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SESIÓN 1

Parte 1: DEFINICIONES NECESARIAS


A lo largo de la ESCUELA DE RESTAURACIÓN, estaremos manejando diferentes términos que es importante que
entendamos qué significan.

Sexo y Género
Frecuentemente se confunde sexo con género cuando si bien el sexo determina el género, ambos conceptos
tienen significados bien distintos.

Por un lado, sexo es el conjunto de características físicas, biológicas y corporales con las que nacen los hombres
y las mujeres, son naturales y esencialmente inmodificable. Cada persona nace con uno de dos sexos: hombre
o mujer, lo que no se puede revertir, por más que la medicina moderna haya tratado de modificar esto. Este es
el diseño divino: “hombre y mujer los creó” (Génesis 1:27).

Por otro lado, género es el conjunto de características psicológicas, sociales, culturales y espirituales que son
inherentes a los hombres y las mujeres. Hablamos de masculinidad a esas caractierísticas propias del varón y
femenidad, a las de la mujer.

También hablamos de identidad de género, que es la manera cómo uno se percibe a sí mismo como hombre o
mujer, lo que uno piensa y siente al respecto. Es decir la identidad de género no sólo toma en cuenta el
componente biológico (sexo) sino también el sicológico, emocional y espiritual. Es justamente en este punto
donde muchos hemos experimentado quebranto y confusión, en nuestra identidad de género. No le pedimos a
Dios que nos sane el sexo, ya que es algo determinado biológicamente por Él mismo, sino que le pedimos que
traiga luz y claridad a nuestra identidad de género, que está oscurecida por el quebranto, y es en este punto
donde nos sentimos inadecuados, confundidos e inseguros.

El tener una identidad de género saludable y afianzada, nos ayudará a extendernos hacia el otro género.
Cuando hayamos firmado la paz con nuestro género y el género complementario, vamos a sentir una atracción
natural por el otro género. A medida que Dios sana nuestra identidad de género y los conceptos y experiencias
que hemos tenido con el género complementario, nuestros deseos sexuales van a comenzar a cambiar, y se
expresarán de la manera que Dios diseñó.

Cabe aclarar en este punto que no sólo estamos hablando de personas con luchas homosexuales. La atracción
hacia otros del mismo género es sólo una expresión del quebranto de género. Hay muchas otras expresiones
quebrantadas del género como por ejemplo el típico machismo latino. O por ejemplo, una mujer que se siente
inferior por su condición de mujer. ¿Por qué digo que estas expresiones indican quebranto de género? Porque
no reflejan plenamente la imagen de Dios en la humanidad y cómo Él quiso revelarse a sí mismo en el hombre
y la mujer.

Límites
Los límites son líneas invisibles pero muy reales que nos delimitan. Los límites nos definen en todo aspecto.
Sicológicamente nos dan identidad como personas. Según Henry Cloud, los “límites nos dicen lo que somos y lo

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que no somos, qué debemos decidir y qué no debemos decidir, qué debemos soportar y qué no, qué sentir y a
qué ser insensible, qué nos gusta y qué nos disgusta, qué queremos y qué rechazamos”1.

La mayoría de los que provenimos de trasfondos quebrantados, hemos experimentado problemas con los
límites. Por un lado, puede que, por ejemplo, debido al abuso provocado por otros en nosotros, hayamos
perdido la noción correcta de los límites apropiados. En reacción al abuso, ya sea físico, emocional/sicológico o
sexual, algunos pueden construir grandes murallas que los separan defensivamente de los demás. Otros que se
acostumbraron a que sus límites sean rotos, permiten que otros los controlen permanentemente y aun que los
hieran repetidamente.

Si yo, por ejemplo, busco satisfacer mis fantasías sexuales con otra persona que no sea mi esposa Daniela,
estoy eligiendo romper el límite del compromiso en mi matrimonio. Con los límites sostenemos el respeto y la
dignidad personales. Y dentro de esos límites, elegimos alimentar, reprimir o actuar impulsados por nuestros
deseos. Debemos aprender a administrar nuestros límites tanto emocionales, relacionales como los sexuales,
accediendo a relaciones íntegras y desechando aquellas que no lo son.

Cuando hemos experimentado quebranto en nuestra identidad sexual, también experimentamos quebranto en
nuestro género y en los límites. No importa cuál sea tu trasfondo de quebranto sexual o relacional, necesitas
sanidad en tu identidad de género y también restauración de los límites rotos.

A través de la sanidad del género y la restauración de los límites, Dios quiere liberar nuestra sexualidad y
relaciones del estancamiento o del exceso. También, nos ayudará a entender que nuestra sexualidad y nuestra
capacidad para relacionarnos son dones que él desea que abracemos, y que también tomen su lugar correcto
en nuestras vidas.

El quebranto oscurece Su imagen en nosotros, Su creación; por lo tanto, Dios está íntimamente interesado en
sanar nuestra identidad de género y restaurar nuestros límites, ¡Para que así podamos reflejarle plenamente
aquí en la tierra! No a pesar de de nuestras sexualidad y relaciones, sino también a través de la integridad y
entereza emocional, relacional y sexual.

Dios tuvo una intención original para nosotros: Que portáramos Su Presencia a medida que le reflejáramos en
la manera que nos amamos unos a otros. El quebranto en nuestras vidas, impide que nos amemos bien. Y es
justamente por eso que Dios quiere sanarnos, para restituir Su intención original para Su creación. Donde
estamos heridos, el se deleita en derramar Su sanidad; si nos hemos contaminados con el pecado, él nos limpia
y purifica. Donde nos sentimos débiles, Él nos derrama Su fortaleza. Y comienza a establecer Su reino de amor,
justicia y verdad en nuestra alma, cuerpo y espíritu. Y éste es justamente el cimiento para una transformación
plena y duradera.

