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sábado, 25 de febrero de 2017

UNIDAD 2: La metafísica como estudio de la realidad

1. Introducción ¿Qué es la metafísica?

Sin andarnos por las ramas, la metafísica (etimológicamente, “más allá de la física”) es la parte de la
Filosofía que estudia el fundamento de la realidad, su ser. El filósofo metafísico, pues, tratará de dar
respuesta a la cuestión de la propia existencia o ser de la realidad, ya sea centrándose en la realidad del
mundo, del hombre o Dios.

Como se puede anticipar, los cuestionamientos propios de la metafísica no son simples ni fáciles de
abordar. Indagar por el fundamento de la realidad es una tarea compleja y abstracta, pero que
encuentra su sentido en la propia naturaleza humana ya que el hombre, desde el principio de los
tiempos, ha pretendido comprender qué es esto de existir, por qué y para qué existimos (si es que la
existencia tiene algún sentido), qué es esto que llamamos realidad… Este tipo de preguntas existenciales
son las que provocaron el nacimiento de la metafísica como disciplina filosófica. De hecho, para autores
como Aristóteles o Descartes, no se tratará de una disciplina cualquiera, sino de aquel “saber primero” que
está en la base de toda filosofía o ciencia posterior. Si todo saber es un saber acerca de lo real y la
metafísica trata de establecer su fundamento, no existe entonces un saber más radical u originario
que el metafísico.

Las preguntas principales de la metafísica son:

1) ¿Por qué existe algo en lugar de nada? Esta es, quizás, la pregunta metafísica definitiva: ¿por
qué existen las cosas? ¿Por qué existimos? ¿La realidad surgió de una “nada originaria” o ha existido
desde siempre? Con estas preguntas se apunta a la idea de que todo lo que existe y lo que sucede ha de
tener una razón de ser que lo explique. Es decir, aquí no nos planteamos “qué es la realidad”, sino “por qué
existe la realidad”. Es la pregunta por el sentido mismo de la existencia.

2) ¿Qué es la realidad? Pregunta que, a priori, se podría contestar con un simple “aquello que
existe”, pero que seguiría sin definir en qué consiste realmente aquello que llamamos “realidad”: ¿La
realidad es una o múltiple? ¿Es aquello que vemos o algo más? ¿Es algo que está fuera de nuestro alcance
conocer en su totalidad? ¿Es la realidad lo externo al sujeto o un concepto creado por el propio sujeto
humano para referirse al universo conocido por él?

3) ¿Existe Dios? Muchos hombres, así como muchos filósofos, encuentran en Dios al fundamento
de la realidad. Dios en estos casos es el principio metafísico por excelencia, pero aunque parezca ofrecer
una respuesta inmediata al problema del fundamento de la realidad, trae consigo muchas incógnitas que no
podemos ignorar: ¿De qué estamos hablando cuando hablamos de Dios? ¿Del Dios de alguna religión en
concreto? ¿Del propio Universo? ¿De un ente o fuerza ajena al Universo, pero que tampoco se identifica
con el Dios de ninguna religión? Y por otro lado ¿Podemos llegar a demostrar racional y definitivamente
la existencia de Dios o es esto algo imposible?

4. ¿Existe el alma humana? Algunos sistemas metafísicos han defendido que, además del mundo
físico y de Dios (en el caso de la existencia de Dios, no todos los filósofos metafísicos están de acuerdo
con su existencia, ya que muchos son ateos), la realidad incluye sustancias espirituales como el alma de las
personas. En estos sistemas filosóficos, el alma es considerada la parte más elevada del ser humano ya que
es donde reside la inteligencia y la voluntad.

En el presente tema nos centraremos en las dos primeras preguntas y, eventualmente,


recurriremos a la tercera. Es decir, que en los siguientes apartados las grandes preguntas a contestar
son ¿Qué es la realidad? y ¿Por qué existe algo en lugar de nada? Pero al introducirnos en las soluciones
que los filósofos han dado a lo largo de la historia para estas cuestiones, veremos cómo resultará
inevitable en muchos casos hablar de Dios, ya que en su creencia o ateísmo han fundamentado muchas
veces su respectiva explicación metafísica. 

El hecho de ignorar la pregunta por el alma humana se debe a que es una cuestión que trataremos
extensamente en el tema dedicado a la antropología filosófica.

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Sea como sea, vamos a tratar de hacer que toda esta complejidad metafísica no sea difícil de comprender
¿Nos ponemos a ello?


2. Unas aclaraciones antes de empezar

Si vamos a hablar de metafísica y a hacer un recorrido histórico por algunas de sus cuestiones
principales, hay un nombre propio que debemos tener muy en cuenta: el de Aristóteles.

