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2. FRAI\IT<L, v.
E., Ante el aacío existencial, Herder, Barcelona 19g0, p. gz. Las
mismas ideas expuestas de modo similar pueden verse en id., La
idea psicotógica del
ltombre, Riaip, Madrid 19g6.
3. FRANT<I, V. E., Ante el vacío existencial, p. 99.
4. Id., p. 82.
5. FRANT<L, V. E., La idea psicolósca del hornbre, p. gg.
6' BuNGr, M., El ser no tietrc sentido y el sentido io tiene ser en..Teorema,, 6
(1e76), p. 204.
FILOSOFÍA DEL HOMBRE 461
-;rie;;,;tii#*l:a.
FILOSOFÍA DEL HOMBRE
vida no tiene ya senrido, ningu na otra vida eter na, para la cual ésta
fuera exclusivamenre un medio, podría dárselo. §flittgenstein ya ad-
virtió, siguiendo a S. Agustín, que la inmortalidad del alma o una
vida interminable no resuelven de suyo el problema del sentido de
la vida 1s. De hecho, según el cristianismo, cabe una existencia erer-
na sin sentido, que justamente, por ello, es denominada no r.,ida
eterna, sino ?rluerte eterna.
15. Cfr. '§TlrtcsNsrErN, L., Tractatus, 6.4312; s. AcusrrN, soliloquios, rr, 1..
1,6. Cfr. Al¡srorprrs, libros I y X de la Etica a Nicórnaco.
FILOSOFÍA DEL HOMBRE
go. Ahora bien, la pregunta por qué significa la vida humana, puede
considerarse desde dos puntos de vista que no son mutuamente ex-
cluyentes. En primer lugar, cabe considerar el hombre y la vida hu-
mana como significante de un significado distinto de é1. Se trata de
la perspectiva, fundamentalmente teológica, en la que el hombre es
considerado como imagen y semejanza de Dios, de manera que toda
la vida humana es significante de un significado que desconocemos.
De este modo, la última raz6n de ser y la iitíma explicación del
significante vendría dada por el significado. Y así se puede decir, por
ejemplo, que la sexualidad humana es imagen y semejanza de Dios,
es decir, de su ser una comunidad de Personas. Pero en segundo lu-
gar, cabe también una consideración del hombre y la vida humana
como portadores de un significado que no es distinto de ellos mis-
mos. Es la perspectiva en la que se considera que el enigma de la
vida sólo se desvela en su propio discurrir, que no se sabe qué es
la vida antes de vivirla, 1, ![ue el hombre sólo se aprende a sí mismo
a través de su vida. Se trata, simplemente, de la perspectiva que an-
tes se ha llamado experiencia de la vida. En este punto de vista, la
vida no solamente tiene sentido
-en cuanto que es un contenido
inteligible- sino que es reflexiva -puesto que se autointerpreta, es
decir, puesto que se comprende a sí misma en su propio discurrir-.
Como la experiencia de la vida -según se ha visto- no culmina
nunca, el hombre es siempre un misterio para sí mismo, un signifi-
cante cuyo significado desconoce.
La articulación entre la perspectiva teológica y la de la expe-
riencia de la vida no es difícil. Una autoconciencia finita como es
la humana puede ser signo de una autoconciencia absoluta.
Pero Ia consideraciín del sentido de la vida humana, tampoco
puede hacerse exclusivamente en términos de exploración del conte-
nido inteligible que posee o en términos de constitución de la auto-
conciencia. Antes se ha dicho que la plenitud de la vida humana re-
quería la autoconciencia, pero no se limitaba a ella. La raz6n es que,
como ha señalado Schaeffer, si el resultado de la autoconciencia hu-
mana es que «todo es vanidad", entonces se habrá logrado un
autoesclarecimiento intelectual absoluto, pero 1a cuestión del sentido
de la vida no se ha resueltotT. Si el resultado de la lucidez de la
18. Sobre este punro, cfr. BERNSTEIN, R. J., Praxis y Acción, .Llianza, Madrid
1979, pp. 157-72.
