Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
LOS A N D R O I D E S
C O N ALPACAS
ELÉCTRICAS?
Antología de ciencia ficción
contemporánea latinoamericana
JORGE ARISTIZÁBAL GÁFARO
JORGE ENRIQUE LAGE
BERNARDO FERNÁNDEZ
JOSÉ URRIOLA
PEDRO M A I R A L
CARLOS YUSHIMITO
¿SUEÑAN
Los ANDROIDES
C O N ALPACAS
ELÉCTRICAS?
i l i m o AL V I E N T O U N I V E R S A L
BOGOTÁ
ALCALDÍA MAYOR
DE BOGOTÁ D.C.
HUc^flNñ
CULTURA. RECREACIÓN Y DEPORTE -
A l i M DIA M A Y O I i n i lUHiOTÁ
CONTENIDO
( i l i s i A V I ) l ' l T i t o l I l t u i U K ) , AlciiMc Mayor de Bogotá
M i Kl lAKIA DISI Kl l A I H E C U L T U I I A . R l i C R C A C I Ó N Y D E P O R T E
(ll.AUlSA K u i Z C A ) R K K A I . , Secretaria de Cultura, Recreación y Deporte
STRAIGHT 31
Bernardo Fernández
Todos los derechos reservados. Ksta obra no puede ser reproducida, parcial o totalmente, RECUERDO D E L 2030 79
por ningún medio de reproducción, sin consentimiento escrito del editor.
Pedro Mairal
www.institutodelasartes.gov.co 85
9
A N T O N I O GARCIA Á N G E L PRESENTACIÓN
I • '- • '
iORCEAR,ST,ZABAi.GA|:AROn964)
No diré cómo supe lo ocurrido entre Silvia, m i veci-
na del 402, y las entidades que después de llevarla al
Estudios Culturales, Min s L i o de r 7." ' « ^ - « g - « ó n e„ cielo, la devolvieron al Park Way, entonces converti-
un,versitario en la,, áreas d e ^ f t e t t í r P^^-r do en infierno para ella. Esta es la historia:
producción se cuenta la novlla £ / . " / f'^™'"J°g«- Entre su Hace muchos siglos, los Skultor expulsaron a
- 0 8 ) , y los libros de relat c L L s 7 ^^^ndadori.
los Fornax de la undécima dimensión de Sagitario,
condenándolos a vagabundear clandestinos por el
universo. Para recuperar su hogar, los Fornax recu-
rrieron a estrategias que habrían sido efectivas si los
Skultor no hubieran desarrollado el exterminio tele-
genético. Mediante tal procedimiento, la captura de
un solo rebelde implicaba la extinción unánime de la
especie Fornax.
Estos a su vez, descubrieron que el cromo so-
metido a sublimación fractal proporcionaba un gas
para liquidar a los usurpadores. Sin embargo, el
metal sólo podía obtenerse en la Tierra y a condición el director, tan drástico como salaz, decidió que sus
de un secreto arribo: como ellos, los Skultor leían informes carecían de imaginación. Además, por
nuestro pensamiento y mantenían u n centro de psi- aquellos días padecía un duelo amoroso, lo cual la
coobservadores dedicados a captar toda experiencia perfilaba como sujeto ideal para los planes Fornax.
humana con extraterrestres. Tales sujetos evaluaban
los contactos —muchos falsos, otros ciertos— pero
II
únicamente impartirían órdenes de intervención en
caso de alguna presencia Fornax. Hija de padre suizo y madre caribeña, m i vecina
Pese a la amenaza del holocausto telegenético, lucía impune sus veinticinco años y una sensuali-
los expulsados decidieron arriesgarse. La junta pla- dad provocadora de no pocos problemas. Tenía el
nificadora prefijó como condiciones de ejecución cabello agreste, ojos para la penumbra y unos dien-
rapidez y sigilo. Lo primero exigía en tiempo una tes grandes e injuriosamente cómplices de sus la-
operación no superior a una hora Fornax —por ra- bios perversos. Solía tornar almíbar los aceites con
zones cuánticas, sesenta años terrestres—. Lo segun- que, después del baño, ungía la piel entre dorada y
do, una acción individual, indirecta en ciertas fases rosa de sus brazos, sus senos, su vientre, sus largas
y distante de los centros científicos de la Tierra. Con piernas...
tales premisas, dicha junta eligió a uno de sus ofi- El agente Fornax la contactó por el Facebook
ciales más notables y le ordenó trasladarse a la zona y se las arregló para merecer algunas confidencias.
de los Andes, donde ubicaría a u n humano para, de
Luego adivinó su ideal de hombre, le aventuró una
modo imperceptible, capacitarlo e inducirlo a la ob-
cita y con el nombre de Carlos y la apariencia de un
tención del cromo.
