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RETÓRICA

Grado en Lengua y Literatura españolas (UNED)


Rosa M.ª Aradra

TEMA 1
LOS ORÍGENES DE LA RETÓRICA

0. Las primeras manifestaciones retóricas


Antes de configurarse como disciplina propiamente dicha en la antigua Grecia,
diversos testimonios muestran la existencia de una preocupación por la composición,
ejecución y efectos del discurso en la cultura occidental.
Esta conciencia retórica anterior a la aparición de los primeros tratados de retórica la
encontramos en los poemas homéricos, en obras dramáticas, históricas o poéticas, de
Eurípides, Aristófanes, Herodoto, Tucídides o Hesiodo, por ejemplo, en las que se
aprecia el relevante papel que tiene el dominio de la palabra en la civilización griega.
Más concretamente la vemos en los discursos de los guerreros que aparecen en las obras
de Homero, en los debates entre los hombres y los dioses de la Ilíada, en la atención que
se le otorga a los personajes cuando van a tomar la palabra, o en las reacciones del
auditorio que se detallan en estos textos (Murphy, 1983: 10 y ss.). Así, se ha calculado
que en la Ilíada, por ejemplo, los discursos directos vienen a representar en torno al
45% del número de versos total del poema, en una gran variedad de situaciones en las
que los personajes toman la palabra: monólogos, diálogos, preguntas y respuestas,
narraciones, enumeraciones, órdenes, promesas, predicciones… (Pernot, 2000: 13 y ss.).
También el género teatral, con sus debates y disputas basados en los mecanismos de
acusación y defensa, refleja muy bien el dominio de estas prácticas. Así se ha visto la
división del coro en el drama griego primitivo, en el que se desgaja el líder del resto del
coro en el siglo VII a.C., como un antecedente de la disposición antitética de los debates
griegos en las asambleas políticas y en los tribunales de justicia, o la preocupación por
la expresión y la organización de las ideas en historiadores como Herodoto y Tucídides.

1. La invención de la retórica
La invención de la retórica suele situarse al Sur de Italia en el siglo V a. C. Según
refiere Aristóteles, Empédocles de Agrigento (h. 493 - h. 433 a. C.), discípulo de
Pitágoras y con importantes conocimientos de medicina y de magia, fue el impulsor de
una primitiva retórica psicológica.
Los pitagóricos desarrollaron una retórica denominada “psicagógica” (“conductora
de las almas”), que se basaba en el poder secreto o mágico de la palabra (por su eufonía,
ritmo, etc.) para cautivar y manipular al auditorio por sus emociones. Para ello
recomendaban fijarse en las peculiaridades del auditorio, igual que hacía la medicina
con los enfermos, y utilizar determinados procedimientos muy rentables, como la
antítesis (concepto estrechamente relacionado con la teoría pitagórica de los contrarios).
Por tanto, esta retórica apelaba, no a la razón, sino a las emociones; a la necesidad de
conocer cómo controlar a cada auditorio (lo que se denominaba politropía), y a la
oportunidad, pertinencia y buena utilización de los elementos del discurso (igual que en
matemáticas se habla de proporción numérica, de momento oportuno o kairós).

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Junto a esta línea psicologista, el considerado discípulo de Empédocles, Córax de


Siracusa, y su alumno Tisias, afianzaron en sus escritos otra orientación más racional de
la retórica, que es la que triunfará entre los sofistas.
En el mismo escenario geográfico, la mayoría de los autores coinciden en asociar el
origen de la retórica al contexto judicial, en concreto, a la defensa de las propiedades
confiscadas por los tiranos en la Siracusa del siglo V a. C. Restablecida la democracia
después de las expropiaciones masivas de terrenos que habían hecho los tiranos para
recompensar a los soldados mercenarios, los propietarios se vieron obligados a defender
sus posesiones en numerosos procesos. Ante la falta de pruebas documentales, muchos
tuvieron que servirse de argumentos de probabilidad y de verosimilitud para demostrar
la veracidad de sus reclamaciones. Así, aunque la mayor parte de los litigantes sabía
defender sus intereses de manera natural, pronto se vio la conveniencia de contar con
manuales que recogieran de manera sencilla un conjunto de orientaciones y preceptos
sobre las técnicas de persuasión más eficaces para la persuasión por medio de la
palabra.
Aunque hay muchas especulaciones sobre estos retóricos, a Córax de Siracusa se
le considera uno de los primeros que se interesó por la sistematización de estos
preceptos. Conocido como el inventor del arte de las palabras, destacó sobre todo por su
“doctrina de la probabilidad general”, que tanta importancia tendrá en los sofistas.
En este sentido, Murphy nos recuerda la antigua leyenda que protagonizó Córax
cuando exigió a su discípulo Tisias los honorarios por las clases que le había dado:

CÓRAX: Debes pagarme si ganas el caso porque eso demostraría el valor de mis
lecciones. Si pierdes el caso debes pagarme también porque el tribunal te obligará a
hacerlo. Tanto en un caso como en otro pagas.
TISIAS: No pagaré nada porque si pierdo el caso quedaría demostrado que tus
enseñanzas carecerían de valor. Por otro lado, si gano, el tribunal me absolverá de
pagar. En un caso u otro no pagaré. (Murphy, 1983: 14)

Se dice que la sentencia fue aplazada indefinidamente.


También se le atribuye a Córax el haber desarrollado en los discursos el esquema
tripartito de proemio, narración y epílogo, su mayor aportación.
Sobre su discípulo Tisias se ha dicho que fue maestro de los oradores áticos Lisias
e Isócrates, pero no nos ha llegado ninguna de sus obras, como tampoco de sus
predecesores: Córax y Empédocles.

2. Los sofistas
La antigua retórica estuvo estrechamente relacionada con los sofistas del siglo V
a.C. El significado de sofista como “portador de la verdad” pronto se relacionó con
verdaderos especialistas en el manejo de la palabra, que mostraban grandes habilidades
persuasivas. La revalorización del lenguaje de los sofistas, para quienes la palabra era
vehículo de expresión de las ideas a la par que instrumento de razonamiento, fue
esencial en el desarrollo de la retórica, junto al crecimiento del interés por el hombre, la

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sociedad, la libertad, la ética o la lengua (Hernández Guerrero y García Tejera, 1994:


20).
Entre los sofistas más relacionados con la retórica se encuentran Protágoras,
Gorgias, o el mismo Sócrates.
Protágoras de Abdera (481-411 a. C.) fue uno de los primeros y más afamados
maestros de retórica, al parecer uno de los que primero cobró por sus enseñanzas en sus
múltiples viajes, y quien introdujo los razonamientos erísticos, aquellos que parten de lo
plausible, aunque en realidad no lo sean. Protágoras, estudiado como el padre del
debate, dio nombre al diálogo platónico en el que el gran filósofo ateniense criticaba
con dureza a los sofistas.
A Protágoras se le atribuye la frase de que “El hombre es la medida de todas las
cosas” y de que “En cada cuestión hay dos argumentos que se oponen entre sí”. Pensaba
que ningún hombre podía estar seguro de la verdad y que era importante debatir los dos
aspectos de toda cuestión. Esta idea, de base sensualista, partía de la teoría de Heráclito
sobre la fluidez continua de la materia, que sostenía que si todo está en constante
movimiento y el conocimiento nos llega por los sentidos, entonces las opiniones de
varias personas sobre un mismo asunto (o de la misma persona en diferentes
circunstancias), han de ser igualmente verdaderas, aunque puedan parecer diferentes o
contradictorias. Lo importante en materia opinable era encontrar la razón más
convincente.
Esta utilización antitética de los argumentos, de presentar un mismo asunto desde
puntos de vista contrarios, le ocasionó numerosas críticas, especialmente de Platón, por
el fuerte relativismo que conllevaba.
Otros autores fueron conocidos por aportaciones más concretas. Así, Trasímaco se
asocia a uno de los primeros tratados sobre la pronunciación de los discursos y a las
primeras reflexiones sobre los tropos y otras figuras; Hipias parece ser que se interesó
por la memoria, aunque no nos han llegado textos suyos; el discípulo de Gorgias,
Alcidamante, trató de la improvisación; Pródico de Ceos se detuvo en las definiciones
de las palabras y en las relaciones sinonímicas, etc.
Junto a estos sofistas hubo también quienes, como Antifonte o Lisias, fueron
escritores a sueldo de discursos, que adaptaban al estilo o a las circunstancias del orador
que les había contratado. Eran logógrafos, escritores que hacían discursos para que
otros los pronunciaran. Lisias, por ejemplo, destacó por su atención al estilo sencillo y
su capacidad de adaptarlo de manera natural al habla corriente.

