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SEMINARIO AEE04

FAMILIA Y FARMACODEPENDENCIA

LECTURAS:
BOTELLA, L. VILAREGUT, A. “La perspectiva sistémica en terapia familiar: Conceptos
básicos, investigación y evolución” Facultat de Psicologia i Ciències de l'Educació
Blanquerna Universitat Ramon Llull
.
TRULLA, T. La Terapia Familiar Sistémica. En Sintonía con el Mundo. A.C. Servei de
Psicoteràpia i Mediació, Barcelona (ESPAÑA-UE).
http://red-farmamedica.com/spcv/revista/colaboraciones/col_36.htm

CIBANAL LUIS “Familia y Ciclo Vital. Etapas del Ciclo Vital”. Fuente:
http://perso.wanadoo.es/aniorte_nic/progr_asignat_terap_famil.htm
La perspectiva sistémica en terapia familiar: Conceptos básicos, investigación y
evolución
Luis Botella y Anna Vilaregut
Facultat de Psicologia i Ciències de l'Educació Blanquerna
Universitat Ramon Llull

La epistemología sistémica en su aplicación a la terapia familiar cuenta con más de cuarenta


años de historia y con una complejidad conceptual y aplicada imposible de abarcar con
detalle en un trabajo de las características de éste. Por ello hemos enfocado este capítulo
como una introducción a la concepción sistémica de la familia, centrándonos en las
principales innovaciones que representó (y en cierto sentido aún representa) en el contexto
psicológico/psiquiátrico clásico.

El capítulo concluye con una revisión de los datos procedentes de la investigación en


Terapia Familiar Sistémica (TFS) en cuanto a eficacia y proceso y una aproximación
prospectiva al futuro de la TFS a la luz de las tendencias actuales.

Concepción Sistémica de la Familia


Las distintas escuelas de TFS se apoyan en una epistemología rica, aunque no siempre
homogénea debido a que algunos de sus conceptos básicos provienen de ámbitos
relativamente independientes. Esta epistemología se nutrió inicialmente de tres fuentes; (a)
la Teoría General de Sistemas (von Bertalanffy, 1954), (b) la Cibernética (Wiener, 1948) y
(c) la Teoría de la Comunicación (Watzlawick, Beavin, y Jackson, 1967).
Además, los conceptos procedentes de enfoques evolutivos (p.e., Haley, 1981) y
estructurales (p.e., Minuchin, 1974) resultan claves para la concepción sistémica de la
familia, por lo que los hemos incluido junto a las fuentes anteriores. La resultante de estas
aportaciones teóricas aplicadas a la psicoterapia familiar constituye el denominador común
de la TFS.
En lo que resta de este apartado desarrollaremos algunas definiciones de conceptos básicos
provenientes de todas estas fuentes (ilustrados mediante ejemplos en algunos casos) para
integrarlos finalmente en un resumen sintético de la concepción sistémica de la familia.
Conceptos de la Teoría General de Sistemas

• Un sistema es un conjunto de elementos en interacción dinámica en el que el estado


de cada elemento está determinado por el estado de cada uno de los demás que lo
configuran. Ejemplo: Hay miles de ejemplos de sistemas en la naturaleza, desde una
célula hasta una galaxia. Entre ellos, la familia es el caso que nos ocupa en este
trabajo.
• Un sistema es cerrado cuando no intercambia materia, energía y/o información con
su entorno. Ejemplo: Hay pocos ejemplos de sistemas cerrados en la naturaleza,
dado que la mayoría están en interacción dinámica con su entorno. Aun así, una
reacción química en un tubo de ensayo herméticamente sellado sería un caso de
sistema (relativamente) cerrado.
• Un sistema es abierto cuando intercambia materia, energía y/o información con su
entorno. Por lo tanto, un sistema abierto es modificado por su entorno y al mismo
tiempo lo modifica. Ejemplo: Todos los seres vivos (y agregados de ellos) son
sistemas abiertos ya que las organizaciones celulares intercambian energía, materia
e información con su entorno.
• Totalidad o no sumatividad: "El cambio en un miembro del sistema afecta a los
otros, puesto que sus acciones están interconectadas mediante pautas de interacción.
Las pautas de funcionamiento del sistema no son reducibles a la suma de sus
elementos constituyentes" (Feixas y Miró, 1993, p. 258). Ejemplo: La
independización de un hijo puede desequilibrar las relaciones entre sus padres si
éste cumplía la función de mediador en los conflictos que se producían entre ellos
(totalidad). Sin embargo, por separado ninguno de los miembros del sistema
familiar desempeña el rol que le caracteriza en el sistema familiar (no sumatividad).
• Circularidad: Debido a la interconexión entre las acciones de los miembros de un
sistema, las pautas de causalidad no son nunca lineales (en el sentido que una
"causa" A provoque un "efecto" B), sino circulares en el sentido que B refuerza
retroactivamente la manifestación de A. Ejemplo: Las demandas de mayor intimidad
de un miembro de una pareja pueden chocar con las reticencias del otro, cosa que
aumenta las demandas del primero y así sucesivamente.
• Equifinalidad: Un mismo efecto puede responder a distintas causas. Es decir, los
cambios observados en un sistema abierto no están determinados por las
condiciones iniciales del sistema, sino por la propia naturaleza de los procesos de
cambio.
Esta definición no es válida para los sistemas cerrados, ya que éstos vienen
determinados por las condiciones iniciales. Ejemplo: Por cuestiones meramente
pragmáticas o contextuales, dos parejas pueden llegar a una forma de organización
doméstica sumamente similar a pesar de que las familias de origen de los cuatro
miembros que las componen sean extremadamente diferentes.
Conceptos de la Cibernética
• Feedback: En un sistema, las acciones de cada miembro se convierten en
información para los demás, de forma que favorecen determinadas acciones en ellos
(feedback positivo) o las corrigen (feedback negativo). Ejemplo: Una pareja presta
especial atención (feedback positivo) a su hijo adolescente cuando éste manifiesta
una actitud opositora. De esta forma, consciente o inconscientemente, favorecen el
mantenimiento de la actitud opositora. Sin embargo, le ignoran o reprenden
(feedback negativo) cuando plantea temas con connotaciones sexuales, corrigiendo
así al sistema en cuanto a su desviación de un parámetro del tipo "en esta familia no
se habla de sexo".
• Homeostasis: Proceso de mantenimiento de la organización del sistema a través de
feedback negativo. Ejemplo: El incremento de la intensidad de las discusiones entre
una pareja parental puede ser detenido por la demanda de ayuda de un hijo
sintomático (por ejemplo, mediante la manifestación aguda del síntoma). De esta
forma, el feedback negativo que proporciona el síntoma mantiene la organización
del sistema familiar impidiendo que las discusiones entre la pareja parental alcancen
un punto de ruptura.
• Morfogénesis: Proceso que facilita el cambio en la organización de cualquier
sistema mediante feedback positivo. Ejemplo: Los miembros de una familia apoyan
activamente la decisión de una hija adolescente de marchar un año al extranjero por
cuestiones de estudios, cosa que fomenta una postura de mayor independencia
mutua.
Conceptos Comunicacionales (Watzlawick, Beavin, y Jackson, 1967)

• Es imposible no comunicar. En un sistema, todo comportamiento de un miembro


tiene un valor de mensaje para los demás. Ejemplo: El silencio tenso y la mirada
perdida de dos desconocidos que coinciden en un ascensor, a pesar de su
intencionalidad no comunicativa (o precisamente debido a ella) transmiten una gran
cantidad de información: "no me interesas", "no estoy de humor para entablar
conversación", "prefiero ignorarte"…

• En toda comunicación cabe distinguir entre aspectos de contenido (nivel digital) y


relacionales (nivel analógico): Mientras que el nivel digital se refiere al contenido
semántico de la comunicación, el nivel analógico cualifica a cómo se ha de entender
el mensaje, es decir, designa qué tipo de relación se da entre el emisor y el receptor.
Ejemplo: El mensaje "Cierra la puerta de una vez" transmite un contenido concreto
(la instrucción de cerrar la puerta), pero a la vez cualifica al tipo de relación entre
emisor y receptor (de autoridad del primero). En este sentido, "¿Podrías cerrar la
puerta, por favor?" transmite la misma información en el nivel digital, pero muy
diferente en el nivel analógico.

• La definición de una interacción está condicionada por la puntuación de las


secuencias de comunicación entre los participantes. Los sistemas abiertos se
caracterizan por patrones de circularidad, sin un principio ni un final claro.
Así, la definición de cualquier interacción depende de la manera en que los
participantes en la comunicación dividan la secuencia circular y establezcan
relaciones de causa-efecto. Ejemplo: Una hija adolescente se queja de que su madre
la trata como a una niña porque intenta sonsacarle información y ella reacciona
ocultándole todo lo que puede. Obviamente, la puntuación de la madre es diferente:
se queja de que su hija no confía en ella y de que le oculta cosas porque no es lo
bastante madura como para gestionar su propia vida.
Como resultará evidente, la puntuación de una refuerza la puntuación de la otra de
forma que resulta imposible decir quién es la "responsable" del problema
interaccional.

• Toda relación es simétrica o complementaria, según se base en la igualdad o en la


diferencia respectivamente.
• Cuando la interacción simétrica se cronifica hablamos de escalada simétrica; cuando
se cronifica la interacción complementaria se habla de complementariedad rígida.
Desde este punto de vista lo disfuncional no es un tipo u otro de relación, sino la
manifestación exclusiva de uno de ellos. Ejemplo: Una pareja puede basar su
relación en la igualdad de estatus profesional (relación simétrica) de forma que
cualquier mejora en las condiciones laborales de uno de sus miembros obliga
subjetivamente al otro a igualarlo. En el caso de una escalada simétrica, la
competencia entre ambos puede llegar a desestructurar el sistema.
Por otra parte, algunas parejas se estructuran en roles complementarios tales como
"racional" versus "emocional". Si esta complementariedad se rigidiza puede dar
lugar a una relación disfuncional en la que uno de sus miembros debe siempre
actuar de forma racional (y por tanto no se puede permitir expresar sus emociones) y
el otro debe siempre actuar de forma emocional (y por lo tanto no se puede permitir
reflexionar sobre sus acciones).

Conceptos Evolutivos (Haley, 1981)

• La familia como sistema atraviesa una serie de fases más o menos normativas y
propias de su ciclo vital (noviazgo y matrimonio; procreación; adolescencia,
maduración y emancipación de los hijos; nido vacío).
• La importancia de las nociones evolutivas en TFS no radica sólo en cada fase en sí
misma, sino en las crisis a que puede dar lugar el paso de una a otra. En este sentido,
el proceso óptimo de superación de tales crisis consiste en modificar la estructura
del sistema familiar manteniendo su organización.

Conceptos Estructurales

• Un sistema se compone de subsistemas entre los que existen límites que tienen
como objetivo proteger la diferenciación del sistema y facilitar la integración de sus
miembros en él.
Ejemplo: En un sistema familiar se dan los siguientes subsistemas; (A) Conyugal:
entre los miembros de la pareja funciona la complementariedad y acomodación
mutua: negocian, organizan las bases de la convivencia y mantienen una actitud de
reciprocidad interna y en relación con otros sistemas. (B) Parental: tras el
nacimiento de los hijos, el subsistema conyugal ha de desarrollar habilidades de
socialización, nutritivas y educacionales. Se ha de asumir una nueva función, la
parental, sin renunciar a las que se caracterizan al subsistema conyugal. (C)Filial: la
relación con los padres y entre los hermanos ayuda al aprendizaje de la negociación,
cooperación, competición y relación con figuras de autoridad y entre iguales.

• Los límites o fronteras familiares internas son identificables por las distintas reglas
de conducta aplicables a los distintos subsistemas familiares. Ejemplo: Las reglas
que se aplican a la conducta de los padres (subsistema parental) suelen ser distintas
de las que se aplican a la conducta de los hijos (subsistema filial). Así, normalmente
los padres tienen más poder de decisión que los hijos.

• Los límites entre subsistemas varían en cuanto a su grado de permeabilidad,


pudiendo ser difusos, rígidos o claros. Límites difusos son aquellos que resultan
difíciles de determinar; límites rígidos son aquellos que resultan difíciles de alterar
en un momento dado; límites claros son aquellos que resultan definibles y a la vez
modificables. Se considera que los límites claros comportan una adaptación ideal.

