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Las Estrellas
Silenciosas Vemos
Pasar

Por Dan Abnett

2
Organización y maquetación
Organizado en Trello y maquetado por Scnyc.

Traducción
Traducido por Dani Lestrange

Corrección
Corregido por Daovir.

Portada
Portada adaptada al español por Defender

3
Declaración
AudioWho es una iniciativa sin ánimo de lucro dedicada a traducir
audios, libros y cómics cuyos miembros whovianos y whovianas
sacrifican su tiempo para que todos los hispano-parlantes puedan
disfrutar del universo extendido de Doctor Who sin la barrera idiomática
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que nos ha llegado en inglés, la BBC y las empresas y autores que se
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Índice
PRÓLOGO.....................................................................................................................................9

CAPÍTULO 1.................................................................................................................................13

CAPÍTULO 2.................................................................................................................................20

CAPÍTULO 3.................................................................................................................................27

CAPÍTULO 4.................................................................................................................................33

CAPÍTULO 5.................................................................................................................................42

CAPÍTULO 6.................................................................................................................................53

CAPÍTULO 7.................................................................................................................................60

CAPÍTULO 8.................................................................................................................................70

CAPÍTULO 9.................................................................................................................................83

CAPÍTULO 10...............................................................................................................................90

CAPÍTULO 11.............................................................................................................................108

CAPÍTULO 12.............................................................................................................................121

CAPÍTULO 13.............................................................................................................................138

CAPÍTULO 14.............................................................................................................................155

CAPÍTULO 15.............................................................................................................................172

CAPÍTULO 16.............................................................................................................................179

CAPÍTULO 17.............................................................................................................................184

CAPÍTULO 18.............................................................................................................................188

AGRADECIMIENTOS..................................................................................................................190

SOBRE EL AUTOR......................................................................................................................191

Reporte de errores...................................................................................................................192

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Para Jorge

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Oh, pequeño pueblo de Belén
qué quieto te hallas al descansar
inmerso en tu profundo dormitar.
Las estrellas silenciosas vemos pasar
y en tus oscuras calles vemos brillar
la eterna e infinita luz sin cesar
y como cada año, esperanzas y miedos
se unen todos en esta noche...

~”Oh, pequeño pueblo de Belén.”


Una canción de la Tierra del Antes1.

1 Nota de Audiowho: para este libro hemos intentado adaptar algunas traducciones para que
el título del capítulo se adapte al contenido de éste. Así que la traducción del título del capítulo
y de este poema no es exacta.

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Sipnosis

"Las cosas deben empeorar antes de mejorar. El problema es que creo


que van a empeorar mucho más. Todo lo que puede ser lo peor de lo peor. Y
luego un poco más."
Durante siglos, los Muérfanos han trabajado. Sin ayuda de otros mundos,
subsisten con la comida que pueden cultivar y eso ya es bastante. Pero su
propósito, toda su vida, es mantener las máquinas que un día harán su mundo
tan habitable como la vieja Tierra.
La vida solía ser dura. Pero, cuando las cosechas se pudren, el ganado
enferma y la temperatura desciende, ésta se está volviendo imposible. En el
Festival Invernal de este año no tendrá lugar la celebración usual. No es
momento para ser positivo o para la esperanza, como tampoco lo es para dar
la bienvenida a unos huéspedes inesperados. El Doctor, Amy y Rory
encuentran una sociedad despedazándose bajo el esfuerzo. Las tensiones se
acumulan, las viejas rivalidades se ponen al frente, la gente está muriendo...
Y entonces, los antiguos enemigos del Doctor, los Guerreros del Hielo,
llevan a cabo su movimiento. Con una amenaza de invasión con el corazón tan
frío como el mismo hielo, la batalla real por la supervivencia va a comenzar.
Pero, ¿es oro todo lo que reluce? El Doctor comienza a sospechar que tras
todo se halla un peligro más letal y aún más espeluznante...

Una emocionante y totalmente nueva aventura protagonizada por el


Doctor, Amy y Rory tal y cómo fueron interpretados por Matt Smith, Karen
Gillan y Arthur Darvill en la espectacular serie de éxito de la BBC Televisión.

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PRÓLOGO
Vesta se levantó temprano aquella mañana, antes de que la Campana del
Guía sonara para marcar el comienzo de las labores, antes de que el sol
hubiera salido y hubiera traído calor y luz. Se vistió oscura, con lanas, faldas
unas bajo las otras, un gorro y dos chales. Tenía los guantes que Bel había
cosido para ella. Hacía mucho frío. Podía sentir el rojo en sus mejillas y nariz, y
el agua en sus ojos, y podía ver el humo blanco de su aliento en la oscuridad.
Hacía un frío mordaz, un mal frío. Era un frío que tenía una amenaza en
él, no una promesa, sin importar lo que Bill Groan y los demás dijeran. El
invierno se suponía que tenía que alejarse, no empeorar. Dieciocho años
llevaba Vesta viva, y nunca había visto un invierno blanco hasta los últimos
tres, cada uno más blanco que el anterior.
Cuando descolgó su abrigo de la percha, sus manos estaban insensibles
a pesar de los guantes. El crepúsculo del amanecer, una luz gris que era más
brillante por la nieve, estaba asomándose en la parte trasera del vestíbulo. Con
ella, encontró sus botas, y el pequeño bote con un manojo de flores que había
dejado allí la noche anterior. Encontró también el poste, una podadora fuerte y
casi de dos metros de largo. No era la estación para la poda, pero lo había
dejado también listo porque Bel había dicho que estaba bien saber lo profunda
que era la nieve antes de comenzar a andar sobre ella. La nieve cambiaba el
paisaje, y llenaba los agujeros. Te podías caer, o esfumarte, o torcerte un tobillo
y estar allí tirado alejado de la ayuda de nadie tanto tiempo que te congelarías.
A todos les habían dicho que no salieran solos, especialmente temprano o
tarde, pero eso solo era preocupación. Siempre había habido historias de
cosas merodeando en los bosques. Había historias hechas para asustar a los
niños. Vesta tenía cosas que hacer. Algún viejo perro molestando sus rebaños
no la molestaría.
Vio su nombre en la etiqueta encima de su percha. Harvesta Flurrish. A su
lado, el nombre de Bel. Al lado de aquello, una percha vacía. Bel no era
sentimental: era mayor y era más lista. Sin embargo, Vesta Flurrish no podía
permitir que el día pasara desapercibido.
Chaunce Plowrite les había hecho tacos metálicos para las botas de
todos. Bill Groan, el Electo, le dio a Chaunce permiso para hacerlos de restos
de las piezas de las naves, y no quedaba mucho de ello. Vesta había esperado,
cuando despertara, que no necesitaría usarlos.
Pero sí que fue así.
La nieve había venido de nuevo durante la noche, sobreponiéndose a la
nieve de días antes. Todo tenía un suave borde curvado.
En el jardín, el cielo era de un azul nocturno, el color de los ojos de Bel.
La primera luz, clara hasta las estrellas. Los tejados y chimeneas de Bordeada,
cubiertos de nieve, estaban recortados de negro contra el azul, y lo mismo los
árboles desnudos de hojas de detrás, y los grandes y crecientes altiplanos de
los Formadores. Las plumas de vapor que venían de los ventilados en lo alto

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de los Formadores eran de un blanco luminoso contra el azul cobalto.
Atrapaban los rayos más tempranos porque estaban mucho más altos que
nada más.
Vesta encendió su lámpara solar y la colgó de su percha. Entonces
comenzó a caminar, con sus tacos metálicos aplastando el suelo, su percha de
poda sondeando la cobertura de la nieve, una mano sujetándose el dobladillo
de las faldas extra. Un perro ladraba en el patio. En el establo tras la casa de
los Flurrish, el rebaño mugía.
Siguió el Camino Septentrional que salía de Bordeada, pasando el pozo
hacía Sería, el cual se hallaba a la sombra del Formador Número Dos.
Era un camino lento. Era un duro trabajo caminar por un suelo que se
hundía bajo tu peso. Las piernas de Vesta comenzaron a dolerle. Se detuvo a
descansar durante un minuto y bajó la mirada hacia los arroyos que
alimentaban los molinos otoñales. Estaban congelados como el cristal en aquel
lugar atrapado entre la noche y la mañana.
Cuando llegó a Sería, sabía que no podría arreglárselas para volver a
Bordeada antes de que sonara la Campana del Guía y les llamara al trabajo.
Resolvió trabajar después del tañido de la noche para compensar. Vesta
también sabía que la gente de la comunidad de la plantanación la excusaría.
Eso le daría una hora más o menos, una vez al año.
Sería estaba tranquilo. Los árboles eran como figuras silenciosas con
gorras nevadas. El otoño se había llevado sus hojas, pero el invierno estaba
doblegando los negros troncos y ramas. La lámpara solar de Vesta estaba
comenzando a agitarse, con su carga agotada, pero estaba haciéndose más
brillante a cada minuto. El cielo azul y la blanca nieve estaban ambos tañidos
con rosa del sol que estaba por salir.
Mientras seguía caminando, en la tranquilidad, sintió durante un momento
que alguien la seguía. Pero solo era la quietud, y su imaginación.
El Campo de Memoria estaba en el centro de Sería, un lugar escogido
años atrás como un pedazo tranquilo de tierra. La paciencia se decía que era la
virtud superior de todos los Muérfanos, y aquellos que se hallaban allí eran los
más pacientes de todos. Unas sencillas piedras marcaban cada lugar de
enterramiento, cada una marcada con un nombre, tan clara como las etiquetas
por encima de las pinzase en el vestíbulo de la casa de los Flurrish.
Había algunos Flurrish allí. Años de ellos, enterrados y recordados,
mezclados con otras familias de Muérfanos. La madre de Vesta había fallecido
tiempo atrás, antes de que Vesta fuera lo bastante mayor como para conocerla.
Yacía allí, y Vesta siempre le decía un hola amable a su piedra.
Pero Vesta había venido para su padre, Tyler Flurrish, fallecido hace
cuatro años, arrancado por una fiebre. Él había visto temporadas más frías
venir, y siempre estaba quejándose de ello con su familia, pero no había vivido
para ver la nieve real y el hielo. Vesta se preguntaba si lo sentía allí en el suelo,

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a través de su tumba como una sábana entumecida. Se habría preocupado
demasiado, sobre sus hijas Vesta y Bel, y sobre el futuro que les esperaba.
Vesta se agachó cerca de la tumba y cepilló la nieve de la piedra para
poder ver el nombre. Sacó las flores que había traído y las colocó en el jarrón
de su maceta. Habría sido su cumpleaños, así que le deseó uno muy feliz y
luego habló con él un poco sobre el trabajo y cómo iban las cosas.
Más lejos, abajo en Bordeada, la Campana del Guía sonó.
Vesta inclinó su cabeza y dijo un par de palabras para el Guía, y le pidió al
Guía que cuidara a su padre. Entonces se levantó para volver.
Las estrellas seguían allí arriba. Por el este, tras las desnudas siluetas de
los árboles, una parecía estar moviéndose.
Vesta se detuvo para observar. Había rumores sobre las estrellas
moviéndose. Incluso Bel había dicho que había visto una. Muchos decían que
era de mal augurio, significando un peligro cercano en el frío, pero también era
un misterio. No se suponía que las estrellas tuvieran que deslizarse
silenciosamente por la oscuridad de un amanecer invernal.
Moviéndose lentamente, sin hacer ningún ruido, desapareció tras una
hilera de árboles. Vesta corrió para ver si podía atisbarla otra vez.
Entonces fue cuando vio las huellas.
Casi caminó por encima de ellas. Eran tan profundas en la nieve,
emanaban una sombra y parecían tan negras como el alquitrán. Iban
directamente a través del corazón de Sería por el norte, alejándose hacia el
Formador Número Tres.
Eran las huellas más grandes que jamás había visto, más grandes incluso
que las que Jack Duggat haría, con sus botas de trabajo y sus tacos metálicos
puestos y todo. Y no solo eran el tamaño de las huellas, sino que la distancia
entre ellas también era enorme.
Vesta las observó durante un momento. Lo pensó mucho, intentando
explicar lo que podía ver. Se preguntó si eran huellas de pie que habían
comenzado a derretirse, y por lo tanto exagerando su tamaño.
Pero eran frescas. La nieve solo tenía unas pocas horas de edad, y aún
no había habido suficiente día como para comenzar a fundirlas. Nadie estaba
fuera menos ella, no tan al norte de la ciudad. Las huellas estaban recién
hechas. Podía ver dónde cortaban el talón y las marcas de los dedos del pie.
Un gigante había caminado a través de los bosques silenciosos, y no
hacía mucho. Si hubiera dejado la tumba de su padre minutos antes, se lo
habría encontrado. Se habría cruzado justo en su camino.
Vesta Flurrish estaba verdaderamente asustada. Sus manos estaban
temblando, y no era por el frío. Bordeada parecía a un camino muy, muy lejano:
demasiado como para llegar rápidamente, demasiado lejos como para salir

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corriendo, como para pedir ayuda. Ni siquiera quería cruzar sus huellas para
salir corriendo a casa. Aquello parecía lo equivocado, como si el gigante
pudiera sentir que cruzaba su camino, y girarse hacia ella.
Se giró y comenzó a correr hacia el Campo de Memoria. En ese
momento, con el sol aún no alzado, al lado de su padre parecía el lugar más
seguro donde estar.
Pero había algo esperándola en los árboles, algo con un profundo y
gorjeante gruñido como un perro siendo atizado, algo con ojos rojos que
atrapaban el brillo de la temprana luz.
Algo criado para matar.

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CAPÍTULO 1.
EN MITAD DEL SOMBRÍO INVIERNO2
–Eso –dijo Amy, incapaz de ocultar una ligera nota de sorpresa– ha sido
un aterrizaje perfecto.
–Gracias por darte cuenta –respondió el Doctor. Él sonrió y bajó una
hilera de interruptores de la consola en posición de apagado con una floritura
de un maestro organista bajando su Wurlitzer tras una actuación que definía su
carrera.
–Entonces, ¿por qué estamos inclinados? –preguntó Rory.
–¿Inclinados? –preguntó el Doctor, limpiando el cristal de los diales de la
consola con un pañuelo.
–Inclinados –dijo Rory–. Hacia un lado.
–No lo estamos –dijo el Doctor.
–Poneos rectos –dijo Amy.
Eso hicieron los tres. Se miraron entre ellos en relación a la barandilla de
protección vertical.
–Ah –dijo el Doctor–. Sí que estamos inclinadillos –reconoció–. Quizá no
haya sido tan perfecto como me imaginaba.
–¿Inclinadillo? –preguntó Amy.
–Bueno, inclinadito como mínimo –repitió el Doctor, bajando las escaleras
para llegar a la cubierta principal de la TARDIS.
–¿Ahora se nos permite inventarnos palabras? –preguntó Rory.
–Creía que eso ya estaba bien dejado claro –dijo Amy.
–Mira, no importa –dijo Rory, siguiendo a Amy escaleras abajo hacia la
sala de control–. No era una queja, era por saber lo de estar inclinados.
–Inclinaditos –le corrigieron a la vez el Doctor y Amy.
–Lo que sea –dijo Rory–. No era una queja, no me estaba quejando.
Inclinaos todo lo que queráis. Podemos estar aquí inclinados el tiempo que
queráis. Me está bien. Mientras estemos en el sitio correcto. ¿Lo estamos?
El Doctor se detuvo en la puerta de la TARDIS, se giró para mirar a Rory y
colocó una mano reconfortante en el hombro de Rory. Le miró a los ojos.
–Rory Williams Pond –dijo el Doctor.
–Ese no es mi nombre real –dijo Rory.

2Hace referencia al villancico In The Bleak Midwinter.

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–Rory Williams Pond, ¿no te he prometido volver a casa por Navidad?
–Sí.
–¿Volver a casa por Navidad?
–Sí. Directamente a Leadworth, cerca de Gloucester f…
–¡Ep-ep-ep-ep-ep! –le calló el Doctor– Especificaciones, meras
especificaciones. En casa por Navidad, ese era el trato, ¿no?
–Sí –le reconoció Rory.
–¿No te parece el margen para la interpretación un poco grande ahora? –
le preguntó Amy que estaba poniéndose las botas de lluvia y su abrigo de lana–
Quiero decir, ni siquiera nos está garantizando una dirección, así que saber de
qué Navidad está hablando también es un poco vago.
–Oh, no había pensado en eso –gruñó Rory.
–En casa por Navidad es lo que os prometí –declaró el Doctor–. En casa
por Navidad es lo que os daré, aunque haya que estar un poco inclinados.
Miró a Amy.
–¿Lana, Pond?
Estaba abrochándose los botones largos.
–¿Hola? ¿Navidad? ¿Leadworth? ¿Fresquito? –le respondió.
–Bien visto –dijo el Doctor. Parecía dubitativo y se arregló la pajarita,
aunque ésta estaba doblada como un control termostático.
–Yo tenía un abrigo de piel en algún lugar –reflexionó él–. Un gran abrigo
de piel. Muy cómodo. Me pregunto dónde habrá ido.
Amy lanzó una mirada a Rory.
–Solo la rebeca, ¿entonces?
–Sí –dijo él, subiéndose la cremallera–. No se te puede decepcionar
cuando no tienes altas expectativas –dijo Rory.
El Doctor abrió las puertas. Una brisa de aire frío les tocó las caras, solo
una suave corriente como si alguien hubiera abierto un congelador vertical.
–Guau –dijo Amy.
–Ahí tenéis vuestra poca fe, mis señores –sonrió el Doctor. Respiró
hondo–. Casi puedo oler el trineo con las campanillas sonando.

Salieron a una perfecta nieve virgen que era de medio metro de


profundidad. El cielo era de un azul impoluto y el sol tenía una fiera claridad
radiante. A su alrededor, el bosque era silencioso y esculpido con la nieve.

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–Qué bonito –dijo Amy, embobada y sonriendo.
–Navideñillo, ¿verdad? –le dijo el Doctor.
–Navideñito –dijo Amy.
–Es genial –dijo Rory–. No creo que sea Leadworth, pero es genial.
–Por supuesto que estamos en Leadworth –dijo Amy–. Estamos en ese
pedacito de bosque fuera de Leadwoth, ya sabes, ¿ese trocito de bosque?
–¿En serio? –preguntó Rory– Escucha.
–¿El qué? –le preguntó.
–Tú solo escucha.
Ellos escucharon.
–No oigo nada –dijo Amy.
Rory asintió significativamente con sus ojos entrecerrados.
–Eso no demuestra nada –dijo Amy.
–¿No hay tráfico? ¿No… hay pájaros? –preguntó Rory.
–Es temprano –dijo Amy–. Es el Día de Navidad.
–No es temprano. Mira el sol.
–Las carreteras están cerradas por la nieve.
–No hay tanta nieve.
–Es Leadworth antes de que hubiera tráfico –dijo Amy.
–Así que no es el Leadworth correcto.
Amy se giró en redondo hacia el Doctor, levantando remolinos de nieve
con sus botas.
–Dile que estamos en el sitio correcto –le insistió.
El Doctor estaba examinando la TARDIS. La cabina azul de policía tenía
una gruesa cobertura de nieve, ladeada por la nieve por lo que se alzaba en un
ligero ángulo en vertical.
–Eso explica la inclinación –dijo el Doctor–. No aterrizamos en llano. No
importa. Está bastante elegante. Diría que de hecho, sería un poco
inclinadesco.
–Dile que estamos en el sitio correcto–repitió ella.
El Doctor se giró hacia ellos.
–¡Oh, definitivamente estamos en el sitio correcto! –declaró él–
¡Definitivamente! ¡Este es el sitio correcto! Estamos justo en medio de la

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Navidad. ¡La Navidad está a nuestro alrededor! ¡La Navidad define este sitio!
¿No lo podéis sentir? ¿No lo podéis percibir? ¡Todo son tartaletas de frutas y
brandy de mantequilla, y pieles de frutas escarchadas y pavos ansiosos! ¡Hay
espumillón y villancicos, y bolas de navidad y ponche de nuevo! ¡Es…!
–¿Es Navidad, en Leadworth, en la Tierra, en 2011? –preguntó Rory
El Doctor levantó un dedo pensativo, y apretó los labios. Miró de lado a
lado.
–Averigüémoslo –decidió y comenzó a andar–. Si no lo es –les llamó el
Doctor por encima del hombro–, y solo estoy diciendo “si”, si no lo es, entonces
la TARDIS al menos nos habrá transportado a la Navideñidad más navideña de
todo el universo, lo cual ya es algo, ¡y no se merece ningún tipo de crítica!
–Se lo va inventando mientras habla –le dijo Rory a Amy mientras
correteaban para alcanzarle.
–O “las cosas de cada día” como también se llaman –le respondió ella.
Comenzaron a descender una bajada por los árboles. El destello del sol
en la nieve intacta era tan brillante que tenían que bizquear. Era duro caminar.
Amy se resbaló y casi se cayó. Rory se rio tan por lo bajo que se cayó.
También se deslizó un poco. Amy rio y le dio una mano para levantarse. El
Doctor se mantuvo recto en la bajada, columpiando sus alargados brazos para
tener equilibrio, cantando alegremente “I saw three ships come sailing in”3.
–¡Vamos! –gritó, animándoles– ¡Ahora en canon!
–¡Ni siquiera podemos estar de pie –le respondió Amy a gritos–, mucho
menos poder hacer una armonía a tres voces!
–¡Venid aquí! ¡Vamos! –les gritó el Doctor.
Se unieron a él en lo alto de la inclinación. La vista se extendía ante ellos,
brillante con la luz del sol: bosques y campos, colinas, montañas, un glorioso
paisaje nevado, pacíficio y quieto, todo un escenario.
–Es muy increíble –dijo Amy.
–Lo es –dijo Rory, coincidiendo con ella–. Realmente lo es. Pero no es
Leadworth, por supuesto.
–No –dijo el Doctor.
–A menos que Leadworth tuviera esta pinta en el, no sé, ¿siglo nueve? –
dijo Rory.
–¿Con esas montañas? –preguntó Amy.
–Así que, siendo justos, ni siquiera es Leadworthillo, ¿no? –preguntó
Rory.

3N. del T.: I Saw Three Ships Come Sailing In (Vi tres barcos atracar) es un villancico típico británico
que no ha sido traducido al español, por eso no ha sido traducido su título.do.

16
–No, pero mira qué bonito –dijo el Doctor.
Todos estuvieron obligados a estar de acuerdo con él sobre que lo bonito
era muy bonito, y todos lo admiraron durante un rato.
–¿Es eso un pueblo lo de ahí abajo? –preguntó Amy.
–Hay algo muy extraño en esas montañas –djio Rory.
–¿Pueblo? –preguntó el Doctor.
–Ahí abajo, entre los árboles –respondió Amy, sonriendo–. Ahí, ¿lo veis?
No sé, ¿a un kilómetro y medio de distancia?
–Creo que tienes razón –dijo el Doctor.
–Las montañas –dijo Rory, protegiéndose los ojos del destello–. Muy
extrañas.
–Sí –dijo el Doctor–. Es porque no son montañas. No creo que sean
montañas, en fin. ¡Vamos!
Comenzó a bajar la inclinación.
–¿A dónde vas? –le gritó Amy.
–¿Qué quieres decir conque no crees que son montañas? –preguntó
Rory.
–¡Vamos a visitar ese pueblo! –les anunció el Doctor– Quiero decir, ¡ya
que estamos aquí! ¡Puede que nos reciban con una bienvenida navideña! Eso
haría que mereciera la pena el viaje, ¿no?
Rory y Amy se miraron entre ellos y luego al Doctor.
–¿Qué has querido decir? –repitió Rory– ¿Estás diciendo que son
montañillas?
–¡Vamos! –gritó el Doctor, estirando los brazos mientras bajaba colina
abajo– ¡Llenad vuestros pulmones! ¡Ah! ¡Probad ese aire fresco! ¡Buscad un
apetito para todo ese pudding de Navidad!
Amy negó con su cabeza y salió corriendo tras el Doctor. Rory se detuvo
durante un momento y se subió la cremallera de la rebeca hasta arriba.
–¿Sabes qué? –dijo él– Hace realmente frío.
–¡Vamos! –le llamó Amy.
–Claro que está bien para ti, abrigo de lana –dijo Rory–. Quiero decir, es
muy bonito, lo es de verdad. Pero hace frío y esto está muy… muerto. No hay
nada cerca. Todo está tan tranquilo y silencioso y… sombrío.
El Doctor se giró en redondo y apuntó a Rory dramáticamente.

17
–¡Exactamente! ¡En mitad del sombrío invierno, aunque cruel fue la
helada! ¡Es exactamente la localización donde te esperarías encontrar una
verdadera Navidad navideña! ¡Así que hagamos exactamente eso!
–¿Podría volver a por un abrigo primero? –preguntó Rory– ¿Por favor?
Hace mucho frío. Y si esta es la Navidad navideña que acabe con todas las
Navidades, me gustaría disfrutarla y no morir por congelación.
–Se está poniendo azul –dijo Amy.
–Solo serán dos minutos –dijo Rory–. Lo prometo.
El Doctor sonrió.
–Por supuesto. Esperaremos justo aquí. Estaremos disfrutando de las
vistas. Porque son, como todos estáis de acuerdo, magnificas.
Sacó la llave de la TARDIS de su bolsillo y se lo lanzó a Rory. Rory la
atrapó con eficiencia y la levantó con ambos dedos índices.
–Dos minutos –repitió él y corrió por la bajada. Amy y el Doctor se giraron
para observar las hermosas vistas de nuevo. El sol era muy brillante. Amy giró
su enguantada mano sobre sus ojos.
–¿Qué querías decir con esas montañas? –preguntó ella.
–Solo pensaba en voz alta –dijo el Doctor.
Hubo una pausa larga.
–¿Estará bien? –preguntó ella.
–Solo ha ido a por un abrigo.
–Deberíamos haber ido con él –dijo ella.
–Creo que puede encontrar un abrigo.
Amy le miró.
–Deberíamos habernos quedado juntos –dijo ella–. Nada de separarnos.
No sabemos dónde estamos, y nos acabamos de separar. Estoy muy bien
contigo, pero él está solo. ¿Cuál de nosotros va a meterse en problemas y va a
necesitar ser rescatado? Vamos, ¿me respondes a eso?
El Doctor bajó su barbilla y se giró cautelosamente para mirarle a los ojos.
–¿Estás sugiriendo –preguntó él–, que podríamos estar metiéndonos en
unos gritos y carreras?
Amy asintió.
–De acuerdo, iremos y le haremos compañía –dijo el Doctor. Se giraron
para dirigirse colina abajo tras Rory.
Y frenaron en seco.

18
Media docena de hombres estaban en lo alto de la inclinación ante ellos.
Estaban vestidos con varias capas de pesadas ropas oscuras, a prueba del
frío. Vestían capuchas, guantes y botas de nieve con tacos y llevaban unas
pesadas herramientas de granja: rastrillos, azadas y horcas. Amy no pudo
evitar ver lo lúgubres y recelosos que parecían los hombres. Qué resueltos.
–¿Es esta la encantadora bienvenida navideña que estabas buscando? –
le susurró Amy.
El Doctor parecía un poco incómodo. Observó las pesadas herramientas
de granja que estaban siendo apuntadas hacia ellos en forma de unas
incómodamente sugeridas lanzas.
Abrió sus brazos de par en par, en un gesto amigable y dio un paso
adelante.
–¿Ho-ho-ho? –intentó.

19
CAPÍTULO 2.
QUE NADA OS HAGA DESFALLECER4
Rory salió de la TARDIS, cargando un par de gruesos guantes que iban
con la parka que había cogido prestada. Cerró cuidadosamente la puerta de la
TARDIS tras él.
–¿Amy? –gritó él, dirigiéndose hacia donde habían estado paseando–
¿Doctor?
Definitivamente era la dirección correcta. Podía ver tras hileras de huellas,
además de una cuarta que él había dejado al volver atrás. La cobertura de la
nieve era perfecta. Además de sus huellas, no se había perturbado ni un
centímetro.
–¿Amy? ¿Doctor?
Rory volvió hacia la inclinación donde habían disfrutado de las vistas. Se
detuvo. No había ni rastro de su esposa o del Doctor.
Rory no se sintió especialmente preocupado por ello al principio. Estaba
acostumbrado a aquello. Era el tipo de cosas que pasaban a menudo. La gente
se perdía o se distraía. La gente no te esperaba donde te decían que
esperarían (lo cual era algo horrible por su parte, en su opinión, porque él una
vez había esperado más o menos en el mismo lugar durante un par de miles de
años). Algunas veces, la gente se daba cuenta de cosas más interesantes a su
alrededor mientras tú estabas buscándoles por otro lado. Y eso era antes de
que consideraras la idea igual de probable de que el Doctor y Amy pudieran
estar tras unos árboles cercanos, construyendo mañosamente unas bolas de
nieve con las que saludarle.
–¿Amy?
Rory comenzó a mirar a su alrededor. Pensó en juntar una preventiva bola
de nieve por su cuenta.
Vio las huellas, las marcas del Doctor y de Amy subir y bajar un poco por
la cuesta. En lo alto de la inclinación, había una masa de huellas que habían
llegado por la izquierda por la línea de la colina y al parecer se alejaban por el
mismo camino.
Rory registró la primera punzada de preocupación.
–Hay una explicación perfectamente razonable –se dijo Rory a sí mismo–.
Se habrán encontrado con gente simpática y se han ido con ellos. Algunos…
cantantes de villancicos. Se han ido a cantar villancicos.
No se detuvo para examinar los agujeros lógicos en aquel hecho. Salió
tras las huellas. Habían pasado como máximo diez minutos. ¿Cómo de lejos
podían haber ido?

4Hace referencia al villancico God Rest Ye Merry Gentlemen.

20
Después de unos cuantos minutos de caminata, se volvió evidente que “lo
bastante como para perderse de vista” era la respuesta básica a aquello. Rory
sintió un poco más de preocupación. La pesada parka y el esfuerzo de pisar a
través de la nieve le estaba haciendo realmente sentirse acalorado. Se detuvo
y recuperó el aliento.
–¿Amy? ¿Doctor?
Los árboles desnudos con sus pesadas cargas de nieve le devolvieron el
eco de sus gritos.
Algo se movió.
Rory vio unas figuras ante él. Dio un paso adelante, comenzando a
sonreír en alivio, listos para reprenderles por dejarle atrás.
Se congeló en sus talones. Su recién aparecida sonrisa también se
congeló.
No era el Doctor. No era Amy. No era ninguna persona simpática con la
que pudieran haberse cruzado en el camino.
Rory sabía que una bola de nieve no iba a ayudarle en aquellas
circunstancias. Se dio cuenta de que necesitaba esconderse, muy bien y muy
rápido.
Se tragó la preocupación y fue directamente a sentirse bastante y
profundamente asustado.

–¿Quién, en el nombre del Guía, son ellos? –preguntó Bill Groan.


La vieja Winnowner negó su cabeza.
–No son caras que haya conocido antes, Electo –dijo ella. Winnowner
Cropper era la muérfana más anciana en Bordeada, la última de su generación.
También era la más sabia de los consejeros de Bill Groan. Si alguien podía
saber, razonó Bill Groan, esa sería ella.
–Me apuesto lo que queráis a que son de otras plantanaciones, Electo –
dijo Samewell.
Bill Groan miró al joven. Samewell Crook veía el lado bueno de todo. Bill
Groan tenía la incómoda sensación de que no había muchos lados buenos en
todo aquello.
–No parecen muérfanos –dijo Bel Flurrish. Su voz era pequeña y dura,
como si estuviera formándose un frío en su interior.
–Todas tienen muchas modas –dijo Samewell–. En Centrada tienen
sombreros de verdad. Lo he oído, por la verdad del Guía.
–No hemos tenido buenos deseadores en el festival en tres años –dijo la
vieja Winnowner–. No desde que el hielo comenzó a venir.

21
–Bueno, este año están esforzándose, ¿no? –dijo Samewell.
–No llevan sombreros –dijo Bel.
–La partida de Jack Duggat les encontró en el extremo alejado de Sería –
dijo Bill Groan.
–Entonces puede que digan dónde está mi hermana –dijo Bel.
Los hombres de Jack Duggat, con sus herramientas de granja levantadas
como armas que los viejos marciales llevaban en los libros del Guía de la Tierra
del antes, llevaron a los dos visitantes al patio principal. Una buena multitud de
aldeanos que no estaban en sus labores o buscando habían salido de sus
casas para observar.
Uno de los dos extranjeros era alto y estaba alerta, sonriendo y mirando a
todo a su alrededor. Le recordó a Bel Flurrish a un gallo joven curioso,
caminando encorvado hacia cualquier situación, despreocupado de su propia
seguridad. Había algo en su franqueza que ligeramente la reconfortó. Una
persona cuya cara podía contener aquel tipo de expresión no era, en su
opinión, una persona que pudiera dañar a otra persona.
La segunda visitante era una chica. Parecía cautelosa, pero había fuerza
en ella. Era pelirroja. Bel nunca había visto ningún pelirrojo. Nunca había visto
algo parecido, a excepción de en los libros del Guía. ¿Cómo podía algo que
solo se había conocido en la Tierra del antes encontrar su camino hasta
Enadelante?
–Quiero hablar con ellos, Electo –dijo Bel.
–Creo que descubrirás que ese es mi trabajo –dijo Bill Groan.
–Creo que descubrirás que es mi hermana –respondió Bel.
Bill Groan era el líder electo de la plantanación de Bordeada. Era un
hombre bueno, con el pelo oscuro y una barba que había comenzado a mostrar
partes grises el primer año en el que el invierno se vistió de blanco. Miró a Bel,
directamente en sus furiosos y duros ojos.
–Sabes que me lo tomo en serio, Arabel –dijo él–. Que tu hermana
desaparezca es un asunto de Tipo 4. ¿Y que ahora lleguen esos extranjeros?
Es una preocupación. Pero existe un proceso. Tengo que hacerlo
correctamente.
–Entonces quiero estar presente –dijo ella–. Que el Guía me ayude,
merezco estar presente.
Bill miró a la vieja Winnowner, vio el pequeño asentimiento que hizo ella, y
le dijo a Bel Flurrish que sí.
–Llevadlos a la asamblea –le dijo a Jack Duggat.
El visitante alto le oyó decir aquello y se giró hacia Bill Groan con una
sonrisa.

22
–¡Hola, soy el Doctor! –anunció él, dando un paso hacia Bill. Una azada y
una horca se cruzaron ante él para barrarle el paso– ¡Oh, cielos! –dijo él,
retrocediendo de las pesadas herramientas de madera– Creo que ha habido un
malentendido, de verdad que sí. ¿Estás tú al cargo? Me gustaría volver a
empezar. ¿Sabes? ¡De cero! ¿Qué te parecería eso?
–Ese es un acento divertido, Electo –le dijo Winnowner a Bill Groan, de
refilón.
–Muy cierto.

El Doctor y Amy observaron a los lugareños murmurando entre ellos.


–Les estás asustando, y tienen horcas puntiagudas –le susurró Amy al
Doctor.
–Sí que las tienen –murmuró él–. ¿Les asusto?
–Pues me parece que sí –dijo Amy–. ¿Podemos seguirles el juego por
ahora?
Estaba temblando ligeramente, con sus brazos cruzados por encima del
pecho.
–Por el lado bueno, puede que nos lleven a un lugar cálido antes de que
nos empalen con objetos de jardinería.

El líder del consejo de la comunidad lo indicó y los dos visitantes fueron


escoltados a través del patio helado hasta la asamblea. Se habían encendido
cubos de fuego y las lámparas solares se encendieron. El salón era cálido y
marrón: cubierto de tablas de madera y asientos, pulidos por los años de uso y
cuidado, con las tablas del suelo relucientes por una historia de pasos. Los
tornillos y perchas que se habían usado para la construcción de la asamblea
estaban hechas de piezas de naves.
Amy se mantuvo todo lo cerca que pudo a un parpadeante cubo de fuego,
disfrutándolo. Se sacó los guantes. Estaban atados dentro de las mangas de su
abrigo de lana con una goma elástica.
El Doctor miró a su alrededor. Levantó la mirada hasta el techo de vigas.
Miró las formas circulares del patrón de metal del usado suelo de madera, con
vetas metálicas en las vigas y los postes del techo.
–Esto es antiguo –dijo él–. Hecho con mucha belleza.
Amy le observó. Él se agachó tras una de las barandillas de madera que
rodeaban el espacio abierto al que les habían llevado. Recorrió un dedo
apreciativo, como un experto en antigüedades.
–Estos tornillos –murmuró él.

23
Amy alzó las cejas.
–¿Importan los tornillos? ¿En serio? ¿Ahora? ¿Vas en serio?
El Doctor se levantó.
–Puede que sí –dijo él.
–Rory está ahí fuera. Solo. Buscándonos –dijo Amy–. ¿Podemos
convencerlos, persuadirles de que nos dejen marchar?

Los hombres de Jack Duggat tomaron posiciones de guardia en las


puertas de la asamblea. Algunos muérfanos entraron y tomaron sus asientos.
Bill Groan y los otros miembros del consejo de la plantanación se sentaron en
semicírculo en las sillas al principio de la sala.
–¿Quiénes sois? –preguntó Bill Groan.
–Soy el Doctor –dijo el Doctor.
–¿Eres un doctor? –preguntó la vieja Winnowner– ¿De qué? ¿Física?
¿Medicina?
–De todos los tipos de cosas –dijo el Doctor.
Hubo un murmullo. El consejo deliberó.
–Esta es Amy Pond –dijo el Doctor.
–Un nombre honesto de muérfana –comentó Chaunce Plowrite.
–Gracias –dijo Amy–. Creo.
–¿Es ella tu esposa? –preguntó la vieja Winnowner.
–¡Oh, no! –declaró el Doctor.
–No hace falta sonar tan enfadado. Podría serlo –le susurró Amy–. Sin
embargo, no lo soy –le dijo al consejo.
–Somos todos los tipos de amigos, la verdad –dijo el Doctor–. Muy
informales. No nos atenemos a ceremonias, ¿verdad, Pond?
–Casi nunca –dijo Amy.
–Pero esto es una ocasión más formal –siguió diciendo el Doctor,
señalando con un expresivo y flexible dedo índice a Bill Groan–. Y tú estás a
cargo de esta comunidad, ¿verdad?
–Es un honor para mí servir a Bordeada como Enfermero Electo del
consejo durante ocho años –dijo Bill Groan–. No es una carga. La tomo con
ligereza, como la gente sabe.
–Por supuesto que no, por supuesto que no –dijo el Doctor–. Y
Enfermero, qué palabra tan interesante, del latín “infirmus”, persona que se

24
encarga de los que no están firmes. Enfermero como en enfermería, como un
lugar donde las plantas y los animales son cuidados y criados.
Los miembros del consejo comenzaron a hablar entre ellos
animadamente.
–¿Qué estás haciendo? –le preguntó Amy al Doctor, acercándose a él y
susurrándole a través de una sonrisa fija con la que apuntaba directamente al
consejo.
–Solo estaba estableciendo un poco de contexto –respondió él–.
Enfermero Electo. Es un título de alto estatus. Un líder. Es el tipo de la barba.
–Todos tienen barba, Doctor –dijo Amy.
–Sé justa, ella no.
–Espera –dijo Amy–. ¿El título del tipo deriva del latín? ¿Cómo?
–De la forma normal.
–Pero Rory tenía razón. Esto no es Leadworth –le susurró ella–. Esto no
es ni la Tierra. Así que, ¿cómo pueden tener un nombre derivado del latín para
algo?
–Estemos donde estemos, es terrestrillo –dijo el Doctor–. Muy terrestrillo,
de hecho. Mi suposición es que se vuelve más terrestrillo con cada día que
pasa. Y esta gente son bastante humanos.
–¿Por qué estamos gastando el tiempo con estas habladurías? –preguntó
Bel Flurrish, con su voz más alta que la de cualquiera en el salón. El lugar se
quedó callado. Se levantó de su asiento en la congregación y observó al
consejo y a sus dos visitantes.
–Ven ahora, Arabel –dijo Bill Groan.
–Que el Guía sea mi testigo, Electo –dijo Bel–, solo estáis charlando
mientras el tiempo corre en nuestra contra. ¿Por qué no les hacéis una
pregunta decente?
–¡Oh, buena idea! –dijo el Doctor, entusiasmadamente– ¡Me gusta ir al
grano! ¿Como qué?
Bel le lanzó una mirada de odio, no del todo reconfortada por su encanto.
–Como, por ejemplo, ¿de dónde sois? No sois de Bordeada así que, ¿de
qué plantanación sois?
Amy miró al Doctor.
–¿Planta nación? –le dijo, sin articular sonido.
El Doctor hizo una mueca y se encogió de hombros de una forma
ligeramente convulsiva.
–Eso es… difícil de responder, Bel –dijo él.

25
–¿En serio? –preguntó Bel– Jamás lo habría pensado. Solo hay tres
plantanaciones en Enadelante, así que no es difícil escoger.
–Ah –dijo el Doctor–. ¿Y la siguiente?
–Muy bien–dijo Bel– ¿Qué habéis hecho con mi hermana?

26
CAPÍTULO 3.
DÍME, SI SABES5
–Creo que deberíamos suavizar las cosas –dijo el Doctor, abriendo sus
manos en un gesto amable y calmante.
Se giró lentamente para que, uno a uno, pudiera ver a todos los de la
asamblea y compartía un momento con ellos con su sonrisa reconfortante.
Fijó su mirada en Jack Duggat. Jack Duggat era un hombre alto, el más
alto de todos los muérfanos de Bordeada, y la azada en sus puños era también
grande. Parecía lo bastante grande como para vaciar una ballena jorobada.
–Voy a meter mi mano en el bolsillo y sacar algo, ¿vale? –le dijo el Doctor
a Jack.
Jack Duggat vaciló. El Doctor comenzó a meter su mano en su chaqueta
de tweed.
–¡Cuidado! –le susurró Amy.
–Díselo a él –le respondió el Doctor. Sacó una billetera de viaje que
contenía su papel psíquico, y se la mostró a Jack Duggat–. Creo que esto
aclara las cosas –dijo él.
–Dice que es de Centrada –anunció Jack Duggat, estudiando la cartera–.
Dice que ha venido a desearnos buena suerte para la temporada, como es
tradición, y a extender una mano de amistad desde la Plantanación Centrada.
También dice que está para ofrecer experiencia y asistencia.
Bill Groan se puso en pie.
–En nombre de la Plantanación Bordeada, os doy la bienvenida como
amigos en esta época del festival –dijo él–. Siento haberos tomado por quien
no sois. Estos son momentos de problemas.
–Ya me imagino –dijo el Doctor.
–Esperad un momento–dijo Jack Duggat–. Hay un problema.
–¿Qué ocurre, Jack? –preguntó Bill Groan.
–Tú mismo lo sabes, Electo –dijo Jack–. Aún no he tenido mis letras. No
sé leer. Así que, ¿cómo he podido leer esto? –levantó la cartera. Nadie parecía
querer tocarla.
–Obviamente, eso lo puedo explicar –comenzó el Doctor.
La vieja Winnowner se levantó y se puso al frente. Tomó la cartera de la
gigantesca mano de Jack Duggat y la miró.

5Otro verso más del villancico Good King Wenceslas.

27
–Es una carta –dijo ella–. Que el Guía me ayude, justo como ha dicho
Jack. Una carta de la Enfermera Electa de Centrada. Parece… genuina.
–¿Cómo he podido leerla? –preguntó Jack, sonando estar en apuros.
La vieja Winnowner miró a Bill Groan con horror.
–¡Se sale! –susurró ella.
–Estoy seguro de que… –comenzó Bill.
–¡Se sale de los preceptos del Guía, Electo! –dijo Winnowner– ¡Es un
conjuro! ¡Sabes lo que el Guía nos enseña sobre los conjuros!
–Es algo erróneo de tipo A –dijo Chaunce Plowrite.
–Sé que lo es –dijo Bill Groan–. Jack, llévales al controlor 6 y enciérrales
allí mientras decidimos qué hacer.
–Es… solo papel –dijo el Doctor, sin parecer saber qué hacer–. Es solo un
truco inocente…
–¡Trucos de conjuros! –dijo la vieja Winnowner– ¿Veis? Lo admite.
Los hombres comenzaron a alejar a Amy y al Doctor. Amy le lanzó una
mirada llena de odio.
–No se te puede llevar a ningún lado –dijo ella.

El controlor era una celda bajo el salón de la asamblea. Unos escalones


cortados en la tierra llevaban hasta una fría cueva artificial iluminada por un par
de lámparas solares. Se había encendido un cubo de fuego. La celda tenía una
pared de rejas con una puerta deslizante. Las barras estaban hechas de un frío
metal azulado. El interior de la celda era un suelo cubierto de serrín amueblado
con un banco y un bote de tierra.
Jack Duggat les encerró y subió los escalones haciendo tintinear las
llaves.
Amy se sentó en el banco.
–Genial –dijo ella.
El Doctor le sonrió. Sacó su destornillador sónico.
–Un cerrojo –dijo él–. Puedo apañármelas con los cerrojos. Son pan
comido. Más fáciles que intentar engañar un salón lleno de gente asustada.
–¿Por qué están asustados? –preguntó Amy.

6N. del T.: una de las tantas palabras del dialecto muérfano que parece evolucionada de otra en el
idioma original. Compter parece venir de Comptroller, un controlador de tropas. Así que, por
licencia de traducción, he “evolucionado” la palabra “controlador” en “controlor”.

28
–Porque somos extraños –dijo él–. Y, en fin, ¿no lo estarías tú si no
hubieras visto antes un invierno en condiciones?
Amy se encogió de hombros.
–Vale, abre el cerrojo –le invitó ella–. ¿Luego qué? Tenemos que pasar a
través de todos esos tipos con horcas. Si tenemos suerte, puede que
enciendan antorchas y hagan una multitud para perseguirnos de vuelta a
nuestro castillo.
–Estás molesta –dijo el Doctor–. Puedo verlo.
–Para ti la máxima nota –le respondió–. Estoy preocupada por Rory. Él
estará preocupado por mí. Por nosotros. Podría estar caminando hacia la nada.

Bel miraba fieramente al Enfermero Electo de Bordeada.


–¿Así, Bill Groan? ¿Así? ¿Los encierras y ya está? ¿Sin siquiera hacer
las preguntas que deberías?
–Las hará, Arabel –dijo la vieja Winnowner.
–Las haré –repitió Bill Groan. Estaba pensando mucho mientras estudiaba
la cartera del extranjero. Parte de él estaba preocupado porque aquello que se
salía de los preceptos del Guía pudiera contagiársele y contaminarle, pero era
demasiado intrigante como para desecharlos. La carta contenida en la cartera
era exactamente el tipo de carta que él habría redactado como Enfermero
Electo de Bordeada. Llevaba el sello del Guía, y el escudo de las
plantanaciones de Enadelante. Era la misma forma de palabras que él habría
compuesto. Incluso parecía su propia letra.
–Quizá sea real. Quizá sean quienes dicen ser –dijo Bel.
–No es real –dijo Bill Groan.
–¡Entonces puede que la hayan robado! –les espetó Bel– Puede que se la
hayan robado a algún pobre de Centrada que venía aquí con buenas
intenciones. Se la han robado y le han dejado muerto en una cuneta…
–¡No es real! –le respondió Bill– Jack ha podido leerla, ¿te acuerdas?
–Pues deja de mirarla y ve y…
–¡Arabel Flurrish! –exclamó Bill Groan– ¡Vuelve a tu asiento!
–¡Ve y pregúntales dónde está mi hermana! –gritó Bel.
–Sé que estás preocupada, Arabel, pero muestra un poco de cortesía
común –dijo Bill Groan. Volvió a mirar la cartera y su voz se empequeñeció–.
Las estrellas, el frío y ahora esto –dijo él–. Que el Guía me ayude, no sé qué
hacer. Nada parecido nos había pasado antes. No sé ni cómo comenzar a
pensar en ello.

29
–Es un conjuro –dijo Winnowner, suavemente–. Es una plaga de conjuros
que nos ha traído el desalentador invierno, y estos dos extraños son la causa.
Es cosa suya.
–No creo en conjuros –dijo Bill.
–Es obra suya –dijo Winnowner–. Una plaga de conjuros.
–No –dijo Bill, negando con la cabeza.
–¿Has visto su pelo? –preguntó Chaunce– Nunca había visto un pelo así
antes.
–Del color de la sangre –dijo Jack Duggat.
–De la sangre no –murmuró Samewell Crook.
Bill Groan miró a la vieja Winnowner. Su ceño estaba más fruncido que un
acre antes de la siembra, pero su fina sonrisa estaba intentando reconfortarle.
–¿Qué pasa si son conjuros? –preguntó él– ¿Qué pasa si es algo que se
sale de los preceptos del Guía?
–Entonces el mismo Guía nos mostrará qué hacer –dijo la anciana–.
Capítulo y verso, encontraremos el pasaje que se aplique a nuestra situación y
seguiremos las palabras del Guía y las entregaremos. Como siempre hacemos
con todas las situaciones.
Bill no parecía convencido. Giró la cartera por su mano, pensativamente.
–Pero Jack, a quien he conocido desde que éramos niños, ha podido leer
las palabras en esto cuando no pudo leer ninguna otra palabra en ninguna otra
parte –dijo él–. Eso es algo que no debería pasar. No debería ser posible, no
bajo las leyes del Guía. Y si hay algo en lo que no se aplican las leyes del Guía,
¿cómo luchamos contra eso?
Bel Flurrish estiró su mano.
–¿Puedo verla, por favor, Electo? –preguntó ella.
Bill Groan vaciló. La vieja Winnowner también parecía tener dudas. Tras
un momento, le pasó la cartera a Bel.
La miró primero por el exterior, girándola de un lado a otro antes de
abrirla.
–Oh –dijo ella.
–¿Qué? –preguntó Bill.
Bel estaba observando la cartera abierta. Las palabras no parecían querer
formarse.
–Es… –comenzó ella.
–Es altamente convincente, ¿no es así? –preguntó Bill Groan.

30
Bel cerró la cartera y se la devolvió al Enfermero Electo.
–Sí que lo es –dijo ella–. Por favor, Electo. Por favor, ve abajo y
pregúntales por mi hermana. El día está acabándose y la noche viene de
nuevo.
–Lo haré, Bel, en cuanto haya discutido qué es lo mejor que hacer.
–No te demores, Electo –dijo Bel, desesperada.
–Lo consultaré con el consejo –respondió Bill–. Una hora, no más. Justo
para que pueda saber qué hacer ante más conjuros. Entonces les sacaré
algunas respuestas.
Bill Groan le pidió al consejo que tomara sus asientos de nuevo, y
rápidamente comenzaron a hablar.
Bel Flurrish observó durante un rato, temblando con ansias. Cuando no lo
pudo soportar más, se levantó.
Todo el mundo estaba ocupado discutiendo el tema como para verla
deslizarse por la parte trasera de la asamblea.

Rory corría.
Corría tan rápido como nunca había corrido en su vida. Ciertamente
estaba corriendo tan rápido como nunca había corrido sobre la nieve pesada.
Más de una vez, la suave profundidad de ella se llevaba su pie abajo, o le
robaba el equilibrio, y se caía.
Cada vez, se levantaba y comenzaba a correr de nuevo.
No tenía ni idea de a dónde estaba corriendo. Ya no tenía ni idea de
dónde estaba la TARDIS. Todo lo que sabía seguro era de qué dirección huía.
Había habido algo bastante horrible en las siluetas que había visto, algo
que le había perturbado. Las siluetas eran verdes, aunque llevaban trajes o
uniformes. No habían estado haciendo nada siniestro o amenazante. No le
habían gritado ni disparado.
Sin embargo, había habido algo perturbador sobre la forma en la que
avanzaban, lentamente, constantes e inexorables, extrañamente
despreocupados por la nieve. Nunca había visto antes nada tan simple como
aquellos caminantes parecer tan terroríficos y eso era decir algo, porque había
visto a Cybermen marchar. Los Cybermen se movían con una escalofriante y
robótica disciplina. La forma en la que caminaban se equiparaba a la forma en
la que pensaban y esa era la parte terrorífica en ellos: la precisión clínica.
Las siluetas que Rory acababa de ver habían estado moviéndose con
pesadez. Habían mostrado una inexorabilidad no nacida de un ritmo mecánico,
sino de una determinación brutal, física e inquebrantable.

