Vous êtes sur la page 1sur 16

PRIMERA LECCIÓN

Unicervantina

IDENTIFICAR EN MÍ VIDA
LA TEOLOGÍA ESPIRITUAL

Podemos y debemos ubicar a la TE en el ámbito de la teología dogmática y de la teología moral.


Aunque éstas han sufrido grandes cambios y los teólogos actuales están teniendo más en cuenta
la realidad cristiana como algo concreto, algo que lleva al hombre a tener la experiencia cristiana
desde lo social e individual. Por eso, podemos decir que la teología dogmática se acerca más a la
TE, porque ésta considera el desarrollo personal de la vida cristiana, y la teología pastoral, que
busca hacer de las condiciones sociológicas un lugar para transmitir el mensaje cristiano.

Además, la metodología teológica ha ido evolucionando, dejando de un lado la forma escolástica


usual que se mantuvo hasta mediados del siglo XX y mantiene ahora una relación más íntima
con la Sagrada Escritura, porque de ahí nacen los temas que trata, concediendo además a la
patrística una relevancia digna de recordar.

Para definir la teología espiritual, y ver su ubicación en el conjunto de la sacra doctrina, podemos
dirigirnos a dos tendencias:

1.- Para algunos, la TE es teología en sentido estricto, es decir, una aplicación de las
conclusiones de la dogmática a la situación de la vida concreta. Y las preguntas surgen: ¿Cómo
puede el cristiano asumir la vida del bautismo? ¿Cómo debe responder el laico, el consagrado o
el sacerdote a su vocación en este momento de su vida?

2.- Otra corriente ve la TE como ciencia del hombre religioso, y por tanto como antropología
pura. Esto ha tomado fuerza desde diversas disciplinas científicas como la historia de las
religiones y la fenomenología de la vida mística, tocando la psicología profunda.

Ante estos dos caminos, nosotros queremos apuntar que, la TE por más que se le intente colocar
en un lugar o en otro, es una experiencia cargada de doctrina, que supera a la psicología por pura
que ésta sea, y que no es sólo dar respuestas a la vida con el sentido cristiano. Así, afirmar que la
TE no es una vida religiosa sin más, donde Jesús inició este camino y nos dejó ahí, en la
estacada, sino una comunicación ontológica de la gracia divina lo que nos lleva a ver en la TE
como la participación de la vida gloriosa del Señor Jesús, que sigue en su comunidad vivo.
Sí, la TE no puede prescindir de la revelación ni de la comunicación de la vida divina. No es un
camino de antropología basado en la historia humana de Jesús sino que deriva

precisamente que Jesús, es en verdad el Verbo encarnado en el que se lleva a cabo toda la obra
de la salvación. El hombre de experiencia espiritual se convierte en un lugar netamente teologíco
y esto supone la inteligencia que le lleva a las profundidades del Espíritu para que su vida
cristiana no sea un espejismo, sino la vivencia de un contenido vital.

A) DESCRIBIR LA VIDA ESPIRITUAL

La Teología espiritual es un proyecto de vida personal, consciente. Ahora se habla mucho en la


vida religiosa de los proyectos personales de vida. Pues éstos no son el estudio de lo meramente
psicológico o antropológico, sino la entrada en el proyecto de la gracia, en donde se establece la
naturaleza de la vida cristiana, recurriendo a la noción de participación en la vida divina.

1. En la Escritura

Para hablar de la vida existen don términos griegos para hablar de la vida: zoé haciendo
referencia al principio interno de movimiento y acción existente en todo ser vivo y bíos, que
expresa el fluir de la vida temporal.

De estos dos conceptos vamos a centrarnos en el de zoé. Éste es dinamismo y según la Escritura
toda vida posee una relación con Dios, que es su fuente, y pertenece a la esfera de lo sagrado (Dt
30,15-20; 28,1-14;Prov 3,1-10). Si todas las cosas están bajo la realidad del principio de
movimiento…cuánto más el hombre, que es sombra de Dios en la tierra al que podemos adentrar
en el zoé de Dios. Porque Dios vigila la vida del hombre. En la medida en la que el hombre está
en unión con Dios, el término inmortalidad se afianza en su existencia. El libro de la Sabiduría
dice que “las almas de los justos están en manos de Dios…Su esperanza está llena de
inmortalidad.” (Sab 3,1-4).

Desde el Nuevo Testamento la vida eterna surge de la amistad con el Cristo resucitado. Los
creyentes han recibido esta vida por su intimidad con el Maestro. Cuando Jesús consciente dice a
sus interlocutores “Yo soy el Pan de la vida” (Jn 6,35) o aquél “Yo te daré agua viva” (Jn 4,10),
está dándose así mismo a los suyos, recordándoles al tiempo que esto se da, porque en nosotros
hay “un manantial que salta hasta la vida eterna” (Jn 4,14) debido a que estamos bajo la acción
del Espíritu.