A Aristóteles debemos el nombre mismo de “metafísica”. Bueno, a Aristóteles no, sino más bien
al primero que recopiló su obra: Andrónico de Rodas. Resulta que cuando este buen hombre se dispuso
a clasificar y recopilar los textos de Aristóteles en volúmenes, se encontró con una serie de escritos
acerca de una cierta “filosofía primera” que carecían de un título concreto. Como en estos textos se
hablaban de cosas “más allá de la naturaleza/physis”, los colocó después de los ocho libros que
componían la Física aristotélica y les dio el nombre de “metafísica”, que literalmente significa “los que
están después de la Física”. De este modo, el nombre dado por Andrónico a estos volúmenes
aristotélicos simplemente para clasificarlos, resultó idóneo para aquella disciplina filosófica (que trata
de buscar el fundamento de la realidad yendo más allá de lo que percibimos) que conservaría el título de
“metafísica” para siempre.

En esos volúmenes de metafísica, Aristóteles la definía como el “estudio del ser en cuanto ser”,
pero ¿a qué se refería con aquello del “ser en cuanto ser”? Pues al “ser” como aquello más fundamental y
genérico de la realidad. Todo lo que hay en la Naturaleza (physis para los griegos) “es”, es decir, “existe”.
El “ser” es, pues, el principio más general de todos, porque “TODO ES”. Esa mesa, este bolígrafo, tú
mismo, aquel perro, yo… Todos tenemos algo en común, el hecho de “ser”, de estar aquí en esto que
llamamos realidad, el hecho de existir.

Desde este punto de vista el “ser”, como aquello que es común a todo lo que existe, es uno (es
decir, un único principio). Sin embargo, el propio Aristóteles aclarará que “el ser es uno, pero se dice
de muchas maneras”. Y con esta afirmación pretendía dar respuesta a la diversidad real existente, ya que
es cierto que todos los seres existentes (esa mesa, este bolígrafo, tú mismo, aquel perro, yo…) “son”,
pero también es cierto que son de muy distintas formas (es muy distinto ser esa mesa, este bolígrafo, tú,
aquel perro, yo…). A eso se refiere con aquello de que el “ser” es uno (ya que es común a todos los seres),
pero se dice de muchas maneras (ya que existen muchas formas de ser diferentes).
Por si no te ha quedado todo esto claro, voy a tratar de explicártelo por medio del uso mismo de la palabra
“SER” en el lenguaje. Fíjate en lo siguiente:

- Si digo simplemente: “YO SOY”, estoy aludiendo a mi existencia, a mi ser.

- Si por el contrario digo: “YO SOY UN SER HUMANO”, “SOY UN SER MORTAL”, “SOY UN TIPO
REALMENTE ATRACTIVO E INTELIGENTE”, etc. estaría aludiendo a mi forma de ser y no al ser en
general.
Esta distinción es importante para nosotros porque cuando se alude al primer sentido del “ser”,
cuando nos preguntamos por ese “ser” en general, es cuando estamos más inmersos en la cuestión
metafísica más profunda y trascendental: la cuestión de la existencia misma. Cuando hablamos de ese
segundo “ser”, aquel que alude a los modos o formas de ser, nos centramos más bien en la cuestión
de la esencia, porque la esencia de cada ser o sujeto es aquello que le hace ser tal como es,
diferenciándolo de los demás. Poniendo al “yo” de nuevo como ejemplo (que es lo más fácil de
comprender): mi “existencia” es el hecho de ser, de estar aquí en la realidad (común a todos los seres),
mientras que mi “esencia” es aquello que me define como lo que soy, diferenciándome del resto (particular
de cada ser).

Sin salir de la Filosofía griega, que es la primera que veremos, tendremos a Parménides y
Heráclito discutiendo sobre la primera forma de entender el “ser” (como principio general de la
existencia), mientras que ya con Platón y Aristóteles veremos la cuestión en los dos sentidos (como
existencia y como esencia). Con Santo Tomás retomaremos la problemática esencia-existencia y veremos

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que esta es de vital importancia para entender a los existencialistas del siglo XX. Por ello resulta necesario
entender estas distinciones de cara a abordar el resto del tema.

