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Winston dejó caer los brazos y llenó de aire los pulmones. Su mene se hundió en el
laberíntico mundo del doblepensar: Saber y no saber, tener conciencia de lo que es
realmente verdadero al par que se difunden mentiras cuidadosamente elaboradas,
sostener a un tiempo opiniones contradictorias sabiendo que lo son creyendo a
pesar de eso en ambas; utilizar la lógica para combatirla, repudiar la moralidad y a
un tiempo apelar a ella, sostener que la democracia es imposible de realizar y que el
Partido es custodio de esa misma democracia repudiada, olvidar cuanto fuera
necesario y, no obstante, hacer uso de ellos, traerlo a la memoria cuantas veces
fuera necesario para, más tarde volverlo todo olvido, y particularmente, hacer
objeto del mismo proceso al procedimiento mismo. Esta resultaba la más refinada
sutileza del sistema: inducir la conciencia a la inconsciencia, y luego volverse
inconsciente para evitar reconocer que se había empleado la autosugestión. Así
hasta el hecho de comprender la palabra doblepensar implicaba el uso
del doblepensar (p.40).
Si aún hay alguna esperanza –escribió Winston- está en los proles (p. 69).
Los pájaros cantaban como los proles (…) El mismo cuerpo castigado por el trabajo
y los partos, en lucha permanente desde el nacimiento a la muerte que, sin
embargo, cantaba (p. 191).
- ¿Pensaste alguna vez –dijo- que la entera historia de la poesía inglesa fue
determinada por el hecho de que en el idioma hay escasez de rimas? (p. 200).