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Construyendo el futuro de la Iglesia Reformada

(Desde sus fundamentos y logros).

Introducción
Todo movimiento se detiene una vez que no se logra convencer a la siguiente generación
sobre la trascendencia de la pugna en cuestión. Así, ante la creciente deserción en las
iglesias históricas y específicamente en las de la tradición reformada, teólogos y pastores
continúan haciendo esfuerzos por responder a la pregunta: “¿En qué momento dejamos de
ser lo que fuimos?” y, continuando con la serie dialéctica: “¿Qué generó que la iglesia
reformada dejara de impactar el mundo como otrora?” En otros trabajos más ambiciosos
(por no decir atrevidos) se han desarrollado innovadoras propuestas para que la gente
vuelva la mirada a la ortodoxia reformada por medio de reelaboraciones de modelos
litúrgicos. Empero el problema de fondo sigue sin ser resuelto: nos preocupa la
concurrencia antes que el impacto; pensamos y nos ocupamos en la adaptación antes que en
la transformación del entorno.

Este texto tiene por propósito (1) identificar los principios metodológicos antes que
teológicos con los que la naciente iglesia reformada del S. XVI transformó el entorno en
Ginebra y otras ciudades y naciones de la naciente Europa Moderna y (2) proponerlos como
agentes rectores para la construcción de un futuro sólido según la misión encargada por
Cristo a su iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo.

Importancia de los reformadores.


Aunque en algunos círculos no se quiera aceptar, una lectura no denominacional de la
historia de la revolución luterana, demuestra que Lutero, sin demeritar su formación y
cátedra académica1, no brinca las vallas de los siglos como un consumado biblista sino
como un creyente que clama por misericordia como tregua al invencible asedio de la culpa;
no como un audaz y versado teólogo, sino como un defensor de su propia existencia ante la
aplastante jerarquía católico romana. Lutero salta los muros de las edades con violenta
gallardía, poniéndose al frente de los posesos por el espíritu medieval al ser el primer
hombre expresamente moderno por cuanto decide prescindir de la tradición (canónica para

1
Ver: García de la Sienra, Adolfo., El pensamiento reformado., Xalapa: 2005., pp. 3-28.
la tradición católico romana) al clavar sus tesis en la Schlosskirche Wittemberg y al
anteponer su razón a los principios jerárquicos eclesiásticos totalizantes de los papistas,
mediante sus palabras, impregnadas para siempre en el espíritu del hombre moderno:

A menos que no esté convencido mediante el testimonio de las Escrituras y el razonamiento claro —ya que no
confío en el Papa, ni en su Concilio, debido a que ellos han errado continuamente y se han contradicho— me
mantengo firme en las Escrituras a las que he adoptado como mi guía. Mi conciencia es prisionera de la
Palabra de Dios, y no puedo ni quiero revocar nada reconociendo que no es seguro o correcto actuar contra
la conciencia. Que Dios me ayude. Amén.2

Con todo, Lutero no es, definitivamente, ni el primero ni el único en considerar la Escritura


como la principal fuente para el ejercicio y desarrollo teológico, pues ya los humanistas
cristianos habían comenzado a cuestionar la teología escolástica desde el estudio de la
Escritura en los monasterios y universidades influenciadas por el Renacimiento.

Si la revolución luterana tuvo que esperar hasta su segunda generación de seguidores para
ser una verdadera reforma y, lejos de ser un proyecto de transformación eclesiástica y
social al estilo de lo que pretendieron Erasmo y el cardenal Ximénez de Cisneros por el ala
católico romana, degeneró en un movimiento de intereses por parte de los príncipes del
todavía Sacro Imperio Romano Germánico en su relación con la Santa Sede evidenciado en
los disturbios y la resolución de los mismos mediante la violencia no sólo aplaudida sino
motivada por Lutero, entonces ¿qué hizo que su acto de sublevación marcara un hito en la
historia de Europa y la transformara de una vez para siempre? Tal vez la respuesta no la
encontramos en Lutero, sino en Calvino: el genio de la Reforma, asiduo buscador de la
verdad, impecable en su método, terso en cuanto a estilo. Dirigido por Dios, heredó a
nosotros, sus correligionarios, aquello que formuló el éxito de la primigenia Iglesia
Reformada y que deben ser, desde mi perspectiva, los agentes rectores en la construcción
de nuestro futuro: (1) la disciplina académica, (2) la valoración de la vida y (3) la
afirmación del Reino.

