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David M.

Halperin

¿Hay una historia de la sexllalidad?*

El sexo no tiene historial Es un hecho natural, fundado en el


funcionamiento del cuerpo, y como tal queda por fuera de la his-
toria y de la cultura. La sexualidad, por el contrario, no se refiere
propiamente a algún aspecto o atributo de los cuerpos. A diferen-
Cia del sexo, la sexualidad es una producción cultural: representa
la apropiación del cuerpo humano y de sus capacidades fisiológi-
cas por un discurso ideológic0 2 . La sexualidad no es un hecho
somático, sino un efecto cultural. La sexualidad, entonces, tiene
una historia aunque (como argumentaré) no demasiado larga.
Decir esto, desde luego, no es afirmar lo obvio, a pesar del
tono de certidumbre con que lo dije, sino anticipar un reclamo
controversial, sospechosamente de moda y tal vez fuertemente
contraintuitivo. La plausibilidad de tal reclamo pareciera apoyar-
se en nada más sustancial que el prestigio del trabajo brillante,
pionero, pero considerablemente teórico, del último filósofo fran-
cés, Michel Foucault J De acuerdo con FOllcault, la sexualidad no
es una cosa, un hecho natural, un elemento fijo e inmóvil en la
eterna gramática de la subjetividad humana, sino ese "juego de
efectos producido en los cuerpos, conductas, y relaciones socia-
les por un cierto despliegue" de "una tecnología política comple-
ja"4 Insiste Foucault en otro pasaje:

En realidad se trata más bien de la producción misma de la sexuali-


dad, a la que no hay que concebir como una especie dada de natura-

"Traducido por Diego Luis Cordón.

21
David M. Halp_e_rin_ _ _ _ _ _ _ _ __

leza que el poder intentaría reducir, o como un dominio oscuro que


el saber intentaría, poco a poco, descubrir. Es el nombre que se pue-
de dar a un dispositivo histórico: no una realidad por debajo en la
que se ejercerían di ríciles apresamientos, sino una gran red superfi-
.cial donde la estimulación de los cuerpos. la intensiricación de los
placeres, la incitación al discurso, la formación de conocimientos, el
refuerzo de los controles y las resistencias se encadenan unos con
otros según grandes estrategias de saber y de poder).

¿Es con-ecto lo que dice Foucault? Creo que lo es, pero tam-
bién creo que se requiere algo más para establecer la historicidad
de la sexualidad que el mero peso de la autoridad de FOllcault.
Ciertamente, gran parte del trabajo, conceptual y empírico, ya ha
sido hecho para sostener las intuiciones fundamentales de Foucault
y para llevar adelante el proyecto historicista al cual él hizo pro-
gresar6 . Pero mucho más se necesita para llevarlo a cabo, si esta-
mos inmersos en los contornos de la pintura que Foucault apenas
bosquejó -apresurada e inadecuadamente, siendo el primero en
admitirl0 7- y si queremos demostrar que la sexualidad es, como
él lo reclamaba, una producción únicamente moderna.
El estudio de la antigüedad clásica tiene que jugar un rol espe-
cial en esta empresa histórica. El intervalo de tiempo que separa
al mundo antiguo del moderno, abarca cambios culturales de tal
magnitud que los contrastes a los que da lugar no pueden dejar de
chocar con cualquiera que esté al acecho de ellos. El estudioso de
la antigüedad clásica está confrontado inevitablemente con el
antiguo registro, por un radical y poco familiar juego de valores,
conductas y prácticas sociales, por modos de organizar y articular
la experiencia que desafían las nociones modernas acerca de cómo
es la vida, y que cuestionan la supuesta universalidad de la "natu-
raleza humana" tal como habitualmente la entendemos. No sólo
esta distancia histórica nos permite ver las convenciones sociales
y sexuales antiguas con una particular agudeza; también nos po-
sibilita poner más claramente a la luz la dimensión ideológica, el
¿Hay una historia_de la sexualidad?
--------------~~~------

carácter completamente convencional y arbitrario de Iluestras pro-


pias experiencias sociales y sexuales H Uno de los supuestos ge-
neralmente incuestionados acerca de la expcriencia sexl1al, que el
estudio de la antigüedad pone en cuestión, es que la conducta
sexual refleja o expresa una "sexualidad" individual.
Este parecería ser un supuesto relativamente inocente y poco
problemático de formular, vacío de todo contenido ideológico,
pero ¿qué es lo que exactamente tenemos en mcnte cuando lo
enunciamos? ¿qué, en particular, entendemos por nuestro con-
cepto de "sexualidad"? Pienso que entendemos la "sexualidad"
como una característica positiva, distinta y constitutiva ele la per-
sonalidad humana, como la base caracteroll"gica de los actos, de-
seos y placeres sexuales de un individuo, la fuente deterl1linada
de la cual procede toda expresión sexual. La "sexualidad", en
este sentido, no es un término puramente descriptivo, Ulla repre-
sentación neutral de algún estado objetivo en los asuntos amoro-
sos, o un simple reconocimiento de algunos hechos familiares
acerca de nosotros; más bien es un modo distintivo de constlUir,
organizar e interpretar esos "hechos", y requiere Ull. considerable
trabajo conceptual.
Antes que nada, la sexualidad se define a sí misma como un
dominio sexual separado, dentro del más amplio campo de la na-
turaleza psicofísica humana. En segundo lugar, efectúa la demar-
cación y el aislamiento conceptual de ese dominio de otras áreas
de la vida personal y social que la han tradicionalmente atravesa-
do, tales como carnalidad, indulgencia sexual, libertinaje, virili-
dad, pasión, enamoramiento, erotismo, intimidad, amor, afecto,
apetito y deseo, para nombrar sólo algunas de las antiguas de-
mandas a los territorios recientemente demarcados por la sexuali-
dad. Finalmente, genera identidad sexual: clota a cada lino de no-
sotros con una naturaleza sexual individual, con una esencia pcr-
sonal definida (al mcnos en pilrle) en términos especíricamente
sexuales; implica que los seres humanos son individuados y clifc-
David M. Halperin

renciados en su sexualidad y, por eso, pertenecen a distintos tipos


o moJos de ser.
Estas, al menos, me parecen ser algunas de las ramificaciones
significativas de la "sexualidad", tal como generalmente es concep-
tualizacla. Argumentaré que la perspectiva que representa es aje-
na a la experiencia registrada por los antiguos. Dos temas, en par-
ticular, que parecen intrínsecos a la moderna conceptualización
de la sexualidad, pero que apenas encuentran eco en las fuentes
antiguas, proveerán el eje de mi investigación: la autonomía de la
sexualidad como una esfera de la existencia separada (profunda-
mente implicada en otras áreas de la vida, por cierto, pero distin-
guida de y capaz de actuar sobre ellas del mismo modo en que
aquellas actúan sobre ésta) y su función como un principio de
individuación de la naturaleza humana. En 10 que sigue, tomaré
de a uno cada tema, procurando documentar de este modo las
divergencias antiguas y modemas de la experiencia sexual.
Primero, la autonomía de la sexualidad como una esfera sepa-
rada de la existencia. El punto básico que me gustaría acentuar,
ya ha sido señalado por Robert Padgug, en un ensayo que ya es un
clásico sobre la conceptualización de la sexualidad en la historia.
Padgug argumenta que:

Lo qlle considéral\los "s¡;xlIalidad" éra, en el IlIlllltlO preburgués, un


grupo de hechos e instituciones no necesariamente vinculados unos
con otros, o, si estuviesen vinculados, combinados de modos muy
dikrentes a los nuestros. La cópula, el parentesco, la familia y el
género, no formaban parte de nada parecido a un "campo" de la
sexualidad. lvlás bien, cada grupo de actos sexuales estaba directa o
indirectamente conectado con -esto es, formaba parte de- patrones
de insti\Uciones y pensamiento que tendemos a ver con carácter po-
lítico, económico o social, y las conexiones iban en contra de nues-
tra idea de la sexualidad como una cosa, separable de otras cosas, y
como una esfera separada de la existencia privada9

La evidencia antigua ampliamente sostiene la demanda de

2·\
i Hay una historia de la sexualidad?

,p'adgug. En la Atenas clásica, por ejemplo, el sexo no expresaba


lAnto disposiciones internas o inclinaciones, como que servía para
P.9sicionar a los actores sociales en los lugares asignados a ellos,
;~n. virtud de su posición política, en la estructura jerárquica de la
forma de gobierno de Atenas. Extenderé esta formulación.
En la Atenas clásica un grupo relativamente pequeño com-
puesto por ciudadanos masculinos adultos, tenía el monopolio
¡'{irtual del poder social, y constituía una elite claramente definida
dentro de la vida política y social de la ciudad-estado. La caracte-
rística predominarite del ambiente social en la Atenas clásica era
'a gran división en estatus entre un gmpo supraordinado com-
puesto por ciudadanos, y uno subordinado, compuesto por muje-
res, niños, extranjeros y esclavos, quienes no tenían todos los de-
rechos civiles (aunque no todos eran igualmente subordinados).
Las relaciones sexuales no sólo respetaban esa división, sino que
estaban estrictamente polarizadas de conformidad con ella.
El sexo es retratado en los documentos atenienses no como
pna empresa recíproca en la que dos o más personas se compro-
metían mutuamente, sino como una acción llevada a cabo por
alguien socialmente superior sobre alguien inferior. Consistía, tal
como se llevaba a cabo, en un gesto asimétrico -la penetración
del cuerpo de una persona por el cuerpo (y, específicamente, por
el falo) I() de otra-; el sexo efectivamente dividía y distribuía a sus
participantes en categorías distintas e inconmensurables ("pene-
trador" vs. "penetrado"), categorías que eran completamente con-
gmentes con las categorías sociales de supraordinado y subordi-
nado. La penetración fue tematizada como una dominación: la
relación entre el partenaire sexual penetrador y el penetrado era
del mismo tipo de relación que se tenía entre una persona social-
mente superior y otra inferior" Los roles sexuales penetrador y
penetrado eran por ello necesariamente isomórficos con el estatus
social del supraordinado y del subordinado; un adulto, ciudadano
varón de Atenas, podía tener legítimas relaciones sexuales sólo

