Vous êtes sur la page 1sur 6

¿Propiedad o señorío?

Por CARLOS LLANO CIFUENTES

El hecho de que los directores de empresa se ocupen de dirigir organismos


productores de bienes y servicios, que proporcionan a la sociedad un bienestar
material necesario, entraña la posibilidad de sobrevalorar el bienestar material, y
acarrea el peligro de convertirse en víctimas de aquellas mismas cosas que producen.
No puede olvidarse que, si el ejercicio eficaz del quehacer directivo puede otorgar
indudables beneficios a los hombres, está también presente el riesgo de esa
deformación profesional, que consistiría en exagerar la importancia de los bienes
materiales producidos. Respecto de esos bienes, hemos de ser conscientes de que
nuestra sociedad se debate en el punto crucial de una alternativa básica: propiedad o
señorío. Esta opción es hoy sin duda implícita, como todo este tipo de decisiones
fundamentales. Para el hombre contemporáneo ser propietario de algo y ser señor de
ello resultan sinónimos: no distingue, realmente, otro modo de señorío que el que
otorga la propiedad. La confusión va más allá que la perpetrada por el derecho
romano, en donde ya empieza a reducirse el concepto de dominio, o señorío, a los
límites estrechos del ser propietario; y va más allá porque el concepto de señor ha
desaparecido.

La alternativa entre señorío y propiedad se intuye sin embargo, cuando la propiedad,


como perspectiva única de cara a los bienes corporales, toca fondo
irremediablemente. Pronto nos percatamos, con Antístenes, de que hay algunas
formas de tener que en realidad son modos de ser tenido. La propiedad conlleva
ahora por lo general la nota de apegamiento -estar apegados a las cosas,
dependientes de ellas- que termina en el servilismo. Soy siervo, así paradójicamente,
de aquellas cosas de las que me digo dueño, en la medida en que las necesito, me
son imprescindibles, quedo dominada por ellas, me cosifican, en suma, dominándome.

Aparece entonces la otra posibilidad: la de comportarme como señor, y no como


esclavo de los propios bienes materiales, lo que se consigue manteniendo mi status,
mi posición de persona frente a ellos. El señorío ante las cosas susceptibles de ser
poseídas, consiste, por más que provoque el pasmo en nuestro tiempo, en una
auténtica liberación de ellas. En un mundo en que se habla reiteradamente de la
satisfacción de las necesidades materiales, como máxima meta de la afirmación
humana, es preciso abrir esta otra posibilidad dormida, y sin embargo, a flor de la piel
contemporánea: la liberación de las necesidades materiales no mediante la
satisfacción de ellas, sino gracias al señorío de la persona como espíritu, que se
libera, como tal, de la materia.

Los pilares de la filosofía cristiana, desde Agustín de Hipona hasta Tomás de Aquino,
distinguieron bien, y con mucha precisión, algo que se encuentra hoy lamentablemente
turbio: las acciones del hombre que elevan las cosas materiales al nivel ontológico de
lo humano, diferenciadas de las acciones del hombre que lo rebajan al fondo material
de esas mismas cosas.

Sería conveniente ahondar en esta diferencia, que constituiría toda la línea


pedagógica del desarrollo humano. No se trata de prescindir de la materia, sino de
servirse de ella como instrumento, para algo de mayor rango; no se trata de eximirse
de lo material, sino de mantener la propia supremacía en la dinámica misma de su
uso; no se trata, en fin, de despreciar las cosas materiales, sino de espiritualizarlas.

1 www.usem.org.mx
Pues bien, son dos las situaciones en que esta instrumentalización, supremacía y
espiritualización respecto de lo material se desdibuja y se pierde: la situación de
miseria y la situación de abundancia. En la situación de miseria, cuando el hombre
se encuentra apremiado por necesidades fundamentales no satisfechas, hacia las que
tiende perentoriamente como animal, pierde con facilidad su ser tal, su ser hombre: el
modo de comer de quien está realmente hambriento, la manera de procurar su
nutrición, el exceso animal de su conducta, son pruebas claras de que, lejos de
transformar en espíritu aquello que necesita, se ha rebajado él a la altura material de
su necesidad. Por eso se dice hoy, con exactitud, que la miseria deshumaniza, y por
ello se procura hoy, con acierto, la humanización por el camino del desarrollo material.