19. Ceuus, A., Calígula, in fine.
20. FnRNrr, V. E., La idea psicolósca del hombre, p. 110.
FILOSOFÍA DEL HOMBRE
2L. BoEtruus, De consolatione pbilosopltiae, 1. V., prosa 6, n. 4 (PL 63, 858 a).
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da claro que la vida eterna no niega sino que asume la vida terrena.
El sentido de la vida eterna no se contrapone, sino que consuma en
plenitud el que ya tiene ésta. La vida eterna consu ma la aspiración
a la permanencia de la vida humana. Si el sentido de la vida sólo
se constituye en el propio vivir, si viene dado por la propia acción
enriquecedora del mundo y los demás, enronces la exigencia de sen-
tido de ia vida humana estriba en que las propias obras queden res-
catadas del tiempo y asumidas en La eternidad. Como dice de los
bienaventurados el texto apocalíptico, osus buenas obras les acompa-
ñanrr 22. La exigencia de sentido estriba en que lo que el yo ha sido
permanezca en él para siempre y por ranro, también para siempre
se reconcilie consigo mismo
-y esa es la noción cristiana de vida
eterna-, mientras que la también noción cristiana de muerte eterna
expresa la falta de identidad del yo y, por ranro, la ruprura existen-
cial. El yo no es lo que ha sido y, por ranro, ni se identifica ni
se reconcilia consigo mismo.
significa que no h^y nada que desear, que todo valor y bien es
puesto por la propia voluntad. A primera vista podría parecer que
una voluntad así es una voluntad máximamente satisfecha, la volun-
tad del niño feliz que ríe y que juega, pero, en realidad, es una vo-
luntad máximamente indigente.
Dicho en términos existenciales, jugar a, 'ueces es tan divertido
como tágico jugar siempre. La voluntad que sólo puede jugar Porque
no tiene nada que desear no es la imagen de una plenitud efusiva,
sino la desesperación pura. Con otras palabras, si el concepto de jue-
go se absolutiza, colapsa. lJna actividad lúdica sólo es posible en
cuanto que otras no Io son, del mismo modo que una moneda pue-
de ser falsa porque otras no lo son. Si todas las monedas fueran fal-
sas, el propio concepto de falsedad colapsaría. De manera semejante,
se puede j,rgo ,t 'ueces porque no jugamos siempre; h^y actividades
lúdicas porque hay actividades serias. Las actividades lúdicas son pa-
rasitarias de las serias. Esto no quiere decir que en cada caso no sea
posible tomarse algo a chacota, sino que no es posible tomarse a
chacota todo, de la misma manera que aunque cada moneda tomada
individualmente puede ser falsa, no todas las monedas tomadas como
conjunto pueden serlo.
Además, si todos los fines fueran elegibles, entonces la elección
misma se imposibilitaría porque ya no habria criterios de elección
en cuanto que también el criterio tendría que ser elegido. Es claro
que a. veces se pueden elegir los criterios de una elección, como por
ejemplo, cuando en un concurso público el tribunal establece el ba-
remo para medir los méritos de los concursantes, pero entonces se
están dando por supuesto unos criterios de segundo orden desde los
que se eligen los criterios de primer orden. En el caso del citado del
tribunal, es claro que el criterio desde el que se establece el baremo
es la pretensión de hacer justicia. Si este criterio falta, la idea misma
de tribunal colapsa. Es decir, si la elección fuera absoluta, entonces
todos los criterios deberían ser elegidos, pero entonces el concepto
de criterio colapsa. Por eso, mantiene Aristóteles que se desea el fin
y se eligen los medios. Si no hay ningún fin dado y todos los fines
han de ser elegidos, la elección se hace imposible. Algun fin ha de
estar dado para que pueda haber un criterio en la elección de los
medios. Ya se ha indicado, al hablar de la voluntad, eu€ la relación
entre 1o dado y lo elegido varía a lo largo de la historia, y que la
libre elección humana ha ido acogiendo en sí cada yez más <<natura
FILOSOFÍA DEL HOMBRE 471
lezarr. Los fines del obrar humano tienen, en consecuencia, cada vez
en mayor medida el carácter de constructos culturales. Pero 1o que
ahora se trara de señalar es que tal proceso tiene un límite, del mis-
mo modo que La capacidad creciente del hombre de transformar su
propio cuerpo tiene un límite: el hombre no puede deiat de ser un
cuerPo.
