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Las bases conceptuales desde las que Kant piensa la subjetividad resultan ser
absolutamente revolucionarias respecto de la reflexión moderna clásica. Por supuesto, no es que
las ideas kantianas no tengan una historia o se hayan dado en el vacío. Al revés, la reflexión moderna
es el contexto necesario para que Kant realice su “salto cualitativo”. Aún más, no es que los
pensadores clásicos no se hubiesen percatado de los dilemas que aborda Kant. El complicado status
del Yo en Hume o la definición del espacio referida al pensamiento en Hobbes son ejemplos claros
al respecto (Hobbes, 1651/2005) (Hume, 1734/2005). Pero es Kant el que propone una alternativa
que va más allá de los parámetros del concepto de subjetividad propio de la Modernidad Clásica: la
subjetividad, en el ámbito del conocimiento, como un campo transindividual constituyente de los
Yoes; la causalidad determinista remitida al ámbito de los fenómenos, y la causalidad libre en el
ámbito de la moral; la libertad como actividad sustancial de autoimponerse deberes, son ejemplos
de las posibilidades que abre Kant a esos dilemas en que se había empantanado la reflexión clásica.
La exposición a la que estamos abocados tiene como objeto la caracterización de las bases
conceptuales que permiten pensar la subjetividad. En consecuencia, ésta no será propiamente
filosófica, sino que se remitirá a aquellos aspectos de la misma donde la preocupación por los
fundamentos de la subjetividad sea lo esencial. Ahora bien, en su tratamiento se la subjetividad,
Kant distingue, de manera explícita, dos ámbitos: el del conocimiento (Razón Pura) y el de la moral
(Razón Práctica). Organizaremos nuestra exposición de manera correspondiente, desarrollando
primeramente, la temática relativa al conocimiento para, en seguida, continuar con la temática
relativa a la moral.
1] La reflexión sobre la subjetividad en Kant I: El Sujeto Epistemológico.
A efectos de introducir la “revolución copernicana” de Kant, realizaremos un brevísimo
excurso sobre el problema del conocimiento en la modernidad clásica.
El esquema básico de la actividad de conocer implica un sujeto y un objeto, externos entre
sí, y que, de alguna forma, el objeto llegue a ponerse, como idea, en el sujeto. Tradicionalmente,
esto se denomina “saber como correspondencia” o “saber por adecuación” (“adaequatio rei et
intellectus” decía Tomás de Aquino). El problema de esta noción es que, justamente, es la
correspondencia entre la idea del objeto y el objeto lo que no se puede probar. Nadie puede ponerse
fuera del acto de conocer para comparar la idea con el objeto y asegurar que se corresponden1. Ni
racionalistas ni empiristas son capaces de salir de este dilema y, en el extremo, Hume se ve obligado
a remitirse a la confianza subjetiva de que las cosas son lo que son porque están “habituadas” a ser
eso (Hume, 1748/2004).
1
Cfr. Apartado 4.1.
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La propuesta kantiana consiste en, a semejanza de la “revolución celeste” de Copérnico, sin
pronunciarse respecto de lo que los objetos sean realmente, “dar vuelta” los términos del problema:
si lo que se había intentado hasta el momento, infructuosamente, era demostrar que el conocer se
adecuaba a los objetos, quizá fuera más útil proponer que eran los objetos los que se adecuaban al
conocer (Kant, 1787/2003). De esta forma, aunque se mantiene, como herencia, una dualidad de
términos, la complejidad de los mismos abre un mundo de posibilidades para concebir el
conocimiento y, de manera correlativa, a la subjetividad que conoce.
Por una parte, donde los pensadores clásicos ponían al objeto como entidad determinada,
Kant pone al “en‐sí”, aquello de lo cual nada podemos predicar, excepto que es. Con esta idea de
“en‐sí”, Kant está evitando el problema de tener que pronunciarse de manera concreta y
determinada respecto de una entidad externa a la subjetividad que conoce. Por otra parte, donde
estaba el observador, Kant pone la Facultad de Conocer. Es importante, aunque no sea este el
momento de desarrollarlo argumentativamente, destacar lo revolucionaria que resulta, en términos
de concepción subjetiva, la idea kantiana de Facultad de Conocer.
En primer lugar, la Facultad de Conocer no es un “algo” cosa sino que un “algo” actividad.
No es la actividad de algo, sino que es pura actividad. Y esa pura actividad, a partir del “impacto”
del en‐sí, configura toda la realidad objetiva. Las montañas, los árboles y las naranjas son
configurados por la Facultad de Conocer, y el que sean configurados por la Facultad de Conocer es
lo que les confiere su carácter real y objetivo. En otras palabras, donde la Modernidad ponía una
ontología cosista, Kant coloca, en ciernes, una ontología de la actividad2.