25
David M. Halperin

con personas socialmenle inferiores (no en edad sino en estatus


social y político): los blancos apropiados de su deseo sexual in-
cluían, específicamente, mujeres de cualquier edad, varones li-
bres que habían traspasado la pubertad pero que aún no tenían
edad para ser ciudadanos (los llamaré "muchachos", para abre-
viar), tanto como extranjeros y esclavos de cualquier sexo 12 •
Por otra parte, el acto físico del sexo entre un ciudadano con
otro socialmente inferior era modelado de tal modo que reflejara
en los mínimos detalles de su orden jerárquico la relación de des-
igualdad que gobernaba la interacción social de los dos amantes.
Lo que un ateniense hacía el1 la cama estaba determinado por la
diferencia de estatus, que lo (o la) distinguía de su partenaire; el
prestigio y la autoridad del ciudadano superior (masculino) se
expresaban en su precedencia sexual; en su poder para iniciar un
acto sexual, en su derecho de obtener placer de él, y en su asun-
ción de un rol sexual penetrador más que uno penetrado. Diferen-
tes actores sociales tenían roles sexuales diferentes: asimilar el
supraordinado y el subordinado a la misma "sexualidad" habría
sido una rareza, a los ojos de los atenienses, tanto como clasificar
a UIl" ladrón como "criminal activo", a su víctima como "criminal
pasivo", y a los dos como partenaires de un crimen; habría sido
confundir que, en realidad, estaban supuestamente separados y
con identidades distintas 13 • Cada acto sexual era sin duda una ex-
presión de deseo real y personal por parte de los actores sexuales
involucrados, pero sus mismos deseos habían sido ya formados
por la común definición cultural del sexo como una actividad que
generalmente oculTía sólo entre un ciudadano y un no ciudadano,
entre una persona investida con todo su estatus civil y otro social-
mente inferior.
La "sexualidad" de la Atenas clásica, entonces, lejos de ser
independiente de las "políticas" (constll.1idas como esferas autó-
nomas) estaba constituida por Los mismos prillcipios sobre los
cuales la vida pública ateniense estaba organizada. De hecho, las
¿Hay una historia de la sexualidad?

cQrrespondencias en la Atenas clásica entre las normas sexuales


y las prácticas sociales, eran tan estrictas que, tina pregunta por la
"sexualidad" ateniense per se, sería un sinsentido: semejante pre-
gunta sólo podría oscurecer el fenómeno que proponíamos eluci-
dar, porque encubriría el único contexto en el que los protocolos
sexuales de los atenienses clásicos tenían sentido; es decir, la es-
tructura de la forma de gobierno de los atenienses. La articula-
ción social del deseo sexual en la Atenas clásica, de esta manera
provee una contundente ilustración de la interdependencia en la
cultura de las prácticas sociales y de las experiencias subjetivas.
En verdad, el registro clásico griego soporta fuertemente la con-
clusión dibujada (por un cuerpo de pruebas bastante dikrentc)
por el antropólogo francés Maurice Godelier: "no es la sexuali-
dad la que obsesiona a la sociedad, sino que es la sociedad la que
obsesiona la sexualidad del cuerpo"14
Para aquellos habitantes del mundo antiguo acerca de los cua-
les ·es posible generalizar, la sexualidad no era la clave de los
secretos de la personalidad humana. (De hecho, el mismo con-
cepto de, y el juego de prácticas centradas en "la personalidad
humana" -las ciencias físicas y sociales del espacio particular-
pertenecen a una era mucho más tardía, y ordena las modernas
condiciones sociales y económicas que acompañaban su surgi-
miento). En el mundo helénico, por contraste, la medida de un
varón libre a menudo se evaluaba en la competencia pública con
otros varones libres, y no indagando en su constitución sexual. La
guerra (y otras contiendas agonísticas), no el amor. servía para
revelar la intimidad, la sustancia de la que un varón griego libre
estaba hecho l5 . Una sorprendente instancia de este énfasis en la
vida pública como el lugar primario de signiricación puede en-
contrarse en la obra de Artemidoro, un maestro cn la interprcta-
ción de sueños, quien vivió y escribió en el Siglo II de nuestra era
y cuyo testimonio, hay buenas razones para creerlo, represen la
con precisión las normas de la antigua cultura meditcrr<Ínca '6 .
David M. Halperin
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Artemidoro encontró en la vida pública, no en la vida erótica, el


contenido principal de los sueños. Aún los sueños sexuales, en el
sistema de Artemidoro, no son reallllente acerca del sexo, sino
aCL~rca dd ascenso y la caída de las fortunas públicas del soñante,
y ele las vicisitudes de su econon~ía doméstica l7 Si un hombre
sueña teniendo sexo con su madre, por ejemplo, su sueño no re-
vela para Artemidoro nada en particular acerca de la propia psi-
cología sexual del soñante, ele sus fantasías, o de la historia de sus
relaciones con sus padres; es un sueño muy común, y así es un
poco complicado interpretarlo precisamente, pero es básicamen-
te un sueño afortunado: puede significar -dependiendo de las cir-
cunstancias familiares del momento, de las posturas de los
parten aires en el sueño, y del modo de penetración- que el soñante
tendrá éxito en política ("éxito" significa, evidentemente, el po-
der de oprimir a su propia región), que irá al exilio o retornará de
él, que ganará un juicio, que obtendrá una buena cosecha de sus
tierras, o que cambiará de profesión, entre muchas otras cosas
(1.79). El sistema de interpretación de sueños de Artemidoro se
parece a la erudición onírica de ciertas tribus indígenas del Ama-
zonas quienes, a pesar de sus muy diferentes sistemas socio-sexua-
les, comparten con los antiguos griegos el valor predictivo de los
sueños. Corno Artemidoro, estos seres del Amazonas invierten lo
que los llIodernos hurgueses occidentales toman como el flujo
natural de la significación de los sueños (desde imágenes de even-
tos públicos y sociales hasta intenciones privadas y sexuales): en
las culturas Kagwahiv y Mehinah.ll, por ejemplo, soñar acerca de
los genitales femeninos pronostica una lesión (y así, un hombre
que tuvo tal sueño es especialmente cuidadoso al día siguiente,
cuando manipula hachas u otros instrumentos cortantes); las heri-
das soñadas no simbolizan los genitales femeninosl 8 • Estos anti-
guos y modernos intérpretes de sueños, por lo tanto, son inocen-
tes de "sexualidad"· lo que es fundamental para su experiencia de
sexo, no es algo que nosotros podríamos considerar como esen-

2B
¿Hay una historia de la sexualidad?

tialmente sexuall~; es en cambio algo esencialmente exterior,


público y social. La "sexual idad", para las culturas no formadas
por los recientes desarrollos burgueses europeos y americanos,
:[1'0 es una causa sino un efecto. El cuerpo social precede al cuerpo
sexual.
I Ahora iré al segundo de mis temas, a saber, la [unción individua-
)izante de la sexualidad, su rol en generar identidades sexuales
individuales. La conexión entre la moderna interpretación de la
'Sexualidad como un dominio autónomo y la moderna construc-
bíónde identidades sexuales individuales, ha sido bien analizada,
p,tra vez, por Robert Padgug:

Los supuestos más comunes en el Siglo XX acerca de la sexualidad


implican que es una categoría separada de la existencia (como "la
economía", o "el estado", otras esferas supuestamente independien-
tes de la realidad), casi idénlica a la esfera de la vida privada. Seme-
jante visión necesita localizar la sexualidad en el individuo como
una esencia fija, conduciendo a una clásica división de individuo y
sociedad, a una variedad de determinismos psicológicos y, bastante
a menudo, a un completo determinismo biológico. Esto, a su vez,
involucra el encierro de las categorías sexuales contemporáneas como
universales, estáticas y permanentes, adecuadas para el análisis de
todos los seres humanos y de todas las sociedad.es 20

El estudio de las antiguas sociedades mediterráneas expone


claramente los defectos de cualquier conceptual~zación esencialista
de la sexualidad. Porque, tal como lo hemos visto en el caso de la
Atenas clásica, los deseos eróticos y la elección del objeto sexual
en la antigüedad, no estaban determinados generalmente por una
tipología de los sexos anatómicos (macho vs. hembra), sino más
bien por la articulación social del poder (supraordinado vs. su-
bordinado), la distinción generalmente de moda entre homose-
xualidad y heterosexualidad (y del mismo modo entre "homo-
sexuales" y "heterosexuales" como tipos individuales) no tenían
significado para los atenienses clásicos: no había, hasta donde