3. Un recorrido por los principales planteamientos metafísicos de la Historia de la Filosofía

a) La pregunta por el ser de la realidad en los presocráticos: Parménides vs Heráclito

Nuestro camino empieza donde casi siempre, con la filosofía presocrática en Grecia. Allá por el
siglo VI a.C., dos de esos presocráticos se van a enzarzar en la primera discusión acerca de la
realidad, su razón de ser y su naturaleza unitaria/estática o múltiple/cambiante. Estos dos filósofos son:
Parménides y Heráclito. Empecemos por Parménides:

Parménides marcó un antes y un después en la historia de la Filosofía al ser el primer autor que
se planteará el problema del origen y naturaleza de la realidad en términos estrictamente lógicos.
Para entender con facilidad el planteamiento de este autor, nos tenemos que hacer a la idea de que
Parménides lo que quiere es dar respuesta a las preguntas: ¿Tuvo la realidad un principio o existe desde
siempre? (pregunta por el origen de la realidad) y ¿Es la realidad tal y como la percibimos o es algo más?
(pregunta por el modo de ser de la realidad) Y como decimos, pretende responder a dichas cuestiones
desde la lógica.

Para hacerlo, Parménides partirá de dos sencillos principios: 1) El ser, es; y 2) El No-ser, no
es. Esta doble idea, que parece de una enorme simpleza, le llevará a extraer todas sus conclusiones
acerca del origen y modo de ser de la realidad:

a) La cuestión del origen de la realidad, a través de los conceptos de “Ser” y “No-ser”, nos deja
el doble planteamiento siguiente: 1) O bien desde el No-ser originario (es decir, desde la nada) surgió el
Ser (lo que existe) y así comenzó la existencia; 2) O bien ha habido Ser desde siempre. Y para nuestro
filósofo presocrático, sólo la segunda opción es lógica y viable, porque ¿Cómo podría haber surgido algo
desde la nada? Si el No-ser, no es (es decir, no existe), no es posible que de esa nada originaria haya
surgido lo real y, por tanto, el Ser “es” desde el principio de los tiempos, es decir, es eterno.

b) La cuestión del modo de ser de la realidad también será contestada desde la dialéctica “Ser /
No-ser” de la siguiente manera: Del mismo modo que del “No-ser” no puede surgir el “Ser” (como hemos
visto justo arriba), Parménides defenderá que del “Ser” no se puede pasar al “No-ser”, es decir, que el
“Ser” es estático e inmutable. El “Ser” no puede cambiar o variar, ya que un cambio o variación
implicaría “dejar de ser” (pasar a “No-ser”) lo que es, para convertirse en otra cosa. Pero si el “Ser” se
caracteriza precisamente por ser, no puede dejar de ser y, por tanto, todo cambio o movimiento es
visto por Parménides como una ficción o ilusión. Si nos fiamos de aquello que percibimos por los
sentidos, la realidad nos parece cambiante y dinámica. Si hacemos caso de la razón, comprenderemos que
el principio de la realidad es el Ser, único, eterno y estático. Parménides introduce así la idea de que
una cosa son las apariencias, lo que percibimos, y otra lo que realmente es, lo verdaderamente real y
que sólo puede ser captado por la razón.

En contra de Parménides, Heráclito defenderá que la realidad está sometida a un constante


cambio, un continuo devenir en el que los opuestos se enfrentan entre sí. Existe el frío porque existe el
calor, la sequedad por la humedad, el día por la noche… Si uno de los dos contrarios dejase de existir, el
otro también se extinguiría (piénsalo un segundo mediante este ejemplo: ¿acaso sentirías frío o calor si
no experimentases la sensación contraria?) y para Heráclito es un hecho que los contrarios se enfrentan
constantemente en la realidad, imponiéndose parcialmente unos sobre los otros (vemos como al día le
sucede la noche, a la lluvia el periodo de sequía, al calor veraniego el frío otoñal…). El ser de la realidad,
por tanto, es para Herálcito múltiple, dinámico y cambiante. Es verdad que para él existía un orden
racional bajo todo este cambio, pero lo verdaderamente importante para nosotros ahora es apreciar cómo
las concepciones metafísicas de la realidad de Parménides y Heráclito son radicalmente opuestas: mientras

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que para el primero (Parménides) la verdadera realidad es el Ser, que se caracteriza por su carácter fijo y
estático, para el segundo (Heráclito), la realidad es en esencia dinámica y cambiante.