Así, en tercer lugar, nos encontramos con que la Facultad de Conocer está concebida como
un campo transindividual. Los yoes individuales aparecen como un efecto, como una necesidad
interna de dicha Facultad. Sucede que, para que haya conocimiento, algo tiene que referir las
percepciones y darles una continuidad en el tiempo. Kant llama a eso “apercepción pura” y “unidad
trascendental de la autoconsciencia” (Kant, Crítica de la razón pura, 1787/2003). Y es lo que
nosotros, coloquialmente, podríamos entender como “yo en general”. Un yo, no cosa, que cumple
una función al interior de la Facultad de Conocer: Referir, como dijimos, las percepciones a un
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Sólo en ciernes y no propiamente, pues todavía guarda una dependencia de en‐sí (Kant, 1787/2003).
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Al contrario, es porque la Facultad de Conocer “pone” los fundamentos de la experiencia que cada uno va a
poder tener su opinión.
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Por supuesto, puede ser percibida de maneras distintas, pero eso sería una consideración de contenido, no
epistemológica.
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alguien que se mantiene en el tiempo…porque si las percepciones no son para alguien, no pueden
ser percepciones.
Notemos las inmensas implicancias que esto tiene al momento de concebir la subjetividad:
el fundamento de ésta deja de ser el individuo y pasa a ser transindividual. En el ámbito del
conocimiento, al menos, no somos por nosotros mismos, entidades atomizadas, externas e
independientes, sino que estamos esencial e indefectiblemente ligados en la actividad de configurar
la realidad.
Pero, reiterémoslo, esto es lo que sucede en el ámbito del conocimiento. Pasemos ahora a
revisar qué es lo que sucede en el ámbito de la moral.
2] La reflexión sobre la subjetividad en Kant II: El Sujeto Moral.
Para dar un contexto a la propuesta ética kantiana, primeramente explicaremos, de forma
esquemática, las éticas que Kant considera como sus “antagonistas”.
Por una parte, tenemos un tipo de ética que podríamos llamar “trascendente”. Aquella ética
que deja la determinación de lo que es bueno y lo que es malo a una entidad supraterrena que, a lo
largo de la historia, a través de revelaciones extraempíricas, ha ido indicando a los seres humanos
lo que es correcto y lo que es incorrecto. Además, y de manera correlativa, ha revelado los premios
y los castigos esperables de seguir o no aquellas indicaciones.
Kant considera que una ética de ese tipo, heterónoma, corresponde a un momento
“infantil” de la humanidad, en el cual, al igual que los niños pequeños, era requerida una autoridad
externa que normara el comportamiento (Kant, 1784/2012). Pero tal momento ya habría pasado.
La humanidad ya habría alcanzado su “mayoría de edad”, la modernidad, y sería capaz de establecer,
autónomamente, sus propias regulaciones éticas.
Por otra parte, tenemos éticas que podríamos llamar de tipo “hedonista” (v. gr. Hobbes,
Hume) que, como alternativa al bien y al mal absolutos, propios de las éticas de tipo “trascendente”,
proponen una relativización de las nociones de bien y mal, equiparándolas a los sentimientos de
agrado y desagrado corporal5.
Conocida es la antipatía kantiana respecto de esa relativización, a la que se refiere
despectivamente como obediencia a “deseos e inclinaciones”. La obediencia a los dictados del
cuerpo (que no es sino la obediencia a las leyes naturales) no podría ser la base de la ética de una
humanidad “adulta” porque, nuevamente, es heterónoma. Una otredad, la naturaleza, determina
lo bueno y lo malo, lo agradable y lo desagradable, y los seres humanos no serían sino esclavos de
sus impulsos naturales, tal cual antes eran esclavos de los inescrutables designios divinos.
Frente a esas éticas signadas por la esclavitud, Kant va a proponer una ética que tenga como
centro la idea de libertad. Podríamos decir que la moral kantiana es un esfuerzo consistente por
fundamentar teóricamente la posibilidad de una subjetividad libre de las determinaciones
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Cfr. Apartado 4.3.
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extrínsecas. Una voluntad racional que es capaz de proponerse fines que tienen la forma de leyes
universales, y que ejerce su libertad en la obediencia a esas leyes que ella misma se ha impuesto.
Libertad, voluntad, autodeterminación y autonomía son las características esenciales de esta
“subjetividad moral”.