29
David M. Halperin

ellos sabían, dos clases diferentes de "sexualidad", dos estados


psicosexuales diferentemente estructurados o modos de orienta-
ción afectiva, sino una sola forma de experiencia sexual que to-
dos los varones adultos libres compartían, haciendo las debidas
concesiones en las variaciones de los gustos individi..tales, tal como
uno lo podría hacer en los paladares indivicluales 21
De esta manera, en el Tercer Ditirambo del poeta clásico
Bacchylides, el héroe ateniense Teseo, viajando a Creta entre los
siete jóvenes y las siete doncellas destinadas al Minotauro, y de-
fendiendo a una de ellas de los avances clellibidinoso comandan-
te cretense, le advierte de forma vehemente que no moleste a nin-
guno de los jóvenes atcnienscs (tin' eUhcvn: 43), esto cs, cual-
quier muchacha o muchacho. Recíprocamente, el literato Ataneo,
quien escribe seiscientos o setecientos años más tarde, se asom-
bra de que Polícrates, el tirano de Samos en el Siglo VI a. C., no
solicitara muchachos o mujeres junto con otros artículos lujosos
que importaba a Samos para su uso personal durante su reina-
do, "a pesar de su pasión por las relaciones con varones" (12.540
c-e)22. Ahora tanto la noción de que un acto de agresión hetero-
sexual en sí mismo hace al agresor sospechoso de tendencias ho-
mosexuales, como la noción opuesta de que una persona con mar-
cadas tendencias homosexuales está forzada a anhelar contactos
heterosexuales, no tienen sentido para nosotros, asociando, como
nosotros lo hacemos, la elección de objeto sexual con un determi-
nado tipo de "sexualidad", una naturaleza sexual fija; pero sería
verdaderamente una tarea monumental enumerar todos los docu-
mentos antiguos en los que la alternativa "muchacho o mujer" se
plantea con perfecta indiferencia en un contexto erótico, como si
las dos fucsen funcionalmente intercambiables23 •
Un testimonio particularmente sorprendente acerca de la indi-
ferencia del varón con respecto al sexo de los objetos sexuales
puede encontrarse en un contrato de matrimonio del Egipto helé-
nico, fechado cn el año 92 a. C.24 • Este documento no atípico es ti-

30
'H-,ay
_ _ _ _ _ _ _--,l__ una historia de la sexuaJi~i? _ _ .______ ._. __ _

pula que "no será lícito para Philisco (el probable marido) llevar
a. la casa otra mujer además de Apolonia o tener una concubina o
un muchacho-amante, , ,"25 La posibilidad de que el marido pu-
diese pensar durante el matrimonio en instalar una casa con su
novio evidentemente figuraba COIllO UIlO de los potenciales desas-
tres domésticos que una novia prudente debería anticipar y saber
indemnizarse contra ello, Una expectativa similar es articulada
en un contexto completamente diFerente por Dio ChrysosLom, un
motalizador orador griego de finales del Siglo 1 d, C. En un dis-
curso denunciando la moral corrupta de la vida de la ciudad, Dio
asegura que aún las Illujeres respetahles son tan fiíciles de seducir
hoy en día, que los hombres pronto se aburrirán de ellas y Jirigi-
rán su atención hacia los muchachos, así como los adictos van
desde el vino hacia las drogas duras (7,150-152), De acuerdo con
Dio, entonces, la pederastia no es sencillamente lo segundo en
ünportancia; no es "causada", tal como muchos historiadores
modernos del antiguo Mediterráneo parecen creer, por el su pues-
tB aislamiento de las mujeres, por la práctica (era más probable-
'mente un ideal) de encerrarlas en las habitaciones illteriores de
las casas de sus padres o de sus maridos, y por consiguiente pre-
viniéndolas de servir como blancos sexuales para los hombres
;~dultos. En la fantasía de Dio, por lo menos, la pederastia surge
fíO de la insuficiencia, sino de la superabundancia de mujeres
~exualmente disponibles; como lo más fácil es tener sexo con
'mujeres, según su parecer, el sexo con mujeres se vuelve menos
'deseable, y los hombres buscan el placer sexual con los mucha-
ochos. Los estudiosos a veces describen la formación cultural sub-
yacente a esta aparente negativa de los hombres griegos para dis-
criminar categóricamente entre objetos sexuales sobre la base del
's~xo anatómico como una biscxualidad de penctración 16 o --aún
iilás misteriosamente- como una heterosexual idad ind i rcrcn!e res-
¡'pecto de su objeto 27 Crco quc sería más prudcnte no hablar de
'~sto como de una sexualidad, silla más bicn describirla COIllO un
David M. Halperin ._ _ _ _ _ _ _ _ _ __

ethos generalizado de penetración y dominación n , un discurso


socioscxual estructurado por la presencia o ausencia de su térmi-
no central: el fa102~ Puede ser úti I ahora hacer una pausa para
examinar Ull texto en panicular que indica cuán profundamente
las culLuras antiguas fueron capaces de prescindir de la noción de
ident idad sex ua!.
El documento en cuestión es el noveno capítulo del Libro Cuar-
to de De IIwrbis chronicis, una traducción y adaptación latina de
mitad del Siglo V d. C. por el escritor africano Caelius Aurelianus,
de un gran trabajo ahora perdido sobre enfermedades crónicas
del médico griego SOnlIlUS, quien ejerció y enseñó en Roma du-
rante la primera parte del Siglo II d. C. El trabajo de Caelius no es
muy leído actualmente, y está casi completamente olvidado por
los historiadores modernos de la "sexualidad"30; su fecha es tar-
día, su texto está adulterado y, lejos de ser un artefacto literario
autoconsciente, pertenece al menospreciado género del escrito
técnico romano. Pero, a pesar de todos estos inconvenientes, mere-
ce mucha atención, y lo elegí para discutir aquí en cierto modo
para mostrar qué puede aprenderse del mundo antiguo, de los
trabajos que quedan por fuera del mentado canon de autores
clásicos.
El tema de este pasaje es molles (malthakoi en griego), esto
es, "blandos" 11 hombres 110 masculillos, hombres que se apartan
de la norma cultural de virilidad en la medida en que ellos desean
ser sometidos activamente por otro hombre a un rol "femenino"
(es decir, receptivo) en la cópula sexuaPI Caelius comienza con
una defensa implícita de su propia intachable masculinidad al notar
cuán difícil es creer que tales personas realmente existan32 . En-
tonces prosigue observando que la causa de su aflicción no es
natural (es decir, orgánica), sino que es producto de su propio
deseo excesivo, el que -en un desesperado y predestinado esfuer-
In por saciarse- los conduce a una sensación de vergüenza, y
villknlanwntc les da a sus cuerpos usos sexuales no acordes con