31
Habían sido personas grandes, quienesquiera que fueran. Estúpidamente
grandes. Durante un segundo, Rory se preguntó si llevaban unas ropas caras y
pesadas para el temporal frío. Pensó que había atisbado un poco de rojo de
unas gafas protectoras o de un visor. Pero incluso las ropas para el temporal no
podrían haber explicado su tamaño. Eran altísimos, de cuerpo ancho y
hombros curvos. Le recordaban incómodamente a unos buenos cardenales
que le llegaban a Urgencias una noche de sábado, veteranos de peleas en
aparcamientos de pubs y disputas con porteros.
Aquellos tipos no eran atléticamente altos: no tenían hombros anchos y
bíceps redondos, como la idea hollywoodiense de un superhéroe. Eran grandes
como el mundo real: gruesos a través del pecho y de la cintura, con antebrazos
como jamones, y muñecas tan anchas como sus puños. Su carne era densa.
Tenían una horripilante fuerza poco glamurosa, un poder genuino, criado no en
un gimnasio o con un entrenador personal, sino por la vida y los injertos.
Aquellos eran con los que tenías que ir con cuidado cuando estabas de
guardia, los sombríos que se mantenían amenazantes, y te miraban bajo unos
párpados caídos por el alcohol, los que podían de repente girarse y sacudirte
un buen puñetazo.
Rory sabía, simplemente tenía la certeza, de que los hombres que había
visto debían evitarse. Su primer pensamiento fue esconderse mientras corría.
Las figuras lentas y pesadas estaban demasiado cerca. Si no le habían visto
ya, estarían a punto, y no tenía ningún deseo de esconderse tras un árbol
mientras le alcanzaban. Había comenzado a correr, en vez de lo otro.
Además, si había cosas como esas, cosas gigantescas como esas,
merodeando por entre los árboles, Rory sabía que prefería que le persiguieran
a él en vez de cazar a Amy y al Doctor.
Él los podía alejar, quizá, y luego dar la vuelta en círculo para buscar a
sus amigos… Y luego salir echando leches de allí.

32
CAPÍTULO 4.
AUNQUE CRUEL ERA LA HELADA
–¡Alguien viene! –le susurró Amy.
El destornillador sónico había estado colocado sobre el cerrojo de la
puerta. Rápidamente se lo puso tras su espalda.
Bel Flurrish bajó los sombríos escalones hasta situarse bajo la luz de las
lámparas. Les observó a través de las barras.
–¿Dónde está mi hermana? –les preguntó.
–No lo sabemos –le aseguró amablemente el Doctor.
–Sí que lo sabéis –dijo Bel, acercándose a las barras. Su expresión era
fiera.
–¡No! –insistió Amy– ¿Qué tal si nos sacas de esta estúpida jaula?
–Sé que lo sabéis–dijo Bel–. ¿Cómo sino podríais haber tenido una
fotografía suya?
–¿Una fotografía? –preguntó Amy, perpleja.
–¡En esa cartera! –exclamó Bel– ¡En esa cartera llena de conjuros! ¡La he
visto!
Amy miró al Doctor.
–El papel psíquico –murmuró el Doctor. Se giró para mirar a Amy–. Qué
incómodo. Es uno de los inconvenientes. Se ancla a aquello que más deseas
ver, lo que encuentres más persuasivo o convincente. Algunas veces es una
emoción fuerte sobre la que se puede imprimir, con unas consecuencias más
bien desafortunadas.
–¿Ella ha visto a su hermana porque está preocupada por ella? –preguntó
Amy.
–Es todo en lo que puede pensar–respondió el Doctor–. Además,
sospecha que estamos involucrados de alguna manera porque somos
extraños, así que eso ha disparado la respuesta emocional. Además…
–¿Hay otro además?
–Sí –dijo el Doctor–. Creo que hay un nivel de tensión general aquí que
está aumentando la resonancia emocional.
Bel estaba observando su conversación rápida con un asombro en
aumento.
–Sabes que está justo ahí y que puede oír cada palabra que decimos,
¿verdad? –le preguntó Amy al Doctor.

33
–Sí, me he dado cuenta.
–Y eres consciente de que su nivel general de susto está subiendo hasta
las nubes si seguimos hablando así, ¿verdad?
–Pues me parece que sí –dijo el Doctor.
Se giró para mirar a Bel a través de las barras de la celda. Sonrió.
–Escucha –dijo–. Arabel, ¿es Arabel? Arabel, realmente queremos
ayudarte. De verdad que sí. No hemos hecho daño a tu hermana o nos la
hemos llevado. Ni siquiera la hemos visto. Pero nos gustaría ayudarte a
encontrarla. ¿Cómo se llama tu hermana, Arabel?
–¿Por qué tendría que contarte eso? –preguntó Bel.
–¿Para que te podamos ayudar?
–¿Y por qué me ayudaríais?
–Para ser honestos –dijo Amy–, estamos un poco atrapados aquí. Si
podemos hacer algo para ayudarte, quizá podemos demostrarle a tu… –vaciló,
luego señaló a las escaleras de detrás de ella– a tu comunidad que no somos
nada de lo que temer.
–Así es –dijo el Doctor–. Que nada te desaliente. Venimos en son de paz.
Además, nadie merece perderse en un tiempo como este.
–Pues ya lo creo que no –dijo Amy, lanzándole una mirada significativa al
Doctor.
–¿Y cómo se llama? –preguntó el Doctor.
–Vesta –dijo Bel, precavidamente–. Harvesta Flurrish.
–¿Y cuándo la has visto por última vez?
–Anoche, antes de irme a la cama. Se había ido esta mañana.
–¿Sabes dónde podría haber ido? –preguntó el Doctor.
Bel negó con la cabeza.
–Pero se llevó sus botas y su abrigo.
El Doctor miró a Amy y luego devolvió la mirada a Bel.
–Arabel –dijo él–, no se supone que tiene que hacer este frío, ¿verdad?
–¿No hace frío allí de donde venís? –preguntó Bel.
–No este frío –dijo el Doctor–. Está enfriándose más cada invierno,
¿verdad? Cada año, un poco peor. ¿Cuántos años lleva pasando?
–Tres o cuatro.
–Y se supone que tiene que pasar lo contrario, ¿verdad?

34
–Por supuesto –dijo Bel–. Ese es el objetivo de todo el trabajo muérfano.
Como vosotros deberíais saber.
–Solo estaba pensando en voz alta –dijo el Doctor.
–El Guía nos dice –dijo Bel– que los patrones pueden empeorarse en
corto periodo mientras cambios mayores toman efecto. Eso es lo que el Electo
nos enseña.
–Eso es cierto –dijo el Doctor–. Algunas veces. Con mayores proyectos,
eso es ciertamente verdadero, a veces. Estáis lidiando con sistemas
meteorológicos continentales. Clima global, pero no estoy seguro. Es por eso
por lo que no habéis hecho nada drástico, ¿verdad? Os habéis estado diciendo
que es un síntoma de un cambio climático de corta duración.
–¿De qué va todo esto, Doctor? –preguntó Amy– ¿Por qué estamos
hablando del tiempo?
–Mira su ropa –dijo el Doctor–. Sus ropas diarias están bien hechas, pero
no han sido llevadas durante un largo uso. Sus capas, sus chales, sus botas…
todas son nuevas. La gente de aquí no está acostumbrada a inviernos así de
fríos –volvió a mirar a Bel–. ¿Nos dejarás salir, Arabel?
Bel miró nerviosamente a las escaleras.
–No debería. Va en contra de la palabra del Electo.
–Si nos dejas salir, te ayudaremos –dijo el Doctor.
Bel flaqueó.
–¡Pero no tengo la llave! –declaró ella.
–Arabel, dime por qué la gente está tan preocupada sobre los conjuros –
preguntó el Doctor.
–Es un crimen de tipo A –dijo Bel–. Se nos enseña que solo debemos
hacer lo que el Guía nos dice. Si se sale de sus preceptos, entonces está
prohibido.
–Arabel –dijo el Doctor, calmadamente–, solo durante un momento, vas a
tener que aceptar que el Guía me ha dicho cómo hacer cosas que puede que
no hayan sido mencionadas a otras personas.
Bel Flurrish parpadeó y luego estrechó los ojos.
–¿Qué quieres decir?
El Doctor sacó su destornillador sónico de detrás de su espalda. Lo
ajustó, abrió las pinzas de su extremo y lo apuntó al cerrojo de la puerta de la
jaula. Brilló mientras funcionaba ligeramente. El cerrojo se abrió con un clic.
El Doctor abrió la puerta de la celda.
Bel se le quedó mirando.

35
–Vamos a encontrar a tu hermana –le dijo.

Se deslizaron escaleras arriba del controlor, con el Doctor abriendo el


camino. El sonido de las voces resonaba en la sala de la asamblea.
–Estarán hablando durante horas –les susurró Bel.
Uno de los hombres de Duggat estaba guardando la puerta, apoyado
contra el mango de la pala que había estado llevando como arma. Estaba
observando el debate del consejo a través de la puerta entreabierta. Una fuerte
y fría ráfaga venía del corredor lateral. Arabel indicó la dirección con un ladeo
de cabeza.
Abrazando la fría piedra de la pared, se arrastraron pasando por el
guardia y se apresuraron por el pasillo hasta la puerta trasera. Bel se peleó un
poco con el pesado cerrojo. El Doctor la ayudó. Amy seguía mirando por detrás
de su hombro. Estaba segura de que el guardia iba a oír el chirrido del cerrojo
abriéndose.
El Doctor consiguió subirlo en silencio. Recorrió su dedo por él.
–Es del mismo metal que los tornillos –susurró él.
Amy le lanzó una mirada de odio.
Él imitó su reacción.
–¿No? ¿No hay tiempo para eso? –preguntó él, todavía susurrando.
Ella negó con la cabeza.
Se escurrieron hacia el exterior, hacia un patio nevado tras la asamblea.
Amy cerró con cuidado todo lo silenciosamente que pudo.
Bel dio un paso hasta el Doctor y le puso la mano plana sobre el pecho,
empujándole firmemente contra la pared del patio.
–Solo estoy haciendo esto para ayudar a mi hermana –dijo ella–. No
dejaré que ella muera también.
–Por supuesto –dijo el Doctor.
–Si me estás engañando…
–No lo haré, Arabel. Lo prometo.

–Esta es nuestra casa –dijo Bel, cerrando la puerta tras ellos. No se


habían encendido las lámparas, y ninguna estufa calentaba el lugar. Bel había
dejado la casa de los Flurrish temprano en su búsqueda de Vesta. La casa
dolía por el frío. La luz del sol se filtraba a través de las ventanas empolvadas
de nieve.

36
–No nos molestarán aquí –dijo Bel.
–Es espléndida –dijo el Doctor–. Solo necesitamos algún lugar donde
pensar, solo durante un minuto. No tiene sentido corretear por el campo
buscando a Vesta con este tiempo. Necesitamos averiguar dónde puede haber
ido.
–Hasta que caliente un poco la estufa –dijo Bel, dirigiéndose a la
chimenea.
Amy se frotaba las manos de forma brusca. Cuando Bel se alejó, ella se
acercó al Doctor.
–¿En serio? –le preguntó en voz baja– ¿No tiene sentido corretear por el
campo? ¿Ni siquiera para, no sé, salir de aquí?
–Estamos bastante a salvo.
–¿Y ni siquiera para buscar a mi marido?
–También Rory está bastante a salvo –dijo el Doctor–. Probablemente
esté sentado en la TARDIS ahora mismo, haciéndose una taza de té.
–A veces no te creo –dijo Amy.
–Confía en mí, Pond –le respondió el Doctor, mostrándole una sonrisa
infantil. Comenzó a mirar por la vacía habitación sencilla–. Hay algo pasando
aquí, que requiere atención.
Bel volvió de encender la estufa. Un rumor de calor comenzó a inundar la
habitación.
–Todo está hecho a mano –murmuró el Doctor, mirando a los muebles y a
la construcción de la misma casa–. Hecha hermosamente, pero vieja. Mucha
madera. Vigas locales, supongo, y cortadas y terminadas de forma experta. Y
los tornillos y los mangos, ¿los ves? ¿Los clavos?
–Trozos de naves –dijo Bel–. No queda mucho de ellos ahora.
–Trozos de naves –repitió el Doctor–. Por supuesto que sí. Trozos de
naves –miró a Amy–. Metal del casco de una nave –dijo él–, desvalijado de la
nave que trajo aquí a los muérfanos.
–La Tierra del antes y Enadelante –dijo Bel.
–¿Cuánto tiempo has vivido aquí, Bel? –preguntó el Doctor.
–Todos mis años –dijo ella.
–Quiero decir, ¿cuánto llevan viviendo los muérfanos en Enadelante?
–Veintisiete generaciones –respondió ella. Se detuvo y miró al Doctor–.
Que el Guía me ayude, ¿por qué preguntarías eso? –dijo ella– No puedes ser
un muérfano y no saber eso, pues no hay nadie más en Enadelante que no sea
un muérfano.

37
–Ahora sí los hay –dijo el Doctor–. ¿Arabel? ¿Bel? Sé que es mucho que
entender, pero tienes que seguir confiando en nosotros. Piénsalo de esta
manera. El Guía nos ha mandado para ayudar cuando más se nos necesita.
Dime esto, Bel, ¿por qué estaban armados los hombres que nos encontraron?
–Estaban buscando a Vesta –comenzó Bel.
El Doctor negó con la cabeza.
–Los muérfanos no tienen armas, ni armas de fuego ni nada –dijo él–.
Tuvieron que agarrar armas improvisadas… hachas y horcas, ese tipo de
cosas. ¿Por qué harían eso los hombres cuando ni siquiera están
acostumbrados a llevar armas?
–Ellos… –comenzó Bel. Bajó la mirada hasta la vieja mesa de la cocina
cuando pensaba en la respuesta– Nosotros… hemos perdido rebaño. Justo
este invierno, nunca antes. Algo se ha estado alimentando de las ovejas y las
cabras. Creíamos que quizá fuera un perro que se ha escapado y se ha vuelto
rabioso. Quizá de otra plantanación.
–Tendría que haber sido eso, ¿no? –dijo el Doctor– Porque no hay otros
animales aquí. Solo los que vosotros, los muérfanos, trajisteis aquí con
vosotros. Enadelante no tiene animales indígenas que puedan matar una oveja.
–No sé qué significan esas palabras –dijo Bel–, pero esos hombres
cogieron horcas y hachas porque tenían miedo de…
–De que lo que quiera que vaya por ahí matando pueda haber querido
cazar una presa más grande –dijo el Doctor.
Bel asintió. Su labio tembló.
–¿Cuánto lleva pasando esto, Bel? –preguntó Amy.
–La vida siempre es dura aquí –dijo Bel, con una alegría forzada–. Pero
hace tres años, el invierno comenzó a volverse blanco, y cada año peor.
Entonces realmente comenzamos a esforzarnos. No había comida suficiente,
no había suficiente gasolina con la que seguir adelante. Solíamos ver gente de
otras plantanaciones bastante regularmente, sobre todo en época del festival,
pero no desde que viajar se ha vuelto duro. No es solo que los inviernos son
fríos, sino que es lo que los inviernos significan.
–Significan que todo podría fracasar –dijo el Doctor–. Todo el programa
entero de terraformación.
–Los Formadores de Tierra jamás fracasan –dijo Bel, enfáticamente–. Es
parte de nuestro deber mantenerlos. Nuestra plantanación se llama Bordeada
porque está bordeada de Formadores. Esa es la gran tarea que el Guía nos ha
mandado.
–Ahora me dices –dijo el Doctor–, que el Guía os dice que eso puede
pasar a veces. Que algunas veces los inviernos empeoran antes de mejorar.
Bel asintió de nuevo.

38
–Eso es lo que el Guía dice.
–Pero tú no lo crees, ¿no?
Bel se encogió de hombros.
–Debemos confiar en el Electo y el consejo, pero no creo que tampoco se
lo crea Bill Groan. Es duro confiar que las cosas mejorarán cuando empeoran.
–Pero hay más, ¿verdad? –preguntó el Doctor.
–Ha habido señales. El rebaño muerto. Y algunos dicen que han visto a
gente en los bosques que rodeaban la plantanación. Las sombras de unos
hombres altos, observándonos. Nadie les ha visto con claridad, pero son
grandes. Y no pueden ser hombres, porque todos los hombres de Bordeada
están contados.
Ella miró al Doctor.
–Hasta hoy –dijo ella.
–Sí, pero yo he venido y he saludado, así que no puedo haber sido yo –
dijo el Doctor.
Bel se sentó en la mesa y descansó su nariz contra sus manos cerradas
como si estuviera rezando.
–Le dije a Vesta que no fuera sola –dijo ella, en voz baja–. Se lo dije. Dijo
que no había gigantes en los bosques y que ella podría espantar a cualquier
perro vagabundo. Pero yo había visto las estrellas, ella no.
–¿Las estrellas?
–Era la otra señal. Estrellas que veo pasar por la noche, por encima de mi
cabeza. No hacen sonido. Las he visto y otros pocos también. La peor de todas
las señales. Nos advierten de que el mundo está agitado, y a pesar de toda
nuestra paciencia, el esfuerzo muérfano está en peligro.
–Has dicho algo justo ahora –dijo Amy, en voz baja.
El Doctor y Bel la miraron.
–Has dicho que estabas dejándonos salir para ayudar a tu hermana,
porque no querías que ella también muriera. ¿Quién más ha muerto?
–Nuestra madre murió hace años –respondió Bel–. Entonces perdimos a
nuestro padre hace cuatro años por unas fiebres. No perderé a otro Flurrish, se
lo juro al Guía. Yo…
Se detuvo abruptamente.
–¡Oh, que el Guía me ayude! –gritó ella, mirando al Docotr y a Amy con
desesperación– ¡Creo que sé dónde ha ido! ¡Creo que lo sé!
–¿A dónde? –preguntó Amy.

39
–Había olvidado el día –dijo Bel, removiéndose en la silla y
levantándose–. Vesta recuerda estas cosas, yo no. Es el aniversario de la
muerte de nuestro padre. Ella… ella habrá salido temprano para poner flores
en su tumba. Habrá salido hasta el Campo de Memoria antes del principio de
las labores.
–Entonces ahí –dijo el Doctor–, es donde deberíamos mirar en primer
lugar.

Sin aliento, Rory frenó derrapando. Intentó atisbar las tres montañas que
el Doctor había dicho que no eran montañas del todo. Podía verlas a través de
los árboles, dotadas de unas nubes vaporosas grises contra el perfecto azul del
cielo invernal.
Era como si fuera más de mediodía. El aire era claro y el sol estaba alto y
brillante, pero seguía siendo tan frío y duro como el cristal.
Rory tenía punzadas, y le dolían las piernas de botar entre la nieve.
Jadeando, giró en redondo, comprobando los árboles a su alrededor.
Oyó un sonido. Un crujido de nieve. Un paso mordiendo entre la suave
nevada. Ciertamente, después de toda aquella carrera, ¿no había podido dejar
atrás a aquellas horribles siluetas merodeadoras?
Se acercó, escuchando atentamente. El claro de la arboleda estaba
silencioso, la luz rebotando contra la nieve de forma tan brillante que le hacía
bizquear.
Otro crujido.
Él dio otro paso, con su corazón latiéndole rápidamente.
Una silueta salió ante él. Él era grande, pero también parecía asustado.
Sujetaba un hacha.
Rory retrocedió.
–Oh, hola –dijo él, sorprendido.
–¿Quién eres? –preguntó el hombre, con un acento fuerte en su voz. Dio
un paso adelante y el hacha se alzó lentamente.
–Escucha –dijo Rory–, escúchame. Hay algo en estos árboles. Estas…
siluetas. Unas siluetas muy, muy grandes…
Él miró de un lado a otro. Otros hombres vestidos como el hombre
barbudo con el hacha emergían de la cobertura, a su alrededor. Llevaban un
surtido de palos, azadones y horquillas.
–¿Habéis visto al Doctor? –preguntó Rory, esperanzado.
–¿De dónde eres? –le preguntó uno de los hombres.

40
–Eh… de Leadworth –intentó Rory.
–¿Qué tipo de respuesta fuera de los preceptos del Guía es esa? –
preguntó uno de los otros.
–No conozco su cara –dijo el hombre con el hacha.
–¡Soy amigo! ¡Soy amigable! –declaró Rory, levantando las manos.
–Es un extranjero –dijo un hombre con un palo.
–¿Dónde está Vesta Flurrish? –le preguntó a Rory el hombre con el
hacha.
–¿Está… eso… cerca de Leadworth?
–Cogedle –dijo el hombre con el hacha–. Atadle las manos. El consejo
puede decir qué hacer con él.
–¡De verdad que no hace falta nada de eso! –gritó Rory– ¿Por qué no voy
con vosotros y ya? ¿Sin necesidad de atarme de ningún tipo? ¿Por qué no os
puedo acompañar?
A pesar de sus protestas, le apresaron. Eran fuertes, apretaron sus
brazos tras su espalda, le dieron la vuelta y le empujaron por los hombros.
Entonces se detuvieron.
Algo había caminado dentro del claro tras ellos. Se alzaba observándoles
a través de unos ojos rojos y triangulares. Era verde, del color del musgo en la
parte inferior de una piedra, y su gruesa piel estaba surcada de espirales y
anillada como la piel de un caimán. Un ligero sonido estridente, un graznido
sibilante provocado por una respiración que venía desde el interior de su pecho
grueso como un tonel.
Medía al menos dos metros de alto y tenía la composición de un roble.
–Os lo he dicho –dijo Rory.

41
CAPÍTULO 5.
LAS ESPERANZAS Y LOS MIEDOS DE CADA AÑO7
La cosa verde silbó sin aliento y dio un paso. Rory se estremeció. El
hombre con la barba soltó un gran aullido de miedo y furia, y zarandeó su
hacha.
El hacha era buena, con una cabeza moldeada por las piezas de una
nave. Golpeó a la cosa verde justo en el centro de su pecho, y realmente se
introdujo dentro de la piel de cocodrilo de la armadura con escamas.
La cosa verde ni siquiera se movió. Era como si el hombre barbudo
hubiera enterrado su hacha dentro de un antiguo árbol inflexible.
El hacha se atascó rápidamente. El hombre barbudo intentó sacarla con
otro zarandeo. La cosa verde hizo un silbido parecido a un gruñido y le golpeó
con su brazo izquierdo. Una gigantesca mano con pinzas atrapó al hombre
barbudo con su golpe y le lanzó por los aires. El impacto tuvo un feo sonido
que parecía haber roto huesos que hizo que Rory se volviera a estremecer. El
hombre barbudo voló hacia atrás y hacia arriba, partículas de nieve agitándose
mientras se apartaban de sus piernas, y rompió contra las copas bajas de los
árboles. Volvió a derrumbarse contra la nieve, trayendo ramas rotas, ramitas y
una pesada cascada de nieve a su alrededor.
Una vez hubo aterrizado, dejó de moverse.
Los otros hombres registraron un momento de estupefacción ante la pura
fuerza que el golpe les había comunicado. Un único golpe había impulsado a
su líder a metros a través del aire. Humillados, se lanzaron contra la cosa
verde, haciéndole llover golpes con sus horcas y palos y otras herramientas de
granja.
Fue valiente. Fue un error terrible. Los golpes rebotaron sin tener ningún
efecto. La cosa verde lanzó su pinza derecha y dejó KO a un hombre
lanzándolo de lado contra un árbol. El impacto hizo caer en cascada la nieve de
las ramas. Dando otro paso, la cosa verde alargó el brazo, cogió el mango del
arma enterrada como el pomo de una puerta en su estómago y la sacó.
Entonces eso zarandeó el hacha, impactando a otro hombre en la cara con la
parte trasera del hacha. El impacto tiró de espaldas al hombre. Aterrizó sobre
su espalda en la nieve con su boca abierta, muerto o profundamente
inconsciente.
Un hombre con una horca corrió hacia la cosa verde, intentando recorrer
las espirales en su profundo torso. Gritó al atacar. La cosa verde lanzó el
hacha, la cual desapareció a través de los árboles, dando vueltas y haciendo
un ligero sonido de corte como un ventilador de techo, y levantó su pinza
izquierda. El movimiento fue rápido y extrañamente preciso para algo tan rígido
y desgarbado.
7Al igual que el título de la novela, hace referencia a versos del villancico O Little Town of
Betlehem.

42
La pinza atrapó la horca limpiamente entre los anillos y la bloqueó. El
hombre se tambaleó y tropezó cuando su horquilla dejó de moverse. La cosa
verde apretó su agarre de sujeción y rompió la punta de la horquilla de su
borde de madera. El hombre que sostenía la horca golpeó repetidamente con
el extremo roto contra el torso de la cosa. Ésta apuntó con su pinza derecha
hacia él. Había un pequeño tubo unido a su antebrazo. Era un arma de algún
tipo. La descarga produjo un sonido repugnante y palpitante, el aire pareció
deformarse. Atrapado por esta fuerza retorcida y presurizada, el hombre cayó
muerto.
Rory estaba corriendo para entonces. Al atacar la cosa verde, los
hombres le habían olvidado por completo. La pura brutalidad clínica de su
respuesta había demostrado a Rory que sus primeros instintos habían sido
correctos. Las gigantescas figuras verdes no debían ser tomadas a la ligera.
Eran letales y maliciosas, y existían solo para ser evitadas a toda costa.
Las orejas de Rory le pitaban de la horrible descarga sónica del arma de
la cosa. A pesar de que no la habían disparado hacia él, le había provocado un
dolor de cabeza terrible y, por el sabor a sangre que podía notar en la parte
trasera de su sangre, una hemorragia nasal.
Los otros hombres, aquellos todavía en pie, también estaban huyendo.
Rory tosió cuando oyó el arma sónica disparar una segunda vez. El aire
resplandeció y se doblegó.
Y un hombre que huía a una docena de metros a la izquierda de Rory, se
arrugó contra la nieve, rodó y se quedó quieto.
Él iba a ser el siguiente.
No tenía ninguna forma de cubrirse.
El siguiente golpe iba a matarle.

Dejaron Bordeada y siguieron el Camino Septentrional tras pasar por un


pozo y fuera de lo que Bel llamó los Campospitalarios. Estas zonas grandes y
ligeramente inclinadas estaban cubiertas de nieve, pero el Doctor y Amy podían
ver que habían sido cuidadosamente aclaradas y alineadas con hileras de
cultivos como un mercado de plantas. Amy notó unas líneas de cañas de
plantar y marcos, todos bordeados con nieve como el armiño, restos de la
temporada de cultivo. El mismo camino, una vía de escalada, estaba
enmarcado en el asentamiento como una caja de setos que, aislado por la
nieve, parecía un gigantesco pedazo cubierto de escarcha de un pastel de lima.
Unos perros ladraron en el pueblo por debajo.
–¿Qué ha sido eso? –preguntó el Doctor, deteniéndose para escuchar.
–Perros –dijo Bel.

43
Amy miró hacia atrás. La blancura de una tarde estaba comenzando a
vaciar el azul del cielo, y el vapor alrededor de las montañas se había vuelto
más que una neblina. Había un olor en el aire que se asociaba con una nevada
cercana. Era un olor que ella había adorado de niña pequeña.
–No son perros –dijo el Doctor.
Ellos siguieron. Más allá de los Campistalarios, y la línea del camino
cubierta de seto, una hilera de árboles marcada por el borde de una arboleda
cubierta de nieve.
El Doctor se detuvo de nuevo. Ladeó su cabeza hacia un lado.
–¿Has oído eso? –preguntó él.
–¿El qué? –preguntó Amy.
–Ese sonido, conozco ese sonido.
–¿Qué sonido? –preguntó Amy.
–Solo son perros –dijo Bel.
–No, el otro sonido. Está un poco lejos, pero está en el aire. Es
diferenciable. Conozco ese sonido. ¿Dónde lo he oído antes?
Amy escuchó.
–No puedo oír nada –comenzó ella, y luego se detuvo–. Oh, espera –dijo
ella–. También he oído algo. Un sonido divertido.
El Doctor asintió.
–Un sonido divertido… –repitió él.
Se giró alrededor de repente y observó el cercado de arbustos.
–Creo que deberías salir –dijo él.
Un hombre salió de las sombras.
–Creo que deberías decirme a dónde estás yendo, Arabel –dijo Samewell
Crook.

Rory se agachó tras un árbol. el temor le tenía apretado y deseó que,


desesperadamente, la respiración no le hiciera tanto ruido. La presión,
combinada por el pánico, hacía que el aire entrara y saliera de sus pulmones
con jadeos.
El sonido iba a delatarlo.
Había oído dos explosiones más, las palpitaciones del arma de energía
de la cosa verde. La segunda explosión había sido acompañada por el grito
agónico de un hombre que era derribado por el aire letalmente. Aquello verde

44
estaba cerca. ¿Qué quería, además de matarles a todos? ¿Trataba de eliminar
testigos? ¿Testigos de qué? ¿Acaso era todo una venganza por haberle
clavado el hacha? ¿Iba tras algo que Rory no podía imaginar?
Su mente estaba en todas partes. Era difícil concentrarse. Aquello era la
respuesta al shock y al pánico. Se obligó a concentrarse. Necesitaba escuchar.
Escondiéndose tras el árbol, la única forma con la que podía saber lo
cerca que estaba la cosa verde, era escuchando, pero no podía oír nada por
encima de sus jadeos. Contuvo el aliento. Era un esfuerzo considerable. Lo
aguantó, y escuchó. Parecía que sus tímpanos le iban a reventar.
Tras unos pocos segundos, oyó unas profundas y crujientes pisadas en la
nieve, la constante marcha de un monstruo altísimo. Estaba acercándose a su
escondite.
No había ninguna otra parte donde esconderse. La nieve estaba a su
alrededor, un fondo blanco contra el que destacaba, sin importar donde fuera.
Los árboles no servían. Tarde o temprano, podías caminar alrededor de un
árbol. No había piedras, ni arbustos, ni agujeros en el suelo. Oyó los crujientes
pasos de nuevo y el silbido de la respiración que les acompañaba. Le recordó
su propia necesidad de exhalar. Soltó el aliento que se había estado
aguantando, intentando hacerlo sin hacer sonido. Quería desesperadamente
absorber aire fresco.
La cosa verde apareció a unos veinte metros a su izquierda, a su lado.
Emergió de entre dos árboles y se irguió, lentamente escaneando de izquierda
a derecha.
Rory, tranquila y muy lentamente, se echó para atrás alrededor del árbol
contra el que se refugiaba, poniéndolo entre él y la criatura.
Aquello se giró y miró hacia él.
¿Cómo podía haberle visto? Apenas se estaba moviendo. La cosa
parecía un gigantesco reptil humanoide. ¿Tenían los reptiles una vista aguda?
¿Oído? ¿Tenían otros sentidos? ¿Cómo cazaban? Tenía la sensación de que
una vez había leído algo sobre cocodrilos teniendo una increíble visión
nocturna.
Rory se dio cuenta de que el horror le estaba inundando la mente con los
pensamientos ajetreados. Nada en lo que pensaba importaba de verdad. Tenía
que encontrar una ruta de escape. Lo que el Doctor llamaría una “sabia
estrategia de salida”. Lo que Amy llamaría una “huida para nada estúpida pero
un poco necesaria”.
Amy.
Rory sabía que simplemente tenía que volverla a ver. No iba a dejar que
un gigantesco lagarto lento le matara en un bosque nevado sin una buena
razón. Su esposa jamás le dejaría llegar hasta ese punto.

45
Salió de su escondite y comenzó a correr de nuevo, aquella vez en un
camino perpendicular a su ruta original. Una mirada apresurada por encima de
su hombro le dijo que la cosa verde le había visto. Se había girado para
tambalearse tras él. ¿Había detectado el movimiento? ¿El calor?
El calor tenía cierto sentido. Se aferró a esa noción.
¿Por qué no estaba disparando? ¿Por qué no disparó su horrible pistola?
Podría haberle derribado y ahorrarse el esfuerzo de perseguirle.
Parecía haber solo tres respuestas posibles a eso. Se había quedado sin
tiros, lo cual parecía imposible. Esa era una. La segunda es que estaba fuera
de su alcance.
La tercera es que le quería con vida.

–¡Afloja el ritmo! –silbó Amy.


El Doctor estaba abriendo camino a través del camino nevado hacia los
árboles con el tipo de entusiasmo infatigable e ilimitado que solo él podía
reunir. Ella se esforzó para mantener el ritmo.
–¿Le estamos llevando con nosotros? –preguntó ella.
Ambos echaron una mirada hacia atrás.
Arabel les seguía, con el joven de remolque. Samewell era un tipo
bastante apuesto. Amy tenía que admitirlo. Tenía una cara fresca y animada.
Parecía confiable. Estaba discutiendo con Arabel mientras les seguía por el
camino.
–Es un crimen de tipo A –le oía decir Amy–. ¡Un crimen de tipo A, Bel!
¿Qué estás haciendo con ellos?
–Estoy buscando a Vesta.
–¡Pero les has dejado salir, Bel! ¿Qué dirá el Electo?
–No lo sé, Samewell. ¿Se lo vas a decir?
–¡Tengo que hacerlo! –declaró Samewell– ¡Vamos, párate y háblame!
¡Piensa sobre esto! ¡Estás haciendo tratos con los conjuradores!
–Estoy buscando a mi hermana –respondió Bel y siguió caminando,
subiéndose sus largas faldas un poco para que no se tropezara con la nieve.
–El Electo encontrará a Vesta –dijo Samewell–. ¿Dónde está tu
paciencia?
–Cállate, Samewell.
–Aquellos que esperan, mantienen la plantanación –dijo él.
–¡No me cites las palabras del Guía! –le espetó Bel.

46
–Creo que vamos a dejar que venga con nosotros –le dijo el Doctor a
Amy.
–Porque si vuelve atrás, ¿les dirá que nos hemos ido? –preguntó Amy.
El Doctor asintió.
–No creo que vaya a derrotarnos con las manos –dijo Amy.
–¿Qué? –preguntó el Doctor.
–A él le gusta ella –respondió ella–. Es obvio.
–¿Por qué están discutiendo?
–¿Por qué sino, nos habría seguido? Podría haber levantado las alarmas.
El Doctor frunció el ceño pensativamente y asintió.
–Bien visto, Pond. La misteriosa operación del corazón humano. Buen
trabajo.
Él frenó en seco. Tenían que subir un buen camino por las afueras del
bosque. Sería, lo había llamado Bel. Los Campospitalarios se hallaban tras
ellos. Podían ver la aldea de Bordeada y, al sur de ella, el reflejo de la luz del
sol en los tejados de cristal de las casas de calderas.
–Sería –dijo el Doctor, mirando a los árboles ensombrecidos y sus
brillantes mantos de nieve–. Los muérfanos originales miraron a este mundo y
se imaginaron cómo sería. Como una declaración de intenciones.
–Creía que estaba diciendo “Bosque B” 8 –dijo Amy.
–Probablemente lo esté diciendo –respondió el Doctor–. Es
probablemente lo original. Una designación territorial. Bosque B. Los Campos
Hospitalarios. Incluso el nombre del asentamiento. Eh… ¿Cuál es la apuesta?
Él se giró hacia Bel.
–¿La tercera plantanación se llama Alejada? –preguntó él.
–Sí –respondió ella.
–¿Cómo lo has sabido? –preguntó Amy.
–Oh, una suposición alocada. Alejada, Bordeada y Centrada. Villas A, B y
C.9

8N. del T.: en este caso, se juega con la homofonía de Would Be (traducido como Sería, dado que
es el condicional del verbo ser, igual que en inglés y establecido así para que encaje con la frase
donde se explica el nombre del lugar) y Wood B (Bosque B), lo que Amy ha creído oír, juego de
palabras intraducible.
9N. del T.: otro juego homófono entre Aside, Beside y Seeside y A Site, B Site, C Site, el cual es
intraducible y he preferido mantener al menos la correlación entre las aldeas y el alfabeto siendo,
por lo tanto, las plantanaciones “Alejada”, “Bordeada” y “Centra

47
–Ah –sonrió Amy–. Así que Centrada no está bordeando el mar,
¿entonces?10
–Imagino que no, aunque me gusta estar bordeándolo –dijo el Doctor.
Caminaron durante un momento, sin hablar, escuchando el apasionante
susurro de los bosques y el crujido de los pasos y la polémica audible a medias
viniendo por detrás de ellos de nuevo.
–¿Qué es Enadelante? –preguntó Amy.
–Es un mundo colonial, un mundo colonial humano –dijo el Doctor–. La
expansión tardía de la Era de la Diáspora. Piensa en el nombre, ¿muérfanos?
–¿Como los huérfanos?
–Sí, pero también hace referencia a los procesos de terraformación o
terramorfización11 que estos colonos se suponía que debían llevar a cabo.
Colonizar un adecuado mundo alejado parecido al de la Tierra y hacerlo más
terrestre.
–¿Terrestrillo?
–Así es.
–¿Dónde está la Tierra? –preguntó Amy.
El Doctor se encogió de hombros.
–En algún lugar del pasado. Creo que la Tierra y el sistema solar se han
ido. El final de su tiempo natural. Los humanos tenían que encontrar otro lugar.
Piensa en el nombre de los muérfanos de nuevo.
–¿Cuánto tiempo han estado aquí? –preguntó Amy. Había estado en
épocas en las que la Tierra había sido abandonada antes, pero la idea de que
el mundo ya no existía parecía especialmente melancólica.
–Generaciones –respondió el Doctor–. Muchas generaciones. Veintisiete,
ha dicho ella. Vidas de esfuerzo agotador y vida dura. Lleva mucho tiempo
moldear y domar un mundo, incluso uno parecido al terrestre. Todas sus
labores, todos sus esfuerzos, los Muérfanos jamás podrán llegar a disfrutarlo o
beneficiarse de ello. Es simplemente por el beneficio de las generaciones
futuras.
–¿Y cuál es el problema exactamente? –preguntó Amy– Te preocupa la
nieve.
–El proceso ha ido mal –dijo el Doctor, lo bastante bajo como para que ni
Bel ni Samewell pudieran oírle–. Por alguna razón, el programa de
terraformación ha fracasado abruptamente. Enadelante se está volviendo
menos y menos parecido a la Tierra. Los muérfanos vinieron aquí para plantar
una nación, pero ahora simplemente van a morirse.
10N. del T.: el juego homófono entre Seeside y Seaside (costero).
11N. del T.: otro juego homófono entre “morph” y “Morphan”.

48
–¿Por qué?
–No lo sé –dijo el Doctor.
–Pero tienes una idea.
–Podría ser que nunca se supone que tenían que hacerlo –dijo el Doctor–.
Podría ser que Enadelante 12 era un mundo demasiado difícil de convertir. O un
error puede que se haya desarrollado en los principales procesadores
atmosféricos. O…
–¿O?
–Nada –dijo él en voz baja.
–¿O qué? –le espetó ella.
–En serio, nada.
Ella le lanzó una de sus miradas.
–De acuerdo –dijo él–. Podría ser… que haya algún tipo de influencia
trabajando aquí. He visto… algo así antes, una o dos veces.
–¿Qué tipo de influencia? –preguntó Amy.
–No nos preocupemos de ello hasta que esté seguro –dijo el Doctor.
Comenzó a pasearse entre el camino nevado entre los árboles con gran
propósito–. Esperemos que sea un fallo. Un fallo de proceso que puedo
arreglar.
–¿Un fallo? –preguntó Amy, entrecerrando sus ojos para mirarle.
–Ni siquiera un fallo.
–¿No?
–Menos que un fallo. Más pequeño que un fallo.
–¿Un fallito? –preguntó ella.
–¡Exactamente! –declaró el Doctor. Él echó atrás la mirada hacia Bel–
¿Por dónde desde aquí? –le gritó alegremente.

Rory dudaba que pudiera correr mucho más. Sus piernas y pulmones le
dolían del esfuerzo, y su corazón estaba bombeándole muy fuerte. Apenas
podía respirar bastante hondo. Esta no era ciertamente la forma en la que
había escogido pasar las Navidades.
Olió algo de repente. No era un fuerte olor, pero contra la clara y pura
atmosfera del bosque se distinguió agudamente. Era un olor cálido, húmedo y
metálico, como un vapor pelusón de una lavandería, o el escape de unas
12N. del T.: Enadelante es una posibilidad de traducción de Hereafter, el nombre original del
planeta. Hereafter significa “de ahora en adelante”, de ahí el nombre en castellano.

49
lavadoras industriales en la parte trasera del hospital de Leadworth. ¿Qué era
aquello? ¿Qué podía ser posiblemente cálido y húmedo en un lugar tan
rodeado de hielo y nieve?
Cruzó a través de una hilera de árboles hasta un borde de roca. Una
ladera cayó por debajo de él, gruesa por la nieve que se deslizó. Por debajo
había un río. Era bastante ancho, cayendo pronunciadamente por una garganta
rocosa de un desfiladero a su derecha que se introducía dentro de una
profunda cuenca ante él. En el extremo más alejado, más inclinado que sobre
el que se alzaba, estaba densamente poblado de árboles.
El río, una vez se aclaraba el sotobosque congelado y cubierto por la
nieve del desfiladero, tenía unos diez o doce metros de ancho. Se había
congelado con una gruesa capa de hielo que había sido cubierto por la nevada
de la noche previa. Parecía un ancho pedazo de hormigón pálido. El
desfiladero claramente atrapaba el aire frío por encima del pedazo abierto de
agua.
Rory miró por encima de su hombro. La cosa verde seguía en su
persecución, tambaleándose entre los árboles, ocasionalmente alzando una
mano de pinzas para apartar las ramas de su camino. Estaba a treinta metros
tras él y acercándose. Rory tenía la velocidad de su lado, pero no la fortaleza.
La cosa seguía adelante. Rory sabía que pronto tendría que descansar. Estaba
exhausto, como si hubiera corrido una maratón solo para descubrir que nadie
estaba esperándole con una manta de aluminio y una botella de zumo naranja.
Tomó una decisión espontánea. La densidad de los árboles en el extremo
alejado del río parecía como si le ofreciera la mejor oportunidad de esconderse
que había visto aquel día. El río también era un añadido. La cosa verde era
grande y evidentemente pesada. Rory dudaba que el hielo, aunque pareciera
una placa de cristal a prueba de balas, podría soportar un peso como aquel.
Se acercó por la orilla, casi cayéndose y rodando. Siguió en pie,
deslizándose por la nieve como un esquiador. Se abrió camino a través de
unas rocas nevadas y unos peñascos en el borde del río, deslizándose sobre
unos pequeños charcos de hielo y llegó al río.
Rory se agachó, alargó la mano y comprobó el hielo con su mano. Aplicó
una firme presión. Parecía sólido como la roca. Como enfermero, había visto
mucha gente ser llevada a urgencias con hipotermia o cosas peores después
de caerse a través del hielo en estanques y lagos. Comenzar a caminar sobre
el hielo era un riesgo estúpido, muy estúpido. Pero, de nuevo, ninguna de las
víctimas de accidentes que había visto siendo arrastrada en una camilla había
sido llevada hasta el hielo porque estaban siendo perseguidas por un cocodrilo
bípedo de dos metros de alto con unos odiosos ojos rojos y una pistola de
rayos.
Y hablando del rey de Roma, la cosa verde apareció en lo alto de la
elevación tras él. La luz de la tarde brillaba sus segmentadas lentillas rojas
cuando giró su anillada cabeza para mirarle.

50
Rory se levantó. Puso un pie sobre el hielo, dejando que éste soportara
su peso, y luego dio otro paso, saliendo de la orilla. Era resbaladizo, a pesar de
la capa de polvo de nieve. Parecía como si fuera una ventana lubricada con
líquido detergente bajo sus pies. Dio otro paso, y luego otro, con los brazos
estirados en busca de equilibrio, temblando. El hielo por debajo de él, crujió.
Hizo el tipo de sonidos y protestas chirriantes que los embalajes de polietileno
hacían cuando sacabas una televisión o un microondas nuevo de su caja.
Él se bamboleó. Dio otro paso. Y otro. Y otro.
Echó la mirada hacia atrás. La cosa verde estaba descendiendo por la
elevación tras él, pisando firmemente mientras investigaba en la profunda
nieve. Tenía una clara imagen de él. Podría haberle disparado entonces. Era
un objetivo claro.
Él dio otro paso. Y dio otro. Ya estaba a mitad de camino.
El hielo cedió bajo él.
Se zambulló directamente en el río como si una trampilla se hubiera
abierto de golpe bajo él. En el momento en el que se metió, sabía que ya
estaba listo. Aunque el shock del agua helada no le matara de verdad, estaba a
metros de cualquier ayuda y atención médica. Su temperatura corporal caería
pronunciadamente, y nunca se recuperaría. Tendría ataques y moriría.
Fue por debajo, directamente por debajo. Estaba preparado para el frío
terrible. Estaba tan frío que parecía quemarle. Entonces se dio cuenta de que
no era para nada frío.
El agua bajo la capa de hielo, fluía rápida y enérgicamente, y estaba
cálida. El agua estaba cálida.
Rory se revolvió, confuso. Se esforzó por llegar hasta la superficie. Por
encima de él, veía la luz del día. El hielo había cedido en varios lugares, su
desintegración acelerada por el agujero que había provocado. El agua cálida
estaba comiéndose los bordes del agujero, como un agente corrosivo
llevándose a cabo, ampliándola y creando un canal.
Peleó por ir hacia arriba, agitando los brazos, siendo arrastrado hacia
abajo por su parka empapada. Emergió en la superficie y tomó una bocanada
de aire. El frío le dañaba la cara. El calor del agua era casi como un alivio
bendito por el insistente dolor del invierno.
Escupiendo, comenzó a apartar el agua, con el movimiento de ésta
haciéndole rotar en el espacio desigual que había hecho la cobertura de hielo.
Vio a su perseguidor monstruoso. Había llegado a la orilla y le miraba
fijamente. Estaba allí mismo, ante él, pero no parecía registrarle
adecuadamente.
Calor, pensó, calor. Estaba siguiendo mi calor. Ahora estoy en el agua
caliente, así que soy más difícil de detectar. Puede seguir viéndome, pero mi
imagen térmica es más difícil de aislar.

51
Rory respiró hondo y fue por debajo. No quería ser visible en absoluto.
Quería que el agua le enmascarase por completo. En el agua caliente.
Quería que el río le llevara y ocultara su rastro a la criatura.
Por un momento, casi jubiloso, consideró su suerte. La caída a través del
hielo había parecido representar una muerte certera, hasta que descubrió que
el agua por debajo era cálida.
Ser arrinconado en el agua parecía representar una segunda muerte
certera, hasta que se volvió aparente que el calor que le rodeaba estaba
confundiendo a su implacable perseguidor.
Entonces Rory se dio cuenta de que había un inconveniente, después de
todo.
Nadó bajo el agua, llevado por la corriente, con la intención de salir a la
superficie en busca de otra bocanada de aire río abajo.
Pero volvía a estar bajo el hielo. Lo golpeó desde debajo, esperando que
se astillara y cediera, pero estaba sólido. Era duro y firme como la corteza de
un roble en lo alto del río. No había aire. No había hueco. No había espacio
para que él pudiera respirar.
No iba a morir de hipotermia o de un shock térmico. No iba a ser roto o
disparado por un gigantesco monstruo verde.
Simplemente iba a ahogarse.

52
CAPÍTULO 6.
INTENSA, FRÁGIL Y UNIFORME13
En el tiempo que les había llevado recorrer la sombría nieve de Sería, el
cielo había cambiado de color. Levantando la mirada hacia los árboles, Amy vio
una amplitud por encima de su cabeza que parecía como una teja húmeda.
Había un susurro de nubes. Un malhumorado crepúsculo había caído por el
bosque.
La luz reflejada por la nieve. La recordaba de su infancia. Un anochecer
mágico donde el suelo parecía ser más brillante que el cielo, prediciendo la
inminente llegada de la nieve. Era un extraño recuerdo agradable, pero en su
actual situación, no era un proyecto emocionante.
Un minuto o así más tarde, los primeros copos comenzaron a caer. Caía
lenta y vagamente, solo un par al principio, vagando como ceniza en una
hoguera vespertina, o unos abejorros adormilados.
–¡Abrochaos! –declaró el Doctor– Ya no queda mucho.
La nieve comenzó a crecer un poco más, pero seguía siendo bonito,
como los pintorescos copos de la escena de una postal de una navidad
dickensiana, más que un intenso de la Antártida / Marcha de los Pingüinos /
“Voy a salir un momento, puede que tarde”.
Ajustándose sus guantes, Amy notó cómo tanto Arabel como Samewell
estaban intrigados por la nieve que caía. Ninguno de ellos había visto mucha,
ciertamente no en aquel fugaz y mágico estado de caer de verdad del cielo.
–Es una novedad real –dijo el Doctor, dándose cuenta de su interés. Se
había subido el collar de su chaqueta y se aferraba a ella con una mano.
–¿Como un single navideño? –preguntó ella, sonriendo.
Observó a Bel quitarse el guante y alargando una mano, dejando que los
copos cayeran sobre su rosada palma.
–¿En qué estás pensando? –le preguntó Amy al Doctor.
–Estoy pensando en los primeros seres humanos –respondió él, en voz
baja–. Pequeñas comunidades de valientes y determinados cazadores-
recolectores, emocionados por la no familiaridad de la nieve y sin comenzar a
darse cuenta de las primeras pruebas de una cercana edad del hielo. Ni
siquiera comenzando a darse cuenta de lo que ahora es encantador les hará
morirse de hambre, congelarles y les matará en seis meses.
Se sopló sobre las manos.
–Vayamos a encontrar este Campo de Memoria –dijo él.

13Este título hace referencia al villancico Good King Wenceslas.

53
No estaba muy lejos. Con el fantasma de la nieve cayendo tan
silenciosamente como las estrellas que se ven pasar, el claro era
conmovedoramente hermoso. También era terriblemente melancólico. El Doctor
pensó que Sería había estado plantada deliberadamente por tempranas
generaciones de Muérfanos. Las pequeñas lápidas grises parecían árboles que
aún estaban por florecer. Amy no podía creerse cuántos de ellos había. Eran
como los anillos de un árbol. Si les ponías todos juntos, representaban el
trabajo duro y la dedicación que había implicado en la construcción de
Bordeada.
Bel les llevó hasta la marca de la tumba de su padre. Aunque la nieve
estaba cubriéndolo, aún no había cubierto y escondido el bote y el pequeño
matojo de las flores hogareñas.
–Ella ha estado aquí –dijo Bel–. Solo Vesta haría esto.
–¿Tú no lo harías? –preguntó el Doctor.
Bel pareció pensar en responder, pero no lo hizo. Puso una cara como si
la respuesta fuera demasiado triste, ordinaria o corriente como para que ella la
dijera en voz alta.
–A Bel le gustaría –dijo Samewell–, pero siempre está demasiado
ocupada. Todos estamos ocupados. Vesta recordaría qué día era.
El Doctor se paseó por la tumba dos o tres veces, con un pulgar bajo su
barbilla y un dedo índice torcido sobre su boca.
–Solo están sus pistas –dijo él, señalando–. Solo las suyas. La nieve está
empezando a borrarlas. Mirad, esa es ella. Pasos y el frote de las faldas largas.
Solo las suyas. Bueno, ahora también las nuestras, pero ignorémoslas. Ella
subió de la plantanación. Pero no fue por aquel lado. Fue en otra dirección –se
giró hacia Bel–. ¿A dónde podría ir?
Bel se encogió de hombros.
–A ningún lugar. Habría llegado tarde si no hubiera sido eso. La Campana
del Guía habría sonado. Habría tenido que volver.
–¿Qué hay en esa dirección? –preguntó el Doctor, siguiendo la línea de
unas huellas que se desvanecían rápidamente.
–Nada –dijo Samewell–. Si vas por esa dirección, acabarías llegando a
Campolejano, supongo. El Formador Número Tres está aproximadamente por
ahí.
–Solo aproximadamente –dijo Bel.
Todos bizquearon los ojos a través de la nieve que caía. El cielo se había
oscurecido tanto que era difícil distinguir los plomizos picos de las montañas.
–Estaba yendo hacia algún lugar –dijo el Doctor, abriendo el camino
alegremente. El rastro les llevó fuera del Campo de la Memoria y
profundamente hacia los bosques. Él señalaba al suelo mientras caminaba.