Hemos sido hechos hijos de Dios. El bautismo nos ha introducido en la filiación divina. La vida
espiritual nos debe recordar este “ser hijos en el Hijo” y que estamos llamados a existir bajo esta
realidad filial y santificadora. San Juan en su carta primera dice “Ahora somos ya hijos de Dios”
(1Jn 3,2).
La filiación divina nos cristifica. Acción netamente del Espíritu en nuestra vida cristiana. Ser
cristificados es adentrarse en el momento de la encarnación, asumir no sólo una historia humana
de Jesús, sino la realidad del verbo encarnado que asume todo lo nuestro para redimirnos de todo
aquello que nos apartó de la imagen de Dios. La TE nos llevará a Cristo.

Porque en él “vivimos, nos movemos y existimos” Antes de que recibamos a Jesús en los
sacramentos y lo acojamos en la Palabra de Dios, reside en el Verbo encarnado el misterio que
pedagógicamente la Iglesia nos va a entregar. Cristo es la vida. Él es el que dispone de ella según
su beneplácito (Jn 5,26) y él es el que la comunica (Jn 10, 10). Con la resurrección, la
comunicación de la vida se hace más abundante porque es Jesús el “espíritu que da vida” (1 Cor
15,45) y en el autor de la vida (Hch 3,15).

La vida espiritual, la TE nos lleva precisamente a un movimiento interior dinámico, siendo la


energía vital del ser humano la forma por la que el hombre se dirige hacia la plenitud (cuyo signo
es la paz); es un dinamismo que alienta y sostiene por esa gracia santificante por la que el Señor
de la vida misteriosamente nos comunica el gozo de la santificación. Una vida bajo esta acción
tiende sin dudar a manifestarse en obras y en estilo de vida. Ya no se puede vivir como antes,
ahora esta gracia actúa convirtiéndonos en hombres nuevos, que son capacitados por el Espíritu
para ser discípulos de Evangelio. San Pablo escribe: “Renunciad a vuestra conducta anterior y al
hombre viejo” (Ef 4,22).

Conocer la TE será igualmente aquello del apóstol Pedro: “Sed santos en todo vuestro proceder
como es santo el que os ha llamado, pues está escrito: Sed santos, porque yo soy santo” (1Pe
1,15). La TE es la oportunidad de conocer la santidad a la que somos llamado, pasando de un
concepto simple de la palabra vida a “vida de gracia” o “vida teologal”.

ASPECTOS DE LA VIDA ESPIRITUAL EN LA IGLESIA A TRAVÉS DE LA HISTORIA

Primeros siglos del cristianismo

En estos primeros siglos, la vida espiritual y el don del Espíritu santo era la controversia entre los
que negaban en el hombre una vida espiritual propia y el don que el Espíritu santo podía ofrecer
a los hombres. Separaban de una los gnósticos esta realidad en el hombre, pues en éste, el
espíritu era un elemento por el cual nacen los hombres espirituales, los psíquicos o los materiales
(hílicos). Esto implicaba que el ser humano, según predominase uno u otro elemento el hombre
se relacionaba con el espíritu. Así, descubrimos que para los gnósticos, el espíritu no estaba
ligada al alma, por lo que la vida espiritual se distanciaba haciendo que la vida psíquica o
natural, se separara de la interioridad del hombre. Venía sobre el hombre algo sobrenatural, pero
ésta sobrenaturalidad no encajaba en la existencia humana.
Aquí, san Ireneo entra con seguridad y propone que lo defendido por los gnósticos no es posible,
pues el don del Espíritu es gratuito y es concedido al cristiano para que gracias a él, exista una
transformación en la existencia del hombre. Escribe: “Todos los que temen a Dios, que creen en
la venida de su Hijo y que por medio de la fe albergan en su corazón al Espíritu de Dios,
merecen ser llamados puros, espirituales y vivientes para Dios, puesto que tiene el Espíritu del
Padre que purifica al hombre y lo eleva a la vida de Dios” (Adversus haereses, V, 9,2). Es decir,
el Espíritu Santo al donarse en nosotros, nos sumerge en la totalidad del hombre, cuerpo y alma,
en una vida nueva; toda la existencia del hombre queda informada por la fe que actúa por medio
de la caridad.

La influencia del Espíritu aparece, en primer lugar, en el conocimiento y comprensión de la


Escritura. Quien quiera vida teologal, debe querer tener vida en y con la Escritura, pues en ella
descubrirá la unidad del AT y NT, entre lo histórico y el sentido místico, escondido, por el cual,
se abre su vida a profundas relaciones con el Señor. La Escritura es la que nos llevará a la vida
de gracia. Escribe Basilio de Cesarea: “Purificarse de la suciedad contraída en los vicios, volver
a la belleza de la propia naturaleza, restituir la imagen de realeza, por así decirlo, a su forma
primitiva por medio de la pureza. Solamente bajo esta condición se nos hace cercano el
Paráclito” (Se Spíritu Sancto, SCh 17).