3. Los primeros cultivadores de la retórica


Gorgias, Isócrates y Platón son los retóricos más importantes antes de Aristóteles.
Gorgias de Leontino (485-380 a.C.) abrió una escuela de retórica en Atenas,
donde alcanzó gran popularidad. Siguiendo los postulados de los sofistas, para Gorgias
no había posibilidad de conocer objetivamente la realidad a través de la palabra, por lo
que el único objeto del logos retórico era la opinión. De ahí que insistiera en los
conceptos mencionados de la oportunidad (kairós) y de la probabilidad o verosimilitud
(eikós), y que se preocupara por la belleza formal.

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Su aportación principal reside en su búsqueda de un estilo poético en la prosa, y en


su atención al efecto de recursos estilísticos como la aliteración, la antítesis, los
paralelismos, el ritmo, etc., hasta entonces reservados para la poesía. Se ha hablado
incluso de “figuras gorgianas” para aludir a recursos como las antítesis de sentido o los
paralelismos fónicos y sintácticos, como el isocolon (igual número y disposición de las
palabras de un mismo periodo) o el homotéleuton (palabras que acaban igual en una
misma frase o periodo). Estos rasgos pueden apreciarse muy bien en su conocido Elogio
de Elena.
Aunque fue criticado por Isócrates y Platón, principalmente, influyó en Pericles,
Tucídides, Isócrates, Alcidamante, Menón y Agatón, entre otros, que apreciaron la
ornamentación lingüística de sus discursos.

Isócrates (436-338 a.C.) fue una figura clave en el desarrollo de la retórica clásica
al situarla en el centro de su programa educativo para formar políticos y estadistas. Ha
pasado a la posteridad como el inventor de la prosa ática.
Discípulo de Gorgias y también como él reputado profesor de retórica, para
Isócrates un buen orador debía contar –por orden de importancia– con una habilidad
natural combinada con la práctica suficiente, y un conocimiento adecuado de la materia
de que se tratase. Esta última es considerada la menos importante, ya que el
conocimiento en profundidad de un tema no implicaba que el orador pudiera enfrentarse
con eficacia ante un auditorio. Por ello su método de enseñanza, aunque partía de unas
nociones o reglas básicas, se centraba en la repetición práctica de modelos de discursos
como los que se hacían en los tribunales y en las asambleas legislativas. Este enfoque de
la enseñanza tendrá gran repercusión en las escuelas de retórica romanas, e influirá en la
enseñanza que se imparta después en el resto de Europa y América.
En cuanto al estilo, Isócrates es más moderado que Gorgias en el empleo de
recursos. Trabajó sobre todo la sonoridad de la oración “periódica”, en la que se
mantenía el suspense con la incorporación de varios incisos hasta que se completaba el
sentido con el clímax final. En unas ocasiones situaba al final el sujeto y el verbo
creando así esa sensación de suspense, y en otras solo el verbo. Estos son los dos
ejemplos con los que ilustra Murphy (1983: 25) estos dos tipos de periodo en el
Panegírico de Isócrates:
Porque cuando estalló esa que fue la más grande de las guerras y una multitud de
peligros hizo su aparición conjunta y simultáneamente, cuando nuestros enemigos se
consideraban irresistibles, debido a su número, y nuestros aliados se creían poseídos
de un valor que no podía ser aventajado, nosotros superamos a los unos y a los otros
del modo más apropiado. (Isócrates, Panegírico, 68-71)
La filosofía, además, que ha contribuido a descubrir y establecer todas las
instituciones, que nos ha preparado para la vida pública y ha hecho que seamos
corteses los unos con los otros, que ha distinguido entre las desgracias que son
atribuibles a la ignorancia y aquellas otras que se derivan de la necesidad y nos ha
enseñado a guardarnos de aquellas y soportar con nobleza las segundas, la filosofía,
digo, le fue transmitida al mundo por nuestra ciudad. (Isócrates, Panegírico, 45-48)

