Vous êtes sur la page 1sur 15

Transmitir la fe con alegría--- Y evitar la

tentación del celo amargo


El Papa Francisco busca hacernos redescubrir cuestiones esenciales de
nuestro ser cristiano

El Papa Francisco busca hacernos redescubrir cuestiones esenciales de nuestro


ser cristianos:
La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se
encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado,
de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y
renace la alegría.

Y nos impulsa con renovada fuerza “a una nueva etapa evangelizadora


marcada por esa alegría”
Se trata –en palabras de su predecesor Benedicto XVI– de “que la Iglesia
renueve el entusiasmo de creer en Jesucristo, único salvador del mundo;
reavive la alegría de caminar por el camino que nos ha indicado; y testimonie
de modo concreto la fuerza transformadora de la fe” . Entusiasmo de creer,
alegría de vivir, testimonio de la fuerza de la fe. Fe que se hace vida, y así
también testimonio. Porque “en la medida en que nos alimentamos de Cristo y
estamos enamorados de él, sentimos también dentro de nosotros el estímulo a
llevar a los demás a él, pues no podemos guardar para nosotros la alegría de
la fe; debemos transmitirla”.

Dios hace de sus discípulos, apóstoles: quien es alcanzado por la gracia de


Dios no sólo es salvado, sino que también se convierte en un instrumento de
Dios que contagia la fe, esperanza y amor que ha recibido.

Ese contagio se realiza por el testimonio –todos ven cómo la gracia transforma
a una persona, y ven su alegría– y la palabra que ilustra lo que los demás ven,
y da razón de la propia esperanza –los motivos que lo llevan vivir como vive–.
El Papa Francisco, nos anima a avivar en nuestras almas el celo apostólico, que
surge como consecuencia de ser sal y luz. Y nos pone en guardia ante el
peligro de convertirnos en cristianos encerrados, porque “la sal que nosotros
hemos recibido es para darla, es para dar sabor, es para ofrecerla. De lo
contrario se vuelve insípida y no sirve. Debemos pedir al Señor que no nos
convirtamos en cristianos con la sal insípida, con la sal cerrada en el frasco”.
Seríamos “¡cristianos de museo! ¡Una sal sin sabor, una sal que no hace nada!”

Pero ¿cómo hacerlo?

Formas que muestren el contenido


Quien quiere transmitir su fe –en principio todos los cristianos–, tiene que
contar con un principio metodológico fundamental: que la forma de
transmisión sea coherente con el contenido.
La fe cristiana es una cuestión de amor de Dios, salvación, misericordia,
plenitud, vida eterna, esperanza, etc. Se trasmite algo que es
fundamentalmente amor, verdad, bien; por tanto el medio transmisor debe
participar de estos valores.
Se comprende así que la alegría y el entusiasmo forman parte esencial de la
transmisión de la fe. No se debería hablar de Dios y de la propia fe sin alegría
y sin entusiasmo. Y esto, no por motivos de marketing, sino por esencia: no es
una teoría, es una vida de comunión con Dios, que llena la vida.

De manera que habrá que excluir todo lo que contradiga el mensaje: ira, faltas
de caridad, enojos, agresividad, crítica, envidia, ofensas, mentiras,
discusiones, vanidad, soberbia, etc. Si se pretende que otra persona entienda
el cristianismo, tiene ver lo que se le explica en quien se lo explica (tiene que
ver lo que oye). Lo contrario sería como pretender trasladar agua en un
colador…

Además se añade otro motivo. En nuestros días –al menos en occidente– el


ambiente está teñido de un cierto anticristianismo que tiende a verlo como
algo negativo (lleno de prohibiciones), anticientífico, lleno de miserias, etc.
Para comprobarlo basta considerar la forma en que algunos medios de
comunicación tratan a la Iglesia y al Papa. Este ambiente dificulta ver el
verdadero rostro del cristianismo y siembra en las almas perjuicios, que
pueden llevarlos a concluir que el cristianismo no tiene nada que decirles, que
pertenece a un pasado definitivamente superado.

Tendremos que ayudar a quienes viven en este clima a conseguir la apertura


mental necesaria para recibir un mensaje que sienten no necesitar, pero
necesitan con toda su alma. Mostrarles su racionalidad y su amabilidad, los
podrá en condiciones de encontrarse con Cristo, ya que percibirán su
verdadero rostro –que es amable–, y su Persona –que es el Logos, la
racionalidad divina–.