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–Mirad –les gritó–. ¡En línea recta! No estaba paseando, ni tampoco
dando una vuelta. Una línea recta muy deliberada.
–Quizá vio algo –sugirió Amy, pegada a sus talones.
–¿Qué es lo que vio? –preguntó Bel, siguiéndoles junto con Samewell.
El Doctor se detuvo de repente.
–Esa es una línea muy deliberadamente recta –dijo él. Había otra línea de
huellas en la nieve, cruzando el camino de Vesta como una T. También se
desvanecía en la nieve caída, pero no tan rápido por el mismo tamaño de
éstas.
–¿Qué ha hecho esas? –preguntó Amy, lenta y muy cuidadosamente.
–No lo sé –dijo el Doctor, acuclillándose para examinarlas. Midió una
contra el costado de su mano.
–Son gigantescas –dijo Samewell. Había un tono de ansiedad en su voz.
–Sí –dijo el Doctor–, sí que lo son –se levantó–. Estaban aquí antes –dijo
él–. Ella pasó por encima del rastro, lo encontró.
–¿Qué eres, el último de los mohicanos o algo? –preguntó Amy.
El Doctor la miró.
–Baden-Powell me enseñó los rudimentos del rastreo –respondió él.
–Por supuesto que sí –respondió ella.
–Chingachook meramente refinó algunas de mis técnicas –dijo el Doctor.
–Chingachook es un personaje de ficción –respondió Amy.
–¿Eso crees? –preguntó el Doctor.
–Sí, así es –dijo Amy.
–¿O simplemente fue el acuerdo al que Fenimore Cooper llegó para
conseguir el permiso de escribir la historia?
–¿De qué estáis hablando? –preguntó Bel.
–La pregunta real –respondió Amy, todavía mirando al Doctor–, es por qué
estamos hablando de ello, porque es una conversación estúpida.
–Tú la has comenzado –dijo el Doctor. Se giró sobre sus tobillos–. Mirad,
ella vino hasta aquí arriba, cruzando las huellas.
–Las huellas gigantescas –dijo Amy.
–Las huellas gigantescas, sí, y entonces se dirigió de vuelta a los
bosques. Apresuradamente.
–¿Asustada? –preguntó Bel.

55
–Quizás asustada. No volvió sobre sus pasos, simplemente dio media
vuelta a toda prisa. Vamos –añadió, y comenzó a seguir el nuevo rastro a toda
prisa.
–¡Afloja el ritmo, Davy Crockett! –gritó Amy, siguiéndole.
–¡Davy Crockett era un rastreador terrible! –le gritó el Doctor por encima
de su hombro– Un hombre encantador, un gorro muy bonito, muy
sobrevalorado en el departamento del rastreo.
Volvió a frenar en seco. Habían llegado hasta un claro pequeño cercano
al extremo septentrional del Campo de la Memoria.
–¿Qué es lo que pasa? –preguntó Amy.
–Oh, cielos –dijo el Doctor.
–¿Qué es lo que pasa? –repitió Amy.
–Algo malo pasó aquí –dijo el Doctor, en voz baja.
Samewell y Bel llegaron por detrás.
–¿Es eso…? –preguntó Samewell.
–Eso es sangre –dijo Bel.
La nieve caía pesadamente, pero todavía no se las había arreglado como
para obliterar las manchas oscuras hundidas en la cobertura del suelo.
–Sí que lo es –dijo el Doctor–. Y me temo que hay un montón terrorífico
de ella.

Diez segundos antes de que se ahogara, Rory se las apañó para


enderezarse en la corriente inferior que fluía rápidamente, solo lo suficiente
para golpear sus puños contra el techo de hielo. Era como golpear contra el
cristal de acuario. El ruido estaba tan ahogado como el latido de su corazón.
Nada cedió.
La luz era extraña bajo el filtro del hielo. Había un brillo enfermizamente
azul verdoso. El agua, tan curiosamente cálida, se arremolinaba en una espiral
turbulenta de espuma y burbujas de aire brillantes. Pegó un bote. Zozobró.
Rebotó contra la lámina de hielo, hiriéndose la cabeza.
Cinco segundos antes de que se ahogara, falló de golpear el hielo con un
último y frenético puñetazo.
Tres segundos antes de que se ahogara, el agua fluyó aceleradamente y
le llevó a través de algún tipo de puerta o escotilla sumergida.
Un segundo antes de que se ahogara, dejó de ahogarse y respiró de
nuevo.
No había hielo.

56
Emergió en la superficie, con acceso al aire invernal. Tragó saliva, como
si la estuviera bebiendo, llenando sus ardientes pulmones a punto de estallar.
Volvió debajo de nuevo, recordó pegar patadas en el agua y salió escupiendo.
Sacándose el agua de sus ojos parpadeando, intentó observar sus
alrededores. Estaba en un estanque, como el gran estanque de un molino.
Rastros de hielo resbaladizo vagaban en la superficie, pero estaba
generalmente descongelado.
El río le había llevado corriente abajo bajo su capa congelada y le había
lanzado a través de una compuerta de un canal hacia un estanque. Seguía sin
poder averiguar cómo el agua, profunda bajo sus capas superficiales más frías,
estaba caliente. Sería, seguramente, algún tipo de corriente artificialmente
calentada.
Fuera cual fuera la respuesta, no era su preocupación inmediata. La
calidez sobrenatural del agua le había salvado de una muerte por congelación,
pero seguía empapado en abierto durante un día nevado. Tenía que salir,
secarse y encontrar refugio.
El estanque, ensombrecido por árboles maduros, estaba franqueado por
edificios. Parecían estar hechos de madera y piedra, con placas de metal gris.
Las apagadas paredes estaban remendadas de musgo verde y líquenes como
si hubieran estado ahí durante años, y algún tipo de clavos metálicos y tornillos
se hubieran oxidado hasta hacerse verdes. Los edificios sobresalían por
encima del estanque, y partes de ellos se extendían en el agua como presas o
las puertas de una planta de filtración.
Rory dejó que la gentil corriente del estanque, con su energía aflojada por
el canal, le transportaba hacia las proyecciones. Se agarró a algún tipo de
tuberías metálicas. El frío de éstas le hizo daño en las palmas. Recorrió el
borde, mano a mano, arrastrándose a través del agua hasta que estuvo cerca
del pequeño muelle metálico, entonces se proyectó saliendo del agua. Se sintió
como si pesara una tonelada.
El agua le cayó a borbotones, derramándose de sus ropas saturadas al
estar de pie. El vapor le salía en columnas. Podía notar el frío mordiéndose la
piel, convirtiendo sus ropas en vendas pesadas y húmedas.
Caminó tambaleándose muelle abajo. Los edificios eran definitivamente
molinos de agua de algún tipo. El río había estado dirigido por los canales
hasta el estanque de encaje para que pudiera dirigir los sistemas de turbinas
escondidos en las estructuras utilitarias. Los edificios parecían viejos, pero la
tecnología parecía moderna. Rory ya se había acostumbrado a descartar ese
tipo de anacronismo.
El cielo había cambiado de color, como si se hubiera agriado como la
leche y unos pesados copos de nieve estaban comenzando a caer. Rory sabía
que tenía que meterse dentro de uno de los edificios antes de que perdiera
demasiado de su calor corporal.
No había signos inmediatos de una puerta.

57
Caminó por el muelle, y luego por la pasarela de servicio de madera y
placas entre dos de las estructuras. No había nieve allí, como si un calor
interno hubiera evitado que cuajara. Si tan solo pudiera meterse dentro…
De repente se le ocurrió mirar a su alrededor buscando señales de
persecución. No tenía ni idea de lo lejos que el río le había arrastrado, pero
incluso la más ligera oportunidad de que esa cosa verde siguiera tras él hizo
que se le parara el corazón.
Paseó su mirada desde el estanque hasta el canal, y hacia los árboles en
el extremo alejado. No vio nada más que sombras verdes y la nieve, que ahora
caía rápidamente.
Las sombras verdes parecían perfectas para que la cosa verde se
escondiera dentro, sin importar lo grande que era.
Siguió por la pasarela. Tenía que haber una escotilla o una entrada por
algún lugar.
Se detuvo. Había oído algo. No podía saber qué era. ¿El crujido de un
paso? ¿El crujir del hielo? ¿El crujido de una rama saltando bajo el peso de la
nieve?
Estaba cerca. ¿Ya le había localizado esa cosa? ¿Cómo le había
atrapado tan rápido? Se arrastró un poco más, agobiado por sus ropas
empapadas. Había una portezuela. Por el extremo alejado de la pasarela,
defintivamente había una escotilla.
Echó un vistazo por encima del hombro.
Solo durante un segundo, vio el claro reflejo de unos ojos rojos. Solo un
destello, como el reflejo de la sangre. Ojos rojos, aparecidos de la acuciante
oscuridad de la madera.
Unos ojos rojos buscándole.
Se apresuró hacia la portezuela. Echando la vista atrás, vio que los ojos
habían desaparecido. Oyó un ruido. Un paso en la pasarela metálica.
Había algo en el muelle. Algo se movía. Rory alcanzó la portezuela. Había
un hueco construido como para que cupiera una mano humana. Alargó la mano
y giró la barra rotatoria. La portezuela se desbloqueó. La abrió y se metió
dentro, sin importar qué pudiera haber dentro. El calor le golpeó, y la oscuridad
le rodeó. Oyó otro paso en el muelle, más cercano. Empujó la escotilla para
que se cerrara y la bloqueó tras él.
Miró a su alrededor. Estaba en algún tipo de espacio de maquinaria por
encima de una de las turbinas. Podía oír el susurro del agua y el girar de una
rueda o un sistema de tornillos viniendo por debajo. Estaba muy oscuro, pero
se estaba mucho más caliente dentro que fuera.
Se agachó dentro de la escotilla. Podía oír lo que fuera que se estuviera
moviendo fuera. Podía oírlo caminando por el muelle y luego sobre las placas

58
de madera. Puso la mano en el cerrojo de la puerta para evitar que fuera girado
desde fuera. Algo se acercó a la escotilla cuando comenzó a arañar y rascar el
manillar contraído. Podía oír una profunda respiración agrietada, un cansado y
asmático resuello.
Estaba intentando entrar. Estaba intentando entrar y cogerle. Sabía que
estaba allí.
Los arañazos y las rascadas empeoraron, como si la cosa de fuera
poseyera manos que eran demasiado grandes como para caber en aquel
hueco. En vez de eso, golpeó la escotilla. La respiración sonaba más laboriosa,
un húmedo silbido de unos gorjeantes pulmones.
El esfuerzo de repente se detuvo. Rory espero, aferrado a la parte interna
del manillar. Oyó un ruido, casi una voz, seguida de un movimiento. Entonces,
la odiosa descarga del arma verde de la cosa, un estallido repetido, proferido
desde fuera. Le hizo botar. Le hizo daño en los oídos. Hubo un impacto. Algo
cayó, o colisionó con otra cosa pesada. El arma volvió a dispararse.
Silencio.
Rory esperó durante un largo rato, atreviéndose escasamente a moverse
o respirar. Esperó en busca de alguna señal o pista desde el exterior, pero no
oyó más sonidos.
Cuando hubo esperado, inmóvil, durante lo que le pareció lo suficiente, y
luego un poco más solo para estar seguro, se levantó silenciosamente y
comenzó a ir a tientas por la oscuridad para ver si podía encontrar un
escondrijo más seguro dentro de la estructura.
Se dio cuenta de que no estaba solo en el edificio. Lo comprendió de
inmediato después de apañárselas para decir “Un momento”, e inmediatamente
antes de que algo pesado le golpeara por el lado de la cabeza y le noqueara.

59
CAPÍTULO 7.
LAS ESTRELLAS EN EL CIELO NOCTURNO14
–¿Lo es? –preguntó Amy en voz baja. Su voz estaba ahogada porque la
nieve le había dejado la cara atontada, y también porque no quería que
Samewell o Bel le oyeran. Por la misma razón, no especificó tanto la pregunta.
El Doctor la observó y negó con la cabeza.
Amy sabía que era el código del Doctor para “No tengo ni idea, pero
pretendo mantener un acercamiento precavidamente positivo para esta
situación”.
–¿Pero podría ser…? –preguntó ella, dejándolo en el aire antes de que
llegara a lo de “la chica que estábamos buscando”.
El Doctor estaba agachado en el medio del claro, examinando las
manchas hundidas en la nieve. Sus rodillas estaban al nivel de sus orejas, así
que parecía una rana en un estanque de nenúfares.
A su alrededor, la inicialmente pintoresca nevada se había convertido en
una tormenta de nieve a toda escala. La densidad de los copos estaba
dificultando ver nada, y la nieve estaba rápidamente cubriendo todas las
huellas en el suelo. Amy se encorvó en su abrigo de lana con la capucha
subida de tal manera que enmarcaba su cara como un embudo. Bel estaba
afectada por la preocupación. Samewell estaba intentando mantener la calma.
–No lo sé, no lo sé –murmuró el Doctor–. No lo sé, espero que no.
–No podemos quedarnos aquí fuera mucho más –dijo Amy, sintiendo que
lo obvio necesitaba decirse a intervalos claramente regulares no fuera que se le
escapara al Doctor de la mente.
–Sé que no podemos –dijo él.
–Doctor, ¿es lo que creías que era? Esta… ¿influencia a la que te has
referido?
–No –dijo el Doctor–. Ese es el tema. Esto es raro. No encaja. Mi
corazonada estaba claramente equivocada. Me he descorazonado. Tengo que
ir atrás y comenzar de nuevo.
–¿Así que vas a intentar recorazonarte?
–Así es.
–Quizá esto sea un fallo, después de todo.
–No, Pond. Un fallo, sin importar cuán grande sea, no te desgarra y baña
con sangre todas partes.
–Al menos no hay un cuerpo –dijo Amy, alentadoramente.
14Referencia al villancico O Little Town of Bethlehem.

60
–No tiene que haberlo –dijo el Doctor–. Sea lo que sea que sangró aquí,
sangró lo suficiente como para estar muerto. Un cuerpo podría estar aquí al
lado y jamás lo veríamos.
Se levantó rápidamente, copos de nieve en su pelo y pestañas.
–No dejes que Arabel husmee por ahí –le susurró a Amy–. Que mantenga
la calma y mantenla aquí. No quiero que… encuentre a su hermana.
Amy asintió. Arabel estaba cerca, un fantasma en la nieve que caía, de
pie bajo uno de los árboles, perdida en sus pensamientos.
–Intenta mantenerla ocupada. No dejes que se imagine lo peor –dijo el
Doctor.
–Voy a ver si sabe algún lugar por la zona donde refugiarnos –dijo Amy.
–Buena idea.
Amy se acercó a Arabel. El Doctor siguió el rastro por el claro,
escudriñando las señales y los rastros, como si estuviera en un laboratorio
donde solo estuviera nevando.
Samewell se le acercó.
–He encontrado esto aquí al lado –dijo en voz baja. Tenía unos objetos
horripilantes en su mano, y se los mostró furtivamente al Doctor. Eran casi
negros, como pedazos de carbón.
No eran pedazos de carbón. Eran pedazos de huesos, bañados con
sangre.
–Oh, cielos –dijo el Doctor.
–No pasa nada –dijo Samewell–. No es Vesta. Estos son pedazos de la
columna vertebral de una oveja.
El Doctor le quitó uno de los pedazos pegajosos de su mano y lo examinó
de cerca.
–Creo que tienes razón, Samewell. Son vértebras ovinas.
–Conozco las ovejas. Es mi trabajo guardar los rebaños y criarlas.
–Era una oveja –murmuró el Doctor, aliviado.
–Era una oveja lo que han matado aquí –dijo Samewell, estando de
acuerdo con él–. Como el resto del ganado este invierno. Pensamos que es un
perro que se ha vuelto salvaje, que el Guía nos ayude.
–Se la han comido –dijo el Doctor–, devorada, reducida a unos pocos
huesos.
–Un perro haría eso –dijo Samewell–. Un perro hambriento.

61
–Sí –dijo el Doctor–. ¿Pero en unas pocas horas? Esto está fresco. Ha
pasado desde la última noche, porque las manchas siguen en la nieve. ¿Podría
siquiera un perro muy hambriento comerse una oveja entera en ese tiempo?
Samewell recibió la pregunta con cierta alarma. También comenzaba a
parecer azul por los bordes.
–Necesitamos refugiarnos en algún sitio –dijo el Doctor–. Este tiempo está
empeorando a cada minuto.
–Hay un ventiladero –le dijo Samewell–. Está a una milla de aquí en las
faldas de Sería.
–¿Un ventiladero?
–La cabaña de un pastor. Para cuando llevamos los rebaños pasados los
bosques y hacía Mástierra en verano. El Guía sabe que está más cerca de
nosotros que Bordeada.
–Vale, bien. Será mejor que nos pongamos en movimiento –dijo el Doctor.
Comenzaron a caminar, con las cabezas bajas por la ráfaga. La nieve
estaba de cara, dura y espinosa. Samewell conocía el camino.
Mientras avanzaban tambaleantes, el Doctor pensó en la palabra que
Samewell había usado. respiradero. Otro neologismo muérfano,
presumiblemente devirado de la palabra para “viento”, como un lugar donde un
pastor podía refugiarse de esa fuerza elemental. En Australia, los llamaban
watch boxes, y en Noruega los llamaban “seters”. En Umonalis Quadok donde,
cierto es, arreaban tuentílopes ungulados rumiantes y no ovejas, los llamaban
Bimbemberabemhamshighans, lo cual el Doctor siempre había creído que era
una etiqueta más bien ostentosa para una chabola de una sola sala. En las
tierras altas de Escocia, los llamaban ‘bothies’.
La nieve siempre le recordaba al Doctor a Escocia. Era un lugar que le
gustaba bastante. Hacía muchos años, no necesariamente “atrás”, porque
“atrás” era un concepto torpe para un habitual viajero del tiempo, hacía muchos
años, en una dirección colateral que le llevaba a otra parte de su curiosamente
estructurada vida, el Doctor había visitado Escocia y había hecho un buen
amigo allí, un lugareño de las tierras altas llamado Jamie McCrimmon. Jamie
había viajado con el Doctor durante un tiempo. Habían estado en algunos
lugares, y habían hecho algunas cosas, y en varias ocasiones habían
terminado en nieve profunda y problemas más profundos todavía. El
pensamiento de la nieve, y de Jamie, le llevaron al Doctor de vuelta a su
incómoda corazonada original. Era difícil de deshacerse de ello, aunque la
evidencia no le estaba ayudando.
–Deberíamos seguir buscando –dijo Arabel.
–Ni siquiera puedo ver mis manos delante de mi cara con esto –dijo
Samewell.
–Se congelará –dijo Arabel.

62
Samewell tenía su brazo a su alrededor, llevándola y cubriéndola con su
abrigo.
–El Guía sabe que no seremos de mucha utilidad si nos congelamos en
primer lugar –dijo él.
El Doctor se detuvo.
–¿Qué es lo que pasa? –preguntó Amy. Estaba apretando su mandíbula
para que sus dientes no temblaran.
–Algo –dijo el Doctor. Miró a su alrededor–. Hay algo cercano.
Era difícil ver en ninguna distancia. Seguía nevando fuerte, y también se
hacían remolinos, y Amy tenía la sensación de que el anochecer había llegado
y había tomado la responsabilidad por oscurecer las cosas por la nevada. Las
constelaciones de copos de nieve moviéndose contra los troncos negros de los
árboles cercanos era todo lo que podía distinguir.
–No veo nada –dijo ella, apartándose la nieve de su nariz.
–Yo tampoco, pero esa es mi sensación –dijo el Doctor.
–¿Qué es? ¿Un sexto sentido?
–Mucho más vago. Mucho, mucho más vago. Un noveno o décimo
sentido como mucho.
Dio la vuelta sobre sus talones de nuevo, sacó su destornillador sónico,
escaneó y luego lo apagó. Tocó el extremo del destornillador contra sus labios
apretados mientras pensaba.
–Deberíamos seguir moviéndonos –dijo Amy.
–Deberíamos seguir moviéndonos –repitió el Doctor, estando de
acuerdo–. ¿Samewell?
–Está ahí arriba, un poco más lejos aún –respondió Samewell–. Ahora
estamos cercanos del borde de Mástierra.
Había un espacio en los árboles, un estrechamiento donde la nieve era
más profunda en el suelo. La nieve comenzaba a moverse.
El Doctor se detuvo de nuevo y echó otro vistazo de nuevo. Investigó con
su destornillador sónico sonando de enuevo.
–Animemos las cosas un poco más andando más rápido –dijo él,
sonriendo.
La sonrisa no le quitó el escalofrío a Amy.

–¡Espera un momento! –dijo Rory, incorporándose.

63
Por supuesto, ya era demasiado tarde como para decir “espera un
momento” una vez ya te habían golpeado en la cabeza con un objeto romo y
noqueado hasta la inconsciencia. Sin embargo, lo dijo, y luego gruñó cuando el
intenso dolor en su cabeza se volvió a presentar y le hizo saber que se
quedaría durante unos pocos días.
–Au –dijo él, descansando su frente en la mano–. Au. Además,
aaaaaaaaaaauuuuuuuu.
–No te muevas –le advirtió una voz.
–De acuerdo. Realmente no tengo mucho más planeado excepto estar
sentado aquí experimentando dolor por el momento –respondió él. Negó su
cabeza en un esfuerzo de deshacerse del dolor, y funcionó exactamente de la
misma manera que zarandear una bola de nieve hace que sea más fácil ver la
escena en el interior.
–Auuuuuuuu –respiró él.
–No te muevas o te vuelvo a golpear –dijo la voz.
–Por favor, no lo vuelvas a hacer –dijo Rory.
–No quería la primera vez –dijo la voz. Había un tono de preocupación–.
Creía que tú eras… eso.
–¿En serio? Bueno, pues no lo soy.
–Ya lo veo ahora.
–Me alegro que lo hayamos aclarado –dijo Rory–, pero mi cabeza me
sigue doliendo. ¿Con qué me has golpeado?
–Esto –dijo la voz.
La sala del molino seguía oscura, y las turbinas estaban zumbando bajo
el suelo de tablas, pero la oscuridad se alivió por una pequeña lámpara
metálica que estaba muy baja. Con su pequeño brillo ambarino, Rory podía ver
las formas de una maquinaria polvorienta a su alrededor, y una figura
agachándose enfrente. La figura estaba sujetando un mazo de madera.
–Genial –dijo Rory. Incluso hablar le dolía–. Eso parece algo realmente
sólido con lo que golpear a alguien en la cara. Probablemente tenga una
conmoción.
–Te golpearé una vez más si no te callas.
–¡No lo hagas! ¿Por qué querrías hacerlo?
–Porque creo que puede que siga ahí fuera.
–Eso, ¿quieres decir?
–Sí. Tú también debes de haberlo visto.

64
Rory asintió, y luego añadió asentir a su lista de Cosas Qué Habría Que
Evitar Hacer.
–Pues sí –dijo él.
–Esos ojos rojos…
–Exactamente –dijo Rory. Sintió que su cuero cabelludo estaba sensible, y
encontró un bulto del tamaño de un huevo de una perdiz por encima de su
oreja izquierda que estaba tan mal hinchado que solo tocarlo hacía que
quisiera decir cosas que no eran buenas palabras para decir en alto.
–Me ha perseguido –dijo él, en su lugar.
–Y a mí –dijo la figura.
Rory se movió un poco para incorporarse contra la base de madera de
alguna máquina.
–¡No te muevas o te golpearé! –ordenó la voz.
–Creía que habíamos establecido que no lo era –dijo Rory.
–No sé qué eres –dijo la figura con la maza.
–¿Lo parezco? –preguntó Rory.
–No, pero es una cosa que se sale de los preceptos del Guía, así que
puede que alteres tu apariencia con conjuros. Puede que tomes el disfraz para
engañarme.
–¿Te parece esto un disfraz que alguien podría escoger? –preguntó Rory,
señalándose. Bizqueó en la oscuridad. La lámpara había bajado tanto que todo
lo que podía distinguir era una forma encapuchada con una túnica. Y la maza.
–No parece probable –admitió la silueta.
–¿Podrías bajar la maza? –sugirió él– ¿O al menos bajarlo al nivel Cinco
de sordera?
–Hablas divertido. ¿Cómo te llamas?
–Rory. Me llamo Rory.
–¿Ro-ri? Ese… es un nombre que se sale de los preceptos del Guía, eso
es.
–Estoy seguro de que no, pero vale.
–No eres de Bordeada, pues te conocería. ¿De qué plantanación eres?
–De Leadworth. Soy de Leadworth.
–¡No hay ninguna plantanación llamada así! –declaró la figura.
–¿Sabes qué? Creo que es bastante posible que haya plantanaciones o
como se llamen de los que no has oído hablar.

65
–¡Eso no es posible!
–Bueno, puedes golpearme en la cabeza con una maza todas las veces
que quieras, pero no cambiará el hecho de que así es.
Hubo una pausa de indecisión.
–Y… ¿dónde está esta plantanación en Enadelante?
Rory miró la figura encapuchada.
–No –dijo él–. He respondido a tu pregunta, te he dicho mi nombre, y creo
que me he portado bastante bien con lo de golpearme la cabeza con la maza,
considerándolo todo. Y quitando todo el resto, no he tenido un particularmente
día brillante. Así que creo que puedes responderme una pregunta a
continuación. ¿Quién eres?
La figura vaciló, y luego se quitó la capucha. La luz de la lámpara mostró
una cara que era pequeña y pálida, y surcada con hileras de lágrimas que Rory
estaba segura de que eran producto de la furia frustrada más que por la
debilidad.
–Soy Vesta Flurrish –dijo ella.
–Ah –respondió Rory, recordando las palabras de los hombres que le
habían perseguido–. La gente te está buscando.

La nieve cayendo se aflojó lo suficiente como para revelar una noche


invernal asentándose. Unos gruesos bancos de nubes grises de nieve, tan
ásperas y densas como una lana de alambre, desplomándose por el cielo,
intercaladas con unas claras bandas frías del anochecer. La ocasional estrella
temprana parpadeaba en trechos claros, como luces de Navidad tras un cristal.
En el crepúsculo de la tardía tarde, el paisaje nevado se había vuelto
violeta y los árboles, malva. La nieve era como ruido blanco, como si la realidad
no se hubiera encajado del todo. El Doctor, Amy, Arabel y Samewell se
pasearon por los bordes de Sería, oyendo solo el crujido de sus pisadas en la
fresca nieve y el sonido de sus respiraciones. El Doctor sabía que habían
estado demasiado tiempo fuera y que se habían desgastado demasiado.
Necesitan calor y refugio rápidamente. Todo iba muy bien para su constitución
gallifreyan, pero los metabolismos humanos iban a bloquearse muy pronto, con
catastróficas consecuencias.
–Sigues mirando detrás de ti –dijo Amy.
–Eso hago, ¿no? –respondió el Doctor.
–¿Por qué?
–Solo compruebo si la nevada es tan mala como delante de nosotros.
–En serio, ¿por qué?

66
–Sin razón.
–¿Qué estás haciendo con el destornillador? –preguntó ella.
–Solo lo estoy reajustando –respondió él.
–¿A qué?
–Un ajuste distinto.
–¿Por qué?
–Solo por si acaso –dijo él.
–¿En caso de qué?
–Nada.
–Oh, te voy a meter un buen golpe de pulgar si…
–¡Mirad! –gritó Bel.
Miraron. Señalaba en el cielo, a un trecho de noche clara entre pedazos
de nubes manchadas por la nieve. Veían las estrellas brillar.
Una de ellas se movió.
No hacía ruido. Era solo luz blanca, no más grande que las otras estrellas,
pero se movía por el cielo desde el este al oeste.
–Os lo dije –dijo Bel–. Justo como la que he visto antes.
–Es un avión –le susurró Amy al Doctor.
–Está demasiado arriba –respondió el Doctor–. Y además, la buena gente
de Bordeada no posee aviones.
–¿Entonces qué?
–Algo en órbita –dijo el Doctor.
–¿Cómo una nave espacial? –preguntó Amy.
–Ciertamente algo parecido a una nave espacial –dijo él, estando de
acuerdo con ella.
Ella le frunció el ceño.
–De acuerdo –dijo él–, algo tan parecido a una nave espacial que puede
que incluso uses la palabra “nave espacial”. Mi suposición es, esa es una nave
interestelar en una órbita lejana de aparcamiento, pero podría ser algún tipo de
cápsula de aterrizaje haciendo un lento y pronunciado descenso.
–Doctor –dijo Amy, cuidadosamente–, ¿este planeta está siendo invadido
o algo?

67
–Ya ha sido invadido –respondió el Doctor–, hace veintisiete
generaciones, por los muérfanos de la Tierra del antes. Creo que alguien más
ha llegado para disputar esa reclamación.
Amy ignoró la natura inteligente y lista de su respuesta.
–En serio, este planeta –dijo ella, escogiendo esas palabras tan
firmemente que no pudiera haber espacio para las risitas en la respuesta–,
¿está a punto de ser invadido?
–No –dijo el Doctor–. La invasión comenzó hace meses. Solo ahora nos
estamos dando cuenta.
–¿De qué estáis hablando? –preguntó Bel, escuchando por encima esa
última parte.
El Doctor se detuvo y puso un dedo sobre sus propios labios. Los otros
también se detuvieron, mirándole. El crujir de sus pisadas se detuvo.
Contuvieron el aliento durante un momento al intentar entender lo que estaba
oyendo.
Podían seguir oyendo pisadas crujientes y ellos pudieron seguir oyendo
una respiración rasgada. No estaban solos. Los ojos de Bel se abrieron de par
en par. La mandíbula de Samewell se abrió. Amy miró afiladamente al Doctor,
pidiéndole silenciosamente una explicación. El Doctor miró a su alrededor,
comprobando cada dirección. Él fue el primero en ver las siluetas emerger a
través de la nieve.
Había media docena de ellos al menos, cerrándose por detrás, y por la
izquierda y la derecha. Unas sombras verdes y grises, parecían tan altas y
robustas como troncos de árboles, aunque estaban caminando. Arrastrándose,
tambaleándose. Tenía que haber una palabra para describir lo que estaban
haciendo. Amy estaba segura, pero ninguno de las que podía usar parecía ser
lo bastante amenazadora.
Las figuras eran gigantescas. Sus torsos eran enormemente corpulentos y
sus puños eran como pinzas. Sus ojos brillaban con un color rojo en la
asombrosa oscuridad.
Su respiración sonaba como berridos puntiagudos: unos largos, húmedos
y palpitantes sonidos.
–Resulta que mi corazonada era acertada –dijo el Doctor, aunque no sonó
del todo orgulloso de tener razón.
–¿Qué son? –preguntó Amy.
–¡Se sale de los preceptos del Guía! –gritó Samewell.
–¡Agachaos! –ordenó el Doctor.
–¿Qué son? –preguntó Amy, de nuevo, en vez de agacharse.
–¡Oh, agáchate!

68
–Pero, ¿qué son? –repitió Amy.
–Son los Guerreros de Hielo –dijo el Doctor.

69
CAPÍTULO 8.
PASTORES QUE EN LOS CAMPOS YACÉIS15
Amy le miró embobada.
–¿Debería saber qué significa eso? –preguntó ella.
–¡No! –exclamó el Doctor– ¡Pero los principios básicos de “agáchate”
deberían ser bastante claros, incluso para ti!
Los cuatro se cayeron en la nieve. Los altísimos guerreros verdes habían
frenado a unos diez metros, formando un semicírculo. Inmóviles, estaban
completamente inmóviles, como estatuas. La nieve se aposentaba sobre sus
esculpidos hombros y rígidos cráneos.
Uno de ellos levantó lentamente su brazo derecho de detrás de su
cadera. Había algún tipo de tubería enganchado a la muñeca superior. Les
apuntó con ella.
La criatura… el Guerrero de Hielo… dijo algo. Amy pudo ver unos tensos
labios de reptil moverse bajo el borde del intimidante visor. No pudo distinguir
ninguna palabra. Sonaba como aire escapándose bajo alta presión de un tubo
interior.
–¡Seguid agachados! –dijo el Doctor. Estaba toqueteando frenéticamente
su destornillador sónico.
El Guerrero de Hielo disparó su arma. Hizo uno de los sonidos más
desagradables que Amy jamás había oído, y había oído algunos cuantos que
estaban metidos en el Top Veinte Universal. Era un sonido punzante que pudo
sentir en sus órganos internos, un pulso que brutalizó el aire. El disparo
provocó un vórtice en el patrón de la nieve cayendo, unos copos frenéticos en
una espiral horizontal repentina. Un robusto árbol directamente detrás de ellos
cuatro tembló y les bañó con la nieve reunida cuando la energía le golpeó en el
tronco. La corteza crujió y se rompió en pedazos. Un vapor emanó de la
madera traumatizada.
–¡Por el amor del Guía! –gritó Samewell.
–¡Es solo un tiro de alerta! –les dijo el Doctor– Nos quieren con vida.
Como esperando corroborar la declaración del Doctor, el Guerrero de
Hielo habló de nuevo. Esta vez, Amy pudo identificar una estirada y manida
palabra en el fiero silbido neumático.
–Rrrrendíoossss….
El Doctor se incorporó para encarar a los altísimos alienígenas.
–¡Hoy no, gracias! –les gritó.

15Referencia al villancico First Noel.

70
–¡Doctor! –chilló Amy.
El Guerrero de Hielo apuntó al Doctor y disparó, pero el Doctor ya había
activado su destornillador. El sonido gorjeante del aparato pareció asfixiar y
cortar en seco el feo ruido del arma.
El Guerrero de Hielo vaciló, confundido. Intentó su arma de nuevo, y esta
vez no hizo ningún sonido. El Doctor mantuvo su aullante destornillador
apuntado a los gigantes. El Guerrero de Hielo silbó una orden corta, y el resto
apuntaron. Todos dispararon.
Ninguna de las armas hizo ruido alguno.
–¡Es hora de correr! –gritó el Doctor– ¡Huid! ¡Muy rápido!
Los otros se levantaron, vacilantemente.
–¡Vamos! –les chilló el Doctor, aun zarandeando el gorjeante
destornillador a los Guerreros de Hielo– El destornillador está generando ondas
sónicas con la polaridad opuesta a la salida de sus armas, cancelando el ruido,
oh, simplemente, corred, ¡por favor! ¡No funcionará durante mucho más tiempo!
Todos comenzaron a correr.
–¡Por el otro lado, Samewell! –ordenó Amy.
Samewell se giró y comenzó a correr con ellos en vez de hacia los
Guerreros de Hielo. El impacto le había sacado de su juicio. Arabel se había
arremangado sus largas faldas para correr con más facilidad. Los cuatro
corrieron a través de la nieve entre los árboles oscurecidos, el Doctor cerrando
la procesión, dirigiendo la salida de su destornillador tras él.
Los Guerreros de Hielo comenzaron de inmediato a perseguirles,
caminando por la nieve.
–¡Les estamos dejando atrás! –chilló Amy, echando la vista atrás.
–Sí –le dijo el Doctor, de acuerdo con ella–, pero no se podrán cansar.
Su destornillador de repente se calló y los agarres se retrajeron y se
cerró. El Doctor lo zarandeó y lo golpeó contra su palma mientras corría.
–¡Esto va a estar fuera de combate durante un buen rato! –gritó él–
Seguid corriendo, y no dejéis que tengan un tiro claro.
Tras ellos, oyeron el pulso de una de las armas de tubo. Un delgado árbol
a unos metros a la izquierda de Amy explotó a mitad del tronco y la mitad
superior se partió por la mitad. Amy chilló, se agachó, y luego se apoyó contra
la sección caída mientras se derrumbaba en su camino.
–¡Aquí abajo! ¡Por aquí! –les apremió el Doctor. Dos o tres pulsos más
desagradables resonaron tras ellos. Otro árbol se partió. La parte superior de
un montón de nieve tras Samewell salió disparado hacia arriba como una
explosión en una fábrica de lana y algodón.

71
Ante ellos, los árboles estaban adelgazando. Habían llegado al borde de
Sería y el principio de la tierra abierta de más allá, la región que Samewell
había llamado Mástierra.
Sin árboles significaba que no habría cobertura. Si seguían adelante,
serían como un caramelo en la puerta de un colegio.

–He salido esta mañana a poner flores en la tumba de mi padre –le dijo
Vesta Flurrish a Rory en silencio. Habían girado la lámpara solar hacia arriba
ligeramente. A parte de su voz, los únicos sonidos eran el ciclo de las turbinas
por debajo de ellos, y el tictac de los pesados copos helados golpeando el
techo y la pared del refugio. Estaba nevando duramente en el exterior.
–Quería volver después de la Campana del Guía, por supuesto –dijo
Vesta–. Pero hay un largo trecho hasta el Campo de la Memoria con este
tiempo. El campo está en Sería. ¿Lo conoces?
–No soy de por aquí –dijo Rory.
Ella asintió.
–Bueno, yo estaba ahí y estaba marchándome, y entonces vi la estrella
moverse.
–¿Una estrella?
–Sí.
–¿Moviéndose?
–Sí. Una estrella moverse. La vi pasar por el cielo. Todo lo hermosa que
era. Como una señal –su cara empalideció cuando pensó en ello–. Como un
augurio. Eso es lo que dicen. Bel lo vio.
–¿Bel?
–Mi hermana, Arabel. Otros muérfanos también la han visto. Durante todo
este invierno. Una estrella de augurio malo, moviéndose como le place. Dicen
que presagia las cosas malas que han estado pasando. El frío. Los asesinatos.
–¿Los asesinatos? –preguntó Rory.
–De rebaños. ¿Has visto estrellas moverse desde tu plantanación?
–No.
–Oh –dijo ella–. En fin, yo la seguí durante un rato para ver qué iba a
hacer. La seguí más allá de Sería, y fue entonces cuando llegué hasta el rastro
de la nieve. Las huellas gigantescas. Me asustaron muchísimo. No sabía qué
hacer con ello. Recé para que el Guía me protegiera, y corrí. Y entonces…
–¿Entonces? –preguntó Rory.
–Digamos que corrí directamente hasta eso en los bosques.

72
–¿Eso de ahí fuera?
–Así es.
–¿Con los ojos rojos?
–Tal y como el Guía ha sido testigo –dijo Vesta.
–Es ciertamente algo terrorífico con lo que encontrarse –coincidió Rory.
–Estaba terriblemente asustada –asintió Vesta–. Me intentó agarrar, pero
corrí. Corrí, corrí y corrí.
–¿Te disparó? –preguntó Rory.
–¿Dispararme?
–¿Con una pistola?
–No. No sabía que tuviera una pistola. No tenemos pistolas en la
plantanación. Son cosas como los perdigones, ¿no?
–Algo parecido –respondió Rory–. Me disparó –lo pensó durante un
momento–. De hecho, lo divertido es, que no lo hizo. Conocí a unos hombres
que debían de haber estado buscándote, y como no me conocían, igual que tú
no me conocías, creyeron que yo era un prenda.
–¿Creyeron que eras qué?
–Alguien chungo… eh… querían saber quién era y qué estaba haciendo.
Entonces eso ha venido, y luego ha habido una lucha horrible. Les disparó a
unos hombres. Tenía esta horrible… pistola de sonido. Era como disparar
sonido. No lo puedo explicar mejor. Creo que les hizo daño a algunos de ellos.
Creo que puede que haya matado unos cuantos.
–¡Oh, sálvanos a todos! –dijo Vesta– ¿Ha matado gente de Bordeada?
–Creo que puede que así sea, lo siento.
–¿Quiénes eran? –preguntó ella.
–No lo sé –dijo Rory, un poco impotentemente–. No sabía sus nombres.
Nos acabábamos de conocer. En la confusión, todo el mundo salió corriendo.
Yo corrí. Como tú, simplemente corrí. Y también podría haberme disparado,
pero no lo hizo. Simplemente me persiguió.
–Como si quisiera… ¿atraparte?
Rory asintió. Su dolorida cabeza le recordó lo mala idea que era, y se
estremeció.
–Eso se me ha ocurrido –dijo él–. No es un pensamiento agradable. Me
he estado preguntando por qué. En fin, corrí.
–¿Y así es cómo terminaste en los molinos tomatos?

73
–¿Dónde?
Ella rio.
–¡Aquí! ¡Los molinos tomatos!
–Vale. No sabía cómo se llamaban.
Las faldas largas de Vesta estaban desgastadas y sucias. Se las colocó
por encima de sus rodillas.
–He venido aquí porque era el lugar más cercano en el que pude pensar
para esconderme –dijo ella–. Corrí un largo camino solo para alejarme de ello.
Cuando siquiera pensé qué camino tomar, me di cuenta de que había ido en
camino opuesto a donde estaba Bordeada. Era una tonta cat-A por hacer eso.
Me tranquilicé y supuse que los molinos otoñales serían la mejor apuesta para
un techo, refugio y calor.
–¿Por qué está el agua caliente? –preguntó Rory– Incluso bajo el hielo,
hay calor en ella. Lo sé porque me caí a través del hielo.
–No es de extrañar que parezcas una pila de compuesto –dijo Vesta. Se
encogió de hombros–. El agua está caliente porque fluye de las corrientes del
Formador. Estas corrientes, sería el Formador Número Dos, de hecho. Es un
sistema de intercambio termal. El Guía nos enseña que el agua se usa en los
Formadores para enfriarse, y luego es mandada fuera, y los molinos cosechan
el calor en el almacenaje de la reserva de conservación de la plantanación. La
luz, el viento y el agua, conseguimos energía de todos. Los molinos toman la
energía automáticamente de los arroyos.
–¿Cómo… como lo hacen? –preguntó Rory.
–Tomáticamente.
–¿Automáticamente?
–¡Dilo bien! ¡Tomáticamente! ¿No te dieron clases cuando creciste?
–Un poco.
Ella le observó, como si intentara leer cosas en su cara. Tener alguien con
el que hablar parecía haberla animado, y haber reducido el trauma de lo que
claramente había sido un día incómodo. Rory había visto que el proceso a
veces funcionaba. Una pequeña charla, una oportunidad de decir las cosas en
voz alta.
–¿Qué labor haces, Rory? –preguntó ella– Déjame adivinar. ¿Eres
pastor?
–No.
–Entonces plantador. ¡Eso es! ¡Eres un plantador!
–No, la verdad es que soy enfermero.

74
Vesta le observó, asombrada.
–¿Enfermero? ¿Eres enfermero?
–Sí.
Ella pegó un bote, alisándose las faldas, con la cabeza inclinada.
–¡Oh, Guía mío! ¡Estoy muy avergonzada! ¡Tan avergonzada de mi
comportamiento!
–Ey, ¿qué? –preguntó Rory, levantándose.
–¡Eres un electo, un electo, y no te he mostrado ni cortesía ni respeto!
¡Oh, cielos, y pensar que te he golpeado en la cabeza!
–Cálmate. Por favor, cálmate. No pasa nada.
Ella le miró, incómoda.
–No lo sabía. Soy honesta y que el Guía me mate ahora mismo si miento.
No tenía ni idea. Pareces demasiado joven, y tampoco tienes barba.
–Puedo entender cómo has podido cometer el error –dijo Rory.
–¿Estabas viniendo a visitarnos en Bordeada?
–Sí –dijo Rory.
–¿Para el festival?
–¿El festival…? –preguntó él.
–El festival de invierno.
–Sí –dijo Rory con firmeza, asintiendo–. Es por eso por lo que hemos
venido. Para celebrar.
–¿No estás solo, entonces?
–¿Qué?
–Has dicho “hemos” –dijo Vesta.
–Eso he hecho, ¿no?
–Obviamente alguien tan importante como el Enfermero Electo de una
plantanación no viajaría solo. Eso no tendría sentido.
–No lo haría, ¿verdad? –preguntó Rory.
–Así que, ¿dónde está el resto de tu partida?
–Era un pequeño grupo. Éramos tres… viajando desde… eh… lejos –dijo
Rory–. El Doctor y… otra persona. Nos perdimos y nos separamos.
–Qué terrible, Electo –dijo ella–. Espero que estén todos bien.

75
–Yo también –coincidió Rory.
–Solíamos tener personas que nos deseaban lo mejor cada año para el
festival, pero no desde que los inviernos se volvieron blancos. Los muérfanos
de Bordeada estarán encantados de que hayas hecho este esfuerzo por el
festival. Deberíamos ir. Deberíamos ir ahora mismo.
–¿A Bordeada? ¿Ahora?
–Sí –dijo Vesta. Estaba muy seria–. Este molino es muy seguro, supongo,
pero no deseo pasar la noche aquí, no con eso ahí fuera. Es tarde, hace frío,
pero si vamos juntos y caminamos con propósito, puede que lleguemos en una
hora.
–Vale –dijo Rory–. ¿Qué hay de mis amigos?
–Debemos esperar que el Guía les vigile –dijo Vesta.

Los Guerreros de Hielo se movían sorprendentemente rápido para tales


grandes criaturas. No estaban corriendo, pero su velocidad de paso había
aumentado. Perseguían al Doctor y a sus acompañantes fuera de la línea de
árboles y hacia las suaves dunas de nieve en el terreno abierto de pastoreo. Su
paso era poderoso y confiado incluso en la nieve más suave, como si hubieran
evolucionado para sobresalir en tales condiciones. Era como si pudieran pisar
para siempre, y noquear cualquier cosa que se interpusiera ante ellos, y no
importaba lo rápido que huyeses, te acabarían atrapando cuando te hubieras
derrumbado de extenuación.
–¡Por aquí! –gritó Samewell, corriendo hacia el terreno abierto. Unos
vagos copos de nieve inflados a su alrededor, cayendo desde un cielo tan
oscuro como el granito húmedo– ¡Vamos!
–¡No! ¡No! ¡No! –chilló el Doctor. Seguía toqueteando el destornillador
sónico mientras corría– ¡Por ahí no! ¡Seguid en los árboles!
Samewell no iba a dejarse disuadir, y Arabel le seguía de cerca. O bien
sabía qué estaba haciendo, o había perdido todos sus sentidos, especialmente
el que se refería a la dirección. Dada la sorpresa que casi había mandado a
Samewell corriendo hacia los Guerreros de Hielo cuando aparecieron por
primera vez, el Doctor no estaba lleno de confianza.
El destornillador sónico comenzó a hacer ruiditos de nuevo. Lo apuntó
hacia los Guerreros de Hielo, neutralizando los disparos letales de sus armas
sónicas, y brincó hacia los otros.
Samewell les había guiado hacia algún tipo de zanja. Sí que sabía lo que
estaba haciendo después de todo.
Había unas cunetas pronunciadas y unos sumergidos lechos de arroyos
en pendientes entre la madera y la ligeramente empinada Mástierra. La
cobertura de la nieve los había suavizado convirtiéndolos en canales estrechos

76
y desfiladeros, fundidos invisiblemente en la blancura. Amy y el Doctor se
encontraron deslizándose por un banco profundo tras Arabel y Samewell, y
luego corriendo a lo largo de un canal sinuoso fuera de la vista del borde del
bosque. Había unos pocos árboles solitarios y unos ásperos arbustos,
cubiertos en nieve, y unos peñascos moteados de nieve se asomaban del
congelado lecho del arroyo.
Arabel se resbaló y se cayó a medias, pero Amy la agarró y la empujó
hacia arriba. Siguió corriendo.
El destornillador del Doctor no siguió funcionando, en cambio. Volvió a
hacer ruiditos, en su lugar. Podían oír los Guerreros de Hielo descendiendo por
la orilla tras ellos, pero no podían verles.
Samewell guió a los fugitivos por otro canal, y luego a través de una gentil
cuenca donde un borde de roca coronado con un nudoso árbol que colgaba por
encima. Una dura nieve, conducida por el viento a través de Mástierra, soplaba
en sus caras como aguanieve.
Samewell señaló urgentemente para que continuaran siguiéndole. Él
subió gateando por otra orilla, cayendo en cascada una nieve en polvo en
todas las direcciones, y les llevó tras un alzado estrecho del campo de
pastoreo.
Había una cabaña ante ellos. Era bastante pequeña, redonda con un
techo cónico. La nieve había caído contra su costado septentrional. Era el
refugio del que Samewell había hablado. Era el ventiladero.
El Doctor sintió una aguda avalancha de lástima. Samewell lo había
estado intentando muy duramente. Su solución para ellos al estar perdidos en
la nieve era llevarles al ventiladero. Su solución para ellos al ser perseguidos
por los mortales Guerreros de Hielo era el mismo plan, sin modificar. Un
ventiladero proveía refugio y seguridad para un pastor. Aquella era la forma en
la que funcionaba la mente de Samewell.
Al acercarse, el Doctor rápidamente revisó su opinión. El ventiladero
estaba hecho de metal. Toda la estructura estaba compuesta de trozos de
nave. Si podían atrancar la puerta, puede que sí les protegiera contra los
Guerreros de Hielo.
–¡Entrad! –gritó él.
Los cuatro irrumpieron en el ventiladero. Estaba oscuro y frío en su
interior, y olía a paja, pero estaba sorprendentemente seco. Samewell cerró la
puerta metálica tras ellos y dejó caer el cerrojo.
Se miraron entre ellos en la oscuridad. Estaba tan oscuro que solo podían
discernir las más ligeras siluetas. Todos ellos jadeaban y estaban sin aliento.
–Ahora a esperar –dijo Samewell.
Recorrió la pared del ventiladero tras la puerta y encontró una repisa que
contenía pequeñas lámparas solares. Encendió una de las lámparas. El interior

77
del ventiladero era una cámara circular de unos seis metros de diámetro. Había
estanterías con ollas y sartenes, un hornillo, dos raídos catres y una silla. El
suelo parecía ser tierra impactada en secos juncos de paja. Era casi acogedor.
El sentido de intimidad se desvaneció en el momento que se oyó el primer
golpe de pinza contra la puerta del ventiladero. Los golpes vinieron uno tras
otro, brutalmente duros contra el metal, vibrando la puerta y la pared tras ella.
Los Guerreros de Hielo estaban concentrados en abrirse camino.
–El metal les mantendrá a raya durante un tiempo –dijo Amy.
–Los trozos de nave espacial son fuertes –dijo Bel.
–Igual que los Guerreros de Hielo –respondió el Doctor. Le había quitado
la lámpara a Samewell y estaba mirando a su alrededor, buscando
desesperadamente algún tipo de inspiración, algún apunte que le pudiera
impulsar una invención o una improvisación, cualquier cosa que les sacara de
la pequeña estructura sin salida que era, como máximo, un refugio temporal y,
como mínimo, una trampa mortal con forma de cabaña.
–Houdini se forjó una carrera con esto –dijo él, animadamente, mientras
su mente se aceleraba.
–¿Estando atrapado en una olorosa cabaña bajo ataque por los Hombres
del Hielo? –preguntó Amy.
–Escapando de lugares estrechos de los que no hay ningún obvio modo
de salida –respondió el Doctor. Cogió una copa de una estantería, mirando en
su interior, y entonces rindió aquella línea de pensamiento–. Y son Guerreros
de Hielo.
Amy miró la puerta, la cual estaba temblando en cada golpe seco desde
el exterior.
–Ahá –dijo él–. ¿Va a importar eso, en el marco amplio de las cosas?
¿Hombres de Hielo? ¿Guerrero de Hielo? ¿Raritos Homicidas del Hielo, que
van a seguir queriendo hacernos lo que quieren hacer sin importar como les
llamemos?
–Cierto –dijo el Doctor. Giró la silla del revés para comprobar su parte
inferior–. Qué cosa más divertida –dijo él–, a nadie se le queda su nombre
correctamente. Ni siquiera ellos. Quiero decir, como yo lo recuerdo, una amiga
mía llamada Victoria fue la primera en llamarles Guerreros de Hielo. Entonces
comenzaron a referirse a sí mismos como Guerreros de Hielo. Es confuso. Si
los extremos encajan, supongo.
–¿Te los has encontrado antes? –preguntó Amy.
–Varias veces. No durante mucho, la verdad. En fin, es agradable ver
como siguen helados y guerreros.
–¿Son enemigos tuyos? –preguntó Arabel.

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–No –dijo el Doctor, agachándose para mirar bajo los catres. El repiqueteo
en la puerta había aumentado en intensidad–. Sí, algunas veces –se encogió
de hombros–. Son una cultura antigua y orgullosa. Una de las grandes
civilizaciones panmundiales en esta parte de la galaxia. Hay mucho por lo que
admirarlos. Tienen un gran código de honor, de justicia. Y, sin embargo, son
pragmáticos y resolutos. Luchan por supervivencia y luchan sin cuartel. Es muy
peligroso estar en el lado contrario a ellos.
–¿Cuántas veces has estado a su lado? –preguntó Amy.
–Oh, un par de veces, al menos.
–¿Y las otras veces?
El Doctor la miró.
–Esas no han ido tan bien –admitió él.
–¿Qué están haciendo aquí?
–Lo mismo que los muérfanos, imagino –respondió el Doctor, subiéndose
a la silla para examinar el techo–, comprando una nueva casa. Si la Tierra y su
sistema solar han desaparecido, obligando una migración de colonos humanos,
entonces Marte también habrá desaparecido.
–¿Por qué importa eso?
–Porque de ahí, Amy Pond, es de donde han venido.
–¿De Marte?
–Sí.
–¿Son marcianos?
–Sí.
Ella se le quedó mirando.
–¿Estás diciéndolo en serio, con una cara seria, que son hombrecitos
verdes de Marte?
–Lo sé –dijo el Doctor–, es irónico, ¿no? Por supuesto, ya que no son
hombrecitos verdes. Eso sería una tontería. Son bonitos y grandes.
Amy miró a la puerta. Los últimos pocos golpes salvajes habían
comenzado a dentar el metal alrededor del cerrojo.
–Les pegaría más grandes y fuertes –dijo ella–. Lo bastante fuertes como
para comenzar a abrirse camino golpeando la puerta. Están desgastando el
metal.
–¡Eso son pedazos de naves! –protestó Samewell– ¡Es el metal más
poderoso que tenemos!
–Lo es, ¿no? –murmuró el Doctor.