Se ha señalado rePetidamente que el saber que determina la
elección y la decisión es el saber práctico y no el teórico- Pero lo
que ahor:^ h^y que advertir es que el saber práctico sólo es posible
,i ,ro se absolutiza, es decir, si hay una primacía del conocimiento
teórico 25. Si la elección fuera absoluta, entonces el saber práctico,
que versa sobre lo agible Por nosotros, es decir, sobre 1o que depen-
á. d. nosotros y puede ser de otra man era, setla superior y de más
alcance que el teórico, que versa sobre 1o que no depende de noso-
rros y no puede ser de otra manera. Para que el saber práctico sea
posibie ., ,r...rrrio que la racionalidad como criterio de la elección
no sea a su vez elegida. Sólo si el saber teórico tiene primacía sobre
el práctico, es decir, si no todo es elegido, el saber práctico es posi-
ble. Si hay que elegi r la racionalidad, entonces no puede serlo por
criterios racionales, y entonces el concepto de racionalidad práctica
es sustituido por un decisionismo ciego, como certeramente ha seña-
lado la Ercrr.ia de Frankfurt cont ra la llamada racionalidad crítica de
Popper y Albert26. No todo saber versa sobre los medios, sino que
hay también una racionalidad de los fines.
Por tanto, si no todos los fines de Ia conducta humana son
elegidos por el hombre mismo, ha de haber un fin último que natu-
ralmenre desee y no etija. Tal deseo natural suele ser habitualmente
caracterizado como deseo de felicidad y ésta como una actividad
contemplativa2T. De este modo, cabe decir con Aristóteles que lo
25. Sobre esra cuestión puede verse ARREGLiI, J. Y., La condición de posibilidad
del conocimimto práctico en.ánuario Filosófico" 1'4/1, (198L), pp. LL5-124'
26. Cfr. por áj.rrrplo, las dos intervenciones de Habermas en AOORNO, Th.,
(ed.), Der Pisitioiimuistreit in der deutschen Soziologie, Luchterland Neuwied, 1969.
(Ury ,.raucción castellana en Grijalbo, Barcelo na 1972). Cfr. también el capítulo
.or..rpordiente de IxuEnezuty, D., Praxis e intersubietiaidad. La teoría crítica de
J. Haierrnd.s, Eunsa, Pamplona 1985, donde puede encontrarse más bibliografía.
27. Si Ia contemplación ha de entenderse como fin del hombre, no puede com-
prenderse sóIo comá acto del intelecto. De hecho, Sto. Tomás mantiene que la con-
iemplación es un acto del entendimiento al que concurre la voluntad, no sólo con-
472 JORGE V. ARREGUI*JACINTO CHOZA
i;1
hombre mismo fuese el último fin, porque enronces su beatitud se- l.,
Ir,
Mas como el fin del hombre es otro bien exterior, a saber, Dios, I'
al que nos allegamos por la operación del inteledo especulativo, por. ii
{
aparece siempre como un regalo. :
35- Algunas de las ideas aquí expuestas pueden encontrarse de un modo más am-
plio en el capítulo La triple deologta del sujeto burnano de J. Cho za en el libro
y.a.citado, Etica y política en la sociedad democrática y .".ogido en La realización
del hombre en la cultura, pp. 1,09-43.
36. A¡rsror¡rns, Etica a Nicómaco X, 7: 1,117 a 74_16.
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43. SrNr,ca, De Vita beata, cap. 4, citado por PrrlrR,l., o. c., p. 247.
44. S. 7h., LII, q. 2, a. 7.
45. SeNECa, Epist. ruora¿ XI, 2, citado por PIrnrR, I., o. c., p.255.
46. Cfr. Acerca del dicho olo que es aerdad en teoría para nada sirae en la prácti-
cd.»> en Filosofia de la historia, Nova, Buenos Aires 1958, pp. 1.30-47.
47. Mientras que en el pensamiento estoico la identidad entre felicidad y morali
dad se inclina del lado de ia moral, en el de Feuerbach se inclina por el lado de
una felicidad entendida hedonistamente. En Feuerbach no se rrara tanto de que lo
bueno cause placer cuanto de que lo que causa placer es bueno.