El apostolado no es propaganda: no nos mueve el afán de popularidad, de


conseguir más adeptos. No nos mueve la soberbia de querer que nos den la
razón. Nos mueve –debería movernos– el amor, el deseo de que todos se
salven, que encuentren a Dios y, con Él, el sentido de su vida, se pongan en
camino a la plenitud, participen de la vida divina. Que no se pierdan el amor de
Dios que da sentido y plenitud a la vida. Queremos que sean todo lo felices
que se pueda aquí en la tierra, y lo sean absolutamente en la eternidad.
En la transmisión de la fe hay tres factores fundamentales: la racionalidad y la
coherencia de vida, en personas llenas de alegría. Racionalidad, vida, alegría.
Así se extendió en cristianismo en los primeros siglos, y así lo seguirá haciendo
en nuestros días.
El afán apostólico verdadero y el celo amargo
Para entender mejor cómo Dios espera que transmitamos la fe, nos servirá
confrontar entre sí dos maneras de preocuparse por la salvación de los demás,
promover la verdad, difundir el bien y apartar del mal. Una correcta y una
incorrecta. Dos manera que llamaremos el afán apostólico verdadero y el celo
amargo.
Quien ama a Cristo ante las almas siente un impulso interior –celo lo llama la
Teología Espiritual– a rezar, hablar, hacer… para conquistar el mundo para
Cristo. Quien es consciente del tesoro del amor de Dios que tiene, siente
hambres de contagiarlo a los demás. Es el celo santo del cristiano que se sabe
llamado a ser apóstol, un fervor que nace del amor a Dios y a las almas.
Santiago Apóstol distingue este celo, de otro que podría resultar parecido pero
que no es bueno. Lo hace cuando habla de una sabiduría verdadera y una
falsa, según sea la actitud que tenga quien posea la verdad.

¿Hay alguno entre vosotros sabio y docto? Pues que muestre por su buena
conducta que hace sus obras con la mansedumbre propia de la sabiduría. Pero
si tenéis en vuestro corazón celo amargo y rencillas, no os jactéis ni falseéis la
verdad. Una sabiduría así no desciende de lo alto, sino que es terrena,
meramente natural, diabólica. Porque donde hay celos y rencillas, allí hay
desorden y toda clase de malas obras. En cambio, la sabiduría que viene de lo
alto es, en primer lugar, pura, y además pacífica, indulgente, dócil, llena de
misericordia y de buenos frutos, imparcial, sin hipocresía. Los que promueven
la paz siembran con la paz el fruto de la justicia. (Santiago 3,13–18)

Todos queremos ser sabios y doctos. ¿Cómo lo seremos, cómo sabemos si lo


somos? Se ve en las buenas obras –el testimonio existencial que muestra lo
hay dentro del alma–. Y más en concreto, en una tonalidad que tienen esas
buenas obras: la mansedumbre, que es lo que distingue la sabiduría.
A ella el Apóstol contrapone otra sabiduría, que no es santa, sino que incluso
califica de diabólica. La del celo amargo y las rencillas. Y la caracteriza por
celos, rencillas, desorden y toda clase de obras malas. Es decir, se trata un
celo por el bien –un impulso a realizar el bien y combatir el mal– que es malo
porque obra mal: pone el énfasis en combatir el mal, y se acaba olvidando del
bien…

Que la mansedumbre y el respeto sean piezas claves del apostolado, lo


confirma también San Pedro:

¿Y quién podrá haceros daño, si sois celosos del bien? De todos modos, si
tuvierais que padecer por causa de la justicia, bienaventurados vosotros: No
temáis ante sus intimidaciones, ni os inquietéis, sino glorificad a Cristo en
vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida
razón de vuestra esperanza; pero con mansedumbre y respeto, y teniendo
limpia la conciencia, para que quienes calumnian vuestra buena conducta en
Cristo, queden confundidos en aquello que os critican. Porque es mejor
padecer por hacer el bien, si ésa es la voluntad de Dios, que por hacer el mal
(1 San Pedro 3, 13–17).

Ambos apóstoles nos advierten sobre las maneras… ¿Por qué? Porque la
certeza de la fe al contemplar el mundo –con el bien y el mal– provoca un celo
santo –pasión, ardor–: el afán apostólico –vibrante y alegre–. Pero también
existe un peligro, ya que podría producir en nosotros un celo amargo –enojado
y agresivo– ante la presencia del mal.

Según uno mantenga la mirada en el bien que es necesario difundir, o en el


mal que se encuentra alrededor; según uno se empeñe en combatir el mal o
en sembrar el bien.
Resulta clarísimo cuál es el celo sano y el celo enfermo; el de Dios y el del
demonio.

El demonio intenta apagar la alegría de la fe, con la mirada de lo que no


funciona bien. Quien así se dejara llevar por una visión demasiado humana del
mundo, podría pensar que las cosas van mal para Cristo; que el apostolado es
muy difícil, que son tiempos difíciles. Y hacer olvidar la gracia, la fuerza de la
verdad, la inclinación al bien que todos tienen (más fuerte que la inclinación al
mal). Y entonces el alma, se llenaría de pesimismo, amargura, desánimo,
enojo ante tantas cosas que le resultan inaceptables…

Es muy importante alejar toda sombra de pesimismo, de añoranza, de visión


negativa de los tiempos que nos ha tocado vivir, de impotencia, de frustración,
de sentimiento de fracaso. Es siempre una tentación, fruto de una visión
sesgada de la realidad.