• Los límites difusos caracterizan a las familias aglutinadas; los límites rígidos
caracterizan a las familias desligadas. Las familias aglutinadas no tienen límites
establecidos claramente y no saben cuál es el rol de cada uno de sus miembros. Las
características generales de las familias aglutinadas son: (a) exagerado sentido de
pertenencia; (b) ausencia o pérdida de autonomía personal; (c) poca diferenciación
entre subsistemas con poca autonomía; (d) frecuente inhibición del desarrollo
cognitivo/afectivo en los niños; (e) todos sufren cuando un miembro sufre; (f) el
estrés repercute intensamente en la totalidad de la familia. Las familias desligadas se
caracterizan por límites internos muy rígidos de forma que prácticamente cada
individuo constituye un subsistema. Comparten muy pocas cosas y, por lo tanto,
tienen muy poco en común. Las características generales de las familias desligadas
son: (a) exagerado sentido de independencia; (b) ausencia de sentimientos de
fidelidad y pertenencia; (c) no piden ayuda cuando la necesitan; (d) toleran un
amplio abanico de variaciones entre sus miembros; (e) el estrés que afecta a uno de
los miembros no es registrado por los demás, (f) bajo nivel de ayuda y apoyo mutuo.

• Los límites pueden separar subsistemas del sistema familiar o a la totalidad del
sistema del exterior. En este último caso, los límites exteriores se denominan
fronteras. Las fronteras del sistema familiar vienen determinadas por la diferencia en
la conducta interaccional que los miembros de la familia manifiestan en presencia
de personas que no forman parte de la familia.

• El concepto de tríada rígida se refiere a las configuraciones relacionales paterno-


filiales en las que el hijo se usa rígidamente para desviar o evitar los conflictos
parentales. Según Minuchin (1974), se pueden dar tres configuraciones de tríada
rígida. (A) Triangulación: cada uno de los cónyuges trata de obtener el respaldo del
hijo en su conflicto con el otro. (B) Coalición: Uno de los progenitores respalda al
hijo en un conflicto planteado entre éste y el otro progenitor; esta situación tiene el
efecto de crear un vínculo entre el progenitor defensor y el hijo para ir en contra del
otro cónyuge. (C) La desviación de conflictos, que se produce cuando se define a un
hijo como "malo" y los padres, a pesar de sus diferencias mutuas en otros aspectos,
se unen en su esfuerzo para controlarlo o cuando se le define como "enfermo" y se
unen para cuidarlo y protegerlo.

La Familia desde la Optica Sistémica: Síntesis

Teniendo en cuenta todo lo antedicho, la familia se puede concebir como un sistema abierto
organizacionalmente, separado del exterior por sus fronteras y estructuralmente compuesto
por subsistemas demarcados por límites con diferentes grados de permeabilidad y con
diversas formas de jerarquización interna entre ellos. Los miembros del sistema familiar
organizan y regulan su interacción mediante procesos comunicativos digitales y analógicos,
que definen relaciones de simetría y/o complementariedad. Dicha organización se
caracteriza por las propiedades de totalidad o no sumatividad, por patrones de circularidad,
y por el principio de equifinalidad.

El sistema familiar mantiene su organización mediante procesos homeostáticos (por


ejemplo, mientras modifica su estructura a través de una serie de fases evolutivas), y la
altera mediante procesos morfogenéticos.

La Intervención Sistémica: De lo Intrapsíquico a lo Interpersonal y del Porqué al


Cómo
De nuevo resulta imposible sintetizar la enorme complejidad y diversidad técnica de las
intervenciones sistémicas en unos cuantos párrafos; es por ello que hemos optado por
centrarnos en dos de los focos de interés que distinguen a la TFS de otras terapias-
particularmente de aquéllas que incorporan formas de explicación casi exclusivamente
intrapsíquicas.
Los dos proceden de los planteamientos originales de Bateson (1972) y se han incorporado
(en mayor o menor medida) a la práctica totalidad de orientaciones de la terapia sistémica.
El primero de los focos a los que hacíamos referencia es la consideración batesoniana de la
mente no como producto de un sistema nervioso contenido en un organismo, sino como
conjunto de pautas de organización y autorregulación de cualquier sistema.

En este sentido, la mente no es ni mucho menos inmanente al individuo, sino un proceso


distribuido social y ecológicamente. Según el famoso ejemplo de Bateson (1972):

Consideremos un hombre que derriba un árbol con un hacha. Cada golpe del hacha
es modificado o corregido de acuerdo con la hendidura que ha dejado el golpe
anterior. Este proceso autocorrectivo (es decir, mental) es llevado a cabo por un
sistema total árbol-ojos-cerebro-músculo-hacha-golpe-árbol, y este sistema total es
el que tiene características de mente inmanente (p. 347).

La aplicación más directa e innovadora de este principio epistemológico a la terapia


familiar consistió en desplazar el interés de las teorías psicológicas tradicionales (inspiradas
todas ellas en una visión autocontenida del psiquismo humano) del individuo al sistema; de
lo intrapsíquico a lo interpersonal.

El foco de la intervención sistémica, tanto si en la sesión está presente toda la familia como
si sólo se cita a un miembro, ya no es el individuo como supuesta "fuente" de la patología,
sino las características de la organización del sistema en el que el motivo de demanda tiene
sentido.

Esta visión de la mente como proceso socialmente distribuido, junto con el interés
terapéutico por las pautas que conectan las interacciones del sistema familiar, distinguen a
la TFS de otras terapias familiares (p.e. las de orientación cognitivo/racionalista) en las que,
cuando se analiza la acción del terapeuta, queda claro que la presencia del resto de
miembros del sistema familiar sólo sirve como "apoyo" al tratamiento del paciente
identificado.

Este resulta un aspecto fundamental de la intervención en TFS, puesto que toda acción
terapéutica que no se interese por las pautas de interacción no debería considerarse
sistémica dado que se limita a un intento de hacer terapia individual en presencia de otros
miembros de la familia.

Por ejemplo, en la experiencia del primer autor de este capítulo (LB) como supervisor de
terapeutas en formación, me encuentro repetidamente ante sus dificultades para evitar las
descripciones del motivo de demanda basadas en atribuciones de causalidad lineal (del
estilo de "el problema de esta familia es que la madre es demasiado estricta con su hija").

Nótese que basar la terapia en un planteamiento así implica intentar modificar la conducta
de un solo miembro del sistema como si dicha conducta no estuviera conectada con la de
los demás. Lo más probable es que la actitud de la madre sea un mensaje para algún otro
miembro de la familia y, a su vez, una respuesta a los mensajes que recibe de ellos. En este
sentido, el intento de modificar una situación circular de forma lineal puede incluso resultar
contraproducente, dado que el terapeuta no tiene en cuenta cómo podría afectar su acción a
niveles ecosistémicos de mayor complejidad.

El segundo foco de interés al que hacíamos referencia es la consideración batesoniana de la


interacción como fuente de información, y por tanto como forma de comunicación. Esta
noción llevó históricamente a la TFS a desvincularse de aquéllas teorías psicológicas que,
en los años 50-60, seguían postulando explicaciones energéticas del psiquismo humano.

En su aplicación a la práctica clínica, esta concepción comunicativa condujo a la TFS a


desinteresarse por las explicaciones causales y centrarse en la pragmática de la interacción
familiar-un salto cualitativo del porqué al cómo. Si bien asistimos últimamente a una
recuperación del interés por las "teorías del problema" de los miembros de la familia en
TFS en general se ha privilegiado durante años la cuestión de "¿quién hace qué a quién
cuándo?"

El objetivo último de tal pregunta es llegar a la formulación de una hipótesis sistémica


sobre el problema de la familia; hipótesis que debe conectar la conducta de cada miembro
con la de todos los demás.

El foco de la intervención sistémica será, consecuentemente, un intento de introducir un


cambio significativo en la interacción familiar que haga innecesaria la manifestación
sintomática del paciente identificado. El énfasis excesivamente pragmático (en detrimento
de la semántica de la comunicación) de esta versión de las nociones batesonianas ha llevado
históricamente a la TFS al callejón sin salida de intentar entender la conducta humana al
margen del significado atribuido a ella.
A pesar del indiscutible interés original de Bateson por los procesos mentales, la lectura
pragmática de Watzlawick et al. (1965) da lugar, paradójicamente, a una versión
interaccional de la "caja negra" del conductismo. De hecho, el grupo de Palo Alto reivindica
explícitamente el concepto de caja negra y afirman que:

Si bien es cierto que algunas relaciones permiten hacer deducciones con respecto a
lo que "realmente" sucede en el interior de la caja, tal conocimiento no resulta
esencial para estudiar la función del aparato dentro del sistema más amplio del que
forma parte (Watzlawick et al., 1965, p. 44).

La reivindicación del significado como fundamental para la comprensión de la (inter)acción


y la comunicación, junto con el rechazo de conceptos mecanicistas tales como los que
aparecen en la cita anterior han representado un punto de inflexión en el pensamiento
sistémico de las últimas dos décadas, tema al que dedicaremos el último apartado de este
capítulo tras una revisión de los datos de eficacia de la TFS.