Sexualidad y Espiritualidad
La ESCUELA DE RESTAURACIÓN pone énfasis en la relación con el Padre como algo central para que lleguemos
a ser íntegros en nuestras emociones, relaciones y sexualidad. Esto es así porque somos personas creadas para
la pasión. En esencia somos creados para amar a Dios; poseemos un inmenso vacío de adoración dentro de
nuestro ser que sólo puede ser llenado al dedicarnos al Señor. Él incita en nosotros una pasión santa hacia Él.
La corriente viva del Espíritu Santo fluye dentro nuestro y nos impulsa a inclinarnos y adorar al Rey. Jesús dijo a
la mujer adúltera de Samaria: "...mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el
agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna" (Juan 4:14). El propósito de Dios
es que ese "agua viva" se convierta en la fuente de nuestra principal pasión, es decir, el deseo de amar a Dios
por sobre todo lo demás. La espiritualidad puede ser definida como esa pasión por Dios. En Su gran pasión por
nosotros, Dios nos libera para tener hambre y sed de Él; Dios se convierte en nuestra principal pasión. Antes

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que cualquier otra cosa, como seres humanos somos esencialmente espirituales. Fuimos creados para conocer
a Dios y ser conocidos por Él.

Nuestras otras pasiones deben ser subordinadas a nuestra pasión espiritual fundamental. De hecho, si vamos a
disfrutar de estas pasiones menores, debemos estar creciendo en nuestra pasión por Dios. El Creador de
nuestra humanidad es así liberado para inspirar nuestros afectos. Esto es especialmente verdad de nuestros
deseos y anhelos sexuales. La sexualidad puede ser definida como el deseo emocional y físico de no estar solo.
Implica el anhelo que experimentamos en nuestro cuerpo y en nuestro corazón de romper las murallas de la
soledad emocional y física para así unirse a otro ser humano.

Tanto el género como los límites entran en juego. Me referí anteriormente a la manera en que nuestras
percepciones de nosotros mismos como hombres y mujeres impactan la dirección y la intensidad de nuestros
deseos sexuales. Y como ya fue mencionado, los límites y la toma de decisiones correctas entran en juego en
lo que hacemos con nuestros deseos sexuales. A la luz de estas variables, no debemos perder de vista la
verdad de que nuestra sexualidad es en esencia un buen don. Dios consideró antes de la caída que Adán no
podía estar solo (Génesis 2:18). En consecuencia, debemos comenzar a hacer las paces con que fue Dios que
instauró ese anhelo de no querer estar solos y buscar aliviar dicha soledad emocional y corporalmente. Dios
ordenó el componente emocional, relacional y sexual de nuestra humanidad. Y Él lo redimirá al darle nosotros
el acceso a esta fuente privada y profunda de deseo.

Sin lugar a dudas, darle a Dios ese acceso suena más fácil de lo que en realidad es. Para muchos de nosotros,
nuestras emociones-relaciones-sexualidad y la espiritualidad parecen ser polos opuesto, tan incompatibles
como la carne y el espíritu. Tenemos la tendencia de ver nuestras emociones-relaciones-sexualidad en la
oscuridad de su quebranto. Las emociones-relaciones-sexualidad llegan a reducirse al "compulsivo monstruo
interior" que eleva su horrible cabeza para entregarse a una actividad genital o a un vínculo emocional /
relacional desordenado. La seducción, la obsesión, y el comportamiento orgásmico que resultan en mayor
quebranto y necesidad, pueden haber entumecido nuestra definición de emociones-relaciones-sexualidad.
Para otros, el anhelo de no estar solos significa la desesperanza experimentada por necesidades insatisfechas y
una soledad aparentemente crónica.

Nuestra única esperanza para la restauración del buen don que son nuestras emociones-relaciones-sexualidad
yace en el gran amor del Padre por nosotros tal como fue revelado en Cristo. Un alivio maduro de nuestra
soledad, tanto física como emocional, necesita de una relación madura con el Creador. Necesitamos ser
tocados por la corriente viva de Su gran pasión por nosotros y nuestra pasión por Él. Es la única forma en que
la corriente menor de nuestra sexualidad puede ser limpiada y adecuadamente realineada a Su buena voluntad
e intención para la misma. Nos conectamos con otros ya sea a partir del yo íntegro y santo que Él nos
proporciona, o separados de Él, lo cual resulta en un caos relacional (Rom. 1).

Nuestras emociones-relaciones-sexualidad requieren que lo busquemos a Él primero y le entreguemos


nuestros anhelos, nuestras frustraciones y nuestros ídolos. Él recupera el regalo maravilloso que con nuestras
emociones-relaciones-sexualidad al restaurar continuamente nuestra verdadera calidad de persona. Desde el
verdadero yo, nuestras emociones-relaciones-sexualidad toman su lugar legítimo dentro de nuestra
humanidad. Venimos a Él ciegos en nuestro quebranto y Él trae claridad; venimos necesitados y Él revela el
verdadero deseo de nuestro corazón. Venimos desnudos, y Él revela nuestra vergüenza para revestirnos en
gracia y verdad. Nuestras emociones-relaciones-sexualidad, en su estado inspirado y quebrantado, debe ser
entregada a Su Creador y Redentor. En Cristo, enfrentamos la maravillosa posibilidad de una renovación
espiritual que resulta en integridad emocional, relacional y sexual. Leanne Payne escribe en The Broken Image
(La Imagen Quebrantada):

Al buscar sólo a Aquél que es nuestra justicia comenzamos a ver más claramente, y sobreviene la
pureza de corazón y vida. Podemos por lo tanto desear sin peligro aun aquellas cosas que hemos

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sentido tanto temor de reconocer antes, porque son ofrecidas a Él de manera íntegra. La oración
meditativa es una conversación santa: es una interacción santa con Dios. Él nos da seguridad y
nosotros sabemos con certeza que Él removerá la paja del trigo, que Él transformará el deseo en el
lugar y en el momento que sea necesario, que Él lo elevará a lugares más altos cuando nuestra
percepción de Su voluntad para nuestra vida sea demasiado baja.2

Parte 2: Reconocer Nuestra Necesidad.


