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Así quedó zanjado el asunto: de un lado los pensadores y del otro, los medios, el
público y, quizás, el país. La anécdota no va más allá de la llamada, pero deja ver
el estado actual de una relación fría e indiferente. Los filósofos, en su mayoría,
parecen encontrarse en la torre de marfil de la academia, distanciados de una
realidad compleja y fecunda para el pensamiento. ¿Por qué?
Pero tal vez exista una razón más de fondo para esta ausencia. “Durante la década
del 70 hubo una sobresaturación, o más bien una ultrasaturación de estas
problemáticas”, argumenta Lisímaco Parra, profesor del Departamento de filosofía
de la Universidad Nacional y ex vicerector académico de la misma, además de
director de la cátedra de Pensamiento colombiano y especialista en ética y política
moderna y contemporánea. “Temas como el de la filosofía política tuvieron un
agotamiento, una crisis. Quizás en ese agotamiento tenga que ver el marxismo. Yo
creo que el marxismo criollo, tan sumamente religioso, acaparó la reflexión política.
Y cuando ese marxismo religioso entró en crisis, es como si el interés por la reflexión
de la política y la sociedad hubiera quedado en un gran desprestigio”.
Y es que, sin lugar a dudas, el lugar en donde se juega hoy la filosofía colombiana
es la academia: en los grupos de estudio, en los departamentos de filosofía, en los
congresos y en las publicaciones especializadas. Es la consecuencia inevitable de
la pro-fesionalización. Para el profesor Sierra, “el ejercicio la filosofía se ha
profesionalizado demasiado en Colombia”. Lo que, a su vez, “ha generado un miedo
de pensar los problemas comunes, los problemas públicos”.
Solo hace falta hojear los principales diarios para darse cuenta de que el filósofo se
quedó por fuera del debate público. Desde luego, existen las excepciones: Jorge
Restrepo en El Tiempo y Jorge Giraldo en El Colombiano. El Espectador, por su
parte, ha tenido que comprar las columnas de Umberto Eco, no se sabe si por falta
de oferta nacional o por simple descuido periodístico. Existe, dicho sea de paso, el
fenómeno del filósofo de formación que pertenece a la vida pública, pero que no
ejerce verdaderamente como filósofo. Entre otros, se destacan Enrique Santos
Calderón, Mauricio Pombo y Mavé —sí, la del tarot de Mavé—.
“Yo creo que esta ausencia es una gran pérdida, porque los filósofos colombianos
eran intelectuales públicos reputados. El último fue quizás Estanislao Zuleta. Y
antes de él, Cayetano Betancur, quien siempre fue columnista de los principales
periódicos del país”, comenta Jorge Giraldo, filósofo de la Universidad de Antioquia,
decano de la Escuela de Ciencias y Humanidades de la Eafit y profesor de filosofía
política. ¿Qué se hicieron entonces los filósofos públicos? ¿Dónde quedó la figura
del pensador?
Parece haber aquí una cuestión generacional. Para la generación actual de filósofos
“ya no importa tanto el individuo, la figura o el personaje del filósofo. Se trata más
bien de grupos, en los que se lleva a cabo un trabajo de hormiguita, un trabajo
importante aunque los nombres no figuren”, explica de Zubiría. Probablemente, esta
desaparición de la figura del filósofo tenga que ver con un cambio ideológico, una
caída de las certezas y de las grandes verdades. Hoy, siendo fieles al estado de
ánimo de nuestra época, vivimos un pluralismo ideológico: ya nadie se siente
poseedor de la verdad. “El filósofo no puede dejar de representar el espíritu de su
tiempo y, como dice Manfred Max-Neef, vamos ‘de la esterilidad de las certezas a
la fecundidad de las incertidumbres’”, explica.
Para Parra, detrás de la pregunta por los grandes filósofos se encuentra todavía un
prejuicio: la sombra del gran autodidacta. Un prejuicio que, por lo demás, no deja
de ser un tanto “pueblerino y provinciano”, según dice. Hace algunas décadas, en
efecto, surgió en Colombia la figura del filósofo autoeducado, un tipo muy inteligente
que destacaba fácilmente en un medio bastante ignorante. “Tenía una pose.
Aspiraba a ser un genio que se paseaba por encima de las instituciones
académicas. Y aunque dictaba clases y cursos, tenía muy poco interés en las tareas
administrativas de la universidad. Asistía en Alemania a los seminarios de
Heidegger, pero no se daba a la tarea de sacar un título, pues veía el cartón con
cierto desdén”, dice el catedrático. “Desde luego que en Estados Unidos, en Francia
y Alemania hay personajes filosóficos destacados. Pero lo que realmente sostiene
el trabajo filosófico es una masa muy consolidada, densa, muy extendida, de
filósofos profesionales”.
