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Después de dos años en Bossey vuelve a Ginebra con su tío y su tía. Mmlle
Lambercier, como antes su tía, y más tarde Mme de Warens permiten pensar, a
diferencia de lo que plantea Laforgue, que Rousseau no careció de una figura
materna y que el lugar aparentemente feminizado al que lo convocaba el padre
remitía, en realidad, a una posición donde lo esencial era el amor netamente
separado de una función sexualizada del objeto.
A los seis años empezó a leer las Vidas paralelas de Plutarco y a los ocho años
ya las sabía de memoria. En la época en que escribía el Discurso sobre la
desigualdad anotó en un cuaderno de apuntes más de 50 páginas con notas y
extractos de las Vidas paralelas y los Tratados morales de Plutarco.
En Las Confesiones sostiene que sintió el impulso de actuar así por el afecto
que sentía por la joven y que eso determinó que ella sobresaliese en su
pensamiento cuando fue interrogado. Sin ningún indicador de culpa, Rousseau
se excusa y rápidamente acusa: son los malos maestros los responsables
porque los maltratos infligidos en vez de darle valor lo acobardaron. Queda
claro: no es él el responsable del robo, son los otros quienes lo privaron
robándole la posibilidad del coraje.
Pocos años antes, en 1744, había conocido a una criada de posada llamada
Thérèsse Levasseur, analfabeta al punto que se dice que no aprendió siquiera
a leer la hora, con quien convivió toda su vida y tuvo cinco hijos que envió al
asilo de huérfanos.
Rousseau decía que la obra que desarrollaba sólo podía llevarse a cabo en un
retiro absoluto pues presentía que él iba iniciar un novedoso despliegue de la
literatura. "En el exilio que exige por una decisión metódica y casi pedagógica,
ya está bajo la presión de la fuerza infinita de ausencia y de comunicación
mediante ruptura que significa la presencia literaria. Rousseau, que quiere ser
el ser de la transparencia, no puede no esconderse ni tampoco volverse
oscuro, ajeno no solamente a los otros para protestar contra su extrañeza, sino,
muy pronto, también a sí mismo".9
Según Rousseau el ciudadano debe identificarse con el grupo pero, en cambio,
el individuo ha de transcurrir su vida en soledad. El filósofo se queja, sin
embargo, de estar solo cuando hubiera preferido estar con otros: "Yo había
nacido para la amistad" (Confesiones, VIII, I, 362), "Era el más sociable y el
más cariñoso de los \humanos" (Rêveries, I, I, 995). Es en este sentido que la
causa de su soledad no la encuentra en él mismo sino en la hostilidad de los
otros o bien debido al hecho de que los demás son indignos de su amor.
Rousseau, el solitario, superior al hombre social, evita ese límite a la libertad
que consiste en la vida en común y así sostiene ese "indomable espíritu de
libertad" que pasa a ser un nuevo ideal. Esta aversión mortal a toda
servidumbre parece ser una de las racionalizaciones implicadas en el
abandono de sus hijos.
La inmediatez del todo y la verdad inherente a ese supuesto todo son motivos
fundamentales del interés de Rousseau. Las Confesiones comienzan con
referencias al ser y al no ser: no es como los otros hombres, no es mejor pero
es distinto, se propone decir con la misma franqueza lo bueno y lo malo,
mostrarse tal cual es..."nunca estaremos seguros de haber dicho esta clase de
verdad ; en cambio, sí, seguros de tener siempre que repetirla, pero de ningún
modo acusados de falsedad si se nos ocurre expresar esta verdad alterándola
o inventándola, porque es más real en lo irreal que en la apariencia de
exactitud en que se petrifica perdiendo su claridad intrínseca".12
Existe una opinión clásica que sostiene que un escritor debe tener miedo a su
biografía. Proust, por ejemplo, criticaba a Sainte Beuve porque se contentaba
con describir las apariencias y las trivialidades. Pero, al decir de Philippe
Sollers, "quien sostendrá que la biografía o la correspondencia de Proust son
superfluas o perjudiciales para la lectura de En busca del tiempo perdido?.
Nadie de buena fe, o bien aquellos que, al considerarse escritores importantes
sacan provecho al ocultar que su vida no tiene nada interesante que merezca
ser revelado".13
El momento iniciador que dispara la escritura de Las Confesiones se puede
puntuar el 16 de noviembre de 1761 cuando Rousseau toma noticias de la
edición del Emilio en París sin su autorización ya que él había confiado a
Duchesne su publicación en Holanda. En forma inmediata se desencadena un
delirio: intentan robarle el Emilio con el objeto de deformarlo y alterar sus ideas.
Son muchos los indicadores que permiten hacer una cierta oposición entre
Rousseau y Joyce: el filósofo francés pretende decirlo todo, quiere ser
transparente y decir toda la verdad, su obra se dirige a un Otro (salvo las
Ensoñaciones), no ataca la lengua, no altera la sintaxis y las significaciones de
su prosa -políticas, pedagógicas, etc.- rellenan el agujero de la forclusión.
Es cierto que dejó a sus hijos en la asistencia pública pero debía sustraerlos de
la cercanía enfermante de la madre, de manera que, según decía, se equivocó
en los medios pero, como él ha confesado su equivocación, entonces no
merece reproche alguno. Este modo de posicionarse permite detectar la falta
de creencia en los reproches que le dirigen, configurando aquello que Freud
denominó Unglauben (no creencia).
En la paranoia se dimensiona el lugar del Otro como sede del goce y, al mismo
tiempo, se lo puede nombrar: se trata de las costumbres corruptas de la época
frente a las cuales Rousseau queda ubicado como inocente.
Una vez denunciada esta forma de goce que no merece justificación alguna,
uno de los objetivos de Rousseau es, tal como sucede también con Schreber,
producir el ingreso de ese goce en un orden que no funcione como la
dimensión corrupta del Otro.
Expulsado de todo orden, afirmó ser el único modelo a partir del cual se podría
construir un orden humano legítimo y el único que creyó personificar el
arquetipo ideal del hombre de la naturaleza en un mundo corrupto. Así pasó por
la existencia aquel que consideró, del mismo modo que Edipo, que el primero
de sus infortunios fue haber nacido...
Así terminó sus días el filósofo ginebrino cuando todo tenía para él el sentido
de una obscena calumnia. Pero por profundo que haya sido el delirio de
Rousseau, por más frágil que haya sido el conjunto de los argumentos que
articula para su defensa, aun hoy escuchamos la melodía de su lenguaje.
BIBLIOGRAFIA
13) Philippe Sollers: Vidas escritas, Clarín Cultura y Nación, 7 de julio de 1994,
pág.2.