La debilidad no es popular. Aunque nuestra cultura (cristiana o no) valora la “salud”, raramente apoya la
dolorosa toma de conciencia como el requisito previo para la integridad. El quebranto dista mucho de los
modelos independientes y productivos que admiramos. Como resultado, huimos de lo que “es” en nosotros
con la esperanza de que mágicamente llegaremos a lo que quisiéramos ser. Nuestros esfuerzos son en vano.
Las garras necesitadas y codiciosas que extendemos falsifican la apariencia de control y sofisticación que
queremos que otros crean de nosotros. O quizás usamos a Jesús como un encubrimiento, escondiéndonos de
nosotros mismos bajo el disfraz de la fe. Debemos preguntarnos: ¿Es más valiosa la apariencia de salud que la
salud misma? Si no, entonces debemos comenzar reconociendo nuestra profunda necesidad. Procedemos en
la esperanza de que las necesidades expresadas son el primer paso para que las mismas sean genuinamente
satisfechas.

¿Qué tenemos que reconocer?


Pecado y Necesidad.
Es extremadamente importante que distingamos entre las necesidades legítimas relacionadas con nuestra
sexualidad y emociones, y las maneras falsas que elegimos para satisfacer esas necesidades Los anhelos
sexuales y relacionales llegan a ser pecaminosos cuando nos hacemos cargo de ellos y decimos: “Así es como
voy a satisfacer mis propias necesidades”.

Un anhelo dado por Dios.

Ya hemos tratado anteriormente cómo nuestra emociones-relaciones-sexualidad nos impulsan a “no estar
solos”. Dios nos ha dado un anhelo interno de buscar plenitud fuera de nosotros mismos. La historia de
Génesis que detalla la unión de Adán y Eva describe bien este anhelo de plenitud.

El hombre como Dios.

Adán y Eva aceptaron la mentira de que ellos tenían el derecho de elegir apartados de Dios. Ésa es nuestra
herencia: necesitar desesperadamente a Dios y, sin embargo, le resistimos, somos ambivalentes,
especialmente en las áreas profundas y sensibles, tal como las luchas sexuales y relacionales de larga data, o
eventos pasados traumáticos.

Hacernos cargo de nuestras necesidades.

En una relación alejada de nuestro Creador, tenemos la tendencia de satisfacer nuestras propias necesidades
de la mejor manera posible.

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Pecado: falta fundamental de confianza y dependencia en Dios para satisfacer nuestras necesidades. Ésta es la
base de nuestro quebranto. Luchamos en vano para ser íntegros alejados de Él. En esencia nuestro problema
es el orgullo, nuestra propia tendencia hacia la dependencia en nosotros mismos, en vez de dependencia en
Dios. “Y todo lo que no proviene de fe es pecado”. (Romanos 14:23)

Leanne Payne cita a C. S. Lewis en su astuta observación de nuestra tendencia humana natural hacia la
divinidad: “La vida natural en cada uno de nosotros es algo egocéntrico, algo que quiere ser mimado y
admirado, aprovecharse de otras vidas, explotar el universo entero. Y especialmente quiere que lo dejen solo:
mantenerse bien lejos de cualquier cosa mejor o más fuerte o más alta, cualquier cosa que lo haga sentir
pequeño”.3

El resultado del pecado: desintegración personal, al desafiar la fuente que es la base de nuestra integridad. Sin
estar centrados en Él, nos desintegramos. Nuestras partes quebrantadas y necesitadas llegan a ser nuestros
amos; nos definen, nos conducen, y nos separan de nuestra fuente de esperanza.

El satisfacer nuestras necesidades de manera pecaminosa se expresan en las Escrituras como:


Las hojas de higuera (Génesis 3:7): la hoja simboliza nuestra propia tendencia a escondernos de Dios y de
otros. Sentimos vergüenza, culpa, temor y mucho dolor por nuestro quebranto emocional, relacional y sexual;
sin embargo, tratamos de esconderlo. Para muchos, este encubrimiento resulta de una vergüenza que no
proviene de Dios. Los sentimientos dominantes de ser “malos”, a causa de tener ciertas clases de dificultades
incluyen a esta vergüenza. Para algunos, esta vergüenza tiene sus raíces en el abuso infantil; el veneno del
quebranto y la perversión de otro son asimilados por la víctima del abuso. Él o ella internaliza el pecado del
abusador. A su vez llega a verse como malo o sin valor, hasta merecedor de tal trato.

La vergüenza es también un problema para quienes tienen luchas desde hace mucho tiempo. Su persistencia, a
menudo sin tregua, se traduce para el luchador de esta manera: “Debe haber algo en mí, debo ser malo”. El
autoaborrecimiento y el rechazo paralizantes son síntomas claves de una vergüenza que no proviene de Dios.

Antes de proceder, debemos estar de acuerdo con el Padre en que Su amor por nosotros es superior a nuestro
autoaborrecimiento y rechazo. Debemos aprender a desechar la mentira de la vergüenza impía y apropiarnos
de la verdad de Su amor. Para eso debemos renunciar al odio por uno mismo. Ora la siguiente oración en voz
alta, de manera conciente:

† Oración de Renuncia al Autoaborrecimiento


“Padre, confesamos el pecado de autoaborrecimiento. Confesamos que nos hemos vuelto en contra de
nosotros mismos a causa de áreas quebrantadas y descontroladas en nuestras vidas. Necesitamos Tu perdón
por creer que nuestro quebranto es más poderoso que Tu amor por nosotros. Establece en nosotros Tu amor
inmutable. Consume nuestra vergüenza con Tu radiante Presencia”.

La Vanidad y la Carne (Efesios 4:17-19): Estos versículos mencionados se aplican a no creyentes, pero
conciernen a cristianos de esta manera: el cristiano carnal, como el pagano, busca aliviar el dolor de su pecado
y quebranto enterrándose aún más profundamente en el placer del pecado.

El Domino de la oscuridad (Efesios 2:2; 6:12): El resultado de huir de Dios es la opresión, o el llegar a estar bajo
la autoridad de Satanás en las áreas no rendidas de nuestra vida.

