacto de sus
reliquias. Fue sepultada en el cementerio común. Cinco años más tarde, el 11 de
junio de 1334, por orden del Papa Juan XXII, el propio hermano de la Santa,
Eleázaro de Villanueva, Obispo de Dihne, exhumó su venerable cuerpo que
apareció fresco y sonrosado como el día que se le había dado sepultura. Sus ojos,
que jamás habían mirado las vanidades del mundo y que en sus frecuente éxtasis
habrían contemplado tantas maravillas ultraterrenas, debían, menos aún que el
resto de su cuerpo, experimentar la corrupción del sepulcro; y en efecto,
aparecieron con tal brillo que causó vivísima impresión en todos los que los
contemplaron, que fue el pueblo entero. Movido, según se cree, por una
inspiración celestial, Eleázaro sacó aquellos hermosos ojos de sus órbitas y los
colocó en un magnífico relicario de plata, donde pueden aun hoy contemplarse
incorruptos. Tanto ha impresionado siempre el brillo de estos ojos, que en el
pasado siglo un médico francés quiso cerciorarse personalmente de que se
trataban en realidad de unos ojos humanos punzándolos con una aguja. Su
cuerpo fue entonces depositado en el interior de la iglesia, en una cripta accesible
a la piedad de los fieles, y diez años más tarde se le puso en el altar en una caja
cerrada. En 1360 el Obispo de Marsella, Hugo de Arpagón, lo trasladó a una
nueva caja en la que podía ser contemplado a través del cristal. Pero habiendo
sido abandonada la Cartuja de Celle-Rouband, por la Orden, en el Siglo XV, el
venerable cuerpo fue depositado en una cripta, llegando a perderse su memoria,
en gran parte al menos, bien que continuasen aún algunas peregrinaciones del
pueblo fiel al lugar donde se le suponía enterrada. En el año de 1657 el Abad de
Villanueva y Prior de los Arcos, pariente de la Santa, bien identificados sus santos
restos, hízolos depositar en una caja ricamente adornada que fue colocada en un
arcosolio practicado en un muro de la capilla. En 1835 fue reemplazada esta caja,
que se deshacía a efectos de la humedad, por otra de mármol. Finalmente, en
1894, por encargo de nuestra Orden, fueron realizados delicados trabajos para

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 98


Santa Rosalina, 20 de octubre

proteger el sagrado cuerpo contra ciertos insectos que se introducían en la caja,


restaurándose al mismo tiempo la capilla.

El culto de la Santa fue autorizado por la Santa Sede en 1851, para la


diócesis de Frejus, fijándose la fiesta en el 17 de enero. Y en 17 de septiembre
de 1857 se dio igual autorización a nuestra Orden para poder celebrarlo en todas
sus casas; y de conformidad con ello, el Capítulo General de 1859 estableció la
fiesta, con rito de XII lecciones, a celebrar el 16 de octubre; y en 1863 fue elevada
a solemnidad para las casas de monjas. En el actual calendario cartujano se
celebra el 20 de octubre.

Oración:

Señor Dios, por tu amor, Santa Rosalina


desdeñó los halagos que lisonjeramente le
ofrecía el mundo para pertenecerte sólo
a ti; concédenos, como ella, despreciar
los bienes del mundo, para participar con
alegría de las riquezas celestiales.
Por N. S. JC.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 99


Santa Rosalina, 20 de octubre

Cuerpo de Santa Rosalina de Villanueva, Los Arcos de Provenza

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 100


San Hugo de Lincoln, 17 de noviembre

17 de noviembre
SAN HUGO DE LINCOLN, MONJE Y PASTOR

E n los confines del Delfinado


con la Saboya y para defender aquel
territorio francés de las incursiones de
los saboyanos, se alzaron en la Edad
Media dos castillos fortalezas, muy
próximos entre sí, cuna de sendos
héroes, cuyo renombre tuvo
justamente alcance universal: nuestro
santo, y el caballero Bayardo.

Guerrero el uno, monje el otro; y


ambos prototipos en su clase. Con
razón admirado Bayardo como «el
caballero sin miedo y sin tacha»,
espejo por ello de cuantos caballeros
fueron después de él. Y con no menor
motivo admirado y venerado Hugo,
como modelo y espejo de Prelados
defensores de la Iglesia.

Muy propiamente pudiera servir


como símbolo representativo de la
personalidad de nuestro biografiado, la
fortaleza de la torre del castillo de
Avalón que le vio nacer. Pues entre
las muchas virtudes con que Dios
adornó su alma, es la de fortaleza la
que, a nuestro juicio, sirve como de
eje y sostén a la rectitud de su
conducta durante toda su vida.

Tercero de los hijos de los


señores de Avalón, Guillermo y Ana,
nació Hugo el año 1140 en el castillo
San Hugo de Lincoln, escuela francesa de Picardie, S. de sus padres, quienes le inculcaron
XV
desde los primeros años una fe
Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 101
San Hugo de Lincoln, 17 de noviembre

ardiente e inconmovible, junto con las demás virtudes cristianas, protegido todo
ello por una gran austeridad.

La pérdida de su madre, cuando sólo contaba ocho años de edad, sirvió


para templar mejor su alma y acabar de volver su corazón hacia arriba, cerrándolo
para siempre a las seducciones mundanas. Su padre se hace para él guía y
compañero juntamente, que en vez de disputar su hijo a la gracia, tuvo la
inspiración de orientarlo él mismo hacia la vida religiosa; sabiendo, además,
cumplir este designio con delicadeza admirable. Con el pequeño Hugo ingresa en
el priorato de Villard-Benoit, cercano a su castillo, donde habita una comunidad
de canónigos regulares conocidos por su fervor, uno de los cuales queda
encargado de presidir la educación monástica del joven y preparar su profesión
religiosa. Las cualidades de Hugo, entregado dócilmente al maestro, se
desarrollaron y brillaron más y más en esta nueva vida, sobre todo cuando a los
quince años pudo hacer sus votos y vivir plenamente el régimen del claustro.

Entre tanto, envejecido y agotado su padre por las enfermedades, y


queriendo el prior que fuera asistido como merecía, tuvo la delicadeza de darle
por enfermero al propio Hugo, quien prodigó con la mayor ternura al enfermo
cuantos cuidados podía éste desear, sin abandonarlo un momento hasta que Dios
lo llamó a Sí.

A los diecinueve años, ordenado de diácono, fue encargado del ministerio


de la predicación. De espíritu naturalmente vivo y abierto, y de corazón accesible
a todas las santas emociones, le bastaba amar las almas para arrastrarlas y
ganarlas a la virtud. Su palabra vehemente era una espada a la que nadie se
resistía.

Administrador más tarde del priorato de San Maximino, que tenía adjunta
una pequeña parroquia, el joven canónigo probó de nuevo su temple y descubrió
excelentes dotes de director de almas, de organizador y administrador, uniendo
la prudencia a una inquebrantable energía.

Pero Dios le pedía aún más. . .

Una cadena de montañas abruptas corta el horizonte de Villard-Benoit y San


Maximino. Es el macizo de la Cartuja, donde un siglo antes llegó desde Colonia
un hombre eminente, Maestro Bruno, en busca de un lugar solitario donde vacar
más cumplidamente a Dios. Tal hecho dio lugar al nacimiento de una nueva
familia religiosa: la de los Cartujos. Desde entonces había aumentado

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 102


San Hugo de Lincoln, 17 de noviembre

considerablemente el número de los seguidores de Bruno y transcendido de la


agreste residencia la fama de su santidad, a pesar del riguroso aislamiento en que
vivían.

Hugo de Avalón, el enamorado de Dios, no puede quedar indiferente a la


muda llamada que parece brotar del otro lado de las montañas y, en la primera
oportunidad que se le ofrece, marcha a visitar la Grande Chartreuse. Recorre el
monasterio y conversa con los monjes. Descubre enseguida el hermoso secreto
oculto en aquella forma de vivir tan cerca del cielo y tan lejos de las agitaciones
de la tierra, y comprende que en el ideal de los Cartujos ha encontrado al fin lo
que tanto deseó. En espíritu, ya puede considerarse cartujo él mismo.

El prior de Villard-Benoit sospecha la grave pérdida que va sufrir su


comunidad y en una entrevista con Hugo, regada por las lágrimas y plena de
emotivos sollozos, consigue arrancarle el juramento de que no le abandonará
antes de su muerte. Mas este obstáculo a la nueva vocación produjo en el joven
canónigo grandes angustias de conciencia y crueles pruebas, hasta que, apiadado
Dios de él, le iluminó para que pudiera ver claramente la nulidad de un juramento
que redundaba en daño para su alma; inmediatamente marcha a la Grande
Chartreuse, cuyo Prior le confirma en la rectitud de su decisión y le admite
seguidamente al noviciado. Bien pronto es puesta de nuevo a prueba la firmeza
de su vocación, pues el demonio usó de todas sus armas a fin de apartar del
camino de la santidad a un alma tan querida de Dios. Le suscita mil tentaciones
y se sirve del aguijón de la carne para infligirle el más horrible suplicio, que Hugo
sufre multiplicando sus oraciones y gemidos, y sus mortificaciones corporales, sin
perder en ningún momento la firme confianza en Dios.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 103


San Hugo de Lincoln, 17 de noviembre

Procurador del Monasterio a los diez años de su ingreso en él, trata los
asuntos materiales con tal
prudencia y seguridad de
juicio que sus consejos
resultan muy buscados y
apreciados por cuantos
con él se relacionan. Mas
nunca olvida elevar a sus
interlocutores de los
intereses materiales a los
del cielo, con algunas
sencillas palabras brotadas
del fondo del alma. Y
cuando sube al Monasterio
y se quita la capa antes de
entrar en el Coro, como si
al mismo tiempo se
despojase igualmente de
todas sus preocupaciones,
dice a éstas con simpatía:
«Quedad aquí con mi
capa; después del oficio
volveré a recogeros».

Transcurridos siete
años, cuando contaba casi
cuarenta de edad, padeció
de nuevo una terrible
prueba de tentaciones
semejantes a las sufridas
durante el noviciado y,
aunque no descuidó
aplicar ningún medio para
vencer los ataques del
enemigo, la crisis alcanzó
San Hugo de Lincoln, por Pedro Roldán, 1677, Retablo Mayor de la un punto tal, que sólo su
Cartuja de Jerez. inquebrantable confianza y
su decisión de esperar
contra toda esperanza la mantuvieron firme. Hasta que el Señor una noche, al

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 104


San Hugo de Lincoln, 17 de noviembre

verle suficientemente probado, le curó de forma inesperada y para siempre


aquellas agotadoras tentaciones.

Pocos días después se presentó en la Cartuja el Obispo de Grenoble,


acompañando al de Bath y a los nobles embajadores que mandaba Enrique II de
Inglaterra en solicitud de que Hugo de Avalón fuese enviado como prior a la
cartuja de Witham. Tras las humillantes tentaciones, la exaltación del humilde.

Atendida la petición real por el Capítulo y el Prior, instados vehementemente


por el propio Obispo de Grenoble, partió nuestro santo para Witham, donde hubo
de comenzar por construir el monasterio y superar los grandes obstáculos que
habían detenido a sus antecesores. Una energía sin límites, una diplomacia
insospechada, una generosidad sin tasa, una caridad desbordada, fueron
venciendo uno tras otro tales obstáculos, los reparos y excusas del rey, las
prevenciones que habitaban los terrenos otorgados a la nueva cartuja, y el
monasterio fue por fin construido.