2
Wenn ich nicht durch Zeugnisse der Schrift und klare Vernunftgründe überzeugt werde; denn weder dem
Papst noch den Konzilien allein glaube ich, da es feststeht, daß sie öfter geirrt und sich selbst widersprochen
haben, so bin ich durch die Stellen der heiligen Schrift, die ich angeführt habe, überwunden in meinem
Gewissen und gefangen in dem Worte Gottes. Daher kann und will ich nichts widerrufen, weil wider das
Gewissen etwas zu tun weder sicher noch heilsam ist. Gott helfe mir, Amen! Palabras originales de Lutero en
la dieta de Worms, 1521.
Disciplina académica
Hasta el día de hoy las iglesias reformadas y presbiterianas de todo el mundo se siguen
distinguiendo por ser, de entre toda la familia evangélica, la tradición que más privilegia el
rigor académico, tanto en la formación de sus ministros como en las actividades cotidianas
que se proponen llevar a cabo anualmente en la comodidad de su templos en servicio a la
congregación. Sin embargo, debemos reconocer que nuestro objeto de estudio, en muchos
casos, es uno distinto al de aquellos que promulgaron la máxima de Solas de las Reforma
del S. XVI (por cuanto las demás Solas son resultado de esta): Sola Scriptura. Hoy la
iglesia se ha conformado con estudiar y memorizar la teología que nos es propia dándole un
carácter canónico al ser incuestionable, aun cuando esto no se quiera aceptar. Esta
afirmación en ninguna manera tiene por objetivo dar a entender que la teología calvinista
está equivocada o que debemos evitar el desarrollo y, por ende, la enseñanza de la teología
dogmática, más bien, que el futuro de la Iglesia está en no bacilar al cuestionar nuestra
propia teología, antes que las de los demás a fin de mejorarla mediante las Escrituras, pues
en ello radica el verdadero crecimiento.
Como cristianos, herederos de la tradición calviniana antes que calvinista, nuestra
disciplina académica no tiene mérito por sí misma, sino lo tendrá en la medida en que
privilegiemos el estudio de la Escritura revelada por Dios, llevando este trabajo a sus
últimas consecuencias y no leyéndola a través de los lentes de una teología en particular,
recordando que la teología es nada más que un esfuerzo racional de selección y
discriminación de ideas sobre Dios y su relación con nosotros en el que se toman en cuenta,
consciente o inconscientemente, diversas fuentes como la Escritura misma, pero también la
filosofía e incluso la experiencia personal, por mencionar las más importantes. Desde esa
definición, la teología no puede, en ninguna manera, tener el rango de –revelación-, en
consecuencia tampoco de -canónica-, por lo que al contener verdad pero no ser una verdad
en sí misma, sólo puede ocupar un lugar secundario en la energía empleada en nuestra
disciplina académica.

Para ser más claros en aquello a lo que se pretende motivar a los miembros de la iglesia
reformada hoy, debemos explicar que los artífices de la tradición Reformada y
especialmente Juan Calvino, fueron formados en la ya madura tradición humanista, y
aunque hoy dicho término nos parece negativo, los humanistas fueron personas que, en
principio, se propusieron reivindicar la belleza e importancia de las letras humanas
contenidas en la literatura griega clásica y en la filosofía grecolatina desde sus idiomas
originales, cuestionando, defenestrando y superando las traducciones latinas que sirvieron y
determinaron la teología durante la alta y parte de la baja Edad Media. Luego, entre ellos
surgieron los humanistas cristianos y judíos, que no se contentarían con utilizar la Escritura
en su versión latina autorizada, la Vulgata Latina, entonces se propusieron producir nuevas
traducciones al latín pero también versiones críticas, es decir, versiones bíblicas cuyo texto
se basara en manuscritos de mayor calidad y más antigüedad, dando como resultado biblias
políglotas en los idiomas originales en que fue revelada, como fueron los casos de Simón
Atumanos elaborando (sin poder llegar a publicarla) su Biblia Triglotta en hebreo, griego y
latín, iniciada unos 150 años antes que la Biblia Políglota Complutense, del franciscano
Ximénez de Cisneros3.