Conformidad con el mundo (Romanos 12:2): Con el tiempo, llegamos a ser definidos por formas falsas y
paganas de satisfacer nuestras necesidades.

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Necesidades emocionales, relacionales y sexuales
¡Las necesidades emocionales, relacionales y sexuales son el clamor del corazón que nos advierte de nuestra
gran necesidad de redención emocional, relacional y sexual! En vez de escaparnos del dolor, necesitamos
recibir su alerta roja de que ¡todo no está bien aquí!

Definición del quebranto emocional, relacional y sexual


Estamos quebrantados en nuestra capacidad de amar a otros. El quebranto puede ser de índole emocional,
relacional y sexual. Por lo general, cada un de estos tres aspectos, el emocional, el relacional y el sexual, están
íntimamente relacionados. Y por lo tanto cuando estamos quebrantados en una de estas áreas, las otras se
verán ciertamente afectadas. No podemos separar nuestras emociones de nuestras relaciones y de nuestra
sexualidad. Cualquiera que sea nuestro quebranto, este va a inhibir nuetra capacidad para amar.

En mi caso y en el de algunos, ese quebrato ha sido el quebranto de género, que se expresa de diferentes
maneras. Uno de las formas más obvia del quebranto de género es la homosexualidad. La homosexualidad,
definida como la condición adulta de tener fuertes sentimientos emocionales y eróticos por el mismo sexo en
contraste con el sexo opuesto, señala una lucha falsa por la plenitud de género.

Por otro lado, algunos de nosotros estamos atados a relaciones heterosexualmente adictivas, ya sean
emocionales, eróticas, o ambas. Aún otros han tratado de cerrarse sexualmente por completo y aliviar el dolor
y la confusión con el mito de la “asexualidad”. Esto es especialmente cierto para aquellos expuestos a
prematuras expresiones quebrantadas de sexualidad en su niñez. Desde muy temprano, la sexualidad fue
experimentada como destructiva y caótica, produciendo el deseo de “desexualizarse” como una forma de
protección.

Vemos en la palabra a la sexualidad como una potente fuerza para bien y para mal (Rom. 6:16; 1 Cor. 6:12).
Nuestros anhelos sexuales pueden ya sea realzar o destruir la vida, como lo sugiere tu experiencia.

Diversidad de quebranto emocional, relacional y sexual


Existen muchas expresiones del quebranto, desde la adicción sexual a la obsesión emocional o al enredarse en
una forma promiscua de vida.

Además de las variadas expresiones de quebranto, estamos unidos a los profundos e inspirados anhelos de
integridad que el Espíritu Santo ha plantado en nuestro corazón. Cristo en ti mantiene vivo el clamor por
justicia en todas las cosas, ¡incluyendo tus emociones, relaciones y sexualidad!

¿Qué necesidades profundas proclama en tu propia vida el quebranto emocional, sexual y relacional?
Fundamentalmente, tu necesidad más profunda es tener más de Dios, más de Su Presencia afectuosa
derramada sobre ti, dándote así la misericordia, el poder y la guía que necesitas para llegar a ser libre.

Escapando del Dolor y la Inseguridad: Por qué Huimos de Nuestra Necesidad.


Debemos identificar y admitir la resistencia real que enfrentamos al intentar librarnos del quebranto
emocional, relacional y sexual. Muchos tenemos temor a darle poder al problema. Decimos cosas como:“Si
comienzo a ahondar en este problema, me abrumará”. Así que mejor no lidiamos con el problema.

Algunos quizás negamos que haya un área de quebranto. Quizás sea muy doloroso enfrentarlo, así que mejor
lo negamos y fingimos que no existe.

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Otros tenemos temor a perder la auto determinación y la auto preservación. Mi “Yo” quebrantado me define.
¿Qué me definirá y sostendrá si no tengo la ‘hoja de higuera’ de mi quebranto?”. Esto es así en aquellos cuyas
identidades han tenido su raíz en el quebranto sexual; por ejemplo, aquellos que fueron abusados, buscan en
su estado de “víctima” su identidad. También es así para aquellos que se encuentran tan empapados en su
propia recuperación que han comenzado a vivir principalmente a partir de una identidad enfocada en sus
problemas. (Más adelante veremos con detalle el tema de la identidad).

Tenemos que hacer una reevaluación dolorosa de lo seguro y conocido. Algunos deben reconocer: “Me da
miedo pensar en cuanto a lo que percibo como bueno en mi vida está en realidad obrando en contra de algo
mejor que Dios tiene para mí”. Quizás sintamos temor a sentir (ceder el control emocional). Para alguno es
mucho más seguro no sentir. Decimos cosas como: “¿Qué me sucederá si permito que el dolor y la ira salgan a
la superficie?”

Un impedimento es el “Yo” religioso, es decir: el orgullo religioso. Muchos piensan: “He sido cristiano todos
estos años. No debería tener este problema”. Más de lo que quizás qurramos admitir, la religiosidad en
nostros juega en contra del reconocer nuestra necesidad y buscar ayuda.

Otros tienen una elevada necesidad de aprobación, y piensan en su corazón: “Si otros saben de mi lucha,
perderé su aceptación”.

Otro obstáculo puede ser el perfeccionismo, el llegar a estar bajo la autoridad del engaño religioso de que “si
no soy perfecto, no soy aceptable”. Entonces evadimos lo inaceptable de nosotros en un esfuerzo inútil de
convencernos a nosotros mismos y a otros de que somos aceptables.

Incapaces de recibir verdaderamente Su Presencia sanadora, nuestro alejamiento de Él tomará una de dos
formas:
• La persona pasiva y debilitada que no puede escuchar verdaderamente la voz del Señor ni responder a
ella en obediencia.
• El individuo agresivo, endurecido, cuya postura de control y fortaleza no es más que un caparazón para
protegerse del dolor y la confusión en su interior.

Otro impedimento puede ser una teología defectuosa. A menudo somos culpables de elevar el estandarte de la
victoria de Cristo antes de someter nuestro quebranto real a Él. Así Su victoria no se aplica donde realmente se
necesita.