\'
" ¡Hay una .historia de la sexualidad?
ó:-,----------"---'-
:C-C,.,

1,

'i~)flaturaleza. Estos hombres de buena gana adoptan el vestido, el


;H¡~clar y otras características de las mujeres, cunl"irmando así que
p:qdecen no de una enfermedad corporal, sino de un defecto men-
Ot~:~ (o moral). Después de aportar algunos argumentos que funda-
.!tlentan este punto, Caelius dibuja una interesante comparación:
~~~sícomo las mujeres llamadas tribads (tribads en griego), por-
que practican ambos tipos de sexo, están más ansiosas por tener
~?pula sexual con mujeres que con hombres, y persiguen mujeres
:O:0TI.un celo casi masculino ... ellos también (es decir, los molles)
~stán afectados por una enfermedad mental" (132-133). La enfer-
hl.edad mental en cuestión, la que golpea por igual a hombres y
,rplJjeres y parece ser definida como una perversión del deseo
;g~*üal, podría ciertamente aparecer como la homosexualidad, tal
co'mo hoy la entendemos.
d.,Varias consideraciones se unen, no obstante, para impedir esa
.in.terpretación. Primero, lo que Caelius trata como un fenómeno
patológico no es el deseo de parte de cualquier hombre mujer °
P9li tener contacto sexual con una persona elel mismo sexo; es
r~almente lo contrario: en otra pane, discutiendo el tratamiento
de;.la satiriasis (un estado de elevado deseo sexual anormal,
acompañado de picazón o tensión en los genitales), hace la
siguiente advertencia a quienes sufren de ello (De morbis acutis,
3d8.180-181))3
-1.

'( No admita visitantes y particularmente mujeres jóvenes y mucha-


chos. Por el atractivo de tales visitantes podría encenderse nueva-
mente el deseo en el paciente. De hecho, i/le/llso personas salllda-
bies, al verlos, podrían en muchos casos buscar gratificación sexual,
L estimulados por la tensión producida en las partes (por ejemplo, en
;jIJ' sus propios genitales)34

k No hay nada médicamente problemático, entonces, en el de-


s,eo de los varones por obtener placer sexual en el contacto con
pt(OS varones, con tal de que los protocolos falocéntricos seall

33
David M. Halperin

cumplidos. Lo que le preocupa a Caelius 35 , tanto como a otros


antiguos moralistas 36 , es el deseo del varón de ser sexualmente
penetrado por varones, porque tal deseo representa un abandono
voluntario de la· identidad masculina culturalmente construida en
favor de la femenina. Es una inversión del rol sexual o una des-
viación del género lo que es aquÍ problematizado y lo que propor-
ciona también las bases de comparación de Caelius entre hom-
bres no masculinos y mujeres masculinas, quienes asumen un rol
supuestamente masculino en sus relaciones con otras mujeres y
activamente "persiguen mujeres con un celo casi masculino"
Además, el fundamento de la similitud entre estos desvíos de
género de varones y hembras no es que ambos sean homosexua-
les, sino bisexuales (en nuestros términos), aunque en eso ellos
no se aparten de la antigua norma sexual. Las lribads "están (rela-
rivamellle) más ansiosas de copular con mujeres que con hom-
bres" y "practican ambos tipos de sexo", esto es, tienen sexo con
hombres y mujeres 37 En cuanto a los molles, los primeros co-
mentarios de Caelius acerca de su deseo sexual extraordinaria-
mente intenso señalan que ellos se vuelven al sexo receptivo por-
que, aunque tratan, no son capaces de satisfacerse de modos mas-
culinos más convencionales, incluyendo el sexo con mujeres 3R •
Lejos de tener deseos que estén estructurados de un modo distin-
to a los de la gente normal, estos desviados de género desean
placer sexual al igual que la mayoría, pero tienen deseos tan fuer-
tes e intensos que los hacen desviarse hacia modos inusuales y
deshonrosos (aunque finalmente fútiles) de satisfacerse. Este diag-
nóstico se vuelve explícito en la conclusión del capítulo, cuando
Caelius explica porqué la enfermedad responsable de convertir a
hombres en molles es crónica y deviene más fuerte a medida que
el cuerpo envejece.
Pues en los años cuando el cuerpo es fuerte y puede realizar
las funciones normales del amor, el deseo sexual (de estas perso-
nas) asume un aspecto dual, en el que el alma es excitada a veces
_ _ _ _ _ _ _----'-¡Hay un~_historia de la sexualid~ __ ._____________ .

ajuga(un rol pasivo y a veces un rol activo. Pero en el caso ele


hombres ancianos que han perdido sus poderes viriles, todo su
deseo sexual se vuelve en la dirección opuesta y consecuente-
mente ejerce una demanda más fuerte para jugar el rol femenino
en el amor. De hecho, muchos infieren que ésta es la razón por la
que los chicos son también víctimas de esta aflicción. Pues, C0l110
los hombres ancianos, no tienen poderes viriles; es decir, no han
alcanzado aquellos poderes que ya han abandonado a los ancia-
nos. (137)39
Los hombres "blandos" o no masculinos, lejos ele ser ulla fija
y determinada clase sexual con una identidad sexual específica,
son evidentemente algunos que experimelllaron UlI ortodoxo de-
seo sexual masculino en el pasado o que eventualmente lo experi-
mentarán en el futuro. Ellos bien podrían ser hombres con una
tendencia constitutiva a la desviación del género, ele acuerdo con
Caelius, pero no son homosexuales: un hombre afeminado o una
mujer varonil, después de todo, no es lo mismo que un homo-
sexual. Además, todos los otros textos antiguos conocidos por mí
que asimilan a la misma categoría a varones que disfmtan del
contacto sexual con varones ya mujeres que disfrutan del contac-
to-sexual con mujeres, lo hacen de este modo -de conformidad
:con las dos estrategias taxonómicas empleadas por Caelius
,~urelianus- o porque tales varones y mujeres inviertell sus pro-
ipios roles sexuales y adoptaban los estilos sexuales, las posturas
;y los modos de copulación convencionalmente asociados con el
género opuesto, o porque alternan entre las características perso-
:nales y las prácticas sexuales propias de hombres y mlljeres~O
f

Lr,El testimonio de Caelius marca un punto histórico importante.


¡;i,\ntes de la construcción científica ele la "sexualidad" como una
fcaracterística positiva, diferente y conslitutiva de los seres hUllla-

"pos individuales -un sistema autónomo en la economía risiológi-
l'i.1:--1
:;~~iY:'psicológica del organismo humano-, ciertas cIases de actos
sexuales podían ser evaluaclos y calegorizados individualmente,
~;~
,I:.)}\

,~~,::
y también ciertos gustos o inclinaciones sexuales, pero no había
aparato conceptual disponible para identificar la orientación sexual
fija y determinada ele una persona, y mucho menos para evaluarla
y c1asificarla'¡¡ Que seres humanos difieran, a menudo marcada-
mente, tillOS de otros en sus gustos sexuales.de maneras muy di-
versas (incluyendo la elección de objeto), es una observación irre-
pwchable y verdaderamente antigua~2: el Aristófanes de Platón
inventa un mito para explicar porqué algunos hombres parecen
mujeres, porqué algunos hombres parecen muchachos, porqué
algunas mujeres parecen hombres, y porqué algunas mujeres pa-
recen mujeres (El Banquete 189c-193d). Pero no es evidente in-
mediatamente que los modelos de elección del objeto sexual sean
por su naturaleza más reveladores del temperamento de los seres
humanos individuales, más determinantes y significativos de la
identidad personal que, por ejemplo, los modelos de elección del
objeto alimentario n Y sin embargo, nunca se nos ocurriría refe-
rirnos a las preferencias alimentarias de una persona como algo
innato, como una disposición caracterológica 44 , para ver en su
preferencia marcada e invariable por la carne blanca del pollo el
síntoma ue una profunda orientación psicofísica, llevándonos a
identificarlo en contextos lo bastante alejados del de la comida
como, digamos, un "pectorífago" O un "pechóvoro"* Debería-
mos éstar dispuestos a illvestigar más profundamente, haciendo
mejores discriminaciones según si una predilección individual por
las pechugas de pollo se expresa en una tendencia a comerlas
rápida o lentamente, rara vez o a menudo, solo o acompañado,
bajo circunstancias normales o sólo en períodos de gran estrés,
con una conciencia cIara o culpable ("pectorifagia ego-distónica'~),
originada en la temprana infancia o en un trauma gastronómico

* En inglés "pectoriphage" y "stethovore", dos neologismos inventados por el


autor para referirse irónicamente a disposiciones innatas de un indivicluo:por la
pechuga del pollo. Sille/os, Jel griego, pechos (N. del T).

36
)fu€;m~ ¡Hay una historia de la sexualidad?
~innñ;r" .' .
~~f~sI9:~n la adolescencia. Si tales cuestiones se nos ocurrieran,
nR~P"qr, eso volveríamos a las disciplinas académicas de anatomía,
he-Mo\ogía,
.J I\I.J , ..
~
psicología clínica, genética o sociobiología, con la es-
p.~i;m;a de obtener una clara solución causal de ellas_ Eso es por-
~~~,~¡l{l) consideramos que el agrado por ciertas comidas es una
*\Jlf~t~ón de gusto; (2) generalmente nos falta una teoría del gusto; y
(3))~natlSencia de una teoría, no subordinamos normalmente nues-
~~~:~onducta a una investigación intensa, científica o etiológica.