Platón conjugará después ambas teorías con su teoría dualista de la realidad ¿Que qué significa eso
de “dualista”? Ahora lo comprenderás. 


b) El dualismo platónico

Platón concibió que no existe una, sino dos realidades diferenciadas, y, por ello, hablamos de
una teoría metafísica dualista. Pero ¿por qué creerá Platón que existen dos realidades en lugar de una?
Desarrollemos la idea:

Platón fue discípulo de Sócrates y, en una grandísima medida, su filosofía es herencia de la de su


maestro. Sócrates defendía que la filosofía es una actividad enfocada a sacar al hombre de su
ignorancia inicial, es decir, a hacernos comprender que más allá de nuestras simples opiniones se
esconde la verdad universal que todos podríamos alcanzar con el correcto uso de la razón. Tenemos una
opinión sobre lo que es la “justicia”, la “verdad”, el “amor”, etc. y nuestras opiniones dependen de
nuestras vivencias, de nuestra educación, de otras influencias… y difieren de unas personas a otras. Sin
embargo, si podemos manejar dichos conceptos (justicia, verdad, amor, belleza, etc.), es porque estos
deben de existir, como existe todo aquello que nombramos. Por tanto, sometiendo nuestras opiniones a
análisis (esto es, filosofando), podremos superarlas llegando a lo que Sócrates nombraba como
“definiciones universales”, es decir, definiciones verdaderas o definitivas válidas para todos.

Platón estará totalmente de acuerdo con la necesidad de ir más allá de las opiniones para
alcanzar el verdadero conocimiento. Pero se planteará la siguiente cuestión: ¿por qué resulta tan difícil
acceder a dicho conocimiento verdadero? Es decir ¿por qué los hombres tienen opiniones inexactas y
les resulta tan difícil acceder a la verdad sobre cualquier asunto? Y la respuesta, con su Teoría de las
Ideas, implicará un nuevo y sorprendente planteamiento metafísico: el conocimiento verdadero que se
nos escapa (eso que Sócrates llamaba “definiciones universales”) reside en un mundo distinto al que
percibimos con nuestros sentidos. Expliquemos esto:

Este mundo, el que percibimos con los sentidos (nuestra realidad material), es el Mundo
sensible. Dicho mundo se identifica con la realidad tal y como la concebía Heráclito, es decir, es un
mundo cambiante, en constante devenir, dinámico… Pero la esencia de esta realidad física o sensible
se encuentra en un mundo o realidad más elevado que este: el Mundo Inteligible o de las Ideas. Esta
realidad encaja con la visión metafísica de Parménides: las Ideas son perfectas, eternas, inmutables (es
decir, no cambian). Estas Ideas se identificarían con las “definiciones universales” de Sócrates, pero Platón
dará un paso adelante con respecto a su maestro al darle EXISTENCIA a dichas esencias de la realidad. En
Sócrates no hay teoría metafísica, en Platón sí.

La cuestión es entender por qué Platón habla de dos realidades separadas cuando habla de
"Ideas" y "cosas" (aunque las segundas, las "cosas", existan gracias a las primeras). Creo que a través de
un ejemplo entenderemos bien el por qué de esta separación. Centrémonos, por ejemplo, en la Idea de
Belleza. Podríamos decir que una persona es bella, pero sabemos que dicha persona acabará envejeciendo
e irá dejando de “participar” irremediablemente, a medida que pasen los años, de ese concepto de belleza.
En cambio, el concepto mismo de belleza no cambiará porque una persona bella haya dejado de serlo. Es
decir, mientras que la belleza particular (de una mujer, un objeto, un acto...) acaba degenerando y
corrompiéndose, la Idea de Belleza jamás degenera. La Idea de Belleza no se vuelve "fea", mientras que
las cosas bellas si lo hacen. Así pues, las Ideas, al no cambiar, corromperse, degenerar… “son” para
siempre, mientras que las cosas “dejan de ser”. La conclusión para Platón es clara: el Mundo
Inteligible es superior y, dada su eternidad, es a partir del cual surge el sensible, que sí es temporal,
engendrado, corruptible…

c) La teoría de la realidad aristotélica

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Aristóteles también desarrollará una teoría dualista, como su maestro Platón, pero de un modo
radicalmente distinto. Aristóteles negará la existencia de dos realidades y su explicación metafísica se
centrará en explicar el ser de la realidad física, la naturaleza, aunque bien es cierto que para ello
recurrirá de nuevo al dualismo, como ya hemos apuntado.

La teoría aristotélica de la realidad es el “Hilemorfismo”. Esta teoría sostiene que todos los
seres naturales están compuestos de dos elementos: materia (hyle) y forma (morphé):

1) La forma es la esencia universal que está en las cosas de una misma especie. 


2) La materia es el elemento que recibe la forma y donde residen sus características
individuales. Es decir, es la que hace que una cosa se distinga de otras que pertenecen a la misma
especie.

El individuo concreto, al que Aristóteles llamará “sustancia”, es la unión de materia y forma,


principios que no pueden existir de forma independiente en la realidad. Según Aristóteles, mediante
los sentidos captamos la sustancia o sujeto concreto, pero sólo mediante la razón podremos captar la
forma o esencia universal dicha sustancia.

