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' Historia de la Arqueología


D e los anticuarios a V, Gordon Childfr

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Tíquk) orjjftaal The Origins and Growtb of Archaeology
Ti1«doctor. Miguel Rivera Dorado

i vez en inglés por Penguia


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© Glyn Daniel, 1967-Penguin Books Ltd.


Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A ., Madrid, 1974. Calle Mi-

k2qdÜÉÍ-t;. .■
* T J # ! * * 3-»*7*..
■¿¿b p^i JorMs Húatench, S. A.
Eoagr^|>. A -, Dolore*, 9. Madrid
Paré Stuaft Piggott
Prefacio

Se propone este libro ilustrar, por medio de una selec­


ción de extractos, la forma en que una disciplina particu­
lar se configura, así como su crecimiento y expansión
a partir de este momento. Es posible que algunos ar­
queólogos competentes, interesados en la historia de su
materia de estudio, no estén totalmente de acuerdo con
mi selección: ciertamente, he tenido que ajustar esta
antología al espacio disponible, y me he guiado por lo
que creo que es importante y significativo para estable­
cer los orígenes y la evolución posterior de la arqueo­
logía.
El profesor Stuart Piggott ha leído atentamente el
libro mecanografiado y me ha hecho muchas sugerencias
valiosas. La obra está dedicada a él, uno de los pocos
arqueólogos que son también historiadores de la arqueo­
logía y que ha demostrado que el estado actual de nues­
tra disciplina no puede ser considerado con independen­
cia de sus etapas anteriores. La arqueología estudia el
pasado desde el presente, pero el arqueólogo no debe
olvidar que el presente está marcado y condicionado por
las investigaciones precedentes, y que el conocimiento
arqueológico de hoy constituirá una de las muchas ar­
queologías pasadas en una o dos décadas.
Junio 1966
Zouafques
Pas-de-Calais, Francia Glynn Daniel
9
Agradecimientos

Debo mi agradecimiento a las instituciones siguientes por ha­


berme permitido utilizar el material de las publicaciones que se
señalan:
Antiquity, E. D. Phillips, «The Greek Vision of Prehistory»,
1964, y profesor Stuart Piggott, «Archaeological Draughtsman-
ship», 1965; Ernest Benn Ltd., Sir Leonard Woolley, Diggirtg
Up the Past, 1930, Ernest Benn Ltd. y W. W. Norton & Co. Inc.,
Sir Leonard Woolley, Ur of the Cbaldees, 1929; A. & C. Black
Ltd. y Harvard University Press, profesor Stuart Piggott, Approach
to Arcbaelogy, 1959; Cambridge .University Press, profesor Gra-
hame Clark, The Study of Prehistory, 1954, J. P. Droop,
Arcbdeological Excavarían, 1915; The Clarendon Press, Oxford,
Gordon Childe, The Danube in Prehistory, 1929, Crawford and
Keiler, Wessex From the Air, 1928, Sir Mortimer Wheeler,
Archaeology From the Earth, 1954; profesor Grahame Clark,
Gordon Childe, Social Evolution, 1951; Curtís Brown Ltd.,
Howard Cárter y A. C. Mace, The Tomb of Tutankb-Amen,
1923; J. M. Dent & Sons Ltd., S. J. de Laet, Archaeology and
Jts Problems, 1957; el autor y el Departamento de Antropología
de la Universidad de Chicago, profesor Robert J. Braidwood,
«Terminology in Prdiistory», en Human Origins: An Introductory
General Course in Anthropology, 1946; Gerald Duckworth & Co.
Ltd., Dr. Glyn Daniel, A Hundred Years of Archaeology, 1950;
Hamish Hamilton Ltd., profesor R. J. C. Atkinson, Stonehenge,
1956; Lavrenoe & Withart Ltd. e International Publiíher»,
11
12 Agradecimientos

Frederick Engels, The Orígin of the Family, Prívate Property


and the State, trad. 1940; el autor y Longmans Green & Co,,
Toan Evans, Time and Chance, 1943; Lutterworth Press, Sir
Leonard Woolley, Spadework, 1953; Methuen & Co. Ltd., pro­
fesor Grahame Clark, Archaeology and Society, 1939; Peabody
Museum of Archaeology and Ethnology, MacCurdy. Human
Origim; el autor y la Prehistoric Society, profesor Cnristopher
Hawkes, Discurso Presidencial de 1951; Prentice Hall Inc.,
Robert F. Heizer (ed.), Man’s Discovery of His Past, 1962;
Science, W. F. Libby, E. C. Anderson, J. R. Arnold, «Age
Determination by Radiocarbon Contení: World Wide Asm? of
Natural Radiocarbon», 4 de mar:» de 1949; Thames, and
Hudson Ltd., C. W. Ceram (ed.), The World of Archaeoloiy;
Thames and Hudson Ltd. y Alfred A. Knopf Inc., Jaoquetta
Hawkes (ed.), The World of the Past, 1963; Franklin Watts Inc.,
profesor Robert J. Braidwood, Archaeologists and Whtt Tbey
Do, 1960.
1. ¿Qué es la Arqueología?

Antes de abordar esta colección de citas pertenecien­


tes a varios autores cuyas obras sirven para ilustrar los
orígenes y el desarrollo de la arqueología, será conve­
niente aclarar lo que en realidad es la arqueología, o al
menos lo que el recopilador de los textos que se incluyen
en este volumen considera que es. En un principio, el
término «arqueología» se usó en inglés como sinónimo
de historia antigua en general. Ya en el año 1803 en­
contramos referencias (en Archaeologia, XIV, 211) ál
hecho de que «él material para el estudió de la arqueo­
logía de Gales proviene de diversas colecciones de anti­
güe» manuscritos». Sin embargo, aunque estas palabras
pertenecen a los albores del siglo xix, había quedado
ya establecido tiempo atrás que la arqueología hacía re­
ferencia al estudio sistemático y descriptivo del período
antiguo! Este fue, ciertamente, el sentido que Alexan-
der Gordon le daba a comienzos del siglo xviii, y los
siguientes párrafos de su Itinerariunt Septentrionde
(1726), que ponen de manifiesto una clara visión de lo
que era la arqueología y las razones para el estudio de
14 Historia de la Arqueología

esta disciplina, constituyen un comienzo idóneo para


nuestra antología.
Teniendo en cuenta que la razón y la sabiduría son las carac­
terísticas que diferencian a la humanidad de la parte menos noble
del mundo animal, aquellas disciplinas que mejor favorezcan nues­
tro perfeccionamiento deberán merecernos mayor atención: entre
ellas la antigüedad debe ocupar un lugar destacado, en especial la
arqueología, que se ocupa de aquellos monumentos, o mejor aún
inscripciones, que todavía se conservan./.
Sé que existe mucha gente, y es cosa de lamentar que entre
ellos se encuentren hombres de abolengo y fortuna, que sacan a
relucir su propia ignorancia al rechazar esta clase de conocimientos,
alegando que la antigüedad y semejantes ramas del saber no son
sino quimeras de virtuosi, áridas y desagradables investigaciones;
por lo cual, siendo ellos mismos ciegos e incapaces de disfrutar
tales placeres, tienen la imprudencia de mostrar su propia debi­
lidad ante el mundo. Obsérvese que lo que más satisface a este
tipo de gente son aquellas actividades cuya propia naturaleza las
delata como bárbaras, groseras, innobles y crueles; las violentas
cacerías, las querellas y pendencias, las mesas de juego y las pa­
rrandas nocturnas componen sus deleites favoritos.

Pasemos directamente: de los comienzos del siglo jjjsyjix


a nuestros días y veamos qué entienden por amueolo-
gía los eruditos modernos de diversos países, cuáu*,,í9n
sus métodos y fines o cuáles deberían set. Citaremos en
primer lugar las palabras de S xofb jep T. de L a ex . pro­
fesor belga de. arqueología en la Universidad de Grate.
El texto siguiente procede de la edición inglesa^? 4U
introducción a la arqueología, publicada en
j(95t) con el título Archaeolaev and íts Pmtítms,
La palabra «arqueólogo» suscita en la mente de muchaslai&ut-
gm del personaje de Labiche, M. Poitrinás, solemne en d habla,
vulgar de aspecto, engreído con sus inútiles y pretende*» «ooor
cunemos; un loco inofensivo y gracioso, sin malicia, salvo cuando
se enfrenta con sus colegas. Otras personas, sin embargo,,se re­
presentas al arqueólogo rodeado de una aureola romántica: es el
txMnbré, que sale en busca de ciudades perdidas en la ajjJva ó
enterradás en el desierto, aquel que con un golpe de piqueta
descubre asombrosas obras de arte o tesoros fabulosos. Atabas
iáinttfe|xS&nes son falsas. Indudablemente, aún existen indivkiuós
é a t) foLP&itrinas, que encontrarían algo romano en una cerilla...
1. ¿Qué es la Arqueología? 15

Ocurre también que algún excavador, favorecido por la suerte,


realiza un hallazgo de gran interés o riqueza en tomo al cual lia
prensa monta una verdadera campaña publicitaria. Pero al igual
que un curandero dista mucho de representar a la profesión mé­
dica, el barbudo y pomposo aficionado no tiene derecho alguno
a llamarse arqueólogo. Descubrimientos sensacionales, como la
tumba de Tutankamon, por citar sólo el más célebre, no son a
menudo sino la culminación de largos años de investigación, y
para el arqueólogo no significan un fin en sí mismos. La tarea
de la arqueología se eocuentra en un plano totalmente distinto...
Existen todavía muchas ideas erróneas sobre la naturaleza mis­
ma de la arqueología, incluso entre los miembros de esta profe­
sión. En parte, pueden atribuirse a los orígenes deestadisdplina,
en especial a su asimilación por la historia d d arte durante el
Renacimiento y d movimiento humanista. En aquella época eru­
ditos y hombres de letras, llenos de un entusiasmo desbowfedo
por Greda-v Roma antiguas, limitaron sus intereses arqueológicos
a auras de arte y a conjuntos monumentales de valor éstétlcóT
Para ellos k araueologfa se confundía con la faistóhá dd arte
antlgu0.'~Otros humanistas consi3CTaEm"a la~ flK)üeoíogíg corno
mero comentario ilustrado de las obras que se disponían a publi­
car. Tal subordinación de la arqueología a la filosofía, evidente
en espedal durante el Renacimiento, continuó durante los si­
glos xvii y xvm. Hubo que esperar hasta d xix, con d
nacimiento de la prehistoria como disdplina rientífica. para oue
la arqueología encontrase al fía su precio campo de investiga­
ción: eFghidio y IFImeroretad^ ástórica d é /^ i - los restos
materiales oue las dcsaoared^ng ha» AñaAn *n la
tISraTEstos restos, desde d espléndido Coliseo hasta d humilde
fragmento de cerámica tosca y mal codda, son estudiados en
cada uno de sus aspectos como medios para reconstruir la vida
de las dvilizariones pasadas. Por supuesto, las obras de arte no
están wtduidas de los dominios de la arqueología, si de algún
modo sirven para adancr la historia de las antiguas dviliiadones;
peto seguirán siendo a i este sentido documentos puramente his­
tórico^ y la arqueología, y los arqueólogos, deberán abstenerse
de formular juicios subjetivo* sobre su valor estético. Por otra
parte, la distanda que separa la arqueología de la historia del
arte crece cada día más. El historiador dd arte se ocupa exclu­
sivamente de determinadas obras qué son expresión dd gusto
estético de una época determinada... El arqueólogo, por d tíon-
a*rk>, se «fuerza por ser escrupulosamente objetivo. Utt ¡progreso
constañtíen los métodos de reconodmiento e interpretacióh, espe-
dalmente notable durante los últimos años, ha devado esta profe­
16 Historia de la Arqueología

sión al nivel de una disciplina auténticamente científica./Como


ciencia auxiliar de la historia, su tarea esencial es reconstruir los
diferentes etapas de la civilización material de la humanidad desde
los tiempos más remotos.

Veamos ahora una explicación sobre la finalidad y los


propósitos de la arqueología según el autor norteameri­
cano R obert T. Braidwood. profesor de Prehistoria
del Viejo Mundo en el Oriental Institute y profesor en
el Departamento de Antropología de la Universidad de
Chicago. Ha sido extraída de su libro Archaeologtzts and
Wbat They Do, publicado en Nueva York en ü^d& eñ
iíñí^oIeccrori~planeada y llevada a cabo con la finalidad
de divulgar entre un público no especializado el que­
hacer, el cómo y el porqué de varias profesiones.
Se ha dicho que para la mayoría de los norteamericanos el
pasado es «liso»... Esto significa indudablemente que los norte­
americanos (y, seguramente, otros muchos pueblos también) pien­
san en un pasado generalizado, cuyos comienzos no son demasiado
lejanos y cuya extensión se remonta hasta el principio de los
tiempos. Es evidente que en este recorrido, que va desde un mo­
mento no demasiado lejano hasta el comienzo de los tiempos,
no perciben debidamente la profundidad o duración del tiempo
mismo. No saben apreciar la larga sucesión de cambios sufridos
en su modo de vida por los hombres del pasado.
Con la excepción de algunas viejas comunidades de las costas
dd Atlántico, apegadas a la tradición, existen pocos norteameri­
canos cuyas vidas guarden las huellas de su propio pasado cultu­
ral. Si la casa en que habitan o las cosas que utilizan tienen más
de cincuenta años, las consideran ya viejas. Quizá conservpn 1os
indios un atractivo romántico, pero sus antiguas coseon&taf -ao
forman parte de la herencia cultural de la mayoría de tas fiOéte-
amerkanos. Y precisamente porque no existe mucha
de su propio pasado cultural, la antigüedad de los indios!
rica tiene para estas gentes una especie de aureola de iomüdad.
Pocos americanos tienen suficientes conocimienWd *&fy*.jel
quehacer cotidiano de sus antepasados europeos... . •
Para las gentes de Europa el pasado es algo roeaM>?«dÍM»...
Viven rodeadas de restos de la antigüedad y, si se sk a m intctc-
sados, pueden ahondar con facilidad en el tienppC.&Mkfe los
norteamericanos viajan por Europa o por c«MÍ<ñfef
del Viejo Mundo, adquieren también mayor seattdfr.iAí,
1. ¿Qué es la Arqueología? 17

didad del tiempo y del modo en que la vida del hombre ha


cambiado. Por ejemplo, cualquier americano de origen noruegjp
que viaje a su antigua patria debe visitar el gran Folk Museum
al aire libre, cerca de Oslo. £1 pasado de su rama familiar ya qo
volverá a ser tan «liso» como antes...
El arqueólogo se interesa por las cosas y por las formas en que
pueden ser utilizadas para reconstruir los tipos de vida de los
pueblos antiguos. Desgraciadamente, la mayoría de los libros de
historia centran su atención en los acontecimientos polítigos, en
la descripa^n de las| iml'as Eazafias de
rey éT yM Í3 iS ^ .'^ u 3 S r^ S rm ü y^ oro^ fe*1 rir»S o3 e'vid a
de una familia sencilla... Esto se debe a que gran parte de la
«historia», en su sentido convencional, se sirve de mentes éscrí-
BsT.. yñalGsiotia verdaderamente^ca^ feta’^s^r¿ los modos de
vi<Ja de los pueblos sólo puede realizarse si se estudia lo que
las gentes escribieron de sí mismas, y también de lo cmehicieron
v crearon. Tara llegar al conocimiento de ese largo período —que
comprende el 99 por 100 de toda la historia humana ante? de
que los hombres aprendieran a escribir— solamente el estudio
arqueológico de las cosas que las gentes hicieron y crearon puede
conducirnos a una cierta comprensión de su Historia.
Esta es una definición amplia de la arqueología: el estudio
de lo gue el hombre hizo y creó oan el fin de poder comprenda:
globalmente su modo cié vida. Ai pensar en un arqueglOBprltf
primero que uno se imagina es un barbudo profesor que marcha
a Egipto para excavar la tumba repleta de tesoros de un faraón
muerto hace siglos. En los inicios de la arqueología, cuando los
museos clamaban porla posesión de antigüedades espectaculares,
tales arqueólogos estaban de moda. Sin embargo, creo expresar
la realidad al afirmar que hoy la mayoría de los arqueólogos se
interesan tanto por la vida de las gentes sencillas como por la
de su soberano el faraón...
Ño sabría decir hasta dónde deberían llegar en el tiempo los
intereses y los métodos de un arqueólogo. Los procedimientos y
el proceso mental que un buen detective emplea pata esclarecer
un crimen, la manera en que estudia sus pistas (las cosas del cri­
men), me son, como arqueólogo, muy familiares. Intento sugerir
con esto que la arqueología es un medio para comprender las
actividades de los seres humanos a través del estudio de lo que
ellos mismos han hecho, en vez de tener en cuenta solamente lo
que contaban o decían...
Posiblemente existan tantas clases de arqueólogos como de
médicos o ingenieros, pero como el número total de los primeros
será siempre inferior al de los segundos, las diferencias que puede
Glyn Daniel. 2
Historia de la A xqpem 0¡

óitre dos arqueólogos parecerán siempre más extremas. W ,’


oía buen amigo y colega mío empezó como geólogo y fue j a p
a poco desviando Su interés hada la arqueología prehistórics »
lo* comienzos de k Epoca Gkdal. Por eso se siente a sus
cuando tiene k ocasión de dialogar con geólogos, paleontólo)^
químicos de sudo* y climatólogos. Otro buen amigo y colegaes
un especialista en cubiertas de piedra o bronce usadas durante
la alta Edad Media en las tumbas de las iglesias de Ingkterra.
Ea ellas se encuentran grabados que representan a los nobles y
damas enterrados. A este colega le resulta más placentero tratar
con historiadores del arte, con especialistas en trajes o armaduras
medievales o en heráldica y con historiadores de k Iglesia.
Ambos colegas merecen llamarse arqueólogos. Hacen uso de las
cosas hechas ¡por el hombre para llegar a un conocimiento de la
vida de las gentes en el pasado. Si pensamos que estos dos Inves­
tigadores representan los extremos de k arqueología, habrá que
dar por sentado que entre ambos se encuentran arqueólogos de
loé más diversos tipos.
Algunos arqueólogos, al escribir sobre la historia de esta rama
del saber,hablan de dos arqueologías bien distintas y separadas.
Según dios, k primera surgió en el grah renacer de la curiosidad
intelectual, el KenaHrSento.quJT*desde Italia se expandió por
d resto de Europí~Kaaa er áfio 14% aprcmma~damente, Esta cu­
riosidad iníelecttMl tuvb cómo foco pamaffiT'ae Tntdrés k <mti-

"vida en Boma cómo historiador dd arte, es a menudo Harneo


«padre de k arqueología». Winckdmann escribió, por ejemplo,
qiie «jamáTeKfió iié” pBeBIo cuyo amor por k belleza haya .su­
perado al de los gritaos». Los arqueólogos que siguieron k -ttih
alción intelectual de WincSelmann mostraron por regla ¿cofia
poco mtefés~pc» d pasado de los pueblos no reWonaáo* cda

ocupación por lo s'u tS S B orq ^ ^ í»'hombres y mujeres de esttjs


cutidos usaban a OMmto a las bellas artes, y siguiendo
la tóentad<Sri3e~su maestro, dedicaron-ati. Meaáán A -k yintura
J » 1* «cultura, k x f jf c » -
nones* semejantes.
" ^ l y iiSuBar'corriente de k arqueología. que cabe como altéP-
nativa. parece haber ñ aad oh acepoco más de den afios, con »
porte (felm tja aa. olea< O re ñ ta s ]a ¡ÍM ^ ^
Mi. L* at>arkión d¿ The Origín of Species. de Darwrn. en 1839,
es Lydl, en 1863.coñs-
dejirranque de una arrfueñTtSfTmás riyu-
1. ¿Qué es la Arqueología?

rosa en la tradición de las ciencias naturales. No distante, fueron


181 primeros sociólogos y antropólogos, como el ameri¿atio Lewis
HenrylNbrgmj . tosingleses i y S ^ S B é B S tL ijM g a r ijS fe
Tvior. quienes dieron a esta faceta de la arqueología su peculiar
enfoque. En efecto, las preguntas que estos hombres seformttl*-
roa fueran: Si h uí» «na evolución biológica natural, ¿por qué
no ha de haber también una evolución social? ¿Y no será posible
que existan aún, en lugares recónditos del mundo, fósiles sociales
vivientes? ¿Podemos encontrar otros fósiles dé la evolución social
«1 excavar los restos de pueblos que habitaron en otro tiempo
zonas ajenas al ámbito clásico o bíblico?
Por nú parte, sospecho que esta separación estricta de la arquee»-
logia en dos rígidas corrientes intelectuales ha sido exagerada.
Muchas otras razones impulsaron el desarrollo de la disdplini.
Un gran número de europeos se dedicaron a excavar simplemente
por la curiosidad que les inspiraban sus propios orígenes nacio­
nales; los franceses buscaban vestigios de los galos; los ingleses,
a los antiguos bretones; los alemanes, a las viejas tribus teutó­
nicas...
Hasta cierto punto pudo haber sido beneficioso que existiesen
estas dos arqueologías como ramas del saber estrictamente separa­
das- La comente de las bellas artes, u ^ « ir . y M
blica,‘^ g Q ^ ffc jg r g g r.isa orígenes y el desarrollo deJftxkla
tradición cultural de Occidente. Dio a los eruditos de los panes
áélSmii^to^esayde Frañdaj Alemania y otros lugares un interés
común supranadonal y además proporcionó adaradones sobre
gran parte de la historia que hasta entonces sólo se conoda a
través de documentos escritos. Por otra parte, fe arqueología orien­
tada básicamente por las dendas naturales v sodffM Siifiógu foco
de o
«penténcos». que habían vivido fuera de la tradidón cultural
ora3enttl7aáí como en los milenios más remotos dé los 'tiempo!
prehistóricos. Hubo una colaboradón investigadora intemadonal
en ese enfoque arqueológico lo mismo que en el de las bellas
artei.
Estoy convenddo de que, en realidad, estas dos corrientes dd
saber nunca estuvieron separadas por completo. Ha habido siem-
pre un fuerte intercambio entre ambas en cuanto a las técnicas
de investigadón de campo y de laboratorio, al igual que en los
métodos para estudiar en toda su amplitud y complejidad los res­
tos de pueblos del pasado... Para d arqueólogo verdaderamente
capaz y responsable, sea cual fuere su oricntacton. lo importante
« L i j a r aJ ^ i ^ vida c u E ñ O T l»
gentes deTii antigüedad. Los caminos que c^ dí^ ftaestcS oS d^
20 Historia de la Arqueología

cimiento se encuentran, para los dos enfoques mencionados, en


las cosas que el hombre hizo y construyó, y que podemos des­
cubrir gracias a la excavación y, a veces, simplemente mediante
Iq* viajes y Ja atenta observación de las colecciones expuestos
en los nauseos o al aire libre. En cualquier caso, la finalidad
primordial —el conocimiento y la comprensión— es idéntica en
una y otra tradición.

Fijemos ahora nuestra atención en los estudiosos in*


gleses, en primer lugar en S i r L e o n a r d W o o l l e y (1880-
1960), cuyo libro Digging Up the Fast, del que hemos
extraído los-párratos siguientes, se publicó por vez pri­
mera erí |930)

La tarea fundamental del arqueólogo de campo es recoger y


ordenar un material que en parte no podrá ser tratado por él mis­
mo en primera instancia. En ningún caso será suya la última
palabra y, precisamente por esa razón, deberá publicar sus datos
con minucioso detalle, de forma que otros puedan no sólo corro­
borar sus puntos de vista, sino aporta; conclusiones y nuevas su­
gerencias. ¿Debería acabar aquí su cometido? Puede argumentarse
que ua hombre admirablemente dotado para observar y registrar
los datos no tiene que poseer necesariamente el poder de síntesis
e interpretación,;el espíritu creador y el talento literario que le
conviertan en un historiador. Pero ningún registro arqueológico
puede ser exhaustivo. Según avanza su trabajo de campo, el exca­
vad* r está constantemente sometido a impresiones demasiado sub-
jetú a» e intangibles para ser comunicadas, y de ellas surgen,;ppr
un proceso sin lógica estricta, teorías que podrá formular y.qubá
sostener, pero no probar: su veracidad dependerá en última,,$¡1 -
mino de la propia capacidad del arqueólogo, pero, de
dos siempre tendrán el valor de ser el resumen de unas
das que ningún estudioso de sus materiales y sus notos,
nunca compartir. Dando por supuesto que el excavador
dotado para su tarea, los resultados que obtenga del proptq ..¡jira-
bajo deberán ser consistentes, y está obligado a exponerlo*., 0(4-
dadosamente; si se comprueba, por el contrario, su falsedad,
rozones justificadas para sospechar también de la exactitud de §is
observaciones. Entre arqueología e historia no, hay una ¿BDBjW»
jraat£2&ei y e f ^ c ^ a d M , ' q ü e ^ m é j S ^ ^ p p
observar y anotar sus descubrimientos, es precisamente
de considerarlos como material histórico y sabe enjuída^kli «Ja­
ladamente: si se encuentra privado de capacidad pata M ■"
1. ¿Qué es la Arqueología? 21
y la interpretación, entonces lia equivocado su Vocación. Es ciertó
que quizá no tenga dotéis literarias y que, por tanto, la presenta­
ción formal y pública de sus resultados hubiera Sido realizada
con más brillantez por otros; sin embargo, es precisamente d ar­
queólogo de campo quien, directa o indirectamente .abré para el
lector eA general nuevos capítulos en la historia de la civilizaékln
y, íá' recuperar "dinaíTéría aquellas reliquias del'pasádo que
encienden la imaginación á través de la vista, transforma en autén­
tico V actual lo Que quizá de otra manera no seria sino una'le-
de tiemaqs lejanos. '

Examinemos ahora las opiniones de otro arqueólogo


inglés, Si r M o r t i m e r W h e e l e r . La siguiente cita
ha sido tomacKcle su libro 4^h-a¿Qlogy From The Eanb,
cuya primera edición es de yL954.

¿Qué es en realidad la arqueología? Ni yo mismo lo sé con


certeza. Se han escrito tesis para demostrar que se trata de esto
o de aquello, o de ninguna de las dos cosas... Ni siquiera sé si
la arqueología debería considerarse como un arte o como, una
ciencia... Pero al menos está suficientemente claro que la arqufl>
logfg. depaide.^ada j^ jn á s J e un gran número de disdpltnas
científicas
la m etrología de úna ciencia natura^Actualmente se apoya enTa
íSSTTaquímica, Ta géo!ogía7 la Biología, la economía, las cien- “j
cias políticas, la sociología, la climatología, la botánica y no sé j
cuántas inás> Como ciencia, es sobre todo un proceso d? síntesis*/
y si preferimos considerarla como un arte, ó incluso como una “
filosofía, deberemos de todos modos insistir en quej&e trata de “
una integración de fenómenos observados, relacionados con el
hombre y analizados científicamente; sigue siendo, pues, una sín­
tesis... Existe una analogía entre el trabajo de campo arqueológico
y militar que resulta esclarecedora. La analogía reside en la
subyacente humanidad de ambas disciplinas, igual que ocurre, por
extraño que parezca, entre lo muerto y lo mortal. El soldado
no lucha contra una fila de cuadíos coloreados sobre un mapa de
guerra, sino contra otro ser humano, con idiosincrasia distinta,
pero descifrable, y que deberá *er comprendida y valorada en
cada reacción y rpaniobra... El excavador arqueológico, a su vez,
no desentierra cosas, sino gente; por mucho que pueda analizar,
tabular y disecar sus descubrimientos en el laboratorio, el eslabón
último a través ¿fe las edades, sea un intervalo de tiempo de
500 o de 500.000 año*, es de inteligencia a inteligencia, de «en-
IJIWP

22 Historia de la

sibilidad a sensibilidad. Este debe set d significado


mucho» gráfico», cuadros y clasificaciones De los objcn
fragmentos podónos decir, como Marco Antonio en la
mercado, «no sois madera, no sois piedra, sino
encuentro siempre a i la necesidad de recordar al eso
incluso a mi mismo, esta verdad irrefutable: que la vJdfJ
sado y la dd presente son distintas, pero indivisibles;
arqueología, en cuanto denda, debe extenderse a lo viv
debe además ser vivida si quiere disfrutar de una vib “ *
pia...
Año tras año, tanto kis individuos como las sociedades títves-
tigadoras, revelamos y catalogamos prosaicamente nuestros „dfea-
cubrimientos. Con demasiada frecuencia desenterramos sdá&úote
cosas, olvidando constantemente que nuestro verdadero objetivo
es ^desenterrar "gente...

Encontraremos otro punto de vista en Gkahame


Clamc, profesor de Arqueología en la Universidad de
t^¥ rí3ge. Heaquí lo que escribió en su libro Axeéwgfc
Jotv m dS odety, publicado por vez primera ~enVt93a
(la cita que sigue ha sido extraída de la tercera edición,

La arqueología puede definirse sencillamente como el estudio


sistemático de las antigüedades,
«lim u n iH f i a w W M M B i1 ' ~ , l llll1'>l * ''» T U " i ■
como medio de WUIIIII
reconsttteit el
pasado. Para que sus contribuciones sean útiles, d arqueólogo
ha*de poseer un verdadero sentido de historiador, aunque no se
vea obligado a enfrentarse con el reto quizá más espinoso de
toda }a labor histórica: la interacdón sutil y recíproca entre la
personalidad humana y las drcunstandas. Sin embargo», es pro­
bable que tenga que abordar de manera tanto más profunda d
problema del tiempo. El arqueólogo prehistoriador, en especial,
se encuentra frente a cambios históricos cuyas dimensiones sobre­
pasan con mucho a las de aquellos otros que ocupan al historia­
dor de dvilizaciones con testimonios escritos, y de la misma
magnitud serán también las exigencias impuestas a su imaginación
histórica. Ya en un nivd puramente técnico, se encontrará con
grandes dificuítaHés en TS"Tnterpretaaóñ7~3ificultades que, en
«tg^ral, l^ jB @ T r S o Iv 5 iendo a dentíficos v eruditos
I ,p iu í ^ cM oiSm Sos^ra^M i^ altámentrOTp^iaíizacla* dd

jAriftyfilfrf referencia a arqueólogos ingleses que defi-


1. ¿Qué es la Arqueología? 23

nén su disciplina pertenece al libro Approacb to Archaeo-


logy del profesor Stuart P xggqtt.
Lo que vulgarmente se viene llamando «arqueología» ejerce
hoy día un gran atractivo para mucha gente que comidera la
«historia» (cuando alguien les menciona tal palabra) cómo algo
muy diferente y sin gran interés1 Lo que intento poner Sé mani­
fiesto es que la arqueología es de hecho una rama de la historia
y que, lejos de ser algo fácilmente comprensible, sin requerir
mu¿ho esfuerzo mental, es una auténtica disciplina en ambos sen­
tidos del término...
En la mente de muchas personas ha existido, y existe, una gran
confusión entre algunas de las técnicas y métodos arqueológicos
(cómo, por ejemplo, la excavación y la fotografía aérea) y el estu­
dio estricto al que sirven, lo qué equivale a confundir los medios
con el fin. También se piensa a menudo que los arqueólogos sólo
se interesan por los pueblos prehistóricos y sus restos, mientra*
que, en realidad, las técnicas arqueológicas pueden utilizarse de
igual modo (quizá incluso mejor) para el estudio de comunidades
con documentos escritos. Si queremos entender lo que en realidad
constituye el ámbito de la arqueología y lo que tratan de hacer
los arqueólogos, hemos de empezar por hallar una definición.
Si nos proponemos estudiar individuos, sociedades, comunida­
des u otras agrupaciones de seres humanos en él pasado, tendre­
mos quehacer uso de varias técnicas capaces de afrontar el hecho
de que, justamente por tratarse del pasado, las gentes que inten­
tamos estudiar han muerto y no podemos acudir a ellas para
hacerles preguntas o para observar cómtr se desarrolla su vida
cotidiana. En su sentido más amplio, el término «historia» se
refiere a toda investigación del pasado humano, desde los tiempos
más remotos hasta las generaciones recientes; en sentido más es­
tricto, abarca el estudio de aquellos períodos o pueblos del pasado
que hacían uso de algún tipo de documentos escritos. Si aludimos
a la historia en su sentido amplio, entonces la arqueología formará
parte de ella como un conjunto de técnicas para la investigación
del pasado humano por medios no históricos en el sentido limi­
tado de la palabra; es decir, por medios distintos a la utilización
de documentos escritos. Se interesará por objetos materiales de
origen humano, tanto por las grandes obras artísticas o arquitec­
tónicas como por simples cacerolas y pucheros rotos o por los
resto* dé la cabaña de un salvaje de la Edad de Piedra. Los
arqueólogos estudian las evidencias materiales que han perdonad»
a través del tiempo, loa productos palpable y visibles, 1«> r*al¿*
adora» de comunidadci dfsapnrrririM,
24 Historia de la Arqueología

Estos elementos materiales son el único testimonio de la 'eatis-


t-encjfl tr^isma de las~soaSEdes que vivieronlmtes de inventarse
el arte de escribir, hace unos anco mil años, en el Cercano Orien­
te, o de aquellas que seguían iletradas cuando ya existían civili-
zadones avanzadas (como, por ejempTopTas Islas Británicas hasta
la llegada de los romanos en el siglo i d. J. C.). Para obtener
información directa sobre pueblos prehistóricos o iletrados no
hay otro método más que el arqueológico... dertamente, hay
otros medios que, a veces, nos facilitan información indirecta,
peto ésta es ya otra cuestión que, además, nada tiene que ver
con la aplicadón de técnicas estrictamente arqueológicas.
las fuentes usadas por los arqueólogos, a falta de documentos
escritos, forman lo que podríamos llamar evidenda inconsciente,
susceptible de ser conocida gracias a los objetos fabricados pe*
aquellos grupos humanos desaparecidos y que han llegado hasta
nosotros.VEs evidenda inconsciente porque los hombres que ta­
llaron objetos de piedra en la prehistoria, ó hirieron cerámica
románica o iglesias medievales, no pensaban en tales materiales
como evidenda histórica. El carácter histórico les fue conferido
al set descubiertos, examinados e interpretados por los arqueólo­
gos/ En realidad, el arqueólogo se encuentra siempre con la tarea
de completar eni lo posible una visión pardal de los hechos y
ha de intentar una reconstrucción histórica con materiales que
con frecuencia no parecen muy prometedores, pero que són lo
único con lo que cuenta.

Debemos tener ya. una idea bastante clara, a pesar del


pesimismo de Mortimer Wheeler, de lo que es la arqueo­
logía:-el estudio y la práctica de trazar la historia del
hombre a partir de fuentes materiales. iPara el medievo
y los tiempos modernos estas fuentes no son tan impor­
tantes como las escritas; sin embargo, cuanto más retro­
cedemos en el tiempo, más importancia cobran las pri­
meras, hasta que por fin llegamos a épocas en las cuales
no existía aún la escritura y cuyo único medio de cono­
cimiento es la arqueología; es decir, a la prehistoria, y,
aquí los términos prehistoria y arqueología prehistórica
vienen a significar lo mismo. Suele afirmarse qge 1*
palabra «prehistoria» fue dada a conocer al públkw ao
especializado por Sir John Lubbock en su
historie Times (1865). Tylor empleó la mism* '(É M pi’
ea 1871 en Primítwe Culture; Gladstone la Uttfct 'fcfc*
1. ¿Qué es la Arqueología? 25

1878; "The Times, en'1888, y Nalure, en 1902. Múéhós


de nosotros habíamos pensado que el primero en emplear
este término fue Daniel Wilson en el título de su libro
The Afchaeotogy and Prehistoric Ánnals of Scotland,
publicado en 1851. Así debió de pensar también el mis­
mo Daniel Wilson, pues en el prefacio a la segunda
edición, doce años más tarde, escribe: «La aplicación
del término prehistórico, introducido — si no me equi­
voco-— por vez primera en ésta obra.» Pero sí se
equivocaba, como nos ha demostrado el profesor Heizer;
M. Touknal venía usando esa misma palabra veinte años
antes que Wilson, como puede apreciarse ¿n la siguiente
cita, que pertenece a un artículo publicado en los Annalés
de Chimie et de Physique en 1833, traeíucfdo al inglés
por R. F. Heizer en su obra Maris Diseovery of His
Past: Literary Landmarks in Archaeology (1962).

La única división que debe adoptarse, y que, según creo, ha


sido ya propuesta, es la siguiente:

Período Geológico Antiguo


Incluye: 1) un período extensísimo, anterior a la aparición del
hombre en la tierra, durante el cual se han sucedido una infinidad
de generaciones, y 2) el período geológico moderno o «Edad
del Hombre». Este período quizá pueda dividirse en:

Período Prehistórico ,
Empezó con la aparición del hombre sobre la tierra y se ex­
tiende hasta los comienzos de las tradiciones más antiguas. Es
probable que durante esta época el nivel del mar se elevara hasta
150 pies por encima dfel actual. M. Reboul publicará una óbra
de gran importancia sobre este tema, que eliminará toda duda y
resolverá muchas vacilaciones.

Período Histórico
Este período se inicia hace escasamente siete mil años; es decir,
en la época en que Tebas fue fundada, durante la diecinueve di­
nastía egipcia (Josefa cita todos los reyes de esta dinastía, mes
por mes y día por día). Este período podría extenderse más atrás
26 Historia de la Arqueología

en el tiempo, cuando contemos con suevas observaciones histó­


ricas.

Pero mientras el nombre y la idea de la prehistoria


se establecieron firmemente en el siglo xix, como ocurrió
tamban con la disciplina arqueológica, los autores que
se ocuparon de cuestiones de terminología y clasificación
00 estaban muy convencidos de la división de la historia
humana en cuatro grandes fases; es decir, prehistoria,
historia antigua, historia medieval e historia moderna.
Los franceses inventaron, además del término préhistotre,
el de protohtstoire. La cita que sigue pertenece al
discurso presidencial dirigido en 1951 por el jprqfesor
C hristopher H awkes a la Sociedad Prehistórica . En
él discute el desarrollo de estos términos y sugiere al­
gunos más. t

Para los franceses la préhistotre significa más o meaos lo que


nosotros entendemos por la Edad de Piedra. Adoptaron esté tér­
mino, con gran sentido lógico, para designar las épocas anteriores
a la aparición de la bistoire, o historia en sentido documental, en
cualquier parte dd mundo. En d siglo xix se daba por sentado
que estas épocas debían incluir tanto la Vieja como la fíueva
Edad de Piedra, y aunque hoy sabemos que los comieaaos de
la Edad de los Metales en d Oriente Medio datan de un tiempo
anterior a los primeros documentos escritos, los franceses aún
creen razonable agrupar a la Vieja, Media y Nueva Edad de
Piedra bajo la denominación de prébistoriques, y diferenciar las
edades del Metal con una nueva palabra, d adjetivo proto-
historique, siempre que se posean documentos escritos de algroos
lugares, aunque no de todos. El sustantivo de esta nueva palabra
es protohtstoire, protostoria en italiano. La palabra alemana co­
rrespondiente es Frübgescbichte, que en realidad significarla ¿ni­
camente «historia temprana*, en contraste con Vorgeschichte o
prehistoria en d sentido más estricto. La denominadón alemana
se «suplica con la presentía de un tercer término, Urgescbichte,
peto los matices de significado involucrados en todas estas pa­
labras pueden atenuarse —a pesar de que susdten controversias
entre los partidarios de uno y otro— gracias a la feliz costumbre
ggpgiáaica ^e usar Vor- und Frübgescbichte o TJr- urtd Frühgeschi-
la preferencia de cada cual) como una expresión
lijÉB p flS», f á o única para toda las culturas prehistóricas y no
1. ¿Qué es k Arqueología? 27

ciáticas, hasta llegar a los emperadores carolingios o sajones.


Para gente de habla inglesa no existe tal recurso. El inglés común
es capaz de adoptar expresiones <le cualquier idioma existente,
pero siempre con arreglo a sus propios términos, y no creo muy
probables que éstos admitan la locución «Pre- and Proto-History»
en nuestro idioma como palabra compuesta de uso extendido. En
estos casos los factores que predominan, y con justa razón son
el uso y la costumbre, (o s ingleses rehúsan llamar a su período
anglosajón «protohistoria», a no ser como concesión a una cos­
tumbre extranjera, y le dan el nombre de «historia antigua», a
lo cual tienen tanto derecho como los alemanes en mantener su
Frübgtscbichte. Por otra parte, el término «prehistórico* es el
concepto común y global que emplean los ingleses en su país
para todo lo que es genéricamente prerromano, desde los eolitos
a los «buidas...
Existen dos clases de terminología: la vulgar o cotidiana y la
erudita o científica... La palabra «normando*, aplicada a un
determinado estilo arquitectónico, fue utilizada en principio sólo
por gentes cultas, pero gracias a la expansión de la educación
se ha incorporado al habla común. Todos nosotros reconocemos
una Iglesia normanda, y si algún especialista actual más refinado
nos dijese que debíamos llamarla románica postconquista, objeta­
ríamos que ha olvidado la diferencia entre su vocabulario espe­
cializado y el nuestro de uso cotidiano. Con la palabra '«pre­
histórico» ocurre lo mismo: se refiere a la Gran Bretaña de la
época prerromana, desde los eolitos a los druidas, y ha pasado a
formar parte del habla común. Hoy día sólo nos cabe aceptar
esta situación y dar gradas por la extensión de la educación que
la ha hecho posible.
Pero cuando los prehistoriadores nos reunimos en nuestra ca­
lidad de especialistas, la situación cambia... Hemos visto que la
palabra protobistorique ea francés —protobistórico en español y
protostorico en italiano— se usa para denominar aquellas épocas
en las que empiezan a encontrarse en algunos lugares, y no de
manera universal, documentos escritos útiles para la historia como
opuestas a los tiempos prébfstonques, en los que faltan tales
documentos. Todo ello .parecía bastante lógico en el siglo xix,
cuando se acuñó el concepto, ya que el pensamiento evolucionista
argumentaba entonces que todo el mundo antiguo había progre­
sado a través de una serie única de estadios tan amplia que no
resultaban muy importantes los desfases temporales y regionales.
Actualmente los descubrimientos en el Cercano y Medio Oriente,
realizados con frecuencia por los propios franceses, han producido
un cambio en la mentalidad al respecto. Cuando se utiliza por
28 HÍstGÉl de la Arqueología

primera vez el metal en el oeste dd Mefjfotfittífy'' Ztíil afíos des­


pués dd surgimiento de la civilización en d e*te dd
mismo mar, d uso de tal palabra pierde 'ci*[’;'tá«ít»1'su significado.
Sin embargo, ¿no debiera datse un co­
rroído a la palabra «protohistórico»? delbé refe­
rirse a una época, o estadio, en la que los pñbÉ^'tM Bgfeatos...
de la documentación histórica están ya una
distancia de miles de kilómetros, sino en la tiUfortt que
estámos estudiando. A esta etapa le seguiría otta lé(jÉ''<í$ptótentos
plenamente «terminados» de la propia historia..'. ‘WÉÉfjtej'ljite, a
lo sumo, podemos llamar protohistórico a la
prehistoria de un país, cuando ya la historia eamjbW!í :Wshun-
brarse en día y no está simplemente reflejada desti^jRtáili
Peto antes de llegar a este período la historia b iM t0 S íh * re­
flejada por ese medio en múltiples ocasiones, y gue
los reflejos no lleguen de muy lejos. Cuando las dwai^^ig&lio-
nales de la Europa mediterránea eran ya históricas y ^¡Méatístían
algunas zonas aún protohistóricas entre los focos prífi&ptós de
la historia griega, etrusca, romana y cartaginesa, irébía vastas
extensiones de nuestro continente (por no ir más lejos) cuyas gen­
tes se encontraban muy cerca, espacialmente, de la histeria y
cuyas culturas por esa razón pueden ser estudiadas y fechadas
con gran aproximación. Si deseamos subdividir lo que en términos
globales llamamos prehistoria, según lo que nuestros conocimientos
de 'ella deben a la luz reflejada por la historia, deberíamos tener
una palabra para esta etapa que aún no es protohistoria, pero
que casi, aunque no dd todo, es historia. Para aquello que es
casi Una isla usamos el vocablo «península»; a un broche que es
casi anular, pero no llega a serlo totalmente, lo llamamos pen-
anular. El término «penhistórico» connotaría seguramente la mis­
ma significación si lo aplicáramos a estas épocas, que son casi,
pero no dd todo, históricas. En Inglaterra se darían sus co­
mienzos en los cincuenta años centrados en tomo al 300 a. J. C...
nuestra isla fue visitada por el famoso explorador mediterráneo
Piteas, d griego de Marsella, cuyo viaje se efectuó muy proba­
blemente entre 325 y 320. Su descrípdón, conservada parcial­
mente, casi nos adentra en la historia, pero no dd todo, ya que
se trata tan sólo de fragmentos.
Sin embargo, los caminos que conducen a las Islas, tanto el
dd Mediterráneo, a través dél mar occidental, como d de la
Europa central, a través dd mar dd Norte, habían sido ya reco­
rridos mucho antes de la época de Piteas... Podemos estar se­
guros de que en la Gran Bretafia... la cultura de Wessex comenzó
en 1500.
1. ¿Qué es la Arqueología?

Son los doce siglos que preceden a nuestra época penhistórica.


La luz reflejada por la historia, y que nos sirve de guía, brilla
desde muy lejos, y en su camino puede tornarse confusa y azul,
e incluso desaparecer por algún tiempo. La Europa de los bár­
baros avanza codo a codo con la historia, pero sin estar aún
dentro de ella: parakistórica es 1© más que podemos llamarla
hoy día... Para la Gran Bretaña, pues, considerada desde su em­
plazamiento en este gran conjunto, podemos marcar una línea de
separación, en números redondos, en el año 1500, con lo cual
se establece un límite anterior para todo lo que le sigue, por muy
oscuro o confuso que en sí sea.
Al período qüe se efienJentra entre el año 1500, aproximada­
mente, y mediados del 300 le denomino parahistórico dentro de
nuestra prehistoria; le sigue el penhistórico, y finalmente, el
protohistórico, ya en los márgenes; de la historia romana. Cada
uno de estos tres, a su vez... nos acerca un paso más al plano
histórico del conocimiento.
Si retrocedemos más allá del año 1500, nos alejamos al instan­
te, y a grandes pasos, de ese plano... Necesitamos una palabra
nueva y atrevida que abarque todo lo que se encuentra entre
las primeras manifestaciones, o la primera directa y portentosa in­
fluencia, de la colonización neolítica en Gran Bretaña, así como
en otros países de semejante situación, y el «horizonte micéni-
co»... lo que nos hace falta es una palabra nueva, que no signi­
fique «voz lejana», como en el caso de la palabra «teléfono»,
sino «historia lejana»..; el estudio de épocas telehistóricas.
El período teíehistórico, por tanto, y la secuencia de para­
histórico, penhistórico y protohistórico, que lo conecta con los
tiempos plenamente históricos/forman un esquema por el cual
la prehistoria, desde las colonizaciones neolíticas en adelante, se
clasifica según d grada, al ir ascendiendo en la escala, en que
somos deudores de los materiées históricos para nuestro conoci­
miento...
Es hora ya de hablar de la prehistoria «pura»... No se trata
de historia en modo alguno, excepto en el sentido universal por
el cual casi toda ella, considerando su duradón, constituye nues­
tra prehistoria... Si necesitamos un nombre... que reladone la
prehistoria con los que hemos dado a etapas posteriores, cuando
la historia empezaba á vislumbrarse, podemos englobar la Se­
cuencia de la Edad de Piedra por medio de una gran llave y
junto a día escribir, sobre telehistórico, parahistórico y todo lo
demás, d viejo nombre antehistórico, ya que, dertamente, es una
época anterior a la histórica...
30 IBstaria de k Arqueología

«Edades y feches de las i l l i #


Conocimiento tras» (Gran Bretaña)

Paledítícp
ANTEHISTORICO
(Anterior a toda his­
Mesolítioo
toria)

Neolítico primario
TELEHISTORICO Neolítico secundario o difuikEdo
(Lejos de k historia)

§ Antigua» Edades del Metsli -


— ± 1500 a. J. C. en Gran BreUtia
PARAHISTORICO
(Paralelo a la histo­
ria)
± 300 a. J. C. en Gran Bretaña
PENHISTORICO
(Casi histork)
- ± 50 a. J. C. (con frecuencia
más tarde) en Gran BretaMa
PROTOHISTORICO
(Comienza a ser his­
toria)
-Las fechas iniciales ptrim. en
Gran Bretaña según las regio­
HISTORICO nes: romanos, celtas, sajones. Vi­
kingos

La denominadiSn que empleo para esta clasificación es la dé


Sistema Cognitivo de Nomenclatura Prehistórica, y lo ofre?qo
como modesto, pero, espero, perdurable regalo de cumpleaños «
fe «gpupcU mitad del siglo xx. (Véase el diagrama.)

vi A »«u iecdé» inaugural como profesor encargado de k


IÍMAm--Disney de arqueología en ls Universidad de
Gsahame Clark comenta esté sistema cogni-
W fÑffe nomenclatura y propone el uso de los términos
1. ¿Qué es la Arqueología? 31

«prehistoria primaria» y «prehistoria secundaria». Los


siguientes párrafos han sido tomados de esta conferencia,
titulada The Study of "Prehistory, publicada en Í934.
Estoy plenamente convencido dd valor de la prehistoria como
campo de entrenamiento básico para arqueólogos. La falta de fuen­
tes escritas y la relativa pobreza de restos obligan al prehistoriador
a desarrollar las técnicas arqueológicas al máximo, así como a
explorar exhaustivamente las posibilidades de una cooperación con
investigadores dd campo de las deudas naturales. Por otra parte,
la historia de todas las dvilizaciones se encuentra asentada so­
bre la prehistoria: es d prólogo único y esencial que abre las
bibliotecas de la humanidad letrada.
A menudo se afirma, y con razón, creo yo, que la arqueología
no debiera considerarse como campo de estudio independíente^
sino más bien como un método para reconstruir d pasado me­
diante los reste» que nos quedan de las primeras sodedades...
Cuando d abate Breuil se hizo cargo de la cátedra de prehis­
toria en d Collége de France dedaró que estaría consagrada a
la dencia de la humanidad anterior a la historia. En d uso inglés
comprendemos bajo d título de prehistoria mucho de la proto-
histoire, así como la príhistóire de nuestros colegas franceses.
Preferimos induir bajo una sola denominatíón la historia de to­
das aquellas sodedades que no fueron capaces de registrar su
propia historia. Sin embargo, nadie que esté al corriente de lo
escrito sobre d tema y que asista a los congresos intemadonaks
puede ignorar que existe una marcada diferencia de perspectiva
entre muchos de los que se dedican principalmente a uno u otro
de los campos que distingue la terminología francesa. Ciertamente,
el prpfesor Christopher Hawkes, hace unos a$os, llegó al punto
de ofrecer a la segunda paitad del siglo XX una nomenclatura
cognitiva en la cual destinaba a la Edad dé Piedra, la préhtstóire
francesa, a una espede de limbo antehistórico, y dividía la prúto-
histoire en etapas proto-, pen-, para- y tddiistóricas, según se
encontrasen cerca o alejada* del resplandor de la historia docu-
mentaL Ahora, aunque quká en la soledad de nuestros despachos
meditónos sobre estos sutiles matices de significado, tengo la
impresión de que en las manifestaciones públicas no todos hemos
dado testimonio de agradecimiento a aquel donante hadendo uso
de su regalo.
Nuestra negligencia en este sentido no debe llevamos a un
depredo de lo que en realidad constituye ima diferencia sus-
tandal, tanto desde un punto de vista práctico como teórico, entre
lo que podríamos llamar prehistoria primaria o básica —la pro­
32 Historia dé la Arqueología

historia que precede a cualquier historia que subyace a todas las


civilizaciones con escritura en él mundo— y la prehistoria secun­
daria o marginal, que en lugares más o menos remotos corría
paralela a la historia escrita de regiones más favorecidas y, de
hecho, sobrevivió en vastas zonas hasta los tiempos en que pe­
netraron en ellas por vez primera los exploradores occidentales
y se vieron expuestas al escrutinio de los antropólogos. La exis­
tencia contemporánea de una civilización letrada introduce una
nueva dimensión ,en el estudio de la prehistoria secundaria. No se
trata sólo de que nos encontremos con la posibilidad de extender
las fechas históricas a regiones prehistóricas —la importancia de
lo cual ha disminuido grandemente (si es que no se ha. extinguido)
debido a las técnicas de radiocarbono introducidas en la actua­
lidad—, sino que ahora reconocemos que las influencias irradia­
das por los centros poderosos y dinámicos de la civilización anti­
gua fueron capaces de transformar la vida económica de lugares
relativamente remotos... Así pues, mientras la prenwto|᧠prima­
ria es autónoma, la prehistoria secundaria necesita ser estudiada
con referencia a la historia de las civilizaciones contemporáneas.

Conociendo ya con claridad, según espejamos el sig­


nificado de arqueología y prehistoria, y teniendo una
idea 4e lo que el arqueólogo, se esfuerza en conseguir,
es decir, escribir la historia pp*
materiales que han pervivido, podemos ver entonces
55Sk> naa^sSTairapISa. Los cuatro capítulos siguien­
tes tratan de los orígenes de la arqueología desde sus
mismos principios hasta que en los áfiOs sesenta del si­
glo xix pudo decirse que existía ya como una rama
aceptada del saber. Pero hay uña cosa más que debe
decirse aquí y ahora. El objetivo de la arqueología es
Utmx .histeria.¡kjPQPtfmemos.,Y, artefactos deL p^ao.
Trfrir-historia pre las a mirmon ddmfflwr*
r¿Mfluias que el tiempo ha perdonado. Pero escribir y
leer la historia significa también apreaar y disfruta* del
pasado. A menudo los arqueólogos resultan pusilánimes
en cuanto a su profesión, insistiendo por una parte en
que están construyendo historia, lo que representa un
«t^Iépdido propósito, pero a su vez, y con demasiada
frecuencia, gastan sus vidas en los pormenores de las
puntas de flecha de sílex, de las espadas de bronce y los
1. ¿Qué es la Arqueología? 33

diversos planos de tumbas megalíticas, ocupaciones de­


masiado arduas, altamente especializadas y aburridas. A
través de la práctica y el objetivo de la disciplina se
debería reconocer que el arqueólogo no siempre está
creando y extrayendo el pasado. A veces disfruta de él:
en las pinturas de Lascaux, los grandes templos y tünát-
bas de piedra de Francia y las Islas Británicas, en el
trabajo en metal de los celtas, en las pirámides y zigu-
rats del Cercano Oriente antiguo, en la orfebrería de
Micenas, los bronces Chang, las gigantescas cabezas ol-
mecas de México, las celdas monásticas de Skelling
Michael, el templo de Sunion y las bailarinas en bronce
de Mohenjo Daro. Es posible que la dicotomía Mitre
historia del arte y arqueología, descrita por el profesor
De Laet, haya dejado su huella entre nosotros. La ar­
queología pone á nuestro alcance el pasado para que
disfrutemos de él como herencia común y también pára
que lo ordenemos en tipologías y lo convirtamos en his­
toria. Gracias a la arqueología poseemos los placeres de
la antigüedad, así como su téstimohio histórico.

Olyn Daniel, 3
2. Anticuarios y viajeros

Aunque es cierto que en el siglo vi >■ J. C> 1* prince­


sa Belshalti-Nanner, hermana de Belshazzar, tenía en su
casa un cuarto especial para su colección de antigüeda­
des locales y que su padre, Nabónido, último rey de
Babilonia, se preocupó de coleccionar antigüedades y
excavar en Ur, la arqueología, propiamente dicha, no
existe en el mundo antiguo. Algunos griegos, como He-
rodoto, hicieron observaciones etnográficas de gran valor,
y en cierto modo podrían ser llamados antropólogos.
Algunos de sus viajes les pusieron en contacto con gentes
bárbaras, supervivientes de la prehistoria. Pero no hubo
una arqueología griega. Los siguientes párrafos pertene­
cen al artículo de E. D. P h i l l i p s «The Greek Vision
of Prehistory», que apareció en Antiquity (1964, 171
y ss.).
Los griegos, así como el resto de la humanidad anterior a la
Europa de los dos últimos siglos, no conocieron la arqueología,
«tinque en ocasiones efectuaron descubrimientos de interés arqueo-
lógico y llegaran incluso a elaborar conclusiones acertadas. De
ene modo, en el siglo v, los atenienses, llevando a cabo la puri-
34 -
2, Anticuarios yviajei»* 35

ficadón religiosa de Délos, abrieton algunas tumbas f juzgan»


por la. confcccjáa de las armas halladas junto a los cuerpos y pof
u fprtjja de enterramiento que pertenecían a los caños, pueblo
que aún hacía uso de armas y sepulturas semejantes. Pero descu­
brimientos como éste fueron puramente casuales y nunca fueran el
rebultado de una búsqueda premeditada de conocimientos sobre
k i épocas anteriores. Ni muebo tnenos se llevó a cabo uta com­
paración y clasificación, y no pudo, pues, obtenerse una crono-
logía mediante ellos.
El único campo en que los griegos halaron testimi tuca que
faetón; usados J>ara hacer inferencias acerca de su rewaotqj^sf^iOj
fue el que llamaríamos hoy antropología y etnografía. Por ejem­
plo, Hcxyteo de M é ^ H éro d o to y, jetante mis tarde, Posi-
donio füeroñ^iajéroáí qúe cónoderon pueblos bárbaros, jwre»,
aunque nos han dejado mucha información, nunca llegarorteft
su búsqueda más allá, ni llegaron a organizaría de alguna maftera,
cotno» tampoco lo hicieron los médicos, estudioso* y geógt&£<* de
Alejandría. En el campo de la geografía, un mayor contacta coa-
las. gentes primitivas de los trópicos les podría haber sugerida U
ideadeque allí se encontraba el hogar original del hombre, donde
pudo haber sobrevivido antes de conocer el uso del fuego o de
vestidos, o el almacenaje de alimentos para el invierno. S i tiem­
pos deDiodoro, algunos egipcioso greco-egipcios afirmaron que
la humanidad se habk extendido desde Egipto, como también lá
civiliación en tiempos posteriores, pero se trata de orgullo lo&t
mis que de una anticipación dé lo que mantendrían Petty ¡o
Elliot Soaitfa, i
I^s pensadores griegos, sin embargo, fueron los únicos de cu
en alcanzar esa etapa de reflexión racional sobre el hombre
primitivo, necesaria pata <jue fuesen posibles los comienzos «le
Ottojí logros positivos n^s'concretos. No deja de ser extraño que
iiiméb esta etapa del pensamiento no yolviera a aparecer huta
tiempos muy recientes, pero, afortunadamente, cuando esto succs
tfiá, las ciendas pertinentes habían avanzado ya de manera süs-
tQDCUH »» . . . . .

También es cierto que una compilación china del'


año 52 d. J. C. daba a conocer una secuencia de época»
efe Piedra, Bronce y Hierro. Al respecto escribe Lowifl:
« ... no es éste el caso de una mentalidad gemid que
se anticipa en dos mil años a la ciencia; se trata de una
inteligencia despierta jugando meramente con cierto*
posibilidadessia base alguna en los hechos y sin ningún
% Hietork de k Awjuíología

intento de verificarlos»'. No estamds'ckí*acüerdo con el


püStó de vista de Lowie: el esquttütt pifflo conservaba
probablemente el recuerdo popular de ^ü^^aucesión tec­
nológica de piedra, bronce y hierrp,. $etoj se jarate de
China o de Grecia, el hecho es que no U Arqueo­
logía hasta, como dice Phillips en la ci&t aRt£tior> «la
Europa de los dos últimos siglos». ¡La arqueología es
producto de los últimos doscientos años. Stis-ooMcnápa»
Se mañera formal, se dieron aFestáTBfectEíífeí la antigüe­
dad del hombre, y con la aparición del fcÍ8tÉjíúi& efe las
tfést edades desarrollado por los escandMvqí>' ségün
stíMamos eft los capítulos 3 y 4 de este líbip^rfo .obs­
tante, hay una aproximación a la arqueologjg .en el amor
a, las antigüedades de los dos siglos antericases, y <le
estos comienzos pre-arqueológicos nos vamos a ocupar
en este capítulo*
En lo que concierne a la Europa occidental ~“ jr es
aquí; en Francia, Gran Bretaña yEscandinavii, cjbnde
nació la arqueología—, los comienzoss son dfrdas fosés.
Están primero los anticuarios que,irañmiahan
oiopaís, esperando entóñder el pasado por el ^ ú flio
cCpTTos^restos visibles y los objetos hallados accidental­
mente.' Quizá podemos dar a estos hombres di nombre
de anticuarios locales. En segundojbgar se eixXKÉitmn
los anticuarías, v rolnrionistas qüT^Saieron dél'tác-
ffiSrgfteo y de} .Cfgfítaa, Qrienttf los ipKft
del pasado. En Italia existieron coleccionistas .
siglo xiv ¿a adelante; Gran Bretaña contó oon j , w
coleccionistas ¿íatfoB&gs m W W m j m , xvn y gyxfo
y en 1714 «algunos caballeros que habían viajado/par
Italia, deseosos de alentar, en su propio país, el gusto
por aquellos objetos que les habían proporcionado tanto
deleite en el éxtranjero», fundaron la Sodety óf Dilét-
taníi. Nuestro propósito en este capítulo es mostrar,
!$gü«n!te algunas citas, la labor de los anticuarios locales
y,;t4e los aficionados viajeros. Comenzaremos con cinco
%B¿myipg Jnaleses (o mejor, teniendo en cuenta *
B n ^ d y Rowlacsds, británicos), cuyos nombres son:
Gesten, Aubrey, Lawyd, Rowlands y Stukele^.
2. Anticuarios y viajeros 37

3foLi*MeCAMDW (I551-Í1623) fue primero profesar


en westrainster ScEoól, posteriotmehte su director y
Ckrenceux Kíng of Arms en ei College of Heralds, lo
cual, como ha señalado Stuart Piggott, «era lo más
semejante a un instituto de .investigación de antigüe­
dades que podía concebirse en la Inglaterra isabelipa» 2.
Viajó mucho por Gran Bretaña estudiando sus antigüe-
c&<fes y ádémás defendiéndolo que describía corno la
«curiosidad que mira hacia atrás»: admitió que existían
alpinos «que por completo condenan y aborrecen este
estudio de la antigüedad», pero él pensaba de manera
muy distinta. «En el estudio de la antigüedad (que siem­
pre va acompañado de dignidad y tiene cierto parecido
con la eternidad) — escribe— se encuentra un dulce
manjar para la mente, bien merecido por aquellos dé
carácter noble y honrado». En 1586. cuando contaba
treinta y cinco años, presentó su Britannia, la primera
guía general de las antigüedades de Gran Bretaña, qu,e
conoció numerosas ediciones, las más famosas de las
cuales son la de Gibson, de 1695, y la de Gough, dé
1789. ¿Qué otro trabajo arqueológico ha sido repro­
ducido y consultado durante doscientos años? En la
primera edición (1586) aparecía una ilustración que lúe,
<onao ha dicho Sir Thomas Kendrick3, la primera que
se incluyó en un libro inglés sobre arqueología. Repre­
sentaba el arco sajón reutilizado en el presbiterio de ia
iglesia de St. Johfrsub-Castro, en Lewes, Sussex. En
1600, cuando el propio Camdén reáltóó una ntíevá
edición de Britannia, áfiadió ilustraciones de monecji?
romanas y de Stonenenge, uña de las cuáles hemos in­
cluido en este libro (lámina 1), y representa el primer
paso hacia una auténtica ilustración arqueológica.
A continuación, dos citas de Camden, la primera de
las cuales trata sobre Silbury Hill, en Wiltshire

Aquí Selbury, una colina circular, se alza a una altura conside­


rable y parece, por su forma y por el deslizamiento fie la tierra
a su fllrededór, ser obra humana. En esté condadb se erttóeüttijn
muchas otras de ese mismo estiló, redondeadas y con copeWs, á
las oíales «e les da d nombre de Burrows o Barrotes (túmulos),
38 'tSim W r'de la Arqueología

quiai erigidos «n memoria en


é k » se encuentran huesos; y he 'entre
las gentes dd Norte que cada soldado <wu> «pjwpfofr 9 unafaatalla
trajese »u yelmo repleto de tierra *“***'
en lxmor de sus compañeros caídos. Pero y p tÁ m fo a ^ bien que
$ 0 hQ(!é#l''fué construida i modo de fiM t a iífi ‘So\'jiot los
tbáiókw,"por lbs sajones, así como lo fue & feilFlKtiikteT&aden-
sáihe, ya que d i éste país se dieron fn cu e ó ^ iM llm éntre los
mensos y lo* sajones occidentales por cuestión iw'flÜttK^; Bdscio,
como aqudlos escritores que se han ocupado dfttJa'a^faensura,
sos cuenta que tales montículos se levantaban - oh* "ím ataát
asm» mojones. . .' ,

Cíaatáea ett' un observador escrupuloso, y .$& la se­


gunda cita de Britannia vemos que había adverólo en
el siglo xvi la presencia de lo que ahora llamamos
«señales de cultivo»: en una palabra, como un buen
observador del terreno, se había, fijado en uno de los
elementos esenciales en el desarrollo de k fotografía
aéeéa, pero más de tres siglos antes de que las señales
<íe cultivo fueseñ tomadas én cuenta como una de las
características principales en el reconocimiento arquéoló*
gico aéreo.
Pero el tiempo ha borrado ya todas las hueílat; y para enseñar­
nos que no sólo mueren los hombres, sino también las dutháes,
«s boy en día un campo de trigo, en el cüal, cuando el cereal In
«jrecido, se pueden observar los trazados de calles cruzadar las
uqas con las otras (pues el trigo crece máfiralo <n los jtwtoei
donde se hallaban ¡éstas), y tales cruces solían llevar el nombra de
La cruz de San Agustín- Nada queda ya más que las paredes
en ruina dé una torre de forma cuadrada, construida cq» Jin*
ésperie dé arena de gran poder dé cementadón. Se puede Itoarinar
que esto debió ser la acrópolis, pues se yergue a gran altura ’Mire
las húmedas llanuras de Thanet, abandonadas por el Oefemo, qúé
poco a pooo se ha ido retirando. Peto «1 terreno donde seeáton-
traba la dudad, y que ahora es un cam{» arado, nw ha ofrecido
a menudo señales de su antigüedad: monedas de oro y plata de
las toapnot»

J cm jA»B8ET (1626-1697), el «hacendado <&' Wilt-


tmttmd&en días nefastos», segán k dh'wtjtiptiéii 'de
Atftlwin? Pcrwell, fue un anticuario entuíiim «fel tm-
2. Anticuarios y viajeros 39

bajo «áé campo. Fue di primero én «tuat A w f a i g r ,


Stanahengc en üa contexto arquroláek» y ptcfóstón<ío
ai afittáat¡ «La célebre antigüedad de Stonehenge, así
como k magnífica, paco olvidada; antigüedad de Aubury,
pienso que fúeton templos construidosporlos bretones,»
Su Monumento Britannica aún permanece sin publicar
en fi Bodleian Library, de Oxford, pero he aquí una
a » de soí Att Eísay íowards the DescríptioHof tbe
Nortk División of Wfttshiré, escrito catre 1659 $ 1670»
■. . .,* f
Imaginemos, pues, cómo ora este país en tiempos de los «ftti*
gpos bretones. Por la naturaleza d d suelo, áspera tierra, de árbo­
les marchitos, muy propicia, en especial, para el credmiento df
apios silvestres, podemos deducir que esta división septentrional
fue un bosque umbroso y lúgubre; y sus habitantes, casi tan
salvajes como los mismosanimales cuyas pieleS usaban como única
vestimenta. Su lengua era d inglés, qué, para su mayor gloria,
se hablaba en aqttdlós díte desdé las Oreadas huta Italia y Es­
paña. Los barcos dd Avon (que significa rio) eran cestos de ramas
cubiertos oon piel de buey, que aún en nuestros días son usad»
por lás gentes pobres de Gales. Les llaman carrocines. En este
caadado cTeo que había varios régelos que a menudo hacían
la guerra entre sí; y e * probaJ4? que sus fronteras fueran esas
grandes zanjas que recorren las llanuras, y otros lugares duraiité
muchas millas; servirían á la veí de defensa contra las incursiones
de sus enemigos, como sucedía con d foso de Offa, la muralla de
los pictos y la Célebre dé China, por comparar cosas pequeñas
«m grandes. Su religión ha sido descrita ampliamente par Céso*.
Sos sacerdotes éran los druidas, álgidos de cayos templos, como
el de Atíbúryt StottShetige, etc., heintentido restaurar, y también
al#in*s septdturas británica*. César 1» relatado ion vivaddad su
formade luchar. Ya he hablado enotro 1ugar de sus campamentos
y la macen en que sé reunían. Conodan el uso dd Heno.¿. Sé
encontraban, según supongo, ett uh estado de salvajismo dos o
tres grádos menor que el de los americanos... Fueron sometidos
y dvülzadospor los romanos.

Lhwyd (1660-1708) es un magnífico ejem­


plo de sabio y anticuario de h última parte del siglo svn.
Amigoy corresponsal de John Aubrey, tue en pTíüClpio--
ayudante tk su viejo tutor doctor Robert Plot, di primer
encargado dd Ashmolean Museum, que se acababa de
40 Historia de k ArqoBoiogk

inaugurar en Oxford. Cuando Plot marchó a Londrei


al ser nombrado secretario de la Royal Society, Lhwyd
le sucedió como encargado y ocupó « t e puesto hasta su
muerte, que tuvo lugar en el propio Museo a la tem­
prana edad de cuarenta y ocho años. Para entonces ya
había publicado el primer catálogo con dibujos de
sDes y viajado incansablemente pata' estudiar y anotar
<iatos sobre la historia natural, idftafias7~áñlíguégadest
¿ostümBiés, y tm kén había publfcado el
lume1T~3é su Arcbaeolopá 'Eniañmcá'en 1707, cuyo
süÍMÍtuIo^Semr^^Sanclo alguna información adicional a
la ya publicada hasta la fecha sobré los idiomas, la
historia y costumbres de los habitantes originales de
la. Cían Bretaña, sacado todo ello de' colecciones y ob­
servaciones de viajes por Gales, Cornuales, la Baja
Bretaña, Irlanda y Escocia». Sus observaciones de fósiles
le pusieron en contacto constante con utensilios de pie­
dra tallada, y he aquí lo que escribió acerca de una
teoría que atribuía el origen de estos objetos a los
golpes de duendetíllos, efl una carta dirigida al doctor
'Richard Richardson desde Línlithgow el 17 de diciem­
bre dé 1699 y publicada en hs Philosóphkaí TransaC-
tions of the Royd Society (1713, p. 97).

; En d altiplano nos encontramos en todo momento con gente


bastante civilizada... Hallamos varias inscripciones, peto ninguna
resaltó ser romana o siquiera antigua; sin embargo, copiamos
todas tes que databan de unos doscientas años, etc... Peto lo que
m&t nos llamó k «tendón fue su gran variedad de amuletos, mu­
chos de los cuales (si no todos) fueron dertsaíiente osados por
le».druidas, y así han pasado desde entonces de padres a hijos.
Los nombres de algunos de estos amuletos pueden traducirse «1
inglés: 1) Cascabd de serpiente; 2) Piedra de pata de gallo;
3) Piedra de sapo; 4) Piedra de caracol; 5) Piedra de topo;
6) Piedra de lluvia; y 7) Flecha de duende...
En cuanto a estas historias de golees de duendes, (¡guras
que los trasgos (al no tener ellos mismos el sufidente poder para
herir g los áhimales) a veces se llevan a personas por los'áJíeis
y, tras proveerlas de arco y fleéhas, las utilizan para disparártth-
tra hombres, ganado, etc... No dudo de que habéis
frecuencia estas puntas de flecha que ellos atribuyen a kas dt«a-
2. Anticuarios y viajeros 41
decillos o ttasgce: es el mismp pedanal tallado can jel que tema-
tan sus proyectiles los nativos de Nueva Inglaterra en nuestros
días; y también se encuentran en este reino varias hachadas de
piedra semejantes a las de los,americanos... Estas puntas de flecha
de los duendes se vienen utilizando como amuletos desde hace tan
treintao cuarenta años, pero d uso de todo lo demás se
remonta a tiempos inmemoriales, por lo cual deduzco que no
fueron creadas como amuletos, sino que en una época se usaron
aquí como armas, tal como ocurre todavía en América. Las gentes
más curiosas al igual que las mis humildes de esta región, creen
firmemente que estos utensilios cayeron del cielo al ser disparados
por los duendes, y relatan muchos casos de este tipo. Por mi
parte, deseo dejar mi fe en entredicho, al menos hasta que vea
con mis propios ojos la caída de uno de ellos.

Edward Lhwyd viajó a Irlanda en 1699 con el fin


de escribir un relato sobre k arqueología y la historia
natural de las regiones celtas de las Islas Británicas y
dé Francia. Visitó la gran tumba prehistórica de New
Grange, al norte de Dublín, qué había sido descubierta
poco antes de sa llegada. Su descripción de este hecho
la ppdemos encontrar en una carta escrita desde Bath-
gate, cerca de Linlithgow, en Escocia, fechada el 15 de
diciembre de 1699 y dirigida a su amigo doctor Tancred
Robinson. Se encuentra publicada en Philosophical
TrúnsactioHS of the Royal Society, XXVII, 1712, pá­
gina 503, en un trabajo titulado «Several Observatiohs
relating to the Antiquities and Natural History of Ire-
land, made by Mt. Edw, LSwyd, ita his Travels
thfo’ that Kingdom*.

Tras una estancia de apenas tres días en Dublín decidimo di


rigiólos hacia d Giants Causway. Lo mas notable que encontra­
mos en d camino fue un montículo en un lugar llamado New
Grange, cerca de Drogheda; con varias piedras monumentales
devadas verticalmente a su alrededor y otra én la parte más alta.
El señor dd poblado (un tal Mr. Charles Campbd), observando
que bajo d verde césped el montículo estaba completamente for­
mado de piedras, y teniendo necesidad de algunas, ordenó a sus
sirvientes que sacasen un número considerable de éstas, hasta
que dieron por fin coi» una piedra plana y de gran anchura, tos­
camente labrada y colocada de canto en d fondo dd túmulo.
42 Historia de la Arqueología

Aquélla resultó *et la entrada « una cuévtt a la que daba acceso


tm Ittgó cotrédor. Al principio nos vimos obligados a arfastramo»;
pero mis adelante los pilares a ambos lados se iban haciendo cada
vez más altos hasta que por fin llegamos a la cueva, cuya altura
era de aproximadamente 20 pies. HaUamtes celdas o habitaciones
a cid» ledo de la cueva y otra frente a la entrada. En las habita-
cionés, a ambos lados, se encontraba un estanque de piedra ariifeO
y poco profundo, situado en el bordé. El 'üstan^Ué de la habitación
de Ja derecha estaba empotrado en otro, mientras qué d d é la
otra habitación era de una sola pieza. No hallamos ningunó/sih
embargo, en el rednto frente a la entrada. Observamos quesífcre
el estahque a M derecha caía agua, a pesar de lo poco que había
llovido deááe hada tiempo, y pensamos <flie el estanque inferior
servia para conteneralgún liquido que Se desbordaba del superior
(ya fuñe agua sagrada o sangre de algún sacrificio) e impedir que
cajtem al aueto.Lbs «normespólares de la cueva que servían de
soporte «1 túttulo no estaban labrados ni pulidos, sino que ertfi
de una piedra tan tosca como la de Abury, en Wiltshire, y bas­
tante más que las usadasen Stonehenge. Sin embargo, alrededor
de los estanques y en algunos otros sitios encontramos piedras
esculpidas con figuras tan grotescas (por ejemplo, úna espiral en
fotma de sediente, pero sin que fuese posible distinguir la cabeíá
de la cola) como la ya mencionada piedra en la entrada de la
cueva... Se encontraron algunos huesos en la cueva, asf como lús
ratos de k cabeta de un ciervo (o quizá un alce) y varias otras
com que nodetallaré, ya que los trabajadores diferían en sus
descripciones. El hallazgo de una moneda de oro del emperador
Vakn^iniand, cerca de la cima del túmulo, podría hacer pensar
en el origen romano de este monumento, pero los toscos Iqipa-
dos en la eRt^ada y en el interior de la cueva le daban másrbien
el aspecto de una construcción bárbara. Ya que ls móneda suge-
ría mayor antigüedad que cualquier invasión de los ostthanoé o
daneses, y los grabados y esculturas rudimentarios daban fe de su
origen báibáro, « a lógico pensar que se trataba de algún lugar
dedicado a sacrificios o enterramientos de los antiguos irlandeses.

A pesar eje qué en estos párrafos Lhwvd múcéti& su


mm¿ntif^ atracción hada druidas y sacrificios. ¿ 11 »
mentó aue eocontramos en las últimas frases es o&p tfe
los primeros ejemplos de un claro razonamiento arqaeo-
iógico. Vuelve a insistir sobre este punto en un «Minio
a su «nígo Hefiry Rowlands dándole una desc*jj»dón
tte Néw Grange; la carta está fechada d 12
2. Anticuarios y viajero* 4*

J®de 1699*1700, en Sligo, y comiénzá diciendo


desác harfa fllgún tieínpó«habfa estado en lugjttfei úray
jfc wálduier, tipo de comunicación con pl ex-
teriór, éntre los hébtidfU} y otros habitantes de las tierras
altas de Escocia, con quienes sus vecinos parecen ten«$
menos contacto que con los pobladores de las Indias».
Y añade: «No son tanbárbaros como los ingleses y las
gentes dé las tierras bajas se imaginan...» A continua­
ción da uná descripción de New Grange. .
Tambiénhallé en esterdno un monumento muy curioso: se
encawntaen un lugar llamado New Grange, cem áé Drogheda...
Este tétouk> es obra del hóíiibre y casi todo él está construido
de piedra, aunqoe cubierto de grava y césped, y tiene en su inte­
rior una cueva extraordinaria... Cerca de este montículo encon­
tramos una moneda de oro dd emperador Valentiiaano; pero, a
pesa» de esto.losgrabadc* rudim*ntarios...me inclioana pefisar
qué este monumento no fue jamáis romano, teniendo en cuerna
además que necesitaríamos pruebas históricas para afirmar que
de hecho penetraron en algún momento los romanos en Irlanda.
(Véase lámina 7.)

El reverendo Henry Rowlands (1655-1723) fue vi­


cario de LlanidmT en la isla de Anglesey, v amigo íntimo
de Edward Lhwyd y su corresponsal. El misino escribió
un libro publicado por vez primera en Dublín en 1723
y titulado Mona Antigua Restaurdta; An Archaeoloacal
Discoursé 'oiTlhe Átkmuities.
of ífe lües o f 'Anéesey] the Anríem S m of the Britisb
DtidéSi del que tó»g¿mós lós sigülátrtés tragmehtóü:n •
La arqueología, o la historia dd origen de las naciones tras d
diluvio universal, se presta a dos tipo* de investigación: o bien
arrancar de Babel, ellugar de la diversión dd hombre, y estudiar
sos Indias hasta Segar a nuestros días a la luz dé documentos
•escrito» tío que coristituye laWstorfa) y dd razonamiento natural
{que es la deducción y lá co*qA#a); O bien partir de ntiestra
propia época y operar de modo ' ibwérso, pero con los mismos
apodos, hasta llegar al |tftíflér lugar y origen de su progresión.
Ainiibs &tenirios suden iár les vtilkáfos por los historiadoresy
108 g0 «etic%JBMS y nenen pleno aerccno a proceder ios aos cono
«nijér íes pateiKa. Sigüieiido d primer procedimiento, yo ntté&b
44 Historia de la Arqueología

he intentado en Jas siguientes secciones «astrear las más cácuras


huellas del tiempo para investiga; la arqueología, así con » M k r
y reunir algunos toscos rasgos y la fisonotpía de las a n tig ü e d a d e s
de la i s l a s e A n g le s e y desde su fundación hasta el momento de
la conquista romana,, principalmente eti forma hipotética o según
un esquema razonado de investigación.
Método qüe,confieso, resulta bastañte Inusitado, a saber, se­
guir las huellas de los hechos históricos por métodos que no se
sirven de roémoriasy documentos antiguos. Pero cundo es&B la­
ces nos faltan, ¿qué ae .puede. hacer? ¿Debemos ceder y dormitar
con nuestros antepasados, culpando a las épocas antiguas por ha­
bernos ¡dejado...*n la oscuridad..• N o;)*«» setí* * c t ^ infld-
meate parar con los designios de la natucüleza! >la sabiduría n un
don que Dios nos h*ee, y nuestra obligación es emplear toáos le»
nwdios y auxilios que pone a nuestro alcancepara mejorarla y
engrandecerla. ■ , ,
P Las ayudas principales y básicas que nos han de guiar por ios
oscuros resquicios del tiempo son los testimonios de documentos
de poco relieve y las consecuencias que pueden deducirse de dios.
Estos actúan como rayos solares; doquiera que brillen se encuen­
tra una luz pura y pe^fecta; y el movimiento que se guia por
ellos es seguro, firme y acompasado...
La antigüedad testifica, y así lo celebra el consenso general de
lasf naciones, que los hijos de Jafet fueron los primeros que se
asentaron en Europa. Los relatos que hemos recibidocomo heren­
cia, común atestiguan que la <5fan Bretaña fue poblada pór estos
hofabres al pobo tiempb de ocurrir el diluvio. Peto, es difícil ima­
ginar cómo un territorio grande y distante pudo llegar a estable­
cerse y poblarse en tan breve período dé tiempo...
'■■¡Si» embargo, resulta muy probado, y no tenemos sino posibi-
lidades y conjeturas para orientamos en asuntos tan remotos y
oscuros. Digo qae resulta muy probable que aquellos pueblos, una
ve* que emigraron hacia el Oeste, extendiendo sus colonias hasta
orillas belgas o galas, divisasen - desde allí la gran Albtón o Isla
de Bretaña y pronto navegasen en esa dirección; y una vea ^sn
elli» y adueñados de su rica y amplja tierra, multiplicándose sus
familias y actuando en forma semejante r—talando y cazando <ocu­
paciones de aquello» tiempos)—, alcanzasen d extremo ¡o esquina
más lejana de la tierra. en cuyoiado ocddeatal se encontraba la
Isla de la «jue me ocupo ahora...
Puesto que los comienzos de las naciones han dejado tan pocas
luidlas en la historia, no es extraordinario que las de este píjque-
ño lugar de la . tierra, en un recodo tan remoto, sean tan «seuras.
Pero en estos nichos inextricables de la antigüedad débanos
2. Anticuario* y viajen» 45

buscar Otra clase de luces que nos Ayuden o si no, contentarnos


ocn permanecer en tinieblas, La analogía de nombres y palabra»
antiguas, la coherencia y congruencia racional de las casas y las
inferencias y deducciones sencillas y normales basadas en ellas,
son las autoridades más idóneas con las que podemos contar al
respecto, cuando las narraciones y documentos de mayor garanda'
permanecen en tm silencio total. '
No es fácil determinar qué idioma fue el primero cjüe se habló’
en las regiones occidentales de Europa: k antigüedad no nos
ayuda en este punto. Todo lo que nos dice es que los nombres
más antiguos, en varias partes del reino de Francia y en la isla
de Gran Bretaña, eran perfectamente congruentes en su sonido
y significado.., ea relación con las actuales raíces galesas y bri­
tánicas... . , i

Nosotros los célticos solemos jksHfr druidas a nuestros primeras


maestros del saber, de la palabra celta Derw, según la optaiéa
general', y la causa fes que aquellos hombres sentlaauna verdadera
pasión por este árbol, bajo di cual no cabe duda de quesolían
reunirse en cada: acto solemne y público.
(Se da por cierto que los antiguos druidas derivaron sunombre
del Derw... peio su costumbre de consagrar el roble y utilizar
los encinares para sus oficios públicos y ceremonias solemnes
proviene del ejemplo y la imitación de Abraham... a pesar de
que la opinión más extendida, de la cual me ¡tomo Ja libertad
de diferir para sacar nuevas conclusiones, es que tanto Abraham
como los druidas adoptaron esta costumbre de un modelo todavía
más antiguo; es decir, de prácfwsjs aM¡dilt;yianas,

N o cabe un ejem plo más propicio del típico anticua­


rio del siglo x v iii que W lixiA M S tu k e le y ( 1687-1765),
d escrito “ por Stuart P i£® oíF ea !k b io g r a fía que de É
escribió com o «u n o de los más curiosos y com plejos
excéntricos ingleses, a yfeces patético, encantador, digno
de admiración o de lu irla »4. Quizá se le recuerde m ejor
por su druidomanía, lo cual n o seria justo. C om o mu­
chos otros aaticuarios y protoarqueólogos de los si­
glos x v ii y x v iii, sgjgjp obligado a interpretar el pasado
a través de fuentes escritas, es decir, a través de las
'^ S ^ d ¿ Ia^ re s~ clá síco s. c[Qe apenas si mencionaban él
pasado bárbaro de Europa; p€ro~~w e~ iñ cImán erTsus
r^ re o c ía s ^ T o s ^ d ru id a^ sacaS ocro tom á n ticov apasio­
nante que ca u tiv ó la’ m a a n a c ió n d e tod^ o ~ c ¿ r -t o t ló ii>
46 H istnk <1« k Arqueología

Sinembargo, por d hecho de quc Stufedey atribuyete


Avebuty y Stonehenge a les <kuíáa»y «Mí ^Gípo&taafr
el mundo dd pasado (y « veces hastá d siglo xvtli) no
debemos olvidar que fufe uíi cuidadoso arqueólogo de
campo y, como Lhwyd, hizo observaciones de carácter
<minentemente arqueológico. (Véanse láminas 2 y 3.)
Otemos la impresión que Stukeley ie causó a Piggott
(xano arqueólogo. • ■

Pienso que las ideo* de Stukeley no son en modo alguno dtts-


defines y que contienen, aunque a» forma algo enmarañada, k
percepción.-de ciertos principios básicos en k arqueología. El
primero... es el reconocimiento de un largo período prerromano,
sobte el aud se distribuían ios testos antiguos localizado* en el
campo; el segundo es k apreciación de k posibilidad de que va­
rias. culturas prehistóricas 'hubiesen llegado al sur de Ingkterra
mediante invasiones o iatmgraáones dude el contine&te; y el
tercero es la aplicación dd método geográfico ytopográfico *¿
estudio de un grupo de estructuras relacionadas (excavaciones li­
neales) para interpretarlas como un todo armónico a k luz del
sabet ;hktótico de que se disponía. La observación de k fecha
rektiva de dos monumentos contiguos, tales como los montículos
y k calzada romana, es desde luego tan fundamental para el tra­
bajo arqueológico actual como lo era en el siglo xvin.