Los padres del desierto: el padre espiritual

El padre espiritual es aquél que supo conservar para sí, el tesoro del Espíritu en su interior. Se
dejó sondear por el Espíritu Santo y pudo él ayudar a otros a entender la gracia del Espíritu en su
vida. El padre espiritual ayuda a encontrar los caminos de Dios, porque es el que vive del
Espíritu de las santas Escrituras y de las realidades espirituales.

La teología clásica: vida espiritual y caridad

El hombre puede desarrollar en sí una vida evangélica y especialmente caritativa. Ser hombre
espiritual es ser hombre de caridad. Por eso la TE nos introduce en la perfección de la caridad.
Para santo Tomás, la vida espiritual es un desarrollo de la caridad hasta llegar a su plenitud.

Los tiempos modernos: la vida interior


San Francisco de Sales quiere llegar con su Introducción a la vida devota, a todas las realidades
humanas en las que el hombre vive, a todos los estados de vida y desea hacer comprender que el
hombre puede, con la vivencia de los sacramentos y el culto, desarrollar y formarse en la vida
espiritual. La vida interior se consigue por la vida de oración y de los sacramentos. Sólo desde
aquí habrá una verdadera interioridad de la fe y una comunión con el Espíritu que habla y
dirige.

“Hay que estar con los pies en la tierra”, se dice, y con frecuencia en la Iglesia se ha abandonado
esta parte de la TE pues podría hacer daño a esa humanidad concreta, tangible, donde la
antropología se convierte en altruismo. ¿Puede el hombre vivir así, sin interioridad mística?
¿Quita al hombre la vida espiritual su ser humano? O, podríamos decir que la vida de gracia o
vida teologal es para el hombre una realidad del Espíritu que clama “abba, Padre!, abriendo los
horizontes humanos a realidades divinas que humanizan las muchas situaciones de los hombres
que desesperados, esperan luz. Sólo con espiritualidad, podremos hablar de vida interior.

Precisiones entre los términos de espiritualidad, ascética y mística

• Espiritualidad:

El Espíritu es quien nos lleva, nos mete en la espiritualidad. El termino griego


pneumatikós nos enseña ese viento cálido misterioso por el que nos encontramos con el
Espíritu que dirige.

La

La palabra espiritualidad

.
La palabra espiritualidad fue acuñada en Francia en el siglo XVII, para designar
precisamente los ejercicios interiores que el alma debía realizar para apartarse de los
sentidos y poderse dedicar a la perfección a los ojos de Dios.

• Ascética:

Etimológicamente, ascesis significa ejercicio. Y se aplica tanto al ejercicio físico como a


la reflexión teológica. Pero esta palabra comenzó a utilizarse para designar los esfuerzos
mediante los cuales se intenta progresar en la vida moral y religiosa.
La ascesis comporta ejercicios de oración mentales así como disciplina corporal. El
hombre en su esencia necesita un esfuerzo para entrar en la experiencia de la perfección.
Para el cristiano, la ascesis es un esfuerzo humano que coopera con la gracia divina y se
abre a recibir un incremento de vida espiritual.

• Mística:

Desde la filosofía la palabra mystikós, deriva de mystes: el que se ha iniciado en los


misterios. El misterio escondido es una iniciación casi siempre de tipo religioso. Cuando
el iniciado en la mística se pone de manifiesto la realidad escondida, comienza un camino
de conocimiento y salvación en su vida. La actividad mística siempre nos lleva a una
realidad escondida que se convierte en la finalidad de la experiencia y que conduce a la
unión con el Absoluto.
La mística es una teología, así lo acuñó Marcelo de Ancira en el siglo IV y así los recogío
bellamente Dionisio el Aeropagita cuando escribe: “Tú, querido Timoteo, mediante un
ejercicio muy atento en lo que respecta a las contemplaciones místicas, abandona los
senidos y las operaciones intelectuales, todas las cosas sensible e inteligibles, todas las
cosas que no son y las que son; y con plena ignorancia tiende, en cuanto te sea posible, a
la unión con Aquél que supera todo ser y todo conocimiento. En efecto, mediante esta
tensión irrefrenable y absolutamente desligado de ti mismo y de todas las cosas, quitando
de en medio todo lo demás y liberado de todo, podrás verte elevado hacia el rayo
suprasustancial de la divina tiniebla” (Teología mística I)

