Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
Gran parte de las personas mayores, experimenta algún problema de salud o deterioro
físico y alrededor de una cuarta parte padece algún tipo de trastorno o problema
psicológico, tal como ansiedad, deterioro cognitivo, alteraciones de conducta, depresión o
abuso de sustancias (alcohol, medicamentos, etc.) entre los más frecuentes.
Ya desde los años sesenta empieza a tener relevancia clínica el problema de que la
interacción social disminuye con la edad, lo que supone un impacto en el estado anímico
y cognitivo de la población anciana, que aboca en muchos casos a trastornos de
depresión y deterioro cognitivo.
En este sentido (Carstensen y Edelstein, 1990), partiendo de la observación empírica de
datos experimentales y clínicos, sugieren dos puntos de vista contrapuestos: la teoría de
la desvinculación y la teoría de la actividad.
Según la primera (basada en la teoría fundamental de la sociología), la desvinculación
sería una respuesta preparatoria a la muerte inminente del individuo anciano.
Además, la teoría de la desvinculación supone que la sociedad libera al anciano de las
responsabilidades sociales imponiendo el anciano a su vez una distancia psicológica en
las relaciones sociales: el abandono social sería mutuo, social y de adaptación. Cumming
y Henry (1961) defendieron que el aislamiento es, pues, ineludible y representa una
disociación gradual de la vida, puesto que la muerte es inevitable. Sin embargo, en
revisiones posteriores, Neugarten, Havighurst y Tobin (1968) encontraron que la
desvinculación psicológica no coincidía
con la expresión social de abandono, en concreto la jubilación, sino que la precedía en
aproximadamente diez años; también declararon que la desvinculación describía el
proceso de envejecimiento sólo para ciertos tipos de personalidad.
Desde el punto de vista de la segunda teoría, los ancianos deberían permanecer activos
y comprometidos para poder ajustarse correctamente a la edad avanzada. No es una
teoría formal y al contrario se opone a la teoría de la desvinculación. Maddox (1963, 1968)
mantenía que un ajuste psicológico óptimo comporta un compromiso social que
trasciende en las etapas avanzadas de la vida. También afirmaba que la disminución en la
interacción social no se inicia mutuamente, sino que viene impuesta externamente: es el
resultado de un declive de la salud, una disminución del número de roles sociales y las
muertes de amigos y parientes.
De acuerdo con esta teoría, los ancianos psicológicamente sanos son los que
permanecen activos a pesar de sus pérdidas, que reemplazan apoyos y roles perdidos
por otros nuevos y que mantienen, tanto tiempo como pueden, la actividad en roles
perdurables.
Por otro lado, otra implicación potencial de la inactividad social es la soledad. En efecto,
Comfort (1984) manifiesta que la soledad es «estar solo cuando uno no quiere». En
realidad es dudoso que la soledad sea más común en los últimos años de la vida que en
la juventud o en la madurez, si exceptuamos dos de las causas que la ocasionan: de un
lado, la aflicción por la muerte de un ser querido (teniendo además en cuenta que salidas
tales como el trabajo activo, que podían mitigar la pena, quedan cerradas en la
ancianidad). De otro, la enfermedad; la mayoría de las personas mayores que se quejan
de soledad están en realidad enfermas: unas psicológica
y otras físicamente.
Siguiendo las exposiciones de Carstensen y Edelstein (1990), en un estudio sobre la
soledad se puso de las que curiosamente «menos solitarias» tenían 65 años o más y
además mencionaron mayores satisfacciones familiares y sociales. Pero, sin duda, el
aspecto más importante de la soledad es posiblemente
la pérdida de un vínculo afectivo íntimo. En este sentido, Revenson (1984) pudo
demostrar que la soledad se correlaciona inversamente con el grado de integración
sociofamiliar.