Y a continuadón tenemos los comentarios dd ínísmo


Stukeley sobre monumentos y otras materias arqueoló­
gicas;. ;.:A . • - ‘ :

íSobre las RoUrigfrt Stonesl


...k más impresionante antigüedad que hemos vkto hasta,(^ mp-
mento... corroída por las implacables fauces del tiempo cotéo un
kfioatacado por gusanos... es un panqntma noble, riÜ te,' que
produce al espectador un extraño pavor a la vez que fcdftfl&cMft
pt* su estilo. Mk inclino a pensar que se trata de-üS tedpfo
pagano de .nuestros antepasados, quizá del tiempo de iotidiuidas.

\$obre~laTbüeUaren las aradas de Great Chesterfa£ tífscxi

Allí reuní a los lugareños, y mientras bebkmos y itíniftlSaot


saqué lo que pude de sus relatos, mientras1observáb>nii>l' #>trii»’
que creck es aquel lugar... k visu más hermosa que
2. Anticuarios y viajero»

¡maguarse, san la» huellas perfecta» de un templo, t*n visibles


estte «1' trigo como si se hallasen dibujada* sobre uapapel»».
Dicen etfas gentes que el lugar es discemible, sea cual fuete el
tiempo, y que ha sido así desde que tienen memoria y se ima­
ginan que su aparición se debe a Jos áuendey que allí bailan.
{Sobre la ciudadela de Molden Bower, cerca de Dunstable, en
Hertfordshire, que había sido atribuida a los romanos]
Estoy convencido de que se trata de una construcción británica
como la de Ashwell, a la misma distancia de Chilterny de fotuta
semejante, pero más circular... Entre este lugar y d pueblo se
halla un túmulo largo llamado d Millhill, «eguramefite debido a
un molino que posteriormente se cblafaó sobre élt dsi Mf Bit» y ál
Oeste, y sus dos extremos han sufrido los castigos dd arado; no
hay nada que me impida atribuirlo a k » cdtás. Desde d alt»
promontorio de Ghiltern se divisa todo; se BamaFive KooH»
(Cinco Colinas), ya que allí se encuentran otros tantos túanrio*,
o tumuli en celta, redondos, bastante grandes y Cavados sobre d
mismo ápice delta colina.
[Sobre ampos prehistóricos, llamados más tarde «campos célti­
cos» per Ó. G. S. Crawford, al describir por, primera tiez la
ciudadela de Obbury, entre Amesbury y Sdisbury]
... dentro hay numerosos y pequeños bajíos, que corren derechos
y se cruzan entre sí, formando ángulos rectos, cuadrados, para­
lelos, oblongos y oblicuos, como si fuesen linderos y divisiones
de tierras aradas, y, sin embargo, parece set que no han sido
aradas jamás.
[Acerca de Cranborne Chase] . , i?
En varias ocasiones observé en las laderas 'de las colinas utws
divisiones largas, rectas, que se cruzaban las .Opas con las otras
formando todo tipo de ángulos; se parecían a. los surcos o lin­
deros de tierras aradas, y en realidad se .te»taba de pedernal re-
cubierto de tierra o césped. Son ¿emanado pequeñas para ser
tierras áradas, a no ser que pcrtenfekW aía época de los má
antiguos bretones, que, sin embargb, tenían por costumbre arar
de ese modo. ' '-1' 11 '
[Y citando ya por .última vez a Stukeley, recogemos un párrafo
suyo sobre la Muralla Romana en su «Itinerarium Curiosum»]
El panorama soberbio de la grandeza romana en la Gran Bre*
t«fia que tuye ocasión de contemplar en este viaje me llen<¿ de
Historia de la Arqueología

gozo y a U vez de desesperación al intentar reflejarlo com ose


merece #nte d lector. A algunas naciones les resulta fácil exaltar
nimiedades y mediante la palabra dorar hechos insignificantes,
aumentándolos de tal forma que llegan a cobrar la semblanza de
hazañas históricas. Y' así ha ocurrido hoy día en ciertas ocasio­
nes. Pero si existe algún pueblo cuyas gestas sobrepasan la capa­
cidad de la retórica o álgún lugar cuyos valores y proezas mili­
tares superan en mucho los relatos de los historíadore ése es
nuestro país. Y nos encontramos profundamente sorprendidos al
hallar tan numerosas reliquias suyas aquí, ya que ningún texto
histórico nos habla de dios ni se detiene a examinar cuidadosa­
mente los últimos trescientos años durante los cuales los romanos
poblaron la Gr*u Bretaña y la convirtieron en provincia suya.
Las memorias de loe eruditos son sumamente brevet, pero hemos
de «gtadeeeeks e1 habernos dejado suficientes monumentos como
par» suplir es» falta de documentación al ser estudiados debida­
mente. Y aunque no me considero a mí mismo capaz de «eme-
jante tarea, me veo por otra parte obligado a conservar lo mejor
posible el recuerdo de las cosas que he visto, lo cual, añadido
a lo descubierto en tiempos futuros, revivirá la grandeza romana
entre nuestro pueblo y podrá servir de invitación a mentes nobles
para qué se esfuercen en alcanzar el mérito y sentimiento dvico
que alumbra toda hazaña emprendida por aquellos hombres. Este
es un ttibiito que les debemos y que merecen recibir de nosotros
la conservación de sus restos.

Con estas citas, sacadas de la obra de cinco hombres


distintos, damos por terminada nuestra sección dedicada
a los anticuarios locales. Ocupémonos ahora de los afi­
cionados, de los viajeros a tierras lejanas en busca de
antigüedades, belleza y sabiduría. De entre los niune-
rosos escritos de viajeros y excavadores anticuarios del
siglo xvni y principios del xix escogemos sólo dos:
Giovanní Belzoni y Edward Daniel Clarke.
G io v a n n i B e l z o n i (1778-1823) fue uno de los per­
sonajes más excéntricos y sorprendentes en el mundo
arqueológico de comienzos del siglo xix. Nacido en Pa-
dua, se ganó la vida en Inglaterra realizando maravillosas
proezas físicas en los circos, y más tarde viajando a
Egipto para vender maquinaria hidráulica para el riego,
donde prolongó su estancia con el fin de robar tumbas.
Estas aventuras las relate en su obra Narrativc of tke
2. Anticuarios f viajeros

Operations and Recpnt Discoveries within the Pyrántids,


Temples, Tombs, and Excavations in Egypt and Nubti,
publicada por primera vez en 1820. Los capítulos que
t&wmaji el contenido de la obra son en sí mismos .¡u#"
anticipo del fascinante libro y del fascinante Belzoni:
«Peligro al avanzar hacia El Cairo — obligado a perma­
necer en casa como consecuencia de k revolución— ,
descripción de ésta», «Fusilada por un soldado *— Una
joven dama es fusilada por un soldado», «Los nativos
huyen de mí atemorizados», «Dificultades con los na­
tivos», «Intento robar un bateo», «Sorprendido por una
hiena*, etc. La siguiente dita nos mostrará cómo se jp
arreglaba Belzoni paca entrar y salir de las antiguas
tumbas egipcias. Habrá que tener en cuenta lo que afir­
ma al final de esta cita; es decir, que «el propósito de
mis investigaciones era robarles a los egipcios sus pa-
pitos».

Tardamos tres días en llegar a Tebas, hasta anclar por fin en


Luxor, donde pude emprento mi trabajo con cuantos labriegos
logré contratar... SI se pudiese dar a conocer con aderto las
gentes desdichadas con las cuales d viajo» se ve obligado A tra­
tar, su espíritu mezquino y voraz, así como ciertas particularidades
que dificultan la colección de antigüedades, se apreciaría doble­
mente lo que de allí se logra sacar, dadas todas estas circunstan­
cias...
Gouraou es un trecho de piedras, con una» dos millas de an­
chura, que se encuentra en las faldas de las montañas de Libia,
al oeste de Tebas, y fue el lugar de enterramiento de la gran
dudad de las den puertas. Cada trozo de piedra está artística­
mente labrado en forma de aimaras grandes y pequeñas, cada
una de ellas con su entrada particular, y aunque están muy cerca
las unas <le las otras, no suden comunicarse entre sí. Puedo
afirmar que resulta imposiblfcdar una Idea exacta, aí describirlos,
de estas estantías sidtterráneas y de sus habitantes. No existen
sepulcros como éstos en ningún rincón del mundo; no existen ex­
cavaciones ni ruinas que puedan compararse con estos sorpren­
dentes lugares; y no se püiede dar una descripdón fidedigna de
su interior, dada la dificultad dé pfenetrar en estas alcobas. Las
inconveniencias de enttar en ellas son tales que no todo el mundo
puede resistir semejante esfuerzo... A mucha gente le seda isa-
posible soportar el airé sofocante de algunas dé las tumbas, que
Gly«i Daniel. 4
Historia de la Arqueología

a veces causa maceos. Se desprende de ellas una gran cantidad


ele polvo fino que penetra en la garganta y la nariz y produce una
sensación tan grande de ahogo que se requiere un enorme podo:,
pulmonar para aguantarlo, tal como ocurre con el fuérte tufo
de las momias... En algunos lugares el espado libre no sobrepasa
los veinte centímetros y hay que atravesarlo-agachado, a gatas,
rozando el cuerpo contra piedras puntiagudas y tan cortantes como
el cristal. Una vez que se han atravesado estos corredores, alguno
de los cuales miden dosdentas o tresdentas yardas de largo, se
llega a lugares más cómodos, a veces sufidentemente altos como
para sentarse en ellos. Pero ¡qué sitio para descansar, rodeado de
cuerpos, de momias amontonadas en todas las direcciones, produ­
ciéndome un terrible espanto hasta lograr por fin acostumbrarme
a ellas! La negrura de la pared, la luz tenue por falta dé aire
de las velas y las ahtorchas, los diversos objetos que me rodeaban
y-que paredan conversar entre sí y los árabes que sostenían las
velasy antorchas, desnudos y cubiertos de polvo, como si fuesen
momias vivientes, todo eUo formaba un cuadro imposible de
describir. Fueron varias las veces que me encontré en semejante
situación, y a menudo regresaba exhausto y mareado, hasta que
por fin me acostumbré a ello y me hice indiferente a todo pade­
c e , con la excepdón dd polvo, que nunca dejó de atacante a la
garganta y nariz; y aunque, afortunadamente, no tengo el sentido
dd olfato muy desarrollado, pude comprobar que las momias
eran un plato demasiado fuerte de digerir. Tras el esfuerzo de
entrar en semejante lugar, p or,un corredor de cincuenta, den.
tresdentas o quizá sdsdentas yardas, casi deshecho, bustjué un
lugar de descanso, y cuando lo encontré me senté en él; pero
al cae; mi peso sobre el cuerpo de un egipdo, lo aplasté ¡como
si se tratase de una sombrerera. Busqué con las manos >algún
apoyo, pero al no hallarlo me hundí por completo entre la momia
rota, entre un crujir de huesos, andrajos y féretros ¿Je ¿padefa,
y levantando una polvareda que me mantuvo paralizado «&u$nte
un cuarto de hora esperando a que desapareciese. No^jodía/ sin
embargo, levantarme de aquel lugar sin aumentarla, y a cada ppso
espachurraba alguna de las momias. En una ocasión fui <$§ducido
desde uno de aquellos lugares hasta otro muy paredd^.^ íttayés
de un corredor de unos vdnte pies de largo y con u^a^tpc^ura
no mayo: a la de mi cuerpo. Estaba atestado de moauM^y no
pude pasar sin que mi cara se viese en contacto con algún
egipdo putrefacto; pero ante el declive del corredor, ndjWPPio
cuerpo me sirvió de ayuda, aunque no pude evitar «I jmípfe /Cu­
bierto de huesos, piernas, brazos y cabezas que venían Titeado
desde arriba. Y así avancé desde una cueva a otra, todas llenas
2. Anticuarios y viajeros 51

de momias amontonadas en diversas posturas, algunas de pie o


reclinadas y otras vueltas del revés. La intención de mis investí-
era robarle a los egipcias sus papiros, algunos de los
cuales encontré escondidos en los pedios, bajo los brazos, entre
laü nalgas o en las piarnos, y cubiertos de telas dobladas que
envolvías a las momias. Las gentes de Gournou, qué comercian
con antigüedades de este tipo, sienten gran recelo de los extras^
jeras eintentan guardarlas en el mayor secreto posible, engañando
a los viajeros y diciéndoles que se encuentran al final de las fosas,.
cuando en realidad se hallan en la entrada.

En el índice de su libro Belzoni nos ofrece una decla­


ración 'sorprendente: «Asaltado por una banda de árabes,
amenazado por dos piamonteses al servido del señor
Drouetti.» Belzoni trabajaba para el cónsul general britá­
nico en Egipto y para sí mismo; tenía como enemigo a
Drouetti, quien trabajaba pór su parte para el cónsul
francés. Belzoni pensó que había conseguido «1 obelisco
de Philoe para los suyos, pero le acontecieron varias aven­
turas antes de apoderarse de él. Según escribió Howard
Cárter: «Aquellos fueron los grandes días de la exca­
vación. Cualquier cosa que atrajese la vista, ya se tratase
de un escarabajo o de un obelisco, era incautado, y si
existían diferencias de opinión entre los compañeros,
todo se arreglaba con una pistola» (The Tomb of Tut-
ankh-Amett, I, p. 68). Quizá uno se pare a pensar ante
la frase «los grandes días de la excavación»; ¿no resul­
taría más justo decir «los heroicos días de la excava­
ción»? Ciertamente fue una época de héroes y truhanes,
como muy bien demuestra una cita dd libro Narrativa>
de Belzoiií. ,
Pot aquellas fechas llegó el señor Drouetti a Tebas y a través
del señor Bantes hizo una oferta para comprar el famoso sarcó­
fago de alabastro, que fue rechazada. En aquéllos días el sefior
Bankes me pidió que navegase por d Nilo hasta llegar a la isla
de Phxloe para llevarme el obelisco dd cual me había apropiado
ya en nombre del cónsul británica. Posteriormente me informó
d cónsul que había cedido dicho obelisco al señor Bankes, quien
pensaba enviarlo a Inglaterra por sus propios medios. Acepté
gastosamente la proposición, ya que me alegraba mucho tener la
oportunidad dé ver una antigüedad más camino de Inglaterra, así
52 Historia de la Arqueología

comoservir a un caballero por el cual sentía gran afocto... Al


desembarcar en Luxor nos encontramos con el señor Drouetti,
qué afredó acompañamos hasta Camafc pota examinar el terreno
que me iba ia ser adjudicado como lugar de excavación. Por el
camino el señor Drouetti nos contó un relato curioso acerca de
un hombre que vestía como yo y que se encontraba escondido
entre las ruinas del templo. £1 señor Drouetti teníapoderosas
razones para pensar que aquel personaje deseaba causarle algún
da&».
... El sefior Drouetti, coa gran despliegue de afabilidad, nos
invitó al cónsul y a mi a su alojamiento junto a las ruinas de
Gatnak» agasajándonos con un granizado y limonada... La con-
nuestra próxima expedición a b ida de
Philoe, y yo dije casualmente que, viéndome coligado a llevar
el obelisco desde aquella isla, transportándote por las cataratas,
temía que aquella época del año no fuese muy apropiada, ya que
dagti* de lá catarata no podría servir para que flotase y navegase
un barcp capaz de soportar un peso semejante.. Al oír esto él
sefior Drouetti dijo que aquellos canallas del ShsQal, refiriéndose
a lo»fác'hífatn, le habían engafiado, prometiéndole envaria* oca-
siones bajar dicho obelisco para él, aunque tan sólo se lo habían
prometidd trac recibir dinero. Le hice saber entonces al señor
Dtouetti que aquella gente sabía que no podían llevar el obe­
lisco, puesto que desde mi primer,viajé por el Nilo había tomado
posesión de él/gradas a un permiso que el cónsul, sefior Salt,
que estaba allí presente, Íiabía obtenido del bajá. 4 / ,
...visitamos Edfü t hicimos un reconocimiento detallado ¡de
aquellas magníficas ruinas tan profusas en diversos objetos que,
aun recorriendo el lugar durante toda una vida, siempre seha-
llaría algo nuevo que examinar. En aquellos días dicho terreno
estaba siendo examinado por los agentes del señe» Drouéttí, uno
d e jo » cuales, según teníamos entendido, había redbido una «o-
municadón de su amo a través de un correo especial y habla
salido inmediatamente hada la isla de Philoe... Yo me sentía
ansioso de llegar a Assuan, ya que nada bueno espesaba (fe lá
temprana partida de Lebulo, el agente dd sefior Drouetti... A mi
llagada a Assuan me enteré de que d dicho Lebulo ks había
sugerido al Aga de Assuan y a los nativos de la ida de Philoe
que :m permitiesen a la expedidón inglesa, a punto de llegar,
llevarse ¿ obelisco. El Aga objetó que yo había tomado posesión
de aqud obelisco hacía tres años y que se le había pagadoa un
guarda con tal motivo. Como consecuencia de aquella negativa,
el sefior Lebulo se dirigió a la isla de Philoe y, al oír de toca
de todos los nativos que yo había tomado posesión dd obeüiK»
2. Anticuarios y viajeros

hada ya tanto tiempo, optó por hacer uso de uft truco parase-
dudr a aquella* gentesingenuas. Fingió poder leer los jeroglíficos
del obelisco y les contó que, según estaba allí escrito, el obelisco
pertenecía a los antepasado» del señor Drouetti y, por consiguien­
te, tenía derecho a él...

{Posteriormente Belzoni burla a la expedición Drouetti-Lebulo


y se va con el obelisco]

l a Nochebuena Segó a Luxor el barco con el obelisco, y allí


aguardó hasta cargar a bordo unos cuantos objetos pequeños pan
luego continuar hada Rosetta. Recordarán que antes de nuestro
último viaje por la catarata yo me había puesto de «canta con
el sefior SsÜt para excavar en varios li%are» de tu nánasde
Carnale.El día de San Esteban crucé d Nilo hasta aqudsitio
con la intendón de examinar los terrenos que hablan sido adju­
dicados a nuestra expedidón... En Luxor conseguí alqiákr un
burro, d único medio de efectuar viajes cortos en esos países, ya
que escasean los caballos y resulta demasiado incómodo montar
un camello para tan corta distanda. Me seguían mí criado griego
y dos conductores árabes. Yo iba desarmado, pero mi criado lle­
vaba, como de costumbre, dos pistolas. Nuestros «contrarios»,-
junto con su jefe, d sefior Drouetti, se habían alojado en unas
casas de barro entre las ruinas de Ca&nak, y d barco con d
obelisco, que yo acababa de bajar y depositar en Luxor, se ha­
llaba demasiado cerca de su alcance... Me encontraba a unas
tresdéntas yardas dd gran propileo cuando vi a un grupo de gente
que corría hada nosotros; eran unos treinta árabes capitaneados
por dos europeos agentes dd señor Drouetti El primera era d
señor Lebulo, y el segundo, d renegado Rossi&umo, ambos pk-
monteses y paisanos dd- señor Drouetti. Lebukrse dirigió a mí,
preguntándome con qué derecho me llevaba un obelisco i|ue so me
pertenecía y afirmando que ya le había hecho faenas de ese tipo
anteriormente y que ésta sería la última.Eatrétanto cogió la bri­
da d d burro con una mano y con la otra se agarró de mi chaqueta,
impidiéndome avanzar; llevaba además unpalo largo colgado de
la muñeca. A todo esto mi Criado fue atacado por varios árabes,
dos «fe los cuales estaban sá servido j¡ermanen*ie dd séfior Drouet-
tí. Al mismo tiempo d renegado Rossignano se acercó unos pasos
a mí y con toda la furia de un iaciaeroso me apuntó al pecho con
un rifle de dos cañones, profiriendo toda una sarta de maldicio­
nes dignas de su calaña. Para entonces mi criado había sido des­
armado y venado y « pesar de sus esfaetn» lograron quitarle ks
pistolas <td datnnía. Los dos w k fln m que yo tenk delante, me
54 Historia de k Arqueología

refiero a Lebulo y Rossignano, acompañados de los dos árabe* al


servicio de Drouetti, ambos armados con pistolas, y de mochos
otros que blandían palos, prosiguieron sos desaforados instthos
contra mi, mientras el valiente Rossignano, apuntándome aún con
el arma, decía que ya era hora de que íes pagase por todo lo
que les había hecho. El valeroso Lebulo afirmó, con toda la de­
cisión de un hombre enfurecido, que él obtendría un tercio de
las ganancias sacadas de la venta del obelisco... Mi situación no
era muy agradable, rodeado como estaba por una banda de ru­
fianes como aquéllos, y no me cabe duda de que si hubiese in­
tentado desmontar, esos cobardes ine hubiesen matado al pisar
tierra, como si el agresor hubiese sido yo. Pensé que mi salvación
era permanecer montado en el burro y dirigirles a los canallas
aquellos una miradade desprecio... Le pedí a Lebulo que me
permitiese proseguir mi camino y que si algo malo había come-
tido.estaba dispuesto a pagar por ello; pero todo fue inútil. Su
ira les había privado de todo razonamiento.
Mientras ocurría todo esto observé que otra banda de árabes
corría hada nosotros. Al acercarse vi al propio Drouetti entre
días y a su lado uno de sus criados armado con pistolas... Con
tono autoritario me mandó desmontar, cosa que me negué a
hacer. Entone» oí un disparo tras de mí, pero no pode ver de
dónde provenía. Estaba decidido a aguantar lo que fuese antes
de batirme con semejante gente, que no dudarían en atacarme to­
dos a la vez, pero al oír el disparo a mis espaldas pensé que había
llegado la hora de vender mi vida al predo más alto posible.
Me bajé del animal, y en ese momento el amable señor Drouetti
me aseguró que no corría peligro mientras él se encontrase allí;
el señor Lebulo, por su parte, que hasta entonces se había rom-
portado como un verdadero criminal, se las arregló para jugar
el papel dd caballo» desinteresado. Para entonces mudios otros
árabes dd pueblo de Carnak se habían, acercado al lugar donde
nos encontrábamos y al verme rodeado de aquella manera, ¡quién
lo iba a suponer!, aquellos salvajes árabes, como les llamamos
nosotros, se: sintieron avergonzados de la conducta de los eu­
ropeo» e intervinieron en mi favor...
Le informé entonces al señor Drouetti que había aguaitado
innumerables ataques por parte de sus agentes, pero sin esperar
jamás que alcanzasen semejante violenda, y que ya eri hora de
abandonar d país, de modo que regresé a Beban-d-Malook y
preparé todo para mi salida hacia Europa, pues me resultaba
imposible seguir viviendo en un país donde me había convertido
en objeto de venganzas por parte de una gente que se rebajaría
. • cualquier artimaña para conseguir su propósito... <y como d
2. Anticuarios y viajeros 55

barco con el obelisco no había partido, apíoveché aquella oportu­


nidad para descender el Nilo en él.

Giovanni Belzoni fue un aventurero espléndido y pin­


toresco. E l reverendo doctor E dw ard C larke (1769-
1821) fue un individuo sobrio, callado, que ejerció como
profesor de mineralogía en la Universidad de Cambridge
y fue bibliotecario de la misma3. La siguiente cita,
característica de lo que ocurría en el Egeo y el Cercano
Oriente por aquel tiempo, está sacada del relato de sus
viajes, escrito por Si mismo.
No fueron léves las dificultades con las que nos topamos; nos
habíamos traído de Atenas tan sólo unos cuantos utensilios: úna
cuerda de hierbas enlazadas y algunos clavos anchos fue toilb ib
qüé k ’tiudad aportó como ayuda para nuestra ktiór. No logramos
conseguir ni un carrtiáje, ni poleas, ni siquiera una siétra. Afor­
tunadamente encontramos en Eléusis varias estacas anchas, tín
hacha y uha sierra pequeña *de unas seis pulgadas de largo, pare­
cida a la ijue los Cuchilleros ajústan a veces a los mangos de ks
navajas. Con todo esto comenzamos a trábajar. Las más gruesas
de ks est&cas se cortaron y los trozos fueron clavados en forma
triangular, con vigas transversales en el vértice y la base. Aunque
nuestra máquina era modesta, adquirió considerable resistenckcon
el pesó de la estatua al ser colocada sobre ks vigas transversales.
Con el resto de las estacas hicimos rodillos para que sobré él
pudiese moverse el armazón triangular. Después se ató la cuerda
a cada extremo de ks vigas transversales. Y este sencillo artefacto
funcionó con resultados Quizá mejores que los que hubiésemos
obtenido de una maquinaria más sofisticada: consiguió transpor­
tar una masa de mármol que pesaba casi dos tonekdas sobre k
cumbre de un monte o Acrópolis Se Elensis, y desde allí la llevó
hasta el mar en unas nueve horas.
Reunimos a cien campesinos de la aldea vecina a Eleusis y a
casi cincuenta muchachos. A los campesinos los colocamos en fik,
cuarenta a cada lado, para tirar de las Cnerdas, mientras los otros
se ocupaban de levantar la máquina con palancas cada vez que
rocas o piedras de gran tamaño impedían su marcha. Los mu­
chachos, que no tenían fuerza suficiente para tirar de ks cuerdas
y palancas, se encargaron de recoger los rodillos tan pronto cómo
se salían de la máquina y luego de volver a colocarlos en k parte
delantera. i
Sin embargo, uno de las mayores obstáculos a vencer fue k sa-
56 Historia de la Arqueología

perstidón de lo* habitantes de Eleusis, que respetaban a un


ídolo a quien todos consideraban como la protectora de aus cam­
pos. Por la tarde, al poco rato de nuestra llegada con el firmán,
ocumó un acódente que casi acabó con nuestra empresa. Mientras
loa habitantes conversaban con el Tcbohadar en cuanto al modo
de transportarla desde allí, un buey, líbre «fe su yugo, se colocó
ante la estatua y, tras topar el mármol con los cuernos durante
algún tiempo, salió corriendo á una veloddad considerable bada
la llanura de Eleusis, bramando. Inmediatamente se produjo un
murmullo general, y al unirse las voces de varias mujeres a aquel
alboroto fue difícil hacerles entrar en razón. Habían sido siempre,
afirmaron, famosos por su trigo, y la fertilidad de sus campos
cesaría cuando se hubiesen llevado la estatua...
La gente se había reunido alrededor de la estatua, pero nadie
[Osó comenzar d trabajo. Qpefm que si alguien se atrevía a tocar
el mármol o a moverlo de su sitio perdería un brazo... Al poco
tiempo, sin embargo, el sacerdote de Eleusis, induddo en parte
por los ruegos y en parte aterrado por las amenazas del Tcbobadar,
se puso su vestimenta canónica como si se tratase de una misa
mayor y, descendiendo a la cañada donde se encontraba la esta,
tua... dio un primer golpe con un pico para librarla de la tierra
y así convencer a la gente de que los trabajadores no sufrirían
ninguna calamidad.

Cuando Napoleón invadió Egipto en 1789 llevó, junto


con su ejército, a gran número de eruditos — artistas,
anticuarios y científicos— cuya misión era elaborar un
informe sobre las tierras del Nilo, sus monumentos y
curiosidades. El Instituto Francés de El Cairo fue fun­
dado por estos eruditos y para ellos, y los numerosos
volúmenes de la Description de l’Egypte se publicaron
Mitre 1809 y 1813. Uno de los miembros de este equipo
fue D. V. D enon, cuyo libro Travels in Upper and
Lower Bgypt during the campaigns of General Bona-
parte, publicado^ primero en francés, apareció traducido
en Londres en 1802. A continuación ofrecemos ua re­
lato de una de las aventuras de Denon.

No pude menos que enorgullecerme de mí momo por *er el


primero en hacer un descubrimiento de semejaste importancia...
pero me sentí aún más feliz al comprobar horas más tarde la
autenticidad de cai hallaron guacias • uo manuscrito que iMflí en
2. Anticuarios y viajeros 57
la mano de una momia espléndida... sólo el hombre viajero y
curioso, el coleccionista, puede apreciar plenamente la satisfacción
tan enorme que se experimenta... sentí palidecer de ansiedad;
estaba a punto de regañar a quienes, a pesar de mis urgentes
ruegos, habían violado la integridad de la momia, cuando observé
en su mano derecha, sostenido por el brazo izquierdo, el manus­
crito de un rollo de papiro, en el cual quizá nunca me hubiese
fijado a no ser por aquella violación: me falló la voz; bendije
la avaricia de los árabes y sobre todo la suerte que me había
conducido a este descubrimiento. No sabía qué hacer con mi
tesoro; temía destrozarlo; no me atrevía a tocar el libro, el más
antiguo conocido hasta el momento; no me atrevía a confiársete
a alguien ni a posarlo en sitio alguno; la gran Cantidad de algo­
dón que contenía mi cobertor me parecía poco para hacer una
envoltura suficientemente blanda. ¿Relataría acaso la historia de
este hombre? ¿Descubriría el año en que vivió? ¿Se encontraría
inscrito en él el reinado del soberano bajo el cual vivió? ¿O con­
tendría dogmas teológicos, rezos o la dedicatoria de algún descu­
brimiento? Sin darme cuenta que la caligrafía del libro era des­
conocida, así como el idioma ep el cual estaba escrito, me imaginé
por un momento que sostenía en mis manos el compendio de la
literatura egipcia...

Los hombres como Denon y los del Instituto Francés


de El Cairo en general mostraron que empezaba a vis­
lumbrarse un enfoque serio yorganizado del estudio del
pasado mediante la arqueología, y los anticuarios y di­
letantes, los viajeros y los ladrones de tumbas, pronto
dejarían paso a los arqueólogos profesionales.
3. La geología y la antigüedad del hombre

La disciplina arqueológica no podía ser creada por an­


ticuarios como Xhwyd v Stukeley, y viajeros y diletantes
como rBelzoni y Clarke. Se interesaron por el lejano
'pasado del hombre y estimularon este interés, esperando
conocer más sobre el, pero a pesar de sus esfuerzos no
avanzaron mucho. Eran necesarias dos cosas: en primer
lugar, el reconocimiento de la profundidad del pasado
humano, y en segundo lugar, un sistema de cronología
relativa dentro de esa profundidad definida. El siste­
ma de cronología relativa que se convirtió en el sistema
clasificatorio principal de la arqueología del siglo xix
fue el llamado «Sistema de las Tres Edades», y los orí­
genes y el desarrollo de este sistema van a sei el tona
del siguiente capítulo. Aquí nos ocuparemos dtl primer
problema; es decir, el reconocimiento de la gran anti­
güedad del hombre. Este gran paso del pensamiento
humano con relación al pasado implica tres cosas: en
primer lugar, la identificación como productos humanos
de piedras que hasta el momento habían sido conside­
radas como prpyenientes de los duendes o fórm ate por
58
3v' La' -geología y >la antigüedad del hombre 59

rayos; en segundo lugar, un cambio en el pensamiento


geológico, del catastrofismo de Budand y otros hasta él
diluvialismo de hombres como Lyell, distfpulo de Bü-
cknd; y en tercer lugar, el descubrimiento de utensilios
y restos humanos en contextos intocados que, según la
nueva geología^ debían remontarse a tiempos verdadera­
mente antiguos.
Hubo un hombre en Inglaterra* a finales del si­
glo x v i i i , suficientemente valiente como para formular
deducdones correctas de lo que había observado en un
foso de grava. Fue J oh n F r e r e (1740-1807), un miem­
bro de la Royal Sodety que vivía en Roydon Hall,
Norfolk. Expuso la naturaleza de sus descubrimientos
y su opinión personal con respecto a su significado en
esta célebre carta al secretario de la Sociedad de ¡Anti­
cuarios de Londres. La carta está fechada en 1797 y
sé eflcuentra publicada en el volumen doce de la revista
de la Sódedad, Archaeologia (1800, p. 204).
Señor:
Me tomo la libertad de pedirle que muestre a k Sociedad
ciertos pedernales hallados en el distrito de Hoxne, en d con­
dado de Suffolk, que si bien no poseen gran interés en sí mismos,
creo qué sí lo tienen por las circunstancias en que se encontraron.
Pienso qüe evidentemente se trata de armas de guerra, fabri­
cadas y usadas por gentes que no cohocían los metales. Yacían en
grandes cantidades a una profundidad de unos doce pies, en un
terreno estratificado en el cual se había excavado con el fin de
conseguir arcilla para ladrillos.
Los estratos son los siguientes:

1. Tierra vegetal: 1 Va pies.


2. Ardlk: 7 ‘/a pies.
3. Arena mezclada con conchas y otras sustancias marinas:
1 pie.
4. Suelo de grava en el cual se encuentran los pedernales, ge­
neralmente en proporción de cinco o seis cada yarda cua­
drada: 2 pies.

En estos mismos estratos se encuentran a menudo pequeños tro-


zosde madera, cuya forma es muy perfecta al extraerlos, pero que
se descomponen en seguida al tomar contacto <?on el aire; y en
>60 Historia de la Arqueología

lo» estrato» de arena se encontraron unos huesos extraordinario»,


en asypecial una quijada de tamaño enorme de algán animal
conocido con los dientes intactos. Estaba ansioso por ver aquello,
y al enterarme de que se lo habían llevado a un vecino de la
localidad le pregunté al respecto y me comunicó que se lo había
entregado, junto con un fémur de gran tamaño hallado en di
mismo lugar, a Sir Ashton Lever, y así, lo más probable es que
se encuentre ahora en el Parkinson Museum.
La situación en que estas armas fueron halladas podría indu­
cirnos a considerarlas como pertenecientes a un período verda­
deramente remoto, más lejano incluso que nuestro mundo actual;
pero sean cuales fueran nuestras conjeturas a ese respecto, multa
difícil explicarse la presencia de otros estratos superpuestos «
aquellos en que yacen, que, siguiendo tal suposición, podrían
haber sido en otros tiempos el fondo o al menos la orilla d d mar.
Por la forflút'en que estaban/íe'puede conjeturar que se trata
del lugar de m fabricadón y no de un depósito aáddeatd; y se
hallaban en tales Cantidades que el hombre que extraía el mate­
rial para los ladrillos contó haber vaciado cestas enteras de
en los surcos de la carretera antes de considerarlas como objetos
curiosos. Puede pensarse que los diversos estratos fueron formados
por inundaciones que ocurrieron en períodos lejanos y que depo­
sitaran sucesivamente los distintos materiales que los componen;
a esto sólo puedo decir ,que el terreno en cuestión no yace a los
pies de otro más alto, sino que una parte pantanosa de él cuelga
y se extiende bajo d cuarto estrato, de modo que parece ser que
los torrentes barrieron los niveles colgantes y dejaron al descu­
bierto la tierra pantanosa, en vez de haber sido ésta cubierta por
ella*, ya que las capes aparecen dispuestas borizontalmente y sus
bordes se acercan al escarpado extremo dd tetreno dto,
Si cree usted que lo relatado merece la atención de la Sociedad,
le ruego se lo presente a sus miembros.
Respetuosamente.
Su humilde servidor,
John fttEKS.

La carta de John Frere atrajo escasa atención y hubo


de transcurrir medio siglo antes de que la gente recor­
dara lo que había dicho, gradas a los descubrimientos
que estaban realizando Boueher de Perthes en el valle
«Jet Somme, y MacEnery, Pengelly y otros en el sur del
Devon. MacEnery fue disuadido de continuar su trabajo
en !r Caverna de Kent, Torquay, por «I decano Buddaod,
3. La geología y la antigüedad del hombre 61

de Oxford, quien le dijo que los utensilios que había


encontrado no podían pertenecer a la misma época que
los restos de animales extinguidos. 3Le sugirió a MacEnery
que se trataba de los restos de: festines dé los antiguos
bretones, que excavaban hornos en lá estalactita, y de
este modo descendieron los utensilios hasta capas aparen­
temente ño remóvidas. Al contestarle MacEnery que no
existían pruebas de tales hornos, Buckland contestó que
si continuaba investigando las hallaría. Esto desilusionó
a MacEnery por completo, y por ello el francés Bou-
c h e r d e P e r t h e s llegó a ser la figura principal en
el reconocimiento de la antigüedad del hombre. A con­
tinuación carecemos ui^ extracto de la obra -4e; Perthe»
Ve Vkomme antédiluvien et ses oeuvres, publicada e n ,
París en 1860 *.

Señores: ■
Han pasado casi veinticinco años desde que me dirigí a ustedes
en este mismo lugar para tratar de la antigüedad dd hombre y
su probable contemporaneidad con los gigantescos mamíferos coyas
espedes, que sucumbieron bajo la enorme catástrofe diluvial, no
volvieron a aparecer sobre la tiara. ’
Está teoría que sometí a su consideración era nueva: d hom­
bre que, antes dd diluvio, vivió entre los gigantes, sus predece­
sores én la creadón, nunca fue reconocido por la rienda.
Rechizada «sta teoría, también lo fue por la opinién pública;
hace un siglo esta teoría, que aceptaba sin discusión los gigotes
humanos, no quWía creer en los animales gigantes, y en cada
hueso de defante veía la ciencia d hueso de un hombre.
Hoy día la denda cree en los defames, pero no ea los fc¡ga*
tes. iin cste upecto lleva tvsQfi, peto ni gsccpücisfno tac oe»
masiado exagerado al negar ’que t i hombre habla vivido durante
d período que precedió ti la fwmádón diluvial o «3 catadiamo
que dio su actual configutadón a lá su^tóirie tMiestre. Quiero
llamar su ateadón scibte eaú laguna de nuestra historia, «obre
esta ignorancia nuestra de los primeros pasos dd hombre en la
tierra¡ deseo arrojar un pooodelux sobre estas gentes primitivas,
sobré sos costumbres, sus hábitos, sus monumentos o los restos
que hayan dejado.
So* consejos no han caldo en oídos sordos; hice amplio uso
de dio* cuándo «a nuestras rdadones de 1836 a 1840 expuse
esta teoríacotoo complemento de nú libro De la criátion, afiadien-
62 Historia de la Arqueología

do. que el hombre fósil o sus utensilios se encontrarían en los


aluviones o depósitos llamados terciarios. Si bien no se adhirieron
ustedes a todas mis ideas,’ tampoco las negaron; las escucharon
con la intención de juzgarlas, no de condenarlas; estaban de acuer­
do con los principios, pero deseaban pruebas.
Desgraciadamente, no podía ofrecerles ninguna; sólo contaba
con probabilidades y teorías, En una palabra, mi ciencia no era
sino una anticipación. Pero esta anticipación mía se habla conver­
tido ea certeza; a pesar de no haber analizado uno sqJo de los
estrato?, estaba seguro de que mi descubrimiento era un hecho.
Era bastante joven cuando me asaltó este pensamiento por vez
primera. En 1805, al encontrarme en Marsella en casa de M. Brack,
cupado de Georges Cuvier y amigo de mi padre, fui a visitar en
las cercanías un refugio en la piedra llamado Grotte de Roland.
Mi objetivo principal era buscar los huesos de los que había
oído hablar en varias ocasiones a Cuvier. Conseguí varias mues­
tras. ¿Serían fósiles? No me atrevía a asegurarlo.
Después, en 1810, visité otro refugio del mismo tipo... Decían
haber encontrado allí unos esqueletos humanos. Sería posible,
peto nosotros no vimos ninguno. Recogimos, como en Marsella,
huesos de animales y pude encontrar varias piedras que me pare­
ciere» haber sido talladas intencionalmente...
Cuando en 1836 les hablé a ustedes sobre las piedras, talladas
de la época diluviana, piedras que aún estaban por descubrirse,
había conseguido yo una colección que procedía de abrigos en la
piedra, tumbas, turberas y zonas semejantes- A l coleccionar estos
objetos, que evidentemente no se encontraban ya en sus depó­
sitos primitivos, me vino la idea de averiguar cuál pudo set su
origen o la composición de aquellos depósitos. El colorido ama­
rillo de algunas fue la primera señal. Se hallaba sólo en el exte­
rior y no se «ataba <Je la pátina del pedernal. Decidí que se
debía al estado ferruginoso dd sudo con el que había estado
encontacto en un principio., Cierto estrato del sudo .diluvial
vino a confirmarlo; los matices que se observaban eran segura­
mente de mis hachas. Con certeza habían estado allí,, peto ¿tal
ubicación pertenecía a una fecha redente y a una alteración se­
cundaria o databa de la formación dd estrato? Ese era d pro­
blema.
En caso afirmativo, es decir, si d hacha había estado en la
capa desde sus orígenes, el problema estaba resuelto: d hombre
que había fabricado aqud instrumento había existido con ante­
rioridad al cataclismo que formó d nivd. Aquí no cabe duda al-
guna, ya q»e los depósitos diluvianos no ofrecen, como en d «aso
de^bji^jeras, una masa dástica y permeable; ni se trataba, mano
3. La geología y la antigüedad del hombre 63

en las cueva» con huesos, de una caverna al aire libre, abierta a


todo el que llegue y que durante siglos sirve como santuario y
luego cotno tumba a las más diversas criaturas...
¿ i las formaciones diluvianas... cada período está claramente
dividido. Las capas horizontales superpuestas, los estratos de dis­
tintos matices y materiales, no* muestran en letras mayúsculas la
historia del pasado: las grandes convulsiones de la Naturaleza
parecen allí delineadas por el dedo de Dios. Aunque unido» en
la actualidad cono un solo gruí*», como los cimientos de «na pa­
red, todos estos niveles pertenecen a distintas épocas; siglos ente­
ros pueden separarlos, y las generaciones que vjerpn el nacimiento
de uno no siempre fueron testigos de la formación del siguiente.
Pero a partir de la colocación y solidificación de cada lecho
permanecieron integrados como un* gol» formación; al apretarse
los unos contra los otros nada perdieron ni ganaron. Nada se
introdujo desde la parte superior ni tampoco hubo ‘infiltraciones
posteriores: cada estrato estaba libre de la influencia de aquellos
que les seguían y precedían; homogéneo y compacto, necesitaba
para ser nidificado una influencia tan poderosa como aquella que,
lo creó. Se vea ahora tal como se‘ hallaban en el día de su fot-
niación. Si un desprendimiento de tierra o cualquier otro tipo de ,
acción hubiese alterado su simetría, vendría a delatarlo una línea
oblicua o perpendicular que cortaría la horizontal.
Aquí, caballeros, comienzan las pruebas. Serán irrefutables.
Esta obra, humana en cuya búsqueda andamos, esta obra sobre la
cual les hablo, se encuentra allí y allí ha estad® desde el día
en que fue depositada. Tan inmóvil como la misma capa, cao ella
llegó; como eÜa se mantuvo allí; y por co¡ tribuir a la formación
dd estrato existió con anterioridad.
Estas conchas, este elefante, esta hacha o d hombre qu: k
fabricó fueron, por tanto, testigos d d cataclismo qpae dio a nues­
tro país su actual configuración. Quizá las coactas, <d elefante y
el hacba eran ya fósiles en aqud tiempo; ¿sentado» festosde un
diluvio anterior, el recuerdo de otra era? ¿Quién puede poner
límites d pasado? ¿No es tan infinito cotno -d íuturo? ¿Dónde
está, pues, d hombre que ha presenciad©'d-conúenzo de cual­
quier cosa? ¿Dónde está aqud que veté su fía? No regateemos
sobre la duración de los tiempos; pensemos que los días de la
creación, aquellos días anterioresa Dúetuko sol, fueron los días
de Dios, los días interminables dd muadá Recordemos por últi­
mo que para ese Dios etemo mil siglos fie significan más que un
segundo y que puso sobre la tierra cause y efectos que estos
miles de siglos no han vodto más jóvenes de lo que eran al ser
creados por su mano. ■
64 Historia de la Arqueología

Pero todos estos depósitos terrestres, todas estas capas de es-


qui*to,marga, arcilla y arena que cubren el núcleo de nuestro
planeta no se originaron de i t ^ a rependM, por una convulsión
o un diluvio. Si la fum a de un torrentepudo haber levantado
en iin día estos lechos y desprenderlos de otros, también existes
fuerzas que son consecuencia de Una acción pausada y de los de­
pósitos sucesiva» de aguas tranquilas que, realizando su labor,
formaron colinas y montañas mediante la acumulación de unos
granos de arena sobre otros. Ahora bien, si estamos de acuerdo
en que las fcapas de Menchecourt y otras surgieron gracias a una
acumulación imperceptible y a una sucesión de depósitos y se-
dunentos. la antigüedad de estos huesos y estas hachas que yacen
bajo varios 'metros de arena acumulada lentamente, cubierta por
una capa de cal o trdlk, y a su ve* por tm lecho de margt
vanada y de piedras quebradas, y todo ello bajo una capa gruesa
de suelo vegetal, esta antigüedad, digo, será mucho mayor que
la que aparenta set la rápida formación de lechos diluvianos.
Tras habetfes recorckdó la Configuración dd terreno y la natu-
ralefea dé los demento» dfc los que se componía, repetiré los
prinajaos bajolos cuales en 1836 y 1837 establecí la probabili­
dad de lá presentía dd hombre y sus obras y la certeza qué yo
toda ¿challarlos dlí. Esta certeza la basé fin lo siguiente:

1* La tradición de una raza de hombres destruida par d di­


luvio.
2* Las pruebas geológicas de este diluvio.
5.“ La existencia en esta era de mamíferos estrechamente re-
ladonadoscon d hombre y que requieren para vivir las
mismas condiciones atmosféricas.
4.* La prueba, por k> antes dicho, de que la tierra era habi­
table para d hombre.
5.* El he¿ho de que eá todas las regiones, islas y continentes
donde se Encuentran estos grandes mamíferos vivía o había
vivido d hombre, por lo cual se puede deducir que si los
animales aparecieron sobre la tierra antes que k espede
humana, d hombre les siguió muy pronto y en la era dd
diluvio se había extendido ya lo suficiente como para dejar
señales de su presencia.
6* Y finalmente, d hecho de que estos restos humanos pu­
dieron escapar a la «tendón de geólogos y natiiraliitas, ya
que k diferenck de estructura que eróte entre ios afeo*
pkres de fósiles y sus equivalentes vivos podk haber exis-
* tido entre d hombre antediluviano y d actual, detaodo
que se k podrk haber confundido con otros mamíferos; d
3. La geología y la antigüedad del hombre 65

hecho es que las probabilidades físicas, la experiencia


pasada y actual, la geología y la historia, y por último el
pensamiento universal, vienen en auxilio de la tradición;
el hecho es que una raza de hombres había evidentemente
vivido al mismo tiempo, y probablemente en la misma
zona, que los cuadrúpedos cuyos huesos han sido descu­
biertos, antes del último cataclismo que cambió la faz de
la tierra.

A pesar de reconocer la veracidad de estos razonamientos, me


preguntarán por qué fueron estas zonas y no otras los lugares
de enterramiento del hombre primitivo o los depósitos de sus
utensilios.
A esto les contesto que el torrente diluviano, al arrastrar la
superficie terrestre, hizo lo mismo que nuestras tormentas hacen
a diario en escala menor, cuando al barrer del suelo objetos que
no están lo suficientemente adheridos mediante su peso ó sus
extremidades, se los llevan y los arrojan en alguna alcantarilla;
o las lluvias que al no encontrar más que llanuras los esparcen
sobre ellas en capas más o menos gruesas. Después, si se exami­
nan estas capas, su análisis indicará con seguridad las zonas sobre
las cuales pasó el torrente; se sabrá si fue sobre una tierra po­
blada o desierta, sobre un poblado o en los campos, sobre pra­
deras o bosques, sobre un terreno cultivado o sobre un suelo
rocoso o árido; se comprobará también si la zona había sido
poblada por hombres o por animales. En resumen, en estas hue­
llas de la tormenta no sólo se podrá seguir su curso, sino tam­
bién describir los hechos que ocurrieron a su paso.
Sin duda, a medida que transcurran los días se irá haciendo
más difícil este análisis; todos los cuerpos solubles habrán cam­
biado de forma o se habrán disuelto en la masa terrosa, pero
sí permanecerán los objetos sólidos. Así actúan los aluviones,
dislocando las cosas, arrastrando y amontonando todo cuanto
capturan, formando masas enormes compuestas de objetos que
pertenecen a los más diversos reinos y obras producidas por las
más diversas mentes. También desaparecen las partes más blan­
das o frágiles; sólo queda aquello que logró resistir la prueba
del tiempo.
Es, pues, en estas ruinas del mundo antiguo, en estos depósitos
que se han convertido en sus archivos, donde uno ha de buscar
tales tradiciones y, a falta de medallones e inscripciones, defender
estas piedras quebradas que, a pesar de sus limitaciones, prueban
la existencia del hombre con la misma certeza que si hubiese
construido un Louvrc entero.
Qlyn Daniel, t
66 Historia de la Arqueología

De esta manera, convencido plenamente de su aprobación, pro­


seguí con mi trabajo. Las circunstancias me favorecieron: el tra­
bajo inmenso realizado para las fortificaciones de Abbeville, la
excavación de un canal, las vías ferroviarias que se estaban cons­
truyendo, pusieron al descubierto, desde 1830 a 1840, numerosos
estratos diluviales sobre los cuales descansa parte de nuestro valle;
la marga que forma su base se alza a 33 metros sobre el nivel
del mar, en una terraza gigantesca que va desde la cuenca del
Somme a reunirse con la de París y avanza hacia el centro de
Francia.
Había un campo vastísimo, pues, abierto a mis investigaciones.
¡Cuántos días no habré pasado agachado sobre estas terrazas que
se habían convertido para mí en el escenario de la ciencia y en
mi tierra prometida! ¡Cuántos miles de fragmentos de pedernales,
o mejor dicho millones, no habré observado! Trabajé concienzuda­
mente; recogí todos aquellos que se distinguían por su color o
por una resquebrajadura especial; examiné todas sus facetas, hasta
los bordes menos sugerentes; en varias ocasiones creí haber en­
contrado las pruebas que tan arduamente buscaba: pudo haber
sido, ¡pero era tan poca cosa! Encontré atisbos, pero no pruebas.
Por fin hallé lo que buscaba: fue a finales de 1838 cuando
les presenté a ustedes mis primeras hachas diluvianas. Fue tam­
bién en ese mismo tiempo, o quizá durante el año 1839, cuando
las llevé a París y se las mostré a varios miembros del Instituto,
en especial a mi respetado amigo M. A. Brongniart, quien parecía
estar más bien interesado en probar que mi descubrimiento era
tan sólo una quimera, ya que, junto con Cuvier había estable­
cido como principio que el hombre, nuevo sobre la tierra, no
fue contemporáneo de los grandes paquidermos antediluvianos.
Sin embargo, Brongniart, lejos de desalentarme, me dio grandes
ánimos para proseguir.
Pero, a pesar de ello, les aseguro que fue incapaz de ver la
mano del hombre en esos toscos esfuerzos. Yo veía hachas y
tenía razón, pero el tallado era indistinto y los ángulos estaban
escasamente afilados; sus formas achatadas diferían de las de
las hachas pulidas, las únicas que se conocían por aquel etitünces;
finalmente, si las huellas del trabajo humano estaban allí reve­
ladas, era necesario observarlas con ojos llenos de fe. Yo la tenía,
pero era el único; mi fe a nadie influenció; no tenia un sólo
discípulo. Necesitaba otras pruebas y una mayor investigación,
y para lograr ambas cosas busqué algunos ayudantes. No los
escogí de entre los geólogos. No los hubiese conseguido; les veía
sonreír alite la más mínima mención de hachas y del diluvio.
Fue por tanto entre los trabajadores (de las canteras) donde los
3. La geología y la antigüedad del hombre 67

busqué. Les mostré las piedras que tenía, así como dibujos de lo
que suponía habían sido antes del desgaste producido por las
inundaciones.
A pesar de todo esto tardé varios meses en organizar a mis
ayudantes, pero con paciencia, con recompensas distribuidas opor­
tunamente, y sobre todo con el descubrimiento de varios frag­
mentos bien formados que encontré en unas capas bajo sus pro­
pios ojos, intenté hacerles tan hábiles como yo mismo, y antes
de acabar el año 1840 pude ofrecerles a ustedes, y someter al
Instituto para su examen, 20 pedernales en los cuales se apre­
ciaba la mano del hombre.
M. Brongniart me creyó entonces; M. Dumas, su yerno, fue
de la misma opinión. Desde ese momento tuve mis seguidores.
Su número era pequeño en comparación con los oponentes. Mi
colección, que crecía rápidamente, y que desde un principio había
puesto a disposición de quienes se interesasen, atrajo a unos cuan­
tos, pero los hombres prácticos se negaron a verla. Digamos que
tenían miedo; se sentían atemorizados de constituirse en cómpli­
ces de aquello a lo que llamaban una herejía, casi una charlata­
nería; no ponían en duda mi buena fe, pero dudaban de mi sen­
tido común.
Yo esperaba que la publicación de mi libro sobre las antigüe­
dades antediluvianas, que apareció primeramente bajo el título
De Vindustrie primitive, disiparía estas dudas; pero ocurrió lo
contrario. Nadie, con la excepción de ustedes, en quienes hallé
constante estímulo, me creyó. En 1837 la teoría se aceptó sin
grandes dificultades; cuando se dieron cuenta que se había con­
vertido en un hedió fácil de verificar, ya nadie quiso ocuparse
de ella, y me enfrenté con un obstáculo mayor que la oposición,
que la crítica, la sátira o la persecución: el desprecio. Ya no se
hablaba sobre mi: teoría, ni siquiera se molestaron en negarla,
sencillamente se olvidaron de ella.
Y así durmió tranquilamente hasta 1854. Fue entonces cuando
el doctor Rigollot, quien, según las habladurías, había sido mi
constante adversario durante diez años, decidiendo juzgar la cues­
tión por sí mismo, visitó los terrenos expuestos de Abbeville,
y después los de Saint-Acheul y Amiens. Su conversión fue rá­
pida; vio que yo tenía razón. Y como hombre justo que era, lo
declaró publicamente en un folleto que todos ustedes conocen.
lo s descubrimientos de Boucher de Perthes fueron
acogidos en principio con incredulidad por parte de sus
colegas franceses, y fueron geólogos y arqueólogos ingle-
ses, como Sir John Prestwich y Sir Joh n E vans (1823*
68 Historia de la Arqueología

1909), quienes se adhirieron a sus ideas y convencieron


al mundo de los eruditos para que reconociesen la gran
antigüedad del hombre. Incluimos algunos extractos de
las cartas y diarios de John Evans de 1858; pertenecen
al libro Time and Chance: the story of Arthur Evans
and bis Vorbears, escrito por su hija (hermanastra de
Árthur Evans), Joan Evans, y publicado en 1943.

Imagínense lo que representa el hallazgo en Abbeville de ha­


chas y puntas de flecha de pedernal junto a los huesos de elefan­
tes y rinocerontes, en un terreno de acarreo a 40 pies bajo la
superficie. En esta cueva con huesos de Devonsbire, que está
siendo excavada por la Geological Society, dicen que han encon­
trado puntas de flecha de pedernal entre los huesos, y lo mismo
se dice que ha ocurrido en una cueva de Sicilia. Si es así, los
antiguos bretones resultan bastante modernos al remontarse la
existencia del hombre en Inglaterra a los días en que los elefan­
tes, rinocerontes, hipopótamos y tigres poblaban el país...
Domingo de Ramos... Prestwich ha alterado sus planes con
respecto a Abbeville para ver las colecciones de M. Boucher Du
Perthes (sic) e investigar las fosas donde se hallaron las armas
de pedernal en unión de los huesos, y ha organizado un grupo de
varios de los hombres más capacitados de la Geological Society
para tal fin. Ya que ha sido pospuesto hasta después de Semana
Santa, no me pude resistir a aceptar su invitación para unirme a
ellos... He arreglado todo, por tanto, para ir a Abbeville el
martes y regresar el jueves a Londres... Me quedaré sin ver la
colección de M. Boucher Du Perthes, pero llegaré a tiempo para
examinar la fosa...
1 de mayo 1859. Crucé desde Folkestone a B o u lo g n e , y la tra­
vesía fue tan desapacible que ni el estómago más templado la
hubiese deseado para sí... Permanecí cerca de hora y media en
Boulogne, y a las nueve tomé el tren a Abbeville, en cuya esta­
ción me aguardaba Prestwich, muy contento de verm e.ys que
de todo él grupo a quien había invitado yo fui eá único que
acudió. Nos fuimos a dormir, y a la mañana siguiente, apenas
dadas las siete, se presentó M. Boucher de Perthes, el primer
descubridor de las hachas tras las cuales andábamos, para lle­
vamos a algunas de las graveras de donde provenía su colección.
A. M. Marotte, el conservador del Museo, no* «axopá&ó, pero
ao fcgtamos descubrir nada. Fuimos después # la caftjde M - de
£ « $ * * que constituye toda ella un museo, Sena de cuadros,
o p e r as anticuas, obras de alfarería, etc., y con una magnffic»
3. La geología y la antigüedad del hombre 69

colección de hachas y utensilios de pedernal hallados en lechos


de grava y evidentemente depositados al mismo tiempo que és­
tos; en realidad, son los restos de una raza de hombres que
existía cuando ocurrió di diluvio o cualquiera que fuese el origen
de las graveras. Uno dé los hechos más notables del caso es qué
casi todos, si no todos, los animales cuyos huesos se encontraron
en los mismos niveles que las hachas están ahora extinguidos.
Se trata del mamut, el rinoceronte, el uro, el tigre, etc. Tras ver
su museo, M. de Perthes nos ofreció un delicioso déjeuner i la
fourcbette y después salimos para Amiens. Por supuesto, nuestro
propósito era averiguar en lo posible si las hachas se habían de­
positado en efecto junto con la grava y no habito sido introdu­
cidas posteriormente; habíamos recibido además notidas de que
en una de las graveras podía contemplarse una de las hachas en
su posición originál, lo cual nos hizo salir hada allá inmediata­
mente. Una . vez en Amiens, vino a recibirnos el presidente de
su Sodedad de Anticuarios y el bibliotecario público, MM, Du-
four y Gamier, y junto con ellos, un tal M. Pinsard, arquitecto.
Nos dirigimos hada el pozo donde, en efecto, podía vérse el
borde de un hacha en un lecho de grava, que no había sido alte­
rado, cómo a unos 11 pies de la superfide. Hidmos que d
fotógrafo que nos había acompañado tomase una foto para corro­
borar así nuestro testimonio, y sólo nos quedó tiempo para esto
y para redbir unas 12 ó 15 hachas de manos de los obreros qué
se hallaban en la fosa, ya que nos vimos obligados a tomar el
tren de nuevo para Abbeville. Las primeras horas del viernes las
pasamos en Abbeville y sus cercanías, y regresamos a Londres
esa misma tarde, llegando a casa o, mejor dicho, al Euston Hotel
alrededor de la medianoche. Disfruté enormemente de aquel viajé,
y ahora mi única preocupadón es encontrar d tiempo sufidenté
para escribir un relato de nuestras investigadones para los anti­
cuarios, tal como Prestwich va a hacer para la Royal Sodety.

J o s e p h P r e s t w i c h (1812-1896) leyó su trabajo a


la Royal Society el 26 de mayo de 1859. Se titulaba
«On the Ocurrence o f Flint Implements associated with
the remains of animals of extinct species in beds of a
late geological period at Amiens and Abbeville and in
England at Hoxne». Este extracto del mismo fue publi­
cado en Proceedings of the Royal Society of hondón,
X , 1860, p. 50.

El autor comienza por observar lo relativamente poco frecuen-


70 Historia de la Arqueología

tes que son los casos de supuestos descubrimientos de restos del


hombre o de sus obras en los diversos terrenos de aluvión super­
ficiales, a pesar de la extensa investigación de estos depósitos; y
en las pocas ocasiones en que esto ha ocurrido eran tan frecuentes
las refutaciones que llegó a considerarse casi como un hecho
indiscutible la ausencia del hombre sobre la tierra hasta después
de los cambios geológicos más tardíos y la extinción del mamut,
el rinoceronte Tichorhine y otros grandes mamíferos. Sin embargo,
ha habido hechos en ciertas ocasiones que ponían en duda esta
teoría, como son los casos bien conocidos del hallazgo por el
doctor Schmerling de huesos humanos en una caverna cerca de
liége, el de los restos del hombre atestiguados por M. Marcel
de Sores y otros en algunas cavernas de Francia, los utensilios de
pedernal en la Cueva de Kent y muchos otros. Siempre ha exis­
tido, sin embargo, cierta vacilación ante las pruebas halladas en
cuevas debido a que el hombre habitó a menudo en tales lugares
en un período relativamente tardío, y pudo así haber alterado
los depósitos originales; o tras su estancia en ellas, el suelo esta-
lagmitico pudo haber sufrido alteraciones por causas naturales, y
así, los restos que se hallaban por encima y debajo de él se
mezclarían y después se verían sellados por un segundo suelo
de estalagmita. Casos semejantes de intrusiones de suelos esta-
lagmíticos quebrados son de hecho conocidos; al mismo tiempo,
el autor no pretende afirmar que todos los casos de mezclas en
las cuevas se expliquen por esta razón, pero sí que merma el valor
de las pruebas que provienen de tales fuentes.
El tema ha florecido de nuevo últimamente, y las pruebas
han sido cribadas con más cuidado por el doctor Falconer; sus
informes preliminares sobre la Brixham Cave, presentados el año
pasado ante la Royal Society, anunciando la aparición, cuidado­
samente determinada, de pedernales tallados, mezclados indiscri­
minadamente con los huesos de los extintos osos de las cavernas
y rinocerontes, atrajeron la profunda y general atención de los
geólogos. Este significativo descubrimiento, así como una carta
que le escribió el doctor Falconer con ocasión de su posterior
visita a Abbeville el otoño pasado, incitaron al autor a ocuparse
de otro lugar que, dado lo interesante de sus fenómenos geoló­
gicos tardíos, según fueron descritos por M. Buteux en su Esquisse
Géalogique du Departement de la Somme, tenía la intención de
visitar desde hacía tiempo.
En 1849 M. Boucher de Perthes, presidente de la «Sodété
d’Emulatíon» de Abbeville, publicó el primer tomo de una obra
titulada Antiquités Celtiques et antédiluviennes, en la cual anun­
ciaba el importante descubrimiento de pedernales tallados en le­
3. La geología y la antigüedad del hombre 71

chos de arena y grava inalterados, que contenían los restos de


mamíferos extintos. A pesar de ser tratados desde el punto de
vista de un anticuario, las afirmaciones de este caballero sobre
hechos geológicos, junto con las excedentes secciones de M. Ravin,
son perfectamente claras y consistentes. Sin embargo, sus con­
clusiones fueron en general consideradas erróneas tanto en Fran­
cia como en Inglaterra; tampoco se ha logrado hasta el momento
una verificación de los fenómenos suficientemente satisfactoria
como para que un hecho tan inesperado sea aceptado por los hom­
bres de ciencia. Ha habido, sin embargo, algunas excepciones a
la incredulidad general. El fallecido doctor Rigollot, de Amiens,
instigado por M. Boucher de Perthes, no sólo se adhirió a tal
aseveración, sino que la corroboró en 1855 mediante su Memoire
sur des Instruments 'en Sílex trouvés a Saint-Acheul. Ciertos
geólogos sugirieron seguir la investigación más a fondo, mientras
que el mismo doctor Falconer, convencido por las explicaciones
y los especímenes de M. de Perthes, insistió con entusiasmo para
que Mr. Prestwich examinase los cortes en el terreno.
El autor, que confiesa haber emprendido la investigación lleno
de dudas, marchó la pasada Semana Santa a Amiens, donde en­
contró, según describe el doctor Rigollot, los lechos de grava de
Saint-Acheul, que coronaban una pequeña colina de caliza a
una milla del sureste de la ciudad y a unos 100 pies sobre el
nivel del Somme, sin que a su alrededor se encontrase terreno
más elevado. A continuación se da la sucesión de capas en orden
descendente:

Espesírr
medio en
pies

1. Tierra de ladrillos marrón (muchas tumbas anti­


guas y algunas monedas) con un lecho irregular
de grava silícea. No hay restos orgánicos. Plano de
división entre 'el 1.® y el 2.a, muy irregular y que­
brado. 10-15

2. Marga y arena blanquecinas con pequeños restos


de caliza. Abundan las conchas de tierra y agua
dulce (Lymnea, Succinea, Helix, Bitbynia, Planor-
bis, Pupa, Pisidium y Ahcylus; todas pertenecen
a especies recientes), y a veces se encuentran
huesos y dientes de mamíferos. 2-8
72 Historia de la Arqueología

Espesor
medio en
pies

Grava silícea tosca y subangular —blancas con


filones irregulares, ocres y ferruginosos—, con
guijarros de pedernal del terciario y pequeños
bloques de arenisca. Restos de conchas, como las
citadas arriba, entre la arena. Dientes y huesos
de elefantes y de ciertas especies de caballo,
buey y ciervo —generalmente cerca de la base.
Este nivel es además notable por contener peder­
nales tallados («Haches» para M. de Perthes y
«Langues de Chat» para los obreros).

Superficie irregular de caliza.

Los utensilios de pedernal son hallados en cantidades conside­


rables en el [estrato] 2. En su primera visita el autor consiguió
algunos especímenes de manos de los obreros, pero él mismo no
logró encontrar ninguno. Sin embargo, al llegar a Abbeville re­
cibid un mensaje de M. Pinsard, de Amiens, por cuya colaboración
expresa su enorme agradecimiento, que le informaba del hallazgo
de uno' al siguiente día, dejado in situ para que él mismo lo
inspeccionase. Al regresar al lugar, esta vez con su amigo
M. Evans, pudo comprobar que efectivamente se hallaba in situ
a 17 pies de la superficie, en un terreno que no había sufri­
do alteraciones, e hizo que se tomase una fotografía de la sec­
ción.
El doctor Rigollot también menciona la aparición entre la gra­
va de trozos redondos de caliza dura, agujereados, que él consi­
dera se usaban como cuentas. El autor encontró algunas y reco­
noció entre ellas una pequeña esponja fósil, la Coscinopora
globularis, D’Orb., que se encontraba en la caliza, pero no se
encuentra convencido de que fuera un adorno artificial. Algunos
especímenes aparecen ciertamente como si el agujero hubiese sido
agrandado y perfeccionado.
Los únicos restos de mamíferos que el autor halló aquí fueron
ciertos dientes de caballo, pero estaban demasiado deteriorados
como para determinar si eran recientes o pertenecían a una
especie extinta; también se halló parte del cliente de un ele­
fante (¿Elephas primigenius?). En la gravera de Saint-Roch, a
milla y media de allí y en un nivel inferior, son mucho más
3. La geología y la antigüedad del hombre 73

abundantes los restos de mamíferos, y entre ellos se encuentran


d Elephas primigenius, d Rhinoceros ticborinus, d Cervus so-
moriensis, d Bos priscus y d Equus (a esta lista d autor tiene
que afiadir d Hippopotamus, dd cual halló en esta última visita
cuatro espléndidos colmillos); pero los obreros afirmaron que no
habían encontrado ningún pedernal tallado, aunque sí son men­
cionados por el doctor Rigollot.
En Abbeville al autor le sorprendió grandemente la profusión
y belleza de la colección de M. Boucher de Perthes. Contenía
muchos pedernales de formas diversas, pero no logró ver en ellos
señales de un diseño espedal o de que hubiesen sido tallados,
y considera que su configuración se debe al azar; por d con­
trario, en cuanto a los utensilios de pedernal llamados «hachas»
(«haches») por M. de Perthes, no le queda la menor duda de que
fueron fabricados por d hombre. Tienen dos formas distintas y
una longitud generalmente de 4 a 10 pulgadas... Su fabricación
es tosca, sin ninguna superficie plana, y fueron hechas por unas
gentes que probablemente no estaban familiarizadas con el uso
de los metales. Estos utensilios son mucho menos frecuentes en
Abbeville que en Amiens... El autor no tuvo la suerte de encon­
trar ninguna muestra, pero dada la experiencia de M. de Perthes
y las pruebas ofrecidas por los obreros, así como la condidón
de las muestras mismas, está completamente convenádo de la
acertada opinión de aquel caballero; es dedr, que aparederon
también en lechos de arena y grava que no habían sufrido alte-
radones.
En Moulin Quignon y en Saint Gilíes, al sureste de Abbeville,
los depósitos aparecen, como en. Saint-Acheul, en la cima de vina
pequeña colina, y están formados de grava silícea subangular,
ocre y ferruginosa, con unos cuantos filones irregulares de arena,
de un espesor de 12 a 15 pies y descansando sobre una superficie
accidentada de caliza. No contienen condias, pero id algunos hue­
sos. M. de Perthes afirma haber encontrado aquí fragmentos dd
diente de un defante. Los pedernales tallados y los huesos apa­
recen generalmente en la parte inferior de la grava.
Se han encontrado también, en d lecho de grava sobre d cual
descansa Abbeville, vados utensilios depedemal junto con algu­
nos dientes de Elephas primigenius, y en algunos lugares, frag­
mentos de conchas de agua
Sin embargo, d corte de mayor interés es d que se encuentra
en Menchecourt, un diítritó al noroeste de Abbeville. Allí d
depósito tiene un carácter muy particular; aparece fragmentado
en los declives bajo las turberas al sur dd valle del Somme. Este
depósito, en orden descendente, Consiste en:
74 Histotk de la Arqueología

Espesor
medio en
pies

1. Una masa de arcilla arenosa y marrón, con frag­


mentos angulares de pedernal y testos de caliza.
No hay restos orgánicos. La base es muy irregu­
lar y está incrustada en el nivel núm. 2. 2-12

2. Arcilla arenosa de color claro («sable gras» para


los obreros), análoga al loes, con conchas de tie­
rra, Pupa, Helix, Clausilia de especies recientes.
Se afirma que a veces aparecen hachas de pe­
dernal y restos de mamíferos. 8-25

3. Arena blanca («sable aigre»), con 1 ó 2 pies de


grava silícea subangular en la base. Este lecho
abunda en conchas de tierra y agua dulce de es­
pecies recientes de los géneros Helix, Succinea,
Cyclas, Pisidium, Valvata, Bithynia y Planorbis,
junto con las marinas Buccinum undatum, Cardium
edule, Tellina solidula y Purpura lapillus. El autor
también ha encontrado la Cyrena consobrina y la
Littorina rudis. Con ellas se encuentran varios
restos de mamíferos y, según afirman, utensilios
en pedernal. 2-6

4. Marga arenosa de color claro, en algunos luga­


res es muy dura, con Helix, Zonites, Succinea y
Pupa. No está seccionada. 3+

Los testos de mamíferos enumerados por M. Buteux hallados


en este foso son: Elephas primigenius, Khinoceros tichorhinus,
¿Cervus somonensis?, Cervus tarandus priscus, Ursus spelaeus,
Hyaetta sépelaea, Bos primigenias, Equus adamaticus y un Felis.
Serla esencial determinar cómo se encuentran distribuidos estos
fósiles, cuáles aparecen en el lecho núm. 2 y cuáles en el núm. 3.
Esto no se ha hecho hasta el momento. Las escasas conchas
marinas aparecen mezcladas indiscriminadamente con las especies
3. La geología y la antigüedad del hombre 75

de agua dulce, principalmente entre los pedernales en la base


del núm. 3, y están desmenuzadas y dispersas. Es sobre este lecho
silíceo donde se encuentran un gran número de huesos y también,
según dicen, el mayor número de utensilios de pedernal. Sin em­
bargo, el autor solamente logró ver algunos fragmentos alargados
(M. de Perthes considera que son navajas) que fueron sacados
de esta capa en su presencia, pero su fabricación no resulta apa­
rentemente fácil de verificar; de todos modos, ofrecen las mis­
mas posibilidades de haber sido hechas por el hombre que las
llamadas navajas de pedernal halladas en las turberas y los túmu­
los. Existen, por otra parte, muestras de verdaderos utensilios
(«haches») en la colección de M. de Perthes que provienen de
Menchecourt; uno de los que observó el autor había sido hallado
a una profundidad de 5 metros, y otro, a 7 metros. Esto signi­
ficaría que nó pertenecen al nivel núm. 1, pero seguiría exis­
tiendo la duda de si pertenecen al núm. 2 o al núm. 3. Por su
apariencia general y por las huellas del núcleo el autor los situaría
en el nivel núm. 2, si bien M. de Perthes cree que pertenecen
al núm. 3; de ser así, deberían hallarse en alguno de los filones
subordinados de arcilla que a veces están intercalados en la arena
blanca.
Aparte del testimonio unánime de todos los obreros de las
diversas zanjas, que el autor, tras un cuidadoso examen, no tuvo
razones para poner en duda, los utensilios de pedernal («haches»)
llevan én sí mismos huellas implícitas de la veracidad de la opi­
nión de M. de Perthes. Es característica de los pedernales de
caliza fracturados el que vayan adquiriendo un tinte y colorido
profundo y permanente, o bien que queden inalterados, según la
naturaleza de la ganga en la que se encuentran incrustados. En
la mayoría de los lechos de arcilla adquieren un colorido blanco
brillante o de porcelana; en la arena blanca, calcárea o silícea sus
superficies negras y fracturadas apenas sufren alteración; mien­
tras que en los lechos de arenas ocres y ferruginosas los peder­
nales se tiñen de un amarillo claro y marrón oscuro que se
observa claramente en la grava ocre común de la vecindad de
Londres. Este cambio es obra del transcurso de muchos años y
de la humedad que existe antes de abrirse los cortes. Ahora, al
contemplar la amplia serie de utensilios de pedernal pertenecien­
tes a la colección de M. de Perthes, ha de sorprender, incluso al
observador menos sagaz, que los que provienen de Menchecourt
son casi siempre blancos y brillantes, mientras que los proceden­
tes de Moulin Quignon tienen una superficie mate, amarilla y
marrón; y puede observarse que cuando parte de la ganga se
adhiere al pedernal (como a menudo ocurre) es invariablemente

. v. ' . ................ 8 ................... .


76 Historia de la Arqueología

de la misma naturaleza, textura y color que los lechos respectivos.


Del mismo modo en Saint-Acheul, donde existen depósitos ocres
y de grava blanca, los utensilios de pedernal muestran variaciones
correspondientes en el color y en la ganga adherida a ellos, ade­
más de lo cual, ya que la grava blanca contiene restos de caliza,
hay partes ea las que los pedernales están más o rúenos cubiertos
de una película de carbonato de cal depositado, y así ocurre efec­
tivamente con los utensilios que aparecen en tales sectores de la
grava. Además la superficie de muchos especímenes se encuentra
cubierta de evidentes restos dendríticos. Algunos de los utensilios
muestran también, como los pedernales fracturados, huellas de
desgaste en sus bordes afilados. En realidad los utensilios de pe­
dernal forman una parte tan esencial de la grava misma, mostran­
do la acción de las mismas influencias posteriores y con la misma
fuerza y el mismo grado, como la masa de fragmentos silíceos
entre la cual se hallan.
En cuanto a la edad geológica de estos niveles, el autor los
incluye entre aquellos que suelen designarse como postpliocenos
y advierte su semejanza con muchos lechos de esta época en In­
glaterra. El depósito de Menchecourt es muy parecido al de
Fisherton, cerca de Salisbury; la grava de Saint-Acheul es pare­
cida a la que se encuentra en la cesta de Sussex; y la de Moulin
Quignon se parece a la grava de East Croydon, Wandswoth
Comman y de muchos lugares cerca de Londres. El autor encuen­
tra también razones, dados los fenómenos físicos generales, para
preguntarse si los niveles de Saint-Acheul y Moulin Quignon no
pertenecerán a una época algo más antigua que los de Menche­
court y Saint-Roch, pero antes de que pueda determinarse este
punto es indispensable un conocimiento más extenso de todos los
testos orgánicos de los diversos depósitos.
El autor se pregunta por las causas que llevaron al repudio y
la incomprensión en este caso y en los mencionados anteriormen­
te, y sugiere que con referencia a los descubrimientos de M. de
Perthes fue en gran parte el pequeño tamaño, la ejecución du­
dosa y la diversidad morfológica lo que pudo haber provocado
opiniones encontradas. En el caso de las puntas de flecha de la
Cueva de Kent tan sólo se sospechaba la existencia de algún
error indeterminado, y en cuanto a la caverna de Lifcge considera
que él asunto se discutió bajo un planteamiento falso. Opina, por
tanto, que estos hechos, como otros semejantes, requieren una
reconsideración y que quizá de algunos llegue a establecerse su
autenticidad, mientras que muchos otros, olvidados a causa de las
dudas o los supuestos errores, saldrán de nuevo a la luz.
Una ocasión significativa para constatar todo esto ha sido dada
3. La geología y la antigüedad del hambre 77

a conocer al autor por Mr. Evans tras su regreso de Francia.


En el tomo 13 de Archaeologia, publicado en 1800, se encuentra
un trabajo de Mr. John Frere, F. R. S. y F. S. A. titulado «An
Account of Flint-Weapons discovered at Hoxne in Suffolk», en
donde aquel caballero incluye la sección de un pozo ladrillero
en el cual se habían encontrado varios utensilios de pedernal, a
una profundidad de 11 pies, en un lecho de grava que contenía
huesos de un animal descqnoádo, y concluye, ya que el terreno
no había sido perturbado y se hallaba sobre un valle, que los es­
pecímenes deben tener una gran antigüedad y han de ser ante­
riores a los últimos cambios sufridos por la superficie del país,
lo cual constituye la declaración sorprendente de un hecho que
hasta entonces había sido pasado por alto. El autor partió inme­
diatamente en busca de esta interesante localidad y encontró una
sección que al ser abierta resultó estar dividida en otras 10 sec­
ciones.
Las armas a las que se refería Mr. Frere fueron halladas en
gran abundancia, según él, en el nivel núm. 4, pero en el lugar
hasta donde han llegado las obras esta capa es mucho más del­
gada y no ha sido tocada. En la pequeña zanja que el autor mandó
excavar no halló restos de armas ni de huesos. Observó, sin em­
bargo, en la colección de Mr. T. E. Amyot, de Diss, muestras
de armas, el astrágalo de un elefante que se suponía provenía de
aquel nivel y los dientes de un caballo dd estrato núm. 3, que
se parecían mucho a los encontrados en d nivel de defantes de
Brighton.
Las muestras de las armas presentadas por Mr. Frere, así como
las que existen hoy día en d British Museum y otros lugares,
ofrecen una curiosa semejanza en la talla y la forma con las de
forma más apuntada de Saint-Acheul.
Un hecho muy importante relacionado con este corte es que
muestra la edad relativa de los niveles que contienen los huesos
y los utensilios.
78 Historia de la Arqueología

Pies

1. Tierra y unos cuantos pedernales. 2

2. Tierra de ladrillos marrón, un filón carbonáceo


en el medio y otro de grava en la base; ningún
resto orgánico. Los obreros afirmaron que dos
utensilios de pedernal (uno de los cuales se apre­
suraron a coger en presencia del autor) habían
sido halados el pasado invierno, a unos 10 pies
de la superficie. 12

3. Arcilla gris, carbonácea en algunos lugares y en


otros arenosa, con conchas recientes de tierra y
agua dulce (Planorbis, Valvata, Succiriea, Helix
y Cyclas) y huesos de mamíferos. 4

4. Pequeñas gravas silíceas subangulares y guijarros


de caliza. 2 ‘A

5. Arcilla carbonosa (obstruida por el agua). 7a +

Forman un delgado depósito lacustre, que parece estar super­


puesto a la roca arcillosa y pasar bajo ,un lecho de arena ocre y
grava silícea pertenecientes a los mayores y más recientes niveles
de aluvión del distrito.
El autor se abstiene intencionadamente por el momento de
cualquier consideración teórica, limitándose a la corroboración
de los hechos siguientes:
1. Que los utensilios de pedernal son obra del hombre.
2. Que fueron hallados en terrenos inalterados.
3. Que se hallaban junto con los restos de mamíferos extin­
guidos.
4. Que se trata de un período geológico tardío y anterior a
la configuración actual de la superficie, al menos en lo
que concierne a algunos de sus rasgos menores.
3. La geología y la antigüedad del hombre 79

Sin embargo, no cree que los hechos, tal y como se presentan


en la actualidad, necesariamente hagan retrocedo; la antigüedad
del hombre, o supongan un acercamiento de los mamíferos ex­
tinguidos hada nuestra propia época, ya que las pruebas hacen
referencia tan sólo a un tiempo relativo y no absoluto; y es de
opinión de que muchos de los cambios geológicos posteriores
pueden haber sido repentinos o de una duradón más breve de ío
que generalmente suele pensarse. En realidad, dadas las pruebas
aquí expuestas, y basándose en todo lo que conoce acerca de los
fenómenos diluviales en general, el autor no ve razón alguna
para refutar la conclusión de que este período dd hombre y de
los mamíferos extinguidos —suponiendo que sea probada su con-
temporanddad— llega a un fin repentino debido a una inundadón
temporal de la tierra; pea: el contrario, encuentra gran apoyo
para; sostener tal punto de vista en lo que se refiere a consi-
deradones estrictamente geológicas.
Él trabajo finaliza con una carta de Mr. John Evans, F. S. A.,
y F. G. S., que estudia estos utensilios desde el punto de vista
dd anticuario, y no en su aspecto geológico, y los divide en
tres dases:

1. Fragmentos de pedernal: puntas de flecha o navajas.


2. Armas apuntadas quebradas en uno de sus extremos, que
probablemente sean puntas de lanza o venablos.
3* Utensilios con forma ovalada o de almendra, con un borde
afilado en todo su contorno, que posiblemente se utiliza­
rían como piedras arrojadizas o como hachas.

Mr. Evans señala que los utensilios que pertenecen a los dos
últimos tipos se diferenciaban básicamente, tanto en la forma
como en d tallado, de los dd llamado período céltico, que suden
estar más o menos lisos y pulimentados, además de cortados en
su extremo ancho en lugar de en d estrecho. Señala también que
fueran cuales fuesen las circunstancias bajo las que se encontra­
ron, deben ser considerados como obra de una raza que nada
tiene que ver con la céltica o con las tribus aborígenes conoddas.
También está completamente de acuerdo con Mr. Prestwich en
que los lechos aluviales en los que se encontraron no habían
sufrido alteraciones posteriores a su formadón.