Segunda lección
Unicervatina
LAS FUENTES DE LA SANTIDAD

• LA DEVOCION AL CREADOR

"Torpes por naturaleza son todos los hombres que han ignorado a Dios y por los bienes visibles
no lograron conocer al que existe, ni considerando sus obras reconocieron al artífice de ellas,
.sino que tuvieron por dioses rectores del mundo al fuego, al viento, al aire ligero, a la bóveda
estrellada, al agua impetuosa o a los luceros del cielo. Pues si, embelesados con su hermosura,
los tuvieron por dioses, entiendan cuánto más hermoso es el Señor de todas estas cosas, pues el
autor mismo de la belleza las creó. .Si les llenó de asombro su poder y su energía, aprendan de
ahí cuánto más poderoso es quien los formó. Pues por la grandeza y la hermosura de las criaturas
se descubre, por analogía, a su hacedor. Mas, con todo, no se merecen un duro reproche, porque
quizá se extravían buscando a Dios y queriendo encontrarlo; 7.ocupándose de sus obras, las
investigan y se dejan seducir por su apariencia, pues que son tan hermosas. Sin embargo, ni éstos
son excusables; porque si tanto llegaron a saber que acertaron a escudriñar el universo, ¿cómo no
encontraron antes a su Señor?" (Sab 13,1-9)

Sí, el hombre puede contemplar a Dios y su hacer por medio de las criaturas y del mundo creado.
De esta contemplación nace la religiosidad en la vida humana.

San Pablo en la carta a los Romanos escribe: "Porque lo invisible de Dios, desde la creación del
mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad, de
forma que son inexcusables; porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios
ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se
entenebreció: jactándose de sabios se volvieron estúpidos, y cambiaron la gloria del Dios
incorruptible por una representación en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos,
de reptiles. Por eso Dios los entregó a las apetencias de su corazón hasta una impureza tal que
deshonraron entre sí sus cuerpos; a ellos que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y
adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador, que es bendito por los siglos, amén” (Rom
1, 20-25).

La creación nos muestra una variedad casi infinita de seres creados. Así, podemos decir que en
toda la creación, desde lo microscópico hasta la visible a los ojos humanos es un reflejo
formidable de la infinitud de Dios creador. Si somos capaces de entender lo misterioso de la
vida, de tu historia propia y de los que te rodean como una presencia creadora continua del
misterio de Dios, volveremos a entender la importancia de una teología que nos espiritualiza, nos
llena de gracia y embellece.

Creer en el Creador ¿necesario?


Comencemos diciendo que Dios es el “Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible e
invisible”: es decir, todos los seres han sido creados por Dios de la nada, esto es, según su
substancia (Vat. I 1870 y Dz 3025). Dios es la causa total y única del ser de las criaturas.

Partiendo de sí mismo, sólo Dios puede crear, “Yo soy Yahvé, el que lo ha hecho todo, yo, yo
sólo desplegué los cielos y afirmé la tierra. ¿Quién me ayudó?” (Is 44,24).

Dios es uno solo…

El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son “un solo principio de todas las cosas” espirituales, y
corporales, angélicas y mundanas. “No son tres principios de la creación, sino un solo principio”
(DZ 1331). La Biblia atribuye unas veces la creación al Padre (Mt 11,25), otras al Hijo (Jn 1,3),
o al Padre por Cristo, “por quien se hizo el mundo” (Heb 1,2).

Santo Tomás en la Suma teológica escribe: “Dios es causa de los seres por su inteligencia y por
su voluntad, como lo es un artífice respecto a las cosas que hace. El artífice obra por la idea que
ha concebido en su inteligencia, y por amor nacido en su voluntad hacia algo. Análogamente,
Dios Padre ha hecho la creación por su Verbo, que es el Hijo, y por su amor, que es el Espíritu
Santo” (STh I, 45,6).

Y san Agustín, como siempre nos ilumina al respecto a través de sus confesiones cuando escribe:

“Yo pregunté a la tierra y respondió: «No soy yo eso»; y cuantas cosas se contienen en la tierra
me respondieron lo mismo. Preguntéle al mar y a los abismos, y a todos los animales que viven
en las aguas y respondieron: «No somos tu Dios; búscale más arriba de nosotros». Pregunté al
aire que respiramos y respondió todo él con los que le habitan: «Anaxímenes [filósofo del siglo
VI a. de C. que enseñaba que el aire es infinito y principio de todas las cosas] se engaña porque
no soy tu Dios». Pregunté al cielo, Sol, Luna y estrellas, y me dijeron: «Tampoco somos nosotros
ese Dios que buscas». Entonces dije a todas las cosas que por todas partes rodean mis sentidos:
«Ya que todas vosotras me habéis dicho que no sois mi Dios, decidme por lo menos algo de él».
Y con una gran voz clamaron todas: «Él es el que nos ha hecho». Estas preguntas que digo yo
que hacía a todas las criaturas era sólo mirarlas yo atentamente y contemplarlas, y las respuestas
que digo me daban ellas es sólo presentárseme todas con la hermosura y orden que tienen en sí
mismas.
Después de esto, volviendo hacia mí la consideración, me pregunté a mí mismo: «Tú ¿qué
eres?». Y me respondí: «Soy hombre». Y bien claramente conozco que soy un todo compuesto
de dos partes: cuerpo y alma, una de las cuales es visible y exterior, y la otra, invisible e interior.
¿Y de las dos es de las que debo valerme para buscar a mi Dios, después de haberle buscado
recorriendo todas las criaturas corporales que hay desde la tierra al cielo, hasta donde pude
enviar por mensajeros los rayos visuales de mis ojos? No hay duda en que la parte interior es la
mejor y más principal, pues ella era a quien todos los sentidos corporales que habían ido por
mensajeros referían las respuestas que daban las criaturas, y la que como superior juzgaba de lo
que habían respondido cielo y tierra, y todas las cosas que hay en ellos, diciendo: «Nosotras no
somos Dios, pero somos obra suya». El hombre interior que hay en mí es el que recibió esta
respuesta y conoció esta verdad, mediante el ministerio del hombre exterior. Es decir, que yo
considero según la parte interior de que me compongo, yo mismo, en cuanto al alma, conocí
estas cosas por medio de los sentidos de mi cuerpo. Pregunté por mi Dios a toda esta grande
máquina del mundo y me respondió: «Yo no soy Dios, pero soy hechura suya».” (Conf. 10, 6).

Dios en un acto libre creó el mundo sólo por amor. “la única causa que impulsó a Dios a crear
fue el deseo de comunicar su bondad a las criaturas que iban a ser hechas por él” (Catecismo
Romano I,1). No ama Dios las cosas porque existen, sino que las cosas existen porque Dios las
ama. Y la escritura expresa así este momento en la historia de la creación: “Tú, Señor, amas todo
cuanto existe y nada odias de lo que has hecho, que no por odio hiciste cosa alguna. ¿Cómo
podría subsistir nada si tú no lo quisieras o cómo podría conservarse sin ti” (Sab 11, 25-26).

Y Dios creó al hombre…

Dice la Escritura que Dios creó al hombre el día sexto, como culmen de su obra creadora. Y le
inspiró el aliento de vida en el rostro y fue así el hombre animado, criatura espiritual, imagen de
su Creador (Gén 2.7; 1,27).

INCISO

En efecto, todas las interpretaciones anteriores pueden aplicarse a este texto bíblico, pero no hay
que olvidar la segunda parte del versículo 7: "Y sopló en su nariz un aliento de vida. Así el ser
humano se convirtió en un ser viviente". El ser humano no es únicamente arcilla: posee en su
interior una chispa de vida que lo distingue de todos los demás seres vivos. Y no sólo sucede
esto al rey o al faraón, sino también al hombre de la calle. Es ese aliento de vida,
el Espíritu (Ruáh) que hace al ser humano un "viviente" con "Alma"
(=nefesh). Nefesh designa al ser humano, quien llegó a la existencia cuando la divina chispa de
vida tocó y animó su cuerpo físico formado del polvo de la tierra (‫)אדמה‬. En forma similar, una
nueva alma llega a existir cada vez que nace un niño; cada "alma" llega a ser una nueva unidad
de vida, singularmente diferente y separada de todas las otras formas similares. Esta cualidad de
la individualidad de cada ser viviente, que la diferencia como una entidad singular, parece ser la
idea destacada por el término hebreo.
Ruah: (heb. rûah, en gr. pnéuma). La palabra hebrea designa el principio vital, del cual la
respiración es expresión, y se usa 378 veces en el AT. Las traducciones más frecuentes son
"espíritu", "viento" y "aliento". En pasajes como Gn 3,8; 8,1; Éx 10,3 y
14,21, rûah evidentemente se refiere a las corrientes de aire de la atmósfera, mientras que en
Gn 7,22, Job 4,9 y Sal 18,15, por ejemplo, atañe a la respiración. El aliento es una evidencia de
la presencia de la vida misma, o del principio vital. Además, identifica otras características que
acompañan la vida, la inteligencia y las emociones o actitudes. En este último sentido a menudo
se traduce como "espíritu" (Sal 32,2; Is 54,6...).
Cuando se usa en este sentido, nefesh no es una parte de la persona; es la totalidad del ser y, en
muchos casos, se traduce como "persona" (Gn 14,21; Ex 16,16; Lv 11,43-44; Dt 10,22; etc.).
Podemos ver entonces que la Biblia cuando dice que el ser humano se constituye
de Arcilla (Adamá) y de Alma-Vida (Nefesh), está haciendo una gran afirmación, y nos está
proponiendo un concepto de ser humano muy completo y asombrosamente actual, en su
problemática.