Si huimos del dolor, huimos de la realidad. Scott Peck cita a Jung en The Road Less Traveled (El Camino Menos
Transitado): “La neurosis siempre es un sustituto del sufrimiento legítimo”.4

Con el tiempo, la verdadera libertad comienza cuando comenzamos a confesar al Señor y a otros el dolor real e
inminente. La manera como crecemos es reconociendo nuestra necesidad. Nuestro clamor por ayuda es
escuchado a Aquél que prepara el camino para la sanidad. Admitimos nuestra necesidad y las maneras
pecaminosas en que hemos intentado satisfacerla. El Señor dijo que bienaventurado eran los pobres en
espíritu (Mateo 5:3).

La poderosa motivación del tumulto interno nos impulsa a buscar otra opción, específicamente el camino de la
Cruz. Esta es la manera de Cristo: Sanidad a través de la humildad. Jesús es nuestro ejemplo clave y nuestro
abogado al reconocer nuestra necesidad (2 Corintios 8:9; Mateo 9:11-13). Sólo cuando nos humillamos a los
piés de la Cruz y nos despojamos de nosotros mismos, podrá Cristo comenzar a sanarnos y restaurarnos.

Hay poder de la palabra “débil”; hay poder en la debilidad. La fortaleza más grande de Cristo fue revelada
cuando se sometió voluntariamente a la Cruz. Entonces la fortaleza en nosotros se convierte en una realidad
verdadera al morir al dominio de nuestras debilidades.

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Tenemos que reconocer a quién nos parecemos: ¿A la prostituta o al fariseo? (Mateo 21:31). Debemos
determinar las expectativas y prioridades personales a la luz de las de Cristo. Nuestra debilidad es Su
oportunidad.

Dios ha de ser encontrado en el centro de nuestros profundos deseos y antagonismos, nuestras esperanzas y
temores no reconocidos. Es enfrentándolas y siendo obligados a darnos cuenta de nuestra debilidad y
vulnerabilidad que tomamos conciencia de Dios: Nuestra Fortaleza en la debilidad, nuestra Sabiduría en
nuestra ceguera e ignorancia. El santuario interno donde Dios habita no ha de ser encontrado en la versión
altamente editada e idealizada de nosotros mismos en la que nos gusta creer, y que intentamos presentar a
otros. Sobre todo en nuestra cultura cristiana en Latinoamérica, tenemos la fuerte tendencia a aparentar algo
que no somos en realidad.

Al contrario, se encuentra a Dios al reconocer y someter las partes quebrantadas y necesitadas de nosotros
mismos a Su gran amor y orden. Allí Jesús sale a nuestro encuentro; establece Su amor y misericordia en esas
áreas donde más necesidad tenemos de Él. Y entonces comenzamos a alinearnos.

Miremos al ejemplo de Pablo (2 Corintios 12:9-10):


Los sanos no necesitan de un médico; los religiosos no necesitan un Salvador. Sólo los quebrantados saben lo
contrario. En vez de ser un obstáculo hacia Cristo, nuestra necesidad se convierte en el factor motivador que
nos impulsa hacia Él. Tenemos tres opciones, podemos:

1. Negar nuestra necesidad.

2. Huir de Dios y de otros por temor a que se nos descubra por estar necesitados y sujetos a expresiones
pecaminosas de nuestra necesidad.

3. Reconocer lo que hay en nuestras vidas y humildemente comenzar a permitir a Jesús a que entre en las
grietas y sombras de nuestra humanidad caída. Esto hacemos con la esperanza bien fundada de que nuestra
debilidad puede llegar a ser la puerta a través de la cual Dios saldrá a nuestro encuentro en una forma rica y
profunda.
1
Cloud, Henry: Cambios que Traen Sanidad, Unilit, Miami, 1995, p. 122.
2
Payne, Leanne: The Broken Image (La Imagen Quebrada), Crossway, Wheaton, 1981 p. 151-152
3
Payne,Leanne: The Healing Presence, p. 177.
4
Peck, Scott: The Road Less Traveled, p. 17.

Material de Lectura:
La Sanidad de la Vergüenza y el Auto aborrecimiento.
Por Toni Dolfo-Smith
La vergüenza se define con una explicación simple: se trata de una vaga pero persistente opresión que pesa
sobre nuestro espíritu que no nos permite experimentar gozo. La vergüenza es un sentimiento que abarca todo
nuestro ser y afecta a todos los demás sentimientos acerca de nosotros mismos y el resto del mundo. Vale
decir también que la vergüenza no siempre es algo malo; hay ocasiones en que uno puede experimentar una
vergüenza saludable.

La vergüenza saludable, aunque es un mal sentimiento, puede ser buena para nosotros. Cuando tenemos
sentimientos sanos de vergüenza puede ser la indicación de que no estamos viviendo como Dios quiere que

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vivamos. Todos hemos sido creados conforme a la imagen de nuestro Creador, por lo que dentro de cada uno
de nosotros hay un deseo por Él y por vivir el verdadero yo creado por Él. Muchos de nosotros
experimentamos vergüenza cuando nuestra conciencia nos avisa que hemos hecho algo mal y el Espíritu Santo
nos pone convicción de pecado y de que hemos obrado mal. La vergüenza que sentimos en estos momentos es
una consecuencia de no vivir de acuerdo a la verdad que Dios diseñó para la humanidad y al mismo tiempo es
una invitación para vivir de acuerdo a lo que Dios ha querido desde el principio. Nos permite experimentar el
dolor del fracaso, abrazar las virtudes de los procesos de nuestras vidas y ser dirigido de vuelta al Padre.

Recientemente tuve una experiencia de lo que es vergüenza sana. Tuve una conversación con mi esposa que se
puso muy fea; estaba revelándole algunos sentimientos relacionados con un área sensible de mi vida. Cuanto
más le explicaba, más me parecía que ella me estaba malinterpretando y más nos enojábamos el uno con el
otro. Y comencé a decirle cosas que fueron bastante hirientes. Mi ser quebrantado y mi justicia propia me
decían que yo tenía el derecho de hacer esa defensa volátil; después de todo yo había sido mal entendido.