E d o u a rd L a r t e t (1801-1871), magistrado del sur de


Frauda, que abandonó la carrera de leyes para estudiar
los animales fósiles, y que luego, a través de la paleon-
tologfa» llegó al estudio de los fósiles culturales del
80 Historia de la Arqueología

bombee, fue uno de los grandes pioneros de la arqueo­


logía de la Francia del siglo xix. Su trabajo continuó
y complementó el de Boucher de Perthes. Fue Lartet,
ayudado por el inglés Henry Christy (1810-1865), quien
emprendió la exploración sistemática de los refugios de
piedra y fue responsable del descubrimiento y valoración
del arte mobiliario del Paleolítico Superior. El siguiente
extracto pertenece a un trabajo presentado ante la Geo­
logical Society de Londres y publicado en su Quarterly
Journal, X V I, 1860, p. 471. Se titulaba «On the
Coexisteace of Man with certain Extinct Quadrupeds,
proved by Fossil Sones, from various Pleistocene deposits
bearing incisions made by sharp ínstruments».
Ha tenido usted la amabilidad de ofrecerse para comunicar a
la Geological Society of London las observaciones que vengo ha­
ciendo, desde hace algún tiempo, sobre huesos fósiles que mos­
traban huellas evidentes de haber sufrido la acción del hombre.
Las muestras que le enseñé ayer son solamente las que tienen
un origen auténtico y que fueron obtenidas de depósitos bien
definido* en cuanto a sus relaciones geológicas. Así, los fragmen­
tos de uros que mostraban incisiones muy profundas^ hechas al
parecer con un instrumento con el borde ondulado, y el trozo de
cráneo del Me&aceros Hibemicus, en el que creí reconocer huellas
significativas de la mutilación y desolladura del animal recién
muerto, fueron obtenidos de la capa inferior del corte del Canal
de l’Ourcq, cerca de París. Estos abundantes especímenes son
representados o mencionados por Cuvier... y Alex. Brongniart...
ha dado una descripción detallada del depósito, que consiste en
niveles diversos que él considera son de mayor antigüedad que
los de los valles. Los huesos de los uros y el Megaceros fueron
hallados en la misma capa donde se encontraban los restos del
elefante (Elephas primigenius) del cual Cuvier había ofrecido
ilustraciones de dos molares que, según este autor, no estaban
rodados y fueron encontrados en circunstancias que demostraban
que se trataba de un depósito original y no remonté. Ya he dicho
que las profundas incisiones en el hueso de un uro que provenía
del corte en el Canal de l’Ourcq (que recordará usted le mostré
en la galería del Jardín des Plantes) parecían haber sido hechas
por un instrumento de borde ondulado. Con esto quería decir
un utensilio con un borde que tiene leves inflexiones transver­
sales, lo cual produce, al cortar oblicuamente el hueso, un plano
de sección algo ondulado. El corte parece haber sido hecho con
3. La geología y la antigüedad del hombre 81

un hacha pequeña a medio acabar, estado en el que parecen encon­


trarse la mayoría de los utensilios de pedernal de Saint-Acheul,
cerca de Amiens; peto en los huesos con incisiones de Abbeville
y otras localidades antiguas, éstas deben haber sido hechas cón
bordes rectilíneos. Tales consideraciones nos llevarían a pensar
que, independientemente del caso de las hachuelas simplemente
descortezadas, de elaboración tosca, cuya fabricación posiblemente
se realizaba cerca de donde se encuentran ahora, aquellas gentes
primitivas debían haberse abastecido de instrumentos más per­
fectos que les serían de mayor utilidad en sus necesidades coti­
dianas. Dudaría, por tanto, en adoptar el sistema, demasiado
absoluto en mi opinión, de Mr. Worsaae, quien distingue la pri­
mera subdivisión del «Período de la Piedra» por las hachuelas
que se encuentran simplemente descortezadas por percusión, ex­
cluyendo aquellas que están pulimentadas, a las que incluye en
la segunda subdivisión. Es de suponer que la falta dé instru­
mentos con superficie pulimentada y con un borde apropiada­
mente cortante debía haberse hedió sentir desde los primeries
tiempos, cuando el hombre habíá aprendido, mediante un pro­
ceso mucho más difícil, a dar a los pedernales y a otras piedras
formas intencionales tan bien definidas.
Entre los huesos con incisiones obtenidos en ks arenas de
Abbeville se encuentra el asta de un ciervo extinguido, relacio­
nado con el Cervus Sonidnensis, o grand Daim de la Sofnme,
de Cuvier, junto con varias defensas de nuestro dervo común, qué
no tuve ocasión de mostrarle. Los huesos del Rbinoceros (Rh. ti-
cborhinus) que ha podido ver usted fueron hallados en Menche­
court, en las inmediaciones de Abbeville, dondé existen graveras
que en ocasiones anteriores han demostrado contener muchos
huesos fósiles de elefantes, etc., y donde M. Boucher de Pertíies,
en fecha posterior, obtuvo los pedernales fabricados por el hom­
bre. Las incisiones que pueden observarse en estos huesos no
son tan profundas ni ofrecen pruebas tan sorprendentes corno
las que se ven en los huesos de uros del Canal de l’Ourcq, pero
los cortes superficiales y las incisiones de ks superficies óseas
que ofrecen, especialmente en las articulaciones, tienen en mi
opinión igual valor, pues he podido comprobar mediante ensayos
comparativos con partes homólogas de animales existentes que
las incisiones que presentan una apariencia semejante sólo pudie­
ron ser hechas en huesos de animales vivos aún provistos del
cartílago. En cuanto al fragmento del cuerno del Megaceros Hiber-
nicus, que Cuvier recibió de Inglaterra sin ninguna indicación
dé su procedencia, podrá haber observado que muestra las hue­
llas de varios golpes, que ocasionaron incisiones de una profun­
Glyn Daniel, S
82 Historia de la Arqueología

didad imposible de producirse en el estado actual de mineraliza-


dón de aquel fragmento; además, el golpe que separó aquella
pieza del resto del cuerno debió haber sido inflingido antes de
la inmersión en el mar que lo convirtió en fósil, pues en la
cavidad interna de la pieza se halló la valva de un Altamía (pre­
servada junto con el especimen) que no pudo haber penetrado
por otra vía que el lugar de fractura. He observado huellas muy
significativas, produddas evidentemente por un objeto afilado,
en el cuerno de un joven Megaceros que el desapareado Mr. Al-
dde d’Orbigny redbió de Irlanda hace algunos años.
Me gustaría recordarles que d reverendo John Cumming, en
su descripdón geográfica de la isla de Man (Quarterly Journal
of the Geological Society, vol. ii, p. 345), resalta la aparidón de
restos de Megaceros inscrustados en marga azul «en unión de uten­
silios de arte e industria humana, aunque de carácter rústico y
antiguo»; y en una nota d pie de la p. 344, que se refiere a un
bosque submarino, d cual se inclina a designar con una fecha
más antigua, dice: «Es curioso que d tronco de un roble obte­
nido dd bosque sumergido de Strandhall muestre en su super-
fide marcas produddas por una hachuda.» En cuanto a la exis­
tencia histórica del Megaceros, tras referirme a lo que contienen
las obras de Oppian, de Julius Capitolinus y S. Münster, no he
encontrado nada que a mi juido justifique a este respecto la
opinión expuesta por d doctor Hibbert, y desde entonces acep­
tada por otros paleontólogos, con excepdón dd profesor Owen,
quien d hablar dd Megaceros de las Islas Británicas está en
completo desacuerdo con d doctor Hibbert. Todos los restos
de dicho anim al hallados a este lado dd Canal y examinados por
mí pertenecen a depósitos de una antigüedad mayor a la de las
turberas.
M. Delesse le ha mostrado a usted los fragmentos de un
hueso que había sido serrado, obtenidos redentemente por d
en un depósito de la vedndad de París, donde anteriormente
había recogido los restos de un castor, un buey y un caballo.
Tras un examen de estos fragmentos he podido comprobar, me­
diante experimentos realizados sobre huesos redentes, que la
acdón de una sierra metálica no podría haber producido d plano
de secdón transversalmente estriado que habrá podido observar
en los huesos antiguos coleccionados por M. Ddesse; sin embar­
go, obtuve resultados análogos d emplear como sierra las navajas
de pedernal, o lascas con un borde cincelado y cortante, halladas
en las arenas de Abbeville.
Por tanto, si la presenda de pedernales tallados en las orillas
diluvianas d d Somme, dada a conocer hace ya tiempo por
3. La geología y la antigüedad del hombre 83

M. Boucher de Perthes y confirmada más recientemente por la


rigurosa comprobación de varios de sus doctos compatriotas, ha
establecido con seguridad la existencia del hombre en la época
en que aquellos antiguos depósitos erráticos se formaron, las
huellas de una «operación intencionada» realizada sobre los huesos
del rinoceronte, el' uro, el Megaceros, el Cervus somoriensis, etc,,
proporcionan igualmente una demostración inductiva de la con­
temporaneidad de aquellas especies con la raza humana.
Es cierto que algunas de estas especies, el Cervus elapbus de
Linneo (idéntico a su ciervo común) y el uro, cuentan aún con
representantes en la Naturaleza; pero aunque sean los huesos de
los uros los que muestran una prueba más evidente de la acción
humana, el hecho no es menos significativo en lo que se refiere
a la antigüedad relativa, pues los restos de los uros han sido
hallados en las mismas capas en que se encontraban los del
Elephas y el Megaceros, y no, como ya dije, por efecto de un
remanieníent, sino enterrados originalmente. Además, restos fó­
siles de uros idénticos han sido hallados en Inglaterra, Fronda
e Italia en depósitos pregladales (es decir, anteriores a las for-
madones más antiguas del Pldstoceno, con huesos asodados de
Elephas primigenius y Rhinocerus tichorhinus). He de añadir
que la observación más rigurosa de los hechos tiende claramente
a demostrar que una gran proporción de nuestros mamíferos exis­
tentes han sido contemporáneos de esas dos grandes espedes ex­
tinguidas, cuya primera aparidón en la Europa occidental debió
haber sido precedida por la de varios de nuestros cuadrúpedos
aún existentes.
En mi afán de relacionar aquellas pruebas de la antigüedad
de la raza humana con los cambios geológicos y geográficos que
han tenido lugar desde entonces no he hallado inducdón más
precisa que la ofrecida por M. d’Archiac, a saber, la época rela­
tiva de la separadón de Inglaterra dd continente. La antigua
unión de ambos es un hecho generalmente Admitido, y está com­
probado por la semejanza de la estructura a ambos lados del
Canal, por la identidad de las espedes de los animales terrestres,
la intermigradón original de los cuales sólo pudo haberse llevado
a cabo gracias á la existencia de térra firma. M. d’Archiac (Bull. de
la Soc. Géd. de Trance, l ere série, t. X, p. 220, y Histoire des
progrés, &c., t. ii, pp. 127 y 170) considera, gradas a una serie
de inducciones bien ponderadas en base a consideraciones estra-
tigráficas, que la época de la separadón de las Islas Británicas
ocurrió tras d depósito de cantos rodados diluvianos y antes
que el de los antiguos derrubios, el loes dd norte de Fronda,
Bélgica, el valle del Rin, etc. Las condusiones que se pueden
84 Historia de la Arqueología

sacar de esta hipótesis son en sí mismas evidentes, y es que las


gentes primitivas a las cuales atribuimos las hachas y otros pe­
dernales tallados de Amiens y de Abbeville pueden haber estado
comunicadas con la Inglaterra actual mediante tierra firme, ya
que la separación no tuvo lugar hasta después de la formación
dd depósito de cantos rodados diluvianos, entre los cuales han
sido encontradas las hachas y los pedernales trabajados. Por otra
parte, una vez que M. Elie de Beaumont ha relacionado la for­
mación de los fenómenos erráticos que aparecen en nuestros
valles con la última dislocación de los Alpes podemos concluir
de esta segunda hipótesis que los pedernales tallados, arrastrados
junto con los guijarros en aquel depósito errático al pie de los
valles, proporcionan una muestra de la existencia dd hombre en
una época en que Europa central aún no había llegado a la for­
mación completa de su gran relieve orográfico actual.
Si bien se ha mantenido que no han ocurrido cambios en las
grandes líneas de nivel desde la formación de los depósitos
erráticos en las partes inferiores de nuestros valles, y aunque
tales cambios no pueden ser observados con claridad en las par­
tes centrales de los continentes dada la ausencia de medidas
comparativas, no por eso resulta menos fácil reconocer que se
han producido, incluso desde la existencia d d hombre, a través
de toda la extensión de las costas europeas, desde d golfo de
Botnia hasta d mismo extremo oriental d d Mediterráneo. Han
sido observados por diversos autores en un número considerable
de puntos de la costa, donde han podido verificar k presencia de
objetos de fabricadón humana en depósitos de origen marino
devados a distintas alturas sobre d nivd d d mar. Tdes cambios,
ya sean d resultado de una acción más o menos violenta, de mo­
vimientos más o menos repentinos, no llegaron a ser cataclismos
de proporciones tan generdes como para afectar de atañera sen­
sible k sucesión normd de seres organizados.
Encontramos pruebas irrefutables de esto en las Isks Britá­
nicas, adonde forzosamente tuvieron que emigrar un número muy
considerable de las especies terrestres antes de k sepantdón de
las isks dd continente y donde se han estableado y han pro-
liferado mediante generaciones sucesivas hasta nuestros días.
Lo mismo ha ocurrido en d continente, donde continúa viviendo
la misma fauna terrestre sin ninguna otra modificación que d
desplazamiento geográfico de derlas especies y la desaparidón
find de otras; desaparición no debida a una destruerión simul­
tánea, sino a una serie de extinciones sucesivas que parecen haber
sido igualmente graduales en cuanto d tiempo y d espacio.
Puedo añadir a lo dicho anteriormente que d hallazgo «fe pe-
3. La geología y la antigüedad del hombte 85

demales tallados en los depósitos de Amiens y Abbeville no es


en modo alguno un hecho aislado. M. Gosse, de Ginebra, joven
estudiante de medicina en París, ha descubierto recientemente
en las arenas del suburbio parisiense de Grenelle, de la misma
edad que las de Abbeville y otras partes de Europa, un hadia
de pedernal cuya forma se puede apreciar claramente, junto con
navajas u hojas delgadas cortadas en dirección longitudinal. Yo
mismo he tenido la oportunidad de verificar estos hechos en la
colección reunida por este experto explorador. Me ha mostrado
un diente de elefante, el colm illo de un animal felino de gran
tamaño y los huesos de uros, caballos, etc., obtenidos todos ellos
en las mismas arenas y los mismos niveles en que se encontró
el hacha de pedernal.
Entre los huesos obtenidos en Suiza, en los palafitos del Pe*
ríodo de la Piedra (en los lagos de Moosdorf, Bienne y otros),
nunca se han encontrado restos del Megaceros, aunque los reatos
de alce, uro y Bos primigenius son muy frecuentes. En Dina­
marca, donde lugares aún más antiguos han sido cuidadosamente
examinados con el mismo propósito, el profesor Steenstrup me
ha asegurado que jamás descubrió el más mínimo fragmento de
Megaceros entre los abundantes restos de renos, alces, uros y
otras especies de animales que no existen en esa región desde
tiempos inmemoriales. Sin embargo, estos lugares primitivos de
Dinamarca pertenecen a un período en el cual no existía en aquel
país otro animal doméstico que el perro. Tampoco se han encon­
trado restos de caballos, ovejas o cabras, ni siquiera los de algún
tipo de buey enano.
Si piensa usted que estos apuntes, elaborados sin el debido cui­
dado, pueden ser de interés para la Geological Society, me agra­
daría los sometiese a la ilustrada opinión de éus doctos colegas,
y espero que al mismo tiempo los reciban como señal de mi
deferencia hada ellos y como una pobre expresión de la profunda
gratitud que siento por el honor que me han conferido de induir
mi nombre entre los de los miembros extranjeros de la sodedad.

Podemos concluir este capítulo de manera adecuada


con un extracto de la obra de LyeU The Geological
Evidences ' '' ‘ " ' ” ith Remarks on
T beoríes Variation, que
fue publicada en 18$3. S i r C h a r l e s L y e l l (1797-
1875) fue uno de los pioneros de la nueva geología.
Alumno de Dean Buckland, en Oxford, rompió con la
geología catastrófica y diluviana de Buckland y Cony-
86 Historia de la Arqueología

beare y, al trasladarse como profesor a Londres, enseñó


las doctrinas del uníformitarianismo y de la nueva geo­
logía fluvialista. Enseñó que no podían admitirse pro­
cesos del pasado que no ocurren en el presente y que
fueron los cambios de los niveles de tierra y mar, así
como la influencia de los ríos, los responsables princi­
pales de los estratos, y no los desastres universales y las
grandes inundaciones. La obra de Lyell Principies of
Gedogy se püblicó en tres tomos entre 1830 y 1833,
que constituyeron el texto fundamental de la nueva
geología. Las implicaciones de la teoría de Lyell para
los arqueólogos significaba que los utensilios depositados
en grava intacta a varios pies bajo el nivel actual del
suelo eran muy antiguos, y desde luego pertenecían a
la época que John Frere había descrito en su carta a la
Sodety of Antiquaries de Londres como «más allá del
mundo actual».
Lós útiles, fósiles culturales del hombre, constituían
sólo una de las pruebas de su antigüedad. Restos autén­
ticos del esqueleto del propio hombre, en circunstancias
geológicas similares, eran mucho más sorprendentes y re­
sultaban más fáciles de entender para la gente de la calle.
En 1857, dos años antes de la conferencia de Prestwich
a la Royal Society y la publicación de The Origin of
Species, de Darwin, los huesos largos y la calota cra­
neana de un ser semejante al hombre fueron descubiertos
en una cueva de caliza de Neanderthal, en la Prusia
renana. Lyell, en The Geological Evidence of the Anti-
auity of Man (1863), aborda el problema del hombre
de Neanderthal en estos términos:

Antes de hablar más concretamente de las opiniones que han


expresado los anatomistas con respecto a las características osteo­
lógicas del cráneo humano de Engis, cerca de Liige, mencionado
en el último capítulo y descrito por el doctor Schmerling, será
conveniente decir algo sobre la posición geológica de otro crá­
neo, o mejor dicho esqueleto, que, dada su peculiar conformación,
ha causado enorme sensación en los últimps años. Me refiero al
cráneo hallado en 1857 en una cueva situada «ai esa parte del
valle de Dussel, cerca de Dusseldorf, llamada Neanderthal. El
3. La geología y la antigüedad del hombre 87

lugar es vina hondonada profunda y estrecha a unas 70 millas


al noroeste de la región de las cavernas de Liége, ya estudiadas
en el último capítulo, y cerca de la aldea y la estación de ferro­
carril de Hochdal, entre Düsseldorf y Elberfeld. La cueva se
encuentra en el lado sur o izquierdo, y muy pendiente, del si­
nuoso barranco, a unos 60 pies por encima del arroyo y 100 pies
bajo la cima del risco.
Cuando el doctor Fuhlrott, de Elberfeld, examinó la cueva por
vez primera observó que era lo suficientemente alta como para
permitir la entrada de un hombre. Su anchura era de siete u ocho
pies, y su longitud o profundidad, de 15. Visité el lugar en 1860
en compañía dd doctor Fuhlrott, que había tenido la amabilidad
de venir expresamente desde Elberfdd para actuar como mi guía,
trayendo con él el cráneo fósil original, así como un molde dd
mismo que me mostró. En d espacio de tres años, entre 1857
y 1860, la comisa rocosa sobre la que se abría la cueva y que
tenía una anchura original de 20 pies había sido demolida casi
por completo y, al paso que iban las obras, su total destrucdón
pareda muy próxima.
En la caliza existen muchas grietas, una de las cuales, aún llena
pardalmente de barro y piedras, recorre la cueva hasta la super-
fide más alta dd terreno. Por esta abertura pudieron muy bien
haber sido arrastrados hasta la cueva inferior el barro y, posible­
mente, d cuerpo humano al cual pertenecían los huesos. El barro,
que cubría d fondo irregular de la caverna, estaba mezclado en
algunas partes con fragmentos redondos de calcedonia, y su com-
posición era muy similar a la que cubre la superñde de toda esta
región en lineas generales.
No había ninguna corteza de estalagmita sobre d barro en
donde se encontró el esqudeto humano, ni tampoco huesos de
otros animales junto a él; pero, justo antes de nuestra visita
en 1860, había sido hallado d colmillo de un oso mezdado con
el barro en d ramal lateral de la cueva y en un nivel corres­
pondiente con d de los huesos. Este colmillo, que nos mostró el
dueño de la cueva, medía dos pulgadas y média de longitud y se
encontraba en condiciones bastante perfectas, pero no logré ave­
riguar si podía relacionarse con especies de oso recientes o extin­
guidas. ,
Gradas a una carta impresa dd doctor Fuhlrott hemos sabido
que al quitar d barro, de ún espesor de cinco pies, d cráneo
humano fue obsérvate por primera vez cerca de la entrada de la
gruta, y más adentra; ea d mismo plano horizontal, se hallaban
los otros huesos. Se supone qué d esqudeto estaba completo,
pero los obreros, ignorando su valor, esparcieron y perdieron la
88 Historia de la Arqueología

mayoría de las piezas, conservando sólo los huesos más grandes.


El cráneo que me mostró el doctor Fuhlrott estaba cubierto,
tanto en la superficie externa como interna, y especialmente en
esta última, de gran profusión de cristalizaciones dendríticas,
y varios otros huesos del esqueleto se encontraban en las mismas
condiciones. Estas segales, como ha indicado el doctor Hermann
von Meyer, no ofrecen un criterio seguro de antigüedad, ya que
han sido observadas también en huesos romanos. Sin embargo,
son más comunes en los huesos que han estado largo tiempo ente­
rrados. Además, el cráneo y los huesos del esqueleto de Nean­
derthal habían perdido hasta tal punto su sustancia animal que
se adherían fuertemente a la lengua, concordando en este aspecto
con la condición normal de los restos fósiles del período postplio-
ceno. En conjunto, creo probable que este fósil pertenezca a la
misma edad que los hallados por Schmerling en las cavernas de
Iiége, pero, ya que no se hallaron junto a él restos de otros añi­
lóles, no existen pruebas para asegurar que no se trata de una
edad más reciente. Su posición no ofrece apoyo alguno a la hipó­
tesis de que su antigüedad sea mayor.
Cuando el cráneo y las otras partes del esqueleto fueron mos­
trados por primera vez ante una reunión científica en Bonn
en 1857, varios naturalistas expresaron ciertas dudas de si se
trataba o no de un cráneo realmente humano. El profesor Schaaf-
fhausen, quien junto con otros zoólogos expertos no compartía
estas dudas, observó que el cráneo, que comprendí» el hueso
frontal, ambos parietales, parte del lamelar y el tercio superior
del occipital, era de un tamaño y grosor poco comunes, con
una frente estrecha y muy baja y una proyección enorme de las
protuberancias supraorbitales. También afirmó que la longitud
absoluta y relativa del fémur, el húmero, el radio y el cubito
concordaba muy bien con las dimensiones de un individuo europeo
de nuestros días de idéntica estatura, pero que el grosor de los
huesos era extraordinario, y la elevación y depresión en la unión
de los músculos se había desarrollado hasta un punto insólito.
Además, algunas de las costillas tenían una forma curiosamente
redondeada y una brusca curvatura, lo que parecía indicar la
enorme fuerza de los músculos torácicos.
En el mismo informe el anatomista prusiano afirma que la
depresión de la frente no se debe a un aplanamiento artificial,
tal como se practica de diversas formas en las naciones bárbaras
del Vjejo y el Nuevo Mundo, ya que el cráneo es muy simétrico
y t » . muestra indicación alguna de. contrapresión en- el occipucio,
mi^Qtrss qiie, según Morton, en las cabezas aplanadas de Colom-
Ul frontales y parietales son siempre asimétricos. &>..
3. La geología y la antigüedad del hombre 89

general, el profesor Schaaffhausen concluye que el individuo a


quien perteneció el cráneo de Neanderthal debió caracterizarse
por un desarrollo cerebral pequefio y una fuerza nada común de
la estructura corpórea.
Cuando tras mi regreso a Inglaterra mostré el molde del crá­
neo al profesor Huxley afirmó inmediatamente que era el ejemplar
más simiesco que jamás había contemplado. Mr. Busk, después
de realizar una traducción del informe del profesor Schaaffhausen
en la Natural History Review, afiadió algunos comentarios pro­
pios de gran valor sobre las características que asemejaban este
cráneo con el de un gorila o chimpancé.
El profesor Huxley examinó posteriormente el molde con el fin
de ayudarme a realizar unos dibujos del mismo para esta obra,
y al hacerlo descubrió algo que no había sido observado hasta
entonces, y es que la forma del occipital era tan anormal como
la de la región frontal o superciliar.
4. El sistema de las Tres Edades

Aunque la idea de una edad de piedra aparece ya en


los escritos de los filósofos e historiadores griegos, y
el reconocimiento de utensilios de piedra como tales por
los anticuarios y geólogos de los siglos xvi, xvn y
xvm había preparado el camino para la aceptación de
la existencia de una edad de la piedra en el pasado hu­
mano, como hecho histórico, fueron las obras de histo­
riadores y arqueólogos escandinavos y su labor en museos
y excavaciones las que establecieron no sólo la idea de
una edad de piedra, sino también una secuencia de tres
edades en el pasado prehistórico: Piedra, Bronce y Hie­
rro. El sistema de las Tres Edades ha sido adecuada­
mente descrito por Joseph Déchelette como «la base de
la prehistoria» y por R. A. S. Macalister como «la piedra
angular de la arqueología moderna».
P. F. Suhm, en su History of Denmark, Nortvay and
Holstein (1776), afirmó que en dicha zona los utensi­
lios y armas fueron primero de piedra, después de cobre
y finalmente de hierro. Skuli Thorlacius, en Concerning
Tbor and bis Hammer, and the earliest Weapons that
90
4. El sistema de las Tres Edades 91

are related to it, and also the so-called Battle-Hammers,


Sacrificing Knives and Thmder-Wedges, which are found
in Burial Mounds (1802), se refiere a lo largo de su
obra a las tres edades sucesivas de piedra, cobre y hierro.
La manifestación más clara de este concepto se en­
cuentra en la obra de L. S. V e d e l S im o n s e n , especial­
mente en Udsigt over Nationalhistoriens aeldste og
maerkeligste Perioder, publicada en 1813-1816.

Al principio los utensilios y las armas de los primeros habi­


tantes de Escandinavia fueron hechos de piedra y madera. Luego
lós escandinavos aprendieron a trabajar el cobre y posteriormente
a fundirlo y endurecerlo... y finalmente a trabajar el hierro.
Desde este punto de vista, el desarrollo de su cultura puede divi­
dirse en una Edad de Piedra, una Edad de Cobre y una Edad de
Hierro. Estas tres edades no pueden separarse mediante límites
exactos, ya que se encabalgan las unas en las otras. Sin duda
alguna, el uso de los utensilios de piedra continuó entre los
gfupos más pobres tras la aparición del cobre, y de igual manera
los objetos de cobre siguieron usándose después de obtenerse el
hierro... Los útiles de madera, como es natural, se han deshecho,
y los de hierro están oxidados en la tierra; son los de piedra y
cóbre los que se encuentran mejor conservados.

El profesor R asm us N y e r u p (1759-1829), de la Uni­


versidad de Copenhague, publicó en 1806 su obra Over-
syn over Faedrelandets Mindesmaerker fra Oldtiden, en
la cual aboga por la formación de un museo nacional
danés de antigüedades. Durante muchos años Nyerup
había estado coleccionando tales antigüedades por su
cuenta y con ellas logró formar un pequeño museo en
la Universidad, de la que era bibliotecario. Pero no tenía
idea de cómo clasificarlas al insistir en la formación de
un museo nacional pensó qüe sólo tnediante una colec­
ción amplia y un éstudio cuidadoso podría hallarse la
información precisa acerca del pasado prehistórico. En
su libro confiesa que

todo lo que nos ha llegado del mundo pagano se encuentra en­


vuelto en una espesa niebla; pertenece a un espacio de tiempo
que nos resulta imposible medir. Sabemos que es más antiguo que
92 Historia de la Arqueología

el mundo cristiano, pero sólo podemos hacer conjeturas sobre si


su antigüedad es de varios años, o de varios siglos, o incluso
de más de un milenio.

Un año después de la publicación del libro de Nyerup,


con su triste confesión de fracaso, el gobierno danés
organizó una Comisión Real para la Obtención y Con­
servación de las Antigüedades Nacionales. Esta comisión
estaba encargada de formar un museo nacional de anti­
güedades danesas, velando por la conservación de mo­
numentos antiguos e históricos de Dinamarca, y también
tenía como tarea transmitir al público general la impor­
tancia y valor de las antigüedades. El {«opio Nyerup fue
el primer secretario de la comisión. Las colecciones que
él y su equipo consiguieron en las turberas, cámaras
mortuorias y estercoleros de antiguos lugares de asen­
tamiento en Dinamarca constituyeron el núcleo del Mu­
seo Nacional de Copenhague. C h r i s t i a n J u r g e n s e n
T h o m s e n (1788-1865) sucedió a Nyerup como secre­
tario de la comisión en 1816 y al mismo tiempo fue
nombrado primer conservador del Museo Nacional, pues­
to que ocupó hasta su muerte. Thomsen ordenó la
colección, clasificándola en las tres edades de la Piedra,
el Bronce y el Hierro, basándose en el material empleado
para fabricar las armas y los utensilios. Afirmó que la
clasificación representaba tres edades cronológicamente
sucesivas. En 1819 el Museo Nacional danés abrió sus
puertas al público. Estaba organizado según el sistema de
las Tres Edades y fue el primer museo o colección
privada organizada de semejante modo. Thomsen estaba
siempre presente para explicar al público los pormeno­
res de las colecciones y la base de la clasificación. En
sus conferencias como guía prestaba especial atención a
los campesinos, «porque — dijo— gracias a ellos vere­
mos ampliadas nuestras colecciones».
En 1836 se publicó una guía del Museo Nacional ti­
tulada Ledetraad til Nordisk Oldkyndighed (Copenhague,
1$36). Una edición inglesa de esta guía, traducida por
EUesmere y titulada A Guide to Northern Anti-
apareció en 1848. Thomsen fue el responsable
4. El sistema de las Tres Edades 93

de la sección dedicada a los monumentos y antigüedades


septentrionales, aunque dertas partes de su ensayo fue­
ron redactadas por otros miembros de la Comisión Ar­
queológica de la Real Sociedad de Antigüedades del
Norte. Los siguientes párrafos han sido tomados de la
sección de la guía escrita por Thomsen. .

S obre l o s d iv e r s o s p e r ío d o s a l o s que pueden r e f e r ir s e


LAS ANTIGÜEDADES PAGANAS

Nuestras colecciones son... aún demasiado recientes, y nuestras


datos, demasiado escasos pata poder llegar a conclusiones que
merezcan plena confianza en la mayoría de los casos. Los comen­
tarios que ahora ofrecemos, por tanto, deben ser tenidos en cuenta
simplemente a título de conjeturas destinadas a ser confirmadas
o rectificadas a medida que se presta al tema una mayor atención
global. Para facilitar este propósito daremos a cada uno de los
distintos períodos, cuyos límites, sin embargo, no pueden ser
establecidos con certeza, una denominación independiente.
La Edad de Piedra, o período en el cual las armas y los uten­
silios se hacían de piedra, madera, hueso o algún material seme­
jante, y durante la cual se supo muy poco o nada del uso de los
metales. Aun suponiendo que algunos de los objetos de piedra
siguieron siendo usados en épocas posteriores debido a la carestía
del metal o por ser más propicios para la celebración de ritos
sagrados, manteniendo, por consiguiente, la misma forma y el
mismo material que en los momentos más remotos de la antigüe­
dad, han sido, no obstante, hallados con tanta frecuencia en el
Norte, y tienen, además, en muchos casos sefiales inconfundibles
de desgaste, y a veces de haber ádo nuevamente pulidos, que no
puede dudarse de la existencia de un tiempo durante el cuál estos
objetos eran de uso común en las tierras septentrionales. Parece
indiscutible que la Edad dePiedra fue la primera edad durante
la cual nuestras regiones se vieroa habitadas por seres humanos
con características muy sem ejantes, según parece, a las de los
salvajes. Es natural que en las distintas zonas se empleasen espe­
cies particulares de piedra que en ellas se daban con mayor abun­
dancia y que eran a la vebc más adecuadas para la fabricación de
utensilios. El pedernal fue.por consiguiente, el material empleado
con más frecuencia m Dinamarca; en aquellas partes de Suecia y
Noruega donde fio ae éflcoeíitía el pedernal se usaron parcial­
mente otras clases de piedras, lo que influenciaba a veces la forma
94 Historia de la Arqueología

de los utensilios. Son raras las ocasiones en que aparecen obje­


tos de piedra en las zonas más septentrionales de Suecia y No­
ruega, lo cual parece indicar que estas regiones estuvieron escasa­
mente pobladas, si no deshabitadas por completo, en épocas
primitivas.
Parece probable que las grandes cámaras funerarias del Norte
se construyeron en torno al período durante el cual los metales
empezaban a usarse de manera paulatina y, sin duda, muy limi­
tadamente. En estas cámaras, como se ha observado anteriormente,
la mayoría de los cuerpos no aparecen incinerados, y con frecuencia
se ven a su lado urnas de tosca fabricación; en raras ocasiones se
encuentran objetos de metal, y en todo caso son escasísimos los
de bronce y oro; no hay resto alguno de plata o hierro, ya que
casi todos los objetos son exclusivamente de piedra o hueso, y la
mayoría de los ornamentos son de ámbar. Casi todas las prendas
de vestir parecen haber sido hechas de pieles de animales.
El siguiente período, según nuestra opinión, debe llamarse
Edad de Bronce, porque en ella las armas y los utensilios cor­
tantes fueron hechos de cobre o bronce, y se conocía muy poco
o nada del uso del hierro o la plata. Se aprecia no sólo en el
Norte, sino también en las tierras del Sur, que el metal que pri­
mero se menciona y que primero se utilizó es el cobre, bien en
estado puro o, como era frecuente en los tiempos antiguos, con
una pequefia porción de estaño para endurecerlo, aleación a la
que se ha dado el nombre de bronce. Fue en un período muy
posterior cuando se familiarizaron con el hierro, lo que parece
deberse a que el cobre se encuentra en un estado que Je permite
ser identificado como metal mucho más fácilmente que el hierro,
que para ser trabajado debe primero sufrir un proceso de fundi­
ción y purificación mediante un fuerte calor, operación que de­
bió ser ignorada por las gentes más antiguas. Cometeríamos sin
duda un gran error al suponer que los objetos de bronce eran
imitaciones de los que se fabricaban en la época del apogeo ro­
mano o que se fabricaron en aquel período en los países meri­
dionales y de allí fueron enviados, a través de las mitos comercia­
les, a Alemania y más al Norte. Hay que señalar que el mayor
número de estas antigüedades se encuentran precisamente en ks
regiones más alejadas, en el Norte, por ejemplo, o en Irlanda,
donde cabe suponer que el contacto con los romanos fue más
escaso. Además, hasta la conquista de la Galia por Julio César
y su avance hacia el Rin no se estableció una conexión firme
y permanente con el interior de Alemania, y ya mucho antes los
rom anos fabricaban sus armas y utensilios cortantes de hierro.
JPirece ser que una cultura más antigua, anterior a k expansión
4. £1 sistema de las Ttes Edades 95

general del uso del hierro, se difundió sobre k mayor parte de


Europa y que los productos de sus diversas regiones, muy ale­
jadas ks unas de las otras, guardaban gran semejanza. Al examinar
atentamente los utensilios cortantes y ks armas de bronce y las
asociaciones en que se encuentran en ks regiones septentrionales
nos veremos cada vez más forzados a creo; que su origen se debe
a aquella cultura primitiva y que también son de gran antigüedad
en los países del Sur. Si suponemos que los objetos proceden de
otros lugares o que son imitaciones, esto implica necesariamente
que en aquellos tiempos seguían estando en uso en dichos luga­
res, y sería absurdo pensar que los alemanes imitaron a los roma­
nos o recibieron de ellos algo cuyo uso habían descartado estos
últimos hacía ya tiempo. Por otra parte, al romperse las conexio­
nes internacionales o cuando éstas no eran más que el resultado
de emigraciones los descubrimientos y mejoramientos posteriores
pudieron fácilmente seguir siendo ignorados por unas gentes que,
si bien hablan estado familiarizadas con la anterior cultura, no
habían conseguido por sí mismas grandes progresos en su civili­
zación y que, por razón de su alejamiento y de k duración del
periodo temporal de su separación, no conocieron ks mejoras
y descubrimientos posteriores de los otros países cultos. Los es­
pecímenes que se encuentran en estos países ayudarán a dilucidar
k naturaleza y apariencia de objetos similares, de una antigüedad
muy remota, en regiones donde las artes lograron un progreso
bastante considerable en un período mucho más antiguo que en
el Norte... No conocemos ningún caso de hallazgos de especí­
menes pertenecientes a la Edad de Bronce con caracteres escritos,
aunque, por otra parte, el trabajo muestra tal grado de habilidad
que nos llevaría a suponer que el arte de escribir debió haber
sido conocido en ese período. No podemos suponer en modo
alguno que la piedra dejó de emplearse por «completo al iniciarse
el uso del metal; ocurrió en gran medida lo contrario, ya que ai
principio el metal era indudablemente caro, y por «lid evitaban
su utilización en k fabricación de objetos pésados. La mayoría
de los objetos de metal fueron fabricados en este período me­
diante el procedimiento de fundición, pero no estaremos muy
lejos de k verdad al suporier que k operación del martillado fue
llevada a cabo con un martillo de piedra sobre un yunque igual­
mente de piedra.
La Edad de Hierro es A terceto y último período de los tiem­
pos paganos, durante el cual se usaba el hierro para la fabricación
de objetos para los que este metal es especialmente apropiado,
sustituyendo pauktinamente al bronce. A esta clase dé objetos,
que se esforzarían en fabricar de hierro endurecido, pertenecen
96 Historia de la Arqueología

por supuesto toda dase de armas cortantes y utensilios. Por otra


parte, d bronce, durante está época, fue usado con igual profu­
sión para la fabricadón de adornos, mangos y dertos utensilios
domésticos, tales como cucharas y otros objetos semejantes. No
se puede inferir en modo alguno de estos especímenes de bronce
que un objeto pertenece a un período anterior a no ser que la
forma y los adornos, asi como la propordón alterada de la alea­
ción, lo indiquen. Si suponemos que se produjo una emigración
háda d Norte de las gentes oriundas de las costas dd mar Negro
en k época é t Julio César o algo más tarde, es probable que los
emigrares, familiarizados con d hierro, que se usaba con fre-
cueftda en d Sur en esos momentos, lo hubieran llevado con
ellos. Se ha creído que hubo un período de transidón, en d que
d Meno era mis precioso que d cobre y se usaba con poca fre-
cuenda; las hachas, por ejemplo, lo mismo que los pufides, se
hadan entonces en parte de cobre, d cud se áñadían unos bordes
laterdes de Meno. En un ejemplar de hacha que se cree pertenece
s este período de transidón y, por tanto, a los tiempos más anti­
guos de k Edad de Hierro se ha encontrado una inscripción en
caracteres rúnicos. Sin embargo, d ser estas piezas muy escasas
se deduce que dicho periodo debió ser de corta duradón. En cual­
quier caso, no está demostrado por completo que k transidón
d hierro se haya produddo de esta manera, ya que k combinación
de los metdes no era desconodda en tiempos posteriores, cuando
se usaban en los ornamentos. En el momento en que k atendón
de k gente fue atraída hada d hierro y los fines a los que podía
aplicarse, este metd, que Se encuentra con tanta abundancia en
Noruega y Sueda, debió haber reemplazado muy pronto d que
se venía usando hasta entonces.
Thomsen tenía como ayudante en el Museo a un
joven estudiante de derecho de Copenhague, que en
Jutlandia, su país natal, se había dedicado durante algún
tiempo a coleccionar antigüedades y excavar túmulos.
Este era J e n s J a c o b A sm u ssen W o r s a a e (1821-1885).
Con el tiempo fiegó a ocupar el puesto de Thomsen como
director del Museo Nacional, fue inspector general de
antigüedades en Dinamarca, Riksantiqvariet, y profesor
de arqueología en la Universidad de Copenhague. Fue,
ea palabras del profesor Brondsted, «el primer arqueó-
Idjjoprofesional*. Sólo por eso merecería ser recordado,
gtféii:>#ué además un hombre muy avahz«lo para su
IpQft. -fin 1843, cuando contaba solamente veintidós
4. £1 sistema de las Tre* Edades 97

años de edad» publicó Dañmarks Oldtid oplyst ved


Oiisager óg Gravhoje, traducido al inglés por William
J. Thoms y publicado en Oxford por Parkers en 1849
como The Primeval Antiquities of Denmark. Es una
obra extraqrdinaria. Hallamos en ella el reconocimiento
inequívoco de la necesidad del sistema de las Tres
Edades, la primera exposición de los principios de la
excavación, las ventajas del método comparativo y la
necesidad de interesar al público en los temas arqueo­
lógicos. Todo elogio parece insuficiente cuando llega la
hora de evaluar las contribuciones hechas por Worsaae.
Thomsen le llamó «asaltante de la gloria», y eso fue en
realidad. Al encontrarse sin dinero y decidido a aban­
donar el derecho y dedicarse al estudio de las antigüe­
dades de su país pidió una audiencia con el rey, Ghris-
tian V III, y gradas al estímulo de este monarca y al de
su sucesor, Federico V II, pudo Worsaae convertirse en
arqueólogo y llegar a ser el verdadero padre de la arqueo­
logía moderna. Los extractos de su obra Dañmarks
Oldtid aquí reproduddoS deben leerse teniendo siempre
en cuenta la fecha de su publicación (1843) y los relatos
de lo que estaba sucediendo en Egipto y en Gran Bre­
taña en aquel tiempo; y recordando siempre, también»
que Worsaae escribía quince años antes de la aparición
de la obra de Darwin The Origin of Spedes, que para
algunos representa los comienzos de la arqueología mo­
derna. La arqueología había llegado a su madurez mucho
antes, sin embargo, v existía yá cuando Thomsen abrió
el Museo Nadonal danés en 1819 y cuando escribió su
sección del Ledetraad. Por los, años en que Worsaae
redactaba si» í)atimarks Oldtid, en 1843, podía encon­
trarse en Dinamarca una disdplina en plena madurez que
tardó medio siglo en desarrollarse en la Europa occiden­
tal. Todo el proceso que va de Thomson a Montelius y
De Mortillet constituye ún pedido interesantísimo: re­
presenta el desarrollo1de la arqueología en el siglo xix.
Cualquier nación que te respete a si misma y a m indepen­
dencia no puede permanecer satisfecha tan sólo con la conside­
ra d a de tu ótuacióm «ccual. Debe necesariamente dirigir su aten-
Qlyn. Daniel, 7

i
98 Historia de la Arqueología

don hacia tiempos pretéritos con el fin de averiguar el linaje


original al que pertenece, en qué {daciones se encuentra con res­
pecto a otras naciones, si su pueblo ha habitado en d país desde
tiempos primitivos o si, por d contrario, emigró allí en un pe­
ríodo posterior y cuáles han sido los acontedmientos que le ha
deparado d destino para así comprender cómo ha llegado a ad­
quirir su carácter y condición actudes. Pues hasta que estos hechos
no se comprendan a fondo la gente no tendrá una percepción
clara de su propio carácter, ni se hallará en una situación propicia
para defender su independencia con energía y trabajar con éxi­
to para un desarrollo progresivo que fomente d honor y d bien­
estar de su pds.
Si nos fijamos ahora en los relatos más antiguos sobre Dina­
marca y sus habitantes, veremos que están envueltos en oscuridad
y confusión. Sabemos que los pobladores primitivos dd país no
pertenecían a la raza goda que ahora ocupa esta tierra y que está
muy allegada a los habitantes de Noruega y Sueda... puede uno
preguntarse cómo esperamos llegar entonces, basta cierto punto,
a un conocimiento claro de la historia primitiva de nuestro pds.
T d resultado.,, sólo en porte puede lograrse por medio de los
documentos existentes. Se hace, pues, necesario acudir a otras
fuentes... Una vez reconoddo este prindpio, se ha venido pres­
tando recientemente atención a los indudables monumentos de la
antigüedad que son los cromlech, las acumulaciones de piedras,
túmulos o montículos sepulcrdes, círculos de piedra, etc., que
aparecen espárddos por todo d pds, así como los múltiples y
diversos objetos de interés para los anticuarios que han sido des­
cubiertos.
Es bien sabido que se extraen frecuentemente de la tierra pie­
dras trabajadas por d hombre en forma de cuñas, martillos, cin-
cdes, navajas, etc... En la opinión de muchos de ningún modo
pudieron ser utilizadas como herramientas o utensilios, ya que
resultaba imposible tanto tallar como cortar con una piedra. Se
conduyó, pues, que fueron usadas por nuestros antepasados para
los sacrificios >que ofrecían a sus ídolos durante d predominio
dd paganismo; y así se dijo que los martillos de piedra se usaban
pata golpear a los sacrificados en la frente y que d sacerdote
que ofrendaba d sacrifido desollaba la pid con un dncd, tam-
hiét de piedra, cortándose pos fin la carne en pedazos con na­
vajas de piedra, etc. Se cree que los cromlech, cairns y tunados en
lot cuales se encuentran estos objetos fueron en parte lugares
d »«a oi& á o y m parte templos y tribundes de jtwtiria. Pero
attado algunas de las numerosas antigüedades de piedra fueron
f*»" yfo'ifrf obvias de haber súio muy
4. El sistema de las Tres Edades 99

usadas y desgastadas, se empezó a dudar si en realidad sé em­


plearon como instrumentos de sacrificio. Al cabo del tiempo sé
fijó la atención sobre el hecho de que, aun en la actualidad, en
varías islas de los mares del Sur y en otras partes existen razas
salvajes que, sin conocer el uso de los metales, emplean utensilios
de piedra con forma y adaptación idénticas a los que se desen­
terraron en Dinamarca en grandes cantidades, y además se mostró
la manera en que aquellos salvajes hacían uso de utensilios tan
sencillos y aparentemente tan inútiles. Después de esto nadie
podía ya dudar que nuestras antigüedades de piedra fueron utili­
zadas también como instrumentos en épocas en las que se deseo*
nocían los metales,o eran tan escasos y costosos que sólo los
poseían unos cuantos individuos. Es evidente por loS documentos
históricos que éste no pudo ser el caso en nuestro país mientras lo
habitaron nuestros antepasados los godos y, por tanto, debemos
buscar el origen de las antigüedades de piedra en una época
anterior; de hecho, como pronto veremos, entre los primeros
habitantes de nuestra patria.

Thomsen se había ocupado del material del Museo


Nacional de Antigüedades Danesas de Copenhague que
tenía que ordenar. Worsaae se ocupó de todas las anti­
güedades encontradas en Dinamarca y del problema, aún
más complejo, de su clasificación en algún tipo de se­
cuencia cronológica. En cierto lugar, con una frase muy
significativa, señala lo que Cunningtón y Colt-Hoare,
así como sus contemporáneos en Francia y otras pactes,
no habían apreciado: «En cuanto se señaló que la totali­
dad de estas antigüedades no podían en modo alguno
pertenecer a un mismo período, la gente empezó a apre­
ciar con mayor claridad la diferencia que existía entre
ellas.» Pero la gente a la que se refería con tanta deli­
cadeza era sólo un pequeño grupo de eruditos del norte
de Europa; los eruditos de Inglaterra, Francia y otros
lugares no lograbáü en aqúd tiempo apreciar nada «con
mayor claridad»: seguían preocupados por la niebla que
desconcertaba a Nyerpp. El extracto de Worsaae que
vamos a reproducir tiene especial interés por mostrar
cómo la existenda de comunidades de la Edad de Pie*
dra en otras partes del mundo, en el siglo xix, sirvió
para persuadirle a él y a otros de la posibilidad y de la
100 Historia de la Arqueología

realidad de una Edad de Piedra en el pasado del hombre.


Sus primeros argumentos se basaron en los artefactos y,
posteriormente, con más decisión, en los monumentos.

Podemqs ya asegurar con certeza que las antigüedades de la


época pagana pertenecen a tres clases principales, que a su vez
corresponden a tres períodos distintos. En la primera dase se in­
cluyen todos los objetos antiguos hechos de piedra, que debemos
suponer pertenecían al período de la piedra, como se le suele
llamar; es decir, al período durante el cual d uso de los metales
era totalmente desconoddo. La segunda clase comprende los ob­
jetos de metal más antiguos; éstos, sin embargo, aún no se
fabricabas con hierro, sino con una mezcla particular de metales,
una aleadón de cobre y de una pequeña pordón de estaño, a la
que se ha dado d nombre de «bronce», y por esta circunstanda
el período durante d cual se utilizaba comúnmente tal sustancia
ha sido llamado d período dd bronce. Finalmente, todos los
objetos que pertenecen al período en el que d hierro se conocía
y usaba de modo general se incluyen en la tercera dase y per­
tenecen al período dd hierro...
Para tener una idea justa sobre los primeros pobladores y las
reladones más antiguas de nuestro país no basta con atender
tan sólo a los objetos desenterrados. Es al mismo tiempo absoluta­
mente indispensable examinar y comparar cuidadosamente los
lugares en los que suden encontrarse las antigüedades; de otra
manera muchos puntos colaterales importantes no podrán ser
explicados, al menos de forma satisfactoria. Así, nos hubiese sido
difícil referir... los objetos antiguos a tres períodos sucesivos si
la experiencia no nos hubiese enseñado que los objetos que
pertenecen a distintas épocas suden encontrarse aisladamente...
No son los lugares donde por casualidad puedan encontrarse las
antigüedades, sino nuestras estructuras de piedra y los túmulos
los qt»e, con respecto al tema que acabamos de mendonar, mere­
cen ser objeto de una descripdón más especial, pues en cuanto
• las tumbas mismas sabemos que, en términos generales, contie­
nen tanto los huesos dd difunto como muchas de sus armas,
utensilios y adornos, enterrados junto con él. Es aquí, en conse-
cueoda, donde podemos normalmente esperar que se encuentren
rJHÜkx aquellos objetos que se usaron originalmente en un mis-
nft fMríodo... Los túmulos de Dinamarca, Noruega y Suecia, así
é t li» las antigüedades de estos países, fueron en época anterior
como pertenecientes a una clase, de manera que
4e los más diversos tipos se encontraban todos me?-
4. El sistema de las Tres Edades 101

dados como si fuesen de un mismo período. Por esta razón seña­


laremos brevemente las clases principales de monumentos daneses
reconocidos...
Los montículos sepulcrales y los objetos antiguos más primi­
tivos pueden generalmente dividirse en tres clases: los del período
de la piedra, los del período del bronce y los del período del
Metro, incluyendo este último las piedras monumentales inscritas
o piedras rúnicas, término con el que se conocen comúnmente.

Worsaae fue genial no sólo por saber cómo estudiar


los monumentos antiguos de Dinamarca y cómo obtener
un marco prehistórico de los difíciles materiales de la
arqueología, sino también por ser el primer arqueólogo
comparativo verdadero. Le sucedieron muchos otros, en­
tre los cuales destacan los nombres del sueco Oscar
Montelius y el australiano Vere Gordon Childe. Fue
consciente de lo absurdo que resultaba estudiar aislada­
mente el pasado de una nación, y en los extractos que
aquí ofrecemos de su obra The Primeva! Antiquities of
Denmark queda bien patente su creencia en el método
comparativo y su apasionada convicción de la necesidad
de interesar al público por la arqueología.
Para que los monumentos daneses puedan aparecer bajo su ver­
dadera luz y conexión será importante averiguar en qué regiones
de otros países se han observado elementos semejantes de la anti­
güedad. Sin tal examen general resultaría muy difícil llegar a
conclusiones históricas satisfactorias...
La división de los tiempos antiguos en Dinamarca en tres pe­
riodos se basa exclusiva y enteramente en el testimonio mismo
de las antigüedades y los túmulos, {mies las antiguas tradiciones
no mencionan la existencia de un tiempo en el cual, por falta de
hierro, se hicieron las armas y herramientas cortantes de bronce.
Por eso muchos mantienen que nó se puede dar importancia o
crédito a esta división en tres épocas, ya que los objetos que se
supone pertenecen a ellaspueden proceder del mismo período,
pero de clases diferentes de gente. Asi, piensan que los objetos
de bronce, que se distinguen por la belleza de sp^i^ari&ión,
pueden haber sido usados por gente adinerada, n fiR raM ew ^ s
de hierro pertenecerían a los menos ricos, y losf £ piedfc, a 1h
pobres. No puede decirse que esta suposición sU>ase <■ hechm
probables, y mudto menos en un perfecto co o M m e t» de Jw
restos de la antigüedad. ^ •*&/
102 Historia de la Arqueología

Es muy cierto que las herramientas y armas de piedra y bronce,


y quizá también de piedra, bronce y hierro, se han usado, como
ya se ha señalado, en períodos de transición, cuando el bronce
o el hierro eran escasos en el país y, consecuentemente, muy
caros; sin embargo, es también cierto que hubo tres períodos dis­
tintos en los cuales prevaleció el uso de la piedra, el bronce o el
hierro por separado y de modo muy característico. Pues si se ad­
mite que los objetos de bronce pertenecían tan sólo a los ricos,
¿cómo puede pensarse que no hubo o hubo extraordinariamente
pocos ricos en las regiones del norte de Suecia y en toda Noruega,
donde, como es bien sabido, los objetos de bronce son, hablando
relativamente, de los hallazgos más raros? Además, no es nada
probable que los ricos empleasen un metal inferior como el
bronce para sus herramientas y armas, mientras que los menos
ricos poseían el superior; es decir, el hierro.
La experiencia nos ha mostrado que ciertas costumbres de inhu­
mación y todas las circunstancias que las rodean son muy precia­
das y conservadas por los pueblos que se mantienen en un grado
inferior de civilización y son abandonadas sólo al ser subyugados
por pueblos extranjeros más poderosos o al dejar de ser gentes
independientes. En el período de piedra y en el de bronce las
ceremonias funerarias y los túmidos eran completamente distintos,
y encontramos, por tanto, justificado afirmar que la raza que
habitaba Dinamarca en el período del bronce era distinta de la
que, en el período de la piedra, sentó las bases para el pobla-
miento del país. Esto se ve claramente en las antigüedades, ya
que no existe una transición gradual de los sencillos utensilios
y armas de piedra a los de bronce, cuya elaboración muestra una
gran belleza. Por otra parte, no se puede asegurar que las gentes
del período del hierro fuesen una tercera raza, que inmigró en
. fecha posterior a la que había habitado el país durante el período
del bronce, pues aunque las antigüedades y los túmulos de éstos
dos períodos no son en absoluto del mismo tipo, sin embargo,
la diferencia no es ni tan notable ni tan evidente como para per­
mitimos suponer la existencia de dos razas humanas totalmente
distintas. Un mayor desarrollo de la civilización, y en especial
un intercambio más activo con otras naciones, pudieron haber
provocado fácilmente, en un período más avanzado dd paga-
■(«* 0, una alteración extraordinaria tanto en los gustos predo-
e> como en las formas de enterramiento. Lo más que po-
dtcir por el momento es que Dinamarca, durante el
h¿etro, pudo haber recibido, gracias a pequeñas in-
jfe ; países vecinos, nuevas partes constituyentes de
V
4. El sistema de las Tres Edades 103

Como apéndice a su libró, Worsaae publicó un breve


ensayo titulado «On the Examinatiott of Barrows and
the Preservation of Antiquities», y el siguiente extracto
proviene de este trabajo. Es sorprendente por su visión
moderna, especialmente st recordamos que se publicó
por vez primera en Dinamarca en 1843 y que es plena­
mente contemporáneo con las excavaciones de túmulos
de la British Archaeological Association, cuya primara
reunión tuvo lugar en Canterbury en 1843 y que apa­
reció sólo veinte años después de la muerte de Belzoni.
En general, es de desear que los antiguos túmulos pertenecien­
tes a la época pagana no se abran ni se destruyan. En algunas
zonas del país aparecen en tal abundancia que constituyen un
serio impedimento para la agricultura, y además contienen una
gran cantidad de piedras que en muchos casos pueden ser de gran
utilidad. De todas formas merecen ser protegidos y conservados
en el mayor número posible de los casos. Son monumentos na­
cionales que, como puede decirse, cubren las cenizas de nuestros
antepasados, y por esta razón son un patrimonio nacional que ha
ido pasando durante siglos de una raza a otra. ¿Destrozaremos,
pues, sin miramiento alguno aquellos venerables restos de tiem­
pos antiguos, sin ninguna consideración hada nuestros descen­
dientes? i Quebrantaremos la paz de los muertos para lograr unos
frutos exiguos?
Innumerables túmulos han sido destruidos por gentes <|ue es­
peraban hallar en ellos ricos tesaros. La experiencia, sin embargo,
muestra que los objetos de valor son escasos, que apenas uno
entre dentó contiene algo de cierta consideración... no existen
incentive» para abrir los túmulos. Lo único que puede propor-
donar alicientes para ello e? el deseo de conseguir informadón
respecto a la historia antigua de nuestros ancestros. Péro incluso
las investigadones de este tipo no siempre pueden considerarse
deseables, y nunca deben realizarse por razones de una curio­
sidad inoportuna (sic, pero ¿no jetá mis bien irradonal? —G. D.)
o superfidal: deberán set realizadascon gran cuidado y por gente
inteligente que sepa utilizar los objetos descubiertos en provecho
de la denda... , ¡
Si un túmulo ha de «er fañosamente derruido, antes debería
hacerse una descripción detallada de su forma externa, su altura
y circunferencia. Esta desctipdón ha de explicar si se encuentra
rodeado o cercado de piedras grandes, si en su centro hay cámaras
de piedra, si es conoddo por algún nombre especial, si existen
104 Historia de la Arqueología

tradiciones asedadas con él y, finalmente, si existen monumentos


similares en el miaño distrito y en qué cantidad. Sería natural­
mente una gran ventaja si la descripción fuese acompañada
de dibujos del túmulo. Ya que resulta importante conocer su
condición interna, la relación que pueda existir entre la tumba
y los objetos depositados en ella, se deberá proceder a examinar
el enterramiento con todas las precauciones posibles. Si el túmulo
es del tipo cónico usual, lo mejor será excavar a través de él
desde el Sureste al Noroeste, con una trinchera de unos ocho pies
de ancho, que en las investigaciones más completas puede ser
a su vez atravesada por otra similar con dirección Suroeste-Noreste.
A menudo basta con excavar el túmulo desde su cima por medio
de una cavidad redonda y amplia que vaya hasta el fondo del
montículo, que siempre se encuentra al mismo nivel que el cam­
po circundante, ya que las tumbas más importantes suelen hallarse
en el centro de la base. No obstante, es aconsejable hacer una
trinchera que vaya desde la cavidad central hacia el lado sureste
del túmulo, puesto que es allí donde a menudo se encuentran
las tumbas, y de otra tornera resultaría muy difícil extraer la
tierra de la cavidad central cuando ésta llega a tener una pro­
fundidad de varios pies.
En cuanto se ha comenzado a excavar la trinchera y se remueve
la primera capa de tierra y vegetación deberemos observar si
bajo las piedras se encuentren vasijas de barro con cenizas y
huesos quemados. Esta* vasijas, pof su grari antigüedad, son tan
extremadamente frágiles que sólo con el más riguroso cuidado
pueden ser extraídas sin sufrir daño. Una vez apartadas con cui­
dado las piedras contiguas, el modo mejor y más seguro de
extraer las urnas es el de introducir una tabla entre ellas y colo­
carlas luego al aire libre; de este modo, d barro, tras unas
horas, vuelve a recobrar su resistencia... Es necesario preservar
los esqueletos, y especialmente los cráneos; incluso los huesos
de aquellos animales que han sido enterrados con el muerto pue­
den tener valor para la Ciencia...
En tales excavaciones suele considerarse importante que los
pozos no sean demasiado estrechos, sino, por el contrario, bastante
anchos en la cima, ya que siempre resulta necesario ir estrechán­
dolos a medida que se desciende pata evitar que se derrumben...
Después de los túmulos, las turberas son los depósitos más im­
portantes de antigüedades. Los objetos descubiertos en ellítS tienen
una ventaja sobre los que se extraen de la tierra, y es que se
encuentran en un estado de conservación muy superior. En las
turberas, por ejemplo, puede esperarse, encontrar hachas de pie­
dra con sus mangos de madera primitivos, e incluso cuerpos que
4. El sistema de las Tres Edades 105

«¡H llevaban puestas sus vestiduras, como se han hallado algunas


veces en las excavaciones. Por tanto, resulta doblemente impor­
tante tener el mayor cuidado posible al excavar en la turba en
cuanto se observen huellas de algo excepcional. El método más
conveniente es excavar con cuidado en tomo al lugar y procurar
extraer todos los objetos que contiene sin dañarlos. No ha de eli­
minarse inmediatamente la masa de turba que los rodea, pues las
partes terrosas se separan fácilmente una vez que se secan al
aire Ubre. Al mismo tiempo, no conviene secar todos los especí­
menes al sol o bajo un calor intenso, pues los objetos que
no son de piedra o metal se encogen mediante este procedi­
miento...
Una regla muy importante es que todas las antigüedades, in­
cluso las que parecen más triviales y más comunes, deben ser
conservadas. Las cosas más fútiles a menudo proporcionan infor­
mación importante al examinarlas en conexión con una colección
más amplia. No ofrece reparo alguno el hecho de que aparezcan
con frecuencia, pues los resultados históricos sólo pueden dedu­
cirse mediante la comparación de numerosos especímenes contem­
poráneos... las antigüedades tienen valor con respecto al lugar
en que se encuentran. Las leyes de Dinamarca establecen que
todo el oro, la plata y otros objetos de valor desenterrados deben
ser enviados a las colecciones reales y que se deberá pagar el
valor total del metal al descubridor. Este acuerdo, por supuesto,
no se aplica a los objetos de madera, piedra o barro; y, sin
embargo, es de desear que sean enviados a la colección nacional,
el único lugar donde, dé hecho, pueden ser de alguna utilidad...
Las gentes que no poseen conocimientos sobre los objetos an­
tiguos harían bien, al descubrir algo interesante, en recurrir al
clérigo, al maestro o a cualquier otra persona instruida que se
encuentre en la localidad y pueda determinar cuáles son los objetos
que merecen una especial atención. A este- respecto sería de gran
utilidad que varios hombres instruidos formasen, a lo largo de
todo el país, una asociación, por ejemplo, en cada una de las
parroquias más numerosas, o al menos en cada distrito, para
evitar que se destruyas las antigüedades más importante, para co­
operar con las gentes del pueblo examinando los túmulos y con­
servando los restos. (Véase lámina 6.)

Ginco años antes de la aparición de la obra de Worsaae


Danmarks Oldtid, Sven N ilsson (1787-1883), que por
entonces llevabaveintiséis años como profesor de zoolo­
gía en Lund, había publicado el primer número de su
106 Historia de la Arqueología

Skmdinaviska Nordens Urivanare; el cuarto y último


número salió en 1843. Una tercera edición, revisada por
el autor y editada con una introducción de Sir John
Lubbock, se publicó en Londres en 1868 bajo el breve
título de The Vrimitive Inhabitants of Scandinavia, pero
con un subtítulo larguísimo, que dice lo siguiente: An
essay ott Comparative Ethnography... containing a
description of the implements, dwellings, tomhs, and
mode of living of the savages in the North of Europe
during the Stone Age. El extracto que viene a continua­
ción pertenece a esa edición:
En el presente volumen he intentado, mediante un nuevo mé­
todo, adquirir conocimientos sobre los primeros habitantes de la
península escandinava y contribuir así, en cierta medida, a la
historia del desarrollo gradual de la humanidad. Estoy cada vez
más convencido de que, lo mismo que en la Naturaleza somos
incapaces de concebir correctamente la importancia de los objetos
individuales sin poseer úna perspectiva clara de la propia Natu­
raleza considerada en su totalidad, del mismo modo somos inca­
paces de comprender adecuadamente lo que significan las anti­
güedades de un país concreto, sin comprender claramente que se
trata de fragmentos de series progresivas de civilizaciones y que
la raza humana ha estado siempre, incluso en la actualidad, avan­
zando firmemente en su civilización...
Las tribus más antiguas de las que hallamos huellas en todos
los países muestran, por los restos que han dejado y por lo que
hasta el momento hemos podido descubrir, que pertenecían a una
taza de seres instalados en el más bajo nivel de la civilización:
sus viviendas eran las grutas de montaña, las cuevas subterráneas
o las cavernas de piedra; sus utensilios para la caza y la pesca
eran esquirlas de piedra mal tallada; no tenían más animal do­
méstico que d perro; ni ganado, ni agricultura, ni una lengua
escrita. Entre este estado, el más bajo en el que podemos ima­
ginar a los seres humanos, y el estado más civilizado de la socie­
dad al que son capaces de llegar existen muchos grados o etapas
intermedias de desarrollo.
Toda nación ha tenido o tiene que pasar por cuatro etapas
antes de alcanzar su más alto desarrollo social. Aparece como
i»{paje, como nómada, como agrícultora o como poseedora de un
lenguaje escrito y dinero acuñado, así como de Una división
d d trabajo entre los miembros diversos de la sociedad.
L El salvaje tiene pocas necesidades, aparte de ks materiales
4. £1 sistema de las Tres Edades 107

que intenta satisfacer tan solo momentáneamente. Todas sus pre­


ocupaciones, todo su placer, se concentra en satisfacer el hambre
de cada día, proteger su cuerpo del calor y del frío cuando sea
necesario, preparar su cubil para la noche, satisfacer el instinto
de reproducción, así como proteger y cuidar instintivamente a su
prole. Piensa y actúa teniendo en cuenta sólo el día de hoy, y no
los días venideros. En este estado el hombre es necesariamente
cazador y pescador, especialmente en aquellas regiones donde es­
casean las frutas y bayas o desaparecen por completo durante
la mayor parte dd año. El salvaje, pues, no tiene otra alternativa:
ha de pescar y cazar o perecer...
Pero incluso entre los salvajes encontramos indicios de una re­
ligión. Con el tiempo la experiencia despierta gradualmente la
reflexión: el hambre resulta un molesto huésped que se presenta
inevitablemente cuando el salvaje no ha logrado cazar nada du­
rante un día o dos. Surge entonces la prudente idea de reservar
parte de la carne del día o incluso de llevarse con él el ternero
o cervatillo cuya madre quizá acaba de matar, y reuniendo varios
más, forma al fin un rebaño y se convierte en
2. El pastor (nómada), que vive fundamentalmente del pro­
ducto de su ganado; la carne de los animales domésticos se con­
vierte en su alimento; la leche, en su bebida; las pieles, en sus
vestidos. La caza y la pesca, sus ocupaciones principales en el
pasado, constituyen ahora un quehacer ocasional. Existen varios
tipos de nómadas: algunos de ellos habitan en lugares fijos sola­
mente en invierno, emigrando en verano con sus tiendas de un
lugar a otro; y existen también otros que no llegan a establecerse
en ningún lugar, sino que, vagando continuamente con sus re­
baños, viviendo en chozas móviles, o cobertizos rodantes tirados
por el ganado, o én tiendas extendidas sobre estacas y transporta­
das a lomo por el ganado durante su deambular...
Se cansa al fin de su vida errante (o mejor dicho, se ve obli­
gado a abandonarla, ya que el territorio se ha hecho demasiado
pequeño para la creciente población con sus rebaños); construye
cobertizos para el ganado y almacena el forraje en graneros; que­
ma un trecho de bosque y en sus cenizas siembra maíz. Su primer
campo de labranza es un lug»r donde los árboles han sido talados,
un claro en el bosque, y su primer arado es la azada. Y así, el
nómada llega a convertirse poco a poco en
3. El agricultor y adquiere una posición social más estable.
Las tiendas móviles dejan paso a viviendas fijas; los maizales
labrados producen cosedlas más ricas cuanto más se cultivan; los
bosques que rodean su hogar le propordonan combustible y ma­
teriales para la construcrión; los campos le abastecen de hierba
108 Historia de la Arqueología

y forraje de invierno para su ganado, e incluso las aguas le ofre­


cen su tributo...
EL maizal y los pastos de un hombre, su bosque, su mina, sus
lagos y ríos, satisfacen la mayoría de sus necesidades; no todas,
ciertamente, aunque, por otro lado, algunas de estas necesidades
son satisfechas en demasía. Los objetos sobrantes por ello pueden
ser cambiados por otros para satisfacer las demás necesidades;
pero la presencia del agricultor en su propiedad es constante­
mente requerida; el comercio primigenio, basado en el trueque,
se hace incómodo, quizá incluso imposible; algún objeto que
tiene una demanda general y que posee gran valor dentro de un
ámbito reducido se convierte en el medio de intercambiar todo
tipo de productos; en otras palabras, se convierte en dinero. Al
principio su valor deriva de su peso, pero este arreglo lleva con­
sigo ciertos inconvenientes, que se evitan cuando parte del ob­
jeto con peso y ley fijos, y con su valor impreso sobre él se
convierte en dinero acuñado. Gracias a este sistema, y también
gracias a una lengua escrita, el agricultor se adentra en
4. El cuarto estadio de civilización, con una clase de sociedad
mucho mejor organizada, en la que el trabajo se divide entre sus
divasos miembros. Surgen las distintas profesiones (a veces lla­
madas rangos)... Así, la nación, mediante la organización de la
sociedad, es capaz de cumplir de manera más perfecta la misión
que le ha sido designada: adquirir el grado más alto de cultura
y el estado más alto de civilización.
5. La mayoría de edad de la arqueología

En los tres capítulos anteriores hemos visto cómo


llegó a convertirse la arqueología en una disciplina cons­
ciente y científica, tras una etapa representada por anti­
cuarios y aficionados durante los siglos xvi, xvn y x v i i i .
Los aficionados y los viajeros más serios trajeron con*
sigo información superficial sobre antigüedades extran­
jeras, e incluso frecuentemente, como hemos visto, no
sólo información, sino también algunos objetos antiguos.
En d siglo xvn teólogos como el arzobispo Ussher
y el obispo Lightfoot elaboraron una cronología exacta
del mundo y del hombre basada en los cálculos que se
encuentran en el Génesis? fueron estos cálculos los que
establecieron la fecha de 4004 a. J. C. pata el origen
del mundo y de la humanidad, y esta cronología fue am­
pliamente aceptada. La fecha de 4004 se imprimió en el
margen de la versión autorizada de la Biblia; Shake­
speare pone la frase siguiente en boca de Rosalind: «El
pobre mundo tiene casi seis mil «io s » (As You Ldke it,
IV, 1).
La nueva geología hizo que esta breve cronología dd
109
110 Historia de la Arqueología

mundo resultara increíble. Se basaba en la doctrina del


uniformitarianismo, el principio que mantiene que sólo
los procesos que tienen lugar y pueden ser observados en
el momento presente pueden ser aceptados como expli­
cación de la formación de la superficie de la tierra en
el pasado; la geología fluvialista, según la expuso Sir
Charles Lyell en su obra Principies of Geology (1830-
1833), rechazaba por completo la antigua geología ca­
tastrófica o diluvialista, como era denominada a menudo
por interpretar los testimonios que ofrecían las rocas
como prueba de un diluvio universal. La nueva geología
fluvialista no sólo señalaba a la tierra y al hombre una
edad muy superior a los seis mil años: hizo también que
la gente volviese a mirar con ojos nuevos los antiguos
descubrimientos de hombres como Frere, Tournal y el
padre MacEnery, mientras los nuevos hallazgos reali­
zados por Boucher de Perthes en el Somme y por Wil-
liam Pengelly en Devonshire labraron el camino para las
famosas declaraciones hechas en Londres en 1859, en la
Royal Society y la Society of Antiquaries of London.
El sistema de las Tres Edades, organizado por los ar­
queólogos escandinavos como base teórica para examinar
el pasado del hombre y como un modo práctico de orga­
nizar un museo, demostrado además gracias a las excava­
ciones llevadas a cabo en los túmulos y turberas daneses,
sugirió la manera de dividir la larga prehistoria de la
humanidad. Y ya en 1859 se publicó el Origitt of Species,
de Charles Darwin; aunque la teoría de la evolución, de
hecho, había sido expuesta en dos declaraciones separa­
das por Wallace y Darwin, en los Proceedings of the
Linnean Society de 1858.
Al principio Darwin no expresó opinión alguna acer­
ca de las consecuencias de su teoría en relación con el
problema de la antigüedad dd hombre, ni tampoco se
refirió en Origin of Species a la tantas veces repetida
semejanza anatómica entre el hombre y los monos, ex­
cepto para afirmar: «Se hará luz sobre d origen del
hombre y su historia» (Light toill be thrown on the
origin of man and his history). Así es como aparecía
5. La mayoría de edad de la arqueología 1U

la frase en la primera edición; Loren Eiseley nos ha


recordado que, en ediciones posteriores, la frase fue al­
terada, de modo que comenzaba: «Una luz potente se...»
(Much light will be.,.) '. La extensión del darwinismo
al hombre se debe en gran parte a T. H. Huxley, que
en 1863 publicó su Maris Place in Natare. La obra
Descent of Man, de Darwin, apareció en 1871. Se alega
a veces que el verdadero responsable del desarrollo de la
arqueología fue The Origin of Species. Citaremos ahora
a Gráhame Clark, en Archaeology and Society (3.a edic.,
1957);

Fue posible, bajo la vieja distribución, que la arqueología se


desarrollara a partir del anticuarismo, e incluso que se perfilasen
los rasgos principales de la prehistoria secundaria en algunas par­
tes de Europa: después de todo, las Tres Edades de Thomsen
cabían dentro del espacio cronológico del arzobispo Ussher, so­
brando varios miles de años; pero definitivamente no había lugar
para el hombre del Paleolítico. Hacía falta una revolución en las
ideas sobre la naturaleza y antigüedad del ser humano como un
organismo, antes de que pudiera nacer la mera noción de pre­
historia primaria. Tal revolución ocurrió al publicarse él Origin
of Species, de Charles Darwin, en 1859. La idea del transformismo
había sido popular durante el siglo anterior, pero la evolución
de las especies no llegó a ser aceptada como hipótesis hasta que
Darwin formuló su teoría coherente, y para muchos científicos
convincente, de la selección natural. La importancia de esta teo­
ría para la posición .del hombre era tan evidente como provoca­
tiva frente a las antiguas creencias. En palabras de Huxley, la
aceptación de los puntos de vista de Darwin significaba «el au­
mento, en largas épocas, de los cálculos más generosos, hechos
hasta el momento, sobre la antigüedad dd hombre».., La gran
extensión dd ámbito de la historia humana, implícita en la idea
de que d honjbré surgió de una espede animal precedente, en un
período remoto de tiempo, subraya la necesidad de encontrar
fósiles que den testimonio de su desarrollo tanto cultural como
biológico.

Otros han pensado que el desarrollo de la arqueología


y antropología modernasno fue resultado de The Origin
of Species. Tal fue tí punto de vista de Andrew Lang,
al afirmar que el inicio de la antropología no se debía
112 Historia de la Arqueología

probablemente tanto a la famosa teoría de Darwin


sobre la evolución como a los descubrimientos, ignora­
dos o ridiculizados durante mucho tiempo, de vestigios
del hombre del Paleolítico realizados por M. Boucher
de Perthes2.
El origen de cualquier cosa siempre resulta complejo
y rara vez puede ser atribuido a una sola causa; la nue­
va geología, el sistema de las Tres Edades, el descubri­
miento de las antigüedades de Egipto y del Mediterrá­
neo, la doctrina de la evolución, todos estos desarrolles
dieron lugar a la aparición de la disciplina arqueológica
en la década de 1860. Sin duda, la doctrina de la evolu­
ción, tras su aceptación, favoreció el desarrollo de un
nuevo clima ideológico en el que podían crecer y florecer
la arqueología y la antropología. Como ya he sefialado
en otro escrito3:
Este nuevo enfoque del pensamiento científico, con su énfasis
en el unifbrmismo y la evolución, permitió que los descubrimien­
tos de Pengelly y Boucher de Perthes fuesen aceptados sin vaci­
lación alguna, mientras que tan sólo una generación antes, cuando
tríuníabaJi la-.inmutabilidad de las especies y el diluvianismo
catastrófico, los descubrimientos de Schmerling y MacEnery ha­
bían pasado inadvertidos o fueron rechazados con desdén. La
doctrina de la evolución no sólo consiguió que la gente se encon­
trase más dispuesta a creer en la antigüedad del hombre; logró,
además, que los utensilios toscamente tallados de Devon y el
Somme resultasen verosímiles, e incluso esenciales. Si el hombre
había evolucionado gradualmente desde un ancestro prehumano
sin cultura hasta la criatura culta de Egipto y Grecia, entonces
debían existir huellas de su cultura primitiva en los niveles geo­
lógicos más recientes. Las creencias evolucionistas no sólo dieron
autenticidad a las hachas de mano de Boucher de Perthes, sino
qúe hicieron necesario el hallazgo de más pruebas de la cintura
humana primitiva y el descubrimiento de restos de otras etapas
qbe, partiendo de las sencillas herramientas, llegaran hasta los
complejos conjuntos materiales y edificios de las civilizaciones his­
tóricas primitivas que nos son conocidas.

Muchos escritores han resaltado el papel que desem­


peñaron los eruditos ingleses en el nacimiento <de la
arqueología, a mitad del siglo xix. Así, Sir Atthur
6. Hallazgos y desciframientos 213

> A pesar de que la comisión de anticuarios franceses en Petsia


describió, hace unos cuantos años, la imposibilidad de copiar las
inscripciones de Behistun, no ¡consideré excesivamente peligroso
el trepar hasta donde se encontraban. Cuando vivía eá Kay
manshah, hace quince años, y esa más activo qtíe en el presente,
tenía con frecuendá la costumbre de escalar la roca tres ó cuatro
veces al día sin ayuda de cuerdas o escaleras. Durante mi última
visita pensé que era más conveniente ascender y descender me­
diante escaleras, allí dónde la montaña forma una hendidura
como un predpido, y tirar una plancha de madera sobre alguna*
simas, en las que un paso en falso o un resbalón podrían ser
probablemente fatales. Al alcanzar la plataforma que contiene el
texto persa, son indispensables las escaleras para examinar la
parte superior de la pared, y aun con ellas existe un ritsgfr éob-
siderabte, pues el borde es tan estrecho, alrededor de 18 pulgadas
o a lo sumo dos pies de anchura, que con una escalera lo bastante
alta no se consigue la inclinadón suficiente como para pete
pueda ascender una persona, y si se acorta la escalera pata in­
crementar la inclinadón, la parte superior de la inscripdón s81o
puede copiarse poniéndose de píe en el último escalón, sin nié*
gún otro apoyo que empujar el cuerpo contra la roca sobre el
brazo izquierdo, mientras esa mano sujeta el libro de notas y
con la derecha se maneja el lápiz. En esta posición copié todas
las inscripáones superiores, pero el interés del trabajó disipó
cualquier sensadón de peligro.
Para alcanzar el lugar donde está la transcripción esdta del
texto de Dorio las dificultades son mucho mayores, ya que étt
la parte izquierda de esa zona no hay ningún punto para suje­
tarse. A la derecha, donde la cornisa, que Se extiende unos pocos
pies hada atrás, se encuentra con el textó persa, la superficie de
la roca presenta uh predpido escarpado, y es necesario salvar
este espado intermedio entre ¿1 lado izquierdo de la pared y «l
borde de un pie de anchura por la parte izquierda de la cornisa.
Puede construirse ún puente sin ninguna dificultad con escaleras
de la suficiente longitud, pero mi primera tentativa para cruzar
el predpido fue infortunada y pudo haber sido fatal, porque ha­
biendo colocado previamente mi única escalera, de forma que
tuviera la inclinación necesaria para copiar la parte superior de
las inscripdónes persas, me di cuenta, cuando fui a ertMMrla
sobre la cornisa para hacer lo mismo con la transcripdóa esdta,
que no era lo sufidentemente larga para apoyarse de plano sóbre
el borde que estaba más lejos. Una parte de la escalera alcanzaba
solamente d punto más cercano del borde y hubiera sido im*
posible cruzar en esta posidón. La cambié entonce» de la p o »
5. La mayoría de edad de la arqueología 113

Keith escribe que «en el breve período... 1849-1860,


un pequeño grupo de ingleses... le dieron al hombre una
historia nueva de sí mismo y de su civilización»4. Había
en Inglaterra, en aquel tiempo, un grupo de brillantes
científicos interesados en diversos aspectos del pasado
del hombre: Charles Lyeü, Charles Darwin, Joseph
Prestwich, John Evans, Thomas Huxley, George Busk,
John Lubbock, Hugh Falconer, Francis Galton, E. B. Ty-
lor; esta breve lista constituye toda una galaxia de talento
y genio incluida, como Sif Míchael Sadleir afirmó de
uno de ellos, «en la brillante luz solar que se esparció
sobre Inglaterra en medio de dos períodos de temporal
y tormenta»5. Pero existieron hombres semejantes en
otros países, y podemos contemplar el nacimiento y las
primera etapas del desarrollo de la arqueología en los
escritos de tres hombres que provienen de tres países
distintos: Morlot, de Suiza; Lubbock, de Inglaterra, y
Montelius, de Suecia.
A. M o r l o t , profesor de geología en la Academia de
Laussanne, se íntere.só mucho por el desarrollo del sis­
tema danés de las Tres Edades; de hecho^en-tierta oca­
sión afirmó que el desarrollo de la arqueología prehistó­
rica se debía realmente a la difusión por toda Europa
de las ideas de Thomsen, Worsaae y Nilsson. Este
sistema fue adoptado en Suiza, y cuando durante el in­
vierno extremadamente seco de 1853-1854 los niveles
inferiores del lago de Zurich mostraron los restos de
pilotes de madera, y de hachas de piedra, cerámica y
madera chamuscada, los suizos comprobaron que tenían
su prueba particular del sistema de las Trep Edades en
los palafitos de la Edad de la Piedra, la Edad del Bronce
y la Edad del Hierro. El doctor Ferdinand Keller, de
Zurich, examinó estos hallazgos; Sus informes, con adi­
ciones, se tradujeron id ,:-y fuéron publicados en
1866 bajo el título de The Lake Üwéllings of Swit-
zerland and otber parts of Burope. Morlot, en su Legón
d’ouverture d’un cotas sur la haute antiquité fait á
l’Académie de Laussanne, publicado en 1860, resumió
los descubrimientos de ios palafitos. En el mismo año
Glyn Daniel, 8
114 Historia de lá Arqueología

publicó Etudes géologico-archéologiques en Danemark et


en Saisse (volumen 46 del Bull'etin de la Société Vau-
doise des Sciences Naturelles). Se tradujo al inglés como
General Views on Archaeology, y la Smithsonian Insti-
tution lo publicó en 1861. El siguiente extracto perte­
nece a esta traducción.

Apenas ha transcurrido un siglo desde los días en que hubiera


parecido imposible reconstruir la historia de nuestra tierra antes
de la aparición del hombre; peto aunque faltaban historiadas
contemporáneos de esta inmensa era anterior a la aparición del
hombre, no ha dejado, sin embargo, de proporcionarnos una serie
bien ordenada de vestigios muy significativos. Los grupos de
animales y vegetales que han aparecido y desaparecido sucesiva­
mente han dejado sus restos fósiles en los estratos sucesivos dé
los distintos periodos. Así se ha elaborado, gradual y lentamente,
una historia de la creación, escrita, por así decir, por el mismo
Creador. Es un libro magnífico, cuyas páginas aparecen bajo la for­
ma de tocas estratificadas, que se suceden las unas a las otras
en el orden cronológico más estricto, mientras que los capítulos
están representados por las cadena montañosas...
El desarrollo de la arqueología -ha sido muy parecido al de la
geología. No hace mucho tiempo nos habríamos reído ante la
idea de reconstruir los días remotos de nuestra raza, anteriores
a los comienzos de la historia propiamente dicha. El vacío se
llenó en parte adjudicando a esa antigüedad anterior a la historia
upa duración muy breve y en parte exagerando el valor y la edad
de esas nociones vagas y confusas que constituyen la tradición...
La infancia del hombre, al menos en Europa, 1» transcurrido
sin dejar huellas en la memoria; y aquí la historia nos falla por
completo, pues ¿qué es la historia sino la memoria de la huma­
nidad? Pero antes del comienzo de la historia existieron vida e
industria, de las cuáles aún perviven varios monumentos, mientras
otros yacen enterrados bajo tierra, en un estado muy semejante
a aqud en que se encuentran los restos orgánicos de creadones
previas enterradas en los estratos que componen la corteza de la
tierra. En este caso las antigüedades desempeñan un papel seme­
jante al de los fósiles; y si Cuvier llama a loe geólogos anti­
cuarios de un nuevo orden, podemos invertir esta afirmadón
singular y considerar al anticuario como un geólogo, que aplica
su método para reconstruir las edades primitivas dé la vida dél
hombre, anteriores a todo recuerdo, y para elaborar la que puede
ser llamada historia prehistórica. Esto es arqueología {mra y
5. La mayoría de edad de la arqueología 115

simple. Pero no cabe pensar que la arqueología acaba allí donde


comienza la historia, pues cuanto más profundizamos en nuestras
investigaciones históricas resultan más incompletas, dejando hue­
cos que el estudio de los restos materiales ayuda a cubrir. Así,
pues, la arqueología sigue su curso en línea paralela a la de la
historia, y, por tanto, ambas ciencias se esclarecen mutuamente.
Aunque al progresar la historia el papel desempeñado por la ar­
queología va decreciendo gradualmente hasta que la invención
de la imprenta casi hace desaparecer las investigaciones de los
anticuarios...
Para comprender las épocas remotas de nuestra especie debemos
empezar primeramente con el examen de su estado actual, siguien­
do al hombre a través de los ríos y los desiertos. Las diversas
naciones que en la actualidad pueblan la tierra deben ser estu­
diadas en su industria, sus costumbres y su modo general de
vida. De esta forma llegamos a conocer los diferentes grados de ci­
vilización, que se extienden desde las elevadas cimas del desarrollo
moderno hasta el estado más abyecto, semejante al de las bestias.
Así, la etnología nos ofrece lo que podría llamarse una escala
contemporánea de desarrollo, cuyas etapas son más o menos fijas
e invariables, mientras la arqueología traza una escala de desarro­
llo sucesivo, con una gradación que recorre toda la línea.
La etnografía, por consiguiente, es para la arqueología lo que
la geografía física para la geología; es decir, un hilo de inducción
en el laberinto del pasado y un punto de arranque para aquellas
investigaciones comparativas cuyo fin es el conocimiento del hom­
bre y de su desarrollo a través de las sucesivas generaciones.
Al seguir los principios expuestos arriba los samnts escandi­
navos han logrado descifrar las características especiales del pro­
greso de la civilización europea prehistórica y distinguir «es eras
principales, a las que han llamado la Edad de la Piedra la Edad
del Bronce y la Edad del Hierro. Esta importantísima conquista
en el terreno de la ciencia sé debe prindpalmer te a los trabajos
de Mr. Thomsen, director de los Museos de Etnología y Arqueo­
logía de Copenhague, y a los de Mr. Nilsson, profesor de la
floredente Universidad de Lund, Sueda. Estos ilustres veteranos
de la escuela de anticuarios del Norte han afirmado que Europa,
tan civilizada en la actualidad, fue en sus principios poblada por
tribus que desconocían por completo el uso del metal y cuya in­
dustria y hábitos domésticos deben haber guardado gran seme-
Janza con los que se pueden observar hoy día entre dertos
Mlvajes...
Cabe preguntarse si antes del descubrimiento del bronce el hom-
<We empezaría a usar el cobre en un estado puro debido a la gran
116 Historia de la Arqueología

escasez de estaño. De ser así, habría existido una Edad del Cobre
entre las Edades de la Piedra y del Bronce. Esto es lo que ha
ocurrido de hecho en América. Al ser descubiertos por los espa­
ñoles México y Perú, los dos centros de civilización, usaban el
bronce, compuesto de cobre y estaño, y lo empleaban para la
fabricación de armas e instrumentos cortantes, a falta del hierro
y el acero, desconocidos en el Nuevo Mundo; pero las admira­
bles investigaciones de los señores Squier y Davis sobre las anti­
güedades del valle del Mississippi han dado a conocer una antigua
civilización de singular naturaleza que se distingue por el usp
del cobre virgen en bruto, trabajado con el martillo en frío, sin
la ayuda del fuego... Los «constructores de montículos», como los
americanos llaman a la raza de la Edad del Cobre, parecen haber
precedido y preparado la civilización mexicana, destruida por los
españoles...
Las páginas anteriores ofrecen un esbozo, desde luego muy ru­
dimentario y defectuoso, del desarrollo de la civilización. Señalan,
de modo notable sin embargo, la existencia de un progreso, lento,
pero ininterrumpido e inmenso, una vez considerado su punto
de partida... Y, pese a ello, aún existen personas que niegan todo
progreso general, sin ver en parte alguna más que la decadencia
y la ruina, como aquel digno espécimen de pesimista nórdico que
exclamó: «¡Cóm o ha degenerado el hombre; ha perdido incluso
su semejanza con los m onos!...»
No pretendemos aquí elaborar un tratado sobre la arqueología
suiza; nuestra intención es simplemente sacar a relucir las seme­
janzas y correspondencias, bastante notables, que este país ofrece
con el Norte. En Suiza las tres Edades de la Piedra, del Bronce
y del Hierro están tan bien representadas como en Escandinavia,
peto los descubrimientos más importantes en este orden de cosas
pertenecen a una fecha bastante reciente...
La cronología general de las tres grandes fases en el desarrollo
de la civilización europea, denominadas Edad de la Piedra, del
Bronce y del Hierro, es puramente relativa, como lo es la «tono-
logia de las formaciones geológicas. No se sabe cuándo comenzó
la Edad de la Piedra o la del Bronce, ni siquiera la del Hierro,
ni cuánto duró cada una de ellas. Tan sólo sabemos, que todo
cuanto pertenece a la Edad del Bronce sucedió al tipo de, vida
de la Edad de la Piedra y precedió a ese acontecimiento tan
importante para el destino del hombre que fue la introducción de
la preparación del hierro. Esto ya significa mucho, pues hasta
hace poco nada se sabía sobre lo que había ocurrido con anterio­
ridad a la actual Edad del Hierro. Pero estamos tan acostum­
brados a fijar fechas en lo que hasta el momento se ha oonsiderado
5. La mayoría de edad de la arqueología 117

como historia, sin preocupamos de si era cierto o puramente


imaginario lo que esos números indicaban, que nos resulta impo­
sible acostumbramos de golpe al sistema de datos simplemente
relativos de la arqueología: a una historia sin fechas...
Si nada se sabe con respecto a la historia absoluta de las Eda­
des de la Piedra y del Bronce, resulta al menos evidente, gracias
a la enorme acumulación de restos, que ambas han durado gran
cantidad de tiempo... Los savants daneses calculan que la Edad
de la Piedra se remonta por lo menos a tinos 4.000 años, quizá
incluso mucho más... Pero cálculos semejantes no pueden lle­
vamos a resultados positivos. Para llegar a fechas en arqueología
será necesario pedirle ayuda a la geología, de igual modo que la
geología no puede obtener ninguna fecha cronológica absoluta
sin el concurso de la arqueología, a partir de un conocimiento bas­
tante profundo de lo que ha ocurrido desde la aparición del
hombre sobre la tierra. Así, pues, ambas ciencias han de ayudarse
a complementarse mutuamente.