Nefesh se puede traducir como "vida" (Gén 9,4; Job 2,4; Sal 31,13) y a menudo se refiere a los
deseos, los apetitos o las pasiones (Dt 23,24, literalmente "saciar tu nefesh"). Se puede referir a
la sede de los afectos (Gén 34,3; Cnt 1,7), y a veces representa la parte volitiva del hombre (Dt
23,24; Sal 105,22, "como su nefesh lo quisiese"). En el NT el uso de la palabra griega psyke es
similar al de nefesh en el AT. Es tanto la vida animal como la vida humana (Ap 16,3).
2. LA PROVIDENCIA ES CONFIAR
El ser humano puede confiar en la Providencia. Dios lo conserva todo, da el obrar y lleva a
término su obra desde el amor de su creación. Dios no deja las cosas a medias, sino que coopera
en todo lo que ha creado, dejando la libertad al hombre para que éste actúe movido por la
libertad por la cual fue creado. Nuestra creación fue un acto de libertad divina y, el hombre tiene
la capacidad de ser libre en su ser. La Providencia divina desea que el hombre coopere con ella.
No podemos dejar a un lado aquello de los Hechos: “En él vivimos, nos movemos y existimos”
(Hch 17,28) e Isaías exclama: “Cuanto hacemos, eres tú quien para nosotros lo hace” (Is 26,12).
Y, aquí podemos preguntarnos ¿cómo es posible que Dios nos mueva la libertad y no la destruya
en nosotros?
Santo Tomás escribe: “Nuestro libre arbitrio es causa de su acto, pero no es necesario que lo sea
como causa primera. Dios es la causa primera que mueve las causas-naturales (las criaturas) y
las causas-voluntarias (los hombres). Moviendo las causas-naturales, no destruye la naturalidad
y espontaneidad de sus actos. Igualmente moviendo las causas-voluntarias, no destruye la
libertad de su acción, sino más bien la confiere, la hace en ellas. En una palabra, Dios obra en
cada criatura según su modo de ser”(Sth 1,83,1 ad 3m) Podemos leer y profundizar con Santo
Tomás en el Libre albedrío en la cuestión 83.

La providencia de Dios lo gobierna todo. Mirar el cosmos, su orden, es manifestación de esta


providencia amante. Sólo una inteligencia eficaz y suprema puede ordenar, mantener y sostener
las órdenes naturales que aparecen en el universo cósmico. La providencia divina es infalible
porque es universal, “Si, lo que yo he decidido llegará, lo que yo he resuelto se cumplirá…Si
Yahvé Sebaot toma una decisión ¿quién la frustrará? Si él extiende su mano ¿quién la apartará?”
(Is 14,24.27). Dios es inmutable, no es como un hombre que va cambiando de propósitos, “Yo,
Yahvé no cambio” (Mal 3,6).
Escribe Agustín: “Pero me objetas: ¿Por qué desfallecen las criaturas? Porque son mudables. ¿Por qué
son mudables? Porque no poseen el ser perfecto. ¿Por qué no poseen la suma perfección del ser? Por
ser inferiores al que las creó. ¿Quién las creó? El Ser absolutamente perfecto. ¿Quién es Él? Dios,
inmutable Trinidad, pues con su infinita sabiduría las hizo y con suma benignidad las conserva. ¿Para
qué las hizo? Para que fuesen. Todo ser, en cualquier grado que se halle, es bueno, porque el sumo Bien
es el sumo Ser. ¿De qué las hizo? (De religione, 18)

Dios ha creado lo grande y lo pequeño, cuida de todos, no es para él diferente, sino unidad
creada y manifestación de su gloria. Jesús dice que “ni un solo gorrión cae del suelo sin que lo
disponga el Padre y hasta los pelos de la cabeza están contados (cf Mt 10,29-30).

La Providencia de Dios es amorosa, pero, el mal está ahí, no viene del Creador, sino de la
resolución del hombre en rebeldía. Pero incluso del pecado Dios puede sacar su providencia,
porque no abandona al pecador. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta de
su conducta y viva.
El pecado de la traición de Judas, lleva a la entrega del Maestro, la cobardía de Pilatos, obliga a
crucificar al Inocente, la ceguera de las Sinagoga que no reconoce en Jesús al Mesías, son
factores, todos ellos que, en principio, pudieran haber sido muy distintos, pero llevaron a que el
Señor muriera en la cruz. Pero es cierto que la misma palabra dice que la muerte de Cristo se
produjo “según los designios de la presciencia de Dios” (Hch 2,23).