~JJPe la misma manera, nunca se les ocunió a los antiguos atri-
9,«{~ ¡os gustos sexuales de una persona a una característica sexual
PQ~itiva, estructural o constitutiva de su personalidad. Así como
~y,n,Qemos a aceptar que los seres humanos no están individualiza-
dP.~ a nivel de la preferencia alimentaria y que nosotros, él pesar
9.y¡las diferencias pronunciadas y francamente reconocidas en esa
qJa;se de hábitos, compartimos el mismo tipo de apetitos
aJ~mentarios y por lo tanto la misma "dieta", la mayoría de las
culturas premodernas y no occidentales, a pesar de un conoci-
miento del rango de posibles variaciones en la conducta sexual,
se rehusan a individualizar a los seres humanos por sus preferen-
cias sexuales y asumen, en su lugar, que todos compartimos el
mismo tipo de apetitos sexuales, la misma "sexualidad" Para la
;Payoría de los habitantes del mundo, en otras palabras, la "sexua-
lidad" no es más un "hecho de la vida" que la "dieta" Lejos de
ser un componente necesario e intrínseco de la vida humana, la
';~~exualidad" parece ser una producción moderna, occidental y
~un
-1
burguesa -una de aquellas ficciones culturales que le dan en
t9,da sociedad a los seres humanos acceso a ellos mismos como
actores significativos de su mundo y que están, de ese modo,
objetivados.
Si hay una lección que pudiésemos extraer de esta pintura de
I~s actitudes y conductas sexuales antiguas, es que necesitamos
descentrar la sexualidad del centro de la interpl~etación cultural
de la experiencia sexual, y no sólo las variedades antiguas de la

37
_. ______ _. ___ . .__ .________ David M. Halperin

expcricncia sexual. Sólo porque los modernos burgueses OCCI-


dentales están tan obsesionados con la sexualidad, como conven-
cidos de que es la llave de las hermenéuticas del sí (y por lo tanto
de la psicología social como objeto de estudio histórico), no de-
beríamos concluir que en todo tiempo y lugar se ha considerado
la sexualidad como un elemento básico e irreductible en, o una
característica central de la vida humana. En verdad aún hay sec-
tores de nuestras propias sociedades en las que la ideología de la
"sexualidad" no ha podido entrar. Un sistema sociosexual que
coincide con el sistema griego, en la medida en que destaca una
rígida jerarquía de roles sexuales basados en un tipo de relacio-
nes de poder socialmente aniculadas, ha sido documentado en la
América contemporánea por Jack Abbott, en una de sus escanda-
losas cartas a Norman Mailer enviadas desde una penitenciaría
federal; porque el texto es ahora bastante inaccesible (no fue
reimpreso en el libro de Abbott) y estupendamente oportuno, he
decidido citarlo aquí en fonna completa.

Fue realmente hace años, muchos años, antes que comenzara a dar-
me cuenta realmente de que las mujeres en mi vida -tanto las pros-
titutas como las blandas y bellas muchachas que reían y bromeaban
todo el tiempo, mis esposas y amigas-, eso fue años antes que me
diese cuenta que no eran mujeres, sino hombres; años antes de que
asimilara la Ilación de que esto era antinatural. Esto lo sé sólo inte-
lectualmente cn su mayor parte, pero la parte pequeña que queda
para mi conocimiento, sé que es como un martillazo en mi sien, y la
vergüenza quc siento es profunda. No por la cosa en sí misma, el
amor sexual que he disfrutado con estas mujeres (algunas tan consa-
gradas que duele recordarlo), sino por la vergüenza -y la bronca- dc
que el 111undo pudiera íntimamente defraudarme; tan profundamen-
le me toca y me mueve, y entonces se ríen de mí y acusan a mi alma
de enfcrmedad, cuando esa enfermedad me ha rescataLlo de la des-
composición mental y de la desesperación tan oscuras como csa noche
que nos cerca en prisión durante el día. No quiero decir que nunca
supe la diferencia física, nadie sino un imbécil podría hacer téll re-
clamo. Lo tomé, sin reOexión, sin la menor duda, C01110 que esto era
un sexo natural que emergía de la sociedad de los hombres, con
_________LJ_avid M. Halperil._l_ _ _ _ _ _ _ _ _ __

mente complementan los atributos masculinos", es decir, una "ten-


dencia a necesitar, a depender de otro hombre" por Jos diversos
heneficios obtenidos por Jos vencedores en la competencia "mas-
culina" De esta manera, "un sexo natural emerge en la sociedad
de los hombres" y califica, en virlud de su exclusión del dominio
de la precedencia y autonomía de los "varones", como un legíti-
mo blanco ele! deseo "masculino"
Las características prominentes de la sociedad de Abbott ofre-
cen curiosas reminiscencias de aquellas características de la so-
ciedad ateniense clásica con las que estamos familiarizados. Más
notable es la división de la sociedad en gmpos supraordinados y
subordinados, y la producción del deseo por los miembros del
grupo subordinado en los del grupo supraordinado. El deseo bri-
lla en este sistema, como en la Atenas clásica, sólo cuando forma
un arco a través de la división política, sólo cuando atraviesa la
frontera que marca los límites de la competición intramuros entre
la elite y que por ello distingue a los sujetos de los objetos del
deseo sexual. El sexo enlre "hombres" -y por lo tanto la "homo-
sexualidad"- es impensable en la sociedad de Abbott (aunque el
sexo entre varones anatómicos es una parte aceptada e intrínseca
del sistema), así como el sexo entre ciudadanos, entre miembros
de la casta social calificada, es prácticamente inconcebible en la
sociedad ateniense c1,ísica. Dellllismo modo, el sexo entre "hom-
bres" y "mujeres" en el mundo de Abbott no es una experiencia
privada en la que las identidades sociales están perdidas u ocul-
tas; más bien, en la sociedad de Abbott, como enla Atenas clási-
ca, el acto sexual-en lugar de implicar a ambos partenaires sexua-
les en una "sexualidad" común- ayuda a articular, a definir, a
actualizar, las diferencias de estatus entre ellos.
Descubrir y escribir la historia de la sexualidad les ha pareci-
do a muchos y desde hace tiempo una tarea suficientemente radi-
cal en sí misma, puesto que su efecto (si no siempre la intención
que eslá por detrás) es cuestionar la misma naturalidad de lo que

·10
¿Hay una historia de la sexualidad?
--------------~~-

g~neralmente tomamos como esencial en nuestras naturalezas in-


(9~viduales. Pero en el curso de implementar ese proyecto ostensi-
9~emente radical, muchos historiadores de la sexualidad parecen
!haber invertido -quizás inconscientemente- su designio extremo,
preservando a la "sexua I¡dad" como una categoría estable del
iH"lálisis histórico a la que no sólo no han desnaturalizado sino
m~e, por el contrario, la han idealizado recientemente 4 (¡ Hasta el
punto que las historias de la "sexualidad" tienen éxito al
involucrarse con la sexualidad, y justo en ese punto están conde-
nadas a fracasar como historias (el mismo Foucault nos enseñó
mucho de esto), a menos que ellas también incluyan como una
parte esencial de su propia empresa, la tarea de demostrar la
historicidad, las condiciones de emergencia, los modos de cons-
trucción y las contingencias ideológicas de las mismas categorías
de análisis que someten su propia práctica47 En lugar de concen-
trar nuestra atención específicamente en la historia de la sexuali-
\dad, entonces, necesitamos definir y pulir una nueva y radical
,~.ociología histórica de la psicología, una disciplina intelectual
diseñada para analizar las poéticas culturales del deseo, por me-
dio de las cuales los deseos sexuales son construidos, producidos
para laS masas y distribuidos entre los diversos miembros de los
gmpos hllmanos 48 • Debemos adiestrarnos para reconocer conven-
ciones del sentimiento tanto como convenciones de la conducta,
y para interpretar la intrincada textura de la vida personal como
un
Jl.;
artefacto, como el resultado de una constelación compleja y
arbitraria de procesos culturales. Debemos, para abreviar, estar
dispuestos a admitir que lo que parecen ser nuestras experiencias
más íntimas, auténticas y privadas, son realmente, en una frase
L
admirable de Adrienne Rich, "compartidas, innecesarias/y políti-
cas"49
Hace poco menos de cincuenta años, W. H. Auden pregunta-
ba, en las primeras líneas de una canción, "¿Cuándo aprendere-
\nos, debería ser claro como el día, que no podemos elegir qué

41
David Ivl. Halperin

S0l110S libres de amar?"SO Es una formulación característicamen-


te juiciosa: el amor, si ha de ser amor, debe ser un acto libre, pero
también está inscripto dentro de un gran círculo de constreñimien-
tos, dentro de condiciones que hacen posible el ejercicio de esa
"libertad" La tarea de distinguir libertad de constreñimiento en
el amor, de aprender a rastrear el movimiento y las fronteras in-
ciertas entre el sí y el mundo, es una tarea vertiginosa e intermi-
nable. Si no he avanzado significativamente en este proyecto, es-
pero al menos haber dado coraje a otros para no abandonarlo.

NOTAS

La mayor parte del material contenido el) este artículo aparece, de una forma
ligeramente diferente, en el ensayo de mi compilación titulada Olle IWlldred