La nueva miseria de la abundancia


Pero quienes nos dedicamos a la producción de bienes, único medio conocido para
salir de la situación de miseria -dejémonos de demagogias: no hay más progreso que
el del trabajo-, no podemos olvidar que, al propio tiempo, somos los causantes de las
situaciones de superexcedencia, de hartura, de abundancia. Y somos quienes más
particularmente habremos de tener en cuenta que en nuestro tiempo quedaría trunco
un mero análisis del rebajamiento humano en las situaciones de miseria. Porque
también en la situación de abundancia (y hemos venido a aprenderlo precisamente en
este siglo) el hombre puede comportarse como un animal; de modo que el eximirse de
su situación de miseria en nada le habría servido desde el riguroso punto de vista de
su hominización: cambiaria sólo a un diverso modo de vivir la animalidad. Las
sociedades de consumo de hoy ofrecen una buena muestra de cuanto decimos;
pues si el hombre se supedita a las cosas, tanto da que las posea como que carezca
de ellas: entonces, no sólo la necesidad imperiosa, y el deseo apremiante, sino
también la posesión y el goce lo animalizan y cosifican.

¿Contribuye el bienestar material, que nosotros producimos como directores de


empresas mercantiles, a la libertad del espíritu? Era ésta una cuestión que hasta hace
pocos años parecía gratuita: la contestación positiva se daba por supuesta. Hoy, por
primera vez en la historia de los hombres, podemos analizar el fenómeno de millones y
millones de personas, instaladas en extensas geografías del mundo, que llevan años
gozando de un bienestar material bastante, hasta excesivo, asegurado y estable para
sí y para las generaciones futuras. La suposición es ahora la que resulta gratuita: la
respuesta no es ya la misma, pues no puede ser positiva, sino condicionada: depende.
El bienestar material contribuye a la libertad del hombre, dependiendo del modo de
quererlo y de gozarlo. Porque hoy, cuando la difusión del bienestar material ha
adquirido dimensiones planetarias, puede decirse, con la certeza que dan los hechos a
posteriori, que el bienestar material es un fin, pero no absoluto: que el hombre es un
animal, pero un animal con espíritu.

Por ello mismo, la situación de abundancia puede transformarse en una suerte de


situación de miseria: el hombre queda atrapado paradójicamente en la necesidad de
contar con los medios para satisfacer sus necesidades, medios que no puede dotarse
a sí mismo, y espera que la sociedad -no se sabe bien cómo- le proporcione. Esta es
la nueva miseria de la abundancia: el hombre sigue indigente, no porque sus carencias
sean fundamentales y básicas, sino porque son muy grandes, debido a lo mucho que
necesita. A tal punto ha llegado más de un régimen político: a hacer conscientes a los
ciudadanos de que tienen el derecho de satisfacer todas sus necesidades
materiales, sin decirles que no hay recursos bastantes para satisfacerlas, porque las
necesidades materiales, cuando quieren sustituir a las del espíritu, resultan
inagotables.

2 www.usem.org.mx
Esta insaciabilidad humana respecto de lo material, despertada por sistemas
socioeconómicos precisamente materialistas, puede otearse hoy con facilidad en más
de un fenómeno social y lingüístico: en nuestro tiempo el verbo comprar ha dejado ya
de ser transitivo, careciendo de complemento directo determinado. El consumidor
acude a los grandes almacenes no con la intención de adquirir un bien concreto para
una necesidad precisa; sino para ejercer la acción de un comprar genérico e
indiscriminado; vale decir, se dispone a que le sean suscitadas nuevas necesidades
para poder satisfacerlas allí mismo, con la compra de los bienes que las suscitan. Es
patente que ha quedado así atrapado en la cadena sin fin -sin fin, porque no tiene
término, y porque carece, además de finalidades- de la hoy llamada sociedad de
consumo; y es obvio también que no saldrá del laberinto acudiendo al expediente de
recorrerlo en todas sus ramificaciones. Se liberará del embrollo poniéndose en un nivel
diverso y más alto, desde el que podrá críticamente formularse la pregunta: ¿Qué
necesidad tengo de satisfacer esta necesidad?