Con todo ello, el respeto y veneración por el santo Prior de Witham se


extendió rápidamente por todo el país; y personajes distinguidos por su nobleza,
su poder o su ciencia venían a buscar en él consejo y consuelo, que nunca les
faltaban. El rey mismo le tomó por consejero predilecto, no obstante la firmeza y
claridad con que le exponía cuanto su rectitud consideraba oportuno, fuesen o no
agradables al monarca el asunto, las palabras o la ocasión.

En 1186, a propuesta del rey, los canónigos de Lincoln le eligieron como


pastor, y una representación de ellos fue a Witham para notificar al Prior de la
Cartuja su elección como Obispo. Mas el favorecido trata humildemente de
esquivar el honor que le confieren y consigue convencer a los diputados para que
regresen a Lincoln, reúnan el Capítulo catedralicio y elijan un pastor digno.

La humildad y prudencia mostradas por el santo prior confirma a los


canónigos de Lincoln en el acierto de su elección y, reunidos en Capítulo
conforme al consejo de Hugo, le proclaman unánimemente Obispo. Otra vez se
resiste el elegido, que alega su condición de monje sujeto a la obediencia de sus
superiores, los cuales le han confiado aquella Cartuja; mas sólo consigue que
aumente la estima que ya tienen de sus cualidades y que, no queriendo perder
Pastor de tanta valía, se trasladen personalmente a la Grande Chartreuse algunos
miembros notables del Capítulo apoyados por los ruegos del rey y las instancias
del Primado inglés, a fin de alcanzar la aquiescencia del Padre General, quien
efectivamente ordena al Prior de Witham que acepte el Obispado como yugo del

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 105


San Hugo de Lincoln, 17 de noviembre

Señor.
En el templo de Westminster, en Londres, tuvo lugar la grandiosa
ceremonia de la consagración episcopal, destacando la humildad de los
ornamentos elegidos por el nuevo Obispo para tal acto, y de toda su persona,
entre la brillante concurrencia allí reunida. Inmediatamente se puso en camino
para Lincoln, ganándose todos los corazones de quienes le iban conociendo.

Coincidiendo con la entronización en su diócesis ocurrió un hecho curioso,


causa más tarde de la costumbre de representar a San Hugo con un cisne a sus
pies. Y es que en una de las posesiones episcopales apareció entonces
repentinamente un cisne muy grande y salvaje, al que nadie podía acercarse; mas
la primera vez que el Obispo se presentó allí, tuvo lugar una curiosa

La memoria de este gran santo sigue presente en Inglaterra, donde le está dedicada la actual cartuja de
St. Hugh’s, Parkminster, en el condado de Sussex.

transformación en el ave, que se dejó coger y conducir a las habitaciones de San


Hugo y desde entonces, como el animal más dulce y manso, le seguía, se dejaba
acariciar por él y reposaba a veces su cabeza y largo cuello en las mangas de su
amo; afirmándose por los servidores y vecinos que anunciaba con movimientos
y gritos de alegría la llegada del Obispo, aun cuando nadie le esperaba. Mas sólo
respecto a él cambió el cisne, pues mantuvo su fiereza para cualquier otra

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 106


San Hugo de Lincoln, 17 de noviembre

persona, incluso del séquito episcopal.

Pensando Hugo que de la santificación de los sacerdotes depende la de


todo el pueblo cristiano, los clérigos de su diócesis fueron uno de los primeros
objetos de su solicitud pastoral, y en bien de ellos y de su instrucción teológica
creó una escuela, que bien pronto gozó de gran renombre, y ayudó de todos
modos a las instituciones similares. Lo que, unida a sus luminosos dictámenes
y profundos conocimientos, le valió el título de «oráculo de las escuelas».

Pronto reinó la más estrecha unión entre el Obispo y sus clérigos; a los que,
no obstante, reprendía enérgicamente cuantas veces era oportuno hacerlo. Pues
si, como ya sabemos, la firmeza era el nervio de su proceder, a ella sabía unir
siempre la dulzura y caridad más exquisitas.

Estas mismas virtudes cautivaron también al pueblo, y la diócesis comenzó


muy pronto a acusar el sabio gobierno de aquel hombre de Dios, que atendía a
todos y a todo, multiplicando su tiempo de modo admirable y sin acusar fatiga, a
pesar de tener la salud muy debilitada por ayunos y austeridades sin medida. Y
así, siendo el servicio de Dios y de las almas lo único para él verdaderamente
importante, parecía no contar el tiempo cuando se trataba de ceremonias
religiosas, que celebraba y exigía que se celebrasen siempre con toda
meticulosidad, o de atender a las mínimas peticiones de sus diocesanos, aunque
se trate de parar y bajar una y cien veces la cabalgadura, simplemente para
bendecir con todo requisito a cuantos se lo pedían en el camino.

Y esta inagotable caridad del Obispo llega a límites insospechados cuando


se trata de niños, de enfermos, o de muertos. Además del bondadoso trato y
cuidados para los pequeños en general, acostumbró tener siempre algunos
educándose en su propio palacio, que luego mandaba por su cuenta a las
escuelas, procurando asegurarles un porvenir digno. Los leprosos no gozaban de
menos favor con él; sostenía en la diócesis con recursos de todo género varios
lazaretos y los visitaba con frecuencia, tratando a los desgraciados enfermos con
dulzura de madre y no teniendo reparo en abrazar a los más desfigurados por el
horrible mal, a los cuales consolaba y animaba haciéndoles ver la predilección
que les mostraba el Señor uniéndolos a su Pasión y el premio eterno que les
preparaba. Las honras fúnebres perecían tener especial atractivo para él, que las
seguía con edificante devoción en cualesquiera circunstancias. Lejos de declinar
el honor de presidirlas o asistir a ellas, había ordenado a todos los sacerdotes de
su diócesis que no enterrasen a nadie en localidades donde se hallase él sin
haberle prevenido, y allí concurría aun a costa de su propio descanso, o con

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 107


San Hugo de Lincoln, 17 de noviembre

riesgo incluso de faltar a conveniencias mundanas que otro hubiese considerado


inviolables; aunque fuera el propio rey quien le esperase, como ocurrió más de
una vez; en una de las cuales, al recibir un aviso del monarca, que le tenía
invitado a comer y ya se impacientaba, respondió con sencillez al mensajero: «No
es preciso que nos espere el rey; que tome su comida en el nombre del Señor»,
explicando seguidamente a los clérigos que le rodeaban: «Mejor es dejar a un rey
de la tierra comer sin nosotros, que quebrantar los mandatos del rey de la
eternidad».

La misma firmeza, serena e inquebrantable, acusa el siguiente hecho,


ocurrido por entonces, del que fueron protagonistas nuestro Obispo, el rey y un
alto dignatario del reino, Jefe de los Guardabosques reales. Estos guardabosques,
prevaliéndose de su carácter de servidores reales, vejaban inicuamente a los
pobres campesinos, no sirviendo para evitarlo las reclamaciones de nuestro
Santo. Con el fin de cortar definitivamente estos abusos, que habían llegado a
recaer sobre algunos de los protegidos por inmunidades de su Iglesia, el Obispo
de Lincoln no dudó en fulminar excomunión contra el poderoso Jefe de los
mismos. Encolerizóse el rey, pero supo contener su resentimiento hasta hallar
ocasión de expresarlo eficazmente al animoso Prelado, y al quedar vacante poco
después una pingüe prebenda de la catedral de Lincoln, escribió a San Hugo
pidiendo el rico beneficio para uno de sus cortesanos. Los mensajeros
trasladáronse a la cercana ciudad de Dorchester en donde a la sazón se hallaba
el santo y le entregaron el regio escrito; mas el Obispo, sin desconocer la
gravedad del caso, tomó bien pronto su partido y a los mismos mensajeros dio
seguidamente esta respuesta: «No es a los cortesanos, sino a los eclesiásticos
a quienes deben conferirse los beneficios eclesiásticos. La Sagrada Escritura
no dice que sus poseedores deban ser gentes del palacio, del fisco o de la
hacienda, sino que deben servir al altar. El señor rey no carece de recompensas
que dar a quienes le sirven; tiene bienes temporales. El bien de su alma pide
que deje a la milicia del Rey de Reyes gozar de los recursos que le son
necesarios, sin permitir que sea despojada de ellos».

No faltó quien atizase el fuego de la cólera de Enrique II al conocer tal


respuesta, e inmediatamente un nuevo mensajero llevó al Obispo orden de
comparecer ante el rey. Hugo obedeció con serena confianza. Cuando Enrique
se entera de su llegada a las puertas del castillo, monta a caballo y, rodeado de
su corte, se retira a un bosque vecino, donde se sienta y hace sentar a sus
cortesanos alrededor suyo, prohibiéndoles levantarse o simplemente saludar o
responder cuando llegue el Obispo. Llegado éste, saluda al rey y a los cortesanos,
sin que nadie le responda. Sin dejarse impresionar por el glacial silencio y el gesto

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 108


San Hugo de Lincoln, 17 de noviembre

adusto de Enrique, se acerca a éste, toca ligeramente el hombro de su vecino


para hacerse un sitio, y con toda tranquilidad se sienta junto al monarca. Al cabo
de unos momentos consigue vencer el enojo del soberano y le responde en los
siguientes términos a sus quejas: «Señor rey, yo sé todo lo que habéis hecho
para procurarme la dignidad episcopal. De ello se sigue que vuestra alma estaría
en gran peligro si yo no cumpliese los deberes de mi cargo y no defendiese los
derechos de la diócesis que me está confiada. He querido evitaros esta
responsabilidad y esa es la razón de que haya castigado a un opresor de mi
Iglesia mediante las censuras eclesiásticas, y de que no haya podido de ningún
modo conceder una prebenda a un sujeto desprovisto de título canónico. ¿Era
preciso presentarme a Vuestra Excelencia para arreglar estos dos asuntos? No
lo he creído útil ni aun conveniente, dado que vuestra sabiduría puede por sí
misma discernir con prontitud el bien, y que es fácil a vuestra voluntad
aprobarlo».

La firmeza y dignidad de estas palabras obtuvieron un éxito pleno. El rey


abandonó todas sus prevenciones y abrazó cordialmente al hombre de Dios,
encomendándose a sus oraciones. No se ocupó más de la cuestión de la
prebenda y dejó a la libre decisión del Obispo el levantamiento de la censura
impuesta al Jefe de Guardabosques. El poderoso dignatario hubo de someterse
a las condiciones exigidas para ello por la Iglesia y recibir juntamente con sus
cómplices una flagelación pública. Sólo entonces fue absuelto de la excomunión
por el Prelado, en el que, junto a la firme autoridad, encontró el corregido tal
corazón de padre y tal pureza de intención que, a partir de entonces, se convirtió
en uno de sus amigos más fieles.

Un período de tranquilidad siguió a este hecho, y durante él nuestro santo


emprendió la reconstrucción y mejora de su catedral, conservando de la antigua
nada más que algunos restos muy bellos y adoptando para la nueva el estilo
gótico, nuevo entonces, con lo que se puso en Inglaterra a la cabeza del
prodigioso movimiento arquitectónico al que debemos tantos templos
maravillosos.

Actividad tan infatigable no impedía a Hugo cuidar su propia perfección.