En este sentido, también Comfort (1984:246) manifestó
lo siguiente: «Si se esperara de las personas mayores que trabajen y se les permitiese
que lo hicieran, evitaríamos ciertamente una gran cantidad de infelicidad, El trabajo, a no
ser que se realice totalmente en solitario, es el antídoto natural de la soledad, y (si
seguimos insistiendo en mantener a la gente «jubilada» como grupo segregado) el mejor
remedio para la soledad después del trabajo sería el desarrollo de centros para personas
mayores donde dispongan de algo más que de clases de cerámica y costura y mejor,
además de organizaciones para la defensa de sus propios derechos; y aún sería mejor
todavía si fueran para todo tipo de personas sin mantener estúpidos límites de edad en
lugar de colectivos exclusivos de personas mayores. Pero por algo hay que empezar ».
De otro lado, Montorio et al (1999) consideran que la depresión puede ser una
manifestación predominante de un problema de ajuste, es decir, una reacción excesiva a
estresores psicosociales específicos. En efecto, hay una evidencia de que las personas
mayores reaccionan al estrés (teniendo en cuenta la cantidad de cambios y estresores a
los que tienen que adaptarse) con sentimientos de depresión, mientras que en adultos
más jóvenes es más probable que presenten un cuadro de excitación o ansiedad (Allen y
Blazer, 1991). Asimismo hay una relación recíproca entre el estilo cognitivo de la persona
deprimida y su funcionamiento interpersonal.
Así pues, el anciano deprimido tiene tendencia a centrarse y atender más los aspectos
negativos de su entorno que los positivos. Probablemente no se trata de una distorsión
cognitiva, sino que son aspectos negativos reales a los que prestan más atención y por
ello son más vulnerables para procesarlos, justamente todo lo contrario de lo que sucede
con los aspectos positivos de su vida. Esta perspectiva fortalece la sintomatología de la
depresión, haciéndose más negativo y adversivo ante los otros, lo cual, a su vez, estimula
el rechazo o la ambivalencia de los demás y al mismo tiempo esta conducta es percibida
de modo muy negativo por el anciano deprimido.
Ello da lugar a una exacerbación de los síntomas, estableciendo una interacción social
muy negativa o disminuyéndola hasta el punto de extinguirla, lo que aboca finalmente en
el aislamiento social. Otros autores observaron (Bennett, 1968; Tec y Granick [Bennettl,
1959; Weinstock y Bennett, 1971) que los ancianos que ya estaban aislados antes de
ingresar en una residencia geriátrica presentaban una gran dificultad para interactuar con
sus compañeros y con el personal frente a otros ancianos que no estaban aislados ya
antes del ingreso residencial. Por tanto, y de acuerdo con Bennett (1980), el aislamiento
social es el resultado de la desocialización y se traduce en múltiples trastornos
emocionales.
En consecuencia, los ancianos inactivos y aislados se vuelven menos capaces
socialmente y, por tanto, presentan un mayor riesgo psicopatológico de problemas
interpersonales y emocionales que pueden activar el deterioro cognitivo y especialmente
la depresión.
Precisamente un método especialmente útil e interesante para combatir este deterioro
cognitivo y anímico del anciano es el desarrollo y estímulo de las habilidades sociales
(HHSS) (Caballo, 1997), de tal suerte que la potenciación de la conducta social, la
expresión de los sentimientos, actitudes, deseos, opiniones y derechos produce en última
instancia una mejoría de la satisfacción personal y social, así como de la autoestima. La
implantación de programas de HHSS se configura cada vez más como instrumento
terapéutico útil para moderar la inhibición, la agresividad, la anhedonia y la ansiedad
psicopatológica del anciano.
Algunas características definitorias de estas habilidades serían las siguientes: la conducta
socialmente habilidosa es situacionalmente específica; el objetivo principal es obtener o
mantener reforzamiento consecuencias agradables o deseables (o eliminación de
consecuencias desagradables o indeseables) del ambiente; produce satisfacción personal
y social.
La asertividad se incluye dentro de las HHSS como un aspecto diferencial de las mismas.
- 53 J. A. Flórez Lozano y M. J. Gonzalez Sobejano—Psicoterapia en el anciano 71 Salud
publica.
Psicoterapia en el anciano cuida de la persona para expresar pensamientos,
sentimientos, defender sus derechos respetando los de los demás y actuar, según su
interés, sin agresividad, inhibición o ansiedad excesiva.