Investigación de Resultados y Procesos en TFS: El Estado de la Cuestión


En su revisión del modelo sistémico aplicado a la terapia familiar, Feixas y Miró (1993)
lamentan que históricamente se haya producido un cierto divorcio entre investigación y
práctica psicoterapéutica. A pesar de los buenos propósitos iniciales, este divorcio es
característico de muchas otras formas de psicoterapia (para una revisión actualizada de los
principales hallazgos de la investigación de resultados en psicoterapia véase Botella y
Feixas, 1994). Sin embargo, ello no es óbice para que dispongamos de investigaciones de
calidad referentes al resultado (es decir, la eficacia) y al proceso terapéutico en TFS.
Como es característico de la investigación sobre los principales modelos psicoterapéuticos,
la eficacia global del modelo sistémico se considera probada. Los estudios metaanalíticos
realizados hasta la fecha (Hazelrigg et al., 1987; Markus et al., 1990; Shadish et al., 1993)
demuestran que las familias tratadas con terapia familiar mejoran más que el 67% de las no
tratadas. Este tamaño del efecto es compatible (si bien menor, debido probablemente al
menor número de estudios) con el resultado de estudios metaanalíticos sobre la eficacia de
la psicoterapia en general, que indica que un 80% de los clientes tratados con psicoterapia
mejoran más que los no tratados (Lambert, 1986). Como es también habitual en la
investigación sobre la eficacia genérica de la psicoterapia, ningún modelo de TFS ha
demostrado una eficacia diferencial general superior a los otros.
La investigación de resultados en TFS se centra actualmente en la cuestión de qué tipo de
intervenciones familiares funcionan mejor con qué tipo de problemas clínicos y en qué
condiciones. La investigación de procesos, por su parte, se centra en intentar elucidar qué es
terapéutico en la TFS, y cómo se relaciona el proceso de cambio con el resultado de la
terapia.
Investigación de Resultados en TFS
Terapia Familiar de la Esquizofrenia
Tras descartar, por su ausencia de base empírica, las concepciones originales de Fromm-
Reichmann (1948) sobre las madres esquizofrenógenas y las de Bateson, Jackson, Haley, y
Weakland (1956) sobre el doble vínculo como origen de la esquizofrenia, la investigación
psicoterapéutica se siguió interesando por los patrones de interacción que caracterizan a las
familias con miembros esquizofrénicos.
En este sentido, se ha demostrado que las atribuciones negativas de los padres respecto a la
enfermedad de su hijo, así como un patrón de elevada crítica, hostilidad, y excesiva
implicación parental permiten predecir el inicio de la esquizofrenia durante la adolescencia
(Doane, West, Goldstein, Rodnick, & Jones, 1981). Este mismo patrón de interacción
familiar marcado por una elevada Expresividad Emocional (Expressed Emotion: EE)
permite también predecir la posibilidad de recaídas después del tratamiento (Vaughn &
Leff, 1981). La variable EE resulta especialmente prometedora en cuanto al abordaje de la
esquizofrenia en un marco de psicoterapia familiar, pues su reducción como consecuencia
del tratamiento ha demostrado correlacionar con la disminución de la posibilidad de
recaídas (Goldstein et al., 1978).
Estos resultados han llevado a la creación de programas de tratamiento psicoterapéutico
familiar que combinan la reducción de EE con el incremento de las habilidades de
afrontamiento de la familia (en Goldstein, 1991, se encuentra un resumen de dichos
programas). El formato extenso de este tipo de programas, que generalmente implica
tratamientos de un año o más, combina aspectos psicoeducativos y sistémicos, insistiendo
en facilitar un cambio en todos los miembros del sistema familiar. Diamond, Serrano,
Dickey, & Sonis (1995) revisan cinco estudios clínicos sobre la eficacia de estos programas
(Falloon, et al., 1982; Goldstein et al., 1978; Hogarty, Anderson, & Reiss, 1986; Leff,
Kuipers, Berkowitz, Eberlein-Vries, & Sturgeon, 1982; Tarrier, Barrowclough, & Vaughn,
1988) que cumplen los criterios de rigor metodológico exigibles a la investigación de
resultados en psicoterapia. Los autores concluyen que, en comparación con el uso exclusivo
de medicación, la combinación de terapia familiar y medicación resulta una medida
profiláctica de eficacia indiscutible contra la rehospitalización. En algún caso (por ejemplo,
el estudio de Tarrier et al., 1988) la combinación de fármacos y terapia familiar hacía
descender en más de un 40% el número de reingresos tras el tratamiento. En este sentido,
Diamond et al. (1995, p. 8) afirman que
Estos programas han demostrado tanto éxito que la investigación actual ya no se
plantea si los tratamientos familiares para esta población son eficaces o no, sino
cuestiones relacionadas con la interacción entre dosis, fases de la enfermedad, e
intensidad y duración del tratamiento.
Terapia Familiar de los Trastornos Alimentarios
Ciertos aspectos del funcionamiento familiar parecen constituir factores de riesgo para la
manifestación de un trastorno alimentario, como habían propuesto algunos autores
sistémicos desde perspectivas teórico-clínicas ajenas a la investigación empírica (por
ejemplo, Selvini-Palazzoli, 1974). En una reciente revisión de 19 estudios al respecto,
Humphrey (1994) identificó factores diferenciales en las familias con hijas que padecen
trastornos alimentarios. Aparentemente las familias con hijas bulímicas o bulimaréxicas
funcionan peor que las familias con hijas anoréxicas. Las primeras se caracterizan por
patrones de interacción hostiles, caóticos, de aislamiento, baja capacidad de cuidado y poca
empatía; las segundas funcionan de forma menos desorganizada, pero más dependiente y
rígida (Diamond et al., 1995).
En cuanto al tratamiento con TFS, si bien Minuchin, Rosman, y Baker (1978) informaron
de una eficacia del 86% en una terapia familiar de orientación estructural, su investigación
carece del rigor metodológico de un estudio clínico controlado. En el único estudio de este
tipo citado en la exhaustiva revisión de Diamond et al. (1995), Russell et al. (1987)
asignaron a un grupo de 80 pacientes anoréxicas y bulímicas a dos condiciones tras el
tratamiento médico prescriptivo: terapia familiar y terapia individual de apoyo. La terapia
familiar produjo más mejora en términos de mantenimiento del peso y funcionamiento
menstrual en las pacientes menores de 18 años, mientras que las pacientes mayores de 18
años mejoraron más en terapia individual. Estos resultados se mantenían al cabo de cinco
años de seguimiento (Russell et al., 1994).
Terapia Familiar del Trastorno Oposicional y los Trastornos de la Conducta Infantil
Existe abundante literatura empírica sobre los aspectos del funcionamiento familiar que
constituyen factores de riesgo para la manifestación de trastornos oposicionales y trastornos
de la conducta infantil (véase Kazdin, 1987). Patterson (1982), basándose en resultados
empíricos, describe un patrón de interacción habitual en este tipo de familias, de especial
significación sistémica. En el caso típico, los padres ignoran los niveles bajos de conductas
exigentes del niño. A medida que la conducta oposicional del niño se incrementa (por
ejemplo, llegando a una rabieta) los padres o bien se inhiben o bien lo castigan de forma
desproporcionada. De esta forma, el niño aprende que la escalada de la conducta
oposicional atrae la atención (aunque "negativa") de los padres, y los padres aprenden que
el castigo aporta un alivio temporal. El patrón de circularidad que se establece entre el
subsistema parental y el filial deriva en una interacción mutuamente coercitiva que
incrementa tanto la conducta oposicional del niño como las normas inconsistentes y
desmesuradas impuestas por los padres (Diamond et al., 1995).
El enfoque de entrenamiento parental (Parent Management Training, PMT) combina
aspectos psicoeducativos y sistémicos en el intento de alterar este patrón de circularidad
disfuncional. Los resultados de eficacia de este programa son altamente positivos, abarcan
estudios de seguimiento de hasta 14 años e indican que los beneficios terapéuticos se
extienden al rendimiento escolar, la conducta de los hermanos y el estrés y depresión de las
madres de los niños que manifestaban las conductas oposicionales (McMahon, 1994).
Otras dos formas de TFS empíricamente contrastadas son la Terapia Familiar Funcional
(TFF; Alexander, 1988) y la Terapia Familiar Multisistémica (TFM; Henggeler & Borduin,
1990). La TFF parte del concepto sistémico de la función del síntoma; la conducta del
Paciente Identificado se considera una forma de regular la interacción entre los miembros
del sistema familiar. Así, la TFF no se centra específicamente en el motivo de demanda,
sino en reestructurar la familia de forma que las necesidades individuales de sus miembros
se puedan satisfacer sin necesidad del síntoma. La aplicación de la TFF a casos de
delincuencia juvenil ha demostrado empíricamente su eficacia (Parsons & Alexander,
1973). Por su parte, la TFM incluye como foco de la intervención aspectos del
funcionamiento familiar y factores extrafamiliares asociados a la conducta-problema (en
este caso, también la delincuencia juvenil). La TFM integra aspectos sistémicos, cognitivo-
conductuales, y evolutivos y su eficacia ha sido también probada empíricamente (véase
Diamond et al., 1995, para una revisión).
Terapia Familiar de las Adicciones
También en este caso, existe abundante literatura empírica sobre los aspectos del
funcionamiento familiar que resultan ser factores de riesgo para las adicciones entre
adolescentes. Así, la poca calidad de la relación entre padres e hijos, la relación de apego
deteriorada, los conflictos familiares crónicos o el consumo de drogas por parte de otros
miembros del sistema familiar están altamente asociadas al consumo entre adolescentes
(véase Liddle y Dakof, 1994; McDermott, 1984).
En los años 80, el programa americano Addicts and Families Project (Stanton & Todd,
1982) adaptó el trabajo de Minuchin y Haley en un formato de terapia familiar
estratégico/estructural que se aplicó a pacientes que recibían metadona. El resultado en
términos de días sin consumir durante un año de tratamiento fue positivo en comparación
con un grupo control. Con posterioridad a esta investigación, otros cinco estudios
independientes han demostrado la superioridad de un formato de terapia familiar breve (de
entre 10 y 16 sesiones) respecto a la terapia individual o grupal en cuanto a la reducción del
consumo (Friedman, 1989; Henggeler et al., 1990; Joanning et al., 1992; Lewis et al., 1990;
Liddle et al., 1995). Por otra parte, una ventaja distintiva del tratamiento familiar con
toxicómanos es que, con estos pacientes, la tasa de abandono de la terapia familiar (entre un
11% y un 30%) es mucho menor que en terapia grupal (entre un 49% y un 56%) (véase
Diamond et al., 1995).
Mención aparte merece el programa de investigación de la Universidad de Miami sobre
terapia familiar estratégica breve con jóvenes hispanos socialmente problemáticos
(particularmente toxicómanos de entre 12 y 21 años)-véase Szapocznik, Rio, & Kurtines
(1991). Es el único ejemplo de investigación programática en TFS citado en la exhaustiva
revisión internacional de Beutler y Crago (1991) publicada por la American Psychological
Association, cuenta con datos de seguimiento desde 1972, y ha recibido subvenciones del
influyente National Institute on Drug Abuse así como del National Institute for Mental
Health. Su enfoque se basa en una combinación manualizada de las propuestas de Minuchin
(1974), Haley (1976) y Madanes (1981) y consiste en una terapia sistémica breve (entre 12
y 15 sesiones) y estratégica (es decir, planificada, focalizada en el problema y pragmática).
El programa de investigación de Szapocznik y sus colaboradores ha conseguido demostrar,
entre otras cosas, (a) que su adaptación de la terapia familiar estratégica breve a familias de
adolescentes hispanos toxicómanos es eficaz, incluso en su aplicación individual, (b) que su
uso de conceptos sistémicos estratégicos para fomentar la adhesión de las familias a la
terapia incrementa espectacularmente dicha adhesión, así como el seguimiento, (c) que si
bien la terapia familiar estratégica breve y la psicoterapia psicodinámica individual obtienen
los mismos índices de eficacia en el tratamiento de adolescentes toxicómanos (comparadas
con un grupo control), en los datos de seguimiento las familias asignadas a terapia familiar
manifiestan menores índices de conflicto post-terapia que los casos tratados con terapia
individual (véase Szapocznik, Rio, & Kurtines, 1991, para una revisión).

Investigación de Procesos en TFS


La investigación de procesos en psicoterapia se interesa por cómo se produce el cambio, y
no sólo por si se produce o no. Greenberg y Pinsof (1986, p. 18) la definen como:
El estudio de la interacción entre el sistema del paciente y el del terapeuta. La meta
de la investigación de procesos es identificar los procesos de cambio en la
interacción entre estos sistemas. La investigación de procesos cubre todas las
conductas y experiencias de estos sistemas que resulten pertinentes para el proceso
de cambio, dentro y fuera de las sesiones de tratamiento.
La investigación de procesos en psicoterapia es más compleja metodológicamente que la de
resultados, además de más reciente. En este sentido, la investigación del proceso de la TFS
arroja menos resultados que la investigación sobre la eficacia de las intervenciones
sistémicas.
A pesar de esta relativa escasez quizá algunos de los estudios más interesantes sean, entre
otros, los de Mann et al. (1990), quienes aportaron evidencia empírica a la noción sistémica
estructural de que las coaliciones transgeneracionales conllevan problemas para los hijos, y
que el incremento de la colaboración y la mejora de la comunicación parental contribuyen a
una mejora de la sintomatología del Paciente Identificado. Así mismo, la contribución de
intervenciones sistémicas (tales como la reformulación o la prescripción paradójica) al
resultado terapéutico intra-sesión también ha recibido apoyo empírico en algunas
investigaciones de proceso (véase Diamond et al., 1995, para una revisión).
Tendencias Actuales en TFS: Una Aproximación Prospectiva
El desarrollo y maduración de la epistemología sistémica en terapia familiar ha dado lugar a
la emergencia de una tendencia que se manifiesta con fuerza creciente en publicaciones,
congresos y prácticas psicoterapéuticas en TFS: el constructivismo, tal como se detalla con
mayor extensión en otro capítulo incluido más adelante (Botella y Pacheco, este volumen).
El uso del término constructivismo (y su vinculación al interés por las narrativas en terapia
familiar) arranca de las propias raíces de la TFS. Keeney y Ross (1985), por ejemplo,
utilizan el término para referirse a la afirmación de que "el observador participa en la
construcción de lo observado" (p. 24). Esta afirmación constituye el núcleo de los
planteamientos de autores como Humberto Maturana, Francisco Varela, Heinz von
Foerster, Ernst von Glaserfeld, Paul Watzlawick, o Gregory Bateson, quien ya en 1972
afirmaba que:
Creamos el mundo que percibimos, no porque no exista una realidad externa (…)
sino porque seleccionamos y remodelamos la realidad que vemos para conformarla
a nuestras creencias acerca de la clase de mundo en el que vivimos. (Bateson, 1972,
p. 7).
También la cibernética, especialmente la de segundo orden, se inspira en una postura
epistemológica constructivista. La cibernética creció a partir de los trabajos de pioneros
como Norbert Wiener desde la ingeniería de la comunicación y la ciencia de las
computadoras, y ante la necesidad de entender los principios generales de cómo se
regulaban los sistemas de cualquier clase. La cibernética de primer orden se basaba en la
premisa de que el sistema observado podía considerarse separado del observador. Mientras
la cibernética de primer orden se centraba en una perspectiva externa al sistema, la
cibernética de segundo orden enfatiza el rol del observador en la construcción de la realidad
observada. De ahí que la realidad no se conciba como independiente de los procesos de
organización del observador. En este sentido, la coherencia epistemológica con los
postulados del constructivismo es total (véase Botella, 1995, para una discusión de las bases
epistemológicas constructivistas de diferentes teorías psicológicas contemporáneas).
El interés por el constructivismo en TFS ha sido documentado ampliamente. Por ejemplo,
el monográfico de Marzo de 1982 de Family Process estuvo dedicado a una serie de críticas
epistemológicas a la TFS que invocaban el constructivismo de la obra de Bateson. El
monográfico de Septiembre/Octubre de 1988 de The Family Therapy Networker llevaba el
provocador lema de "¡Llegan los constructivistas!" y en él aparecían contribuciones de
algunas figuras capitales del constructivismo en terapia familiar, tales como Karl Tomm,
Steve de Shazer, Carlos Sluzki o Lynn Hoffman. Resulta significativo que una de las obras
que marca la maduración del constructivismo como epistemología aplicada a la clínica
(Neimeyer & Mahoney, 1995) incluya una sección sobre perspectivas sistémicas y
psicosociales con contribuciones de Jay Efran, David Epston, Michael White y Guillem
Feixas--precisamente este último autor ha sido un pionero de la exploración de la conexión
entre constructivismo y sistémica en nuestro país (véase por ejemplo Feixas, 1991).
También uno de los monográficos de 1991 de la Revista de Psicoterapia (nº 6-7) dedicado a
la TFS evidencia el giro constructivista en artículos de autores como Harlene Anderson,
Harold Goolishian, Harry Procter o Valeria Ugazio. El trabajo de esta última es un
excelente ejemplo de la tendencia que parece seguir la TFS recientemente: la relativa
desvinculación de la Teoría General de Sistemas y la adopción de conceptos basados en el
construccionismo social (Gergen, 1994; para una revisión, véase Botella, 1995). En este
sentido, el título de la obra de McNamee y Gergen (1992) resulta clarificador: la terapia
como construcción social. Esta perspectiva, asociada a posturas posmodernas en la práctica
terapéutica y en la reflexión intelectual, implica la redefinición de la psicoterapia como la
génesis intencional de significados y narrativas que puedan transformar la construcción de
la experiencia de los clientes mediante un diálogo colaborativo.
Como comentábamos con anterioridad, la reivindicación de la dimensión semántica en la
compresión de la interacción humana se puede considerar una reacción a la lectura
excesivamente pragmática de la TFS en su primera época. Por otra parte, el rechazo de los
conceptos mecanicistas subyacentes a la Teoría General de Sistemas y el re-descubrimiento
de la importancia de la dimensión histórica, narrativa y lingüística en TFS responden quizá
a las mismas causas. Este giro discursivo, semántico y narrativo es propio de toda la
psicología contemporánea y, como documentábamos en otro lugar (Botella y Feixas, 1998),
ha sido destacado por autores como Bruner (1990) en su denuncia al paradigma del
procesamiento de la información por haber descuidado lo que es más característicamente
humano de tal proceso; la atribución de significado a dicha información.
Como era de esperar, tal redefinición no ha despertado un entusiasmo unánime entre los
terapeutas familiares, y algunos de ellos (por ejemplo Jay Haley o Salvador Minuchin) se
oponen a la postura constructivista/narrativa por lo que ellos entienden que tiene de
excesivamente igualitaria en cuanto a la difusión del poder del terapeuta. En este sentido,
como afirman Feixas y Miró (1993) citando a Anderson y Goolishian (1988), es posible que
el modelo sistémico se encuentre
… en una encrucijada entre aquellos que entienden la organización familiar en
términos de alianzas de poder y conductas encadenadas funcionalmente y los que
consideran la familia como un sistema de creencias compartido en el cual tiene
sentido el síntoma. (p. 283).
En cualquier caso, este tipo de debates y otros que puedan irse abriendo en el curso del
desarrollo de la TFS la enriquecen y diversifican, configurándola como una aproximación
que alcanza su madurez y se enfrenta a los retos que dicha etapa conlleva.
http://www.infomed.es/constructivism/documsweb/tfs.html
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http://red-farmamedica.com/spcv/revista/colaboraciones/col_36.htm

