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TEMA 25: MARIOLOGÍA


EPÍGRAFES
1. María en el misterio de Jesucristo
2. María figura-tipo de la Iglesia
3. Claves esenciales sobre la Virgen María en el Nuevo Testamento: Madre de Cristo, discípula del Señor, Madre
de la Iglesia
4. Dogmas marianos: significado y sentido histórico-salvífico
5. Enseñanza del Concilio Vaticano II sobre el lugar de María en la historia de la salvación
DESARROLLO
25.1. MARÍA EN EL MISTERIO DE JESUCRISTO.- El misterio de María es el misterio de
Cristo. La Anunciación a María inaugura "la plenitud de los tiempos"(Ga 4, 4), es decir, el
cumplimiento de las promesas y de los preparativos. María es invitada a concebir a aquel en quien
habitará "corporalmente la plenitud de la divinidad" (Col 2, 9). La respuesta divina a su "¿cómo
será esto, puesto que no conozco varón?" (Lc 1, 34) se dio mediante el poder del Espíritu: "El
Espíritu Santo vendrá sobre ti" (Lc 1, 35).
La misión del Espíritu Santo está siempre unida y ordenada a la del Hijo (cf. Jn 16, 14-15). El
Espíritu Santo fue enviado para santificar el seno de la Virgen María y fecundarla por obra divina,
él que es "el Señor que da la vida", haciendo que ella conciba al Hijo eterno del Padre en una
humanidad tomada de la suya.
El Hijo único del Padre, al ser concebido como hombre en el seno de la Virgen María es "Cristo",
es decir, el ungido por el Espíritu Santo (cf. Mt 1, 20; Lc 1, 35), desde el principio de su existencia
humana, aunque su manifestación no tuviera lugar sino progresivamente: a los pastores (cf. Lc 2,8-
20), a los magos (cf. Mt 2, 1-12), a Juan Bautista (cf. Jn 1, 31-34), a los discípulos (cf. Jn 2, 11). Por
tanto, toda la vida de Jesucristo manifestará "cómo Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder"
(Hch 10, 38).
Lo que la fe católica cree acerca de María se funda en lo que cree acerca de Cristo, pero lo que
enseña sobre María ilumina a su vez la fe en Cristo.
25.2. MARÍA FIGURA-TIPO DE LA IGLESIA.- Por su total adhesión a la voluntad del Padre,
a la obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen María constituye "la
figura" [typus] de la Iglesia (LG 63). El término figura, typus se utiliza para designar los
simbolismos más originales, que se descubren en el lenguaje bíblico para describir o prefigurar cosas que
están por llegar.
Así, al igual que María aprendió de Yahveh a decir: "Hágase", la Iglesia y nosotros, aprendemos de María
y de Jesús a decir también: "hágase". Nuestro modelo está en Cristo y reflejado en María, como una
adhesión plena a la voluntad del Padre.
María se adhirió, durante toda su vida, a la obra redentora de su hijo. La Iglesia también se unirá a
esa obra salvadora de Cristo, mediante la predicación de su palabra y la celebración de sus
sacramentos, sobre todo la Eucaristía.
Por último, María seguirá las mociones del Espíritu Santo, y la Iglesia es santificada, redimida y
guiada continuamente por la tercera Persona de la Santísima Trinidad.
Pero es que, además, la Madre de Dios es tipo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la
unión perfecta con Cristo y en su faceta de madre y virgen, y lo es porque creyendo y obedeciendo,
engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, y sin conocer varón, cubierta con la sombra del
Espíritu Santo, concibió al Hijo del Altísimo. De la misma manera, la Iglesia, contemplando la
profunda santidad e imitando la caridad de María y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se
hace también madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y
el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo
y nacidos de Dios. Y es igualmente virgen, porque guarda pura e íntegramente la fe prometida al
Esposo, y a imitación de la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo, conserva
virginalmente una fe íntegra, una esperanza sólida y una caridad sincera.