Pensándolo mejor…
Pero esta visión del problema desconoce que, justamente, una gran tendencia en
el contexto internacional es el retorno de la filosofía al ámbito público y a la vida
cotidiana: el filósofo como un mediador de las personas y sus problemas vitales, así
como un divulgador de una herramienta preciosa: el pensamiento. Giraldo resalta la
importancia, en el entramado intelectual internacional, de figuras como Fernando
Savater, el célebre pedagogo español, Slavoj Žižek, el filósofo y psicoanalista
esloveno que alimenta su pensamiento con la cultura popular, o el judío-
estadounidense Michael Walzer y su célebre revista Dissent. Sin ir más lejos, en
Argentina, el ateo y optimista Alejandro Rozitchner mantiene cuatro blogs de alto
tráfico y nivel filosófico y escribe en el diario La Nación de Argentina artículos muy
filosóficos con títulos como: ¿Por qué toman alcohol los jóvenes? o Qué es ser
buena persona. También colabora con el portal en español de Yahoo! y divulga en
sus páginas web videos y capítulos de sus catorce libros, el último de los cuales se
llama Ganas de vivir. Y Rozitchner es solo la muestra de toda una generación de
filósofos, como José Pablo Feinmann o Alberto Buela, que se preocupan por
divulgar su pensamiento y publicar sus obras en Internet.
Esto por no citar el mar de páginas de divulgación filosófica que se publican desde
hace ya más de una década en el mundo entero. La colección Popular Culture and
Philosophy, de la editorial Open Court, lleva ya 59 volúmenes —y 11 en
preparación— con títulos como Dexter and Philosophy o Ipod and Philosophy. El
suizo Alain de Botton, famoso por Cómo cambiar tu vida con Proust, las
Consolaciones de la filosofía o Los placeres y los pesares del trabajo, se ha
dedicado rigurosamente a divulgar en programas documentales para televisión,
videos de Internet y programas de radio por la web su “filosofía de la vida cotidiana”.
De Botton, además, es miembro fundador de The School of Life, una organiza-?ción
educativa en Londres que ofrece programas completos sobre las cuestiones más
apremiantes de la vida diaria: las relaciones, el trabajo o la crisis de la mediana
edad, un poco en la misma línea que el contracorriente y agudo Michael Onfray de
la Univeridad Popular de Caen y quien sostiene que un filósofo piensa en función
de las herramientas de que dispone; si no, piensa fuera de la realidad.
En Colombia, las herramientas están, pero parece que los filósofos no. En un rápido
sondeo realizado con ayuda del profesor de Zubiría, una decena de estudiantes de
últimos semestres de filosofía fueron interrogados sobre su concepción y uso de
herramientas como los blogs, las redes sociales e Internet en general para divulgar,
debatir y leer contenidos filosóficos. Los resultados son, por decir lo menos,
alarmantes. Cinco de los diez proyectos de filósofo no usa Internet con fines
filosóficos sino para casos estrictamente necesarios —consultar el diccionario latín-
español o buscar algún libro que no se encuentra en las bibliotecas—. Apenas tres
usan Facebook para compartir ideas filosóficas y sólo dos exploran la red —esto es,
blogs y Youtube— como un recurso válido de investigación.
Tras una larga incursión en la apretada selva de Internet, se encuentra que el único
filósofo colombiano que mantiene un blog es Jorge Giraldo. “A veces surge un
problema en la concepción de la filosofía. Norberto Bobbio decía que hay dos
formas de filosofar: una es pensar sobre los pensamientos. La otra es pensar sobre
lo que pasa, sobre lo que está ahí a la vista. A mí me parece que le realidad,
especialmente la colombiana, ofrece todos los días motivos para hacer reflexión
filosófica”, argumenta Giraldo. “Tenemos una realidad muy sugestiva para muchos
de los problemas filosóficos contemporáneos: la justicia, la violencia, los derechos
humanos, la ética, la económía. Cuando uno tiene cierto compromiso con lo que
está pasando todos los días y con la filosofía, uno intenta conectar los dos mundos”.
Lo mismo piensa Diego Duque, un joven filósofo de la Nacional que trabaja duro y
solitario en un proyecto de filosofía aplicada. Duque ha dedicado los cortos años de
su carrera profesional a nadar a contracorriente: intenta aplicar preguntas filosóficas
clásicas a casos particulares de la realidad colombiana. Y lo ha hecho con los
protagonistas anónimos de la cruda realidad del país, pues se ha puesto a indagar
el dilema del sicario, el de la víctima, el del excombatiente y el del interventor social.