Arrancado contra su gusto a la vida del claustro, intentaba asemejar en cuanto
podía a ella la que ahora llevaba. Quiso ser y fue siempre cartujo: un Obispo
cartujo. Fuera de la capa correspondiente a su dignidad episcopal, vestida en
público, conservó el blanco hábito y el uso continuo del cilicio, que no consintió
abandonar ni cuando en su última enfermedad le producía llagas que el sudor
ulceraba. El espíritu de soledad, las prácticas de piedad propias de su Orden; el

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 109


San Hugo de Lincoln, 17 de noviembre

recogimiento, la puntualidad y
gravedad monacales descubrían
prontamente al monje en el
Obispo. Cuando sonaba la hora del
Oficio, se retiraba aun de las
grandes asambleas o tribunales,
para entregarse a la divina
alabanza, no pudiendo sufrir en ello
negligencia alguna, ni precipitación
irreverente, de acuerdo con su
máxima «Hacer en todo tiempo y
en todo lugar lo que se debe
hacer, y hacerlo con toda la
perfección posible».

No podía, sin embargo,


consolarse de haber sido
arrancado de su amada soledad, y
cada año retirábase algún tiempo a
Witham, cuanto permitían sus
funciones. Entonces se igualaba
en todo a sus hermanos de hábito,
no admitiendo alojamiento
especial, ni privilegio alguno
respecto al lecho, el vestido o la
comida, salvo la autorización que
obtuvo del Prior para buscar entre
los restos del pan los más duros y
estropeados, realizar algunos
trabajos muy humildes y
preocuparse, en fin, cuantas
humillaciones podía atesorar en su
gran alma.

Dios no podía negar pruebas


de su predilección a servidor tan
fiel y concedióle oración muy
San Hugo de Lincoln, por J. de Valencia y C. Voisin, sillería subida, alta contemplación,
coral de Jerez. consolaciones en grado que no
dejaba traslucir fácilmente el

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 110


San Hugo de Lincoln, 17 de noviembre

fervoroso Obispo, y multitud de milagros obrados por su mediación. Uno de ellos


dio lugar a otra simbólica representación del Santo, que unas veces aparece
figurado con el cisne a sus plantas y otras en el momento de consagrar con un
pequeño Niño Jesús sobre el cáliz; pues así fue visto el Señor por algún testigo
cuando celebraba el santo sacrificio San Hugo, y aunque éste pidió mantenerlo
secreto, no supo negar que se le hubiera concedido un don tan regalado.

Muerto en 1189 Enrique II, ocupó el trono de Inglaterra su hijo Ricardo


Corazón de León. Grande y noble corazón en efecto, aunque dominante y
voluntarioso en sumo grado. Estas condiciones personales del nuevo rey, y la
circunstancia de haberse empeñado en casi continuas y largas guerras fuera de
su país, con los gastos consiguientes, se reflejaron necesariamente en sus
relaciones con la Iglesia, y fueron motivo para poner a prueba la inquebrantable
fortaleza del Obispo de Lincoln con más frecuencia de la que éste hubiera
deseado.

Una de aquellas graves tormentas valió definitivamente a Hugo el apelativo


de «martillo de reyes», que ya tenía en verdad muy merecido. A fines de 1197,
por encargo del rey, y con el fin de proporcionar al mismo nuevos y abundantes
subsidios, reunió el Arzobispo de Cantorbery en Oxford la asamblea general de
Obispos y Barones del reino; cada uno de los cuales debería poner a disposición
del monarca una fuerza de trescientos caballeros, y sufragar los gastos de ella
durante un año. Hugo de Lincoln, haciendo constar que la demanda era contraria
a las antiguas inmunidades de su Obispado y que no era Obispo para abandonar
los derechos de su Iglesia, se negó firmemente a la petición real. El Obispo de
Salisbury se solidarizó con el de Lincoln, por lo que el Arzobispo levantó
seguidamente la sesión y declaró disuelta la asamblea.

Informado el rey del fracaso de su plan, y enfurecido contra los responsables


de ello, ordenó confiscar inmediatamente los bienes de ambos Obispos.
Cumplióse en el acto la orden contra el de Salisbury, quien sólo a costa de una
crecida suma pudo volver a la gracia del soberano. Mas nadie osaba molestar al
de Lincoln, prefiriendo desobedecer a Ricardo mejor que exponerse a una
excomunión del santo prelado, cuya energía era bien conocida ya para todos. Así
transcurrieron hasta nueve meses y entonces Hugo, rindiéndose a las súplicas de
los oficiales reales encargados de la confiscación y para terminar la comprometida
situación de los mismos frente al rey, se puso en camino a fin de tratar el asunto
personalmente con el monarca, entonces en Normandía. Saliéronle al encuentro
dos de los principales señores de la corte, ofreciéndole su mediación y
advirtiéndole el peligro de exponerse en persona a la cólera de Ricardo; pero San

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 111


San Hugo de Lincoln, 17 de noviembre

Hugo, agradeciendo profundamente aquella generosidad, la rechazó con el aún


más generoso razonamiento de que, al interceder por él, ellos mismos se
exponían a caer en desgracia del soberano o, en el mejor de los casos, a que
Ricardo les atendiese en este asunto y con ello les disminuyese la recompensa
debida por los grandes servicios que le prestaron hasta entonces. Los nobles
personajes, admirando tal magnanimidad, informaron al rey de lo sucedido, y
Ricardo, compartiendo a su pesar esa admiración y comprendiendo el desafío
caballeresco que le hacía el prelado, lo aceptó dispuesto a mantener la lucha, y
envió a decir al mismo que le recibiría tres días más tarde.

Al llegar la fecha señalada presentóse San Hugo en el castillo residencia del


monarca, e informado de que éste se hallaba en la capilla oyendo Misa, se
apresuró a reunirse allí con él. Los clérigos de su séquito, conocedores del
carácter violento del rey, siguieron temblorosos a su sereno Obispo, y así entran
a la capilla, que ofrece deslumbrador aspecto. El rey, sobre un trono cerca de la
puerta, está rodeado de una brillante corte, en la que destacan dos Arzobispos y
cinco Obispos, dos de los cuales están sentados en las gradas bajo el trono.
Rodeado, pues, de todo el esplendor de la majestad real, Corazón de León
aguarda a aquel que desde hace nueve meses tiene su poder en jaque. Menos el
del propio Obispo de Lincoln, todos los ánimos están tensos cuando se aproxima
a saludar al rey. El príncipe, tras una furiosa mirada, vuelve la cabeza sin
responder al saludo. «Señor rey, dadme el beso de paz», pide el Obispo. Ricardo
persiste en su silencio y actitud despreciativa. Hugo entonces le coge por el
manto y tira de él diciendo: «Vos me debéis el beso de paz, pues he venido
desde lejos para encontraros. No, no lo habéis merecido. Oh, sí que lo he
merecido: vamos, abrazadme», y hablando así, el Obispo sacude más y más
fuerte cada vez el manto del rey. Los presentes están suspensos y aterrorizados.
. . Maravillado de tamaña intrepidez, Ricardo sonríe por fin y reconoce su falta,
abrazando a su vencedor.

Los Obispos se apresuran entonces a preparar un sitio entre ellos para


nuestro santo, pero éste no se detiene: va derecho al altar, junto al cual se
arrodilla con los ojos en tierra y el espíritu enteramente ocupado se prosigue con
las ceremonias ordinarias. El rey le ha seguido con la vista, y se complace al
contemplarlo en su humilde recogimiento. Él, que se avergonzaría de ser vencido
por un poderoso rival, se da cuenta de que resulta glorioso rendir las armas a un
servidor del Rey de reyes; y su generoso corazón, cambiando el resentimiento en
estima, ya está deseoso de manifestar su sincera reconciliación con el hombre de
Dios y la profunda veneración que le merece. Cuando se llega al «Agnus Dei»,
el celebrante da la paz a uno de los Arzobispos, que se dispone a llevarla en

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 112


San Hugo de Lincoln, 17 de noviembre

primer término al soberano; mas éste abandona su trono, avanza presuroso hasta
las gradas del altar, toma de manos del Arzobispo el portapaz, lo besa con
respeto, y lo presenta por sí mismo al Obispo de Lincoln. La honra que debía
rendirse a su real persona es así transmitida por sus propias manos a aquel santo
varón. Bella inspiración del monarca, que se complace en proclamar el triunfo de
la santidad sobre la fuerza. Y bello y caballeresco epílogo de aquel grave
incidente.

Actuaciones tan admirables, repetidas siempre que fue preciso a través de


los reinados de tres príncipes tan diferentes como Enrique II, Ricardo Corazón de
León y el hermano y sucesor de éste Juan sin Tierra, acrecentaron de forma tal
la autoridad de San Hugo que, durante el último año de su vida pudo consolidar
todas sus obras y acabar la transformación de su querida diócesis. Entonces,
presintiendo quizás la muerte, decidió realizar el viaje-peregrinación que tantos
años ya ansiaba. Recorrería en él todos los lugares donde se había desarrollado
su vida. París, Grenoble, la Grande Chartreuse, Avalón, Villard-Benoit y San
Maximino recibieron sucesivamente al insigne prelado con las mayores muestras
de respeto y veneración, en un viaje que llegó a convertirse en verdadera marcha
triunfal, en la que altas personalidades eclesiásticas, príncipes, nobles y pueblo
parecían competir en las manifestaciones de afecto y entusiasmo por el santo
Obispo, cuya presencia les hacía muchas veces revivir felices recuerdos del
tiempo en que le tuvieron como pastor, hermano o amigo. Así sucede en París,
con los estudiantes de la universidad y los príncipes Luis de Francia, Arturo de
Bretaña y Blanca de Castilla; en Grenoble, saliendo a recibirle el pueblo en masa
y a su cabeza el Obispo, Juan de Sassenage, también cartujo, que marchan
luego en solemne procesión con él hasta la Catedral, por las calles alfombradas
de flores y adornadas con tapices y colgaduras; en el castillo de Avalón, con la
multitud de personas de toda clase que acuden de los lugares vecinos a reunirse
con los hermanos del santo, para recibir y agasajar el eminente paisano; y en fin,
en Villard-Benoit y San Maximino, con la incontenible alegría y el legítimo orgullo
de los canónigos regulares y de sus antiguos feligreses, que no se cansan de
festejar al antiguo compañero y párroco.

De regreso a su diócesis, hallándose todavía en Saint-Omer, le sorprende


la enfermedad que ha de llevarle a la tumba. El ocho de septiembre, no obstante
su agotamiento, celebra la santa misa de la Natividad de Nuestra Señora, y a los
tres días, sintiéndose aliviado, embarca en Wissant. Al pisar de nuevo tierra
inglesa, encuentra numerosos amigos que acudieron a recibirle; pero muy poco
se entretiene con ellos en su apresuramiento por llegar a la iglesia y celebrar en
honor de la Reina del Cielo una misa, que sería la última de su vida, pues la

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 113


San Hugo de Lincoln, 17 de noviembre

enfermedad hace rápidos progresos en un organismo ya muy debilitado. Todavía,


sin embargo, al paso por Cantorbery, puede rogar algún tiempo ante el sepulcro
del mártir de Inglaterra santo Tomás Becket. Pero llegado a Londrés hubo de
meterse en el lecho, preso de ardiente fiebre y fuertes dolores.