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25.3. CLAVES ESENCIALES SOBRE LA VIRGEN MARÍA EN EL NUEVO TESTA-


MENTO: MADRE DE CRISTO, DISCÍPULA DEL SEÑOR, MADRE DE LA IGLESIA
A. Madre de Cristo: "Dios envió a su Hijo" (Ga 4, 4), pero para "formarle un cuerpo" (cf. Hb 10,
5) quiso la libre cooperación de una criatura. Para eso desde toda la eternidad, Dios escogió para ser
la Madre de su Hijo a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a "una virgen
desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María"
(Lc 1, 26-27): «El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba
predestinada a ser la Madre precediera a la Encarnación para que, así como una mujer contribuyó
a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida» (LG 56; cf. 61).
A lo largo de toda la Antigua Alianza, la misión de María fue preparada por la misión de algunas
santas mujeres. Al principio de todo está Eva: a pesar de su desobediencia, recibe la promesa de una
descendencia que será vencedora del Maligno (cf. Gn 3, 15) y la de ser la madre de todos los
vivientes (cf. Gn 3, 20). En virtud de esta promesa, Sara concibe un hijo a pesar de su edad
avanzada (cf. Gn 18, 10-14; 21,1-2). Contra toda expectativa humana, Dios escoge lo que era tenido
por impotente y débil (cf. 1 Co 1, 27) para mostrar la fidelidad a su promesa: Ana, la madre de
Samuel (cf. 1 S 1), Débora, Rut, Judit, y Ester, y muchas otras mujeres. María "sobresale entre los
humildes y los pobres del Señor, que esperan de él con confianza la salvación y la acogen.
Finalmente, con ella, excelsa Hija de Sión, después de la larga espera de la promesa, se cumple el
plazo y se inaugura el nuevo plan de salvación" (LG 55).
B. María, discípula del Señor: Lucas, es el evangelio en que alcanza su máxima expresión la
figura y presencia de María. Ella es modelo del discípulo que ha de recorrer su camino, acogiendo
la salvación y asociándolo al de su Hijo. La memoria pascual que testimonia Lucas está
caracterizada por la fe. María es figura y modelo de la fe de la Iglesia, es protagonista de la Historia
de la salvación y tiene dentro de este evangelio un papel fundamental como discípula del Señor.
María es una discípula, no en el sentido de que acompañara a Jesús durante su ministerio público,
sino en el sentido existencial: alguien que escucha la Palabra de Dios y obra de acuerdo a ella. Así
aparece en la Anunciación, como aquella que escucha y pone en práctica la Palabra de Dios. Lucas
hace de María el personaje central y en esa escena combina dos formas de la narrativa bíblica: el
anuncio de un nacimiento y la vocación de un profeta. Ambos tipos de relato siguen una estructura
literaria parecida. En primer lugar, aparece el saludo el ángel o de un mensajero celestial, a
continuación, viene la reacción de temor por parte del destinatario, a la que sigue una palabra de
ánimo. En tercer lugar, se encuentra el anuncio en sí, que pone de manifiesto las intenciones de
Dios. En un cuarto momento, la persona a la que va dirigido el anuncio pone sus objeciones, y
finalmente, el relato termina con un signo del poder divino que da seguridad a la persona.
Durante la presentación de Jesús en el Templo (Lc 2, 22-40), Simeón se dirige a María y profetiza
lo que va a ser el niño y le anuncia algo misterioso: “una espada te atravesará el alma”. En este
caso, la espada no se interpreta como un dolor o un sufrimiento físico, sino como el discernimiento
del discipulado al que María se verá sometida, la tensión que se produce entre Jesús y su madre y el
juicio de fe que ella tendrá que hacer en el proceso por el que aprende que la obediencia a la Palabra
de Dios trasciende los lazos materno-filiales. Es la lucha interna de María para acoger su propia
vocación lo que Simeón le profetiza.
C. María, madre de la Iglesia: En el Misterio de la Iglesia, a María «Se la reconoce y se la venera
como verdadera Madre de Dios y del Redentor [...] más aún, "es verdaderamente la Madre de los
miembros (de Cristo) porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes,
miembros de aquella cabeza" (LG 53; cf. San Agustín); "María [...], Madre de Cristo, Madre de la
Iglesia" (Pablo VI).