Pero el Espíritu Santo (y mi conciencia) comenzaron a mostrarme mi pecado. Me sentí lleno de vergüenza por
el hecho de haber sido cruel. Si bien mi vergüenza y el sentirme indigno hubieran podido hacer que yo no
buscara la restauración de la relación con mi esposa, me di cuenta que mis sentimientos de vergüenza se
basaban en la realidad. Había deshonrado a mi esposa, mi enojo y mi frustración me habían llevado a decirle
cosas horribles a ella. La vergüenza me llevo a arrepentirme, buscar el perdón de mi esposa y la restauración de
mi relación con ella. Me dio la oportunidad una vez más de caminar en la realidad de ser un hijo redimido de
Dios. El experimentar una vergüenza saludable me permitió entender la vergüenza que no es saludable.
Una investigación acerca de la vergüenza ha mostrado que aquellos que luchan con la vergüenza no saludable
viven un yo falso: un ser que ha sido creado e inventado a partir de ideas falsas que han sido puestas en
nosotros por otros. Estas ideas vienen de tres fuentes. La primer es la cultura secular que quiere que creamos
que la vida debería ser vivida en la manera que es mostrada a través de las películas y los medios de
comunicación. La segunda es la religión que nos dice que nosotros nunca deberíamos necesitar ayuda o
cometer errores. Y por último los sistemas familiares que no pueden afirmar un niño que está creciendo y
requieren que el niño sea alguien que no es.

Mi historia refleja esto. Yo fui un “buen muchacho” crecí en un hogar cristiano, era un “buen muchacho” que
le pidió a Jesús que entrara en su corazón a la edad de 5 años, un “buen muchacho” que como adolescente dio
testimonios brillantes y “un buen muchacho” que tenía la máscara de un hombre cristiano victorioso. Desde
que tengo uso de razón, este “muchacho bueno” creía que había algo malo en él. Yo me esforcé mucho para
inventar y presentar un “yo público” que era diferente a lo que realmente era.

Fui criado en un hogar donde había poco espacio para expresar los sentimientos reales. Crecí fingiendo que
todo estaba bien y comencé a creer que la gente alrededor mío no estaban realmente interesados en lo que yo
estaba sintiendo. Cualquier expresión de lo que estaba pasando en mi corazón nunca debería ser expresada
abiertamente. Lo que hacía era decir cosas acerca de mí que hacían sentir bien a otros. Pensé que mis
opiniones y pensamientos deberían reflejar solamente aquello que los demás querían escuchar. Aprendí a leer
las situaciones que se me presentaban y las respuestas de la gente, y a responder como correspondía.

Para complicar todo esto, estaba el hecho de que soy mestizo, hijo de madre blanca y padre de raza mixta.
Crecí en un país racialmente dividido, Sudáfrica. A una edad temprana creí en mi corazón que era malo tener el
color de piel que yo tenía, y que había algo malo dentro de mí. Yo era defectuoso. La ausencia de una presencia
masculina fuerte en mi hogar me dio lugar a una profunda necesidad de afirmación y afecto masculino. A
finales de mi infancia yo esta horrorizado por el hecho de que comencé a sexualizar estos deseos y
necesidades. Mi vergüenza estaba relacionada con dos de los pilares de mi personalidad: mi etnicidad y mi

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género. Llegue a estar convencido de que no era digno de ser amado, era fácil de rechazar y que no tenia
esperanza.

La vida que comencé a construir a medida que me convertía en una persona adulta, era construida a partir de
mis percepciones distorsionadas de quién era yo y como me veían otros. Me dedique a tener logros
académicos, financieros y económicos, recibí muchos elogios y aplausos. Aun así, vivía con una molesta y
constante sensación de ser descubierto. En muchas situaciones a lo largo del día, una voz condenadora me
decía que yo no era lo suficientemente bueno, que nunca iba a ser amado y que finalmente iba a ser
rechazado. El modo de vida de mis padres, mi fe religiosa y la cultura habían hecho su trabajo principal. Yo era
una persona cautiva de la vergüenza no saludable.

La vergüenza no saludable afecta a quienes SOMOS y no solamente a lo que decimos o HACEMOS. Esta clase de
vergüenza nos hace sentir como si todo nuestro ser fuera indigno. Cuando sentimos vergüenza, nos sentimos
inadecuados e inferiores. Algunos de nosotros creemos que los demás nos ven con asco. Algunas personas se
sienten sucias e internamente viciadas. Otras se sienten no aceptadas en casi toda situación. Para otras es
difícil disfrutar el presente por miedo a ser descubierto como alguien falso o como un fraude. Para muchos de
nosotros, nuestras vidas han sido marcadas por el sentimiento de que si los demás se enteraran quienes somos
en realidad, ellos no rechazarían. El resultado para muchos, así como lo fue para mí, es la presentación de un
yo falso que creemos que a los otros les gusta y admiran.

Cuando el viaje hacia mi sanidad comenzó, me esforzaba en asegurarme de que Dios me amaba, me aseguraba
de hacer todas las cosas que los consejeros y todos aquellos que oraban por mí me pedían: lo iba a hacer a la
perfección. Una recaída o falla daba como resultado en mí, olas de vergüenza y auto
aborrecimiento. Quería hacerlo de la manera correcta. Pero un día algo paso cuando leí nuevamente la historia
de Zaqueo en Lucas 19:1-10.

Siempre he sentido una extraña similitud con Zaqueo. Los Evangelios del nuevo testamento raramente proveen
una descripción física de los personajes, pero Lucas nos dice que Zaqueo era un hombre de baja estatura.
Cuando leí esto, sentí una empatía profunda con este hombre ya que me imaginaba la vergüenza que debía
haber sentido y la burla que debía haber soportado la mayor parte de su vida.