Cristo triunfó, no fracasó. Estos tiempos –y todos los tiempos– requieren gente
de fe, que se juegue por Dios: no lamentos estériles, pesimismos perezosos,
tristezas paralizantes. No es un tema menor. Es importante si nos ataca el celo
amargo, lo sacudamos para recuperar el afán apostólico.

¿Qué es el celo amargo?


Es una corrupción del afán apostólico. Así como el vino se puede convertir en
vinagre, dejando de ser vino; de la misma manera el celo por el bien y la
salvación de las almas, puede corromperse en amargura y enojo por el pecado,
apagando el gusto por el bien (sólo queda el disgusto por el mal).

El celo amargo es una tentación muy frecuente en gente que procura ser
buena: le importa el bien, sufre por el mal, lucha por el bien, es consciente del
mal que el pecado hace a las almas, a las que quiere. Esto fácilmente puede
torcerse: acabar siendo muy sensibles para percibir el mal (entonces se
reconoce la menor dosis de mal) por todas partes (ve todo infectado: aun los
buenos tienen defectos); y olvidarse del bien.

Vamos a hacer un recorrido –en paralelo–, por manifestaciones de afán


apostólico y otras de celo amargo. En el fondo son consejos sobre el modo de
hacer apostolado: considerar qué se debe hacer y qué se debe evitar para
acercar almas a Dios en nuestros días.
Se trata de:
1) Aprender a hacer apostolado: cómo hablar, cómo llegar a la gente. Pensar,
estudiar, leer, buscar, iniciativa, creatividad. Transmitir luz, amor de Dios:
clima necesariamente debe ser positivo, animante, sonriente… debe dar gusto.
2) Y luchar para no dejarnos vencer por la tentación del celo amargo; que no
es sano, ya que donde no hay paz, Dios no está. No ayuda, normalmente
estropea el apostolado. Se vence con fe, esperanza y amor. Confianza en Dios,
adoración, agradecimiento, optimismo.

Los siete Mandamientos del afán apostólico y del celo amargo


Como hemos dicho, si se tiene en cuenta que el cristianismo proclama el amor
a Dios y al prójimo, que la fe es acto personal de adhesión libre a Dios, etc., se
entenderá que en su transmisión debemos evitar absolutamente una serie de
cosas que contradice el mensaje; es decir, que lo niegan, haciendo que el
receptor se haga una idea deformada de lo que le decimos (no entenderá
porque verá lo contrario de lo que le decimos). Y, en positivo, hacer que
manera que las formas de explicar, hablar, comunicarse, confirmen el
contenido del cristianismo.

Volviendo a Santiago, con mansedumbre. Encontrar las verdades profundas no


es sencillo; reconocer errores no es fácil; cambiar de actitudes y
comportamiento, tampoco. Si queremos ayudar a los demás a recorrer el
camino, tendremos que ver cómo hacérselo más fácil. De eso se trata.

Apostolado - Celo amargo


Cómo ayudar al otro - Con su libertad - A empujones
Dónde pone el foco - Bien, verdad - Mal, pecado
Comunicación base - Diálogo - Discusión
Clima humano - Amistad, cordialidad- Enojos, polémicas
Motivación al otro- Animar al bien - Asustar con el mal
Dosis - De a poco- Abrumar
Modo - Creatividad- Repetición

MANDAMIENTOS DEL APOSTOLADO / MANDAMIENTOS DEL CELO


AMARGO
1º Valorar la libertad
Sólo se puede amar a Dios libremente. Sólo se puede aceptar el mensaje de
salvación voluntariamente. Esto no significa que abandonemos a la gente que
queremos a su suerte… Todos necesitamos ayuda para aprender y hacer las
cosas bien tanto en el terreno humano como en el espiritual. Y nosotros
queremos que todos los que la quieran, la tengan.
La libertad necesita del conocimiento: cuanto más conozco, más libre puedo
ser; la ignorancia atenta contra la libertad, ya que decido sin conocimiento. El
apostolado es una ayuda a la libertad: no empujamos a una persona, sino que
procuramos mostrarle, animarla, consolarla, motivarla, etc., a buscar el bien y
seguirlo.
Y procuramos hacerlo en el mayor respeto de la libertad. Siempre ha sido así
(sólo un tonto adhiere a principios que le cambian la vida por presión de otro).
Pero respetar la libertad, no quiere decir abstenerse de ayudar a ser mejores,
ni significa ser indiferentes a su destino eterno. Nos importa y mucho, los
queremos y queremos lo mejor para ellos.

Hacer apostolado no es empujar a la gente a hacer cosas que no quiere hacer.