astro del cine, se le presentó. A l verlo, Silvia perdió
Fue así como el oficial Fornax llegó a Bogotá y el aliento. Durante la comida le habló de sus gustos,
escogió a m i vecina del 402. Silvia acababa de per- aficiones, desengaños. Más tarde, al bailar, fue indul-
der su empleo en el noticiero de televisión luego de gente al sentir que carecía de ritmo. Él, en cambio,
un lamentable descenso: por algunas infortunadas no tuvo clemencia con sus ansias y aquella misma
frases pronunciadas al aire, pasó de presentadora a j noche, y por las tres siguientes, la hizo gemir de ca-
reportera de farándula y de ahí, al asfalto, cuando I taclismos íntimos.
l.A DELACIÓN
Saciada y feliz, Silvia le expresó el temor de l i - simplemente la tomó de un brazo, la estrechó con-
mitar sus relaciones a lo físico. Esperaba, además, tra su cuerpo y comenzó a infligirle sus embates
ternura y proponía tiempo en aras del conocimiento de físico y ternura.
mutuo. En obediencia, Carlos la colmó de arrullos y Desde su languidez, Silvia lamentó no encon-
caricias cuya alternancia con palabras dulces, frases trar quién se ocupara de la ropa y la limpieza. Car-
sabias y silencios apacibles, tuvieron el efecto de que los atendió el requiebro y, tras sumirla en un plácido
otra vez las frondas del Park Way se vieran perturba-
sueño, se armó de escobas y jabones y dejó el aparta-
das por el disturbio de sus desafueros.
mento reluciente. A m i vecina se le saltaron las lágri-
Pero había que darle pausas al encierro. M i
mas y se le estremeció el vientre cuando al despertar,
vecina necesitaba aire y exhibirse con aquel amante
él, vestido apenas con un top y unos shorts, le llevó
que la enorgullecía. De la mano de Carlos, la ilusión
a la cama el desayuno adornado con una margarita
del amor la encaminó por una ciudad que vio nue-
blanca.
va. El sábado recorrieron La Candelaria, asistieron
Había de llegar, sin embargo, la primera pelea.
a una exhibición de arte en la Luis Ángel Arango,
Ante la avaricia intransigente de un cajero automá-
oyeron un recital de piano en el Teatro Colón y a la
tico, Silvia, pálida de ira, se quejó de haber gastado
medianoche se besaron bajo la luz ambarina, bellísi-
ma, de la Plaza de Bolívar. El domingo siguieron la mucho en las últimas semanas, de no tener empleo
ciclovía de la calle 26, escudriñaron las estrellas en el y sí excesivas deudas. Estaba en quiebra. Le pregun-
Planetario, almorzaron en la Zona T, comieron he- tó si trabajaba, y cuando él guardó silencio, quiso
lado en el Centro Andino y entraron a ver La guerra saber de qué vivía. Ante otro silencio, ella explotó
de los mundos. y juró que por muy bello, tierno y apasionado que
El lunes, Silvia anunció que no era día de sa- fuera su hombre, no estaba dispuesta a mantenerlo.
lida. El apartamento delataba sus desmanes, así Abandonado a las luces del Park Way, él comprendió
que con el pelo recogido y vestida apenas con un la causa de la crisis; fue al cajero y regresó al aparta-
top y unos shorts, se puso a gatas para fregar el mento con una suma que, abrumándola, renovó en
piso. Molesta porque él sólo la miraba, le pregun- Silvia el respeto y el asombro. Con un fajo similar
tó sonriendo si no tenía algo mejor que hacer. Él cada mañana, mantendrían a raya aquel motivo de
discordia. 21
IP Alus I I/AIIAI i;Al-ARO
jarta de la farsa. Sabía que él era un mafioso, pero por Sus amigas, al comprobar todo cuanto ella les
nada del mundo seguiría siendo la mujer de un nar- había contado y sin poder disimular la envidia, des-
co. No la enredaría en sus negocios, ni mucho menos plegaron con descaro sus recursos para seducir a
la usaría de muía; así que podía irse al infierno con Carlos. Al percatarse, Silvia lo llamó aparte y le re-
su sucia plata, su asqueroso B M y su mugroso perro. criminó su excesiva amabilidad, pero al final, entre
Otra vez en el prado del Park Way, Carlos aclaró sollozos, le pidió perdón y prometió controlar sus
el enigma. Al día siguiente, mientras los empleados celos. Lejos de irritarse, él la consoló y en adelante
de una casa musical se valían de poleas para subir a fue de mármol ante toda palabra, sonrisa o roce de
la azotea del edificio un piano de cola, le mostró a las abusivas.