Durante casi un año, filosofó a fondo con los habitantes de la calle de un hogar de
paso en el centro de la ciudad. “Casi siempre se juzga a estas personas desde
ciertos estándares morales. Se cree que hay que estar loco para irse de paramilitar
o de sicario, se los juzga como irracionales”, explica. “Pero cuando se indaga en
todos los factores, el juicio cambia. Se relativiza el juicio moral porque se encuentra
que sus decisiones obedecen a una racionalidad. La moralidad no es lo que los
filósofos dicen”.
Duque concluye que si los filósofos no ponen los pies en la realidad colombiana se
estará haciendo una filosofía en el aire, sin carne. “El filósofo tiene la posibilidad de
aportar herramientas y elementos de análisis para entender mejor nuestra realidad”.
Existen sí, brotes de una filosofía más cercana a la realidad. Está el libro Perfiles
del mal, de la filósofa Ángela Uribe, que examina ocho episodios de la historia de
Colombia para indagar en el contenido moral en las relaciones de sus protagonistas.
Está el Proyecto Lisis de filosofía para niños, liderado por los profesores Diego
Pineda y Miguel Ángel Pérez, que busca establecer una serie de recursos
multimedia para un diplomado. Está también el espacio ‘Filósoso-No Filósofo’, un
proyecto televisivo del Departamento de filosofía de la Nacional que invita a
personajes no filosóficos —chefs, cantantes de rock o un neurobiólogo— para
debatir temas junto a filósofos profesionales.
Dice el profesor Sierra que “el filósofo debe atender a su tiempo”. ¿No es hora ya
de que los pensadores colombianos salgan de su fortín académico y entren
decididamente en la discusión pública de los problemas del país?
La generación sin paraguas. Respuesta a la pregunta ¿dónde
están los filósofos?
MARZO 30, 2011
Es difícil decidir por dónde comenzar a responder a este artículo. Digo por dónde,
porque un escrito plagado de prejuicios basados en una serie de lugares comunes,
de poca investigación y de parcialidad institucional como este, realmente
dificultan la tarea. Richard Tamayo preguntó: ¿quién o qué es Arcadia para
plantear tal pregunta?, que podemos leer como quién o qué le otorga a Arcadia
una investidura portadora de una soberanía tal para violentamente imponer
sobre los agentes filosóficos esquemas generalizantes y definitorios de aquello
que deben ser. Quién o qué exige qué o cómo; en últimas, también, a quién o a
qué responden. Esto también se entiende como: quién o qué pregunta qué y cómo
estableciendo cuáles condiciones para determinar qué tipo de respuesta.
Porque hay que aceptar algo: partir del cliché de la torre de marfil para definir el
hábitat de quien filosófa es meter al objeto de discusión en un círculo vicioso, es
obligarlo a ser el perro que se persigue la cola, es convertirlo en la pelota de tennis
en un partido entre Federer y Nadal. Digo esto porque es una pregunta que
supone, que pre-determina su respuesta. No preguntan dónde están los filósofos
como quien pregunta dónde queda una dirección; es decir, no preguntan para
encontrarse con las múltiples caras del hacer filosófico, sino que formulan una
pregunta según una respuesta ya articulada.
Asumimos, como punto de partida, que la filosofía -cosa extrañísima que no nos
hemos tomado la tarea de acoger porque es algo muy complicado y en un mundo
en el que llueve tanto, en realidad, para qué entenderlo, para qué pensar; razón
por la cual asumimos que libros como “Cómo cambiar tu vida con Proust” son el
ejercicio filosófico consumado por excelencia- [asumimos que la filosofía] no “se
muestra” en el “espacio público”, porque no tiene nada que decir, dado que se
trata de unos personajes rarísimos que decidieron dedicarse a escribir diatriba
tras diatriba, quién sabe por qué razón, y qué mejor lugar para hacer eso que una
torre de marfil. Entonces, dado que ya les hemos dicho que, para comenzar, no
tienen nada que decir porque lo que tienen que decir en verdad nada dice ni hace
-esa es la esencia de sus diatribas-, iremos a tocar en la puerta de las torres de
marfil, o quizás mejor cabañas de madera, que les hemos construido a
preguntarles por qué diablos es que no dicen nada, por qué es que no salen de su
confinamiento. Dado que ya tenemos clarísimo cómo vamos a responder la
pregunta, también tenemos clarísimo a quién acudir. Pero olvidan que los han
cercado antes de cercar sus propios pre-juicios, su horizonte interpretativo.