Es ayudar a descubrir lo que les llenará la vida, y a vivir de acuerdo a eso.
Procuramos transmitir la seguridad que tenemos, algo bien distinto de la
intolerancia.
Se trata de iluminar, encender, animar. Hay unas palabras que San Josemaría
empleaba para hablar de la dirección espiritual, y que encajan perfectamente
aquí: hacer que el alma quiera (obviamente no se hace querer a empujones).
Queremos que sean santos: porque queremos lo mejor para ellos. Obvio. Pero,
tienen que encontrarse ellos con Dios. Nosotros podemos ayudarlos, queremos
hacerlo, pero su voluntad es imprescindible. No sólo por respeto, sino porque
sin libertad no es posible amar a Dios.
Hay ámbitos –como la educación– en los que tenemos que exigir (como
nosotros necesitamos que nos exijan), pero no se trata de un empujón
material, sino de abundancia de luz, de la ayuda de nuestra oración y
mortificación, del ejemplo que hace atractiva la enseñanza, la sonrisa que hace
amable es esfuerzo… No es un atentado a la libertad, sino una ayuda
necesaria.
Y tener paciencia, frenar los apuros: tiene que caerle la ficha.

1º Pretender imponerse a los demás


Como ya dijimos, el apostolado no es presionar a persona para que haga cosas
que no quiere hacer… Es ayudarle a descubrir lo que si mira bien las cosas, lo
que quiere es algo mejor, más grande, que le llenará la vida. Pero el celo
amargo lleva a ser impaciente, a pretender que la otra persona ya ahora
acepte lo que le decimos, a no aceptar que no lo vea tan claro o piense
distinto. Esto, por supuesto, movido por el amor a la verdad y a la otra
persona (su intención es muy buena).
Pero resulta que vivimos en una cultura que aprecia con primacía la libertad.
La gente tiene una gran sensibilidad, y con facilidad –exagerando muchas
veces– siente rechazo hacia lo que percibe como una imposición.
Ese celo por la libertad, hace que ante la menor sospecha de que alguien
quiera influir sobre ellos, de que les quiera imponer algo, se baje la persiana:
entonces se acaba el diálogo. No quiere escuchar, ni siquiera para pensar. En
el fondo es debido a su falta de seguridad.
En cuanto lo siente, baja la persiana, se acabó la conversación. Esto hace
necesario que no sólo respetemos su libertad, sino que además la otra persona
lo perciba. Así, por ejemplo, si no quiere hablar de un tema, habrá que ser
muy cuidadoso en cómo sacarlo, la frecuencia en la que se plantea, etc.
Por otro lado es frecuente que quien tiene convicciones firmes sea acusado por
quien no las comparte, de ser cerrado. Así como respetamos la libertad, hemos
de exigir que se respete la nuestra. Ante acusaciones injustas de cerrados, hay
que tener en cuenta que no es infrecuente que quien acusa de cerrado, sea lo
suficientemente cerrado para no aceptar que otro piense distinto…: es decir,
los cerrados acusan de cerrados a los demás. Podríamos responder: soy lo
suficientemente abierto como para hablar francamente con vos de estos
temas, respetando que pienses distinto, te pido la misma apertura para
aceptar que yo tenga las convicciones que tengo.
Dos matizaciones. Obviamente estamos hablando de apostolado. En el ámbito
educativo en la familia, por ejemplo, es lógico que en los primeros años de
vida se lleve a los chicos por un carril estrecho, con andadores, rueditas en la
bicicleta… Así como van al colegio –y nos esperamos que den su
consentimiento para anotarlos–, lo mismo pasa con la Misa de los domingos,
etc.
Y con los hijos más grandes, no confundir el respeto a la libertad con la
cooperación al mal: una cosa es respetar, con dolor, que tenga
comportamientos que no comparto, y otra muy distinta contribuir en esa
acción mala: respeto es distinto de apoyo.

2º Mandamiento del afán apostólico: Difundir el bien


San Pablo aconsejaba a los Romanos: “no te dejes vencer por el mal, sino
vence al mal con el bien” (Rom 12,21). San Josemaría lo traducía libremente
como “ahogar el mal en abundancia de bien”.
Se trata de difundir la doctrina del cristianismo, que es superpositiva: el
mandamiento del amor a Dios, a los demás, la cercanía de Dios, su
misericordia, la maravilla de la familia, etc.
No buscamos solamente que salgan del pecado: queremos que vivan una vida
divina. No queremos aguarles la fiesta, queremos que participen de una fiesta
que es mucho mejor. El pecado en el que viven les atrae, habrá que ofrecerles
algo que les atraiga más. Criticando su estilo de vida, sólo lograremos que se
cierren más.
Los riesgos de la mala vida (hay cosas con las que no se juega) son
advertencias para gente que está en el buen camino, para que no sea tonta y
no se desvíe. Al que está en el mal camino, más que criticarle el suyo, hay que
hacerle desear el nuestro.
San Juan de la Cruz escribió “donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”,
como si dijese no pierdas el tiempo combatiendo el odio o la falta de amor…
Habrá que dedicarse a sembrar.