Aunque la Terapia Familiar Sistémica cuenta ya con cuatro décadas de historia parece
apropiado aquí hacer una presentación de este tipo de enfoque terapéutico que,
afortunadamente y a pesar de los viejos esquemas que aún rigen las enseñanzas oficiales en
nuestro país se va extendiendo de forma lenta pero segura. Los responsables de la
formación y entrenamiento de los estudiantes en la área de la salud siguen planteando el
saber bajo premisas rígidas y de corto alcance, que impiden al futuro profesional
contemplar al ser humano de forma más completa e interrelacionada con su mundo
circundante.

La terapia familiar nació como respuesta alternativa a las limitaciones que desde siempre y
hasta ahora, han conllevado los tratamientos individuales de las personas que padecen algún
tipo de desequilibrio emocional que afecta al curso normal de sus vidas. La historia de la
Terapia Familiar Sistémica es relativamente corta, pero a su vez, intensa, apasionante y
llena de esperanza en un futuro más humano en la comprensión y tratamiento de los
trastornos que el hecho del vivir comporta. Además, se da la situación afortunada, a
consecuencia de la juventud de este modelo de intervención, de que los pioneros de ayer
son los grandes maestros de hoy y aunque de edades avanzadas, siguen incansablemente
compartiendo sus conocimientos teóricos y experienciales allí donde se los necesite.

En España, la terapia familiar todavía es un tierno árbol necesitado de cuidados. Tanto en


Catalunya como en Euskadi la semilla empezó a germinar hace apenas un par de décadas.
Aquel brote que inició su crecimiento hoy alcanza unas dimensiones notables y aunque en
la actualidad sus ramificaciones van más allá de las tierras mencionadas y son fuertes y
llenas de vida, es del todo imprescindible seguir con mimo abonando. Este artículo pretende
ser un intento de ello.

Nuevos y viejos esquemas

La terapia familiar de modelo sistémico se nutre de raíces distintas a las de la mayoría de


terapias que se administran a los individuos cuando presentan problemas de adaptación a
las circunstancias que viven. La concepción materialista y mecanicista que del mundo
tenemos los occidentales -desde que Descartes y Newton, principalmente, sentaron las
bases del pensamiento occidental y científico (1) nos induce a contemplar y analizar la
realidad de una forma racionalmente práctica pero insuficiente, de manera que acabamos
excluyendo, inevitablemente, muchos de los factores que conjuntamente intervienen en el
complejo hecho de vivir. Así pues ya es tradición en los servicios médicos ofrecer -en el
mejor de los casos-, psicoterapia individual a las personas afectadas de trastornos
emocionales o de conducta. En una gran mayoría de casos, no obstante, el tratamiento se
reduce a la pura administración de psicofármacos. (2) En nuestras tierras no es habitual ver
a la persona como un ser codependiente cuyo bienestar también está relacionado con las
personas y circunstancias que le rodean. ¿De qué sirve eliminar con fármacos los síntomas
de una crisis de ansiedad (taquicardia, asfixia, insomnio, fatiga, opresión en el pecho,
cefaleas, trastornos gastrointestinales…) si no se abordan paralelamente los conflictos
emocionales que provocan esta crisis (miedo e inseguridad por la muerte de algún miembro
familiar, incertidumbre por el futuro personal o profesional, necesidad de apoyo afectivo,
etc.?).

Tenemos la vieja y cuestionable costumbre de parcializar y dividir todo aquello que nunca
debería separarse para poder ser comprendido. Así pues, nuestras limitaciones se hacen más
que evidentes cuando pretendemos observar y analizar los sucesos de una forma integral,
que nos permita captar las múltiples interrelaciones que se dan en cualquier hecho inherente
a la vida. Sencillamente, nunca aprendimos a hacerlo porque nadie nos enseñó.

Esta visión fragmentada del saber se manifiesta de forma evidente en la división que la
medicina occidental realiza entre salud mental y salud corporal. (3) Sabemos, sin embargo,
que el ser humano es un complejo sistema que tiene vida gracias al funcionamiento
inteligente, equilibrado e interrelacionado de los distintos subsistemas que lo conforman y a
la vez lo definen como especie. Y a pesar de ello, nuestra medicina moderna cuenta con
ejércitos de eminentes especialistas (4) que parecen tener muchos conocimientos sobre un
subsistema en concreto (respiratorio, circulatorio, nervioso, endocrino...), pero no aciertan a
comprender el lenguaje que un subsistema cualquiera emplea para comunicarse con los
demás. Se hace pues fácil de entender -aunque difícil de aceptar- el porqué un paciente
(muy paciente) aquejado de una dolencia -para llegar finalmente a un diagnóstico- tenga
que, invariablemente, llamar a multitud de puertas, contestar burocráticos y mecánicos
cuestionarios, explicar repetidamente las mismas cosas y someterse a diversas y agotadoras
pruebas diagnósticas. Su paciencia, a la postre, se verá recompensada al obtener una
etiqueta que dará nombre a su mal. Pero como toda etiqueta, será sospechosamente
incompleta o inclusive errónea si lo que se hace es aplicarla a un ser humano, rico,
complejo, intra e interrelacionado y en constante evolución. Así es como finalmente nuestra
genuina necesidad de separar, aislar, clasificar y etiquetar, se torna en la principal
responsable de nuestra incapacidad para comprender de una forma integral, sistémica u
holística, los sucesos de cualquier índole.

Una historia de amor y violencia

El individuo humano es un complejo sistema de funcionamiento que requiere de la


complementariedad y armonía de sus subsistemas orgánicos para disfrutar de salud, pero,
¿qué sucede cuando nos referimos al individuo en relación a los lazos afectivos que
establece con otros seres y no en relación a su propio organismo? ¿qué ocurre cuando este
individuo por el hecho de relacionarse se convierte a sí mismo en un subsistema y pasa a
formar parte de un sistema mayor que lo incluye?. Los humanos, como seres sociales que
somos, apenas somos nada separadamente del resto de las personas. Pensemos sino... ¿a
quién le obsequiaríamos con una sonrisa? ¿a quién, amorosamente, le prepararíamos una
cena? ¿para quién compondríamos una bella melodía? ¿con quién soñaríamos una noche de
luna llena?

La esencia humana nos diferencia del resto de las especies. Alguna cosa sucedió en la noche
de los tiempos que hizo que nos convirtiéramos en humanos. La necesidad que tenemos las
personas de compartir nuestra experiencia con otros, de ser reconocidos y respetados en
nuestros actos y pensamientos y de sentirnos útiles hacia los demás, conforman,
básicamente, nuestras características sociales humanas. Son las condiciones de solidaridad
(5) y colaboración las que nos han mantenido a lo largo de la historia de la evolución
humana. Sin embargo, la leyenda que venimos construyendo desde antaño no es de color
rosa. A poco que seamos honestos y no estemos cegados habría que reconocer que este
paradigma que nos ha constituido como especie está gravemente amenazado. A puertas del
tercer milenio no podemos, de ninguna manera, sentirnos orgullosos de los conflictos que
zarandean, de continuo, al planeta azul. A miles de especies ya desaparecidas de los
ecosistemas en el último siglo, se suman otras tantas amenazadas de extinción. Los
humanos no somos, es evidente, una excepción: viajamos todos en el mismo barco
planetario. La ruta que atravesamos de violencia y destrucción no augura, ni en sueños, un
futuro demasiado esperanzador. Creo entonces legítimo cuestionarnos: ¿Podemos seguir
autodenominándonos "homo sapiens sapiens" cuando, probablemente, nos convirtamos en
una de las especies más efímeras de todas cuantas haya generado nuestra madre-tierra?
¿Seremos los humanos, de entre todas las especies que habitan todavía este barco-sistema,
los únicos que hemos dejado de comprender el mundo del que formamos parte?.

La visión que tiene de la Humanidad el neurofisiólogo y biólogo Humberto Maturana (6) y


estudioso de los sistemas vivos y los fenómenos de autoorganización (autopoiesis), resulta
ser una bella historia pero sin final feliz. Entre otros muchos trabajos de este eminente
investigador destaca uno que por su temática puede aportar luz a lo que intento plantear. En
su reformulación de la Teoría de la Evolución de las Especies de Darwin, Maturana postula
que la nuestra, la humana, es una historia de amor y de colaboración, de manera que
nuestros antepasados se habrían constituido gracias al aumento en sus vidas de los
sentimientos amorosos y al abandono paulatino de la agresividad y la lucha por el poder,
propia de los chimpancés adultos machos. A medida que la hembra chimpancé fue
expandiendo su período sexual y con él, el de la crianza, las relaciones amorosas fueron
ocupando un espacio cada vez más amplio, generando así emociones relacionadas con el
cuidado y el cariño en detrimento de las provocadas por la agresividad y la competencia.

Según Maturana, la expansión de la inteligencia humana se produjo a raíz de la convivencia


amorosa, de la cooperación. El miedo, la ambición y la rivalidad disminuirían las aptitudes
inteligentes mientras que el amor sería el único camino que facilitaría el aprendizaje,
porque es propio de él abrir espacios para la colaboración. Gracias a estas características,
concluye H. Maturana, habría evolucionado la especie humana. De forma inversa, es de
suponer también, cuando la de la Humanidad deje de ser una historia de amor, cuando la
balanza definitivamente se decante hacia una historia de agresividad y destrucción,
habremos comenzado la cuenta atrás de un reloj que nos llevará, probablemente, a la
eliminación entre nosotros y a la extinción de la especie humana. Según las investigaciones
realizadas por este estudioso de lo humano, existe la posibilidad, más que probable, de que
la desaparición de anteriores ramificaciones del linaje humano fuera debida a sus conductas
competitivas.
La soberbia y la arrogancia nos pierden. Nos llevan a considerarnos autosuficientes y la
ceguera resultante no nos permite reconocer la necesidad que tenemos de nuestros
congéneres y del resto de especies y ecosistemas que conforman nuestra morada. La
incomprensión y la insolidaridad que conllevan todo individualismo nos acercan al
tristemente conocido “sálvese quién pueda”. Consecuentemente, las relaciones que
mantenemos con las personas más cercanas son, a menudo, puro reflejo y sincronía del aire
enrarecido que se respira en el mundo. La cooperación brilla por su ausencia y la
intolerancia y los intereses de los más poderosos campan a sus anchas. Delante de la
incapacidad creciente que tenemos para escuchar y apoyar a los demás, cada vez más, las
consultas médicas se encuentran saturadas de personas afectadas por trastornos
relacionados con el estado de ánimo: estrés, depresiones, psicosis, fobias y… últimamente y
más que nunca, síndromes post-traumáticos derivados de todo tipo de violencia y conflictos
bélicos. Tristemente, al final, una realidad con la que la mayoría de la gente nos
acostumbramos a vivir.