y cars of HOlllose.malit)' al1d olher essays 011 Creek Love (Nueva York, Routledge,
1989), (que será próximamente publicado por EDELP), O en la Introducción de
Before Sexualily: The COllstnlclioll of Erolic Experiellce ill the Ancienl Creek
World, David M. Halperin, Jolm J. Winkler, y Froma 1. Zeitlin (Comps.)
(Princeton, 1990).
l. 0, si lo hace, esa historia es un tema para los biólogos evolucionistas, no para
los historiadores; ver Lynn Margulis y Dorion Sagan, Tlze origills of Sex (New
Haven, 1985).
2. Adapto esta formulación de un pasaje de Louis Adrian Montrose,
"'Shaping Fanlasies': Figurations of Gender and Power in Elizabethan
Culture", Represelllaliolls 2 (1983), 61-94 (pasaje en página 62), que des-
cribe a su vez el concepto de "sistema sexual de género", introducido por
Gayle Rubin, "The Trafric in Women: Notes on the 'Political Economy' of
Sex," en TOH"ord Gil AI/lhropology of WOIII CI1 , ed. Rayna R. Reitcr (Nueva
York, 1975), 157-210.
3. Los volúmenes dos y tres de la Hisloria de la sex/lalidad de Foucault, puhlica-
dos poco antes de su muerte, parten significativamente dela orientación teórica
de su más temprano trabajo en ravor de una prúctica interpretativa más concreta;
ver mis comentarios en "Two Yiews or Grel:k Lave: Harald Patzcr ami Michel
Foucault," Ol/e f{/llIdred Yems of HOlllose:walit)', 62-71, esp. 64.
¡Hay una hisIOri¡~~lc la sex~lalid~,-~~ _____________ _

4. Foucault, Historia de la sexualidad. La m/rtlltad de saber, Eú. Siglo XXI.


1995, Bs. As., trad. Ulises Guiñazú. Ver Teresa de Lauretis. Tcchnologies o[
Gellder: Essays Vil Tlleor)', Film, alld Fictioll (Bloominglon, 1987), 1-30, esp.
3, quien extiende la crítica de Foucalllt de la sexualidad al género.

5. Foucaull, Historia de /a sexualidad, Lo volulltad de saber, p. 129.


6. De especial relevancia son: Robert A. Padgug, "Sexual ivlallers: On
Conceptualizing Sexuality in History," Radical Hiscar.\' Rel'ie\l: 20 (1979), 3-
23; George Chauncey, Jr., "From Sexual Inversion to Homosexualily: Medicine
and the Changing Conceptualization'or Female Deviance", en HOlllasexualic)':
Sacrilege, Visioll, Politics, ed. Robert Boyers y George Steiner Sal/llagrmdi
58-59 (1982-1983), 114-146; Amold 1. Davidson, "Sex and lile Emergence of
Sexuality", CriticallllquÍI)' 14 (1987-1988), 16-48. Ver también The Cultural
CallscrucciOll af Sexualic)', ed. Pat Caplan (Londres, 1987); T. Dunhar Moodlc,
','Migrancy ancl Male Sexua\ilY on lhe Sllllthern ¡\frican Ciuld Mincs", 101/1'11111
of Sowlzenz Africall Strldies 14 (1987-1988), 228-256; Gellrge Chauncey, Jr.,
"Christian Brolherhood or Sexual Perversion? Homosexual Identilies and the
Construction of Sexual I30undaries in the World War One Era," }(ml7lal of 50.-
cial Hiscar)' 19 (1985-1986),189-211.
7; Por ejemplo, Michel Foucault, Histaria de la sexualidad, El uso de las place-
¡·es. Vol. n,trad., Marti Soler, Ed. Siglo XXI, 1986, Bs. As.
8. Al aplicar el término "ideológico" a la experiencia sexual, he sido influenciado
~or la formulación de Stuart Hall, "Culture, lhe media, andthe 'Ideological
~ffect' ," en Mass Call1l1l1Uzicatiall alld Sacie/)', ed. James Curran, Michael
qurevitch, Janet Woolacott, el. al. (Londres, 1977),315-348, esp. 330: "la ideo-
J,¡)gía como práctica sacial se compone del 'sujeto' posicionado en el complejo
'éspecífico, el objetivado campo de discursos y códigos que le están disponibles
~~'Ia lengua y la cultura, en una coyuntura particular" (cilado por Ken Tucker y
:Ándrew Treno, "The Culture of Narcissism and the Critical Tradition: An
j~úerpretative Essay", Berkeley Jaumal af Saciolagy 25 (1980), 341-355 (cita
;~n pág. 351); ver también la mordaz discusión de Hall del rol constitutivo de la
;Í11eologfa en "Deviance, Politics, and the Media", en Deviallcl' and Social Call-
tr.,ol, ed. Paul Rock y Mary McIntosh, Explorations in Sociology 3 (Londres,
1?74), 261-305, y reimpreso en este volumen.
9. Padgug, 16.
,
~O. Digo "falo" en lugar de "pene", porque (1) lo que es calificado C0l110 falo en
~eúe sistema discursivo no siempre resul!;) ser un pene (ver nota 29 más abajo) y
~(2), aún cuando falo y pene tienen la misma extensión o referencia, no tienen la
'misma intensión, o significado: "ralo" denota no un ítem específico de la anato-
mía masculina universal sino ese mismu ítem tomado bajo la dl'scri,lcióll de un
_________________ ~dl'.!.':.1 JV_1.-ct-cla...J1PLe_I'-'CIO_ _ _ _ _ _ _ _ _ __

significado cultural; (3) ahora, el significado de "falo" es finalmente determina-


do por su función en el mús amplio discurso sociosexual; es decir, es lo que
penetra, In que permite a su poseedor jugar un rol sexual "activo", y así en
adelante: ver Rubin, 190-192.

11. Fllucault, en r:-'! Uso tle 1m· 111(1("1'1"('.\., p. 198 lo formula bien: "las relación.
sexual -siempre pensada a partir cid acto-modelo de la penetración y de una
polaridad l/ut.: opone actividad y pasividad- es percibida como el mismo tipo
que la relación entre superior e inferior, el que domina y el que es dominado, el
que somete y el que es sometido, el que vence y el que es vencido."
12. Para evitar una mala interpretación, enfatizaré que, llamando a las personas
pertenecientes a estos cuatro grupos "socialmente inferiores", no deseo tampo-
co sugerir que ellos disfrutaban del J/liSIIlO estatus u ocultar las muchas diferen-
cias de estalus que podrían haber entre miembros de un único grupo -por ejem-
plo, entre una esposa y una eortesana-, diferencias que podrían no haber sido
perfectamente isomórficas con los modos legítímos de su uso sexual. No obs-
tante, lo que es sorprendente acerca de la costumbre social ateniénse es la ten-
Jencia ;;¡ colapsar tales distinciones como sucedía entre las diferentes categorías
ele subordinados sociales, y para crear una única oposición entre ellas, en masa,
y la clase de ciudadanos varones adultos: en este punto, ver Mark Golden, "Pais,
'Child' ancl 'Slave''', L'Alltiqttité classiqlte 54 (l9H5), 91-104, esp. 101 y 102,
n. 38

13. Me he apropiado de esta analogía de Amo Schmitt, quien la usa para comu-
nicm lo que serían las modernas categorías sexuales vistas desúe una perspecti-
va islámica tradicional: ver Gianni De Martina y Amo Schmitt, Kleille Schriftell
ZI/ ZIVischellllliilllllicher Se.\ualitiit lIIul Erotik ill dI!/" /IIl/slilllischell Gesellschaft
(Berlín, 19H5), 19. Nótese que aún la categoría de sexo anatómico, dcfin.ida de
tal modo que incluye a hombres y mujeres, parece estar ausente elel pensamiento
griego por similares razones: la L"lllllpklllcntaricdad de hombres y mujeres como
panenaircs sexuales implica, para la polaridad griega, una diferencia de clases
demasiado extrema C0ll10 para poder unirlas en un único concepto sexual, igual-
mente aplicable a cada uno. En los escritos médicos griegos, por lo tanto, "la
noción de sexo nunca consigue ser formalizada como una identidad funcional
de varones y mujeres, indicada constantemente por adjetivos abstractos: lo Ihély
('lo femenino'), 10 mTen ('lo masculino')", de acuerdo con Paola Manuli, "Donne
mascoline, feminine sterile, vergini perpetue: La ginecologia greca tra Ippocrate
e Sorano", en el texto de Silvia Campese, Paola Munuli y Giulia Sissa, Madre
IllClteria: Sociologia e biologia de/la tialina greca (Turín, 1983), 147- I 92, esp.
151 y 201n.

14. Maurice Got1elier, "The Origins of Male Domination", NelV Left Review
127 (Mayo-Junio, 1981), 3-17 (cita en p. 17); cf. Maurice Godelier, "Le sexe
comme fonckment ultime cle I'ordre social et cosmique chez les Baruya de
¡Hay una historia de la sexualidad?

Nouvelle-Guinée. Mythe et réalité," en Se.HU/lilé ~I po"voir, ed. Armando


Yerdiglione (París, 1976), 268-306, esp. 295-296.
15. Agradezco esta observación al Profesor Pl!tcr M. Smith de la Universitlatl tle
Carolina del Nortc en Chapel lIill, quien hace notar que Safo y Platón son las
excepciones principales a esta regla general.
íJ

16. Ver 10hn 1. Winkler, "Unnatural Acts: Erotic Protocols in Artemidoros' DreaIH
Analysis", Constraints ofDesire: The Anthropology of Sex and Gender in Ancient
<Greece (New York, 1989), 17-44, 2~ 1-224.
1.~. S.R.F. Price, "The Future of Drcams: From Freud to Artemidorus", Past (/lid
Present 113 (Noviembre, 1986), 3-37, resumido en Bef()I"~ S~.III(/lil)': Th~
(;OIlSII"llClioll of Erot;c Erperience ;11 Ihe Allcielll Creek World, c~1. David M.
Halperin, 101m 1. Winkler y Froma I. Zeitlin (Princeton, 1990), 365-387; ver
también Michel Foucault, Ln Historia de la sexualidad, El cuidado de sí, Vol.
lII, trd. Tomás Segovia, Siglo XXI. primera edición en español 1987, Bs.
As.(l996)
18. Ver Waud H. Kracke, "Dre::uning in Kagwahiv: Drealll Belicfs and Thcir
Psychic Uses in an Amazonian Indian Culture", Tlle Ps)'cI/Oanalylic SII/d)' of
Society 8 (1979), 119-171, esp. 130-132, 163 (sobre el valor predictivo de los
sueños) y 130-131. 142-145, 163-164,168 (sobre la inversión de la dirección
frcudiana de significación -que Kracke toma como un mecanismo de defensa
constituido culturalmente y que por lo tanto menosprecia); Thomas Gregor, "Far,