A diferencia de las éticas de tipo “trascendente” o de las de tipo “hedonista”, Kant no centra
su consideración del bien y del mal en hechos o en actos sino que, permítasenos decirlo así, en
intenciones. Lo único realmente bueno, dice al inicio de la Fundamentación de una Metafísica de las
Costumbres, sería una voluntad buena. Así, a efectos de hacer verosímil una moral basada en la
libertad y en la autonomía, Kant, desde un principio, separa tajantemente el ámbito de la moralidad
del ámbito del conocimiento y de la experiencia empírica.
Esta separación, si recordamos, había sido anticipada en la Crítica de la Razón Pura. La
subjetividad epistemológica tenía sus límites claramente trazados, sólo podía conocer la realidad
empírica, los fenómenos. Pero esa limitación en el conocimiento no implicaba una limitación de la
realidad. Existiría, más allá de la empiria, una realidad que no podemos conocer teóricamente, la
cosa en sí. Kant, en consecuencia, se siente autorizado a postular que, en el en sí, “existen”
realidades trascendentes al ámbito empírico. Sobre esos postulados fundamentará su moral. De
particular importancia, a efectos de nuestra exposición, resulta el postulado de la libertad.
Postular la libertad como “existente” en un más allá de la realidad empírica permite pensar
un ámbito donde la autodeterminación es posible sin que, y al mismo tiempo, dejemos de estar
determinados por las leyes naturales. El ser humano tendría, podemos decirlo así, una “doble
existencia”. Por una parte, empírica. Por otra parte, moral, donde la causa de sus acciones es
siempre una causa primera: la voluntad racional que libremente escoge obedecer la ley universal de
la moralidad y, de esta forma, resulta efectivamente autónoma. La sola realidad empírica nos
devolvería al mundo donde las acciones son resultado de una causalidad determinista regida por
leyes naturales, donde la libertad se equipara al margen de azar que permiten dichas leyes, y donde
la ética no es sino un reconocimiento de la esclavitud del ser humano respecto de sus inclinaciones
naturales. Así, Kant, gran dualista, análogamente a su elaboración de la Razón Teórica, nos lleva más
allá de los callejones sin salida de la reflexión moderna clásica sobre la subjetividad al precio de una
nueva separación radical de los ámbitos de existencia del ser humano.
3] La reflexión sobre la subjetividad en Kant III: Esquema de la moralidad.
Esquemáticamente, el desarrollo teórico de la subjetividad moral en Kant es como sigue: Tal
cual señalamos previamente, lo único realmente bueno es una voluntad buena. Es decir, Kant
establece una diferencia tajante entre voluntad (intenciones, fines, propósitos) y acciones. Lo
cualificable moralmente es la voluntad y no las acciones efectivamente realizadas.
Pero, ¿cómo podemos distinguir una voluntad buena? Una voluntad buena sería aquella
cuyas acciones están guiadas por el deber, aquella que hace lo que debe hacer porque ese es su
deber. Notemos, en consecuencia, que, a efectos de una consideración moral, el examen de
idénticas acciones empíricas puede llevar a resultados contrapuestos. Por ejemplo, acción empírica,
decir la verdad. Me hicieron una pregunta y yo dije la verdad. Pero, consideración moral, ¿Por qué
dije la verdad? ¿Porque quiero obtener algún provecho? ¿Quizás que se tenga de mí la imagen de
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una persona honesta? ¿O dije la verdad porque se debe decir la verdad? Claramente, la gama de
acciones que se realizan de forma acorde con el deber es mayor que la de aquellas que se realizan
por el deber, aunque solamente estas últimas tienen valor moral para Kant. Por supuesto, no es que
las acciones realizadas sólo de forma acorde al deber sean malas. Si se realiza una acción de forma
acorde al deber, pero no por el deber, es que se está siguiendo una inclinación que busca objetivos
más allá de la acción misma, eso es lo que la hace carente de valor moral.
Ahora bien, volviendo a nuestra argumentación, según Kant, obrar por el deber significa
actuar por obediencia a la ley, y la forma de la ley es la universalidad. Así como las leyes naturales
son universales, asimismo lo es la ley moral. Sin embargo, esa misma universalidad la hace
sumamente abstracta respecto de la vida cotidiana. A efectos de “concretizar” esa universalidad
abstracta, Kant distingue entre máximas y principios:
a) Principio: Ley moral objetiva, fundada en la razón pura práctica. Según ese principio
actuarían todos los seres humanos si fuesen agentes morales puramente racionales.
b) Máxima: Principio subjetivo de voluntad según el cual un agente concreto, en la realidad
concreta, toma decisiones que devienen acciones.
b.1) Máximas empíricas o materiales: Refieren a fines o resultados deseados.