De lo parcial a lo global

Invariablemente y como ya es costumbre en nuestras sociedades “avanzadas”, los


individuos que acaban padeciendo las consecuencias del mundo loco en el que vivimos son
separados del resto y estudiados y tratados individualmente. La persona ni empieza ni acaba
en ella misma. Lo que ella es, lo que a ella le acontece, está necesariamente relacionado con
las personas con las que interactúa y con las situaciones en las que se desenvuelve. (7) Sólo
desde esta perspectiva es posible comprender cualquier trastorno que le sobrevenga en el
curso de su vida.

La historia de la Salud Mental en Occidente es ya dilatada. Diversas escuelas, tradiciones y


enfoques han ido acercándose a la comprensión del hombre desde muchas teorías. Algunas,
es verdad, contribuyeron a la amplificación o revisión de los constructos existentes; otras,
no pasaron de ser visiones más o menos mecanicistas coherentes con la forma de pensar de
los estamentos médicos imperantes en el contexto social donde fueron ideadas.
Afortunadamente, las corrientes de apertura que nos airearon en los años sesenta facilitaron
muchos de los enfoques que actualmente tienen cabida en el campo terapéutico. Conceptos
humanistas, energéticos y espirituales, poco a poco, se fueron adentrando en una tierra
donde no resultaron del todo comprendidos ni admitidos. Predominantemente orientalistas,
estas filosofías salpicaron de dudas nuestro saber científico y contribuyeron y siguen
contribuyendo a la formación de una mentalidad más abierta y flexible que permite enfocar
los hechos que nos conciernen desde distintos puntos de vista.

De todas maneras y a pesar de las cuantiosas influencias de culturas lejanas, los


tratamientos terapéuticos, hoy en día, se siguen enfocando de forma individual porque
obedecen todavía a una visión fragmentada que tenemos del saber y a una ilusión de que
somos autosuficientes y podemos estar desligados de los otros. Nada más lejos de la
realidad. Aunque parezca una paradoja, la autonomía personal sólo es posible si aceptamos
el hecho de que pertenecemos. El sentido de pertenencia en un ser social como el humano
es inseparable del de autonomía. Un nivel de pertenencia sano y equilibrado hará posible,
en consecuencia, un nivel de autonomía también equilibrado y sano. Aunque pueda herir el
orgullo de algunos hay que decir que las personas somos, al final, una amalgama de lo que
pensamos que somos y de lo que piensan los otros que somos. De forma similar, podríamos
también pensar que nuestras acciones son el resultado híbrido de lo que nosotros queremos
hacer y de lo que desean los otros que hagamos. ¿En qué proporción lo uno y lo otro? En
proporción tan variada como distinta es la idiosincrasia de cada uno.

Del individuo al sistema familiar

A finales de los años cincuenta, un grupo de jóvenes pero brillantes y entusiastas terapeutas
que trabajaban en instituciones de salud mental en los E.U.A., (8) decidieron a raíz de los
resultados insatisfactorios que recolectaban con terapias individuales, comenzar a trabajar
conjuntamente con los pacientes y las familias de éstos. Más tarde incluirían también en su
proyecto a las instituciones mentales que, a pesar de sus buenas intenciones se mostraban,
en general, propiciatorias de la cronicidad de muchas enfermedades.
Introducidos estos cambios los resultados se revelaron notablemente esperanzadores. Ha
llovido mucho desde entonces y hoy el camino se encuentra ligeramente allanado. Pero
como siempre sucede en todas las innovaciones en el ámbito del saber, las dificultades con
las que se toparon esos desafiadores del hacer oficial, no fueron pocas. Seguir adelante con
el proyecto familiar e institucional supuso enfrentarse a obstáculos de todo tipo. Sólo ellos,
los que iniciaron el camino, saben de la fatiga que supuso cuestionar el saber oficialmente
establecido. Más eso resultó ser solamente una parte del camino, porque la dificultad
verdadera radicaría, principalmente, en que las teorías formuladas hasta entonces sólo
planteaban las cuestiones inherentes al individuo y a su mundo interior.

¿En qué apoyarse, entonces, para entender y tratar a una familia? Fue preciso pues,
construir los postulados necesarios que reflejaran el “ lenguaje” utilizado por las familias en
sus modos de relacionarse los unos con los otros. Y así, con la fuerza que da la fe y la
paciencia que requiere el conocimiento, se empezaron a desarrollar nuevas premisas y
formas de intervención que, poco a poco, fueron ayudando a comprender mejor la dinámica
del sistema familiar.
La base en que se fundamentó, principalmente, la Terapia Familiar Sistémica fue la Teoría
de los Sistemas Generales. (9) Aplicando los conceptos y leyes de esta teoría al trabajo con
familias fue posible reconocer a hombres y mujeres como parte de un todo más amplio -
como subsistemas, de sistemas mayores-. Para el terapeuta familiar, la familia se convirtió
en una unidad, en un solo organismo; y así, cuando uno o más de los miembros del sistema
planteaban un problema, la familia pasó a ser el lugar privilegiado para la intervención
terapéutica.

Así, la familia contemplada como un sistema de relación vivo, con sus equilibrios y
desequilibrios, con sus etapas de crecimiento y también de estancamiento, (10) fue
perfilando un camino terapéutico donde el paciente designado (portador del síntoma) no
resultaba ni más ni menos importante que el resto de los miembros familiares. De esta
forma, el síntoma se convirtió, básicamente, en una especie de señal, de alarma; un aviso de
que algo no funcionaba bien (crisis) y de que algo había que cambiar. (11) Los síntomas
reflejan un intento por parte del organismo o sistema de curarse y de alcanzar un nuevo
nivel de organización. Y la práctica médica corriente interfiere, normalmente, en este
espontáneo proceso curativo, al intentar la erradicación de los síntomas.

Podría sernos de utilidad, por ejemplo, y a modo de paralelismo, pensar en el procedimiento


que emplean las medicinas orientales para abordar la enfermedad. Estas, no centran toda su
atención en el síntoma; éste no se convierte en el objetivo directo de sus intervenciones.
(12) Si bien los síntomas se utilizan para comprender las posibles causas de la enfermedad,
la terapia en sí no va encaminada a la supresión de éstos (13) sino que se dirige al
restablecimiento del equilibrio energético del individuo, de manera que un funcionamiento
e intercambio más adecuado del flujo de energía entre los distintos subsistemas posibilite la
remisión del síntoma.

El uso de la Medicina Tradicional China en Occidente es reciente y su introducción sólo ha


sido posible gracias a la revisión de los paradigmas de la ciencia a raíz de los últimos
avances en la moderna física cuántica, que contempla la energía como el componente
básico de todo cuanto existe en el Universo. La relación existente entre la moderna visión
de sistemas y la milenaria filosofía china comienza a perfilarse. Ahora bien, el sistema
médico chino actual es holístico sólo en teoría. Aunque la dependencia recíproca entre el
organismo y su entorno se examina detalladamente en los textos clásicos de esta medicina,
la mayoría de los médicos actuales no intentan en sus prácticas ocuparse de manera
terapéutica de los aspectos psicológicos y sociales de la enfermedad, tal y como lo habían
hecho los médicos chinos de la antigüedad.

De otro lado, también en la cultura chamánica, tan alejada de la nuestra y ubicada en unas
sociedades que a ojos de la ciencia resultan primitivas, se contempla desde siempre este
enfoque sistémico, u holístico si se prefiere. La visión que del mundo tienen los indígenas
no es antropocéntrica como la nuestra. No se ven a sí mismos en el centro del mundo.
Saben que son codependientes de todo lo que les rodea y que su supervivencia está
condicionada al equilibrio de todas las partes. Consideran igualmente importante: el clima,
la tierra, la cultura, las leyes, las relaciones con sus semejantes y otras especies y…con otros
mundos. Así, el chaman sabe que cuando un individuo cae enfermo no es a éste en
particular a quien hay que diagnosticar sino a todo el sistema comunal y circunstancias
adyacentes. El chaman comprende que la enfermedad de ese individuo (síntoma), en el
fondo sólo es el reflejo de una enfermedad o desequilibrio mayor que afecta e incluye al
resto de la comunidad. Y sobre la base de ese conocimiento el chaman utiliza la fuerza y el
poder de los mitos de su cultura para encontrar un nuevo equilibrio, un nuevo orden para su
pueblo.

Y de forma similar también, el terapeuta familiar no trata al (paciente) que es portador del
síntoma, sino que su trabajo va dirigido a restablecer el flujo relacional familiar de tal
manera que la consecución de una estructura de funcionamiento más adecuada, sea la que
devuelva la homeostasis perdida que hizo factible la génesis de uno o varios síntomas en
uno o varios miembros del sistema familiar. Saber de esta capacidad que tiene todo sistema
de autorregularse utilizando sus propios recursos y encontrar así un nuevo equilibrio, resulta
básico para una mejor comprensión de la dinámica familiar y la de cualquier otro organismo
vivo. El terapeuta familiar confía plenamente en las capacidades de reorganización y
regulación de la familia como sistema vivo y en crecimiento. La búsqueda primordial de la
terapia familiar consiste en liberar posibilidades no utilizadas o infrautilizadas del grupo
familiar. La terapia es la búsqueda de lo que no se conoce, pero todo lo que en realidad
llega a descubrir la familia junto al terapeuta ya estaba allí desde antes. Lo único que hace
el terapeuta -y no es poco- es accionar los mecanismos que ya se encontraban en el propio
sistema.

El terapeuta familiar no es un enfermero que hace curas, tampoco un asesor que da consejos
y menos aún, un prescriptor de remedios milagrosos. El terapeuta familiar es un facilitador
para la familia. Un profesional que se compromete con el problema que hace sufrir a un
conjunto de personas relacionadas entre sí y que intenta, con la colaboración de todos,
allanar un camino que resulta demasiado doloroso para ser andado a diario.

Del Psicoanálisis a la Terapia Familiar Sistémica


En la época en que se inició la terapia familiar, el psicoanálisis se había convertido, desde
hacía mucho tiempo ya, en un reino incuestionable que imperaba en la mayoría de las
facultades de medicina y psicología y de las instituciones mentales, tanto privadas como
públicas. Introducir algo diferente a lo entronado fue visto, era de esperar, como una
sublevación contra el orden académico. Es necesario aclarar sin embargo, que lo que
cuestionaban en un principio esos recién estrenados terapeutas familiares no era el cuerpo
teórico del Psicoanálisis -ya que los pioneros de la terapia con familias tuvieron, en general,
formación analítica-, sino la estructura del sistema terapéutico. La transformación que
supuso pues, pasar de un terapeuta y un paciente a tener un equipo de terapeutas y un
equipo familiar, fue el verdadero cambio que hizo posible ver un abanico de realidades y
posibilidades interrelacionadas que antes no hubieran podido ser vistas, jamás, desde el
enfoque psicoanalítico. Así fue cómo un puñado de profesionales de la salud mental de
orientación analítica fue cambiando, poco a poco, el enfoque terapéutico y el hábito de
bucear en la mente torturada del paciente designado. A partir de ese momento, las
diferencias con la teoría psicoanalítica se acentuaron, y ya casi nada volvió a ser igual para
esos impulsores de otras realidades más acordes con la naturaleza de las leyes de la
sociedad humana.

Los terapeutas familiares, al igual que los psicoanalistas, también reconocen la atracción
que ejerce el pasado en nosotros y el hecho de que, en alguna medida, las personas vivimos
a la sombra de la familia que fuimos; pero, a diferencia de aquellos, también reconocen el
poder del presente y encaran la influencia en curso de la familia que somos. El principal
objetivo de la terapia familiar es conseguir el cambio en la organización de la familia, sobre
la base de que cuando se transforman las relaciones del sistema familiar la vida de cada
miembro también se ve, consecuentemente, modificada. La reunión de los miembros de la
familia y el trabajo terapéutico con ellos facilita la elaboración de los conflictos, pero es
también y sobre todo, una nueva forma de abordar la comprensión de la conducta humana
en su complejidad, como fundamentalmente conformada por su contexto social y también
cultural.