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No parecía distraído por los incesantes golpes en la puerta. Dio un
pisotón con el talón del pie izquierdo contra el suelo bien compacto, se movió
una corta distancia y lo volvió a hacer.
–Y esa es la parte interesante –siguió diciendo–. El metal de los restos de
nave son el material más duro que tenéis. Es raro. Es una comodidad preciosa.
–¿Y? –preguntó Amy.
–¿Y por qué los muérfanos construyeron una cabaña de pastor con ello?
–preguntó el Doctor. Volvió a pegar un talonazo y comenzó a sonreír.
–¿Qué has descubierto? –preguntó Amy.
–¡Como de costumbre, lo obvio! –anunció él. Dejó caer sus manos y
rodillas y comenzó a rastrillar la tierra del suelo con sus dedos– ¡Vamos!
¡Ayudadme! ¡Antes de que tiren esa puerta abajo!
Todos se agacharon y comenzaron a apartar la tierra a arañazos con él.
Había algo debajo de la tierra, solo a unos pocos centímetros. Algo metálico.
–Está sorprendentemente seco aquí –dijo el Doctor, trabajando
rápidamente–. Eso es lo primero de lo que me di cuenta. De la sequedad. Y
que esté hecho de metal, bueno, que estuviera hecho de metal es de lo primero
que me di cuenta. Luego pensé, ¿por qué está tan seco aquí dentro?
–Estás divagando –dijo Amy.
–Lo siento –dijo el Doctor.
Hubo un impacto particularmente fuerte en la puerta. Parte de la repisa se
había doblado hacia adentro. Podían ver una enorme pinza verde aporreando
el marco, intentando aferrarse a la puerta para entrar.
–Es obvio –dijo el Doctor–. ¡He estado pensándolo demasiado! Los
muérfanos no lo llaman “ventiladero” porque sea una derivación de la palabra
“viento”, sino que lo llaman ventiladero… porque ¡es un conducto de
ventilación!
Habían desenterrado y dejado expuesto una gran compuerta en el suelo.
El Doctor apartó el polvo y la tierra de un mecanismo de apertura.
–¡Date prisa! –le aconsejó Amy mirando hacia la puerta.
–Es una salida obsoleta –dijo el Doctor–, ventilando aire cálido por los
sistemas subterráneos. Es parte de unos grandes mecanismos a gran escala
de terramorfismo construidos bajo el paisaje de aquí. Probablemente haya
cientos de ellos por todo el campo. Los muérfanos han venido a usarlos como
cabañas porque normalmente son cálidos y secos. No recuerdan qué eran
originalmente.
Amy miró al umbral de la puerta. Parte de la puerta estaba doblada hacia
dentro y una gran parte de ella se estaba abombando. Dos conjuntos de

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grandes pinzas verdes ahora estaban visibles, intentando arrancar el cerrojo
del marco.
–¡Date prisa, en serio! –dijo ella.
El Doctor ajustó su destornillador sónico, dio una vuelta por los ajustes y
lo apuntó a la portezuela. Hizo un sonido más bien enfermizo y patético. Él lo
zarandeó y lo golpeó contra su mano.
–He gastado tanta energía cancelando el ruido de las armas de los
Guerreros de Hielo –suspiró él–. Está lamentándolo mucho. Simplemente
quiere descansar en un bolsillo en silencio y recargarse. Vamos –le susurró al
destornillador–. Haz esto y no te molestaré más en todo el día.
–¡Doctor! –gritó Amy.
Otro impacto formidable del umbral había comenzado a deformar el
cerrojo.
El Doctor apuntó el destornillador sónico cuidadosamente de nuevo,
apretando el extremo de base de él con su pulgar como si fuera un bolígrafo de
bola. El sónico burbujeó, brilló y entonces mantuvo un constante ruido
chirriante. Tres luces verdes parpadearon en una serie a través de la unidad de
apertura y la portezuela se liberó con un ruido seco y un silbido.
Ellos la subieron. Ésta subió sobre una pesada bisagra como la puerta
principal de un submarino. Al abrirse, mostró un hueco vertical que descendía
en la oscuridad. Había una escalerilla metálica fijada en uno de los lados.
–¡Vamos! ¡Rápido! –les apremió el Doctor.
–¿A dónde lleva? –pregunto Arabel.
–Lejos de aquí –respondió el Doctor–, y esa es probablemente la más
apetecible de las cualidades en este momento. ¡Vamos!
Amy se lanzó contra la escalerilla y comenzó a descender. Arabel la
siguió, y luego Samewell.
El Doctor sujetó la portezuela levantada, y luego siguió a Samewell en
cuanto el joven hubo bajado unos cuantos peldaños.
Tras él, un final impacto brutal rompió la puerta hacia dentro. Hizo un
chillido al abrirse sobre sus goznes destrozado y la nieve se arremolinó dentro
del ventiladero. Un Guerrero de Hielo ocupó todo el umbral, observando de
forma malevolente y, sin embargo, con unos inexpresivos ojos rojos.
El Doctor se lanzó bajando unos pocos primeros peldaños, empujando la
portezuela hacia abajo tras él.
Con una exclamación de alarma, el Doctor empujó hacia abajo.
El Guerrero de Hielo empujó hacia arriba.
No hubo disputa.

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82
CAPÍTULO 9.
LA NOCHE ES MÁS OSCURA AHORA16
El Doctor agarró la parte inferior del pomo de la portezuela con ambas
manos, aferrándose al borde de un peldaño. Empujó hacia abajo todo lo fuerte
que pudo, con los dientes apretados y los ojos cerrados. Por debajo de él,
bajando la escalerilla todo lo rápido que podían, Amy, Arabel y Samewell
levantaron la mirada y gritaron, desesperados.
El Guerrero de Hielo simplemente levantó la portezuela tan fácilmente
como si estuviera abriendo la tapa de un contenedor de basura. La portezuela
fue hacia arriba y el Doctor fue con ella. Le apartaron limpiamente del peldaño
sobre el que había estado pisando. Se tambaleó durante un nanosegundo
colgando del manillar, sus piernas zarandeándose libremente y conduciendo
los pedales de una bicicleta invisible.
Entonces perdió el agarre.
El Doctor cayó como una piedra. La repentina liberación de su peso hizo
que el Guerrero de Hielo perdiera el agarre de la portezuela con su pinza como
mano, y ésta se cayó cerrándose. Hubo un sonido de encajamiento cuando la
portezuela se cerró.
El Doctor no estaba en posición de apreciar que se acababan de librar de
un portazo de los Guerreros de Hielo. Simplemente estaba en posición para
caer locamente túnel abajo con sus piernas y sus brazos dando espasmos.
Golpeó en primer lugar a Samewell, empujando al joven lejos de la escalerilla
de la pared. Samewell apenas pudo gruñir de sorpresa. Cayeron juntos cuando
golpearon a Arabel, quien estaba inmediatamente por debajo de Samewell. El
impacto también la apartó de la escalerilla. Se agarró en ella con una mano
durante un segundo, pero no pudo mantener el agarre. Entonces ella también
cayó con ellos.
Los tres, un borrón torpe y chillante de miembros y cuerpos, chocaron con
Amy, quien era el más bajo de los cuatro. Sus pies se resbalaron de los
peldaños de la escalerilla, pero se las apañó para mantener el agarre. La
banda elástica conectando sus manoplas a través de las mangas de su abrigo
de lana se cogieron en el peldaño durante un momento, lo bastante como para
que recuperara el agarre.
El Doctor, Samewell y Arabel cayeron por debajo de ella y se
desvanecieron en la oscuridad del túnel.
–¡Oh, dios mío! ¡Oh, dios mío! –balbuceó Amy, lanzándose escalera abajo
todo lo rápido que podía, intentando echar vistazos hacia abajo, hacia la caída–
¡Oh, dios mío! ¡Doctor! ¡Doctor!

16Referencia a Good King Wenceslas.

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Su voz resonó. No hubo otro sonido. No hubo otra respuesta. No hubo
una respuesta tranquilizadora, no un “No pasa nada, Amy, hemos aterrizado a
salvo en este colchón tan oportuno”.
Por el lado positivo, tampoco hubo un sonido de impacto.
Amy tragó saliva, impactada por el desastroso giro de los
acontecimientos. Volvió a gritar sus nombres, y bajó unos pocos peldaños.
Entonces volvió a subir dos peldaños, desenganchó la goma de sus manoplas
y comenzó de nuevo.
Hubo un sonido metálico resonante por encima de ella. Los Hombres de
Hielo habían comenzado a trabajar en la compuerta.
Guerreros de Hielo, se recordó a sí misma, los muy-estúpidos-Guerreros.
Comenzó a bajar todo lo rápido que pudo. Varias veces fue demasiado
rápida y se resbaló. El túnel parecía ir hacia abajo para siempre. Iban a estar
muy muertos cuando finalmente llegara hasta ellos. Iba a ser molesto, y muy
lioso, y entonces iba a estar sola con solo los Hombres de Hielo por su única
compañía.
Guerreros. ¡Guerreros!
Siguió bajando, quedándose sin aliento del cansancio. A pesar de la
promesa primaria del Doctor de que el día estaría lleno de diversión navideña,
y habría un absoluto mínimo de innecesario griterío y carreras, había resultado
ser exactamente lo opuesto. Las cosas realmente tenían que dejar de acabar
así. El universo era un lugar hermoso, increíble y cautivador, y ella quería viajar
anchamente y disfrutarlo, preferiblemente en la compañía viva de su marido y
su buen amigo el Doctor. Amy comenzaba a creer que no estaba aprovechando
al máximo el universo dando vueltas por allí a aquella velocidad y viéndolo
pasar. Nunca había tiempo de ver las cosas. Solo parecía haber tiempo de
tener un atisbo de las cosas mientras huían de otras cosas más apremiantes.
Amy se detuvo. Cerró sus ojos, respiró hondo y soltó el aire. Su mente
estaba en un modo totalmente alerta porque estaba intentando bloquear la idea
de que acababa de ver al Doctor caer a su muerte, junto con dos otras
personas a las que no conocía particularmente bien pero tenía una buena
razón para pensar que eran agradables y no se merecían para nada una
muerte provocada por un suelo a toda velocidad.
Abrió sus ojos y comenzó a seguir bajando, respirando fuertemente,
intentando aumentar su confianza. El constante y brutal golpeteo de la
portezuela por encima de ella tampoco es que estuviera ayudando demasiado.
Querían entrar, y querían entrar ahora, eso es lo que querían esos
Hombres de Hielo. Guerreros. GUERREROS.
Ella ignoró los golpes y los arañazos, y siguió bajando, un peldaño a la
vez, mano-pie, mano-pie, abajo, abajo. ¿Cuán largo era aquel lugar?

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Amy fue consciente de que había algo distinto sobre el túnel debajo de
ella. Era difícil de decir qué al principio. Hizo una mueca y realmente deseó que
no era un tipo de distinto de “decoración con cuerpos salpicados”.
Por suerte, no era así.
La escalerilla estaba terminando. Los peldaños recorrían un punto donde
todo el túnel comenzaba a ladearse ligeramente hacia la izquierda, como una
tubería. Fue de directamente vertical a una caída de 35º con una curva
altamente mecanizada como una juntura en un complejo de tuberías.
Sintió una brisa distante, fría y fresca viniendo de debajo. El túnel parecía
estar lleno de sonido, sonido esperando tener la oportunidad de resonar.
Se bajó del último peldaño y se balanceó buscando el equilibrio en el
suelo deslizante que, tres metros arriba, había sido una pared.
–¿Doctor? –llamó ella.
El eco le devolvió el sonido. Ella se aventuró a avanzar.
Era bastante dificultoso como para caminar en el suelo inclinado. Se
esforzó para mantener el equilibrio. Los Guerreros de Hielo siguieron
martilleando y aporreando la portezuela muy alto por encima de ella.
El tubo le recordaba a algo. Se dio cuenta de qué era. Era como la
versión gigantesca de aquellos toboganes de agua que tenían en los grandes
polideportivos, aquellas grandes atracciones deslizantes que Rory tanto quería.
Era exactamente como aquello.
O era como una versión descomunal de aquellos juguetes para hámsteres
que la gente compraba en las tiendas de mascotas asumiendo que a los
hámsteres les gustaba aquel tipo de cosas.
No estaba convencida de que lo hicieran. Si aquello era típico en la
experiencia, no era demasiado divertido y podía comenzar a apreciar el
generalmente malhumorado comportamiento demostrado por muchos
hámsteres.
Ella siguió andando lentamente. Seguía sin haber señal del Doctor, de
Arabel o de Samewell. Debían de haber venido por allí y luego haber salido
disparados por la esquina como Rory en un monstruoso tobogán. O un
malhumorado hámster pasándolo mal en una prisión transparente de plástico.
–¿Doctor? –volvió a llamar de nuevo, inclinándose hacia adelante para
otear en la oscuridad, apartándose el pelo de sus ojos con sus dedos–
¿Doctor? Pégame un grito si estás bien, ¿vale? ¿Doctor?
Tras ella y por encima de ella, los Guerreros de Hielo apuntaron con sus
blasters sónicos en la compuerta inmóvil y la destrozaron en pedazos. El
horrible ruido del impacto reverberó por el túnel hasta ella y le hizo botar. Su pie
se resbaló. Perdió el equilibrio.

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Miró hacia atrás, hacia el camino por el que había venido. Oyó la
fracturada compuerta chirriar abriéndose y vio sombras moviéndose en la luz
que brillaba desde el túnel del ventiladero.
Los Guerreros del Hielo entraron. Eran los Guerreros de Hielo y habían
abierto la compuerta, y estaban dentro del túnel, y venían tras ella. No había ni
una sola parte de aquel resumen que no le aterrorizara terriblemente.
Tenía que apresurarse. Dio otro paso, otro, moviéndose más rápido.
Su pie se resbaló. Volvió a recuperar el equilibrio. Entonces, sus dos pies
se resbalaron a la vez, y esta vez no mantuvo el equilibrio.
Amy se cayó de espaldas.
–¡Auch! –gritó ella. Entonces se dio cuenta de que caerse de culo no iba a
ser lo peor.
Estaba moviéndose. Se estaba deslizando. Estaba viajando túnel abajo.
Protestó en voz alta, a nadie en particular, y comenzó a patalear y arañar
con sus manos y pies. Sin ninguna utilidad. Estaba cogiendo velocidad. Estaba
deslizándose túnel abajo como si fuera unos rápidos, sobre su trasero, como
Rory en un estúpido y monstruoso tobogán de agua. No podía pararse. No
podía levantarse.
Ganando velocidad con cada segundo que pasaba, Amy se deslizó por el
tobogán, impotentemente, más y más profundo en el suelo.

La nieve caía. Era el tipo más negro de noche que Rory había visto en un
largo tiempo, fría y cerrada, sin dar nada de vuelta. Unos grandes copos de
nieve solo parecían caer ciegamente en la oscuridad, apuntándole.
Seguía a Vesta a través de los bosques nevados. Ella había traído su
pequeña lámpara solar, pero ambos habían accedido a intentar viajar sin ella
durante el máximo que pudieran. Una luz podría atraer el tipo equivocado de
atención. Vesta le había asegurado a Rory que ella sabía qué camino tomar.
Conocía los bosques. Sabía cómo llevarlos a Bordeada.
Rory creía que lo decía de verdad, pero seguía preocupado. Habían
dejado el cómodo calor de los molinos tomatos, (seguramente, ¿molinos
automáticos?), tras ellos y habían partido hacia la noche congelada. Había una
muy buena oportunidad de que murieran de frío antes de que llegaran a
ninguna parte y eso dependía de ellos.
Su ropa se había secado durante su estancia en la calidez del molino.
Estaba contento de su abrigo. No estaba convencido de que hubiera merecido
la pena volver a la TARDIS a por él. Quizá el día habría resultado ser menos
energético si se hubiera quedado con Amy y el Doctor. Pero, de nuevo, no tenía
ninguna forma de saber qué tipo de aventuras estarían viviendo ellos. Tenía
una profunda corazonada de que llegaría al pueblo de Vesta, Bordeada, y

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encontraría al Doctor y a Amy ya allí, ya firmes amigos con todo el mundo,
contando historias, sentados frente a una hoguera, comiendo comida calentita.
Su corazonada profunda implicaba un gigantesco árbol de Navidad también,
así que sabía que algunos de los detalles eran completamente imaginados,
pero tenía esperanzas.
Rory también era realista. Intentó contar el número de veces que habían
llegado a algún lugar, por accidente o designio, y no se habían topado con
algún apuro u otro. La única respuesta a la que podía llegar era: cero. Era
inevitable, tan inevitable como el graznido de la consola de la TARDIS, tan
inevitable como la repentina sonrisa del Doctor. Estos apuros, creía Rory,
estaban naturalmente aferrados a los Señores del Tiempo. De hecho, con un
único Señor del Tiempo vivo, probablemente había un serio retraso de apuros
esperando a ser aferrados. Peligro, problemas, súplicas, apuros… No se
sorprendería particularmente tras saber que había algún tipo de circuito de
detección a bordo de la TARDIS que automáticamente les atraía hacia los
problemas. El Doctor probablemente admitiría un día, casualmente, como si
pensara que ya lo sabían.
–¿Queréis decir que no os hablé sobre el Módulo
BuscaTodosLosApurosPosibles? ¿No lo hice? Habría jurado… ¿Debería
apagarlo para variar? Sí, ¿por qué no? Lo apagaré.
Los copos de nieve seguían cayendo en la oscuridad, haciéndose
repentinamente visibles, y le golpeaban en la cara. Eran como estrellas. Era
como apresurarse a través del cosmos. Hacía un frío mordaz y una oscuridad
cegadora, y todo lo que podía ver eran pequeños objetos brillantes blancos
pasándole a toda velocidad. Era como viajar a través del universo en la
TARDIS y, como la TARDIS, no había forma de saber exactamente a dónde te
dirigías, o cuán seguro sería cuando llegases allí.

Amy viajaba a velocidades con las que no se sentía cómoda,


especialmente dado el hecho de que no estaba montando a bordo de nada
como una bicicleta o un monopatín, o un trineo ligero o un cohete, y no estaba
controlándolo de ninguna manera.
El alineado del tubo parecía no tener fricción, y resistió sus frenéticos
intentos de agarrarse a algo o de detenerse. La pendiente también estaba
aumentando, lanzándola por una pendiente todavía más pronunciada y más
alarmante que antes. Con los ojos abiertos de par en par, y el pelo volando tras
ella, salió disparada hacia abajo. Se dio cuenta de que era el tipo de viaje que
habría disfrutado en otro tipo de circunstancias, ninguna de las cuales estaba
operando en ese momento. También se dio cuenta de que estaba haciendo
ruidos de desesperación asfixiados como “aj”, “ek” e “irk”.
Entonces salió volando por la boca del tubo y aterrizo en un lecho de
material suave y polvoriento. Botó una vez y frenó en seco. Tosiendo, se puso
en pie lentamente. Su impacto había levantado una nube de fibras polvorientas
que salieron de la masa. Estaba en una pequeña cámara de metal, y el

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material polvoriento era una gruesa masa de moho de hojas y fibras vegetales
que habían estado enganchadas en el sistema de ventilación y se habían
acumulado allí para pudrirse. Probablemente la hubo salvado de una herida
seria.
Todavía tosiendo, echó la vista atrás por el oscuro tubo del sistema de
ventilación.
–No pienso volver a hacer eso otra vez –dijo ella.
Sus pies, deseosos de tener autonomía, escogieron ese momento para
patinar y demostrarle lo contrario. Se resbaló, cayendo sobre sus cuartos
traseros de nuevo, y salió disparada en la siguiente extensión del sistema de
tubos haciendo ruiditos de forma impotente.
–¡No es divertido! –gritó ella a todo pulmón, experimentando un viaje
incluso más afilado, empinado y rápido que antes. El tubo giró en un momento
y casi le dio la vuelta, antes de finalmente salir disparada en otra cámara
alineada con un colchón de hojas profundo, primaveral y ligeramente mustio.
Amy se puso en pie con mucho más cuidado que en su previo aterrizaje.
Pensó durante un momento que pudiera haberse hecho daño en el hombro o
en su espalda, porque le resultó difícil enderezarse, pero entonces descubrió
que aquello había tenido menos que ver con un esguince o una dislocación, y
más con el hecho de que estaba de pie sobre una de sus estiradas manoplas.
Dejó que la manopla saliera de debajo de su pie, se puso en pie
adecuadamente y observó en la oscuridad a su alrededor mientras se quitaba
pedazos de hojas muertas de su pelo con los dedos.
–¿Doctor? –llamó– ¿Doctor?
La cámara de metal, lisa, gris y cuadrada, tenía varias salidas y todas de
las cuales eran más bocas de tubo. Avanzó lentamente, asegurándose no
resbalarse y ser lanzada en otro viajecito.
–¿Doctor?
Uno de los tubos de ventilación recorría una sección horizontal y había un
tipo de conducto acanalado a un lado por el que se tambaleó. Ahora estaba en
un tipo de vestíbulo. Era largo, metálico y estaba oscuro. El aire era frío pero
seco. Una reducida cantidad de luz ambiental estaba emanando de unas
aflojadas lámparas en la pared. Las lámparas parecían versiones más
pequeñas y más sofisticadas de las luces que los muérfanos usaban, los
aparatos que llamaban lámparas solares. El brillo le recordaba a Amy del brillo
que emitían las luces de un jardín solar que hubiera estado encendido toda la
noche y comenzaban a apagarse.
–¿Doctor? ¿Hola?
No había habido mucha oportunidad de discutir sobre dónde la llevaba el
tubo, así que se preguntó cómo el Doctor, Bel y Samewell podían haber
terminado en otra parte.

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Amy escuchó mucho para ver si una voz lejana podría estar
respondiéndole a sus llamadas, y se dio cuenta de que podía oír algo. Era una
resonancia profunda parecida a un murmullo. Podía sentirla más que oírla. Era
un sonido que haría una inmensa maquinaria, el constante ronroneo de un
autómata industrial, oído desde la lejanía. Parecía como si estuviera dentro de
una gran fábrica, la mayor fábrica jamás construida, y toda la maquinaria,
chirriando y haciendo ruiditos, escondida de la vista tras la piel de metal de las
paredes a su alrededor.
Entonces pensó: “Quizás estoy dentro de la misma máquina. Quizá estoy
en algún tipo de tubería o tubo o canal, y me parece gigante, pero es solo
porque la máquina es muy grande. Quizá de repente va a llenarse con… agua
o aceite o líquido residual o lodo atómico o energía. Quizá sea lanzado a
intervalos regulares como parte de la operación y simplemente he llegado entre
esos intervalos, y si me quedo aquí mucho más me voy a ahogar o voy a ser
lanzada o quemada por una fatiga o irradiación, o…”.
Amy comenzó a entrar en pánico. Comenzó a sentirse muy, muy
claustrofóbica. Se apresuró por el vestíbulo-que-también-podría-ser-una-
tubería en busca de una salida, o una puerta, o al menos algo por lo que subir.
Encontró otra cosa en su lugar.
Un sonido de arañazos, un ruido de patitas arrastrándose, un brillo de luz
en las sombras, solo un atisbo.
–¿Quién anda ahí? ¿Quién hay? –preguntó, toscamente.
La experiencia le había enseñado que ser tosca a menudo ayudaba.
Bueno, no tanto como una orden autoritaria. Fuera lo que fuera, le hizo sentirse
mejor.
Entonces vio lo que estaba haciendo el ruido. Vio las ratas.
No eran realmente ratas. De aquello se dio cuenta directamente. Pero
ratas era en lo que le hicieron pensar, y ratas era la palabra que se registró en
su cerebro.
Tenían demasiadas piernas como para ser ratas. Demasiadas piernas y
no los suficientes ojos o pelo. Además, eran del tamaño de terriers, lo cual era
poco usual para ser ratas.
Pero, caramba, había muchos de ellos.

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CAPÍTULO 10.
AL PIE DE LA MONTAÑA17
Iban a comérsela.
No había ninguna duda en la mente de Amy sobre eso. Estaban
escurriéndose hacia ella por el suelo del vestíbulo en una gran marea de
cuerpos arrugados grises y rosas, con unos ruidosos dientes que parecían
como si hubieran sido recubiertos de metal y diseñados para morder a través
de los cables.
No estaba exactamente segura de por qué pensó que iban a comérsela.
No era como si tuvieran una mirada maliciosa en sus ojos, porque no tenían
ojos. Solamente tenían cuencas donde se suponía que estarían los ojos,
cuencas que parecían extirpaciones quirúrgicas, cuencas que habían sido
vaciadas y luego empaquetadas con material marrón de la textura de la
espuma, como las coberturas de unos cascos o un micrófono. Tenían garras
que recordaban a articulaciones como patas de pájaro construidas por una
brújula o unos mecanismos de división. Tenían colas que parecían la cobertura
de un cable negro eléctrico estirado por una cadena de bicicleta.
–¡Oh, dios mío, sois todos completamente horribles! –exclamó ella, y
comenzó a retroceder muy rápidamente. Respondieron acelerando hacia ella,
corriendo en una repentina marea, las ratas más grandes empujando a las más
pequeñas o pisando por encima de ella. La carne asquerosa, gris y arrugada
en sus cuerpos era lo suficiente tirante como para revelar la silueta de sus
costillares.
–¡Y tenéis hambre! –chilló ella, finalmente entendiendo qué había
advertido. Tenían un hambre terrible, y estaban comportándose de la forma que
cualquier criatura hambrienta haría cuando detectaban comida.
Comenzó a esprintar. Estaban tras ella. Sus mandíbulas hacían
chasquidos anchos, listos para morder, revelando una dentición que habría
parecido mucho más en casa a pósteres para una película sobre veranos
memorables en Amity Island.
Una de las cosas-ratas pegó un brinco hasta ella. Falló, pero casi le
arrancó un pedazo de su pantorrilla izquierda con chasquido de sus dientes.
Otro brinco. Lo apartó con su mano. Un tercero saltó hacia ella y ella lo golpeó,
pero fracasó al darle y la cosa aferró su manopla en su boca, enganchándose a
través de su manga elástica como un pescado en una red.
–¡Largo! –gritó ella y golpeó la cosa tan fuerte que salió lanzada contra la
pared del vestíbulo. Le tomó dos golpes deliberados hacer que la soltara de la
manopla y cayera al suelo.
Por aquel entonces, la principal porción de la marea de ratas la había
alcanzado. Ella gritó de terror. Lo que estaba a punto de pasar iba a ser

17Otra referencia más a Good King Wenceslas.

90
desagradable. Casi tan desagradable como lo máximo de desagradable que
podía ponerse.
Lo que realmente pasó a continuación sí que fue desagradable, pero no
de la manera que había estado esperando. Hubo un ruido estridente, como
algún tipo de alarma o silbido. Se le clavó en las orejas como agujas de tejer y
le hizo gritar de dolor y caerse de rodillas. Era un terrible sonido. Era del tipo de
sonido que parecía que iba a romperte las orejas, pasar tu cerebro por el
microondas, y hacer que te saliera humo por la nariz.
Lo hizo verdaderamente a varias de las ratas. Algunas se quedaron
muertas en el sitio. Otras cayeron, retorciéndose y revolviéndose por el dolor.
El resto simplemente retrocedió y huyó. Sus frenéticas garras de metal hicieron
ruidos de chillidos y arañazos mientras huían por el vestíbulo, ruido que Amy no
habría disfrutado para nada si hubiera sido capaz de oírlos. Sus orejas, sin
embargo, seguían pitándole por el monstruosamente sonido estridente.
Negando con la cabeza, se levantó. El Doctor estaba de pie justo a su
lado, con Arabel y Samewell, ambos con caras asustadas, tras él. El Doctor le
sonreía.
–______________–dijo él–. _______________.
–¿Qué? –preguntó Amy.
–_____________–respondió el Doctor, todavía sonriente, pero pareciendo
preocupado.
–Dame una pista –dijo ella–. ¿Es un libro? ¿Cuántas palabras? ¿Por qué
no me estás hablando?
El Doctor se giró y le dijo algo igual de inaudible a Arabel y a Samewell.
–Son mis orejas, ¿no? –preguntó Amy– Ese sonido me ha dejado KO las
orejas, ¿verdad?
El Doctor volvió a girarse hacia ella. Señaló hacia su destornillador sónico
y puso una cara triste.
–_______________–dijo él.
Ella pudo leerle los labios. Sabía cómo era “lo siento”.

Sol Farrow era un hombre fuerte, notado por su labor en los campos y en
las casas de calor. Sol no era tan grande como Jack Duggat, pues Jack Duggat
era el más grande de todos los muérfanos de Bordeada, pero él, sin embargo,
era un toro de hombre. El Electo Groan le había dado la tarea de vigilar durante
la noche la puerta oriental de Bordeada, y le había ofrecido la oportunidad de
escoger las armas que quisiera. Sol había escogido una fina pala de mango
largo con una lengua de metal de nave. También había escogido una buena
hoz del almacén de herramientas, y se la había colgado del cinturón por debajo
de su pesado abrigo de invierno. Sol no pretendía ser encontrado despistado.

91
Había oído las historias durante las pasadas semanas, todas ellas: las altas
figuras vistas en los bosques, el rebaño asesinado y las ovejas, las estrellas
que no se quedaban quietas. ¿Qué eran aquellas cosas en los bosques? ¿Eran
reales, gigantes reales de los bosques, ofreciendo a la plantanación malvadas
intenciones? ¿O eran solo producto de su imaginación, espíritus conjurados por
las temerosas mentalidades de los muérfanos?
Sol Farrow era un hombre sensato, y habría normalmente supuesto lo
último. La gente saltaba por motivo de sombras, y ante sonidos en la noche.
Veían cosas que algunas veces no estaban allí de verdad. Los duros inviernos
en la nieve, bueno, aquello era un infortunio, una dureza que tenía que
soportar, pero estaba haciendo que la gente se volviera más agitada, y en esa
agitación, sus mentes se aceleraban e imaginaban.
Ahora no estaba tan seguro. Había demasiado que no podía explicarse,
más de lo que podía ser explicado por la imaginación o un perro salvaje.
¿Cuántos hombres no habían vuelto por la investigación aquel día? No
había rastro de ellos. Si habían sido atrapados por algo, como había sido el
rebaño, entonces la población de Bordeada habría recibido un golpe mortal.
La vigilancia nocturna no se había llevado a cabo en su tiempo, ni en el
de su padre, ni en el del padre de su padre. Segú las prácticas listadas en la
palabra del Guía, la vigilancia nocturna no se había hecho desde los primeros
tiempos, cuando los muérfanos llegaron por primera vez a Enadelante. La
vigilancia nocturna se había colocado alrededor de los primeros campamentos,
mientras las ciudades eran levantadas y construidas. En aquella época, los
muérfanos no sabían mucho sobre el mundo de Enadelante, y no tenían ni idea
de lo que se hallaba en la oscuridad cuando ésta caía.
Bill Groan había reinstaurado la práctica de la vigilancia nocturna después
del tercer asesinato del rebaño. Colocó a vigías en las puertas de brújula de
Bordeada, además de otro en las casas de calor, otro en el pozo, y dos para
patrullar desde los establos hasta la vaquería. Otro vigilante estaría en los
límites de la plantanación durante toda la noche. Bill Groan se había esforzado
para que ningún perro loco llegase a la ciudad y amenazara a los niños o a los
ancianos.
Una precaución. Aquello era todo lo que parecía al principio. Y una carga,
porque los hombres como Sol tenían que mantenerse en pie a todas horas en
un tiempo frío.
Después del día que acababan de pasar, parecía casi una necesidad.
Hacía un frío cortante, y caía una ligera nevada. Sol podía oír el silbido y
el susurro de ella. Desde su puesto aventajado con la ciudad a sus espaldas,
tenía el borde de los bosques y la tierra abierta de pastoreo ante él. A su
izquierda, podía ver el ligero brillo de las lámparas solares en las casas de
calor. A su derecha, como un oscuro y nublado fantasma tras la nieve, podía
distinguir el bulto del Formador Número Uno.

92
El frío estaba introduciéndosele dentro. Tenía un pequeño brasero para el
calor, crujiendo cerca de sus pies, una botella de caldo y estaba seguro de que
no se mantendría durante demasiado. Pasearse le hacía mantenerse caliente.
Dejó el extremo de su pala descansando en el suelo, apoyándola con una
mano, y manteniendo la otra mano metida dentro de su abrigo para mantener
el calor. Cada pocos minutos, cambiaría las manos y las cosas en el otro
sentido.
Sol puso ambas manos sobre la pala y la levantó. Había oído algo.
Estaba seguro de que había oído algo. Por la tierra de pastoreo, cerca de los
árboles. Había sonado como si algo se hubiera movido. Esperó, escuchando,
observando en la oscuridad, sin ver nada. Probablemente era nieve
recolectada finalmente cediendo en la rama, haciéndola chasquear bajo su
peso acumulado o exfoliándose. Ya que las nieves habían venido, aquel tipo de
ruido raro, ruidos de caídas y revoloteos como nieve caída redistribuida por sí
misma, se habían vuelto muy comunes.
Sol echó un vistazo hacia Bordeada. Las lámparas ardían a través del
hogar del asentamiento. Parecía tranquilizador, casi agradable. Deseaba estar
ahí abajo, hablando con sus amigos y comiendo una buena cena. Aquella
comunidad y compañerismo era sobre lo que iba la vida. El suelo duro y el
esfuerzo de la existencia muérfana se hacía soportable por las simples
confortaciones de comida caliente y un hogar, y un círculo de amigos.
Tristemente, reflexionó Sol, aquello no era por lo que se encendían las
lámparas en Bordeada aquella noche. El consejo y la comunidad se estaban
reuniendo en la asamblea.
Charlas de crisis, unas charlas cat-A.

Bill Groan se hallaba en el porche del vestíbulo de la asamblea bajo la luz


de una lámpara solar, escuchando cómo la vieja Winnowner leía la lista.
Ocho nombres. Ocho buenos hombres muérfanos de Bordeada que no
habían vuelto al final del día. Ocho padres, ocho pobres trabajadores, parte de
la espina dorsal de la comunidad. ¿Cómo podía haber sido que ocho hombres
hubieran desaparecido en la nieve durante la luz del día? Una caída u otro
acontecimiento puede que se hubiera llevado uno, dos si las cosas se hubieran
vuelto desafortunadas. ¿Pero ocho?
Todos eran amigos suyos.
Winnowner leyó los otros nombres en la lista. Harvesta Flurrish, por
supuesto, la pobre niña cuya desaparición había comenzado la búsqueda en
primer lugar. Winnowner le había recordado a Bill que era el aniversario de la
muerte de Tyler Flurrish. Quizá Vesta había estado recordando la perdida.
Quizá es por eso por lo que no había venido al trabajo ante el tañido de la
Campana del Guía. Parecía un particularmente cruel giro de la voluntad del
Guía por su desaparición en el aniversario del fallecimiento de su padre. ¿Qué
destino terrible le había acaecido? Era lo que Bill se preguntaba. ¿Le habría

93
atrapado el perro? ¿La había arrinconado y la había abatido como un cordero?
O, que el Guía les ayude a todos, ¿había verdad en aquellas historias de
gigantes en los bosques?
Arabel Flurrish también había desaparecido. Nadie la había visto a ella o
a Samewell Crook desde la reunión matutina. Bill Groan conocía bien a Arabel
Flurrish. Era una de las más brillantes y mejores, tenaz y espabilada. Bill no
tenía ninguna duda de que Bel llegaría lejos en la oficina muérfana como
Enfermera Electa en su día. Vesta era dulce y amable, pero Bel era fuerte y
directa. Bill sabía a ciencia cierta que Bel había ido a buscar a su hermana sin
importar tener permiso o no. Era típico de su fuerte comportamiento. Samewell
Crook, bueno, a él le había conducido su desesperanzado corazón y buena
naturaleza. Estaba tan enamorado de Arabel, que si ella le hubiera dicho que
saltara al canal del molino con las botas puestas, él lo habría hecho. Se había
ido con ella, para ayudarla, aquello también era obvio.
Pero no habían vuelto. Tras el tañido de la noche, no habían vuelto. Peor
todavía, después del anochecer, Jack Duggat había descubierto que los dos
extraños se habían desvanecido también. Jack había bajado para llevarles
comida y agua, y había encontrado la jaula abierta. ¿Habían salido ellos solos?
Si era así, ¿cómo? El cerrojo de la jaula era bueno, fuerte y no había sido
forzado.
Bill sospechaba que Bel, quizás en algún tipo de ilusión, les había dejado
salir. No la culparía en tal acción unilateral, especialmente cuando no tenía
paciencia y estaba preocupada por su hermana. Había estado deseando
preguntar a los extraños, después de todo. Quizá le habrían prometido
mostrarle dónde estaba su hermana a cambio de su liberación.
Incluso así, ¿cómo había abierto Bel la jaula? Una falta de paciencia era
un vicio verdadero y ciertamente uno de los defectos personales de Arabel
Flurrish, pero incluso ella, animada y en una misión, no podía manufacturar una
llave de la nada.
Quizás las causas no estaban conectadas. Quizás Bel y Samewell se
habían ido, y los extraños habían salido bajo su propio pie.
Todo lo que Bill Groan podía ver llanamente era que en el medio del
invierno más duro los muérfanos habían conocido jamás, dos extraños que
parecían venir de ninguna plantanación, la cual era el único lugar del que nadie
podía haber venido, resultó ser el mismo día en el que once muérfanos de
Bordeada habían desaparecido.
–Están tomando asientos, Electo –dijo Chaunce Plowrite, saliendo de la
asamblea para hablar con Bill.
Bill Groan asintió.
–Deberíamos entrar –dijo Winnowner. Bajo la baja luz de la lámpara solar,
parecía mayor que nunca. La edad y el esfuerzo, y el estrés de los tiempos
actuales habían rebajado años en ella. Bill sintió una dureza. Winnowner
Cropper podía ser difícil y seca a su manera, pero él confiaba en ella. Una

94
doctrina de comunicación había mantenido a los muérfanos con vida durante
veintisiete generaciones y era solamente tan vital como la doctrina de la
paciencia. Una generación aprendía de la última. El conocimiento y las
habilidades se aumentaban y se mantenían. Los jóvenes no tenían que
cometer los mismos errores que sus predecesores habían cometido, porque el
resultado de los errores era enseñado para ser evitados. El tiempo y el
esfuerzo no se gastaban aprendiendo a través de la experiencia. Los
muérfanos prosperaban escuchando a sus mayores y aprendiendo. Enadelante
era un lugar duro en el que vivir y un lugar lento que terraformar. No ofrecía
segundas oportunidades, pero si prestabas atención a la sabiduría de tus
mayores, reducías las oportunidades de necesitar ninguna.
Bill no podía soportar pensar en Winnowner falleciendo. No sabía qué
haría sin ella. No podía imaginarse siendo el Enfermero Electo y no tener sus
años y consejo al que recurrir. Si aquella crisis del hielo y los misterios habían
apresurado el final de la vida de Winnowner Cropper, entonces él…
Intentó no pensar en ello. Las grabaciones de la plantanación y las
historias orales atestiguaban el hecho de que siempre era una época de
lamento cuando la última persona de una generación fallecía. Siempre
marcaba el final de una era, y recordaba a la comunidad de muérfanos la
vulnerabilidad y la poca duración del ciclo de la vida en el que habían nacido.
Bill sabía que la muerte de Winnowner sería un punto de inflexión en su
servicio como Electo, y también en su vida. Rezó al Guía de que no sucediera
cuando estaban en medio de tal calamidad cat-A sin precedentes.
–Deberíamos entrar –le repitió.
–¿Y decirles qué? –preguntó Bill.
–Háblales equitativamente –le respondió–. No hay nada que podamos
hacer esta noche menos mantenernos calientes y mantener la guardia.
–¿Y mañana?
Ella se encogió de hombros.
–Buscaremos de nuevo.
Bill suspiró.
–¿Qué pasa si son ciertos? –preguntó él.
–Si son ciertos, ¿el qué, Electo?
–Las historias de los gigantes.
–No hay nada en todas las palabras del Guía sobre gigantes –dijo ella.
–Tampoco había nada sobre extraños –dijo él–, pero hoy han venido
extraños.
–Han venido fuera de los preceptos del guía, y han traído magia negra
con ellos –respondió ella.

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–Lo entiendo –dijo él–. De verdad que sí, pero solo porque algo se salga
de los preceptos del guía, solo porque no forme parte de la ley del Guía, no
significa que podamos ignorarlo. Podría estar matándonos, Winnowner. ¿Lo
permitimos?
–Por supuesto que no –dijo ella–. La supervivencia es la mayor doctrina
de todas. Lo que nos está pasando puede ser excepcional y por lo tanto no
cubierto por específicas palabras del Guía, pero el Guía no nos fallará.
Debemos volver a mirar. Estudiaremos los pasajes. El Guía nos instruirá en
formas en las que aún no hemos imaginado.
Bill Groan asintió.
–Yo también lo creo. Deberíamos comenzar de nuevo esta noche. Toda la
noche, si es necesario.
–De acuerdo –dijo Winnowner–. Entraremos y tú dirás algunas palabras
de consolación y confort. Entonces yo abriré la Encriptación y nos retiraremos
con el consejo para estudiar.
Chaunce Plowrite sujetó la puerta para ellos y entraron en la asamblea.
Estaba abarrotada. Casi cada muérfano había venido, excepto aquellos de
vigilancia o con trabajos vespertinos que realizar.
O aquellos ya perdidos, pensó Bill Groan.
Había el murmullo del parloteo en la sala, pero se apagó cuando entraron
y se unieron a los otros miembros del consejo y tomaron asiento. Unos
pequeños y muy obvios asentimientos de agitación rodeaban las familias de los
hombres desaparecidos.
–¿Qué harás, Electo? –preguntó Ela Seed, poniéndose en pie casi de
golpe. Su voz era clara y alta, teñida de preocupación. Su marido, Dom Seed,
era uno de los hombres que no habían sido vistos desde que la Campana del
Guía había tañido a media mañana.
–Le pediré dirección al Guía, Ela –dijo Bill Groan.
–¿No es eso lo que hemos estado haciendo durante semanas? –preguntó
Lane Cutter. Varios de los muérfanos a su alrededor pronunciaron un murmullo
de apoyo.
–Lo es –dijo Bill.
–¿Y qué se ha hecho de bueno? –preguntó Lane, con su cara severa.
–Tales palabras están rozando lo que se sale de los preceptos del guía,
Lane –dijo Chaunce Plowrite–. Sé que estás muy preocupada por la ausencia
de Hud, pero…
–¿Ahora me salgo de los preceptos del guía? –preguntó Lane con una
irónica risa– Creo que el Guía nos ha dejado.
Hubo un murmullo de palabras, algunas de ellas consternadas.

96
–Estoy de acuerdo –dijo Ela Seed–. Sé que debemos confiar en el Guía, y
sé que la paciencia es nuestra mayor virtud, y sé que aquellos que son
pacientes proveerán para todos los de la plantanación, pero no podemos
quedarnos aquí esperando para que esto nos venza. Mi marido…
Su voz se rompió. Su hermana se levantó para sujetarla.
–Consultaremos esta noche las palabras del Guía –dijo Bill.
–Winnowner va a abrir directamente la Encriptación. No descansaremos
hasta que hayamos buscado en cada pasaje y en cada sección en busca de la
verdad y la pertinencia.
–Es eso –se mofó Jack Duggat–, ¡o tendremos que esperar un milagro!
Una risa, un poco cálida, sonó por la asamblea.
–Creo que un milagro es lo que hemos descubierto –dijo Sol Farrow,
hablando desde la parte trasera del salón. Todo el mundo se giró. Acababa de
entrar, trayendo nieve con él.
–Uno muy pequeño, ya que estamos –dijo él–, pero nos da esperanza.
Se giró y les hizo señas para que se acercaran. Dos personas entraron
viniendo desde la noche.
–Oh, buen Guía –murmuró Bill Groan–. ¿Vesta Flurrish?
–La he encontrado viniendo desde el borde de los bosques, Electo –dijo
Sol.
–Estoy ilesa, Electo –dijo Vesta. Sus frías mejillas se habían enrojecido
con el calor de la sala de reuniones. Señaló al hombre de su lado–. Este es
Rory –dijo ella.
–Eh, hola –dijo Rory.

El Doctor cogió una de las ratas muertas por la cola y la observó. Era
pesada y se balanceaba ligeramente en su agarre.
–Repugnante –resaltó–, y construida con un propósito.
–¿Qué? –preguntó Amy. Su oído estaba volviendo, pero el mundo seguía
sonando amortiguado– ¿Has dicho construida con un propósito?
–Manufacturada –dijo el Doctor. Alargó la mano y apartó los labios de la
rata muerta para revelar unos dientes metálicos–. Es una rata –dijo él–.
Definitivamente una rata. Genéticamente, es una rata. De la Tierra. Pero ha
sido modificada, customizada, mejorada. Y a escala industrial, dados los
números que hay de ellas.
–No tiene ojos –dijo Amy.

97
–No, porque los diseñadores no pensaron que los necesitaran. Estos son
sensores de movimiento muy sofisticados –señaló al relleno de espuma que
empaquetaba la zona donde una rata ordinaria habría tenido ojos.
–¿Movimiento?
–En el espacio, el espacio particularmente interestelar, hace frío y a
menudo es muy, muy oscuro. Así que el movimiento es un formato mucho más
sensato en la que basar tu función sensorial. También hay algunos sensores
acústicos bastante avanzados.
–Espera –dijo Amy, negando con la cabeza y frunciendo el ceño. Sabía
que no era posible y sabía que no sería de ayuda, pero realmente quería un
palito de algodón. Sus orejas parecían estar abarrotadas de pegamento–.
Vuelve a empezar. No estamos en el espacio.
–No –le dijo él, levantando su brazo para que ella pudiera estudiar la rata
suspendida desde abajo–. Estamos en el terraformador. Es una de las enormes
máquinas que los muérfanos originales construyeron para cambiar Enadelante
de un planeta remotamente parecido a la Tierra a uno que se le pareciera
todavía más.
–¿Quieres decir los Formadores? –preguntó Arabel– ¿Los Terra
Formadores?
–¿Las tres montañas no son montañas? –preguntó Amy.
El Doctor sonrió y asintió.
–Sí –dijo él–. Creo que estamos en el Formador Número Dos, si he
estado prestando atención adecuadamente a Arabel, y mi sentido de la
dirección no se equivoca –miró a Amy–. Y no lo ha hecho –sonrió él.
–¿Estamos bajo la montaña? –preguntó Samewell.
–Es así como parece el Formador desde dentro. Bueno, parte de él.
–¿Y ese ruido de fábrica? –preguntó Amy.
–Los gigantescos motores del Formador funcionando –dijo el Doctor–.
Procesadores atmosféricos, actuadores geosísmicos, generadores
meteorológicos, bombas de siembra. Es una fábrica de mundos. Está
cambiando el planeta. Y lo ha estado haciendo durante veintisiete
generaciones. Es una extraordinaria pieza de ingeniería a gran escala llevando
a cabo una pieza de ingeniería a más grande escala e incluso más
extraordinaria y más alucinante.
–Así que, volviendo a la pregunta original –dijo Amy, señalando–, ¿ratas
del espacio ciegas? ¿Eh?
–Las transratas serían un término más adecuado –dijo el Doctor–. Como
los transhumanos. Reingeniería tanto genética como biológicamente para ser
más rata que una rata. Una herramienta viva, si te gusta más.

98
–Me he encontrado con más de una de esas –dijo Amy.
–Durante la gran Era de la Diáspora –dijo el Doctor–, cuando la
humanidad se expandía desde la Tierra, eran un buen puñado común de naves
generacionales o arcas de hibernación. Aquellas naves eran enormes, como
pequeños países en el espacio. Y viajaron durante varias vidas para llegar a
sus destinos. Los pasajeros humanos pasarían cientos de años en animación
suspendida, listos para despertarse cuando llegaran a sus destinos finales de
colonización, o si no vivirían sus vidas durante el tiempo del viaje.
Civilizaciones enteras se alzarían y caerían en una nave generacional en el
tiempo que tardan en llegar a otra estrella.
–¿En serio? –preguntó Amy.
El Doctor asintió.
–Y los ecosistemas se desarrollarían en los interiores de la nave mientras
tanto. Pestes, piojos, mugre, roedores. La humanidad rápidamente aprendió la
mejor forma de mantener una nave generacional limpia para mantenerlos
purgados. Las ratas se lo comen todo. Así que la humanidad manipuló las ratas
para que pudieran sobrevivir en casi cualquier condición y para que se
comieran cualquier cosa. Las transratas vivían en los rincones oscuros de las
naves, básicamente comiéndose cualquier cosa que no se supusiera que debía
estar ahí.
–Así que… ¿vinieron en las naves originales de los muérfanos? –
preguntó Amy.
–Bueno, sí y no –dijo el Doctor–. La idea de ellas, la tecnología. Pero no
habrían durado unas veintisiete generaciones. No son inmortales, y no se
reproducen. Han sido manufacturadas recientemente.
–¿Y eso qué quiere decir?
El Doctor exhaló pensativamente.
–Lo que quiero decir es que hay una planta automatizada de
manufacturación para este tipo de cosa aquí, por algún lugar, y también un
banco de datos genéticos que contiene ADN de rata al que se podría acceder
para criar nuevas ratas para la conversión.
–¿Una fábrica de ratas? –preguntó Amy– ¿Haciendo ratas fáciles de
construir?
–Ratas rápidas y económicas –asintió el Doctor. Balanceó la rata que
estaba sujetando por la cola como si fuese un yoyó–. Fácil de construir y
desechable.
–Pero, ¿por qué? –preguntó Amy.
–Presumible porque hay algo mal –dijo el Doctor. Dejó de dar vueltas a la
rata, dándose cuenta de que era bastante poco digno para ambos.

99
–El sistema de terraformación ha detectado una pérdida de eficiencia o
algún otro defecto –dijo él–, y está comenzando automáticamente
procedimientos de diagnóstico para dirigirse a ello. Las transratas serían el
primer paso. Construye unas pocas, las libera en los sistemas, limpia cualquier
suciedad, o desbarajuste o infestación, o errores.
–Errores, ¿eh? –dijo Amy. Miró a la rata que sujetaba el Doctor– Parecían
verdaderamente hambrientas.
–Porque no son la solución al problema que afecta a los terraformadores
–dijo el Doctor–. No es un problema que te puedas comer.
–Pero si salieran –dijo Bel–, y atacasen a las ovejas… a las cabras…
–Puede que así sea –estuvo de acuerdo el Doctor–, hambrientas y fuera
del control de sistemas del terraformador, podrían volverse frenéticas. Eso
explicaría los asesinatos del rebaño.
–Así que los Hombres de Hielo no han estado matando y devorando las
ovejas, ¿entonces? –preguntó Amy– Guerreros, quería decir Guerreros.
–No –dijo el Doctor–, lo que soluciona uno de mis problemas originales.
Sospechaba de los Guerreros de Hielo desde el principio. En el momento en el
que me dí cuenta de que algo intentaba manipular el clima del planeta entero y
hacerlo más frío, pensé inmediatamente en los Guerreros de Hielo.
–Bueno, ¿quién no? –preguntó Amy.
–Ciertamente –dijo el Doctor.
–¿Esa era tu corazonada? ¿La corazonada que has dicho que tenías?
–Sí –respondió el Doctor–. Encajaba en el modus operandi de los
Guerreros de Hielo, excepto por un único detalle. Son herbívoros.
–Así que no estarían comiendo rebaños –dijo Amy–, pero estas ratas sí.
El Doctor balanceó la rata muerta por la cola como una peonza colgando
de su hilo:
–Sí, si saliesen. Pero el sistema de terraformación debería estar lo
bastante sellado como para prevenir que escaparan a la naturaleza.
–Tú pensabas que los Guerreros de Hielo habían irrumpido en el
terraformador y habían hecho para sabotearlo –dijo Amy–, y tú también
pensabas que el terraformador detectó el sabotaje como un problema y había
construido las transratas para lidiar con ello. Tiene sentido que las transratas
hubieran salido por el agujero por el que hubieran hecho los Guerreros de Hielo
para entrar. Así es cómo salieron y comenzaron a comerse las ovejas.
–Buena deducción, Pond –dijo el Doctor.
–¿Por qué atacarían estos Guerreros de Hielo a los Formadores? –
preguntó Arabel.