En cambio, el señorío del ser humano sobre las mismas cosas que tiene, produce
justamente el efecto contrario al producido por las sociedades de consumo: para un
hombre que está por encima de todo aquello que es susceptible de ser poseído, el
realmente poseerlo o no, nada quita ni pone a su condición humana. En esta línea,
los estudios de Viktor Frankl respecto de la psicología de los campos de concentración
son por demás iluminadores, porque manifiestan la impotencia que poseen frente a la
libertad los condicionamientos externos en el orden de la presión autoritaria, del
desconocimiento de la dignidad, de la carencia material, de la penuria de bienes.
Ninguno de estos factores extrínsecos, puestos al límite en un campo de
concentración, hacen perder -y lo dice por experiencia- la libertad: incluso en rigor la
posibilitan. Porque la libertad (y ello se comprueba también en este inmenso campo
de concentración publicitaria, en que hemos convertido nuestra vida) no se pierde,
sino que se entrega: como a esas escarias humanas en situación de miseria
concentrada, tampoco a nosotros nadie -ni la más incisiva comercialización de un
producto- podrá despojarnos de la libertad. Esta libertad, que nadie nos arrebata
desde fuera, que nosotros entregamos en todo caso desde dentro, en un acto de
derrota personal, es voluntariamente depuesta por nosotros mismos, cuando en una
claudicante supeditación a los bienes materiales, poseídos o apetecidos, tanto da, no
tenemos un auténtico dominio de las cosas, sino que nos encontramos por ellas
dominadas.

Pero hay más todavía: porque si la propiedad o el usufructo de los bienes no está,
por desgracia, al alcance de todos, nadie queda privado de su posibilidad de señorío.
Esto no ha de ser hoy un consuelo para los que viven en la miseria, en la que es
posible también mantener el señorío, aunque sea más disculpable el no mantenerlo,
sino un imperativo para los que estamos en la abundancia: situación en la que, si bien
es difícil ser señores de lo mucho que tenemos, es literalmente vergonzoso que no lo
seamos.

Aquello que se llamaba austeridad

Hay algunas señales de señorío que han venido a socavarse en el momento actual
con razones más que insuficientes. La virtud burguesa del ahorro, antes característica
primordial del "buen ciudadano'', se ha devaluado como avaricia y como inseguridad.
Hoy lo sensato, se dice, no es ahorrar, sino deber, y tal vez en el orden mera y
estrictamente económico habría de seguirse el consejo de los técnicos financieros
para las coyunturas inflacionarias. Sin embargo, por más que el ahorro pueda
significar torpeza financiera, conservadurismo mediocre, innecesario afán de
seguridad material, o incluso despreciable avaricia, puede también ser muestra de

3 www.usem.org.mx
algo más: muestra clara de que se está por encima del dinero que se tiene y no se
gasta, muestra clara de que yo gasto en lo que quiero y no en lo que las técnicas
conductistas publicitarias me dicen que puedo gastar, muestra de que no estoy
condicionado como una rata de experimento, que no soy un perro de Pavlov o una
gallina de Keller, de que no soy un animal: muestra de que no soy víctima de un
señuelo de consumo a plazo inmediato, porque persigo objetivos, aunque sean
materiales (y más si no lo son), de mayor alcance; muestra, en fin, de que para mí
tiene aún valor una cualidad propia de los hombres que logran sus empresas, y que se
llamaba austeridad, aunque ahora ya no sé cómo se llama.

La opción propiedad o señorío parecería que no es absoluta, toda vez que se puede
ser señor y propietario de lo mismo al mismo tiempo. Esto es muy cierto, pero no es
muy sencillo: porque quien opta por ser propietario en lugar de ser señor por ese solo
acto circunscribe ya la propiedad a los bajos límites de la posesión, en que lo material
es condición necesaria vinculante. Y quien, al revés, prefiere ser señor a propietario,
encuentra en el señorío una afirmación que la propiedad no puede otorgarle. En tal
caso, la propiedad seguirá siendo, sí, imprescindible, pero por otra razón bien distinta.
El hombre necesita, con un requerimiento casi físico, de la propiedad de las cosas, no
para ser señor de ellas (y por eso la propiedad es insuficiente) sino para no ser
esclavo de nadie (y por eso, aunque insuficiente, la propiedad privada es
imprescindible).