Volviendo al punto, Calvino es parte de este gremio, tanto que, antes de enfilarse en las
causas de Reforma, realizó un Comentario sobre -De Clementia- de Seneca4 en el que
expuso con maestría la filosofía política del autor estoico. Sin embargo, de acuerdo al tema
que nos ocupa, Calvino muestra que todo conocimiento está al servicio del pueblo de Dios,
pues la construcción de este último es la razón del mismo. Respecto a su labor de ministro
de la Palabra, el Dr. Salatiel Palomino, en su obra Introducción a la vida y teología de Juan
Calvino5, explica cómo el natural francés, al exponer una porción de las Sagradas
Escrituras, la leía primero en su lengua original, fuera hebreo o griego, luego lo traducía al
latín, luego al francés, para por último, y en función de la gramática, lexicología y sintaxis
de la fuente, poder expresar sus conclusiones teológicas sin dejar de lado el círculo
hermenéutico necesario para hacer de la Palabra de Dios un discurso divino pertinente para
sus contemporáneos.
Como educador Calvino mostró una diferencia entre los demás humanistas con sus
Colegios y Academias oficiosas, pues la Academia de Ginebra, proyecto del Reformador

3
LAFAYE, Jacques., Por amor al griego., Distrito Federal: Fondo de Cultura Económica., 2005., p. 104
4
Este texto se encuentra traducido al inglés. Ver: Calvin’s Commentary on Seneca’s De Clementia (Leiden:
Brill, 1969).
5
PALOMINO LÓPEZ, Salatiel., Introducción la vida y Teología de Juan Calvino., Nashville: Abingdon Press.,
2008.
cristalizado gracias al apoyo del consistorio de la Ciudad, fue desde su inicio una
universidad de teología destinada a formar pastores para toda Europa. Esta Academia fue
humanista no sólo por los hombres que aportaron a ella y las materias estudiadas, sino por
lo que representó para los protestantes de todas partes de Europa: un lugar donde estudiar a
la vez que un lugar donde resguardar su vida.

Si algo caracterizó a la iglesia reformada en sus inicios y asegurará el futuro de la misma


será la disciplina académica al servicio de la Sola Scriptura, antes que al servicio de la
teología. Hoy las Ciencias Bíblicas han avanzado de tal manera que tenemos acceso a una
abrumadora cantidad de información especializada para comprender mejor el sentido de la
Palabra de Dios desde la etimología de las palabras, las evoluciones semánticas de las
mismas, los orientalismos, las figuras literarias o de dicción, el contexto histórico y cultural
de los libros y epístolas, etc., que a nuestros hermanos reformados del S. XVI les hubiera
encantado trabajar, no para llenarse de orgullo, sino para crecer en la fe y el amor propios
del verdadero pueblo de Dios. Por ello nuestro futuro está en generar una cultura de arduo
estudio académico en nuestros ministros e incluso en nuestros congregantes teniendo la
consciencia del enunciado latino Sola Scriptura, ello devendrá en mostrarnos abiertos al
poder de la Escritura antes que defender y sostener lo que otros han propuesto antes,
evitando que el dogma ocupe el lugar de la fe viva y que la “ortodoxia” trasplante al amor,
como sucedió en tiempos del escolasticismo protestante6.

Valoración de la vida.
En su trabajo pastoral Calvino mostró que los principios del humanismo no estaban
peleados con el deseo benevolente de Dios de bendecir a su pueblo, por ello desarrolló todo
un plan de reconstrucción de la ciudad (Ginebra), no sólo en términos urbanos, sino en
ética, valorando la vida de cada Hijo de Dios en tanto su dignidad depende de la imagen del
Creador presente en ellos antes que de su conocimiento, y en esto los prístinos principios
calvinianos difieren con la clasificación entre virtuosos y bárbaros propia del humanismo
secular ¿a qué nos referimos con ello?