De todas maneras no sería justo terminar esta exposición sin reconocer el mérito a los
muchos avances que se realizaron gracias a los grandes estudiosos y humanistas del
psicoanálisis en relación al conocimiento del hombre, sobre todo, de su mundo interno.
Ellos también -como sucede siempre en la revisión del saber- padecieron la incomprensión
de su tiempo. Los pioneros del psicoanálisis también sufrieron, en su momento, todo tipo de
ataques desde el saber oficialmente establecido que les cuestionaba, de continuo, la “ validez
científica” de sus postulados. Solo por poner un ejemplo, el corpus teórico que planteó
Sigmund Freud a principios de siglo sobre las relaciones humanas y el papel que jugaban
los impulsos libidinosos en el individuo, resultó ser una especie de bomba demasiado
peligrosa para la burguesía bien pensante y la clase intelectual de la época.

Hace algún tiempo ya, en un pueblo del desierto mexicano, un anciano lugareño me confió:
…este lugar está concurrido la mayor parte del año. Algunos sólo son curiosos (yo me
encontraba entre ellos) pero la mayoría llegan de lejos en busca de la armonía atribuida a
estas tierras y sobre todo a un monte cercano considerado por todos sagrado. ¿Qué tiene de
especial ese monte?, pregunté yo. Une a las gentes, les brinda su calma y sabiduría para
comprender que todos somos hermanos. Después regresan a sus lugares de procedencia con
más conocimiento de la naturaleza que nos envuelve; me explicó él. ¿Qué hacen para
conseguir eso?, de forma ingenua pregunté. Y él respondió: Se comunican con las fuerzas
que nos dan la vida; cada uno a su manera, según las creencias de su pueblo, de su familia y
de las indicaciones de los ancianos conocedores de la tradición sanadora del alma colectiva.

En nuestra cultura occidental no es común comunicarse con las fuerzas que nos dan la vida
por la sencilla razón de que no tenemos consciencia de que esa “ extravagancia” sea posible.
Pero, afortunadamente, también es verdad que a la par florecen toda una serie de
movimientos encaminados hacia esa otra comprensión de la realidad que nos envuelve y de
la que formamos parte.

Así pues, todo “ nuevo” conocimiento provoca tarde o temprano la revisión de la verdad. Es
de sabios, rectificar, nos aconsejaron algunos sabios. Se torna bueno entonces, avanzar
hacia lo que uno cree mejor, más completo, más humano, y dejar atrás aquello que se juzga
poco útil para comprender, cuestionar y cambiar las relaciones que mantenemos entre
nosotros y con el mundo al que pertenecemos.

Es de esperar que el tiempo, como juez implacable que es, muestre los aciertos y los errores
cometidos. Entonces, cuando eso suceda, nosotros estaremos quizás lejos, y será tarea de
otros la de continuar el trabajo amoroso de acercarse, cada vez más, a la tan olvidada
esencia humana.
Notas:
En los siglos XVI y XVII la visión del Universo como algo orgánico, vivo y espiritual fue
reemplazada por la concepción de un mundo similar a una máquina, como consecuencia de
los cambios introducidos en la física y la astronomía que culminaron en las Teorías de
Copérnico, Galileo y Newton. Estos cambios que resultarían básicos para el pensamiento de
la civilización occidental fueron completados por las teorías del filósofo y matemático René
Descartes. La filosofía cartesiana de la certeza científica absoluta es aún muy popular y se
refleja en el cientifismo racionalista que caracteriza a nuestro saber occidental. No obstante,
la física moderna ha demostrado que no existe una certeza científica absoluta y que todos
nuestros conceptos y teorías son limitados, limitadores y aproximativos.

Nunca antes el ser humano había consumido tal cantidad de drogas (entiéndase aquí, tanto
las de orden clandestino como las adquiridas en los establecimientos farmacéuticos). En
E.U.A., y sólo por poner un ejemplo, una gran mayoría de mujeres ocupadas en sus hogares
ingieren de forma regular PROZAC. Pero dicho fármaco también se comienza a prescribir,
indiscriminadamente, a niños y a adolescentes.

Desde que Descartes afirmara: "Pienso, luego existo", el pensamiento racional se convirtió
en el motor de nuestra cultura, al punto que el hombre occidental llegó a identificar su
identidad con la mente en lugar de con todo su organismo. Esta desintegración del ser
humano en dos partes, mente y cuerpo, se refleja en todos los ámbitos del saber occidental
pero se muestra clarísima en la medicina; los médicos actuales, devotos de la imagen
cartesiana del cuerpo humano como un mecanismo de relojería desprovisto de emociones,
no pueden llegar a entender muchas de las enfermedades que nos preocupan actualmente.

Parece claro que la medicina actual ha olvidado totalmente las raíces hipocráticas en las que
se basó durante siglos. Hipócrates, en uno de sus aforismos, apuntó: Todas las partes del
organismo forman un círculo. Por lo tanto, cada una de las partes es tanto principio como
fin.

No me refiero aquí a la solidaridad que ejercen las ONG´s y a la de quienes contribuyen con
ellas económicamente -que tan de moda está- sino a ese valor humano intrínseco que, de
existir, no harían precisas las intervenciones humanitarias de unos pocos mientras la gran
mayoría -incluidos los gobiernos- consiente y hasta fomenta, el abuso, la expoliación y el
genocidio, tanto de humanos como de otras especies.

La contribución de Humberto Maturana, Premio Nacional de Ciencias Biológicas 1994, a


las ciencias de complejidad es reconocida. Representante de la Escuela Chilena de
pensamiento post-racionalista, sus aportes son, entre otros, el rechazo al racionalismo de
"verdad objetiva única", el papel de la autoorganización de toda adaptación y conocimiento,
y el involucramiento del conocimiento en el ser integral, lo cual desafía la dualidad
cartesiana donde mente y cuerpo se contemplan por separado. En relación a sus estudios
sobre la evolución humana, consultar Maturana, H., y Verden, G. Amor y juego.
Fundamentos olvidados de lo humano. Santiago de Chile: Instituto de Terapia Cognitiva;
l993 y Maturana, H. El sentido de lo humano. Dolmen Editores. Santiago de Chile; 1990.
También en Maturana, H. y Varela, F. De máquinas y seres vivos. Autopoiesis: la
organización de lo vivo. Ed. Universitaria. Santiago de Chile; 1998.

Ubicar los fenómenos dentro del contexto donde tienen lugar resulta de la máxima
importancia para poder comprenderlos. Resulta totalmente distinto ver la psicosis como una
enfermedad incurable y progresiva de una mente individual o entender la psicosis como la
única respuesta posible frente a un contexto absurdo o insostenible.

Salvador Minuchin, profesor de Psiquiatría en la Universidad de Nueva York, director del


Centro Familiar Minuchin de la misma ciudad y uno de los máximos representantes de este
modelo, publicó un texto donde relata los orígenes de la terapia familiar a la vez que nos
explica su historia personal y profesional. Lectura recomendable para quien esté interesado
en la trayectoria histórica de este enfoque terapéutico. Ver Minuchin, S y Nichols, Michael
P. La recuperación de la familia. Relatos de esperanza y renovación. Paidós; 1994.

Un sistema es un conjunto de objetos o sujetos que se relacionan entre sí gracias a sus


atributos y que a la vez interactúan con el medio que constituye un sistema mayor. De ahí,
que ningún sistema o subsistema vivo pueda alcanzar su propio equilibrio aislado de los
otros. La Teoría de los Sistemas Generales es aplicable a todos los sistemas en evolución:
biológicos, económicos, políticos, ecológicos… Así, la interacción humana se describe
como un sistema de relación caracterizado por las propiedades de los Sistemas Generales.
Durante cuatro siglos la ciencia se ha ocupado de relaciones lineales y progresivas de tipo
causa-efecto, excluyendo toda una serie de fenómenos que no era posible analizar en los
laboratorios. También se realizaron, constantemente, esfuerzos para estudiar la memoria, la
atención, la inteligencia, la percepción o la autonomía personal, pero siempre en situaciones
de aislamiento artificial. Puesto que los sistemas vivientes tienen tratos cruciales con su
medio parece inadecuado y equívoco aislarlos de manera aséptica para su estudio.

Entre los principales contribuyentes a la formulación de la Teoría de los Sistemas


Generales cabe destacar a los químicos Ilya Prigogine y Manfred Eigen; al antropólogo
Gregory Bateson; a los biólogos Conrad Waddington y Paul Weiss y a los teóricos de
sistemas Erich Jantsch y Ervin Laszlo. La aplicación de esta teoría a la interacción humana
se puede consultar en Watzlawick, P., Helmick, J., y Jackson, D. Teoría de la
Comunicación Humana. Barcelona: Herder; 1981.

Aunque la familia resulta importante para el equilibrio del individuo, también es verdad que
ésta le impide la totalidad de su expresión creativa al encontrarse éste ceñido a las normas y
pautas propias de toda familia. La familia, como todo sistema complejo, tiende a la
conservación de sus características. Pero a menudo sucede que este organismo conservador,
más que en un equilibrio se instala en la estaticidad, en un inmovilismo que asfixia e
impide cualquier movimiento independiente de sus miembros.

Es entonces cuando se hace preciso intervenir para liberar ese bloqueo en el flujo relacional.
Sólo así la familia podrá retomar su camino evolutivo y de crecimiento.
Por ejemplo, la palabra china para la crisis -wei-ji- se compone de los términos
correspondientes a “ alarma” y “ oportunidad” . Los momentos difíciles de la vida se
convierten, para los chinos, en una situación oportuna para cambiar aquellas estructuras que
no permiten un funcionamiento adecuado.

A menudo, la medicina occidental confunde el síntoma con la enfermedad. En cambio,


entender el síntoma como una señal, como una metáfora de la enfermedad o conflicto,
ayuda enormemente a comprender el problema y por tanto a aplicar el tratamiento
adecuado.

Los médicos occidentales, en general, ven la enfermedad como a un enemigo al que hay que
vencer y eliminar. La pretensión utópica de los científicos modernos de erradicar todas las
enfermedades en el futuro obedece a una visión deficiente y confusa del proceso vital. Estar
totalmente libre de cualquier enfermedad es prácticamente incompatible con la vida.
FAMILIA Y CICLO VITAL.
Etapas del Ciclo Vital
http://perso.wanadoo.es/aniorte_nic/progr_asignat_terap_famil.htm

A- GALANTEO (ADOLESCENCIA
B- INICIO DEL MATRIMONIO.
C- NACIMIENTO DE HIJOS.
D- PERIODO INTERMEDIO.
E- "DESTETE" DE LOS PADRES.
F- RETIRO DE LA VIDA ACTIVA.

INTRODUCCIÓN.
Periodo de galanteo (adolescencia)
- Surgen problemas si se demora este proceso en el joven.
- El adolescente enfrenta el involucramiento simultáneo entre su familia y sus iguales.
- Los padres pueden: soltar a sus hijos o enredarlos a perpetuidad en la organización
familiar. A veces, el joven se lanza prematuramente al matrimonio en un intento de
liberarse de su red familiar.
Constitución de la pareja estable
- La pareja, al inicio, debe elaborar multitud de acuerdos.
- Los temas que no pueden discutirse quedan enquistados en el matrimonio.
- La nueva pareja aprende a usar tanto el poder de la fuerza como el poder de la debilidad y
enfermedad.
- El involucramiento paterno en la nueva pareja es causa de desavenencias.
- Cortar, totalmente, con la familia de origen no trae buenos resultados.
El arte del matrimonio sería: conseguir la independencia conservando la involucración
emocional con la familia de origen.
Nacimiento de los hijos.
- Con el nacimiento de un hijo la pareja pasa de ser dos personas a configurar un triángulo;
esto debe implicar un cambio en las reglas de relación.
- La pareja puede empezar a tratar sus problemas "a través del hijo".
- El período más común de crisis es cuando los hijos empiezan la escolaridad.
- Para los padres, la escolaridad del hijo es una experiencia de que terminarán dejando el
hogar.
Periodo intermedio.
En este período la relación matrimonial se profundiza y amplia; se han forjado relaciones
estables con la familia extensa y con círculos de amigos.
Al llegar a esta etapa, la pareja ha atravesado muchos conflictos y ha elaborado modos de
interacción bastante rígidos y repetitivos.
En estos años medios pueden sobrevenir graves tensiones y también el divorcio.
El" destete de los padres".
El hecho de que los hijos dejen el hogar coloca a algunos padres frente a frente sin nada que
decirse ni compartir.
La enfermedad del hijo hace que sus padres no tengan que quedar solos sino que sigan
comunicándose "a través de los problemas del hijo".
Es en esta etapa, y cuando el hijo logra abandonar el hogar, los padres deben transitar ese
cambio que se llama "convertirse en abuelos".
Cuando el hijo mayor produce un nieto, puede liberar a alguno de los padres de su hilo
menor, con el que, tal vez, estaban excesivamente involucrados.
Cuando la gente joven se aísla de sus padres priva a sus hijos de los abuelos, no
permitiendo la interrelación mutua entre las generaciones.
El retiro de la vida activa
Algunas veces, el retiro de la vida activa hace que se halle la pareja frente a frente,
veinticuatro horas, creándose diversos problemas.
Un síntoma, en esta etapa, puede verse como la protección de un miembro sobre el otro.
Desarrollando un síntoma incapacitante, el otro miembro, al ayudar a su pareja, se siente
útil; de esta manera, lo desvía de la crisis que puede sobrevenir a la jubilación al sentirse
retirado de una vida activa.