Silvia una cédula de ciudadanía en donde por segun- Una mañana, al sabor del desayuno en el jardín
do apellido figuraba un Puyana. A cambio de más luminoso, cuando ya los padres de Silvia, complaci-
explicaciones, se sentó al piano e interpretó al aire dos por la invitación a la fiesta, hubieron tornado a
libre las sonatas de Mozart escuchadas en el Colón, su casa frente al mar, mi vecina evocó con humor sus
con un virtuosismo que hizo enrojecer de vergüenza objeciones: para el buen señor, era excesivo el acade-
a mi vecina. micismo, casi maquinal, de Carlos a la hora de tocar
el piano. Para la buena señora, la casa era amplia y
exquisita, pero fría; el perro, bonito, pero muy in-
IV
quieto; y el yerno, guapo y elegante, pero como todos
Pero un piano y un perro a la intemperie eran barba- los hombres, tarde o temprano sacaría las uñas. Aún
rie para Silvia, y en la sala abigarrada del apartamen- así, la señora se preguntaba si no sería mejor forma-
to expresó su deseo de tener una casa amplia, con lizar aquellas relaciones. A l respecto, Silvia extrañó
jardín y chimenea. Perdió el habla cuando en Altos que hasta la fecha Carlos no le hubiese propuesto
de Yerbabuena, Carlos la invitó a tomar posesión de matrimonio. Iba a comenzar a lamentarse, pero él la
la mansión de sus sueños. Pasadas dos semanas, la interrumpió con la petición susurrada al oído y un
tenían amoblada y con una servidumbre dispuesta a anillo que hizo paUdecer al sol.
atender a los padres, amigos y compañeros de Silvia,
invitados a la inauguración.
24 2
.1 AUISTIZÁHAI, GÁFARO lA DELACIÓN
VI
28
STPJ^IGHT
A-
Miré el busto frente a mí (el de ella, más le- Se besaron (tuve una erección que se duplicó
jano aún, subía y bajaba al ritmo imperceptible de cuando ella puso sus ojos en mí... más tiempo de lo
su respiración): la capa de verdeóxido se deslizaba normal para decir un simple Chao) y se fueron. To-
lentamente y de pronto reconocí ai viejo Paul Dirac madas de la mano.
guiñándome un ojo. En m i cabeza acababa de formarse un agujero
Física Nuclear. negro con su perfil y sus medidas.
—Una vez leí algo sobre la antimateria —aven- Y por supuesto, había olvidado preguntarle su
turé—. Electrones, positrones..., tiene que ver con nombre.
eso, ¿no?
—Tiene que ver. —Noté la diversión en sus ESTA VA A SER una historia D I F E R E N T E . Nada de
ojos, y a continuación aprendí que los positrones chico conoce chico, chico y chico se enamoran, chi-
sí forman parte de la antimateria, pero de ninguna co muere en un accidente aeromovilístico, etcétera.
manera pueden compartir (dijo: coexistir) con los Nada de triángulos amorosos chica-chica-chica.
electrones. Son antipartículas, tienen carga opuesta. Nada que huela a pornografía oficial. En fin, nada de
Cuando chocan (dijo: colisionan) se destruyen am- lo que ustedes están acostumbrados a leer.
bas y sólo queda energía, o sea... Empezaré por el principio.
—Una manera elegante de decir que no queda Allá por los años del Período Espacial, m i padre
nada —me miró sonriendo con los ojos y el busto. —Juan Carlos— y m i padre — H u g o — decidieron
Silencio cargado de nervios. poner fin a cuarenta y ocho horas de noviazgo ca-
—Yo pensaba que los opuestos se atraían sándose en el yate familiar, un par de millas al norte
—dije, confundido. de las ruinas del Morro. Luego compraron un apar-
—Error. Los opuestos se aniquilan. tamento bajo en el muhiresidencial más muhidepri-
Dirac dejó de sonreír. Ella también. Una m u - mente de Nuevo Nuevo Vedado, donde instalaron su
chacha salió de atrás del busto que ya no era del viejo flamante matrimonio basado en el modelo trans, es
Paul sino de Steve Hawking, creo. El busto de ella se decir, a la antigua. Mis padres siempre han sido muy
levantó y dijo que tenía que irse. La recién llegada anticuados; quizás por eso no tuvieron que esperar
era su novia. mucho para recibir el permiso de reproducción.
32 33
l O R t i i : t N R l Q U E LAGE STRAICH r
El resto es lo que ustedes ya conocen: dos espermato- suerte, supe arreglármelas para no levantar sospe-
zoides, uno de cada padre, cuidadosamente (asegu- chas... o para postergarlas el mayor tiempo posible.
ran) seleccionados para fundir su material genético Entre otras hazañas, nunca, nunca y nunca, durante
en el óvulo vacío de una donante del Gobierno. Y aquellos primeros años, me desvié visiblemente en
después de nueve meses en cualquier cámara em- el trato con mis amistades femeninas. En otras pa-
briogénica del Palacio de la Fertilidad, sección mas- labras, nunca me dio por cuestionar la validez del
culina, nací yo. precepto imperante: el sexo opuesto es eso mismo, el
Hasta aquí, todo normal. Prosigamos: sexo OPUESTO, y punto.