En esta última cita Morlot se refiere a la obra de


Squier y Davis Ancient Monuments of the Mississippi
Valley, publicada en Washington en 1848, y descrita por
él como «uno de los más brillantes trabajos arqueológi­
cos publicados hasta el presente». La obra del propio
Morlot es una pieza brillante, y ciertamente espléndida,
de la arqueología. Conoce bien los antecedentes histó­
ricos de su tema, sus limitaciones y posibilidades, y el
futuro que le espera. Sus afirmaciones sobre la cronología
son razonables e inteligentes: su mirada se posa ya sobre
las técnicas geocronológicas. Todo esto se escribió en
1860. Muestra, como característica victoriana, la fe en
el progreso, algo que efectivamente compartió, entre
otras muchas cosas — el sentido de la importancia de la
etnología para la arqueología, por ejempló— con John
Lubbock, nuestro representante inglés entre estos pri­
meros arqueólogos.
Morlot era un estudioso profesional. Jo h n L u b b o c k
(1834-1913), posteriormente Sir John Lubbock, y aún
más tarde Lord Avebury no lo era. De hecho, no asistió
jamás a una universidad Fue banquero y político; gra­
cias a él se aprobaron 30 proyectos de ley, incluyendo
el Ancient Monuments Act de 1882 y el Bank Holiday*
118 Historia de la Arqueología

Act de 1871 (durante cierto tiempo los Bank Holi-


days se conocían como «los días de San Lubbock»). Supo
combinar estas actividades profesionales con un enorme
interés por la historia natural y la arqueología, discipli­
nas en las que tenía una gran competencia. Tenía úna
extraordinaria disposición para el trabajo; Charles Dar­
win le escribió en! cierta ocasión: «Me resulta imposible
entender cómo demonios encuentra el tiempo para hacer
todas las cosas que hace.» Se sintió especialmente atraí­
do hacia la arqueología y el desarrollo de la prehistoria
hasta él nivel de la civilización, y su primer libro,
Prehistoric Times as Illustrcted by ancient remains and
the mannett and customs of modern savages, publicaaO
en 1865, fue, tal como el título indica, un tratado ar­
queológico y etnográfico. En él encontramos por vez
primera las palabras «Paleolítico» y «Neolítico». Así es
como comienza Prehistoric Times:

La primera aparición del hombre en Europa data de un pe­


ríodo tan remoto que ni la historia ni la tradición pueden arrojar
luz alguna sobre sus orígenes o sobre su vida. Bajo estas circuns­
tancias, algunos han creído que el pasado se oculta del presente
tras un velo que el tiempo seguramente reforzará y que nunca
se conseguirá descorrer del todo. Nuestras antigüedades prehistó­
ricas han sido valoradas como monumentos representativos del
saber y la perseverancia y no como páginas de historia antigua;
se las ha considerado como curiosas viñetas y ño cómo ilustra­
ciones históricas. Algunos escritores nos han aseguéado que, en
palabras de Palgrave: «Hemos de olvidarnos de ese silencioso
pasado; ya sea en Europa, Asia, Africa o América, en Tebas
o en Palenque, en las costas de Licia o en las llanuras de Salis-
bury: lo perdido, perdido está; lo que se ha ido, jamás volverá.»
Otros han adoptado un punto de vista más esperanzador, pero
al intentar reconstruir la historia del pasado, en demasiadas oca­
siones han permitido que su imaginación ocupe, el lugar de la
investigación, y han escrito con espíritu de nóvelistas más qüe
como filósofos.
Desde hace algunos años, sin embargo, ha aparecido una nue­
va rama del saber; entre nosotros ha nacido, por así decir, una
nueva ciencia que se ocupa de épocas y hechos mucho más
antiguos que todos cuantos hasta hoy han caído bajo el dominio
del arqueólogo. El geólogo no calcula mediante días ni años;
5. La mayoría de edad de la arqueología 119

los seis mil años que hasta hace poco parecían la suma de la
existencia del mundo no son para él sino una unidad de medida
en la larga sucesión de edades pasadas. Nuestro conocimiento de
la geología es, por supuesto, muy defectuoso: no cabe duda que
nos vetemos obligados a cambiar de opinión en lo que respecta
a ciertas cuestiones. Pero, en general, las conclusiones hacia las
cuales apunta son tan precisas como las de la zoología, la química
o cualquier otra de las ciencias hermanas. Tampoco parece haber
razón alguna para no usar aquellos métodos de investigación, que
han dado tan buenos resultados en la geología, para el esclare­
cimiento de la historia del hombre en tiempos prehistóricos. De
hecho, la arqueología constituye un eslabón entre la geología y
la historia. Es cierto que, en el caso de otros animales, podemos,
gracias a sus huesos y dientes, formamos una idea perfecta de sus
costumbres y de oómo se desarrollaba Su vida, mientras que, en
el estado actual de nuestro conocimiento, el esqueleto de un
salvaje no siempre puede ser distinguido dd de un filósofo. Pero,
por otra parte, mientras otros animales dejan tras sí sólo dientes
y huesos, los hombres de épocas pasadas han de set estudiados
prindpalmente a través de sus obras: las casas para los vivos, las
tumbas para los muertos, las fortificaciones para la defensa, los
templos para el culto, los utensilios para el quehacer cotidiano
y los ornamentos para d adorno.
De un estudio cuidadoso de los restos que han llegado hasta
nosotros es fácil conduir que la arqueología prehistórica puede
ser dividida en cuatro grandes épocas:
I. La de los Aluviones, cuando el hombre compartía la pose­
sión de Europa con el mamut, d oso de las cavernas, d rinoce­
ronte lanudo y otros animales extinguidos. A esta época propongo
llamarla d Período «Paleolítico».
II. La posterior Edad de la Piedra pulimentada, período ca­
racterizado por la existenda de armas e instrumentos bellísimos
hechos de pedernal y otras clases de pilara; no encontramos
aquí, sin embargo, rastro alguno de un conocimiento de los
metales, con excepdón dd oro, que parece haberse usado en oca­
siones para la ornamentación. Para este período he sugerido d
término «Neolítico».
III. La Edad dd Bronce, durante la cual se empleaba d
bronce para las armas y todo tipo de instrumento cortante.
IV. La Edad del Hierro, en la que este metal llegó a reem­
plazar al bronce en la fabricación de armas, hachas, navajas, etc.;
d bronce, sin embargo, seguí* usándose en la ornamentadón y
frecuentemente también p«ur« 1* fabricación de mangos de espada
y otras armas, aunque jami* jc pcoffty p m fes propias hojas.
120 Historia de la Arqueología

Sin embargo, muchos tipos de armas de piedra siguieron en uso


durante la Edad de Bronce, e incluso la del Hierro, de modo
que la sola presencia de unos cuantos utensilios de piedra no
es prueba suficiente para declarar que cierto «hallazgo* pertenece
a la Edad de la Piedra. Para evitar errores serla conveniente afir­
mar, ante todo, que por el momento sólo aplico esta clasificación
a Europa, aunque, con toda probabilidad, podría utilizarse también
para las regiones vecinas de Asia y Africa. Además, la civilización
del sur de Europa precedió a la del Norte. En cüánto a otros
países civilizados, como por ejemplo China y Japón, sabemos muy
poco, hoy por hoy, de su arqueología prehistórica, aunque re­
cientes investigaciones han hecho enormes esfuerzos para próbar
que el uso dd hierro fue pitcedido también allí por el del bronce,
y éste, por él de la.piedra. De becho, algunos püeblos, como lo*
fueguinos, andamaneses, etc., se encuentran incluso en la actuali­
dad, o hasta época muy reciente, en la Edad de la Piedra.

En el último capítulo dt Prehistoric Times Lubbock


explica sus principios, expone sus puntos de vista sobre
los orígenes del bombe® y la civilización, y sobre el valor
d d estudio de la arqueología y d pasado, y reafirma
su creencia en el progreso y en d futuro del hombre.

He expresado ya mi teoría de que lás artes y utensilios sen­


cillos han sido inventados independientemente por varias tribus
en épocas distintas y en distintas partes del mundo...
Es probable que el hombre tenga su origen en un clima tem­
plado, y mientras se encontró confinado en los trópicos pudo
haber aprovechado diversos frutos y vivir de la misma manera
que lo hacen los monos de hoy. Al parecer, según Bates, éste
sigue siendo el caso de ciertos indios del Brasil. «Eos monos
—dice— llevan de hecho una vida semejante a la de los Pará-
rauate...»
Con demasiada frecuencia se da por supuesto que el mundo
fue poblado gracias a una serie de «migraciones». Pero las migra­
ciones propiamente dichas son sólo compatibles con un estado
bastante alto de organización...
Las mayores esperanzas para el futuro se ven justificadas por
toda la experiencia del parado. Ciertamente, no es razpnable su­
poner que un proceso que durante tantos miles de afios ha estado
en marcha haya llegado en la actualidad a un fin repentino;
y aquellos que piensan que nuestra civilización ya no es suscep­
tible de mejora alguna o que nosotros nos encontramos en el es­
5. La mayoría de edad de la arqueología 121

tado más alto que el hombre puede alcanzar deben estar completa­
mente degos.

Lubbock escribió muchos libros sobre temas tan diver­


sos como Britisb Wild Flowers considered in relation
to Insecls, Anís, Bees, and Wasps, y The Pleasures of
Life, The Hundred Best Book. Además de Prehistoric
Tintes escribió solamente otro tratado sobre arqueología
y antropología: The Origin of CivÜization and the
Ptímitive Condition of Man: Mental and Social Condition
of Savages, publicado por primera vez en 1870, y que
fue el segundo de sus libros. Añadiremos que ambas
obras fueron muy leídas; las dos alcanzaron siete edi­
ciones, y la séptima de Prehistoric Times, que vio la
luz en 1913, fue revisada por él mismo meses antes de
su muerte. En el extracto dé Prehistoric Times que he­
mos reproducido Lubbock se nos presenta como defensor
ardiente de la invención independiente y de una evolu­
ción natural de la cultura humana. En The Origin of
Civilization repite este punto de vista claramente:
De modo que, según intentaré demostrar, las razas que se en­
cuentran en semejante estado de desarrollo mental tienen con­
ceptos muy similares, por muy diversos que sean sus orígenes y
por muy distantes que se encuentren las regiones que habitan.

Lubbock no era muy dado a la excavación, pero en


cierta ocasión se dedicó a ella, impulsado por la enorme
sorpresa que le causó la afirmación de Tames Fergusson
de que la vía romana que va desde Bath a Marlborough
«pasa sobre Silbury Hill o traza una curva brusca para
rodearla, de una forma que ninguna ,vía romana, al me­
nos en Inglaterra, había utilizado jamás, al menos en lo
que conocemos... Mediante una investigación cuidadosa
de todas las circunstancias d d caso, parece inevitable
le conclusión de que Silbury Hill se levanta sobre la vía
romana». Lubbock escribe:
Sorprendido por est* argumentación y, sin embargo, conven­
cido de que debfa haber algún error... me ocupé de que se
llevasen a cabo hs excavaciones... Los fosos que corrían a lo lar­
122 Historia de la Arqueología

go de la vía romana mantenían aún su trazado, y está claro que


la vía se torda poco antes de llegar al túmulo para evitarlo de
esta forma. Estoy, por tanto, de acuerdo con el viejo Stukeley
en que la vía romana torcía bruscamente hacia el Sur para evitar
Silbury Hill y que «esto prueba que Silbury Hill era más antigua
que la vía romana»... En cuanto a Stonehenge, creo que tenemos
razones Suficientes para atribuirlo a la Edad del Bronce.

Hagamos una última cita de Lubbock, que también


resume el nacimiento de la arqueología en el noroeste
de Europa, así como el sentido del descubrimiento y los
propósitos que guiaban a los científicos del tercer cuarto
der siglo xix. Hemos oído ya la descripción de la visi­
ta de John Evans a las turberas del Somme, en 1859.
Toda la vida le pesó a Lubbock que un compromiso
ineludible le impidiera acompañar a Prestwich y a Evans
al Somme, pero al año siguiente fue con Prestwich en
su segunda visita. De ésta escribió Lubbock:

Estoy seguró de que ningún geólogo podría regresar de seme­


jante viaje sin un sentimiento avasallador del cambio que ha tenido
lugar y de la enorme cantidad de tiempo que debe de haber trans­
currido desde que el hombre apareció por vez primera en Europa
occidental...
Mientras que nuestros ojos han estado escudriñando el Este,
y observando ávidamente las excavaciones que se llevaban a cabo
en Egipto y Asiría, una nueva luz se alzó repentinamente entre
nosotros, y los más antiguos vestigios del hombre, descubiertos
hasta la actualidad, no han aparecido entre las ruinas de Nínive
o Heliópolis, ni en las arenosas llanuras del Nilo o del Eufrates,
sino en los tranquilos valles de Inglaterra y Francia, a lo largo
de las orillas del Sena y el Somme, el Támesis y el Waveney.

Tras los grandes arqueólogos pioneros del Norte,


Thomsen, Worsaae v Nilsson, aparece el suéco Oscar.
M o n t e l i u s (1843-1921). Montelius viajó incansable­
mente por Europa y el Mediterráneo. Se dio cuenta dé
las posibilidades de establecer una cronología compara­
da y estaba dispuesto a dar fechas exactas para las
subdivisiones de la Edad del Bronce. Distinguió cinco
o seis subdivisiones de la Edad del Bronce y cuatro del
Neolítico. Lossiguientes extractos dé su obra The Civüir
5. La mayoría de edad de la arqueología

zatíon of Sweden in Heathen Times (Londres, 1888)


constituyen una lectura de interés, ya que esta obra fue
escrita a mitad de camino entre Thomsen y los sistema*
tÍ2adores de los años veinte, como Sir Cyril Fox y Gordon
Childe.

La historia de los primeros habitantes del Norte seguía envuelta


en la oscuridad hasta hace unos cincuenta años. Sólo entonces los
anticuarios empezaron a reconocer generalmente que las anti­
güedades desenterradas de tiempo en tiempo y los túmulos y
monumentos de piedra que aún se encontraban en abundancia
por todo el país no pertenecían en su totalidad a aquel período
de la época pagana que precedió inmediatamente a la introduccito
del cristianismo y dd que nos hablan las sagas islandesas. Cuando
Ansgar llegó por vez primera a Suecia en d siglo ix, el uso dd
hierro era universal en aqud país y lo había sido ya desde haeíf
mucho tiempo. Una investigación cuidadosa de las antigüedades
ha demostrado, sin embargo, que antes de aqud período, que
hoy solemos llamar Edad dd Hierro, hubo otro en d que d
hierro era totalmente desconocido, y las armas y utensilios se
hacían de bronce,' mezda de cobre y estaño. Este período, llamado
la Edad del Bronce, se extendió, lo mismo que la Edad dd Hie­
rro, durante muchos siglos. Pero antes de comenzar la Edad dd
Bronce Suecia había estado habitada, desde hacía mucho tiempo,
por unas gentes que vivían en completa ignoranda dd uso de los
metales y que, por tanto, se veían obligadas a fabricar sus ins­
trumentos y armas con materiales como piedras, cuernos, huesos
y madera. Este último período se conoce, por tanto, con d nom­
bre de Edad de la Piedra.
Esta división de los tiempos paganos, en el Norte, en tres
grandes períodos había sido ya elaborada y publicada en d siglo
pasado, pero hasta 1830-1840.no tuvo especial importanda en las
investigadones de las antigüedades. El honor de haber desarrollado
un sistema dentífico basado en esta triple división —labor impor­
tantísima para poder adentrarnos .en las condiciones primitivas
de la raza humana— pertenece $ los savants dd Norte. Entre ellos
ocupa d primer lugar d consejero, Christian Jürgensen Thomsen
(muerto en 1865), ante cuy» labor estamos en deuda, principal­
mente por el famoso Museo <fe Antigüedades dd Norte, de Copen­
hague. Tras d debemos mencionar, como fundadores de la arqueo­
logía prehistórica septentrional, al profesor Sven Nilsson, de
Lund (muerto en l£&3), y al cbamberlán J. J. A. Worsaae (muer­
to en 1885). El sistema de Thomsen fue adoptado pronto por
124 Historia de la Arqueología

el anticuario real Bror Emil Hildebrand (muerto en 1884), quien


prestó un enorme servido al desarrollar d Museo Nacional de
Historia de Estocolmo. El «sistema de las Tres Edades» fue
también adatado con rapidez en casi todos los demás países.
Podemos afirmar que en este período cesaron por fin los ataque?
lanzados contra él en Alemania, y la exactitud de esta división
ha sido reconodda en casi todos los lugares, induso en aqud
país... Podemos hacemos ya tina idea bastante clara de las cir­
cunstancias de vida de los primeros ocupantes de nuestra tierra
y seguir paso a paso d desarrollo lento, pero seguro, a través
dd que los habitantes de Suecia, inicialmente una verdadera
horda de salvajes, alcanzaron su condidón actual.
Es cierto que no encontramos ninguna dinastía de reyes, nin­
gún nombre heroico fedxable en aquellos tiempos primitivos. Peto
¿no resulta mucho más valioso el conodmientó de la vida de las
gentés y dd progreso de su cultura que los nombres de los
héroes de las sagas? ¿Y no debíamos dar más fe a los testimonios
coetáneos e irrefutables, a los qué sólo la arqueología presta hoy
atendón, que a los cuoitos poéticos preservados durante siglos
en la memoria de los bardos?...
Hasta qué punto coinciden los comienzos de cada período con
la aparidon de una nueva raza que dominó a los antiguos habi­
tantes dd país es otra pregunta que debemos por d momento
distinguir de aquéllas que sólo condemen al orden de sucesión
dé los diversos períodos paganos...
Con respecto a la importantísima pregunta de cómo fueron los
comienzos de la Edad dd Bronce en d Norte se han expresado
diversas opiniones. Algunos han pensado que se debió a la inmi-
gradón de una raza celta; otros, a una inmigración teutónica.
El profesor Nilsson ha intentado demostrar que el conocimiento
más antiguo de los metales en el Norte se debe a los coloniza­
dores fenicios, mientras que Herr Wiberg, en Gefle, Considera que
la Edad dd Bronce comenzó en el Norte por incidenda de los
etruscos. También el profesor Lindenschmidt, de Mainz, que no
cree en la existencia de una Edad dd Bronce en d sentido en que
la entendían los anticuarios dd Norte, considera que la mayoría
de las obras de bronce en cuestión eran etruscas.
Nos parece que existen poderosos fundamentos para pensar
que los comienzos de la Edad dd Bronce en Escandinavia no es­
tán conectados con ninguna gran inmigradón de razas nuevas, sino
que las gentes dd Norte aprendieron d arte de trabajar d bronce
por sus rdadones con otros pueblos. La semejanza de las tumbas,
durante !a última parte de la Edad de la Pieídra y los comienzos
de la dd Bronce, así como otras dreunstandas, apuntan hada
5. La mayoría de edad de la arqueología 125

esta conclusión. Desde Asia la «Cultura del Bronce», si podemos


llamar así a una civilización más desarrollada que dependía del
bronce, fue esparciéndose gradualmente sobre el continente eu­
ropeo en dirección Norte y Noroeste hasta alcanzar al fin las
costas del Báltico... Habremos de pensar que el fin de la Edad
de la Piedra y, por tanto, el comienzo de la Edad del Bronce en
el Norte tuvo lugar hace 3.500 años. Las últimas investigaciones
han mostrado que la auténtica edad del Bronce tuvo su fin en
estas regiones en los comienzos del siglo v a. J. C. Duró, por tan»,
unos mil jños.
Puesto que la Edad del Bronce abarca un período tan largo,
es natural que haya habido intentos de distinguir las antigüeda­
des que pertenecen a sus etapas inicial y final. Cabe pensar qüé
tales intentos han sido inútiles si Consideramos que entre los miles
de hallazgos de la Edad del Bronce, conocidos en el Norte hasta
el momento, no hay una sola moneda o ningún otro objeto que
contenga una inscripción, ya sea nativa o extranjera. Sin embargo,
gracias a un estudio cuidadoso, y cabal de numerosas antigüedades
y tumbas de la Edad del Bronce, conocidas en la actualidad, ha
sido posible, afortunadamente, distinguir en ella seis períodos
consecutivos.

Lo mismo que la arqueología, su ciencia colateral, Ja


antropología, nació en las dos décadas que se encuentran
entre 1850 y 1870. De hecho, la antropología, definida
como el estudio del hombre, al menos en teoría, y en k
práctica como el estudio del hombre primitivo puede
decirse que incluye ciertos aspectos de la arqueología!.
Esta es, al menos, la forma en que algunos pioneros dé
la antropología, como E. B. Tylor, la entendían y la
forma en que siguen entendiéndola muchás universida­
des, especialmente en América, donde la ardülólogía
prehistórica forma parte de lá antropólogía. Pero nó
toda la arqueología está ínclüMa en lá : la
arqueología de las civilizaciones antiguas del Cercano
Oriente, o de ks edades oscuras y d e k Edad Media
europea y de la revolución íiSdustrial, no puede ser con­
siderada como
de encuentro
desarrollo de 1
siglo xix fue apoyado en gran medida por el desarrollo
de la antropología. Ciertamente, durante cincuenta años,
126 Historia de la Arqueología

p incluso más, se produjeron estímulos recíprocos entre


la arqueología prehistórica y la antropología; el desarro­
llo de la idea de cultura en la prehistoria, como veremos
más tarde (capítulo 8), fue efecto directo de la antro­
pología.
Aquí mencionaremos a un antropólogo inglés y otro
norteamericano, E. B. Tylor y L. H. Morgan. E dward
B urnett T y lo r (1832-1917) se interesó por la antro­
pología como resultado de un contacto casual, en la
primavera de 1856, y en un autobús de La Habana, con
Henry Christy, el banquero y hombre de negocios inglés,
cuyo papel en el estudio inicial del hombre paleolítico
y el descubrimiento del arte de este período será discu­
tido en el capítulo siguiente.
El primer libro de Tylor fue Anahuac or México and
the Mexicans, Ancient and Modern (1861), al que si­
guieron Researches into the Early History of Mankind
and the Development of Civilization (1865), Primitive
Culture (1871) y Anthropology (1881). Tylor fue nom­
brado en 1884 lector de antropología en la Universidad
de Oxford y profesor en 1896. En su discurso de ingreso
en la Universidad declaró que «para poder seguir el
desarrollo de la civilización y de las leyes por las que
se gobierna no existe nada tan valioso como la posesión
de objetos materiales», y reconoció siempre la impor­
tancia de la arqueología, aunque él era antropólogo — un
antropólogo que practicaba lo que sus contemporáneos
llamaban, a veces con cariño y otras con Impertinencia,
«la ciencia de Mr. Tylor»— . He aquí algunos extractos
,de su Researches, publicada el mismo año que lo fue
Prehistoric Times, de Lubbock.

Al estudiar los fenómenos del conocimiento y el arte, la religión


y la mitología, las leyes y costumbres, y el resto del complejo
conjunto al que nos referimos con el nombre de civilización, no
basta considerar tan sólo las razas más avanzadas y conocer su
historia en la medida que nos lo permiten los documentos direc­
tos llegados hasta nosotros. La explicación dd estado de cosas
bajo el que vivimos ha de buscarse a menudo en la condición de
las tribus primitivas e incultas, y sin un conocimiento de esta
5. La mayoría de edad de la arqueología 127

situación que nos sirva de guía no llegaremos probablemente a


entender siquiera el significado de pensamientos y Costumbres
que nos son familiares...
No exageramos al decir que la civilización, al ser un proceso
de complejo y largo desarrollo, sólo puede ser conocida cabal­
mente si la estudiamos en toda su extensión; que el pasado nos
es continuamente necesario para explicar el presente, lo mismo que
d conjunto para explicar las partes...
Sin embargo, dado que la civilización primitiva queda muy
apartada dél carril de la historia, los documentos directos han de
ser suplidos, en gran medida, por muestras o evidencias indirectas,
como los objetos antiguos, el lenguaje y la mitología. En general,
resulta difícil conseguir una base histórica rigurosa con la que
trabajar, pero de hecho existe gran cantidad de material fácil
de obtener que da testimonio del desarrollo de algunas de las
artes más útiles y comunes...
En los tiempos y lugares remotos en que falta uüa historia
directa d estudio de la civilización, la historia cultural, como se
denomina con acierto en Alemania, se convierte en una ayuda
importante para el historiador, como medio de reconstruir los
documentos perdidos de los tiempos primitivos o bárbaros. Pero
si su uso ha de contribuir a la historia primitiva dd hombre, es
necesario primero contestar a la siguiente pregunta...
Cuando artes, costumbres, creencias o leyendas parecidas se
encuentran en distintas y lejanas regiones, entre gentes de las
cuales no hay por qué sospechar un linaje común, ¿cómo puede
explicarse tal semejanza? A veces puede derivar de la uniformidad
del pensamiento humano bajo condidones pareadas, y a vecé*
es una prueba de las reladones de sangre* o de contacto directo
o indirecto entre las razas en cuestión. El primero de los casos
no tiene valor histórico alguno, mientras qt e el segundo lo tiene
en el más alto gradó; y el problema permanente es cómo distinguir
entre ambos... ■ ‘
Los documentos directos son d sostén de la historia, y cuando
éstos nos fallan en reladón con lugares y tiempos remotos, se
hace mucho más difícil discerriir los casos en que la dvilizadón
ha avanzado y los casos en que, por d contrario, ha retrocedido.
En cuanto al progreso, en primer logar hemos de decir que
cuando ha tenido lugar' afetín movimiento importante en tos tiem­
pos modernos, casi siempre haa ejiiítiÜo escritores contemporáneos
bien informados, entusiasmados arite la idea de presentarse al pú­
blico para declarar algo que til muñdo entero le interesa oír. Pero
al descender a los nlvdés -mis antigaos de la historia tradidonal
cambia este estado de cosas. No sólo la informatión auténtica
128 Historia ele la Arqueología

resulta cada vez más escasa, sino que la curiosidad misma que
sentimos sobre el origen y desarrollo de la civilización, combi­
nada, desgraciadamente, con una disposición a aferramos a la
primera explicación que se nos presenta, para no vivir con una
ignorancia consciente y total, ha favorecido el crecimiento de una
multitud de inventores y civilizadores míticos que ocupan un
puesto en. las leyendas de épocas y países tan lejanos...
La antigua historia cultural de la humanidad puede ser tratada
como una ciencia inductiva que recoge y agrupa los hechos. Es
cierto que, hasta el momento, se ha hecho muy poco en este sen­
tido, al menos en lo que respecta a las razas inferiores; pero las
pruebas no se han manejado con el rigor suficiente como para dar
resultados definitivos, y todas las argumentaciones producto de
esta concepción resultan extremadamente inciertas y enrevesadas;
tal circunstancia nos explica que existan escritores capaces de con­
tamos todo lo que hay que contar, acerca del origen de la civili­
zación, con esa absoluta facilidad y confianza características de
los filósofos especulativos, cuyo discurso sólo en raras «casiones
se ve construido sobre hechos...
En los argumento» mencionados aquí para ilustrar el método
general sólo se ha tenido en cuenta un aspecto de la historia, y
los hecho* han sido tratados generalmente como prueba de un
movimiento en una sola dirección, hacia adelante, o (para definir
con más rigor lo que aquí se entiende por progreso) hada la
aparición y el desarrollo de artes y conocimientos nuevOs,ya sean
de naturaleza beneficiosa o perniciosa, nacidos en el propio lugar
o importados de tierras extranjeras. Sabemos, sin embargo, gracias
a lo ocurrido a lo largo de la historia, que tanto la decadencia
como el progreso en el arte y en el conocimiento tienen su lugar
en el mundo. ¿No encontraremos pruebas en el futuro que mues­
tren que tanto la decadencia como el desarrollo han existido entre
las razas inferiores, fuera del alcance de la historia directa? Los
hechos conocidos sobre este particular son escasos y oscuros;
pero si examinamos alguna evidencia directa de la decadencia,
quizá sea posible formarse una idea sobre la posible existencia
de alguna evidencia indirecta, y sobre la forma en que ha de ser
analizada, aunque, de hecho, encontrarla y poder hacer uso de
ella son dos cosas muy distintas...
Los chinos ya no crean sus magníficos esmaltes tabicados ni
la porcelana de primera calidad que hacían sus antepasados; nos­
otros ya no edificamos iglesias, y ni siquiera fabricamos campa­
nas para ellas, como nuestros predecesores. En Egipto, el desarro-
lk> extraordinario de la construcción, de las obras de «^jaería,
de las labores textiles y otras artes que alcanzaron un increíble
5. La mayoría de edad de la arqueología 129

grado de calidad hace miles dé aftas ha desaparecido bajo la in­


fluencia de civilizaciones extranjeras que se contentaban con un
grado inferior de! calidad, y parece ser qué ya no existe un arte
autóctono en el país de cierta importancia, a no ser el sombreado
artificial de huevos; pero incluso esto aparece también en China.
Como escribe Sir Thomas Browne en su Fragment on Mummies,
«Egipto se ha convertido eh la tierra del olvido, y su gloria se
ha desvanecido como un fantasma. Su juventud ha pasado, y su
faz aparece arrugada y tétrica. Ya no explora los cielos, la astro­
nomía ha muerto para ella y el conocimiento ha traspasado nuevas
fronteras...».
La falta de pruebas no nos permite descubrir la influencia
que la decadencia de la civilización pudo tener sobre el estaídd
actual de las razas inféridres. Pero esta dificultad quizá afécte
más a la historia de las tribus particulares que a la historia de lá
cultura en su conjunto. A jm®ar por la experiencia, parecería
que él mundo, uha vez que se aferra a conocimientos y artes
nuevos, no los abandona fácilmente, sobre todo alando están reía-'
donados con asuntos importantes para el hombre en general, para
la conducta de su vida cotidiana y la satisfacción de sus necesi­
dades diarias; es decir, las cosas que afectan al «quehacer y a la
intimidad* de los hombres. Un estudio de la distribución geográ­
fica dd arte y conocimiento humanos parece apoyar la teoría de
que la historia de las razas inferiores, así como la de las superiores,
no es la historia de una progresiva degeneradón, ni siquiera la
de una osdladón nivelada hada adelante y hada atrás, sino la de
un movimiento que, a pesar de las frecuentes detendooes y re­
caídas, ha ido en general hada adelante; que ha existido, de una
época a otra, un aumento del poder del hombre sobre la Natura­
leza, que ninguna influenda corruptora ha sido capaz: de detener
de manera permanente... :'
Ésta serié de ensayos no ofrece uñá base sufidente para, ela­
borar una teoría definitiva sobre el nadmiento y progreso de la
dvilizadón humana en los tiempos primitivos. Y; de hécho, no se
hallará una base semejante hastaque sehayallevado a cabo gran
cantidad de trabajo preliminar.».'Loa hedboá reunidos parecen
favorecer la opinión de que las jgiprWP* diferencias en la dvili­
zadón y el estado mental de las diversas razas humanas son dife­
rencias de desarrollo más que de origen, de grado más que de
calidad... No creo habéf enÉbtóadó' tutuca un solo hecho que
justifiqúe la teoría, 'de la' <jfc (3 ¿betqr Von Martius es proba­
blemente el representante w ft íignifiditívo, de que la condición
normal dd salvaje es resultado de la degeneradón de un estado
mucho más elevado...
OUni D utttl, t
130 Historia de la Arqueología

Surge entonces la pregunta decómo ha lleudo cierta habilidad


o conocimiento al lugar particular en el que te encuentra. Caben
tres respuestas: se trata de una creación independiente, de la
herencia de los antepasados que provenían de regiones lejanas o
de la transmisión de una raza a otra; pero la elección entre estas
tres es por lo general extremadamente difícil. A veces la primera
parece ser la preferida. Así, aunque los jardines flotantes de
México y Cachemira son artificios muy semejantes entre sí, parece
más probable que la chinampa mexicana fuese creada in situ, en
vez de ser importada de una región distante. Aunque los paños
entretejidos de los palafitos suizos son muy semejantes en prin­
cipio a los de Nueva Zelanda, resulta más fácil suponer que son
el resultado de dos creaciones independientes, y no de una cone­
xión histórica. Aunque tanto los egipcios como los chinos creyeron
en la conveniencia de hacer que la imagen de un objeto repre­
sentase a su sonido, que era el nombre de aquel objeto, no hay
razón para dudar de que a ambos se les ocurrió esta convención
de manera independiente.
La obra Researches de Tylor, que, como ya dijimos,
se publicó en el mismo año que Prehistoric Times, de
Lubbock, contenía un capítulo titulado «The Stone Age:
Past and Present»; los términos «Paleolítico» y «Neo*
lítico», empleados por Lubbock, aún no habían apare­
cido, y Tylor empleaba frases como «Edad de la piedra
sin pulimentar» y «Edad de la piedra pulimentada».
Seis años después, en Primitive Culture, Tylor empleaba
sin reparos la palabra «prehistoria», y con gran orgullo
escribió: «La historia y prehistoria del hombre han ocu-
pádo Sus lugares correspondientes en el sistema general
d d conocimiento.» Esto era en 1871. Diez años después
publicaba Tylor Antbropology, el primer libro de texto
que apareció con ese nombre. A continuación incluimos
algunos fragmentos de sus teorías acerca de la arqueo­
logía, la antigüedad y el desarrollo del hombre antiguo
que se encuentran en su brillante trabajo.
Él estudioso que pretende comprender cómo la humanidad llegó
a ser lo que es hoy y a vivir cotno vive debe en primer lugar
saber con certeza sí el hombre es un recién llegado a la tierra o
un viejo habitante de ella. ¿Apareció con sus diversas razas y
mpdos de vida ya elaborados, o recibieron éstos su ser particular
mediante el largo y lento desarrollo de los tiempos?...
5. La mayoría de edad de la arqueología 131

Los tiempos históricos han de ser considerados sólo como el


período más moderno de la vida del hombre sobre la tierra. Tras
ellos se encuentra el período prehistórico, durante el cual se llevó
a cabo la labor primordial de formación y expansión por la tierra
de las diversas razas humanas. Pese a que no existe una escala
con la que medir la duración de esta etapa, hay razones sustan­
ciales para pensar que se trata de un larguísimo período de
tiempo.
Esto no quiere decir... que la civilización se encuentra siempre
en marcha o que sus pasos se dirigen inevitablemente hada el
progreso. Por el contrario, la historia nos enseña que durante
largos períodos permanece estacionaria, y a menudo retrocede.
Para comprender un deterioro semejante de la cultura hemos de
tener en cuenta que las artes más elevadas y la ordenación más
elaborada de la sociedad no siempre prevalecen, ya que de hecho
pueden ser incluso demasiado perfectas para mantenerse en auge,
pues la gente busca aquello que se ajusta a sus circunstancias...
Podemos inferir que, incluso en países civilizados hoy día,
debieron existir en tiempos pasados tribus salvajes y bárbaras.
Afortunadamente, no es labor única de la imaginación el formarse
una idea de las vidas de estos hombres rudos y antiguos, ya que
se encuentran numerosos vestigios de ellos en los museos, pudien-
do ser observados y examinados dé cerca... Cuando un anticuario
examina los objetos desenterrados en cualquier lugar, general­
mente puede juzgar cuál fue d estado de civilizadón de las gentes
que los fabricaron...
Al juzgar d modo en que vivía antiguamente d hombre es
también de gran utilidad observar cómo vive en la actualidad.
La vida humana puede dasificarse, de manera general, en tres
grandes estadios: salvaje, bárbaro y civilizado, que pueden defi­
nirse como sigue. El estado inferior o salvaje aqud durante
el cual el hombre encuentra su subsistenda gradas a plantas y
bestias salvajes, sin cultivar \a tierra ni domesticar los animales
para alimentarse. Los salvajes pueden, habitar en bosques tropi­
cales, donde la abundanda de fruta y caaa permiten a pequeños
clanes residir en un mismo lugar y subsistir durante todo el año,
mientras en regiones más yenbas y frías deben que llevar una
vida nómada en busca de áljméntcr» silvestres que pronto se ago­
tan. Al hacer sus utensilios rudimentarios, los materiales emplea­
dos por los salvajes son los que encuentran a mano, como la
madera, la piedra y .d hueao, pero son aún incapaces de extraer
los metales de los filones, y por tanto pertenecen a la Edad de
la Piedra. El hombre alcanza d estado siguiente o bárbaro cuando
se dedica a la agricultura. Gradas a un abastecimiento seguro de
132 Historia de la Arqueología

alimentos que pueden set almacenados hasta la próxima cosecha


se crean aldeas y surge la vida en poblados, por lo que se pro­
duce un avance inmenso de las artes, d conocimiento, los hábitos
sociales y el gobierno. Las tribus pastoriles pertenecen al estado
bárbaro, pues aunque su vida se caracteriza por un cambio
constante de lugar en busca de pastos, lo que impide los estable-
dmientos permanentes y la agricultura, tienen gradas al ganado
provisión constante de leche y came. Algunos pueblos bárbaros
lió han stiperado la etapa de los utensilios de piedra, pero la ma­
yoría ha alcanzado la edad de los metales. Por último, puede de­
cirse que la vida civilizada comenzó con el arte de la escritura,
qúé ál registrar, pensando en las épocas posteriores, la historia,
las leyes, el conocimiento y la religión unen el pasado y el futuro
en tula cadena continua de progreso tanto intelectual cotno moral.
Esta clasificación en tres grandes estadios culturales resulta útil
y tiene además la Ventaja dé no referirse a estados ¡maznarlos
de la sociedad, sino a aquellos cuya existencia cdnocemos en la
actualidad. En base a la evidencia disponible, parece ser que
la civilización se ha desárrOUado pasando efectivamente por estas
tres etapas; de modb que la observación de un salvaje de los
bosques brasileños, un bárbaro de Nueva Zelanda o Dahomey
y un europeo civilizado puede ser el mejor medio para que d
estudioso comprenda d progreso de la dvilizadóh, aunque debe
prevenírsde que está comparadóh es sólo una guía y no una expli­
cadla completa.

Lewis H. M o r g a n (1818-1881) representa la contra­


partida americana de E. B. Tylor,. pero, a diferencia de
éste, nunca formó parte del equipo de una institución
científica o pedagógica. Fue un abogado instalado en
Rochester, Nueva York, y enormemente interesado en la
organización social y el origen de los indios de Norte­
américa, y por la luz que su estudio podría atrojar sobre
el problema general de los orígenes culturales. En la
década de 1850 el problema de los orígenes americanos
era muy discutido; tras varias salidas al campo Morgan
pensó que, al fin, había obtenido «pruebas decisivas so­
bre el origen asiático de la raza indígena americana». Su
primera obra fue The League of the Iroqaois (1851).
En 1877 publica Ancient Society or Researches in the
Lines of Human Progress from Savagery through Bar-
harism to Civilization, donde expuso los períodos étnicos
5. La mayoría de edad de la arqueología

de la historia humana que había elaborado. Los siguien-


tes párrafos son una síntesis de sus argumentos:
Se ha establecido de manera contundente la enorme antigüedad
de la humanidad sobre la tierra. Parece extraño que las pruebas
se descubriesen en época tan reciente como los últimos treinta
años y que la generación actual fuese la primera en reconocer
un hecho de tanta importancia.
Ahora sabemos que el hombre ya existía en Europa durante
el período glacial, e incluso antes de que éste comenzase, y es muy
probable que tuviese su origen en una edad geológica anterior.
Ha sobrevivido a la extinción de muchas razas animales, fie las
cuales fue contemporáneo, y las diversas ramas que constituyen
la gran familia humana han pasado por un proceso de desarrollo
tan notable en su recorrido como en su progreso.
Puesto que la duración probable de su desarrollo se conecta
con períodos geológicos, hay que excluir una medida limitada de
tiempo. Las cifras de ciento o doscientos mil años no representan
un calculo exagerado del período que, partiendo de la desapari­
ción de los glaciares en el hemisferio Norte, llega hasta nuestros
días. A pesar de las dudas que surgen siempre al calcular la am­
plitud de un período cuya duración se desconoce actualmente,
la existencia del hombre se remonta en el pasado y se pierde en
una enorme y profunda antigüedad.
Estas ideas cambian materialmente los puntos de vista que han
prevalecido sobre las relaciones de los salvajes y los bárbaros y
las de los bárbaros y la humanidad civilizada. Puede asegurarse
ahora, gradas a pruebas concluyentes, que en todas las tribus
humanas el salvajismo precedió a la barbarie, como se sabe que
la barbarie precedió a la civilización. La historia de la raza bu*
mana es una sola en lo que se refiere a sus fuentes, su experiencia
y su progreso. Es un deseo natural y conveniente conocer, en i»
medida de lo posible, cómo se desarrolló la vida del hombre
durante estas edades inconmensurables de un tiempo pretérito;
cómo llegaron los salvajes a alcanzar, con pasos leatos y casi
imperceptibles, la wn«Üdón superior d e ,b barbarie; ‘ cómo los
bárbaros, con un avance progresivo parecido, alcanzaron por fin
la civilización, y por qué otras tribus y pueblos se han quedado
atrás en la carrera hacia el progreso —algunos en estado civiliza­
do, otros en estado bárbaro, e incluso otros en estado salvaje—
Así cómo resulta indiscutible el hecho de que partes de la
familia humana han vivido en estado de salvajismo, otras en
estado bárbaro y otras en un estado civilizado, también parece
cierto que estas tres condiciones distintas se encuentran cpnec-

N i('
________ _
134 Historia de la Arqueología

tadas entre si por una secuencia natural y necesaria de progreso.


Además, dadas las condiciones bajo las cuales ocurre todo pro­
greso, y dado el avance conocido de varias ramas de la familia
humana a través de dos o más de estas condiciones, resulta po­
sible que esta secuencia haya sido un hecho histórico verdadero
eá lo que respecta a toda la humanidad hasta que cada rama
alcanzó su estado correspondiente...
La teoría de la decadencia humana, utilizada para explicar la
existencia de salvajes y bárbaros, ya no puede sostenerse. Apareció
como un corolario procedente de la cosmogonía mosaica y fue
aceptada debido a una supuesta necesidad que hoy ha desapare­
cido. Como teoría resulta no sólo incapaz de explicar la existencia
dé salvajes, sino que carece de toda base ante los hechos de la
experiencia humana...
La experiencia del nombre ha recorrido canales casi uniformes:
las necesidades humanas, bajo condiciones semejantes, han sido
sustanrialmente las ijaismas, y los actos mentales han sido uni­
formes en virtud de una identidad específica del cerebro de
todas las razas humanas. Esto, sin embargo, sólo en parte nos
explica la uniformidad de los resultados. Los gérmenes de las
principales instituciones y modos de vida fueron desarrollándose
mientras el hombre era todavía un salvaje. En gran medida, la
experiencia de los períodos subsiguientes de barbarie y civiliza­
ción se ha empleado para acrecentar el desarrollo de estos con­
ceptos originales. Cuando se encuentra una conexión en los
diversos continentes entre una institución actual y un germen
común, se deduce que los pueblos han derivado de un tronco
primordial también común.
{ ¿ discusión de estas diversas clases de hechos puede resultar
más fácil mediante el establecimiento de cierto número de pe­
ríodos étnicos, cada uno de los cuales representa una condición
distinta de la sociedad, que se pueden distinguir pór u¿ modo
de vida específico y característico. Los términos «Edad de Pie­
dra*, de «Bronce» y de «Hierro», introducidos por k>s arqueó­
logos daneses, han sido de gran utilidad para lograr ciertos fines,
y lo seguirán siendo para la clasificación de objetos del arte
antiguo; peto el progreso dd conocimiento ha hecho necesarias
distintas subdivisiones. Los utensilios de piedra o los de bronce
ho fueron abandonádos por completo al introducirse los de hierro.
La inventíón del proceso de la fundición del hierro creó una
época étnica; sin embargo, no es posible fechar otra a partir
de la píoducdón del bronce. Por otra parte, ya que el período de
los utensilios de piedra se superpone a los de bronce y hierro,
y ya que d de bronce taníbién se encuentra superpuesto al
5. La mayoría de edad de la arqueología 155

de Meno, es imposible circunscribirlos de manera que cada uñó


permanezca independiente y diferenciado de los deinás.
Es probable que las sucesivas artes de subsistencia que sur­
gieron durante largos intervalos sean las que proporcionen en
última instancia las bases más propicias para estas divisiones,
dada la gran influencia que débierón tener sobre la condición
del hombre. Pero las investigaciones no han avanzado lo suficien­
te en esta dirección con » para proporcionar la información nece­
saria. Con nuestros conocimientos actuales el resultado principal
puede óbtenerse mediante la sdécdón de inventos y descubri­
mientos que puedan proporcionar sufidentes pruebas de progreso
para caracterizar el comienzo de sucesivos períodos étnicos. Se
verá que cada uno de los que van a ser propuestos sé refiere a
una cultura distinta y represeritá un modo de vida peculiar.
Aunque sólo se acepten de manera provisional, estos períodos
resultan adecuados y útiles.
El período dd salvajismo, dé cuya primera etapa sabemos muy
poco, puede dividirse por el momento en tres subperiodos, a
los que podemos llamar respectivamente Antiguo, Medio y Tardío.
De modo pareddo, el período de la barbarie se divide por su
naturaleza en tres subperiodos, a los que llamaremos también
Antiguo, Medio y Tardío...
I. Instado Antiguo del Salvajismo. Este período comenzó con
lá infanda de la raza humana y puede dedrse que acabó con la
adquisición de un sustento gradas a la pesca y el conodmiento
del uso dd fuego. El hombre -vivía entonces en su hábitat ori­
ginal y restringido, y se alimentaba con frutas y nueces. Los
inidos de un lenguaje articulado pertenecen a este periodo...
II. Estado Medio del Salvajismo. Gonjenzó al adquirir la hu­
manidad sus medios de subsistenda gracias a la pesca y al uso
del fuego, y acabó con la invendón dd arco’ y la- flecha. El
hombre, mientras vivía bajo estas condidones, se extendió, par­
tiendo de su habitat primitivo, sobre gran parte dé la ¿uperflde
terrestre... í ’ '
III. Estado Tardío del Salvajismo. Qotísasá6 con la invención
del arco y las flechas, y acab¿ al crearse d tute de la cerá­
mica... • ¡ ,/,, •>¡/r -
IV. Estado Antiguo dt U B^rbütrie, I4 invención o la fahri-
cadón de objetos de c e r á m i c a d p modo general, quizá
la .prueba más útil y puede seleídonarse para
establecer una linea ^i^é^^tktéstóátriente arbitraria, entre el
salvajismo y la baitefyj!.! Vút‘iMtiitd, tSdas las tribus que,nunca
conoderon «1 arte dé lá cef&niót serán clasificadas como salvajes,
y las que poseyeron este «Me, pero no llegaron nuncá a disponer
136 Historia de la Arqueología

dé un alfabeto {cinético y del uso de la escritura, serán clasificadas


como bárbara*...
V. Estado Medio de la Barbarie. En el hemisferio oriental
comenzó con la domesticación de los animales, y en el occidental,
con eí cultivo por irrigación y el uso del adobe y la piedra en
arquitectura. Podemos fijar su fin con la invención del proceso
de fundidón del hierro...
VI. Estado Tardío de la Barbarie. Comenzó con la fabricación
del hierro y finalizó con la invención del alfabeto fonético y el
uso de la escritura en composiciones literarias. Aquí comienza
la dvilúadón...
V tl. Estado de, Civilización. Como hemos dicho, se inició
con d uso del alfabeto fonético y la producción de documentos
escritos, y se divide en Antiguo y Moderno. Como un equivalente
puede admitirse lac«crituta en jeroglíficos sobre piedra.

En los párrafos anteriores de Ancient Society Morgan


pasa por alto muchos puntos importantes. Por ejemplo,
no dice dónde se encontraba el «habitat original y res­
tringido del hombre». Tampoco explica la contradicción
qUe existe entre su afirmación, repetida en tantas oca­
siones, de que el progreso humano, desde el salvajismo
inferior hasta el estado de civilización) *S;'d mismo en
todas paites, y la dificultad con que se encontró ftl
definir los rasgos del estado medio de la barbarie de
forma diferente en d Nuevo y en el Viejo Mundo. El
sistema de Morgan fue, por supuesto, un modelo, y re­
sultaba Interesante poseer en la década de los 80 del
sí$o xix seméjáñte modelo, diferente d&'ísiététójt de las
Tres Edades escandinavo, que, según dijo 4 wMmo Mor­
gan, era muy útil «para la clasificación de objetos del
arte antiguo», con lo cual me parece que se refería más
bien a ; los artefactos. Al idear su modeló se volvía
Morgan hada atrás, haci& d modelo de NUésop *, pero
al no tener las pruebas para aplicarlo usó, desgraciada­
mente, Otros factores culturales, como la céráfrica y el
fuego. Morgan identificó varios de sus siete períodos
étnicos con pueblos primitivos existentes: de éste modo,
«los australianos y la mayor parte de los polinesios al ser
descubiertos» se encontraban en el estado medio del
salvajismo; las tribus de atapascos del territorio de la
5. La mayoría de edad de la arqueología 137

Bahía del Hudson eran salvajes del estado superior, y


los indios pueblo de Nuevo México y los de México,
Centroamérica y Perú se hallaban en el estado medio
de la barbarie. Esta línea de paralelos etnográficos com­
parativos fue seguida por Solías en su obra Ancient
Hunters and their Modefn Representatives (1911).
Pero el resultado mis sorprendente de la publicación
del libro de Morgan Ancient Society fue su conversión
en una bbra canonizada por los marxistas. Karl Marx se
impresionó en gran medida con este libro y cambió algu­
nos de sus puntos de vista sobre la evolución social des­
pués de haberlo leído; también llegó a hacer numerosas
anotaciones con vistas a escribir un libro sobre Morgan
y sus teorías. A la muerte de Marx su colaborador
F r i e d r i c h E n g e l s (1820-1895) completó este proyecto
en la obra Der Ursprung der Familie, des Privatéigen-
thums und des Staates, publicada en Zurich en 1884, y
cuya primera traducción inglesa apareció en Chicago
en 1902. Sorprendentemente, la primera versión impresa
en Inglaterra no vio la luz hasta 1940. El extracto si­
guiente pertenece a esta edición inglesa.
Los capítulos siguientes son, en cierto sentido, el cumplimiento
de un legado. El mismo Karl Marx se había propuesto ofrecer
en el futuro los resultados de las investigaciones de Morgan a la
luz de su propio —y dentro de ciertos límites nuestro— examen
materialista de la historia, y así esclarecer su significado totaL
Pues Morgan, a su modo, había descubierto de nuevo en América
la concepción materialista de la historia, que Marx había encon­
trado hacía ya cuarenta años, y en su comparación de la barbarie
y la civilización había llegado en muchos puntos é las mismas
conclusiones que Marx. Y así como los economistas profesionales
de Alemania se dedicaron dunuitc año» a plagiar El Capitd, in­
tentando a la vez llevado a la muerte mediante la tá¿tiqt del
silencio, del mismo modo la obri AMknt Soríety, de Morgan,
recibió un tratamiento semejante por paite de los portavoces de
la ciencia «prehistórica» de Inffatérra...
Es un gran mérito para Moíg*S *l híá>er reconstruido en sus
líneas principales alta base prehistórica de nuestra historia escrita
y él haber enconttudo ffl» fe*' grupo» de parentesco de los indios
norteamericanos la ckve pita solucionar di rompecabezas más
importante, y hasta d nomento más indescifrable, de la primitiva
138 Historia de la Arqueología

historia griega, romana y germánica. Su Tibro no es el resultólo


de k laBor -de un día. tirante cuarenta años luchó con el mate­
rial hasta hacerse dueño de él; pero también esto hace que sea
una de laS pocas obras de nuestro tiempo que han marcado
toda, una época...
Morgan es, el primer hombre que, mediante un experto cono­
cimiento, ha intentadla introducir un orden definitivo en la pre­
historia humana. Mientras ningún material adicional importante
prodüzca cambios necesarios su clasificación mantendrá, sin duda,
toda su vigencia...
El esquema que aquí he ofrecido, siguiendo a Morgan, del
desarrollo del hombre desde el salvajismo y la barbarie hasta lós
ásmanos de la civilización, tiene ya un enorme caudal de nue­
vas características; y lo que fes más importante, no puede ser
discutido, dado que procede directamente del'proceso de produc­
ción. Sin embargo, quizá mi esquema parezca lineal y débil en
comparación con la imagen que va a aparecer al final de nuestro
recorrido: sólo entonces se verá. claramente, y con todos sus
sorprendentes contrastes, la transición.de la barbarie a la civi­
lización. Por el momento la división de Morgan puede resumirse
de la forma siguiente. Salvajismo: período durante el cual pre­
domina la apropiación pdr el hombre de los productos en su
estado natural; los productos dd arte s í » principalmente instru­
mentos que lg ayudan en esta apropiación. Barbarie: período
durante el cual el hombre áprendé a criar animales domésticos
y a cultivar lá tierra, y adquiere métodos para incrementar el abas­
tecimiento de productos ^naturales por süs propios medios. Civili­
zación: período «1 el que el hojnbre aprende a aplicar el trabajo
de manera más avanzada a los productos de la Naturaleza; es la
etapa de la industria propiamente,dicha y.del arte.

Uno de los puntos clave de la obra de Lewís Morgan


era la evolución de la farhilia, que no puede explicarse
mediante la intervención de la arqueología prehistórica
y que constituye un modelo o construcción teórica in­
ventada tras estudiar, con frecuencia erróneamente, a los
pueblos primitivos modernos. Como ha dicho Leslie
A. White: «Toda la teoría de Morgan sobre la evolu­
ción de la familia, desde las hordas proniistuas hasta
la monogamia, ha resultado inaceptable, como lo de­
muestran los antropólogos modernos! *tok tínicos segui­
dores de esta teoría son los marxistas recafdtrantés, que
5. La mayoría de edad de la arqueología 139

sienten... qué cualquier crítica a Morgan constituye una


traición a la fe marxista» V
Abandonamos aquí a Morgan y a sus ideas, elogiadas
en exceso y sin crítica alguna por Marx y Engels, para
volver más adelante a ellas (capítulo 8), cuando veamos
las interesantes tentativas llevadas a cabo por Gordon
Childe y Grahame Clark para combinar el modelo escan­
dinavo de las Tres Edades y el modelo de Morgan en
uno solo, y la elaboración y el uso persistente del mo­
delo de Morgan en obras rusas de arqueología, e incluso
en otros países. Pero antes de dejarle permítasenos aña­
dir una sola cosa: cuando Engels escribió que Morgan
fue «el primer hombre que, mediante un conocimiento
especializado, ha intentado introducir un orden definitivo
en la prehistoria humana», no sólo revelaba que Morgan
había introducido un modelo en los hechos aparentes
del pasado, sino que descubría además su propia y sor­
prendente ignorancia de la arqueología prehistórica an­
terior. Una lectura de las obras de Worsaae, Morlot,
Lubbock y De Mortillet no le habría apartado, probable­
mente, de su convencimiento de que Morgan era uño
de los grandes escritores de todos los tiempos; quizá
habría seguido pensando que Ancient Society era «una
de las pocas obras de nuestro tiempo que han marcado
toda una época», pero al menos se habría dado cuenta de
que existían otras teorías sobre la arqueología prehistó­
rica, y que entre 1859 y 1877, las dos décadas que pre­
senciaron el nacimiento de la arqueología, se habían escri­
to otras obras que marcaron igualmente toda una época.
Pero acabemos este capítulo en un tono de menor
controversia. El 2 de noviembre de,1870 j . H. Parker,
conservador del Ashmolean Musetun, de Oxford, dio
una conferencia a la Oxford Arehitectural and Historical
Society, titulada «The Afekoiolean Museum, its History,
Present State, and PíOspécts». Se publicó aquel año en
el mismo Oxford, y hé^ajpi algunos extractos:
¿Qué es la arqueología? Es la historia en detalle, y los de­
talles resultan 10 veces más interesantes que los secos huesos
llamados textos históricos. Los detalle» dan vida é interés a

..
140 Historia de la Arqueología

cualquier tema. La arqueología e* también historia en la que


loa ojos actúan como maestros, mostrándonos una serie de objetos
tangibles. Resulta mucho más fácil recordar lo que hemos «visto»
en delta ocasión qué lo que tan sólo conocemos a través de la
lectúa o de la tradidón oral...
La arquitectura ha sido (toante mucho tiempo la rama más
popular de k arqueología... No debemos olvidar jamás las im­
portantes palabras de Mr. Goldwin Smith..i Los edificios de toda
nación constituyen una parte esencial de su historia, pero una parte
que ha sido descuidada por todos los historiadores, que han re­
sultado ser ignorantes absolutos del tema...
Cuando la arqueología forme parte del sistema educativo de Ox­
ford, como espero que así sea, mediante la ayuda de este museo,
cualquier hombre educado sentirá vergüenza por Su ignoranda en
esta materia. El tema en si, en su esquema general, es tan sencillo
y fácil, y tan útil para el esclarecimiento de «tras ramas de la his­
toria, que parece imposible que no se¿ haya estudiado en serio. Re­
sulta «demás múy fácil su elaboración en uno ü otro sentido, una
ves que se comprende aqud esquema general.
Las damas se han colocado ya a la cabeza en esta cuestión. La
arquitectura o la arqueología forman hoy día parte de los estu­
dios que redben las jóvenes, y con frecuenda he observado que,
en sodedad, d conocimiento por parte de las jóvenes de la ar­
queología o h falta de éste es uña prueba de educación superior
ó de falta de ella. Las hijas de nuestra más alta nobleza, que
redben generalmente la mejor educadónposible, están «asi siem­
pre familiarizadas con la arqueología. Algímosde mis estudiantes
predilectos han sido señoritas de estadate: nuestras futuras
duquesas o condesas. Podría mencionar algunos nombres, pero
no lo haré por temor a ofender la modestia o, mejor dicho, la
tísaidez dd carácter inglés...
Quisiera ahora recordarles las palabras de otro distinguido nom­
bré áe Oxford, d decano Stanley: La arqueldgia es para 1el estu­
dio de la historia lo que la anatomía comparada::fs\péra el de la
medicina. Puesto que las dos personas que he ínendonado perte­
necen al partido liberal, y d espíritu de uá partido a veces
impregna las referencias a nouibres concretos^- y 'en consecuencia
nuestro propósito podría quizá resultar tergiversado, será conve­
niente dtar algunos nombres dd otro bando. Ea los primeros días
de nuestra sociedad d doctor Newman asistió varias veces a las
reuniones y afirmó que era un placer asistir a las reuniones de
esta sociedad, ya que era el único terreno tieutrtd de Oxford.
En aquellos días eran frecuentes aquí las grandes polémicas, pero
la arqueología nada tiene que ver con la política o la polémica...
5. La mayoría de edad de lá arqueología 141

El espíritu de ia arqueología es necesariamente conservador.


Al mismo tiempo vemos la necesidad de apuntarnos a teorías
liberales sobre el progreso y abandonar el fanatismo y la intran­
sigencia de nuestros padres, los anticuarios de la vieja escuela. La
arqueología ha de ser necesariamente cosmopolita para poder alcan­
zar sus fines, ya que no podemos estudiarla sin poseer el derecho a
las comparaciones o sin comparar un país o un distrito con otro.

En el discurso de Parker, pronunciado hace casi cien


años, se nota un enorme sentido de lo moderno, con ex­
cepción de la referencia a futuras duquesas y condesas,
que en nuestros días no llenan las aulas donde se dan
conferencias sobre arqueología. Hay un párrafo, sin em­
bargo, que no puede omitirse en cualquier relato que
se refiera a los orígenes y el desarrollo de la disciplina
y que citamos a continuación. Parker en 1870 está re­
comendando a un público sorprendido sin duda las gran­
des ventajas de este «arte moderno de la fotografía».
Mediante la comparación de pequeños restos en un lugar con
restos más perfectos del mismo tipo y del mismo período que
aparecen1en otros lugares podemos empezar a comprender1el signi­
ficado de los primeros. Para llevar a cabo estos estudios era nece­
sario antiguamente viajar a grandes distancias y por vastas exten­
siones, p ao el arte de la fotografía nos permite dedicarnos a tales
observaciones sin movernos de nuestros hogares, y a veces de usa
manera mejor que viajando, ya que podemos colocar los objetos
uno junto al otro sin tener que confiar sólo en la memoria O en
los dibujos, que nó siempre resultan dignos de fe.

C. T. Nerwton había utilizado ya la fotograffaett las


excavaciones que llevó á cabo en © ító á y T i^ tífá , petó
mientras'usaba está técnica eq él tw t$^ de < ^ j » man-
dó que de las fotografias te iaiáíra fitbgráfíák para
ilustrar -sus i n f o r m é s : ■'en
mótradá «a l'873-':^ ’i 8 ^ !,%uí-'™fi3íí®¿:Nretite lá excáva-
ción, quizá el primer 'iéjjm-ISif xtypfc que tenemos
en arqueología ¡fotografías, y es
probablemente la primera’ que se usaron con esta
finalidad. El iitfotílie & touestra que, en efecto,
la arqueología había áiéánzJfKlo su mayoría de edad en
los cinco lustros que siguieron a 1859.
6. Hallazgos y desciframientps

en

Los cuatro capítulos precedentes nos han dado una


visión de los orígenes de la arqueología desde sus co­
mienzos como materia de anticuarios y aficionados. En
1871, como ya dijimos, Tylor afirmó en Primitive Cul­
ture: «La historia y la prehistoria del hombre han
Ocupado el lugar que les corresponde en el esquema ge-
néral del conocimiento.» Cuatro años antes la Exposición
de París había dedicado una sección a la arqueología,
mientras que la Gran Exposición de Londres de 1851
no lo había hedió. Podría decirse con toda justicia que
la arqueología alcanza su mayoría de edad entre estas
dos exposiciones. Gabriel de Mortillet escribió una guía
para las colecciones arqueológicas de la Exposición de
París, titulada Promenades préhtstoriques Á VE,xposiíion
Vniverselle, y estaba ya preparado para desqribir en ella
los tres hechos históricos principales que se habían des­
prendido de la nueva ciencia; es decir, la Lot de Ptogrés
de Utiumanité, la Loi de Dévdoppement Stmilaire y la
Haute Antiquité de l’Homme.
A partir del comienzo de los años 70 ya ao hubo pro-
142
6. Hallazgos y desciframientos 143

blema alguno sobre Jos-orígenes de la arqueología; de


ahora en adelante, la historia es la narracíon de su
desarrollo y crecimiento; y en esta larga, complicada e
interesante historia sólo podemos seleccionar unos cuan­
tos temas esenciales: el primero es el de los hallazgos y
desciframientos, y éste va a ser nuestro cometido en el
presente capítulo.
De los innumerables e importantes descubrimientos
logrados por el azar y por excavaciones deliberadamente
planeadas en los últimos cien años sólo podemos desta­
car aquí unos cuantos ejemplos. El descubrimiento del
arte de las cavernas del Paleolítico Superior, en el si­
glo xix, es muy interesante por combinar el hallazgo
casual con la excavación, el azar y la voluntad, y tam­
bién ese elemento de sospecha que, por desgracia, en­
vuelve a ciertos descubrimientos genuinos de vez en
cuando y que, por fortuna, provoca ún escepticismo
justificable con respecto a aquellos que no lo son.
El arte del Paleolítico Superior se estableció por vez
primera mediante el reconocimiento natural del art mo-
bilier, ípequeños objetos descórados encontrados entre
los escombros de refugios de piedra donde había vivido
el hombre hace 15.000 ó 30.000 años. Tras la demos­
tración hedía por Lartet y Christy, espedalmente en su
obra póstuma, Reliquiae Aquitanicae (1875), resultaba
imposible negar que los salvajes de las últimas etapas
de la vieja Edad de la Piedra fueron artistas. Al encon­
trarse un arte, comparable en estilo a los objetos decora­
dos hallados en los lugares de habitación paleolíticos, en
las paredes de las cavernas que no se utilizaban para
vivir y que a veces se hallaban situadas Zoilas inacce­
sibles en las laderas de las colinasJ?comenzaron « crecer
las dudas y las sospechas.
Nuestro próximo extracto trata del descubrimiento de
algunos de estos lugares ptfottitiVos. como Aitamira. pero-
también se refiere^* La Pá¿non-Pair. que
convencieron al Miíkfo éfaflíñco que el escepticismo
había ido demasiado !í¿Jós. pertenece a la pluma del más
grande, probablemente, o al menos uno de los tres ar­
144 Historia de la Arqueología

queólogos franceses más importantes, Tosbph D é c h e -


l e t t e , quien, antes de su muerte repentina y prematura,
a la edad de cincuenta y dos años, como soldado en 1914,
trabajaba en la elaboración final dé una guía general
de arqueología europea prehistórica y protohistórica. es-
....“ T ' l ...................." 1l " - T T " i * II m i * *- , , > i" i j - V *
pecialmente de Francia y de Europa qccidental^ Por
cierto que la pércE3apara la arqueología fiancesíC'y para
la arqueología en general, provocada pe» su muerte viene
demostrada por el hecho de que nadie desde su tiempo
ha intentado elaborar la síntesis que había planeado en
el nivel que él alcanzó. Déchelette estaba dispuesto a
establecer una ordenación dgsde el ormqipjft ^ Paleo­
lítico hastaJa..,Firiad.MadiaTNinguna antología de los
grandes arqueólogos debe omitir algún extracto de su
obra. El que sigue a continuación pertenece al Manuel
d’arcbéologie préhistorique, celtique et gallo-romain, que
apareció en 1908.

Los objeto» transportables esculpidos en piedra, marfil, hueso


y asta por artistas del Magdaleniense habían sido conocidos desde
hada ya varios años, cuando une» inesperados descubrimientos*
trajeran a k luz nuevas revelaciones sobre d arte de los primi­
tivos Cazadores dd reno. En algunas de ks cuevas más profundas...
se descubrieron dibujos, muy numerosos en ocasiones, de ani­
males y otros diseños grabados o pintados en las paredes y
techo». Inmediatamente surgió k pregunta de si estos extraños
diseños eran contemporáneos de los habitantes de las cavernas
dd Cuaternario. El primero en llamar k atención de los investi­
gadores sobre estos descubrimientos, d español don Marcelino
de Sautuok, no dudó en afirmar esta hipótesis, sin lograr dese­
char, sin embargo, ks dudas que, con toda justkia, habían surgido
ante estos curiosos y extraordinarios hallazgos. En 1880 publicó
una breve descripción de las pinturas de animales que él habla
ftttMÜCi&dk) d año anterior en d techo de k Cueva de Ahamira...
Sin embargo, un ingeniero, M. Edouard Hadé, después de estu­
diar Un pinturas, negó su antigüedad. Posteriormente, y aunque
Viknova y P ie», profesor de paleontología en Madrid, adoptó
k n^isma postura que su compatriota y mantuvo sin ninguna duda
que aquellas pinturas eran contemporáneas de los lugares de esta­
blecimiento del Paleolítico Superior, varias circunstancias parecían
favorecer la incredulidad de otros. ¿Cómo explicar d estado dé
conservación tan increíblemente bueno dé estos frescos, que se
6. Hallazgos y desciframientos 145

suponía debían de tener una antigüedad de vatios miles de años,


si las puedes se hallaban continuamente húmedas y en algunos
lugares cubiertas incluso por formaciones estalagmíticas? Ade­
más, ¿cuál podía ser el Significado de estas figuras animales qut
ocupaban puntos totalmente oscuros dé la cueva y cuyo acceso
era muy difícil? También surgieron objeciones sobté la completa
ausencia de toda señal <k humo en las paredes. Esta circunstancia
pareció excluir la hipótesis de una morada prolongada en aquellos
pasajes oscuros y subterráneos. A pesar de todo, varios de los
hechos que el mismo Harlé había observado eran irreconciliables
con la suposición de que los dibujos habían sido falsificados, y
también resultaba difícil atribuirles una lecha reciente. Varios
de los diseños estaban cubiertos por una capa estalagmítica y,
además, la entrada a la cueva había permanecido obstruida y des­
conocida hasta 1868. Era, po* tanto, imposible pensar que todas
las pinturas eran obras recientes sin toparse con serias dificulta­
des de interpretación. No obstante, d señor Pe Sautuola y d
sefior Vilanova 09 lograron disipar las dudas, y los descubrimien­
to; de Altamira quedaron en d olvido hasta que en 1893 M. Emile
Rivtóre, d afortunado explorador de las grutas de Mentón,
encontró a su vez signos grabados en las paredes de la cueva de
La Mouthe, en la comuna de Tayac, en Dordogne. Con anteriori-
da^i a las excavaciones de M. Riviére depósitos paleolíticos y neo­
líticos habían obstruido por completo la entrada a esta caverna...
En <d refugio de piedra de Pair-non-Pair, en la Gironde, M, Da-
leau había empezado a excavar en 188?., Ea 1897, alentado por
los descubrimientos de La Mouthe» publicó las importantes pin­
turas murales de este lugar que conocía desde muchos años antes.
Allí las pinturas se encontraban complejamente cubiertas. De esta
forma se disipaban las últimas dudas, y desde entonces la aten­
ción de los arqueólogos se ha dijigi<io $acia las paredes de las
cuevas, dejándose de negar 1$ autenticidad de los descubrimientos
de De Sautuola. ' v

El descubrimiento daL a MouAe fue 1» que i m p ^


a HmíJe Cartatlhar. entonce» profesor de prehistoria en
Toulouse y decano de k arqueología francesada llevase
mnsiflQ-a Altamira k itft |nwn seminarista q u e 'co n 'íl
tiempo llegaría a ser, a su vez, el decano de los estudios
pnlenlítieos nr> sólo en Francia, sino en todo el mundo:
se trata de Henrt (1R77-1961V Hasta ese mo­
mento Cartailhac se habla resistido a creer en Áltamira,
pero tras su visita con el jov^n Breuil dio fe de su
Olyn Daniel, 10
146 Historia de la Arqueología

conversión no sólo a la áutenticidad de Altamira, siflo


á la existencia y autenticidad del arte de las cavernas
dej iSáéiral» en su famoso trabajó
«Mea culpa dun sceptique», publicado en uAntbropo-
logie de 1902. Esta conversión incluía a Breuil, que
cuenta como uno de los aspectos más afortunados e im­
portantes de su carrera arqueológica el descubrimiento
y clasificación del arte del Paleolítico Superior. He aquí
el relato, debido a sü propia mano, sobre los sorpren­
dentes hallazgos de Les Trois Fréres y Le Tuc d’Aüdou-
bett en 1912 y 1914 *:
Pocos descubrimientos han tenido más sabor de novela román­
tica que éstos. Tan sólo desearía qué el conde Begouen pudiera
contamos la historia 3 mismo.
El conde fue amigo del prehistoriador Etnile Qartailhac, tenia
a su vez amplios intereses intelectuales y había dedicado 'muchos
años de su vida a viajar y a escribir sobre temas políticos e
históricos. Abandonó sus negocios en Toulouse para retirarse
a su pequeña propiedad de Montesquieu-Avantés, al menos du­
rante el tiempo én qué di sol dé Ariége templaba el frió de las
colinas bajas de los Pirineos. Sus tres jóvenes hijos, Max, Jacques
y Louise, acudían allí pata pasar sus vae&ddnes...
Toda la familia estaba muy al tanto de la prehistoria de las
cavernas, pues el Mas d’Azil, con su bóveda gigantesca, semejante
a una catedral de tietta apretada, y sus laberintos de oscuros
pasajes, sé encontraba a unos pocos kilómetros de allí, mientras
que también a poca distancia estaban las profundas cavernas de
Niaux, SédeÜhac, Portel y ‘ Garg&s, ya famosas debido a sus
pinturas y grabados prehistóricos.
Por aquel tiempo el tío Volp erá* una tentación muy atractiva
para los exploradores. No muy lejos de Montesquieu-Avantés se
habían labrado túneles insondables entre Enléne y Le Tuc d’Au-
doubert, donde las colinas de caliza impedían su continuación.
Dos sistemas de galerías subterráneas, uno seco y otro inundado,
formaban panales en las cuestas donde se hallaban las haciendas
de Pujol y Espas, y cerca de ellas, las ruinas de un edificio
medieval. e?
Hada ya tiempo el abate Cau-Durban y, Félix Regnault, ex­
pertos excavadores, habían apartado parcialmente los depósitos
neolíticos de la entrada dé Enítae; allí cerca Begouen encontró
el trozo de una escultura, d asta de un reno esculpida en alto
relieve en el mejor estilo del Magdaleniense IV. En 1912 sus
6. Hallazgos y desciframientos 147

tres hijqs decidieron usar una frágil embarcación, que habían


fabricado con cajas para embalaje y latas de petróleo, para explo­
rar más allá del profundo lago donde aparecía el Volp tras su
recorrido de dos kilómetros bajo tierra.
El 12 de julio llegaron sin grandes dificultades a unas enormes
galerías medio inundadas, con un pequeño anexo Cubierto de
grabados, y avanzando por aquel camino subterráneo llegaron a
otro lago... Una inscripción del siglo x v i i i les m ostró pronto que
no eran los primeros en penetrar tan lejos. Un pasaje ascendente
llevó a los muchachos a una estrecha galería superior, en la que
encontraron algunos grabados. Allí fue donde, en la mañana del
12 de octubre de 1912, Max Begouen tuvo la intuición de que
ciertos pliegues colgantes de estalactita escondían un corredor
adicional. Los rompió y siguió ¿delante hasta una amplia galería,
sabiendo que era el primer ser humano que pisaba aquel lugar
desde la Edad del Reno. Por la tarde él y sus hermanos..: explo­
raron la galería, penetrando hasta la última cámara. Allí, recos­
tadas sobre una roca, vieron las formas de dos bisontes espléndi­
damente modelados en barro. Aquella misma tarde llevaron a su
padre para que contemplara su gran descubrimiento.
Cuatro días más tarde Emile Cartailhac y yo llegamos desde
Toulouse y París. También nosotros nos dirigimos a lá cámara y
nos encontramos con los bisontes.
Dos años más tarde, el 21 de julio de 1914, los tres hetmanos
Begouen... decidieron bajar por un pozo del cual, según había
declarado un campesino que trabajaba en las cercanías, salía siem­
pre una fuerte corriente de aire que hacía que la nieve se derri­
tiese en el invierno. El conde Begouen se instaló en la entrada
para aguardar su regreso.
Pasaron varias horas, y el centinela empezaba a inquietarse por
la suerte dé sus hijos cuando inesperadamente les vk>, ya fuera
del pozo, caminando alegremente hada él. Habida caído por un
hoyo abierto en el techo de un estrecho pasaje, dfespüés penetraron
por otro, uno de cuyos extremos, tac apretado y bajo que era
necesario avanzar a gatas, les había conduddo hasta la cueva seca
de Enléne. El otro extremo, sin embargo, les llevó arriba, hacia
un laberinto dé galerías, todas desconoddas, que estaban decora­
das con varios grupos de espléndidos grabados y unas cuantas
pinturas de pequeño tamaño. La boy día famosa cueva de Les
Trois Fréres había sido descubierta. Desde entonces ha sido am­
pliamente explorada. ’

Las dos últimas citas indican el comienzo del desoír


brimiento del arte del Paleolítico Superior. Es un proceso
148 Historia de la Arqueología

debido principalmente a la suerte y que continúa en nues­


tros propios días. Quizá, después dq Altamjra. el descu­
brimiento más apasionante nava sido d de Lascaux. cerca
de la aldea de Montignac, a 15 millas de Les Éyzies.
En este lugar, el 12 de septiembre de 194Q, m tw pe­
queños escolar?? ?l intentar recuperar o su perro Robot,
que había caído en el agujero de una colina causado por
d desprendimiento de un árbol durante el fum e venda­
val del último invierno, s^cflcaatsarp^ fior £ura^asua-
h m m Id gtan.antcdmara fifi T i m u i O » magafc.
cueva aun no b « sido hallada. pero miles de visitantes
han acuX3o a contemplar estas pinturas, penetrando
pe* xina entrada construida ex profeso. Lascaux se ha
convertido en noticia en varias ocasiones durante estos
últimos años afiiQlfirse que algunas de las pinturas es-

muytnste que lo que se descuono en la década de ios su,


y que hace tan sólo sesenta años fue reconocido como
auténtico, desapareciera de la vista de sus modernos
admiradores.
Nuestro próximo extracto sobre descubrimientos de
importancia ha de proceder forzadamente de la obra
de Sch liem ann (1822-1B90). el hombre
At n^gpcios yJbanauero jSSTán que, amrnu-
ladounaenorm e fortuna, se retiró a Ja craa.cfe cuarenta
£ % l f f i [ ^ ^ ,l ^ a r s e |a k A ) iMflttoe-
¿tabeo oriental. «Toaa rarotesión tiene su héroe, el hom­
bre geniaícuyos esfuerzos y logros parecen personificar
las más altas aspiraciones dd campo elegido, capturando
la imaginación del público en general», escribía Leo
Dud en su libro The Treasures of Time, y añade: «En
la arqueología este héroe singular ha sido, desde hace ya
mucho tiempo, Heinrich Schliemann.» Schliemann creyó
desde niño oue Trova existía v que mediantc exyKnT
clones x ,ggagadpagL_£e revelaría la cultura materSTdc
6. Hallazgos y desciframientos 149

los grandes personales de Homero. Sus excavaciones en


Hissarlik, en lá ¿SSld (WCldffliral del Asia Menor, así
como en Micenas, Tirinto y Orcomenos, en la Greda
continental, justificaron por entero su fe y nos descu­
brieron a los primitivos troyanos y micénicos. Los párra­
fos siguientes pertenecen a su obra Ilios, the City and
Country of the Trojans (1880).