Pongamos un ejemplo concreto para entender todo esto: Pensemos en la mesa que tenemos
delante. Esta mesa será nuestra “sustancia” (sujeto) en el ejemplo. Dicha mesa es un compuesto de materia
y forma. La materia que la conforma es lo que la diferencia de cualquier otra mesa del mundo, porque es
donde se concretan sus características individuales. La forma, en cambio, sería esa esencia universal que
comparten todas las mesas del mundo, es decir, aquello que hace que una mesa sea lo que es ¿Y qué es lo
que hace que una mesa sea lo que es? Pues aquello que es común a toda mesa, es decir, el ser “un objeto
que sirve para apoyar cosas, escribir, jugar y otros usos”.

Platón separaba la esencia de las cosas, las Ideas, dándoles una existencia a parte de estas.
Como vemos, Aristóteles no concebirá que la esencia (a la que llama forma) exista de forma separada de
los individuos. La esencia o idea de “mesa”, siguiendo el ejemplo, no existe de forma independiente de las
mesas reales que existen en el mundo, porque para Aristóteles no existe otra realidad más allá de esta
en la que habitamos físicamente.

d) Dios como fundamento de la realidad: una postura medieval (Santo Tomás) y su respuesta
contemporánea (Bertrand Russell)

1. Santo Tomás de Aquino

Sólo tienes que echar un vistazo a la tabla con las diferentes etapas de la Historia de la Filosofía
que trabajamos en el tema 1 para localizar a Santo Tomás en la segunda columna. Mira un poco más arriba
ahora y recuerda cuál era una de las preguntas principales de la Filosofía medieval: “La pregunta acerca de
Dios como principio y fundamento de la realidad”. Es decir, Dios en el pensamiento medieval es el
principio metafísico por antonomasia, el SER desde el que se fundamenta el ser de las cosas.

Santo Tomás de Aquino, debido a su radical influencia aristotélica (recordemos que su filosofía
es una síntesis de pensamiento aristotélico y fe cristiana), no llegará a Dios de forma directa, sino a
través del conocimiento del mundo. Acabamos de ver cómo Aristóteles defendía que para llegar a la
esencia de lo real, tenemos que partir de los seres concretos que existen en la realidad (podemos captar
la esencia de “mesa” a partir del conocimiento de las mesas particulares que existen). Siendo Dios el ser
más esencial y universal de todos, no podremos llegar a él de forma directa (el ser humano no puede
conocer a Dios directamente), sino a partir de preguntas sobre la realidad natural/física, es decir,
preguntas como: ¿Cómo ha llegado a existir el Universo? ¿Por qué estoy aquí? Es decir, que es a través de
preguntas metafísicas como podremos llegar a Dios. Y esto es así porque solo partiendo de la realidad
natural, NO se puede explicar el origen y existencia de dicha realidad. Para Santo Tomás, tal cosa
sólo será posible a través de Dios. Expliquemos esto:

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Santo Tomás distinguirá claramente entre esencia y existencia: a) La esencia de algo es
“aquello que hace que algo sea lo que es”. Por ejemplo, Aristóteles definía al hombre como “animal
racional”. Así la esencia del hombre sería la de poseer estas dos notas básicas, a saber, la de ser “animal” y
ser “racional”; y b) La existencia, que sería “el acto de ser o existir”. En el caso de los seres reales
(seres físicos), la existencia no depende de su esencia, sino de una existencia anterior que la haya
posibilitado. Dicho de otro modo: “en la esencia de ningún ser natural está incluida su propia existencia”.
Expliquemos esto:

Todo lo que existe en la naturaleza es contingente. Contingente significa “posible” (algo que
puede suceder o no) y todos los seres naturales son meramente “posibles” porque, para llegar a existir,
han dependido de algún ser anterior. Mi existencia depende de la existencia de mis padres, la de mis
padres de los “padres de mis padres” y así sucesivamente con todo lo que existe en la realidad. No hay
ningún ser en la naturaleza que exista por sí mismo, que se haya creado a sí mismo y, por ello,
podemos afirmar lo que decíamos antes: Ningún ser existe en virtud de sí mismo, en virtud de su
propia esencia. La esencia es aquello que me pertenece por naturaleza, aquello que me constituye para ser
como soy, pero la existencia no me pertenece del mismo modo, sino que depende de una existencia
anterior (como ya hemos argumentado).