El 19 de septiembre decidió hacer confesión general de toda su vida en


presencia de su capellán y otros tres venerables sacerdotes, durando sus
humildes acusaciones hasta la mañana siguiente, en que recibió el Viático y la
Extremaunción. Al saber que se aproximaba Su Divina Majestad, se levantó del
lecho y, vestido del cilicio, el hábito y la cogulla cartujanos, marchó descalzo ante
su señor y allí se puso de rodillas y exclamó sollozando: «Yo soy muy culpable,
pero Vos sois el Dios de toda misericordia. Me abandono en vuestras manos, y
os pido ser hasta el fin mi refugio y mi socorro».

Durante la enfermedad no consintió, según dijimos, abandonar en ningún


momento el cilicio, a pesar de las grandes úlceras que le causaba. Tampoco se
dispensó de recitar el Oficio divino noche y día a las horas fijadas, ni aun en los
accesos de fiebre, salmodiándolo con todos los clérigos de su Casa cuando las
fuerzas se lo permitían. Su alma permanecía además en oración continua, y el
piadoso enfermo ofrecía el espectáculo más edificante a los que le visitaban, entre
los que figuraron el rey y el Arzobispo de Cantorbery.

Finalizó septiembre y transcurrió todo octubre sin otro cambio que el


paulatino agotamiento del enfermo, a causa de los crecientes sufrimientos y el
desgaste de la pertinaz dolencia; si bien su confianza en Dios no disminuyó en
nada, y la fortaleza de su alma encontraba, una y otra vez, nuevas energías en la
sagrada comunión que le llevaban cada semana.

El dieciséis de noviembre por la tarde, sintiendo que las fuerzas le


abandonaban totalmente, mandó prevenir al prior de Westminster y al Deán de
San Pablo, que debían celebrar sus funerales. Luego, con la mano sobre la
cabeza de su fiel capellán, oró largamente por él y por sus hijos espirituales.
Conforme a los deseos expresados anteriormente por el Obispo, se formó con
cenizas sobre el suelo una cruz; el mismo enfermo la bendijo alzando su mano,
y luego adoró el símbolo redentor bajando la cabeza reverentemente. Los clérigos
recitaron entonces el oficio de Completas, convencidos de satisfacer así los
últimos deseos de su Pastor. El propio enfermo hizo oportunamente señal para
que le depositaran sobre las cenizas, y allí se durmió dulcemente en el Señor,
mientras se entonaba el cántico «Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en
paz». Era la noche del 16 de noviembre de 1200.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 114


San Hugo de Lincoln, 17 de noviembre

San Bruno y San Hugo de Lincoln han polarizado siempre la atención de los cartujos en su seguimiento de
Cristo, como aparece en esta tabla anónima de 1616 de la Grande Chartreuse

El pueblo londinense corrió en multitud para honrar los restos entre lágrimas
y gemidos, y comenzó desde el primer momento a venerar aquellas santas
reliquias. Organizado inmediatamente el solemne traslado del cuerpo a Lincoln,
el día 23 entró al fin en su villa episcopal, acompañado de un magnífico cortejo
que se había formado para rendir este postrer tributo al venerado Obispo. A la
cabeza de los eclesiásticos figuraban el Primado, otros dos Arzobispos, catorce
Obispos y más de cien abades. Al lado de ellos, el rey de Inglaterra y el de
Escocia, rodeados de un brillante grupo de barones y grandes de ambos reinos,
y de una multitud innumerable en la que se confundían las nacionalidades más
diversas. Los eslavos, los escoceses, los irlandeses, los galeses, se unían a los
ingleses y a los franceses en este triunfo concedido al hombre Dios. Los judíos
mismos también habían acudido a glorificar al santo Obispo, cuyo noble carácter
apreciaban y respetaban.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 115


San Hugo de Lincoln, 17 de noviembre

Los dos reyes y los grandes señores reivindicaron el honor de llevar el


venerado cuerpo. Los miembros de la alta nobleza les suceden en este piadoso
oficio hasta la entrada en la Catedral. Pero aquí son los Arzobispos y los Obispos
quienes se hacen cargo del féretro, que introducen en el santuario. Y desde este
momento empezó ya la serie de milagros que el Señor de todos se dignó
conceder por intercesión y para gloria de tan fiel servidor.

Iniciado prontamente el proceso de beatificación, el 17 de febrero de 1220,


antes del vigésimo aniversario de la muerte, firmó el Papa Honorio III el decreto
canonizando a San Hugo.

Su fiesta se celebra en la Orden el diecisiete de noviembre, pues es uso de


la Cartuja considerar como fallecido al siguiente día al religioso que muere a partir
de Completas. Hasta el año 1917 se mantuvo con rito de solemnidad; pero
entonces fue establecida, en unión de otras varias, al de XII lecciones, en un
reajuste del calendario cartujano dirigido a tutelar la soledad característica de la
vida eremítica, amenazada por el crecido número de solemnidades que habían
ido acumulándose.

Oración:

Oh Dios, que colmaste a tu obispo


San Hugo de eminentes méritos y del
don de milagros; concédenos, por tu
bondad, ser alentados con sus ejemplos
e iluminados con sus virtudes.
Por N. S. JC.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 116


Beata Beatriz, 25 de noviembre

25 de noviembre
BEATA BEATRIZ, VIRGEN MONJA

N ació Beatriz,
de la noble y antigua
familia de los
Ornacieux, en el solar
feudal de los mismos,
en los confines del
Delfinado y de la
Saboya, en la última
mitad del siglo XIII.

Concedióle el
Señor, junto con la
nobleza de la sangre, la
del corazón, y un
espíritu lleno de
docilidad y de dulzura,
que cultivado con su
esmerada educación
cristiana, la llevó al
desprecio del mundo,
para escalar las más
altas cimas del amor
divino; y así, apenas
entrada en la pubertad,
a los 13 años, cambió
las galas y los lujos
propios de su rango,
por la burda lana de las
Hijas de San Bruno, en
la recién fundada
Cartuja del Monte de
Beata Beatriz de Ornacieux, óleo anónimo de finales del Siglo XVIII, Santa María, en el
Cartuja de Jerez.
desierto de Parménie.

Su edificante y maravillosa vida nos la dejó escrita en Provenzal la


bienaventurada Margarita de Oyngt, su Maestra de Novicias, guardándose aún en
Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 117
Beata Beatriz, 25 de noviembre

Grenoble, procedente de la Grande Chartreuse, el manuscrito original.

Humildísima de corazón, era muy caritativa y sufrida, procurando en todo


subvenir a las necesidades de sus hermanas. En extremo obediente, y
perseverante en la oración, concedióle el Señor el don de lágrimas, y era tal su
abundancia, que en varias ocasiones estuvo a punto de perder la vista. Todo
dulzura en sus palabras, siempre recogida y ejemplar, fue su deseo y constante
aplicación entender, proclamar y hacer la voluntad divina, sobre todo desde que
un día, angustiada por la continua guerra que le hacía el demonio, pidió, postrada
ante el Sagrario, que la sacase Dios de este destierro; mas una milagrosa voz
salida del Tabernáculo le prohibió desear jamás nada que no fuese el cumplir la
divina voluntad; sintiendo entonces, entre oleadas de consuelo, cómo su deseo
de morir se cambiaba en el de vivir para la mayor gloria de Dios; por lo que,
recordando su flaqueza y muchas enfermedades, postróse de nuevo e imploró la
salud para poder servirle; pero otra vez la milagrosa voz se dejó sentir, diciendo:
«Recibe las consolaciones que te doy y no rehúses los sufrimientos que te
envíe»; siendo desde aquel momento un acabado modelo de confianza y
abandono en las manos de Dios.

Tuvo desde el principio de su vida religiosa multitud de carismas y


celestiales dones, no siendo los menores el de gozar de manera continua de la
presencia del Señor en visión corporal junto a ella, y el que siendo devotísima de
la Eucaristía, levantara para ella los velos eucarísticos que lo cubren,
mostrándosele en forma de niño en las manos del sacerdote; pero su espíritu de
sacrificio llevóla a pedir al Señor le quitase todo consuelo sensible; y desde
entonces no vio sino una intensa luz, y luego tan sólo las especies sacramentales.

Admitida a la profesión solemne, y luego a la consagración de las vírgenes,


recibió en ella, de acuerdo con el respectivo ceremonial, la cruz, el manípulo y la
estola, símbolos en los que podemos ver compendiada su vida de penitencia, su
fortaleza invencible frente a los ataques del enemigo, y la sumisión y abandono
completo en manos de la divina Providencia.

En extremo penitente, poseída de la locura de la Cruz, se la vio pasear con


los pies desnudos sobre la nieve y sobre el hielo, llevar brasas encendidas en las
manos, exponer la cara a la acción prolongada del fuego hasta casi saltársele los
ojos, y sobre todo, llevada de su amor al Crucificado, cuyas llagas llevaba ya
impresas en su espíritu, atravesarse las manos con un gran clavo sin punta, para
hacerse así participante de los dolores de su Esposo, quien pagaba con dulzuras
inenarrables, éxtasis y prodigios sin cuento, estos excesos inimitables del amor.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 118


Beata Beatriz, 25 de noviembre

Salía de estas llagas un agua clarísima, y cerrábanse prontamente, sin que nadie
pudiera apercibirse de ellas, aunque cada viernes las renovaba con la punta de
un estilete. Dábase sangrientas disciplinas y sometíase a prolongados ayunos
cuando su endeble constitución lo permitía, y aun a veces se excedía en ello, de
modo que una cuaresma llegó su debilidad a tal extremo que la Priora le puso una
compañera de celda para que la cuidase y le hiciese evitar todo exceso. Mas
quiso Dios demostrar cuán grata le era la penitencia de su sierva, con el siguiente
milagro: Llegado un Viernes Santo, como estuviera mala y se hubiera dormido
poco antes de Maitines, decidió la hermana acompañante ir a ellos, y marchó al
coro dejando bien cerrada con llave la celda donde descansaba la santa. Despertó
pronto ésta, y oyendo el lejano canto de los salmos, entró en ganas de ir a
acompañar a sus hermanas; por lo que invocó con la mayor fe a la Santísima
Virgen, querellándose amorosamente de aquel encerramiento y soledad en que
la tenían; y cogiendo una imagen de María, que estaba pintada en una tablilla, la
echó fuera por la mirilla de la puerta, mientras decía: «Madre mía, tendré que
verlo para creerlo, que consientes me quede aquí sola, sin hacer nada», y sin
saber cómo, se encontró fuera de la celda y fuese al coro a ocupar su silla, con
no pequeño asombro de la Priora y Hermanas, enteradas, las cuales fueron
enseguida a ver si había forzado la llave, encontrándola intacta. Obligada
entonces por la Priora y por el Padre Vicario en virtud de santa obediencia, relató
lo sucedido.

Envidioso el demonio de tanta virtud, esforzábase en atormentarla de todas


las maneras: poníale delante imágenes obscenas y revolvía su fantasía con las
más torpes imaginaciones; mas, convencido de lo vano de sus esfuerzos para
mancillar la pureza angelical de Beatriz, emprendió furioso nuevos ataques
intentando aterrorizarla con fantasmas nocturnos, animales feroces, devastadores
incendios y gritos y ruidos espantosos. Pero la santa supo vencerlo todo con
fortaleza sobrenatural, siendo tras cada victoria consolada por el Señor y su Santa
Madre, que le dijo un día estas alentadoras palabras: «Nada temas, ten
confianza; soy la Madre del Rey Omnipotente, tu Esposo, la Madre de la
misericordia, y tomo tu alma y tu cuerpo bajo mi cuidado y protección; yo te
defenderé contra los asaltos del demonio y te salvaguardaré de sus engaños».