Por fin pude llevar a cabo el sueño de toda mi vida, y visitar


con toda tranquilidad el escenario donde se desarrollaron aquellos
hechos que tan enorme interés habían tenidosiempre pare mí,
y el país de los héroes cuyas aventuras habían sido «1 deleite y
consueto de mi niñez. Emprendí el camino, per tanto, en abril
de 1868, vía Roma y Nápoles, hada Gorfd, Cefaloni* e Itaca. In­
vestigué esta famosa isla con gran cuidado, pero las únicas exea-
vaciones que efectué allí tuvieron lugar en el llamado Caatillo de
Ulises, en la cima del monte Aétos. Encontré que d carácter local
de Itaca se ajustaba perfectamente a las indicaciones de la Odi­
sea. .. Posteriormente visité el Peloponeso, y examiné con especial
detenimiento las ruinas de Micenas, donde me pareció que d
pasaje de Pausanías en que se mencionan los sepulcros reales, y
que es ¡ahora tan popular, había sido interpretado erróneamente,
y que, contrariamente a lo que se suele pensar, aquel escritor no
situó en modo alguno las tumbas en d pueblo bajo, sino en Ja
misma acrópolis. Visité Atenas, y salí dd Pireo camino de los
Dardanelos, desde donde proseguí hasta la aldea de Boumabashi,
en d extremo sur de la llanura de Troya. Boumabashi, junto con
las colinas rocosas que se encuentran a su espalda, conocidas
como Bali Dagh, había sido considerada hasta entonce*, en tiem­
pos recientes, y de modo casi universal como dhjgar de la Ilium
homérica; se había creído que loa manantiales situados «1 pie de
aquella aldea eran los dos manantiales mencionados por ¡Bocnóo,
uno de los cuales tenía agua caliente y «i btro fría. Pero eh vea
de dos manantiales, yo encontré 34, ^ quizá existan 40... La
distanda de Bournabashi desde el líeW ponto es en línea recta
de ocho millas, mientras quetod** las indicaciones de la lliada
parecen demostrar que la >d»ttneiir! entre IKum y d Hdesponto
era muy escasa, poco u fe ’dé’ ta i millas. Tampoco hubiese resul­
tado posible para Acftfile» pfcttetfuk a Héctor en las llanuras que
rodean las murallas hubiese estado situada en la ama
de Boumabashi. Por taoW, tne convencí inmediatamente de que
la dudad homéckm qo'{|u4e haber estado allí. Sin embargo, de­
seaba investigar ni'ÍM É lb1 de (enejante ttfn m n ñ f mediante
150 Historia de la Arqueología

excavaciones, y «ne llevé a varios obreros para que abrieran pozos


en cientos de lugares diferentes, entre los 40 manantiales y d
extremo de las montañas. Pero en los manantiales, así como en
Boumabashi y en el resto del lugar, no hallé más que suelo virgen
donde las rocas se encontraban casi a flor de tierra. Sólo en d
limité sur de las montañas se veían unas tuinas que pertenecían
a un pequeSo lugar fortificado, que me pareció, lo mismo que a
mi amigo el doctor arqueólogo Mr. Frank Calvert, vicecónsul de
los Estados Unidos en los Dardandos, idéntico a la antigua dudad
de Gergis...
Tras los resultados negativos que me propordonó Bouma­
bashi examiné cuidadosamente todos los promontorios a izquierda
y derecha de la llanura troyana, pero mis investigadones no die­
ron resaltado hasta que llegué al lugar de la ciudad llamada por
Estrabón Nueva Ilium, a úna distancia dd Hdtsponto de sólo
tres millas y que corresponde perfectamente en este aspecto, así
como en todos los demás, a los requisitos topográficos que nos
da la litada. Me sentí especialmente atraído al lugar por la gran­
diosa situación y las fortificaciones naturales de la colina llamada
H is s a r l ik , que formaba d borde noroeste de Novum Ilium, y me
pareció poder señalar d sitio de su acrópolis como el Pérgamo
de Príamo... La altura de esta colina es de 49,43 metros, o
162 pies sobre d nivd dd mar. En un agujero excavado aquí
casualmente por dos aldeanos hace unos veinticinco años, al final
de la vertiente norte... se encontró un pequeño tesoro que con­
tenía 1.200 monedas griegas antiguas de plata pértenedentes a
Antíoco III.
El primer escritor moderno que ha identificado a Hissarlik
con la Troya homérica fue Maclaren, que mostró con argumentos
verdaderamente convincentes que Troya jamás pudo haber estado
situada en las montañas de Boumabashi y que, si de hecho existió
alguna vez, Hissarlik debía corresponder al lugar exacto... Auto­
ridades tan eminentes como George Grote, Julius Braun y Gustav
von Eckenbrecher se han declarado también a favor de Hissarlik.
Además, Mr. Frank Calvert, que comenzó apoyando la teoría
según la cual Troya se hallaba situada en Boumabashi, pasó más
tarde a creer, gracias a los argumentos de k» escritores arriba
mencionados y en especial, según parece, gradas a los de Maclaren
y Barfcer Webb, en la teoría de Troya-Hissaríik y se convirtió
en su valiente defensor. Casi la mitad de Hissarlik es de su perte­
nencia, y en dos pequeñas zanjas que hizo excavar en su propie­
dad había descubierto con anterioridad a mi vtyita 'algunos testos
de, los períodos macedónico y romano, asi como' parte dé la mu­
ralla de construcción helénica que, según Pintare» («a « i Vid*
6. Hallazgos y desciframientos 151

dé Alejandro), fue levantada por Lisímaco, Decidí inmediatamente


comenzar a excavar aquí, y di a conocer mi intención en la obra
Itbaque, le Péloponnése et Trote, que publiqué a finales de 1868.
Habiendo enviado una copia de este trabajo, junto con una diser­
tación de griego antiguo, a la Universidad de Rostock, este cuerpo
erudito me honró con el diploma de doctor en filosofía. Desde
entonces be intentado, con un incesante fervor, mostrarme dignp
del honor que me fue conferido.
En el libro a que me he referido mencionaba... que, según
mi interpretación del pasaje de Pausanias... en el que habla de
los sepulcros de Micenas, se debían buscar las tumbas reales en
la misma acrópolis, y no en el pueblo bajo. Puesto que esta ínter*
prefación mía se hallaba en oposición con las de todos los demás
eruditos, se negaran a escucharme en aquellos momentos; ahora,
sin embargo, después de habet encontrado estos sepulcros en 1876,
con sus inmensos tesoros y en el miso*? lugar que yo indiqué,
parece ser que mis críticos, y no yo, eran los que estaban en 4
error.
Ciertas circunstancias me obligaron a permanecer casi todo el
año de 1869 en los Estados Unidos, y por tanto no pude regresar
a Hissarlik hasta abril de 1870 para llevar a cabo una excavación
preliminar, y así comprobar la profundidad a la que se hallaba
el suelo artificial. Realicé esta excavación en el borde noroeste,
en el lugar en que la colina había crecido considerablemente de
tamaño y donde, en consecuencia, la acumulación de débris del
período helénico era muy grande. Tras excavar tan sólo 16 pies
bajo la superfide desenterré un muro de enormes piedras, de un
espesor de seis pies y medio, que, según mostraron excavadones
posteriores, pertenecía a una torre de la época macedónica.
Para llevar a cabo uno$ trabajos de mayor envergadura necesi­
taba un «firmán» de la Sublime Puerta, que no pude conseguir
hasta el mes de septiembre de 1871..,.
Con él tiempo, el 27 de septienjbte, me dirigí « los Dardanelos
con mi mujer, Sophia Schliemann,,que¡es nativa de Atenas y una
ferviente admiradora de Homero, y que se unió a mí con alegre
entusiasmo para realizar, la gran.jabor que me había propuesto
llevar a buen término desde que era niño, hace ya casi medio
siglo, con el beneplácito de m padre... Peto nos topamos con
dificultades incesantes por parte 4c la* autoridades turcas, y hasta
el 11 de octubre no p\¿din»s, coi»enr.ar nuestro trabajo. Puesto
que no había otro refugio, nos vimos obligados a establecernos
en la vedna aldea turca deGhüpiak, a milla y un cuarto de His­
sarlik. Despoét de tnbftjaf « d¡*rio con unos 80 obreros hasta
el 24 de oammbae fw tom Qm ém &xm lu «scavadone* du­
152 Historia de la Arqueología

rante di invierno. Peto en aquel intervalo habíamos logrado


‘abrir un gran foso en di frente de lá empinada vertiente norte
y llegar hasta una profundidad dé 33 pies bajó la superficie de
la colina.
Lo primero que hallamos fueron los restos dé lá Ilium Aeolica
tardía, que alcanzaban como promedio tina profundidad de seis
pies y medio... Bajo estas ruinas helénicas.y hasta una profun­
didad de unos 13 pies, el débris contenía unas cuantas piedras
y algunas obras de alfarería hechas a mano y bastante toscas.
Bajo este estrato encontré varias paredes ide casas, construidas
con piedras en bruto y argamasa de tíéfta, y por vez primera
aparecieron gran cantidad de utensilios dé piedra y molinos dé
mano, junto con otras obras ordinarias de alfarería modelada.
Desde unos 20 a 30 pies bajo k superficie no se encontró más
que dibris calcinado, masas inmensé*áe ladrillos secados al col
óKgeramente cocidos, asi como paredes dé casa hechas también
de ladrillo, vatios molinos, pero menos utensilios de piedra de
otras clases y cerámica fabricada a mano de calidad superior.
A una profundidad dé 30 y 33 pies descubrimos fragmentos de
paredes de casas hechas de enormes piedras, muchas de días la­
bradas toscamente; también hallamos gran cantidad de bloques
sueltos. Las piedras dé estas paredes parecían haber sido separa­
das tinas de otras por un v ie n to terremoto. Mis instrumentos
dé excavación dejaban mucho que desear: tenía que trabajar tan
sólo con picos, palas de madera, cestas y ocho carretillas.
Regresé a HissarHk con mi mujer a finales de marzo dé 1872
y reanudé las excavaciones con 100 obreros, pero pronto pude
aumentar el número de trabajadores hasta 130, y a menudo tenía
incluso 150 hombres trabajando a mi lado. Me encontraba ahora
bien preparado, ya que mis estimados amigos Messrs. John
Henry Schroeder & Co., de Londres, me habían provisto con
carretillas, picos y palas inglesás de la mejor calidad; también
pude contar con tres capataces y un ingeniero, Mr. A. Laurent,
para la elaboración de mapas y planos. Este último recibía 20 li­
bras al mes; cada uno de los capataces, seis libras, y mi criado,
siete libras y cuatro chelines, mientras que el jornal diario de los
Obreros era de 1 fr. 80 c., o unos 18 peniques. En lá cima de
Hissarlik mandé construir una casa de madera con tres habitacio­
nes, un almacén, una codna, etc., y cubrí los edificios con fieltro
a prueba dé agua para protegerlos de la lluvia.
En la empinada vertiente norte de HissarHk, que se alza en
tul ángulo de 45**, y a una profundidad perpendicular de 46 pie*
yr’lnedio bajo la superficie, excavé una unja de 2)3 pie* dé an-
flikra, y allí eaeoOtté «HB canültd de culébns venenosa*; entre
'SW
6» Hallazgos y desciframientos 153

días había un número sorprendente de ejemplares de la pequefia


culebra morrón llamada antüion... que es apenas más gruesa
que una lombriz y recibe su nombre de la creencia vulgar de que
la persona a la que muerde sobrevive sólo hasta la puesta del sol.
La roca apareció por primera vez a una profundidad de unos
53 pies bajo la superfide de Ja colina, y encontré que el estrato
inferior del sudo artificial estaba compuesto de un áébris muy
compacto de testos de casas, tan duras como la piedra, y paredes
de otras hechas de pequeños fragmentos de caliza sin labrar o
toscamente picada, colocados juntos de modo que d empalme
entre dos de las piedras en una capa inferior se encuentra siempre
cubierto por una sola piedra en el nivel superior. A este estro*»
inferior le seguían paredes de casas construidas con enormes Mo­
ques de piedra caliza, generalmente sin kbrar, pero a menudo
toscamente cortadas en un intento de darlas una forma cuadran*
guiar. A veces encontraba enormes moles de esto* bloques amon­
tonados unos contra otros, «iondo la impresión de haber sido las
paredes quebradas de algún edifido grande. No hay señal alguna
de un incendio general, ni en este estrato de edifidos de grandes
piedras ni en la capa inferior de débris; de hecho, las numerosas
conchas halladas en los dos estratos inferiores aparecen intactas,
lo cual prueba sin duda alguna que no han estado expuestas a
un excesivo calor. En estas dos capas hallé los mismos utensilios
de piedra que antes, pero la cerámica es distinta y se diferencia
también de la encontrada en los estratos superiores.
Como la excavaáón de la gran plataforma en d lado norte
de Hissarlik progresaba lentamente, el día 1 de mayo comencé
una segunda trinchera que partía del lado sur, pero como la ver­
tiente allí era muy leve, me vi obligado a darle una inclinadón
de 14°. En este lugar descubrí cerca de k superfide un bello
baluarte compuesto de grandes bloques de colisa, pertenedente
quizá a k época de Listmaoo. La parte sis de tfistarlik se ha
formado prindpalmente con d débris d d Ilfeun posterior, ©N o-
vum, y por está rozón las antigüedades griegas se encuentran
a una profundidad mucho mayorque en la cima de k colina.
Como mi objetivo era excavar Trepa, qoé esperaba encontrar en
una de estas dudado) b é j a s , t p i f c demoler muchas ruinas
interesantes de los estratoanipetiorcfi,
Cpn d consentimiento de tkt. Frank Cdvert inidé también
d 20 de junio, con k 0y«d*'íde 78 «bretes, una excavaáón en d
terreno al norte de Hiswtftilt; donde, junto a la amplia zanja,
y a una profundidad perpendicular de 40 pies bajo k meseta de
k colina, abrí en k vettknte otro cuadrángulo de unos 109 pies
de ancho, oon oaa tett*ia«iifeaictty gokrfas kterales pon fadli-
154 Historia de la Arqueología

tar la eliminación dd débrís, Apenas comenzado el trabajo


pala dio contra «a triglifo de mármol cuya espléndida metopa
representaba al Febo Apolo y a k » cuatro caballos del Sol. Este
triglifo, así como algunos tambores de columnas dóricas que en­
contré, no dejan lugar a duda de que allí existió un templo a
Apolo de orden dórico, tan derruido en la actualidad que no en­
contré ni una sola piedra de sus cimientos i» situ.
Cuando hube excavado este terraplén, adentrándome en la co­
lina hasta una distancia de 82 pies, vi que había comenzado de­
masiado arriba, sobrándome por lo menos 16 pies y medio, por
lo que decidí abandonar esta zona y contentarme con excavar
una trinchera en d centro de 26 pies de anchura en la parte SuT
perior y 13 en la base. A una distancia de 131 pies desde la
vertiente de la colina encontré una «rao muralla con una altura
de lO pies y »n grosor de seis pies y medio, cuya parte más alta
se encuentra tan sólo a 34 pies bajo la superficie. Está construí*^
en d llamado estilo ciclópeo, con bloques enormes unidos por
medio de otros más pequeños; hubo un tiempo en que fue mucho
más alta, según lo demuestra la cantidad de piedras que yacen a
su lado. Evidentemente, pertenecía a la ciudad que se construyó
con piedras de gran tamaño y que se encuentra en segundo lugar
sobre d suelo virgen- A una profundidad de seis pies bajo este
muro encontré una pared de retención de piedras más pequeñas,
que se alzaba en un ángulo de 45°. Esta muralla última debe,
por supuesto, ser mucho más antigua que la anterior, y parece
evidente que servía como soporte para la vertiente de la colina,
demostrando todo ello, sin lugar a dudas, que desde su construc­
ción el montículo había aumentado 131 pies en anchura y 34 pies
en altura. Según señaló por vez primera mi amigo el profesor
A. H. Sayce, esta muralla está construida exactamente en d mis­
mo estilo que las paredes de casas de la ciudad primera más baja,
y el empalme entre dos de Jas piedras de la capa inferior se en­
cuentra siempre cubierto por una tercera piedra de la capa
superior. Por tanto, encontrándome de acuerdo con él, no dudo
en atribuir ¡esta muralla a la primera ciudad. Ya que el débris del
estrato inferior es tan duro como piedra, tuve gran dificultad para
excavarlo en la forma acostumbrada, y comprobé que resultaba
más fácil socavarlo mediante un corte vertical, con la ayuda de
tornos y grades palancas de hierro de casi 10 pies de longitud
y seis pulgadas de circunferencia, para desprenderlo y así rom­
perlo en fragmentos de 16 pies de altura, 16 de ancho y 10 de
espesor. Peto este modo de excavar resultó ser muy peligroso,
pues dos de los obreros fueron enterrados vivos bajo una masa
de débrit <k 2360 pies cúbicos, y sólo de milagro fueron puesto*
6. Hallazgos y desciframientos 155

• salvo. Después de este accidente abandoné la idea de extender


la gran trinchera, con una anchura de 233 pies, por toda la km*
gitud de lá colina, y decidí excavar primero tina zanja de 98 pies
de anchura en su dma y 65 en la base.
Puesto que la enorme envergadura de mis excavaciones me for­
zaba a trabajar con no menos de 120 a 150 obreros, me vi obli­
gado el día 1 de junio, debido a que era época de cosedla, a
aumentar los jornales a dos francos. Pero incluso este no me
habría permitido reunit d número necesario de hombres, y tuve
que agradecer al desapareado Mr. Max Müller, cónsul alemán
en Gallipoli, que me enviase 40 obreros de aquel lugar. A partir
dd 1 de julio, sin embargo, ya no me resultó difícil conseguir
los hombres necesarios; es decir, unos 150. Gradasa la amabi­
lidad de Mr. Charles Cookson, ednaul inglés en Constantinopía»
conseguí 10 carretillas de mát», de las que tiraban dos hombres,
mientras un tercero las empujaba. Así, pues, tenía 10 carretillas
de mano y 88 carretillas con ruedas con las que trabajar, ade­
más de sds carretas tiradas por caballos, cada uná de las cuales
me costaba cinco francos o cuatro chelines diarios, de modo que
el costo total de mis excavaciones sumaba más de 400 francos
(16 libras) al día. Mis herramientas, aparte de los gatos, cadenas
y tomos, consistían en 24 grandes palancas de hierro, 108 palas y
103 picos, todo ello de la mejor fabricadón inglesa. Tenía tres
capataces-jefes, y tanto mi mujer como yo nos hallábamos pre­
sentes durante las horas de trabajo, desde d amanecer hasta la
puesta dd sol. Pero nuestras dificultades aumentare» continua­
mente como consecuencia del crecimiento de la distancia hasta la
que teníamos que llevar el débris. Además de esto, d fum e y
constante viento del Norte, que arrojaba un polvo cegador a
nuestros ojos, resultaba enormemente incómodo.
En el lado sur de la colina, donde, a causa de la ligera inclina­
ción natural, me vi obligado a cavar una gran trinchera con una
inclinadón de 76°, descubrí, a una distanda de 197 pies desde
su entrada, una enorme masa de construcción que consistía en
dos muros diferentes, cada uno de ellos, coa una anchura apro­
ximada de 15 pies, construidos muy cerca d , uno del otto y situa­
dos sobre la roca a una profundidad de 46 pies y medio bajo la
superfide; ambos- tienen 20 pies de altura, y d exterior se
inclina por el lado sur en un ángulo de mientras que por el
norte es totalmente vertical. Le pared interior cae en un ángulo
de 45° sobre su lado sur, qúe se encuentra frente al lado norte de
la muralla exterior. Hay, pues, un .profundo hueco entre las dos.
La exterior está levantada con piedras más pequeñas y con mor­
tero de barro, p a o su edificación do es sóHda. La interior
156 Historia de la Arqueología

consiste en grándes bloquea sin labrar de piedra caliza; en el


lado norte tiene albafiikria compacta hasta una profundidad de
sóio cuatro pie*, y se apoya aquí contra una espede de baluarte,
con una anchura de 65 pies y medio y altura de 16 pies y
medio, construido en parte de la piedra caliza que hubo que
desechar para nivelar la roca y así poder construir sobre ella las
paredes. Estás dos paredes son completamente llanas en su cima,
y jamás tuvieron una altura mayor; su longitud es de 140 pies;
su anchura conjunta es de 40 pies en el lado este y 30 en el oeste.
Eos restos de paredes de ladrillo y masas de ladrillos rotos,
cerámica, utensilios, molinos de piedra, etc., con los que se
bilkban cubiertas parecen indicar que fueron usados por kts
habitantas dé la ciudad tercera o quemada, al igual que las sub-
esttucíuras de una gran torre, y, por tanto, llamaré a estas pa- y
redes... «la gran torre*, aunque originariamente sus constructores
pudieron habetiss edificado con un fin distinto...
Hasta los comienws de mayo de 1873 habla creído que la co­
lina de Hissarlik, donde me encontraba excavando, marcaba tan
sólo el lugar de la dudadela troyana; y de hecho, Hissarlik fue
fe acrópolis de Novum Ilium. Me imaginaba, por tanto, que
Troya era mis grande que el último pueblo, o al menos de su
mismo tamaño; pero pensé que era importante descubrir los lí­
mites exactos de la ciudad homérica, y abrí, por consiguiente,
20 pozos hasta la roca, al oeste, sureste, sur-sureste y este de
Hissarlik, justó en su basé o a poca distanda de ella, sobre la
llanura de la Ilium de la colonia griega. Como no hallé en estos
pozos resto alguno de cerámica o paredes prehistóricas y única­
mente cerámica y paredes helénicas, y como además la colina de
HiSsarlik tiene un declive muy grande hada el norte, el noreste
y el noroeste, frente al Helesponto, y es también muy empinada
en d lado oeste, que da hada la llanura, la dudad no pudo
haberse extendido en ninguna de estas direcdones más allá de
la colina misttta. Parece, por tanto, seguro que la antigua dudad
estaría limitada a una circunferencia indicada en d sur y sureste
por la gran torre y la doble puerta y al noroeste, noreste y
este por lá gran muralla...
Los habitantes de los dnco lugares prehistóricos de Hissarlik
parecen haber pereddo, en general, por el fuego, ya que en 1872
hallé, en d sudo virgen de la dudad, dos urnas en forma de
trípode «onKesto* humanos caldnados; y en 1871, 1872 y 1873,
gran número de urnas funerarias de buen tamaño que contraían
cenizas humanas de las ciudades tercera y cunta. No encontré,
sin embargo, ningún hueso, oon la ezcepdón de un diente, y en
«isa ocasión, «atas las cenizas, descubrí una calavera humana muy
6. Hallazgos y desciframientos 137

bien conservada, pero en la que faltaba la mandíbula inferior:


al encontrar un broche de bronce junto a ella supuse qué debió
pertenecer a una mujer...
Es derto que casi toda la cerámica hallada en las ruinas pre­
históricas de Hissarlik está destrozada y que de 20 vasijas suele
aparecer ton sólo una que no está hecha añicos; de hecho, en
las primeras dos ciudades toda la cerámica ha resultado rota de­
bido al peso y la presión de las piedras con las que se construyó
la segunda dudad. Peto aun asi, incluso si todas las urnas fune­
rarias que se han encontrado coa cenizas humanas hubiesen apa­
recido en buen estado, no se habrían llegado a reunir ni siquiera
1.000 perfectamente conservadas. Por tanto, es evidente que loe
habitantes de las cinco audades prehistóricas de Hissarlik sólo
enterraron una parte pequeña de sus urnas funerarias en la ciudad
misma y que debemos buscar en otra parte ía necrópolis prin-
dpol.
Mientras se llevaban a cabo estas importantes excavaciones
presté escasa atendón a las zanjas del lado norte, y solamente
trabajaba allí cuando me sobraban obreros. Poto aquí precisa­
mente logré sacar a la luz la prolongadón de -un gran muro que,
uniéndome a la opinión del profesor Sayce, atribuyo a la segunda
ciudad de piedra. Queriendo investigar las fortificaciones de los
lados oeste y noroeste de la dudad antigua, empecé a excavar
una zanja a principios de mayo de 1873, cuya anchura era de
33 pies y su longitud de 141, a i el lado noroeste de la oolina,
en el lugér exacto donde había iniáado la primera zanja en abril
de 1870. Lo primero que atravesé fue una muralla, de dreusvo-
lodón helénica, quizá la misma que, según relata Plutarco en w
Vida de Alejandro, fue construida por Lisímaco. Comprobé
que tenía 13 pies de altura y 10 deespesoryque estabahoefca
de grandes bloques labrados de piedra caliza^Después- me abd
paso a través de una pared más antigua, «upralmga «rodé ocio
pies y tres cuartos y sa espesor de sas, comnñda con grandes
bloques con mortero de tierra. Esta segandépored «stá unida
a la mayor, que descubrí en abril de 1870* y ambos forman los
dos lados de una torre helénica - cuadranglar, coa cuyo tercer
muro me iba a tropezar mástatde, i ;
Evidentemente, esta parte dé la oolina estaba mucho menos
empinada en los tiempos antiguos, segán parece testimoniar la
muralla de Lisímaco, que e a u n tiempo debió haberse alzado
hasta una altura considerable sobre la superfide de la colina,
mientras que ahora se encuentra •cubierta por 16 pies y medio
de escombros, pero tambiéade restos del período helénico que
•quí están a una profundidad muy grande. Realmente, parece
158 Historia de la Arqueología

como si los escombros y débris de las viviendas hubieran sido


anonado» durante siglos a este lado para aumenta]; la altura del
lugar.
Pata acelerar el ritmo de las excavaciones en el lado noroeste
excavé una zanja profunda también desde el lado oeste, en la que,
desgraciadamente, di al primer golpe de pala con la muralla de
circunvalación de Lisímaco, cuya altura era aquí de 13 pies y su
espesor de 10... Mientras proseguía excavando en torno a esta
muralla, exponiéndola cada vez más a la vista, junto al antiguo
edificio y al noroeste de la antigua entrada tropecé contra un
objeto de cobre de grandes dimensiones y forma extraordinaria,
qfce atrajo mi atención tanto más por creer que había divisado
oto detrás de él. Enema había una capa de ruinas rojas y calci­
nadas coa un espesor de 4 3/« a 5 ‘/< pies, tan duro como la
piedra, y sobre éste de nuevo, la pared de fortificación antes
mencionada (5 pies de ancho y 20 de altura), construida de
gandes fagas y tiesa, y que debió ser levantada poco después
de k destrucción de Troya. Para que mis obreros no dañasen
aquel tesoro y poder guardarlo para k arqueología era necesario
actuar rápidamente; así, pues, aunque aún no era hora para
desayunar, hice que se diera inmediatamente la voz de paidos.
Esta es una palabra de etimología incierta que ha pasado al turco
y aquí se usa en lugar á cá vá tow&c, o tiempo de descanso.
Mientras los hombres comían y descansaban desenterré el tesoro
con una navaja grande. Esto me costó un gran esfuerzo y signi­
ficaba un gran riesgo, ya que k pared de fortificación bajo la
cual iiabía que excavar amenazaba con derrumbarse sobre mí a
cada instante. Pero el contemplar tantos objetos, cada uno de
ellos de un inestimable valor para cualquier arqueólogo, me hizo
temerario y no pensé nunca en el peligro. Sin embargo, me hu­
biese resultado imposible sacar el tesoro sin k ayuda de mi que­
rida mujer, que estaba junto a mí dispuesta, a guardar en su
chal los objetos que yo iba desenterrando y llevárselos de allí...
Puesto que hallé todos estos objetos juntos, bajo k forma de
una masa rectangular o amontonados vinos sobre otros, parece
seguro que fueron colocados en k muralk de la ciudad en un
cofre de madera. Esta teoría parece corroborada por el hecho
de que encontré una lkve de cobre cerca, y es, por tanto, posible
que alguien guardase el tesoro en el cofre y se lo llevase sin
haber tenido tiempo de quitar la llave; al alcanzar k muralk,
k mano de algún enemigo o el fuego le sorprendió y se vio
obligado a abandonar su preciosa carga, que inmediatamente ge
vio cubierta de las cenizas y piedras de ks casas vecinas hasta
una altura de cinco pies. Quizá los objetos encontrados días
6. Hallazgos y desciframientos

aátes en u» cuarto de la casa del jefe, cerca del lugar donde se


descubrió el tesoro, pertenecieron a esta desafortunada persona.
Los objetos consistían en ttn yelmo y una vasija de plata cofi
una copa de oro argentífero... El contenido de la vasija de-pial*
más grande, que contiene casi 9.000 objetos de oro, parece pro­
bar que el tesoro fue guardado en un momento de gran peligro,.1.
La persona que intentó salvarlo tuvo felizmente la suficiente pre­
sencia de ánimo como para colocar la vasija de platá, con las va­
liosas piezas que contenía, en posición vertical en el cofre, de
modo que nada se pudiera sáür, y así ha podido conservarse
todo en buen estado...
Ahora me di cuenta de que la trinchera que habfa abierto eh
abril de 1870 se hallaba en el lugar más apropiado para excavar,
y que si hubiera seguido -esa dirección, habría desentenado en
pocas semanas los edificios más notables de Troya.

Ó tío hombre que en el Mediterráneo oriental logró


ver cumplido uno de los sueños de su vida fue SiR
A rth u b <1«51-1941V hün de John Evans, cuyo
""relato de su visita a Boucher de Perthes en Amiens y
Abbeville hemos citado antes. Schliemann se había sen­
tido atraído por Creta y pensó que quizá se hallasen allí
los orígenes de la civilización de la Edad de Bronce dé
Troya j Micenas. Schliemann murió antes de poder ex­
cavar en la isla, y fue Sir Árthur Evans quien lo hizo
en Cnossos. descubrió k rívi1i?iari6n Que él llamó minoi-
la
bre..El extracto siguiente pertefiece a un artículo escrito
por Evans sobre «The Palace of Minos» en Tb& M oytbly
Reviétv de marzo dé 1901. . \

Hace tan sólo una generación el origen de k civilización


griega, y con elk las fuentes de toda cultum importante que haya
existido posteriormente, se hallaban «nvúdtas « i una niebk im­
penetrable. Aquel mundo antiguo estaba aún atrapado dentro de
sus estrechos confines por k «darriente del Océano» que le
circundaba. ¿Había algo mis «llá? ^Eraá l<S* r^es y los héroes
legendarios de k época homérica, con sus palacios y fortalezas,
otra cósa, después de todo, más qué mitos más o menos humani­
zados? - '■ t , . '*
Hubo un hombre que tutto fe y que tradujo esta fe en obras:
en el doctor Schlkmsnn k ciencia de k antigüedad clásica ea-
160 Historia de la Arqueología

contró su Cristóbal Colón, Armado con una pala, excavó en los


montículos del tiempo y «aoó a la luz una Troya viva y real;
en Tirinto y Micenas desenterró el palacio y las tumbas y tesoros
de loa reyes homéricos. Se abría a la investigación un nuevo
muido, y a los descubrimientos de su primer explorador siguie­
ron con éxito los del doctor Tsountas y otros en el suelo griego.
Gran número de observadores seguían los trabajos con enorme
atención, y las huellas de esta civilización prehistórica empezaron
a aparecer más allá de los límites de la misma Grecia. Desde
Chipre y Palestina hasta Sicilia y el sur de Italia, incluso hasta
las costas de España, es decir, a lo largo de toda la cuenca medi­
terránea, dejó su huella la empresa colonial e industrial de los
«micénicos». Las investigaciones del profesor Petrie en Egipto
han mostrado de modo contundente que, en fecha tan temprana
como a finales del Imperto medio, por lo menos, o hablando
aproximadamente, en el comienzo del segundo milenio antes de
Cristo, jananes egeos importados se abrían camino bata el valle
del Nilo. Ya en los grandes días de la dinastía XVIII, en los
siglos xvi y siguientes antes de Jesucrito, este intercambio era de
tal magnitud que el arte micénico, entonces en pleno apogeo, es­
taba reaccionando frente al de los faraones contemporáneos e in­
troduciendo un elemento europeo vivo en el estilo antiguo y
co&vendonal de la tierra de las pirámides y la Esfinge.
Pero la imagen era todavía bastante incompleta. En realidad,
podía incluso decirse que faltaba aún su figura central. En todas
estas excavaciones e investigaciones los lugares mismos señalados
de modo unánime por las tradiciones antiguas como cuna de la
civilización griega no habían sido tenidos en cuenta. Adoptando
las palabras que Gelon aplicó a las menospreciadas Sicilia y Si-
racusa, diríamos que «la primavera estaba ausente dd año» de
aquella Hélade aún más antigua. Sin embargo, Creta, la islá
central —domicilio a mitad de camino entre tres continentes—,
flanqueada por el gran promontorio de Libia y unida por islas
más pequeñas que actuaban como puente hada el Pdoponeso y la
península anatóüca, fue designada por la naturaleza para desem­
peñar un importante papel en d desarrollo de la temprana cultura

Aquí, en la dudad real de Cnossos, reinó Minos o d personaje


histórico que^se esconda tras este nombre, y fundó d primer
imperio marítinto de Greda, extendiendo su dominio a lo largo
y ancho de las idas cgeas y de las tierras costeña. Atenas le pagó ^
su tributo humano de jóvenes y doncellas. Sus avanzadas colo­
niales se distribuían al este y al oeste de la cuenca mediterránea,
llegando induso a lograr que Gaza.sdorase al Zeus cretense y
6. Hallazgos y desciframiento* m
que una dudad minoic* se alzase es la Sicilia ocddental. Pero
su mayor fama le viene por haber «ufo el primerlegislador de
Greda, ya que el código de Miaos se convirtió en fuente de toda
la legislación posterior. Hay algo que recuerda « loa relatos bí­
blicos en este personaje legendario al presentarse ante nosotros
como rey sabio y legislador inspirado. Es el Moisés cretense, que
cada nueve años sé encaminaba a la cueva de Zeus, en el Ida
o sobre d Dicta, y redbíadd dios de la montaña las leyes para
su pueblo. Al igual que Abraham, es descrito como «el amigo
de Dios», y en algunos relatos existe incluso' una tendencia a
unir al ser mítico de Minos con d dé su Zeus nativo.
Este Zeus cretense, d dios de la montaña, cuya representadón
animal era d toro y cuyo símbok) era la doble hacha, tenía der-
tamente un lado humano que le distingue de su homónimo de la
Grecia dásica, más etéreo. En la gran cueva del monte Dicta,
cuya capilla más recóndita, adornada con pilares naturales de re­
luciente estalactita, conduce a las profundidades de las aguas
de una laguna aún virgen, se dice que nació el mismo Zeus y
que fue alimentado con miel y leche de cabra por la ninfa Amal-
tea. Sobre ks cónicas elevaciones que se hallan justo por encima
de donde se encuentra la dudad de Minos —ahora llamadas el
monte Juktas— y rodeadas todavía por una cuca ciclópea se se­
ñaló d emplazamiento de su tumba. La Greda clásica, se burló
de esta leyenda primitiva, y a causa de ella inventó d proverbio
que dice que «los cretenses siempre mienten»..;
Si Minos fue d primer legislador, su artesano Dédalo fue d
fundador tradidonal de lo que podríamos llamar una «escoda
artística». Fueron muchas las obras legendarias creadas por ella
para d rey Minos, algunas realmente espeluznantes/comod hom­
bre de bronce Talos. En Cnossos, la dÍKlad 'red;'ieoiatrayió el
recinto para los bailes, o «Choros» de Ariadna, y.riifam oso
«laberinto». En d lugar más ocuho dé oste lsbrfntoh¿bitdb&
d Minotauro, o «toro de Minos», alimentado ^diario con vícti­
mas humanas hasta que Teseoj siguiefido la : b ola d e hilo de
Ariadna, penetró en su cubil y, despoftf dfc tnfcar-al menstruo,
rescató a los jóvenes y doncellas éaudW í Asl<ai¡lí*í«oS lo narraba
d cuento ateniense. Una tradfcióft. *ígwlrtáspro«fica vda ea el
laberinto un edifido de innumendilés ¡¡iderías;-'«uya idea había
tomado Dédalo del gran teñólo f«fearaH8>se|^ide !de las orillas
dd lago MOéris, al que dtewn lcWIHBti^os el rtiismo nombre;
y recientes investigaciones füoló$¿a**han derivado su nombre
dd labrys, o doble hácba, elonblem addZeus cretense y carió...
Cuando uno piensa en estas Uneai convergentes de la -tradi-
dón antigua resulta imposibkl ao sentir quetin Creta «desaparees
O ljr n D t n l r t . U

L
Historia de la Arqueología

k fuente del mundo mioínko». Aunque fueron importantes los


resultados obtenido* mediante 1* exploración de estos lugares
de cultura antigua en el continente griego y en otras partes,
pareda faltar todavía algo, hedió que se apreciaba de modo es-
pCQtti ante la total ausencia de documentos escritos. Gemínente,
se habían hallado algunos signos en el asa de una vasija, pero
fueron desechados como burdas copias de jeroglíficos hititas o
egipcios. M. Perrot, en el volumen de su obra monumental en
que se ocupa dd arte micénico, llega a la conclusión de que «por
k> que sabemos hasta el momento* podemos seguir afirmando
que durante todo este período no ha aparecido nada que se ase­
meje a forma alguna de escritura, ni en el Peloponeso ni en la
Greda central, ni tampoco en los edificios ni en los innumerables
objetos de uso doméstico y de lujo que han apareado en las
tumbas».
Pero ¿en ésta ciertamente la últimapalabra de las exploracio­
nes científicas? ¿Era posible que un pueblo tan avanzado en otros
aspectos y que mantenía tan íntimas relaciones con Egipto y las
tierras de Siria, donde existía Cierta forma de escritura casi desde
tiempos inmemoriales, no poseyese en grado alguno este elemento
tan esencial de la civilización? Yo no podía creerlo. Una vez más,
la mente se volvía hada la tierra de Minos, y la pregunta se
formulaba de nuevo y de forma irresistible: ¿Era compatible
aquella primitiva herencia de leyes con una total ignorancia del
arte de escribir? Usa tradidón aún viva de los mismos cretenses,
preservada por Diodoro, nos muestra que se hallaban mejor
informados; ios feúidos, decían, no habían inventado las letras,
habían simplemente cambiado sus formas. En otras palabras, tan
sdk> mejoraron un sistema ya existente.
Hace ya dele años llegaron a mis manos ciertas pruebas que
demostraban rotundamente que, mucho antes de la jntroducdón
del alfabeto fenido, según fue adoptado posteriormente por los
griegos, los cretenses poseían de hedió un sistema de escritura.
Mientras andaba buscando en Atenas antiguas piedras grabadas
encontré unas -sellos de tres y cuatro caras que tenían en cada una
grupos de jeroglíficos y signos lineales distintos de los egipcios e
hititas, pero tgae evidentemente representaban cierta forma de
escritura. De^oés de mis investigaciones supe que estos sellos
habían sido descubiertos en Creta. Poseía en esos momentos una
pista y, como Seseo, me propuse seguirla, si fuese posible, hasta
los recintos mi» ocultos del laberinto. Nunca había dudado que
la fuente y d centro de k gran dvilización micénica permanedan
sin ser descubiertos en sudo cretense, pero ahora se presentaba,
por fin, k posibilidad de conocer sus documentos escritos,
6. Hallazgos y desciframientos 163

A partir de 1894 llevé a cabo una serie de campañas de explo­


ración en la Creta central y oriental principalmente. Nuevas
pruebas salian continuamente a la luz por todas partes. Ruinas
ciclópeas de ciudades y fortalezas, tumbas en forma de Colmena,
vasijas, bronces votivos, joyas exquisitamente grabadas, demos­
traban ampliamente que, en realidad, los grandes dias de este
«relato isleño» quedaban muy alejados del período histórico. De
los yacimientos micénicos de Creta obtuve toda una serie de se­
llos inscritos, semejantes a los que había encontrado por primera
vez en Atenas, que evidenciaban la existencia de un sistema com­
pleto de jeroglíficos, o escritura casi pictórica, con señales aquí
y allá de una coexistencia con formas más lineales. De la gran
cueva del monte Dicta —lugar del nacimiento de Zeus—, cuyos
depósitos votivos ya habían sido explorados de manera exhaustiva
por Mr. Hogarth, conseguí una mesa de libación de piedra con
inscripciones que resultó ser una dedicación con caracteres en la
antigua escritura cretense. Pero para llevar a cabo excavaciones
más completas me había fijado en varias murallas en ruinas que
coronaban el declive sur de una colina llamada Kephala, que do­
minaba a su vez el sitio de Cnossos, la ciudad de Minos, pues
sus enormes bloques de yeso estaban grabados con curiosos ca­
racteres simbólicos. Era evidente que formaban parte de un gran
edificio prehistórico. ¿No se encontraría aquí el palacio del rey
Minos, y quizá incluso el misterioso laberinto?
Estos bloques habían atraído ya la atención de Schliemann y
otros, pero las dificultades planteadas por los propietarios nativos
habían disuadido todo esfuerzo de realizar una exploración cien­
tífica. En 1895 pude comprar la cuarta parte de aquel terreno
a uno de los dueños, pero los impedimentos continuaban, y me
vi enfrentado con problemas mucho más serios. Las circunstancias
en aquellas fechas no me fueron favorables. Se hafoía desencade­
nado la insurrección; la mitad de las aldeas de Creta se hallaban
convertidas en cenizas, y la parte más fanática de la población
mahometana había acudido al vecino poblado de Candía desde
toda la isla. El fiel Hetakles, que en aquel tiempo ule servía de
«guia, filósofo y arriero», fue cápturadopor los turcos y ano-
jado en un calabozo espantoso, dd cualpudo set: rescatado tras
grandes esfuerzos. Poco después ocurrió la inevitable matanza,
de la que fueron es parte víctimas los «ocupantes» británicos, al
menos nominalmente, deGandí*. Yluego, al fin, despertó el león
durmiente. Bajo los rifles del almiranteNoel, el comandante turco
desalojó los edificios del gobierno en diez minutos e hizo embar­
car a las tropas del sultán. Creta volvía a ser libre.
A principios de esc año pude finalmente adquirir la parte res­
164 Historia de la Arqueología

tante dd lugar de Kephala, y coa d consentimiento dd gobierno


del príncipe Jorge emprendí en seguida las excavaciones. Recibí
cierta ayuda monetaria de la recientemente creada Cretan Explo­
rado» Fund y tuve la suerte de procurarme los servicios de
Mr. Duncan Mackenzie, que había realizado una gran labor en la
British School de Melos, para ayudarme en la dirección de las
obras. De unos ochenta a ciento cincuenta hombres fueron con­
tratados para la excavación, que continuó hasta que d calor y
las fiebres de junio pusieron fin a la campaña.
Como resultado de los trabajos tenemos d descubrimiento de
buena parte de un edificio prehistórico de grandes dimensiones:
un palacio con sus numerosas dependencias, pero a una escala
mucho mayor que los de Tirinto y Micenas. Han sido desente­
rrados unos dos acres, pues por un extraordinario golpe de suer­
te los restos de muros empezaron a surgir tan sólo a un pie o
dos, y a veces incluso a uqas cuantas pulgadas, bajo la superficie.
Esta residencia de los monarcas prehistóricos se había visto sor­
prendida por una gran catástrofe. Por toda la cima de la colina
encontramos las huellas de un enorme incendio; en las habita­
dores y corredores yacían vigas quemadas y columnas de madera
chamuscadas. No se trataba de una decadencia gradual. La civi­
lización representada por este lugar había sido cortada de raíz
cuando se hallaba en pleno apogeo. No encontramos en parte
alguna nada posterior al espléndido período micénico, ni siguiera
algo que pertenedese a los momentos más tardíos, ilustrados
por: los restos de la misma Micenas. Desde el día de su destruc­
ción hasta hoy d sitio ha estado totalmente desolado. Durante
tres mil años, o incluso más, parece no haberse plantado aquí ni
un solo árbol, y parte de esta zona ni siquiera se ha visto sur­
cada por un arado. Cuando ocurrió la gran catástrofe, d lugar
fue sin duda saqueado metódicamente en busca de los objetos
de metal, y d débris que cayó sobre los cuartos y pasillos había
sido removido e inspeccionado por quienes esperaban encontrar
valiosos tesoros. Aquí y allá algún bey o campesino local había
hurgado, al parecer tratando de encontrar lajas de piedra para
los coreados -o las eras. Pero las paredes medianeras de arcilla
y yeso se erguían aún intactas, con sus pinturas al fresco conser­
vadas en muchos casos en perfecto estado y a una profundidad
de tan sólo unas pulgadas de la superficie, prueba dara de que
d lugar no fue removido durante todos estos siglos.
¿Quiénes fueron sus destructores? Quizá los invasores dáñeos,
que parecen haba entrado en la isla alrededor dd siglo xi
o xii antes de nuestra era; pero, más probablemente, pudo tra­
tarse de hordas agresoras dd continente griego en una época más
6 Hallazgos y desciframientos m
antigua. El palacio en sí tenía una larga historia anterior, y pue­
den apreciarse con frecuencia huellas de renovación. Sus elementos
más antiguos quizá se remonten a mil años antes de su destruc­
ción final, ya que se encontró en el gran patio oriental la parte
inferior de una figura egipcia sentada, hecha de diorita, coa una
triple inscripción que puede fecharse en el final de la dinastía X II
de Egipto o principios de la X II] en otras palabras, se remonta
aproximadamente, al año 2000 antes de Jesucristo. Pero bajo los
cimientos del edificio, y cubriendo toda la colina, se encuentran
los restos de un poblado primitivo de una antigüedad todavía
mayor, perteneciente a la Edad de Piedra insular. En parte, este
depósito «neolítico» tenía un espesor de más de 24 pies, y por
todo él se localizaron hachas de piedra, navajas de vidrio volcá­
nico, cerámica oscura pulida e incisa, así como imágenes primitivas
semejantes a las que Schliemann encontró en ios estratos inferio­
res de Troya.
Las paredes exteriores del palacio estaban sostenidas por enor­
mes bloques de yeso, pero no había señal alguna de un sistema
elaborado de fortificación, como en Tirinto y Micenas. No hay
que ir muy lejos para encontrar la razón de este hecho: ¿Por
qué se encuentra París fuertemente fortificada, mientras Londres
es prácticamente una ciudad abierta? Hay que recordar que la
ciudad de Minos era el centro de un gran poderío marítimo, y
sus gobernantes debieron poner toda su fe en sus «murallas de
madera». Los grandes bloques del palacio muestran, ciertamente,
que no fue por falta de conocimientos de ingeniería el que la
acrópolis de Cnossos permaneciera sin fortificar; la verdad es
que el poderío micénico se encontraba aquí a .sus anchas. En
Tirinto, y en la misma Micenas, se sentía amenazado por sus
vecinos guerreros del continente. Sin embargo, hasta que los ene­
migos de tierra adentro no se hiciesen dueños 4el mar les resul­
taría imposible abrirse paso hasta la casa de Minos. Después ya
no encontrarían dificultades. En la cueva de Zeus, en el monte
Ida, se halló un enorme broche (o fíbula) que pertenecía a la
raza de los invasores dd Norte, y en uno de cuyos lados estaba
grabada, de modo muy significativo, urja galera de guerra.
Al palado se entraba por el lado suroeste, a través de un pór­
tico y una doble puerta que daban paso a un patio pavimentado
y muy espacioso. A ambos lados del pórtico se hallaban los tra­
tos de un gran fresco que representaba a un toro, y en las paredes
dd corredor que de allí partía podía verse aún la parte inferior
de una procesión de figuras pintadas en tamaño natural, en cuyo
centro había un personaje, femenino, quizá una rana, con magní­
ficas vestiduras. Este corrector parece haber conducido hasta un
166 Historia de la Arqueología

gran porche o propylaeum en el sur con dobles columnas, cuyas


paredes estuvieron decoradas originalmente con figuras del mismo
estilo. A lo largo de casi todo el edificio habla un corredor pa­
vimentado y espacioso, flanqueado por una larga fila de magní­
ficas puertas de piedra que daban acceso a varios almacenes. En
el sudo de éstos todavía se podían contemplar en pie enormes
tinajas, de un tamaño lo suficientemente grande como para haber
alojado a los «cuarenta ladrones». Una de las tinajas, que estaba
en una pequeña cámara aparte, tenía casi cinco pies de altura.
Aquí tuvo lugar uno de los más curiosos descubrimientos de
toda la excavación. Bajo el pavimento, muy compacto, de tino
de los almacenes, y sobre d que estaban las gigantescas tinajas,
se hallaban empotradas entre pilas sólidas de manipostería dos
filas dé arquetas de piedra forradas de plomo. Solamente unas
cuantas fueron abiertas y se vio que estaban vacías, p ao no cabe
duda de que se construyeron para guardar tesoros. Los saquea­
dores y destructores del palacio no habían encontrado estos re­
ceptáculos, de modo que cuando se examinen los restantes es de
suponer que aparecerá una gran cantidad de tesoros enterrados.
Al lado oeste dd palado había un patio pavimentado todavía
más grande, al que daban acceso unos anchos escalones que per­
tenecían a otra entrada principal en el Norte. Desde este patio
sé llegaba a una antecámara de la habitación más interesante de
todo el edificio, y casi tan bien conservada —aunque es doce
siglos más antigua— como todo lo que se halló bajo las cenizas
volcánicas de Pompeya o la lava de Herculano. A unas cuantas
pulgadas bajo la superficie empezaron a aparecer frescos esplén­
didos, y pronto se descubrieron paredes decoradas con plantas en
Sor y manantiales, mientras a ambos lados de la entrada de una
pequeña habitación interior se perfilaban unos grifos guardianes
con plumas de pavo real, en un paisaje igual de florido. Bancos
bajos de piedra recorrían las paredes, y entre éstos, al lado norte,
separados por un espacio libre levantado sobre una base de pie­
dra, se alzaba un trono de yeso con un alto respaldo, coloreado
originariamente con diseños decorativos. Su parte inferior estaba
adornada con un arco curiosamente labrado, con molduras que
mostraban una extraordinaria anticipación de alguna de las más
típicas características de la arquitectura gótica. Frente al trono
había una magnífica cisterna de losas de yeso —rasgo que quizá
tomasen prestado de un palado egipcio—, a la que se llegaba
por un tramo de escalera, y que en un tiempo había estado coro­
nada por columnas de madera de ciprés que sostenían una especie
de tmpluvium. Esta sí era la sala de consejo de un rey micénico
o de una soberana. Podemos afirmar hoy que d más joven de los
6. Hallazgos y desciframientos

gobernantes europeos tiene en sus dominics 'd trono más antiguo


de Europa. .
Los frescos que se descubrieron en el palacio marcan una nue­
va ¿poca dentro de la historia de la pintura. Gertamente, hasta
el momento conocemos muypoco que se le parezca, incluso en
la antigüedad griega, al menos hasta las series pompeyanas. El
primer hallazgo de esta dase significa un hito en la historia de
las excavaciones. Al apartar con cuidado la tierra y el débris de uh
corredor en la parte trasera del propileo dd sur salieron a la
luz dos grandes fragmentos de lo que resulté ser la pane supe­
rior de un joven que portaba una copa de plata montada en oro.
La túnica está decorada con un bello diseño tetrafoliado; un ador­
no de plata aparece en el frente de la oreja, y los brazos y el
cuello llevan aros de plata. Lo (que resulta especialmente intere­
sante, entre los ornamentos, es una joya de ágata en la muüeca
izquierda, ilustrando la formá en que se llevaban las sortijas dé
sello, bellamente grabadas, de las cuales se encontraron en el
palacio muchas impresiones de arcilla.
Los colores aparecían casi tan brillantes como cuándo fueron
aplicados originalmente, tres mil años'antes. Por vez primera se
alza ante nosotros el verdadero retrato dé un hombre de esta
misteriosa raza micénica. El colorido de la piel, siguiendo quizá
un precedente egipcio, es de un fuerte tono marrón-rojizo. Los
brazos y piernas están cuidadosamente dibujados, aunque la cin­
tura, según la costumbre corriente en la moda micénica, aparece
bastante apretada por un cinturón montado en plata qué da gran
relieve a las caderas. El perfil del rostro es perfecto y casi de
estilo griego clásico. Este rasgo, así como «I pelo oscuro y rizado,
y la cabeza alta y braquicéfala, recuerdan a un tipo indígena que
se encuentra representado hasta la actualidad en laj cafiadas del
Ida y las Montañas B tancas,tipoqu*asuveauene reminiscen­
cias de las montañas de Albaaiay las wegiones verinas efe Monte­
negro y Herzegovina. Los labios feomalgé gruesos, pero la fisono­
mía no tiene aspecto semítico afgano**£3 dibujo del perfil del
ojo muestra un avance en elretrato humano ajeno al arte egipcio,
y sólo logrado por artistas de la Greda clásica en el período
primitivo de las bellas artes, en el sigtóíV antes de Jesucristo; es
dedr, tras unos ocho siglo» de bárbara' decadencia y lenta recu­
peración. .
Había algo verdaderamente impresionante en esta visión de la
resplandeciente juventud f de la fcdtteí» masculina que, después;
de un largo intervalo, recobraba él tttundo exterior de un lügar
que hasta ayer habla sidt> un ámbito olvidado. Incluso nuestros
obreros cretenses iletrados sintieron aquel hechizo y atracción.
Historia de la Arqueología

De hecbst consideraban como milagroso el descubrimiento de


semejante pintura en las entrañas de la tierra y para eUos cea di
«icono* de un santo...
Al norte d d palacio, en unos cuartos que parecían haber per­
tenecido a las dependendas de las mujeres, se hallaban unos fras­
cos en un estilo miniaturesco totalmente nuevo. Se veían aquí
damas de tea blanca —debido, como podemos suponerla su vida
de reclusión en d harén—, décoüetées, pero con mangas abultadas
y vestidos adornados con volantes muy a la moda, y d pelo tan
cuidadosamente rizado y frisé como si acabasen de salir de manos
de un coiffear, «Mate —exclamó un savant francés que me honró
con su visita— ce sonl des parisiennes/*
Estaban sentadas en grupo, absortas en animada conversación,
en los patios y jardines y en los balcones de un edificio psiadego,
mientras que más allí, en los espados amurallados, ge veían gran­
des multitudes de hombres y muchachos, algunos a punto de lanzar
jabalinas. Endertos casos ambos sexos se entremezclaban. Estas
escenas alternantes de paz y guerra recuerdan los motivos dd
escudó de Aquiks, y aquí tenemos a la vez una ilustradón con­
temporánea de esa abundante población de las dudades cretenses
durante la edad homérica, que atrajo la imaginación dd poeta.
Gentes fragmentos de los íretcos pertenecen al período dél arte
egeo, todavía más antiguo.que precedió al micénko, muy bien
ilustrado en otro terreto por las Vasijas elegantemente pintadas
que descubrió Mr. Hogarth en unas casas privadas de este lugar.
Él tema de uno de ¡los fragmento* de fresáis en este estilo «pre-
mfcénico» —un muchacha en un fcampo de blanco azafrán, con
un ramillete en la mano q«e está colocando en un jarrón deco­
rativo— nos da buena idea d d refinamiento alcanzado ya en
d período primitivo del palado.
Detalles arquitectónicos de gran valor nos fueron ¡suministra­
dos pdr las paredes y edificios en algunos de los frescos en mi­
niatura arriba descritos. En un lugír se alzaba la fachada de un
pequeño templo, con cddas triples que contenían pilares sagrados
y representaban, en una forma más avanzada, ,1a distribución «fe
las pequeños capillas doradas, con palomas que se posan sobre
ellas, que Schliemann halló'en las tumbas dd pozo de Micenas.
Este fresco dd templo tiene un interés especial, ya que muestra
el carácter de gran parte de la estructura superior del palacio
mismo, que hoy día ha desapareado; debió «star construido, en
gran porte, con paredes de arcilla y mampostería, hábilmente es­
condidas bajo un enluddo de yeso pintado de colotes brillantes,
y soportadas por un armazón de madera. La hase del pecjueño
templo descansa sobre enormes bloques de yeso, que forman un,
6. Hallazgos y desciframientos 169

ranga generalizado entre los restos existentes, y bajo la abertut*


central se encuentra inserto un friso que recuerda los rdievtt
de alabastro de la sala de entrada al palacio de Tirinto, con
triglifos —los prototipos del d óricos y las medias rosetas de las
metopas incrustadas con esmalte azul, el kyanos de Homero;
La transición de la pintura a la escultura se aprecia en un gran
relieve en estuco de un toro coloreado con tintes naturales, graiv
des partes del cual, incluyendo la cabeza, se encontraron cerca de
la puerta del Norte. Es indudablemente ia obra plástica más
espléndida de la época que ha llegado hasta nosotros, más fuerte
y más real que cualquier escultura clásica del miaño tipo. Una
obra más convencional, pero que maestra también una enorme
fuerza naturalista, es la cabeza de mármol de una leona tallada
para espita de una fuente. También habla sido teñida original­
mente, y los ojos y las ventanillas de la nariz tenían incrustados
esmaltes de brillante colorido. Parte de un friso de piedra con
rosetas de excelente ejecución recuerda a fragmentos similares de
Tirinto y Micenas, pero su factura es muy superior:
Había gran cantidad de vasos de mármol y de otras piedras,
algunos de ellos exquisitamente labrados, y uno tallado en ala­
bastro con la forma de una gran concha de tritón, con todos los
pliegues y espirales fielmente reproducidos. Una lámpara de pór­
fido, que descansaba sobre un pilar de cuatro hojas, con un bellí­
simo capitel de loto, ilustra convenientemente la influencia de un
modelo egipcio, pero en este caso el modelo fue superado.
Entre las artes más curiosas practicadas en Cnossós durante la
prehistoria se encuentra la pintura miniaturista en el reverso de*
las placaS de cristal. Un toro al galope, dibujado de esta forma
sobre un fondo azul celeste, constituye una pequefia obra maestra.
Un relieve de escaso tamaño sobre ágata, representando una daga
en úna vaina ornamente! sostenida por un cinto artísticamente
doblado, anticipa hasta cierto punto, y en muchos siglos, d arte
del tallado de camafeos. También fue descubierta una serie de se­
llos de arcilla, que muestran lashuellasdd tallado en xtn estilo
micénico espléndido y atrevido; uno de éstos, con dos toros y
mayor que cualquier joya-sello conocida de está clase, pudo muy
bien haber sido un sello real. Los temas dé algunos de estos' ob­
jetos muestran el desarrollo de un estilo artístico sorprendente­
mente pintoresco: Contémplame» de modo naturalista a un grupo
de peces en una piscina rocosa.aun ciervo junto a un manantial
en d barranco de una montaSa y tttia gruta sobre la cual algún»
pequeñas criaturas simiescas trepan por los escarpados riscos,
Pero, a pesar de ser ¿michos los Objetos de interés encontrados
dentro de los muros dd palacio de Cnossos, aún no he raendo-
170 Historia de la Arqueología

nado el descubrimiento,o mejor descubrimientos más importantes.


El último día de man», a poca profundidad y a la derecha del
póttico sur, apareció Una tableta de arcilla «te forma alargada que
llevaba incisos unos caracteres en escritura lineal acompañados de
signos numéricos. Tenia entonces grandes esperanzas de encontrar
depósitos completos o archivos de tabletas de arcilla, y pronto
se convinieron en realidad. No lejos de la escena dd primer ha-
llazgo encontramos un receptáculo de arcilla que contenía múl­
tiples tabletas. En otras cámaras se hallaron depósitos semejantes,
que originalmente habían sido almacenados en cofres de madera,
arcilla o yeso. Las tabletas mismas son de diversas formas: las
hay lisas y alargadas, de una longitud de dos a siete pulgadas y
Media; aproximadamente, con los extremos en forma de cuña;
otrafc, más grandes y más cuadradas, varían en tamaño hasta un
pequeño octavo. En un almacén particular había tabletas de di­
ferente clase: barras perforadas, «letreros» en forma de onda
o de media luna, con una escritura del mismo estilo jeroglífico
que el de los sellos descubiertos en la Creta oriental. Pero la
gran mayoría, que consistía en más de 1.000 inscripciones, per­
tenecía a un sistema distinto y más avanzado de caracteres li­
neales. Era, en résumen, «fia clase muy desarrollada de escritura,
con divisiones regulares éntre palabra y palabra, y en cuanto a
su elegancia, son pocas las escrituras posteriores que la superan.
Una clave para comprender d significado de estas ánotadones en
arcilla nos la propordona en muchos casos la adidón de ilustra^
dones pictóricas representando los objetos a los que se alude;
así, encontramos figuras humanas que quizá fuesen esdavos, ca­
rros y caballos, armas o implementos y armaduras, hachas y
corazas, casas o graneros, espigas de cebada o de otros cereales,
varios tipos de árboles y una flor de largo tallo que evidente­
mente eía el azafrán, usado para los tintes. En algunas tabletas
aparecen lingotes, probablemente de bronce, seguidos por una
balanza (en griego xdXwxov) y signos que probablemente indican
su valor en talentos de oro micénicos. Los numerales que acom­
pañan a muchos de estos objetos muestran que se trata de cuentas
referentes a los almacenes y arsenales redes.
Algunas de las tabletas se refieren a vasijas dé cerámica de
formas diversas que en dertas ocasiones llevan señales indicativas
de su contenido. Otras, aún más interesantes, presentan vasos de
fbftnat metálicas y, evidentemente, indican tesónos redes; es un
hedió muy significativo que los más característicos, tdes como
el vaso de boca ancha semejante a las famosas copas de oro
halladas en la tumba de Vapheio, cerca de Esparta; un jarro de
cuello altó\y un objeto que quizá represénte derto peso de me­
6. Hallazgos y desciframientos 171

tal en forma de cabeza de buey.aparecen también junto con Jok


lingotes de lados curvos que estaban entre las ofrendas de ata,
en manos de los príncipes tributarios egeos, sobre monumentos
egipcios de los tiempos de Tutmosis III. Estos señores tributa­
rios, descritos como Kefts y el Pueblo de las Islas del Mar, que
ya han sido reconocidos como representantes de la cultura micé-
nica, recuerdan en la indumentaria y en otros detalles a ios
jóvenes cretenses, del tipo del portador de la copa descrito ante­
riormente, que participan en escenas procesionales en los frescos
del palacio. La aparición, en los registros del tesoro real en
Cnossos, de vasijas de forma idéntica que las ofrecidas al faraón
por aquellos pueblos es ya en sí una indicación de gran valor de
que algunos de los archivos de arcilla datan aproximadamente del
mismo período; en otras palabras, de comienzos del siglo xv an­
tes de Jesucristo.
Otros documentos, en los que no se encuentran ni cifras ni
ilustraciones pictóricas, quizá atraigan la imaginación, incluso
con mayor fuerza. La analogía de las tabletas más o menos con­
temporáneas, escritas en caracteres cuneiformes, halladas en el
palacio de Tell-el-Amarna, podrían llevamos a esperar encontrar
entre ellas cartas de gobernadores alejados o correspondencia di­
plomática. Es probable que algunos textos sean contratos o actas
públicas, lo que nos puede proporcionar una imagen auténtica de
la legislación minoica. Ciertamente, se nota una atmósfera de su­
tileza legal, digna de la casa de Minos, en el modo en que fueron
escondidos estos objetos de arcilla. Los nudos de cuerda que,
según la antigua costumbre, actuaban como cierres para los cofres
que contenían las tabletas se hacían inviolables al añadirles los sellos
de arcilla, impresos con signos espléndidamente grabados, cuyos
tipos presentan una enorme variedad de temas, tales como barcos,
carretas, escenas religiosas, leones, toros y otros animales. Pao,
como si esta precaución no hubiera sido considerada suficiente,
mientras la arcilla estaba todavía húmeda, la cara del adío era
contramarcada por Un oficial responsable, y el reverso se contrase-
ñaba y endosaba mediante una inscripción en los mismos carac­
teres de las propias tabletas.
Serán necesarios un minucioso estudio y comparación pata la
interpretación de estos materiales, y es de esperar que se com­
plementarán ampliamente con la exploración intensiva del palacio.
Si, como bien puede ser el caso, el idioma en que están escritas
las tabletas es una forma primitiva del griego, no tenemos que
desesperar de llegar al desciframiento final de los archivos de
Cnossos, y los límites de la historia podrán eventualmente exten­
derse de tal manera que abarquen la «edad heroica» de Greda.
172 Historia de la Arqueología

En cualquier cato, la pregunta fundamental que me había formu­


lado, y que ofios antesme había propuesto resolver en suelo
cretense, ha encontrado por el momento una respuesta. Esa gran
civilización antigua no fue muda, y los documentos escritos del
mundo helénico se remontan a siete siglos antes de la fecha de
los primeros escritos históricos que conocemos. Pero quizá lo que
resulta todavía más sorprendente es el hecho de que al examinar
detalladamente la escritura lineal de estos textos micénicos es
imposible no reconocer en ellos un sistema silábico, y posible­
mente en parte alfabético, que se encuentra en un nivel de desarro­
llo claramente más alto que el de los jeroglíficos de Egipto o la
escritura cuneiforme de la Siria y Babilonia de la época. Hasta
unos cinco siglos después no tenemos los primerea ejemplos fe­
chados de escritura fenicia.
Los signos que, según dijimos, aparecían grabados en los gran­
des bloques de yeso del palacio han de ser considerados como
distintos de la inopia escritora. Esos bloques pertenecen al pe­
ríodo más antiguo del edificio, y los símbolos que contienen, con
úna' selección limitada, pero muy repetida, parecen haber tenido
un significado religioso. El que aparece con mayor frecuencia es
el labrys, o doble hacha, de la que ya hemos hablado como el
símbolo especial del Zeus cretense y de la que se han hallado
depósitos votivos en bronce en las cuevas-santuarios dél dios en
el monte Ida y en el Dicta. La doble hacha se encuentra grabada
en los bloques principales, tales como las piedras de las esquinas
y las jambas de las puertas, a través de todo el edificio, y reapa­
rece como signo de dedicación a cada lado de los bloques dé un
pilar sagrado, que forma el centro de lo que parece haber sido la
capilla más recóndita de un culto anicónico conectado con esta
divinidad indígena. ><
La «casa de Minos» resulta, por tanto, ser también la casa de
la doble hacha —el labrys y su dios—, o en otras palabras, se»
trata del verdadero labyrintbos. El inspirador divino de Minos
fue nada menos que el dios del toro, y desde luego nó es ninguna
coincidencia accidental que las grandes figuras de toros, pintados
y en estuco, ocupen posiciones privilegiadas dentro dd edificio,
Y aún más, en un pequeño relieve de esteatita puede verse un
toro acostado en la entrada de una construcdón que probable­
mente representaba el palacio, asociándolo de esta manera todavía
más estrechamente con el sagrado animal del Zeus cretense.
Ya no cabe duda de qué este gran edifido, que estaría justi­
ficado llamar en un sentido histórico amplio «Palacio de Minos»,
es uno y el mismo que el tradidonal «laberinto». Gran parte del
jdano del mielo mismo, con sus largos pasillos y sucesiones repe­
6. Hallazgos y desciframientos ,173

tidas de galerías ciegas, sus pasadizos tortuosos y el espacioso


conducto subterráneo, su confuso sistema de pequeñas cámaras.,
presenta de hecho muchas de las características de un laberinto.
Pongámonos por un momento en el lugar de los primeros cojo-
nos dóricos de Cnossos tras lá gráñ victoria, cuando aún podían
distinguirse entre la masa de tuitiás sus principales características,
que ahora desentierra la pala con enorme esfuerzo. Todavía se
conservaba el nombre, aunque su significado exacto, derivado
del dialecto nativo cretense, probablemente se había perdido.
Muy cerca de la entrada oeste, hoy sólo parcialmente visible, se
hallaba la propia reina Ariadna con su túnica real, y ese atrac­
tivo joven frente a ella, ¿no será ,el héroe Teseo, a punto de
recibir la madeja de hilo que le servirá para su vagabundeo de li­
beración entre las enrevesadas galerías interiores? Dentro, lozanos
y bellos en las paredes de las cámaras más recónditas, se hallaban
los muchachos y doncellas cautivos, encérrkdos aquí por el ti­
rano. Con frecuencia, al doblar una esqüina ajparecía un esplén­
dido toro, que en algunos casos, repitiendo sin duda el motivo
micénico favorito, luchaba con un hombre medio desnudo. El
tipo del Miftotauro mismo, como hombre-toro, tampoco faltaba
en la prehistórica Cnossos, y más de una de las joyas encontradas
en este lugar representan un monstruo con la parte baja del
cuerpo de un hombre y el resto de un toro. Podemos estar seguros
de que el efecto que produjeran estas creaciones artísticas en los
toscos colonos griegos de aquellos días no fue menor que el cau­
sado en los obreros cretenses de hoy por el fresco desenterrado.
Todo lo que había alrededor —los oscuros corredores, las figuras
casi reales supervivientes de un mundo más antiguo— se imí»
para producir la sensación de algo sobrenatural. Era un lugar
hechizado y poblado entonces, lo mismo que ahora, per fantas­
mas. Los relatos posteriores)cobre el terrible rey y su toro deco­
rador de hombres se originaron, por así decirlo, en aquella tierra,
y todo hacía que uno sintiese un respeto supersticioso. Los recién
llegados se apartaron rápidamente de allí, y otro Cnossos credó
en los declives más bajos de la montaña, hacia el Norte, y el
palacio se convirtió en «desolación y extraños ruidos». Gradual­
mente un manto dé tierra cubrió las ruinas, y en tiempos de
los romanos el laberinto ya no era más que una tradición y un
nombre.

Indudablemente, dos de los más grandes y espectacu-


lares descubrimientos de la arqueoloftia tüVléfafl lqgát
gn la AÁcaAa In* 70 Átt niifsn-n siglo; es qédf, d tln-
cuhfimiento de la tnmha de TiitanKamon, en ¿glpio,
174 Historia de la Arqueología

por Lord Carnarvon y Howard Cárter en 1922, y eldes-


¿mhrimiontn i|| fomibas reales de U P pbr Leonard
Woolley cuatro afios mis tarde; Aunque gg tM a de he­
chos bien conocidos por todos, no pueden faltar en una
antología que intente ilustrar el desarrollo de la investi­
gación arqueológica.
Él quinto conde de Carnarvon (1866-1923) excavó en
Tebas desde 1906 en adelante, publicando en 1912 su
obra Five Years Explorations at Tbebes. H oward Cár­
ter (1873-1939) excavó primero bajo la dirección de
Newberry y Petrie, y desde 1907 trabajó con Lord
Carnarvon. Después de la primera guerra mundial pa­
saron los inviernos desde 1919 hasta 1922 en el Valle
de los Reyes, y en noviembre de 1922, en la que iba a
sor su última temporada, se descubrió la tumba de Tu-
tankamon. Carnarvon no vivió para ver finalizada la
excavación de la tumba, y el siguiente relato de la aper­
tura de este importante monumento proviene del libro
de Howard Cárter y A. C. Mace T he T omb of Tut-
ankh-Amen, publicado en 1923.
Esta fue nuestra última temporada en el Valle. Habíamos ex­
cavado allí durante seis campañas, y en todo ese tiempo no lo­
gramos éxito alguno; trabajamos sin parar durante meses sin
hallar nada, y solamente un excavador sabe lo deprimente y deses­
perante que esto puede llegar a ser. Ya casi nos habíamos dado
por vencidos, y nos preparábamos para abandonar el lugar y pro­
bar suerte en otra parte; y entonces, al clavar la azada en la
tietra, en un intento último y desesperado, hicimos un descubri­
miento que superaba nuestros más audaces sueños. Ciertamente,
nunca antes en toda la historia de las excavaciones arqueológicas
se ha visto comprimida toda una temporada de trabajo en un
espacio de canco días.
Voy a intentar relatar toda la historia. No ser¿ fácil, ya que la
dramática sorpresa del descubrimiento inicial me dejó totalmente
aturdido, y los meses siguientes han estado tan llenos de aconte­
cimientos que apenas he tenido tiempo para pensar. El hecho de
ponerlo por escrito quizá me dé la ocasión para darme cuenta
de lo que ha ocurrido y de todo lo que significa.
Llegué a Luxor el 28 de octubre, y ya para el 1 de noviem­
bre tenía contratados a los obreros y estaba dispuesto para co­
menzar. Nuestras excavaciones anteriores se habían detenido poco
6. Hallazgos y desciframientos 175

antes del, ángulo noreste de la tumba de Ramsés VI, y desde


este punto empecé a abrir una táñete» en dirección sur. Hay
que recordar que en esta zona había varias cabañas de obreros
toscamente construidas y que fueron usadas probablemente por
los mismos trabajadores de la tumba de Ramsés... Al llegar la
tarde del 3 de noviembre hablamos puesto al descubierto un
número suficiente de estas cabañas como para permitirnos su exa­
men, y después de trazar su plano y anotarlas fueron derribadas,
quedando entonces dispuestos para retirar los tres pies de tierra
que yacía bajo ellas.
Apenas había llegado al lugar de trabajo a la mañana siguiente
(4 de noviembre) cuando el inusitado silencio, debido a la par*-,
lizadón de todo el trabajo, me hizo comprender que algo fuera
de lo corriente había ocurrido, y entonces me anunciaron que
se había encontrado bajo la primera cabaña derribada un escalón
labrado en la roca. Esto parecía demasiado bueno para ser ver­
dad, pero tras proseguir con la labor de limpieza durante algún
tiempo pudimos comprobar que nos hallábamos en la entrada de
un corte profundo en la roca, a unos 13 pies bajo la entrada
de la tumba de Ramsés VI y a una profundidad semejante al nivel
del lecho actual dd Valle. Tenia el corte característico de las
entradas con escalones hundidos, que con tanta frecuencia se enr
contraban en la zona, y casi me atreví a pensar que al fin se
había localizado la tumba. El trabajo continuó a marchas forzadas
todo aquel día y la mañana del siguiente, p a o no fue hastá la
tarde del 5 de noviembre cuando logramos retirar las masas de
escombros que recubrían el corte y pudimos delimitar los bordes
superiores de la escalera en sus cuatro lados.
Parecía ya bastante claro que teníamos ante nosotros la entrada
de un enterramiento, pero surgían todavía dotas dudas, resultado
de anteriores desilusiones. Siempre cabía la terrible1posibilidad,
según nos había demostrado la experiencia en el vaHe de Tut-
moas III, de que fuese uná tumba a medio hacer, que nunca
hubiese sido acabada ni usada; -yai te follaba totalmente cons­
truida, me horrorizaba pensar qué ¡4a hubieran saqueado por
completo en tiempos antágu«&>jtar w*a parte, podía tratarse de
una tumba perfectamenteeOBWrvatki» saqueada sólode manera
pardal, y con este pemaÉBáwico observaba ton una exdtadón
mal disimulada los escalante ¡descendentes según iban aparecien­
do. El erarte había 9tdo «aeavádo en el costado de una pequeña
loma, y a medida que ptógtecaba el trabajo su borde occidental
iba retrocediendo bajo el declive de la roca hasta ser cubierto,
al prindpio un poco y luego por completo, convirtiéndose én un
corredor con una aittUH de lO pies y una anchura de seis. El tra-
176 Historia de 1* Arqueología

bajo avanzaba ahora más rápidamente; los escalones se sucedían


unos a otros, y al nivel del duodécimo descubrimos, cuando ya
el sol se estaba poniendo, la parte superior de una entrada blo­
queada, enlucida y sellada. Una entrada sellada, ¡era cierto, pues!
Nuestros años de paciente trabajo iban a ser recompensados des­
pués de todo, y creo que lo primero que sentí fue cierta satis­
facción al ver que mi fe en el Valle había estado justificada.
Con una excitación cada vez mayor estudié las impresiones del
sello de la puerta en busca de la identidad dd dueño, pero no
encontré nombre alguno: los únicos jeroglíficos que pude desci­
frar fueron los del famoso sello de la necrópolis real, el chacal
y los nueve cautivos. Había dos hechos bien daros, sin embargo.
En primer lugar, el uso de este sello real era prueba irrefutable
de que la tumba había sido construida para alguien de alto
rango, y por otra parte, el que la puerta sellada estuviese com­
pletamente oculta en su parte superior por las cabañas de los
obreros de la vigésima dinastía era prueba sufidente de que, al
meaos desde esa fecha, no había sido abierta. Por d momento
habría de conformarme con aquello.
Mientras examinaba los sellos vi sobre la puerta, donde se
habki caído una parte del enluddo, un dintd de madera muy
pesado. Para asegurarme dd método por d cual la entrada había
sido bloqueada hice una pequeña mirilla, lo sufidentemente am­
plia como para introducir por ella una lámpara déctrica, y des­
cubrí que d corredor, a un lado de la puerta, se hallaba, desde
«1 sudo al techo, completamente lleno de piedras y escombros,
prueba adidonal del cuidado con que había sido protegida la
tumba.
Era d momento que espera todo excavador. Allí solo, Junto
a ios, obreros, me encontré, luego de años de un trabajo relativa­
mente estéril, en d umbral de lo que podía ser un magnífico
descubrimiento. En realidad, podía haber cualquier cosa al fondo
del corredor, y necesité de toda mi fuerza de voluntad para no
tirar abajo la entrada y ponerme a investigarlo en ese mismo
momento. Me sentía confundido por algo, y era d pequeño ta­
maño de la entrada en comparadóa con las tumbas típicas dd
Valle. El diseño pertenecía sin ninguna duda a la dinastía de­
cimoctava. ¿Se trataría de la tumba de un noble enterrado aquí
por consentimiento real? ¿Sería un depósito regio, un escondite
para poner a salvo la momia y todo su ajuar, o se trataba verda­
deramente de la tumba dd rey que había estado buscando du­
rante tantos años?
Examiné de nuevo las impresiones d d sello en busca de algu­
na pista, pero en la parte de la puerta que habíamos dejado al
6. Hallazgo* y desciframiento! 177

descubierto sólo podían, descifrarse hasta el momento ron claridad


la* d d ,sello de la necrópolis real mencionado anteriormente. Si
hubiese sabido que tan sólo unos centímetros más abajo se hallaba
una impresión, perfectamente clara y legible, del sello de Tutaa-
kamon, el rey que más interés tenia yo en encontrar, todo se
hubiera resuelto y, en consecuencia, habría pasado también una
noche más tranquila, ahorrándome casi tres semanas de iacerti-
dumbre. Se hada tarde, sin embargo, y nos encontramos rodea­
dos por la oscuridad. Volví a cerrar el pequeño agujero con derto
pesar, rellené lo excavado para protegerlo durante la noche, se-
lecdoné a los más fieles de entre mis obreros —los cuales se
encontraban casi tan exdtados como yo— para que vigilaran, apos­
tados en k» alto de la tumba, hasta el amanecer, y así, descen­
diendo por el Valle, regresé a casa a la luz de la luna.
Naturalmente, mi deseo era proseguir con la tarea de limpieza
para determinar cuáles eran las dimensiones dd descubrimiento,
pero Lord Carnarvon estaba en Inglaterra, y hubiera sido injusto
no detenerlo todo basta su llegada. En la mañana dd 6 de no­
viembre, por tanto, le envié d siguiente cable: «Por fin, un
descubrimiento maravilloso en d Valle; una tumba espléndida
con sellos intactos; ha sido tapada de nuevo hasta que usted lle­
gue; felicidades.»
A continuadón debía asegurar la entrada contra cualquier in-
terferenria hasta que pudiese finalmente abrirse de nuevo. Esto
se hizo rellenando hasta d nivd de la superficie cuanto hahfaran*
excavado y colocando encima los grandes bloque* de pedernal
con que se habían construido las cabañas de lo* obretos. Al lle-
gar la tardede aqud mismo día, cuarenta y ocho bocas después
de haber sido descubierto d primer escalón, kcram » caoduir
esta tarea. La tumba había desapatcddo; por « l aspecto d d
terreno se diría que nunca habla cMsridty y a vecds resultaba
difídl convencerme a m í mismo de (pie todo aquello a o había
sido un sueño. Pronto tuve la ocati4p>de trangiiilizatme * este
respecto. En Egipto las noticus vuelan, y a lo* dos días dd
descubrimiento me v i . íihnmííiIo de fdidtadones, preguntas y
ofertas de ayuda procedente* tódaadiiccdoaes... El día 8 re-
cibí dos mensajes de Lotd Gataarvon en coatestadón a mi cable;
d primero decía: «Posiblemente llegue pronto», y d segundo,
recibido algo más tarde: «Pienso llegar a .Alejandría d día 20.»
...E l día 18 por la noche,toe fui a pasar tres días a El Cairo,
con d fin de redhir a Laid Camarvon y realizar algunas compras
necesarias, pensando regresar a Luxor el 21. El día 23 llegó a
Luxor Lord Camarvon acompasado de su hija, Lady Evdyn
Herbert, su devota compañera a lo largo de toda la labor que
O ly n Daniel, 12
178 Historia de la Arqueología

llevó a cabo en Egipto, y todo estaba dispuesto entonces para


el comienzo del segundo capítulo del descubrimiento de la tumba...
Pan la tarde del día 24 toda la escalera había sido despejada,
con un total de 16 escalones, y nos fue fácil examinar con detalle
la Mitrada sellada. Las impresiones d d sello estaban mucho más
claras en la parte inferior y no tuvimos dificultad en descifrar
el nombre de Tutankamon en algunas de ellas. Esto aumentaba
enormemente el interés del descubrimiento. Si, como parecía casi
seguro, habíamos encontrado la tumba de aquel misterioso mo­
narca, cuyo remado coincidió con uno de los períodos más inte­
resantes de toda la historia egipcia, tendríamos ciertamente razo­
nes más que suficientes para sentimos orgullosos.
Con expectación aún mayor, si eso era posible, reanudamos la
investigación de la puerta de acceso. Aquí surgía por vez primera
ctett» demento de alarma. Ahora que toda la puerta se hallaba
expuesta a la luz podíamos discernir un hecho que hasta enton­
ces se nos había pasado por alto: parte de su superficie había
sido abierta y cerrada de nuevo en dos ocasiones; además, d
sello descubierto en un principio, el chacal y los nueve cautivos,
había sido colocado sobre las partes que se abrieron y cerraron
sucesivamente, mientras que los sellos de Tutankamon cubrían
la parte de la entrada que no fue tocada, y eran por consiguiente
aquellos con los que la tumba había sido originalmente precin­
tada. La tumba no estaba intacta como habíamos esperado. Fue
violada por los saqueadores, y en más (fe una ocasión —las
cabañas situadas sobre ella son prueba de que la fecha de los
saqueos no puede ser posterior al reinado de Ramsés VI—, pero
estaba claro que no fue totalmente expoliada, ya que había sido
sellada de nuevo.
Otro misterio se avecinaba. En las capas inferiores de escom­
bros que llenaban la escaleta hallamos gran cantidad de fragmentos
de cerámica y cajas rotas, y en estas últimas estaban inscritos
los nombres de Akenaton, Smenkara y Tutankamon, y, lo que
resultaba aún más chocante, un escarabeo de Tutmosis III y un
fragmento con el nombre de Amenofis III. ¿Por qué esta mez­
colanza de nombres? Evaluando las pruebas con que contábamos
hasta d momento, algo parecía indicar que se trataba de un de­
pósito, y no de una tumba.
Así estaban las cosas en la tarde del día 24. Al día siguiente
ib* a ser retirada la puerta sellada... Mr. Englebach, inspector
jefe dd Departamento de Antigüedades, vino « vernos por la
tarde y fue testigo de parte de la limpieza final de escombros
ante la entrada. En la mañana dd día 25 las impresiones de los
sellos de la entrada fueron cuidadosamente anotadas y fotogra­
6. Hallazgos y desciframientos 179

fiadas, y después procedimos a quitar las piedras irregulares que


obstruían la punta désete d suelo hasta el dintel y que estaban
enlucidas en su cara externa para recibir las impresiones de ios
sellos. De este modo descubrimos los comienzos de un corredor
descendente (no se trataba de una escalera), cuya anchura éra la
misma que la de la escalera de acceso, mientras que su altura
alcanzaba casi siete pies. Como ya había comprobado desde la
mirilla que abrimos en la puerta, se hallaba totalmente lleno de
escombros y piedras, que quizá fuesen los materiales extraídos
de la propia excavación original. Este relleno, al igual que la
entrada, mostraba huellas de que la tumba habk sido abierta y
cerrada más de una vez, ya que en la parte intacta se encontraba
cascajo blanco y limpio entremezclado con d polvo, mientras
que en la parte profanada había gran cantidad de pedernal oscu­
ro. Era evidente que un túnel irregular había sido excavado en
el rellenó original, en la esquina superior del lado izquierdo; ua
túnel cuya posición correspondía a la del agujero de la entrada.
Al ir despejando el corredor recién descubierto encontramos
entremezclados con los escombros de los niveles inferiores frag­
mentos cerámicos, jarros sellados, tarros de alabastro, tanto rotos
como intactos; vasos de cerámica pintada, restos de objetos más
pequeños y pellejos para el agua que, al parecer, se habían usado
para acarrear el líquido necesario para el enlucido de las puertas.
Estos últimos vestigios constituían una prueba evidente de que
hubo un saqueo y los contemplamos con cierto recelo. Guando
anocheció habíamos excavado ya un trecho considerable del co­
rredor, pero no veíamos todavía señal alguna de una segunda
puerta o de tina cámara.
El día siguiente (26 de noviembre) fue el gran dife, el más
maravilloso que jamás viví y que, desde luego, no volverá a re­
petirse nunca. Durante toda la mañana seguimos con k tarea de
limpieza, avanzando lentamente debido a la fragilidad de los
objetos que se hallaban mezclados con d relleno. Después, en
plena tarde, dimos con una segunda entrada, también sellada, a
30 pies de la puerta exterior, y casi una réplica exacta de la
primera. En este caso las impresiones de los sellos eran más
difíciles de discernir, pero estaba claro que eran de Tutankamon
y de la necrópolis red. De nuevo se veían sobre el enlucido las
huellas dejadas al abrir y volver a cerrar la puerta. Para entonces
estábamos totalmente convencidos de que íbamos a descubrir un
escondrijo, y no una tumba... Pronto lo sabríamos. Allí estaba
la entrada sellada, y tras ella, la respuesta a nuestra pregunta.
Con lentitud exasperante para nosotros, meros espectadores, se
iban apartando los escombros que entorpecían la parte inferior
180 Historia de la Arqueología

de la puerta hasta que, por fin, la vimos completamente despe­


jada. Había llegado el momento decisivo. Con manos temblorosas
hice una pequeña abertura en el ángulo superior izquierdo. La
oscuridad y el espacio libre en el que hurgaba con una barra
de hierro mostraban que, fuese cual fuese la naturaleza de aquel
lugar, éste se hallaba vacío, y no rellenado como el corredor que
acabábamos de limpiar. Como precaución contra la existencia
de posibles gases nocivos hicimos varias pruebas con velas, y
luego, ensanchando un poco el agujero, introduje una vela y miré
adentro... Al principio no logré ver nada, ya que el aire caliente
que salía de la cámara hacía que la llama temblara; pero al cabo
de un rato, según se acostumbraban mis ojos a la luz, iban sur­
giendo poco a poco de la oscuridad detalles del cuarto: animales
extrafios, estatuas y oro, destellos de oro por todas partes. Por
« l momento —que les debió parecer una eternidad a quienes me
rodeaban— mi conmoción fue tal que no pude pronunciar una
sola palabra, y cuando Lord Carnarvon, incapaz de aguantar por
un momento más aquel estado de incertidumbre, preguntó con
ansiedad: «¿Puede ver usted algo?», con gran esfuerzo logré con­
testar: -«Sí, algo maravilloso.» Después, tras ensanchar un poco
más el agujero para que ambos pudiéramos mirar, introdujimos
una lámpara eléctrica.
Supongo que la mayoría de los excavadores confesarían haberse
sentido sobrecogidos y hasta cierto punto avergonzados al irrum­
pir en una cámara cerrada y sellada por muios piadosas innume­
rables siglos atrás. En esos instantes el tiempo, como factor en
nuestras vidas, perdió todo su significado. Tres mil, quizá cuatro
mil años, habían transcurrido desde que un ser humano pisara
por vez última el mismo suelo sobre el cual me encontraba, y,
sin embargo, al ir fijándome en las huellas de vida reciente que
me codeaban —un cuenco a medio llenar de argamasa para la
puerta, la lámpara ennegrecida, la huella de un dedo sobre una
superficie recién pintada, la corona de despedida depositada sobre
el umbral-—, todo daba la impresión de haber sido colocado ayer
mismo en su sitio. Hasta el aire que se respiraba, el aire de
hada siglos, era algo que compartíamos con quienes acomodaron
a la momia en ai lugar de descanso. Pequeños e íntimas detalles
como loa mencionados aniquilaban el tiempo y nos hacían sen­
tir como intrusos. Quizá fuese ésta la sensación primera y más in­
tenso, peto otras se sucedían con enorme rapidez: la alegre satis­
facción de haber hecho un descubrimiento, el estado de excita­
ción producido por la ansiedad, los impulsos incontrolables, cau­
sados por la curiosidad, de arrancar los precintos y levantar las
tapas de las cajas, la idea de inefable alegría para el científico
6. Hallazgos y desciframientos 181

de que está a punto deafiadir una página a la historia o d e resol­


ver un problemá en él trabajo de Investigación, el estado de ex­
pectación angustiosa — ¿por qué no confesarlo?— que siente id
buscador de tesoros. P ao ¿nos vinieron en realidad a la mente
todos estos pensamientos en aquel momento o serán producto
posterior de mi imaginación? No podría asegurarlo...
Ciertamente era la primera vez en la historia de las excava­
ciones que se contemplaba algo tan sorprendente como lo que
nos revelaba la luz de nuestra linterna... La escena se fue acla­
rando gradualmente, y logramos discernir objetos individuales.
En primer lugar nos fijamos en tres grandes canapés dorados que
teníamos justo en frente y de ¿úya existencia nos habíamos per­
catado desde un principio, aunque nos negábamos a creer en día.
Sus lados estaban tallados en forma de áñimales monstruosos, con
cuerpos extrañamente reducidos para así cumplir su fundón, peto
con cabezas de sorprendente realismo. En cualquier circunstancia,
Si aspecto de estas bestias era como para infundir pavor en quie­
nes las contemplasen; pero viéndolas como las veíamos nosotros,
sus superficies brillantes y doradas sobresaliendo de la oscuridad
gracias a nuestras linternas, como focos de un escenario, y sus
cabezas arrojando sombras grotescas y deformes sobre la pared
del fondo, su aspecto era casi aterrador. Después nos llamaron
la atención dos estatuas que se hallaban a la derecha, dos figuras
en negro y de tamaño natural de un rey, la una frente a la otra
como centinelas, con faldellín y sandalias de oro, armadas con
una maza y un cayado y con la cobra sagrada y protectora sobre
sus frentes.
Estos éran los objetos más sobresalientes y que primero atra­
jeron nuestra atención. Entre ellos, a su alrededor, amontonados
por endma, había muchos más: cofres exquisitamente pintados
y con incrustaciones, vasos de alabastro, algunos con bellos dise­
ños grabados; extrañas capillas negras, en una de las diales se
asomaba una serpiente dorada por la puerta ííbiértá; ramos de
flores o de hojas, camas, sillas de hermosa talla, ún trono incrus­
tado en oro, una pila de curiosas cajas blancas y ovaladas, báculos
de las formas y diseños más diversos; bajo nuestros ojos, en el
mismo umbral de la cámara, una bellísima copa lotiforme de
alabastro traslúddo; a la izquierda, carrtea? volcadas y amonto­
nadas en desorden, lanzando destellos el oro y las incrustadones
que las cubrían; tras ellas ^parecía otro gran retrato dd rey...
A mediados de febrero nuestro trabajo en la antecámara habla
tocado a su fin. A excepdóñ ié las dos estatuas-centinelas, aue
quedaron atrás por una razón especial, todo su contenido había
sido llevado al laboratorio, el suelo había sido barrido y cribado
182 Historia de la Arqueología

minuciosamente para no perder ni una sola cuentecilla o parte


de alguna incrustación, y ahora quedaba totalmente vado. Por
fin estábamos dispuestos para penetrar en el misterio de la puer­
ta sellada.
El viernes día 17 fue la fecha elegida, y a las dos en punto
aquellos que iban a tener d privilegio de presenciar la ceremonia
se ataron en un lugar sobre la tumba... En la antecámara todo
ie hallaba a punto...
Me ocupé primero de buscar d dintel de madera sobre la puer­
ta; después, con gran cuidado, fui levantando d enluado y se­
parando las piedras pequeñas que constituían la capa superior del
relkno. La tentadón de detenerme y mirar adentro a cada ins­
tante se hacía irresistible, y cuando después de trabajar durante
unos diez minutos logré hacer un boquete lo suficientemente
ancho como para darme esa satísfaoaón introduje una lámpara
eléctrica, y la luz me mostró un panorama asombroso. Allí, tan
sólo a una yarda de la entrada, se encontraba algo que tenía
todo d aspecto de ser una pared sólida de oro, que se alargaba
hasta donde alcanzaba mi mirada y bloqueaba la entrada de la
cámara. Por el momento nada podía revdarme su significado,
de modo que me dediqué, en cuanto pude, a ensanchar el agujero.
Esta operación se había convertido ahora en algo bastante com­
plicado, pues las piedras de la albañilería no eran bloques debi­
damente cortados y colocados simétricamente los unos sobre los
otros, sino toscas lajas de diverso tamaño, algunas tan pesadas que
necesitaba de todas mis fuerzas para levantarlas. Además, muchas
de días, al quitarles el peso que las comprimía, quedaban en
posición tan precaria que d más mínimo movimiento en falso las
hubiese proyectado hada el interior hasta caer sobre el contenido
de la cámara. Por otra parte queríamos conservar ks impresiones
de los sellos que había sobre la espesa argamasa de la fachada
exterior, y esto aumentaba considerablemente la dificultad de re­
mover las piedras...
Al apartar unas cuantas más el misterio de la pared dorada
quedó desvelado. Estábamos en k entrada de k cámara del
enterramiento dd rey, y lo que estorbaba nuestro paso era una
inmensa capilla dorada construida para cubrir y proteger el sar­
cófago. Era visible ahora desde la antecámara a k luz de ks
lámparas, y cuando ks piedras se fueron retirando y su superfide
dorada se hizo visible poco a poco, pudimos sentir la excitadón
propia de los que se encuentran de espectadores detrás de una
barrera... Los que estábamos haciendo d trabajo no sentíamos
probablemente tanta exdtación, pues nuestras energías se halla­
ban entregadas por completo a k responsabilidad de retirar ks
6. Hallazgos y desciframientos 183

piedras sin causar ningún accidente. La caída de una sola piedra


hubiera producido daños irreparables en la superficie delicada
de la capilla, asi que en cuanto di agujero fue agrandado lo s e ­
dente la protegimos adicionalmente metiendo un colchón por la
parte interior del tabique, suspendiéndolo del dintel de madera
de la puerta. Dos horas de duro trabajo nos tomó el despejar
la entrada o, pac lo menos, todo lo que era necesario por d
momento. Tuvimos durante un rato, ya «rea dd fia d , que
interrumpir nuestras operaciones para recoger las cuentas de «a
collar traído por los saqueadores y abandonado junto a la entrada.
Esto último fue una prueba tífriblepara nuestra paciencia, pues­
to que era un trabajo lento yestábamostodos excitados y ansio­
sos por ver cuál era d desenlace; pero finalmente acabamos, las
últimas piedras ge retiraron y d paso a la cámara más profunda
se encontraba abierto ante nosotros.
Al quitar d obstáculo de la puerta descubrimos que d nivd
de la cámara interior era aproximadamente de cuatro pies mis
bajo que d de la antecámara, y uniendo esto con d hedió de que
había un pasillo estrecho entre la puerta y la pared dorada, la
entrada se hada difícil. Afortunadamente, no había antigüedades
pequeñas en este extremo de la cámara; así que bajé y, tomando
una de las luces portátiles, me dirigí cautelosamente al rincón
de la capilla y miré detrás de ella. En la esquina dos vasos de
alabastro estorbaban d paso, pero me di cuenta de que si se
apartaban, tendríamos paso libre hasta el otro extremo de la cá­
mara; con cuidado, tras señalar d punto donde se encontraban,
los levanté —eran de mejor calidad y de forma más graciosa
que la de los que ya habíamos encontrado, con excepción de la
copa de los deseos dd rey— y los pasé a la antecámara. Lord
Camarvon y M. Lacau se unieron a mí y. tomando d pasillo
entre el catafalco y la pared,dejandoc«ref d hilo de nuestra
lámpara déctrica detrás de nosotro®, nos dedicamos a investigarlo.
Estábamos, fuera de d»d«r «$t la cámara sepulcral, en la
que se hallaba una de las grandes capillas bajo las cuales eran
depositados los reyes. Era tati grande esta estructura (17 pies
por U y por 9 de altura, cot»o‘ se comprobó después) que
sólo dos pies la separaban de Iqs paredes por sus cuatro costados,
mientra^ la parte .superior, con cornisas y molduras, alcanzaba
casi el techo. Estaba cubierta., de. oro de arriba abajo, y en los
laterales había pandes incrustados coa porcelana azul brillante,
en los que se representaban repetidamente los símbolos mágicos
que aseguraban fortaleza y seguridad-, Alrededor de la capilla, des­
cansando en d sudo, había un gran número de emblema» fune­
rarios, y cu d extremp m ete, tm vs Jtágkoz que 4
184 Historia de la Arqueología

rey necesitaría pata surcar confiadamente las aguas de ultratum­


ba. Las paredes de la cámara, a diferencia de las de la antecá­
mara, estaban decoradas con escenas pintadas e inscripciones de
brillantes colores, pero evidentemente ejecutadas con prisa.
Estos último» detalles los advertimos posteriormente, pues en­
tonces nuestros pensamientos estaban puestos en la capilla y en
su seguridad. ¿Habían penetrado los tachones en ella y alterado
el enterramiento redi? En el extremo este se encontraban las gran­
des puertas plegables, cerradas y encerrojadas, pero no selladas;
esto contestaría nuestra pregunta. Rápidamente corrimos los Ge­
nojos y abrimos las puertas, y alU mismo vimos una segunda
capilla con puertas de cerrojos similares y sobre dios un sello
intacto. Decidimos no romper el sello, ya que nuestras dudas se
habían resuelto y no podíamos següir adelante sin riesgo de
causar un daño importante al monumento. Pienso que en ese mo-
mento influyó también decisivamente pata que no rompiéramos
el «dio un agudo sentimiento de intrusión que había descendido
pesadamente sóbre nosotras, debido probablemente a la impresión
casi dolorosa que nos causó la caída de un friso decorado con
rosetas doradas sobre la capilla interior. Sentíamos que nos ha­
llábamos en presencia de un rey y que debíamos reverenciarlo,
y en nitestra imaginación podíamos ver las puertas de sucesivas
capillas abiertas una tras otra hasta la más interna, que descubría
al mismo rey. Con cuidado y tan silenciosamente como pudimos
cerramos de nuevo las grandes puertas y nos encaminamos al
extremo opuesto de la cámara.
Aquí nos esperaba una sorpresa, puesto que una puerta baja,
al este de la cámara sepulcral, daba entrada a un nuevo «cinto
más pequeño que los anteriores y no tatt elevado. Esta cámara,
al contrario que las otras, no había sido cerrada ni sellada. Po­
díamos desde donde estábamos tener una visión completa de
todo su contenido, y un simple vistazo fue suficiente para darnos
cuenta de que aquí, en éste pequeño cuarto, estaban los mayores
tesoros de la tumba. Frente a la puerta, en el sitio más alejado,
se encontraba el monumento más hermoso que jamás haya visto,
tan maravilloso que lo dejaba a uno paralizado' de admiración.
La parte central consistía en un cofre en forma de capilla, com­
pletamente recubierto de oro y rodeado de una cornisa de cobras
sagradas; alrededor y algo apartadas estaban las estatuas de las
cuatro diosas tutelares de la muerte: figuras graciosas con los
brazos en actitud protectora, tan naturales y realistas en su pos­
tura, tan doíoirosa y compasiva la expresión de sus caras, qué
parecía cari un sacrilegio el mirarlas. Cada una guardaba un cos­
tado de la capilla, pero mientras las figuras situadas al frente
6. Hallazgos y desciframientos 185

y al fondo mantenían *u mirad* firmemente fija sobre el objeto


de su protección, una nota adicional de realismo sorprendente
la constituían las otras dos, pues sus cabezas estaban vueltas
hada los lados, mirando hade la entrada por encima del hombro,
como si hubieran sido sorprendidas. Existía una sencilla grandeza
en este monumento que atraía irresistiblemente la imaginadón, y
no me avergüenzo de confesar que produjo un nudo en mi gar­
ganta. Era indudablemente la caja canopial que contenía los va­
sos, que juegan papel tac importante en d ritual de la momi-
ficadón.
Había una gran cantidad de objetos admirables en esta cámara,
peto nos resultó difícil prestarles «tendón; porque inevitable­
mente volvíamos los ojos liada las maravillosas pequefias diosas.
Muy cerca, frente a la entrada, estaba la figura del dios chacal,
Anubis, sobre su capilla, envuelto en un paño de tifio y descan­
sando sobre un trineo portátil; y detrás de él, la cabeza de un
toro sobre una plataforma, emblemas éstos de ultratumba. En
la parte sur de la cámara había un número interminable de ca­
pillas negras y cajas, todas cerradas y selladas, excepto una cuyas
puertas abiertas dejaban ver las estatuas de Tutankamon entre
leopardos negros. En la pared más alejada había más cajas ne­
gras con forma de capilla y ataúdes en miniatura de madera
dorada; estos últimos contenían indudablemente estatuillas fune­
rarias del rey. En el centro dd cuarto, a la izquierda de Anubis
y el toro, había una fila de magníficos cofres de marfil y madera,
decorados e incrustados con oro y porcelana azul; uno, cuya tapia
levantamos, contenía una suntuosa pluma de avestruz con mango
de marfil, aparentemente tan fuerte y redente como si acabara
de salir de las manos del artífice. Había también, diatribuidos en
diferentes lugares de la cámara, una señe de bateo* en miniatura
con el velamen y los remos completos, y en d lado salte otra
carroza.
Asi, en una rápida descriprión, era d contenido de esta cá
mata interior. Buscamos ansiosamente la presencia de los saquea­
dores, pero a primera vista no se apreciaba. Indudablemente los la­
drones habían entrado, peto no habían logrado hacet otra cosa
que abrir dos o tres cajas; la mayoría de ellas, como ya se ha
señalado, tenían los sellos intactos, y el contenido completo de
la cámara, en contraste afortunado con la antecámara y el anexo,
permanecía en la misma exacta positíón en que fue depositado
en el momento dd entierro.
No puedo decir cuánto tiempo tardamos en echar un primer
vistazo a las maravillas de la tumba, pero les debió parecer inter­
minable a los qué esperaban con ansiedad en la antecámara. Ne»
186 Historia de la Arqueología

podían entrar más de tres cada vez por motivos de seguridad, y


eca curioso cuando estábamos en la antecámara observar las caras
usa por una de los que salían por la puerta. Todos tenían una
mirada deslumbrada y maravillada en sus ojos, y cada uno de
ellos cuando salía levantaba las manos en un gesto inconsciente
de impotencia para describir coa palabras las maravillas que ha­
bía visto. Eran indudablemente indescriptibles, y las emociones
que habían producido en nuestras mentes eran de naturaleza
demasiado íntima para comunicarlas, aun cuando conservábamos
el uso de la palabra. Fue una experiencia que estoy seguro que
ninguno de los presentes podrá olvidar fácilmente: en nuestra
imaginación —y no de forma totalmente fantástica— habíamos
asistido a las ceremonias fúnebres de un rey muerto hace muchos
años y casi olvidado. A las dos y cuarto habíamos bajado a la
tumba, y cuando tres horas más tarde, con calor, polvorientos
y desgreñados, salimos una vez más a la luz del día, el mismo
Valle parecía haba: cambiado para nosotros y tomado un aspecto
más personal. Se nos había dado la Libertad.