En los Hechos de los Apóstoles aparece María en el momento fundacional de la comunidad
cristiana. Después de la Ascensión de Jesús, los apóstoles regresan a Jerusalén y se reúnen con el
resto de los discípulos (Hch 1, 12-41). El texto habla de un grupo de unas ciento veinte personas
que están reunidas en oración y constante armonía. En ese grupo estaba María, la madre de Jesús
(Hch 1, 14-15). Lucas narra dos escenas consecutivas separadas en el tiempo –transcurren algunos
días– pero con los mismos protagonistas (Hch 2, 1): la primera es la elección del sucesor de Judas
(Matías) y la segunda es la venida del Espíritu Santo. Ahí María no aparece como integrante de
ningún grupo sino como la madre de Jesús., o sea, es miembro de pleno derecho de la Iglesia
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naciente por ser la madre. El Espíritu Santo desciende también sobre ella. Estos datos apuntan el
papel relevante que María tuvo en la primera Iglesia.
La Madre de Jesús es también la madre de su cuerpo, la Iglesia, y su intercesión es ya, desde ese
momento, intercesión maternal sobre todos y cada uno de los discípulos.
25.4. DOGMAS MARIANOS: SIGNIFICADO Y SENTIDO HISTÓRICO-SALVÍFICO.-
A. Maternidad divina: Este dogma fue definido en el Concilio de Éfeso (431), convocado por
Cirilo de Alejandría contra Nestorio, donde se afirmó que la virgen santa María es Madre de Dios
(Theotókos) porque engendra según la carne al Verbo hecho carne. Fue el primer dogma mariano,
tanto en sentido cronológico.
Este dogma tiene dos polos de referencia: uno, Cristo, pues ratifica su condición humana y otro,
María, a la que eleva a la condición de ser la Madre de Dios. La maternidad divina es el medio a
través del cual Cristo lleva a término la salvación de la humanidad. María es el instrumento
humano, por el cual el Verbo se hace hombre y cumple la salvación de la entera humanidad. De este
modo, María se asocia intrínsecamente a la misión salvadora de Jesús.
B. Maternidad virginal o Virginidad perpetua de María: La fe en la concepción virginal está
estrechamente vinculada a la fe en la filiación divina de Jesús. Ya Tertuliano afirmaba que el Hijo de
Dios debía nacer de una virgen porque se necesitaba una nueva semilla espiritual para iniciarse una
nueva forma de nacer. El nuevo nacimiento estuvo prefigurado en la tierra virgen, todavía no
violada por el trabajo ni sembrada, de la cual Dios formó a Adán. Y si así surgió el primer Adán, por
tanto, el último Adán debía nacer también de tierra virgen. Esa virgen, de la que nació Cristo, fue la
contrapropuesta de la virgen Eva. Esta concibió la muerte y tuvo un hijo asesino; aquella concibió
la vida y tuvo un hijo salvador de todos.
La virginidad “in partu”, fue aceptada como doctrina de fe de la Iglesia en el Sínodo de Milán (390)
y en un Sínodo en Roma en el 393. Más tarde rarificada en el II concilio de Constantinopla de 553.
En cuanto a la virginidad de María “post partum” fue aceptada sin demasiadas dificultades,
queriendo ver en María la primicia de la virginidad femenina (Orígenes) y que con el hecho de no
conocer varón que María afirma en la anunciación, se estaba refiriendo a su propósito de guardar la
virginidad (Gregorio de Nisa). También los reformadores afirmaron la virginidad permanente de
María (Lutero).
De la virginidad perpetua de María, tratan el Concilio II Constantinopla (553) y el Sínodo de Letrán
(649), no ecuménico, aunque la definición de la virginidad perpetua se debe al I Concilio de Letrán
(1123) María es virgen antes, durante y después del parto.
C. Inmaculada Concepción: La Iglesia Oriental, ya en el siglo VII instauró la fiesta de la
concepción de la virgen, siendo María celebrada como la “Panaghia”, o sea, la toda santa o
santísima, mujer en la que no hubo rastro de pecado. Esta santidad de María era puesta en relación
con el Espíritu Santo, en el acontecimiento de la Encarnación.
En Occidente, el tema de la santidad de María se abordó precisamente desde la exención de todo
pecado, hasta el pecado original (doctrina que en Oriente no existía). Siempre hubo acuerdo en
aceptar la santidad de María entendida como exención de cualquier pecado personal. El problema
consistía en aceptar que estuviera libre del pecado original. Así, para san Agustín, afirmar que María
estaba exenta del pecado original implicaba negar que hubiera sido redimida por Cristo. Fue
Raimundo Lulio el que con su afirmación de que María, al ser primicia de la nueva creación, no
podía encontrarse en una situación inferior de la de los primeros padres antes del pecado, por lo que
María no pudo estar sometida al pecado original.