“Dios, autor de las naturalezas y no de los vicios, creó al hombre recto; pero él, pervertido
espontáneamente […]. Así, por el mal uso del libre albedrío, nacieron esta serie de calamidades
que, en un eslabonamiento de desdichas, conducen al género humano […] hasta la destrucción
de la muerte segunda [la condenación eterna] […]” (La Ciudad de Dios, 14). Y, ““El mal es la
superstición de servir a la criatura en vez del Creador, y desaparecerá cuando el alma,
reconociendo al Creador, se le sometiese a Él sólo y viere que todas las demás cosas están
sujetas a ella por Él.”(De vera religione, 20). ““Los buenos, ciertamente, usan de este mundo
para gozar de Dios; los malos, al contrario, quieren usar de Dios para gozar del mundo”. “Dos
amores han dado origen a dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, la
terrena; el amor de Dios hasta el desprecio de sí, la celestial” (La ciudad de Dios, XV-XIV).
Y prosigue San Agustin: “así como los hombres malos usan de las criaturas buenas, así el
Creador bueno usa bien de los hombres malos. El creador de toso los hombres sabe lo que debe
hacer con ellos. El pintor sabe dónde poner el color negro para que salga un hermoso cuadro, y
¿no sabrá Dios dónde poner al pecador para que haya orden en el mundo?” (ML 38, 1382).
3 JESUCRISTO: LA VIDA DEL CREYENTE

Es necesario entender cuando asumimos la TE el estudio de la vida de Cristo. Porque será el


tema central ya que no podemos hablar de esta teología sin hacer referencia exclusiva al centro
de la misma, Cristo. Porque la vida en gracia sólo puede surgir de Jesús el Cristo.
Si nos adentramos en la vida del Ungido, podremos ver los demás temas de la vida cristiana y de
la espiritualidad. Con ello buscamos traspasar el mero estudio histórico-teológico de Jesús, que
se da por supuesto, lo que se pretende estudiar es la relación de la vida del cristiano con Cristo.
No sólo al hablar de la vida en Cristo, que podría suponer búsquedas de perfecciones en nuestra
vida encierra esta expresión, queremos ir más allá, es descubrir la novedad de vida que supone
vivir en Cristo, y, desde esta realidad contemplar la vida moral de actitudes y de
comportamientos del cristiano.
Despegar desde el momento mismo del bautismo, acceder a esa gracia desde el mismo momento
espacio-temporal en el que la realidad espiritual, religiosa y santificadora entra en contacto con
la criatura a la que se le sumerge en el agua de la purificación y en la vida del Espíritu que se
convierte por gracia en hijo de Dios y miembro de una comunidad creyente, eso es entender la
vida en Cristo.

SOMOS EN CRISTO, SÓLO EN ÉL


• La Escritura
Precisamente la Escritura nos acerca a este ser en Cristo en forma constante. La base
escriturística es una riqueza de la expresión “ser en Cristo” (Einaî en Chistô), sobre todo san
Pablo no se agota esta expresión. Utiliza 164 veces la fórmula “en Cristo”. Afirma aquello que el
cristiano existe en Cristo (1 Cor 1,30); que el que está en Cristo es una criatura nueva (2 Cor
5,17) y está santificado en Cristo (1 Cor 1,2). Así, el cambio del cristiano para san Pablo es a
nivel ontológico como operativo una realidad de esta expresión. Un cambio en la vida cristiana
que debe ser asumida y vivida.
San Juan, también entiende este “ser en Cristo” con las expresiones “nacer de Dios” (1 jn 2,29;
3,9, 4,7; 5.1.18), “ser de Dios (1 Jn 4,4.6; 5,19) y “permanecer (1 Jn 2,5.6.24.27; 3,6.24;
4,12.13.15.16; Jn 6,56; 15 4-10). Estas expresiones conllevan la vida en Cristo, porque la esencia
de las fórmulas utilizadas están cargadas de una ontología clara: “nacer, ser” en Dios.
Así, el cristiano está llamado a ser en Cristo, a vivir en Él, es decir, a entrar en comunión. Una
comunión profunda de intimidad. Es la palabra griega Koiônia, expresando la comunión con
Cristo, su cuerpo y su sangre (1 Cor 10,16) y de comunión con el Espíritu (2 Cor 13,13).
Aparece en san Juan (1 Jn 1,3.6) planteando la relación de unión entre el Padre, Cristo y el
cristiano desde el estar (“Yo estoy en el Padre y vosotros en mí y yo en vosotros” Jn 14,20) y
desde el mutuo permanecer. (Leer Rovira Belloso, J.M. Vivir en Comunión (Salamanca 1991) y
Nereo Silanes “Comunión” Diccionario teológico. El Dios cristiano (Salamanca 1992)
Estos textos nos hablan de la comunión de vida que incluye una connaturalidad ontológico-
existencial. La comunión de vida presupone la comunión ontológica. No se puede ser sin el Ser
que me hace ser. Y, el valor del ser, sólo puede venir de una fuente que esté más allá de mis
límites. Quien me hace ser, no puede estar sujeto al límite de la esencia o a la espera de una
milésima parte de existencia, sino que debe existir sin que nadie pudiera hacerle preexistir, pues
es la esencia misma de todo lo que es creado por su voluntad.
• La relación con Cristo ¿es necesaria?