Pero disculpen, les voy a aterrizar la metáfora: el problema de la filosofía siempre
ha sido el de la visibilidad. De la filosofía en cuanto es algo que se pregunta, de la
filosofía en cuanto que se le reclama invisibilidad. Mi uso de la torre de marfil -
que prefiero pensar como cabaña de madera para darle más melancolía al lugar
común- se refiere a las restricciones de visibilidad que se le imponen a la filosofía:
ella y por lo tanto sus agentes están condicionados previamente a no aparecer,
dado un pre-establecimiento de 1) aquello que sea filosofar, 2) su representación
institucional (esos nombres grandotes, muy bien seleccionados que ponen en la
portada), 3) lo que sea el “espacio público” en el cual no se muestran (compartido
por igualmente grandes personajes como Enrique Santos Claderón y Mavé), y
además 4) lo que sea su espacio propio en el cual, de cualquier manera, también
parecen ser incompetentes.
Nos damos cuenta ahora de que, en realidad, son los argumentos esgrimidos para
ponernos en problemas los perros intentando morderse la cola.
No puedo menos que sonrojarme al ver la idea de filosofía que comparten dos de
mis antiguos profesores de filosofía en la Universidad de Los Andes. Digo
sonrojarme porque, por momentos, me parece que la inflexión verbal
‘avergonzarme’ podría resultar un poco fuerte y calar, para mal, en el ya hinchado
ego de ciertos profesores de filosofía.
Como ya lo dijo Ángela Perversa, resulta poco menos que peculiar que, bajo el
amparo de un elegante paraguas chapineruno, tres profesores de filosofía que
llevan un buen tiempo hablando de lo mismo, pongan en tela de juicio el trabajo
de una generación de filósofos que ellos mismos se han encargado de desconocer
etiquetándolos, usualmente, bajo la paternal etiqueta de ex alumnos. Quizá ese
paraguas chapineruno y la mirada hacia el horizonte lejano que tiene el profesor
de Zubiría en la foto de la portada de la edición 66 de la Revista Arcadia, sea la
mejor manera de dilucidar lo que pasa con el panorama filosófico en nuestro país
y entender que la verdadera torre de marfil no es la academia sino la concepción
decimonónica que se tiene, entre nosotros, de ejercicio mismo del filosofar. Y
digo una torre de marfil porque, en efecto, son los mismos profesores que a mí
me dieron clase en los viejos salones de la universidad los que se ufanaron de
haber sido alumnos de Heidegger y Gadamer, los que se declararon únicos
detentores e intérpretes del pensamiento de ciertos autores y los que nos
recordaron una y otra vez que la filosofía no se podía hacer en castellano y que
poco podíamos hacer los que tratábamos de entenderla; quizás, nuestro único
destino, indigno para muchos de ellos, era ser profesores de colegio porque, sin
pasar por Heidelberg o Berlín, era my poco a lo que podíamos esperar. No deja
de resultar inquietante que, como alguna vez lo dijo el profesor Jorge Aurelio Díaz
-en su texto “Una Crítica “Romántica” al Romanticismo”- la filosofía sólo sea
“rentable” para quienes están ubicados en departamento de filosofía que les
permita investigar; no deja de ser inquietante que las críticas provengan de allí,
no deja de ser inquietante que sean ellos y no otros los que critiquen la ausencia
de los filósofos en lo que suele llamarse, vulgarmente, la realidad.
La torre de marfil es, entonces, esa que construyeron los maestros que hoy le
piden cuentas a una generación a la que ellos no supieron mostrarle en qué
consiste el ejercicio del filosofar y la pertinencia de la filosofía en una sociedad
que, hace rato, reclama ser pensada y, en efecto, está siendo pensada. No se trata
de indagar acerca de qué diría Kant sobre las Farc, ni mucho menos de tener una
presencia mediática continua para que la filosofía produzca realidad; hoy el país
se piensa desde un tablero, un café, discusiones grupales y un billón de lugares
desparramados por la red: blogs (hay algunos más, no sólo el de Jorge Giraldo),
trinos, grupos de discusión. La torre de marfil está en la cabeza de quienes hoy
hacen de la filosofía un ejercicio de élite y una actividad excluyente, aquellos que
reivindican una y otra vez su carácter disciplinar y que consideran que todo lo
demás son saberes menores. Es esa torre de marfil la que ha hecho de la filosofía
un saber iniciático, la que ha hecho que aún hoy muchas personas se pregunten
con estupor ¿para qué sirve la filosofía? Del mismo modo en el que se preguntan
por la utilidad de un software o de un encendedor.