Nuestro próximo extracto procede del libro de Sir


Leonard Woolley Ur of the Chaldees, publicado en
1929, en el que relata el descubrimiento de las tumbas
reales en 1926. El trabajo, en esta ocasión, se dedica
sobre todo a situar a los sumerios en el mapa de las an­
tiguas civilizaciones del mundo, y quizá como la más
antigua de todas. L e o n a r d W o o l l e y (1880-1960) era
un clásico graduado en Uxiorcl, y cuenta con amenidad
en su Spadetvork (1953) la historia de su conversión en
arqueólogo bajo la influencia del director del New Col-
lege, el famoso doctor Spooner. Empezó a trabajar en la
Bretaña romana, y luego marchó al Próximo y Medio
Oriente. Después de la primera guerra mundial iftició
importante'? excavaciones en él.sur de Mésopotamlap"¡r'
en Ur llevó a cabo uno cíe 'los Jesc^rimieñt'os arcfágffP
lóHcos de .mayor. signiTIEayiSIId Z íQ Ss íoTtlemposT^

Ur se encuentra cerca de la mitad del camino entre Bagdad y


la cabecera del golfo Pérsico, a unas 10 millas de distancia al
oeste del curso actual del Eufrates. A una milla y media al este
de las ruinas corre la única línea de ferrocarril que une Basora
con la capital del Irak, y entre la vía y el río están esparcidas
zonas de cultivoy paqueaos pueblos de chozo» de barro prote-
6. Hallazgos y desciframientos 187

Sidas con esteras rojas; más hada d oeste d d ferrocarril jsjpOf


cuentra d blanco desierto inhóspito. En esta extensión se levantan
los montículos que fueron Ur, llamados por las árabes, a causa
dd mis alto de todos, la colina dd zigurat, «T d al Muqayyar»,
d baluarte.
Desde lo alto de este; montículo se puede distinguir en el ho­
rizonte, hada d Este, la línea oscura de los campos de palmeras
a las orillas dd río, pero hacia d Norte, Oeste y Sur, tan ¡tejos
como puede alcanzar la inúada, ¡s* extiende la inconmensurable
arena. Al Sureste la línea dd horizonte se rompe por una deva-
ción gris, las ruinas de la torre escalonada de la ciudad sagrada
de Eridú, que, según creían los «únenos era la ciudad más anti­
gua de la tiara; hada d Noroeste la sombra proyectada po? el
sol poniente define los contornos dd suave montículo de «Al-
Ubaid*. En cualquier otra dirección nada rompe la monotonía
de las inmensas llanuras, sobre la* que danzan las brillantes rá­
fagas de calor, engañando Ja vista con su aspecto de pláddas
aguas. Parece increíble que esta zona desértica pudiera haber sido
habitable para d hombre, y aún más, que las devadones acu­
muladas por d tiempo bajo nuestros pies puedan cubrir los tem­
plos y casas de una gran ciudad...
La maye» parte dd trabajo de las tres campañas estuvo diri­
gido a descubrir d gran cementerio, que se encontraba fuera de
las murallas de la vieja dudad y estaba cubierto por .montañas
de residuos acumulados entre aquéllas y el canal de agua; los
tesoros que han sido desenterrados dudante este tiempo en las
tumbas han revoludonado nuestras ideas sobre las dvilizadones
antiguas dd mundo.
El cementerio (en realidad existían ¡dos cementerios, uno so­
bre otro, pero ahora me refiero solamente al más antiguo y
profundo) constaba de enterramientos de dos clases, las fosas
de los plebeyos y las tumbas dé los reyes. Puesto que en las últi­
mas se han encontrado los trabajos artísticos de mayor riqueza,
uno se inclina a pensar solamente en ellas; pero los enterra­
mientos dd pueblo llano, además de ser muy numerosos, han
producido también objetos de gran finura y han aportado valio­
sas evidencias para fechar la necrópolis. .
Las tumbas de los reyes parecen ser en conjupto más tempra­
nas que las de sus súbditos, y no porque se encuentren en niveles
más profundos, lo que puede explicarse como una precautión
natural (las tumbas mayores y más ricas deben excavarse a mayor
profundidad para evitar los saqueadores), sino a causa de sus po­
siciones rdativas. Es un hecho corriente encontrar en los cemen­
terios musulmanes la tumba de algún santo local, rodeada por
188 Historia de la Arqueología

una Capilla abovedada, y los otros enterramientos agrupados a su


alrededor lo mis cerca posible, cómo si sus ocupantes buscaran
la protección d d hombre santo. Algo semejante ocurre con las
tumbas reales de Ur: los enterramientos privados mis antiguos
se encuentran en su proximidad... posteriormente parece como
si los monumentos visibles de los reyes muertos se desvanecieran
y sú ffiíctttotift cayera en el olvido, dejando solamente una vaga
tradición de terreno sagrado, y encontramos entonces las nuevas
tumbas invadiendo los limites de las de los reyes, y hasta exca­
vadas dentro de ellas.
Lot enterramientos privados se hallan en muchos niveles dife­
rentes, en parte quizi porque no existía una profundidad típica,
y en parte porque la superficie dd terreno dd cementerio era
bastante desigual; pero en general los mis superficiales son los
mfc tardíos, debido a la elevación d d sudó que se produjo
durante d tiempo en que d cementerio estuvo en uso. El resul­
tado de ésta devadón, conservando la posidón de las tumbas
mis antiguas, fue que los nuevos enterramientos se situarían
directamente endma de los precedentes, pero empezando desde
un nivel mis altó y sin alcanzar otro tan profundo, y así nos
encontramos con casos en los que media docena de tumbas se
encuentran superpuestas una sobre otra. Cuando esto ocurre, la
posidón en el terreno se corresponde necesariamente con la corre­
lación en el tiempo, y de tales superposidones obtenemos las
mis valiosas pruebas para establecer una cronología.
Teniendo en cuenta el carlcter de su contenido, cerimica, etc.,
los enterramientos mis recientes parecen pertenecer a Un momento
anterior al comienzo de la primera dinastía de Ur, que nosotros
fechamos alrededor dd 3100 a. de J. C., y unos pocos son con­
temporáneos a esa dinastía; la edad dd cementerio en conjunto
pienso que podemos cifrarla en un período de, al menos, dos-
dentos años. Las primeras tumbas reales pueden ser fechadas, por
tanto, después del 3500 a. de J. C., y a partir dd 3200 el ce­
menterio dejó de usarse...
La primera de las tumbas reales nos produjo un desengaño.
Hada d final de la campaña de 1926-1927 se realizaron dos
importantes descubrimientos. En el fondo de un pozo, entre mul­
titud de armas de cobre, se encontró la famosa daga de oro de Ur,
un arma maravillosa cuya hoja era de oro y el mango de lapis-
iizuli, adornado con remaches también de oro; la hoja estaba
espléndidamente trabajada imitando un trenzado de hierbas. Junto
a éste se encontraba otro objeto no menos admirable, un recep­
táculo de oro de forma cónica, ornamentado con dibujos en es­
pita! y que contenía tm equipo de pequeños instrumentos para
vP
6. Hallazgos y desciframiento» 189

el aseo: tenacillas, lanceta y un lápiz también de oro. Nada


parecido se había extraído anteriormente del suelo de Mesopota-
mia; ello revelaba un arte insospechado y prometía en 4 futuro
descubrimientos que recompensaran todas nuestras esperanzas.
El otro hallazgo fue menos sensacional. Excavando en otra par­
te del cementerio, encontramos lo que al principio parecían sor
paredes de ierre pisée; es decir, de tierra no moldeada en ladri­
llos, sino empleada como se usa el cemento para la construcción.
Cuando el sol secó el terreno y aparecieron los colores de, la
estratificación se hizo evidente que no eran parede? levantad»
intencionalmente, sino los lados cortados,,a pico. de un foso
hundido entre los escombros. El relleno del pozo se había ex­
traído durante el trabajo y se había dejado al aire la superficie
original, exactamente igual a como la habían hecho los primi­
tivos excavadores. Mientras la excavación continuaba nos en­
contramos con unas lajas y bloques de piedra de cantera ordi­
naria que parecían formar un pavimento en la, base del hoyo. Este
era un hecho chocante, puesto que no existen piedra? en «1
delta del Eufrates más grandes que los cantos de aluvión y para
obtener bloques de esta dase es necesario alejarse alrededor de
treinta millas dentro dd desierto. El coste del transporte serla
considerable, y el resultado lógico es queja piedra se encuentra
muy escasamente en las construcciones de U i; un «udo subte­
rráneo de piedra «ría, por tanto, una inexplicable extravaganda.
Como la campaña estaba finalizando, nof^udimos hacer más que
limpiar la superfide del «pavimento», y dejar.su examen completo
para d otoño próximo.
Pensando en la cuestión durante d verano, llegamos a la con-
dusión de que las piedras no copstjtuian d sudo de una con»-
truedón, sino su techo, y que riphfamyiB haber descubierto una
tumba real. Así fue que reaoteamos el trabajo en el siguiente
otoio con grandes esperanza», y muy pronto pudimos asegurarnos
de que nuestra predicción era correcta. Habíamos encontrado una
estructura subterránea de pudra que fue, sin lugar a dudas, la
tumba de un rey, pera, por un túnel cegado que conducía desde
cerca de la superfide al techo roto, los saqueadores habían estado
allí antes que nosotros y, ^ssepto unos trozos esparddos de una
diadema, de oro y algunas vasijas de cobre, no pudimos encontrar
nada más.
No obstante, y a pesar de esta desilusión, d descubrimiento
era importante. Habfamoa .limpiado las ruinas de dos estructuras
construidas en piedra femadas por una cámara abovedada larga
y estrecha y una habitación cuadrada que había sido cubierta con
certeza por un techo también de piedra, aunque d hundimiento
190 Historia de la Arqueología

de este techo hizo difícil establecer d método exacto de construo-


dón. Una puerta, bloqueada con otra de albañilería, daba en­
trada a la tumba, que se iniciaba en una rampa descendente
tallada desde la superfide en d duro sudo. Nada semejante se
había encontrado antes, y la luz que arrojaba sobre d conoci­
miento arquitectónico de este remoto período podía paliar en
cierto modo la pérdida dd contenido de la tumba; de todas
maneras, fio existía razón para creer que estuviera aislada, y po­
díamos esperar la existencia de otras en las que los saqueadores
no »e hubieran abierto camino.
Durante esta campaña (1927-1928) y en d transcurso del
último invierno aparederon más tumbas reales, y era curioso
observar que nunca había más de dos iguales. Dos grandes
tumbas, ambas saqueadas, eran construcciones de cuatro habita-
dónes, que ocupaban la superfide completa dd pozo excavado,
en d fondo del que estaban; las paredes y d techo eran de pie­
dra de cantera, y en ambos casos había dos cámaras exteriores
abovedadas y dos más pequeñas centrales Coronadas con cúpulas;
tina rampa conducía a la puerta de arco en la pared extema, y
puertas también en arco comunicaban las habitaciones. Dos tum­
bas, las de la reina Shub-ad y de su supuesto esposo, estaban
construidas en un pozo a d d o abierto, al que se llegaba por uña
rampa inclinada en cuyo estremo estaba d recinto con una sola
cámara; las paredes eran de piedra caliza, y d techo estaba cons­
truido con ladrillo coddo, abovedado y con terminadón en ábside.
La cámara estaba destinada a recibir d cuerpo real, y d pozo
abierto servía para las ofrendas y los enterramientos subsidiarios,
y se rellenaba simplemente con tierra. En otros casos se encon­
traba d pozo, pero la cámara de la tumba no estaba en su inte­
rior, sino que parecía estar próxima y en un nivd diferente. Un
enterramiento pequeño encontrado d último invierno consistía
en una cámara con cúpula de piedra, con un patio de reduddas
dimensiones situado al frente y en él fondo dd agujero y, más
arriba, construccionei de adobe para los enterramientos subsidia­
rios y las ofrendas; todo d conjunto estaba recubierto de tierra;
otra tumba tenía el mismo tipo de construcción, pero en lugar
de la cámara con cúptila de piedra había una bóveda de ladrillo...
En 1927-1928, poco después de nuestro desengaño con la tum­
ba saqueada, encontramos en otra zona del terreno cinco cuerpos
q u e yadan juntos en un pozo; salvo las dagas de cobre en sus
cinturas y dos o tres pequeños vasos de ardUa, no tenían ningún
objeto de los ajuares normales de una tumba, y d tipo de enterra­
miento colectivo era igualmente poco corriente. Después Se encon­
tró debajo de ellos una estera, y siguiendo esta pista, dimos con
6. Hallazgos y desciframientos 191

otro grupo de cuerpos compuesto por <üez mujeres cuidadosa?


mente colocadas en dos filas; llevaban tocados efe oro, lapislázuli,
cornalina y collares ricamente elaborados, pero tampoco poseían
los ajuares corrientes. Al final de lá fila estaban los restos de un
arpa magnífica, cuya madera se habla desintegrado, pero Su de­
coración estaba intacta, y su reconstrucción era solamente cuestión
de paciencia: el travesafio superior de madera había sido recu­
bierto de oro, y sobre ¿1 se fijaban las espigas de oro que ase­
guraban las cuerdas; la caja de resonancia estaba bordeada con
un mosaico de piedra roja, lapislázuli y conchas blancas, y en el
frente se proyectaba la espléndida cabeza de un toro tallado en
oro, con los ojos y lá barba de lapislázuli. Entre los restos del
arpa yacían los huesos del arpista con una corona de oro.
Para esa fecha ya habíamos encontrado los límites de tierra
dd pozo donde hallamos los cuerpos dé las mujeres y pudimos
descubrir que cinco cuerpos masculinos se encontraban en la
rampa que conducía hasta él. Continuando la excavación, nos
encontramos con más huesos, que al principio nos confundieron
por ser diferentes a los humanos; pero pronto descubrimos el
significado. Pasada la entrada dd pozo había una carroza de. mo­
dera decorada con mosaicos rojos, blancos y azules, a lo largo
del borde del armazón, y con cabezas doradas de leones con
melenas de lapislázuli y concha en sus paneles laterales; sohre
la parte superior había cabezas de leones y toros, doradas y más
pequeñas, y cabezas plateadas de leonas adornaban la parte fron­
tal; d lugar de la desapareada percha se decoraba con un ribete
de incrustadones blancas y azules y dos pequeñas cabezas de
leona en plata. Frente al carro estaban los esqueletos aplastados
de dos asnos con los cuerpos de los lacayos sobre sus cabezas,
y encima de los huesos estaba el anillo dobie, en alguna ocasión
átado a la percha, por donde hsfeía» pasado las bridas: era de
plata con una «mascota» de oro eft forma de pollino, modelada
con un maravilloso realismo.
Próxima a la carroza se encontrában una mesa de juego y una
colecdón de herramientas y armas, incluyendo un conjunto de
dnedés y una sierra de oro, grandes jarrones de piedra gris,
vasos dé cobre, un largo tubó de oto y lapislázuli usado para
succionar el licor de las vasijas, más restos humanos y luego una
caja destruida adornada con Mosaicos formando figuras en lapis­
lázuli y concha, que se encontraba vacía, peto que quizá hubiera
contenido objetos perecederos, tomo ropas. Detrás de esta caja
había otras ofrendas, gran cantidad de vasos de cobre, plata, pie­
dra (induyendo ejemplares magníficos de vidrio volcánico, lapis­
lázuli, alabastro y mármol) y oro; un juego de vasos de plata
192 Historia de la Arqueología

parecía formar parte de un servicio completo, ya que también


había usa bandeja; una jarra con cuello alto y larga asa, «eme-
jante a las que conocemos por los relieves que atestiguan su
uso en ritos religiosos, y cubiletes delgados de plata encajados
uno dentro de otro; un cubilete similar de oro, acanalado y
cincelado, con un jarrón para alimentos también estriado, un
cáliz, un jan» oval y aplanado de oro, estaban amontonados juntos,
y dos magníficas cabezas de león de plata, que quizá eran los ador­
nos del trono, se encontraban entre los tesoros de este pozo
repleto de dios- Lo más sorprendente es que entre toda está
serie dé objetos no encontramos los restos de algún set humano
más distinguido que los demás como para ser la persona a quien
estaban dedicados. Lógicamente, nuestro descubrimiento, aunque
grandioso, era incompleto.
Los objetos fueron retirados, y empezábamos a recoger Jos
restos de la caja de madera, un cofre de unos seis pies de laqp
por Oes de ancho, cuando encontramos debajo ladrillos oxido*.
Estaban esparcidos, pero en un extremo todavía se mantenían
algunos en su sitio, formando el anillo de la bóveda de una cá­
mara de piedra. La primera y más natural suposición fue que
aos hallábamos en la tumba a la que pertenecían todas las ofren­
das, pero un vistazo posterior mostró que la cámara había udo
«Mineada, que el tejado no habla caído por desmoronamiento
accidental, sino que había sido roto a propósito, y que la gran
caja de madera había sido situada sobre el agujero para taparlo
deliberadamente. Luego, excavando alrededor, en el exterior de
la cámara, hallamos seispies más arriba otro pozo igual a éste.
Al pie de la rampa yacían seis soldados ordenados en dos filas,
con lanzas de cobre a su lado y cascos también de cobre aplas­
tados sobre ¡o» cráneos fracturados; dentro había dos carretas
de madera con cuatro ruedas, que habían «d o bajadas hada atrás
,pot la rampa, cada una tirada por tres bueyes —uno de ellos tan
bien conservado que nos fue posible sacar di esqueleto entero,
iLas caimas eran planas, pero las riendas estaban adornadas con
largas tiras de lapislázuli y plata, y pasaban a través de anillos
de plata rematados por mascotas en forma de toros; los lacayos
yacían sobre las cabezas de los bueyes, y los conductores, ep el
interior de las carretas; de las carretas sólo quedaban en el suelo
los restos de madera carcomida, pero eran tan claros que en foto­
grafía podía mostrarse la marca de la sólida rueda y el círculo
blanco grisáceo que había sido la cubierta de cuero.
Contra la pared d d fondo de la cámara de piedra yacían los
cuerpos de nueve mujeres con el tocado de gala, hecho de lapis­
lázuli y cuentas de cornalina de las que colgaban pendientes
6, Hallazgosy desciframientos m
dorados de hojas de hay*, grandes pendiente» de oro en foro»
de luna, «peinetas» de píate en forma de manos, con tres dedo»
que tenían flore* en la punta, cuyos pétalos estaban incrustados
con lapislázuli, oro y conchas, y collares de lapislázuli y oro;
sus cabezas estaban dirigidas hacia la manipostería; los cuerpos,
extendidos en el suelo del pozo, y todo el espacio existente entre
ellas y las carretas estaba cubierto por otros cuerpos, hombres
y mujeres, mientras el pasadizo que conducía por el lateral de ja
cámara hasta la puerta arqueada estaba jalonado de soldados
portando dagas y de mujeres. Uno de los soldados del espado
central llevaba un manojo de cuatro lanzas con puntas de oro,
otros dos sujetaban un conjunto de cuatro lanzas de plata, y al
lado de otro había un admirable relieve de cobre con 1« repré»
sentación de dos leones atacando a dos hombres caídos, que,
debió ser la decoración de un escudo.
Sobré la parte superior de los cuerpos de ks «cortesanas», con­
tra las paredes de la cámara, se había colocado un arpa de ma­
dera, de la que sólo se conservaba la cabeza de cobre de un toro
y las placas de concha que adornaron k caja de resonanck; al
lado de la pared, también sobre los cuerpos, había una segunda
arpa con una excelente cabeza de toro en oro, con los ojos, ks
barbas y la punta de los cuernos de lapislázuli, y una colección dé
placas de concha grabadas no menos maravillosas: cuatro de días
tenían escenas grotescas de animales en el papel de hombres,
siendo lo más sorprendente el sentido del humor, tan raro en el
arte antiguo; k grack, el tipo de diseño y la finura dd dibujo
hacen de estas placas uno de los documentos más instructivos que
poseemos para la apredadón del arte primitivo de Sumer.
Dentro de la tumba los saqueadores habían dejado lo sufidente
pata comprobar que había contenido los cuerpos de muchos ple­
beyos junto al de una persona principal, cuyo nombre, si podemos
confiar en la inscripción do uar ^eUo dUndrie& fue A-bar^i. Co­
locadas contra la pared, encontramos dos barcas en miniatura,
una dé cobre en un estado de destrucción muy avanzado y otra
de plata muy bien conservada; esta última tenía unos dos pies
de largo, con k proa y la popa bastante altas y anco asientos y
untó mamparas que servían de soporte a los «seos para los toldos
q»e protegen al pasajero; los temos, en forma de hoja, estaban
todavía sobre los bancos. Un bote de tipo idéntico se usa hoy
día en ks riberas dd Bajo Eufrates, a unas 50 milks de Ur, lo
que demuestra el conservadurismo oriental.
La cámara de la tumba dd rey estaba situada en el fondo de
un pozo abierto. Continuando nuestra búsqueda, localizamos una
t+giinA» cámara de piedra, construida junto a «quélk en el mismo
Oljn& OanM. U
194 Historia de la Arqueología

período o, lo que es más probable, algo posterior. Esta cámara,


techada, como la dd rey, con úna bóveda de aro» anulares de
ladrillo cocido, era la tumba de la rana, a la que pertenecía la
fosa superior con la carroza tirada por asnos y las otras ofrendas:
su nombre, Shub-od, ¡o supimos por un sello cilindrico de lapis­
lázuli que se encontró en d relleno del pozo, un poco más
arriba dd techo de la cámara, y que fue probablemente arrojado
allí en d momento en que estaba siendo cubierta con tima. La
bóveda se había desmoronado, peto, afortunadamente, como con­
secuencia dd peso de la tierra que soportaba, y no de la vio­
lencia de los saqueadores de tumbas: la cámara estaba intacta.
En un extraño, sobre los restos de un féretro de madera, yacía
d cuerpo de la reina con una copa de oro cerca de su mano. La
paite superior estaba completamente oculta por una masa de
cuentas de oro, plata, lapislázuli, cornalina, ágata y calcedonia,
que pendían en tiras d d odiar y formaban una espede de tátoi-
ca que llegaba hasta k datura; una banda ancha de cuentas tubu­
lares de lapislázuli, cornalina y oro la festoneaban en su parte
inferior. En d brazo izquierdo había tres agujas largas de oro con
cabezas de lapislázuli y tres amuletos en forma de pez, dos de
oro y uno de lapislázuli, y un cuarto, también de oro, en forma
de dos gacelas sentadas.
SI tocado, cuyos restos cubrían la calavera aplastada, era una
muestra más daborada d d que usaban las cortesanas: su base
era una cinta ancha de oro festoneada de adornos curvos, y la
medida de estas curvas mostraba que d pdo no era natural, sino
una peluca agrandada hasta un tamaño casi grotesco. Sobre ésta
había tres guirnaldas: la más baja, colgando sobre la frente, « a
de anillos de oro; la segunda, de hojas de haya, y la tercera
estaba formada por largas hojas de sauce en grupos de tres, ooa
flores de oro cuyos pétalos estaban incrustados en azul y blanco.
Todas estaban atadas a cadenas triples de cuentas de lapislázuli y
cornalina. Fijada a la parte posterior d d pdo había una peineta
dorada con cinco dientes terminados en flores de oro con lapislá­
zuli en d centro. Unas complicadas espirales de alambre de oro se
enrollaban en los rizos laterales de la pduca; enormes pendientes
de oro colgaban hasta los hombros, y, aparentemente, también
dd pelo caían por cada lado unos aderezos de cuentas cuadradas
de piedra con un amuleto de lapislázuli en su extremo; uno era
un toro sentado, y d otro, un ternero. A pesar de la complicación
dd tocado, sus diferentes partes estaban en tan buen estado que
fue posible reconstruirlo totalmente y exhibir la exquisitez de una
nina sumeria con todos sus adornos originales puestos en su sitio,
(tow ste fin se realizó un modelo con una calavera femenina de
6. Hallazgos y desciframientos 195

aquella época bien conservada (la propia calavera de la reina


estaba demasiado fragmentada para servir a este propósito), y so­
bre ella mi esposa modeló en cera los rasgos, poniendo especial
cuidado én no alterar la estructura de los huesos. La cara fue
supervisada por Sir Arthur Keith, que había hecho un estudio
concreto sobre los cráneos de Ur y de Al-Ubaid, con el fin de
reproducir lo más fielmente posible los rasgos de los antiguos
súmenos. Sobre esta cabeza se puso una peluca con las dimen­
siones correctas, compuesta según la moda ilustrada en las figu­
ritas de terracota, las cuales, aunque posteriores en época, re­
presentan probablemente una vieja tradición. La cinta de oro del
pelo se había sacado de la tumba sin alterar la colocación de ks
ondulaciones, que primero se habían fijado en su posición me­
diante tiras de papel engomado y alambres enrollados al oro.
Cuando k peluca fue colocada sobre k . cabeza se puso k cinta
en k parte superior y se cortaron el papel y los alambres; así
cayó de una forma natural en su sitio y no se requirieron retoques
posteriores. Las guirnaldas se reforzaron y se sujetaron en el
mismo orden en que fueron anotadas durante la excavación^
Aunque la cara no es un retrato actual de la reina, ofrece por
lo menos un tipo con el que elk hubiera estado conforme, y k
cabeza reconstruida nos presenta en conjunto el retrato más apro­
ximado que podamos tener de su fisonomía en vida.
Al lado del cuerpo se hallaba un segundo tocado de una nueva
clase. Sobre una diadema hecha aparentemente de una cinta de cue­
ro blanco y blando habían sido cosidas miles de diminutas cuentas
de kpislázuli, y sobre este fondo azul intenso se colocó, una fik de
animales! de oro exquisitamente diseñados: cierros, gacelas, toros
y cabras, y entre ellos había racimos de granadas, tres frutas
unidas por sus hojas colgaban juntas, hojas de otros árboles coa
vástagos dorados, frutas o capullos de oro, roseta» de oso cosidas
a intervalos, y del borde inferior de k diadema colgaban final.
meóte palmillas de alambres de oro retorcidos.
Los cuerpos de dos mujeres de k servidumbre estaban agaza­
pados contra el féretro, uno a su cabecera y otro a sus pies, y en
toda k extensión de k cámara había ofrendas de todo tipo: un
nuevo jarrón de oro, vasos de pkta y cobre, jarrones de piedra
y vasos de arcilk para alimentos) k cabeza de una vaca de pkta,
dos mesas de plata para ofrendas, lámparas de pkta y un número
indeterminado de grandes conchas de moluscos con pintura verde
que se encuentran casi siempre en las tumbas de mujer y cuya
pintura, usada probablemente como cosmético, podía ser blanca,
negra o roja, aunque el color normal es el verde. Las conchas
de k rema Shub-ad eran extraordinariamente grandes, y junto
196 Historia de la Arqueología

a ellas se encontraron dos pares de conchas de imitación, una de


plata y otra de oro, ambas con pintura verde. El descubrimiento
era ahora completo.
Nuestra extrañeza del principio estaba explicada: la tumba
del rey A-bar-gi y la de la reina Shub-ad eran exactamente igua­
les, pero aunque inicialmente estaban en un mismo plano, la
cámara de la tumba de la reina había sido excavada bajo el fondo
primitivo de su pozo. Probablemente eran marido y mujer; el
rey había muerto primero y fue enterrado, y sería deseo de la
reina yacer tan próxima a él como fuera posible. Por este motivo
los sepultureros habían reabierto el pozo del rey, profundizando
hasta que apareció la parte superior de la bóveda de la cámara;
luego detuvieron el trabajo en el pozo principal, pero continuaron
por detrás una galería en la que pudiera construirse una tumba
de piedra para la reina. Pero los tesoros, cuya existencia en la
tumba del rey era conocida, eran una tentación demasiado grande
para los trabajadores; el pozo exterior donde yacían los cuerpos
de 1% cortesanas estaba protegido por seis pies de tierra, que
no podían atravesar sin ser descubiertos, y un botín más rico
en la cámara real estaba separado de ellos solamente por los
ladrillos de la bóveda; así que rompieron el arco, sacaron lo que
pudieron y colocaron el baúl más grande de los vestidos de la
reina sobre el agujero para ocultar su sacrilegio.
Nada más le habría ocurrido a la bóveda asaltada, inmediata­
mente debajo de la tumba intacta de la reina. El pasadizo de
la cámara de piedra de Shub-ad con el pozo superior de la muer­
te» como denominamos a estos fosos abiertos en los que yacen
los cuerpos subsidiarios, forma un exacto paralelismo con la tum­
ba del rey y, en menor grado, con todas las demás tumbas.
Seguramente, cuando moría una persona real, él o ella eran acom­
pañados a la tumba por todos los miembros de la corte: el rey
traía por lo menos tres personas en la cámara y 62 en el pozo
de la muerte; la reina se contentaba con unas 25 en total. Aquí
nos encontrábamos con una sola cámara de piedra y un pozo de
la muerte; allí había una construcción más grande de piedra con
dos o cuatro habitaciones. En este caso, una de ellas era para el
cuerpo real y el resto para los servidores sacrificados exactamente
de la misma manera. El ritual era idéntico, y sólo la acomoda­
ción de la víctima difería en los distintos casos.
El descubrimiento de un gran pozo de la muerte, excavado el
último invierno, arrojó una nueva luz sobre el problema de los
sacrificios humanos. Aproximadamente a unos 26 pies bajo la su­
perficie nos encontramos con una masa de ladrillos de barro que
no estaban unidos realmente, sino encajados, formando, como nos
6. Hallazgos y desafiamientos 197

imaginamos, más un límite que un suelo, como si estuviéramos


en un pozo. Inmediatamente debajo distinguimos ei corte limpio
en la tierra que delimitaba los lados del foso, cbn un declive
hacia el interior, enlucido uniformemente con barro. Continuando
hada abajo, encontramos el mayor pozo de lá muerte focalizado
en el cementerio hasta ese momento. La fosa era aproximada­
mente rectangular y medía 37 por 24 pies en él fondo, Uegándóse
a ella, como siempre, por medio de una rampa inclinada. AHI
yacían los cuerpos de 6 esclavo» varones y 68 mujeres; los
hombres estaban echados en el sudo al lado de la puerta, y las
mujeres estaban dispuestas en filas regulares por tfoda la super­
fide, una al lado de la otra, don las piernas ligeramente dobladas
y las manos levantadas cerca de la cara, tan juntas que las cabezas
de las de una fila descansaban sobre las piernas de las de lá fila
superior. Entonces observamos aún más claramente lo que era
obvio en las tumbas de Shub-ad y su marido: la pulcritud con que,
estaban colocados los cuerpos y la completa aüsentia de cualquier
signo de violenda o terror. Nos han preguntado con frecuencia
cómo encontraban la muerte las víctimas de las tumbas reales, y es
imposible dar una respuesta definitiva. Los huesos estabas dema­
siado fragmentados y deteriorados para revelar las causas de la
muerte, suponiendo qué se hubiera usado la violenda, peso la
posidón general de los cuerpos puede ofrecer un argumento im­
portante. Muchas de las mujeres llevaban tocados que por sí
mismos son delicados y podían descomponerse con facilidad, y,
sin embargo, hasta ahora se han encontrado en perfecto estado
y sólo se habían alterado por la presión de la tierra1, esto habría
resultado imposible si los usuarios hubieran sido golpeados en
la cabeza, improbable si hubieran caído al sudo después de ser
apuñalados, y es igualmente increíble que fueran asesinados en el
exterior de la tumba, bajados por la rampa y colocados en sus
lugares con todos los adornos intactos. Seguramente, los animales
debían estar vivos cuando arrastraban las carrozas por la rampa,
y, de ser así, los lacayos y los conductores debían estar vivos
también: hay que suponer que aquellos qufc iban a ser sacrificados
bajaron vivos al pozo.
Es también muy probable que estuvieran muertos, o al menos
inconscientes, cuando la tierra empezaba a caer y los atrapaba,
pues en caso contrario hubiera existido alguna violencia cuyas
huellas se apreciarían en la posidón de los cuerpos, que están
siempre bien ordenados. Ciertamente, se encontraban en tan buen
orden y alineación que hay que suponer que, una vez que caye­
ran inconscientes, alguien entraría en la tumba para dar los toques
finales a su colocación; las circunstancias de que en la tumba de
198 Historia de la Arqueología

A-bar-gi las arpas estaban situadas sobré los cuerpos prueba que
alguien entraba en la tumba -en el momento final. Lo más pro­
bable es que las víctimas ocuparan sus lugares, tomaran alguna
clase de droga —opio o hachish— y se atestaran en orden;
después de que la droga hiciera efecto, bien produciendo el sueño
o la muerte, se harían los últimos arreglos en los cuerpos y se
rellenaría el pozo. En cuanto a la forma de morir, no tendría
nada dé brutal.
Por otra parte, la vista de los restos de las víctimas es bastante
espeluznante, con las hojas de oro y las cuentas de colores in­
crustadas en los cráneos machacados; pero al excavar un pozo
de la muerte tan grande como el del último invierno no lo pu­
dimos apreciar en conjunto, pues tuvimos poco tiempo para des­
pejarlo por completo. Se quitó la tierra hasta que los cuerpos
estuvieron casi a la vista, cubiertos solamente por las pocas pul­
gadas de ladrillos rotos que habían sido la primera capa que
cubriera los cadáveres. Por otra parte, aquí y allá un pico que pro­
fundizaba demasiado sacaba a la superficie un trozo de cinta de
oro o una hoja dorada de haya, mostrando que por todas partes
había cuerpos ricamente adornados. Sin embargo, se recubría todo
dé nuevo rápidamente y se dejaba hasta que, con un trabajo
más metódico, pudieran sacarse a su debido tiempo. Comenzando
en un rincón del pozo, señalamos unos cuadros que podían con­
tener de cinco a seis cuerpos, que eran desenterrados y anotados,
retirando y recogiendo los objetos que les pertenecían antes de
pasar al cuadro siguiente.
Era un trabajo lento, especialmente en aquellos casos eh que
deridíamos sacar el cráneo completo en su posición original. Las
guirnaldas, cadenas y collares, reconstruidos y colocados en una
cija de cristal, pueden ser observados muy bien, pero es más
interesante verlos tal como se encontraban; por eso unas cuantas
cabezas, en las que estaba mejor conservado el orden primitivo
dé las cuentas y la joyería, fueron laboriosamente limpiadas con
pequeños cuchillos y cepillos, se les quitó la suciedad sin estro­
pear ninguno de los adornos —una cuestión difícil, puesto que
aparecían esparddos por el suelo— y luego se calentaba para-
fina y se vertía sobre ellos para solidificarlos en una masa com­
pacta. El bloque de cera, tierra, huesos y oro se fortaleda, en­
volviéndolo cuidadosamente en un paño encerado, para que
pudiera ser levantado cortando por debajo. Con una base de
rfiodeíado y después de limpiar la cera superficial estas cabezas
constituyen una prueba que no sólo es de interés por sí misma,
sino que verifica las restauradones que hemos hedió con otras.
D e la» 68 mujeres del pozo, 28 usaban en el pelo cintas de
6. Hallazgos y desciframientos 199

ora A primer* vista pared# como si las demás no tuvieran nada


de esta clase, pero un esamenmás detenido moteaba «pie mu­
chas, si no todas, habían usado originalmente cintas similares de
plata. Desgraciadamente, la plata es un metal que resiste muy
mal la acción de los ácidos del sudo, y puesto que tío eran más
que unas finas cintas, que además, al ser colocadas sobre la cabeza,
eran afectadas directamente por la corrupción de la carne, gene­
ralmente desaparecían con ella. A lo sumo, se podían detectar
unos ligeros trazos de color púrpura sobre los huesos de la cala­
vera, producidos por el cloruro de plata, en estado de descom­
posición: estamos seguros de que las. antas fueron usadas, pero
no tenemos evidencia material de ellas.
Sin embargo, en una ocasión tuvimos mejor suerte. Los: grandes
pendientes de oro estaban ,en su lugar y, no obstante* no había
ningún signo dé decoloración que demostrara la existencia de
algún tocado de plata, evidenda negativa que fue debidamente
anotada. Al retirar d cuerpo se encontró cerca de él, al nivd
de la cintura, un disco fino de poco más de tres pulgadas de una
sustanda gris que era indudablemente plata; debió haber sido
una peque&a caja tircular, Cuando estaba esa tarde examinán­
dolo dentro de la casa, esperando encontrar algo que me permi­
tiera catalogarlo con más detalle^ comprendí su verdadero signi­
ficado: era la cinta de plata dd pelo que nunca fue usada; llevada
aparentemente en el bolsillo de la mujer, estaba tal como había
sido sacada de su cuarto, enrollada cotno un ovillo, con los extre­
mos atados para evitar que se deshidera. Como formaba una masa
bastante sólida de metal y había sido protegida por d paño dd
vertido, estaba muy bien conservada, y todavía se distinguían per­
fectamente sus bordes delicados. La causa de que la propietaria
no llegara a ponerse la cinta será siempre un misterio: quizá se
retrasó para la ceremonia y no tuvo tiempo de vestirse apropia­
damente, pero, de cualquier forma, su prisa tuvo como resultado
d dejamos la única muestra de data de pkta para d peto fifue
pudimos encontrar. t , (i
Otro material, totalmente petfcedeto ep la «tierra, es d paño
de los vestidos; pero casualmente^ al levantar un jarrón de pie­
dra que ha estado invertido ¿íob» un fragmento de tejido prote­
giéndolo de lá tiería, ée .¿fabdétl,, fak-' tinas 'huellas que, aunque
formadas solamente por «niy íina, revdan la textura
dd material. Y lo ndtttM'aweW un vaso de cobre, por
medio de su precia cowoalóivpuede preservar algunos fragmen­
tos que hubieran con <9. Partiendo de estas
pruebas, podemos deQ|pt|i^ que las ¡mujeres que estaban en el
pozo de la muerte u*ai*m # a l« de lana de color rojo brillante,
200 Historia de la Arqueología

así cofflo que la mayoría de ellas llevaban en ks muñecas Uno o


dos puños hechos con cuentas que fueron cosidas al vestido;
tambiéíi podemos señalar la probabilidad de que fueran vestidos
con mangas, y no capas. Debió ser una multitud vestida muy
agremíente k que se reunió en los pozos abiertos que contenían
las ofrendas reales, una llamarada de color con los vestidos car­
mesí k plata y el oro. Seguramente, no eran esclavos sometidos,
asesinados como bueyes, sino personas honorables que portaban
los atuendos de sus cargos y ocupaciones y que venían volunta­
riamente a participar en un rito que en sus creencias no era más
que el paso de un mundo a otro, del servició de un dios en la
tierra al servicio del mismo dios en otra esfera.
Hay algo que, a mi juicio, puede afirmarse con seguridad: los
sacrificios humanos estaban reservados exclusivamente para los fu­
nerales de personas miles; en las tumbas de los plebeyos, aunque
ricos, no había signos dé esta ckse, ni siquiera con sustitutos
como figuras de arcilla, tan frecuentes en los enterramientos
egipcios y que parecen ser reminiscencias de un antiguo y más
sangriento rito. En tiempos muy posteriores los reyes sumerios
fueron deificados en vida y se les honraba también como a dioses
después de su muerte. Lós reyes prehistóricos de Ur eran dis­
tinguidos hasta este nivel por sus súbditos en sus exequias por­
que a ¡sus ojos aparecían tomo sobrehumanos, como divinidades
terrenas. Cuando los cronistas escribieron en los anales tle Sumer
qtie «después del diluvio los reyes volverán á descender de los
dioses» estaban reflejando ésta misma idea. Si el rey, por tanto,;
era un dios, no debía morir coitto un hombre, sino solamente
transformarse; y en consecuencia no era un sacrificio, sino un
privilegio para los de su corte el acompañar a su amo y continuar
a su servicio. • ‘

, medio de su cui­
dadosa busqueda en el terreno. A veces encuentra ms-
cnpciones, como ías tablillas en lineal B de Creta y
Grecia, que pueden darle respuestas en su trabajo, pero
que durante mucho tiempo nadie es capaz de leer. 2*a
historia del desciframiento de las inscripciones, que al
principio nopodían ser ieidas.es una parte' interesante
de la historia del desarrollo de la arqueología. Incluimos
aquí dos relatos de desciframientos, el primero de los
jeroglíficos egipcios y el segundo de la escritura cunei­
forme mesopotámica. I,a piedra ríe Rnsptra esa famosa
lata de basalto negro que se encuentra actualmente en
6. Hallazgos y desciframientos 201
la parte sur de la galería egipcia del Museo Británico,
fue encostrada en iu íío ^ r /^ c e r ^ d e lá tfoggTf
zo del Nílo que corre haga eí~oéste del cfefet mstá 1

clones en y>~’p^^acaS11y. cogeeR»


mente, supuso que eran ires.versiones, del mismo texto.
La última de las inscripciones estaba en griego,"'idioma
que podía ser leído, y se pensó inmediatamente que esta
piedra podía tener la mayor importancia para descifrar
los jeroglíficos en que estaba escrita la primera inscrip­
ción. Se pretendió que fuera enviada, junto con otras
muchas antigüedades egipcias aü an s para ser instaladas
en el Louvre, pero los avatares de_k ^erra d^digron
otra cosa. El siguiente informé, preparado por el M a y or-
Tjeneral Sir T omkyns H. T urner (1766-1843), descri­
be cómo llegó la piedra de Rosetta al Museo Británico. Es
una carta enviada al secretario de la ¡society "oF Antfc
quaries de Londres, y fue publicada en Archaeologia,
X V I, 1812, p. 212.
Argyle Street, mayo 30 1810
Sefior:
Habiendo acaparado la piedra de Rosetta la atención del mun­
do conocido, y de esta Sociedad en particular, me ofrezco para
entregarles, a través de usted, un relato de la forma en qué entró
en posesión del ejército inglés y de los medios por los que fue
trasladada a este país, presumiendo que será aceptada en él.
Por el artículo 16 de la capitulad*» de Alejandría, dudad en
la que acabaron las tareas d d ejército inglés en Egipto, todas
las curiosidades, naturales o artificiales, recogidas por el Instituto
Francés y otros debían ser entregadas a los vencedores. Esto
fue rechazado, en parte, por d general francés, alegando que
eran de propiedad privada. Se cruzaron muchas cartas, y por fía,
considerando que d cuidado y conservación de los insectos y
animales los habían convertido realmente, en cierto grado, en
propiedad privada, Lord Hutchinson admitió d razonamiento.
Pero lo artifidal, que consistía en manuscritos
güedades, entre las cuales se encontraba la pie
fue redamado por el nobie general con su habiti
denda. Sobre esta cuestión mantuve varias cotí
202 Historia de la Arqueología

general francés Mfcnoú, quien se negó a dar facilidades, diciendo


que la piedra de Rosetta era de su propiedad particular; pero fue
obligado y tuvo que consentir lo mismo que los otro* propieta­
rios. En consecuencia* recibí del vicesecretario del Instituto, Le
Pére, ya que el secretario Fourier estaba enfermo, una comu­
nicación con la lista de las antigüedades y los nombres de los
qué reclamaban cada escultura. Se describe allí la piedra como
dé gMSiito negro, con tres inscripciones y perteneciente al general
Menou. De los sabios franceses supe que la piedra de Rosetta fue
encontrada en las ruinas de Fort Saint-Julien, al ser restauradas
por los franceses para convertirla? en un puesto defensivo. El
fuerte está en las cercanías de la boca del Nilo, en la rama de
Rosetta, donde se hallarían con probabilidad los fragmentos que
faltan. Tambiéh se me informó de qué existía una piedra similar
én Menouf, estropeada en cierto modo por la corrosión de la
tierra que había sobre ella, puesto que se hallaba cerca del agua;
y también de que existía un fragmento qué había sido usado y
colocado en las paredes de las fortificaciones francesas de Alejan­
dría. La piedra fue llevada cuidadosamente a la casa del general
Menou en esta última ciudad» cubierta con un tejido de algodón
blando y con una doble manta, y así estaba cuando yo la vi.
El general había seleccionado esta preciosa reliquia de la antigüe­
dad para sí mismo. Cuando las tropas francesas supieron que
íbamos a tomar posesión de las antigüedades quitaron la cubierta
de la piedra y dispararon sobre ella, rompiendo además las de­
más cajas de madera, excelente medida de protección que habían
tomado en un primer, momento para asegurar y preservar de
cualquier daño a toda* la* antigüedades. Hice varias protestas,
pero la principal dificultad se refería a esta piedra y al gran
sarcófago dél que no quería desprenderse el capitán Pasha, quien
lo había obtenido a su vez del barcp a bordo del cual fue lle­
vado por los franceses. De todas formas, procuré llegar a un
acuerdo con Mon. Le Roy, prefecto marítimo, quien se comportó;
al Igual que el general, con ira gran civismo. El reverso de esta
experiencia lo constituyó el trato con alguno* otros.
Cuando mencioné a Lord Hutchinson la manera en que había
sido tratada la piedra me ofreció un destacamento de artilleros
y una máquina de la* llamadas, por su poder, «carretas del dia­
blo», con lo* que fui esa mañana a la casa del general Menou
y rescaté; la ,piedra sin altercado*, pero con alguna dificultad,
llevándomela hasta mi casa por las estrechas calles entre el sar­
casmo de un buen número de hombres y oficiales franceses. Estuve
continuamente asistido en esta labor por un inteligente sargento;
de artillería que condujo el destacamento, cuyos componentes,.
6. Hallazgos y desciframientos 203

los primeros soldados británicos que entraron en Alejandría, es­


taban muy satisfechos de todo lo sucedido.
Durante el tiempo que estuvo la piedra en mi casa algunos
caballeros, pertenecientes al grupo de sabios, solicitaron un va­
ciado, que yo les proporcioné con rapidez, asegurándome de que
la piedra no sufriera ningún dafio. El molde fue llevado a París,
y la piedra quedó bien limpia de la tinta de imprenta con que
la habían cubierto para hacer algunas copias y mandarlas a Fran­
cia cuando se descubrió.
Habiendo visto que otras esculturas egipcias eran embarcadas
en el Madras, el navio de Sir Richard Bifckerton, quien amable*
mente proporcionó toda la ayuda posible, la hice yo a mi vez
con la piedra de Rosetta en una fragata egipcia que salió del
puerto de Alejandría y llegó al de Portsmouth en febrero de 1802.
Cuando el barco volvió a Deptford se puso la piedra en un
bote que la condujo hasta la Casa de Aduanas. Lord Budring-
hamshire, el entonces secretario de Estado, accedió a mi petición
permitiendo que la escultura permaneciera algún tiempo en las
dependencias de la Sociedad de Anticuarios, antes de su traslado
al Museo Británico, donde confío que se guardará por largo
tiempo esta reliquia de la antigüedad, el frágil y único descu­
brimiento que une al egipcio con las actuales lenguas conocidas,
un trofeo de orgullo para las armas británicas (casi puedo decir
spolia opima), no robado a los indefensos habitantes, sino ad­
quirido honorablemente por los azares de la gnetta.
Tengo el honor de ser, sefior*
su más obediente y humilde servidor.

^ H. T urne*, Mayor Genera!


i i , : ■ .'
El texin priego fie la ñeJra fue traducido
P °í fil -S fp V f ' i J«ldo por él a la
Society of Antiquaries 4e Londres enabril de 1802. El
inglés Thomas Young, mttát é c fFbe Uniulatory Theory
of Light, fue la primera persona en reconocer que la
escritura egipcia consistía prihdpalmente en signos fo­
néticos. En 1882, la Ifeft ae 'liáis'caracteres egipcios qtie
habían sido dibujados pór Yoiiflg fue corregm T aumen­
tada, en gran parte por el íoven estudíosofranc¿s' JjgAH
íitQN (1^90-1832), quien es correc­
tamente considerado por todos como el hombre que
descifró la escritura fa»q¡Aífigfl del antijjS ól^ p toV La
204 Historia de la Arqueología

primera cóínunicadón de sü descubrimiento apareció en


su famosa carta a M. Dacier, qué transcribimos aquí,
traducida por V. M. Conrad.

Caita a M. Dacier relativa al alfabeto de los jeroglíficos foné­


ticos. ■

Sefior:
Debido a su generoso apoyo y a la indulgente atención que la
Acádémie Royale des Inscripttons et Belles-Lettres ha concedido
a mi trabajo sobre la escritura egipcia me permito remitirle estos
informes sobre d hierático o escritura sagrada y el demótico o
popular. Después de este ensayo puedo aventurarme, por fin, a
confiar en haber demostrado felizmente que estos dos tipos de
escritura no están compuestos por signos alfabéticos, como se ha
supuesto, sino que consisten en ideogramas, como los mismos
jeroglíficos; es decir, que expresan los conceptos, y no los so­
nidos del lenguaje. Después de diez años de estudios creo que
he «¡cansado el punto en d que puede ser sintetizada una revi­
sión completa dé la estructura general de estas dos formas de
escritura, el origen, naturaleza, forma y número de suS signos,
las regías para su combinación por medio de aquellos símbolos
que cumplen fundones lógicas y gramaticales, formando así los
fundamentos de lo que podría ser llamado el diccionario y la
gramática de tales escrituras que se encuentran en la mayoría de
los monumentos y cuya interpretación puede arrojar mucha luz
sobre la historia general de Egipto. Con respecto a la escritura
demótica en particular, es suficiente la magnífica inscripción de
Rosetta para identificarla totalmente. La crítica académica está
en deuda, en primer lugar, con el talento de su ilustre colega
M. Silvestre de Saey, y posteriormente, con el desaparea­
do M. Akerblad y el Dr. Young, por sus acertadas ideas sobre
el monumento; y es de esta misma inscriptión de donde he de-
duddo Jas series de símbolos demóticos que, tomando valores
silábico-alfabéticos, fueron usados en textos ideográficos para ex­
presar los nombres propios de personas ajenas a Egipto. Por este
medio fue descubierto el nombre de Ptolomeo tanto en la misma
inscripción como en un papiro traído redentemente de Egipto.
Sólo queda, para completar mi estudio de los tres tipos de es­
critura egipda, analizar toda lá colecdón de los jeroglíficos puros.
Tengo la esperanza de qué mis últimos intentos reciban también
una favorable acogida en su famosa Sodedad, cuya disposidón
ha sido tan valiosa y me ha alentado tanto.
6. Hallazgos y desciframientos 205

No obstante, en la condición actual de los estudios egipcios,


cuajado abundan por todas panes las reliquias coleccionadas tanto
por los reyes como por los entendidos, y cuando, en relación con
estas reliquias, el mundo dé los estudiosos se dedica a búsquedas
laboriosas cuyo entendimiento estriba en la comprensión total
de las escrituras conmemorativas, que servirán a 1» vez para ex-
plicar el resto, no creo que deba dudar en ofrecer a estos estu­
diosos, bajo sus honorables auspicios, una corta, pero esendal
lista de nuevos descubrimientos que pertenecen propiamente al
conjunto de la escritura jeroglífica, esperando que apreciarán
indudablemente el trabajo que me tomé para establecerlos y
quizá también reconocerán algunos errores graves acerca de los
diferentes períodos de la historia de la cultura egipcia y de su
gobierno en general: puesto que estamos, tratando con series de
jeroglíficos a los que, haciendo una excepdón frente a la natura­
leza general de los signos de esta escritura, se les dio la propiedad
de expresar los sonidos de las palabras y sirvieron para lasins-
cripdones, sobre los monumentos nacionales egipcio», de ióax ¡tí­
tulos, nombres y sobrenombres de los gobernadores griegos y
romanos que dirigieron sucesivamente el país. Muchas verdades
concernientes a la historia de este famoso país pueden surgir
del nuevo resultado de mis investigadones, a las que he llegado
de una manera natural.
La interpretadón del texto demótico de la inscripción de
Rosetta, por medio del texto griego que le acompaña, me ha
permitido darme cuenta de que los egipdos usaban un cierto
número de caracteres demóticos, que asumían la propiedad de
expresar sonidos para introducir en su escritura ideográfica notit-
bres propios y palabras extrañas al lenguaje egipcio. Vemos la
indispensable necesidad de dicha práctica en un sistema, ideo­
gráfico de escritura. El chino, que usa también un 'sistema ideográ­
fico, tiene una forma exacta de resolverestos problemas, produci­
dos por la misma razón.
La piedra de Rosetta nos muestra la,aplicación de este método
auxiliar de la escritura que hemos llamado fonético, es decir,
expresión de los sonidos, en lcts nqmhrps propios de los reyes
Alejandro y Ptolomeo, las reinas Arfinoe y Berenice y en los
de otras seis personas, Aetes, Pyrrktt. Pkilmits, Areia, Diógenes
e Irene, y en ks palabras grÍ4ga» J$Ír^A 9I£ y OYHNN...
El texto jeroglífico de k inscripción de Rosetta, que ha permi­
tido realizar felizmente este estudio, debido a sus desperfectos
contenía solamente el nombíe de Ptolomeo.
El obelisco encontrado en la Isk de Philae y trasladado re­
dentemente a Londres contenía también el nombre jeroglífico de
206 Historia de la Arqueología

Ptolomeo, escrito en los mismos símbolos que en la inscripción


de Rosetta e incluido igualmente ea un cartucho; y le sigue
un segundo cartucho, que debe contener el nombre propio de una
mujer, una reina ptolomaica, puesto que termina con el signo
jeroglífico femenino que también sigue al nombre propio de
toda deidad femenina egipcia sin excepción. El obelisco estaba,
ea su posidón original, sujeto a un pedestal que contenía una
inscripdón griega que recoge la súplica de los sacerdotes de Isis,
en Philae, por su rey Ptolomeo, su hermana Geopatra y su
esposa Geopatra. Si este obelisco y sus inscripciones jeroglíficas
eran el resultado de las peticiones de los sacerdotes, que men­
cionaban la consagradón de un monumento similar, el cartucho
de Rosetta con el nombre femenino sólo podía ser el de Qeo-
patra. Este nombre y el de Ptolomeo, que tienen algunas letras
semejantes en griego, sirvan para hacer un estudio comparativo
de los símbolos jeroglíficos de que se componen los dos, y si
los mismos signos en estos dos nombres valen para los mismos
sonidos en ambos cartuchos, deben tener un carácter enteramente
fonético.
Se ha realizado una comparación preliminar, a través de la cual
he podido darme cuenta de que esos dos nombres, escritos foné­
ticamente en demótico, contenían un número de caracteres idén­
ticos. La igualdad entre las tres escrituras egipdas en sus principios
generales me indinaron á buscar el mismo fenómeno y las mismas
cocrespondendas cuando se daban nombres iguales en los je­
roglíficos: la confirmadón se obtuvo por la simple comparación
de los cartuchos que contenían los nombres de Ptolomeo y el del
obelisco de Philae que, de acuerdo con el tocto griego, debía
tener el nombre de Geopatra.
El primer signo del nombre Cleopatra era una espede de cua­
drante, que debía representar la K y que estarla ausente dd
nombre de Ptolomeo. Efectivamente, asi era.
El segundo signo, un ¡ion couchant, que podía ser la A, es
idéntico al cuarto signo del nombre Ptolomeo, también una A
(IItoX).
El tercer signo del nombre de Cleopatra es la pluma o la
hoja¡ representando la vocal corta E. También vemos dos hojas
similares al final dd nombre de Ptolomeo, que en la posición
en que están pueden tener solamente d valor dd diptongo AI, en
MOE.
El cuarto carácter en d cartucho dd jeroglífico Geopatra es
la representación de una especie de flor con el tallo doblado,
y podría representar la O en el nombre griego de esta reina.
Es, de hedió, d tercer carácter en d nombre de Ptolomeo (II-co).
6. Hallazgos y desciframientos 207

El quinto signo en el nombre de Cleopatra, .que parecía ser


un paralelogramo y que puede representar la ü , es igualmente
el primer signo del nombre jeroglifico de Ptolomeo.
£1 sexto signo, que representa la vocal A de KAEOüATPA
es un halcón y no existe en el nombre de Ptolomeo, por lo
menos no debería estar.
El séptimo carácter es una mano abierta, representando la T,
pero esta mano no existe en la palabra Ptolomeo, donde la se-
gunda letra, la T, se expresa por un segmento de circulo, en el
que, sin embargo, existe una T; más adelante veremos por qué
estos dos jeroglíficos tienen el mismo sonido.
El octavo signo de KAEOÜATPA, que es una boca frontal,
y que podría ser la P, no existe o no debe existir en el cartucho
de Ptolomeo.
Finalmente, el noveno y último signo del nombre de la reina,
que debe ser la vocal A, es de hecho el halcón, qué ya hemos
visto representando esta vocal en la tercera sílaba del tiiitmo nom­
bre, el cual, por otra parte, termina con dos signos jeroglíficos
que indican el género femenino, mientras el de Ptolomeo acaba
en otro signo que consiste en una flecha doblada equivalente
al griego... como veremos más adelante.
Los signos combinados de los dos cartuchos nos dan, anaHza-
dos fonéticamente, 12 signos correspondientes a las 11 conso­
nantes, vocales o diptongos en el alfabeto griego: A, AI, E, K,
A, M, O, n , P, 2, T.
El valor fonético de esos 12 signos, ya muy probable, se hace
indiscutible aplicando esos valores a otros cartuchos (pequefios
paneles cerrados que contienen nombres propios "y se encuentran
en los monumentos egipcios). En ellos somOs'capaces deleer sin
esfuerzo y sistemáticamente, deduciendo ¡ag nombres de gober­
nantes extraños a la lengua egipcia.., ,
Usted, señor, puede darse cuenta* indudablemente, de mi asom­
bro cuando el mismo alfabeto áp Signos jeroglíficos, aplicado a
otros cartuchos tallados en el ttiismo monumefito, nos propor­
ciona los títulos, nombres e incluso apodos de los emperadores
romanos, pronunciados en griego y ésfcritos con los mismos je­
roglíficos fonéticos. De hedió, poyemos leer:
El título imperial Auxtaftactadlp, ocupando el cartucho com­
pleto o seguido por otros 'títulos ideográficos todavía penis*
tentes, transcritos AOT0KPTP, AOTKPTOP, AÓTAKPTP y
AUTOKATA, siendo usada lá A como un sustituto bastante bas­
tardo (perdón por la expresión) para la P.
Los cartuchos que contienen este título están casi siempre pró­
ximos o conectados a un segundo cartucho en el que figuran,
208 Historia de la Arqueología

como vetemos después, los nombres propios de emperadores.


Pero, casualmente, podemos encontrar también esta palabra en
cartuchos completamente aislados...
Pero queda, sefior, repasar brevemente la naturaleza dd sistema
fonético según la escritura de estos nombres y, basándose en ello,
hacer una estimación aproximada dd carácter de los signos usa­
dos e investigar las razones por las cuales se adopta la imagen
de uno u otro objeto para representar una consonante o vocal
particular en lugar de otra...
No tengo ninguna duda, señor, de que si yo pudiera deter­
minar definitivamente el objeto representado o expresado por los
otros jeroglíficos fonéticos comprendidos en nuestro alfabeto,
sería relativamente fácil demostrar que en el léxico agipcio-
cóptico los nombres de los mismos objetos aparecen con la con­
sonante o vocales qüe sus imágenes representan en d sistema
jeroglífico fonético.
El método seguido en la composición dd alfabeto fonético
egipcio nos da una idea de que podríamos, si quisiéramos, con­
tinuar multiplicando d número de jeroglíficos fonéticos sin sacri­
ficar la claridad de su expresión, puesto que todo parece indicar
que nuestro alfabeto los contiene. Ciertamente, estamos justifi­
cados al mantener esta condusión, ya que ese alfabeto es d
resultado de una serie de nombres propios ÍEonéticos tallados en
los monumentos egipcios durante un período de por lo menos
cinco siglos y en varias partes del país.
Es fácil observar que las vocales dd alfabeto jeroglífico son
usadas indiscriminadamente. Sobre este punto no podemos hacer
otra cosa que establecer las reglas generales siguientes:
1. El halcón, el ibis y otras tres clases de pájaros se usan
consistentemente para la vocal A.
2. La hoja o pluma puede utilizarse para las vocales cortas A,
E y algunas veces para la O.
3. Las hojas o plumas gemelas pueden representar igualmente
las vocales I y H o los diptongos IA y AI.
Todo lo dicho desde un prindpio sobre la formación y ano­
malías del alfabeto fonético-jeroglíftco se puede aplicar en su
totalidad al alfabeto fonítico-demótico... Estos dos sistemas de
escritura fonética están tan íntimamente conectados como d sis­
tema ideográfico bierático lo estaba con el ideográfico popular,
del que era descendiente, y con los jeroglíficos puros, que eran
su fuente. Las letras demóticas son generalmente, como ya he
dicho, las mismas que los signos bieráticos para los jeroglíficos,
que son en sí mismos fonéticos. Usted, señor, no tendrá ningún»
6. Hallazgos y desciframientos 20*

dificultad en reconocer la verdad de este aserto si se preocupa


en consultar la tabl» comparativa de signos hieráticos clasificados
detrás de cada correspondiente jeroglífico, que he presentado inte
la Académie de Belles-Lettres hace más de un año. De éste modo,
no existe ninguna diferencia básica entre los alfabeto! jeroglíficos
y demóticos, sino las actuales lormás de los signos, ya que sus
valores y aun las im ofles }éé';-Éstos son idénticos. Finatoente,
puedo añadir que, puesto que estos símbolos fonéticos populares
eran simplemente caracteres hierátícos, no hubo necesidad de que
existieran más de dos sistemas de escritura fonética en Egipto:
1. La escritura fonética jeroglífica, utilizada en monumentos
públicos.
2. La escritura demdtkó-hierítka, usada para lós nombres pro­
pios griegos dd texto medio de lá inscripción de Rosetti y los
papiros demóticos de fe bibüoteéa real... y que quizá algún día
podamos ver empleada para transcribir él nombre de algún go­
bernante griego ó romano en los rollos de papiro escritos en
hierático.
La escritura fonética, por tanto, estaba en uso entre todas las
clases de la nadón egipcia y la emplearon dorante largo tietttpo
como un complemento necesario para los trek métodos ideográfi­
cos. Cuando, como resultado de su conversión al cristianismo, di
pueblo egipdo redbió la escritura alfabética griega de los após­
toles y tuvó qué escribir todas las palabras de su lengua materna
con día, perdiendo por este motivo la religión, te historia y fas
instituciones de sos antecesores, y todos los monumentos fueron
reduddós al «silendo» por los neófitos y sus descendiente*; no
obstante, e$tos egipcios retuvieron todavía algunos demente» de
su antiguo método fonético. De hecho vemos que en los más
antigües textos coptos, en dialecto tebano, la taayotfo <fc lis
vocales cortas son omitidas complét<UBetf«í¿ y con feteclKnci*,como
los nombres jeroglíficos de los eri&éMdefcs ¿oiwíitai
nada más que en filas de consoiiaiai^ eittrfl^ íjafe *1 intfrtalaltt
a largos intervalos una?
semejanza me parece digna tfe káétUk. Ló* escritores
griegos y latinos no nos hM&^ád¡á $áiÍ0t fotmafcs sobre la es­
critura fonética egipcia; deducir la exis­
tencia de este sistetóa farz*in<fc d i p f a 0e ciertos pasajes, en
los que puede vagamente ÍQCmne algo. En consecuenda, débanos
abandonar el intento 4e ¿M oltura WTOk '"Be la tradidón histó­
rica, el período en üué Id» 7t añe ! fonéticos se introdujeron en
la antigua V
Sin embargo, los ' h é A a í c l a r a m e n t e por sí mismos
para permitimos afirmar con bastante Certeza que d empleo
Glyn Daniel, 14
210 Historia de la Arqueología

de una escritura auxiliar en Egipto, para representar los sonidos


y la* articulaciones de ciertas palabras, precedió a la dominación
griega y romana, aunque parece más natural atribuir la intro­
ducción de la escritura semi-alfabética egipcia a la influencia de
estas dos naciones europeas, que durante mucho tiempo habían
usado un verdadero alfabeto.
Baso mi opinión en las dos consideraciones siguientes, que es­
pero, señor, le parezcan lo suficientemente sólidas:
1. Si los egipcios hubieran inventado una escritura fonética
a imitación de los alfabetos griego o romano, habrían podido es¡-
tablecer un número de signoafonéticos iguales a los elementos
conocidos del alfabeto griego o latino. Pero tal cosa no ocurre.
La prueba incontestable de que la escritura fonética egipcia surge
para qn propósito totalmente diferente al de expresar los sonados
de los nombres propios de Ips, gobernantes griegos y romanos, se
encuentra en las transcripciones egipcias de esos mismos nombres,
transformados la mayoría de ellos hasta el punto de ser irreco­
nocibles; en primer iugar, por la supresión o confusión de la ma­
yoría de las vocales; segundo, por el uso jpeísistente de las con­
sonantes T por A, K pe* r , II por I, yf por último, por el
empleo ¡accidental de A por P y P por A.
Estoy seguro de que los mismos signos usados en los jero­
glíficos fonéticos para representar Jos so-nidos de los nombres
propios griegos y romanos fueron también empleados en los tex­
tos ideográficos tallados mucho antes de que los griegos llegaran
a Egipto, y que tenían ya en ciertos contextos el mismo valor,
representando sonidos o articulaciones, que los cartuchos grabados
bajo la doiqinacúfojle los pueblos dásieps. El desarrollo de este
pajito valioso y ¡deq^ivp se conect» con mi trabajo sobre los
jeroglíficos putos. No puedo establecer la prueba en esta carta
sin meterme en explicaciones extraordinariamente complejas.
Pqr eso, señor, creo que la escritura fonética existió en Egipto
en un momento muy antiguo; que fue primero unaparte nece­
saria de la escritura ideográfica, y que fue usada también, después
de Cambises, según parece, para transcribir (ciertamente, de ma­
nera algo tosca) en contextos ideográficos los nombres de pue­
blos, países, ciudades, gobernantes e individuos extranjeros que
tenían que ser conmemorados en inscripciones históricas y mo­
numentales. ■
Me atrevería a decir más: se podría reconocer, en esta antigua
escritura fonética egipcia* imperfecta en sí misma, si no la fuente,
al menos el modelo sobre el que fueron elaborados los alfabetos
de las naciones asiáticas occidentales, sobre todo los de los veci­
nos inmediatos a Egipto. De hecho, se puede apreciar:
6. Hallazgos y desciframientos

1. Que cada letra de los alfabetos que denominamos hebreo,


caldeo y sirio lleva un nombre distintivo de muy antigües orí­
genes, puesto que fueron casi todos ¡transmitidos por los fenicios
a los griegos cuando éstos adoptaron el alfabeto.
2. Que la primera consonante o vocal de esos nombres es
también la vocal o consonante que se lee. Usted acéptará, como
yo, que en la creación de esos alfabetos existe una perfecta ana­
logía con la creación del alfabeto fonético en Egipto; y sí los
alfabetos de este tipo se formaron primitivamente, como todo
parece indicar, a partir de signos que representaban ideas u ob­
jetos) es 'evidente que podemos reconocer la nación que inventó
este método de expresión escrita entre las que, en particular, uti­
lizaron una escritura ideográfica. Quiero decir, en suma, que
Europa, que recibió del antiguo Egipto los demento» de las
artes y las deodas, debe ir aún más lejos ea su dauda por d
inestimable beneficio de una escritura alfabética.
De todas formas, sólo he pretendido esbozar brevemente las
consecuendas más importantes de este descubrimiento, que se
salen, naturalmente, de mi prindpal objetivo, d alfabeto de tos
jeroglíficos fonéticos, cuya estructura general, Junto con algunas
apiieadones, me propuse exponer al mismo tiempo. Esto último
ha produddo resultados que han sido redbidos favorablemente
por los miembros de la Académle, cuyos sabios estudios han dado
a Europa los principios de un conocimiento sólido y continúan
ofredendo d más valioso de los ejemplos. Mis trabajos puedes
añadir probablemente algo al conjunto de las investigadonea con­
cretas por medio de las cuales se ha enriqueddo la historia de
los pueblos antiguos, como d de los egipcios, cuya justa femá
todavía resuena en todo el mundo. Ciertamente, es importánte
que hoy podamos subir con seguridad d primer escalón en d
estudio de sus memoriales escritos y así obtener algunas no­
ciones precisas de sus principales instituciones, a las cuales 1»
misma antigüedad otorgó una fama que m ha podido sfer so­
brepasada. En los notables monumentos levantados por los egip­
cios podemos leer los cartuchos que loa adornan, la cronología
fijada desde Cambutes y las fedbaa de sufundadón y sus engran­
decimientos sucesivos bajo laa distintas dinastía» que gobernaron
el país. La mayoría de estos monumentos llevan simultáneamente
los nombres de faraones y de griegos y romanos, caracterizados
los primeros por d escaso número de signos que se resisten
perpetuamente a cualquier intento de aplicarles con éxito d alfa­
beto que acabo de descubrir. Espero, señor, que sea valioso este
trabajo que he podido sacar a la luz bajo sus honorables aufcpi-
dos. El público culto no me negará su admiradón y apoyo,
212 Historia de la Arqueología

puesto que ya he obtenido la del venerable Néstor de la sabiduría


y de la literatura francesas, cuyos meritorios estudios le botaran
y distinguen, y que con ánimo y mano protectora está siempre
dispuesto para ayudar y guiar en el duro camino, cubierto glo­
riosamente, a tantos jóvenes imitadores que más tarde han justi­
ficado plenamente su entusiasta ayuda. Ahora, felizmente, llega
mi turno y no me atrevo sino a levantar mi voz en profunda
gratitud y respetuoso afecto. Permítame suplicarle, señor, que
repita públicamente la profundidad de este afecto.
J. F. Cham poluon el jqven
París, 22 de septiembre de 1822

El desciframiento de h escritura mesopotámica fute


taa impotente, niarfrtt rfe kiifrgffS
algunos trabajos habido sido realizados anteriormente ¡por
Karsten Nieburh y Georg Grotéfehd, fueron las investi­
gaciones de Sir H é n r y n ñifí.
1895) las que condujeron al éxito en el desciframiento,
jyt inscripción gigante de Behís'tmi,~«Ta plédfcT' üflg.Ro­
setta mesopotámica», como ha sido llamada, fue tallada
ea el año 516 a. de JVC. bajo las órdenes de Dado I. Es­
taba situada sobre un acantilado en la carretera de Ba­
bilonias Ecbatana, y medía 150 por 100 pies. El relato
siguiente narra, con sus propias palabras, cómo Rawlinson
obtüvo las copias de las inscripciones con la ayuda dé
«tija salvaje muchacho kurdo que vino de lejos», uno dé
lps héroes menores del desarrollo de la arqueología. Pro­
cede de sus «Notes on some Paper Casts oí Cuneiform
Inscriptions upon the sculptured Rock at Behistun exhi-
bited tó the Society of Antiquaries», publicado isa
Archaeologia, X X XIV (1852).

L* toca, o como la llaman corrientemente los geógrafos árabes,


k montaña de Behistun, no es una colina aislada, como a veces
se ha imapnado. Es simplemente el punto final de una cordillera
larga y estrecha que recorre la llanura de Kermanshah hada el
Eme. Esta cordillera es rocosa y abrupta, pero en su extremidad
se eleva en altura y se convierte en cortantes precipicios. La altitud
que encontré, tras una cuidadosa triangulación, es de 3.807 pies,
y la altura sobre la llanura en donde están los textos de Darío
es, quizá, de 700 pies o algo más.
6. Hallazgos y desciframientos 213

1 A petar de que la comisión de anticuarios franceses ea Peen»


describió, hace unos cuantos años, la imposibilidad de copiar las
inscripciones de Behistun, no ^consideré excesivamente peligroso
el trepar hasta donde se encontraban. Cuando vivía i eá Ker-
manshah, hace quince años, y era más activo que en d presente,
tenía con frecuencia la costumbre deescalar la roca tres o cuatro
veces al día sin ayuda de cuerdas o escaleras. Durante mi última
visita pensé que era más conveniente ascender y descender me­
diante escaleras, allí donde la montaña forana una hendidura
como un precipicio, y tirar una plancha de modera sobre algunas
simas, en las que un paso en fa lsb o u n resbalón podrían ser
probablemente fatales. Al alcamnr la plataforma que contiene el
texto persa, son indispensables las escaleras para examinar la
parte superior de la pared, y aun con días existe un riesgo boa-
siderable, pues d borde es tan estrecho, alrededor de 18 pulgadas
o a lo sumo dos pies de anchura, que con una escalera lo bastante
alta no se consigue lá inclinación suficiente como para <^ue
pueda ascender una persona, y si se acorta la escalara para in­
crementar la inclinación, la parte superior de la inscripdón sólo
puede copiarse poniéndose de píe en d último escalón, sin nin­
gún otro apoyo que empujar d cuerpo contra la roca sobre d
brazo izquierdo, mientras esa mano sujeta d libro de notas y
con la derecha se maneja d lápiz. En esta posidón copié todas
las inscripdones superiores, pero d interés dd trabajó disipó
cualquier sensación de peligro.
Para alcanzar el lugar donde está la transcripción esdta dd
texto de Darío las dificultades son mucho mayores, ya que en
la parte izquierda de esa zona no hay ningún punto para suje­
tarse. A la derecha, donde la cornisa, que se extiende unos pocos
pies hacia atrás, se encuentra con d texto persa, la superfidede
la roca presenta ufa predpicio escarpado; y es necesarfonalvar
este espado intermedioentre él ladoizquierdo delapared y d
borde de u n piedé anchura por la parte izquierda de lía'comisa.
Puede conatnii’Dse án puente sin ninguna dificultad con escaleras
de la suficiente longitud, pero mi piriméra tentativa para cruzar
el precipicio fue inftwtmíada y piáo haber sido fatal, porque ha­
biendo colocado p íw íta n e íM n r f^ de forma que
tuviera la inclinadán necesíiríír péta' coptar Ifc parte superior de
las inscripdones pemró^iMrdi cttentá. euando fui a cruzarla
sobre la cornisa pié* fcaoer lo «ntaib odn la transcripdób esdta;
que no era lo sufktattemenfe tega para apoyarse de plano sobre
d borde que estaba más lejos. Unaparte de la escalera alcanzaba
solamente d punto oiás cetcano dd borde y hubiera sido im-
ponUe crular en esta poudóá. La cambié entonces de la poai-
214 Historia de la Arqueología

dóa horizontal a otra vertical, haciendo descansar firmemente la


part^ superior sobre una toca en sus dos extremos y la inferior
colgando sobre el abismo, y me preparé para cruzar caminando
sobre la porte baja de la escalera y sujetándome con ltks manos a
la parte de arriba. Si k escalera hubiera sido compacta, esta
forma de cruzar, aunque poco cómoda, habría resultado practi­
cable, pero los persas colocan los travesarlos sin fijarlos por el
exterior, y tan pronto como empecé a cruzar el peso de mi
cuerpo los forzó fuera de su sitio y el lado más bajo de U es­
calera, que no estaba apoyado en las rocas, se partió y se soltó
dd listón superior, estrellándose contra el fondo del precipicio.
Colgando de k parte superior, que todavía se mantenía fijo, y
ayudado por mis amigos, que observaban ansiosamente, llegué
4 bufe persa y no intenté cruzar de nuevo hasta que U ct «n
puente de una estabilidad relativa. Por fin, copié los caracteres
de k inscripción escita subiéndome en una escalera larga que
coloqué primero horizontalmente sobre la grieta, con otra que
descansaba sobre ella y caía perpendicularmente sobre k roed.
La transcripción babilónica de Behistun es más difícil de
akanzar que los textos persa o escita. La escritura puede co­
piarse desde abajo con la ayuda de un buen telescopio, pero
dudaba de obtener así una reproducción aceptable. Por está razón
tuve «pie poner a prueba toda mi habilidad como escalador con
el fin de alcanzar el punto exacto donde se halkban los graba­
dos, lugar que los pastores acostumbrados a atravesar la mon­
taña con las cabras en todas direcciones habían declarado inacce­
sible. Finalmente, un salvaje muchacho kurdo, que había venido
de lejos, se prestó a hacer el intento de llegar basta el farallón
inscrito con ks leyendas babilónicas, y yo le prometí una consi­
derable recompensa si lo conseguía. La masa rocosa en cuestión
es escarpada y se proyecta algunos pies sobre k comisa escita,
así que resulta inalcanzable con los medios ordinarios del alpi­
nismo. El primer movimiento del muchacho fue sujetarse a una
hendidura de k roca a corta distancia a la izquierda de la su­
perficie inclinada. Cuando hubo ascendido un trecho, introdujo
firmemente una estaca de madera en la hendidura, ató a ella
una cuerda y probó a balancearse hasta otra hendidura algo más
lejos, pero el intento salió mal debido al relieve de la roca. La
ta ta salida que le quedaba era cruzar sobre k grieta colgándose
con dedos y uñas de las ligeras irregularidades de la pelada
superficie del precipicio, y en esto tuvo éxito, recorriendo «rea
de una distancia de 20 pies en tina pared casi perpendicular, lo
anal, alo* ojos de cualquier espectador, parecía bastante mila-
|K*$.'CuaftdQaiauizó k segunda grieta acabaron k s mayores
6. Hallazgos y desciframientos 213

dificultades, Había traído consigo la cuerda que estaba atada a


la primera estaca y conduda ahora a una segunda que 1¿ per­
mitía balancearse sobre la masa rocosa. Con una escalera corta
formó un asiento colgante, como el andamio de un pintor, y
erguido sobre él, bajo mi direcdón, tomó la copia en papel de
la transcripdón babilónica dd texto de Darío. Esta copia se en­
cuentra actualmente en las dependencias de la Real Sociedad
Asiática, y tiene d mismo valor para la interpretadón de la es­
critura asiría que tuvo la traducdón griega de la piedra de
Rosetta para la comprensión de los textos jeroglíficos de Egipto.
Debo añadir también que es de la mayor importancia d que
esta inestimable clave babilónica haya podido ser recuperada,
puesto que la roca sobre la que se grabó la inscripción tenía
todo d aspecto, cuando la visité últimamente, de estar condenada
a una rápida destrucción, debido a que d agua que cae desde
arriba ha separado, casi en su totalidad, la cara externa dd
resto dd inmenso bloque, y, a causa de su enorme peso, padece
amenazar con venirse muy pronto abajo estruendosamente y
fragmentarse en miles de pedazos. [¡Está todavía allí en 1967!
G. D.J.
Él método para hacer estas copias es extremadamente simple:
no se requiere más que tomar un número de hojas de papel sin
una medida previa, extenderlas sobre la roca, humedecerlas y
golpearlas con una brocha fuerte, añadiendo encima cuantas capas
se desee para dar consistencia al molde. El papel se deja secar
allí y se saca, mostrando aí ser retirado una perfecta, impresión
invertida de la escritura.