100
–Porque también quieren un planeta parecido al de la Tierra, pero su idea
de planeta es más frío que no cálido –respondió el Doctor.
Arabel negó con la cabeza.
–No… –comenzó ella.
–Tus ancestros –dijo el Doctor–, los muérfanos originales, buscaban un
planeta como la Tierra.
–¿Como la Tierra de Antes? –preguntó Samewell.
–Sí, como la Tierra de Antes. Pero las oportunidades de que encontraran
un mundo que fuera exactamente como la Tierra de Antes eran pocas. Quiero
decir, las variables son enormes. La mejor oportunidad que tenían era
encontrar un planeta que fuera suficientemente parecido a la Tierra…
–Más terrestre –dijo Amy.
–Precisamente eso –dijo el Doctor–. Si pudieran encontrar un planeta que
fuera suficientemente terrestre, entonces podrían usar unos sofisticados
sistemas de terraformación que tenían en la nave-arco de la colonia para
cambiar el clima y hacerlo perfecto. Eso es lo que habéis estado haciendo
durante veintisiete generaciones. Habéis estado vigilando las cosas mientras
los terraformadores cambian y afinan Enadelante para hacerlo correcto.
–Y estos encantadores tipos, los Guerreros de Hielo –dijo Amy–, tienen un
concepto muy distinto de lo que es correcto.
–También necesitan un planeta parecido a la Tierra –dijo el doctor–, pero
su idea de terrestre no es tu idea de terrestre, es como…
–Demasiados “comos” aquí, Doctor –dijo Amy.
–Vale, digamos a grandes términos que ambos estáis buscando un tipo de
mundo, pero su medio ambiente básico ideal está entre quince y veinticinco
grados más fríos que el de la humanidad.
–Así que, ¿están luchando contra nosotros? –preguntó Arable.
–He visto antes sabotajes a biomas –dijo el Doctor, lúgubremente–. Les
he visto hacer su propia terraformación. Incluso les vi probarlo una vez en la
Tierra. En la Tierra del Antes, antes de que la Tierra se hubiera perdido. Nunca
les he visto secuestrar el sistema de terraformación de otra persona y
recalibrarlo. Es el pragmatismo típico de los Guerreros de Hielo.
–¿Cómo has parado a las ratas? –preguntó Samewell. Copió al Doctor y
cogió una de las ratas muertas por la cola.
El Doctor bajó la rata que tenía colgando. Sacó su destornillador sónico
del bolsillo de su chaqueta.
–Me he dado cuenta de los sensores acústicos avanzados –dijo él–.
Supuse que serían particularmente sensibles al ataque sónico. Esperaba que

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una pequeña onda expansiva de alta frecuencia sería suficiente como para
golpearles o alejarles.
–Y dejarme sorda –dijo Amy.
–Confiaba que tus orejas no serían tan sensibles como las suyas –dijo el
Doctor.
–Bueno, prefiero un dolor de oídos que ser devorada vivas por ratas
cualquier día –comenzó a decir Amy.
Samewell soltó otro chillido de alarma. La transrata que había cogido no
estaba muerta. De repente se estremeció, se contorsionó y se despertó del
estado de fuga en el que el Doctor la había inducido. Sus grandes mandíbulas
se abrieron como una trampa para osos. Unos gigantescos dientes de acero
brillaron con la media luz. Zarandeándose por la cola, la rata comenzó a
chasquear y a rechinar los dientes a Samewell.
–¡Bájala! –chilló Bel.
–¡No la bajes! ¡Mantenla a un brazo de distancia! –gritó Amy.
–¡Aaaaaaaaaaaaaaaah! –observó Samewell.
El Doctor abrió su destornillador sónico con un chasquido y la apunto con
calma a la criatura agresiva. Nada pasó.
–Ups–dijo él.
–¡Doctor!
Toqueteó el destornillador.
–Ya le he pedido demasiado hoy –dijo él–, con esa cancelación sónica a
los Guerreros de Hielo y haciendo huir a las transratas, ya se ha agotado del
todo. Se ha puesto en modo sueño.
–¡Doctor!
Amy se abalanzó y aferró la cola de la rata fuera del agarre de Samewell.
Éste seguía gritando por la alarma. La transrata chasqueó repetidamente,
intentando arrancarle el brazo o la cara.
–Sí, sí –Amy gruñó y la hizo chocar con fuerza contra la pared del túnel.
Se quedó inconsciente y la dejó caer–. Funcionó la última vez –dijo ella.

–¿Quién es este Rory? –preguntó Bill Groan.


–Es amigo mío, Electo –respondió Vesta–. Nos hemos conocido en los
bosques. Nos han amenazado a ambos. Él me estaba buscando.
–Ya veo –dijo Bill Groan.

102
–Puede que también le haya golpeado en la cabeza con la maza –admitió
Vesta.
–Pero eso no es para nada importante –dijo Rory.
–Es un extraño –dijo Chaunce Plowriter.
–Sí –dijo Vesta.
–Otro extraño –dijo la vieja Winnowner–. Ya van tres hoy.
Un silencio había caído en la asamblea. Todo el mundo estaba mirando a
Vesta y a Rory. Rory se sentía muy incómodo. Bajo la luz de las lámparas
solares, las caras a su lado eran severas e imperdonables. Parecían estar
buscando respuestas, como si pudieran pelarle o fundir la piel para encontrar
los secretos que estaban buscando. Había una emoción de confinamiento en el
salón.
Aquellas eran personas que habían vivido duras vidas y, sin importar cuán
duro trabajasen, no esperaban que esas vidas cambiaran. Algo profundo les
importaba, algo, que amenazaba el pequeño confort y consuelo que tenían en
sus vidas, y querían respuestas.
A pesar de percibir aquello, Rory no pudo evitar responder la pregunta.
–Esos otros extraños, ¿los otros dos? ¿Eran… una chica con el pelo largo
y rojo y un tipo alto?
Todo el mundo a su alrededor comenzó a murmurar y a charlar entre
ellos.
–Admite conocerles –dijo la vieja Winnowner.
–¿Están ellos aquí? –preguntó Rory.
–Estuvieron aquí –dijo Bill Groan–. Han escapado.
–¿Cómo han podido escapar? –preguntó Rory– ¿De qué escaparon?
¿Por qué necesitaron escapar?
–Se les encontró que se salían de los preceptos del Guía y fueron
descubiertos practicando conjuros –dijo la vieja Winnowner–. Les colocamos en
el contentor.
–¿Les encerrasteis? –preguntó Rory– ¿Encerrasteis al Doctor y a Amy?
Esa es una idea realmente mala.
–¡Son sus amigos! –interrumpió Vesta– Él estaba viajando con ellos.
¡Viajando hasta aquí para desearnos suerte en época del festival!
–Eran malhechores enviados para… –comenzó Winnowner.
–¿Viajando desde dónde? –preguntó Bill Groan, cortándola en seco.
–Rory y sus amigos vienen de una plantanación de la que no hemos oído
hablar –dijo Vesta.

103
–¡Eso no es posible! –dijo Bill Groan.
–¡Se sale de los preceptos del Guía! –gritó Winnowner.
–¡Es la verdad! –respondió Vesta. Las voces por el salón se habían vuelto
un buen alboroto– ¿Cómo se llamaba tu plantanación, Rory?
–Leadworth. Se llama Leadworth.
–¡Esto no tiene sentido y va en contra de las formas del Guía! –dijo
Chaunce Plowrite.
–Mira, no pretendo provocar problemas –dijo Rory, intentando imponer un
poco de calma–. De donde vengo yo, no importa. Lo que importa es que hay
algo ahí fuera. Algo en los árboles. Y es peligroso. Tenéis que prepararos para
defenderos.
–¿Qué cosa? –preguntó Jack Duggat.
–Me separé de mis amigos y me atacó –dijo Rory.
–¡Tenía los ojos rojos! –anunció Vesta.
–¡Tiene los ojos rojos! –dijo Rory, estando de acuerdo–. También atacó a
Vesta. Es muy peligroso, yo hui de ello, intenté escapar y fue entonces cuando
conocí a Vesta.
–¿Por qué deberíamos creerte? –preguntó Chaunce Plowrite. Varios
miembros de la congregación lo repitieron.
–¡Porque es peligroso! –dijo Rory– Lo vi atacar a unos hombres. Creo que
eran de aquí. Les atacó. Les hizo daño.
–¿Cuáles eran sus nombres? –preguntó Winnowner.
–¡No lo sé! No se presentaron.
–¿Cómo eran? –pidió Ela Seed.
–Yo… yo… parecían venir de aquí.
–¿Era uno de ellos mi marido? –preguntó Lane Cutter.
–¡No lo sé!
–Les hizo daño, ¿has dicho? –preguntó Bill Groan.
–¿Les mató? –preguntó Ela Seed frenéticamente– ¿Están muertos?
El clamor se volvía más intenso. Los muérfanos cerraron a Rory por todas
bandas. Estaban enfadados y molestos, estirando las manos hacia él.
–¡Echaos para atrás! –les dijo Sol Farrow– ¡Dejadle en paz! ¡Apartaos!
–¡Dejadle en paz! –chilló Vesta.

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–¡Calmaos! ¡Calmaos! –gritó Bill Groan por encima de la multitud,
abriéndose camino a través de la multitud furiosa– ¡Esto es indecoroso! ¡U os
calmáis ahora o haré que se disuelva esta asamblea! ¡Esto no ayuda! ¡Dejadle
en paz!
La multitud no se calló. Se estaba poniendo muy feo. La gente se estaba
abriendo paso y alargaba los brazos para agarrarle.
–¡No deberíais tratarle así! –les gritó Vesta– ¡Es nuestro invitado, y un
amigo! ¡No deberíais tratar a un Enfermero Electo así!
Bill Groan lo oyó por encima del tumulto.
–¿Que es qué? –Bill miró a Sol y a Jack.
Los dos hombres asintieron y agarraron a Rory y a Vesta, comenzaron a
llevarles a través de la furiosa multitud, dirigiéndose hacia la parte trasera del
salón de la asamblea. La gente comenzó a protestar. Lanzaban puñetazos y
patadas.
La vieja Winnowner estaba esperando detrás de todos ellos. Había
sacado la llave, la cual llevaba en un lazo alrededor del cuello y la usó para
abrir el cerrojo de las puertas traseras del salón. Jack y Sol trajeron a Rory y a
Vesta a través de la gente, seguidos por Winnowner y Bill Groan. Bill y la
anciana cerraron las puertas tras ellos para mantener la multitud a raya. Los
muérfanos comenzaron a gritar y a golpear las puertas.
Rory miró a su alrededor. Habían cruzado hasta una gran antecámara de
madera tras el salón principal. Había unas luces de triforio en lo alto del techo,
y una estera de juncos en el suelo de madera. En el extremo alejado de la
habitación había una puerta decorada hecha de lo que los muérfanos conocían
como trozos de las naves. Era un marco complejo y le recordaba a Rory a
algún tipo de cerrojo futurístico o una compuerta de submarino.
–Podemos estar aquí tranquilo durante un momento –dijo Bill Groan.
–¿Dónde estamos? –preguntó Rory, deshaciéndose del agarre de Sol.
–Es la sala externa del lugar del Guía –dijo la vieja Winnowner.
–¿Qué es eso? –preguntó Rory, señalando a la compuerta metálica.
–Esa es la puerta a la Encriptación –dijo Vesta–. Ahí es donde viven las
palabras del Guía. Solo el consejo puede entrar ahí dentro.
–Deja de hacer preguntas y responde a algunas –le dijo Bill a Rory–. Ella
ha dicho que tú eras Enfermero. ¿Eso es verdad? ¿Eres Enfermero Electo?
–Sí, yo… sí. Sí, lo soy –dijo Rory.
–Entonces te saludo, de un Enfermero Electo a otro –dijo Bill Groan con
una formalidad conmovedora.

105
–Es una mentira o un engaño –dijo Winnowner–. Esos otros, a los que
admite que conoce, dijeron que eran de Centrada, e hicieron conjuros para
convencernos de que…
–¡Quizá haya cosas que no sepamos! –le espetó Vesta.
Los muérfanos la miraron.
–Estoy diciendo que quizá haya –dijo ella–. No me miréis así. No sé
apenas qué es Rory, pero sí que sé que es simpático y amable, y no sé
tampoco sobre sus amigos, pero sé que hay algo en los bosques de ahí fuera
de la plantanación que está enfadado y es peligroso, y sé que no se menciona
en ningún lugar de las enseñanzas del Guía. Así que, ¿qué hacemos ahora
sobre ello? ¿Hacemos ver que no existe porque el Guía no ha hablado de ello?
–El Guía nos da normas para vivir por nuestra propia seguridad, Vesta –
dijo Winnowner.
–La cosa en los bosques es un problema, Winnowner –le dijo Vesta a la
anciana–. Demuestra que hay cosas en este mundo de Enadelante que son
más de lo que hay en las palabras del Guía. La cosa es una, Rory puede que
sea otra, también sus amigos y la plantanación de la que vengan. Os pregunto
si nos vamos a quedar aquí acusándoles de que se salen de los preceptos del
Guía, ¿o vamos a hacer algo con ello?
–Podríamos probarlo –dijo Bill Groan, en voz baja.
–¿Ahora qué? –preguntó Winnowner.
–Ya sabés qué, Winnowner –dijo él–. A ambos nos lo han enseñado.
Sabemos las doctrinas del Guía, y el esquema de las palabras que instruye a
los muérfanos. Nuestro Emanual del Guía reconocerá e identificará aquellas
cosas que pertenezcan al Guía. Solo la verdad que se salga de los preceptos
del guía permanecerá extraña y desconocida. Si… Rory aquí, es de verdad un
Enfermero Electo, entonces el Guía le conocerá. El Guía siempre se conoce a
sí mismo.
–¿Qué estás sugiriendo, Electo? –preguntó Winnowner.
–Ya sabes qué estoy sugiriendo –dijo Bill.
Winnowner negó con la cabeza.
–Electo, este es el umbral de la Encriptación, nuestro lugar más preciado.
Solo los más merecedores y mantenidos del pueblo muérfano pueden pasar
por aquí y se recibido por las palabras del Guía.
–Eso es lo que yo digo –dijo Bill Groan–. Deja que Rory se demuestre a sí
mismo.
Los golpes en las puertas y el clamor de las voces no se calmaban.
Winnowner miró a Rory de arriba abajo.

106
–Esto no va a ser algún tipo de… juicio por combate, ¿no? –preguntó
Rory, alerta– ¿O, con tiburones, o arañas o algo? Si hay un pozo o una jaula
involucrada o una elección de armas, no me apetece demasiado.
Especialmente si hay aullidos y burlas de por medio.
–Nada de eso –dijo Bill Groan. Caminó hasta la compuerta metálica–.
Acércate, Rory –dijo él, señalándole.
Rory andó hasta él de una forma bastante obligada.
Bill Groan señaló. Había un panel plano de un material plateado y
metálico en el marco de la compuerta en el lado derecho. Era del tamaño de un
libro de tapa dura y estaba construido a la altura de un pomo de puerta.
–Ese es el comprobador –dijo él–. Conoce el toque de aquellos
merecedores y, a través de él, el Guía nos conoce.
Bill colocó su palma en el panel. Hubo un click, luego un silbido y la
compuerta se abrió.
Un limpio aire frío salió hacia ellos. A través de la compuerta abierta, Rory
pudo ver algún tipo de cámara bañada en una iluminación azulada de neones.
–La Encriptación se abre a mi mano –dijo Bill. Tocó de nuevo el panel. La
compuerta se cerró igual de ligeramente que se había abierto.
–Es un lector de huellas táctiles –dijo Rory–. Es biométrico. Está leyendo
tus huellas, o quizá tu patrón genético.
–Inténtalo tú –dijo Bill.
–Oh, no creo que sea una buena idea –dijo Rory.
–Si tú eres Enfermero Electo, el Guía te reconocerá y te dejará entrar –
dijo Winnowner.
–En serio, yo… –dijo Rory.
–Inténtalo –le ordenó Bill Groan.
Rory colocó su mano plana en el panel.

107
CAPÍTULO 11.
EL CREADOR DE NUESTRA TIERRA18
Con el Doctor entusiasmadamente abriendo el camino, exploraron las
profundas cámaras y túneles de la gigantesca planta de terraformación.
La simple escala de ello silenció a Bel y a Samewell y también conmovió
un poco a Amy. Las cavidades llenas de máquinas e ingeniería dentro de la
montaña artificial eran más grandes que cualquier máquina, fábrica o estructura
que jamás hubiera visto en la Tierra. También encajaban o excedían en la
escala de estructuras que había visto desde que dejara la Tierra y viajara a
bordo de la TARDIS.
Siguieron los túneles de ventilación alineados en las planchas metálicas
galvanizadas o las ligeramente deslustradas láminas de trozos de nave.
Entraron en cámaras que habían sido vaciadas en la colina para que la cara de
la roca estuviera cortada perfectamente suave o recta, como el hormigón
perfectamente pulido. Unas máquinas colosales que Amy pensaba que eran
turbinas dominaban aquellas cámaras, alimentando las energías o procesos
que fueran las que produjeran hacia las anchas redes de brillantes tuberías
metálicas y condensadores. Algunas de esas tuberías, lo bastante grandes e
interlineadas como para tomar dos trenes en líneas paralelas, salían hacia
conductos de ventilación, o barrían suelos de piedra, conectados a otras
cámaras más profundas y máquinas más extrañas y más grandes.
Algunas veces, el Doctor y sus acompañantes salían de túneles hacia
redes de pasarelas de trozos de nave reforzada que cruzaban,
precipitadamente, el medio de anchos espacios subterráneos, puentes
delicados suspendidos a cientos de metros por encima de suelos de
habitaciones desde las cuales se podía ver techos a cientos de metros por
encima, o asomarse a trincheras de intercambio de calefacción o pilas de
energía u otras grietas abisales que latían con lejanos brillos de energía y se
caían por la corteza del planeta durante millas. Unas cálidas corrientes de aire
ascendientes les tocaban las caras y les despeinaban.
–Me he quedado sin palabras para describir cosas grandes –dijo Amy.
–Ninguna de ellas parece adecuada, ¿verdad? –dijo el Doctor, estando de
acuerdo con ella.
Allí donde iban, podían oír el zumbido y el murmullo de mecanismos
gigantescos. Ocasionalmente, también podían oír el pataleo de las garras de
las transratas emanando desde túneles ciegos o conductos de ventilación.
Entraron en una cámara en el nivel del suelo de roca y encontraron que
era la más grande que habían visto todavía. Su espacio mareante estaba
dominado por una columna masiva de metal plateado que estaba alimentado
por una telaraña de tubos y conductos. Parecía un gran roble cromado. En lo
alto, el techo de la cámara titánica estaba cubierto de nubes de vapor, así que
18Referencia al villancico The Maker Of Our Sun And Moon.

108
las ramas del árbol gigantesco de metal parecían estar envuelto en un follaje
fantasmagórico.
–¿Eso son nubes? –preguntó Amy, levantando la mirada.
El Doctor asintió.
Lloviznaba ligeramente, como un húmedo día de otoño. La cámara era
tan grande, que tenía su propio tiempo meteorológico.
–Ese es un crisol prebiótico de secuencia secundaria –dijo el Doctor, con
el tono apreciativo de un ornitólogo que acababa de ver una especie muy rara–.
Qué belleza.
–¿Qué hace? –preguntó Bel.
–Hace que el mundo sea un lugar mejor –dijo el Doctor–. En términos
humanos, vamos. Crea vida. Escupe y moldea el ecosistema ligeramente aquí
en Enadelante.
–Has dicho secundario –dijo Amy.
–¿Qué?
–Has dicho que era una secuencia secundaria o algo así.
–Sí –dijo el Doctor, de manera práctica–. Habrá unos cientos de ellos,
todos apoyando los crisoles de secuencias principales. Espero que echemos
un ojo a uno de esos, porque son realmente grandes.
Amy le sonrió.
–No consigo verte a menudo verdaderamente sorprendido –dijo ella.
–¿Cómo podría no estarlo? –respondió él– Esta es ingeniería humana en
todo su apogeo. Este es el punto en que esos pequeños simios de la Tierra
realmente avanzaron tanto que podían reconstruir y rediseñar planetas enteros.
Esa es la marca de una gran especie. Para ser justos, es un viejo proceso
lento. Lleva cientos de años, y la gente que empieza el proceso no vive para
nada lo suficiente como para ver el final, pero, aun así. Pero, aun así, lo hacen.
Es por eso por lo que me encanta la gente. Tienen sueños grandes, y
comienzan a construir hacia ellos, como si supieran que no vivirán para verlo
terminado. Así es cómo se construyeron las pirámides. Y las grandes
catedrales de la Edad Media. La gente estaba preparada para invertir en el
futuro. Estaban preparados para donar el trabajo de sus vidas enteras para un
hueco mayor que otras vidas, vidas futuras, se aprovecharan de ellos.
Amy miró hacia Samewell y Arabel, quienes estaban de pie en un
reservado asombro, levantando la mirada hacia la grandiosa máquina,
lloviznando sobre sus caras.
–¿Qué sucede si tarda tanto que comienzan a olvidar para qué es todo
ello? –preguntó ella.

109
–Los muérfanos no se han olvidado, Pond –dijo el Doctor–. Saben que
están haciendo con sus Terra Formadores. Están entregados al proceso. Están
ajustándose al plan superior.
–Sí, pero, aun así –dijo Amy–. Ha tardado tanto tiempo, han comenzado a
recordar mal. Les ha tomado tanto… ¿Qué ha dicho Bel? ¿Veintisiete
generaciones? Ni siquiera ya entienden la tecnología. Es todo automático. Son
como las transratas viviendo a la sombra de una máquina que funciona sola.
Claro, saben sus rutinas y sus trabajos, y estoy segura de que entienden que
son parte de ello, es solo que…
–¿Qué?
–¿Qué pasa cuando termina? –preguntó ella– Quiero decir, cuando el
trabajo haya acabado. ¿Estarán listos para eso?
–No pasará hasta dentro de varias generaciones –dijo el Doctor.
–Eso es lo que quiero decir. ¿Sabrán los tátara-tataranietos de estos
muérfanos algo mejor? ¿Estarán listos? ¿No hay peligro de que no sepan qué
hacer con el mundo que han construido porque todo lo que han aprendido
jamás a hacer es sobrevivir durante el proceso de construcción?
–Estoy seguro que se las apañarán –dijo el Doctor.
–¿Qué hicieron los canteros de Europa cuando no había más catedrales
por construir? –preguntó ella– ¿Qué hicieron los esclavos cuando las pirámides
estuvieron acabadas? ¿Cómo se sintieron?
El Doctor lo pensó y frunció el ceño.
–Esos muérfanos son realmente buena gente, lo que he visto de ellos –
dijo Amy–. Son trabajadores y altruistas y totalmente serios sobre sus vidas.
Pero realmente me parece que solo entienden esto, el trabajo durante el
progreso. No sé qué harán cuando el trabajo se haya terminado.
–Bueno –respondió el Doctor–, es eso sobre lo que es la vida y la
evolución. Los muérfanos se están adaptando en un mundo para encajar a su
biología. Cuando esté listo, cuando sea más debidamente terrestre, tendrán
que adaptar sus mentes y sus actitudes para sacar el mayor partido a ello.
Se quedó callado durante un momento.
–¿Cuál es el problema? –preguntó Amy.
–Siempre hay la cuestión de si ellos van a tener la verdadera oportunidad
de disfrutar de ello, por supuesto –dijo el Doctor–. Un problema que comienza
con Guerreros…
–Y termina con “de Hielo” –dijo Amy, y asintió.
–Esta vista es toda muy interesante y más bien inspiradora –le dijo el
Doctor–, pero necesito averiguar exactamente qué están haciendo los
Guerreros de Hielo a los sistemas del Formador.

110
–¿Y detenerlos?
–Sí –asintió él–. De hecho, tengo mucho tiempo y respeto por la cultura
marciana, pero en este ejemplo, estoy del lado de los muérfanos. Tienen la
razón aquí, y los Guerreros de Hielo están esencialmente intentando barrerles
del mapa. Tenemos que poner bien las cosas para los muérfanos.
Comenzaron a caminar de nuevo, y cruzaron otro túnel de conexión hacia
una cámara de cavidad que se abría hacia una caída que mareaba por debajo
de su estrecha pasarela de trozos de nave. Muy por debajo de ellos, unas
fuerzas magmáticas gruñían y brillaban.
–No quiero ser negativa pero, ¿cómo vamos a ganar esto? –preguntó
Amy en voz baja– Los Guerreros de Hielo son muy grandes, muy fuertes y muy
altos. Y tienen unas pistolas sónicas, naves y todo tipo de cosas desagradables
y raras. De nuestro lado, tenemos un puñado de granjeros cuya idea de un
arma es un rastrillo de jardín. Si toca luchar, vamos a estar un poco
desventajados.
–Entonces tenemos que ser listos y no tenemos que permitir una lucha –
dijo el Doctor–. Tenemos que ganar a los Guerreros de Hielo siendo más listos
que ellos.
–Son estúpidos, ¿entonces?
–No, para nada –dijo el Doctor–. Realmente son muy inteligentes. Pero yo
soy yo.
–Vale –dijo ella–, golpéame con tu inteligencia.
–Averigüemos cómo están saboteando las cosas, y sabotearemos su
sabotaje. Así es cómo les ganamos.
–¿Tan fácil? –preguntó Amy.
–No, eso va a ser ridículamente difícil –dijo el Doctor con un suspiro.
–Creía que eras super inteligente.
–¿No has visto la escala y el tamaño y la complejidad de este sistema?
Me va a llevar un rato identificar exactamente qué están haciendo los
Guerreros de Hielo, y entonces tengo que averiguar cómo reparar o revertirlo. Y
tengo que hacer todo ello sin fastidiar cualquier otro sistema. Este es un
proceso muy equilibrado. Además, estos terraformadores son sistemas
automatizados. Muchas de estas unidades de compuesto están selladas
porque se supone que no hace falta que exista reparación manual. Muchas de
ellas son físicamente inaccesibles. ¿Cómo bajarías ahí abajo si eso necesitase
reparación, por ejemplo?
Ella se asomó sobre el pasamanos y se estremeció.
–Sin mencionar –dijo el Doctor, mencionándolo–, que estoy
temporalmente sin un destornillador sónico que funcione, lo cual lo hace un
millón de veces más difícil.

111
–Se recargará –le tranquilizó Amy.
–Lo sé –dijo él–, pero no tenemos mucho tiempo. Y mi mayor
preocupación es no dañar los sistemas de terraformación. Mi enfoque normal,
como tú bien sabes, es toquetear e improvisar, pero si llevo a cabo mucho de
ello, podría terminar haciendo más daño que los Guerreros de Hielo. ¿Sabes
qué podría irme muy bien?
–¿El Gran Libro de Terraformación para Principiantes? –preguntó ella.
–Sí, la verdad –respondió él–. Lo que de verdad me podría ir bien es el
manual de instrucciones que venía con este triturador de planetas.
–Estará en la guantera –sonrió Amy.
Bel se les acercó, seguida por Samewell. Estaba arrugando la nariz.
–¿Qué es ese olor? –preguntó ella.
El Doctor olisqueó.
–Sulfuro, de los cobertores de ventilación –dijo él.
–No, hay otra cosa –dijo Amy.
El Doctor volvió a olisquear.
–Tienes razón, Pond –dijo él–. He impedido tu oído así que tu olfato lo ha
compensado. Eso es… la decadencia. Hay algo podrido.
–Sea lo que sea, no es muy agradable –dijo Arabel.
El Doctor ya se estaba moviendo. Le siguieron por la pasarela, a través
del túnel cortado en la roca, y por un pasillo alineado con metal que se abría
hasta una ancha y abovedada sala que parecía algún tipo de almacén. Cuando
entraron, el olor a putrefacción se había vuelto verdaderamente fuerte.
–Puaj –dijo Amy, cubriéndose la nariz y la boca–. Eso apesta.
–Materia orgánica decadente –murmuró el Doctor–. Pero, ¿por qué aquí
abajo?
Las paredes de la sala abovedada estaban alineados con hileras de
estanterías de plástico, cada una de ellas conteniendo un traje de riesgo
biológico y una máscara, hecho para humanos.
–Esta era una zona de preparación –dijo el Doctor–. Los científicos o los
técnicos venían aquí para ponerse los trajes. ¿Veis ahí encima? –señaló a los
bancos de luces azules construidos en el techo abovedado– Lámparas de
descontaminación de rayos uva –murmuró él–. Venían aquí, se ponían los
trajes y se esterilizaban.
Volvió a la puerta por la que habían cubierto. Era una compuerta
deslizante, pero ya había sido abierta cuando habían llegado.

112
–Mira –dijo él. Había un panel de metal plateado en el marco en el lado
derecho de la compuerta. Algo muy caliente lo había cortado a través,
fusionándolo. Los bordes del metal cortado parecían haber sido fundidos como
mantequilla. Estaban ennegrecidos.
–Es un comprobador de palmas –dijo el Doctor–. Opera como cerrojo.
Algo ha cortado a través de ello para entrar ahí.
–Algo caliente –dijo Amy.
–Creo que sónicos concentrados, la verdad –respondió el Doctor. Cruzó la
compuerta abierta hacia el otro lado de la sala de preparación abovedada.
Aquella también estaba abierta. Daño similar se había hecho en el escáner de
palmas. El olor a podrido y decadencia era mucho más fuerte en el otro lado de
la sala.
–Vamos a ver, ¿no? –sugirió el Doctor. Cruzó la compuerta abierta. Le
siguieron.
En el otro lado, se encontraron a sí mismos en un extremo de un espacio
de galería.
La galería era grande y muy larga. Muy, muy larga. Al menos de una milla
de largo. Era inmensa. Le recordó a Amy de una enfermería industrial, un
gigantesco invernadero, excepto que estaba soterrado. Unos bancos de
brillantes y artificiales lámparas solares corrían por el techo, y el suelo de metal
galvanizado estaba alineado con hileras de profundos tanques de metal y
cubas de cristal. Parecía que algo había estado creciendo allí dentro, una
cosecha considerable de cosas.
El olor en la galería era horrible, como si se hubieran dejado
contenedores abiertos en un día de verano, tras seis semanas de huelga de
basurero.
–¿Qué es esto? ¿Están creciendo plantas? –preguntó Amy.
–Una cierta cultivación de algún tipo –dijo el Doctor, estando de acuerdo
con ella–. No esperaba esto. A menos que…
Se asomó en una de las cubas.
–¿A menos que qué? –preguntó Samewell.
–Estas unidades de cultivación se han estropeado –dijo el Doctor–. Ha
habido un malfuncionamiento y han fallado. Quizá un malfuncionamiento
deliberado. La razón por la que huelen tan mal es porque no son materias de
plantas lo que han estado haciendo crecer aquí. Estos eran bancos de
nutrientes in vitro para asuntos orgánicos.
–¿Por qué? –preguntó Amy. Ella subió al lado del Doctor y se asomó
también en la cuba. El hedor que emanaba de allí era francamente abominable.
La cuba estaba básicamente vacía, pero por una marca de líquido a un lado, se
podía ver por dónde había estado llena con anterioridad. El fondo del tanque

113
estaba lleno de un residuo mucoso de olor vomitivo, como si algo asqueroso y
descompuesto de una película de terror.
–Oh, eso sí que es desagradable –anunció ella.
–Sí pero, ¿por qué? –se preguntó el Doctor, dándose golpecitos en los
labios con el índice– ¿Por qué tejido? Supongo que esto podría haber sido
algún tipo de sistema de almacenaje para ejemplares orgánicos. Quizá el ADN
usado para construir las transratas estaba mantenido en suspensión en este
tipo de cosas. Esto puede que haya sido un banco de datos genético, una
biblioteca de ADN animal, para que los muérfanos pudieran construir todo tipo
de ejemplares de criaturas una vez el mundo estuviera listo.
–¿En serio? –preguntó Amy– Así que esto… este moco… ¿es tejido vivo?
¿Cómo si fuera de carne y hueso?
El Doctor asintió.
–Pero el sistema de soporte vital ha fallado o ha sido saboteado.
Saboteado es mi suposición, por la forma en la que las compuertas han sido
forzadas. Ahora está comenzando a pudrirse –dijo él–. Así que la base de datos
genética está corrupta.
Miró a Amy.
–O –dijo él, prolongando la palabra.
–¿O qué? –pregunto ella.
–O esto no era para nada una librería genética –dijo él–. Era una granja
orgánica.
–¿Qué quieres decir?
–Quiero decir –dijo el Doctor–, que alguien o algo ha estado haciendo
crecer carne en estos tanques.
Amy hizo una mueca de náuseas.
–¿Como algo sacado del laboratorio de Frankenstein? –preguntó ella.
–Sí –dijo el Doctor–, pero mucho más terrible.

La compuerta a la Encriptación esperó durante un momento,


considerando el escáner de la palma de Rory. Rory se mantuvo allí con su
mano apretada al metal y con una enfermiza y fija sonrisa en su cara,
frenéticalmente averiguando qué debería decir cuando la compuerta no se
abriera.
Había llegado a un enfoque absolutamente poderoso que persuadiría
absolutamente y sin lugar a dudas a Bill Groan y a los otros muérfanos que
estaba al nivel, a pesar de la no resolución de la compuerta, pero entonces la
compuerta se abrió y nunca tuvo la oportunidad de usarlo.

114
–¿Veis? –dijo él, esperando que los millones de toneladas de alivio que se
asomaban en su voz en ese momento no fueran tan obvias.
–Bueno –dijo Bill Groan.
–Que el Guía nos preserve –dijo Winnowner.
–Te hemos hecho una falta de respeto, Electo Rory –dijo Sol Farrow.
–No sucede nada de nada –dijo Rory, negando con la cabeza y tragando
saliva–. Entiendo que tengas que tener cuidado, especialmente con todas las…
las cosas que están pasando. ¿Podemos?
Se movió hacia la compuerta.
–Bueno, no hay necesidad de entrar ahora, ¿verdad? –preguntó
Winnowner. Jack Duggat bloqueó a medias el avance tranquilo de Rory.
–Bueno, supongo que no –dijo Rory.
–Habíamos decidido consultar nuestro Emanual del Guía –le dijo Bill
Groan a Winnowner–. El comprobador ha confirmado el mérito del Electo Rory.
¿Por qué no deberíamos incluirle en nuestro estudio?
Winnowner bajó su voz y habló muy directa e intencionadamente a Bill
Groan.
–Nuestro consejo –susurró ella–. ¡Nuestro consejo y no el de nadie más!
¡Esto es un asunto de Bordeada, y el consejo de Bordeada, y la palabra de
nuestro Emanual del Guía se expresará en nuestro consejo, y no al de nadie
más! Estoy segura de que el Electo Rory y su consejo no desearían que
ninguno de nosotros fuera a meter las narices en su Encriptación si les
visitáramos en su plantanación.
–¿Qué hay de un ojo fresco, un enfoque alternativo? –sugirió Vesta.
–¡No! –le espetó Winnowner.
–No eres tú quien debe decir que no –dijo Bill Groan.
–No eres tú quien debe decir que sí –le respondió Winnowner–. El
consejo debe votarlo. Eso es todo lo que hay que hacer.
Bill Groan asintió. Miró hacia Sol.
–¿Podemos volver al salón?
Los golpes habían cesado. Parecía que la gente estaba más callada en la
asamblea. Las cosas se habían calmado. O las cosas estaban a punto de botar
en el momento en el que las puertas se abrieran.
–Jack y yo necesitaremos comprobarlo –respondió Sol.
–Enviad a todo el mundo a casa a excepción del consejo –dijo Bill–.
Aclarad la asamblea. Necesitamos aclarar esto y necesitamos seguir adelante.
Si este peligro es tan urgente como Vesta y Rory dicen…

115
Los dos hombres desatrancaron las puertas y volvieron al salón. Rory oyó
una renovada ronda de voces alzadas. Miró hacia Vesta, preocupado. Ella le
devolvió una sonrisa reconfortante.
Tras un par de minutos, Sol reapareció a las puertas y les señaló para que
las cruzaran. La sala de la asamblea había sido vaciada a parte de los
restantes miembros del consejo. Uno de los trabajadores de Jack Duggat
estaba cerrando las puertas externas. Nada había sido movido, a excepción de
que varias de las sillas y bancos en la sección de la congregación había sido
empujados a un lado o abandonados en un desbarajuste. La reunión no había
terminado felizmente.
–He tenido que convertir la verdad un poco –oyó Rory a Jack Duggat
murmurarle a Bill Groan–. Les he dicho que tenían que volver a sus casas esta
noche porque el Guía necesitaba espacio. Las deliberaciones tenían que
hacerse. Les he dicho que era el deseo expreso del Guía.
–El Guía te perdonará, Jack –respondió Bill.
–He dicho que tendrían las respuestas con la Campana del Guía –añadió
Jack.
–Entonces tendremos que haberlas obtenido para entonces –dijo Bill.
Señaló a Vesta, indicando que ella debía tomar a Rory por un lado y
sentarse. Había bebida y un poco de comida en una tabla a un lado. Rory no se
había dado cuenta de lo hambriento que estaba. Tomó un tipo de sopa, y un
poco de pan de espelta, y observó cómo el consejo se sentaba en discusión.
Vesta también comió, con gusto, con sus ojos sin abandonar el debate de los
miembros del consejo.
–Oh –dijo ella, de repente, con tristeza.
–¿Qué? –preguntó Rory. Antes de que pudiera responder, vio que Bill
Groan estaba acercándose.
–Hemos tomado el voto –dijo Bill–. Ha ido en tu contra. Lo siento, Electo.
–Vale –dijo Rory–. ¿Qué pasa ahora?
–El Consejo se reunirá en la Encriptación y comenzará a trabajar –dijo
Bill–. Sugiero que vosotros dos os quedéis aquí por ahora. Quedaos cerca para
que podamos hablar, si lo necesitamos. Servíos más comida. Descansad un
poco.
Bill volvió con los miembros del consejo, quienes se habían puesto en pie
y le siguieron a través de las puertas hacia la Encriptación. Jack Duggat fue
con ellos, dejando a Sol Farrow detrás para echarles un ojo. Sol cerró las
puertas traseras, y entonces se encogió de hombros con Vesta y Rory,
reconociendo que compartía su impotencia. Entonces se sirvió con un
cucharón un poco de sopa en un bol y se sentó cerca de uno de los cubos de
fuego.

116
Rory se sentó mientras Vesta y Sol seguían comiendo. Escuchó el crujir y
el estallar de las ascuas en los cubos de fuego. Un suave pero constante
golpeteo en los cristales de las ventanas de la asamblea le dijo que estaba
nevando fuerte de nuevo.
Se dio cuenta de que, a pesar de los peligros y alarmas del día, esperar
era quizá lo peor de todo.

–¿Podemos dejar este lugar ahora? –preguntó Amy– Porque apesta.


–Ahá –asintió el Doctor. Podía decir que él no estaba escuchando de
verdad. Estaba demasiado ensimismado en sus pensamientos. Casi podía ver
los engranajes funcionando dentro de él.
–¿Podríamos volver por el camino por el que volvimos? –preguntó ella,
señalando la puerta que les llevaba a la sala de preparación.
–Mmmm –dijo él. Seguía sin tener su atención decentemente. Estaba
haciendo sonidos a modo de respuesta de sus sonidos, unos sonidos de ánimo
sin especificar que creaban la ilusión de una conversación real sin él teniendo
que llevarla a cabo de verdad.
Eso preocupó a Amy. Cuando el Doctor se perdía en sus pensamientos,
significaba que había mucho en juego. Había claramente un gran problema allí
en Enadelante, un buen problema serio de cuestión de vida o muerte. Ella
había llegado a averiguarlo por sí misma. Pero el Doctor parecía estar afligido
porque, en lo alto del problema, había también un misterio.
Sabía que al Doctor le gustaban los problemas. No le importaban cuán
grandes, difíciles, escalofriantes, intratables o amenazantes de galaxias o de
los que involucraban a robots que-ha-bla-ban-a-sí-y-u-sa-ban-pa-la-bras-co-
mo-ex-ter-mi-nar, al Doctor le encantaban. Él podía enfrentarse a ellos. Podía
investigarlos. Podía solucionarlos. Normalmente diría algo muy conciso y fuera
de lugar mientras los resolvía.
Los misterios, por el otro lado, molestaban. Se enconaban y picaban. Le
distraían y le ponían nervioso. Un problema y un misterio al mismo tiempo era
un golpe corporal, porque el Doctor solo podía llevar a cabo la solución del
problema una vez hubiera explicado el misterio.
El misterio aquí tenía varios elementos: la complejidad y escala del
terraformador, las maquinaciones de los desagradables e inexorables
Guerreros de Hielo y el seriamente terrible tiempo. Amy pensó en ello, si
dependiera de ella, podría escoger añadir una completa e intrigante falta de
Navidad a la lista, pero aquello parecía injusto. Sin embargo, había otros
elementos. Algo que hacer con este gigantesco invernadero amueblado con
tanques de carne podrida, para comenzar. No entendía del todo el significado
de aquello, pero parecía molestar al Doctor en gran mesura. No parecía
encajar con las otras cosas por las que estaba preocupado. Era extraño. Era
inexplicable.

117
Aun así, el mal olor era mal olor y un mal olor habría servido de
bienvenida igual que una fragrante brisa de aire fresco comparado a un
bocinazo en la galería. Se habían visto obligados a estar de pie por aquel lugar,
rodeado por aquellos tanques apestosos, durante demasiado tiempo.
–¿Iremos ahí atrás, entonces? –añadió ella.
–Mmmm.
Ni siquiera le estaba mirando. Estaba paseándose arriba y abajo, con el
dedo sobre sus labios.
–Volveremos a cruzar de vuelta a esa sala de preparación con todos los
trajes, ¿entonces? –preguntó ella– ¿Y si encontramos algo que mirar?
–Ahá.
Se giró hacia Bel y Samewell.
–Vamos –dijo ella–. Si empezamos a caminar, nos seguirá.
Comenzaron a volver hacia la hilera de tanques hacia la compuerta de
salida. Ciertamente, el Doctor les siguió, aunque todavía estaba tan sumergido
profundamente en su pensamiento que parecía como si necesitara un snorkel
de ideas.
Salieron a través de la sala de preparación abovedada con el Doctor
siguiéndoles por detrás.
–¿Quizá encontremos un buen lugar para un picnic? –le llamó Amy por
encima de su hombro.
–Mmmmm –respondió el Doctor.
–No nos está escuchando–le dijo Amy a Samewell y a Bel–. Su mente se
ha vuelto ausente. Lo pensará hasta el sobrecalentamiento,
–¿Se pone así a menudo? –preguntó Arabel.
–Sí –dijo Amy–. Mirad esto –aún caminando, gritó por encima de su
hombro–. Veo que las morsas este año se han puesto bien hermosas.
–Mmmmmmmmmm.
–Florecen muy temprano.
–Mmmmmmm.
–Es bonito verlas tocando el xilófono, ¿verdad?
–Mmmmmmm.
Con sus ojos y boca abierta en una desesperación fingida, Amy negó con
la cabeza hacia Samewell y Bel, y les hizo reír a ambos.

118
De repente, el Doctor estaba justo a su lado. Estaba mirando hacia
adelante. Estaba alarmantemente alerta.
–Tenemos que volver atrás –dijo, en voz baja.
–¿Qué? –preguntó Amy.
Les obligó a dejar de andar extendiendo sus brazos ante ellos y ladeó su
cabeza, escuchando.
–¿Qué? –repitió Amy.
–Definitivamente tenemos que volver atrás –dijo él.
–¿Hacia la sala apestosa? ¿Por qué?
–¡Shh! –dijo él– ¿No lo podéis oír?
Amy no podía oír nada.
–Tenemos que ir hacia atrás –dijo el Doctor–. O al menos, no tenemos
que ir por aquí.
Entonces Amy también lo oyó. Estaba muy lejos y venía de arriba. Era el
sonido de unos pasos. Pesados, regulares, pasos torpes y pesados.
–¡Quietos! –les susurró el Doctor, como si su dedo índice alzado les
congelara en el sitio. Caminó hasta que se acercó a la esquina del pasillo que
había ante ellos.
Los pasos se estaban acercando. Vio un movimiento en primer lugar,
luego una sombra, emanada en la pared del pasillo por una hilera de lámparas
solares.
No había forma de equivocarse con la silueta.
Se giró hacia ellos.
–Guerreros de Hielo –dijo–. Viniendo por aquí. Corred.
–¿Corremos de forma normal o corremos por nuestras vidas? –preguntó
Amy.
–¿Qué piensas? –respondió el Doctor.
Corrieron.
Corrieron de vuelta a través de la sala de preparación y hacia la galería
orgánica, ignorando el olor. El Doctor frenó en seco en el umbral, comprobando
el panel de la puerta para ver si había alguna forma de cerrar y bloquear la
compuerta tras ellos. Fuera lo que fuera que se hubiera abierto camino a través
del mecanismo para abrirlo había fundido los motores de la compuerta. La
compuerta estaba irremediablemente abierta.
–¡Seguid corriendo! –gritó él, corriendo para alcanzarles. Estaban
corriendo todo lo largo que era la grande galería, siguiendo las pasarelas de

119
metal enrejado entre los apestsoso contenedores y los tanques de cristal llenos
de mocos.
–¿Cómo sabes que habrá una salida en el extremo alejado? –le gritó Amy
al Doctor.
–¡No lo sé! –respondió él.
–¿Entonces qué?
–¡No tenemos muchas oportunidades! –respondió él.
Amy echó la vista atrás. Siempre era un error, pero lo hizo igualmente.
Podía ver la entrada de la compuerta a cincuenta metros por detrás de
ella. El primero de los Guerreros de Hielo había aparecido. Había tres de ellos.
Eran tan grandes, tenían que cruzar la compuerta uno a la vez. Había algo
plano e inexpresivo en sus caras. Los bancos de luces por encima de sus
cabezas les reflejaban en las lentillas rojas. Caminaban como sicarios,
asesinos a sueldo llevando gafas de sol caras.
Al menos, pensó ella, las hileras de cubas y los tanques de metal les
proveerían de poco refugio y cobertura si los Hombres de Hielo comenzaban a
usar sus pistolas. Guerreros. GUERREROS.
Un último vistazo tras ella le indicó que ya no llevaban pistolas.
Estaban llevando espadas. Unas enormes espadas anchas de doble filo y
llenas de púas.
–Oh, genial –dijo ella.

120
CAPÍTULO 12.
VISIONES MÁS CLARAS BRILLAN DESDE LEJOS19
El Doctor oyó la asfixiada expresión de alarma de Amy, y también echó un
vistazo hacia atrás, hacia sus perseguidores. Vio lo que acababa de ver ella.
Las armas brutales y medievales que los Guerreros de Hielo estaban llevando
con tal intencionalidad medieval y brutal le añadían un incremento extra de
vigor a su camino. Comenzó a guiar el camino, apremiando a Samewell y a Bel
que iban detrás de él.
–¿Espadas? –gritó Amy, alargando su paso para mantener el ritmo–
¿Espadas? ¿De verdad? ¿De verdad de la buena?
–¡No tengo ni idea de qué va esto! –le gritó el Doctor, de vuelta.
–¡Sí que tienes! –le objetó Amy– ¡Siempre la tienes!
–Bueno –gritó el Doctor por encima de su hombro, corriendo todo lo que
podía–. ¡Supongo que podría especular que los Guerreros de Hielo son una
antigua sociedad marcial que se enorgullece al preservar y mantener las
tradiciones de la artesanía armera fundada por sus ancestros y que el uso de
las antiguas armas de combate con filo sugiere una intención de una matanza
ritual o una ejecución ceremonial! ¡Pero no he pensado que fuera algo
particularmente alegre que decir mientras nos estaban persiguiendo! –añadió
él.
Al menos media docena de Guerreros de Hielo estaban
empecinadamente siguiéndoles por la galería. Aún más habían aparecido en la
compuerta. Los Guerreros más cercanos parecían estar llamándoles. Estaban
haciendo unos extraños ruidos guturales, al menos, quizás advertencias
extrañas, o llevando a cabo órdenes para los cuarteles de su flota para retirarse
o rendirse. Era difícil de decir. Cada ladrido sonaba cada vez menos como
palabras, y más como el silbido neumático de una llave dinamométrica siendo
conducida por aire comprimido.
Arabel estaba corriendo detrás del Doctor, Samewell y Amy. Sus largas y
pesadas faldas invernales la estaban entorpeciendo seriamente.
–¡Vamos! –exclamó Samewell, agarrándola por el brazo y empujándola
delante de él. Miró a su alrededor para ver a Amy resbalándose por encima del
borde de una lámina metálica y despatarrarse de cabeza.
–¡Vamos! –le chilló Samewell a Bel, y corrió hacia atrás para ayudar a
Amy.
Ella se había enganchado. Él tiró de ella para ponerla en pie.
–¡Vamos! –le rogó.
–¡Va-vale!

19Referencia a The Infant Light.

121
–¿Estás bien?
–Me he hecho daño en las rodillas –dijo Amy, luchando para respirar.
–¡Tienes que seguir corriendo! –insistió él.
Echó la vista atrás.
Un Guerrero de Hielo estaba a veinte metros de distancia. Venía por el
final de la hilera de cubas, les vio, y levantó su espada con un agarre de doble
filo, con el mango bien alto, y la hoja apuntada hacia abajo, como un ninja con
una katana. O cómo fuera que aquellas espadas de las películas de kung fu
que le gustaban a Rory se llamaran. ¿Katanas? ¿Kantinas? ¿Katonas?
El Guerrero de Hielo no varió el paso. Pareció acelerar, como si estuviera
atacándoles.
Amy y Samewell salieron escopeteados, con su mano aferrada a la de
ella.
Guiando la furiosa escapada, el Doctor vio una compuerta de salida en la
pared alejada de la galería de la granja. Era exactamente igual a la compuerta
por la que habían entrado en la galería, excepto que esta estaba cerrada.
Era la única forma de salir.
Él corrió hacia ella, patinando con los zapatos los últimos pasos hasta que
se chocó contra ella. La compuerta estaba bien sellada, pero había otro
comprobador de palmas instalado en el marco. No había sido boicoteado o
fundido. Estaba funcionando del todo.
El Doctor apretó la mano derecha contra la lámina. Un brillo de neón
recorrió el metal bajo su mano. Entonces unas luces rojas comenzaron a brillar
en las cuatro esquinas de la puerta y un furioso claxon sonó repetidamente.
La puerta no reconocía sus huellas.
No iba a abrirse.
–Ah –dijo el Doctor. Durante un segundo, comenzó a rebuscar en sus
bolsillos para coger el destornillador sónico. Entonces recordó que era un gasto
de tiempo. Los Guerreros de Hielo estaban demasiado cerca.
Arabel llegó a su lado, y Amy y Samewell estaban justo detrás de ella. El
Doctor se giró hacia la aterrorizada Arabel, la agarró por su muñeca y apretó su
mano derecha contra el comprobador de palmas. Un brillo de neón viajó por el
metal bajo la mano. Hubo un click, luego un silbido y la compuerta se abrió.
El Doctor empujó a Arabel dentro de la compuerta y entonces agarró a
Amy y a Samewell mientras corrían, y también les metió. Abrió la compuerta y
echó una última mirada hacia los avanzantes Guerreros de Hielo. Él sonrió.

122
–¡Guerreros del clan Tanssor! –les gritó– ¡Guerreros de la línea del clan
Tanssor de la familia de los Mons Ixon, informad a vuestro jefe bélico que el
Belot’ssar le saluda!
Se detuvieron en seco y le observaron. Él lanzó un saludo militar, dio un
paso atrás a través de la compuerta y apretó la lámina de las palmas. El claxon
sonó de nuevo, y las luces rojas de las esquinas brillaron. La compuerta no se
cerró con el dramático movimiento que había esperado.
–Aún tengo que arreglar esa parte –reconoció, señalando el mecanismo
de cerrojo. Los Guerreros de Hielo avanzaron con determinación renovada,
alzando sus espadas.
Amy pasó junto al Doctor y apretó su mano contra el lector. Un brillo de
neón recorrió el metal bajo su mano. Hubo un click, luego un silbido y entonces
la compuerta se cerró en las caras de los Guerreros de Hielo, dejándoles fuera.
El Doctor miró a Amy. Estaban nariz con nariz.
–¿Cómo sabías que eso iba a funcionar? –preguntó él.
–No lo sabía –dijo ella.
–Qué bueno que funcionó, ¿verdad? –señaló él.
–Eso pienso –respondió ella.
Ambos retrocedieron un paso cuando varios golpes resonantes
comenzaron a sonar al otro lado de la compuerta.
–Esto les mantendrá alejados durante un momento –dijo el Doctor.
–¿Qué pasa si se abren paso cortando el cerrojo como hicieron con los
otros? –preguntó Amy.
–Oh, lo harán –dijo el Doctor–. Pero ahora tenemos un nuevo comienzo. Y
es porque eres humana.
–¿Qué? –preguntó Amy.
–Es porque eres humana –repitió el Doctor.
–¿Y para aquellos que no tenemos tanta fluencia en las incongruencias?
–preguntó Amy.
–Has podido operar la compuerta –explicó el Doctor–, porque el lector de
palmas ha reconocido tu código genético como humano. Es la misma razón por
la que Bel pudo abrir la puerta. Los humanos construyeron esto, así que los
códigos genéticos humanos hacen funcionar los cerrojos.
–¿Incluso genes humanos tan antiguos como los míos? –preguntó Amy.
–El código genético es el código genético –respondió el Doctor.
–Espera –dijo Arabel, nerviosa y mirando al Doctor–, si tú no puedes abrir
el cerrojo, ¿no significa eso que no eres humano?