Far Away My Shadow Wandered ... '· The Dream Symbolism and Dream Theories
of the Mehinaku Indians of Brasil", Americall Etllllologisl 8 (1981), 709-710,
esp. 712-713 (sobre el valor predicti vo) y 714 (sobre la illver~ión de la significa-
ción), ampliamente recapitulado en el texto de Thomus Gregor, AIlXiolls
PI~{/JlIres: Tlle sexlIallives of {Ol Alllm.oniall People (Chicago, 1985), 152-161,
esp. 153. Los comentarios de Foucaull sobre Anemidoro en La illCjltiellld de si,
son aquí relevantes: "El movimienlo de análisis y los procedimientos de valora-
ción, no van desde el acto a un dominio tal como la sexualidad o la carne, un
dominio cuyas leyes divinas, civiles o naturales, podrían delinear las formas
permitidas; van desde el sujeto como un actor sexual a otras áreas de la vida en
las que prosigue su actividad (familiar, social y económica). Y es en la relación
entre estas diferentes formas de actividad que los principios de evaluación de
una conducta sexuql, son esencialmente, pero no exclusivamente, situados"
19. Nótese que aún los mismos genitales humanos, no necesariamente figuran
como significantes sexuales en todos los contextos culturales o representacionales:
por ejemplo, Caroline Walker Bynum, "The I30dy of Christ in lhe Later Middle
Ages: A 'reply to Leo Steinberg", Renaissallce QUCl/"lerly 39 (1986), 399-439,
argumenta con considerable detalle que hay "razón para pensar que el pueblo
medieval vio el pene de Cristo no primeramente como un órgano sexual, sino

45
David M. Halperin

como el objeto dc la circuncisión, y por ello, como la carnc herida, sangrante


con la que estaba asociada en la pintura y en el texto" (P. 407).

20. Padgug, 8.
21. Paul Veyne, en "La famille ctl'amour sous le Haul-Empirc romain", AIlIla/es
(E.S. C.) 33 (1978), 35-63, comenta (p. 50) que la Fedra de Séneca es el texto
más primitivo para asociar las inclinaciones homosexuales con un tipo distinto
de subjetividad. La cuestión es más compleja que eso, sin embargo, y se reque-
riría una exploración cuidadosa para indagar más de cerca la antigua figura del
kinaidos, una forma de vida ahora terminada: para los detalles, ver Maud W.
Gleason, ;'The Semiolics of Gender: Physiognomy and SeIf-Fashioning in the
Second Century e.E. ", en Bejore Sexualit)', 389-415; 10hn 1. Winkler, "Laying
Down the Law: The oversight of Men's Sexual Behavior in Classical Athens",
Constra;nls 01 Desire, 45-70, 224-226.
22. Ver Padgug, 3, quien erróneamente imputa el comentario de Athenaeus a
Alexis de Samos (Jacoby, Fragmellte de,. griechischell Historiker 539, fr. '2).

23. Ver K. J. Dover, Greek Hol1tosexualily (Londres, 1978), 63-67, para una
lista extensa, pero reconocidamente parcial; también, Robert Parker, Miasma:
Pollutioll alld Purificatioll ill Early Greek Religioll (Oxford, 1983), 94. Para
algunos ejemplos romanos, ver T. Wade Richardson, "Homosexuality in the
Sat)'ricolI"", Classica et Mediaevalia 35 (1984),105-127, esp. 111.
24. Quiero enfatizar que 110 estoy afirmando que todos los hombres griegos
debieron haber sentido tal indiferencia: por el contrario, suficiente evidencia
antigua testi fica la fortalez.a de las preferencias indi vi duales hacia el objeto sexual
de un sexo más que de otro (ver nota 42, debajo). Pero muchos documentos
antiguos dan testimonio de una aversión constitucional de una parte de los grie-
gos para predecir, en un caso d'ado, el sexo de un amante sobre la base de la
conducta sexual pasada o sobre un modelo previo de elección del objeto sexual.

25. P. Tebtwús 1 104, traducido por A.S. Hunt y c.e. Edgar, en WOlllell 's Lije ill
Greece (uld Rome, ed. Mary Lefkowitz y Maureen B. Fant (Baltimore, 1982),
59-60; otra traducción es proporcionada, con una útil discusión del documento
y su particularidad, por Sarah B. Pomeroy, WomclI ill Hellellistic Egypt jmm
Alexallder Jo Cleopalra (Nueva York, 1984),87-89.
26. "Une bisexualité de sabrage": Veyne, 50-55; ver la crítica de Ramsay
MacMulIen, "Roman Altitudcs to Greek Love", Historia 32 (1983),484-502,
esp. 491-497. Otros estudiosos quienes describen el antiguo fenómeno de la
conducta como "bisexualidad". incluye a Luc Brisson, "Bisexualité et médiation
en Grccc ancienne", Nouvelle Revue de fJs)'charwl)'se 7 ( (J 973), 27-48; Alain
Schnapp, "Une autre image de I'homoscJ{alité en Grece anciennc", Le Débac 10
(198 J), 107-117, esp. 116-117; Lawrence Stone, "SeJ{ in lhe West," Thc NelV
Re¡mblic (8 dejulio de 1985),25-37, esp. 30-32 (con dudas). COI/1m, Padgug,
13: "para hablar, como es común, ele lo~ griegos como 'bisexuales', es también
ilegítimo, desde que sólo agrega ulla categoría llueva, intermediaria, mientras
que eran precisamente las mismas categorías las que no tenían signi ficado en la
antigüedad"
27. T.M. Robinson, (Revisión de Dover, Grcek /{omosesu(/!iry), Phoellix 35
(981),160-163, esp. 162: "La razón por la que la mayoría heterosexual podría
haber visto con una mirada tolerante la prüctica 'activa' homosexual entre la
minoría, y aún en alguna medida en su propio grupo (!), ... es previsiblemente
una mirada sexista: para la mayoría heterosexual, para aquellos (en un universo
de hombres) a quienes la 'buena' lllujer es kala ¡lIrysil/ (es decir, naturalmente)
pasiva, obediente y sumisa, el 'rol' del homosexual 'activo' será tolerable preci-
samente porque sus conductas pueden, sin Illucha dificultad. ser igualadas con
cl 'rol' del varón hcterosexual, es decir, para dominar y vencer; lo 'lile los dos
tienen en común es lIl,ís qlie lo que los divide" Pero esto llIe parece que evita la
cuestión que la dislinción entre heterosexualidad y hOl1lo~exualidad est,í supues-
\amente ideada para esclarecer.
28. Un excelente análisis de la versión meditemínea contemponínea de este ethos
ha sido suministrado por David Gilmore, "Introduction: The Shallle of Dishonor"
en HOllor and Shame alld the Ullit)' al the Mediterrallcall, ed. Gilmore, Publ ica-
ción especial de la American Anthropological Association, 22 (Washington, D.C.,
1987), 2-21, esp. 8-16.
29. Por "falo" indico un significante cultural mente construido del poder social:
.para la terminología, ver nota 10, arriba. Lo llamo discurso griego sexual fálico
'm"l~que (l) los contactos sexuales son polarizados alrededor de la acción fMica,
é decir, están definidos por quien tiene el falo y por lo que es hecho con él; (2)
<:Jtros placeres sexuales que los fálicos, no cuentan al categorizar los contaclos
¡sexuales; (3) para que un contacto sea calificado como sexual, uno -y no más
.que uno- de los dos partenaires debe tener el falo (\05 muchachos son tratados
!éti'los contextos pederásticos, como esencialmente no-fálicos [ver Marcial, 11.22;
pero cf. Pa/atille Alltlzology 12.3,7,197,207,216,222, 242J Y tienden a ser
'asimilados a las mujeres; en el caso de sexo entre mujeres, \lna partenaire --la
·,'Itribad"- es asumida como poseyendo un equivalente al falo [un ~uperdesarro­
'lIado c1ítorisJ para penetrar a la otra: fuentes para la antigua conceptualización
de la tribad -es conocido por mí \In incompleto e~tüdilJ moderno de e~te fasci-
i nante y duradero tipo riccional, que sobrevivi(Í en las prilllcra~ dl~c,ldas del Siglo
1X'X- han sido agrupadas por Friedrich Knrl Porberg, MUIIIW! (JJ Clouica!
<Erotolog)', trad. por Julian Smithson [r-.1anchester, 181\4; reimpr. Nueva York,
/1:966]. 11, 108-167; Pnul Brnndl [selld. "lIans Litrh"l, Sex"a¡ Lif(~ ill Aneiellt
'Greccc, trad . .1.11. Freesc, cd. I.awlencl' 11. J)awson [Londres, 19.\2], JI (1-32X;
'Gastan Vorberg, GlosJl/rirll/l cloliul/II [llanau, 1965]. 654-655; Y Werner A.
__ .____________ ~Ivld M. Halperin

Krenkel, "Masturbation in der Antike", Wissenschrifiliche ZeilSchr(fl der Wilhel/l-


Pier'k- U"il'ersiliit Ros/oc/.; 28 (1 (70), 159-17~, esp. 171. Para una discusión
recil~nk, ver Judith P Ilallett, "Fellla!e Ilol1loerolicislll ami lhe Denial orRoman
Realily in Latin Literature", Yale .Iolll"llal of CriticiSIII 3.1 (1989),209-238.

30. Las excepciones incluyen el texto de Vern L. Bullough, HOlllose:wality: A


Hislorr (Nueva York, 1979),3-5, Y de John Boswell, C/¡,-isrialliIY, Social Toler(lnce,
(I/ld HOllwseuwlily' Goy People ill Weslem Ellwpe from Ihe Beginnillg of Ihe
Chrislian Ero 10 Ihe FOUrleeJllh Cenlur)' (Chicago, 1980), 53n., 75n.
31. Para un más temprano uso de los 1II01lis en este sentido casi técnico, ver
Juvenal, 9.38.
32. Ver P H. Schrijvers, Eille lIIedizillische Erkltirwlg der mtinlllichell
HOl1lose.\{I(lliIÜI al/S der Anlike (Caelil/s Aurelialllls, De morbis chronicis, /V 9)
(Amsterdam, 1985), 11.
33. He tomado tocio este argumento de Schrijvers, 7-8; el mismo punto acerca
del pasaje ele De 1Il0rbü aC/llis fue hecho más tempranamente -desconocido
para Schrijvers, aparentemente- por Boswell, Chrisliallity, Social Tolerallce, alld
Homosexllalir)', 53, n. 33; 75, n. 67
34. Traclucción (con mis énfasis y amplificaciones) por L. E. Drabkin, editor y
traductor, ClIelil/s Allreliwl/ls: Oll acule diseases y 011 chrollic diseases (Chicago,
1950), 413.
35. Como el título de su capítulo, "De lllollibus sil'e sllbaclis," implica.