b.2) Máximas a priori o formales: No refieren a deseos ni a resultados, sino que a
obedecer la ley moral universal en tanto tal. Este es el tipo de máxima que le
confiere valor moral a las acciones
Por supuesto, Kant reconoce que las máximas que guían las acciones concretas de los
individuos concretos pueden diferir de los principios morales universales. Lo anterior se debería a
que los seres humanos no son agentes morales puramente racionales, tienen deseos e inclinaciones
naturales. Frente a estos “deseos e inclinaciones”, la ley moral universal toma la forma de una
obligación, de una imposición, de un imperativo, el imperativo categórico. Excede este contexto una
caracterización detallada del imperativo categórico y de las distintas formulaciones que Kant hace
de él. Podemos resumirlas, brevísimamente, diciendo que podemos reconocer el imperativo
categórico en aquel que nos ordena tratar a los otros seres humanos como fines y no simplemente
como medios para nuestros propósitos. O, también, podemos reconocerlo si es que la máxima que
guía nuestra acción hubiese de convertirse, por nuestra voluntad, en ley universal. Así, en términos
concretos, lo que debiésemos hacer, para actuar moralmente, es preguntarnos si podríamos querer
que la máxima que guía nuestra acción se hiciera ley universal. De esa forma sabríamos si es
empírica o a priori. Todas nuestras máximas debiesen pasar por esa pregunta respecto de su
universalización para discernir el valor moral de las mismas y, según eso, guiar nuestras decisiones
morales concretas.
Notemos lo fundamental que resulta, respecto de toda la elaboración kantiana, la
autonomía de los sujetos morales. Y la autonomía no se sostiene sin la libertad. Pero la existencia
de la libertad no es algo que se pueda demostrar. La libertad, para Kant, aparece como un postulado.
No podemos obrar moralmente, por el deber, más que bajo el postulado de la libertad. La
obligación, el deber, implica la libertad de obedecer o desobedecer la ley, de lo contrario estaríamos,
nuevamente, bajo algún tipo de esclavitud. No es posible considerarse moralmente autónomo más
que bajo la idea de la libertad. En otras palabras, la idea de libertad es condición necesaria de la
moralidad.
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Si eso es cierto, y si es cierto que la libertad corresponde al mundo nouménico, resulta que
el hombre se puede considerar a sí mismo desde dos puntos de vista. Por una parte, como
perteneciente al mundo empírico, donde está determinado por leyes naturales. Por otra, como
perteneciente al mundo nouménico, por lo que puede ejercer su libertad y autoimponerse leyes
morales.
La imposibilidad de demostrar la existencia de la libertad sólo indica la finitud teórica, pero
no tiene ninguna relevancia sobre el ámbito de la práctica moral. Al revés, abre, según Kant, el
espacio infinito de la moralidad.
4] Consideraciones finales respecto de la subjetividad en Kant.
A riesgo de resultar reiterativos, pero con una ganancia en claridad expositiva, quisiéramos
concluir este apartado recapitulando las principales nociones teóricas kantianas que permiten una
superación conceptual de las problemáticas en las que se movía la reflexión de la Psicología Clásica
respecto de la subjetividad.
Por una parte, en al ámbito del conocimiento, destaca el concebir la subjetividad ya no como
una cosa, o como un punto fijo, sino como una actividad. La actividad de la Facultad de Conocer de
configurar toda la realidad empírica: las montañas, las naranjas, los patos, etc. Destaca también el
que el sujeto ya no coincida con el individuo. La subjetividad es el campo de actividad transindividual
que tiene, entre otros efectos, la constitución de los yoes particulares como una necesidad interna
a sí misma. No olvidemos, eso sí, que lo anterior se consigue al precio de asumir la separación radical
entre la subjetividad y el en sí, así como la total incognoscibilidad de este último.
Por otra parte, en el ámbito de la moral, destaca la idea de una libertad con contenido
propio como fundamento de las acciones morales de los sujetos. Una libertad que consiste,
precisamente, en la efectivización de las acciones morales por parte de sujetos libres. Destaca,
asimismo, la idea de una voluntad racional intrínsecamente apetente, una voluntad que busca y se
realiza en la propia autodeterminación. El ser humano aparece como un fin, pero un fin que debe
realizarse en esta autodeterminación. Estas ideas también pagan un precio, teóricamente hablando,
No sólo se reproduce la separación radical, ahora entre el mundo empírico y la libertad, sino que,
además, el protagonista de la subjetividad moral, el responsable absoluto de las acciones morales
efectivas, vuelve a ser el individuo.
Kant, el gran dualista, tiene un pie firmemente asentado en un más allá posible de la
modernidad. Pero el otro, igualmente firme, lo mantiene en el más acá.
PABLO A. ROJAS LÍBANO
Octubre 2015
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