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De esta manera, situando al final elementos clave de la oración, lo que se consigue


es mantener en expectativa al auditorio hasta la solución final. Este procedimiento, al
que estaba muy acostumbrado el público, será también característico de Cicerón.
Su obra se encuentra dispersa en dos textos fundamentales: Contra los sofistas y
Antidosis, en los que sostiene que la retórica es un arte, no una ciencia. Además, para
Isócrates la educación del orador tendría que ser general y amplia, y debería incluir el
estudio de la filosofía y de la ética. Las aptitudes naturales son imprescindibles, igual
que la voz y la seguridad en sí mismo, ya que los mejores oradores son los que unen
habilidad y preparación técnica. Por eso reivindica el desarrollo conjunto de facultades
físicas, morales e intelectuales, la práctica de diversos modelos de discurso y de estilos
en prosa, y propone un estilo periódico, que evite los excesos de Gorgias. Isócrates
ejerció gran influencia en el estilo y las teorías ciceronianas.
La retórica tampoco quedó al margen de los intereses de Platón (427-347 a. C.). Su
maestro Sócrates (470-399 a.C.) protagonizó muchos de sus diálogos, lo que ha
dificultado el identificar con nitidez las ideas de cada uno.
Una de sus grandes aportaciones es precisamente su desarrollo del diálogo como
método expositivo: un personaje le hace preguntas a otro personaje, que las va
respondiendo, y de este proceso resulta el conocimiento del tema. Este procedimiento,
denominado “diálogo socrático”, conecta directamente con el género dramático y con la
argumentación oratoria. De ahí que se considere a Platón (Sócrates) como el padre de la
dialéctica, y que se hable específicamente de “método socrático” como herramienta para
llegar al fondo de una cuestión por medio de preguntas que van poniendo de relieve las
contradicciones en los razonamientos y las opiniones.
La visión que tiene Platón de la retórica es, en cierto modo, contradictoria. En dos
de sus primeros diálogos, Protágoras y Gorgias, arremete contra la retórica y critica su
artificiosidad y su capacidad de adulación y de manipulación del auditorio. Más
concretamente, rechaza esta retórica por su falta de veracidad y no tener verdaderos
conocimientos sobre la materia de la que trata; por ser una especie de juego de palabras;
por su inmoralidad, al buscar el éxito a toda costa; por orientarse más al placer del
cuerpo que del alma; por tener como destinatario natural a un amplio auditorio, mientras
que el conocimiento de la verdad requiere un intercambio dialéctico entre los
interlocutores, etc.
Pero en otro diálogo posterior Platón elogia la retórica. Es lo que ocurre en el
Fedro, donde ya no la ve solo como un instrumento, sino como “el arte de ganarse el
alma por medio del discurso”. La virtud reside, por tanto, en el uso que se haga de la
misma. La retórica es un arte difícil, pero especialmente útil en cuestiones dudosas, por
lo que resulta esencial que el orador domine el tema y tenga un buen conocimiento del
alma humana.
Asimismo, Platón habló de la estructura de los discursos y de sus partes principales
(proemio, narración, testimonio, prueba, probabilidades y recapitulación), aunque no
desarrolló con detenimiento estas cuestiones. Será su discípulo, Aristóteles, quien
escriba después un tratado específico de retórica.

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Bibliografía recomendada

Barthes, Roland (1974): La antigua retórica: ayudamemoria, Buenos Aires, Tiempo


Contemporáneo [1970].
Hernández Guerrero, José Antonio y M.ª Carmen García Tejera (1994): Historia breve
de la retórica. Madrid, Síntesis.
Kennedy, George A. (1963): The Art of Persuasion in Greece, Princeton, Princeton
University Press.
Mortara Garavelli, Bice (1988): Manual de Retórica, Madrid, Cátedra [1988].
Murphy, James J. (1988): “Orígenes y primer desarrollo de la retórica”, en James J
Murphy (ed.). Sinopsis histórica de la retórica clásica, Madrid, Gredos, 1988
[1983], pp. 9-33.
Oroz Reta, José (1970): “El arte de la palabra en la antigüedad”, Helmántica, 21, pp. 5-
78.
Pernot, Laurent (2000): La Rhétorique dans l´Antiquité,
Paris, Librairie Générale Française.

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