A los ataques diabólicos juntáronse luego las sequedades y aparentes


abandonos del Señor, que tanto le hacían sufrir. Llegaron a su colmo en un
Adviento, hasta el punto que la noche de Navidad se quedó en su silla cuando las
demás fueron a comulgar, presa de mortal angustia, pues le laceraba el corazón
la duda de si estaría en pecado mortal; mas, sacando fuerzas de su misma
flaqueza, recurrió a la Misericordia divina, pidiéndole se dignara manifestarle su

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 119


Beata Beatriz, 25 de noviembre

voluntad, a fin de cumplirla ciegamente. Entonces encontróse, como arrastrada


por una fuerza superior, junto al comulgatorio. Grandes fueron las gracias que
derramó el Señor sobre ella en aquella comunión. Sólo citaremos la de una
partecita de la sagrada forma que se le quedó en la boca, con un marcado sabor
a carne y sangre, sin que la pudiera tragar, lo que la angustió en gran manera;
mas, al fin, sintió como que le pasaba al corazón y le abrasaba con tal fuego de
amor, que quedó sumida en un arrobamiento que le duró varios días; y lo que es
más, desde entonces, vuelta al pleno goce de su unión con Dios, recobró la
perfecta paz del alma, para no perderla ya más.

Sobre el año 1300 fue obligada por la obediencia a aceptar el Priorato de


Eymeux, donde demostró los elevados quilates de su virtud, que le permitieron
superar las no pequeñas dificultades de aquella nueva fundación; pero cuando
todo parecía marchar en ella viento en popa, plugó al Señor destituirla de su
Priora, a la que encontró madura ya para el cielo; y en efecto, llamóla a así, con
una muerte tan preciosa como su vida, el 25 de noviembre de 1303.

Sepultada allí, brilló con multitud de milagros que extendieron su fama de


santidad y aumentaron la devoción de los fieles. Mas habiéndose tenido que
abandonar la fundación, con no poca resistencia de los habitantes de Eymeux fue
trasladado a Parménie el sagrado cuerpo, con renovadas maravillas, como la de
haberse separado las aguas de dos impetuosos torrentes para dar paso a la
comitiva. En Parménie recibió honrosa sepultura, extendiéndose su veneración
por todo el país, y en especial en la Orden. Habiendo sido abandonado el
Monasterio a causa de la revolución de los Albigenses, que lo incendiaron,
quedaron las santas reliquias ocultas bajo los escombros, pero no se perdió su
culto, en la Orden principalmente, donde continuó honrándosela como especial
protectora, según consta de la abundante iconografía existente en las más
remotas casas de la misma: tablas, lienzos y grabados de los siglos XV, XVI y
XVII.

En 1697 una pastorcita de aquellos contornos, guiada por la tradición de que


entre las ruinas del Monasterio había cuerpos santos, y acuciada por un
manuscrito de la vida de la Beata Beatriz, que providencialmente vino a sus
manos, buscó y encontró los sagrados restos, que fueron autenticados por el
Cardenal Le Camus, Obispo Príncipe de Grenoble. Reconstruida la iglesia, y
colocados aquellos en lugar decoroso, renovóse la devoción popular en frecuentes
peregrinaciones que cubrieron el sepulcro de ofrendas y exvotos, en
agradecimiento de los muchos milagros que obraba el Señor por intercesión de
su sierva.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 120


Beata Beatriz, 25 de noviembre

Ocupada y vendida Parménie por la Revolución en 1790, y habiendo pasado


al poder de los herejes anticoncordatarios en el 1802, no volvió al culto católico
hasta el 1839, en que la adquirió el Obispo de Grenoble, el cual autorizó la
apertura de la sepultura (que, pese a tantas vicisitudes, guardaba intactos los
sellos que le había puesto el Cardenal Le Camus), y fueron trasladadas al
Monasterio de Beauregard parte de las reliquias.

Comenzaron entonces los procesos para la beatificación equipolente, y el


20 de marzo de 1869 la Sagrada Congregación de Ritos decretó que la sierva de
Dios Beatriz de Ornacieux debía continuar gozando el culto que los pueblos le
tributaban con el título de Beata desde tiempo inmemorial.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 121


Beata Beatriz, 25 de noviembre

Finalmente, Pio IX, Pontífice Máximo, aprobó esta sentencia por decreto del
15 de abril de 1869; y por otro del 13 de mayo del mismo año, concedió a toda
la Orden su Misa y Oficio, con rito de XII lecciones, del común de vírgenes no
mártires, con la oración propia siguiente:

Por la imitación de la Pasión de Cristo hiciste,


Señor, a la beata Beatriz, virgen, una víctima de
tu amor; concédenos por su intercesión y ejemplo,
compartir aquí en la tierra los padecimientos de tu Hijo
y participar un día de tu gloria en el Cielo.
Por N. S. JC.

Beata Beatriz, Cartuja francesa de Parmenia, por Mignard

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 122


Beato Guillermo de Fenol, 16 de diciembre

16 de diciembre
BEATO GUILLERMO DE FENOL, MONJE.

del
N ació Guillermo en un lugar
Marquesado de Monferrato,
diócesis de Alba, en las montañas
del Piamonte, Italia, a principios del
siglo XII, ignorándose muchos
detalles de su vida. Dejó, no
obstante, tantos ejemplos de las
virtudes propias de su estado
humilde y condición obediente, que
el Postulador de su Causa de
Beatificación pudo decir: «Si la
virtud eminentemente practicada es
admirable cuando se junta al
esplendor de la doctrina, mucho
mayor es todavía su encanto
cuando tiene por compañera la
ingenuidad, el candor, la simplicidad
del alma; y esta simplicidad debe
tenerse como la suprema sabiduría,
especialmente en aquellos que
fueron llamados a vivir en la
obscuridad del Claustro, no para
enseñar, ni para mandar, sino para
obedecer y para darles ejemplo de
sumisión. Tal sucedió con nuestro
bienaventurado Guillermo».

Era todavía joven cuando,


ilustrado por Dios, y desengañado
del mundo, de sus vanidades y
falsos goces, se consagró a la
penitencia en una profunda soledad
de las montañas del Piamonte, junto
a una fuente que aún hoy se llama
del beato Guillermo. Allí se ocultó
Beato Guillermo de Fenol
Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 123
Beato Guillermo de Fenol, 16 de diciembre

para morir al mundo, a sí mismo y a sus pasiones. Separado de todo comercio


mundano con el cuerpo, mucho más lo estaba aún con el espíritu y el corazón;
y persuadido de que su recuerdo es siempre peligroso, procuraba borrarlo
enteramente, prohibiendo a su imaginación toda libertad en ejercitarse sobre el
mismo; y así, descuidado de cuanto ocurría en la tierra, no tenía otro intento que
el de pasar sus días santamente en la obscuridad, y prepararse del mejor modo
al juicio de Dios, meditando los años eternos que siguen al voluntario destierro,
olvidado de todas las criaturas, pensando sólo en su Hacedor, y entregado a una
dura penitencia, trituraba los últimos restos de sus pasiones y de los halagos de
este mundo; y, aplicado fervorosamente a la oración, que de ordinario ungía con
las lágrimas, santificaba todos sus instantes y se unía a Dios de modo cada vez
más íntimo, embelleciendo cada vez más y más su alma con las gracias y dones
que el Señor dispensa abundantemente a sus leales servidores.

Mas, como su hermosura de alma era tanta, que hasta en su cuerpo se


traslucía, el demonio, rabioso por tanto desprecio y dolido por las constantes
derrotas que nuestro Guillermo le infligía, movió a una mala mujer a que le
ayudase en su empeño de derribar al siervo de Dios de tan angélico modo de
vivir. Encendida, pues, en malos deseos, fuese a la soledad, y allí solicitó
impúdicamente a Guillermo con seducciones y halagos; pero éste, puesta en Dios
toda su confianza, salió triunfante de tales acechanzas; las que, no obstante, le
hicieron comprender que no estaba bien solo en aquellos montes, y lo movieron
a solicitar su admisión en la cercana Cartuja de Casetas (Casularum), para
hermano Converso, siendo admitido inmediatamente, con general satisfacción de
la Comunidad.

No quiso el Señor dejar sin castigo la injuria hecha a su siervo con la


tentación que acabamos de relatar; por lo que suscitó tremendas tempestades en
aquella tierra que había tenido que abandonar para salvaguardar su virtud.
Comprendieron sus habitantes que el Altísimo castigaba en aquella forma el
atentado contra el santo solitario, y acudieron a la Cartuja a suplicarle se apiadase
de ellos y suplicase al Cielo que aplacase sus iras. Hízolo así Guillermo y al punto
renació la calma en la atmósfera y pudieron ya vivir tranquilos aquellos
campesinos, que en gratitud ofrecieron a la Cartuja un censo de varias cargas de
leñas, y algunas tierras.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 124


Beato Guillermo de Fenol, 16 de diciembre

Seguro ya en el puerto de la vida religiosa, enaltecidas sus obras con el sello


divino de la obediencia, dedícose con toda su alma a la más exacta observancia
de la Regla, con lo que
alcanzó en breve tiempo
una elevada santidad.
Miraba a sus superiores
solamente con los ojos de
la fe, y estaba siempre
dispuesto a obedecerlos a
la menor insinuación de su
voluntad, prescindiendo en
absoluto de sus juicios,
inclinaciones y
repugnancias.

La simplicidad de su
espíritu fue su mejor
preparación para la
contemplación. «¿Quién
más quieto que el ojo
sencillo?» dice Kempis; y
el libro de los Proverbios,
(3, 32): «Su conversación
es con los sencillos». Por
ello la piedad del Beato
Guillermo no iba a la zaga
de su obediencia.

Su espíritu estaba
todo con Dios, su corazón
todo en Dios, y sus
esfuerzos eran todos para
Dios. Era sobre todo
devotísimo de Jesús
Crucificado. Habíale el
Señor enseñado lo que
Beato Guillermo de Fenol, por Serra Goday, Cartuja de Montalegre.
dice San Pablo, que la
ciencia de la salvación consiste en conocer a Jesucristo, y este Crucificado (1ª
Cor, 1, 2-3) es decir, en penetrarse de la gravedad de las propias ofensas hechas

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 125


Beato Guillermo de Fenol, 16 de diciembre

al Señor, considerando a qué precio fueron expiadas, y cuán grande amor


demostró a los hombres el Hijo de Dios, entregándose por ellos a una tal
reparación. Sabía Guillermo que, si todo cristiano está obligado a esto, mucho
más el religioso cartujo, que en correspondencia a vivir en la intimidad del divino
Maestro, debe estar siempre más vigilante para evitar las más pequeñas
infidelidades en su servicio y más avivado para crecer siempre en su amor.

Cuenta Dorlando que, estando un día el Siervo de Dios orando ante un


Crucifijo, mientras abundantes lágrimas de compasión regaban sus mejillas, de
pronto el Señor comenzó a hablarle desde la Cruz; y mientras le llenaba el alma
de soberana dulzura, le crucificó en espíritu, de tal manera que desde aquel día
no podía recordar la sagrada Pasión sin llenarse de aflicción profunda.