TRANSICIÓN Y CAMBIO
Si todo crecimiento implica cambio, el crecimiento familiar nos lleva necesariamente al
concepto de cambio en los acuerdos de relación, en las reglas con que se maneja una familia
en la cotidianeidad de sus intercambios.

Ahora bien, también sabemos que el repertorio de reglas con que cuenta una familia no es
ilimitado. Muy por el contrario, está firmemente acotado por las historias de los miembros
que la componen y de las cuales se deriva un sistema de creencias que, cuando posee
características de permanencia e innombrabilidad, adquieren el carácter de míticas.

El hecho de compartir ese sistema de creencias y la manera especial en que éste se pone en
juego en cada situación, en cada momento de su vida, a través de las reglas de relación, es
lo que garantiza la unión y la permanencia en el tiempo de una familia como tal.
Es evidente que en todo proceso de crecimiento familiar, y más precisamente en el cambio
de una etapa a otra, lo que debe negociarse es ese gran paquete formado por el sistema de
creencias compartido y las reglas que lo mantienen, unidos ambos términos en un proceso
de retroalimentación continua. La posibilidad de un sistema de acomodarse a la nueva
situación evolutiva, a través de la negociación y el establecimiento de reglas nuevas,
satisfactorias para sus miembros en la medida en que son convalidantes de identidades
propuestas por ellos mismos, nos habla de una familia cuyas reglas y sistema de creencias
son lo suficientemente flexibles como para que su funcionalidad no se vea lesionada en ese
pasaje.

El momento de transición de una etapa a otra es un momento de crisis, en el cual los


miembros de la familia tienen la clara percepción de que las reglas con que se venían
manejando ya no sirven y que aún no han surgido de ellos, otras nuevas que las reemplacen.

Cada vez se va haciendo más evidente que las familias recorren un proceso de desarrollo, y
el sufrimiento y los síntomas psiquiátricos aparecen cuando ese proceso se perturba. Es
decir, cuando el ciclo vital en curso de una familia o de otro grupo natural se disloca o
interrumpe los síntomas aparecen; el síntoma, pues, es una señal de que la familia enfrenta
dificultades para superar una etapa del ciclo vital.

Decir que la terapia tiene como meta ayudar a que las personas superen una crisis, e
ingresen en una nueva etapa de la vida familiar, puede llevar a pensar que se trata de
"adaptarlos" a sus familias o a la sociedad que modela esas familias. Hay dos maneras de
"adaptar" una persona a su situación sin producir un cambio en el sentido del crecimiento.

Una es estabilizarla mediante el uso de medicamentos. Si una persona joven ha alcanzado la


edad de independizarse y la familia no puede pasar por la etapa de liberarlo, esa persona
manifestará síntomas. En este punto la medicación impedirá el surgimiento de dificultades,
pero también impedirá el cambio y cronificará la situación, tanto para el joven como para la
familia.

El otro modo "adaptativo" es la terapia individual de largo plazo, centrada en ayudar a la


persona a comprender su desarrollo infantil y sus distorsiones perceptuales, más que en la
realidad de su situación vital presente. Podría ser el caso de aquellas personas, que
descontentas por la vida que llevan, inician una psicoterapia, quedando estabilizadas por
años mediante el "análisis intensivo". En lugar de alentarías a emprender acciones que las
llevarían a una vida más rica y compleja, la terapia impide ese cambio, al imponerles la idea
de que el problema está dentro de sus "psiques" y no en la situación.

Si se piensa que la terapia es la introducción de variedad y riqueza en la vida de una


persona, entonces su meta es liberar a ésta de las limitaciones y restricciones de una red
social en dificultades .

ETAPAS DEL CICLO VITAL


El sistema familiar es un ser vivo que, al igual que un ser individual, puede ser susceptible
de estudio desde la perspectiva de etapas o fases de evolución.

A) Periodo de galanteo (adolescencia)


Una diferencia crucial entre el hombre y todos los demás animales es que el primero es el
único con "parientes políticos". En cada etapa de la vida de la familia humana está
involucrada una familia extensa; mientras que en las otras especies hay discontinuidad entre
las generaciones. Una osa no dice a su hija con quién "debe casarse", ni supervisa la crianza
de sus oseznos; los padres humanos, en cambio, influyen en las parejas potenciales de sus
hijos y ayudan a criar a los nietos. Por lo tanto, el matrimonio no es meramente la unión de
dos personas, sino la conjunción de dos familias que ejercen su influencia y crean una
compleja red de subsistemas.

Existe un período de la vida en que la gente joven aprende a galantear y a participar en esta
actividad, y cuanto más se demore dicho proceso en un chico, tanto más periférico llegará a
ser, respecto a la red social. El joven que ha cumplido veintitantos años y todavía no ha
salido con chicas estará en inferioridad de condiciones cuando alterne con otros muchachos
de su edad que ya llevan años de experiencia en cuanto a técnicas de "galanteo". No se trata
solamente de que el joven inexperto no ha aprendido cómo manejarse con el sexo opuesto o
que no puede disparar las respuestas físicas adecuadas, sino que su conducta social es
inadecuada; las personas a quienes elige para galantear están pasando por las últimas etapas
de la conducta de galanteo, mientras que él todavía se está abriendo camino por los
primeros pasos del proceso.

El adolescente enfrenta un problema particular: su involucramiento simultáneo con su


familia y con sus pares. El modo en que debe comportarse para adaptarse a su familia tal
vez impida su desarrollo normal respecto de la gente de su edad. Se trata, esencialmente, de
un problema de destete, y este último no es completo hasta que el chico abandona el hogar y
establece vínculos íntimos fuera de la familia. Volviendo a la referencia animal, sabemos
que la madre osa se desinteresa de sus oseznos y los abandona. Los padres humanos pueden
soltar a sus hijos, pero también enredarlos a perpetuidad en la organización familiar.

Tan pronto como un hombre joven se aventura fuera de su propia familia y se asocia
seriamente con una mujer joven, dos parejas de padres se convierten en partes del proceso
de decisiones. Incluso los jóvenes que eligen pareja en forma rencorosa, precisamente
porque sus padres se oponen a la elección, también están atrapados en la imbricación
parental, porque su elección no es independiente. Lo que alguna vez se denominó "elección
neurótico de compañero" implica sin duda un proceso de decisión familiar.

La terapia, si logra ser exitosa, reubica a la persona joven en una vida en la que puede
desarrollar al máximo sus aptitudes potenciales. Cuando no es exitosa, el sujeto se convierte
en una persona periférico; incluso puede ocurrir que la terapia contribuya a su fracaso.

El hecho de comprender que no hay un único método terapéutico adecuado para todos los
adolescentes con problemas, introdujo un cambio fundamental: cada individuo está en un
contexto que le es singular, y la terapia debe ser suficientemente flexible como para
adaptarse a las necesidades de la situación particular. La mayoría de los adolescentes se
acercan al tratamiento cuando sienten que les resulta imposible participar como quisieran en
el amor o en el trabajo.

Es importante que el terapeuta reconozca, en las vidas estériles que muchos jóvenes llevan,
el resultado de no haber podido desenredarse de sus familias. Lo difícil para el clínico es
determinar cuáles son las restricciones que impiden al joven alcanzar una vida mas
compleja e interesante, y eso a menudo es imposible si el clínico no se reúne con toda la
familia.

Así como la gente joven puede evitar el matrimonio por razones intrínsecas a la familia,
también puede lanzarse prematuramente al matrimonio en un intento de liberarse de una red
familiar desdichada. A menudo, la tarea del terapeuta consiste en refrenar un pasaje
demasiado rápido del joven a la etapa siguiente de la vida familiar, para que pueda
reconocer la posible diversidad de estilos de vida.

B) Constitución de la pareja estable


Cualquiera que sea la relación entre dos personas antes del matrimonio, la ceremonia
modifica en forma impredecible su naturaleza. Para muchas parejas el período de la luna de
miel y el tiempo que transcurre antes de que tengan hijos es un período delicioso. Para otros
no lo es; puede producirse una tensión desquiciante, capaz de romper el vínculo marital o
de generar síntomas en los individuos antes de que el matrimonio se haya puesto realmente
en marcha.

Aunque el acto simbólico de contraer matrimonio tiene un significado diferente para cada
uno, es, ante todo, un acuerdo de que la joven pareja se compromete mutuamente de por
vida. Cuando la pareja casada empieza a convivir, debe elaborar una cantidad de acuerdos,
necesarios para cualquier par de personas que viven en íntima asociación. Deben acordar
nuevas maneras de manejarse con sus familias de origen, sus pares, los aspectos prácticos
de la vida en común, y las diferencias sutiles y gruesas que existen entre ellos como
individuos. Implícita o explícitamente han de resolver una extraordinaria cantidad de
cuestiones, algunas de las cuales son imposibles prever antes del matrimonio.

Es frecuente que durante este período inicial eviten la discusión abierta o las
manifestaciones críticas, debido al aura benevolente que rodea al nuevo matrimonio y a que
no desean herir sus respectivos sentimientos. A veces los temas que no pueden discutirse
quedan enquistados en el matrimonio. En este período temprano, marido y mujer aprenden
a usar, tanto como el poder de la fuerza, el poder manipulador de la debilidad y la
enfermedad.

No es posible separar fácilmente las decisiones de la pareja reciente de la influencia


parental. La joven pareja debe establecer su territorio, con cierta independencia de la
influencia parental, y a su vez los padres deben cambiar los modos de tratar a los hijos, una
vez que estos se han casado. El involucramiento paterno en un nuevo matrimonio puede ser
causa de desavenencias en éste, a menudo sin que nadie se dé cuenta de cuál es el origen de
ese sentimiento negativo.

Algunas parejas intentan delimitar su propio territorio en forma totalmente independiente,


cortando toda relación con las familias de origen. Esto no suele dar resultado y, por el
contrario, tiende a desgastar a la pareja, porque el arte del matrimonio incluye el que la
independencia se alcance mientras al mismo tiempo se conserva el involucramiento
emocional con los respectivos parientes.

C) El nacimiento de los hijos


Una pareja joven que durante el primer período matrimonial ha elaborado un modo
afectuoso de convivencia se encuentra con que el nacimiento de un niño plantea otras
cuestiones y desestabiliza las antiguas. Cuando surge un problema durante este período no
es fácil determinar la "causa", porque en el sistema familiar son muchos y diversos los
ordenamientos establecidos que se revisan como resultado de la llegada de un hijo. Parejas
jóvenes que consideran a su matrimonio como un ensayo, se encuentran con que la
separación es menos posible. otras parejas que se creían mutuamente comprometidas, se
descubren sintiéndose atrapadas con la llegada de un niño y aprenden, por primera vez, la
fragilidad de su original contrato matrimonial.
Con el nacimiento de un niño, están automáticamente en un triángulo. No es un triángulo
con un extraño o un miembro de la familia extensa; es posible que se desarrolle un nuevo
tipo de celos cuando un miembro de la pareja siente que el otro está más apegado al niño
que a él o a ella. Muchas de las cuestiones que enfrenta la pareja empiezan a ser tratadas a
través del niño; si un hijo se convierte en parte de un triángulo, cuando es suficientemente
grande para abandonar el hogar se suscita una crisis, porque la pareja queda frente a frente
sin recurso niño interpuesto entre ellos; se reactivan entonces cuestiones irresueltas desde
hace muchos años, antes de que el niño naciera.

En la etapa del cuidado de los niños pequeños se plantea un problema especial a algunas
mujeres. El ser madres es algo que ellas anticipan como una forma de autorrealización. Pero
el cuidado de los niños puede ser una fuente de frustración personal. Su educación las
preparó para el día en que fueran adultas y pudieran emplear sus aptitudes especiales, y
ahora se encuentran aisladas de la vida adulta y habitando nuevamente un mundo infantil.
Por el contrario, el marido habitualmente puede participar con adultos en su mundo de
trabajo y disfrutar de los niños como una dimensión adicional de su vida. La esposa que se
encuentra en buena medida limitada a la conversación con niños también puede sentirse
denigrada con el rótulo de ser "solamente" ama de casa y madre. El anhelo de una mayor
participación en el mundo adulto para el que se preparó puede hacerla sentir insatisfecha y
envidiosa de las actividades de su marido.