6
GONZÁLEZ, Justo L., Historia del Cristianismo (Tomo 2)., Miami: Unilit., 2009., p. 264.
El humanismo fue, no solo por razones de temporalidad sino por sus postulados, contrario
al espíritu de la posmodernidad de nuestros días en el sentido de que el humanismo,
siguiendo a Heidegger al describir dicho movimiento, es la negación del hombre vulgar y la
exaltación del que, por la sabiduría obtenida mediante el trabajo de las letras, proclama
digno de la vida misma:

El homo humanus se opone al homo barbarus. El homo humanus es aquí el romano, quien exalta y ennoblece
la virtus romana, mediante la incorporación de la paideia griega heredada por los griegos…
Tiene que ver con la eruditio y la institutio in bonas artes.
… En Roma nos encontramos con el primer humanismo, de ahí que siguió siendo la manifestación de un ente
específicamente romano, brotado del encuentro de la “romanidad” con la cultura del helenismo tardío.
El homo romanus del renacimiento se opone también al homo barbarus. Pero lo inhumano es ahora la
supuesta barbarie escolástica de la Edad Media gótica.
…Pero se entiende generalmente por “humanismo”, el que el ser humano se vuelve libre de cumplir su
humanidad, y encuentra en ello su dignidad.7

El humanismo defendió la vida del hombre que es verdaderamente hombre, aquel que
deviene hombre, no de un sujeto sin virtud aunque sea de la misma raza (cosa inconcebible
para los postulados del razonamiento posmoderno), sino del que ha heredado la sabiduría,
no como tradición, sino como aprendizaje para la existencia. A diferencia de ello, en su
búsqueda y defensa de la verdad, Calvino trabajó para dignificar la existencia humana no
en función de su capacidad para retener información, sino mediante el estudio de la Palabra
de Dios por la cual el hombre conoce a Dios y a sí mismo, sabiéndose no sólo redimido,
sino bello y virtuoso por la obra del Espíritu Santo en él.

Sabemos que nuestra labor es valorar la vida en tanto Dios es el dador de ella, ¿pero cómo
la iglesia accionará en virtud de ello? La teología de la liberación y todas las que han
surgido de ella en el ocaso del S. XX y principios del XXI (teología de los pobres, teología
negra, teología feminista, teología queer, etc.) han intentado dar respuesta a las dificultades
por las que atraviesan ciertos grupos minoritarios que con el tiempo han ganado fuerza y
cuyo discurso se tiene por veraz en tanto es “innovador”, sin embargo estas teologías no
son sino ideologías disfrazadas de reflexión cristiana que buscan legitimar las diversas
existencias precarias del contexto en el que vivimos. La postura de las iglesias reformadas
ante estas teologías ha sido, en su gran mayoría, la de la negación de ellas como verdaderas
teorizaciones de la realidad, ni hablar de que sean respuestas acordes a la Escritura; sin

7
HEIDEGGER, Martin., Über den Humanismus. De Frankfurt a Main (a Jean Breaufet)., 1949.
embargo, ¿qué proponen las iglesias reformadas? ¿Cómo favorecerán a la dignificación del
ser humano? No descalificándolo, sino construyéndolo.
El futuro de la iglesia está en construir a sus miembros, y es que negar la eficacia de otros
sistemas teológicos no es la manera aunque muchas veces nos hemos conformado a eso,
creyendo que el cristiano se construye adoptando un sistema de pensamiento obligándolo a
defenderlos beligerantemente, sin importar el poco o nulo sustento bíblico que puedan tener
o el sentido lógico del que goce, sin permitirse corroborar la solidez de su sistema de
pensamiento a la luz de los argumentos del opuesto. Lo anterior sucede cuando como
iglesia hacemos creer a los creyentes que el conjunto de reglas para una correcta vida
cristiana ya está dado y bien entendido, que todas las respuestas han sido obtenidas y que
no queda más que conocerlas, aceptarlas, y vivir de acuerdo a ellas.
Sin darnos cuenta, la mayor parte de las iglesias evangélicas (incluidas las reformadas) nos
hemos encargado de producir cristianos-masa (tomando la nomenclatura desarrollada por el
exquisito filósofo Ortega y Gasset), hombres para quienes -la religión, el quehacer
filosófico y la ciencia no son ya tan sólo tres de las herramientas que la humanidad ha
logrado desarrollar afanosamente a lo largo de los siglos para tratar de comprender el
universo que habitamos. No. Para este hombre y mujer promedio estas actividades no son
otra cosa que compartimentos estancos, sin ninguna relación la una con las otras, que sirven
únicamente para ser usufructuados en todo aquello que puedan proveer para el bienestar del
cuerpo y de los sentimientos8- o añadiendo al enunciado, usufructuados en todo lo que
puedan proveer para el bienestar de la tradición religiosa a la que el creyente se supedite.