2º Mandamiento del celo amargo: Combatir el mal. Ser antialgo


El celo amargo hace que uno se amargue con el mal, se sienta molesto, etc. Y
con facilidad lleva a combatirlo, por supuesto en nombre del bien.
A quien ama a Dios, el mal le duele porque aparta de Él. Conoce el mal que el
pecado hace a las almas. Pero se equivocaría quien se atribuyera la misión de
acabar con el mal.
Hacer apostolado no es dedicarse a vencer el mal para exterminarlo de la
tierra. Cualquier duda consultar la parábola de la cizaña: Mt 11, 24-52, cuando
los obreros proponen arrancar la cizaña sembrada por el enemigo, el dueño del
campo les dice que no, que con ella arrancarían también buen trigo; ya la
separarán cuando llegue la siega. Ahora lo importante es sembrar, cuidar el
trigo…
Somos cristianos, queremos que la gente descubra el amor de Dios por ellos.
No somos anticomunistas, ni antirelativistas, no antihedonistas, ni
antipornografía, ni antimatrimonio homosexual, ni antiaborto… ni antinada.
Nuestra misión no es atacar el mal, sino sembrar el bien.
Además, el planteo anti–algo no acerca a nadie a Dios, ni consigue apartar a
nadie del mal. Es sólo defensivo: sirve para afirma a los que ya piensan como
uno.

3º Mandamiento del afán apostólico: Mostrar la belleza del


cristianismo. Trato personal de amistad: dar razones
Hacer apostolado no es dedicarse a demostrar a los demás que están
equivocados.
No queremos vencer discusiones, queremos llevar la gente a Dios, darles lo
mejor que tenemos. Mostrar lo lindo que es ser cristiano, encontrar a Dios.
Explicar el sentido de las cosas: en la mayoría de los casos no lo saben. Para
qué vamos a Misa, qué sentido tiene confesarse, el sentido positivo y
realizador de las normas morales, etc.
El apostolado requiere un clima de amistad y confidencia.
Queremos charlar amigablemente. Si una persona no tiene esas disposiciones,
quizá es mejor no perder el tiempo (no es posible un cambio afectuoso de
pareceres). Ante una persona agresiva, basta con aclarar nuestra posición y
nada más, aclarándoles que no nos interesa discutir.
No pretender demostrar, convencer, sino mostrar: la verdad convence sola.
Procuraremos abrir horizontes, mostrar caminos, que nuestros amigos tendrán
que recorrer.
Parte importante de las conversaciones personales es el testimonio de la
propia vida. Contar las cosas que nos gustan, nos llenan (no sólo los deberes):
un libro, artículo, plan, linda que es una casa de retiros, una imagen… Lo bien
que nos hace, cómo nos alegra, hace sentir bien, etc.
Trasmitir la alegría de la fe.
Contar lo que hacemos: estoy feliz porque me confesé…, favores que
recibimos.
Contar lo que vamos a hacer: me voy a confesar, me voy a Misa, mañana
tengo retiro… Son maneras de invitar, sin invitar. Quien lo toma, lo toma. En
una ocasión una universitaria me dijo: Padre, me al retiro voy con una amiga.
En realidad yo no la invité… se invitó sola. Me preguntó que iba hacer el fin de
semana, y cuando le dije que me iba a un retiro, me preguntó si podía venir
conmigo…
Y las explicaciones, cuanto más sencillas, mejor.
Para personas alejadas de la fe, el gran tema es la cuestión del sentido, lo que
llena realmente la vida. Es una cuestión que no tienen resuelta…
Paciencia con gente alejada: ni darla por muerta y condenada, ni vivir como si
lo suya fuera normal y bueno. Ni volverla loca con temas religiosos, ni ocultar
nuestra fe y nunca hablar del tema.

3º Mandamiento del celo amargo: Discutir. Polemizar.


Con posiciones encontradas, atrincheradas en su postura, la conversación se
convierte en una discusión, en un combate dialéctico. Cada uno defiende su
posición y busca atacar la contraria. Las discusiones se ganan o se pierden. Y
se discute para ganar.
Pero nosotros no queremos ganarle a nadie, nos interesa que los demás
descubran la verdad que le dará sentido a sus vida y les hará feliz.
Por otro lado, si les ganáramos, la derrota haría que miraran mal esa verdad
que los humilla.
Cuanto más se discute, más se cierran las posiciones. Menos se piensa en lo
que el otro ha dicho –si es razonable o no-, sino que sólo se piensa en cómo
responderle. Mal camino para convertir a alguien. No creo que en toda la
historia de la Iglesia alguien se haya convertido por haber perdido una
discusión…
La discusión lleva enojos, empecinamientos, levantar la voz, distanciarse del
otro… no parece método apostólica válido y efectivo.
Nos interesa que juntos lleguemos a la verdad.
Esto vale también dentro de la Iglesia con católicos que no piensan de acuerdo
al sentir de la Iglesia o que no obran bien. De nada sirve discutir con un
Párroco sobre cuestiones litúrgicas, si no las viviera bien… Con católicos que no
aceptan algún punto de la doctrina, no discutir, con cariño remitir al
Catecismo: no defendemos una doctrina propia, queremos ver qué enseña la
Iglesia.