El 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX, con la bula Ineffabilis Deus proclamó dogma de fe la
doctrina de la Inmaculada Concepción de María. María fue concebida sin pecado original. Desde el
primer instante de su concepción, fue totalmente preservada de la mancha del pecado original y
permaneció pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida.
D. La Asunción de María a los Cielos: En el siglo VI fue introducida en la Iglesia la fiesta del
Tránsito o Dormición de María, que celebraba en unos caso la muerte de María y en otros la
asunción (sólo del alma o de cuerpo y alma). Para justificar esta creencia eclesial se propusieron
durante los siglos VIII al XIII los llamados “argumentos de conveniencia” que presentaban
afirmaciones estrechamente relacionadas, de manera que ninguna de ellas pudiera ser
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adecuadamente comprendida sin atender a su relación mutua. Por ejemplo: “La madre y el Hijo
están profundamente unidos según la carne. El Hijo es glorificado en su cuerpo, luego, so pena de
romper la unidad de Madre e Hijo, conviene glorificar corporalmente a la madre con su Hijo”.
Antes de llevar a efecto la declaración dogmática, habían llegado a la Santa Sede peticiones de todo
el mundo a favor de la misma, fundándose, en su mayoría, en la fe unánime de la Iglesia. Sin
embargo, también hubo teólogos católicos que se opusieron a la misma al no encontrar
motivaciones bíblicas, históricas ni teológicas para ello.
El 1 de noviembre de 1950 (por tanto vinculado a la comunión de los Santos), el Papa Pío XII
promulgó la bula “Munificentissimus Deus” que define dogmáticamente la Asunción de María como
divinamente revelada y resaltando su dimensión cristológica.
25.5. ENSEÑANZA DEL CONCILIO VATICANO II SOBRE EL LUGAR DE MARÍA EN LA
HISTORIA DE LA SALVACIÓN.- El Concilio Vaticano II tuvo que realizar oficialmente en la
Iglesia la operación quirúrgica de desprender la figura teológica de María de una excesiva
identificación con Jesucristo y promover un acercamiento y mayor identificación con la Iglesia.
Así, durante el Concilio se confrontaron estas dos visiones mariológicas.
 La línea cristotípica comprendía a María en su relación con Jesucristo.
 La línea eclesiotípica en su relación con la Iglesia.
Es probable que en ambas expresiones se produzca un reduccionismo que no refleja totalmente la
realidad; pero, en todo caso, ésos eran los acentos. El momento más inquietante fue aquel en el que
hubo que decidir cómo y dónde hablar de María. La inclusión de María en la Constitución sobre la
Iglesia (L.G.) contó con una gran oposición. Al final, sin embargo, se restableció el equilibrio y casi
todos quedaron satisfechos con el resultado.
María es incluida, pues, en la Constitución dogmática sobre la Iglesia. Pertenece a la Iglesia como
misterio. Forma parte de este insospechado misterio de unidad y reconciliación universal y cósmica
que parte de la Trinidad. María forma parte del pueblo de Dios, pueblo consagrado con carismas del
Espíritu (profetas, sacerdotes, reyes); pueblo que se regenera a través de los sacramentos y la
escucha de la Palabra. María forma parte de la Iglesia llamada a la santidad y de la Iglesia triunfante
y glorificada.
En el capítulo VIII de la Lumen Gentium –“La Santísima Virgen María, Madre de Dios, en el
misterio de Cristo y de la Iglesia” (LG 52-69) – el tema de María nueva Eva (LG 63) se traduce en
“Socia del Redentor”. María es mujer, persona humana llamada a colaborar en la redención de todo
el género humano. Aunque ella tuvo necesidad, la primera, de ser redimida para poder desarrollar su
misión de madre y de asociada al único Redentor (LG 53). Ella fue la primera que ofrecía de la
manera más perfecta la respuesta humana al plan redentor (LG 58).
María está, según el Vaticano II, estrechamente unida a la Iglesia. Es la expresión de su misterio,
tipo de la Iglesia (LG 64).

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