La tiranía de los bienes materiales


La propiedad es el necesario complemento externo y la natural expresión hacia
afuera de una libertad interna que el hombre debe poseer y ganarse previamente; pero
nunca podrá la propiedad, por sí sola, ser principio y origen de tal libertad. Todos
deberíamos saber que cuando se carece de este dominio personal hacemos
irremediablemente un mal uso de la propiedad privada, pues ya no será trasunto
externo de algo que tenía hondura interior. Por ello el mal uso de la propiedad no se
corregirá ni aboliendo toda forma suya ni incrementando la apropiación adventicia de
cosas materiales, sino penetrando en aquella hondura que falta.

Ya se lo preguntaba, anticipándose a la problemática de este siglo, uno de los


hermanos Karamazov: "¿Quién de nosotros está más capacitado para concebir una
gran idea y consagrarse a su servicio? ¿El ricachón individualista o el que se ha
liberado de la tiranía de las cosas?" Hay que reconocer, con Dostoyevski, que no es
fácil poseer muchas cosas y estar liberado de su tiranía, que no es fácil ser propietario
y señor al mismo tiempo. La dificultad proviene de que es frecuente que el señorío
sobre las cosas sea el precio que se paga para poseerlas, o, peor aún, la pérdida del
señorío sea la causa que origina su posesión.

A la luz, pues, de esta doble inflexión del modo de comportarnos respecto de la


materia -propiedad o señorío- se ve claramente el despropósito de intentar resolver el
problema de la libertad humana encerrándose en las meras cuestiones de la
propiedad y el usufructo. Por importantes que sean para la convivencia social las
cuestiones jurídicas de la propiedad, y por decisivo que resulte el adecuado reparto y
usufructo de los bienes necesarios; por importante que sea nuestra incidencia, como
directores de empresa, en la producción y reparto de esos bienes, hemos de
reconocer -so pena de incurrir en aquella deformación profesional- que estas
cuestiones rozan sólo tangencialmente el problema de la libertad respecto de las
necesidades humanas: porque la libertad de la que nosotros hablamos ahora es
indiferente a la producción y a las relaciones de producción: esta libertad nuestra
puede el hombre alcanzarla por sí y para sí mismo con independencia de las cosas

4 www.usem.org.mx
que tenga o que carezca; y, por ello, puede perderla independientemente de lo que
carezca o de lo que tenga.

No negamos, pues, lo grave que resulta el resolver la cuestión social acerca de si


todos hemos de ser propietarios o ninguno deba serlo (si esta última utopía fuera
posible): lo que queremos afirmar es que nuestra sociedad debate expresamente tal
cuestión, cuando el hombre, implícitamente, sin saberlo, está preguntándose por el
camino para llegar a ser señor, y nosotros le mostramos sólo el que lo lleva a ser
propietario.

¿Se ha abolido lo esclavitud corporal?

La diferencia entre señorío y propiedad se patentiza hoy respecto de una realidad


material de la que, hoy sí, positivamente somos propietarios: nuestro cuerpo. Ahora
puede decirse, como no podía decirse hace aún pocos años, que no existe una
esclavitud corporal confesada; pero ¿se ha abolido acaso de verdad la esclavitud
corporal? Al revés: la sociedad en que vivimos es confesadamente esclava de su
cuerpo. Para afirmarlo con más rigor, nos hemos convertido individualmente en
esclavos de aquel cuerpo que, en el orden social, ha quedado libre de la esclavitud.
Social o políticamente propietarios como somos hoy de nuestro cuerpo, aún queda por
alcanzar la auténtica libertad corporal, que es, justamente, la de convertimos en
señores de él, logrando el dominio de señorío sobre sí. Por todo lo dicho, la ruta hacia
tal señorío ha de seguir una línea distinta a la de la mera satisfacción de las
necesidades corporales. El simple recorrido de esa línea, cuyos polos extremos son la
miseria y la abundancia, no nos ofrece un verdadero dominio corporal: es éste un
punto que se comprueba empíricamente en la presente sociedad.