123
El Doctor echó una mirada incómoda hacia Amy.
–Ah, sí. ¿Cómo explico esto bien? –comenzó él.
Antes de que pudiera responder, Amy gritó.
–¡Samewell!
La mano extendida de Samewell estaba planeando por encima del lector
de palmas. Tras la protesta de Amy, la echó para atrás.
–Solo quería ver si también me funcionaría a mí –dijo él, haciendo un
mohín.
Varios tajantes golpes hercúleos aterrizaron en el otro lado de la
compuerta y le hicieron retroceder.
–Creo que será mejor intentarlo en otra puerta, ¿no? –añadió Samewell.
–Creo que eso sería lo más saludable para todos nosotros –dijo el Doctor.
Miró a su alrededor, y observó dónde habían acabado. Era una sala de
servicio, llena de estanterías metálicas y tolvas. Las estanterías estaban llenas
de herramientas y equipos que parecían en parte quirúrgico y en parte de
horticultura. Las tolvas estaban llenas de partes mecánicas sobrantes
envueltas en plástico. Recogió unos cuantos objetos y los examinó.
–No nos podemos quedar aquí, Doctor –dijo Amy.
–No, no podemos –dijo el Doctor.
Para reforzar lo que había dicho, los golpes en las compuertas cesaron y
fue sustituido por un ruido agudo y muy desagradable. Era como el tornillo
neumático de un dentista con el volumen subido.
–No, la verdad es que no podemos –dijo el Doctor–. Es un tornillo sónico
concentrado. Van a cruzar esa compuerta en dos zarandeos. Dos zarandeos si
tenemos suerte. Probablemente más como un buen zarandeo. Vamos a ir
tirando.
Se alejaron del ruido doloroso hasta el final de la sala de servicio. Había
otra compuerta, cerrada firmemente.
–Ahora puedes probarlo, Samewell –dijo el Doctor.
Samewell puso su mano en la pantallita. La compuerta se abrió.
Samewell parecía extremadamente orgulloso de sí mismo.
Pasando a través de la compuerta, entraron en un lúgubre pasillo
iluminado por una línea de luces azules que se hallaban por encima de ellos.
Se estiraba en ambas direcciones. Desde la izquierda venía el ruido de la
pesada maquinaria de turbinas. El Doctor les llevó a la derecha. Hizo que
Samewell cerrara la compuerta tras ellos.
–Ya van dos barreras que tienen que cruzar –comentó el Doctor.

124
Sintiéndose un poco más seguro, caminaron alegremente por el pasillo.
–¿Qué estabas diciendo de los Guerreros de Hielo antes de que
cerrásemos la puerta en sus caras? –preguntó Amy.
–Oh, ya sabes. Les decía hola.
–¿Cómo les dices “hola” a un Guerrero de Hielo? –le preguntó ella.
–Eh, ¿“saludos, Guerrero de Hielo”?
–No eres tan divertido como piensas que eres –dijo Amy.
Llegaron hasta otra compuerta. Esta vez, Amy la abrió.
La sala al otro lado estaba oscura, pero rápidamente se despertó a
medida que unas luces automáticas se encendieron. El aire olía a cerrado y
ligeramente a polvo. Era una sala enorme, alineada con pálidos trozos de nave
blancos, con un ancho y plano suelo cubierto en extraños diseños. Los diseños
eran círculos y espirales, incrustados en un filamento metálico fino y
contrastante. Había otra compuerta en el extremo opuesto de la cámara, y a un
lado del espacio estaba ocupado por unas complicadas estaciones de trabajo y
consolas. Había también dos sillas mirando hacia la estación de la consola. Las
sillas tenían unas altas y acolchadas espaldas y unos reposabrazos altos. La
zona parecía como la cabina de una nave espacial.
El Doctor caminó hacia la zona de la estación de trabajo. Parecía
intrigado por los sistemas de control.
–Id a ver qué hay detrás de la siguiente puerta –le dijo a los otros–. No os
vayáis muy lejos.
–¿Qué vas a hacer tú? –preguntó Amy.
–Voy a echar un vistazo a esto –dijo, inclinándose sobre las consolas.
Recorrió un dedo especulativo por el salpicadero por encima de una línea de
controles táctiles. Se llevó polvo en su dedo al levantarlo–. Creo que sé qué es
esto –dijo él–. De hecho, estoy seguro de que sé qué es.
–¿En serio? –preguntó Amy.
–Dame un momento –dijo el Doctor, investigando más de ello. Señaló por
encima de su hombro–. Mira al suelo, Pond. Mira los patrones del suelo.
¿Dónde has visto eso antes?
–Oh, no lo sé –dijo Amy.
–Piénsalo. Lo hemos visto recientemente.
–¿En serio? No lo sé.
–Entonces, espera un minuto –dijo él. Se sentó en una de las sillas de
espalda alta, se entrelazó los dedos y crujió sus nudillos. Ya había apretado
varios interruptores al azar. Varias luces de indicación se habían encendido.

125
Las consolas comenzaron a zumbar con poder–. Permíteme mostrarte qué es
esto.
–¿De verdad que tenemos tiempo de parar y jugar, Doctor? –preguntó
Amy.
–Tenemos tiempo de parar y jugar con esto –dijo el Doctor–. Si –añadió–,
esto es lo que creo que es. Y, como creo que hemos dejado claro, lo es.
Arabel y Samewell volvieron de su examen de la puerta siguiente.
–Es otro vestíbulo –dijo Bel–, y luego hay otras salas después de eso. No
hemos ido muy lejos.
–Bien –dijo el Doctor. Ajustó algunos controles más.
–¿Qué estás haciendo? –preguntó Samewell.
–Está luciéndose –dijo Amy.
–No lo estoy –dijo el Doctor–. Estoy haciendo que estos sistemas
durmientes tiempo atrás vuelvan a estar en línea, y estimularlos hasta que
estén funcionales.
–Sí, pero no nos está diciendo porqué está haciéndolo, o qué va a hacer
con ello –le dijo Amy a Bel y a Samewell–, y la razón es porque de esa manera
será más impresionante cuando finalmente haga lo que sea que esté haciendo.
–No hago ningún daño por un poco de anticipación dramática –dijo el
Doctor–. Existe un arte de construir el suspense. Un príncipe de Dinamarca me
lo dijo –pulsó levemente unos cuantos ajustes más y luego recogió un grueso
aparato de control remoto que encajaba en el conector de una de las consolas.
Se puso en pie.
–Vamos –les dijo el Doctor–. Venid aquí. En el centro de la sala. Daos
prisa.
La energía estaba aumentando. Todos podían oír el tono ambiental. Los
niveles de luz también estaban comenzando a aumentarse en la sala.
–¿Qué has hecho? –preguntó Amy.
–Es seguro, lo juro –dijo el Doctor. Hizo un pequeño ajuste con el mando
a distancia.
El ronroneo de los crecientes niveles de energía se convirtieron en un
sollozo parecido a un láser, lentamente haciendo un ciclo de latidos de energía.
–Vale –dijo él–. ¿Listos? Agarraos a vuestros sombreros.
–No tengo un sombrero –dijo Samewell.
–Deberías buscarte uno –respondió el Doctor–. Los sombreros molan.
El Doctor apretó un activador en el panel de control.

126
La luz en la habitación a su alrededor se alteró bastante dramáticamente.
No solo relució y se aflojó, sino que también la cualidad de la luz pareció
cambiar, volviéndose más suave y menos intensa. Era como un cambio de
escena en una obra de teatro del West End. El efecto fue tan raro. Arabel,
Samewell y Amy todos murmuraron, sorprendidos.
Entonces se dieron cuenta de qué era lo que estaban mirando.
Parpadearon. Vieron que la cámara a su alrededor se había convertido
rápidamente. Su segundo murmullo de sorpresa fue mucho más alto y más
apreciativo que el primero.
El Doctor sonrió.
Ya no estaban en la misma sala.
Estaban en un lugar totalmente distinto.

Rory se preguntó si debía arriesgarse a tomar más sopa. Realmente no


quería más sopa. Era una sopa buena, pero estaba lleno. Sin embargo, tomar
más sopa era casi la única cosa que podía hacer además de estar allí sentado,
y ya estaba harto de ello. Al menos tomar más sopa era hacer algo. Era una
actividad.
El salón de la asamblea estaba muy silencioso. Vesta estaba roncando.
Sol Farrow observaba las llamas crujir en el cubo de fuego más cercano. Sol ya
había ido a por un segundo y tercer plato de sopa, y Rory estaba preocupado
de que no quedara mucha sopa si Sol decidía ir a por el cuarto. Entonces sí
que no habría nada más con lo que pasar el tiempo a excepción de estar allí
sentado y estar aburrido.
El viento nocturno estaba aumentando en el exterior, conduciendo la
nieve contra las ventanas. Rory podía oír golpeándolo como granos de arena.
Era una buena nevada la que había ahí fuera. Las cosas eran lo bastante
cálidas cerca de los cubos de fuego, pero había una endiabladamente brisa fría
soplando bajo las puertas principales de la asamblea, y unos extraños y fluidos
sonidos de viento venían de las ventilaciones de la chimenea desde el techo.
–Están tardando mucho rato –dijo Rory.
–Las respuestas del Guía a menudo son difíciles de encontrar –respondió
Sol. Se aclaró la garganta y se inclinó hacia adelante para calentar sus manos
en el fuego–. Particularmente cuando… ya sabes.
–¿Es un problema con el que jamás os habíais topado? –sugirió Rory.
Sol asintió.
–¿De verdad que nunca habíais visto un invierno como este?
–No hasta estos últimos tres años –dijo Sol–. Sabíamos qué era un
invierno, por supuesto. Sabíamos cómo había sido en la Tierra del Antes, por

127
las grabaciones. Y siempre se ponía un poco más frío en esta temporada,
regularmente. Pero nunca habíamos visto el blanco y el hielo antes.
–Claro.
–Vesta te lo dijo, ¿verdad?
–Sí –dijo Rory.
–¿Tenéis inviernos de donde venís? –preguntó Sol.
–Sí, la verdad –dijo Rory–. De donde vengo, los tienen bastante a
menudo. Estamos acostumbrados. Pero este es especialmente fiero. Es un mal
invierno. Y, obviamente, el invierno va a ser un poco preocupante si se supone
que no estáis acostumbrados a tenerlos.
Se puso en pie y miró las puertas que llevaban a la Encriptación.
–Quizá debiera ir y ver cómo lo llevan –sugirió él–. Estoy seguro de que
puedo ayudar.
–No está permitido –respondió Sol–. El consejo ha votado.
–¿Qué están buscando exactamente? –preguntó Rory.
–Bueno, las palabras del Guía, por supuesto –dijo Sol, incorporándose y
mirando a Rory con el ceño fruncido–. La alianza con la que el Guía nos
provee, como está sujeta en la Encriptación. El Guía sabe mucho. Más que
ninguno de nosotros, y normalmente se tarda tiempo y un montón de
inteligencia para distinguir qué nos está diciendo el Guía.
–¿Este es tu Emanual del Guía? –dijo Rory.
–Eso es –dijo Sol–. Ciertamente, ¿tendréis uno en vuestra plantanación?
–Tenemos puntos de información turística y un periódico gratis semanal.
–¿Qué? –preguntó Sol.
–No importa –dijo Rory. Se paseó un poco–. Desearía saber dónde están
Amy y el Doctor. Espero que estén bien. El Doctor siempre sabe qué hacer. Si
sigo intentando imaginar qué diría o qué haría es como si estuviera aquí.
–¡Hola! ¿Hola? ¿Alguien me puede oír? –la voz del Doctor de repente
resonó por la asamblea.
Sol y Vesta pegaron un bote ante el considerable terror.
La voz parecía venir directamente desde detrás de Rory. Se giró
lentamente.
El salón de la asamblea estaba bañado en un suave brillo amarillo, cálido
pero brillante, que de alguna manera, brillaba desde el suelo, las paredes y el
techo. Unos brillantes rastros de energía habían aparecido por los patrones
circulares de metal incrustados en el suelo de madera, y por las junturas de las
vigas y postes del techo.

128
El centro del salón ya no era la sala de la asamblea. Parecía haberse
convertido, en un parpadeo, parte de una cámara blanca de apariencia muy
moderna. La hilera de bancos ante la barrera del consejo se había convertido
en lo que parecía una estación de trabajo de ordenador completa con dos sillas
de espalda alta.
Rory estaba de pie a mitad de camino dentro de la sala de la asamblea y
a medias en la nueva sala blanca.
El Doctor, sonriendo de oreja a oreja, estaba justo delante de él, junto con
Amy y dos jóvenes muérfanos que Rory no reconocía.
–¡Doctor! –gritó Rory.
–¡Rory! –exclamó el Doctor, alegremente– ¡Rory Williams Pond!
–No es mi nombre real –sonrió Rory.
–Confiaba en que hiciéramos contacto con alguien –dijo el Doctor,
emocionadamente–. No me atrevía a desear que fueras tú.
Embobada, Amy corrió hacia Rory para poderle abrazar. Él extendió los
brazos para recibirla.
–¿Cómo habéis llegado aquí? –rio Rory.
El abrazo anticipado no fue según el plan. Para mutua sorpresa, Rory y
Amy se pasaron el uno al otro a través, como fantasmas. Se detuvieron en
seco, se giraron y miraron entre ellos.
–¿Qué acaba de pasar? –preguntó Rory.
–¿Por qué no puedo tocar a Rory? –preguntó Amy– ¿Qué está pasando?
¡Da miedo! He cruzado justo a través de él. ¿Cómo no he podido tocarle si
estamos en la misma habitación?
–Bueno, porque no estáis para nada en la misma habitación–dijo el
Doctor.
Amy alargó su mano derecha para sentir la cara de Rory. Solo consiguió
meramente en meter su mano en su cabeza.
–Eh, vale, deja de hacer eso –le dijo Rory.
–¡Da tanto miedo! –exclamó Amy.
–Sí, pero para –dijo Rory.
–Debéis de estar en la asamblea de Bordeada –dijo el Doctor–. Bien
hecho, Rory. Es exactamente ahí donde necesitaba que estuvieras.
Rory le dedicó un encogimiento de hombros despreocupado como si lo
hubiera planeado desde el principio.
–¿Dónde estáis vosotros? –preguntó él.

129
–Estamos en el Formador Número Dos –respondió el Doctor–, el cual es
una de las grandes montañas que deberías ser capaz de ver desde la ventana
si no fuera de noche. De hecho, estamos muy dentro de ella, así que no nos
verías, al fin y al cabo.
Estaba hablando más bien demasiado alto y demasiado claramente,
como si estuviera usando un teléfono con una pobre conexión.
–¿Recuerdas las montañas, Rory? –preguntó él– ¿Las extrañas que yo
no pensaba que fueran montañas?
–Sí, Doctor –dijo Rory.
–Bueno, realmente no son montañas. Son máquinas gigantescas
llamadas terraformadores o como quiera que les quieras llamar. Han sido
establecidas para cambiar este mundo. Para modificar el clima y hacerlo más
parecido a la Tierra.
–Terrestre, ¿no? –sonrió Rory.
–Touché, señor Pond –rio el Doctor–. Así que, aún tardará años en
llevarse a cabo. Siglos. Es un proyecto a largo plazo. En fin, estamos dentro de
una de ellas.
–Vale…
–Específicamente –dijo el Doctor–, estamos en una cámara de
comunicaciones por telepresencia. La encontramos por accidente. Es parte de
una red de comunicaciones que probablemente una vez conectó todas las
comunidades muérfanas.
–Es como si estuvieseis aquí –dijo Rory, sin creer todavía sus ojos.
–¡Son conjuros! –murmuró Sol Farrow. Él y Vesta estaban rígidos por el
miedo. Sus ojos estaban muy abiertos.
–¿Quién es ese? –preguntó el Doctor.
–Este es Sol Farrow –dijo Rory–. Y esta es Vesta.
–¡Vesta Flurrish! –gritó el Doctor– ¡Viva y bien! ¿Cómo de fantástico es
eso? Estoy muy orgulloso de conocerte virtualmente, Vesta. Como puedes ver,
tengo a tu hermana y a Samewell aquí conmigo. Están perfectamente a salvo.
Bueno, están relativamente a salvo. Bueno, están aquí conmigo.
Vesta y Bel dieron un paso adelante y se miraron entre ellas.
–Estaba tan preocupada por ti –dijo Bel.
–Parece que estés hecha de luz –dijo Vesta.
–¡Lo está! –gritó el Doctor– ¡Para ti, lo es! El sistema de telepresencia
genera un campo de holograma vivo. Es como el 3D. ¡Me encanta el 3D!
especialmente las gafas de cartón verdes y rojas. En fin, crea un holograma de

130
ti, dónde estás, aquí con nosotros, y viceversa, así que todos parecemos estar
en la misma sala.
–Es realmente inquietante –dijo Amy, tamborileando sus dedos dentro de
la cabeza de Rory.
–Otra vez te lo digo, para –dijo él. Él echó un vistazo hacia el Doctor–.
¿Qué está pasando, Doctor? –preguntó él– Hay algo muy malo pasando en
esta ciudad. Están esas cosas…
–¡Con ojos rojos! –escupió Vesta.
–Sí, ojos rojos –repitió Rory, de acuerdo con ella.
–Eso será un Guerrero del Hielo –asintió el Doctor, de repente más
serio–. Lamento decirlo, hay más de uno de ellos alrededor. Es un problema
real, Rory. Son una amenaza para los muérfanos, para toda la vida humana en
Enadelante. Tenemos que trabajar juntos para detenerles. Meter la mano en
sus trabajos.
–¿Cómo? –preguntó Rory.
–Lo primero es lo primero. Necesitas preparar a los muérfanos –le dijo el
Doctor–. Los Guerreros de Hielo se están movilizando. Podrían golpear en
cualquier momento.
–¿Está ahí el Electo Groan, Vesta? –preguntó Bel– ¿Puedes ir a por él?
Cualquier otro miembro del consejo… Chaunce, la vieja Winnowner, ¿alguien?
Tienen que oír esto.
–Están todos en la Encriptación, consultando las palabras del Guía –dijo
Vesta.
–Eso sí que es interesante –dijo el Doctor.
–Ve a por él, Vesta –le apremió Bel–. ¡Date prisa!
Vesta asintió y salió corriendo. Sol seguía observando maravillado a las
figuras luminosas.
–¿Doctor? –dijo Rory.
–¿Sí, Rory?
–Yo… espera un momento. Amy, en serio, deja de meterme tus dedos por
la nariz. Doctor, ¿por qué hablas con tanta prisa?
–¿Eso hago? –preguntó el Doctor.
–Sí –dijo Rory–. Es casi como… si no tuvieras mucho tiempo.
–¡Bueno, no hay tiempo como el presente! –dijo el Doctor, entusiasmado.
Realmente no era muy bueno mintiendo a veces.
–Doctor… –dijo Rory, con una nota de precaución sonando en su voz. Su
voz de “tómame en serio”.

131
–¿Qué? –preguntó el Doctor.
–¿Qué es ese ruido agudo? –preguntó Rory.

En el campo de holograma dentro del Formador Número Dos, el Doctor


echó la vista atrás a la brillante imagen de tamaño real de su amigo y se
removió incómodamente.
El ruido de un tornillo concentrado sónico estaba aumentando
constantemente.
–Espera un momento, Rory –dijo el Doctor–. Quédate justo ahí.
Salió del brillo del campo holográfico y se acercó a la compuerta abierta.
El ruido estaba resonando por el pasillo. Los Guerreros de Hielo estaban ya
cortando a través de la segunda de las compuertas que el Doctor y sus
acompañantes habían cerrado en su camino.
–¿Samewell? –gritó él.
El joven corrió para unírsele.
–Vigila eso –le dijo el Doctor–. En cuanto los Guerreros de Hielo
aparezcan a través de esa puerta de ahí abajo, grita para que lo sepamos y
luego cierra esta compuerta. Les ralentizará de nuevo.
–Que el Guía sea mi testigo, lo entiendo –dijo Samewell.
–En cuanto lo hayas hecho, quiero que lleves a Amy y a Bel por el otro
lado, por el lado que habéis explorado. ¿Lo entiendes?
–Sí, Doctor.
–Es importante.
–Cat-A. Lo entiendo. ¿Dónde estarás mientras esto esté pasando? –
preguntó Samewell.
–Estaré justo detrás de ti –dijo el Doctor–. Pero necesito que guíes tú para
que puedas abrir las compuertas con la mano.
–Ah –dijo Samewell, asintiendo–. Claro. Te entiendo.
El Doctor dejó a Samewell de vigía en la puerta y retrocedió hasta el
campo holográfico.
Amy y Rory estaban cara a cara, mirándose el uno al otro.
–Estaba realmente preocupado por ti –le dijo Rory a ella.
–Y yo estaba preocupada por ti –respondió ella–. Tú has ido a por tu
abrigo. ¿Cómo de duro es eso?

132
–Eh, creo que has conseguido que te atraparan mientras yo estaba yendo
a por un abrigo –dijo Rory–, así que toda esta serie de desastres comenzó
contigo.
–Comenzó con la TARDIS fallando en encontrar la Navidad por unos
cuantos millones de años, la verdad –respondió Amy.
–Bueno, estaba realmente preocupado –dijo Rory. Levantó su mano, con
la palma abierta, los dedos ligeramente separados, como si estuviera
apretándolo contra el vidrio de una ventana. Amy repitió el gesto con su mano
izquierda, como si pudiera “tocar” la mano a través del medio holográfico. Una
manopla elástica pendía de su muñeca.
Sus manos pasaron la una a través de la otra. Ambos dieron un paso
atrás, negando con la cabeza.
–Creía que eso iba a ser, como, muy dulce –dijo Rory, decepcionado–.
Creía que sería un buen momento, como una de esas películas donde el héroe
está en la prisión y la chica le visita y ponen sus manos en su lado del cristal
del cubículo para visitas, ¿sabes?
–Sí –dijo ella.
–Pero solo ha sido escalofriante –dijo él.
–Realmente lo ha sido –coincidió ella.
Rory vio al Doctor reaparecer.
–¿Qué es ese ruido, Doctor? –preguntó él.
–Nada de lo que preocuparse –dijo el Doctor, alegremente.
–Solo lo está diciendo para que no te preocupes –dijo Amy.
–En serio, ¿qué es ese ruido? –preguntó Rory.
–Los Hombres Guerreros de Hielo están taladrando su camino a través de
puertas para llegar hasta nosotros –le dijo Amy.
–¿Qué? –preguntó Rory, muy alarmado.
El Doctor miró a Amy. Sus hombros cayeron y suspiró tristemente.
–No es ni siquiera un nombre difícil de recordar, como Jagrafess o
Castrovalva –le dijo el Doctor–. Quiero decir, una amiga mía se lo inventó en el
sitio. Guerreros de Hielo. Es simple. No es difícil. ¿Por qué tienes tantos
problemas con ello?
–Probablemente por el estrés de la situación –le espetó Amy.
–¿Está diciendo la verdad? –le preguntó Rory al Doctor.
–Para nada –respondió el Doctor–. La palabra “hombres” nunca ha tenido
nada que ver con el nombre. Son solo simplemente Guerreros de Hielo.

133
–Que Dios me ayude… ¿están taladrando su camino para llegar a
vosotros, Doctor? –preguntó Rory insistentemente, intentando no gritar.
–Sí, lo están haciendo –admitió el Doctor.
–¡Doctor! Tenéis que salir de ahí –dijo Rory.
–¿Ha ido Vesta a por el consejo?
–Sí –dijo Rory.
–Bueno, la verdad es que no tenemos mucho tiempo como para esperar
que vuelvan –le dijo el Doctor, pensativamente–. Escucha, Rory, la verdad es
que es muy sencillo. Los Guerreros de Hielo quieren este planeta. Quieren
conquistarlo y colonizarlo. Quieren arrebatárselo a los muérfanos. Pero
necesitan que sea más frío. Toneladas más frío. No quieren que los muérfanos
lo calienten para hacerlo más terrestre. Su idea de algo terrestre no es como la
idea de los muérfanos de terrestre y…
–Pasa esa parte, Doctor –le aconsejó Amy.
–Vale, Rory –dijo el Doctor, concentrándose–. El punto crucial es que los
Guerreros de Hielo han saboteado los sistemas de terraformación. Los han
reseteado para hacer pasar a Enadelante por una glaciación.
–Y por eso los inviernos repentinos –dijo Rory.
–Exacto –reconoció el Doctor–. Una glaciación les iría genial a los
Guerreros de Hielo, pero borrará a los muérfanos. No estoy preparado para
permitir eso. Así que… voy a sabotear el saboteo de los Guerreros de Hielo,
Rory. Voy a deshacer lo que han hecho y acelerar los procesos de
calentamiento global de los terraformadores. Voy a convertir Enadelante en un
lugar muy incómodo para cualquier futuro Guerrero de Hielo.
–Vale –asintió Rory.
Un repentino golpe resonó por el pasillo.
–¡Han cruzado, Doctor! –gritó Samewell por la puerta.
–¡Cierra esa compuerta, Samewell –le respondió el Doctor a gritos–, y haz
que todo el mundo pase por la siguiente como te he dicho!
–¡Sí, Doctor! –respondió Samewell. Puso su mano en el lector de palmas
y la compuerta se cerró de un golpe seco.
–Lo siento. Nos estamos quedando realmente sin tiempo –dijo el Doctor,
volviéndose a girar hacia Rory–. Como he dicho, necesito resetear los
terraformadores, pero son un conjunto de sistemas muy grande y complicado.
No quiero provocar un desastre global, ya sabes, toqueteando por ahí.
Necesito planos o esquemas desde los que trabajar. Rory, todos los muérfanos
con los que me he topado no dejan de mencionar “Guía”. El Guía, tal y como yo
lo entiendo, tiene los principios por los que se rigen. Instrucciones. Creo que
están refiriéndose a un guía real, información codificada que los colonos

134
originales dejaron atrás para cubrir todos los detalles de la operatividad y
mantenimiento de los sistemas.
–Yo también pienso eso –reconoció Rory–. Es una parte tan importante en
sus vidas, que lo tratan como un tipo de texto sagrado. Les he oído llamarlo
“Emanual del Guía”.
–¿Emanual, o e-guión-manual? –preguntó el Doctor, intrigado.
–Exactamente –dijo Rory–. E-manual. Un manual electrónico. Creo que
está almacenado digitalmente. Hay un lugar adjunto al vestíbulo llamado la
Encriptación. Ahí es donde lo guardan.
–Necesito una copia –dijo el Doctor.
–Bueno, no me dejan entrar ahí dentro –respondió Rory.
El chirrido agudo del perforador de dentista había comenzado a aullar en
el otro lado de la compuerta. Los Guerreros de Hielo estaban justo fuera.
–¡Vamos! –le dijo Samewell a Amy y a Bel– ¡Tenemos que irnos! ¡Ahora
mismo! ¡El Doctor lo dice!
–¿Doctor? –le dijo Amy al Doctor.
–Rory, necesito el e-manual –dijo el Doctor.
–Lo entiendo –respondió Rory–, pero no me van a dejar acercarme a la
Encriptación.
–Tienes que intentarlo, Rory –dijo el Doctor.
–Vale.
–Rory, lo digo en serio –dijo el Doctor–. No podemos quedarnos aquí. Ya
no es seguro. Tenemos que irnos. Voy a intentar encontrar otro terminal de
telepresencia como este. En cuanto pueda, contactaré contigo de nuevo. ¡Por
favor, ten el e-manual preparado para mí entonces!
–¡Haré lo que pueda, Doctor!
–Sé que lo harás –dijo el Doctor.
–¡Doctor, tenemos que irnos ahora! –chilló Amy.
–¡Amy! –gritó Rory, intentando ver a través del Doctor– ¡Por favor, ten
cuidado! ¡Simplemente, ten cuidado!
–Ya me conoces –le respondió a gritos, saludándole mientras intentaba
apartar al Doctor. Esperaba que no pudiera ver las lágrimas en sus ojos. No era
justo que ella pudiera verle pero no tocarle. No era justo que iban a tener que
decirse adiós y comenzar a correr. No era justo que ella pudiera no volver a
verle decentemente otra vez.
–¡Vamos! ¡Vamos! –le dijo el Doctor a Amy– ¡Coge a Samewell y a Arabel
y sácalos de aquí corriendo!

135
–¡No sin ti! –protestó Amy.
–¡Oh, dios mío! –gritó Rory, impotente de actuar– No es una elección.
¡Corred todos vosotros!
–Tengo que apagar este terminal para que los Guerreros de Hielo no
puedan acceder a ello –dijo el Doctor–. ¡Amy, ve!
A regañadientes, Amy corrió a través de la puerta alejada donde
Samewell y Arabel, ambos temblando de miedo, estaban esperando:
–¡Vamos, Doctor! –chilló ella.
El Doctor estaba ajustando el dispositivo a control remoto.
–Nos vemos luego, Rory Williams Pond –dijo, sonriendo a la imagen
holográfica de Rory.
–¡Por favor, Doctor, ve! –le dijo Rory, pareciendo angustiado e impotente.
Algo explotó. Hizo un ruido fuerte como un disparo. Un repentino hedor a
metal quemado llenó la cámara. El taladro se había abierto camino a través del
cerrojo.
La compuerta se abrió desviándose y dos Guerreros de Hielo se abrieron
paso hasta la cámara de telepresencia. Uno tenía una espada ancha. El otro
tenía un hacha bélica decorada, el mango y la hoja todos forjados de un
brillante pedazo de metal.
Arabel gritó.
–¡Corre, Doctor! –tanto Rory como Amy gritaron al mismo tiempo.
El Doctor se giró y vio a los Guerreros de Hielo persiguiéndole. Dos más
habían llegado a la sala detrás del primer par. El Doctor lanzó el control remoto
a los Guerreros de Hielo en un intento de distraerles, y luego se lanzó a correr
hacia un lado para alcanzar a Amy y a los dos muérfanos.
El Guerrero de Hielo con el hacha lanzó su arma con extraordinaria fuerza
y gracia. Una soberbia habilidad marcial mandó la brillante hacha dando
vueltas por el aire, haciendo un silbido cortante mientras volaba. Fue lanzada a
lo ancho, no para matar al Doctor, sino para obligarle a retroceder y cortar su
escape.
El Doctor retrocedió con un grito de alarma cuando el hacha pasó
silbando junto a él. Golpeó la consola y se enterró, primero por la hoja, en el
banco de control. El impacto voló los sistemas de energía. La imagen
holográfica de la sala de la asamblea, del frenético Rory y de un Sol sin habla,
parpadeó, destelló y se desvaneció. Una caliente ducha de chispas saltó de la
consola en una pequeña explosión que noqueó al Doctor haciéndole caer de
rodillas.
Amy gimió.

136
–¡Doctor!
El Doctor intentó levantarse. Una gigantesca pinza verde se le aferró en el
puño derecho. Gritó de dolor.
–¡Vamos! ¡Amy, vamos! –gritó él, esforzándose por liberarse.
Ella estaba en la compuerta, mirándole con puro terror. Samewell y Arabel
estaban intentando sacarla de la habitación, pero ella estaba luchando contra
ellos.
–¡Doctor!
–¡Salid de aquí! –le respondió berreando el Doctor.
–¡No sin ti!
–¡Cierra la puerta y aléjate! ¡Salva a Bel y a Samewell! ¡Corre!
Los otros Guerreros de Hielo estaban avanzando hacia la puerta. En otros
pocos segundos, estarían sobre ella y la puerta estaría cogida y todos serían
prisioneros de uno de los más implacables adversarios del Doctor.
–Por favor, Amy –gritó el Doctor–. Por favor.
Sus ojos se encontraron con los de ella. Una última mirada.
Amy gritó de desesperación, y finalmente se permitió ser arrastrada a
través de la compuerta por los dos jóvenes muérfanos. Embistió su mano
contra el lector de manos y la compuerta se cerró en las caras de los Guerreros
de Hielo.
Se cerró con tal fuerza, que una única manopla de lana en un hilo cortado
de goma cayó en la cubierta.

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CAPÍTULO 13.
AQUELLA NOCHE LA LUNA BRILLABA
El Doctor se puso en pie. Aquella no fue una acción del todo voluntaria. El
Guerrero de Hielo que le sujetaba por la muñeca levantó su brazo, y el Doctor
no tuvo más opción que seguirle. Era eso o hacer que arrancaran uno de sus
cuatro miembros preferidos.
El Guerrero de Hielo que había lanzado el hacha se acercó a la consola
humeante y arrancó el arma. Una ducha de chispas, como las chispas de una
cuba de fundición, le siguió e inundó la cubierta. Los otros Guerreros formaron
un ligero y amenazador semicírculo alrededor de su prisionero.
–Hola a todos –dijo el Doctor, intentando parecer amistoso y abrir
cualquier opción–. ¿Por qué no hacemos una ronda para que todo el mundo
pueda presentarse? Tú comienzas.
El Guerrero con el hacha volvió y se encaró al Doctor. Levantó un gran
puño de pinza y lo colocó sobre el pecho del Doctor. Con un gruñido de
sorpresa, el Doctor fue mandado hacia atrás en una de las sillas acolchadas.
–¿Que me siente? –tosió el Doctor, con el aire habiendo sido comprimido
en sus pulmones– Una idea excelente. Excelente. He estado de pie todo el día.
El Guerrero de Hielo bajó el hacha por el centro del Doctor. Estuvo tan a
punto de cortarle por la mitad que el Doctor pegó un chillido y respiró
duramente. La hoja del hacha se clavó en uno de los brazos de la silla por lo
que el manillar estaba fijado a través del cuerpo del Doctor, como un cinturón
sólido y metálico. El Doctor estaba atrapado debajo de ello. Movió sus brazos
tras su mango para que pudiera presionar sus palmas contra ello y mantenerlo
rebajado. No había mucho espacio para el movimiento.
–¿Qué, eh, pasa ahora? –preguntó el Doctor, levantando la mirada hacia
sus altísimos captores. Unos impasibles ojos rojos le miraban desde arriba–
Oh, cielos. Tengo esta terrible corazonada de que va a involucrar matarme, o
arrancarme pedazos –dijo el Doctor–, y si ese es el caso, solo quiero decir que,
ya sabéis, no es necesario. Soy del tipo razonable. Estoy seguro de que
podemos hablar de esto…
–¡Palabrasssss! –silbó el Guerrero de Hielo que le había dejado en el sitio
con su hacha. La pronunciación era ártica. Era como si cada letra hubiera sido
excavada de hielo glacial y luego obligada a salir del pedazo de boca girada del
Guerrero por una ráfaga de aire polar.
–¿P-palabras? –preguntó el Doctor.
–Tu eliminación essss inevitable –dijo el Guerrero de Hielo–, pero primero,
habrá un intercambio de palabrasssssssss.
Cada sílaba de la declaración podía no haber sido nada fría si el Guerrero
las hubiera cogido de un congelador. Parecían humo en el aire como el hielo

138
seco. El silbido sibilante de la voz del Guerrero sonaba como el arañazo de una
hoja siendo trabajada sobre una aceitosa piedra de afilar.
–¿Estás… proponiendo tener una conversación conmigo? –preguntó el
Doctor.
–La conversssación no sssserá dirigida por mí –silbó el gigante.
–¡Oh, interesante! ¿Con quién voy a poder hablar, entonces?
Una figura había entrado en la cámara tras el medio anillo de Guerreros.
No era tan alto ni tan ancho como cualquiera de ellos, pero era imponente.
El Señor del Hielo vestía un traje corporal que se le pegaba al cuerpo de
forma real y era de titanio. Era del color de las tuberías de latón gris verdoso,
como si hubiera sido tejido por las anillas de un árbol perenne. Su afiladamente
abovedado yelmo era como una nariz de una bomba de artillería bruñida.
Estaba hecha de un brillante acero blanco con un ligero trabajo textil color
verde pálido. Parecía como si hubiera sido esculpido del mejor mármol
pentélico. Las ranuras de los ojos estaban cubiertas con lentes de cristal de
jade.
El Señor de Hielo llegó y se colocó ante el Doctor.
–Tú hablas conmigo –dijo él. Su voz era más profunda que los tonos de
graznido y silbido de los corpulentos Guerreros de Hielo. Le recordaba al
Doctor un lejano rumor de truenos, como una tormenta de hielo feroz morando
bajo el horizonte de residuo antárticos sombríos.
–¡Genial! –declaró el Doctor– ¡Comencemos! ¿De qué deberíamos
hablar? Creo que el tiempo siempre es un tema educado de conversación.
¿Deberíamos discutir sobre el tiempo? Ha hecho un poco de fresquito
últimamente, ¿no? Un verdadero tiempo de perros. ¿Qué crees?
–Háblame de las nuevas armas que has dispuesto en nuestra contra –dijo
el Señor de Hielo.
–No sé nada sobre ningún arma –respondió el Doctor–, nuevas o no.
–La desinformación no es una buena estrategia que usar –dijo el Señor
de Hielo–. Las nuevas armas se han producido y usado. Explícalas y
razónalas.
–Te puedo asegurar –respondió el Doctor con firmeza– que no tengo
conocimiento de ningún arma usada en contra de ti. Mi única participación en
tus asuntos hoy ha sido intentar prevenir que me mates a mí y a mis amigos.
El Señor de Hielo observó al Doctor desde arriba durante un largo rato,
más largo que cualquier humano hubiera mantenido en silencio. No parecía
tener ninguna dificultad comprendiendo la observación. Era más como si el
Señor de Hielo creyera eso, si esperara lo suficiente, conseguiría la respuesta
que estaba esperando.

139
Aquello, sabía el Doctor, era completamente típico de la psicología
marciana. Como resultado, no respondió. Fijó su mirada directamente en los
ojos de jade y esperó. No ganabas una discusión con un Guerrero de Hielo
discutiendo. Ganabas quedándote callado durante más tiempo.
Tras las lentillas de jade, unos ojos negros brillaron como obsidiana
aceitosa.
–Esto es desinformación –dijo el Señor de Hielo al fin–. Hace varias horas
en la superficie del bosque, has evadido uno de mis escuadrones de combate.
Tú y otros tres mamíferos.
–Ese podría haber sido cualquiera –respondió el Doctor.
–Eras tú. Las marcas caloríficas no mienten. Está verificado.
–Nos estaban persiguiendo –dijo el Doctor–. No parecían del todo
simpáticos. Nos obligó a correr.
El Señor de Hielo permaneció en silencio durante otro largo momento.
–Cuando rechazas rendirte –dijo, al cabo del tiempo–, se te dispara. Tú
anulaste sus disruptores sónicos. Vuelvo a mi pregunta original. Háblame de
las nuevas armas que han sido construidas en nuestra contra. Nuevas armas
que pueden repeler ataques sónicos.
–¿Oh, eso? –dijo el Doctor. Intentó parecer relajado, recostándose e
intentando cruzar sus piernas de forma casual. El hacha atrapada sobre su
pecho era como si mejorara su estilo. Tras un par de intentos, se obligó a poner
su pierna de vuelta abajo y pretender que solo hubiera estado intentando coger
una mota de polvo de su abrigo.
–No lo caracterizaría como arma. Era una defensa improvisada contra tu
asalto no provocado y letal.
–Infórmalo –gruñó el Señor de Hielo.
El Doctor suspiró.
–Te lo puedo mostrar –dijo él. Se encogió impotentemente contra el hacha
que le aprisionaba en la silla–. ¿Puedo meter la mano en el bolsillo?
El Señor del Hielo miró al Guerrero asistente y asintió. El Guerrero alargó
el brazo, agarró el hacha y la arrancó de la silla.
El Doctor expiró aire, sonrió, y metió la mano en su abrigo para sacar el
destornillador sónico. Lo sacó y se lo mostró al Señor de Hielo.
–Una simple herramienta multifuncional –dijo él–. No un arma. Atacado
por tu cohorte, la he ajustado para generar un campo de cancelación sónico
que ha bloqueado los efectos de sus disruptores. Resistencia pasiva. ¿Me
entiendes? No es un arma.
–Demuéstralo.

140
–No puedo. Al defenderme de tus guerreros he gastado casi del todo este
aparato. Ya no funciona.
Hubo otra pausa larga.
–En otras ocasiones –dijo el Señor de Hielo–, ¿se han usado aparatos
como este?
–¿Qué otras ocasiones? –preguntó el Doctor.
–No evadas la pregunta.
–No lo estoy haciendo –dijo el Doctor–, ¿qué otras ocasiones?
–Este conflicto está aumentando –dijo el Señor de Hielo–. El último
avance ganado por tu lado es una resistencia a nuestras armas sónicas. Ha
requerido que nos reequipemos de armas blancas. ¿Eres tú el arquitecto de
esta ventaja táctica?
–Oh, vamos –dijo el Doctor–. Bloqueo vuestros blásters sónicos durante
una escaramuza en los bosques, una frenética improvisación, si puedo añadir,
¿y vosotros revisáis toda vuestra estrategia de combate? ¿Desecháis vuestras
armas de alta tecnología a favor de las hojas rituales? En serio, estoy
impresionado, pero no soy tan impresionable.
–Vuestra llegada en este escenario coincide con la repentina negación de
nuestro arsenal sónico. ¿Puedes negar que tú eres el arquitecto de esta mejora
táctica?
–Estás leyendo mal los hechos –dijo el Doctor.
El Señor de Hielo no respondió. Casi a un ocioso paso, cruzó hasta la otra
silla de espalda alta, la rotó para enfrentarse al Doctor y se sentó.
–¿De dónde habéis llegado tú y los otros recién llegados? –preguntó el
Señor de Hielo.
–Llegamos ayer–respondió el Doctor.
–¿Todos vosotros?
–Sí.
–¿Cómo?
–En mi nave –respondió el Doctor.
El Señor de Hielo se detuvo de nuevo.
–No hemos detectado una nave. El servicio en órbita es continuo y
comprensible. No hemos detectado una nave, ciertamente no una nave lo
bastante grande como para que cupierais todos vosotros.
–Bueno, ahí lo tenéis –dijo el Doctor–. Os estoy diciendo la verdad.
Vuestros instrumentos deben de estar mal. Así que, ¿estáis monitorizando toda
la población humana de Enadelante?

141
–Por supuesto.
–¿Cómo distingues entre la población existente y cualquier nueva
llegada?
–Las marcas de calor no mienten –dijo el Señor de Hielo.
El Doctor asintió.
–Ah, sí, claro. La imagen termal de todo el mundo es tan única como un
escáner genético o de retina –murmuró. Giró su cabeza y tomó una mirada
melancólica hacia la compuerta que Amy había sellado detrás de ella. La
manopla de lana estaba en el suelo donde había caído–. O una imprenta de
palma –añadió con tristeza. Volvió la mirada hacia el Señor de Hielo–. De
acuerdo. Esto es interesante. Has detectado imprentas de calor que no
encajaban con nadie de tu base de datos, así que has expandido tropas para
encontrar e identificar los recién llegados.
–El seguimiento preciso debe de estar mantenido –respondió el Señor de
Hielo–. Una constante evaluación de amenaza y análisis nos mantiene
avanzados en esta guerra.
–Esta guerra fría –dijo el Doctor. Se reclinó–. ¿Cuánto lleváis aquí?
–Diez años terrestres.
–Pero, ¿os habéis mostrado solo hace estas pocas semanas?
–Las alteraciones hechas en los motores de clima eran suficientes al
principio. Estábamos esperando que los efectos se manifestaran. Sin embargo,
nos hemos visto obligados a volvernos más activos.
–¿Se ha encontrado vuestro plan con dificultades? –presionó el Doctor.
–Se ha convertido en guerra abierta.
–¿Eso ha pasado? –preguntó el Doctor– Ha pasado eso, ¿eh? De nuevo,
lamento si ofendo, pero simplemente estáis malentendiendo los hechos. Estáis
alterando de forma traumática el clima de este planeta y, como directa
consecuencia de esa política, vais a exterminar una población sentiente.
Genocidio progresivo. Diría que os pone en un lugar difícil, hablando
moralmente, solo para comenzar. Entonces llego yo, y me veo atrapado en el
medio, y mis acciones se malinterpretan como vuestras víctimas respondiendo
la lucha. Ahora, bajo tus ojos, ¿es esto una guerra? Estáis interpretando mal
los hechos.
–Y tú sabes más de lo que dices saber –respondió el Señor de Hielo–. En
este complejo, solo hace un poco tiempo atrás, te has dirigido a mis Guerreros
mientras huías de ellos. Sspada, repite las palabras que usó el prisionero.
El Guerrero de Hielo con el hacha dio un paso adelante. En un
comprimido silbido de aire, dijo:

142
–El captivo nossss habló asssssí: “Guerrerossss de la línea del clan
Tanssor de la familia de losssss Monssss Ixons, informad a vuestro señor
bélico de que el Belot’ssar le ssssssaluda”.
–Explica cómo conoces estas cosas –le dijo el Señor de Hielo al Doctor.
–Es obvio –respondió el Doctor–. Tú eres del clan Tanssor. El patrón
característico de las escamas en las crestas de vuestras corazas y yelmos es
inconfundible. El emblema de tu pectoral confirma que tu lealtad de clan es a la
familia del Mons Ixon, la cual es una de las familias más honorables según el
código del antiguo Marte. Es una simple cuestión de observación.
–Y también una simple cuestión de concluir que te has encontrado con mi
especie antes –dijo el Señor de Hielo.
–Nunca he dicho que no lo haya hecho.
–Tu conocimiento de nuestra cultura es considerable. Tú sabes cómo
fortificar contra nuestras armas. Tú entiendes el linaje y la jerarquía de nuestras
líneas sanguíneas. Tú distingues los polimórficos tratos de nuestra fisiología,
un hábito raramente conocido en otras razas. Y tú conoces palabras en nuestra
lengua. Belot’ssar.
–Así es –sonrió el Doctor–. Belot’ssar. Ya me estaba preguntando cuándo
llegaríamos a esa parte.
–Igual que yo me preguntaba por qué has usado el término.
–Significa “antigua estrella azul” –dijo el Doctor.
–Curiosamente, sé lo que significa –respondió el Señor de Hielo–. ¿Por
qué la has usado en esa frase, por lo que parece, para referenciarte a ti
mismo?
–Porque es así como se me conoce entre tu gente –respondió el Doctor.
Parecía orgulloso de sí mismo–. Tradicionalmente, quiero decir. Tu gente,
particularmente la familia del Mons Ixon, me conoce como la antigua estrella
azul. Es una referencia a la nave en la que viajo. El título es honorífico. Me
demuestra un verdadero y duradero amigo de la dinastía del Mons Ixon, pero
también un justo y sobrecogedor adversario.
El Doctor se puso en pie. El Señor de Hielo se puso en pie para encararle.
El Doctor se enderezó, estrechando sus ojos para mirar al Señor de Hielo. No
tenía miedo. Ya se habían movido los peones. Era hora de jugar su as en la
manga.
–He sido amigo a las dinastías de Marte –dijo el Doctor–, pero también he
sido un enemigo. He luchado contra ellos varias veces y he ganado cada una
de ellas. El Señor del Hielo Azylax, señor bélico de los Tanssor, me nombró
personalmente el Belot’ssar como marca de respeto, para que las
generaciones futuras me conocieran y me trataran con cuidado. La situación en
este planeta terminará. Vosotros os retiraréis, y cesaréis en vuestra

143
persecución de la población humana. Esta es vuestra advertencia final. Soy
todo sobre lo que tus ancestros te advirtieron. Soy el Belot’ssar.
El Señor de Hielo le devolvió la mirada. No había ninguna expresión.
–Nunca he oído hablar de ti –dijo él.
–¿Qué? –preguntó el Doctor.
–Soy Ixyldir, señor bélico del clan Tanssor –dijo el Señor de Hielo–. Nunca
ha habido un señor de la guerra llamado Azylax. ¡No sabemos nada de un
enemigo respetable conocido como la antigua estrella azul!
–Pero… –comenzó el Doctor–. Espera… –tartamudeó–. Eso no es… –
añadió él.
Se sentó y descansó su frente en su mano.
–Viaje temporal –murmuró él. Se dio palmadas contra su frente
repetidamente, reprendiéndose–. ¡Siempre me deja tirado! ¡Todas! ¡Y! ¡Cada!
¡Una! ¡De! ¡Las! ¡Veces! ¡Tengo que aprender a poner en hora mi reloj!
Levantó la mirada hacia Ixyldir y a los Guerreros de Hielo.
–Todo eso –dijo él, señalando vagamente al espacio en el que había
estado de pie como para encapsular su gruesa y desafiante actuación–. Todas
esas cosas de demostración, ¿podemos pretender que nunca ha pasado?
Puedo ver por vuestras caras que no. Vais a matarme.
–Vas a morir de cualquier forma –respondió el Guerrero de Hielo.
–Sí –dijo el Doctor–, pero voy a estar muy molesto cuando eso pase.

–¡Tenemos que volver atrás! –gritó Amy, luchando contra los firmes
agarres tanto de Samewell como de Arabel.
–¿Y hacer qué, precisamente? –preguntó Arabel.
–¡Salvarle! –escupió Amy– ¡Rescatarle! ¡Meterle palos en los ojos a los
Hombres de Hielo! ¡No lo sé!
–Guerreros de Hielo –le corrigió Samewell.
Amy se giró hacia él.
–Oh, ¿en serio? ¿En serio? ¿Es ahora momento ideal de concentrarnos
en eso? ¿Lo es, Samewell Crook? ¿Va en serio?
Arabel apartó a Amy de asfixiar a Samewell.
–Estás molesta –dijo ella.

144
–¡Pues claro que sí! –gritó Amy– ¡Acabamos de dejar al Doctor en una
muerte segura! ¡Le hemos dejado ahí atrapado, rodeado por gigantescas cosas
lagarto! Eso es… es…
–¿Es qué? –preguntó Bel.
–¡No es así cómo se hacen las cosas! –declaró Amy.
Se apartó de ellos. Estaba respirando fuerte, intentando controlar su furia.
Habían estado corriendo durante unos pocos minutos, siguiendo un pasillo de
acceso hacia una red de túneles que les habían llevado finalmente hacia una
pasarela donde estaban ahora en ese momento.
En el ancho abismo de la caverna cortada en la roca por debajo de ellos,
unas grandes turbinas bombeaban y gruñían. Había una sombra ambarina en
la luz. Un vapor se alzaba por el conjunto de pasarelas suspendidas que les
soportaba.
–Él siempre ha estado ahí para mí –dijo Amy en voz baja–. Siempre me
ha respaldado. Ha cruzado el tiempo y el espacio para salvarme, más de una
vez. Y yo le acabo de abandonar.
Se giró para mirarles. Samewell y Arabel estaban observándola con gran
preocupación. Amy se levantó una ancha manga en su abrigo de lana.
–Además, he perdido un guante –olisqueó ella–, lo cual supongo que es
una escala completamente distinta de cosas por las que molestarse, pero es
inquietante, ¿sabéis?
–Estará bien –dijo Bel.
–¿Cómo sabes eso? –preguntó Amy.
–Bueno –dijo Bel–, no conozco a tu Doctor durante tanto tiempo como tú,
de eso me doy cuenta. Pero solo en el corto tiempo en el que he estado con él,
me he llenado de confianza. Sabe qué está haciendo. Nunca… nunca he
conocido a nadie que parezca tan capaz.
–Bel tiene razón –dijo Samewell–. El Doctor quiere que nos vayamos. Nos
lo dijo. Fue bastante claro en ello. Era la única forma.
–Esas cosas, nos han arrinconado –dijo Bel–. Quería que escapáramos.
–Eso no será de mucha consuelo para él cuando esté muerto –dijo Amy.
–Pero puede que sea de consuelo para él cuando esté muriendo –
respondió Bel.
Amy respiró hondo. Se apartó, aferrada a la barandilla de metal y miró
hacia el pozo donde los poderosos motores de terraformación estaban
realizando su lenta tarea.
–Siempre tiene más de un plan –dijo ella en voz baja.
–¿Qué quieres decir? –preguntó Bel.