' i 'n 1 tiiíirflfttÉllliíHiiÉÉÉlii


7. Excavación

La excavación no es. por supuesto, el único medio ni


la única finalidad de la arqueología, pero sin ella no
púe3e~éxistir un desarrollo sistemático de la disciplina;
así que el logró de una técnica rigorosa de excavación
viene a ser, en este sentido, la historia del perfeccióná-
mientQ gradual de la arqueología. Existen, ciertamente,
excavaciones anteriores al siglo xix. v nos hemos referido
a las precisas observaciones de estratigrafía y asociaciones
hechas por los anticuarios del siglo x v ii, como Edward
Lhwyd, o de finales del x v iii, como John Frere. Hemos
enumerado también las instrucciones claras y definidas
de la arqueología de campo en su forma general, tal
como fueron descritas por Worsaae. En este capítulo he­
mos reunido varios extractos que muestran jo que la
arqueología, en su faceta de excavación, significaba para
algunos autores entre mediados del siglo xix y mediados
del xx: cieiTaños durante los cuales, despacio y con gran
dificultad, se han desarrollado las técnicas modernas en
el trabajo de campo. Empecemos con una muestra re­
ferente a una excavación llevada a cabo en 1844. Perte-
216
7. Excavación 217
nece a un artículo de T hom as W r ig h t titulado «Wan-
derings of an Antiquary: i'art v il» , que fue original-
mente publicado en The Gentierna»’s Magazine enQ852^
Fue hacia finales de agosto de 1844 cuando acompañé a Lord
Albert Conyngham (ahora Lord Londesborough) en una visita a
Frían en Aylesford, con el propósito de abrir un enorme túmulo
romano o montículo sepulcral en la cercana parroquia de
Sbodlaad... La colina se llama Hoborough o Holborough...
El grupo de la «excavación» se aomponía de nuestros amables
anfitriones, Mr. y Mrs. Charles Whatman de Friars, Lord Albert
Conyngham, el Rev. Lambert & Larking de Ryarsh y dos, o tres
señoras y caballeros de las cercanías. Como el túmulo tenía gran­
des dimensiones, contratamos como obreros a 12 6 14 labradores, y
tras haber decidido abrir una zanja de tés pies de ancho apro­
ximadamente, a través d d centro del montículo, de Este a Oeste,
comenzamos por ambos extremos 4 la vez, dividiendo a los hom­
bres entre las dos excavaciones. Un apunte a la ligera que tomé
dd sitio cuando la excavación estaba bastante avanzada por el
lado este podría dar al lector una idea aceptable del método
con que trabajábamos. Era labor de cuatro largos días atravesar
completamente el montículo; pero nosotros, que no éramos eí»
absoluto excavadores, profiramos encontrar la manera de pasar
él tiempo para general satisfacción de todo el grupo. Habíamos
alquilado uno de los botes que usan en esta parte d d país fw »
transportar a los aficionados a la caza a lo largo dd Medway a
sus reuniones de arqueros, y cada mañana, después de un tem­
prano desayuno, remábamos unas cuantas millas fío abajo, donde
existen Vistas singulares y pintorescas, hasta llegar al lugar de
atraque. Nos habíamos procurado usa grancantidad de provi­
siones para d picnic en la colina, y pcrmanocifrKW en d tómalo
todo d día, observando y dirigiendo las operaciones. Desafortu­
nadamente, era uno de eSos montículos ¡ qaei nó cona>o»san d
abrirse paso a través de d k «, y aunque dtesultado final fue
interesante en sí mismo, todos «w» ftentlatoos un poco aburridos
cuando d trabajo de a u e s ^ boedjm i^tiiniaba hora tra» hora
sin ver aparecer una (cámara sepulcral y tu siquiera encbSt^Flña'
urna funeraria para TecoaatMaNr nuotta paciencia. Dos o tres
pequeños fragmentos de cerámica rota fueron todos los objetos
qué encontramos en el inteript del, montículo hasta que llegamos
a la base sobre la que se faÉI; levantado.
"Tan» distraernos, « Inéerv^i» 1ebtre la excavación y el picnic,
hadamos juegos de Ja más viariad* clase —no exactamente igua­
les a las que celebraron lo* constructores dd montículo guindo
218 Historia de la Arqueología

dejaron el cadáver en su pira funeraria— y otras diversiones.


La-estación fue afortunadamente muy buena, y solamente un par
de veces nos sorprendió un gran aguacero del Sudoeste,, cuando
el único cobertizo cercano estaba cubierto por la arena del agu­
jero que nosotros mismos habíame» abierto hacia el oeste del
montículo, en el cual nos las arreglamos para entrelazar los
paraguas y parasoles —como se dice que hacían los soldados ro­
manos para mantenerse unidos cuando avanzaban en el ataque
de un fuerte—/formando un tejado medianamente impenetrable
«obre nuestras cabezas... (Lámina 5, abafo.)
Habíamos descubierto el sudó sobre el que se elevó d mon­
tículo a Ja largo de toda la extensión de lamñcReS7y~ñüestras
observaciones llegaron a la conclusión de que no hafaria mayóte»
deacubriraieiltos si cortábame» d montículo en otras direcciones.
Así que habíamos decidido no seguir adelante, cuando un acó­
dente inesperado detuvo nuestro trabajo! feF"montículo era de
unos 20 pies de alto, hecho de un material fino, y los trabaja-
dotes, imprudentemente, habían cortado las paredes de las trin­
cheras totalmente verticales. La consecuencia fue que por la
tarde dd cuarto día la parte superior de uno de los lados cayó
al interior, y uno de los obreros escapó con vida por casualidad...
Resultó que el montículo había sirio-levantado .sobre las cenizas
de una pira funeraria ^ había cortado primeramente unapEa-
forma horizontaT eñ Tá greda de la colina, y sobre ella se colocó
uft suelo artificial muy suave de tierra fina, de cuatro pulgadas
de espesor, sobre d que se había elevado la pira y que encon­
tramos cubierto de una fina capá de cenizas de madera... En d
sudo, encima de las cenizas, hallamos esparcidos un número con­
siderable de clavos muy largos (que habían servido probablemente
para unir la marquetería sobre la que se había situado d cuerpo
para la cremadón), con unos cuantos trozos de cerámica rota que,
evidentemente, habían experimentado la acción dd fuego. Se
encontró también una parte de una fíbula romana. Mi impresión
es que este montículo fue el monumento de alguna persona de
rango, cuyo cuerpo, d igual que d del emperador Severo, fue
quemado en una pira funeraria, y sus cenizas llevadas al hogar,
quizá a Italia. El montículo se elevó en el lugar de la pira como
una esperie <fe oenotafio a sju^memoria" “ “ ~

Vr, 1 ^ A tirió h Kfitick ArrW nlnpiral


tion. Fue una ramificación ele una sociedad tradicional,
la Sociedad de Anticuarios de Londres, ciudad en donde
tenían lugar todas sus reuniones. La Asociación intentó
7. Excavación

introducir en el país la visita a los monumentos, museos,


colecciones privadas y la excavación, o por lo menos, la
visita a las excavaciones. Su primera reunión se llevó
a cabo enCanterbury bajo la presidencia de Lotd Albert
Conyngham, mencionado en d anterior escrito Los si­
guientes fragmentos del informe de esta reunión publi­
cado ¿n él primer volumen de The Archaeological Journal
(1845), muestra cómo transcurrían aquellas celebracio­
nes y cómo se relacionaban con la excavadón. La «ex­
cavación» previ» duró cuatro días, y aquí vemos que se
abrieron muchos montículos en una misma tarde.

LUNES 9 DE SEPTIEMBRE

Los preliminares de la reunión general comenzaron a las tres


y media con un discurso del presidente acerca de las finalidades
de la asociación y los beneficios que calculaba se podían obtener.
Su señoría resaltó que estaba progresando rápidamente la dispo­
sición para estimular los propósitos intelectuales en este país.al
imal qne en y que este sentimiento creciente se
manifestaba 3e "TofmF~SpéBal en relación con la arqueología.
Muchos hombres de mente cultivada empezaban a interesarse por
examinar y ponderar los restos de épocas pasadas. Ya no estaban
satisfechos en tomar como verdad las vaguedades sin bese del
pensamiento humano, y deseaban juzgar por «t miamos y formar
tggjáaSLSue pudieran resultar del estudio de los hechos, oíen ana-
lizados y establecidos mediante el examen .personal y la crítica
severa. La arqueología se colocaba así en un lugar preeminente
y marcharía positivamente de la mano de la historia. El anticuario
ya no sería objeto de ridículo..*.
Mr. C. Roach Smith, el secretario, leyó la lista de asuntos
que iban a ser tratados antes de la reunión... Se sugirió qiue,
debido a su acumulación, serla deseable omitir de momento algi*
nos. Sir William Betham leyó un elaborado trabajo sobre el origen
de la idolatría... , !,
Lá reunión se trasladó a la» «kpendencias de Sarnas, donde se
mantuvo un coloquio. Las m¿sa*rsé;cubrieron con una interesante
colección de antigüedades. Lord Albert Conyngham exhibió algu­
nos antiguos ornamentos de tteo( encontrados en Irlanda, y una
variedad de cuentas de (¿Batista, fíbulas y otros objetos extraídos
principalmente de enterramientps en Breach Down, abiertos por
su seSoría... *; o-.;
220 Historia de la Arqueología

, MARTES 10'DE SEVÑBMBXS

Entre las nueve y las dio: se reunieron los miembros en Breach


Down para estar presentes en la apertura de algunos túmulos, bajo
La supervinóa del noble presidente. Los trabajadores empleados
habían excavado previamente ios montículos hastaun pie de dis­
tancia del lugar donde se presumía que existía un depósito. Se
examinaron ocho montículos-- que se levanten ligeramente Sobre
el suelo natural de greda; los enterramientos cubiertos por los
túmulos tienen de dos á cuatropies de profundidad. La mayoría
contenían esqueletos más o menoscompletos, juntocon los restos
de armas de hierro, escudos, urnas, cuentas, fíbulas, brazaletes,
huesos de pequeños animales y, ocasionalmente, vasos de vidrio.
Las tumbas que contenían armas se asignaron a individuos del
sexo masculino, y las que tenían cuentas, a los del sexo feme­
nino. ¡Lo correcto dé está áptedactón parece determinado por el
hecho de que raráriiéhtp se encuentran estas dos clases de objetos
én la misma tumba. El depósito de uno de esds enterra¿úento$,
abierto ésta mañana, presentaba la poco corfiénte asociación de
ijüehtás y uh cuchillo de hierro. Todas contenían los restos de es­
queletos bastante deteriorados. A veces se advertían trazas de ma­
dera v vestigios de cuchillos.
Después del examen de estos enterramientos todo el grúpo
visitó la mansión del honorable presidente en BouTne y, habiendo
inspecaónado lá interesante colección de antigüedades de su seño­
ría, y tras tomar un sustancial refrigerio, comenzó la excavación de
dc& tumbas dentro de los límites de las posesiones de su señoría,
que formaban parte del grupo de las abiertas recientemente...

VIERNES 13 DE SEPTIEMBRE

Los miembros se reunieron en el teatro a las ocho, donde


Mr. Pettigrew leyó primero un ensayo sobre las diferentes clases
de embalsamamiento entre los egipcios y luego procedió a desen­
volver una momia que había obtenido en Tebas el coronel Need-
faam... Medía cinco pies y dos pulgadas y estaba cubierta por una
considerable cantidad de vendaje de lino, pintado con el color
procedente de la goma de acacia... Debidoal tiempo de que se
disponía no fue posible descubrirla totalmente, pero su .cabeza
quedó libre y la cara parecía que había sido dorada, yá que
■obre los vendajes retirados se «p recia b a n grandes porciones de
p a de oto que tenían una brillantez muy vivida.
7. Excavación III

Sesenta años antes de estas excavaciones en Kebt se


había excavado un gran montículo en Virginia? y sú es*
trátigíafík y estructura fueron estudiadas ¿ interpretadas
analíticamente nada menos que por una persona llamada
T homas jEFfERsoN, el tercer presidente de los Éstódos
Unidos, quíen dejó tras de sí la siguiente inscripción
diseñada para su tumba:

AQUI YACE ENTERRADO


THOMAS JEFHE&SON,
AUTOR BE LA DECLARACION DE '
LA INDEPENDENCIA AMERICANA, DEL
ESTATUTO DE VIRGINIA PARA
LA LIBERTAD RELIGIOSA Y FUNDADOR
DE LA UNIVERSIDAD DE VIRGINIA

Pero, como ha señalado A. F. Chamberlain, «estos


tres grandes '.actos no ^capaiarán toda su actividad. JÉSj-
taba muy interesado en la cie^cja actual, y en la historia
natural en particular. Dedicó también algún tiempo a la
consideración de los problemas etnológicos que plantear
ba la historia del piel roja y del negre en América» K Ea
1784 excavó un montículo funerario y, como muestra
el siguiente extracto, lo hizo con el propósito de encon­
trar cuál de las numerosas teoríassobré estos mbntícidoé
estaba en lo cierto. ’

Existía uno de éstos en aú vecintkd.y yode*eabasati$éacer


mi curiosidad sobre cuáles y .quéopiaioneieranfo.j«ita**rP«**
este propósito determiné abrirlo y examinarlo
..................................................................... te.E *
taba situado en los taxenot iNMft
madamentc a partir de m ¿ifelM M ft.r <&**»£ &
cuñal
O*"" " mHnac »ea
*•» las :^
oue
Tt75U iíft;ú tid or*'’■lia,¿oblado
T^PT f^Trf ""7 indio* Tenífl
T?~**TT
forma esferoidal, cerca de 4Q « e » de 4Uf>etr©«n k base y debió
tener Rededor de ?? | U | { C i m e r a m e n t e dé
manara superficial en Virios puijtüs y'tééo^L uná colección de hue­
sos humanos a difere&tl* desde seis pulgadas a
trds pies bajo la su^tfiáeí.. 'PiSfceál (entonces a hacer un W te
perpendicular á trav#d##»(MSaik> Une me permitiera eataminar
su estructura interna. Sakr;cáete pasaba cerca de tres pies de m
centro, y se abrió é o d e la mpetfcáe actual del terreno, y era
Historia de la Arqueología

lo suficientemente ancho para que un hombre pudiera caminar


por ü y examinar sus lados. En ¿ fondo, esto es, en el nivel de la
llanura que lo circundaba, encontré huesos; sobre dios había unas
cuanta* piedras traídas de un acantilado situado a un cuarto de
milla y del río distante un octavo de milla. Luego había un gran in­
tervalo de tierra, un estrato de huesos, y así continuaba. En un
extremo de la sección había úna capa de huesos que se distinguía
con bastante facilidad. En otra parte había tres. El estrato de una
parte no se correspondía con el de la otra. Los huesos más cer­
canos a la superficie eran los menos estropeados. No había agu­
jeros en ninguno de los huesos producidos coa balas, lanzas u
otras armas. Así que saqué la conclusión de que en este montículo
habría una cantidad aproximada de 1.6QQ esqueletos. Todo el
mundo puede darse cuenta de ks circunstancias relatadas arriba,
que se enfrentan a k opinión de que estos monumentos cubrían
lo* huesos de ks personas caídas en batidla, y están también en
contra de k tradición de que existía una sepultura común de la
ciudad, en k que los cadáveres eran amontonados en k superficie,
tocándose unos a otros. Las apariencias señalaban con certeza que
tanto su origen bomo su posterior desarrollo provenían de la
costumbre de ‘reunir los huesos y depositarlos juntos; es decir,
que k primera remesa se había colocado sobre k misma super­
ficie d d terreno con unas cuanta piedras encima, y luego se
iiabí«n cubierto con tierra; la segunda se depositó sdbre éíta y se
cubrió más o menos según la proporción del número de testos
humanos, y también se tapó con tierra, y. así sucesivamente' Lo
qi^e sigue son las circunstancias particulares que reflejan este
aspecto: 1. ÉL número de huesos. 2. Su posición confusa. 3. Sü
situación en diferentes estratos. 4. El estrato en una parte no se
correspondk con el estrato en otra. 5. La diferencia en el tiempo
en e! que se había llevado a cabo la inhumación. 6. La presencia
•de huesos ide nifio entre tes restos.

l m comienzos de la excavación ea el Ceycapo Oriente


faetón tan tentativos y apresurados como en Europa
occidental. El primer rayo de luz surgió como resultado
del trabajo de MAftipiTmY W'Í1-188 TI que fue enviado
a Egipto en 1850 por el Louvre para buscar manuscri­
tos Raptos. Al poco tiempo llegó a estar más interesado
M Jos monumentos que en los manuscritos, y ea ese
tliMto» afiffl ctca^ó en el Seraoeum de Memohis el gran
«MiÉ^ -d*.-<3^{a.ÁpÍ8.con m otatenterio. de toros sa-
J P y i Aguí » piuilui. irnos un extracto desu relato so-
7. Excavación 223
bre la excavación, tomado de The Monuments of Upper
Egypt, publicado en 1877.
El Serapeum es uno de los edificios de Memphis que se ha
hecho famoso gracias a un pasaje de Estrabóa citado frecuente­
mente y por la constante mención que hacen de él los papiros
griegos. Había sido buscado asiduamente, y nosotros tuvimos la
suerte de descubrirlo en 1851.
Esttabón, en su descripción de Memphis, se expresa de la si­
guiente manera:
«Uno encuentra también (en Memphis) un templo de Serapis
situado en un lugar tan arenoso, que «i viento produce Ja acu­
mulación de la arena te montículos, bajo ios cuales podemos ver
muchas esfinges, algunas de ellas casi completamente enterradas
y otras sólo parcialmente cubiertas; por Jo que podemos llegar
a la conclusión de que el canúno que conduce a este templo puede
ser peligroso si urna es sorprendido por un repentino y violento
golpe de viento.»
Si Estrabón no hubiera escrito este pasaje, con toda probabili­
dad el Serapeuta estaría hoy en día bajo las arenas de k noció-
polis de Sakkarah. En 1850 fui comisionado por el gobierno
francés para visitar los conventos coptos de Egipto y hacer un
inventario de los manuscritos-en lenguas orientales que encontrara
allí. En Alejandría advertí k presencia de varias esfinges ea di
jardín de M. Zizinia, y después vi más de k misma clase en El
Cairo, en el jardín de Clot-Bey. Igualmente M. Fernández tenía
un cierto número de tales esfinges en Geezeb. Evidente-
lebía existir en alguna parte una avenida de esfinges que
estaba siendo saqueada. Un día, atraído a Sakkarah por mis estu­
dios egiptológicos, observé que k cabeza de. una de sqvieJks
sobresalía de entre la azena» No *iflb ^eojovida nuaea
y estaba ciertamente en *u pwi<¿foí¿a*igta*kí una
mesa de libaciones,..-**!» k (fque jfe
una inscripción a CtárifrApUi El «HKtk-idc JwraWtt me vino
repentinamente a lat ¡meaMuk; kj«<«*¿d»^W e.iSe’ encontraba a
mis pies debía se»ífa q w a ooi«ría,t*i¡$e«¿em dunante tanto
tiempo buscado en vano. Pero yo tobk,«tto*nvÍÉido a Egipto a
hacer un inventario de muttt|flÍÍJ^<y:no a buscar templos. Mi
mente, de todas foím as»prco»»#* hiao « k idea: sin tener en
cuenta todos loa riesgo* sifa ¡deor .ton* pakbra y casi furtivamen­
te, reuní unos cuantos' trBb«j«ck*c* y comencé la excavación. Las
faiaieras tentativas éuetonibaste&íe .penosas, pero pronto los leo-
& », los pavos real*», y feps-estatuas niegas del dromos, junto con
¿•¿lápidas monuraestale* o stefae del templo de N ectario, fue-
224 Historia de la Arqueología

ton dibujándose sobre la arena y pude anunciar mi hallazgo al


gobierno francés, informándole al mismo tiempo de fue los me­
dios puestos a nú disposición para la búsqueda de los manuscritos
se hablan agotado completamente y que era indispensable una
ayuda complementaria. Asi se inició el descubrimiento del Se­
rapeum.
SI trabajo duró cuatro años. El Serapeum es un templo cons­
truido sin ningún plan regular, donde todo es conjetura y en
el que el terreno debe ser examinado cuidadosamente pulgada a
pulgada. En ciertos lugares la arena es, por decirlo así, fluida
y presenta la misma dificultad para la excavación que si fuera
agua que conserva siempre el mismo nivel. Además, surgieron
dificultades entre el gobierno francés y d egipcio que me obli­
garon a despedir varias veces a todos mis trabajadores. Debido a
eftat circunstancias (para no contar otras penurias), el trabajo se
prolongó en exceso y tuve que pasár cuatro años ea el desierto;
cuatro años, ski embargo, que nunca lamentaré.
Apis, la imagen viviente de Osiris vuelto a la tierra, era un
toro que mientras vivía tenía su templo en Memphis (Mitrahen-
ny), y cuando moría, su tumba en Sakkarah. El palacio donde
habitaba el toro durante su vida se llamaba el Apieum. El
Serapeum era el flon&re que se daba a su tunaba.
•Hasta donde podemos juzgar por los restos encontrados durante
nuestras investigaciones, el Serapeum era semejante ten apariencia
a otros templos egipcios, incluso a aquellos que no tenían carácter
funerario. A él conducía una avenida de esfinges y había dos
pilones situados delante, estando rodeado por la usual muralla.
Pero Se distinguía de los demás edificios de parecida naturaleza
en que fuera de una de sus cámaras se abría un pasaje inclinado
que conducía directamente a la roca sobre la que estaba construi­
do el templo y que daba acceso a unas enormes bóvedas subte­
rráneas que eran precisamente la Tumba de Apis.
El Setapo&n propiamente dicho no existía, y donde había es­
tado quedaba sólo una inmensa llanura de arena en la que se
mezclaban los fragmentos de piedras en una confusión indescrip­
tible, pee» la más maravillosa e interesante parte del subterráneo
todavía podía ser visitada.
La tumba de Apis estaba compuesta de tres partes distintas
que no tenían comunicación directa entre sí. La {«imera y más
antigua nos llevaba hasta la dinastía XVIII y Amenofis III. Fue
Utilizada como lugar de enterramiento de los toros sagrados hasta
el final de la dinastía XX. Aquí la tumbas están separadas; cada
Apis muerto tenía su propia cámara sepulcral distribuida aquí y
allá, como dispuestas al azar fuera de la roca. Estas cámaras sé
7. Excavación 225

encontraban ahora escondidos bajo la arena y no presentaban exce­


sivo interés.
La segunda parte comprende las tumbas de Apis desde la épo­
ca de Sheshonk I (dinastía XXII) hasta la de Tahraka (el últi­
mo rey de la dinastía XXV). En esta zona se adoptó un nuevo
sistema: en lugar de tumbas aisladas se hizo una larga galería
subterránea, a cada lado de la cual se excavaban las cámaras
mortuorias que se utilizaban cada vez que expiraba un Apis en
Memphis. Esta galería tampoco es accesible ahora, pues la te­
chumbre ha caído en algunos puntos y el resto no es suficiente­
mente seguro para permitir la visita a los viajeros.
Al aproximarse a la entrada de la tumba de Apis por el camino
ordinario se ve a la derecha, es decir, hacia el Norte, un foso
grande y circular. Aquí se encuentran las bóvedas que preceden
a las que nosotros íbamos a visitar. El agujero fue producido por
la caída de una parte de la cantería, y iil volar el débris con
pólvora descubrimos no un Apis, sino una momia humana. Tenía
la cara cubierta con una máscara de oro y su pecho con joyas
de todas las clases. Las inscripciones llevaban en conjunto el
nombre del hijo favorito de Ramsés, que fue gobernador de
Memphis durante largo tiempo. En cualquier caso, se puede supo­
ner razonablemente que aquí había sido enterrado el príncipe.
La tercera parte también la conocemos ahora. Su historia em­
pieza con Psamético I (dinastía XXVI) y acaba con el último
Ptolomeo. Se había seguido él mismo sistema de una bóveda
común, como en la segunda parte, sólo que a una escala mucho
mayor. Estas galerías cubrían una extensión de 350 metros o
1.150 pies ingleses, aproximadamente; desde un extraño a otro
de la galería había 195 metros o unos 640 pies ingleses. Ade­
más se habían usado sarcófagos de granito. Su númcxo, distribuido
en las galerías, es de 24, y de ellos solamente tres llevan una
inscripción conteniendo kn nombres de Amasis (dinastía XXVI),
Cambises y Khebasch (dinastía XXVII). Un cuarto tenía cartuchos
sin ningún nombre, que pertenecían probablemente a uno de los
últimos Ptolomeos. En cuanto a las dimensiones, los sarcófagos
medían un promedio de 7 pies y 8 pulgadas de anchura,
por 13 pies de longitud y 11 de altura; debido al vaciado en el
granito, estos monolitos debían pesar, con algunas variaciones
de uno a otro, no menos de 65 fondadas.
Estas eran las tres partes de la tumba de Apis. Es bien sabido
que la exploración de esta tumba ha producido resultados inespe­
rados en d terreno científico, puesto que lo que d investigador
contempla ahora es solamente su esqueleto. El hecho es que, aun­
que la tumba fue saqueada por los primeros cristianos, cuando fue
O ly n D a n ie l, 18
226 Historia de la Arqueología

descubierta por primera vez contenía aún casi todo lo que había
contenido siempre, excepto oro y otros materiales preciosos. Existía
una costumbre que ha contribuido especialmente a enriquecer la
tumba con unos valiosos documentos. En ciertos días del año, con
ocasión de la muerte y los ritos funerarios de Apis, los habitantes
de Memphis acudían a visitar al dios en su lugar de enterramiento.
En recuerdo de este acto piadoso dejaban una estela, es decir, una
piedra cuadrada, redondeada en la parte superior, que se intro­
ducía en una de las paredes de la tumba y en la que previamente
se había inscrito una oración al dios en nombre del visitante y
su familia. Actualmente estos documentos, cerca de 500, se en­
cuentran en su mayoría en la posición original... Y como muchos
de ellos están fechados con el calendario de la época, es decir,
con el año, mes y día del monarca reinante, debe ser necesaria­
mente de gran importancia la comparación de tales piedras, espe­
cialmente en carden a establecer la cronología.

Los métodos de excavación de Mariette han sido cri­


ticados con frecuencia, aunque se admite comúnmente
que obtuvo buenos resultados y algunos hallazgos es­
pléndidos en los treinta sitios diferentes en que llegó a
trabajaLdurante los muchos años que pasó en Egipto.
_En <íg83^j una persona que fue durante mucho tiempo
Sinónimo de la qffilnraririn y. pyravnri^n -«»n F1 país del
Nilor Sir Flinders Petrie. ( 1853-1942). describió cómo
ejoavaba Mariette cerca de la esfinge y volaba con dina­
mita las ruinas caídas de un templo. «Nada se hace
— dice Petrie— con un plan uniforme; el trabajo se
inicia y se deja inacabado; no se presta atención a los
requerimientos de una exploración futura, y no se utiliza
ningún procedimiento para salvar lo que se encuentra.
Es dolorosa la forma en que todo se destruye y el poco
cuidado que se pone en preservarlo.» Mariette murió en
1880. Tres años más taíde se fundó la Egypt Explora-
tion Fund (más tarde Egypt Exploration Society), en Lon­
dres, y su primer director de campo fue W . M. Flinders
Petrie. En 1883 escribió al secretario de la fundación
diciendo: «El proyecto de excavar en Egipto es para mí
el más fascinante, y espero que los resultados puedan
justificar mi dedicación al trabajo.» Se llevó a cabo el
proyecto, y en 1892 fue posible la publicación de su
7. Excavación 227

Ten Year’s Digging in Egypt. En 1904 Petrie publicó


Methods and, Aims in Archaeology, libro del que he se­
leccionado los siguientes párrafos.
La arqueología es la más reciente de las ciencias. No ha sido
fácil que consiguiera la libertad, fuera de los asfixiantes ropajes
de las especulaciones diletantes. Está todavía atraída por las
cosas hermosas antes que por el conocimiento verdadero, y en­
cuentra refugio en las bellas artes o en la historia, sin que se
le haya preparado aún un campo particular en el que pueda
desarrollarse realmente... La ciencia que investiga en todos los
productos y trabajos de nuestra propia especie, que muestran
lo que ha hecho el hombre en todas las épocas y bajo todas las
condiciones, que revela su mente, su pensamiento, sus gustos,
sus sentimientos, tal ciencia nos afecta más íntimamente que
ninguna otra.
Por medio de la arqueología, de la que forma una parte la
historia, trazamos la naturaleza del hombre, edad tras edad, sus
capacidades, sus habilidades; aprendemos dónde tiene éxito, dón­
de fracasa y cuáles pueden ser sus posibilidades... esta ciencia
nos ofrece una «educación liberal» más auténtica que ninguna
otra materia que se enseñe hasta el présente. Un entrenamiento
arqueológico completo requiere un conocimiento total de. la his­
toria y del arte, un fácil uso de las lenguas y una familiaridad
con el trabajo de otras muchas disciplinas. La arqueología —-el
conocimiento de cómo ha adquirido el hombre su condición y
su poder actuales— es uno de los campos de estudio más amplios,
mejor preparados para abrir la mente y para producir ese tipo
de intereses generales y de tolerancia que es el más alto resul­
tado de la educación...
No vamos a hacer comentarios aquí sobre los detalles de los
hechos descubiertos, sino que trataremos con los métodos y ob­
jetivos que han sido lentamente aprendidos durante un cuarto
de siglo...
En pocas clases de trabajo los resultados dependen tan direc­
tamente de la personalidad del trabajador como en la excavación.
El viejo refrán que dice que un hombre encuentra lo que busca
es, en este terreno, bastante cierto. Pero si a veces existen dificul­
tades para ello, al menos es tristemente real que no encontrará
nada que no busque... En los últimos años se ha extendido des­
agradablemente el concepto de excavación como un simple expo­
lio provechoso o como una forma nueva de conseguir aventuras...
Los buscadores de oro no tienen, al menos, otra responsabilidad
moral que la ruina del especulador, pero saquear el pasado supone
228 Historia de la Arqueología

una aguda injusticia moral... Liberémonos, al menos en arqueología,


del joven brandy-con-soda que maneja sus propios «medios», del
especulador aventurero, de aquellos que piensan que un titulo
o tina fuerte bolsa glorifica cualquier vanidad o amor propio.
Sin el ideal de un trabajo sólido, continuo, seguro, exacto y per­
manente la arqueología es tan inútil como cualquier otra práctica.
Lo mejor sería la combinación del estudioso y el ingeniero, del
poliglota y el físico matemático, en aquellos casos en que se
pueda lograr.
La lengua que se habla en el país puede ser utilizada fluida­
mente para propósitos simples, como dirigirse a los trabajadores,
hacer intercambios y seguir de cerca lo que se lleva entre ma­
nos. El depender de un cocinero, un capataz o un chico de los
recados es muy inseguro e impide el contacto estrecho con los tra­
bajadores, necesario para hacer mejor uso de ellos... Ninguna
persona viviente reúne todas las cualidades requeridas para com­
pletar un trabajo arqueológico...
En el campo el arqueólogo debe ser siempre su mejor traba­
jador. Si es el más fuerte del lugar, mucho mejor; pero, a todas
luces, debe ser el más habilidoso y cuidadoso en todos los aspec­
tos. Cuando se encuentre algo deben ser sus manos maestras
las que lo separen del suelo, debe manejar el pico y el cuchillo
cada día y su presteza debe mostrarse por lo corto de sus uñas
y lo curtido de su piel.
Comenzar un trabajo serio con botas brillantes o cuellos almi­
donados sería como hacer alpinismo en traje de fiesta o reme­
morar alguno de esos viejos grabados de jugadores de cricket
ataviados con sombreros de copa. El hombre que no puede dis­
frutar de su trabajo sin desligarse de las apariencias, que no se
desnuda y se mete en el agua o se hunde en barro deslizante a
través de pasadizos desconocidos, mejor es que no profese la
excavación... Suponer que el trabajo puede ser controlado desde
un hotel distante, donde vive el jefe en una situación y un lujo
fuera de lugar y en contraste con sus hombres, es una tontería;
es como jugar a granjero o a picapedrero: puede ser divertido,
pero no es útil, y lo que no sea útil en arqueología constituye
una pérdida del escaso material que debe dejarse para aquellos
que sepan buscarlo...
La polémica entre paga diaria o paga por pieza está todavía
abierta. Cuando se trabaja durante el día es necesario dar las
órdenes de comienzo y final del trabajo, e insistir en una forma
regular y continua de excavar. Es imposible saber, estando ale­
jado, si la labor se desarrolla con efectividad. Debe mantenerse
un aire de sorpresa vigilante. Es esencial un discreto acercamien­
7. Excavación 229

to al trabajo sobre una elevación del terreno y, si fuera posible,


el acceso a un cercano punto de observación donde no se pueda
ser visto. Un telescopio es muy útil para apreciar si el trabajo que
se realiza a distancia es regular. En Tanis los hombres pusieron
a las muchachas en un gran pozo para subir cestas de escombros a
la superficie, pero el telescopio mostró qué las cestas estaban
vacías, y el resultado fue el despido inmediato de 14 personas.
Así mismo, un telescopio mostrará si un niño ha sido colocado
de vigía por si vuelve el director. Deben hacerse varias aproxima­
ciones desde puntos diferentes, y el curso del trabajo estará tan
planeado que ningún hombre pueda observar a otro. En este sen­
tido, se puede encontrar en una excavación a un simpático grupo
de músicos y danzarines en cuanto se dejan inactivos los picos
y las cestas, pero el problema se resuelve solicitando a los mu­
chachos que subvencionen el baile de sus propios recursos y
transfiriendo su paga a otros bolsillos. La necesidad de actuar
de esta manera es primordial, y en caso contrario, el trabajo va
por vía muerta. Hacerlo de otra forma es malgastar el tiempo y
el dinero, y perder la oportunidad de hacer dibujos y «puntes
durante las horas de trabajo.
La paga por pieza recuperada salva todos estos escollos, y si
los hombres están bien entrenados, el trabajo resulta sencillo,
se desenvuelve automáticamente y precisa de menor atención^ En
sitios pequeños y separados se puede dejar de visitar a los obreros
durante dos o tres días y recibir únicamente el informe cada
atardecer de los progresos realizados. En un caso se encargó a
unos muchachos el trabajo en un gran sarcófago sin estar some­
tidos a observación durante semanas; al final vinieron desde «ñas
cuantas millas para informar sobre su tarea y afirmar que desea­
ban una mayor atención. La paga se dio por contrato, tantas libros
por-cortar y levantar una tapa de piedra sumergida bajo el agua.

Todo esto nos resulta muy curioso hoy, pero sesenta


años nos separan de 1904, y casi otros sesenta separaban
aquel momento de las excavaciones de Mariette en el
Serapeum. Hinders Petrie fue uno de los fundadores de
la moderna fíxravarionJnero el verdadero iniciador fie las
técnicas actuales en la Europa occidental fue el insigne
soldado Augustas Lane-Fox, quien, cuando heredó una
propiedad en Cranfeorne Chase, tuvo que cambiar su
nombre por el de Pitt Rivers (1827-1900). Esto sucedió
en 1&80, pero anteriormente había hecho ya unas exca­
vaciones como el coronel Lane-Fox; sin embargo, ¿lie
230 Historia de la Arqueología

bajo el nombre de G e n e r a l P i t t R iv e r s como entró en


la historia de la arqueología, a partir de las excavaciones
realizadas entre 1880 y 1900 en Woodcuts, Rotherley,
Woodyates, Wor Barrow, Bokerly Dyke y Wansdyke.
Com o he dicho en otra parte: «Sin limitaciones de finan­
ciación ni de tiempo, Pitt Rivers fue capaz de hacer de
estos trabajos un modelo de excavación científica.» En
cuatro volúmenes editados privadamente entre 1887 y
1898, titulados Excavations in Cranborne Chase, publi­
có su labor con todo detalle y escribió lo que pensaba
sobre los principios y prácticas de la excavación. Los
siguientes pasajes pertenecen a esta obra.
Habiéndome retirado del servido activo a causa de mi débil
salud, y siendo incapaz de ejercidos físicos violentos, decidí de­
dicar fundamentalmente d resto de mi vida al examen de las
antigüedades de mi propiedad. Entre ellas había un número con­
siderable, especialmente cerca de Rushmoree, de poblados romano-
británicos, túmulos y otros restos de la Edad de Piedra y de
Bronce, la mayoría de los cuales estaban intactos y se habían
conservado bien...
Tenía un amplio horizonte delante de mí, y con los gustos
particulares que había cultivado parecía como si una mano invi­
sible me hubiera llevado a ser poseedor de esos terrenos a los
que, poco antes de heredarlos, no tenía motivos para aspirar. Al
momento me ks arreglé para organizar un equipo de ayudantes
que fuera capaz de completar d estudio de las antigüedades de
mi propiedad en un tiempo razonable y de hacerlo con todas ks
seguridades que consideraba necesarias para una investigación ar­
queológica.
Una residenda permanente en la zona que debía ser explorada
era necesaria para un estudio satisfactorio de sus restos antiguos,
y es inútil decir que d ser propietario añade más fuerza a la
posibilidad de llevar a cabo los trabajos, pues aunque en muchas
ocasiones se habían ofreddo los vednos para darme d permiso
de excavar en sus tierras, no se debe abusar de la amabilidad de
ua amigo estableciendo un campamento en sus propiedades du­
rante más de un año, tiempo que no es demasiado largo para
«xcavar tin poblado británico.
vivía en Kensington examiné con atención los arene-
i Acton y Ealing y, mediante una observación c
<feltp excavaciones que se hadan para ks construcciones
resiéénda, me fue posible hacer d primer
7. Excavación 231

descubrimiento registrado hasta la fecha de implementos paleolí­


ticos asociados con testos de animales extinguidos en el valle del
Támesis, cerca de Londres. En Sussex hice también algunas exca­
vaciones más o menos glandes, en los campamentos de Mount
Cabum, Cissbury y otros lugares, fechados en el último período
céltico, cuyo valor pudo ser mayor si una residencia permanente
en las cercanías me hubiera permitido dedicarles más tiempo.
En Tebas, Egipto, descubrí útiles paleolíticos en las graveras del
valle del Nilo, situadas a los lados de las tumbas egipcias, lo cual
es un descubrimiento interesante por haberlos encontrado por
vez primera in situ. Pero la antropología no tiene períodos favo-
titos; todas las edades han aportado materiales de igual valor
para la historia de la raza humana, y la región de Rushmoree
atrajo especialmente mi atención hacia los bretones romanizados,
como una raza para cuyo estudio el distrito parece capaz de
aportar las mayores facilidades...
Quizá piense alguien que las anotaciones de la excavación de
este poblado [Woodcuts Common] y de los hallazgos realizados
son de una complejidad innecesaria, y estoy seguro de que lo he
hedió con mayor detalle que d acostumbrado, pues mi experien­
cia como excavador me permite pensar que las investigaciones
de esta naturaleza no son lo sufidentemente minudosas y que se
pierden muchas valiosas evidendas por omitir d registrarlas cui­
dadosamente. Lo cual se demuestra, en d caso presente, por d
hecho de que este poblado ha sido examinado, y se ha publicado
d informe correspondiente en d volumen XXIV dd Journal of
the Arcbaeologfcd Institute, y no se encontró ni un solo esque­
leto ni un pozo, mientras que yo he descubierto 95 pozos y
15 esqudetos.
Los excavadores tienen por norma anotar solamente aquellas
cosas que Jes parecen importantes en d momento; pero en arqueo­
logía y antropología surgen constantemente nuevos problemas,
y difícilmente puede escapar a la atención de ios antropólogos,
espedalmente a aquellos que, como yo mismo, han tenido rela-
dón con la morfología dd arte, d que, al volver sobre viejas in­
vestigaciones « i busca de datos, los puntos que pueden ser más
valiosos se han pasado por alto por haberse desestimado en su
tiempo. Todos los detalles, en consecuenda, deben registrarse
de la manera más idónea para facilitar la referenda, y en toda
ocasión d principal objetivo del excavador debe ser reducir al
mínimo sus apredadones personales.
He procurado anotar los resultados de estas excavadones en
forma tal que d conjunto de los datos pueda ser aprovechado por
aquellos a quienes condeme proseguir la tarea, mientras que los
232 Historia de la Arqueología

que sólo buscan un examen de 1 « Mininas encontrarán cada ob­


jeto cuidadosamente descrito en las páginas anejas... He colocado
todas las reliquias descubiertas en los antiguos poblados y túmu­
los en un museo cercano a la aldea de Famham, Dorset, donde
cada objeto está cuidadosamente etiquetado y descrito. Se han
hecho maquetas aproximadas de los poblados, y otras en mayor
escala de los hallazgos particulares. En el caso de Rotherley tengo
una maqueta del terreno antes y después de la excavación, me­
diante la cual se pueden explicar los resultados de la exploración
en una forma que requiere el menor esfuerzo y atención posibles.
El museo incluye también otros objetos de labranza y artesanía
campesina, calculados para atraer el interés de una población
rural alejada diez millas de cualquier dudad o estación de fe­
rrocarril, y estoy satisfecho al afirmar que el interés de los
trabajadores de la vecindad supera los pronósticos más optimis­
tas. Los domingos por la tarde el libro de Visitantes registra
aproximadamente la entrada de más de 100 personas, y en fiestas
especiales frecuentemente acuden al museo entre 200 y 300...
He acondicionado un lugar de descanso y he hecho construir
un templo en el bosque, con una banda privada, donde se con­
gregan con frecuencia más de 1.000 habitantes y vecinos con sus
esposas y familiares a las horas del servicio divino.
Todos los poblados y túmulos, tras ser excavados, han sido
restaurados y cubiertos de césped, dejando las indicaciones sufi-

Esta medalla fue diseñada para mí por el doctor John Evans, teso­
rero de la Royal Society y presidente de la Society of Ántiquaries,
con quien estoy en deuda por su valiosa ayuda y asistencia en mu­
chas ocasiones. Ha sido colocada cerca de la base de un gran número
de excavaciones hedías por mí desde 1880, junto con unas cuantas
monedas y otros objetos, señalando la fecha generalmente coa un
sello.
7. Excavación 233

dente* para señalar las diverw Rarten que sehan descubierto,


y en la base de las prindpales excavaciones he colocado la medalla
dibujada y descrita en el grabado adjunto para mostrar a los
futuros excavadores que yo he estado allí.
Sólo queda decir algo sobre el método de trabajo. Comprendí
claramente que d trabajo era más de lo que podía abarcar sin
ayuda durante el breve espado de tiempo que me quedase de vida.
Deddí, por tanto, organizar un grupo regular de asistentes y
entrenarlos en sus fundones respectivas después de establecer
una adecuada división dd trabajo. Era necesario que todos tuvie­
ran alguna capaddad de dibujar coa el fin de hacer apuntes de
los objetos descubiertos inmediatamente después de encontrados,
en lugar de confiarlos a litógrafos y artistas inexpertos que hu­
bieran tenido escaso interés hada el tema. Con la supervisión
me era posible aprender, pues como soldado tenía gran afidón
al trabajo de campo. La tarea de inspecdonar la excavaáón (aun­
que nunca permití que se llevara a cabo durante mi ausencia,
siempre visitaba los trabajos por lo menos tres veces al día y
me preocupaba de que se me avisara ante cualquier hallazgo de
importancia) era más de lo que podía abarcar yo solo, junto
con la administradón de mi propiedad y otros deberes sociales
que solidtaban ineludiblemente mi atención; peto mi amplia
experiencia me enseñaba que no debe permitirse nunca la ex­
cavación, si no está bajo la vigilanda inmediata de un inspector
responsable en d que se pueda confiar. El trabajo de limpieza
y dibujo de los esqudetos sobre el terreno requería también ser
Jiecho por manos competentes, si bien jamás se extrajo ningún
esqueleto sin mi supervisión personal. El cálculo de los índices,
la dasificación y distribudón de la cerámica en una escala tem­
poral tan dilatada y con todo d cuidado que yo consideraba
necesario, implicaban un volumen de trabajo que do me sentía
capaz de abordar en solitario,..
Me reservé, por tanto, como parte de mi trabajo, la supervisión
completa de todo, la descripción y preparación de las láminas,
la redacdón del informe, la verificación de las cálculos y las
medidas de cada reliquia descubietta ea las excavaciones y de
todos los huesos, y después de algiiaoa cambios y vacilaciones
pude contratar... ayudantes cao salario# satisfactorios... Todos
han estado presentes en las excavaciones de vez en cuando y han
adquirido una gran experiencia arqueológica que espero les pueda
ser útil en su vida posterior.
Mr. Martin, d carpintero de la región, ha demostrado ser muy
hábil al construir lasmaquetas de madera de los poblados y los
pozos a partir de los planos y secdones que le han proporcionado
234 Historia de la Arqueología

mis ayudantes. Algunos de los trabajadores, de los que empleaba


entre ocho y quince constantemente, han adquirido tanta pericia
para detectar los objetos en los diversos poblados y túmulos que
han sido explorados, que han pasado un examen de calificación
con el propósito de ganar la consideración de trabajadores ex­
pertos, sobre los cuales descansa gran parte del éxito de una
investigación de esta clase. (Del volumen I, 1887, de las Exea-
vations.)

(El extracto siguiente pertenece al prefacio del volumen II, 1888,


de Excavations in Cramborne Chase.)

He procurado mantener en el presente volumen la misma aten­


ción a los detalles con que comenzó la investigación. Mucho de
lo que está anotado puede quizá no ser de gruí utilidad en el
futuro, pero incluso en este caso las precisiones superfluas no
se pueden considerar como defectos en sentido estricto, siempre
que faciliten ks referencias y su selección pueda ser hecha cómo­
damente. Muchas de las generalizaciones precoces y atolondradas
de nuestro tiempo proceden del carácter incompleto de la eviden­
cia sobre la que se basan. Es casi imposible preparar un relato
fluido de algún trabajo arqueológico que esté enteramente libre
de subjetivismo; se hacen juicios indebidos sobre hechos que
parecen tener una importancia relevante y que están influidos
por ks temías en boga en ese momento, mientras que otros, que
posteriormente serán considerados de mayor valor, se relegan a
segundo término o no se registran, comprobándose más adelante
el error, que ya no puede ser rectificado. P ao cuando se hace
de k exactitud y la competencia el principal método de estudio,
este mal puede ser evitado en buena medida...
Ninguna excavación se ha llevado a cabo jamás durante mi
ausencia... Todas ks medidas de cráneos y huesos, humanos y
animales, así como de todos los objetos hallados en ks excava­
ciones, han sido tomadas personalmente por mí. Todas las des­
cripciones y el trabajo de redacción han estado bajo mi respon­
sabilidad, lo mismo que la dirección y supervisión del conjunto
de los trabajos, tanto en el campo como en el kboratorio. Nada
se ha encargado a mis ayudantes que no fuese previamente super­
visado por mí... Como norma, visitaba las excavaciones dos
o tres veces al día, permaneciendo sobre el terreno un tiempo
determinado por la importancia del trabajo que se realizaba en
ese momento. En ks excavaciones de Winkelbury, llevadas a
cabo antes de que mis ayudantes estuvieran suficientemente en­
trenados, no abandoné el lugar en ningún momento. Uno o
7. Excavación 255

vatios ayudantes estaban siempre encargados de dirigir a los tra­


bajadores, y los otros se ocupaban de levantar los pláfios o di­
bujar los objetos, restaurar los cráneos y las vasijas y preparar
el catálogo de los restos, mediante el cual se han conservado las
notas hasta la fecha; és importante señalar que, en la medida
de lo posible, tales anotaciones deben hacerse cuando aún están
frescas en la memoria...
El costo de realizar exploraciones con esté sistema es consi­
derable, pero los medios de que dispone el país para este propó­
sito serían abundantes si se les canalizara sólo en esa dirección.
El número de caballeros con posibilidades económicas que no
tienen otra ocupación inteligente que la caza y el tiro es también
considerable; y ahora que un gobierno paternalista ha hecho
donación de este pasatiempo a sus arrendatarios, tratando de
privarlos de la parte que algunos tenían hasta el presente en la
administración de los asuntos públicos, con gran desventaja para
los ciudadanos, puede que no sea uno de los más inútiles resulta­
dos de estos volúmenes el llamar la atención hada este nuevo
campo de actividad, para el que los propietarios territoriales están
en una situación más favorable que los que no lo son. Es nece­
sario insistir de nuevo en la larga serie de testimonios de los
tiempos antiguos que yacen enterrados en el suelo de las inmen­
sas propiedades, que están siendo destruidos constantemente por
los trabajos agrícolas y pata cuya investigadón sólo los antro­
pólogos dentíficos tienen la oportunidad y los medios adecuados. t
Convertir toda esta evidencia en material utilizable para la
generalizadón antropológica es, en cierto modo, el propósito de
esta llamada de atención a los propietarios de la tierra, que
pueden rendir así un gran servido a una importante ta l» de la
rienda, siempre que lo hagan con todos los cuidados necesarios;
ya que extraer y destruir las antigüedades sin anotar con todo
detallé las drcunstancias en que se han obtenido es tan perju­
dicial como lo contrario útil y provechoso...
Una rama de la investigadón prácticamente nueva ha contri­
buido a la realizadón de este volumen a través de la medidón
cuidadosa de todos los huesos de los animales domésticos de los
que se ha encontrado gran número en lo* poblados tomano-
británicos; 15 animales han sido sacrificados con fines compa­
rativos y experimentales después de ser medidos externamente,
y por este medio se ha podido averiguar el tamaño de todos los
animales cuyos restos han apareado en los sitios arqueológicos.

(Estos párrafos finales pertenecen al prefado del volumen III,


1892.)
236 Historia de la Arqueología

Aunque a algunos les parezca tedioso dedicarse a descubrir co­


las extrañas y antiguas que han sido arrojadas sin duda como
inservibles por sus propietarios y referirse a los dibujos, frecuen­
temente repetidos, de la misma clase de objetos comunes, sin
embargo es a través del estudio de estos detalles triviales como
la arqueología determina las fechas de los monumentos, puesto
que la probabilidad de encontrar objetos raros en las excavacio­
nes es muy remota. La calidad de las reliquias, consideradas
como evidencias, puede en este sentido apreciarse en razón inver­
sa a su valor intrínseco. Cuanto más me preocupo por estos temas
más me siento impresionado por este hecho, cuya importancia ha
sido subestimada en exceso por los arqueólogos. El día de ma­
ñana, probablemente, sorprenderá a los futuros investigadores
como un acontecimiento notable el que hayamos podido alcanzar
el grado de conocimiento que ahora tenemos acerca de las anti­
guas obras de arte y que, sin embargo, hayamos prestado tan poca
atención a problemas tales como «cuándo fueron introducidos
en Bretaña los clavos de hierro para el trabajo de la madera»,
«qué dase y calidad de cerámica era de uso común en los dife­
rentes períodos», «cuándo fue introducido el rojo samio», «en
qué momento de la historia del mundo se dejaron de fabricar
y utilizar las lascas de pedernal» y otras cuestiones de esta na­
turaleza. ..
Al igual que las monedas, los fragmentos de cerámica aportan
los datos más valiosos, y en este informe he mencionado repeti­
damente a la alfarería como «el fósil humano» por lo extendido
que se encuentra... Las vasijas de cerámica de los tiempos pre­
históricos y romanos eran susceptibles de romperse, como lo son
hoy algunas de las menos frágiles y más duraderas de las nuestras;
los trozos no se llevaban al basurero, como se hace actualmente,
uno que se esparcían por el suelo y se pisoteaban...
Es fácil excavar el interior de un túmulo, y los restos que se
pueden obtener son indudablemente valiosos; pero el examen de
una dudad o de un campamento es una labor costosa, y las reli­
quias tienen sólo un valor intrínseco al consistir prindpalmente
en objetos corrientes arrojados por los habitantes. Por esta razón
nuestro conocimiento de los pueblos antiguos y prehistóricos se
deriva en especial de bus depósitos funerarios, y todo lo que
sabemos de su forma de vida, exceptuando informadones del tipo
de la que se ha obtenido en los palafitos lacustres, equivale a las
costumbres de estos muertos vivientes. Y sin embargo, la vida
cotidiana de la gente del pueblo es, sin comparadón, de mayor
intsrés que sus hábitos fúnebres...
Espero que estas excavadones y las maquetas que han sido
7. Excavación 237.

depositadas en mi museo de Farnham, Dorset, si no pueden servir


para mejores propósitos, sean por lo menos el medio de mostrar
que el valor de un museo se puede incrementar con tales ma­
quetas y que es posible estimular la búsqueda en los sitios an­
tiguos, en lugar de la simple recolección de reliquias. Quiero que
se entienda, en todo caso, que no condeno la continuación de las
investigaciones en las tumbas y túmulos...

Pese a todas sus afirmaciones y protestas, Flinders


Petrie no fue un observador tan continuamente vigi­
lante como el General Pitt Rivers. Aunque tenía, como
todos tenemos, en gran estima y admiración el trabajo
de inspiración de Flinders Petrie, cuando Mortimer
Wheeler comentó la famosa frase «al excavar en sitios
pequeños y distantes se puede dejar de visitar a los
obreros durante dos o tres días, anotando sencillamente
cada noche hasta dónde ha llegado el trabajo», dijo: «mi
pluma se derrite cuando transcribo estas palabras»2; y
continúa con otros comentarios a unas afirmaciones del
Manuel de recherches prébistoriques, publicado en 1929
por la Sodété Préhistorique Frangaise (el mejor modo
de asegurar la honradez de sus trabajadores es no sepa­
rarse de ellos un solo minuto, impreso en cursiva), y el
fragmento del Manual of Excavation in the Near East
de W . F. Badé, en el que el autor describe cómo el ca­
pataz «recibe instrucciones generales del director para el
trabajo de cada día, escoge a los hombres para las tareas
especiales... supervisa que se cumplan todas las nor­
mas. .. se sitúa usualmeate en un punto elevado desde el
que pueda divisar todos las excavaciones . Desde luego
que sería arriesgado para un director dejar al capataz, o
a cualquier supervisor de esta categoría, durante mucho
tiempo dependiendo de ¡su propia iniciativa, puesto que
su comprensión de los métodos 'f» ;pu^cjai^t«'.ábtéc^
Los métodos y el mensaje de íit t Rivers tardaron
mucho tiempo en sea: aceptados y puestos en práctica.
Tres años después dé la publicación de Methods and
Aims in Archaeology, de Petrie, y siete «Sos después de
la muerte del general, encontramos a un joven, destinado
a ser muy famoso en la arqueología, que sin preparación
238 Historia de la Arqueología

alguna se encarga de una excavación. Este es el relato de


Sir Leonard Wnolley (1880-1960) sobre sus comienzos
en arqueología3.
Nunca he estado más sorprendido que cuando —hace ahora
casi cincuenta años— me dijo el tutor del New College que había
decidido que yo fuera arqueólogo. Es cierto que yo había seguido
un curso de escultura griega para graduarme, pero también habían
asistido a él otros alumnos. Guiado por Homero, había leído el
romántico relato de los descubrimientos de Schliemann, el tesoro
de Príamo en Troya y la tumba de Agamenón en Micenas, y,
como todo el mundo, sabía vagamente que Flinders Petrie estaba,
año tras año, reconstruyendo la historia de Egipto y que Arthur
Evans desenterraba el Palacio de Minos en Creta; pero todo esto
no era otra cosa que conocimientos generales, y la idea de dedicar
toda una vida a este tipo de estudios nunca había pasado por mi
imaginación. Y debo confesar que cuando se me presentó el
proyecto, no como una simple posibilidad con la que se podía
jugar (puesto que uno no acostumbraba a hacerlo con las deci­
siones del tutor), sino como algo previsto y definitivo, no me
sentí completamente feliz con ella. Para mí, y pienso que también
para el tutor, la arqueología significaba pasar la vida dentro de
un museo, y yo prefería el aire libre y estaba más interesado
en mis compañeros que en las cosas muertas y olvidadas. Nunca
hubiera supuesto que después de un corto e inestimable apren­
dizaje en el Ashmoleam Museum, de Oxford, todo mi trabajo
iba a ser de puertas para afuera... habiendo aprendidajm&.el
verdadero fjp.de la arqueología es, a través,

g g g ftM i olvídate-••
Mi primera experiencia de excavación fue en Corbridge, en
Northumberland, y sé muy bien que el trabajo realizado allí
habría escandalizado, con mucha razón, a cualquier arqueólogo
británico de hoy. Fue, sin embargo, un ejemplo típico de lo
que se hada hace cuarenta y cinco años, cuando la arqueología
de campo estaba, hablando en términos comparativos, en su in­
fancia y pocos excavadores en este país creían necesario seguir
él ejemplo dd gran pionero, Pitt Rivers. Se estaba empezando
a escribir The Northumberland County History, y los autores
trataban de conocer mejor d sitio romano de Corbridge; así
que se propusieron realizar unos pequeños sondeos para estable­
cer d carácter de este lugar. Naturalmente, la comisión recurrid
al profesor Haverfield como la más sobresaliente autoridad en la
Bretaña romana, quien, abandonando momentáneamente otras
7. Excavación 239

actividades, accedió a supervisar las excavaciones. Por supuesto,


alguien tenía que encargarse directamente del trabajo, y dado
que yo era ayudante del conservador del Ashmolean Museum,
mis calificaciones fueron, a los ojos de los profesores de Oxford,
ipso jacto satisfactorias. Haverfield acordó con Sir Arthur Evans,
el conservador, que yo iría a Corbridge. De hecho, yo nunca
había visto una excavación ni había tenido oportunidad de es­
tudiar los métodos arqueológicos ni siquiera en los libros (no
existía ninguno en aquel tiempo que tratara del tema), y no tenía
idea de cómo hacer una exploración o levantar un plano del
terreno. Aparte de estar familiarizado con el manejo de las an­
tigüedades en un museo, y esto sólo durante algunos pocos meses,
no tenía ninguna otra preparación. Estaba ansioso por apren­
der, y era para mí una desilusión el que Haverfield apareciera
solamente por las excavaciones un día a la semana y se preocu­
para exclusivamente por saber lo que se había encontrado —creo
que nunca llegó a criticar o a corregir algún aspecto del trabajo.
Afortunadamente, se había acordado que los planos fueran le­
vantados por W. H. Knowles, un arquitecto con amplia expe­
riencia en arqueología, quien no sólo me relevó de una respon­
sabilidad imposible, sino que me dio lecciones prácticas de
topografía y exploración, las únicas lecciones al respecto que he
recibido nunca y por las que le estoy inmensamente agradecido.
Mis otros ayudantes eran aficionados lo mismo que yo. En
realidad, la primera campaña fue experimental; duró unas cinco
semanas y no llegamos a emplear más que nueve trabajadores;
pero los resultados fueron tan satisfactorios que se formó una
comisión con vistas a llevar a cabo ulteriores excavaciones para
d total descubrimiento del lugar. En 1907, por consiguiente, me
encontré a cargo de una excavación realmente importante, cuando
todavía estaba poco preparado para ello, y de nuevo mis ayu­
dantes, salvo Knowles, eran tan inexpertos como yo. Pero el
trabajo se desarrollaba con bastante éxito —tenía la suerte de
un principiante—, de manera que todo el mundo estaba con­
tento y nosotros permanecíamos alegremente Inconscientes del
bajo rendimiento de nuestra labor, aunque nadie llegó a su­
gerimos que hubiera podido set mejor. También es evidente que,
con el tiempo, según nosotros y nuestros .trabajadores íbamos
aprendiendo, todo hubiera sido mucho más perfecto.
El descubrimiento más espectacular fue el del león de Cor­
bridge. Habíamos encontrado una cisterna de piedra junto a una
gran construcción romana, y en él cuno de la mañana quedó limpia
de la mitad de la tierra que la llenaba. Era sábado, y después
de la comida fui al banco a sacar el dinero de los jornales de
240 Historia de lá Arqueología

los trabajadores; tuve que esperar un rato, y cuando regresé,


había pasado el tiempo de descanso, reanudándose el trabajo. Al
aproximarme pude ver a todos los hombres reunidos a un lado
de la cisterna, y me preguntaba qué habría sucedido, hasta que,
ya cerca del lugar, contemplé cómo sobresalía por encima de dos
grupos de hombres un león de piedra que mostraba claramente
los dientes. Lo habían sacado fuera de la cisterna (lo cual, por
supuesto, era un error) y prepararon deliberadamente una sor­
presa para mí —y, desde luego, fue una buena sorpresa—; pero
lo que me extrañó en ese momento fue que los obreros estaban
aún más nerviosos que yo mismo. El que hizo el hallazgo, que
no era tynesino, sino un «extranjero», un anglo del Este, y que,
al contrario que sus compañeros mineros, era un muchacho gran­
de con la cara redonda y bella y una noble y prominente barriga,
se agitaba balbuciendo palabras incoherentes. Cuando se recuperó
lo suficiente para hablar, en respuesta a mi pregunta «¿encon­
traste tú esto?», solamente pudo tartamudear «sí, señor, y nunca
me creerá, pero es la pura verdad divina, cuando vi por primera
vez al león tenía en su boca una naranja fresca».

Tales fueron las primeras experiencias de quien esta­


ba destinado a ser un gran excavador, cuyo breve relato
de uno de sus más importantes y minuciosos descubri­
mientos hemos incluido en el capítulo VI. Leonard
Woolley, por supuesto, no estaba en lo cierto al afirmar
que no existían libros de técnicas arqueológicas cuando
fue enviado a Corbridge. Los Methods and Aims de Pe-
trie habían aparecido varios años antes, pero quizá si
entonces hubiera leído este libro habría llegado a Cor­
bridge con un telescopio y conducido la excavación con
«aire de vigilante sorpresa». ¿Quién sabe?; todo lo que
se puede decir es que aprendió con rapidez, y también
que supo apreciar los principios y métodos del General
Pitt Rivers.
O dio años después, Woolley se encontraba al frente
de una excavación importante. J. P. D r o o p escribió un
libro titulado Archaeólogicd Excavation (1915) en las
Cambridge Archaeological and Ethnological Series. Los
siguientes fragmentos pertenecen a esta obra, que ya tie-
ne medio siglo.
7. Excavación 241

Quizás ha pasado él tiempo en que era necesario, si alguna vez


lo fue, realizar una deíensa de la prícticaplacentera de k ex*
cavadón.es dedr, no coíno un recreo de un rico holgazán, sino
como el trabajo serio de un hambre inteligente. En todas ks
épocas, el que hace historia y el que k transcribe han recibido
los debidos honores; Actualmente hay un lugar, no con k mis­
ma fama, pero sí con k misma jerarquía, para el reverente
descubridor de los huesos polvorientos dé ésa historia, y en la
lista de honor de Clíó se puedeencorttrár ahora un lugar pró­
ximo a Homero y Agamenón para Schliemann...
En Greck al menos, y enEgipto, «ara Inevitable, pero no por
eso menos deplorable, que grandes hombres del pasado desper­
diciaran el caudal de experiencia que nosotros poseemos en k
actualidad. La excavación, lo mismo que k cirugía, es un arte;
peroal contrario que ésta, el excavador no tiene limitado d
campo de nuevas experiencias que deben incrementa: tu pro­
gresivo conocimiento. El número de lugares que han sido expo­
liados no aportarán tuda i esé conodmient»; son lugares cuya
sola mención produce remordimientos mentales, si recordamos
cómo han sido vergonzosamente violados, y sus secretos, en lugar
dé ser recogidos, esparcidos y olvidados. Es penoso que en lat
épocas pasadas k excavación no fuera considerada como un
arte, que el excavador tomase k pak y abriera la tierra «d ó­
mente eb busca de objetos; pero ¿qué podía habér más séncftlo
y más satisfactorio?
Creo que ser capaz de excavar bien una zona estratificada es
haber alcanzado el más alto y remunerativo beneficio en este tipo
de trabajo... Si el tiempo y el dinero no contaran, es indudable
que en los yacimientos productivo* k mejor herramieaíu sería un
tipo de cuchillo de cortir el pan, pero sin punta. £1 tiso dé este
instrumento evita en lo potete k s róturtft y dÉÚofetf, porque
es ligero y porque su punta poeo afiÜdá bB^t& Ues en la ten­
tación de remover ios
El uso de yn Aitoin O* k> vecés, bastante Con­
veniente. En k práctica suceijé, 4in cttbttfjgo, ijijfe la referencia
se hace exclusivamente al f 60016 tíkját penan* lleva sus
propias anotaciones, lo <;pe kiAíá Éér.ÜW .I m «cBéffla y útil
se convierte en una p eü ^ ««fe| f*l |i%6cbe que descri­
bir todos los acontedmienttfs! xk U'jtiinfrtü. El procedimiento
más'conveniente es es< á^ « b ^ ^ i ljiB"lki''vfa a la semana, o
cada varias noches, que se encuentran
reflejados en otra mrte.'éfttí UotriMtaddh general de la exca-
wacüt»;.^ « i ®
bajo I w n -1 «niwffWny Un ct&Mfo métículoso, dirigido por él
Olyn Daniel, 16
242 Historia de k Arqueología

sentido común y extraído dé experiencias pasada», es la esencia


de una buena excavación; en consecuencia, el hombre ideal pata
encargarse de un trabajo arqueológico debe ser una persona muy
flexible... Debe tener tacto y cierto atractivo social pata tratar
con su equ|po» ya que una excavación descontenta es una exca­
vación ineficaz, y debe tener capacidad para solventar cualquier
dificultad que pueda surgir. Debe reunir un temperamento afable
y la suficiente firmeza...
Quizá pueda aventurar unas palabras sobre la cuestión más
discutida en algunos medios: si en el trabajo de una excavación
es positiva la colaboración entre hombres y mujeres. No tepgo
intención de discutir si 1as mujeres poseen o no mejores cua­
lidades para, dicho trabajo. Las opiniones valían, me parece, sobre
este punto, aunque nunca he visto una mujer excavadora bien
preparada; así que si expresara mi punto de vista seria negativo.
Una excavación mixta es una experiencia que no desearía volver
a tener; puedo garantizar que las mujeres se adaptan admirable­
mente al trabajo, pero considero que deberían emprenderlo pe*
su cuenta.
Probablemente mis razones sean rebuscadas y muy personales.
En primo: lugar están las reglas sociales. Nunca he tenido un
respeto reverente pe» estas abstracciones, pero oreo que no se
suele .tener en cuenta que las reglas sociales que hay quecon-
siderar no son únicamente las de Inglaterra o América, sino
las de todos los países que se proponga excavar. El punto de
vista que nos interesa es el de los habitantes de esas tierras:
griegos, tjarcos o egipcios. Ya dije que niis razones principales
eran personales, pero me faltaba añadir que no tienen nada que
ver con las señoras con las que he tenido ocasión de excavar,
y si estíos líneas Uegap a sus manos espero que me crean al decir
que antes y después de la excavación las eocontré encantodoras;
pero en su transcurso, quizá porque ellas, o nosotros, estábanlos
en situación equivoca, no podía apreciarse su «acanto Mi obje­
ción estriba en que e} trabajo de una excavación se Heva a cabo
por personas que comparten el vínculo de la más estrecha re­
lación cotidiana que pueda concebirse (excepto, quizá, en la
marina, donde el aislamiento y k independencia son imposibles,
salvo para el capitán). Con los hombres adecuados, esta clase
de convivencia es, a mi juicio, una de ks cosas más encantadoras
4 b J ». vida; pero entre hombres y mujeres, salvo en contadas
¡» no creo que esos cercanos e inevitables lazos de com-
sean posibles sin convertirse en fuente de discordia.
(M -p k ta o que, afecte o no a ks mujeres, al menos los
ao pueden librarse de esa situación conflictiva...
7. Excavación 243

Dejando aparte el caso de un matrimonio, y puedo imaginar


a un hombre dirigiendo muy felizmente una excavación con su
mujer, las excavaciones mixtas pierden la atmósfera de Satis­
facción y, por tanto, de eficacia. Una objeción menor, aunque
de peso para mi mentalidad, radica en la forma particular de
restricción determinada por la presencia de mujeres, que hay
que añadir a las restantes dificultades de cualquier excavación: la
corrección forzada al máximo y el autodominio en los momentos
de tensión, que surjen en las campañas mejor planeadas, cuando
se quiere decir justó lo que se: piensa., sin traducción, y no cf
posible hacerlo delante de señoras, sea cual fuere su actitud al
respecto.

Estos últimos párrafos de Droop tienen valor histórico


para el estudio de la arqueología. Nos recuerdan la
prohibición a las damas de dar clases de geología en
.d d s^ ftjtix^ ^ ora u £ J¿a..ap.
peligroso, y contrastan notablemente con lo que J. H. Par*
‘ ker aíjo en su discurso en Oxford en 1870. Droop difí­
cilmente podía^ saber, o escribir, que uno d e jo s rasffis

senda de la„muier en la mayoría de lo&..jtftrímientos

Leyendo, medio
siglo más tarde la desconfianza y los oscuros presagios
de Droop, debemos recordar los nombres de, entre otras,
Gertrude Bell, Winifred Lamb, Gertrude Catón Tbomp-™T
son, Dorothy Garrod, Kathleen Kenyon, Suzanne de I
Saint-Mathurin y Germaine Henri-Martin, ü
Hubo un individuo que no compartió 4*S predicciones
de Droop, llamado Mortimer Wfeeeler,, m jovétt contfam-
poráneo de Leonard Woolley. Cotneiueá a eAcavar antes
de la guerra de 1914-1918, jaá»1realizó sus primeras
excavaciones propias inmediatamente después de acabar
la guerra. En su m tc k ^ g e i^ S ^ Oig¿btg (1955) ha
descrito cómo acudió volüatáfiily1CtoStíentemente a la
obra de Pitt Rivers <^'wkÉ[ & ífujáradón y orienta­
ción detalladas. &gpués de Methods and
Aints, la ohra de 'Wbejiet-, escribió su libro de
instrucción en Jb arqueología de campo, basado en sus
conferencias Rhifid de 1951 y titulado Archaeology from
¿44 Historia de la Arqueología

the Earth (1954). Los extractos siguientes pertenecen a


está obra.

No hay una forma correcta de excavar, pero sí muchas erró­


neas. Entre estas últimas, nuestros sucesores incluirán, sin duda,
algunas de las que hoy consideramos como apropiadas, de acuer­
do con el principio natural según el cual cada generación se per­
mite considerar como inferior lo alcanzado por sus predecesoras.
Esta actitud es, con frecuencia, bastante injusta... Pero hay mu­
cho, demasiado, en las más recientes excavaciones arqueológicas
que no alcanza las pautas más altas de que disponemos, y, por
tanto, merece nuestros reproches. En el mejor de los casos, ex­
cavación es destrucción, y la destrucción que no se mitiga por
todos tes medios con los recursos del conocimiento contemporá­
neo y de la experiencia acumulada nunca será censurad*, con el
suficiente rigor... v -.
La calidad media de la arqueología de campo en Gran Bretaña,
durante el medio siglo último, no ha sido superada —si se
falan aproximado a ese nivel— por él de cualquier otro país. Esta
afirmación la hago sin prejuicios insulares. En Holanda, él doctor
Van Giffett y otros han desarrollado unos métodos' nuevos de
excavación que señalan un nuevo modelo de sutileza, y ciertos
excavadores alemanés, especialmente di doctor Gerhard Bersu, no
necesitan mis recomendaciones. Desde su creación en 1890, la
Comisión del Limes germano, aunque técnicamente inferior con
frecuencia a los niveles alcanzados por el General Pitt Rivers,
ha producido un trabajo admirablemente coordinado, particular­
mente valioso por la atención que ha prestado a los pequeños
hallazgos. Pero en el área tan limitada de las islas Británicas,
rica en restos de diferentes culturas, los arqueólogos de campó,
can «i ejemplo del General tras ellos, han trabajado^en estrecho
contacto, f bajo d fuégo de una critica mutua, constante e in­
cluso fero*. A veces se han realizado irak» trabajos, pero en
raras ocasiones con impunidad...
... muchos de $ty$stros puntos fijos cronológicos en arqueolo­
gía son intermitentes y arriesgados. Más a menudo, el arqueólogo
debe contentarse con establecer la secuencia relativa de sus datos,
para asegurar que su perspectiva, aunque mal enfocada, sea esen­
cialmente correcta. Aquí radica su primera obligación: asegurar,
por encima de toda duda, la sucesión ordenada de los vestigios
que maneja, aunque en algún momento de la investigación pueda
verse obligado a dejar a sus sucesores la tarea de un ajuste e
interpretación más finos. Para llegar al núcleo dé la cuestión
7. Excavación 245

diremos que el primer cometido de un excavador es la estra­


tificación...
Hay el excavador debe saber cómo leer sus cortes en el terre­
no, o debe abstenerse de excavar en absoluto. En la .práctica, la
identificación y correlación de los estratos o capas que repre­
sentan los fases sucesivas en la «historia» arqueológica de un
yacimiento es una de las principales tareas dd excavador y debe
ocupar la mayor parte de su tiempo.,. Se trata de úna labor que
implica un pensamiento ciato y lógico, reforzado pe» la expe­
riencia y por una paciencia infinita... La lectura de un corte es
la transcripción de un lenguaje crue sólo puede ser aprendido con
demostraciones y experiencia. Es oportuno este consejo a fot
estudiantes; aunque se tenga mucha práctica, no debéleerse
demasiado aprisa. Uno mismo debe ser su propio abqgack) dd
diablo antes de emitir ufa juido. Y, siempre que sea poaible» es
conveniente discutir el tfiagnóstico personal con el de otro* cóto-
pafieros, colegas, alumnos, o con el mismo capataz. («El testi­
monio de una persona no es testimonio», dice Hywd Dda, el
sabio legislador galés.) Es preferible ser humilde, y no hay Que
ign orar la n w n iA i del iñ ñ )||o. «LU aidM efá saB e'iim t& cÓM **^!
sabio. Las paredes de las mentes toscas están totalmente garra­
pateadas con hechos, con ideas», decía Emerson, y tenía razón.
Incluso si no se aceptan los puntos de vista de aquellos a quie­
nes se pregunta, el simple hecho de preguntar es un freno a la
vez que un estímulo...
Debeinos hacer referencia a un método de anotación que no
hace mucho se encontraba muy extendido en Oriente, donde nes
posible que todavía sobreviva. Si es así, sería la supervivencia
de Una invención monstruosa y fantástica, surgida en las plani­
cies de aluvión de los grandes valles fluviales de Egipto' y ¡Mb-
sopotamia, como un sustituto de la observación ¡exacta en los
mal controladas «excavaciones en nasa». Su ¿rigentes probable
que se encuentre en la creencia de P etriedequeen un pobladb
egipcio era posible equiparar la acutriuladónde material con una
escala de tiempo específica. La validez de este «principio» ya era
dudosa y de sufidente peÜgrt» etv 5» espedaUsado contexto ori­
ginal; hoy ya no tiene lugítr álpinb fea la técinica general de
la moderna arqueología deüaiiípo.Nb obstante, en la India, hasta
1944, era el único método CBt»dtk>. ’ ' ' ' ' ’>
Brevemente, d método cotwtttf* ’eH «1 registro mecánico dfe
cada objeto y estructura en relación con un punto fijo de nivel.
Así, en las excavaciones ’é tí' lá gtan (Sudad prehistórica de
Mohenjo-daro, en d V&fc é á Indo, en 1927-1931, los registros
té hadan desde punto* de’ a «187,7 pies sobre d nivel
246 Historia de h Arqueología

medio dd mar* en un área, y «180,9 pies sobre d nivel dd


mar» en otra; aceptando la base de que todos los objetas y
estructuras encontrados en el mismo nivel debajo (o encima)
de la línea de referencia se encontraban en d mismo «estrato»,
es decir, jqüe era» contemporáneos! Ya he descrito este sistema
cómo «increíble» y repito de nuevo la calificación. Es tan increí­
ble y, a pesar de dio, tan extendido, que me apresuro a reprodu­
cir las propias explicaciones del excavador:
«Con objeto de que nuestras excavaciones profundas pudieras
realzarse satisfactoriamente, era necesario d empleo de un sis­
tema extensivo de nivdación. En consecueada, se tomaban les
niveles de cada edifido y de cada pared, y se prestaba atendón
le» ú n teles de las puertas y a los pavimento», que
son llM partes más importantes de los edificios, a efectos de es-
tratififcadón. Además, se anotaban d lugar y el nivel de cada
objeto encontrado, aunque de momento no se supiera si era
importante o no, y esto no sólo para cotteíacionar cada objeto
con la constroedón en que se había encontrado, sino también
para facilitar d estudio dd desarrollo del arte y de la técnica.
Puede pensarse que este procedimiento era innecesariamente labo­
rioso en vista de los miles de objetos desenterrados. No es así,
si» embargo. Los instrumentos de nivdadón se colocaban en la
mañana temprano y quedaban en posidón todo d día, por lo
que era tarea sendlla tomar el nivd de cada objeto en cuanto
aparecía.»
Se admitía, a pesar de todo, que este método no estaba total­
mente exento de complejidad, que existían «limitadones para
obtener las deducciones de ios niveles en los que se hallaban los
objetos. Por ejemplo, si una vasija o un sello estaban por debajo
o á alguna distanda sdbre d pavimento o d umbral de una
puerta, era difícil deddir a qué período pertenecían. Nosotros
adoptamos la regla de que todo objeto encontrado en o cerca de
los cimientos de un édifido podía ser asifetiadd al período de esa
construcdón y no a una fase precedente, a menos que verda­
deramente estuviese entre los restoS de un pavimento de fecha
más antigua; ya que es más que probable que cayeran o fueran
olvidados cuando se estaban haciendo los cimientos».
Los cántalos sobre cerámica y otros hallazgos dd informe
subsiguiente dd excavador incluyen página tras página de ela­
boradas, pero inútiles, tablas confecdonadas á partir de este pro­
cedimiento.
En otras palabras, hay que insistir en que la llamada «estra­
tificación» de la dvilización dd valle dd Indo, una de las prin­
cipales dd mundo antiguo, estaba determinada no por observa-
7. Excavación 247

dones lócales, sino por el nivel dd mar, ¡situado casi a 480 ki­
lómetros de distanda! Esta clasificación mecánica puede ser
caracterizada únicamente como una auténtica parodia dd método
dentífico. Apenas tiene mayor rekdón con la arqueología dentí-
fica que la que existe entre astrología y astronomía.
Para apredar el absoluto absurdo de tal sistema sólo necesi­
tamos recordar que quizá con excepdón dd nivd más temprano
de un yacimiento (rara vez «plorado adecuadamente), una du­
dad antigua de Oriente nunca está en un solo nivd. Es rato
que unft dudad se haya destruido por completo y se haya re­
construido en un solo momento y en una misma línea horizontal.
Por regla general, una casa se reconstruye o se reemplaza Cuan­
do se hadem ildo o cuando lo dedde d capricho de su duefio.
El Jalado, como un todo, está constantemente ea un estado de
construcdón y destrucción difereneMes. Los solares de los edi-
fidos individuales se alzan por encima de sus vecinos; la zona
del poblado va levantándose y temando la forma de una colina,
y en sus laderas hay edificios que son contemporáneos de los de
la ama. Una puerta o un fragmento de cerámica pueden encon­
trarse én un punto situado a diez pies pór debajo de otra
puerta o tiesto que tienen precisamente la misma antigüedad.
Estas diferencias, de vital importatida para la interpretadón
científica dd lugar, quedan pasadas por alto y destruidas por d
procedimiento dd punto de nivd. Para mostrar más daramente
la falada de este método pueden ser de utilidad dos diagramas,
que resultan explicativos por sí mismos (véase p. 248).
No obstante el carácter obviamente absurdo dd sistema del
nivel de base que acabamos de describir, es difícil sustituir los
llamados «niveles» —sean nivdes abstractos de edificioc o meras
líneas arbitrarias de profundidad— por la estratificación real. Este
sistema volvió a aparecer, por ejemplo/ tú usía eáicióñ revisada
(1950) de la obrá A Manual of Ait baé<»o'¿kid''Pieíd Methods,
preparada por una de las univetwdades' íwrtétófcéiictaa* más im­
portantes. En ella, tan porfiado ogmcí siempfe, prospera ¿1 viejo
y gastado sistema, con sus «unidades de nivel» que no se rigen
por cambio dd sudo* ,m é ’p«B 1» «kyftjbtléi dé la hoja de la pala
(seis a doce pulgada*)*;, yeftdfKfeMMÓfe. k pakbra estratifica­
ción no es desconodda pata lo» aOMKí». Representa un fenómeno,
admiten, que -«putde^ae vWMKAikatjpareáes de k excavadón»;
pero, se nos asegura, de tipcfcde artefac­
tos y huesos, de WÚuita.«$fgeoe¡c¿ una vez hecho d estudio y
no debe preompaf i r t j e n d . campo» (sic). Ni ¿quiera
«e tom en eo#»i*3* e iá a U «< * de a kvaattodo. los «tratos *u-
248 Historia de la Arqueología

cesivos, de acuerdo con sus propias líneas de aseatanúeo^ . y


de asegurar así d aislamiento preciso de las fases estructurales'y
de los artefactos característicos.

- • ■ * * , . ( • . / e

Los diagrama; rcpíoduddps aquí y que se encuen­


tran en la obra de wheelér A^cbaeolpey. from the Earth
(primera edición, Oxford, 1954; .se^unSá, penguin, 1956)
aparecieron originalmente en un artículo escrito por Sir
Mortimer Wheeler en Anciertf India, :Í947, núm. 3, pá­
gina 146. El profesor Piggott vuelve sobre ,el tema de la
falsa estratificación en un artículo sobre «Archaeological
Draughtmanship: Principie and Praeticéxv én Añtiquity,
1965, del que reproducimos un parágrafo.
Ha existido, quizá, una tendeada entre' los arqueólogos a
pensar que les gustaría ser considerados como «científicos» por el
factor de prestigio sodal y académico que, a (ti modo de ver,
estáasociado coa esta palabra, hoy en d b cari cátente de sentido.
En ol Nueyo Muado se ha dedicado anchi» trabajo a la con»-
7. Excavación 949

tracción de sistemas que, dentro de lo posible, eliminaran «1 papd


de 1« persona aó sólo por razones que se consideran respetables
a causa de su «dentifismo», sino porque resultaban más demo­
cráticos e igualitarios al disminuir las variables del oonocimteatQ
humano; la experiencia, la habilidad y ( ¡desagradables palabras!)
la viveza y el genio. Dichos sistemas han sido descritos cómo
«antropológicamente orientados», y la observadón de las estra-
tificadones arqueológicas como «tan dificultosa que incluso los
«cavadores más experimentados caen en eneres» en su ínter-
pretadón. Pero en tal contexto, «interpretación» es úna palabra
igualmente desagradable: en este ejemplo, los excavadores, en el
año 1951, «deddiexon usar un sistema de niveles artificiales que
sirviera para controlar la secuencia estratigráfica de nuestra mues­
tra cerámica, dliminando así las dificultades que implican ottcfc
sistemas». En otraspalabras, se bacía lo más fácil: la aplicación
de lainteligenda no en ya necesaria.

Piggott cementaba las Excavations in the Quetta


Valley, W est Pakistan (1956, p. 203), y las referencias
de Sir Mortimer Wheeler procedían de la segunda edi­
ción revisada (1950) del libro de Á. H. Detweiler A Ma­
nual of Archaeological Surveying, que fue publicado en
1948. Debe recordarse, como lo hace Wheeler en una
nota a pie de página sobre las «unidades de nivel» de­
terminadas por la longitud de una pala, que niveles me­
cánicos fueron usados por William Pengelly en 1865*
cuando iniciaba la re-excavación dfe la Cávema de Keftt,
Tórquay. «Es triste — comenta Wheeler-f- encontrar el
mismo método anticuado jitilizá^o poir \ina distinguida
universidad en } $ 5 0 .» *. ,! ,, ’ ., .• , .
Y ahora, otros extractos ¿ c /kcka^ciogy from the
Earth, de Wheeler, en los. que discute la excavación ho­
rizontal y vertical. . ; >

De vez en cuando sargela peegunta. ¿Debe darse mayor énfasis


(énalgún programa'fMRieHhr'dé trabajo) a la excavación hori­
zontal o a la verttoal» -fm ;«etcavacióc horizontal» entendemos el
descubrimiento de «oda > O g n %><eta «ie múflase específica en la
ocupación <le tm -ten a».¿É W fe g ftm fe i arevelar plenamente
v'efpaoBfm ltaio. Por «excavación vertical» en-
teodemo. la e s c a v ^ ^ m área
coa vistas a invetera» la suocgióo cubaras o fase», y lograr;
25® Historia de la Arqueología

de esta manera, una escala temootal o cultural pta-a v«rimj<»nto


Los dos proceainuentos son, d a d T h q ñ oS p ém en ta rio» y no
antagónicos, y se espeta del excavador que intente practicar ambos
métodos, si es que puede hacerlo. Pero en la mayoría de los casos
hay que fijar una prioridad, teniendo en cuenta el estado del co­
nocimiento disponible sobre el tema y los recursos con que se
cuenta...'
La excavación vertical, por sí sola, aunque nos dé la clave de
la «tensión temporal' de una ocupación, de su continuidad o
intermitencia y de algunas partes de su componente cultural, n6 ~
podemos*Sperar que nos fadlite, a no ser de manera fragmen­
taria, el medio ambiente significativo —económico, religioso,
adwni*trat»G— de una sodedad humana. En<otras palabras, nos
deja en tinieblas sobre los factores reales que uneQ una cultura
odvilizadón del pasado can ia historia del progreso humanó,
por ló que se hace más imperiosa la recuperación de éstos. Es
como un horario de trenes, pero sin tren alguno. Por otra parte,
la excavación horizontal extensiva, que suponía, efectivamente, la
práctica normal antes de que la estratificación fuera comprendida
adecuadamente, producía por lo general una abstraedón —con
frecuencia fhuy confusa y engañosa— sin reladón precisa con
la secuendk del desarrollo humano. Eran los trehes, pero sin el
horario oportuno. Los trenes a veces corrieron con gran fuerza,
pero ño supimos cuándo corrían, de dónde salían, cuáles eran
sus paradas intermedias o cuál era su punto de destino.
En dertos momentos de la investigadón, ambos métodos in­
completos pueden tener un valor sustantivo: ambos son, en rea­
lidad, estadios en el ¡progreso «Je la investigadón. Yo no soy
de los que desdeñan, por «jemplc», la excavadón horizontal (en
la década ele 189Ó) del poblado romano de Silchester. Es verdad
que fue explorada como si hubieran estado, excavando patatas,
sin la menor «omfera de la delicadeza científica de las excava­
ciones conteifaporáneas en Cranbome Chase; y el plano resul­
tante es la síntesis indiscriminada del cambiante desarrollo ur­
bano a través de más de’ tres siglos. Pero nos ofrece de
inmediato, «mi tosca exactitud, la impresión general de una po-
bladón romanobritáflka que cincuenta años de excavaciones
subsecuentes, a vetes de ejecudón más cuidada, no han podido
lograr. ünas e*t*vadí>nes vertical y horizontal snás exacta», en
é*t* y ett otras aonas similares, han comenzad© además a reve­
lamos la evoludón sociológica esendal para nuestrapefspectiva
histórica; pero ¿quién de entre los excavadores posteriores más
inteligentes no se ha referido constantemente y con preved» a
la tosca panorámica primitiva de Silchester?
7. Excavación 251

Y lo mismo sucede con otros lugares. El poblado lacustre de


Glastonbury, excavado sin discernimiento, coa resultados que •
veces son desconcertantes hasta la irritación, nos ha dado, no
obstante, el plano completo de un pequeño asentamiento de la
Edad de Hierro Temprana, permitiéndonos determinar, de este
modo, en términos amplios, el significado social y económico del
lugar, como ningún muestreo exacto y parcial hubiera hecho po­
sible. Por ello, incluso en los momentos en que nos falta la evi­
dencia detallada, podemos estarles agradecidos. Y volvamos por
ün momento, de nuevo, al campo. Una de las más espectaculares
y reveladoras entre todas las ciudades excavadas es la prehistórica
Mohenjo^iaro, a orillas del Indo, en Pakistán,
lo* métodos adaptados por una serie de explotadores en « é
lugar se convirtieron feasi en un escándalo internacional, y *ü él
profesor Piggott ni yo hemos ahorradó las críticas. Besé la pitó*
cipal maravilla de la gran ciudad dd Indo úb es que tt A s í »
liara (o no) en ésta o aquella forma entre, digamos, el afib 2350
y d 1500 antes de Jesucristo, sino que existiera én la feítni «íte
notablé que la excavación extensiva aunqué desproporcionada­
mente somera, nos ha revelado. Los muros de sus casas, se
elevan, unos encima de otros, sobre nuestras cabezas, sus latgas
calles rectas, sus avenidas, su complicado sistema de drenaje,
su ciudadela: éstas y otras cosas recrean en conjunto una fase
completa de la sociedad humana, a pesar de que no nos fue po­
sible analizarla en detalle. Dicho análisis —mediante una cuida­
dosa excavación vertical— debéría, por supuesto, haber acompa­
ñado a toda esta sintetizadora excavación horizontal; pero no
hay dudas de que Mohenjo-daro ha alcanzado su puesto como
representante de una de las grandes civilizaciones del mundo
antiguo en virtud, en derto modo, de los crímenes de sus ex­
ploradores...
¡No debemos deducir que la excavación horizontal es necesa­
riamente somera y acientífica! En su forma ideal, la excavaáón
del solar de un poblado debe inidarse coa el método vertical,
en la forma necesaria para establecer la secuencia temporal o
cultural, continuando con una cuidadosa excavadón horizontal de
fases sucesivas, una por una... La excavación horizontal minu­
ciosa es la única que puede dataos, a la larga, la informadón
completa que buscamos. La excavadón vertical debe, por sí mis­
ma, ser de gran utilidad en el Establecimiento de la distribudón
geográfica de una cultura, y sus reladones temporales con otras
culturas, de un lugar a otro; pero induso estos datos redben su
significado último dd conocimiento del medio social de las cul­
turas implicadas.
272 Historia de la Arqueología

Estosfragmentos de Archaeology from the Eartb, de


Wheeler, pueden tomarse no sólé como una exposición
de fe y' doctrina, sino coñio.el compendió de ana vida
4e píáctica arqueológica. Quizá d mejor inodo de acá?
bar este capítulo sea con algunas frases del prefacio de
Wheeler a su libro.