Aquí estamos los ¿filósofos?, o al menos, los que hemos tratado de jugarnos
nuestra vida y nuestro trabajo por un oficio que debe reinventarse cada vez; aquí
está una generación que quizás no fue a Heidelberg o Berlín, pero que tuvo y tiene
que pensar y vivir un país que a los maestros hace rato dejó de caberles en la
cabeza. Esa es la torre de marfil.
Un comentario en “No hay filósofos, pues cada uno es ya muchos. (via
Alacontra’s Blog)”
¿LOS FILÓSOFOS? SÍ ESTÁN… SÍ SEÑOR, ¿DE PARTE DE QUIÉN?
Jhon Alexánder Idrobo-Velasco*
Aquí estamos. No somos de otra forma. Delante de nosotros, están los que abrieron
sendas: un Daniel Herrera, un Danilo Cruz Vélez, una Teresa Houghton, un Luis
Edo. Suárez, un Samuel Hernández; entre otros muchos, respetadísimos por su
tradición y aporte a nuestras facultades; generadores de lecturas críticas frente a
nuestras realidades. O incluso hablar de lo que a mí me emociona hablar: un
pensamiento que ayude a vernos desde lo que somos. Quizás la respuesta estaba
dada en el pensamiento del indígena, el negro, el pobre, en el pensamiento popular,
lectura clara del pensador argentino Rodolfo Kusch y que tiene su eco en el Grupo
de Investigación Tlamatinime sobre Ontología Latinoamericana GITOL*****. Se
está en el camino, buscando en la raíz, estamos nosotros buscando una respuesta en
lo que nosotros mismos hemos venido siendo en estos siglos de resistencia.
Que ¿dónde están? en las facultades de Sociología, de Psicología, etc. Por ejemplo,
en nuestra facultad de filosofía de la Santoto está la profesora Nidia Caterine
González, con una lectura de los movimientos sociales que exige una postura del
filósofo en formación; o la Doctora Myriam Zapata con un trabajo serio del fenómeno
de desplazamiento en América Latina. Ni qué decir del Profesor S. Catro-Gómez que
ha llevado a la filosofía colombiana a otro estadio. En este punto es válido
preguntarnos: ¿Acaso le faltó iniciativa investigativa al escritor de artículo de
Arcadia? Otra cosa es que no desean figurar en un desfile de farándula-filosófica.
¿Quién pregunta ‘dónde están los filósofos’? La Revista Arcadia. Una línea de la
Revista Semana, o mejor, el equipo editorial de dicho Medio Masivo de
Comunicación colombiano, que en sus haberes tiene publicaciones “serias” como:
JetSet y Fucsia… ¿Acaso publicaciones de investigación académica o rigurosidad
científica? Aunque, nos falta decir, que junto a éstas dos, también está una
publicación llama SoHo, una revista que usa orgullosamente el slogan de: “prohibida
para mujeres” ¿Legitimación de las luchas de género de otros tiempos?
En fin, Arcadia está entre estas publicaciones y se promulga como” la mejor oferta
del mercado en cuanto a cubrimiento de las noticias y tendencias del mundo
cultural”*. Siendo así el panorama, podríamos hacernos a una idea sobre el horizonte
de comprensión de la cuestión.
Creo que una de las mejores respuestas para nuestros “investigadores incanzables” -
perdón pero no encontré un emoticón para el sarcasmo- de la Revista Arcadia, una
publicación de “tradición filosófica en nuestro medio”, no sé si al alcance de la del
admirable R. Fornet o cosa similar… ya me desvié por el enojo indio que me
consume… creo que una de las mejores respuestas es la de César Gómez *:
«¿Dónde están los filósofos? A mí, la verdad, esa respuesta me tiene sin cuidado. […]
La filosofía es una tarea en sí misma. Pero la filosofía transcurre entre manadas
nómadas, entre territorios de caza inexplorados. Buscas filósofos y no puedes ver las
hordas. Buscas filosofía y no puedes si quiera preguntar, porque claro, las preguntas
nunca nos son propias, nos han sido confiadas por la memoria o la curiosidad.»
No siendo más… ahí les dejo esta “filosofía”… que en palabras del Pinche filósofo
Juan Cepeda H. es “una filosofía de la mierda”, o sea… de las entrañas… porque así
la sentí al escribirla… ¿y qué culpa que yo sea más sentimiento que razón?, ¿no ven
que soy más indio que filósofo?