145
–Quería que escapáramos –dijo Amy, girándose para encararles. Había
una nueva expresión en su cara–. Quiero decir, por supuesto que fue así.
Estaba intentando salvarnos, y daría su vida por cualquiera. Pero conozco al
Doctor. Es como uno de esos grandes maestros del ajedrez, ¿sabéis?
Ambos negaron con la cabeza.
–Planean sus movimientos por adelantado –dijo Amy, siguiendo a pesar
de todo–. Saben qué van a hacer mucho antes de que lleguen ahí. Todo se
estaba poniendo un poco frenético en esa sala, y él definitivamente quería que
nos salváramos… y sé que hay mucha parte de improvisación en juego al
mismo tiempo, porque he visto cómo está cuando lo hace. Pero siempre tiene
más de un plan.
–¿Y bien? –pregunto Bel.
–Se ha quedado ahí para que nosotros nos pudiéramos largar –dijo Amy–.
Tú mismo lo has dicho, Samewell, él nos lo dijo. Necesita que hagamos algo.
Necesita que sigamos con el plan mientras mantiene ocupados a los Hombres
de Hielo.
Se comprobó y miró a Samewell.
–No me corrijas –le aconsejó.
Él se encogió de hombros y levantó las manos.
–Sabotear su sabotaje –dijo Amy–. Eso es lo que ha dicho que iba a
hacer. Sabotear el sabotaje que hayan causado los Guerreros de Hielo. Hacer
que los Formadores funcionen de nuevo. Necesitamos que el Guía haga eso,
que ponga bien las cosas. Rory va a hacer eso por nosotros.
–Si puede –dijo Bel.
–Mi marido no me dejará –dijo Amy–. Así que lo primero que necesitamos
hacer es encontrar una forma de recuperar el contacto con Rory.
Parecía impulsada y lista para la acción, como si tuviera su encanto de
vuelta.
–Creo que es la segunda cosa que necesitamos hacer –dijo Samewell.
–¿Por qué? –preguntó Amy– ¿Cuál es la primera?
Samewell señaló. Cuatro Guerreros de Hielo habían aparecido en otra
pasarela por encima de ellos. Los Guerreros bajaron la mirada, les vieron, y
luego comenzaron a buscar la ruta más próxima de bajada.
–Creo que salir pitando de aquí debería ser lo número uno –dijo
Samewell.

–¡Amy! ¡Amy! ¡Doctor! –chilló Rory. Chocó sus manos contra su frente en
un pánico impotente, y se giró en un círculo salvaje, lleno. El centro del salón

146
de la asamblea se había vuelto el centro de la sala de la asamblea de nuevo.
No había señal de la sala blanca pulida con la bonita consola y los asientos de
alto respaldo. No había la brillante luz saliendo de los patrones incrustados en
el suelo y en las vigas. No había señal del Doctor o de Amy.
No había señal de los Guerreros de Hielo con las hachas.
–¡No me creo esto! –exclamó Rory.
–¿Dónde…? –comenzó Sol. Frunció el ceño– ¿A dónde han ido? Estaban
justo aquí. ¿A dónde han ido? Por cierto, ¿de dónde, en el nombre del Guía, ha
venido eso en primer lugar? ¡Eso son conjuros! ¡Conjuros cat-A!
–Oh, supéralo –chilló Rory–. ¿No lo ves? ¿Has visto lo que estaba
pasando? ¡Esas luces! ¡Esas cosas Guerreros de Hielo! ¡Estaban justo ahí!
¡Iban a capturarles!
Miró a Sol. Un parpadeo de verdad se le cruzó por la cara al darse
cuenta.
–Podrían estar ya muertos –murmuró él.
–¿Qué ha pasado? ¿Qué ha pasado? –preguntó Vesta, corriendo de
vuelta a la sala. Bill Groan y el resto del consejo le seguían.
–Rory, ¿a dónde han ido todos? –preguntó Vesta, agarrándole por los
brazos.
–No importa –dijo Rory.
–¡Te voy a golpear a ti y a tu lamentable cabeza con la maza de nuevo,
eso haré! –declaró ella– ¿A dónde han ido todos?
–Se ha cortado –le dijo Rory–. Solo se ha cortado. Los Guerreros de Hielo
les han cogido.
–¿Los Guerreros de Hielo? –preguntó Vesta.
–¡Sí, la cosa de los bosques!
–¿Con los ojos rojos?
–¡Sí! –dijo Rory.
–Oh, que el Guía me preserve, ¿también tienen a Bel? –preguntó Vesta.
–Es difícil de decir –dijo Rory–. Pero no tenía ibuena pinta.
Vesta parecía que iba a irrumpir en lágrimas.
–Explícame esta conmoción ahora mismo –insistió Bill Groan–. ¡Vesta ha
venido a golpear las puertas de la Encriptación parloteando sobre una ventana
a otro lugar, con gente en ella!
–¿Qué horror que se sale de los preceptos del Guía has perpetrado? –le
preguntó Winnowner a Rory.

147
–¡Hazme un favor! –espetó Rory, rodeándola a ella y a los otros
murmurantes miembros del consejo– ¡Dame un descanso con lo de “los
preceptos del Guía” por aquí y los “conjuros” por allí! ¿Vale? ¿Vale? ¡No está
ayudando! Mi esposa, mi amigo y su hermana –Rory señaló a la ansiosa
Vesta–, y otro tipo, acaban de ser capturados por las mismas criaturas que
están sembrando el caos en vuestro planeta e intentando mataros.
Capturados… o peor.
–¿Cómo los ha llamado tu amigo? –preguntó Vesta en voz baja.
–Guerreros de Hielo –dijo Rory–. El Doctor dijo que se llamaban
Guerreros de Hielo.
–Pero, ¿cómo? –preguntó Bill Groan, esforzándose–, ¿ha pasado esto en
la asamblea?
–Era un enlace tecnológico –explicó Rory–. Imágenes holográficas
transmitidas. Un sistema de comunicación. ¿Significan algo estas frases para
vosotros?
–Algunas de ellas son palabras que conocemos por nuestro Emanual del
Guía –dijo Chaunce Plowrite, nervioso.
–Eso es cierto –admitió Winnowner.
–¡Era como si estuvieran aquí! –declaró Vesta.
–Lo era, Electo –dijo Sol Farrow–. No me lo habría creído si no lo hubiera
visto con mis propios ojos. Tan grandes como lo son en vida, aquí en el salón.
Nos hablaban, y podían oírnos y vernos. Eran Arabel y Samewell, y los
extraños de esta mañana, el tipo raro y la chica con el pelo rojo.
–¿Qué han dicho? –preguntó Bill Groan.
–Juro que no entendía parte de ello –dijo Sol–. Habló rápido, el tipo raro lo
hace, y usa palabras y no tiene noción de ello. Pero me era claro que era
urgente cat-A.
–Yo he entendido lo que quería decir –dijo Rory–. Esas cosas se llaman
Guerreros de Hielo…
–¿Esas cosas con los ojos rojos, como las que ambos vimos en el
bosque? –preguntó Vesta.
–Eso es –dijo Rory.
–Dije que eran monstruosos –dijo Vesta, asintiendo y mirando
encarecidamente a Bill en el consejo–. La cosa más fiera que jamás he visto,
eso era. Apenas he escapado con vida.
–Los Guerreros de Hielo tienen su vista puesta en Enadelante –dijo
Rory–. Así es cómo lo explicó el Doctor. Quieren colonizar el planeta ellos
mismos.

148
–¿Están invadiendo nuestro mundo? –preguntó Jack Duggat.
–Así es –declaró Rory–. Van a destruir a los muérfanos. Esta
plantanación… todas las plantanaciones. Quieren que este mundo sea más
frío, para que encaje con ellos. Pero eso significa que los muérfanos moriréis,
porque será demasiado frío como para que sobreviváis.
–No pueden tener nuestro mundo –murmuró Bill Groan, aterrado–. Hemos
trabajado muy duro por él. Tantas vidas han pasado, trabajando para moldear
Enadelante. No pueden tenerlo.
–Los Guerreros de Hielo se han metido en vuestros Formadores, Electo –
dijo Rory–. Han ensuciado la forma en la que trabajáis. Han… hecho algo para
revertir para lo que fueron construidos en primer lugar.
–¿Están haciendo que todo sea más frío? –preguntó Chaunce–
¿Nuestros propios Formadores?
–Es por eso por lo que ha venido el blanco –dijo Bill–. Es por eso por lo
que el invierno nos ha llamado.
–Exactamente –dijo Rory.
–Les detendremos –dijo Bill Groan con firmeza.
–Eso se lleva mi voto –dijo Rory.
–¿Qué ha dicho el Doctor que debemos hacer? –le preguntó Bill.
Rory se encogió de hombros.
–Dijo que vuestro Emanual del Guía tenía la respuesta –respondió él.
–¡Por supuesto que sí! –dijo Winnowner.
–El Doctor ha dicho que si podía consultar el Guía, usarlo, podría resetear
los sistemas del Formador para deshacer el daño que han hecho los Guerreros
de Hielo.
–¿Y cómo se conseguiría esto? –preguntó Bill Groan.
–Quiere que mire en el Guía –dijo Rory–. Quiere que acceda a él, y esté
listo para él cuando se comunique de nuevo. Si se comunica de nuevo. Mira,
dijo que iba a encontrar otra parte del sistema de comunicación para usarlo,
para hablar con nosotros. Por supuesto, eso fue antes de que le capturaran…
Mirad, el Doctor es bastante increíble. No nos abandonará. Preparemos al Guía
para él cuando conecte con nosotros de nuevo. Y si no lo hace, entonces ya
llegaremos a crear otro plan.
Bill Groan lo pensó duramente y entonces, a regañadientes, asintió.
–Estás proponiendo que deje a este extraño dentro de la Encriptación? –
preguntó Winnowner a Bill, incrédula– ¿Estás sugiriendo que le dejemos leer
directamente de nuestro Emanual del Guía y que se lo muestre a otros?

149
–¡Este hombre es un Enfermero Electo! –exclamó Vesta.
–No me importa lo que sea –respondió Winnowner–. Esto no se puede
permitir.
–Si nuestro mundo está bajo ataque –preguntó Bill Groan–, y nuestro
modo de vida también, y esta es la única forma de salvarla entonces, ¿quién
eres tú para decir que no puede ser?
–¿En quién confías, Electo? –preguntó Winnowner– ¡Que el Guía tenga
piedad con todos nosotros! ¡Estás confiando la palabra a estos extraños! ¡Solo
tenemos su palabra para decir que hay alguna amenaza con las cosas esas de
los Guerreros de Hielo! Ninguno de nosotros los ha visto.
–Yo sí, de hecho –dijo Sol Farrow.
–¡Basuras, Sol! –dijo Winnowner– Ni siquiera puedes decir qué es lo que
has visto.
–Yo también, Winnowner Cropper –dijo Vesta, con firmeza.
–Tú estabas asustada por algo en los oscuros bosques, niña –dijo
Winnowner–. Os pregunto a todos, por la bondad del Guía, no sabemos a qué
nos enfrentamos aquí. Pero sí sabemos que ha habido tres extraños que han
venido entre nosotros. Una nueva estrella vemos moverse a través de los
cielos y entonces ellos aparecen, sin haberse anunciado, diciendo ser
portadores de buenos deseos que vienen en mitad de la noche invernal.
Ella lanzó una mirada de odio a Rory.
–Quizá son ellos los Guerreros de Hielo reales –dijo ella–. ¿Se os ha
ocurrido a alguno de vosotros? ¡Si esperan dañar nuestros Formadores, y
hacer que el invierno venga para siempre, y así matarnos a todos, entonces es
quizá su truco de conjuro para poner sus manos sobre el Emanual del Guía!
¿Qué os pasa a todos vosotros?
–Winnowner tiene razón –dijo Chaunce Plowrite–. Si este hombre y sus
amigos son nuestros enemigos, entonces no debemos dejarles cerca de las
palabras del Guía. Estaríamos entregándoles los mismos secretos que desean.
Estaríamos dándoles las formas para destruirnos.
Todo el mundo miró a Rory, incluso Vesta.
–Oh, vamos –dijo él–. Por favor, por favor. ¿Parezco malvado? No puedo
hacer maldades. Apenas puedo parecer peligroso. Este es uno de esos
momentos cuando tenéis que confiar en algo. Estoy de vuestro lado.
–Yo le creo –dijo Vesta Flurrish–. Honestamente lo hago. ¿Qué hay de ti,
Electo?
Bill Groan había ladeado su cabeza. Estaba mirando de lado a Rory como
si así pudiera ser más fácil ver algún tipo de respuesta en la verdad eterna.
Esperaban a que respondiera.

150
Las puertas principales de la asamblea se abrieron, dejando que entrara
un muro de frío helado. Able Reeper, uno de los hombres de Jack Duggat,
entró precipitado junto con el frío mordaz, arrastrando su guadaña. Estaba
extremadamente agitado.
–¡Electo! ¡Electo! –gritó él– ¡Debes venir ahora! ¡Debéis venir y ver!
–¿Cuál es la conmoción, Able? –preguntó Bill Groan.
–¡Date prisa, Electo! –respondió el hombre– ¡Venid y mirad!
Todos le siguieron hacia el exterior, donde se hallaba el patio nevado.
Hacía un frío mordaz. Rory inhaló, y el aire le acuchilló los pulmones como un
cuchillo helado. Able Reeper paseó por el patio de la ciudad hacia la Hilera
Trasera y los bordes que recorrían el perímetro de los Campospitalarios. Siguió
indicándoles para que le siguieran. Muchos otros muérfanos también estaban
fuera, levantados de sus camas. Estaban yendo en desbandada hacia la
misma dirección, algunos llevaban lámparas solares.
Era sorprendentemente brillante. La nevada se había detenido, dejando el
mundo bajo una profunda capa de nieve, una gruesa capa blanca que fluía
como un suave cubrecama por encima de los tejados y árboles y partes
superiores de las paredes. Parecía como el azúcar glas más profundo y rico
que jamás hubiera decorado un pastel de Navidad.
Con la nevada parada, el cielo se había aclarado. Era como un cristal
negro por encima de sus cabezas, una oscuridad pulida que había absorbido el
calor de cada respiración y había unas cortas nubes rezagadas. El cielo estaba
tan claro que Rory creyó que podía ver todas y cada una de las estrellas que
jamás hubiera habido. El patrón en espiral de una galaxia llenaba la mitad del
cielo, un trillón de trillones de puntos parpadeantes de luces. La luna también
estaba alta, grande y brillante, un brillante disco plateado bajo en el cielo. La
luz de la luna era intensamente brillante. Estaba bañando todo el paisaje con
un brillo que significaba que se podía ver todo en millas. La cobertura de la
nieve reflejaba y amplificaba ese brillo.
Algunas de las estrellas estaban moviéndose. Rory podía rastrear al
menos tres de ellas, muy altas por encima, moviéndose en formación.
Una cuarta descendía.
Aumentaba en brillo a cada segundo. Su descenso era constante y
equilibrado, perfectamente controlado, pero no hacía ningún sonido. Los
muérfanos se frenaron en seco y levantaron la mirada hacia la estrella a
medida que se movía directamente y luego se giraba hacia el este hasta que
parecía colgar por encima de Sería. Parecía tan grande y tan brillante como la
luna. La luz que brillaba de ella iluminó las laderas del Formador Número Dos,
haciendo que la durmiente oscuridad de la montaña resaltara contra el cielo
nocturno.

151
No era una estrella y eso lo sabía Rory. Si bizqueabas contra la luz,
podías ver los ligeros detalles de la estructura detrás de las luces, grandes y
elegantes.
–Una estrella se ha soltado y ha caído en el cielo –dijo Vesta.
–Eso es una nave espacial –dijo Rory.
Los muérfanos de Bordeada, casi cada uno de ellos, estaban en la nieve
y levantaban la mirada hacia la grande y brillante forma suspendida en el cielo
oriental.
–¿Qué es ese sonido? –preguntó Bill Groan de repente.
Escucharon.
Los ruidos estaban resonando por el valle desde la dirección de Sería.
Ruidos similares podían distinguirse viniendo de los Campospitalarios,
Campolejano y Tierrapálida por detrás de las casas de calor. Eran unos ruidos
feos e irregulares, el sonido de unos fieros cuernos siendo soplados por unos
formidablemente fuertes oponentes. Podían oír la fuerza contundente de las
armas crujiendo armaduras y rompiendo huesos. Podían oír los gruñidos de
esfuerzos y gritos de furia, el metal golpeando el metal, el chasquido y los
estremecimientos de objetos colisionando con árboles poblados de nieve.
No podían verlo, pero había algún tipo de batalla llevándose a cabo en el
bosque, una gran batalla de estilo medieval involucrando unos cuarteles
cercanos, violencia mano a mano.
–¿Quién está ahí fuera? –preguntó Bill, ansiosamente– ¿Quién está
luchando?
–¿Algunos de nuestros hombres? –se aventuró Jack Duggat– ¿Las
patrullas? ¿Los vigías nocturnos?
–¡Suenan como cientos de ellos! –exclamó Bill. Se giró, pálido en la luz de
la luna, y se enfrentó a su comunidad reunida.
–Muérfanos de Bordeada, escuchadme. Si la lucha se acerca, estamos en
peligro. Tenemos que retroceder y protegernos.
–¿Cómo nos protegemos de una estrella, Electo? –gritó alguien. Algunos
de los niños de la comunidad estaban sollozando.
–Simplemente haced lo que yo diga, por el amor del Guía –respondió
Bill–. Volved a la plantanación. Los graneros y los almacenes de grano son lo
mejor construido. Llevad allí a los niños para ponerlos a salvo. Sol, lleva a
guardias para proteger los rebaños y los almacenes de comida. Jack, reúne
una fuerza de hombres y forma una línea aquí y frena lo que quiera que venga
hacia aquí.
La gente comenzó a moverse, obedeciendo sus órdenes, pero muchos
simplemente querían seguir allí y observar la estrella que les sobrevolaba. Rory
avanzó a través de la multitud un poco. Ya no estaba preparado para esperar

152
permiso, ni tampoco para confiar en sus poderes de persuasión. Todo estaba a
punto de ponerse muy confuso y ocupado. Iba a dirigirse directamente de
vuelta a la Encriptación y conseguir acceso al Guía. El Doctor contaba con él.
Estaba a punto de escurrirse en las sombras de un seto y arriesgarse a
correr cuando las cosas se pusieron de repente mucho peor.
Varios largos y brillantes rayos de energía fueron lanzados desde la nave
que les sobrevolaba. Hicieron un ruido agudo parecido a gritos que partió el
aire. Donde los rayos golpearon, unas largas humaredas de fuego entraron en
erupción dentro del bosque. Rory, horrorizado, vio los negros esqueletos de los
árboles y sus siluetas con cada bola de fuego vívida. Los sonidos de los
impactos, arenosos y temblorosos rugidos de furia, resonaron en sus orejas. La
nave estaba disparando sus armas principales hacia objetivos terrestres.
Un pánico total aferró a los muérfanos. Gritos y chillidos, algunos llevando
a niños, comenzaron a escurrirse en todas direcciones.
Rory observó la nave bombardear el bosque con sus armas de batería
durante unos pocos momentos. La gente corría a su lado. Podía sentir el
exceso de presión en la distante confusión como una ráfaga de aire contra su
cara. La nave parecía intentar devastar el paisaje entero.
Tomó su decisión.
Rory no dejó de correr hasta que hubo llegado a la asamblea. No había
nadie dentro. Podía oír el pánico y la conmoción de las calles de la
plantanación. Podía oír el estruendo y los impactos del bombardeo. Cada
impacto vibraba en el suelo y hacía temblar el edificio.
–¿A dónde estás yendo? ¿Rory? ¿A dónde estás yendo?
Se giró y vio a Vesta en el umbral.
–Tengo que ayudar al Doctor –dijo Rory.
–¿Qué está pasando, Rory? –preguntó ella, adelantándose– ¿Es este el
fin del mundo?
–No si puedo evitarlo –respondió él.
–¿Son los Guerreros de Hielo? –preguntó ella– ¿Han comenzado a
matarnos?
–Creo que puede que sí –dijo él.
–¿Pretenden hacernos volar por los aires con fuego desde el cielo? –
preguntó ella– Que el Guía nos trate con misericordia, creía que nos
destrozarían antes con sus dientes y sus garras primero.
–Bueno, la verdad es que no tienen de eso, ¿no? –preguntó Rory– Son
más bien unas grandes pinzas verdes lo que tienen por manos –las imitó.
Ella frunció el ceño.

153
–¿Qué grandes pinzas verdes? –preguntó ella.
–Como tenazas.
–¿Quiénes las tienen?
–¡Los Guerreros de Hielo! Vamos, Vesta. La cosa verde y escamosa que
has visto en el bosque. ¿Con los ojos rojos?
Ella le miró, embobada.
–Vaya si tenía los ojos rojos –dijo ella, lentamente–, pero la cosa que vi no
era ni verde ni escamosa.
–Oh –dijo Rory, con los hombros hundidos–. Todo este tiempo, creo que
no hemos estado hablando de la misma cosa para nada.

154
CAPÍTULO 14.
NACIDO PARA ALZAR A LOS HIJOS DE LA TIERRA,
NACIDO PARA QUE RENAZCAN20
Sspada, el teniente del hacha del Señor de Hielo, le pasó el aparato de
comunicación a su maestro. Ixyldir estudió su despliegue compacto.
–¿Tiene un hacha porque se llama Sspada? –preguntó el Doctor, sentado
en la silla de respaldo alto con su barbilla en la mano– Solo digo, puede que se
volviera confuso si Sspada tuviera una espada. ¿Es por eso por lo que le
habéis dado un hacha?
Ixyldir ladeó su cabeza para observar el Doctor.
–Para un mamífero que está a punto de ser retirado del combate, eres
notablemente hablador –dijo él.
–¡Oh, pero esa es precisamente la razón! –le animó el Doctor, poniéndose
de pie de un bote.
Los Guerreros de Hielo a su alrededor se tensaron ligeramente, pensando
que estaba a punto de atacar al señor de su clan. Ixyldir alzó rápidamente una
mano enfundada en una armadura para tranquilizarles.
–Pretendéis matarme igualmente así que no creo que importe lo que digo
–dijo el Doctor–. Es una sensación muy liberadora, la verdad. Podría insultaros
en la cara, ¿no? Labios de lagarto. No va a suponer mucha diferencia. Quiero
decir, no va a empeorar las cosas. La muerte es la muerte.
–Hay cosas peores que la muerte –dijo el Señor de Hielo.
–¿En serio? Dime una.
–Deshonor.
El Doctor echó la cabeza hacia atrás y rio.
–Sabía que ibas a decir eso –dijo, entre risas–. Me encanta cuando los
Guerreros de Hielo habláis del honor y el deshonor. Es todo tan terriblemente
serio y profundo. Mi antiguo amigo el señor de la guerra Azylax siempre estaba
hablando de eso, todo el rato. Yo ponía los ojos en blanco. Vosotros, los
Guerreros de Hielo podéis ser tan pomposos sobre el tema.
–No hay ningún señor de la guerra llamado Azylax –dijo Ixyldir.
–No, para desgracia mía –declaró el Doctor. Él suspiró–. No, no lo hay. Al
menos, no lo va a haber hasta dentro de 9.000 años. De eso me doy cuenta
ahora, he mezclado mis Eras Migratorias Galácticas. No sabía si iba o venía. O
si vosotros ibais o veníais. En fin, mi cronometraje es malo, y eso es horrible
para mí, porque no hay un solo Guerrero de Hielo en este mundo o en

20Referencia al villancico Hark! The Angels Sing.

155
cualquier otro que pueda dar fe de mis credenciales –miró honradamente a
Ixyldir–. Pero sí lo harás, cuando hayamos acabado aquí –dijo él, y le guiñó el
ojo–. Te lo prometo. Me habrás ganado respeto. Como amigo o como enemigo.
Cuál de ellos depende enteramente de ti, lord Ixyldir del clan Tanssor.
–Cuando hayamos terminado aquí –respondió el Señor de Hielo–, este
mundo será un paraíso congelado, y tú serás un cadáver decapitado
pudriéndose en una de las horribles cubas de carne de este complejo. No me
impresionas ni me asustas, antigua estrella azul.
–Entonces volvamos a hablar del deshonor –sugirió el Doctor–. Quiero
decir, es un tema tan popular en vuestra raza. Os lo tomáis tan seriamente, sin
embargo, es tan maleable con vosotros.
–¿Maleable? –repitió Ixyldir.
–Significa flexible o fácil de cambiar de forma.
–Sé lo que significa.
El Doctor miró a los otros Guerreros de Hielo.
–El honor es un código por el que vivís… hasta que se vuelve
inconveniente –dijo él.
Sspada levantó su hacha.
–¡Parad! –ordenó el Señor de Hielo.
–¿Lo veis? –dijo el Doctor– Vuestro hombre aquí va a decapitar un
prisionero desarmado, solo porque ese prisionero desarmado resulta haber
dicho algo que no le ha gustado. ¿Cómo es posible que sea esa la acción de
un guerrero atado al honor?
–Tenemos nuestros principios –dijo Ixyldir–. También somos pragmáticos.
–Sí, lo sois –declaró el Doctor–. ¿Pero no va siendo ya hora de equilibrar
esos aspectos de vuestra cultura? Estáis buscando un nuevo hogar porque
Marte ha desaparecido.
–Nuestro planeta de origen, junto con todos los planetas en nuestro
sistema solar, han sido convertido en lugares inhabitables por la fase expansiva
de maduración de nuestra estrella.
–Los muérfanos de la Tierra están en el mismo barco, digámoslo así –dijo
el Doctor–. Y ellos han llegado aquí en primer lugar. Y este mundo es más un
hogar para ellos que para vosotros.
–Sigue siendo generalmente compatible con nuestras necesidades –dijo
el Señor de Hielo.
–¿Así que vais a quitarles el planeta y les vais a destruir? ¿Cómo es eso
honorable?
Ixyldir gruñó algo, un indicio de furia bajo la superficie.

156
–Nuestro requisito primario es el establecimiento de un nuevo hogar para
nuestro clan para que podamos reconstruir nuestra civilización –dijo él–. No
tenemos ningún problema particular con los refugiados humanos. Ninguna
malicia. Simplemente es una competición de recursos.
–Díselo a ellos –dijo el Doctor–. Les estáis matando.
–Por el momento, parece ser un proceso de dos lados –mostró el
despliegue en la pantalla del comunicador al Doctor.
El Doctor se inclinó hacia adelante, frunciendo el ceño profundamente
mientras descifraba los datos que estaba viendo.
–Habéis usado una de vuestras naves en una posición de espera
atmosférica baja. Estáis… disparando objetivos en superficie. ¡Ixyldir, has
ordenado a tus fuerzas una ofensiva de terreno abierto!
–¿Y por qué habría hecho eso, antigua estrella azul?
El Doctor parpadeó.
–No… Espera, ¿cómo puede ser eso? Estáis luchando con algo. ¡Estáis
luchando con algo que está respondiendo!
–Tu implicación emocional es interesante–dijo Ixyldir–. No soy experto en
microexpresión mamífera, pero tu sorpresa me parece bastante genuina.
Imagino, sin embargo, que esto es porque eres un espía entrenado y un agente
infiltrado. Te ofrezco una última oportunidad para cesar tu constante
desinformación. Estoy de acuerdo en hacer tu muerte rápida e indolora. Dime
la localización de tu nave.
–¿Mi nave?
–¿Dónde está oculta? ¿Cuántos operativos militares más llevas ahí
dentro?
–Espera –dijo el Doctor–. Espera, espera, espera, espera. ¡Espera-un-
minuto! –comenzó a pasearse, desconcertado– Has dicho que estabais
manteniendo vigilancia en el planeta. ¿Habéis estado monitorizando la
población humana en Enadelante desde que llegasteis hace diez años?
–Sí.
–¿Clasificándolos individualmente por sus registros caloríficos?
–Sí.
–Resumiendo, en este tiempo, ¿cuál era la población de Enadelante, lord
Ixyldir?
Ixyldir se detuvo, considerando los pros y los contras de entregar la
información. Finalmente, respondió:
–Combinada, los tres asentamientos humanos representan una población
global de unos 19.000.

157
Fue el turno del Doctor de detenerse. Su mente estaba acelerándose.
–Pero recientemente –siguió él–, ¿la naturaleza de la batalla ha
cambiado? ¿Os ha obligado a salir al descubierto?
–Sí.
–Habéis detectado nuevas llegadas, ¿como mis amigos y yo?
–Sí –gruñó Ixyldir, impacientándose.
–¿Y distinguís entre la población preexistente y los recién llegados por las
marcas caloríficas?
–Las marcas caloríficas no mienten –dijo el Señor de Hielo.
El Doctor suspiró.
–Lánzame un poco más de información, lord Ixyldir –dijo él–. Estamos a
punto de tener un intercambio realmente crucial de información. Todo que ha
pasado desde ahora puede que dependa de ello. Comenzaré diciéndote algo,
con el espíritu del libre y sincero debate. Yo he llegado aquí, en mi nave, con
dos acompañantes. Eso es todo. Un total de tres recién llegados. Llegamos
aquí ayer.
Ixyldir giró su cabeza lentamente y miró a Sspada. Entonces volvió a
mirar al Doctor.
–Lord Ixyldir –dijo el Doctor–, según vuestros escáneres, ¿cuántas
nuevas marcas caloríficas han aparecido nuevas según la población humana
existente aquí?
El Señor de Hielo se permitió una pausa glacial antes de responder:
–Ciento cincuenta –respondió él.

–¡Aquí abajo! –gritó Amy.


Ella estaba abriendo camino, con su abrigo de lana volando tras ella.
Samewell y Arabel estaban corriendo para estar a su nivel.
–¡Están detrás de nosotros, Amy! –gritó Bel.
Amy echó la vista atrás. Treinta y cinco metros por detrás, dos Guerreros
de Hielo habían aparecido en una plataforma grúa y estaban siguiendo a los
tres humanos hacia el puente de rejilla hecho con trozos de nave que cruzaba
por una ancha cámara de turbinas. En los pasados cinco minutos, Amy y sus
acompañantes habían sido perseguidos a través de cuatros grandes
compartimentos justo como aquel. Cada vez que salían hacia una plataforma o
puente en un nivel distinto. Cada vez, creían ellos, durante breve tiempo, se
habían librado finalmente de sus perseguidores.

158
Pero cada vez, los Guerreros de Hielo habían aparecido, inexorablemente
buscándoles y dándoles caza.
El puente por el que estaban cruzando en ese momento cruzaba una gran
cámara en un nivel particularmente alto. Otras varias pasarelas entrecruzaban
la cámara a diferentes niveles por debajo de ellos. Muy por debajo de los
puentes, en el fondo de una espeluznante caída, había una gran cavidad que
parecía como el cuerpo de un volcán en activo. Fuego fundido hervía y estaba
enturbiado allí abajo, un pozo abismal de llamas. Podían percibir el calor
alzándose a través del espacio del compartimento. Muy por encima de ellos,
desplegados velas, unos titánicos conductos térmicos estaban colocados para
conducir y dirigir el calor.
–¡No podemos correr para siempre! –chilló Samewell.
–¡Miradme! –gritó Amy.
Arabel soltó un grito de desesperación.
–¡Mirad! –chilló ella.
Amy frenó en seco. Estaban a mitad de la larga pasarela con barandilla.
Tres Guerreros de Hielo más acababan de aparecer en el otro extremo de la
pasarela. Los Guerreros de Hielo les estaban cerrando por ambos lados.
Estaban atrapados en el medio del puente. No había ningún lugar al que
ir.
–¿Qué hacemos? –preguntó Samewell.
–Nos rendimos, ¿no? –dijo Arabel.
–¡No! –dijo Amy con firmeza– No nos llevarán vivos –miró a su alrededor.
Levantó la mirada. Se aferró a la barandilla, se inclinó y bajó la mirada–.
Saltamos –decidió ella.
–¿Estás loca? –preguntó Samewell.
–¿Para matarnos nosotros y que así no nos capturen? –preguntó Arabel.
–¡No! –respondió Amy– ¿Por qué me tomáis? ¡No soy tan estúpida como
para matarme! ¡Saltamos hacia esa otra!
Ella señaló.
La más cercana de las pasarelas-puente bajo ellos estaba a unos pocos
metros por debajo. Estaban casi directamente por encima del punto en el que
los dos puentes se cruzaban.
–¡Nunca lo conseguiremos! –objetó Arabel– ¡Saltaremos y fallaremos!
–¡No fallaremos! –respondió Amy. Comenzó a elevarse por encima de la
barandilla, sujetándose con sus manos. Miró hacia abajo. Parecía demasiado
lejos. Parecía ridículamente demasiado lejos. Era como saltar de una cuerda
esperando aterrizar en otra cuerda.

159
–¡Podemos hacerlo! –insistió ella.
Ella les miró. Arabel y Samewell estaban agarrándose el uno al otro
mirándola, asustados.
–¡Vamos! –chilló Amy– ¡Mirad qué cerca están ahora!
Bel y Samewell miraron a su alrededor. Los dos Guerreros de Hielo tras
ellos estaban acercándose rápidamente. Los tres que venían por el otro camino
estaban tan cercanos, que ya no había tanto trecho entre ellos.
–¿Alguna idea mejor? –chilló Amy– ¿No? ¡Entonces, vamos! ¡Ahora!
Con unos quejidos proferidos de resistencia y miedo, los dos muérfanos
se subieron por encima de la barandilla a su lado.
–Es tan alto, temo que me vaya a desmayar –dijo Bel.
–Intenta que no –dijo Amy–. Vale, vale. Iré primero. Os mostraré cómo se
hace. Vale.
Sentados, la miraron.
–Vale, voy –dijo Amy. Sus manos no parecían querer soltar la barandilla.
Realmente había un trecho muy, muy largo. ¿En qué había estado pensando?
No podría hacerlo. Era una locura. Era una locura, una mala locura. Aunque sí
saltaba, y no fallaba en llegar al puente, se rompería una pierna, o un cuello, u
otra cosa que no estaba directamente dispuesta a dañarse.
–¿A… Amy? –dijo Bel. Su voz estaba temblando– Amy, ¿vamos a hacer
esto?
–Sí, lo vamos a hacer. Espera un momento. Vale, vale. Estoy… vale.
¿Listos? Estoy lista. Vale. Vamos allá –Amy tragó saliva–. La verdad–dijo ella–,
es que creo que quizá pueda estar un poco lejos.
Miró a su alrededor hacia Bel y a Samewell, justo para ver a un Guerrero
de Hielo alargando una gigantesca mano con forma de pinza para agarrarles.
–¡Jerónimo! –gritó ella.
Y saltó.

–¿Rory? –preguntó Vesta– Rory, ¿qué estás haciendo?


Rory no respondió inmediatamente. Estaba moviéndose alrededor del
salón de la asamblea, moviendo bancos y dando golpes en los paneles de
madera de las paredes.
–¿No era verde? –preguntó él– ¿La cosa que viste? ¿En los bosques?
¿Eso? ¿No era grande y verde?
–Era un monstruo –dijo Vesta–. Un gran monstruo con garras y ojos rojos,
pero no era nada como la cosa verde que has descrito.

160
Rory repasó con sus manos una pared de paneles, escuchando.
–Es justo decir –dijo él–, que no he estado del todo acertado en esta
situación desde que he llegado. Pero ahora realmente no sé qué está pasando.
Quiero decir, no tengo ni idea. ¿Es posible que estemos en medio de algún tipo
de guerra de la que no sepamos nada?
–No lo sé, Rory –dijo Vesta. Cada brillo e impacto desde el exterior la
hacía botar y mirar hacia las ventanas. El cielo nocturno estaba iluminado de
naranja con las llamas de los árboles ardiendo. Los ruidos de la batalla estaban
acercándose.
–¿Qué estás haciendo? –preguntó ella de nuevo.
–Estoy buscando… –comenzó Rory. Dejó caer sus manos y se levantó
después de examinar la viga que había estado observando. Negó con la
cabeza– No sé qué estoy buscando –dijo él–. El Doctor convirtió esta
habitación en algún tipo de estación de comunicaciones. Un receptor. Solo he
pensado que… si él pudo convertirla desde su extremo, yo debería ser capaz
de hacer lo mismo aquí. Debería haber controles, escondidos en algún lugar,
supongo. Quizás hayan sido cubiertos con tablas o paneles porque los
muérfanos no sabían para qué eran. Creía que podría ser capaz de
encontrarlos.
Vesta se encogió de hombros.
–Solo el Guía lo sabe –dijo ella. Se aclaró la garganta–. Rory –dijo ella–,
creo que quiero ir a esconderme en el granero con los otros. Creo que es el
lugar más seguro.
Él la miró.
–Sí, eso tiene sentido –dijo él–. Deberías hacerlo. ¿Quieres que te lleve
allí?
–No, ya puedo ir yo. ¿Estarás bien?
–Sí, yo… –la voz de Rory se quebró. Él la miró con tanta intención que
ella se rio y negó con la cabeza por la confusión.
–¿Qué? –preguntó ella.
–¿He dicho que estaba buscando los controles y tú has dicho…?
–¡No lo sé, Rory! –dijo ella.
–Tú has dicho, “Solo el Guía lo sabe” –sonrió él– No estoy pensándolo
bien. Quería intentar y hacer que este lugar funcionara, para que así pudiera
acceder al Guía, tenía una forma de mandárselo al Doctor. Pero puedo matar
dos pájaros de un tiro. Tu Emanual del Guía me dirá cómo operar esta
estación. Eso tiene sentido.
Se giró y caminó hacia las puertas traseras del salón de la asamblea.
Vesta corrió tras él, con sus faldas recogidas.

161
–¿Vas a entrar ahí de verdad? –preguntó ella– ¿En la Encriptación?
–Sí –respondió él.
–¿A pesar de que no eres del consejo de Bordeada y se te ha negado
expresamente el permiso?
Todavía andando, Rory señaló hacia las ventanas del salón y el aterrador
brillo de la refriega.
–¿Hola? –dijo– ¿Un mal menor?
–Pero… –comenzó ella.
–Vesta, creo que la solución de todos los varios y problemáticos
problemas está en esta habitación. El Doctor también lo piensa. Así que será
mejor que sigamos adelante y la encontremos, porque la alternativa no es muy
agradable.
Rory alargó la mano en busca de las puertas dobles. La vieja Winnowner,
la protectora de la llave, las había cerrado. Comenzó a forzar y empujarlas,
pero estaban construidas sólidamente y aseguradas bastante bien.
Puso su hombro contra la puerta y empujó.
–Au –dijo él, frotándose el hombro–. Eso no va a funcionar. Necesito otra
cosa. Un hacha o una palanca.
Se giró de las puertas y se encontró a sí mismo nariz con nariz con el
extremo puntiagudo del pecho de Jack Duggat.
–¡Ey! –dijo él, retrocediendo.
–Estabas intentando entrar por la fuerza en la Encriptación –dijo Jack,
sujetando la herramienta de granja como un rifle con una bayoneta fijada.
–Es realmente importante que entre ahí dentro –dijo Rory.
–¡Lo es, Jack! –declaró Vesta.
–Es vital cat-A que no lo hagas –respondió Jack, enfáticamente–. ¡Mira
qué he encontrado! –gritó por encima de su hombro– ¡Justo como temías!
La vieja Winnowner cruzó las puertas principales del salón tras él. Estaba
sin respiración por apresurarse a través de la nieve.
–Ya veo –dijo ella.
–Qué bueno es que me hayas enviado aquí directamente –dijo Jack, sin
relajar su agarre en el sacho.
–Vesta Flurrish, me sorprendes –dijo la vieja Winnowner cuando se
acercó a ellos–. Traicionando todo por lo que hemos trabajado.
–Dale la llave y déjale entrar, Winnowner Cropper –dijo Vesta con
firmeza–. ¿No puedes ver que es amigo?

162
–No tengo prueba de ello –respondió la vieja Winnowner.
–¿Entonces no puedes ver lo que está sucediendo ahí fuera? –preguntó
Vesta– ¡Fuego que sale del cielo! ¡Estrellas que caen! ¡El final del mundo! ¡Una
ruina y desastre como jamás hemos podido imaginar! ¿Te quedarás viéndolo o
intentarás detenerlo?
–Está siendo detenido –dijo la anciana–. Eso es todo lo que hay que
hacer. Está en las manos del Guía. Ahora, Jack, cógeles. Les llevaremos al
granero con nosotros.
–¡No voy a ir a ningún lugar! –gritó Rory.
–¿En serio? –preguntó Jack.
Rory retrocedió.
–Entendedlo como queráis, y sí va en serio –declaró él.
Jack y la anciana les obligaron a salir de la asamblea. La fría y clara
noche en el exterior era naranja brillante por las llamas. La nave, todavía
sobrevolando la zona, seguía su inexorable persecución en objetivos terrestres
en las colinas. Podían oler el humo por los árboles que ardían.
En la plaza central del pueblo, la nieve estaba pisoteada. Los fuegos
emitían unas largas y torcidas sombras por la nieve rota. Los sonidos de la
batalla eran más cercanos. Parecía que algunos de los edificios externos del
pueblo cerca de las casas de calor estaban en llamas en ese momento.
–Rápidamente, llévales a los graneros –dijo Winnowner.
–Creo que estamos colocando excesiva fe en las propiedades protectoras
del almacenaje agrícola –dijo Rory.
Vesta chilló.
En el extremo alejado de la plaza del pueblo, habían aparecido dos
Guerreros de Hielo. Ambos blandían espadas. Ignorando los cuatro humanos
fuera del salón de la asamblea, caminaron a través de la plaza como si
estuvieran persiguiendo un adversario invisible a través de los callejones entre
las casas de enfrente. Desaparecieron de la vista tras el granero.
–¡Oh, Guía! –dijo Vesta– ¿Qué son esas cosas?
–Guerreros de Hielo –dijo Rory. Podía ver el miedo en las caras de los
muérfanos. Incluso la resolución de Winnowner se había diezmado ante el
atisbo de los altísimos alienígenas.
–¿Vais a comenzar a creerme? –preguntó Rory.
Winnowner no respondía. Hubo un repentino y terrible sonido de impacto
desde la dirección del granero. Era el ruido de cuerpos chocando contra tablas
de madera, de madera astillándose, de armaduras dentándose.
–Haz que vuelvan dentro, Jack –dijo Winnowner–. Date prisa.

163
Antes de poderse girar, algo apareció en el techo del granero. Había
saltado allí de un salto, como un gato grande. Bajó acechando por el grueso de
nieve del tejado del edificio, moviéndose a cuatro patas, y luego saltó hasta la
plaza y comenzó a venir directamente hacia ellos con un paso flexible y a
zancadas.
Sus ojos brillaban de color rojo bajo la luz de las llamas.
Rory, Vesta, Winnowner y Jack retrocedieron hasta que sintieron las
puertas de la asamblea tras ellos.
–¡Oh, Guía! ¡Oh, Guía! –balbuceó Vesta, aterrada– Eso es. Eso es lo que
he visto en los bosques. ¡Es esa cosa!

Amy aterrizó, en sus pies, en el medio de la pasarela-puente. Hizo un


sonido metálico resonante que estremeció todo el metal de la estructura entera.
Lentamente, abrió los ojos, esperando ver si había algún rastro de cosas como,
por ejemplo, dolor horrible, que le pudiera decir que se había roto algo
significante o matado.
Parecía estar intacta.
–Oh, dios mío, ha funcionado –se maravilló.
Otro alto sonido metálico hizo temblar el puente y casi la noqueó.
Samewell había aterrizado a su lado. Su aterrizaje no había sido tan limpio
como el de Amy. Hizo la croqueta cuando aterrizó, y casi salió de la pasarela
bajo la más baja de las barras de la barandilla. Amy chirrió y le agarró,
empujándole hacia atrás.
–¡No caigas! ¡No caigas! ¡No caigas! –chilló ella.
–¿Estoy bien? ¿He aterrizado? –preguntó Samewell, desconcertado por
toda la experiencia.
Amy levantó la mirada para ver a Bel cayendo hacia ellos. Sus largas
faldas se hincharon casi como el forro de un paracaídas.
Arabel falló al aterrizar la pasarela. Había saltado demasiado poco.
Amy gritó por terror cuando Bel botó fuera de la barandilla y fue hacia
atrás, cayéndose hacia las fieras profundidades.
Dejó de caer con un frenazo violento. Sus faldas se habían enganchado
en la barandilla. Bel estaba colgando bocabajo del lado del puente con sus
faldas de invierno, sus brazos zarandeándose.
–¡Agárrala! ¡Súbela! –gritó Amy. Ella y Samewell se apresuraron a
acercarse a la barandilla y se inclinó, cada uno de ellos estirando ambas
manos intentando agarrar y aferrar la silueta invertida de Arabel.
Hubo un largo, lento y ominoso sonido de la ropa rompiéndose.

164
–¡Arabel Flurrish! –chilló Samewell– ¡Si te caes y mueres, te voy a matar!
–¡Agarra mi mano! –chilló Amy– ¡Bel, agárrame la mano!
Las faldas de Arabel se rompieron. Desenganchada de la breve
suspensión de la barandilla, se cayó.
Amy y Samewell expulsaron el aire cuando tomaron su peso,
esforzándose para sujetarla. Samewell tenía ambas manos aferrada a la mano
derecha de Bel. Amy tenía una mano enganchada alrededor de la izquierda de
Bel. Arabel estaba colgando por sus brazos bocarriba.
Pero Samewell y Amy estaban apoyados tanto que Bel estaba en peligro
de empujarlos a ambos por encima de la barandilla.
–¡Levantadla! –berreó Amy.
–¡No… puedo! –jadeó Samewell.
–¡Levantadla ahora! ¡Ahora! ¡Antes de que nos caigamos todos! –le dijo
Amy, tosiendo por el esfuerzo– ¡En tres! ¡Uno… dos… tres!
Empujaron hacia arriba.
Bel subió en un rápido movimiento, y los tres fueron impulsados hacia
arriba por encima de la barandilla y acabaron amontonados en la pasarela en
un montón desordenado.
–No voy a hacer eso otra vez –dijo Bel.
Amy se levantó. Los frustrados Guerreros de Hielo les lanzaban miradas
de odio desde el puente de encima.
–¡Vamos! –apremió ella a los dos jóvenes muérfanos– ¡Levantaos y
vamos!
Samewell ayudó a Bel a ponerse en pie, y ambos siguieron a Amy por la
pasarela hacia la compuerta de salida. La pasarela de metal resonó bajo sus
pies.
De repente, hizo algo más que resonar. Se sacudió como si el puente
hubiera sido sacudido por una bola demoledora. El estremecimiento violento
hizo que los tres se tambalearan.
Amy echó la vista atrás.
Un Guerrero de Hielo estaba lentamente levantándose de una posición
agachada en la pasarela detrás de ellos. Había saltado de la pasarela de
encima y había aterrizado a duras penas donde ellos habían aterrizado.
Había algo completamente terrorífico sobre la inesperada muestra de
agilidad de la gigantesca cosa verde.

165
Se alzó hasta su completa altura y alargó su puño derecho sobre su
hombro izquierdo para agarrar el mango de la espada asegurada por su ancha
espalda. Blandió la espada, la levantó y comenzó a perseguirles de nuevo.
–¿Sabéis qué es lo que no dejo de decir? –chilló Amy.
–¿Te refieres a lo de correr? –preguntó Bel.
–Sí –dijo Amy–. ¿Podéis ahorrarme tiempo y tomarlo como una constante
a partir de ahora?
Un segundo Guerrero de Hielo cayó como una roca del puente de encima.
Aterrizó tras el primero, fallando en la plataforma principal, pero impactando
como Arabel había hecho, contra la barandilla. Unas garras como pinzas se
cerraron alrededor de la barandilla para prevenir que se cayera. La barandilla
de metal se doblegó y se zarandeó por la colisión.
Lenta y torpemente subió por encima de la barandilla y subió al puente.
Allí, se desabrochó el hacha bélica anclada en su espalda y partió tras el
primero.
Amy estaba a una corta distancia desde la seguridad de la compuerta.
Alargó su mano para poder tocar el lector de palma en cuanto llegara ella y
abriera la puerta. Si podían cruzarla y cerrar la compuerta de nuevo, los
Guerreros de Hielo tendrían que detenerse para taladrar el cerrojo y eso les
daría un poco más de tiempo.
La compuerta comenzó a abrirse. No había tocado el lector. Algo en el
otro lado había activado el sistema de cerrojo.
Amy resbaló para frenar, y Bel y Samewell se estrellaron tras ella por
detrás. Todo en lo que Amy pudo pensar era que los Guerreros de Hielo habían
aprendido de alguna manera a cómo abrir los cerrojos.
Algo cruzó la compuerta y salió al puente para encararles.
No era un Guerrero de Hielo.
Los tres pegaron un grito.

–¿Sabes qué voy a hacer? –le preguntó el Doctor a Ixyldir– No puedo


creer que vaya a decir esto, pero, ¿sabes qué voy a hacer?
–¿Qué? –preguntó el Señor de Hielo.
–Voy a ayudaros –respondió el Doctor.
–¿Ayudarme?
–Ayudaros a todos. Hay un nivel en esta situación que ninguno de
nosotros habría anticipado.
–No creo que nos podamos fiar –respondió Ixyldir.

166
El Doctor negó con la cabeza, y arrancó el comunicador de la mano del
Señor de Hielo. Sspada y otros dos Guerreros de Hielo reaccionaron para
detenerle, pero el Doctor se agachó y les esquivó como si fueran la menor de
sus preocupaciones. Estaba ocupado examinando las muestras del
comunicador.
–Os están dando una paliza, Ixyldir –dijo él, leyendo los datos–. Tu lenta y
fría guerra se ha convertido en una rápida y caliente. Esto no es lo que estabas
esperando para nada, ¿verdad?
Miró al Señor de Hielo.
–¿Lo es? –repitió él– No estoy diciendo que no estéis preparados para
luchar. Sois Guerreros de Hielo, por el amor de Dios. Pero este no es el
escenario en el que esperabais comenzar vuestra ofensiva hace diez años,
¿verdad?
–No –dijo el Señor de Hielo.
–Aumento –dijo el Doctor–. Lo has dicho tú mismo. Os puedo ayudar,
pero solo si comenzáis a cooperar conmigo rápidamente. Y quiero decir, muy
rápidamente. Ni siquiera tenemos que confiar entre nosotros por completo,
pero si no tenemos esta situación bajo control, van a haber muchas muertes.
Muérfanas, Guerreros de Hielo. Muertes innecesarias. Este mundo será
residual, posiblemente la razón por la que no tendrá sentido llevar a cabo
ningún esfuerzo colonial. ¡Vamos, señor Ixyldir del clan Tanssor! ¡Sé inteligente!
El Señor de Hielo pareció tomar una eternidad en responder.
–¿Qué forma podría tomar esta cooperación? –preguntó él.
Los Guerreros de Hielo tras él giraron sus pesadas cabezas para mirarse
entre ellos.
El Doctor sonrió.
–¡Ese es el espíritu, Ix! ¡Ese es el espíritu! ¡Estáis comenzando a
derretiros y perdón por la broma! ¡Este podría ser el principio de una hermosa
amistad, Ix! ¿Te puedo llamar Ix?
–Ciertamente no.
–Bueno, ya lo solucionaremos. Esto es lo que necesito en primer lugar.
Tenemos que encontrar otro complejo como este, este centro de comunicación
por telepresencia –el Doctor señaló a la cámara en la que estaban–. El buen
trabajo del hacha de Sspada ha hecho, digamos, un buen trabajo sacando todo
el relleno de los sistemas de aquí –dijo él–. Podría arreglarlo, pero francamente
tardaría más tiempo del que tenemos a nuestra disposición. Debe de haber
otra. Has estado abriéndote camino a través de este complejo durante años,
abriendo las puertas cortándolas. Debéis de haber encontrado uno o dos hasta
ahora. Preferiblemente, una sala de controles más significativa que esta. Esta
es solo una estación secundaria. ¿Sabéis de ninguna sala principal de orden y
control?