Ahora bien ¿Podríamos afirmar que no existe ningún ser que exista por sí mismo? Para
Santo Tomás, la respuesta es NO. Porque si no existiese un SER NECESARIO, siendo necesario lo
contrario de contingente o posible, el resto de seres contingentes jamás habrían podido existir.
Piénsalo: ¿De dónde habría surgido el primer ser contingente que habría engendrado al siguiente y este al
siguiente y así sucesivamente? ¿De otro ser contingente? Entonces seguiríamos haciéndonos la misma
pregunta, porque ese nuevo ser contingente sólo podría encontrar la razón de su existencia en un ser
anterior y así sucesivamente. Si en esta cadena de seres existentes contingentes pudiésemos retroceder
hasta el infinito, entonces la cadena no habría tenido un comienzo y nunca se habría dado paso a la
existencia. Es un hecho que la cadena tuvo que empezar en algún momento, ya que estamos aquí y la
realidad natural existe, por lo que debe existir un “Ser necesario”. Este Ser debe ser sobrenatural,
porque ya hemos acordado que la naturaleza es, por definición, contingente, y al ser necesario SÍ existe en
virtud de sí mismo. Ese ser es lo que llamamos Dios.

∞ ... 
 ABUELOS (seres contingentes) PADRES (seres contingentes) YO (ser contingente)

DIOS    
(Ser necesario)
En Dios, esencia y existencia coinciden, porque Dios no depende de ningún ser anterior para
existir. ÉL existe desde siempre, es eterno (a diferencia del resto de seres), y por ello es el único que
pudo crear al resto de existentes que conforman la realidad.

2. Bertrand Russell

Los argumentos de Santo Tomás que acabamos de estudiar, fueron desarrollados en el siglo
XIII, pero no por ello dejan de tener vigencia hoy en día. El filósofo y lógico Bertrand Russell, desde
una posición agnóstica (es decir, que sostiene la imposibilidad de demostrar racionalmente la existencia o
inexistencia de Dios), debatió en un programa de radio en 1948 acerca del problema de la existencia de
Dios y la posibilidad de que este fuese el fundamento de toda la realidad, con el también filósofo Frederick
Copleston, que sí partía de la convicción de que Dios existe y es el creador de todo lo real. Copleston
recurriría al principal argumento de Santo Tomás (el llamado “argumento cosmológico”, que es el que
acabamos de ver en el apartado anterior a partir de las ideas de contingencia y necesidad) varias veces en
dicha discusión filosófica, mientras que Russell lo rechazaba. Vemos así que las ideas de Santo Tomás
pueden ser usadas en un debate metafísico-teológico actual, pero ¿cuáles son los argumentos de Russell
para rechazar la teoría tomista? Principalmente y para no extendernos mucho, estos argumentos serán
dos:

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1) En primer lugar, para Russell el argumento tomista carece de sentido puesto que llega a Dios
a partir de la idea de que “todo tiene una causa” y, sin embargo, luego se acepta sin más que Dios es
un ser que no necesita de una causa anterior para existir. Es decir, si el problema desde la perspectiva
de Santo Tomás es que no podemos afirmar que el Universo existe sin más, por sí mismo ¿Por qué
podemos dar ese salto de fe cuando se trata de Dios y de Él sí que se puede afirmar que existe sin una
causa anterior que lo haya creado? Para Russell, esto carece de sentido. Si podemos afirmar que Dios
existe sin la necesidad de recurrir a una causa anterior, se podría afirmar lo mismo de la propia
realidad o Universo.

2) Hay otro error, a juicio de Russell, en el planteamiento de Santo Tomás. La idea del autor
medieval es la siguiente: Como todos los seres naturales necesitan de un ser anterior para existir, entonces
la Naturaleza no puede existir por sí misma y necesita a un creador: Dios. Pues bien, aquí Russell
sostendrá que el argumento tomista da un salto lógico incorrecto al equiparar a los seres naturales con la
propia Naturaleza. Para Russell, del hecho de que los seres naturales necesiten de un ser anterior
para existir, no se puede concluir que la Naturaleza en sí o el Universo tengan esa misma necesidad.
Cuando hablamos de la Naturaleza o del Universo o de la realidad incluso, hablamos de conceptos que
representan a la totalidad de lo que existe y no de un ser concreto. Que cada ser concreto sea contingente
y necesite de un ser anterior para existir es una cosa que no conlleva que el Universo/Naturaleza/
realidad también lo sea. 

