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LA ESCRITURA DEL ANALISTA

Patricia Leyack

(*) Trabajo presentado para la Inauguración del espacio creado por el Cartel de Clínica: "La escritura del analista", 21 de junio
de 2002.

Variados son los esfuerzos de un analista. Cumplir con la regla de abstinencia


que inventó Freud como parte de su dispositivo es uno de ellos. Se trata de un
pago, dice Lacan. El analista paga con su persona.

El acto de la escritura nos ofrece la posibilidad de recuperarnos subjetivamente


de ese paréntesis en el que ha entrado nuestra persona para poder ejercer la
función de analistas.

Escribiendo, hacemos además, algo inherente a nuestra función, que es


teorizarla. El analista es –dice Lacan- al menos dos, el que sostiene su función
y el que la teoriza. La escritura de un analista pasa a ser así un vector de su
formación. La práctica del análisis no es –lo sabemos- sin el encuentro con la
angustia y no sólo del lado del analizante, también del lado del analista. Tope
con lo real de la clínica que empuja a la escritura al analista: el encuentro con
la angustia percibida, por ejemplo, como un límite a nuestra eficacia o a nuestro
saber y que transformamos en un interrogante al que ponemos a trabajar
teóricamente.

Es, en este sentido, que pienso la escritura del analista como una operatoria
equiparable al juego en la infancia, en el punto en que transforma el goce, lo
distribuye, lo acota.

La escritura permite al analista situar y situarse en relación al perímetro propio


de cada momento de su formación y poder dar, entonces, un paso más en su
avance de formalización teórica, así como en su eficacia clínica.

Si la lectura de la letra en el discurso del analizante guía nuestra actividad


clínica, es esa misma letra la que opera como límite en nuestros escritos.
También un dibujo, en la clínica con niños, es un texto en imágenes cuya letra
el analista lee. El corpus teórico psicoanalítico opera como otro de los límites a
ser respetados por el analista al escribir.

Estos son los límites generales. También están los particulares. Cada analista
deberá trabajar lo que opera como límite a su escritura en los diferentes
momentos, desde las censuras superyoicas que atan la lengua y traban el
puño, hasta las dificultades expresivas de diverso tipo, gramaticales,
sintácticas, simbólicas en general.

Los talleres de escritura para analistas son ámbitos –en mi experiencia- muy
propicios para que los analistas tomen la palabra por escrito.

Respetando los límites que hay que respetar, la letra por un lado, el corpus
teórico por el otro, y trabajando los que operan como impedimentos, la escritura
de un analista es un acto que tiende hacia la extrema subjetividad. Es así que
puede dar lugar a la articulación singular que el analista que escribe le puede
dar en su escrito a la materia que le da que escribir. Y así, podemos leer en un
texto o en otro alguna articulación feliz, novedosa, que hace las veces de una
verdadera invención, lo que se puede llamar "un estilo", lo verdaderamente
singular.

Atendiendo a los distintos tiempos lógicos de formación, la escritura de un


analista recorre un arco. En los tiempos iniciales, habrá una ilusión de alcanzar
la verdad del hecho clínico al pretender contar "todo". Sabrá luego el analista,
que decir todo es imposible, por estructura; que cuando el analista toma la
palabra para escribir, el hecho en sí ya está perdido, y si alguna verdad se
alcanza es, como en la clínica, un efecto de verdad para el sujeto que le llega
entramada en una composición ficcional.

Tomo en esta línea una imagen que propone Jaques Prévert. Dice: "... para
hacer el retrato de un pájaro, limitarse a trazar los rasgos de una jaula cuya
puerta se encontrara abierta...".

Me gusta esta imagen de lo que sería retratar por escrito a un pájaro porque
mueve a su lectura. Pájaro es el que está volando, el que no es posible
encerrar en una jaula de palabras, pero sí se le puede dibujar un borde que,
eventualmente, lo alojaría.

Si la escritura se ofrece al analista como una posibilidad de recuperación


subjetiva, no es ésta una oferta que el analista pueda tomar a esos efectos
desde el comienzo. Me refiero a que los textos son, a veces, sintomáticos, en el
sentido de transacciones. Si por un lado, el analista en su texto toma la
palabra, a veces, la palabra que toma es la del Otro. El analista que escribe,
entonces, también se escribe. Escribe no sólo el tiempo de su formación.
Escribe, también, el tiempo de su análisis. La sujeción al Otro aparece en los
textos bajo las formas más variadas: desde los textos llenos de citas que
obturan la palabra propia, aunque sea la propia manera de decir lo mismo,
hasta formas expresivas tan impropias, no sólo "lacanesas", sino "francesas", o
mejor, "afrancesadas" en el peor sentido: no propias de nuestro idioma.

Son tiempos que, quienes coordinamos talleres de escritura, sabemos que no


hay que apurar.

Que en un texto "se escriba" un analista jugando, implica que ese analista ha
podido tomar la escritura para el ejercicio placentero de la articulación teórico –
clínica. Implica a la escritura en su vertiente de despliegue subjetivo.

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