Lastimosamente nuestros amados hermanos, aquellos por los que Cristo ha muerto para dar
vida y elevarlos a una condición no sólo diferente sino gloriosa, siguen siendo, como dice
Ortega y Gasset, almas vulgares, que sabiéndose vulgares, tienen el denuedo de afirmar el
derecho de la vulgaridad y lo imponen dondequiera9, así el creyente-masa, sabiéndose
redimido (no sin razón) se contenta con cumplir con nuestra institución religiosa, por
cuanto la misma no le hace consciente de que teniendo la mente de Cristo, como lo dice la
Escritura, puede y debe confrontar la realidad tomándose en serio sus propias convicciones,

8
CRUZ-MIRELES, Raúl Martín., La razón de Expresión Espiritual., p. 2.
9
ORTEGA Y GASSET, José., La rebelión de las masas., Madrid: Gredos., p. 282.
así como las ajenas, cuestionándolas y buscando guía divina para enderezar el largo y
sinuoso camino que la vida en este mundo nos sugiere.

Si el creyente es creyente-masa debido a la formación recibida en su lugar de culto,


entonces este agente rector para la construcción de nuestro futuro (la valoración de la vida)
atañe, en primera instancia, a los ministros en su trabajo pastoral, a quien nos compete la
labor de reconocer cada aspecto de la vida, cada situación que aqueja a nuestros amados
hermanos sin etiquetarlas de vanas o superfluas, buscando una respuesta en la vasta
sabiduría escritural, comprendiendo que sin tal trabajo sólo existen ciertos discursos con los
que nuestros amados suelen conformarse anestesiando la consciencia. Nuestro futuro no
está, entonces, en marcar la diferencia entre el ministro y el creyente “de a pie”, sino en
considerar la construcción su vida como la misión de nuestro trabajo ministerial dándoles
las herramientas intelectuales y espirituales para tal objetivo.

Afirmación del Reino de Dios.


Entender los alcances y los límites de las Palabras de nuestro Señor Jesucristo cuando dijo:
Mi reino no es de este mundo (Jn. 18:36), no es tarea sencilla. ¿Se trata de que la iglesia,
que pertenece a ese Reino proclamado por Jesucristo, ha de abstraerse en su propio
ejercicio espiritual enajenándose e incluso negando la realidad que le rodea? ¿Se trata de
forzar a los que se afanan por pertenecer a los cotos de poder de este mundo a formar parte
de este nuevo Reino que muchas veces afirmamos sin conocerlo a cabalidad?

La construcción de un futuro según la misión de Cristo encargada a su iglesia, requiere un


pleno conocimiento de lo que fue uno de los puntos más importantes de la proclamación del
Señor en la Tierra: El Reino de Dios. Si este es el tema más importante para Él, debería
serlo para nosotros también, pero la historia de los últimos siglos de las iglesias reformadas
en los Estados Unidos y en América Latina muestra que, a su vez, pocos temas han sido tan
malentendidos como este, creyendo que afirmar el Reino de Dios es afirmar sólo una moral
que asegura la pertenencia a él. El problema se avista más grave si tomamos en cuenta lo
dicho por el Dr. Palomino:
El error del fundamentalismo consiste en haber deformado el Evangelio y la doctrina reformada hasta
reducirlos a un simple ejercicio religioso sin conexión con la realidad. Primero se volvió a la dicotomía
griega que se perpetuó en la herejía maniquea. Luego de disociar lo “espiritual” y lo “material”, el
fundamentalismo se engañó creyendo que lo único que importaba al Evangelio era lo espiritual y abandonó
la realidad material como algo inaccesible y sin importancia para los efectos de la doctrina “supuestamente
cristiana”, convirtiéndose así en un fanatismo oscurantista que cedió la mitad del Evangelio y exaltó su
propia mitad como si fuera el todo. No contento con ello, y en aras de una triste ilusión que lo llevó a sentirse
campeón de la ortodoxia y la sana doctrina, se inventó enemigos a cada paso para justificar su existencia.
Destruyó así el verdadero espíritu calvinista y se volvió hermano espiritual del Santo Oficio o Santa
Inquisición asumiendo características anticristianas.10