Para explicar esta idea yo siempre recurro al ejemplo del vaso de cristal lleno de agua. En nuestro ejemplo,
el vaso de cristal (continente) será el Universo y el agua (contenido) todos los seres que conforman el
Universo. Si yo te dijese ahora que puesto que todo lo que contiene el vaso es agua líquida, entonces el
vaso mismo debe ser agua líquida, tú seguramente me dirías que no soy demasiado inteligente, porque
resulta evidente que el vaso es de cristal y no de agua. Pues esto es lo que ocurre con el razonamiento de
Santo Tomás cuando afirma que dado que todos los seres naturales son contingentes, la realidad misma
también lo es. La realidad, que es el contexto donde todo existe, no tiene porque ser contingente como
los seres que contiene.

e) Nietzsche: el fin de toda realidad trascendente

El pensador alemán Friedrich Nietzsche (segunda mitad del siglo XIX) persiguió un objetivo
filosófico claro y definido: devolverle todo su valor a la vida en su sentido más terrenal y físico, como
única realidad existente. Según él, la tradición metafísica y la religión judeocristiana se habían
encargado de crear lo que él consideraba “falsos ídolos” (ya sea Dios, el mundo de las Ideas platónico,
el paraíso…) que la humanidad ha venido adorando desde hace siglos, provocando con ello la
degradación del mundo físico, el desprecio a la vida y el rechazo de todo lo corporal y pasional, en
favor de un supuesto mundo o realidad mejor. Para Nietzsche, este desprecio hacia la única realidad
verdaderamente real (esta, la física, la del mundo terrenal) es la causa de la decadencia de una cultura
occidental que ha convertido al hombre en un ser débil e incapaz de gobernar su vida, un ser que necesita
creer en algo más que su propia existencia para darle sentido a la misma. Pero vayamos al fundamento
de esto y hagámoslo abordando los dos tipos de argumentos que utiliza Nietzsche para afirmar que
no existe más realidad que esta, más mundo que este en el que habitamos:

1) Argumentos contra la metafísica occidental: Nietzsche defendió un radical irracionalismo, porque


concebía la realidad como caótica, cambiante, azarosa, irregular... y, por tanto, la razón humana no
puede llegar a comprenderla. Así, cuando los filósofos han tratado de encontrar una respuesta
definitiva acerca de qué es la realidad, lo que han tratado es de definirla mediante lo que consideraban
que eran los conceptos más adecuados. El problema, para Nietzsche, estriba en que la realidad no se
puede atrapar en “conceptos”, porque estos son estáticos y universales, y la realidad es todo lo
contrario, es dinámica y particular. Por ejemplo, imaginemos que alguien afirma lo siguiente: “Antonio
y María se aman”. A priori, podría parecernos que tal afirmación puede reflejar lo que uno siente por el
otro, pero ¿realmente es así? Es decir ¿Podríamos con tan solo un concepto como el de “amor” llegar a
entender ese sentimiento tan vivo y complejo que dos personas pueden sentir la una por la otra? Para
Nietzsche la respuesta es no. Los conceptos son universales y estáticos, mientras que la realidad es
particular y dinámica. Siguiendo el ejemplo, el “amor” no es lo mismo para todos los seres ni es un
sentimiento estático que no cambie con el tiempo, sino todo lo contrario, es un sentimiento particular

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(distinto para cada individuo, distinto en cada relación...) y que cambia en el tiempo (yendo a más,
muriendo en algún punto...). De esta forma, los filósofos, al tratar de encontrar los conceptos
adecuados para definir la realidad, acaban alejándose de esta ya que la realidad (por su propia
naturaleza cambiante y dinámica) es imposible de definir racionalmente. La metafísica se convierte así
en un sinsentido. Por culpa de esa búsqueda de la verdad universal y definitiva, llegaron filósofos
como Parménides al Ser o Platón a su Mundo de las Ideas (por ejemplo). Esas supuestas realidades
trascendentales, más verdaderas y elevadas que la realidad física, no son más que mentiras para
Nietzsche, “falsos ídolos” que hay que derrocar para devolverle a la única realidad existente (el
mundo terrenal) su valor absoluto. No hay más mundo que este, no hay más vida que esta.