36. Ver especialmente el pseudo-Aristotélico Problemala 4.26, bien discutido
por Dover, 168-170, y por Winkler, "Laying Down the Law," 67-69; general-
mente Boswell, Chrisliallity, Social Tolerance, roul Homosexuality, 53; Foucault,
El uso de los placeres.
37 La frase latina (jlwd Iflrallqlle Vt:'lleralll exercealll es así interpretada por
Drabkin, 901 n., y por Schijvers, 32-33, quienes afianzan este escrito al citar a
Ovidio, Me/{¡})folfosis, 3.323, donde Tiresias, quien ha sido un hombre y una
mujer, es descripLo como siendo instruido en el campo de Vellus ulraque. Com-
parar con T'dronio, Sat)'ricoll 43.8: olllllis millervae hO/l1o.
38. Sigo, Ulla vez m:ís, el profundo cOlllentario de Schrijvers, 15.
39. Cito de la traducción de Drabkin, 905, la que está basada en su plausible,
pero sin embargo especulati va reconstrucción (aceptada por Schrijvers, 50) de
un texto extremadamente adulterado. Para la noción expresada en él, comparar
con el texto' de Marcel Proust, A la recherche liu lell1pS perdll, Pi erre Clarac y
André Ferré (París, 1954),111,204,212; EIl bllsca del tiempo perdido, traducido
por Pedro Salinas y otros (Ed. Alianza, Madrid, 1966); discusión por Eve

48
i~;~:" ¿Hay una historia de la sexualidad?
~!~!r:
Kpsofsky Seclgwick, Epistemologíll del wmario, Ediciones de ,la Tempestad,
...., "
B'arcelona, 1998.
:.\J'~:~ ','
~5Ij\nónimo, De phvsiogllolllollia 8.) (vol.li, p. 114.5-14 Fbrster); Vetlius Valens,
~h\6 (p. 76.3-8 Kr~Il); Clemente de Alejandría, Paedagogm 3.21.3; Finnicus
Rfi~tb;'nus, M{lthesis 6.30.15-16 y 7.25.3-23 (esp. 7.25.5).
J,t}o,rlll,

~J:; Ver Foucault, ú, historia de la sexl/alidad: "La sodomía, como era definida
por'los antiguos códigos civiles o canónicos, era una categoría de actos prohibi-
~ips; su perpetrador era nacla más que la materiajuríJica de ellos. El homosexual
B~I Siglo XIX devino un personaje, un pasado, un caso de historia y una infan-
¿í1i', además de ser un tipo de vida, una forma de vida y una morfología, con una
lHaiscreta anatomía, y posiblemente con una misteriosa fisiología. Nada que
~~iuviera clentro de su composición total, era natural para su sexualidad. Estaba
!¿J~ presente en él: en la raíz de todas sus acciones porque era su insidioso e
lridefinido principio activo; escrito indecentemente sobre su cara y su cuerpo
~()rque era un secreto que siempre se ofrecía. Era consustancial con él, menos
cOlnO un pecado habitual que como una naturaleza singular" Ver también
Randolph Trumbach, "London's Sodomites: Homosexual Bchavior and Western
Culture in the 18,h Century," }oul7w! of Social Histor)' 11 (1977), 1-33, esp. 9;
Richard Sennett, The fal! of ¡mblic I/wn (Nueva York, 1977),6-8; Padgug, 13-
!1,4; Jean-Claude Féray, "Une histoire critique du mot homosexualité, (IV),"
~/cadie 28, no. 328 (1981), 246-258, esp. 246-247; Schnapp (nota 26, arriba),
~JQ (hablando de las pinturas en los vasos áticos): "Uno no pinta actos que
'~'ªracterizan a las personas tanto como las conductas que distinguen grupos";
Rjerre 1. Payer, Sex alld the Penitelltials: Tlle developmellc of a Sexl/al Cocle
~5_0-11 50 (Toronto, 1984), 40-44, esp. 40-41 : "no hay palabra en el uso general
'~D,las penitenciarías para la homosexualidad como una categoría ... además, la
'9istinción entre actos homosexuales y la gente 'que podría ser llamada homo-
i~qual, no parece ser operativa en estas publicaciones" (también pp. 14-15, 140-
:153); Bynum, "The Body of Christ", 406.
I
:;1':4. Como testimonios de la fuerza de las preferencias individuales (aún hasta el
gunto de la exclusividad) por parte de los varones griegos por un parten aire
.~~;<ual de un sexo más que de otro, ver Theognis, 1367-1368; Eurípides, Cyclops
'~83-584; Xenofonte, Anabasis 7.4.7.-8; Aeschines, 1.41, 195; Life of Zello de
e,ntígono de Carystus, citaclo por Athanaeus, 13.563e; el fragmento de Seleucus
:¡¡itado por Athanaeus, 15.697de (= Collec{(1nea A1exandrina, ed. J. U. Powell
TOxford, 19251, 176); un anónimo fragmento dramático citado por Plutarco,
Nforalia 766f-767" (= Tragicorum Graecorum FragllZeIl{(1, ed. August Nauck, 2"
Itgición [Leipzig, 1926]. 906, # 355; también en Theodor Kock, Comicol"IIlll
Allicorum Fragmenta [Leipzig, 1880-1888].lIl, 467, # 360); Athanaeus, 12.540e,
13.601e y sig., Aquiles Tacio, 2.35.2-3; pseuc\o-Luciano, Erates 9-10; firmicus
Matcrnus, Machesis 7.15.1-2; y un número de epigramas ele varias manos, contcni-

49
David tvl. Halperin
L -_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ __ _ _

dos en Palatúle A/!t!rologr: 5. l 9, 65, 116, 208, 277, 278; 11.216; 12.7, 17, 41,
87, 145, 192, 198, Y pílssim (ef. P. G. MaxwelI-Stuart, "Strílto and the Musa
Puerilis," Heniles 100 [1972]. 215-240). Ver, generalmente, Dover, 62-63; John
Boswell, "Revolutions, Universals, and Sexual Categories", en HO/llosexc((/Iil)':
Sacrilege, Visio/!, Polities (nota 6, arriba), 89-113, esp. 98-101; Winkler,
"Laying Do\Vn Ihe Law"; y, para una lista de pílsajes, Claude Courouve,
TaoleClII sy/!opliqlle de réfférellces a 1'((1710((1' IIlClsc(([ill: Au/eurs grecs el
lalillS (París, 1986).
43. Hilary Putnam, en Rozó", Verdad e Historia, en el curso del análisis de
varios criterios por los cuales juzgamos asuntos de gusto como "subjetivos,"
implica que estamos acertados al considerar las preferencias sexuales más com-
pletamente constitutivas de la personalidad humana que las preferencias
alimentarias, pero el argumento permanece circunscripto, tal como Putnam lo
seiiala, por los supuestos completamente específicos de cada cultura acerca del
sexo, la comida y la personalidad.
44. FOllcault, El ((SO de los "laceres, remarca que sería interesante determinar
exactamente cuando, en el curso del desarrollo de la cultura occidenta!, el sexo
devino más moralmente problemático que la comida; parece pensar que el sexo
lo conquistó, sólo a finales del Siglo XVIlI, después de un largo período de
relativo equilibrio durante la Edad Media: ver también El uso de los placeres; La
inquietud de sí; "On the Genealogy ofEthics: An overview ofWork in Progress,"
en Hubert L. Dreyrus y Paul Rainbow, Michel Foucaull: Be)'olld Slructuralism
(/Ild Her/llene((lics, 2" ed. (Chicago, 1983),229-252, esp. 229. La evidencia más
tarde reunida por Stephen Nissenbaum, Sex, Diet, alld Debi/it)' ill Jacksollicll!.
Amaica: S)'lvesler Graham alld Heall/¡ Reform, Contributions in Medical
History, 4 (Westport, Conn., 1980), Y por Caroline Walker Bynum, Hol), Feasl
alld Hol)' Fas!: The Religious Sigllificmlce of Food ill Medieval WOlllen
(Berkeley, 1987), sugiere que la evolución moral puede no haber sido realmente
un asunto continuamente lineal, tal como Foucault parece imaginar.
45. Jack H. Abbott, "On Women," New York Review of Books 28: 10 (June 11,
1981), 17. Podría quizás ser puntualizado que esta confesión lírica es algo desi-
gual con respecto al más áspero inrorme contenido en los fragmentos de las
cartas de Abbott, que rueron publicadas un año antes en New York Review of
Boob 27: 1I (June 26, 1980),34-37. Uno pocIría comparar la manifcstación de
Abbott con algunos comentarios pronunciados por Bernard lJoursicot en un
contexto similarmente apologético y citado por Richard Bernstcin, "Francc Jails
Two in a Bizarre Casc of Espionage," Ncll' York Tillles (Mayo I1 de 1986):
"Estaba destruido por aprender que él (el amante de Boursicot de veinte años) cs
un hombre, pero mi convicción permanece inquebrantable que para mí, ell esc
tiempo, él era realmcnte ulla Illujer y era el primer amor de mi vida"
46. Ver Davidson (nota (í. ,miba), 16.

'i0
_ _ _ _ _ _ _ _-----'i'---H_ar una historia de la sexualidaJ?

tl7. Deseo agradecer a Kostas Demelis por ayudarme con esta ['ormulación. Com-
parar Padgug, 5: "En cualquier aproxil11<lcitíll que toma C0l110 predeterminadas y
universales las categorí<ls de sexu<llidad, la historia real desaparece"
48. Stephen Greenblatt, "Fiction and Friclion,", en Recollslmcli/lg Indil'idualisl/I:
A Uio Il 01/1)', l/ldividllalit)', a/ld the Se({ill Weslem Thollghl, ce!. Thomas E. Hcllcr,
Morton Sosna y David E. Wellbery, con Arnold 1. Davidson, Ann Swidler, y ¡<ln
Watt (Stanford, 1986),30-52,329-332, esp. 34, hace una puntuación similar;
arguyendo que "un discurso de la cultura sexual juega un rol crítico en dar form<l
a la indiviclualidad," y sigue diciendo, "Lo hace así para ayudar a implantar en
cada persona un internalizado juego de disposiciones y orientaciones que go-
biernan las improvisaciones individuales." Ver también Padgug; generalmente,
Julian Henriques, Wendy Holloway, Cathy Urwin, Venn Couze y Valerie
Walkerdine, Challgillg the Sllbject: PJ)'cholog)', Social Regulati(JIl amI
Suhjectil'ity (Londres, 198'~).
49. "Translations" (1972), líneas 32-33, en el texto de Adrienne Rich, Divillr;
;;,Ito the Wreck: Poellls 1971-1972 (Nuev<l York, 1973), 40-q l (citas en p. 41 )L.
:pO. "Canzone" (1942), líneas 1-2, en W. H. Auden, Col/ected Poe/lls, ed. Edward
,Mendelson
. (Nueva York, 1976),256 -257 (cita en p. 256).
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