Si la afirmación del Reino no es una moral rigurosa ni una defensa inquisitiva de nuestra
tradición eclesiástica, entonces ¿cómo la Iglesia Reformada habrá de llevar a cabo esta
labor? La doctrina calviniana de los dos Reinos es clara: la expectativa del Reino de Dios,
es decir, su dominio absoluto y soberano, no frustra ni aniquila el presente, sino que
estimula y dirige la actividad humana de los redimidos, y solo de los redimidos,
transformando, mediante el Espíritu Santo que mora en nosotros, nuestro deseo, voluntad y
acción11. Aun afirmando esta verdad, es necesario ir más a fondo y preguntar: más que una
moral ¿cuál es el ethos característico de este -Reino de Dios- y, consecuentemente, la
manera de afirmarlo? Esa acción transformadora de la voluntad humana se lleva a efecto
por el mismo principio que movió al Padre a resucitar a Cristo, nuestro Señor: por amor.

Afirmar el Reino de Dios no es, ni por poco, hablar de una utopía que estimula al progreso
de la institución religiosa ni de la entera humanidad, por bienintencionado que sea el
concepto de –progreso- al que apelan las teologías en turno.
Afirmar el Reino de Dios no tiene nada que ver con condenar al mundo como un saco de
pecados que debe ser desechado para no contaminar ni contrarrestar la santidad de la
inmaculada Iglesia de Dios.
La evidencia escritural muestra que no hay un tema más importante contenido en la Palabra
Revelada de Dios que el amor; desde las primeras hasta las últimas líneas de la Biblia
vemos que el principio rector de toda acción divina es el amor. El mismo es de tal
importancia que, si la Escritura nos da una definición de Dios es esa precisamente: nuestro
Padre es amor.

10
PALOMINO LÓPEZ, Salatiel., Herencia reformada y búsqueda de raíces., en Juan Calvino: su vida y obra a
500 años de su nacimiento., CERVANTES-ORTÍZ, Leopoldo (ed.)., Barcelona: CLIE., 2009., p. 31.
11
VAN WYK, J. H., John Calvin on the Kingdom of God and eschatology., en In die Skriflig., No. 35 (Vol. II).,
2001., p. 191.
El amor no es algo que el mundo haya calificado como algo sobre lo que valga la pena
reflexionar, acaso algunas mentes brillantes habrán puesto sobre la mesa el tema como un
tema que despierta la curiosidad desde una perspectiva sociológica psicológica o
antropológica; ni siquiera nuestras más sesudas construcciones teológicas lo han hecho de
tal forma que se haga justicia a la importancia que le otorga la Escritura. Es nuestra labor
llevar el amor hasta sus últimas consecuencias como lo hiciera nuestro Señor Jesucristo,
hasta la muerte. Así, amando apasionadamente a nuestro Dios, a nuestro prójimo y a
nosotros mismos, tendremos asegurado un glorioso futuro. En Filipenses 2:6-11 vemos que
Pablo pretendía que la Iglesia adquiriera los valores que construyeron el ministerio de
Cristo: abnegación, servicio, humildad, y sacrificio (todos ellos basados en su amor por el
Padre y por la humanidad), pero también los beneficios que del Padre se reciben por lo
anterior: resurrección y gloria eterna.

Hoy, cuando las instituciones eclesiales intentan justificar, legitimar e imponer su


existencia por medio de grandes edificios, grandes programas de evangelismo (que más
bien responden a requerimientos de mercado), impresionantes organizaciones para el bien
social, programas de promoción cultural, etc., Pablo nos recuerda qué es ser cristiano (en el
sentido de imitador de Cristo): Vaciarnos de nuestro criterio, olvidarnos de nuestros planes
y proyectos, detenernos y autoproclamarnos servidores absolutos de Dios en tanto nos
detenemos a escuchar su voz, para que en el propósito cumplido por medio de nosotros,
encontremos la gloria que nuestro Señor Jesucristo comparte ahora con el Padre.

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