Zaqueo era también cobrador de impuestos, uno de los representantes más despreciados del sistema romano.
Me imagino a Zaqueo vistiéndose de su falsa prepotencia machista y su belicosidad burocrática. Él era un
hombre rico que tenía una posición de gran autoridad. Aquellos que estaban alrededor de él lo veían como un
traidor duro e inquebrantable. La gente le mostraba el asco que sentían hacia él, llamándolo pecador. Pero, yo
sospecho, que dentro de él había un hombre desesperado de amor y aceptación.

Zaqueo oyó que Jesús estaba pasando por ahí y quería verlo. Sin embargo, su corta estatura le impedía ver por
encima de la multitud. Zaqueo estaba muy desesperado por ver a Jesús, así que corrió el riesgo de la
posibilidad de pasar una gran vergüenza y bochorno ya que escaló un árbol para poder verlo. La idea de este
funcionario de alto nivel levantándose sus vestidos para subir a un árbol, ¡Parece casi cómica! Jesús pasa y se
detiene justo en el árbol donde Zaqueo había subido, y lo llama por su nombre: "Zaqueo baja de inmediato.
Debo quedarme en tu casa el día de hoy".

Imagínense lo que Zaqueo habría estado pensando; su gran deseo de ver a Jesús se había hecho realidad.
Quizás lo que él esperaba era que con el ver a Jesús, todo cambiaría para él. Pero aquí estaba Jesús, llamándolo
por su nombre y pidiéndole que bajara del árbol. Zaqueo pudo haber dudado por un momento esperando que
Jesús siguiera caminando. Si se bajaba del árbol, todos lo verían, y se reirían de él y lo insultarían.

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Es la decisión que todos nosotros enfrentamos cuando venimos a Jesús con nuestra vergüenza. El reconocer
nuestra vergüenza y el auto aborrecimiento a menudo nos expondrá como nunca antes. Muchos de nosotros
esperamos una libertad más grande cuando confesamos nuestra vergüenza, pero descubrimos que
experimentamos más vergüenza cuando nos exponemos. Zaqueo baja de un árbol y obedece a Jesús. En medio
del oprobio y la vergüenza pública, Zaqueo toma la oportunidad que Jesús le ofrece, esto es el llamado a todos
nosotros sumidos en la vergüenza.

Este encuentro con Jesús también muestra la vergüenza legítima en Zaqueo: él había estado engañando a la
gente por años. Zaqueo se arrepiente y muestra su intención de enmendar lo que había hecho en dichos años.
La Presencia de Jesús rompió el poder de la vergüenza de Zaqueo.

Yo se que, a medida que nos bajamos del árbol en respuesta al llamado de Jesús, para muchos el riesgo de ser
expuesto nos lleva a sentirnos abrumados. Yo luchaba con ese miedo. Pero a través de los años de mi proceso y
de mi viaje hacia la sanidad, estoy convencido de que Jesús es suficiente para cubrir mi vergüenza. A medida
que yo respondo a su llamado: “Sal de tu escondite, quiero ir a tu casa,” experimenté su amor, afirmación,
corrección y aceptación.

Puedo recordar vívidamente la experiencia cuando salí de mi escondite. Me habían pedido hablar a un grupo
de gente cristiana joven acerca de la intención de Dios cuando creó la sexualidad. A pesar de sentirme un poco
incómodo con el hecho de hablar a este grupo en particular, me sentía bien preparado y listo. Con temor a ser
mal entendido y juzgado, decidí no usar ejemplos personales ni decir la historia de mi vida. Sin embargo,
mientras me presentaba, un líder bien intencionado comenzó a compartir parte de mi historia personal,
inclusive mi salida de la vida homosexual y la adicción sexual. Él contó mi historia en términos gráficos en
medio de risas disimuladas de la audiencia.

En ese momento me di cuenta de que yo me estaba metiendo nuevamente en la cueva de vergüenza y rechazo
a mí mismo que había sido tan familiar para mí toda mi vida. A medida que toda mi confianza se comenzaba a
desvanecer, me sentí tentado a salirme del auditorio. En ese momento comencé a escuchar la voz de Dios en
una forma casi audible. Él comenzó a decirme cuanto me amaba, que en verdad yo era Su hijo, y luego cuando
hablé aquella noche, yo estaba parado ahí y representándolo a Él. Apenas llegué a esta etapa, pero
experimenté a Dios de una manera nueva a medida que mi vergüenza desaparecía y yo comprendía cada vez
más que le pertenecía al Padre. Mi ser masculino se levantó, puede hablar porque Él me conoció.

En lugar de la vergüenza, Él está restaurando vida. Dios se para a nuestro lado a través de nuestros
sentimientos de duda hacia nosotros mismos, culpa, indignidad y miedo a ser descubierto. Para Zaqueo la
promesa de Jesús no fue que lo iba a ser más alto o que iba a hacer que la gente gustara de él. Jesús
simplemente deseaba entrar en la casa de Zaqueo. En la misma manera, Jesús nos pide dejarlo entrar en
aquellos lugares de vergüenza para sanarnos a medida que vivimos con Él en ese lugar.

Material de Lectura: Entendiendo Nuestra Necesidad y Quebranto.


Por Toni Dolfo-Smith

Esta presentación es un recurso útil para explicar de una manera comprensiva el significado de lo que
enseñamos en El Estanque de Betesda. Esta herramienta provee una manera de explicar los elementos
esenciales del programa de El Estanque de Betesda.

Cómo Debería Ser.

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Cuando venimos al mundo, somos colocados en familias. Nuestros padres se vuelven la fuente principal de
afecto, afirmación, amor, aceptación y atención. Si nuestros padres son personas sanas, son capaces de
extender y darnos todo lo que necesitamos para vivir como hombres y mujeres sanos. A través de nuestra
relación con ellos y a través de su influencia en nuestras vidas, llegamos a conocer nuestra identidad, se nos da
confianza, y somos capacitados para perdurar y perseverar. Con nuestros padres, aprenderemos a
relacionarnos con otras personas, y viviremos vidas completas y satisfechas. Podremos iniciar, amar,
relacionarnos y vivir según la intención de Dios.

fortaleza

Cómo debería ser…

afirmación

atención

seguridad

auto estima

cariño

Lo Que Realmente Sucede.