Exento de toda ambición, y emulando sólo las virtudes de su estado, de las


que en su sencillez se creía desnudo, hallóse sin saberlo con la ventaja de ser,
en realidad, el más humilde servidor de todos. Y así, libre de todo temor y de toda
esperanza humana, hizo tan santo uso de lo terreno, que se elevó por encima de
ello, suspirando sólo por la eternidad, a la que procuró prepararse con las
prácticas de la vida regular, en las que perseveró con la más hacendada piedad
y constancia hasta su muerte, que fue la de los justos, y ocurrió alrededor del año
1200.

Su cuerpo fue enterrado en la casa de abajo o Conrería; pero acudiendo el


pueblo en constantes peregrinaciones que turbaban no poco el recogimiento de
los Hermanos, se le trasladó al cementerio de arriba; pero, prodigiosamente, sus
sagrados restos volvieron a aparecer esa misma noche en su primera sepultura.
E igual prodigio volvió a realizarse otras dos veces que fue llevado arriba el cuerpo
del Beato. Dios lo quería abajo, donde pudiera ser venerado de los fieles.

La fama de tales maravillas extendió más y más la del Beato, y comenzaron


a levantarse altares en su honor y a pintarse y a esculpirse muchas imágenes
suyas a lo largo de los siglos XIII, XIV y XV, probando los numerosos exvotos,
que se le dedicaron, no ser vana la confianza que en él se depositaba. En
innumerables actas de donación, pertenecientes algunas ya al siglo XII, se le da
el título de Santo y de Bienaventurado. Y San Pio V, que había sido Obispo de
Mondoni, cerca de la Cartuja de Casetas, en un Breve de1868 autoriza el título
de «Bienaventurada Virgen María en su Purificación y Bienaventurado Guillermo
Casotolo y Garecio».

Tres siglos después fue encontrado el cuerpo del Santo incorrupto, premio

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 126


Beato Guillermo de Fenol, 16 de diciembre

sin duda de la virginal pureza que tan celosamente guardó en vida. Y aún ahora,
después de más de ochocientos años, es objeto de pública veneración en la
parroquia donde descansa, y en todas las públicas necesidades se recurre a su
protección.

Pio IX, por decreto de 1862, confirmó el culto inmemorial que se le venía
tributando al bienaventurado Guillermo Fenouil, y el Capítulo General del año
siguiente insertó en su Carta la siguiente Ordenanza: «Confirmamos la
Ordenación hecha entre año por el Reverendo Padre sobre la fiesta del Beato
Guillermo, la que se fija el 19 de diciembre, con XII lecciones, del común de
Confesor no Pontífice (hoy de monjes), para toda la Orden». Su memoria se
celebra después de la renovación litúrgica el 16 de diciembre.

Oración:

Oh Dios, que enalteces a los humildes;


servirte a ti es reinar; concédenos imitar
la sencillez del beato Guillermo, para
alcanzar el reino prometido a los pequeños.
Por N. S. JC.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 127


EPÍLOGO

Antes de terminar la redacción de este libro he querido pedir su parecer a diversas


personas de las que me causan interés su opinión (entre las que se encuentra mi
hermana Julia) y algunas de ellas me mostraron su deseo de saber el día a día de
estos Santos, es decir, algo sobre el género de vida de estos hombres y mujeres de
Dios de los que tan poco sabe el hombre de la calle y, a veces, lo poco que sabe
viene envuelto en leyendas.

A continuación transcribo un opúsculo escrito por un anónimo monje de Jerez que


creo satisfará los deseos antes apuntados.

Al final, se añaden las direcciones de algunas Cartujas y otras de interés cartujano,


por si el lector prefiere pedir más información y bibliografía a las propias monjas y
monjes cartujos, o encontrarla en las páginas webs que hay sobre ellos.

10
Función de la Orden Cartujana

La Orden de la Cartuja es una institución monástica enteramente consagrada a la


divina contemplación. Lo afirman así repetidamente los Estatutos Renovados de la
Orden. El Cartujo tiene por finalidad primordial disponerse a vivir en íntima unión con
Dios, la más perfecta posible aquí en la tierra, según el grado de gracia concedido
a cada uno. «Buscar a Dios más ardientemente en el hombre interior, encontrarlo
más rápidamente y poseerlo más perfectamente», es el fin que los Estatutos señalan
al monje.

Atento a la oración y a la alabanza, mientras parece desinteresado del mundo, sin


embargo, en la medida en que vive de Aquel que con su acción y su presencia llena
todo el universo, y de Cristo, que dio su vida para vivificarnos, realiza un eminente
apostolado transfundiendo en las almas, en virtud de la Comunión de los Santos, el
caudal divino que el Salvador aportó al manantial.

Su función en el Cuerpo Místico es la de las arterias que, silenciosas y escondidas,


transmiten sin cesar la sangre vivificante a todos los órganos.

El edificio, las ocupaciones, el horario, la organización entera de los Cartujos


responde a ese fin. Vida eremítica combinada con algunos elementos cenobíticos,
que una larga experiencia de nueve siglos ha ido unificando y perfeccionando.

10
Tomado de «Vocación y vida de los Cartujos», por un monje de Jerez, 2ª edición, Grande Chartreuse, 1993

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 128


El ambiente

Los monasterios cartujanos están formados por un claustro, en cuyo centro hay un
extenso patio, y en él ordinariamente el cementerio monacal. Alrededor del claustro
están alineadas las celdas de los monjes, presididas por la Iglesia del monasterio.
Fuera del claustro se hayan los talleres, habitaciones y dependencias.

La celda en que el Cartujo transcurre gran parte de su vida, es una casita de varias
habitaciones, con un pequeño huerto o jardín. Cada celda da al claustro o corredor
por un ventanillo donde el Hermano despensero deja las viandas para la comida.
Siempre que el monje entra en su celda reza un Ave María en la habitación de
entrada. El interior de la celda sirve de oratorio para el rezo de los Oficios divinos y
la oración, de sitio de estudio, de comedor y de alcoba. Tiene también un taller o
galería con banco de carpintero, una leñera y los servicios más indispensables.

Los Hermanos no-sacerdotes, encargados especialmente de los trabajos materiales,


viven más cerca de sus talleres y dependencias, y en celdas más reducidas, pues
gran parte del día están ocupados fuera de ellas.

Cerca del recinto claustral, la portería y sus locales sirven para atender, sumaria y
caritativamente, a huéspedes y familiares.

Todo el monasterio y su claustro de celdas independientes responden al espíritu


peculiar de los Cartujos. Una atmósfera serena de paz y silencio, lejos del tráfago
urbano y del turismo masivo, invita al recogimiento interior y a la oración.

Vida Eremítica

Como el desierto para los antiguos monjes, la soledad es el elemento característico


del Cartujo. Protegido y envuelto por ella escucha la voz del Espíritu, que es luz y
amor, y se prepara para llegar a la intimidad con Cristo y a la unión con Dios. «Nada
tanto como la soledad puede favorecer la suavidad de la salmodia, la aplicación de
la lectura, el fervor de la oración, la profunda meditación y el don de lágrimas.»

En el retiro de la celda el solitario se ocupa la mayor parte del tiempo en obras


espirituales: rezo del Oficio canónico y del Oficio de la Virgen, «lectio divina» o
lectura meditada de la Palabra de Dios, lectura de Santos Padres y autores
espirituales, estudios teológicos, oración. Ocupaciones intercaladas con labores
manuales. Su fin es el descanso mental y el ejercicio físico conveniente para la salud,
servir a la Comunidad con su trabajo y atender mejor al fin de su vocación. El monje
cuida y limpia su celda, cultiva el herto con sus árboles y plantas, y ejecuta pequeños
trabajos de artesanía (carpintería, torno, encuadernación...). Ha de colaborar en las
actividades comunitarias y en la atención espiritual y cultural de sus hermanos. El
Hermano a su vez, con el trabajo abnegado, sostiene la economía, la vida y la

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 129


vocación de los demás, y fiel a su ideal contemplativo se santifica consagrando el
mundo a la gloria del Señor.

Pero esta soledad no excluye la necesaria relación con la propia familia, por carta o
alguna vez de visita.

Espíritu Contemplativo

El carisma de la vocación contemplativa mueve al solitario a unificar toda su vida y


convertirla en oración. «Purificado por la paciencia, robustecido por la meditación de
las Escrituras y penetrando en lo profundo de su corazón mediante la gracia del
Espíritu, puede no sólo servir a Dios, sino unirse a Él».

Fruto inmediato de esta gracia es el despego afectivo de lo creado, la simplicidad de


corazón y una virginidad espiritual en que se realiza un gran misterio, el de Cristo y
la Iglesia, cuyo modelo es María Santísima, misterio oculto en toda alma fiel y que la
soledad revela más hondamente. «Dios concede a sus atletas la ansiada
recompensa por el esfuerzo del combate, la paz que el mundo ignora y el gozo en el
Espíritu Santo», escribía San Bruno a su amigo Raúl.

Pero miembro de la Iglesia, el contemplativo no abandona a sus hermanos.


Segregado de todos, está unido a todos y en nombre de todos ora en presencia del
Dios vivo. En un mundo materializado y hedonista, en plena sociedad de consumo,
es un testimonio elocuente de espiritualidad, un intercesor -con Cristo y unido a Él-
que expía los pecados de todos, un apóstol del puro amor y de la fe en Dios. Su vida
muestra que los bienes celestiales están ya aquí presentes, preludia la resurrección
y en cierto modo anticipa la renovación final.

«El mundo os mira y, acaso sin saberlo, espera mucho de


vuestra vida contemplativa. Vuestro camino es evangélico, en
pos de Cristo. Él exige la donación total en la separación del
mundo, como consecuencia de una elección valiente, que tiene
su origen en la sola llamada de Jesús. Es Él quien os ha
dirigido esta invitación de amistad y de amor a seguirle a la
montaña para quedaros con Él».

Juan Pablo II, 5 octubre 1984

Austeridad y Penitencia

La vocación del religioso, como la de todo cristiano, es lucha contra los propios

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 130


defectos y ejercicio de la virtud. Abarca también una ascética especial, sabiamente
estudiada, según el fin propio de la orden. En la Cartuja todo está regulado por una
tradición venerable: la ausencia de confort y de distracciones que disipan la mente
y debilitan la voluntad, el rigor de la soledad, la pobreza en el ajuar, en el vestido y en
el trato, el corte cotidiano del sueño, el trabajo manual, la penitencia en la comida.
Y todo prueba que la profesión de la vida solitaria es fuente de honda paz, que
purifica e ilumina el espíritu y al mismo cuerpo le da salud y longevidad.

Nunca, ni aún estando enfermos, comen carne; por la mañana no desayunan nada;
de septiembre a abril se contentan, por cena, con una frugalísima colación; y en
Adviento y Cuaresma tampoco toman lacticinios. Un día a la semana, si la salud lo
permite, ayunan a pan y agua. Por lo demás la comida no es escasa, y está bien
preparada. Aunque interrumpen el sueño por varias horas, el tiempo total de
descanso es suficiente, y su lecho, de tablas y paja, con mantas y sábanas de lana,
es austero pero sano.

Esta ascesis moderada produce un equilibrio fuerte y saludable, ordenado a fines


más altos: la pureza de corazón y la búsqueda infatigable de Dios mismo.