48. FEusRnacH, L., Gesammelte lVerke. Akademie Verlag, Berlín 1967 y ss., r.
1, p. 198. Para la controversia entre Kant y Feuerbach cfr. CeseoA CASTRO, M.,
Fewerbach y Kant. Dos actitudes antropológicas, Publicaciones de la Universidad de
Comillas, Madrid 1980.
478 JORGE V. ARREGUI_JACINTO CH3ZA
yes que los hagan moralmente virtuosos, sino conseguir esa felicidad
mediante una configuración del sistema sociolaboral que Permita que
todos se realicen en el trabaio.
Desde el plano esencial, a la hora de considerar en el ámbito
de la teleologír, 16 relaciones entre religión, moral e historia, cabe
decir qrr. lo, Procesos de perfeccionamiento moral y de creatividad
cultural son indefinidos. Por eso pudo escribir Quevedo que soy
«un Es cansador, . La tarea de perfeccionarse moralmente y de crear
culturalmente no acaban ,rrrr.r. Tanto la vida biográfíca como la
historia son Procesos abiertos que no culminan en plenitud, sino
que son int.ir,r*pidos desde fuera, bien por la muerte individual
bien por un cataclismo universal.
Ahora bien, incluso aunque la vida biográfica individual y la
historia no tuvie fan término, el perfeccionamiento moral y la reali'
zaciin en el trabaio no tienen ,t a .rrl*inación en su propio nivel
de temporalidad. como ya se ha señalado a propósito de la concien-
.ia hisiórica de Dilthey, ningún producto humano puede agotar las
virtualidades de la esencia humana. Como ningún producto ni nin-
guna actividad ) agotalt la esencia humana, la existencia humana no
se totaliza. Eso iÁplica que la plenitud humana no es alcanzable his-
tóricamente porqu. ., .1 ti't.[ histórico el hombre siempre da más
de sl, por 1; qrr. la plenitud humana no puede alcanzarse en el
tiempo, ,ino ,óio .r, 1, eternidad. Por otra Parte, Y" se ha señalado
que la eternidad no niega la historia, sino que la asume y, Por tan-
á, qo. los fines 2 y 3 son relevantes para el fin 1. Si es verdad que
la f.ii.idad eterna es el premio a la virtud, entonces tal felicidad de-
pende de cómo se aproveche esta vida53'
3. El problerna de la muerte
53. {Jn comentarto a esta cuestión en Kant, Puede verse en VrcgNTr ARxrcut,
G., Dios y hombre en el Kant precrítico, P ublicaciones de la Universidad de Sevilla,
Sevilla L987, pp. 232-45.
482 JORGE V. ARREGUI-JACINTO CHOZA
54. Puede encontrarse una explicación más detenida de estas ideas en ARRrcut,
J. V., Nosotros los mortales, Tibidabo, Barcelona, en prensa.
55. S. AcusrtN, Confesiones, lY, 4,9.
56- cfr. ScHoPENHAUER, A., Die welt als lville und vorstellung t. 2, pp. 5zg-9.
57. Cfr. LreNo, C., [Jna aproximación filosófica al problema de la rnuerte en <<Ist-
mo', no 129, ju.lio-agosto de 1980, p. 20.
FILOSOFÍA DEL HOMBRE
62. Cfr. Anrss, ph., La muerte en Occidenre, Argos-V eÍgara, Barcelona l9g2 e
Id., El hombre ante la muerte, Taurus, Madrid 1983.
63. Cfr. OnTEGA y G,tsrT, J., Estudios sobre el arnor, pp. 19-20.
JORGE v. ARREGUT-J4qrNIelEez4
66. TaconE, R., Pájaros perdidos,267, en obra escogida, Agorlar, Madrid 19g1,
p. 1194.
FILOSOFIA DEL HOMBRE
67. Una clásica monografía sobre este tema es la de VaN GawNEp, A., Los ritos
de paso, Taurus, Madrid 1982.