4º Clima amable. Transmitir paz, serenidad, racionalidad. Cariño


La violencia no convence. Como decía un conferencista, no recordarán lo que
les dijimos, recordarán cómo se los dijimos, cómo se sintieron con nosotros
(alegres, con paz o molestos).
La cordialidad abre la inteligencia y los corazones.
Ser misericordiosos y que se note… Así, por ejemplo, cuando exponemos la
doctrina moral católica debería notarse que no estamos combatiendo a quienes
no la viven: no somos enemigos de los divorciados, ni de los homosexuales;
los queremos y queremos que se salven. Que enseñemos que el
comportamiento homosexual es ilícito, no es ofensivo para con ellos, ni los
descalifica. Nadie se ofende porque digamos que hay que amar a Dios, y eso
no supone un ataque a los que no lo aman. Estamos convencidos que serían
mucho más felices y realizarían sus vidas si vivieran de acuerdo a la ley de
Dios, viviendo de su amor.

4º Enojarse, agredir, insultar, ironizar, ridiculizar


Si uno sigue los pasos anteriores, el celo amargo con facilidad lo habrá llevado
a ser polémico, discutidor, y a enojarse. Así la conversación se desarrolla en un
clima tenso, incómodo, irascible; que hacen imposible el apostolado: bueno
para la polémica, pero no para búsqueda de la verdad.
El peor de los argumentos es el argumento ad hominem. Consiste en la
descalificación del oponente por motivos que nada tienen que ver con el tema
de la discusión. Frases como: con vos no se puede discutir; o vos no sabés
nada; no tenés ni idea; sos … Esta es la mejor manera de mostrar que no
tenemos más razones para aportar…, que no sabemos cómo defender algo,
que nos faltan argumentos racionales. Es una muestra de impotencia, de
autoritarismo. El enojo además nos quita racionabilidad (enojados pensamos
menos).
No levantar la voz (tampoco dejar que la levante el otro).
Si nos maltratan, no enojarse, responder con cariño y simpatía. Es mejor ser la
víctima que el victimario. Sonreír.
No ser patoteros. Expresiones del tipo: no entendés nada, los homosexuales
son un desastre, maricones de porquería, aborteros de …, son de última… son
insultos; y, por lo mismo, faltas de caridad; separa, no une, aleja. La ironía es
muy útil para humillar, pero no para convencer. Lo mismo burlarse. No son
sistemas válidos para el apostolado.
Por la misma razón tampoco habrá que aceptarlas contra nosotros. Con cariño
y una sonrisa, pero con firmeza, no permitir ofensas gratuitas: sin enojarse ni
ofenderse, siempre calmos y con una sonrisa, responder: che, me parece que
te pasaste… Así, no permitir ataques a la Iglesia. Normalmente no tienen
fundamento, se repiten lugares comunes sin la menor base. En todo caso,
mostrar que esas afirmaciones no tienen un fundamento sólido, faltan fuentes,
etc.; que las afirmaciones genéricas no demuestran nada. Muchas veces
acusaciones contra la Iglesia, están construidas sobre algún hecho cierto, que
se saca de contexto, se generaliza, etc. Habrá que ayudar a matizar esas
afirmaciones.
Y en positivo, mostrar la cara maravillosa de la Iglesia que nadie puede negar
(santidad –quién puede no conmoverse ante un Juan Pablo II o una Madre
Teresa de Calcuta-, asistencia a necesitados, familias, etc.). Sin entrar a
discusión, cortar con datos claros irrebatibles.

5º Animar. Ilusionar. Abrir horizontes.


Se trata de mostrar las maravillas que Dios nos tiene preparadas, la grandeza
de su misericordia (no el asco que produce el pecado), abrir horizontes. El
desafíos de tantas cosas buenas que todos nos interesan.
Es verdad que el mal hace mucho mal, pero para salir del mal, es necesario
sentir la atracción del bien.
El fin es santificar el trabajo, la familia, intimidad con Dios…, llenar la vida y el
mundo de amor.
El problema de muchos no es que no sepas qué es bueno y qué malo –algunos
no lo saben– sino que piensan que el bien es imposible para ellos: un ideal
fuera de su alcance (esto es desesperanza, y se cura con esperanza). Lo
mismo que a un chico que saca malas notas en el colegio –cosa que lo
deprime–, no se lo ayuda diciéndole que es un desastre, sino mostrándole que
puede sacar buenas notas….
Para mejorar no se necesitan reproches, sino ánimo.