Convivencia Monástica

Una parte de vida común viene a perfeccionar y moderar la soledad, evitando sus
posibles peligros. Sirve para asegurar y comprobar el progreso en la renuncia de sí
mismo y en el amor al prójimo, sin el cual no se daría verdadera unión con Dios.
Permite también aceptar jóvenes vocaciones que con la colaboración común lleguen
a hacerse auténticos monjes.

Varias veces al día acuden los monjes a la iglesia para celebrar los Oficios
conventuales, en los que la convivencia monacal alcanza su mejor expresión. La
salmodia y el canto litúrgico, que en la Cartuja conserva el añejo sabor y el sentido
entrañablemente religioso del canto gregoriano, funden la voz y el afecto de cada uno
con los de sus hermanos y los de toda la Iglesia, pues todo el Cuerpo Místico, es
decir, la Cabeza, Cristo, y sus miembros, realiza el culto público íntegro. La liturgia,
cima y fuente de la vida eclesial, es para el Cartujo signo de contemplación y
complemento de la oración solitaria. a su vez la oración en soledad completa el culto
comunitario. Y por la conjunción de ambas «participa del Misterio de Cristo,
crucificado y resucitado».

Todo el año, en el corazón de la noche, el Cartujo se levanta para entonar las


alabanzas del Señor. Resulta impresionante este Oficio nocturno: reunidos todos en
la iglesia, cantando y orando a la vez, recitan himnos, salmos y cantos bíblicos, y
escuchan en profundo recogimiento la lectura de la palabra de Dios y de los Padres
de la Iglesia.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 131


De mañana toman parte en la Eucaristía, rezada, cantada o concelebrada, centro y
alimento de la vida solitaria. El resto del Oficio no cantado en coro, lo recita cada uno
en su celda con un ceremonial semejante. Todo ello forma el sacrificio de labanza
de una Comunidad de eremitas.

Las reuniones capitulares y la administración o gobierno de cada monasterio


suponen una atividad organizada y llevada en común, para bien de todos y de cada
uno.

Completan la convivencia monástica algunos recreos en común, los domingos y


solemnidades, y un paseo semanal y mensual de varias horas fuera del monasterio.
Los monjes disfrutan en ellos de un sobrio descanso, conviven familiarmente y
pueden edificarse mutuamente.

«La Orden Cartujana recibió como herencia de sus fundadores una


vida separada del mundo y unida a Dios, y -ejemplo claro y digno de
todo elogio- la ha conservado intacta y sin mengua a través de los
siglos. A toda la Iglesia importa que mantenga su vitalidad, es decir,
que sus miembros deseosos de dar a Dios lo que se le debe, no
cesen de consagrar todas sus fuerzas en adorarle. Mediante tal
culto, puro y sin menoscabo, la Cartuja aporta al pueblo cristiano
una insigne y manifiesta ayuda, y auxilia a todos los hombres, pues
todos buscan el camino de la vida y necesitan la gracia de Dios. La
contemplación y la constante oración deben ser tenidas por
funciones primordiales, realizadas en beneficio del mundo entero».

Pablo VI, 18 abril 1971

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 132


La jornada cartujana

La distribución está centrada en el horario del Oficio divino. A media noche, en la


iglesia, durante dos o tres horas, toda la Comunidad asiste y participa de los Maitines,
siguiendo las épocas del ciclo litúrgico anual. A continuación, -a primera hora del día-
cantan las Laudes correspondientes. De víspera el Cartujo ha descansado varias
horas, y después de Laudes volverá al lecho a tomar el descanso necesario para
cumplir a satisfacción con una vida austera y reglamentada.

Por la mañana reza Prima, tiene oración, y en la iglesia asiste a Misa, más
participada con el corazón que con los labios, en profundo recogimiento. Los días
festivos la Misa conventual se celebra más solemnemente. Luego se diversifican las
ocupaciones, estudios y trabajos, en las celdas y en los talleres u «obediencias»,
entreverado todo con el rezo de las Horas menores a su tiempo apropiado.

A medio día toma el almuerzo, seguido de un amplio intervalo libre, en la celda. A


primera hora de la tarde vuelve al estudio o al trabajo, hasta las Vísperas, término del
oficio comunitario. Tras una nueva combinación de ocupaciones, toma la frugal cena
o colación, y después de un buen rato de recolección espiritual u oración, las
Completas cierran el día.

Los domingos y fiestas, el Oficio canónico se canta en la iglesia, comen juntos en el


refectorio, y tienen reunión, plática y recreo en común. Los días de paseo, que es
semanal o mensual según el grado mayor o menor de retiro de Padres o Hermanos,
un horario acomodado por la tarde les permite tener varias horas de sano
esparcimiento.

Distribución metódica y prudente, avalada por una larga experiencia, que permite al
solitario alcanzar la meta de su vocación: santificarse en su unión con Dios para bien
propio y de las almas.

Hermanos no-sacerdotes

Padres y Hermanos, sacerdotes y no-sacerdotes, conviven, bajo forma algo diversa,


la misma vocación solitaria y contemplativa. La familia cartujana puede llenar así más
perfectamente su función integral en la Iglesia. Los Hermanos están preferentemente
dedicados a las ocupaciones más indispensables para una Comunidad reducida, o
a labores que requieren cierta especialización técnica.

Además de los ejercicios que practican individualmente, todas las noches participan
del oficio coral. Y los domingos y solemnidades acuden a todos los Oficios
conventuales. Diariamente tienen Misa participada en común, y pueden asistir a la
Misa conventual. Según la preferencia espiritual de cada uno, toman parte en el

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 133


Oficio mediante el rezo vocal, la salmodia, o la oración en silencio.

La formación del Hermano Cartujo es larga y exigente. Después de un tiempo de


probación, él mismo elige entre la vida de Donado, sin votos pero con un compromiso
de religiosa fidelidad; o la de Hermano converso, con profesión perpetua. Además de
la preparación que requiere cada trabajo, cursan un ciclo de estudios apropiados,
inspirados en la Palabra de Dios y la Espiritualidad de la Orden.

Unidos a Jesús en su vida oculta y de trabajo, viven la fe y la caridad, y cooperan


eficazmente a la marcha y al espíritu del monasterio.

Monjas cartujas 11

La Cartuja cuenta también, casi desde sus comienzos como Orden, de rama
femenina, siempre íntimamente ligada a la masculina de la que recibe cuidadoso
apoyo y ayuda espiritual y material. Dos Padres y algunos Hermanos, residiendo en
cada monasterio femenino, atienden a lo espiritual y ayudan en lo temporal,
respectivamente.

La finalidad, el espíritu y los medios empleados son idénticos en ambas ramas. La


soledad, elemento primordial de la observancia cartujana, conserva también entre las
monjas su lugar, aunque acomodado al temperamento femenino.

La liturgia comunitaria de las monjas consiste, lo mismo que la de los monjes, en los
Maitines y Laudes a medianoche, la Misa conventual por la mañana y las Vísperas
por la tarde.

Al igual que los monjes, la rama femenina realiza su vocación también bajo dos
modalidades: monjas de coro y Hermanas (profesas o donadas). Hoy como ayer,
cada una de estas modalidades sigue teniendo su razón de ser. Hay almas, en
efecto, que para ofrecer a Dios el don total de sí mismas sienten la apremiante
necesidad de consagrarse a Él en la mayor soledad posible; otras, en cambio,
sintiendo idéntico deseo de entrega a Dios en la soledad, necesitan que este don de
su vida se encuadre en el marco de una existencia sencilla y laboriosa. Caminos de
Dios ...

Ambas vocaciones se complementan entre sí y confieren al monasterio una


atmósfera de equilibrio y armonía.

Las monjas de coro se encargan, en lo posible, de aquellos trabajos que pueden ser

Tomado de «Los Cartujos, hoy. Una vida para la vida de la Iglesia», por un Cartujo. 2ª edición, Cartuja
11

«Aula Dei», Zaragoza, 1987. Páginas 46-47.


Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 134
realizados en la soledad, mientras que las Hermanas ejecutan los restantes trabajos
de la casa. Los Hermanos se ocupan, generalmente, de los trabajos de la huerta,
fuera de la clausura.

Por un antiquísimo privilegio, las hijas de San Bruno profesas solemnes reciben de
manos del Obispo diocesano, la consagración virginal, expresiva ceremonia que
simboliza la unión de la religiosa con Cristo, su celestial Esposo.

Siguiendo la tendencia postconciliar dentro de la Cartuja, las monjas de Benifaçá


habitan celdas con su jardincito individual, a modo de las de los Padres.

Tienen todas las semanas una recreación-paseo en común, que comprende una
hora de trabajo en común y dos horas de paseo por la amplia extensión de la
clausura.

En general, las distintas Casas tienen amplio margen para acomodar a las
necesidades personales los tiempos de recreación en común. La tendencia moderna
es acomodarse lo más posible al régimen de los monjes, es decir, al que vivió San
Bruno.

Las etapas de desarrollo de la vocación femenina coinciden casi totalmente con las
de la rama masculina.

«Aceptad el desafío del mundo contemporáneo y del mundo


de siempre, viviendo más radicalmente que nunca el misterio
mismo de vuestra condición absolutamente original, que es
locura a los ojos del mundo y sabiduría en el Espíritu Santo:
el amor exclusivo al Señor y en Él a todos vuestros hermanos
los hombres».

(Juan Pablo II a las monjas de clausura: 2-6 1980)

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 135


Condiciones de Ingreso

1.- Sincero deseo de darse totalmente a Dios; inclinación sobrenatural a la soledad,


el silencio y la oración.

2.- Buena salud, sin enfermedades hereditarias o adquiridas, sin neurosis o


perturbaciones psíquicas; buen sueño.

3.- Madurez física y psíquica; temperamento equilibrado, sin excesiva sensibilidad


o imaginación; juicio recto, voluntad firme y dócil; adaptable a la soledad y a la vida
común.

4.- Capacidad mental y física para realizar las obligaciones regulares, los estudios
o los trabajos manuales.

5.- Ausencia de todo impedimento canónico, familiar, económico o de otra clase.

El que aspire al sacerdocio tiene que poseer la instrucción humanística, o


equivalente, para poder cursar los estudios preparatorios de filosofía y teología. Es
preciso cierto conocimiento del latín, pero en caso de insuficiencia se le ayuda a
perfeccionarse. Debe estar ya en los veinte años, sin pasar de los cuarenta y cinco.
Una edad superior, como también el profeso perpetuo de otro Instituto, necesitan una
dispensa expresa extraordinaria.

La vocación -invitación de Jesús a una entrega por amor- se manifiesta por la


inclinación personal y por la posesión de las condiciones requeridas. Cuanto sea más
pura y elevada la motivación, y a la vez más honda, mayor garantía habrá de
responder con éxito a esta predilección divina.

Etapas de formación

La primera es el postulantado. El candidato, que usa sus ropas y efectos


personales, vive en una celda y practica los ejercicios regulares, bajo la dirección del
Maestro de novicios. Experimenta y compulsa así la vida que desea abrazar y sus
propias disposiciones personales.

Después de varios meses, si el voto de la Comunidad le es favorable, pasa al


noviciado. El novicio vive ya enteramente la regla monástica, vestido del hábito
cartujano: túnica blanca de lana, escapulario o cogulla de la misma tela, y lleva una
capa negra en los actos conventuales. En el segundo año comienza a cursar los
estudios de Liturgia, Escritura, Teología y Espiritualidad propios de su vocación
monástica personal. Al terminar el noviciado, si el voto común es positivo, pronuncia
ante el altar la Profesión temporal por tres años.