No puede afirmarse, con demasiada frecuencia, que un mal


apteadiaaje sobre elterrenorepresent», por lo general, el fracaso y
k destrucción final de ks evidencias, a pesar de que k enseñanza
defectuosa prevalece todavk sobre elterreno... Si existe un tema
camón alaspáginas que siguen es éste: k insistenck en que
no está desenterrando objetos, «ino gente. A menos
qae lo» fragmentos y las fáezas con las que trabaja estén vivas
p*ra é l a «ene* que tenga él mismo un íntimo contacto con
ellas, fs preferibk que busque otras disciplinas para trabajar...
Debe quedar claro que éste es un libro ele -c a p o n o apto para
escribientes. Ni por un instante se pretende, desde luego, que
k pak sea más poderosa que la pluma; ambos son instrumentos
gemelos, pero k mente que cóntrok una excavación debe tener
muy desarrollada esa robusta cualidad tridimensional que es me­
nos esencial, de forma inmedkta, para otras investigaciones. En
un sentido simplemente directo, k arqueología es una ciencia
que debe ser vivida y que debe ser «condimentada con huma­
nidad*. La arqueología muerta es el polvo más seco que se
puede «oplar.
8. La ciencia madura

El sistema de las Tres Edades de los arqueólogos es­


candinavos constituyó, con algunas modificaciones, la
basé para el estudio de la prehistoria ea el siglo xtx, y
al menos también para el primer cuarto del siglo xx.
Joseph Déchelette, en su Manuel d’archéologie préhis-
torique { 1908), lo describió como «dabase de 1a prehis­
toria», y R. A. S. Macalister, en só Te^tbook o f Europea#
Archaeology (1921), lo Sgtió «tía piedra apguter de la
moderna arqueología». El Sfertema de las Tres Edades
se convirtió en el sistema dékíáCuatro Edades cuando
Lubbock, en 1867, ptotoáso la división de la Edad de
Piedra en una Edad de hiedra Antigua, o Paleolítico, y
una Edad de Piedra Nueva, o Neolítico. El año siguien­
te, en una conferencia a la Anthropological Society,
H odder M. We&tr&p*» pt^puso distóiguk los artefac­
tos de piedra prel««tótíco*CQn los siguientes términos:
Paleolítico, Mesotítico yKainolítico, representando esta
última palabra la Edad de Piedra más reciente. En 1872;
Westropp publicó süs Prehistoric Phases, or Introduc­
to r} Essays on Prehistoric Archaeology, y al comienzo
253
254 Historia de la Arqueología

del texto imprimió la tabla que reproducimos en la pá­


gina 256. Por ahora no se ha aceptado el Kainolítico,
pero el Mesolítico se afirmó durante los cincuenta años
siguientes, convirtiéndose en una parte bien asentada de
la nomenclatura arqueológica.
El sistema de las Cinco Edades tomó la estructura de
la arqueología prehistórica a principios del siglo xx, y a
muchos les parece qué el desarrollo metodológico de la
disciplina consistió en la división de las cinco edades en
otros compartimentos más pequeños. De esta forma, la
Edad de Hierro fue dividida adecuadamente en la Edad
de Hierro Antigua (o Edad de Hierro pre-romana) y en
Edad de Hierro Histórica; el Paleolítico se dividió en
varios períodos, lo mismo que el Neolítico y la Edad de
Bronce. En Francia, G abriel de M ortillet fue el
gran defensor de estas subdivisiones, y aquí hemos in­
cluido el Tableau de la Classification que aparece en los
comienzos del Musée préhistorique, escrito por él y por
Adrien de Mortillet y publicado en 1881. A efectos com-
parativos, incluimos también la tabla de G eorge G rANT
M cCurdy en Human Origins, publicado en 1925. De
Mortillet y McCurdy veían la prehistoria cop o una forma
de ejercido clasificatorio; los arqueólogos se enfrentaron
con un enorme armario de cajones y su labor consistía
en colocar los artefactos en el cajón correspondiente.
Pero, gradualmente, empezaron a darse cuenta de que
los cajones verticales no eran la respuesta a la metodo­
logía arqueológica. Los investigadores que trabajaban en
diferentes partes del mundo precisaron de diferentes su­
cesiones de cajones, y, lo que todavía resultaba más sor­
prendente, se descubrió que algunas de las épocas en
que se había dividido la prehistoria eran contemporá­
neas unas de otras: de hecho, no existían épocas, sino
diferentes configuraciones de cultura material. Los an­
tropólogos y los geógrafos humanos ¡estuvieron discutien­
do durante algún tiempo el concepto de «cultura» y de
«Una cultura». Pronto se vio que el arqueólogo no co­
leccionaba subdivisiones de un sistema de Cinco Eda­
des, sino culturas que podían ser agrupadas, por conve­
8. La ciencia madura 255

niencias tecnológicas, en cinco grandes divisiones. He


aquí una definición antigua e interesante del concepto
de cultura aparecida en el libro de James M ackinnon
Culture in Early Scotland, publicado en 1892.

Utilizo la palabra cultura en sentido general. Comprende la


condición mental del hombre y sus formas de expresión; es decir,
brevemente, lo que tiene interés e importancia en la condición
de un pueblo. Hace referencia a su estado intelectual y moral, su
sentido del arte o sus habilidades manuales, sus costumbres e ins­
tituciones sociales, etc., en la medida en que puedan ser inferidas
o se encuentran en la documentación escrita. El término se apli­
ca corrientemente para denotar adquisición o refinamiento inte­
lectual, y en este sentido puede parecer totalmente fuera de lugar
si se le pone en relación con palabras como bárbaro o salvaje.
Puede parecer, a primera vista, que se está degradando el oro
con un baño de latón. Pero la cultura no es, necesariamente,
equivalente del alto refinamiento o de los logros intelectuales»
aunque ha tenido con frecuencia este significado especial en la
fraseología literaria. La historia de la raza, como la del individuo,
es la historia dd desarrollo, y cada estadio de civilización indica
un grado de cultura, por bajo que éste sea. Por tanto, existen
cosas tales como la cultura primitiva, y la manera en que el 'hom­
bre primitivo piensa y actúa es verdaderamente una fase de aquel
desarrollo, a través del cual el individuo altamente reinado ha
alcanzado la madurez. La cultura actual descansa, indudablemente,
en la de las épocas primitivas, y no ea difícil encontrar ep. las
costumbres las tradiciones que han sobrevivido desde ¿i pasado
remoto, las huellas de su presencia y de su influencia... Podemos
sentir una gran distancia entre';nos¡ptros mismos y nuestro! pri­
mitivos antecesores, que vivían, e a .cuevas y cazaban con plantas
de flecha de pedernal, y en mpchos aspectos, no podemos dedr
que estemos relacionados por ¿ingún paralelismo específico. Las
influencias que conforman nuejitro pensamiento son muy diferen­
tes, por ejemplo: todavía existe' una conexión racial, el espíritu
humano está presente en aquellas obras en que se refleja un alma
real, aunque ruda. No habría genios, de acuerdo con nuestro sen­
tido del término, pero sí ciertamente uso de la razón, y seríamos
miopes y arrogantes en extremo si no pudiéramos distinguir las
huellas de nuestra semejanza en esos reflejos.

Al extenderse la idea de cultura en el uso arqueoló­


gico, el sistema de las Cinco Edades pasó a ser consíde-
8. La ciencia madura 259

rado menos relevante. En 1924, el profesor H. J. Fleure


escribió: «Aunque estamos en deuda permanente con
los primeros arqueólogos que elaboraron un esquema
cronológico de las Edades de la Piedra Antigua, de la
Piedra Nueva, del Bronce y del Hierro Antiguo, hemos
superado esta clasificación, como algunos de los pione­
ros afumaron que sucedería» El problema real era que
las divisiones de este valioso sistema estaban construidas
para ser utilizadas en todo tipo de necesidades de clasi­
ficación en arqueología. En 1943 dije en mi obra The
Three Ages:
El sencillo sistema de las tres edades se ha convertido en una
complicada sucesión de Eolítico, Paleolítico, Mesolítico, Neolí­
tico, Calcolítico, Edad de Bronce, Edad de Hierro Antigua, Edad
de Hierro Histórica, acabando, se supone, Con una edad de acero;
y nuestros libros de texto de arqueología prehistórica están lle­
nos de inaccesibles tablas basadas en las subdivisiones de esta
sucesión. La existencia de tales tablas prueba, más allá de toda
sospecha, que el concepto de las tres edades es indudablemente
«la piedra angular de la moderna arqueología», como dijo Maca-
lister; peto a veces, mirando los cuadros o escuchando a los ar­
queólogos hablar con facilidad del Mesolítico II, el Neolítico IV,
la Edad de Bronce Antiguo B o La Téne IA, es un poco difícil
reconocer la sencilla división en estadios industriales que pro­
pusieron Thomsen y Worsaae. La complejidad y formaUsmo de
algunas de estas tablas le hacen a uno olvidar la sencillez de la
idea de las tres edades que subyace en ellas. Pero ao e* seda-
mente 1a simplicidad del concepto de <las tres edades lo qtw se
ha perdido en la elaboración de las modernas tablas; cu «a ctos
casos es el concepto misma el que se ha desvaoscátot La sencilla
división ha sido tan sistematizada y elabor«d*) tan cotnglicsda
con subdivisiones y cargada con tanto» nombres, que los árboles
no no6 dejan ver él bosque. En inevitíhle que cual«iier concepto
óeatífkn sca clabcitado.^ desati»lla<k; , peí® en el o»so s|e lqs
tft» edades «te^TbosasMi el entinto no ha sido únicamente de
cljtbowriifti: se b* dafc,,# Jl«a. tfqi,.ffdadea :diferentes connotacio-
nw* ■*r*a#u»4, «WJold®k«, ncU l, dfflMjqnista, funcional, econó-
«ticar- f r US jtp aeacillo» estadios tecnológicos e
que ¡íutfoa ^ootyocbidc* originalmente.

Lo que W :<P*« tener en cuenta, en primer lugar, es


que el sistema <je. Tkofiaaen-Worsaae no era una verdad
260 Historia de la Arqueología

absoluta, sino un modelo del pasado, una hipótesis dé


trabajo. Era un modelo tecnológico que sirvió brillante­
mente como hipótesis de trabajo en el siglo xix. Pudo,
y todavía puede, ser utilizado como un modelo general,
y términos como Paleolítico Superior y Edad de Bronce
Medio serán usados aún durante mucho tiempo. Pero lo
que no se advirtió claramente en un principio fue que
los nombres y las subdivisiones de este sistema estaban
siendo usados no sólo como modelo tecnológico, sino
como nominaciones para artefactos y culturas, e incluso
con fines cronológicos. Permítasenos discutir ahora el
primero de estos puntos y ver lo que el profesor Stuart
Piggott ha dicho sobre el uso de modelas en arqueología.
Los fragmentos que siguen pertenecen a su Approaeh to
Archaeology, cuya primera edición es de 1959.

Dado que el pasado sólo nos llega a través de informaciones de


segunda mano, de fuentes históricas o arqueológicas, su estudio
implica, naturalmente, la construcción de algún tipo de imagen
de lo que el historiador cree percibir. Nunca podrá estar plena­
mente seguro, porque en ningún caso podrá retroceder en el
tiempo para realizar sus investigaciones en el momento preciso;
así que trata de retiñir, a partir de todas las fuentes a su dispó-
steión, un cuadro que esté en consonancia con su teoría y que
dé cuenta de todos los fenómenos observados del modo más
convincente posible. Realmente, es el mismo tipo de enfoque
«pilcado por los científicos -que investigan fenómenos de la na-
turalm. Elarqueólogorealiza un atimero de observaciones es­
trictamente controladas, o utiliza las que haa hecho otros dea-
tíficos, y trata de establecer y ponerde manifiesto las relariones
subyacentes entre ellas, intentando entonces aplicar alguna hipó­
tesis o teoría que expliquen de la manera más satisfactoria los
fenómenos observados. En lenguaje científico, él construirá un
modelo, una creadón mental que exprest las rékdones y la or-
denadón —quizá según una fórmula matemática— que mejor
se adaptan a las observadones que ha hecho. El modelo sérá
«verdad» en cuanto explique satisfactoriamente tes fenómenos,
peto se pueden emplear varios modelos a la vea, todos «verda­
deros», y la elaboradón de un nuevo modelo no quiere dedr que
los otros deban ser despreciados, aunque alguno puede ser aban­
donado o modificado profundamente a la luz de 1* nueva teoría.
Siempre, desde que el hambre comenaó a pensar en su pasado
8. La ciencia maduta 261

y trató de reconstruirla historia, ha estado confeccionando mo­


delos (en el sentido que acabamos de discutir) del posadode la
humanidad, del mismo modo que los geólogos y físico» elaboran
modelos similares del pasado de la tierra y el universo antes dd
advenimiento dd hombre, o antes induso de que existiera cual­
quier tipo de vida sobre este planeta...
...veamos los modelos de la prehistoria que fueron construi­
dos en Gran Bretaña en los últimos trescientos años aproxima­
damente. Debemos recordar, en primer lugar, que la idea de la
existenda de un pasado remoto de la humanidad, sin ningún do­
cumento escrito, no era admisible mientras la Biblia representó el
marco de referendas para todas las especuladones sobre el tema:
en otras palabras, mientras se pensó que era válido d moddo
teológico de la historia (y de la prehistoria). Junto a dio, en la
Edad Media ge daboró un moddo mitológico de la Bretaña pre-
romana, basado en «historias» inventadas sobre Brutus y otros
héroes inexistentes. Pero en los tiempos isabelinos, los eruditos
empezaron a considerar lo que ahora llamaríamos evidenda ar­
queológica objetiva...
Se construyeron entonces, o al menos se esbozaron, dos nuevos
moddos, de los que el primero no se basaba realmente en datos
arqueológicos, sino en la historia escrita, e interpretaba los restos
prehistóricos en términos de grupos de pueblos con nombres
raciales: celtas, iberos y otros. Este moddo tapial, o étnico,
siguió empleándose hasta bien entrado d último si# ), y a veces
uno oye que todavía se usa (aunque, afortunadamente, no por
los arqueólogos)...
El otro modelo se desarrolló en el siglo xix, hasta tal punto
que durante derto tiempo sobrepasó a todos los demás. Estaba
basado en una dasificadón de la materia y la forma de las my'
mas e instrumentos prehistóricos, y m las técnicas de su manu­
factura, e implicaba también una teoría de la «voludón «imple
de un tipo a otro. Esencialmente, fue un moddo tecnológico,
que todavía pervive entre nosotros; de aquí la famosa división
de la prehistoria en Tres Edades, de Piedra, Bronce y Hierro. Es
un modelo muy útil si lo comparamos con los demás, pero ccuno
todos dios tiene también sus limitaciones y sus contradicdones...
Poden»» contemplarlo desde otro ángulo, si consideramos los
inoddos alternativos que han sido construidos en la época más
redente, en respuesta a la mayor y más variada cantidad de
informadón de que se dispone, gradas a los credentes refina­
mientos en las técnicas arqueológicas. El prindpal de todos es
*1 que té basa en la economía de subsistenda de grupos de pue­
blo^, tauto si han viyido de la caza y la recolecdón de alimen­
262 Historia de la Arqueología

tos como si eran agricultores sedentarios que cultivaban un tipo


particular de planta. Usando este modelo, se obtiene una divi­
sión significativa de la Edad de Piedra, siendo la que se ha
Samado Nueva Edad de Piedra, que se caracteriza por una eco­
nomía agrícola; mientras que la Edad Media de la Piedra y la
Edad Antigua de la Piedra, que la precedieron en la Europa
septentrional, se apoyaban en la caza y la pesca como medio fun­
damental de obtención de alimentos. Pero en el Cercano Oriente,
pueblos que no eran ciertamente productores de alimentos con
economía agrícola, parece probable que hayan vivido en ocasiones
en poblados sedentarios, rasgo que, en un modelo alternativo
basado en la evolución social, se ha pensado que era característico
solamente de los cultivadores de cereales.
Lo cierto es que ninguno de nuestros modelos del pasado,
heredados o construidos recientemente, parece capaz de proveer
una imagen de la prehistoria totalmente convincente; en ellos no
se da lo que un científico llamaría una teoría general que cubra
todos los aspectos. Quizá esto no sea malo. Podemos percibir
una gran parte de las facetas del pasado, y cuantas más conoz­
camos, más probabilidades tendremos de obtener puntos de
vista aproximados a la certeza absoluta. En conjuntó, la ten­
dencia existente en la actualidad entre la mayoría de los arqueó­
logos consiste en tratar de construir, para el pasado prehistórico
(o dé escasa documentación), un modelo que se acerque a una
reconstrucción histórica, en la medida que lo permitan las fuen­
tes materiales de que se disponga...
La perspectiva del pasado que se puede alcanzar está condicáo-
nada por las evidencias sobre las que tal perspectiva se construye,
en especial porque las ordenaciones significativas de los fenóme­
nos observado* sólo pueden hacerse dentro del marco de algún
modelo conceptual, que será el qae permita la interpretación.
Los modelosempleados cuando se trata de evidencia arqueológica
tienen que ser principalmente tecnológicos, evolutivos y económicos,
porque estos aspectos de la historia son los que se reflejan en
la cultura material que constituye el objeto de estudio del arqueó­
logo; y, en ausencia c(e documentos históricos, los datos arqueoló­
gicos tienden necesariamente a inducir puntos de vista materialis­
tas sobre el pasado de la humanidad, en tanto que se atienen a la
naturaleza particular de la evidencia disponible en esta disciplina.

Volveremos más tarde al concepto de los modelos al­


ternativos. Veamos ahora la segunda dificultad de mayor
importancia para el desarrollo del sistema de las Tres
8. La deuda madura 263

Edades, debido, en especial, a que fue creado pata que


sirviera para todos los propósitos: describir artefactos,
denominar culturas, describir el paso del tiempo y los
principales estadios del desarrollo cultural. Así, en los
años veinte y treinta era fácil encontrar arqueólogos que
escribían sobre las hachas neolíticas, o sobre la cultura
neolítica antigua de un país, o afirmaban que algún
objeto, o monumento o cultura, «databa» del neolítico,
o discutían «el neolítico» como una fase en la historia
cultural del hombre. Gordon Childe, como veremos más
adelante, estaba incluso preparado para etiquetar uno de
los cambios más grandes y fundamentales en la historia
humana como «revolución neolítica». Nadie ha analizado
con tanta claridad la naturaleza y necesidades de 2a no­
menclatura y terminología arqueológicas como el profe­
sor Robert J. Braidwood en su articula «Terminology in
Prehistory», publicado en 1946 en Human Origins: An
Introductory General Course in Anthropdlogy: Sélectei
Reading Series II (University of Chicago Press); los si­
guientes extractos pertenecen a este trabajo.

Con objeto de resolver los problemas planteados, supongamos


que se encuentra un artefacto. ¿Qué podemos dedr de él?
1 * Podemos dar la localización del hallazgo y deducir (más
o menos acertadamente, según las drcunstandas) que los fabrican
tes del artefacto vivían allí, o que viajaban aquella zona, o que
comerciaban con la región en 1* que se encontró. (Factor de
localización.)
2* Podemos hacer una destripádn delartefacto en cuestión
en términos del materia!, la foíirta y la técnica de manufactura.
Podemos también (aunque depende díe las drcunstandas del
hallazgo) ser capaces áe <iescribit algo del conjunto —tanto de
artefactos como de no artefáétós— en d que el artefacto tenía
su contexto inmediato. POÜwímj* situarlo en un esquema dasifi-
catorio. (Factor de descripción arqueológica primaria.)
3.° Podemos (según lap, condiciones dd descubrimiento) de­
terminar el tiempo o momento aproximado en el que se usó el
objeto. La evidenda para tal afirmación debe ser geocronológica...
o histórica (basada en la awdadón del objeto con algún tipo de
registro escrito). Si no se dispone de datos geocronológicos o his-
264 Historia de la Arqueología

tdricos podemos acercamos a la determinación temporal, en tér­


mino» relativos, a través de la seriadón tipológica, la estratigrafía
arqueológica y el «sincronismo*. (Factor temporal.)

4.° Podemos hacer uso del artefacto, y de las nociones im­


plícitas en cada uno de los tres factores anteriores, para realizar
intetpretadones sobre los logros culturales del pueblo que pro­
dujo el objeto. (Factor de interpretación arqueológica.)
No nos cándeme aquí juzgar el posible valor museístico del
objeto, por lo que podemos asegurar que los cuatro factores ana­
lizados más arriba induyen todos los intereses posibles de los
arqueólogos...
De estos cuatro factores uno no cambia: localiiación. Lo mis­
mo que cambia el tiempo, lo harán también la descripción y la
interpretación... Sólo hay dos caminos en arqueología para re­
conocer el tiempo real: mediante la geocronología y/o la eviden­
cia histórica (escrita) directa... Hay tres tipos generales de cro­
nología: cronología histórica, geocronología y las diversas clases
de cronologías relativas. Sólo los dos primeros implican fechas
que son, en derto sentido, reales, y como tales dependen de la
cantidad y calidad de los datos disponibles para el área sometida
a estudio. Las fechas aplicadas a las cronologías relativas son
prindpalmente «fechas hipotéticas*; pueden ser útiles, pero deben
it acompañadas de un margen de error que es en si mismo, con
frecuenda, sólo una hipótesis inteligente...
...creer que hemos «fechado» Monte Carmelo simplemente
llamándole «levalloisiense-musteriense» carece de sentido, puesto
que ese término no tiene significación cronológica primaria.

El factor de descripción arqueológica.—Nuestro interés a este


respecto es considerar qué clases de términos pueden tener validez,
aceptando que se derivan de los indicadores actuales de la activi­
dad humana: los artefactos, los materiales que no componen
artefactos y los contextos. Pero, en este punto, nuestro interés
difiere... del que considera los artefactos individuales y las dases
de artefactos del mismo tipo con la intendón de hacer una da­
sificadón. Lo ipie necesitamos ahora son términos en el sentido
puramente descriptivo..., que puedan set aplicados a la totalidad
de los materiales disponibles de una época dada, y en determina­
da zona o localidad. Los textos hacen uso generalmente de tér­
minos como «cultura» para indicar lo que nosotros queremos dedr,
peto «cultura» es una palabra ambigua, con muchos significados,
y haríamos bien apartándola de la terminología de la arqueología
prehistórica...
8. Lt ciencia ondun 265

El sistema que proponemos para ser empleado en las descrip-


dones básicas puede set resumido de la siguiente manera:

VKa v a a t a u a o a U ranún* pama u d ib c ju p c ió w a r # c * o i .6g i c a

(Con especial énfasis en la prehistoria del Viejo Mundo)

Conslieractonet exclurímtmtttU Contexto, con consideraciones


tecnológico-tlpoiógicat tecnológioo-tlpolóficat secundarias

Tradición Agregación •
Tradiciones en 1* fabricación de Una colección de herramientas
instrumentos de pedernal, eto.: (de tu » o m is tradiciones) que
Núcleos, lascas, hojas, cchop- aparecen en contestos no-ar­
per-chopplng tool». queológicos.

Industria *
Una colección de instrumentos
de una categoría de materiales
(de una o mis tradiciones) que
aparecen en contextos arqueoló­
gicos o en contextos geológicos
muy especializados (no transpor­
tados).

Faoiet • Conjunto» *
Un tipo especialmente detallado Una variedad de categorías de
de instrumente, de manufactura artefactos y otros materiales
de Instrumentos, que aparece en qu* aparecen ea «1 oontexto ar­
alguna de las tradiciones. queológico.

• Términos que pueden ser particularizados anteponiéndole* él nombre


de un yacimiento.

El factor interpretación... Si .«o vista de las limitaciones dd


registro arqueológico podemos interpretar poco más que la te-
colección de alimentos fajsta, d 7000 a. J. C. ± 1000, se deduce
que nuestro primer t&mu^a interpretativo será «recolección de
alimentos»... Podemos recónocer, dertámente, en arqueología un
«estadio de produedón de alimentos», estadio que persiste hasta
d presente en gra& ptrte dd área habitada de nuestro mundo; d
«estadio industrial» aparece en dertas bolsas sobre un mapa dd
área contemporánea de ptoduedón de alimentos... En d momento
en que aparece d arte de la representadón y de la escritura de­
bemos abandonar la terminología arqueológica para adoptar otra
histórica. Con d sufidente material descriptivo en las publicado-
nes y con la variedad de formas tangibles de expresión artística
266 Historia de la Arqueología

de que disponemos podemos empezar a emplear las palabras «cul­


tura» y «dviliaadóa» dé forma que tengan sentido...
Con esto finaliza el sistema que proponemos para una termino­
logía arqueológica primaria. Muchos de los términos que suge­
rimos no son originales, y algunas de las implicaciones de los
términos se usan ya corrientemente. Hemos llegado muy lejos en
k tergiversación de términos como «Paleolítico» o «Edad de
Hierro» o «cultura Achelense», y creemos que es posible dar una
clasificación arqueológica comprensible y breve para casi todos
los materiales recuperados sin Utilizar estos viejos y polémicos
nombres. Esencialmente, puede ser expresada como sigue:

Factores que determinan la term inología LO C A L


PK
IN TE R PR ETA C IO N
TIE M P O B ases te cn oló gico-e co nóm icas
1. Estadio de recolección de
H istórico alim entos.

2. Estadio de producción de
G e o c ro n o ió g ic o ■ alim entos.
3. Estadio industrial.
R elativo ■
1. Seriación tipológica ■ B ase scultu rafe s:
2. Estratigrafía N e cesidad de corroboración
3. Arq ue olog ía com parada ■ con la evidencia n o-a rqu eo­
lógica.

. D E S C R IP C IO N A R Q U E O L O G IC A
Te c n o -tip o ló g ica Contextúa!

1. Tra d ició n i . A g reg ació n


2. Facies 2. Industria
3. C on jun to

% intentamos ilustrar nuestra terminología en varios casos al


«car, tendríamos lo siguiente:
1. Valle del Somme (Francia); interglaeial Günz-Mindel; tía-
8. La deuda madura 267

dieiótt tk núcleos (plus ?}, agregación abbevillense; estadón de


recolecdón de alimentos.
2. Choukoutien (Pekín, China); Pleistoceno medio (lechos de
Choukoutien); tradidón Chopper-chopping, industria Sitio I;
estadio de recolecdón de alimentos.
3. Monte Carmelo (Palestina); tiempo ? (Ríss 2-Würm 2);
tradición dé lascas, incluyendo las fades achelenses, industria
Tabun Ed; estadio de recolectores de aHmentós.
4. Arpachiyah (Mosui, Iraq): 4000 a. J. C. ± 250 años;
conjunto al-Ubaid (variante del Tigris septentrional); estadio de
producción de alimentos (modalidad 1).
En su conjunto d sistema precisa de más palabras de las que
se utilizan corrientemente, pero el hacerlo más explícito sería
hacerlo también más ineficaz y confuso. En la práctica, muchas
de las palabras pueden omitirse, y en cuanto los términos son
colocados en el predso lugar no necesitan repetirse.

En este artículo, Braidwood nos presenta lo que lla­


ma un «Sistema Trinomial de Terminología», pero que
es realmente tana terminología cuadri-nomial o en cua­
tro partes. Hay cinco elementos requeridos por la ter­
minología arqueológica y relacionados con el lugar, el
tipo de artefacto, el conjunto o complejo de artefactos
en un contexto geográfico y cronológico real, la fecha y,
sobre todo, la interpretación histórica. Lo primero — el
lugar— , como dice Braidwood, tiene su propio nombre
y no necesita nuestras aportaciones al respecto. Lo que
tenemos qye hacer, por tanto, e s. dar nonjbres a los
artefactos y a los grupos de artefactos en fcqpteíttos geo­
gráficos y cronológicos reales, fechar los aííéfactós y los
grupos o complejos, y disponer de nombres apropiados
para k interpretación 'histérica que debamos hacer, "Jal
cualquier caso, y teniendo en cuenta esta terminología
cuatripartita, está claro ya que ira se puede seguir em­
pleando ninguna de las divisiones del sistema de las Tres
Edades En este sentido, la arqueología ha evolucionado,
f m es frecuente la claridad en las exposiciones analí-
tteas y metodológicas, como la que hemos citado de
Bttádwood. Necesitamos y estamos dando nombres obje­
tivo» a lofi artefactos; pálábras como tumba de corredor
jp fi titave «na vez definidas, se convierten en téWniaós
268 Historia de la Arqueología

clasificatorios precisos. Son parte de la taxonomía ar­


queológica.
Haremos ahora una digresión para comentar el -hecho
de que en la mayoría de los libros de texto de arqueo:
logia difícilmente encontramos menciones a la taxono­
mía; la palabra tipología se ha utilizado extensamente
en los últimos cuarenta años, e incluso en los fragmentos
de Braidwood antes citados se habla de «afirmaciones
tecnológico-tipológicas» al referirse a la clasificación, a
la taxonomía de un artefacto. La palabra tipología — que
tiene otras y muy diferentes connotaciones— llega tardía­
mente a la arqueología, y mientras que el Oxford English
Dictionary está preparado para definirla copio «la clasi­
ficación de restos y especímenes según su tipo y evolu­
ción», lo que hace realmente es incluir taxonomía y
tipología sensu estricto en una misma acepción. La cla­
sificación de restos y especímenes según su tipo es el
aspecto taxonómico de la arqueología, y no tiene impli­
caciones de carácter cultural o cronológico. La clasifica­
ción de restos y especímenes según su tipo y su evolución
es inmediatamente una actividad subjetiva con implica­
ciones culturales y cronológicas. Este hecho fue puerto
de manifiesto con toda claridad por G ordon Childe
(1892-1957) en el prefacio a The Danube in Prebistory
(1929), cuando escribe; «Donde nos falta la evidencia
geológica o estratigráfica debemos recurrir a la tipolo-
, Esta depende de la suposición de que los tipos se
t arrollan (o degeneran) de manera regular.»
En una palabra, la tipología es, cuando se utiliza pru­
dentemente, una ayuda para establecer la cronología
relativa de los artefactos; es un medio de interpretación
cronológica y no una parte de la necesaria terminología
cuatripartita de la arqueología.
El tercero de los cuatro elementos era la fecha, y
éste ha sido durante mucho tiempo uno de los mayores
impedimentos para di progreso de la arqueología. Dentro
de sus límites, las divisiones del sistema de las Tres
Edades proporcionaban algutia cronología relativa, y sin
ella la arqueología no hubiera podido llegar a consti-
8. La ciencia madura 269

tu in e como tal a principios del siglo XIX; Los datos es-


tratigráficos proveen otra clara evidencia d e cronología
relativa, y, como dice Childe en el párrafo que hemos
citado, en ausencia de elementos de juicio estratigráficos
o geológicos es posible recurrir a la tipología.
Pero lo que se buscaba era una cronología absoluta,
de forma que los arqueólogos pudierán hablar en tér­
minos de años. El hombre estableció una cronología sólo
a partir del año 3000 antes de Jesucristo en Egipto y el
Cercano Oriente, y el problema de los arqueólogos era
extender estas fechas históricas desde áreas como el Cer­
cano Oriente a otras como la India, Europa y Africa,
donde no hubo escritura en ese tiempo, y, por otra parte,
llevar algunas fechas más allá de los límites históricos.
La técnica de extender las fechas se conoce como «fecha-
miento cruzado», y ya hemos señalado en Layard el que
fue quizá el uso más antiguo de este procedimiento,
desarrollado después por Petrie, Montelius, Childe y
otros, de modo que algunas fechas posteriores al año 3000
antes de Jesucristo fueron sugeridas para las $qcjg(|á4é»
bárbaras de la Europa prehistórica. Pero este ,u» ar­
duo trafago, y muchas de k s fechas eran meramente
tentativas y, como sabemos ahora, puramente hipotéticas.
Lo que se pretendía hallar era una técnica de fechar
independiente ddl hombre, una técnica geocronológica
que produjese fechas $ partir de áContetimiéntós natu­
rales. La prú¿era 'de’ t$j¡& técnicas "que ¿esárroljlada
éra la dentjrocronologí*» o" el fechíüniáitp. «cd ía n íe e l
número deaoiUos d élos árboles. Su valor fue apreciado
en fecha tan temprana como el segundo cuarto del ¡si­
glo xix. -í ? ¡
La verdadera revoladóftenel problema de la datadón
arqueológica tuvo ltígar cuando el P r o f e s o r W U l a r d
W. L ib b y , entonces en la Universidad de Chicago, descu­
brió la existencia <fe O 4, al igual que la de C“ en las
materias orgánicas, y llegó a la conclusión de que este
isótopo radiactivo, degradándose■en una proporción fija,
•podía ser utilizado para fechar materiales de los contex­
tos arqueológicos. Era, por fin, un medio geoeronológioo
270 Historia cié k Arqueología

para fechar realmente el pisado. Veamos una descrifxáém


del descubrimiento de esta técnica por el mismo L íb r en
asociación con Anderson y Arnold2.

Hace algunos años se informó de la presencia de radiocarbono


en organismos vivos y en los carbonatos disueltos en el Océano
(véanse referencias 1, 2, 4, 5), como resultado de las investigacio­
nes sobre gas metano en la dudad de Baltimore. El postulado
original (véase la referencia 5) —rayos cósmicos neutrónicos al
reaccionar con el nitrógeno de la atmósfera daban radiocarbono
en grandes cantidades— predecía claramente que todos los orga­
nismos durante el ciclo vital y todo material intercambiable con
dióxido de carbono atmosférico, tal como él carbonato disuelto
en el agua del mar, podía ser radiactivo. La larga vida inedia del
radiocarbono, 5.720 ± 47 años (referencia 3), parecía asegurar
•demás que los procesos de intercambio habían tenido el tiendo
suficiente para distribuir uniformemente el radiocarbono a través
del mundo.
Desde que se completaron las primeras pruebas, usando isóto­
pos enriquecidos, con el Dr. Grosse y sus asociados el desarrollo
dé las técnicas de recuento nos ha permitido invéstigar materiales
sin enriquecer con un error del 5-10 %. Las muestras se con­
taron en la forma de carbón elemental en un contador de pantalla
(véase referencia 6). Seis gramos de carbón se extendían unifor­
memente sobre un área de 300 cm2 para obtener una capa
«infinitamente densa»; alrededor del 5,9 % de las desintegracio­
nes se registran en esta forma. El fondo del contador se ha re­
ducido de 150 cpm (cuando se recubre con dos pulgadas de
jjbm o)',* 10 q>m mediante el recubrimiento antkóinddente y
la adicfóa dé Unas cuatro pulgadas de hierro en tí-interior del
recibimiento de plomo. La técnica se describirá detalladamente
en otro lugar. Se ha completado un ensayo extensivo y se ha
establecido aparentemente la uniformidad. Los datos se presentan
en la tabla 1 .
Los ntimeros anotados son los valores absolutos de depintegra-
dón por gramo de carbono. Hay que dedr, sin embargo, que nues­
tra caübradón absoluta de los contadores usados puede tener
hasta un 10 % de error. Esperamos mejorarlo en un- futuro pró­
ximo. Desde d momento en que todas las muestras fueron medidas
con la misma técnica puede afirmarse qué la comparadón relativa
no está afectada por este aspecto. Con excepción de la muestra
«le foca antártica, que ha sido observada solamente una vez hasta
el momento, la uniformidad es buena dentro del error, expeti-
8. La ciencia madura

mental. Puesto que se espera que las muestras árticas sean altas,
porque la intensidad neutróniea es muy baja en el Ecuador y
aumenta hada los polos (véase referenda 9), y puesto que la
desviación del aceité de foca dé la línea prindpal no es mucho
mayor que el error de medida, se puede confiar en que medicio­
nes ulteriores darán valores normales también para esta muestra.
Los resultados obtenidos de conchas marinas son interesantes. Se
había demostrado que el C13 aparece en mayor abundancia en
los carbonatos que en el material orgánico (véanse referencias 7
y 8). El resultado hallado para el radiocarbono sobre conchas
marinas, al contrario que en la madera y otros materiales orgá­
nicos, se corresponde con los primitivos descubrimientos para
el C13. Es derto, sin embargo, que la diferenda puede ser algo
mayor en nuestro caso que ja prevista a partir de los primeros
resultados, aunque d error de nuestras mediciones es en la actua­
lidad lo sufidentemente grande como para sobrepasar al valor
previsto.

D eterminación de la edad

Habiendo estableado la uniformidad mundial de las determi-


nadones radiocarbónicas en la actualidad, parece lógico suponer
que tal sitúadón sería igualmente verdadera para la antigüedad.
Con este punto de partida, y usando la vida media dd radio-
carbono, 5.720 ± 47 años (véase referencia 2), se puede calcular
la actividad específica prevista después de cualquier intervalo de
tiempo dado, transcurrido desde d momento en que ha quedado
interrumpido d equilibrio de cualquier material carbonáceo con
su dclo vital. Para materiales orgánicos ese momento coindde
probablemente con d de su muerte; para los carbonatos debe
corresponder a la época de cristalizadón (suponiendo que no
haya habido intercambió posterior con d medio o con d dióxido
de carbono atmosférico). Sáfate esta base se ha emprendido d
examen de m uestras^m adfct» de edad conocida procedentes
de antiguas tumbas egipcias. -Se utilizaron dos de tales muestras,
una de la tumba de Socferu.en Mieydum (proporcionada por
Froelich Rainey, dd Míneoste- la Universidad de Pennsylvania,
FQadelfia), que tenía 4.5?Í 3fct7S «ños, y otra de la tumba de
Zoeer, en Sakkar* (pro{»orcionBda por Ambrose Lansing, del
Metropolitan Museum» de Nueva York), con 4.650 ± 75 años
«le antigüedad. La. ptÓ8era.«|it db madera de dprés, y la segun-
é t, de acada. John Wih»n,' d d Instituto Oriental de la Univer-
«dcd <ie Chicago, día las fechas mencionadas por indicación de
272 Historia de la Arqueología
'\
Tabla 1

PRUEBAS MUNDIALES DE RADIOCARBONO

Murttn Determinación
(cpm/gm de carbono)

Prospecciones de metano en Baltimore 10-5 ± 1-0


Palo hacha de las Islas Marshall 11-5 ± 0-6
Palo hacha de las Islas Marshall 12-6 ± 1-0
Madera de olmo del campus de Chicago 12-7 ± 0 -8
Madera de olmo del campus de Chicago 11-9 ± 0 -7
Pino del Monte Wilson, Nuevo México
(10.000' altitud) 12-5 ± 0-6
Madera boliviana 13-5 ± 0 -6
Madera boliviana 11-3 ± 0 -8
Madera de Ceilán 12-5 ± 0 -7
Madera de Tierra del Fuego 12-8 ± 0 -5
Madera de Panamá 13-0 ± 0-5
Madera de Palestina 12-4 ± 0 -4
Madera de Suecia 12-6 ± 0 -5
Madera de Nueva Gales del Sur 13-3 ± 0 -4
Madera del norte de Africa 11-9 ± 0-4
Media ponderada 1 2 -5 * 0 -2

Concha marina, costa oeste de Florida 13-3 ± 0 -5


Concha marina, costa oeste de Florida 14-9 ± 0-7
Concha marina, costa oeste de Florida 14-6 ± 0-5
Media ponderada 14-1 ± 0 -3

Acóte de foca, Antártico 10-4 ± 0 -7

una comisión de la American Anthropological Assodation, com­


puesta por Frederick Johnson, como presidente-, Froelich Rainey
y Donald Collier. La determinación prevista par* el material de
4.600 afios se calculaba fácilmente en 7,15 ± ,0,15 cpm/gm de
carbón, sobre la base de la presente prueba y de la vida media.
La tabla 2 presenta los datos obtenidos de estos materiales.
Los datos de ambas muestras fueron promediados, puesto que
el error en las edades casi sobrepasaba la diferencia, y la ponde­
ración se tomó según el error anotado en cada medición. Los
errores mencionados aquí y en la tabla 1 son también desviaciones
estándar determinadas estrictamente por el error de recuento
estadístico, y, puesto que los datos se ajustan a estos errares,
8. La ciencia madura 273

creemos que no existe ninguno más apreciable en la medición. Es


satisfactorio que la media de las determinaciones coincida con
el valor «apelado dentro de una unidad de desviación estándar.
Un error de 0,4 cpm/gm en la actividad específica corresponde
a un error de 450 años en muestras de 4.600. afios -de anti­
güedad. .

Tabla 2
DETERMINACION DE LA EDAD EN MUESTRAS
ANTIGUAS EGIPCIAS

Actividad específk*
Muestras encontrada
(cpm/gm de carbón)

Zoser 7-88 ± 0 -7 4
Zoser 7-36 ± 0 .5 3
Sneferu 6-95 ± 0-40
Sneferu 7-42 ± 0 -3 8
Sneferu 6.26 ± 0-41
Media ponderada (ambas muestras) 7-04 ± 0 '% r
Valor esperado 7-15 ± 0-15 ,

Sobre esta base nos sentimos animados a proceder a pruebas


ulteriores con muestras más jóvenes de edad conocida. Este tra­
bajo se lleva • cabo actualmente. Se espeta que «tras descojif?-
cidas puedan set medidas en un futuro práxúao. Una gran aJum-
na de difusión térmica, similar a la utilizada i$£gse
y su equipo, ha sido instalada en ú 4,8
obtener con ella un incremento O ^jitucl'
permiu las mediciones de muístliuí i^
antigüedad. ' ■ ?•*
‘ t " Jj.'/i 7U <!» ? i 'i f 1» ■

í - sí i

1 . E. C. A. F. Reid,
A.^D. íashenbw iéy fh * - tev ., 1947, 72,

•2. E. C. Andettóti, W fétygpM T $. WetÁhouse, A. F. Reid,


A. D. Kisheflbsum f A. Stíence, 1947, 105, p. 576.
A. b . m a m , M. G. Inghram y
MI,; , « . ( * . >«ti-.t>í^»líc»cLón).
H t < \ j A r > V j / £ a l | i Science, 1947, 106, p. 88.
aiyn Dental, 18
274 Historia de la Arqueología

5. W. F. Libby, Phys. Rev., 1946, 69, p. 671.


6. W. F. Libby y D. D. Lee, Phys. Rev., 1939, 55, p. 245.
7. B. F. Murphey y A. O. Nier, Phys. Rev., 1941, 59, p. 771.
8. A. O. Nier y E. A. Gulbransen, J. Amer. Chem. Soc., 1939,
61, p. 697.
9. J. A. Simpson, Jr., Phys. Rev., 1948, 73, p. 1277.

No es exagerado decir que el descubrimiento de la


datación por radiocarbono es el avance más importante
realizado en arqueología desde el descubrimiento de la
antigüedad del hombre y la aceptación del sistema de
las Tres Edades tecnológicas. El trabajo que hemos ex­
puesto en los capítulos 3 y 4 condujo a la arqueología
ai estadio de disciplina científica, en lugar de ser la
nebulosa del pasado de la que se quejaba Rasmus Nyerup.
Proporcionó «na profundidad cronológica a los hechos
relativos a los antiguos bretones y los galos, que parecían
no tener más historia que su misma condición de pueblos
prehistóricos. Ha habido, desde luego, dificultades y pro­
blemas en los primeros años de publicación de fechas
radiocarbónicas, pero ahora, con más de cincuenta labo­
ratorios dedicados a esta tarea, repartidos por todo el
mundo, y con casi todos los problemas arqueológicos
iluminados con series de fechas — ya que una sola fecha
de CM no hace más historia que una golondrina de vera­
no— se está produciendo la revolución cronológica en
arqueología.
Hay tres aspectos principales y evidentes en los que
las fechas de C14 han afectado a la arqueología: en pri­
mer lugar, ha proporcionado una cronología exacta en
años para épocas muy anteriores al año 3000 antes de
Jesucristo, como, por ejemplo, para’ el Paleolítico supe­
rior y para otras industrias incluso anteriores. Ya no
hay necesidad de tíabaiar con conjeturas, como hizo el
abate Bíeuil en Four Hundred Centuries of Cave Art
(1952), al referirse a un estilo que comenzó hace unos
30.000 ó 40.000 años.
En segundo lugar, la cronología absoluta se ha exten­
dido no sólo hasta el estadio de recolectores de alimentos
en Europa, que fue el objetivo esencial de los estudios
8. La ciencia madura 275

paleolíticos desde 1850, sino a pueblos récolectorés y


productores de alimentos en áreas alejadas de Europa y
del Cercano Oriente. Para un arqueólogo como el que
escribe estas líneas, formado en su disciplina en los días
anteriores a Libby, el resultado más interesante de las
dataciones por medio del CM es el hecho de que arte­
factos, industrias, complejos, culturas — como las que­
ramos llamar —de la prehistoria de América, Africa,
Asia, Australia y Polinesia, pueden ser fechados ahora
con toda exactitud. Y en tercer lugar, los dudosos y te­
nues lazos de la cronología comparada que unen a Euro-
pa, desdé el año 3000 antes de Jesucristo, a la conquista
de Bretaña pór los romanos y la colonización griega de
Francia y España, hasta ei Egeo y el Cercano Oriente más
antiguo pueden ser reforzados en la actualidad con esla­
bones de un metal más puro. Gordon Childe dijo en una
ocasión que no había fechas ciertas en la prehistoria
europea antes del año 1400 antes de Jesucristo, Con an­
terioridad a este momento todo eran conjeturas y, como
se aprecia hoy con la acumulación creciente dé dato* de
radiocarbono, muchas de ellas eran erróneas — perdo­
nables y comprensibles; pero, en cualquiera Caso, erró­
neas.
Sí el descubrimiento de la antigüedad d d hombre v la
invendón y comprobación del sistema de lás Tres Eda­
des tecnológicas dio origen a una rienda arqueológica
que disponía de una qxftwogjfa relativa, Ja revolución de
Libby ha dado lugar a k .como acoda his­
tórica con cronología aih*oluút< Bato dos lleva a situarnos
en el camino de los objetivo! últimos, escribir la historia
humana con fechas exsúttt.
Conforme avaMÉii las décadas de mediados del si­
glo XX dismiñuye & neCfcsldad de cronologías relativas
para fechar el pasado. Muí&a gente ha estado intentando
escalonar las d iv K W ^ 'jlf sistema de las Tres Edades
m su maltrecha cmtxm>^émtes induso de Libby. Gor­
d os CM dc, exptmmeotando siempre con ideas y técni-
€•*, no utilizó U* f&flsio&es del sistema de las Tres Eda-
dfcs euattdó eáCribfé su P rebtstoric Communities of the
276 Historia de la Arqueología

Britisk Isles en 1940, sino un procedimiento diferente


de periodización. Estableció nueve períodos, que en te-
sumidas cuentas representaban una forma de incluir la
cronología relativa de la sucesión cultural en la Bretaña
prehistórica en un marco aparentemente objetivo. Éste
sistema de Childe no fue muy utilizado: el autor trató
de emplearlo en su Prebistoric Chamber Tombs of Eti-
glind and Wales (1950), publicado cinco años después
del descubrimiento de Libby, pero antes de que empe­
zaran a conocerse las fechas de CM. La conclusión fue
queesos «períodos» eran solamente sustitutos de una
fechas exactas. La virtud del libro de
GhjÚd^ y,la razón de que constituya un hito en el deá-
la,arqueología, es que no está org¡mizado fun­
damentalmente apartir del sistema de las Tres Edades.
.Desde el momento en que apareció esta obra, en 1940,
q u e d a b a , claro que el uso de términos como Neolítico,
CalcoKtico, lEdad del Bronce Antiguo, etc., en septido
^fpyiplógi^o, estaba superado, ta primera persona -que se
jfriéfgd y desechó el uso qronologico de esas divisiones
tecnológicas fue el P r o f e s o r R. J. C. A t k in s o n en su
Jqjtp Jítonebenge (1956), del que merece citarse el
extracto de su sección sobre las fechas en la secuen-,
.tía. de Stonehenge; Aunque sók» ti^ne diez años de ari-
tigijeclad^ e?íua documento en la historia de la arqueó­
le® »........

Huta hace pocolos arqueólogos han tenido la costumbre de


ftebi* án»' niateiri^Iprehistórico por péríoÜpr/-a lew quehandado
twttbres como «Neolítico Tardío», «Edad del Bronce Medio» o
cEdíd del Hierro Antiguo*. Esta práctica es sintomática, por
supuesto, de la vaguedad relativa de las cronologías arqueológicas,
lí aunque tiene el mérito de la honestidad y ¡no pretende, ser
más preci^k que lo que garantiza la naturaleza. ¡k propia evi­
dencia, tí^ne Ja desventaja de que, excepto par».'«ü’^«pocto¡ In­
forma muy $oco sobre los jKáfodós impl&adós jnédiclcíí tójí áfids.
PÜr otra parte, hay que reconocer qué hombres como «Edad dél
Bró¿ee ’ Antiguo» no son realmente etiquetas para período» del
pasado, sin© nombres para estadios en el desarrollo tecnológico de
lassockxkdes humanas, y puesto que tales desairólas no tienen
lugar uniformemente, ni siquiera en un áre» tan pequeña como
8. la ciencia madura ffl
Bretafiá, es inevitafeleque al mismo tiempo existiera un¿ comu-
nidad en Wessex, por ejemplo, que, en virtud de la poseaón
de ciertos tipos diagnósticos de armas de bronce/ podía ser asi£
nada a la Edad del Bronce Medio, mientras que otra- en el norte
de Inglaterra menos avanzada, pertenecía a la Edad dd Bronce
Antiguo, y una tercera en d norte de Escocia, atrasada como con­
secuencia de su aislamiento geográfico, estaba aún ea la Edad
de la' Piedra Tardía.
Nuestra creciente comprensión dé las diferencias regionales en
cuanto al progreso tecnológico ha hecho de esta clase de absutdo
un lugar común. Por esta razón los arqueólogos empiezan ahora
a abandonar el uso de términos como «Edad dd Bronce Medio»
páfá distinguir, eh cualquier caso, períodos de tiempo y w km t
forzados a dar fechas en afios o, en última instancia, ensigk*
antes de Jesucrito. Este hedió es beneficioso, al menos porque
d etapleo de un sistema común de cronolo^a stóaketó'éalisis
que la prehistoria no es nada más que k extensión hacia atfáa de
la historia y que los objetivos dd arqueólogo y ddhistoriador
son finalmente idénticos. Además, d uso de fechas absolutas
se justífica de manera cretíefite porque tales fechas en afiosredes
están siendo proporcionadas en la actualidad por técnicas como
las éstimadones radiocarbónicas...
No debe suponerse, desde luego, que d uso de un sistema
común de fechado implica un nivel paraldo de exactitud. Dedr
que la Catedral de San, Pablo fue construida en d siglo mhnx
d. J. C. significa algo muy diferente, en .términos de la exst&titd
dé la afirmación, que dedr que S-tqnehenge II fue ¿dificyto,^
su vez, en d siglo xvn a. J. C. Mientras d arqueój^^tiji^ja
con sodedades que no poseen documentos escritas y gu^. t^Hjaíco
suden estar en contacto con otras que los posean,’ debe «n¿túlré¿
ía existencia de un margen de inceítidumbre ettW ÉxhÁ»;‘ ~f d
tamaüo de ese margen aumentará, hablando en
ción a la distanda, medida en tiempo y espado; de fecdtWilldád
en cuestión a otras comunidades cuyas cronologías están '«gis*
tradas directamente o puedan ser reconstruidas con ayuda de
documentos, monedas o inscripdones. , :
, ,$1 lector está, por tanto, prevenido de que en lo 99* ligue
lqy;.fechas son apro^imativas, ^ipue no pueden ser cobsi^etadas
OfÑfcji se tratara de fechas'Mftteriores a J. C. Para la, más anti-
aé eñas al menos, el marg<¿.«fe incertidumbre aumenta.hastá

f una u otra direcdfijL.


« j ’*íétuéncia de Stcmehenge íftlijte establecerse en forma de
a^ % jS h'i(xín fechtís muy aproximáÉis: ■
'KfríBMWO a. f . 't í Stonehenge I: Ctyistrucdón de la represa,
278 Historia de la Arqueología

el canal y los pozos de Aubrey. Erección de la Piedra de Hed,


piedras D y E y armazón de la estructui» A. Aparición y aso
ddcementerio de cmpación.
1700-1600 a. J. C. Stonehenge II: Transporte de las piedras
azulea desde Pembrokeshire. Erección del doble círculo de los
pon» Q y R. Relleno del extremo oriental del canal en la calzada,
Excavación y terraplenado del canal de la Piedra de Heel. Cons­
trucción de la avenida. Desmantelamiento de las piedras D y E
y del armazón de la estructura A. Posible erección de las pe-
draa B y C.
ÍJ0O », J. C. Stonehenge I lla : Transporte de piedras desde
enea de Madbotough. Desmantelamiento del doble círculo de
& é m azaks. Erección de los trilitos, círculo, Station Sitares
y% Sl*u*hter y su compañera. Grabados ejecutad** es

' : i 8 S S o J . G. Stonebengfi III b: Arrezo y lcvaatanji«nto


é l Ím f>wÉws ttt 4 emplazamiento de las piedras azules. Ew»-
vaádn y abandono de los fosos Y y Z.
1400 ». J. G. Stonehenge III c: Desmantelamiento del etnpla-
zauúento de las piedras amiles. Levantamiento de nuevo de éstas
« t 4 «íMufe» actual y en k heríSduisa.
50-400 a. J. C. Posiblemente, alguna destrucción deliberada de
las piedras.

Se puede decir que, con la llegada de una cronología


absoluta por medio del C14, la arqueología alcanzó su
pleno desarrollo. La historia del desarrollo de la arqueo­
logía ambiental, y de todas las otras formas de ayuda
déotífica á nuestra disciplina actual, constituye la na-
rración de cómo ésta se desenvuelve, y no tiene cabida
aquí en una descripción de los orígenes y lps plantea­
mientos que han conducido a los logros que hoy obser­
vamos, y que debía detenerse en la década de los treinta,
pero en la que no obstante hemos incluido a Libby y
la datación por radiocarbono. Tampoco necesitamos dis­
cutir ahora lá serie de diferentes interpretaciones histó­
ricas del material arqueológico que, coa el descrédito
del extravagante modelo hiper-difusionista, han sido em­
pleadas corrientemente (por ejemplo, la interpretación
narxista de muchos arqueólogos soviéticos y de la Euro­
pa del Éste). Nos limitaremos a un extracto que explica
uno de los caminos de interés por los que avanza la
8 La ciencia madura 279

ciencia arqueológica y a dos pasaje que ilustran las ideas


interpretativas de su época de madurez.
Los anticuarios habían observado indicios de cultivo
desde el siglo xvi, como ya hemos señalado, e incluso
antes de la aparición de la fotografía aérea en gran es­
cala se apreció el valor de las panorámicas de los mon­
tículos desde las elevaciones del terreno. Pero fue con el
deeiarrollo de este tipo de fotografía desde el aire* a
partir de la guerra de 1914-1918, cuando se hicieron
visibles las potencialidades de una arqueología apoyada
en esta técnica. Nadie consiguió poner de manifiesto
esté hedió con tal claridad cómo O. G. S. Cra’OTPORD
(lá á ó -^ í? ), fotógrafo aéreo en aquella guerra; de§d£, su
puesto oficial de arqueólogo del Ordenancq Survey, tras
el fin del conflicto, tuvo la oportunidad de perfeccionar
hasta extremos insospechados los procedimientos emplea­
dos durante la confrontación bélica. He aquí unos frag­
mentes del libro W essex ftom the Air, que escribió en
colaboración con Alexander Keiller y publicó en 1928.
Resumen los resultados dé varios meses de vuelos y fo ­
tografías de Wessex y constituyen un texto clásico en
su género.
Mucho antes de que se inventaran los aeroplanos ya se >tenía
la esperanza de que algún día se podrten tomar fotogáfiaa ¡verti­
cales, y se creía, con razón, que podrían ser de gran ayuda pata
los arqueólogos. El mayor Ebdale fue el pionero de la fotografía
aérea en el ejército británico. Ende 1880 y 1887, aprahkaéik-
mente, llevó a cabo nuBWroK» experimentos desde
y también inventó u&snÉtoikrpf» -enviar* pequeños gkbo* con
espacio suficiente nal» c^ent^ulM eáa^írfíteiíiinpresitond» un
cierto número de placas de manera, éítqmátóé*; luego el globo
despedía parte de su^at.y detcend^i-Algttnes xk los Resultados
fueron bastante huena*.■*» ¡ccmsáisraflíQií Jas-d^cttltades eiistentes
en aquellos momean» p«n¿ofN| ptoj«c*i'..dpJ!*sta naturaleza.
En 1891 el teniente G, « w e e lS ii Chaíle» Glose)
sugirió «1 general Office en­
viara un aparato Stmfof parataawwJwtantincas desde el airé
de las ciudades on ruta»! dft^te< '«l«d(edc®s» de Agrá con ofeje-
to de levantar un «MU* basido en Jan fotografías. El proyecto
ím aprobado y el «pfiMfc) eftvíadoa h ln d ia ; pero sobrevinieron
f e lnlijtm ln difinildurtnt «yfofnVf ■^ resultado fue que Agrá
289 Historia de 1* Arqueología

no ae incluyó en la exploradón, y sólo se tomaron unas pocas


fotografías sobre Calcuta en ana por lo
que «e perdió esta oportunidad. Después de que el mayor Elsdale
abandonara el Departamento de Globos en 1888 no sehiao casi
nada en Inglaterra relacionado ¡con «tos experimentos; a partir
« 1 8 9 2 el Survey of India no volvió a interesase por la foto-
grafía aérea. El mayor Elídale invirtió gran parte de su fortuna
eft estos proyectos; pero los globos estaban perdiendo popula­
ridad en los dio* 80 y, aunque se habían realizado algunos pro­
gresos, :no recibió apenas ayuda oficial.
En 1906 d teniente P. H. Sharpe tomó fotografías verticales
y oblicuas de Stonehenge desde un g id » de guerra, que fueron
publicadas en Archaedogút (vol. ÍX ) por el corond Capper.
Durante los afios inmediatamente anteriores a la guerra Mr. Henry
S. VeJlcome utilizó con éáto grandes cometas-caja provistos con
cáihár&s de control automático para fotografiar sus excavaciones
y yacimientos arqueológicos en las regiones dd Alto Nilo, en d
Sudán Anglo-Egipdo.
Duran» la guerra, cuando se extendió la práctica de hacer
fotografías desde aeroplanos, podía espetarse que fueran observa­
dos algunos elementos arqueológicos, cosa que no sucedió en d
sector británico en Francia, d menos según los datos que poseo
al respecto. Las fotografías se tomaron con frecuencia a gran d-
tura, sobre terrenos arqueológicamente improductivos o demasiado
cubiertos para poder aprovechar los resultados. Por otra parte,
la interpretadón de las fotografías aéreas con propósitos militares
era un nuevoarte, suficientemente fascinante en sí mismo como
para desplazar durante algún tiempo los intereses académicos. En
otros frentes, sin embaído, se encontró tiempo suficiente pata
dedicarlo a la arqueología. Los alemanes realizaron un trabajo
depióneros en d norte dd Sinaí. EI Dr. Theodor Wiegand fue
designad» pata una comisión especkl (Denkmdscbutzkommando)
enviada d sur de Palestina y d Sinaí con las tropas que opera­
ban en la zona. Sólo podemos admirar d entusiasmo científico
de un país que tuvo en cuenta a la arqueología en medio de una
guerra mundial. Los resultados fueron publicados por d Dr. Wie-
gand, y su monografía es la primera publicación que contiene
reproducciones directas de fotografías arqueológicas tomadas desde
un aeroplano(1920). Las primeras 35 páginas presentan un re­
lato de las operaciones wHitues, escrito por d generd Kress vm
Kressenstein; d resto, lié páginas, fueron redactadas por d
Dr. Wiegand y contienen una valiosa descripción de las mara­
villosas fotografías obtenidas. Son ocho láminas con buenas repro-
duocioae» en collotype, cada una de días con dos fotografías
8. La ciencia madura 281

aéreas; Intercaladas en d texto hay también cinco reproducciones


en medio de lugares antiguos. Además se describe e ilustra una
buena cantidad de material arqueológico de tipo corriente.
Las principales aerofotografías proceden de El Arish, Ruhebe
(Rehoboth), Umm el Keisume, Mishrefe, Sbeita y Hafir el.Aujsha.
Los resultados son verdaderamente notables. El plano de cada
una de estas ciudades, ahora desiertas, puede apredarsecon a s o »
brosa claridad. Las calles, iglesias, patios, jardines y campos resál­
tala perfc&omeate visibles, al igual que varias filas ordenadas de
toneles (destinados, según se ha podido comprobar, a la madura-
dito ddvin o). Existe, por tanto, un amplio campo de actividad,
casi inexplorado, para la arqueología desde él aire en Arabia. ■
Debido a k » avatares de la guerra, el Interés que «trajo a
Alemania al Skiaí decayó finalmente, mientras el corond Bea*e-
ley, R. E., descubría ottt» sitios antiguos en Mesopotaaáa. Otros
individuos habían observado sin duda desde el airelascaües
y los jardines públicos de Eski Baghdad; pero Beaidey fue el
primero en publicar un informe sobre la cuestión (1919),* y ade>
más su artículo aparead un afio antes que el trabajo alemán «obre
el Sinaí. Si, como se ha dicho, la fecha de un descubrimiento
arqueológico es la de su publicadón, corresponde al coronel
Beazeley el mérito de ser d pionero en las exploradones aéreas.
Su artículo en el Geographical Journal está ilustrado, sin em-
barpo, no con reproducdones de las fotografías, sino con los glanos
de las tíudades antiguas y d e los trabajos de irrigación, qáe para
un observador situado en d suelo son de difícil «predación. Más
dignos de atendón son, probablemente, los cuatro ¡enorme* círcu­
los tangendales con un hermoso templete en d cen tro.
Las fotografías aéreas fueran tomadas/ por supuesto, con fines
militares; pero a raíz de estos trabajos se deseabrió la -dodad
antigua. Debió tener, según el coronel Beaze3éy, «tffii* 20'mflla*
de largo y 2 ’/2 de ancho.,. (Estaba) bien planÉc*fc, ttrn «npltó»
calles y bulevares principales, desde los quejwítían
minos... Si no se contara con «tas fotografías deladuáéd,'SÓlo
se habrían apreciado (en el mapa) algunos montículos bajo* esper­
ados aquí y allá, ya que muchos detalles imperceptibles sobre
et terreno resaltan con claridad én las placas; así, ks diferendas
en la coloradón del sudo afectan a la sensibilidad de la película,
to mismo que se ven en toda su extensión las propiedades de los
moldea y ricos mercaderes a lo largo de las orillas d d Tigris».
Y continúa el corond Beazeley: «Yendo como pasajero en un
IHgoplano en route con fines de observadón sobre territorio ene-
ata»» pude ver claramente en el área dd desierto d contorno
serie destacada de fortificaciones (figura 3 de su artículo),
282 Historia de la Arqueología

mientras paseando por la superficie del taire»» no se percibía


ninguna huella. Otra cosa interesante que pude apreciar en mis
vuelos fue d contorno de un antiguo y científico sistema de irri­
gación, del tipo de los que se han introducido en el Punjab sólo
en tiempos relativamente recientes. Desgraciadamente, fui aba­
tido y capturado durante una incursión militar, antes de haber
explorar detenidamente este sistema.*»*
Arabia y los países limítrofes han jugado un papel preponde­
rante en la historia de este nuevo método ele investigación, gracias
en gran medida a circunstancias favorables. Las zonas arqueo*
lógicas son tan llanas que no se requiere especial entrenamiento
para detectarlas. En Inglaterra también se puedes encontrar te­
rrenos antiguos en la llanura, pero su interpretación ofrece mayo-
reí dificultades. Cualquiera puede 7CCQ2$0C¡££ U1M íiudad «mrifltta,
p n o induso los montículos de tierra mejor preservado» ttepjtn
alga de miaerioeo, especialmente para aquellos que no estsín
familiariasados con las culturas primitivas. Los cientííioos, í>o<abs-
tante, cuyo principal interés radica en su propio país, habían
esperado durante mucho tiempo un medio de exploración como
el que ahora les proporciona el aeroplano. La guerra, a la vez que
promovía el desarrollo de los sistemas de vuelo, desatendió los
ÍBt*rwes de la arqueología. Mi propia curiosidad comienza en el
momento en que, antes de que se popularizara la aviación, dis­
cutía habituakoente con el Dr. J. P. Williams-Freeman las posi­
bilidades que ofrecía una visión de conjunto desde el aire. Sabía­
mos que los montículos y las pequefias lomas de los campos
prehistóricos, los poblados y los túmulos. eran más visibles a la
puesta del sol, incluso para un observador situado sobre el te­
rreno, y* que las largas sombras que proyectaban permitían de­
tecto* la más leve ondulación sobre la superficie. Sabíamos también
que el contorno de las lindes de los canales prehistóricos se
pueden ver con frecuencia en los campos de cultivo cuando el
observador se sitúa a cierta distancia, sobre una colina o en la
vertiente opuesta de un valle. Habíamos trabajado para obtener
vistas de Wessex antes de que se tomara la primera fotografía
aérea. Después de la guerra hice uno o dos intentos para llevar
adelante la exploración. En marzo de 1919 presenté una suge­
rencia ante la comisión de excavaciones (d d Congreso de Socie­
dades Arqueológicas) en d sentido de que podía establecerse un
primer contacto con la Boyal Air Forcé, pero no fue tenida en
cuenta y se perdió así una interesante oportunidad. El 22 de
octubre de 1922 la Escuda de Fotografía de la R- A. F. en
Farnborough, por indicación de Mr. C. J. P. Cavel, obtuvo una
fotografía aérea de Oíd Winchester Hill. Sobre la colina hay
8. La ciencia madura 283

uaafortificadón prehistórica y varios túmulos; un nuevo túmulo


fue descubierto por medio de Ja fotografía aérea, aunque era ya
plenamente visible desde el suelo. El lugar se encuentra dos
millas aproximadamente al este de Meon Stoke, en Hampshire.
La aparición de este nuevo tipo de estudio® en Inglaterra debe
situarse en 1922, cuando el comodoro del aire Clark Hall observó
ciertas sefiaks curiosas en las fotografías que la R. A. F. había
tomado en Hampshiie. Junto a él debe mencionarse al teniente
de aviación Haslam, que tomó unas vistas cerca de Winchester,
en las fue aparecía Jb que luego resultó ser un yacimiento celta.
El comodoro d d are Clark Hall enseñó estás fotografías al
Dr. Williams-Freeman, quien a su vez me pidió que las viera.
El pe. Williams-Freeman y yo habíamos tenido siempge la
ranzá puesta en las fotografías aéreas del sudó inglés, y al cafr-
templar éstas nuestros deseos se colmaron, e induso quódawa
sdbíí^aSadoS pdt lé que allí se nos re»daba. Era poaiblelevapttr
t é m «as fotografías on m ^ t dd sistema de los caaipoí <k
cultivo cdtas próximos a Winchester, <íue fue publicado en d
Geogfapbicd Journal en mayo de 1923 y reimpreso en Air Sttrtiey
and Afchaeology, 1924 (Ordenanee Survcy Profeasional Paper,
New Series, núm. 7). Muchas fotografías arqueológicas han sido
realizadas por la Schoó! of Army Cooperation, en Oíd Sarum, y
por ofitídes de las bases de lá R. A. F. én Farnborough, Gdshot,
Lee-on-Sdent y Gosport.
Redentemente el Ministerio del Aire ha autorizado la transfe­
rencia a la Ordnance Survcy Office de toda* las fotografías aéieas
que contienen informaciónarqueológica y que no son necesarias
para fines dd servido. De este modo la conexión entre la foto­
grafía aérea y los ingenieros reales, {nidada en 1880 por d mayor
Elsdale y seguida por d corond Beázdey, ha podido mantenerse.
No es necesario señalar que las fotografías aéreas son de gtaa
utilidad cuando se complementan y verifican con d trabajo 4e
campo, permitiendo de esta forma la revisión de los majas ofi­
ciales. > .■•'■■■■

Este capítulo se titula «La ciencia madura» porque


nuestra serie de extractos nos kan conducido al momen­
to en que, en la década de 1920, la arqueología parecía
Haberse convertido en una disciplina madura y recono­
cida. Sos orígenes se encuentran en la afición a las anti­
güedades de los siglos xvi, xvn y xvm , y alcanzan una
plena consolidación con el sistema danés de las Tres
Edades, la revolución geológica en Inglaterra y la demos-
284 Historia de la Arqueología

tradón de la áhti^edad dd hombre por franceses y bri­


tánicos allá por la década de 1860 Por eso titulamos
el capítulo 5 como «La mayoría de edad de la arqueo­
logía». Entre 186Q y las décadas de 1920 y 1930 tiene
lugar el proceso de madurez. Hemos cerrado d último
capítulo coa las técnicas ataduras de excavación de Sir
Mortimer Wheeler, y cerramos éste y el libro con las
técnicas é ideas maduras de Vere Gordon Childe. SI»
como hemos visto, pueden distinguirse varias etapas en
los orígenes y desarrollo de la arqueología, yo surtiría
que fueran las siguientes; en primer lugar, el momento
eo la arqueología se separa del amor a las. anti­
güedades, con Frere, 'Jljomsen, Boucher de Perthes y
Worsaae; después, la etapade mayoría de edad de la
disciplina, con nom brescom o Lubbock, que escribió
Préhisiofic Times y The Oñprts of Civilization; en tér»
céf l^igsr, lá época de los gfándes descubridores e inno-
vadofej dd último cuarto del siglo xix, como Schliejiianíí,
Péttie y Pitt Rivers; más tarde, el período de los hóm-
btes que, tras la guerra de 1914-1918, recrearon y rees-
tructuraron las técnicas de campo de finales del siglo xxx,
desarrollaron nuevos procedimientos, y, con el incre­
mento del conocimiento de los hechos de que entonces
se podía disponer, realizaron una nueva síntesis del pa­
sado de la humanidad.
Ahora nos interesa este último período. Existe una
ciencia madura, pero una de las personas que la hicieron
madurar, al establecer y popularizar las nuevas sínte­
sis d d pasado d d hombre — con una riqueza deconock
miento arqueológico comparativo como nunca se había
dado antes, ni entonces, ni quizá se dé en el futuro— ,
fue Gordon Childe. Era un australiano que vino a Oxford
como estudiante postgraduado, viajó por todo el mundo
y resumió lo que se sabía Sobre la Europa prehistórica en
su Dawn of Europea» Civilization, publicado en 19251,
Ftt*> y es, en su séptima edición (1957), un clásico de la
arqueología, Childe pudo hacer numerosas observaciones
Sobre d método arqueológico en su famoso prefacio a
Tkt 'Battube in Prehísíory (1929): i
8 'Ia -ciencia madura

Débanos... explicar con brevedad algunos conceptos arqueoló­


gicos. Encontramos ciertos tipos de testos—vasijas.útiles, ornar
méntos, titos funerarios, formas de casa*—•constantemente juntos.
Cada uno de estos complejos de rasgos regularmente asociados
puede se definido como un «grupo cultural» ® incluso una «cul­
tura». Suponemos que tal complejo es la expresión material
de lo qué podemos denominar actualmente un» «pueblo». Sólo
cuando el complejo en cuestión se asocia de manera regular y
exclusiva con restos óseos de un tipo físico específico podemos
aventuramos a reemplazar «pueblo» por «raza».
El mismo complejo puede encontrarse sobre una graa extensión
de terreno con algunas disminuciones o adiciones de escasa im­
portancia relativa. En tales casos de transferencia total de una
cultura completa de un lugar a otro creemos que está justificado
hablar de un «movimiento de pueblos». En otras ocasiones, tino
o más elementos de una cultura reaparecen en varios lugares en
un contexto más o menos diferente, con lo que podemos suponer
que existió algún tipo de «relación» entre las respectiva» áreas
q culturas... La naturaleza de las «relaciones» existentes entre
diversas culturas no puede ser definida normalmente coa pre­
cisión. Pero se pueden distinguir dos tipos principales, según
intervenga o no el factor tiempo. En el primer caso, los rasgos
comunes a diferentes áreas pueden representar supervivencias de
una cultura precedente que en algún momento se extendió por
el territorio ocupado en la actualidad por las nuevas culturas...
Cuando se pueden desechar estas supervivencias... tenemos que
invocar las «influencias». Esta palabra tiene unas cog&atádkmes
mínimas, puede significar movimientos y meada de pufeblos, co­
mercio intertribal, imitación o alguna otra formade contacto. Con
frecuencia recurrir a ese téttoino es sencillamente unaconfesión
de ignorancia, jr ett aifléún «aaopoed* tiduár*e*cón»: «j>lii»ci6n.
Cuando ■existen algun¿¡.ulncfejw hg»»»;. «fottoos JteWW#1*»*' ■4 »
a la «influencb» utt J 4*a «H * cpso coiKret».
Es evidente que las«ipE}ueapias» ooviajan ik vaeuo, como tam­
poco los gérmenes de la , influenza gue denotan contacto actual
entre los pueblos. Pero iese contado se produce por conquista
lo mismo que por federación, o por viídtas amistosas entre jefes
vecinos, o incluso por medio dd «oátbercio silencioso».
En cualquier caso, algunos elementos denotan un cambio real
en las costumbres de un pueblo... Las influencias que se reflejan
en concoedandaa que afectan i latótalidad de las costumbre» de
un pueblo y que no derivan de motivos prácticos pueden ser
' interpretadas, con casi tptal seguridad, en términos «étnicos*, uti­
lizando «étnico» como adjetivode «pueblo». Por otra parte, tal
286 Historia de la Arqueología

significación no depende necesariamente de la expansión de un


demento claramente superior {por ejemplo, la espada de combate)
o «le una nueva moda en alfileres para él pelo (entre los pueblos
que los usen). Esta aparición denota relaciones exteriores, comer­
cio o imitación, reveladas por concordancias totalmente acciden­
tales. Denominamos concordancias accidentales a la aparición es­
porádica en una cultura de elementos propios de otra...
£1 concepto de «cultura»... no es necesariamente un concepto
cronológico. Una cultura puede persistir en una misma zona
durante largo tiempo. En cualquier caso, la misma cultura puede
aparecer en una zona en un momento dado y llegar a otra mucho
más tarde.

Esta descripción de la metodología arqueológica, pu­


blicada en 1929, representa ya un texto clásico; en cierto
sentido, éste es el momento de finalizar nuestro relato
del desarrollo de la arqueología. En el notable prefacio
a The Danube in Prehistory tenemos una exposición de
objetivos, métodos y limitaciones, que es perfectamente
válida en la actualidad, y que debe ser releída con pro­
vecho por todo aquel que sienta interés pe» estos temas.
Childe escribió muchos libros, y debe ser recordado tam­
bién por sus intentos magistrales de realizar una síntesis
de lós conocimientos sobre el pasado prehistórico, reve­
lados por la arqueología. Man Makes Himself se publi­
có en 1936, seguido, en 1942, por What Happetiéd in
History. Aunque en estos volúmenes Childe hace grandes
generalizaciones y deja bien explícitos sus puntos de
vista sobre las revoluciones neolítica y urbana, como
él las llamaba, en la historia de la humanidad fue siem­
pre consciente de las limitaciones de la arqueología. En
La evolución social prestó particular atención a este
problema, por lo que un extracto de está obra puede
ser un final apropiado para esta antología que ha pre­
tendido esbozar algunas del origen y desarrollo de la -
arqueología.

En circunstancias favorables, la arqueología puede suminis­


trar pruebas considerables para formarse un cuadro bastante ade­
cuado, aunque siempre incompleto, no sólo de la tecnología, sino
de toda la economía de una sociedad anterior al uso de la escri-
8. La ciencia madura 287

tu ». Las instituciones sociales son mucho más difíciles de captar.


Sin embargo, son precisamente éstas las que interesan de forma
primordial a la sociología... Las instituciones sociales han sido
clarificadas por Hobhouse, Ginsberg y Wheeler3 bajo los epí­
grafes de gobierno, justicia, familia, rango, propiedad y guerra,
a los que deberla sin duda añadirse la religión institucionalizada
(como opuesta a las «creencias»).
... En ciertas circunstancias, y siempre con reservas, la arqueo­
logía puede proporcionar algunos indicios relativos a las formas
de gobierno y de la familia, el reconocimiento del rango, la dis­
tribución del producto social y la práctica de la guerra. Es pro­
bable que nunca pueda llegar a decirnos nada sobre la adminis­
tración de justicia y las penas empleadas para imponerla, ni
sobre el contenido de las leyes, la manera en que se determinaba
la descendencia y la herencia de la propiedad, las limitaciones
efectivas a los poderes de los jefes e incluso al alcance de su
autoridad. El contenido de la creencia religiosa y la naturaleza
dd prestigio conferido por el rango están irreparablemente per­
didos. Lo peor de todo es que los indicios negativos no tienen
valor; las tumbas o palacios ricos pueden probar la existencia de
jefes, pero la ausencia de tales indicios no puede tomarse como
prueba de que los jefes no existieran. Y muchos de los indicios
de que disponemos son a menudo ambiguos. Por lo que se re­
fiere al «gobierno», al no disponer de documentos con inscripcio­
nes no podemos formarnos una idea de la amplitud de las
unidades políticas... Pues comunidad de cultura, al menos en
el sentido arqueológico de la palabra, so tiene por qué significar
unidad política. Sería, por tanto, temerario equipar» el concepto
de cultura de los arqueólogos con él de tribu de los etnógrafos,
si es <joe tribu implica un solo gobierno, la exclusión de guerras
(qufe no •faffijg>,venganzas de sangre) y el reconocimiento del de­
recho de entre distintas tribus. En general, lo más
que ptóa puede significar la palabra «jefes» es las
personas 'í^dMpoItean al menos una apreciable pordón del
excedente sttdtft. & es difícil reconocer con seguridad la exis­
tencia de jefes en los testimonios arqueológicos, mucho más difí­
cil es reconocer la existencia de una aristocracia.
Lámina 1.—Dibujos de antiguas monedas británicas de la Britannia
(1600) de Camden.
Lámina 2.—Dibujo de Sorbiodunum (Viejo Sarum), por Wiliiam
Stukeley, extraído de su Itinerarium Curiosum, Centuria I (1725).

Olyn Dttilél. 19
Lámina 3.—Dibujo de Stonehenge, por Stukeley, de su Stonohenge,
a Temple Restored to the British Druidt (1740).

I:
lámina 4.—-Dibujo pardal de los alineamientos de Carnac, en
Britania, de la obra de Cambry Monuments Celtiques, ou recherche
sur le cuite des pitres (París, 1805).
Lámina í.—Dos ilustraciones dd GeHtletnan’s Magazine de 1852:
«Recolección de vestigios romanos en la costa de Essex* (arriba),
y «Excavadores de túmulos» (abajo).
Lámina 6.—Dos ilustraciones de la obra de J. J. A. Worsaae
The Primeval Antiquities of Denmark (trad. Thoms, 1840), mos­
trando una sección (arriba) y los esqueletos (abajo) de una tumba
megalítica danesa.
/«' •*X-ff i Mt . t j
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J .1 r r r r ' > >i • <• ' ■. / - é l } *1
L4." A.y r , e r t‘ ** r r c * t r t r e rfnr,*

t v a j #l /áí i 'a*.

Lámina 7.—Un dibujo de New Grange, de la colección de ma­


nuscritos de John Anstis (1669-1745) del Museo Británico (Stowe
MS. 1024). Este dibujo ha sido atribuido en ocasiones al mismo
Anstis (véase Oriordáin y Daniel, New Grange, p. 37), pero
pareí* más probable que fuera realizado por Edward Lhwyd
(1660-1708), que visitó el lugar en 1699.
Notas

1. ¿Qué es la arqueología?
1 Proce’edings of the Prehistoric Society, 1951, pp. 1 y ss.

2. Anticuarios y viajeros
1 R. H. Lowie, The History of Ethnological Theory, 1937,
p. 13.
2 Proceedings of the British Academy, 1951, p. 202.
3 British Antiquity, 1950, p. 151. Kendricfc afirma: «Camden,
siguiendo el ejemplo continental, fue ciertamente el pionero de
los libros ilustrados sobre antigüedades en este país.»,
* S. Piggott, 'William Stukeley: an Eighteenth Century Afchaeo-
logist, 1950, xi.
5 William Otter, The Life and Remains of the Reverend Edward
Daniel Clarke, Londres, 1824.

3. La geología y la antigüedad del hombre


1 Traducido por Stephen Heizer en su obra Man’s Discovery
of bis Past.

5. La mayoría de edad de la arqueología


1 Loren Eiseley, Darwin’s Century, 1959, p. 255.
2 Anthropological Essays presented to E. B. Tylor, ed. Balfour
and Marrett, 1907.
295
296 Notas

3 Glyn Dfcniel, A Hundrtd Years of Arcbfieobgy, I m it o , 1959,


pp. 6667.
4 En life-work of Lord Avebury, ed. A. Grant Duff, 1924,
p. 67.
s Ibid., p. 223.
4 El modelo de Sven Nilsson sobre el pasado del hombre se
encuentra resumido en los párrafos arriba citados (pp. 107-109),
pertenecientes a The Primitive Inkabitants of Scandinavia.
7 Prólogo de L. A. White a su edición de Ancient Society, de
Morgan (Cambridge, Mass., 1964, p. xxv).

6. Hallazgos y desciframientos
1 Les Cavernes du Volp, traducido por Jacquetta Hawkes (The
World of the Past).

7. Excavación .
1 Alexander F. Chamberlain, American Anthropologist, IX,
1907, p. 499.
2 Arcbaeology frotn the Earth, 1954, p. 15.
3 Spadework, 1953.

8. La ciencia madura
1 Archaeologia Cambrensis, 1924, p. 241.
2 Reimpreso de un artículo de Libby, Anderson y Arnold en
Science, 109, 2827, 4 de marzo de 1949; pp. 227 y ss.
3 The Material Culture and Social lnstituiions of Simplet
Peoples <1926).
Origen de los extractos

Anderson, E. C., véase Libby, W. F.


Archaeologicd Journal, I, 1845, pp. 269-281.
Arnold, J. R., véase Libby, W. F.
Atkinson, R. J. C., Stoneben¿e, Hamish Hamilton, 1956, pp. 79
y 84. . . , . ,
Aubrey, John, An Essay towards the Description of the North
División of WÜtshire (compuesto entre 1659 y 1670). El frag­
mente incluido en este libro procede de A. Powell, John Aubrey
and bis Friends, Heinemann, 1963, 3.* ed., pp. 275-277.
Belzoni, Giovanni, Narrative of the Operations and Recent Disco-
veries witbin the Pyramids, Temples, Tombs, and Excovations,
in Egypt and Nubia, London, 1820, pp. 155458, 347-570, ?
Boucher de Perthes, De l’bomme antédiluvien et ies oeuvres, Pa­
rís, 1860, pp. 1-18.
Braidwood, Robert J., Arcbaeologist and Wbat They Do, Franklin
Watts Inc.: New York, 1960, pp. 4-19.
«Terminology in Prehistory», Human Origins: an Introductory
Gentrd Course in Anthropology: Selected Readings Series II,
Unwemty of Chicago Press, 1946, pp. 32-45.
Breuil, H .. Les Cavernes du Volp, París, 1958.
Cara*, H^ ,y Mace, A. C., The Tomb of Tut-ankb-Amen, vols. I-
III. CaMfU, 1923; val. I, pp. 86-178.
Chamberlain, Alexander F., «Thomas Jefferson’s Ethnological
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. ill'.-■.

Dedicatoria ..................................................................... . 7
Prefacio ................................................................................ 9
Agradecimientos ................................................................... 11
1. ¿Qué es la arqueología? .............................................. 13
2. Anticuarios y viajeros .................................................. 34
3. La geología y la antigüedad del hombre........................ 58
4. El sistema de las Tres Edades ................................... 90
5. La mayoría de edad de la arqueología ........................ 109
6. Hallazgos y desciframientos ........................................... 142
7. Excavaciones ................................................................ 216
8. La ciencia madura ......................................................... 253
Láminas ............................................................................... 288
Notas ................................................................................... 295
Origen de los extractos................. 297
303 ....

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