En ocasiones, un período de crisis es cuando los hijos empiezan la escolaridad. En el


pasado, cuando un chico empezaba a portarse mal o se resistía a ir a la escuela el
procedimiento habitual era dejarlo quedarse en casa mientras iniciaba una terapia
individual, con la esperanza de que se recobraría y terminaría por querer ir a la escuela.
Mientras tanto, se rezagaba más y más respecto de sus iguales. La orientación hacia la
familia ha hecho más común el procedimiento de que el chico siga yendo a la escuela
mientras se trata su situación total, reconociéndose que el problema puede residir en el
hogar, en la escuela o en ambos lugares.

La escuela representa para los padres su primera experiencia con el hecho de que los hijos
terminarán por dejar el hogar y ellos quedarán solos frente a frente. Es en esta etapa cuando
la estructura familiar se hace más visible para un terapeuta consultado a causa de un
problema infantil. Las pautas de comunicación en la familia se han hecho habituales, y
ciertas estructuras no pueden adaptarse a la naciente involucración del niño fuera de la
familia. Es común encontrar varios tipos de estructuras desdichadas, todas ellas vinculadas
con la apertura de brechas generacionales en el seno de la familia. El problema más habitual
es que un progenitor, generalmente la madre, se alíe sistemáticamente con un hijo en contra
del otro progenitor; ella protestará porque él es demasiado duro con el chico; mientras él lo
hará porque ella es demasiado blanda. Este triángulo puede describirse de muchas maneras;
una de ellas, muy útil, es ver a un progenitor como "sobreinvolucrado" con el chico.
Frecuentemente, la madre se muestra a la vez servicial y exasperada con el chico, y
frustrada en sus intentos de manejarse con él. El padre es más periférico, y si interviene para
ayudar a la madre, ella lo ataca y él se retira, dejándola incapacitada de manejarse
eficazmente con el chico. Esta pauta se repite incesantemente, impidiendo que el chico
madure y que la madre se desenganche de la crianza en beneficio de una vida propia más
productiva. En tanto la pauta subsiste, el niño se convierte en el medio para que los padres
se comuniquen acerca de los problemas que no pueden encarar directamente. Por ejemplo,
si hay una cuestión en torno de la masculinidad del padre, que no puede encararse dentro
del matrimonio, la madre puede preguntar si el hijo no es demasiado afeminado, mientras el
padre puede insistir en que el muchacho es suficientemente masculino. El chico coopera
comportándose en forma lo suficientemente femenina como para proporcionar argumentos
a la madre, y suficientemente masculina como para apoyar al padre. Parece no saber del
todo cuál es su sexo, mientras se desempeña como una metáfora dentro de este triángulo.

Este triángulo puede darse aún cuando los padres estén divorciados, ya que el divorcio legal
no modifica necesariamente este tipo de problemas.

D) Período intermedio
En la familia tal como la conocemos hoy, la pareja que ha estado casada durante diez o
quince años enfrenta problemas que pueden describirse en términos del individuo, de la
pareja o de toda la familia. En esta época, marido y mujer están alcanzando los años medios
de sus ciclos vitales. suele ser uno de los mejores períodos de la vida. El marido tal vez esté
disfrutando del éxito y la mujer puede compartir ese éxito por el que ambos han trabajado.
Al mismo tiempo, ella está más libre porque los niños plantean menos exigencias; le es
posible desarrollar su talento y continuar su propia carrera. Las dificultades iniciales que
eventualmente experimentó la pareja se han resuelto con el paso del tiempo, y su enfoque
de la vida ha madurado. Es un período en el que la relación matrimonial se profundiza y
amplía, y se han forjado relaciones estables con la familia extensa y con un círculo de
amigos. La difícil crianza de niños pequeños ha quedado atrás, y ha sido reemplazada por el
placer compartido de presenciar cómo los hijos crecen y se desarrollan en modos
sorprendentes.

En esta etapa, el psicólogo clínico no ve a las familias cuando la vida marcha bien, sino
sólo cuando marcha mal. Para otras muchas familias es una época difícil. con frecuencia el
marido ha alcanzado un punto de su carrera en que comprende que no va a cumplir con las
ambiciones de su juventud. Su desilusión tal vez afecte a toda la familia y particularmente a
su situación respecto de su mujer. 0, a la inversa, el marido puede tener un éxito superior al
que previó, y mientras goza de gran respeto fuera del hogar, su esposa sigue vinculándose
con él como hacía cuando él era menos importante, con los consiguientes resentimientos y
conflictos. Uno de los inevitables dilemas humanos es que si un hombre alcanza la mitad de
la vida y ha progresado en status y en posición se vuelve más atractivo para las mujeres
jóvenes, mientras que su mujer, más dependiente de su apariencia física, se siente menos
atractiva para los hombres.

Cuando los niños han ingresado en la escuela, la mujer siente que debe introducir cambios
en su vida. El incremento de su tiempo libre la obliga a considerar sus primitivas
ambiciones en torno de una carrera, por ejemplo, y puede sentirse insegura respecto de sus
aptitudes. La premisa cultural de que no basta ser ama de casa y madre se convierte más en
un problema, en la medida en que los niños la necesitan menos. Por momentos, tal vez,
sienta que su vida se está desperdiciando en el hogar y que su status declina, al tiempo que
su marido es más importante.

Para cuando llegan estos años medios, la pareja ha atravesado muchos conflictos y ha
elaborado modos de interacción bastante rígidos y repetitivos. Han mantenido la estabilidad
de la familia por medio de complicadas pautas de intercambio para resolver problemas y
para evitar resolverlos.

En estos años medios pueden sobrevenir graves tensiones y también el divorcio, aún cuando
la pareja haya superado muchas crisis previas: La mayor parte de los otros períodos de
tensión familiar aparecen cuando alguien ingresa en la familia o la abandona. Es en esta
etapa cuando los hijos pasan de la niñez ala juventud. La llamada turbulencia adolescente
puede ser vista como una lucha dentro del sistema familiar por mantener el ordenamiento
jerárquico previo.

La resolución de un problema conyugal en la etapa media del matrimonio suele ser más
difícil que en los primeros años, cuando la joven pareja atraviesa aún por un estado de
inestabilidad y está elaborando pautas nuevas. En la etapa media las pautas se hallan
establecidas y son habituales. Una pauta típica para estabilizar el matrimonio es que la
pareja se comunique a través de los hijos; por eso, si estos dejan el hogar y la pareja vuelve
a quedar frente a frente, surge una crisis.

E) "Destete de los padres"


Parece que toda familia ingresa en un período de crisis cuando los niños comienzan a irse, y
las consecuencias son variadas. A veces, la turbulencia entre los padres sobreviene cuando
el hijo mayor deja el hogar, mientras que en otras familias la perturbación parece empeorar
progresivamente a medida que se van yendo los hijos, y en otras cuando está por marcharse
el menor. En muchos casos, los padres han visto, sin dificultad, cómo sus hijos dejaban el
hogar uno por uno; súbitamente, cuando un hijo particular alcanza ese edad, surgen las
dificultades. En tales casos, el hijo en cuestión ha tenido, por lo general, una especial
importancia en el matrimonio. Puede haber sido el hijo a través del cual los padres hicieron
pasar la mayor parte de su comunicación mutua, o por el cual se sintieron más abrumados o
se unieron en común cuidado y preocupación.

Una dificultad marital que puede emerger en esta época es que los padres se encuentren sin
nada que decirse ni compartir. Durante años no han conversado de nada, excepto de los
niños. A veces la pareja empieza a disputar entorno de las mismas cuestiones por las que
disputaban antes de que llegaran los hijos. Puesto que estas cuestiones no se resolvieron,
sino simplemente se dejaron de lado con la llegada de los niños, ahora resurgen.

No parece ser accidental el que la gente enloquezca -se haga esquizofrénica


preferentemente alrededor de los veinte años, la edad en que se espera que los hijos dejen el
hogar y la familia atraviesa un período de turbulencia. Cuando los padres llevan a la
consulta a un adolescente definido como problema, el terapeuta puede centrarse en él y
ponerlo en tratamiento individual, u hospitalizarlo. En tal caso, los padres parecen más
normales y preocupados, y el hijo manifiesta conductas más extremas. Lo que, en realidad,
está haciendo el experto es cristalizar a la familia en esta etapa de su desarrollo, rotulando y
tratando al hijo como "el paciente". De este modo, los padres no necesitan resolver su
mutuo conflicto y pasar a la siguiente etapa matrimonial, y el hijo no tiene que avanzar
hacia las relaciones íntimas fuera de la familia. Una vez establecido este ordenamiento, la
situación se estabiliza hasta que el hijo mejora. Si este se hace más normal e intenta
seriamente casarse o mantenerse por sus propios medios, la familia entra nuevamente en la
etapa del abandono del hogar por parte del hijo, y así resurgen el conflicto y la disensión. La
respuesta de los padres a esta nueva crisis es retirar al hijo del tratamiento, o
rehospitalizarlo por una "recaída", con lo que, una vez más, la familia se estabiliza. En la
medida en que este proceso se repite, el chico se vuelve enfermo "crónico". A menudo, el
terapeuta verá el problema en términos de "hijo versus padres" y se pondrá del lado del
hijo-víctima, acarreando mayores dificultades a la familia. Con una perspectiva similar, el
médico del hospital aconsejará a veces al joven que abandone a su familia y no vuelva a
verla nunca más. Este enfoque fracasa sistemáticamente: el hijo sufre un colapso y continúa
su carrera hacia la enfermedad crónica.

Cuando el joven abandona el hogar y comienza a establecer una familia propia, sus padres
deben transitar ese cambio fundamental de la vida al que se llama "convertirse en abuelos".
A veces tienen poca o ninguna preparación para dar este paso, si los hijos no han pasado
por los rituales matrimoniales adecuados. Deben aprender cómo llegar a ser buenos
abuelos, elaborar reglas a fin de participar en la- vida de sus hijos, y arreglárselas para
funcionar solos en su propio hogar. A menudo, en este período tienen que enfrentar la
pérdida de sus propios padres y el dolor consiguiente.
Con frecuencia las madres se sobre involucran con el hijo menor y les es difícil
desengancharse de él cuando pasa a tener una vida más independiente. Si en ese momento
un hijo mayor produce un nieto, la llegada de éste puede liberar a la madre de su hijo menor
e involucrarla en la nueva etapa de convertirse en abuela. Si se piensa que el proceso natural
es así, se comprende la importancia de conservar la involucración mutua de las
generaciones. Cuando la gente joven se aísla de sus padres, priva a su hijo de abuelos
también hace más difícil para estos cubrir etapas de sus propias vidas.

F) Retiro de la vida activa


Cuando una pareja logra liberar a sus hijos de manera que estén menos involucrados con
ella, suelen llegar a un período de relativa armonía que puede subsistir durante la jubilación
del marido. Algunas veces, sin embargo, el retiro de éste de la vida activa puede complicar
su problema, pues se hallan frente a frente veinticuatro horas al día. No es raro que en esta
época una esposa desarrolle algún síntoma incapacitante; el terapeuta debe centrarse
entonces en facilitar a la pareja el acceso a una relación más afectuosa, en lugar de tratar el
problema como si sólo involucrara a la esposa.

Aunque los problemas efectivos individuales de la gente mayor pueden tener causas
diversas, una primera posibilidad es la protección de alguna otra persona. Haley comenta un
caso en el que una esposa desarrolló una incapacidad para abrir los ojos y el problema se
diagnosticó como histérico. El énfasis se puso sobre ella y su etapa vital. Desde un punto de
vista familiar, su incapacidad podría verse como una manera de apoyar al marido durante
una crisis. El problema surgió en la época en que el marido se jubiló, y se vio degradado de
una vida activa y útil a lo que para él equivalía a ser puesto en un estante sin ninguna
función. Cuando la esposa desarrolló su síntoma, él tuvo algo importante que hacer:
ayudarla a recobrarse. La llevó de médico en médico, organizó la situación vital de ambos
de manera que ella lograse funcionar aunque no pudiera ver, y se volvió extremadamente
protector. Su involucración en el problema se hizo evidente cuando la esposa mejoró y
entonces él empezó a deprimirse, reanimándose solamente en las épocas en que ella sufría
alguna recaída.

La función utilitaria de los problemas, es decir el ¿para qué sirve un problema" es


igualmente importante en los años de la jubilación, cuando dos personas sólo se tienen la
una a la otra.

ETAPAS DEL CICLO VITAL DE LAS FAMILIAS


Generación de los PADRES:
Generación de los HIJOS:
Generación de los ABUELOS:

Bibliografía:
Haley -"TERAPIA NO CONVENCIONAL" Edit. Amorrortu Bikel -"LAS ETAPAS DE
LA VIDA FAMILIAR: TRANSICIÓN Y CAMBIO" -Revista "TERAPIA FAMILIAR" nº
9.

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