Para muchos de nosotros, el ideal no sucede. A medida que crecemos y maduramos en nuestros años de
niñez, frecuentemente recibimos cierta afirmación, afecto o atención. Recibimos algo, pero no todo lo que
necesitamos para vivir como hombres y mujeres sanos. Nuestros padres son sólo capaces de darnos ciertas
cosas, y por lo tanto carecemos de todo lo que necesitamos para vivir, amar y relacionarnos con Dios y con los
demás.

…lo que realmente sucede

Lo Que Realmente Sucede: El Abuso.

Además de no lograr que nuestras necesidades sean suplidas, algunos de nosotros hemos experimentado
abuso. En algún momento de nuestra vida, o muchas veces a través de nuestra vida, otras personas han roto
vallados personales y han invadido nuestras vidas a través de la fuerza, la manipulación y la humillación. Este

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abuso siembra un elemento de emociones no deseadas y experiencias las cuales moldean la manera como
vemos nuestras relaciones con otras personas y con Dios. Comenzamos a ver la vida como algo temeroso,
inseguro e incierto. Y como no se nos ha dado lo que necesitamos para vivir, absorbemos estas emociones
como vergüenza y culpa.

…lo que realmente sucede

abuso

Áreas de Necesidad.

Debido a nuestra carencia y nuestro abuso, vivimos con grandes partes vacías en nuestras vidas; partes que
añoran y esperan cosas buenas, pero que tal vez no llegan. Los espacios en nuestras vidas se han convertido
en áreas de necesidad. Nuestras necesidades no han sido satisfechas a través de nuestras familias. Nuestra
seguridad ha sido invadida y quebrantada por otras personas. Nos sentimos expuestos en ciertas áreas y
cerrados en otras.

áreas de
necesidad

La Vergüenza.

A medida que luchamos por dar sentido y entender nuestra vida, el abuso y la necesidad, a veces llevamos un
manto de vergüenza. Nuestra experiencia de vacío o carencias en nuestras vidas es el sentimiento de
vergüenza. Creemos que lo que le falta en nuestras vidas y lo que está quebrantado en nuestros corazones
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debe ser cubierto. Creemos que no es bueno ser conocido o ser vulnerable o íntimo con otras personas o con
Dios. Hemos aprendido a través de la experiencia que somos personas necesitadas, y que no es bueno
necesitar (según los mensajes que hemos recibido de nuestra cultura, familia o nuestras iglesias).

vergüenza

Arreglos y Adicciones.

Como respuesta a nuestra necesidad, nuestro quebrantamiento y vergüenza, nos las arreglamos como mejor
podemos. Tenemos añoranzas y deseos que no son cumplidos, y miramos a otras cosas u otras personas para
que llenen esos espacios vacíos. Queremos llenar nuestras vidas para así sentir momentos de afirmación,
afecto, atención, amor y sentir que pertenecemos. Estas maneras de arreglárselas toman diferentes tamaños y
formas. Algunos de nosotros nos volvemos adictos a la pornografía, la fantasía, el sexo, el alcohol, u otras
formas químicas. Nos volvemos adictos a relaciones enfermas. Luchamos con el materialismo y las riquezas,
pues éstas nos dan un propósito y sentido de estar al control. Luchamos con la comida porque ésta cubre y
disfraza nuestros cuerpos. Buscamos cualquier cosa y toda cosa que pueda llenar ese deseo de pertenecer,
tener propósito y ser amado que nos fue dado por Dios.

materialismo
arreglos y adicciones

comida

sexo

químicos

relaciones

Arreglos y Adicciones – Parte 2.

En nuestro estado quebrantado, nos conformamos y aceptamos esta realidad “enfermiza”. Aceptamos nuestro
quebrantamiento como algo que no se puede cambiar, y nos damos cuenta que la forma en que nos

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sobreponemos a nuestras circunstancias trae vergüenza a otros en nuestra comunidad. Por lo tanto, nos
hacemos aceptables a nuestras familias, cónyuges, compañeros de trabajo y amigos creando un frente falso.
Construimos una identidad falsa para cubrir lo que está sucediendo dentro de nuestras vidas. Proyectamos
una imagen que aparenta que estamos bien, bajo control, confiados y seguros, mientras que por dentro,
nuestro corazón e identidad están envueltos en un sentido de culpa, oprobio y vergüenza, y comportamientos
pecaminosos. Tenemos temor de cómo se vería si fuésemos abiertos y honestos con otra persona, por lo tanto
diseñamos una imagen falsa para mantener distantes a los demás.

El Camino a la Restauración:

Pero no todo está perdido, no ante los ojos de Dios. Él conoce nuestra necesidad, nuestro quebrantamiento y
yo falso. Él sabe lo que nos ha sucedido y lo que hemos hecho en nuestras vidas, todo lo que ha contribuido a
nuestro falso sentido de ser. Él provee una comunidad como manera de liberarnos de nuestras adicciones y
maneras de arreglárnosla. Él nos ofrece un camino a la restauración a través de una relación verdadera con
Jesús, donde podemos llegar a ser limpios ante Su Cruz. El Padre nos provee gracia y misericordia en plenitud,
de modo que podamos recibir nuestra identidad, afirmación, seguridad, estima y perseverancia de Él. Es el
único que puede llenarnos, renovarnos y restaurar lo que falta en nuestras vidas. Y el Padre usa la comunidad
como modo de sanidad. Él provee creyentes quienes pueden estar a nuestro lado en nuestro dolor y con
nuestras heridas, quienes pueden ofrecer palabras de vida y esperanza. A través de Su gracia y Su comunidad,
podemos ser llenos de todo lo que necesitamos para volvernos portadores de Su imagen en este mundo.
Dios

auto estima afirmación

cariño seguridad

fortaleza atención

Comunidad

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