Pues no por satisfacer nuestras necesidades corporales nos hemos convertido en


señores de nuestro cuerpo. Las instancias hedonistas de tal satisfacción, la exigencia
de comodidad que le sigue, la tiranía del sexo exacerbado por una publicidad barata,
sobreabundante e inútil, la egoísta búsqueda de la sensualidad no son, ciertamente,
consecuencias necesarias de una situación de abundancia, pero son etapas
sobradamente posibles: esto está a la luz de todos. De ahí que pueda decirse que, en
nuestro tiempo al menos, la satisfacción de la necesidad material, con la que el
socialismo y el capitalismo actuales quieren plenificar al hombre, ha traído consigo una
nueva forma de quedar esclavos de nosotros mismos, vale decir, de nuestro cuerpo:
forma de esclavizarse que no por ser más grata deja de ser menos animal: al
contrario. Se requiere repetirlo, porque no es hoy fácilmente comprensible: el animal
sano y satisfecho es el prototipo del animal, pero no es el paradigma del hombre. No
podemos hacer nuestra la metáfora de Gorgias respecto de la felicidad: una vaca en
un campo ilimitado de chícharos.

Redistribución y desprendimiento

Pero ello aún no basta. Lo que sucede es que la verdadera libertad del cuerpo no sólo
no se resuelve en la estricta línea del tener sino que, para decirlo directamente, ha de
resolverse justo en la línea del no tener; lo cual, es obvio, ninguna relación guarda con
los sistemas de propiedad, ni siquiera -no nos engañamos- con los sistemas de la no
propiedad, el socialismo, que no es sino una forma distinta de tener lo tenido por el
capitalista.

No se me oculta que estoy apelando a la pobreza frente a los dos sistemas sociales
que prometen conflictivamente la riqueza material. Pero no me hago solidario de ese
pauperismo o miserismo que alardea de ser pobre como otros ostentan la riqueza. El

5 www.usem.org.mx
bienestar es un bien por sí mismo, y no sólo una plataforma para dedicarnos, como
debemos hacerlo, a los valores supremos del espíritu. Los reproches al bienestar y a
la sociedad de consumo, como instrumentos enajenantes manejados por el capital, no
es otra cosa que una pirueta ideológica marxista, que, si con Karl Marx criticaba al
capital por la miseria que iba a producir, ahora, con Ernest Mandel y con Antonio
Gramsci, lo crítica por la abundancia que ha producido. Porque apelamos a la pobreza
en ese preciso sentido de dominio sobre lo material que otorga al hombre la amplitud
de ser, la agilidad de conducta, la soltura de comportamiento, la exención -y exentarse
no es satisfacer- frente a las necesidades materiales: amplitud, agilidad, soltura y
exención que son a la vez las notas definitivas del espíritu.

En este sentido, no buscaremos un término medio entre la miseria y la abundancia,


sino que habremos de colocar al hombre, como se dice arriba, en otro nivel diverso,
desde donde se le ofrecen sus mejores posibilidades, y desde donde podrá resolver el
conflicto planteado por ideologías que reducen las soluciones profundas del hombre a
las formas de tener los bienes materiales, pero que no eliminan la patética posibilidad
de ser tenido por ellos. Sólo desde ahí habrá luz bastante para resolver los difíciles
problemas sociológicos de la posesión material. Dicho de modo negativo, ninguna
fórmula de distribución de la riqueza podrá funcionar si no hay en el hombre una previa
actitud de desprendimiento, una postura de dominio, una posición de superioridad,
una perspectiva de pobreza, justamente, sobre aquello que ha de ser distribuido. Es
aquí donde Marx adolece no ya de miopía social, sino de ceguera moral: porque no
será una recta distribución del producto del trabajo lo que genere el desprendimiento
del individuo respecto de tal producto, sino que el desprendimiento, consecuencia del
dominio, del señorío, será la condición a priori de posibilidad para una recta
distribución.

6 www.usem.org.mx

Vous aimerez peut-être aussi