2) Argumentos contra la tradición judeocristiana: No sólo los filósofos crearon “falsos ídolos”,
también la religión lo hizo, según Nietzsche, y de un modo aún más peligroso que aquellos. Los
argumentos en este sentido son mucho más fáciles de comprender: el hombre cree en Dios y en una
existencia posterior y mejor que la de esta vida terrenal, por el miedo a la muerte y el sufrimiento.
Sólo hay que pensar en qué consiste el más allá o paraíso para la religión judeocristiana y rápidamente
veremos que este consiste en una idealización de nuestra propia vida. En el paraíso quedan
desterradas todas aquellas cosas a las que el ser humano teme: la mortalidad, el dolor, el sufrimiento, la
tristeza... Es el miedo a que todo se acabe, a que no haya un sentido para nuestra existencia, lo que
lleva al hombre, según este filósofo alemán, a inventarse otras realidades y un ser superior como
Dios, que garantice mi seguridad y me proteja de la muerte y el dolor. Pero desear que haya algo
más que la vida, pensará Nietzsche, no es suficiente para que exista otra vida distinta a esta. Sea como
sea, aquí de nuevo la conclusión es la misma: No hay más mundo que este, no hay más vida que esta.

f) Heidegger: ser y tiempo

En su obra “Ser y tiempo”, el pensador Martin Heidegger afirmará que la pregunta por el ser
propia de la metafísica, es la pregunta que se hace un ente concreto y determinado: el ser humano.
Para Heidegger, el ser humano será el punto de partida en la pregunta por el ser de la realidad, ya que él es
el que dota de sentido a dicha pregunta. No hay ningún otro ser en la realidad que se cuestione la
existencia o que sea consciente de la misma. Preguntar por el ser es, pues, algo estrictamente humano.

Ahora bien, como buen existencialista que es, Heidegger entenderá que la existencia es previa a
la esencia en el caso del hombre, ya que primero existimos y después definimos nuestra esencia con
nuestras elecciones vitales. El existencialista Sartre también trató esta cuestión en los mismos términos y,
en realidad, no es difícil de comprender. Piensa en cualquier otro ser que no sea el hombre: un perro, esta
mesa, aquella montaña... En todos ellos, su esencia, aquello que determina lo que son, es algo que
conocemos de antemano, algo que viene determinado desde antes mismo de existir. Sus naturalezas son,
por así decirlo, cerradas. En el caso del ser humano esta relación esencia-existencia se invierte, porque
¿Acaso podemos saber cómo será una persona desde el momento que nace? ¿Podemos saber si será
inteligente o no? ¿Si será el próximo presidente del gobierno o el panadero de mi barrio? Claramente no.
El ser humano primero se encuentra aquí, existiendo, “arrojado al mundo”, y en el transcurso de su
vida se va definiendo en función de sus acciones y elecciones. La esencia de cada ser humano, es
decir, aquello que hace que cada uno seamos quien somos, se define en el transcurso de nuestra propia
existencia y no antes. Esta idea implica que el hombre “realiza su ser” al ocuparse de su propia vida.
Esta realización de su ser la lleva a cabo no en solitario, sino en un trato constante con el mundo y el
resto de entes que lo componen. Por eso mismo al ser humano, llamado por Heidegger el
“Dasein” (ser-ahí), le es necesario comprender el mundo y las cosas para poder emprender su
proyecto vital.

Esta idea de “proyecto vital” es importante en Heidegger, porque como ya hemos apuntado, la
existencia para este filósofo es un “quehacer” constante. El ser humano tiene la obligación de
constituirse, de elegirse a sí mismo, y en eso consiste su proyecto vital. Ahora bien, dicho proyecto está
irremediablemente sujeto a un concepto: el de temporalidad. El ser humano es consciente de su ser,
como venimos apuntando desde el principio, pero esa misma consciencia le lleva al conocimiento
inevitable de su propio fin: la muerte. También en esto el ser humano es exclusivo. Ningún otro ser tiene
consciencia de su finitud y, por ello, nuestro proyecto vital está condicionado por esa consciencia y ser
plenamente conscientes de ello es, según Heidegger, llevar una existencia auténtica. El ser propio del

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sábado, 25 de febrero de 2017
ser humano es el “ser-para-la-muerte”. Por mucho que la cotidianeidad y el día a día parezcan tapar ese
hecho inevitable, nunca lo conseguirá del todo. El ser humano no puede escapar de esa consciencia de
la muerte y sabe que ese es el fin de su existencia, y cuanto más dirija su proyecto vital teniendo
presente su propia muerte, más auténtica será su existencia. Aquel que en la cotidianeidad pierde el
sentido de su temporalidad, de su finitud, pierde de vista el verdadero sentido de su existencia. El hombre
no es más que lo que ha vivido (pasado), vive (presente) y vivirá (futuro) hasta el momento de dejar de
existir. El ser humano es, pues, temporalidad.

Ahora bien ¿respondió Heidegger a la cuestión del ser en general con esta teoría? Realmente
no, aunque sí que anunció una segunda parte de “Ser y tiempo” que nunca publicó y en la que debería
haber mostrado que el ser mismo (el ser común a todas las cosas existentes) y no solo el ser humano, es
temporal.

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