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 136


Concluido este trienio convive dos años con los monjes profesos, antes de su
definitiva entrega, para una mayor libertad y autodeterminación. Si el voto de la
comunidad le es favorable, hace al fin la profesión solemne que lo incorpora
perpetuamente a la Casa y a la Orden.

La emotiva ceremonia de la Profesión, celebrada en comunión con el sacrificio de


la Eucaristía, es la consagración en cuerpo y alma a Dios. Por ella vive el profeso
plenamente su consagración bautismal, se libera de todo lazo para observar mejor
los consejos evangélicos y dá público testimonio de la nueva vida que nos trajo Cristo
Redentor. El sacerdote cartujo, doblemente consagrado y víctima, se ofrenda a sí
mismo por la Iglesia y por el mundo entero, unido a Cristo Sacerdote.

«Los Institutos destinados por entero a la contemplación, cuyos


miembros se dedican a sólo Dios en la soledad, el silencio, la asidua
oración y la generosa penitencia -por mucho que urja la necesidad
del apostolado activo-, ocupan siempre un lugar preclaro en el
Cuerpo Místico de Cristo, ofrecen al Señor un eximio sacrificio de
alabanza, ilustran al Pueblo de Dios con frutos ubérrimos de
santidad, lo arrastran con su ejemplo y lo dilatan con una misteriosa
fecundidad apostólica. Así son el honor de la Iglesia y torrente de
gracias celestiales».

Concilio Vaticano II, Perfectae Caritatis, n.7

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 137


MAPA DE LAS CARTUJAS EXISTENTES EN LA ACTUALIDAD

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 138


APÉNDICE Nº 1

LAS CARTUJAS ACTUALES EN EL MUNDO

En el actual año 2000 hay un total de 19 Monasterios de Cartujos, con unos 370 monjes,
y 5 Conventos de Cartujas, con unas 75 monjas. Se encuentran situadas en Europa, Estados
Unidos de América y en Hispanoamérica, donde en 1997 fue fundado el último Monasterio
Cartujo, en Argentina.

PAÍS MONJES MONJAS


Grande Chartreuse (Isère) Chartreuse de Nonenque
Chartreuse de Portes (Ain) (Aveyron)
FRANCIA
Chartreuse de Sélignac (Ain) Chartreuse Notre Dame
Chartreuse de Montrieux (Var) (Alpes de Haute Provence)
SUIZA Chartreuse de la Valsainte
Cartuja de Aula Dei (Zaragoza)
Cartuja de Jerez (Cádiz)
Cartuja de Miraflores (Burgos) Cartuja Santa María de
ESPAÑA
Cartoixa de Montalegre Benifaçà (Castellón)
(Barcelona)
Cartuja de Porta Coeli (Valencia)
PORTUGAL Cartuxa de Scala Coeli (Évora)
Certosa de Farneta (LU) Certosa della Trinita(SV)
ITALIA
Certosa de Serra San Bruno (VV) Certosa de Vedana (BL)
GRAN St Hugh's Charterhouse
BRETAÑA (Parkminster)
ALEMANIA Kartause Marienau
ESLOVENIA Kartuzija Pleterje
Ch. of the Transfiguration
EE.UU (USA)
(Vermont)
BRASIL Mosteiro N.S. Medianeira (RS)
ARGENTINA San José (Deán Funes)

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 139


APÉNDICE Nº 2
BREVE HISTORIA DE LAS CARTUJAS ESPAÑOLAS EXISTENTES EN LA
ACTUALIDAD Y SUS DIRECCIONES

PORTA COELI

Fundada en 1272. A 31 Kms. de Valencia y otros tantos del mar. Suprimida en la exclaustración
general de 1835. Restaurada a la vida cartujana en 1943.
-Dirección postal: Cartuja de Porta Coeli. 46117 Bétera. Valencia. Tel. 961600111

MONTALEGRE

Comienza en 1463. Queda suprimida en la exclaustración de 1835. Recuperada por la Orden


en 1867 y restablecida la vida comunitaria en 1901. Se halla a 12 Kms. en linea recta de
Barcelona (17 por carretera), a 5 de Badalona y muy cerca de Tiana. Tel. 933951802
Fax (93) 395 02 82
-Distrito postal: Cartuja de Montalegre. 08391 Tiana. Barcelona.

MIRAFLORES

Fundada en 1442. A 3 Kms. de Burgos. En la exclaustración de 1835 consiguió mantener una


pequeña comunidad para conservación del edificio. Esto permitió que no se extinguiera por
completo la vida cartujana en España. En 1880 fue repoblada por monjes españoles residentes
en Francia. Todo el monasterio es monumento nacional.
-Distrito postal: Cartuja de Miraflores. Apartado 43. 08080 Burgos. 947268799
Fax (947) 27 28 54

JEREZ DE LA FRONTERA

A orillas del río Guadalete, a 4 Kms. de Jerez y unos 15 del mar. Nace a la vida cartujana en
1476 con cartujos de Las Cuevas (Sevilla). Suprimida en 1835, fue restaurada y habitada de
nuevo por los monjes blancos en 1948. Es monumento nacional.
-Distrito postal: Cartuja de Ntra. Sra. de la Defensión. Apartado 229. 11406 Jerez de la Frontera
(Cádiz). Tel. y Fax 956156464

AULA DEI

Fundada en.1563, a orillas del río Gállego y a 12 Kms. de Zaragoza. Suprimida en 1835, fue
recuperada por la Orden y repoblada en 1901. Declarada en 1985 monumento histórico nacional.
-Distrito postal: Cartuja de Aula Dei. 50192 Zaragoza. Tel. 976154211 Fax (976) 45 10 11

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 140


CARTUJA DE MONJAS DE BENIFAÇÁ

Esta única fundación de hijas de san Bruno en España se abrió a la vida conventual en 1967, en
un antiguo convento de Cistercienses debidamente restaurado. Había sido declarado monumento
nacional en 1931. Se halla en las cercanías de Puebla de Benifasar (provincia de Castellón de la
Plana).
-Distrito postal: Cartuja de Sta. María de Benifaçá. 12599 Puebla de Benifasar. (Castellón). Tel.
y Fax 977729011

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 141


APÉNDICE Nº 3

LOS CARTUJOS EN LA RED INTERNET


DIRECCIONES WEB DE INTERÉS

Los cartujos se han abierto su sitio en la red internet a través de una serie de páginas webs, en
varios idiomas, en las que podemos obtener todo tipo de información sobre su vida, historia,
Monasterios, Estatutos, bibliografías diversas, informaciones prácticas, emails, fotografías y videos
del interior de algunas cartujas, enlaces wbes de interés, liturgias, etc.

A continuación citamos algunas de estas direcciones webs cartujanas y otras de interés general
católico:

Página oficial de la Orden Cartuja: http://www.chartreux.org

Páginas de fotos de La Grande Chartreuse, Chartreuse de Portes, Chartreuse de Sélignac,


Chartreuse de Montrieux, Chartreuse Notre-Dame, Cartuja de Aula Dei, Cartuja de Santa María
de la Defensión, y Certosa della Trinità: http://www.chartreux.org/fr/cadre.html

St Hugh's Charterhouse (Parkminster): http://www.parkminster.org.uk

Cartuja de Aula Dei: http://www.auladei.es

La Certosa di Farneta: http://www.net.caen.it/certosini

La Grande Chartreuse: http://www.chez.com/fabul/Chartreux

Otras páginas: http://www.angelfire.com/pq/cartujavirtual/Vovicar.html


http://www.esglesia.org/cartujos.htm

Los Cartujos hoy, una vida para la Iglesia: http://www.chartreux.org/esp/hoy.htm

Enlaces eclesiales: http://www.esglesia.org

Santos, beatos, venerables...: http://www.esglesia.org/santos.htm

Para cualquier tipo de cuestiones históricas y científicas se pueden dirigir a: Centre de


Recherches Cartusiennes, Musée, 30130 Pont-Saint-Esprit. FRANCIA y a los emails
Contact@chartreux.org y gc@chartreux.org

- LAUS DEO, VIRGINIQUE MATRI -

Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 142


ÍNDICE

Prólogo..................................................................................................................... 6
Beato Ayraldo, 3 de enero......................................................................................... 11
Beato Odón, 14 de enero.......................................................................................... 16
San Hugo de Grenoble, 22 de abril............................................................................ 21
Los Santos Juan, Agustín, Roberto y compañeros, 4 de mayo.................................... 28
Beato Nicolás Albergati, 9 de mayo........................................................................... 40
Beato Juan de España, 26 de junio............................................................................ 46
San Antelmo, 26 de junio.......................................................................................... 51
Beato Bonifacio de Saboya, 14 de julio..................................................................... 57
Beatos Claudio Beguignot y Lázaro Tiersot, 16 de julio........................................... 60
Beato Guillermo Horn, 5 de agosto........................................................................... 67
San Esteban de Die, 7 de septiembre......................................................................... 70
San Bruno, 6 de octubre............................................................................................ 75
San Artoldo, 8 de octubre......................................................................................... 88
Beato Landuino, 13 de octubre................................................................................. 93
Santa Rosalina, 20 de octubre................................................................................... 99
San Hugo de Lincoln, 17 de noviembre..................................................................... 106
Beata Beatriz, 25 de noviembre................................................................................. 124
Beato Guillermo de Fenol, 16 de diciembre............................................................... 130
Epílogo: Vocación y vida de los Cartujos.................................................................. 135
Apéndices:
Las Cartujas actuales en el mundo............................................................................ 147
Breve historia de las cartujas españolas existentes en la actualidad y sus
direcciones................................................................................................................ 148
Los cartujos en la red internet. Direcciones web de interés ....................................... 150

Virgen de las Cuevas, por Zurbarán, Museo de Bellas Artes de Sevilla


Santos y Beatos de la Cartuja, por Juan Mayo Escudero. Página 143
J uan Mayo
Escudero, extremeño y
maestro en la ciudad
gaditana de El Puerto de
Santa María, nos es ya
conocido autor en tareas
cartujanas con su libro
sobre el Padre Ramos de
la Peña, 1998; sus
ponencias en los
C o n g r e s o s
Internacionales
Cartujanos de Sevilla
(1998), Valdemosa
( 1 9 9 9 ) , y
Montebenedetto (Italia) y
Aggsbach (Austria) en el
presente año.

En la presente obra, Juan Mayo ha querido salir al


paso de un tal vez excesivo número de publicaciones
sobre temas cartujanos netamente artísticos. Las Bellas
Artes son en verdad valores importantes para el hombre,
pero más aún lo son los ideales que vivieron aquellos
hombres y mujeres que fueron objeto de inspiración para
Ribera, Zurbarán, Le Seur, Carducho, etc. Poco o nada es
lo que los ciudadanos de a pie podemos encontrar en
nuestras librerías sobre dicho tema. Juan Mayo ha
aprovechado la invitación de Juan Pablo II a dar a
conocer a las nuevas generaciones del 2000 las vidas de
los testigos de la Fe para poner en nuestras manos esta
nueva obra, breve y completa a la vez.

En la foto superior, de 1999, aparece Juan en el patio


de honor de la Cartuja inglesa de Sant Hug’s, Parkminster
, Condado de Sussex, en cuya visita a ésta y a la antigua
de Londres el autor recibió el impulso definitivo para
componer este libro.
Mauricio González-Gordon Díez
Presidente de la Asociación de Amigos de la Cartuja de Jerez

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