“ser en Cristo”, “estar en Cristo”, “vivir en Cristo” “Cristo en nosotros”, “nosotros en Cristo”,
expresiones que no son sin más, sino el contenido de nuestra realidad más pura: hechos hijos en
el Hijo. La relación con Cristo debe ser en nosotros una continua busca de su rostro. Con ello no
buscamos hacer ver que la vida cristiana es solo desde Cristo. Sabemos que es el Misterio
completo de Cristo el que nos da esa relación, misterio concreto, pascual que es el fundamento
de la vida cristiana. Con la muerte de Jesús y su resurrección, se lleva a cumplimiento la obra de
la salvación que le había confiado el Padre (DV4), y que la novedad de vida cristiana es ser
criatura nueva, es por tanto participación de la Pascua del Señor: “resucitados con Cristo”(Col
1,3), “vivificados con Cristo” (Ef 2,6), “hijos y herederos con Cristo” (Rom 8,17). La relación
con Cristo es relación con el mediador. Él, que es cabeza de la nueva humanidad (Rom 5,14),
“cabeza de la Iglesia” (Ef 1,22), “Señor de vivos y muertos” (Rom 14,9), “El Señor de todo lo
creado” (Col 1,15-20), “Nos revela al Padre” (Jn 1,18), “intercede por nosotros” (Rom 8,34)…la
conclusión se impone: Al cristiano le es obligado a entrar en la relación con Cristo.

Relación con Cristo, es referencia al Padre y al Espíritu Santo, relación con las Divinas Personas
de la Trinidad.
La autodonación de Dios al hombre en Cristo. La inhabitación.

No deja de ser la vida espiritual una vida que se observa con cierto recelo de “místicos” y
aparecidos…y hay una alergia postmoderna cuando se habla de proyecto utópico global. Buscar
el sentido de la vida es bueno, necesario. Una búsqueda que puede entrar en duda cuando
hacemos referencia al misterio insondable de la Inhabitación trinitaria. La verdad que no hay
mucha literatura teológica al respecto. La inhabitación no nos separa de la realidad del mundo,
quizá, por el contrario nos implica en la realidad de la misma vida. Porque la inhabitación, es
una realidad antropológica. Hablar de presencia divina en el alma nos humaniza. (leer a X.
Zubiri, El hombre y Dios, (Madrid 1984),327) (nos habla el autor de la apertura constitutiva de
la persona a Dios).
Sustancia: “lo que está debajo de…” Es decir, lo que está de forma inalterable en la interioridad
de un ser o realidad. Es decir, lo inalterable de ese ser o realidad.
Aristóteles cada individuo está formado por una sustancia primera originaria. Estas sustancias
primeras pueden ser un árbol, un hombre o un perro. Ninguna de ellas tiene algo contrario
(existe lo contrario de lo blanco, pero no lo contrario de un árbol). Todas las sustancias primeras
se refieren a algo único de cada ser y que no se encuentra en ninguna otra cosa.
Sin embargo, aquello que se puede decir de una sustancia primera conforma una sustancia
segunda (por ejemplo, en un animal la sustancia primera sería el género y la sustancia segunda
sería la especie). En síntesis, se podría afirmar que en Aristóteles la idea de sustancia es una
categoría que permite explicar lo que las cosas son.
Santo Tomás: Para ello, mantiene la misma visión que Aristóteles sobre la noción de sustancia,
pero entiende que hay sustancias sin materia ni forma, que son los ángeles y Dios. Por lo tanto,
hay sustancias materiales y otras de tipo espiritual y esta distinción es conocida como la cuestión
de las sustancias separadas.
Descartes hay tres tipos de sustancias: la res cogitans o la cosa que piensa (la mente o el alma
humana), la res extensa o la cosa que ocupa un espacio (o el mundo material) y, por último, la
res divina o Dios.
Spinoza critica la visión de Descartes y afirma que solo hay una sustancia, que es Dios. Para
Spinoza la idea de Dios equivale, a su vez, a la idea de Naturaleza. En este sentido, Dios es una
sustancia divina e infinita y es la causa de sí misma y de toda la realidad.

NATURALEZA:
Para Spinoza la naturaleza se identifica con Dios (Deus sive Natura). En esta perspectiva piensa
que todas las cosas serían o atributos (pensamiento y extensión) o modos (alma y cuerpo) de la
sustancia divina, dentro de la cual habría dos naturaleza: la Natura naturans (naturaleza
naturante), absolutamente necesaria e inmutable, constituida por infinitos atributos, y la Natura
naturata (naturaleza naturada), constituida por los infinitos modos que afectan a los atributos, los
cuales existen únicamente en Dios y por Dios.

Vous aimerez peut-être aussi