5º Amenazar. Asustar. Sembrar miedo. Profetizar desgracias


En un clima de discusión, que se vuelve polémico, fácilmente llega la tentación
de mostrar qué mal les va ir si no cambian de vida.
Pero hacer apostolado no consiste en amenazar a la gente con las cosas malas
que pueden pasarle si no nos hacen caso… Con el infierno o el fin del mundo,
por ejemplo.
No somos profetas de desgracias. La meta no es conseguir que huyan del
infierno sino que quieran ir al cielo, no de dejar de pecar sino de crecer en el
amor –y entonces dejarán de pecar-..
Frases del estilo de: esto está cada vez peor, donde vamos a ir a parar. Vos así
vas a acabar muy mal, o vos cada vez peor. Parecería que quien las dice está
feliz de acertar con el pronóstico.

6º Llevarlos por un plano inclinado


Las conversiones a lo San Pablo no son frecuentes: normalmente son fruto de
un proceso. En el apostolado procuramos ayudar a avanzar por un plano
inclinado: de a poco, mejor casi no plantear cosas que una persona no está en
condiciones de hacer. Pensar qué le puedo plantear, qué paso puede dar, con
la mirada ilusionada en la meta positiva. Cuanto más lejos esté de Dios, más
chico será el paso. Lo importante es ayudarlo a avanzar en la dirección
correcta.
Ayudarlos a dar el paso que ahora pueden dar. Habrá que estudiar qué
proponer, qué decir. En principio no proponer cosas que estamos seguros que
va a decir que no (atentos a no decir que no por ellos…). Se puede hacer con
delicadeza.
No quejarse de que no me entiende: hacer el esfuerzo de hacérselo entendible.
Estar pendientes de pasos a dar: dirección espiritual (paso decisivo para
progresar en la vida espiritual), Santa Misa (quien comienza a ir a Misa algún
día entresemana, acabará yendo todos los días, casi sin poder evitarlo),
oración mental, apostolado… Apostolado personal.
¿No van a Misa? Que comiencen a ir en Navidad, Pascua… Mantener llamitas
encendidas.

6º Abrumar con cargas que no pueden llevar


Otra tentación a la hora de hacer apostolado, es la de pretender que una
persona cambie de un día para otro, en todos los aspectos que necesita
mejorar.
Pero hacer apostolado no consiste en llenar a la gente de obligaciones (cuantas
más mejor, no vaya a ser que se condene por que no le dijimos algo en la
primera conversación…). No se trata de ocultar obligaciones o principios
morales, pero insistir en los pasos positivos que hoy están en condiciones de
dar.
No ser monotemáticos. Nos interesa su alma, pero no sólo su alma. Si cada
vez que vemos a alguien, lo primero que hacemos es hablarle de Dios o
invitarlo a algo… Variedad temática.
Si enviamos veinticinco mails por día, no los leerán… Treinta preguntas cada
domingo sobre la Misa… no ayudan a que asistan…
La dosis de una medicina depende de la capacidad del receptor. Los remedios
se toman cada 8 horas, o cada 12 o 24, no todas las pastillas de golpe: esto no
curaría, sino que enfermaría más.

7º Creatividad: mismo plato, distinta presentación


Entonces, ¿es malo insistir? Depende, muchas personas que necesitan que les
insistan.
Y ¿cómo saber cuándo insistir y cuándo no? Depende de cómo lo vea la otra
persona: si lo ve como una ayuda, insistir, lo necesita. Si lo ve como una
molestia, no insistir. ¿Cómo saberlo? Preguntárselo. Hay personas que lo
agradecen: le gusta que se acuerden de ellas –les gusta que las llamen–;
quisieran mejorar, formarse, etc., pero se olvidan, son vagonetas y necesitan
un empujoncito (como a veces lo necesitamos para tirarnos a la pileta en
verano). En una ocasión, un hombre de más de ochenta años, me dijo que se
confesaba cada tres meses gracias a un amigo que lo perseguía… (esas fueron
sus palabras): era consciente de que necesitaba a ese amigo para vencer la
pereza, dejadez, que le dificultaba hacer eso que él quería hacer, pero siempre
retrasaba. Y lo decía con agradecimiento. Necesitaba y quería ser insistido.

Otras personas en cambio, hacen decir que no están cuando se las llama,
ponen excusas ridículas, nos esquivan: es decir, no quieren saber nada. No
insistir. Rezar y esperar alguna ocasión de algo distinto.

En muchos casos ayudará despertar interés. Está lo que se podría llamar el


apostolado de la curiosidad: dejar funcionar nuestra curiosidad y despertar la
del otro. Preguntar con interés (no inquisitivamente: el tono y la forma señala
la diferencia: ¿Hace cuándo dejaste de ir a Misa?). Comenzar la conversación
con un ¿vas a Misa/a la iglesia alguna vez? ¿Dónde? Son preguntas que
hacemos para que se planee cosas, que normalmente no se plantean. Las
hacemos más por ellos que por nosotros, ya que ellos necesitan darse una
respuesta a sí mismos, más que a nosotros.

Nuestros conocidos tienen curiosidad de saber qué hacemos en un retiro, qué


leemos, por qué nos confesamos…

Despertar curiosidad, interés: ¡Qué buen retiro! … ¿sabés lo que es eso?