68. Sobre esta cuestión cfr. JaurrN, R., La n7%erte en los sara, Mitre, Barcelona
1985; Tuotv'tRs, L. Y., Antropología de la muerte, FCE, México 1983; BarvruNovA,
Y. K., y AnomoNou, 8., La lnuerte en la ,¿ida africana, Serbal-Unesco, Barcelona
1984. Un buen resumen de la cuestión puede enconrrarse en GIL, 8., La muerte
en otrds culturas y religiones en GAFo, J., y otros, La ewtanasia y el derecho a n'to-
rir con dignidad, Ed. Paulinas-IJniversidad de Comillas, Madrid 1984, pp. 9-39.
ARREGUI_JACINTO C]FIOZA
de1 yo. Desde este punto de vista, Thielicke enjuicia y condena los
planteamientos de Platón, Nietzsche, Hegel, Marx y Goethe7o.
Frente a la visión dualista típicamente moderna que minimíza
la muerte, el pensamiento contemporáneo ha desarrollado una visión
que pretende hacer justicia al valor existencial de la muerte analizan-
do su presencia a lo largo de toda la vida humana. Es decir, se trata
de considerar 1a muerte no como un acontecimiento exterior que
pone fin desde fuera a la vida humana -como la tematiza arquetípí-
camente Epicuro-, sino de focalizarla como algo intrfnseco a la vi-
da, de modo que es la condición mortal 1o que constituye a la exis-
tencia en humana.
Se ha afirmado que el planteamiento contemPoráneo es una
critica a la trivializaciin de la muerte que se oPera en 1a moderni-
dad ilust rada, para la cual, la muerte es un Proceso natural, por lo
que pierde su aguijón. En la modernidad, el "escándalo" de la muer-
re es embozado a trayés de una interpretación falsa de la inmortali-
dad del alma. Pero es digno de señalarse que en la reacción contem-
poránea frente a la modernidad, vuelve a producirse una
naturalización de la muerte. Si ahora la muerte no es algo extrínseco
sino intrlnseco y definitorio de la vida bumana, si ésta lo es por ser
una vida consciente de su mortalidad, la muerte de nuevo pretende
ser englobada en la vida humana, vuelve a a¡arecer como el destino
natural del ser humano.
Es bastante habitual tomar como punto de partida de los nue-
vos enfoques sobre la muerte la obra poética de Holderlin. En efec-
to, unos versos suyos han adquirido una extraordinaria resonancia.
Dicen así:
"A11í
la muerte está. No esa, cuyo saludo
les roz6, milagroso, en la níitez:
es la muerte pequeña, tal como se la entiende;
13. Esta confusión parece atravesar toda Ia obra de Sciacca, Mwerte e inmortali-
dad.. Seguramente, tiene razón al mantener que una existencia temporal ili-
-supondría "i "oto,
mitada que el hombre no alcanzara su fin, Pero eso no explica por qué
el término de Ia vida humana ha de ser precisamente la muerte (cfr. Mwerte e in-
mortalidad, Luis Miracle editor, Barcelona 1962).
74. RILTE, R. M., Los cuadernos de Malte Laurids Brigge en Obras, Plaza y Ja-
nés, Barcelona !967, p. 1481, cfr. pp. 1,476-81'.
494 JoRGE v. ARREGUT-JACTNTo cHozA
75. futt<n, R. M., El libro de ta pobreza y de la muerte en ed. cit., pp. 457-8.
76. Cfr. ScHSLER, M., Tod und Forleben en ed. cit., r. 10, P- 15.
FILOSOFIA DEL HOMBRE 495
83. cfr. sanrRE, J.P., L'Etre et le Néanr, Gallimard, parís 1943, pp.615-3g.
84. Cfr. JouvET, R., Le probléme, pp. 43-4.
85. \Mlrtc¡NsTErN, L., Trartatus logico-philosophicus, 6. 431L.
86. Cuoza, J., Inmortalidad y suicidio .o ..N.r.rtro Tiempo,, na Z3Z, ocrubre
de 1973, p. 11, recogido en La supresión del pudor y otros ensayos, ya citado.
FILOSOFÍA DEL HOMBRE
5§r
90. Cfr. Id, pp. 294A. Sin embargo, se puede decir que Pensar es una actividad
instantánea al menos en el sentido de que toda la proposición se piensa a la vez.