167
Lord Ixyldir miró a Sspada.
–Nivel ssssseisssss –silbó el Guerrero de Hielo.
–¡Vámonos! –gritó el Doctor– Dirige tú el camino, Sspada. Lord Ixyldir,
caminaremos y hablaremos.
Sspada abrió el camino fuera de la cámara. Los otros Guerreros de Hielo
se colocaron alrededor del Doctor y de lord Ixyldir como una escolta de
guardias de honor.
–¡Camina todo lo rápido que podáis! –les apremió el Doctor. Miró a
Ixyldir– Necesito conocer los detalles de vuestra operación –dijo él–. Es vital.
En otras varias ocasiones, he sabido de vuestra gente instigando los procesos
de terraformación en mundos objetivos. Sois bastante buenos en ello.
–Cuando nuestra flota de migración entró en este cuadrante, este planeta
se mostró como el candidato más ideal para el reajustamiento –respondió el
Señor de Hielo–. Una observación a largo plazo confirmó que reunía la mayoría
de nuestros criterios de colonización. Conseguimos establecer órbita, detectar
la ingeniería climática y entonces esperamos para que el proceso se
completara entrando en hibernación en nuestras naves.
–¿Cuándo planeabais usar la tecnología de la siembra para provocar las
alteraciones climáticas? –preguntó el Doctor.
–¿Te es familiar esa técnica? –preguntó Ixyldir, sorprendido.
–La he detenido más de una vez, la verdad –dijo el Doctor–. Pero es muy
eficiente. La desestabilización de los niveles de dióxido de carbono es a
menudo todo lo que implica para inducir una fase global ártica en un mundo de
clase M.
Abandonaron la oscuridad de los túneles y siguieron por una ancha
pasarela con barandillas alrededor del borde de una caverna de turbinas.
–Una vez estuvimos en órbita –dijo el Señor de Hielo–, nos dimos cuenta
de que ya se había establecido una colonia humana en el planeta candidato.
Había estado aquí durante cierto tiempo y, a pesar de que era
comparadamente pequeña, había construido unos procesadores de
terraformación de tamaño y efecto significativos. Este proceso había estado
llevándose a cabo durante varias generaciones y ya estaba comenzando a
inducir un cambio.
–Así que pensasteis, “¿Por qué molestarnos en establecer nuestro
programa de terraformación cuando podemos hacer lo contrario? ¿Por qué no
reestructurar el que ya está ahí?”
–Esa nos pareció ser la opción más viable.
El Doctor negó con la cabeza con tristeza.
–Ahí es donde tú y yo nos vemos obligados a discordar, lord Ixyldir. Esa
ha sido una apertura muy deshonesta. Decidisteis robar un planeta de debajo

168
de la nariz de estos colonos, os apropiasteis de sus terraformadores para que
hicieran el trabajo duro por vosotros, y, esencialmente, mandasteis a una o dos
generaciones a una extinción lenta, larga y amarga. Firmasteis sus órdenes de
asesinato, lord Ixyldir, pero dejasteis que la nieve y el hielo hicieran la
verdadera matanza en vuestro lugar. No tuvisteis el suficiente respeto por
vuestro adversario como para apretar vosotros mismos el gatillo. Juego sucio,
lord Ixyldir. Eso es juego sucio.
–No entiendo tu referencia –respondió el Señor de Hielo.
–No es muy honorable, ¿lo es? –respondió el Doctor– Eso es lo que digo.
Robo, a nivel planetario.
–Este tampoco era el planeta de los humanos. Lo seleccionaron y lo
reclamaron. Meramente estábamos haciendo lo mismo.
–Pero ellos estaban aquí en primer lugar, Ixyldir. Es un poco parecido a
una discusión de patio de colegio “él dijo, ella dijo”, lo sé, ¿pero sabes qué? La
mayoría de los sistemas de honor se construyen en unos conceptos muy
básicos y sencillos de propiedad, o respeto, o reclamación en primer lugar, o de
precedencia. Los humanos estaban aquí primero, Ixyldir. Vosotros decidisteis
que estaban en vuestro camino, y decidisteis robar su tecnología para
erradicarles. No me hables sobre el honor.
–Era cuestión de supervivencia –objetó Ixyldir.
–Ah, sí, el famoso pragmatismo de los Guerreros de Hielo. No pretendíais
hacerle daño a nadie, pero os visteis obligados a hacerlo para sobrevivir. Lord
Ixyldir, la deliberada y sistemática erradicación de una población entera se
llama genocidio, y tampoco se considera honorable. No es de donde viene la
gente amable.
–¡Teníamos que sobrevivir! ¡Este era un planeta viable…!
–Teníais una flota de naves, Señor de Hielo. Podríais haber ido a otra
parte. Los humanos no tenían opción.
Ixyldir no respondió. Durante unos pocos minutos, a medida que el grupo
seguia caminando, entrando en un largo y metálico vestíbulo, el único sonido
era el pisar de sus pies y el murmullo de los motores que estaban construyendo
el mundo.
–En fin –dijo el Doctor, al final–. Será mejor que no debatamos vuestro
proceso de tomar decisiones no-demasiado-honorable-para-nada.
Comenzasteis a toquetear en los terraformadores. Eso fue hace diez años.
Sabíais que iba a ser un proceso gradual que llevaría su tiempo, pero teníais
mucho de eso, ¿no? Los sistemas de hibernación en vuestras naves. Vuestras
vidas son, de forma natural, tres o cuatro veces la de esos humanos. Podíais
permitiros jugar por el camino largo. Los muérfanos, ya sabes, dicen que la
paciencia es algo grande. Es una cualidad fundamental de su cultura. No es
una sencilla paciencia como la vuestra donde os podéis pasar durmiendo todo
el día. Estoy hablando de paciencia requerida para vivir y trabajar cada día,

169
generación tras generación, para un futuro ideal que beneficiará a sus
descendientes. Es admirablemente desinteresado. ¿No lo crees?
–Es… merecedor de respeto.
–Lo es, ¿verdad? –preguntó el Doctor– Solo trabajan por el futuro. Hacen
su contribución. No se llevan recompensa. Solo invierten el esfuerzo de sus
vidas por el bien de otras personas a las que nunca van a conocer.
Llegaron a otra sala de turbinas, y Sspada les llevó por una escalera de
metal hacia un nivel superior.
–Así que, ¿qué hay de vuestros retoques? –dijo el Doctor– ¿Usasteis
tecnología de semilla en primer lugar?
–Las culturas de semillas modificadas se introdujeron en los sistemas de
terraformación primaria. Los resultados iniciales fueron positivos.
–Pero acabasteis llegando a un punto álgido –dijo el Doctor–. Al cabo del
tiempo, a medida que los inviernos comenzaban a volverse más fríos, los
sistemas automáticos de monitorización gobernando los sistemas de
terraformación comenzaron a darse cuenta de que había un problema.
Llevaron a cabo revisiones de auto-diagnóstico e identificaron propiedades
alienígenas en el sistema. Necesitaban resolver el problema así que
accedieron a las bibliotecas de ADN, reabrieron los bancos de carne y
provocaron una nueva camada de transratas para limpiar el sistema.
–Las alimañas fue nuestro primer problema –reconoció Ixyldir.
–Las transratas son resistentes –dijo el Doctor–. Cuantas más matas, más
se crean. Debe de haberse convertido en algo parecido a una guerra. Una
guerra de guerrillas, llevándose a cabo bajo la tierra de las montañas, donde
los muérfanos no podían mirar.
–Iniciamos una persecución de las alimañas. El problema llevó casi un
año hasta estar controlado.
–¿Usasteis disruptores sónicos estándares, y os visteis obligados a
destruir parte de los bancos de ADN y granjas de carne para que los
terraformadores no siguieran produciendo transratas de sustitución?
–Sí.
–Y aun así, no era suficiente, ¿verdad? –preguntó el Doctor– Son
resistentes, como he dicho. Al cabo del tiempo, debisteis de haberos dado
cuenta de que no podíais ganar a las transratas. ¿Teníais que encontrar una
forma a su alrededor para que ya no fueran un impedimento a vuestros
esquemas?
–Nos vimos obligados a seleccionar alternativas a los procesos que
habíamos iniciado en primer lugar –respondió Ixyldir–, los procesos que las
alimañas han desactivado. La tecnología de semilla ya no era viable, porque
las alimañas simplemente la devoraron.

170
–¿Comenzasteis a convertir realmente los terraformadores mismos?
¿Recalibrasteis sus sistemas?
–Sí.
–Y ahí es cuando las cosas se pusieron peliagudas, ¿verdad? –preguntó
el Doctor.
–¡Aquí! –dijo Sspada abruptamente.
El Doctor siguió a los Guerreros de Hielo a través de la gran compuerta,
compuerta que el lector de palmas había taladrado.
Entraron en una sala de control bien iluminada y gigantesca. Había varios
bancos de consolas como el de la cámara de telepresencia, cada uno con una
hilera de sillas de respaldo alto. La cámara misma tenía vistas a uno de los
crisoles de secuencia secundaria prebiótica a través de una pared gigantesca
de cristal. El Doctor se detuvo para disfrutar de la vista del gigantesco árbol
metálico. Una llovizna de los sistemas de nube arremolinados en el techo de la
cámara de crisol se agolpaba contra la pared de cristal como una ligera lluvia
de verano.
–Sí –asintió el Doctor–. Esto servirá muy bien. Un nexo central de
operación. Me habría llevado años encontrar esto, especialmente con vosotros
persiguiéndome.
–¿Qué pasa ahora? –preguntó Ixyldir– Si nos has engañado para revelar
la localización de este complejo, te mataré yo mismo.
–No esperaría menos –respondió el Doctor. Se sentó en una de las
mesas de trabajo y comenzó a toquetear los controles, encendiendo hileras de
indicadores de funciones y pequeñas lecturas holográficas.
–Ya ves, Ixyldir –dijo él, mientras trabajaba–, lo que pienso que ha pasado
es esto. Habéis toqueteado los terraformadores. Los sistemas os detectaron, y
crearon las transratas para solucionar el problema. Así que comenzasteis a
molestar de una forma distinta con el problema de las transratas, así que el
sistema lo detectó también. No le quedaban muchas más opciones, así que
tenía que hacer algo bastante radical.
El Doctor se giró para mirar al Señor de Hielo.
–Construyó otra cosa, Ixyldir –dijo él–. Algo más grande y más molesto.
Con lo que le quedaba en las granjas de carne, creó otra cosa distinta.
–¿Cuál, antigua estrella azul? –preguntó Ixyldir.
El Doctor se encogió de hombros.
–El siguiente paso efectivo más allá de las transratas. Algo transhumano,
es mi suposición. Y eso es contra lo que estáis luchando ahora.

171
CAPÍTULO 15.
APARECIENDO AHORA EN CARNE Y HUESO21
La cosa saltó hacia el puente. Estaba haciendo un ruido en su garganta
que era parte gruñido, parte ronroneo. Sus garras de metal tintinearon en la
pasarela de rejilla a medida que daba cada paso.
Amy, Bel y Samewell retrocedieron, casi olvidando que un par de
Guerreros de Hielo estaba acercándoseles desde atrás.
Era una cosa monstruosa. Era casi un hombre, un gigantesco y esbelto
hombre bien musculado, de la misma manera que una transrata era casi una
rata. Había sido seriamente biodiseñado. Sus pies y sus manos eran implantes
cibernéticos que extraían unas grandes garras de acero. Amy se dio cuenta,
con un creciente asco, que podía ver donde los huesos de las manos estaban
fusionados con revestimiento de metal. Unos cables armados flexibles estaban
entramados en su piel como arterias externas y su piel cicatricada de color rosa
bebé estaba arrugada con cicatrices de injertos, y estaba cubierta con ranuras
y enchufes quirúrgicos. Se movía a cuatro patas como un gato gigante. Había
indicaciones inquietantes de que su ADN humano había sido fusionado con el
de un depredador más grande, como un leopardo o una pantera, alterando su
columna vertebral, caderas y piernas para que pudiera moverse fluida y
cómodamente en forma cuadrúpeda. Olía a carne y a sangre y a pañuelos
usados. De cintura para arriba, habría sido fácilmente tan grande como los
Guerreros de Hielo, quizás unos tres metros de alto.
Su cara era una calavera humana que había sido reforzada con acero
cromado y ajustado, como un coche normal customizado como un Hot Rod. La
mandíbula era enorme, y la barbilla era puntiaguda y prominente, como para
poder acomodar el brillante conjunto de colmillos monstruosos. Los dientes,
dos veces del tamaño de una dentición humana adulta, estaba cubiertos de
acero como instrumentos médicos precisos. Tenía toda una sonrisa llena de
bisturíes. Sin labios ni mejillas, los dientes formaban una sonrisa permanente.
La parte superior de la calavera estaba cubierta de cables, enchufes y tubos
que formaban una larga y desordenada cabellera de gruesos filamentos.
Sus ojos brillaron de color rojo.
Botó.
Amy, Bel y Samewell se agacharon instintivamente. La cosa fue justo al
otro lado de ellos. Dejando un profundo y punzante gruñido en el aire detrás de
sí, chocó contra los Guerreros de Hielo.

21Referencia al villancico O Come Ye Faithful, más conocido en español como Adeste Fideles. Este
título de capítulo es la traducción de la versión inglesa (que a su mismo tiempo es traducción de la
versión original en latín). Hace referencia a Patris Aeterni Verbo Caro Factum, que en inglés se
tradujo como “Word of the Father, now in flesh appearing!” siendo la segunda parte de la oración
la que da título al capítulo, pero en castellano se tradujo como “La palabra del Padre hecha carne”,
así que el capítulo lleva una traducción de la versión inglesa.

172
Aún agachada, Amy se giró para ver qué estaba pasando. El monstruo de
ojos rojos estaba luchando contra los Guerreros de Hielo. Las brillantes garras
de acero de una de las patas delanteras se movieron y cortaron una profunda
herida a través de la coraza del pecho de escamas de uno de los Guerreros de
Hielo, llevándole hacia atrás. El Guerrero silbó de dolor. Su acompañante se
añadió, zarandeando la ancha espada decorada con ambas pinzas. El primer
golpe falló. El monstruo de ojos rojos era ridículamente rápido y ágil. De alguna
manera se deslizó debajo del siguiente golpe del Guerrero de Hielo y se giró
para alzarse tras él, enterrando ambos conjuntos de garras delanteras en la
espalda del marciano. La armadura de batalla verde se quedó hecha trizas.
Unas escamas brillaron como estrellas cuando bañaron el aire. Amy se
estremeció cuando el monstruo de ojos rojos atacó con sus enormes
mandíbulas hacia adelante y destrozó la parte trasera del cuello del Guerrero
de Hielo abatido.
El otro Guerrero había recuperado su equilibrio. Cuando la cosa de ojos
rojos atacó la garganta de su compañero, él golpeó con el hacha. Golpeó en el
monstruo justo en el hombro derecho. Una sangre de aspecto insano y fea
salió de la herida. El impacto monumental apartó a la cosa de ojos rojos lejos
de su presa y la mandó a través de la barandilla. Ésta cayó.
No cayó lejos.
Con una habilidad gimnástica extraordinaria, aferró sus garras en la parte
inferior de la pasarela y se colgó del puente, haciendo una voltereta, libre, por
el otro lado. Aterrizó sobre el Guerrero de Hielo con el hacha por detrás,
noqueándole, de cara y contra la barandilla medio rota. Enredados, lucharon
brutalmente entre ellos, cada uno intentando romper el agarre del otro. El
monstruo de ojos rojos se apartó en primer lugar, pero solo para poder
retroceder y poner toda su fuerza inhumana en un golpe directo que impactó en
la cara del Guerrero de Hielo, destrozando su visor.
El Guerrero de Hielo, herido de muerte, se tambaleó hacia atrás, silbando
como un neumático pinchado y se tambaleó por encima de la barandilla rota.
Se cayó por el abismo en llamas de debajo.
El otro Guerrero de Hielo, sangrando por sus heridas abiertas y su
armadura de escamas rota, se acercó a la cosa de ojos rojos, sujetando su
espada. La cosa evitó los dos primeros golpes y luego llevó al Guerrero de
Hielo, cogiendo el lado de la hoja afilada con su mano cibernética. Arrancó la
espada de la mano del Guerrero de Hielo y la lanzó lejos. Entonces fue a por la
garganta del Guerrero de Hielo. El Guerrero de Hielo se agarró a ello,
aferrándole por el cuello y los hombros con sus poderosas pinzas. Enzarzados
juntos, lucharon fieramente durante unos pocos segundos.
El Guerrero de Hielo, entendiendo que estaba debilitándose y
desangrándose, entendiendo que estaba contra un adversario quien era más
fuerte, más rápido y esencialmente superior, entendiendo que había sido
vencido, hizo lo que todos los dedicados guerreros hacen como último recurso.
Agarrando la cosa de ojos rojos que estaba ocupada matándole, tan

173
fuertemente que no pudo liberarse, se lanzó fuera de la pasarela. Llevó a su
atormentador de ojos rojos hacia su condena junto con él.
Se desvanecieron de la vista en los fuegos muy por debajo.
Amy, temblando, miró a los dos jóvenes muérfanos.
–Salgamos de aquí –dijo ella–. Ya sabes, antes de que algo realmente
estúpido y muy alocado suceda.
Pero era demasiado tarde. Había más de ellos, más de esas cosas de
ojos rojos.
Estaban saliendo de la compuerta y hacia el puente, avanzando hacia
ellos tres, indefensos humanos.

Rory, Vesta, Winnowner y Jack Duggat retrocedieron hasta el salón de la


asamblea, intentando no hacer ningún movimiento repentino. Jack seguía
sujetando su hacha, pero no de la forma que sugería que estaba a punto de
blandirla.
La cosa de ojos rojos que Vesta había visto en los bosques se acercó
hacia ellos. Mirándoles, se paseó por la nieve como un leopardo a cuatro patas,
con la escarcha brillándole en su melena despeinada de tubos y cables.
Sonreía en una eterna e inintencionada sonrisa de acero.
Entró en el salón de paneles de madera y miró a su alrededor, como si
percibiera algo familiar. Volvió su mirada carmesí hacia los cuatro aterrorizados
humanos y se les quedó observando. Entonces se alzó sobre sus patas
traseras y se enderezó como un hombre, un ajuste que era, en cierta manera,
aún más inquietante.
–Oh, sálvanos –susurró Winnowner–. ¿Qué ha forjado el Guía?
–Guía –repitió la cosa. Era un sonido horrible y pegajoso, un murmullo
que era parte gruñido y parte flema. Sus terroríficos dientes hacían que un
discurso normal fuera imposible, pero gorjeó la palabra con un implante vocal
pequeño y cibernético que podían ver en su garganta, ahora que estaba de pie.
Era espeluznantemente alto.
–Guía… –repitió– Se me… ha asignado para asegurar y proteger… el
sistema Guía.
–¿El Guía? –preguntó Winnowner.
–El sistema… Guía… no debe caer… en manos enemigas. Los
agresores… han sido detectados… se ha detectado el sabotaje… ahora la
purga está en proceso.
Levantó un puño nudoso en parte metálico y se limpió las gotas de sangre
de sus terribles dientes.

174
–Se me… ha asignado para asegurar y proteger… el sistema Guía.
Está… aquí.
–¿Qué eres? –preguntó Rory.
–Transhumano sesenta y ocho de ciento cincuenta… despertado y
reequipado para esta emergencia de Categoría-A.
–¿Despertado? –preguntó Rory.
–Del almacén de criogenización –respondió–. Apartaos… se me ha…
asignado… asegurar y proteger… el sistema Guía.
Ellos retrocedieron.
–Estoy… autorizado para asesinar… cualquier cosa que se halle en
oposición a mi tarea… –dijo.
Se apartaron de su camino. Se volvió a poner a cuatro patas y se acercó
a ellos.
–¡Nunca he pedido esto! –dijo Winnowner– ¡Solo pedí ayuda! ¡Nunca
esperé que ninguna de los pacientes fuera despertado!
Rory la miró considerablemente.
–Espera, ¡tú también has dicho “despertado”! ¿Qué sabes?
–¡Solo lo que debo saber! –le espetó Winnowner– El secreto que pasa de
una generación a la siguiente, a través del último de cada línea. El secreto que
debo pasar al Electo Groan antes del final de mi tiempo.
–Creo que deberías compartirlo con la sala –dijo Rory–, porque tu tiempo
puede acabar en cualquier segundo.
–¡No! –dijo Winnowner.
–¿Qué es esto? –preguntó Vesta– ¿Qué es esto, Winnowner Cropper?
¿Qué es esto?
–¿Winnowner? –le apremió Jack.
–Mantendré el secreto del Guía. No es mi responsabilidad decirlo –la voz
de Winnowner bajó–. ¡Lo mantendré hasta el final, por el bien de todos los
muérfanos!
–No creo que ahora mismo haya nada parecido a “bastante bien” –dijo
Rory.
–Cuéntanos qué es esta cosa y qué es lo que quiere –le pidió Vesta.
–¡Callaos! –gruñó la cosa de ojos rojos, girándose hacia ellos y alzándose
de nuevo– O yo… os silenciaré.
–No creo que eso haya sido muy simpático –dijo el Doctor–.
Especialmente no cuando se supone que estáis del mismo lado.

175
Los niveles de luz en la asamblea se habían movido. El efecto
parpadeante del campo de telepresencia holográfico estaba alzándose como la
niebla en los patrones circulares de metal incrustados en el viejo suelo de
madera. El Doctor estaba en su centro, sentado en una silla de respaldo alto,
mirando hacia una consola de control blanca. Se levantó y caminó hasta
encararse a la bestia.
–Siento no haber podido llegar antes. Estaba intentando situarme –dijo
él–. Muy difícil, cuando no tienes un Guía fiable –miró hacia Rory–. ¿Va todo
bien, Rory? –preguntó él.
–Oh, ya sabes, Doctor –Rory se encogió de hombros–. Aparte de los
Guerreros de Hielo, la nave sobrevolando el lugar, y la cosa de ahí, todo ha ido
a pedir de boca.
El Doctor asintió y volvió a mirar la “cosa de ahí”. Ésta gruñó levemente.
–Una construcción transhumana –dijo él–. Un modelo avanzado marcial.
Parte de un protocolo de emergencia. Un último recurso. Solo por si los
terraformadores se ven amenazados. Las plantanaciones no tienen armas
reales. No tienen pistolas ni nada. Esto es lo que el sistema manufactura si
hace falta un arma de verdad.
–Si los muérfanos son amenazados –dijo Winnowner.
El Doctor negó con la cabeza.
–Lo siento, la verdad es que no. Realmente no les importáis. Solo sois…
la ayuda. A largo plazo, sois prescindibles.
–Winnowner dice que tenía un secreto –dijo Rory.
–Estoy seguro de que así es. La última de su generación. Un legado
oscuro y turbio. El tipo de secreto que haría la vida insoportable para los
muérfanos si supieran de ello. El tipo de secreto que te hace volverte tan
protector sobre tu Emanual del Guía. Tenías que acabar pasando el secreto. ¿A
quién se lo ibas a decir, Winnowner? ¿A Bill Groan?
–Ocúpate de tus propios asuntos, extraño que se sale de los pre…
–Escúchame, Winnowner Cropper –dijo el Doctor–. Lo he deducido. Me
ha llevado un tiempo, porque no tenía un Guía para mostrarme los atajos, pero
lo he deducido yo mismo.
Se paseó de vuelta a la consola.
–Los muérfanos no importan –dijo él con tristeza–. No están construyendo
Enadelante para sus descendientes. Están construyéndolo para sus ancestros.
Hay alrededor de mil seres humanos durmiendo aquí en la montaña, en
animación suspendida.
–¿Qué? –preguntó Vesta.

176
–Se ha acabado olvidando a lo largo de los años –dijo el Doctor–. La
paciencia es tal virtud importante para vosotros, muérfanos. “Aquellos que son
pacientes contemplarán la plantanación.” Bueno, “los pacientes” están justo
aquí. Pacientes. Alineados en cápsulas hibernéticas bajo el Formador. Estoy
bastante seguro de que representan la élite de la Tierra del Antes. La gente
más poderosa e influyente. La gente que estaba convencida de que merecían
vivir. La gente que creía que eran tan especiales que tenían un nuevo mundo
hecho solo para ellos.
Miró la acechante sombra del transhumano.
–La gente, de hecho, que no estaba preparada para gastar sus vidas
construyendo un nuevo mundo. Solo esperaban que el trabajo aburrido se
hiciera para ellos por trabajadores comunes y fungibles.
–¡Eso no es lo que explica el Guía! –gritó Winnowner.
–Estoy seguro de que el Guía lo pone con mucha más delicadeza –dijo el
Doctor–. Pero ese es el tamaño de ello. Y solo esto, solo la interferencia de los
Guerreros de Hielo, colonos rivales, es una crisis lo bastante mayor como para
obligar al sistema a despertar algunos de ellos. Una crisis de categoría-A. Era
lo suficiente como para despertarles, y armarlos para la guerra.
Miró al transhumano.
–Eres una cosa terrorífica –dijo él–. Y yo pensaba que los Guerreros de
Hielo eran peligrosos. Lleva mucha energía mantener un metabolismo así
funcionar, ¿no es así? Eres esencialmente carnívoro. Creía que los enjambres
de transratas estaban saliendo y matando al rebaño, pero erais vosotros,
¿verdad? ¿El primero de vosotros en ser despertado y liberado?
–Hubo un requisito de… energía –gruñó eso.
–Porque los Guerreros de Hielo habían desconectado la mayoría de las
granjas de carne que estaban diseñadas para alimentaros durante su sacrificio
de transratas –respondió el Doctor–. Tú y los de tu tipo necesitabais grandes
golpes de alto consumo calorífico para ir tirando.
El transhumano volvió hacia la luz del campo holográfico y se enfrentó al
Doctor.
–Tú no… tienes autoridad –dijo eso–. El sistema… no te reconoce. Esta
crisis… está casi resuelta. El enemigo alienígena… está virtualmente
eliminado. El equilibro será… restaurado.
–Bueno, bueno –dijo el Doctor–. Pero, ¿por qué no le dices a los buenos
muérfanos qué les pasará cuando finalmente despertéis del todo? Ni siquiera
Winnowner lo sabe, ¿verdad? Cuéntaselo. En unos pocos años, otra
generación o dos, cuando la terraformación esté finalmente terminada, y
Enadelante sea adecuadamente terrestre, los Pacientes finalmente
despertarán.
–Este… es el plan –dijo el transhumano–. El esquema colonial.

177
El Doctor miró a Vesta, Jack y a Winnowner.
–Cuando los Padres Peregrinos fueron hasta el Nuevo Mundo, se llevaron
ganado con ellos. Eso es lo que sois todos vosotros. Ganado. Haciendo todo el
trabajo duro mientras tanto, para que ellos no tengan que hacerlo. Y cuando se
despierten en Edén, ¿sabéis qué? Van a estar realmente hambrientos.
Realmente, realmente hambrientos.
–¡No! –gritó Winnowner.
–La carne es la carne –dijo el Doctor–. ¿No es así, señor transhumano?
–La supervivencia requiere… ciertas funciones prácticas –gruñó.
–¡Oh, eso lo dice todo el mundo hoy en día! –sonrió el Doctor.
El transhumano repartió golpes. Sus garras pasaron a través del Doctor
holográfico.
–Relájate, relájate –le reprendió el Doctor–. No me puedes tocar. No estoy
ahí del todo.
–Has hablado… demasiado y durante demasiado tiempo –dijo el
transhumano. Ronroneó una grotesca aproximación a una risa–. Tu localización
ha sido rastreada e identificada. Terraformador Dos, comando C de gestión de
operaciones, nivel 6.
El Doctor se giró de su consola hacia la brillante cámara de comando,
ignorando las figuras holográficas que estaban siendo generadas a su
alrededor. Había visto algo reflejándose en el ancho cristal ante él.
Tras él, tres asesinos transhumanos estaban abriéndose camino hasta él
por la pasarela a cuatro patas, sonriendo con sus sonrisas eternas. Un cuarto
les seguía, caminando enderezado, llevando a los tres cautivos asustados por
delante de él.
Amy, Samewell y Bel.
–Cesarás… tu interferencia –le espetó.
–Ah –dijo el Doctor.
–¡No lo hagas! –dijo Amy, todo lo valientemente que pudo arreglárselas.
–Si no lo hago, Pond, te matarán –le respondió el Doctor con tristeza.
–Va a… mataros a todos sea como sea –gruñó la cosa.

178
CAPÍTULO 16.
GUIADNOS A VUESTRA LUZ PERFECTA
–Oh, bueno –dijo el Doctor–, si os ponéis así. Creo que es hora de actuar
con un poco de honor.
–¿Qué? –preguntó el transhumano enderezado.
–Estaba hablándome a mí –silbó lord Ixyldir.
El Señor de Hielo salió de su escondite y blandió su espada bélica contra
la gigantesca bestia cibernética. El extraordinario golpe impactó en su cuello y
lo mandó hacia un lado. El transhumano profirió un ahogado y asfixiado gorjeo
de dolor y ultraje cuando se tambaleó.
Bel gritó.
Antes de que el golpe de Ixyldir siquiera hubo aterrizado, su tropa de
Guerreros se había unido al asalto, altos como tanques desde sus escondites
tras las tuberías y las estaciones de trabajo. Sspada dirigió el ataque,
blandiendo su hacha de púas.
Los transhumanos aullaron y avanzaron para devolver el ataque, garras y
colmillos sacados.
–¡Amy! –chilló el Doctor, señalando a Amy, Samewell y Bel– ¡Apartaos del
camino!
Los monstruos cibernéticos estaban demasiado ocupados con el asalto
marciano como para molestarse con los tres humanos. Amy, Samewell y Bel se
apresuraron a correr hasta la estación de trabajo del Doctor.
–¡Agachaos! –gritó el Doctor– ¡Poneos a cubierto!
–¡Creía que estábamos muertos en todos los tipos de formas distintas! –
gritó Amy.
–¡Podríamos seguir estándolo! –respondió el Doctor– ¡Poneos detrás de
la consola! ¡Esto se va a poner feo!
La batalla ya era un tumulto salvaje y odiosamente brutal. Los Guerreros
de Hielo pusieron toda su furia y sangre fría en cada golpe e impacto de sus
hojas.
Los transhumanos devolvían los ataques con garras que cortaban a
través de las corazas de escamas. Poseían unos físicos extraordinariamente
robustos. Habían sido construidos a prueba contra los letales disruptores
sónicos que los Guerreros de Hielo habían usado contra las transratas. Se
deshacían de todo menos de los más profundos y más salvajes cortes de las
endiabladas hojas marcianas.
Ixyldir apartó su espada después de su primer impactante ataque para
descubrir que su objetivo ya estaba otra vez en pie y atacándole. Las garras

179
laceraron su capa y acuchillaron sus guardias pectorales y en los hombros.
Enseñando los colmillos, los transhumanos fueron a por su cara. Ixyldir golpeó
a la criatura en el lado de su calavera reforzada con su espada y lo noqueó
contra el suelo. Rodó, levantándose de nuevo.
Uno de los Guerreros de Hielo ya estaba en el suelo, muerto o
muriéndose. Otro estaba desgarrado y herido. A pesar de tener impulso,
concentración o sobrepasarles en números, los Guerreros de Hielo no iban a
ganar la lucha.
El Doctor volvió la vista hacia el holograma.
–¡Rory Williams Pond! –gritó– ¡Hazlo ahora si es que lo vas a hacer!

En la sala de la asamblea, el transhumano se giró con un gruñido. Uno de


los humanos, un macho más pequeño, se había escapado mientras había
estado ocupado con el interlocutor holográfico.
Olisqueó, rastreandole.
–¡Corre, Rory! –gritó Vesta.
Rory estaba haciendo más que correr. La llave que Winnowner le había
entregado mientras el Doctor estaba distrayendo a la bestia de ojos rojos había
abierto el cerrojo de las puertas traseras. Él se había apresurado dentro de la
compuerta de la Encriptación y había presionado su palma contra el lector.
La compuerta se abrió. Corrió hacia la cúpula iluminada por luz azul de
neón. Le recordó a un club nocturno realmente ordinario. Había una consola en
la pared en el centro del suelo, sobre un altar blanco.
Corrió hacia él. La lectura de su mano lo había encendido.
El Guía se abrió. Una columna de información digitalizada emanó como
una fuente del centro del altar. No dejó de emanar, generando capa tras capa
de hologramas parpadeantes: diagramas, bloques de datos, secuencias de
códigos, textos e información gráfica.
–Oh, dios mío –murmuró Rory, apretando botones y controlas al azar–.
¡Hay tanta cosa! ¡Hay demasiada cosa! ¡Ni siquiera sé dónde comenzar a
mirar!
Lo pensó mucho, frenéticamente. El holograma del Doctor estaba en el
salón, demasiado lejos como para poderle consultar. ¿Cómo iba él a encontrar
nada? ¿Cómo iba él…?
Lo pensó duro. Intentó mantener la calma. ¿Cómo de duro podía ser?
Aunque los muérfanos se habían olvidado de los aspectos técnicos del
sistema, probablemente estaba diseñado para ser un aparato multi-propósito y
fácil de usar. No debería de ser mucho más difícil que averiguar las funciones
básicas de un portátil nuevo, o las apps en un Smartphone. Tenía una ventaja

180
fundamental por encima de los muérfanos: él estaba acostumbrado a la
tecnología básica interactiva.
Miró a las corrientes de datos superpuestos emanando ante él. Por
encima de todos, vio un único y pequeño icono:
?
Lo tocó.
Se disolvió. Unos datos incomprensibles en 3D continuaron floreciendo
ante él, pero el ? fue sustituido por dos iconos más sencillos: una mano
humana y una boca humana.
¿Quería introducir aquella pregunta de forma manual u oral?
Tocó la boca.
–Solicitud oral –dijo la voz del Guía.
–Necesito que abras acceso a toda la base de datos del Guía en el… –
vaciló Rory. ¿Dónde demonios era? ¿Qué había dicho la cosa de ojos rojos?
–¡…Terraformador Dos, comando C de gestión de operaciones, nivel 6! –
gritó él, recordando.
El transhumano, gruñendo como un perro rabioso, explotó a través de la
puerta de la Encriptación tras él.

La consola frente el Doctor se iluminó. Hizo que el Doctor pegara un bote.


Unas cantidades deliciosamente comprensivas de información se estaban
cargando en la muestra de la unidad de trabajo.
–¡Buen chico, Rory! –gritó el Doctor.
–¿Lo ha hecho? –preguntó Amy, saliendo de detrás de la unidad de
trabajo– ¿Lo ha hecho? ¿Lo ha hecho de verdad?
–Sí –dijo el Doctor–, lo ha hecho realmente bien. Nunca dudé ni un
momento. Tengo acceso directo a nuestro e-manual del Guía.
–¿Y qué es lo que ocurre? –preguntó Amy.
–Cielos –dijo el Doctor–. Hay mucha. Información suficiente como para…
bueno, como para construir un mundo, de hecho. Es mucho que aceptar.
–¿Puedes hacer algo con ello? –preguntó ella.
–Probablemente tomaría a un humano normal unos cuantos días solo
navegar en esto, incluso con una decente herramienta de búsqueda…
–¡Doctor! ¡No tenemos días! –gritó Amy.

181
Demostrando lo que decía, uno de los batallantes Guerreros de Hielo voló
por encima de ellos, empujado por encima de la cabeza por un transhumano
que gruñía. El Guerrero de Hielo se estalló contra la pantalla de cristal, la
agrietó, rebotó y cayó contra el suelo. Lord Ixyldir tenía varias hendiduras
profundas en la hoja de su espada bélica, y el monstruo con el que batallaba no
mostraba signos de debilidad.
–Ciertamente no –declaró el Doctor–. Pero por suerte, no soy un humano
normal.

Rory pegó un grito e intento poner el altar entre él y el sonriente y


salivante depredador que venía a por él.
Gruñó, con la cabeza baja, la espalda arqueada, listo para pegar un bote.
De todas las posibles muertes con las que se había enfrentado el último día,
Rory estaba bastante seguro de que aquella iba a ser la menos agradable por
cierto margen.
Vesta apareció detrás de él y le golpeó en la parte trasera de la cabeza
con una maza. La criatura rugió y se apartó de Rory durante un momento.
–¿Sigues teniendo la maza? –dijo Rory, sorprendido.
–¡Creía que podría ser útil! –respondió Vesta.
El monstruo, profiriendo un profundo y estridente aullido, les estaba
rodeando. Se tensó para pegar un bote.
Rugiendo, Jack Duggat atacó dentro de la Encriptación y le clavó el filo de
su hacha en el costado al transhumano. Apretando fuerte, el más grande de los
muérfanos se apoyó en el mango de su herramienta y clavó a la aullante y
resistente bestia en el lugar.
–¡Huye, Electo Rory! –berreó él– ¡Llévate a Vesta contigo! ¡En nombre del
Guía, huid ahora!
Rory no iba a aceptar eso. Jack Duggat acababa de salvarle la vida.
Corrió hacia el lado de Jack, añadiendo su propia fuerza al ataque del
trabajador. Se apoyaron en el hacha, enganchando al furioso transhumano que
todavía se resistía a la pared. Vesta se les unió, añadiendo también su
esfuerzo.
–¡Podemos contenerlo! –gritó Rory– ¡Podemos contenerlo!
El nudoso mango de la herramienta de granja se rindió bajo la fuerza
involucrada y se astilló.
–O quizás no –dijo Rory cuando él, Vesta y Jack retrocedieron.

–¡Doctor! –gritó Amy.

182
Con un gigantesco golpe de dos manos, Sspada acababa de apañárselas
para enterrar el filo de su hacha en la calavera de uno de los transhumanos,
matándolo, pero era una victoria demasiado pequeña y demasiado tardía. Lord
Ixyldir había quedado inconsciente y herido. Los tres transhumanos restantes
estaban a punto de reducir la cohorte de los Guerreros de Hielo.
Y los otros, varios otros, acababan de aparecer en la cámara tras ellos.
Sus ojos brillaban de color rojo. Sus sonrisas eran de acero.
El Doctor había seleccionado una sección de la base de datos del Guía y
la había centrado en la pantalla de su escritorio. Su mente de Señor del Tiempo
había recogido la mayoría de los datos, como una aguja en un pajar proverbial.
Bueno, gran parte. No quería admitir a Amy que estaba solo un cincuenta por
ciento seguro de que era realmente la sección que necesitaba.
–¿Sabes qué estás haciendo? –gritó Amy.
–¡Sí! –le respondió él, gritando.
–¿De verdad o te lo estás inventando mientras lo haces? –le preguntó.
–¡Se llama “asuntos de cada día”! –respondió él.
Respiró hondo, alargó la mano en su bolsillo y sacó su destornillador
sónico. Sopló en él y lo frotó intencionadamente entre sus manos como si
estuviera calentando unos dados de ruleta.
–¡Vamos! –le rogó– Ya has tenido bastante descanso por hoy. ¡Vamos,
papá necesita un nuevo planeta!
Apuntó su destornillador sónico en la pantalla y apretó el activador.

183
CAPÍTULO 17.
CERCA DE MÍ PARA SIEMPRE
No pasó nada.
No pasó nada durante unos pocos segundos, pero le pareció a todo el
mundo implicado como si hubiera durado una eternidad. Se aferraron al mismo
borde entre la vida y la muerte.
Entonces los transhumanos se detuvieron en su sitio. Dejaron de luchar.
Retrajeron sus garras. La luz roja en sus ojos se apagó. Les dieron la espalda a
los derrotados y sorprendidos Guerreros de Hielo, y se alejaron, tan mansos y
desinteresados como gatos.

En la Encriptación, el transhumano saltó y chocó contra Rory, Vesta y


Jack y les tumbó de espaldas, pero no les mató. Ellos levantaron su mirada
para ver cómo les destrozaba, pero se alejó. Caminó a través del salón de la
asamblea, a través de las puertas exteriores de más allá y comenzó a pasearse
por entre la nieve hasta que se perdió en la oscuridad.
–¿Estáis vosotros dos bien? –preguntó Rory, levantándose. Winnowner
estaba asomándose a través de la compuerta de la Encriptación, asustada.
–Creía que estábamos muertos –dijo Jack.
–Acostúmbrate –dijo Rory–, así es cómo lo hacemos.
Caminaron de vuelta al salón juntos. En el campo holográfico, el Doctor
les sonreía. Amy, Bel y Samewell estaban con él.
Lo mismo estaban un sorprendentemente número de Guerreros de Hielo
dañados en la batalla.
–He reseteado su misión –dijo el Doctor–. Los transhumanos, quiero
decir. Resultó ser una sencilla instrucción al final. Solo tenías que encontrar el
comando correcto.
–¿Que has hecho qué? –preguntó Rory.
–He dado una orden contraria a las suyas. Les he mandado de vuelta a la
desactivación. De vuelta a la suspensión hibernética. De vuelta a dormir.
–¿A todos ellos? –preguntó Amy.
–A todos ellos –le confirmó el Doctor–, y espero que se queden durante
mucho tiempo.
Echó la vista atrás, hacia Rory.
–Rory, haz que tus amigos vayan a decirles a los otros muérfanos que la
crisis ha terminado. Tengo que tener un pequeño tete-a-tete con lord Ixyldir,

184
pero eso debería ser una formalidad. Entonces bajaremos hasta Bordeada para
encontraros, ¿vale?
–Sí, Doctor –dijo Rory.
–Y es seguro –dijo el Doctor–. Lord Ixyldir no hará más ataques, ¿verdad,
lord Ixyldir?
El Señor del Hielo se tomó un momento para responder, pero era una
pausa regular de Guerrero del Hielo.
–No, antigua estrella azul –respondió él.

Los heridos Guerreros de Hielo comenzaron a recomponerse. Amy, Bel y


Samewell intentaron ofrecer un poco de ayuda, pero realmente no sabían lo
suficiente sobre fisiología marciana, y también estaban un poco alterados por
estar tan cerca de unos gigantescos alienígenas verdes que habían pasado la
mayor parte del día previo persiguiéndoles con pretensiones asesinas.
–¿Por qué debería exactamente desistir en mi intento de conquistar este
planeta? –preguntó lord Ixyldir al Doctor.
–Porque es lo honorable que queda por hacer –respondió el Doctor–.
Vosotros tenéis naves. Id a otra parte.
–¿Por que tú has ganado esta batalla por nosotros? –preguntó el Señor
del Hielo.
–Por ejemplo –respondió el Doctor–. Supongo que hay un cierto honor en
devolver la jugada ahí. Una forma de respeto. Pero antes de que incluso
comenzara esta lucha, os dije por qué debíais dejar Enadelante y a los
muérfanos en paz.
Volvió a acercarse a la consola donde la base de datos del Guía parpadeó
y mostró un enjambre de información.
–Estás intentando reconstruir tu civilización, Ixyldir –dijo él–. Eso está
bien. Finalmente, el imperio de los Guerreros de Hielo es una fuerza positiva en
el universo. Excepto por las pocas ocasiones en las que metéis una pata de la
talla dieciséis hasta el fondo, u os olvidáis de hacer lo correcto.
El Señor de Hielo no respondió.
–Reconstruíos, Ixyldir –dijo el Doctor–. Reconstruid vuestro mundo,
reconstruid vuestra raza, reconstruid vuestro imperio. Reconstruidlo todo. Pero
aseguraos que reconstruís también vuestros ideales. Reconstruid los principios
que os hicieron un gran y honorable poder galáctico en primer lugar. No
persigáis a los débiles. No robéis a los impotentes. No asesinéis a los
inocentes. Sed una fuerza para el bien, no una fuerza para vosotros.
El Doctor selección unos datos más del Guía y lo mostró en holograma.

185
–Los muérfanos pioneros originales hicieron un buen trabajo de sondeo
en este trozo de universo –dijo él–. Solo he hecho un rápido estudio de ello,
pero es muy interesante. La verdad es que es muy interesante. Escogieron
Enadelante porque es ciertamente el mundo más parecido a la Tierra en el
cuadrante. No era, sin embargo, el más parecido a Marte. ¿Veis aquí?
Señaló una de las estrellas de la tabla. Su dedo índice tocó en el
holograma como si estuviera escribiendo en el agua.
–Atrox 881. Está a unos ocho años luz de aquí. Es totalmente no apto
para humanos. Bueno, dentro del rango de vuestras naves. Resulta que sé,
Ixyldir, que en unos 9.000 años, uno de los más relevantes mundos feudales de
la dinastía del Mons Ixon estará localizado ahí. Una capital de cuadrante. Un
famoso centro de cultura y poder. Estará gobernado por un jefe de la guerra
particularmente capaz llamado Azylax. Si recuerdo mis Eras de Migración
Galáctica correctamente, es una colonia que se debe de fundar a día de hoy.
Ixyldir estudió la tabla.
–Atrox 881 –murmuró el Señor del Hielo–. Por los escáneres, parece
ser… una fría estrella azul.
–Una Belot’ssar, sí, Ixyldir –dijo el Doctor–. Quizá lord Azylax estuviera
invocando algo completamente diferente cuando me dio ese apodo. Quizá
recordara algo que aún no había hecho.

–¿No te quedarás, Doctor? –preguntó Bill Groan.


Muchos de los muérfanos reunidos en la calidez confortable de la
asamblea alzaron las voces en ánimo cordial.
–Nos encantaría –dijo el Doctor, levantando la mirada hacia Amy y Rory a
su lado–. Pero… hay que recorrer unas cuantas millas antes de dormir, y todo
eso.
–Tenemos un largo viaje por delante –dijo Rory.
–Pero hicisteis todo este camino para desearnos suerte para el festival –
dijo Vesta–. Todo este camino desde vuestra plantanación. Esté donde esté.
–Creo que ya os hemos deseado más que suerte –dijo el Doctor–.
Necesitáis un poco de tiempo para recomponeros, Electo. Algunas personas
han perdido seres queridos. Habéis pasado por una crisis y habéis sobrevivido,
pero hay un duro invierno por delante. Varios, de hecho. Los Formadores están
estabilizados, pero os llevará unos pocos años más antes de que comiencen a
poner el clima fuera del estado de la glaciación. Así que almacenad lana, tejed,
reunid mucha leña. Os irá bien. Siempre lo habéis hecho. Un poco de trabajo
duro, y lo conseguiréis. Sé que no tenéis miedo del trabajo duro.
Miró las caras viéndole bajo la luz de las lámparas solares.

186
–Celebrad vuestra supervivencia –dijo él–, y seguid celebrándola. Los
más ancianos de la plantanación, Bill y Winnowner y los otros, saben que
tienen una buena y nueva generación a la que pasarle la antorcha cuando
llegue el momento.
Bel se puso en pie. Estaba sentada en la primera fila entre Samewell y
Vesta.
–Es una tradición nuestra dar regalos a la gente que trae buenos deseos
al festival –dijo ella–. No tenemos mucho este año, no con todo lo que ha
pasado. Pero queríamos que tuvierais esto, al menos.
Ella le pasó al Doctor su cartera con el papel psíquico.
–Excelente elección –dijo él–. Siempre me ha gustado tenerla cerca. Yo
también tengo un regalo para vosotros. Para todos los muérfanos, de hecho.
Él les miró.
–Me tomé la libertad –dijo él–, de resetear ligeramente vuestro Guía. No
te preocupes, Winnowner. No he estado jugando con él. Solo he ordenado la
interfaz de usuario para que todos podáis tener acceso a ello. Lo encontraréis
fácil de usar. Tan solo hacedle preguntas. Tiene todo tipo de información en su
interior. Os ayudará mucho. Debería hacer vuestra vida aquí y el desarrollo de
vuestra colonia, un poco más fácil. Os ayudará a construir y a mejorar.
Se detuvo durante un momento. No como una pausa de un Guerrero de
Hielo, pero sin embargo, una pausa.
–También he –dijo él–, reseteado los parámetros de los sistemas
hibernéticos. Los pacientes están durmiendo. Y dormirán durante todo lo que
queráis vosotros que lo hagan. Cuando llegue el momento, cuando Enadelante
esté listo, podéis decidir si despertarles o no.
–Si fuera elección mía –dijo Rory–, les dejaría dormir para siempre.
–Si fuera mía –dijo Amy–, los desenchufaría.
–No es decisión de ninguno de vosotros dos –dijo el Doctor–. Lo es de los
muérfanos. Puede que decidan que es cruel dejar a los de su especie dormir.
Puede que piensen que es más amable que sueñen para toda la eternidad. Lo
importante es, que si vosotros decidís despertarles, será bajo vuestras normas.
Tendréis control absoluto. No pueden despertarse con un propósito diferente y
armados hasta los dientes como esta vez. Podéis revivirles y podéis mostrarles
cómo funciona el nuevo mundo y de qué parte pueden formar parte en él.
Él se encogió de hombros.
–No es mucho un regalo, lo sé –dijo él–, pero las tiendas estaban
cerradas.

187
CAPÍTULO 18.
POR ENCIMA DE VUESTRO
PROFUNDO DORMIR INSOMNE22
Quedaba una hora antes del amanecer. La Campana del Guía sonaría
pronto. El cielo era casi malva, y las estrellas estaban todas en el cielo. La
fantasmagórica cobertura de nieve era perfecta para todo lo que se podía ver.
La única mancha era el fino humo alzándose de los fuegos que habían ardido
en los altos bosques. Pero Sería volvería a crecer. Volvería a ser bosque otra
vez.
En lo alto del valle, los tres se detuvieron y giraron la vista para mirar al
pequeño pueblo en el valle de allí abajo. Las lámparas brillaban en el aire frío.
–Está comenzando a parecerse mucho más como Navidad –dijo Rory.
–¿En serio? ¿Navideño? –preguntó Amy.
–Navideñillo –dijo el Doctor.
Subieron por la pendiente donde la TARDIS seguía pacientemente
esperándoles.
–Me he dado cuenta de que no hemos recibido regalos –dijo Amy.
–Yo os he preparado regalos –respondió el Doctor.
–Ah, ¿sí? –preguntó Amy.
–¿Qué tengo yo? –preguntó Rory.
–Tú tienes derecho a conducir –dijo el Doctor.
–¿En serio? –preguntó Rory, emocionado.
–Durante un ratito. Con mi supervisión –dijo el Doctor–. Quiero decir,
ahora es absolutamente imperativo que volvamos a casa por Navidad, o
vosotros dos jamás me dejaréis de insistir en ello, así que creo que Rory
debería conducir. Está concentrado. Así que él puede encontrar la Navidad por
nosotros.
–¿Eso puedo? –preguntó Rory.
–Eres un hombre sabio, Rory –dijo el Doctor.
Rory se frotó las manos alegremente y abrió el camino hacia la TARDIS.
–¿Y yo qué me llevo, entonces? –preguntó Amy.
El Doctor se giró hacia ella. Alargó la mano y la introdujo en el bolsillo de
su abrigo, sacó algo y se lo dio.

22Referencia a O Little Town of Betlehem.

188
Era una manopla con una rota cinta elástica.
–Es justo lo que siempre había querido –susurró ella.
–¿En serio? –preguntó él.
–Cállate, se me están llenando los ojos de lágrimas –dijo ella,
sorbiéndose los mocos.
–Feliz Navidad, Pond –dijo el Doctor.
–Ya sabes que no es Navidad de verdad –respondió ella, siguiéndole
hacia la TARDIS.
–Tonterías –respondió el Doctor–, eso es lo genial de los viajes en el
tiempo. Siempre es Navidad en algún lugar.
La puerta se cerró.
Tras un momento hubo un temblor, un crujido y un gruñido. La luz en lo
alto de la cabina de policía comenzó a brillar como una fría estrella azul. Con
un ruido estremecido y sacudido, la TARDIS comenzó a desmaterializarse.
Por encima de sus cabezas, a medida que la cabina de policía azul se
desvanecía y desaparecía, llevándose su ruido con ella, las luces parpadearon
en el cielo nocturno.
Si hubieran estado ahí de pie, los tres viajeros en la TARDIS habrían
podido ser capaces de ver pasar las estrellas silenciosas por última vez.

189
AGRADECIMIENTOS
Al autor le gustaría agradecer a Justin Richards, a Steve Tribe y a Nik
Vincent por su ayuda generosa y su ánimo.

190
SOBRE EL AUTOR
Dan Abnett es un autor de múltiples best-sellers del New York Times y un
galardonado guionista de cómics. Ha escrito cuarenta novelas, incluyendo la
aclamada saga de Fantasmas de Gaunt, y las trilogías de Eisenhorn y Ravenor.
Su última novela para la Librería Negra, Próspero Arde, coronó las listas de
ciencia ficción en el Reino Unido y en los Estados Unidos. Su novela Triumff,
para Angry Robot, fue publicada en 2009 y fue nominada por el Premio de la
Sociedad Británica de Fantasía para la Mejor Novela, y su novela de ciencia
ficción para la misma editorial, Embedded, fue publicada en la primavera de
2011.
Dan ha escrito más de una docena de tiras cómicas e historias cortas
para la Doctor Who Magazine, igual que varias historias en audio e historias
cortas de Doctor Who para Big Finish Producciones. Sus originales, La Trampa
Eterna, leída por Catherine Tate y El Último Viaje, leído por David Tennant,
fueron publicados por BBC Audio en 2008 y 2010. Entre 2006 y 2008, escribió
las novelas Torchwood: Príncipes de los Márgenes y Doctor Who: la Historia de
Martha para BBC Books, y el audio original de Torchwood: Todo el Mundo Dice
Hola, leído por Burn Gorman, para BBC Audio.
Dan fue educado en St Edmund Hall, Oxford y vive y trabaja en
Maidstone, Kent. Su blog y su página web pueden ser encontrados en
www.dababnett.com
Seguidle en Twitter en @VincentAbnett.

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Reporte de errores

No somos perfectos, todos nos equivocamos, y en Audiowho también. Si has


detectado un error o algo que no cuadra en la traducción de esta novela
puedes hacérnoslo saber en:

https://github.com/Bigomby/audiowho-novelas/issues

Para ello puedes hacer click en el botón “New issue” y describirnos el error
indicando la página donde se encuentra. Te agradeceremos que nos lo hagas
saber para corregirlo lo antes posible. Muchas gracias por colaborar.

Un saludo de parte de Audiowho.

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