¿alguna vez hiciste la experiencia?

Y presentar las cosas –que son maravillosas de por sí- de modo atractivo.

Explicar las razones. No a la insistencia voluntarista: tenés que ir, tenés que
ir… Argumentos: por qué le interesa, por qué lo necesita, por qué le va a
gustar. Pará le va a servir un retiro, qué es lo bueno de charlar con el cura,
cómo llena asistir a Misa…

Se trata de mostrar, animar, sostener, facilitar, exigir, sugerir, invitar, exigir


(es proponer que se exija, desafiar), invitar. Mostrando el modo inteligente y el
tonto de vivir.

Aprovechar ocasiones: se casa… le mando un artículo, video… Está enfermo…


(le presto un libro, le ofrezco que le lleven los sacramentos).
Invitar gente a compartir actividades formativas o piadosas con nosotros:
acompañarnos a un retiro, a unas charlas de formación, hacer juntos una
romería, etc.

Y las redes sociales: Facebook, etc. Y mil cosas más…


7º Ser repetitivos, taladrar. Ser pesado, insistentes.
La teoría del disco rayado –repetir veinte veces la misma cosa- sirve para
chicos de pocos años hagan algo que se resisten a hacer, pero no para ayudar
a una persona madura entienda. Decir lo mismo, de la misma manera, incluso
puede ser contraproducente: crea cayo en quien escucha, produce un efecto
similar a la resistencia a la penicilina, hace que le resbale y le moleste el tema.

Hay que tener en cuando una persona hace algo carente de motivación
racional (por ejemplo, dejó de ir a Misa porque le dio fiaca, pero cree en la
Eucaristía, sabe que es pecado –aunque lo niegue–) no puede defenderse
racionalmente, de manera que evitará absolutamente todo diálogo (así dirá a
su madre: “qué pesada que sos, otra vez con lo mismo…, estoy harto de que
me hables del tema…”). Mientras no cambien las disposiciones, no querrán que
les hablemos del asunto, ya que no quieren pensar en eso, que la propia razón
les grita que deberían hacer. ¿Qué hacer, entonces? Primero rezar (si cayeron
los muros de Jericó…). Y construir en positivo: con una estrategia, de a poco,
dando vueltas… No se trata de no hablar del asunto, pero espaciarlo en el
tiempo, con planeos distintos, sin tocarlo frontalmente; de otro modo el
rechazo está garantizado. Buscar quién o qué puede ayudar: algún amigo,
alguna lectura indirecta… Dicen que Borges rezaba todos los días una Avemaría
porque se lo había pedido su madre…

A MODO DE RESUMEN DEL AFÁN APOSTÓLICO: Dar esperanza.


Transmitir alegría, divertirse
Hacer apostolado es divertido. JMJ, convivencias, fiestas de la familia,
películas…
La mejor manera de hacer apostolado es pasarlo bien. Y se la pasa muy bien
haciendo apostolado.
A MODO DE RESUMEN DEL CELO AMARGO: Transmitir amargura,
pesimismo.
A veces en gente con buenas ideas y deseos abundan las quejas, los lamentos,
una visión amarga de la vida. ¡Basta de quejarse! Queremos llenar el mundo
de amor, no dedicarnos a marcar cada cosa que no funciona. No tenemos
vocación de árbitro de fútbol, que no juega y se dedica a vigilar que todo esté
bien, señalar cada cosa mal hecha. Construir: no demoler las construcciones
precarias o malas.

Expresiones del tipo: que horror como está el mundo, todo es un desastre,
todo está mal. Críticas a todo lo que no es tan bueno como debería serlo según
nuestro parecer…
Muchas veces el principal obstáculo para el apostolado es la propia frustración
y el pesimismo de quien se deja vencer por la tentación del celo amargo, su
sentimiento de impotencia. No es verdad: ¡fe! Ver la historia: primeros
cristianos muestra el camino: humildad y paciencia, esperanza y audacia, fe y
amor.

Y por supuesto… No quejarse de las cosas buenas: si lo Misa fue larga, si los
hijos dan los problemas… Si queremos que vean bien esas cosas (ir a Misa,
tener hijos, o lo que sea), transmitamos una vivencia positiva de ellas…

CONCLUSIÓN
Espero que estas líneas te sirvan como fuente de inspiración para lanzarte en
la maravillosa aventura de llevar a Dios a las almas y de llevar las almas a
Dios.
Es lo mejor que podemos hacer por los demás: ayudarles a descubrir el amor
de Dios, que les cambiará la vida, la llenará de sentido y sobre todo les dará la
felicidad que todos buscamos.
Pero te repito: hemos de aprender a hacerlo, no vaya a suceder que a pesar de
nuestra buena voluntad, pretendiendo llevar a Dios, alejemos a algunos por
malentendidos…
Siempre contamos con el Espíritu Santo que es quien hace fecundo el
apostolado.

Vous aimerez peut-être aussi