Por eso, pensar es una operación intemporal. Esta intemporalidad es un excelente
punto de parrida para demostrar la inmortalidad del alma, como ya se ha señalado.
91. Cfr. RoseNBERG, J. F., o. c., pp. 30-L.
FILOSOFÍA DEL HOMBRE s03
puro
recimiento nominal. En definitiva, la muerte de una Persona es
dejar de ser persona y convertirse en cadávet'
Tal cambio no es un
.r*bio de eitado, ,iro de tipo de realidad. Del mismo modo que
convertirse en mariposa es deiar de ser oruga; y degradarse
en Pro-
actínio 235 ., d.ja, de ser Uranio z3},"convertirse en un cadáver
es dejar de ser Personae2'
De este modo, la idea de la muerte como ttinstante>> ell el
que
como una fic-
se pasa de estar vivo a estar muerto se nos muestra
.iór, lingüística. En esre punto, Rosenberg converge con Th.
Mann
y Ia bioiogía conte-porá.r.a en contra de Tolstoy y Scheler: no hay
menos no tiene Por qué haber-- un <<acto>> de morir'
La
al
-o, no es un acto q,r. ser vivo realice, sino un proceso irre-
muerte "1
versible de desint.grr.iór. Si la muerte no es un evento
instantáneo,
no-
o dicho de otro modo, la existencia de tal evento es puramente
minal, entonces debe ser consi derada como un proceso.
Fl proceso
de morir -es decir, la enfermedad o la agonía, etc--
sí pertenece
como
a la experiencia de1 vivo. EL estarse muriendo' como proceso'
está en su
enfermedad, sí pertenece a la vida. Mientras una Persona
puede ser do-
lecho de muert., ,riu.. En este sentido sí que el morir
loroso, temido, etc. Pero en este sentido, la realidad del
proceso de
morir, es la realidad del vivir que se degrada'
La posición de Rosenberg resPecto de la muerte contiene
ideas
estar muer-
muy ,a[Ásas y orras claramente sofísticas. Es verdad que
to no es un modo de ser, y que la muerte de una Persona no
es
la desapa-
su paso a un reino oscuro y tenebroso, sino simplemente
del
rición de tal persona. Admitir esto no es negar Ia inmortalidad
que el alma se-
alma, rimpl.m.nte es afirmar en terminología clásica,
paraáa rro ., persona. o dicho de otro modo.,
no hay identidad en-
ir. el yo y .t alma, o entre la sustancia y su acto primero'
Si el morir considerado como acontecimiento tiene una
reali-
I
t
t
92. Cfr. Id, PP. 37'4.
I
r
JORGE V. ARREGUI-JACINTO CHOZA
es una acción, sino más bien una pasión, no es algo que wo hace,
sino más bien algo que le pasa. Como realidad privativa, la muerte
no tiene una causalidad positiva, sino más bien negativa Puesto que
no es sino un defi.cere, un decaeres.
93. Sobre toda esta cuestión Cfr. MAffO SECO, L. F., La mwerte corrt-o mal en
el pensamiento de Tomás de Aquino en Atti del Congreso Internazionale, t. 7,
L'uolno, Edizione Domenicane Italiane, Nápoles L974, pp. 467-8A.
94. Cfr. R¿gNgR, K., Sentido teológico de la muerte, Herder, Barcelona 1965.
95. Scncca, M. F., o. c., p. 11.
96. RtHNrR, K., o. c., p. 35- La mejor exposición sistemática en castellano de
la antropología de este auror es la realizada por RoonÍcug,z MoLINERO, J. L, La
antropología fi.losófi.ca de K. Rahner, Publicaciones de la Universidad de Salamanca,
Salamanca t979. De todos modos, la postura de Rahner parece excesivamente dua-
lista. Algunas críticas muy interesantes a este autor pueden verse en ios artículos
de Mateo Seco y Saranyana, ya citados.
FILOSOFÍA DEL HOMBRE
97. Cfr. NacpL,T., La muerte en La muerte en cwestión, FCE, México 1981, pp.
23-8.
98. Cfr. Torrms or AqutNo, Comp. Theol., cap. 227, n. 477.
JORGE V. ARREGUI-JACINTO C]HOZA