En la escuela no sólo te enseñan a leer y a escri- Pero ahora es cuando viene lo bueno.
bir y a manejar armas de fuego; eso está claro. POR Concluido el período de educación obligatoria
DEBAJO de las enseñanzas habituales se desliza otro (gratuita), mis padres me matricularon en la escue-
tipo de enseñanza: en las lecturas, las canciones, los la de tercer nivel más prestigiosa (más cara) de La
juegos permitidos, los videogramas, las peroratas Habana, ubicada en las afueras de la ciudad. Le lla-
de la profesora de Educación Cívica, y en fila doble, maban Escuela Vocacional, porque supuestamente
vamos, denle la mano al compañerito(a) de al lado. era allí donde los estudiantes, miembros selectos de
Fuera de la escuela continúa el bombardeo sublimi- la juventud metropolitana, descubrían su verdadera
nal en las pantallas publicitarias, los programas de vocación. Y en efecto, allí conocí a muchachas que
televisión y las películas para niños, el tono cómplice descubrieron su verdadera vocación (variante inte-
en la voz de m i abuelo: vamos, cuéntame, seguro que lectual, no por eso menos putas) cediendo a la lasci-
ya tienes algún noviecito escondido por ahí, ¿eh? Y via de las profesoras para conseguir un aprobado; allí
casi sin darte cuenta aprendes a convivir con esa i n - cualquiera de tus compañeros de aula podía dedicar-
comodidad que no sabes de dónde salió, n i por qué se a sintetizar alucinógenos o a fabricar explosivos en
salió. su tiempo libre, que ellos no tenían la culpa de ha-
Pues bien, pasaron los años, sin otra novedad ber descubierto su verdadera vocación de traficantes
que la persistencia de m i condición DIFERENTE, y terroristas; allí las paredes y las columnas fueron
junto con el descubrimiento de que la sociedad suele decoradas con dibujos, caricaturas, malas palabras,
ser implacable en sus juicios estéticos y morales. Por frasecitas, ideogramas y símbolos de subculturas
34 35
lORGE ENRIQUE LAGE
STRAIGHT
urbanas, obra de todos aquellos que descubrieron —Lo prohibido, eso es. Entonces sucede algo
su verdadera vocación por el graffiti y el naif; y allí, que ellos no esperaban que podía suceder.
no faltaba más, yo también descubrí, encontré, hice »No sabían. Nadie les dijo que un bebé puede
consciente m i verdadera vocación. formarse por su propia cuenta dentro de un cuerpo
Por llamar de alguna forma a ESO. vivo. Sin embriocámara. Sin técnicos de reproduc-
ción. Y por supuesto, se asombraron como niños al
L E D I M I NOMBRE a cambio del suyo. ver que el vientre de Eva comenzaba a hincharse.
Laura. Aura con ele. Ele de lejanía. —Suena a ciencia-ficción.
—Daniel —repitió—. Es nombre de profeta. Asintió.
Encuentro casual, segunda parte: la salida de —Pero lo mejor viene ahora: al cabo de unos
un concierto, los batacazos de Acid Rain todavía meses, pongamos nueve para no variar, la criatura
resonando en mis oídos. El mar de gente que nos tiene que salir de allá dentro. Adivina cómo.
separaba no se partió en dos: yo había tenido que Imaginé a Eva recostada a un árbol, gritando.
atravesarlo a nado. Ahora entreveía la importancia Algo se mueve frenéticamente dentro de su vientre,
de tal decisión. presiona, desgarra la piel en una explosión de sangre,
—¿Conoces la Biblia? —le pregunté. asoma la cabeza mojada en un líquido viscoso... y ya
Los libros de circulación clandestina crean en- está. Una sonrisa desdentada en los labios del peque-
laces, conexiones cómplices. Estoy más cerca de t u ñ o asesino.
aura, Laura, me dije. Acabo de abrir otra brecha. —No creo que lo fuera a vomitar —sonreí.
—Te voy a hacer un cuento —dijo—. Adán y —Por supuesto que no. El b e b é sale por la
Eva están solos. Solos y desnudos. Se gustan, no lo vagina.
pueden evitar. Olvídate de la manzana. En el mun- —¿Por dónde?
do nunca habrá una fruta cuyo sabor sea capaz de —Por a h í mismo. No te vayas a creer lo que
competir con el sabor de las miradas que se cruzaron dicen en todas partes. La vagina NO ES un orificio
bajo los árboles del Paraíso. vestigial que solo sirve para la extracción de óvulos.
—El sabor de lo prohibido —apunté, con m i —No vivo en las Colonias —protesté, tra-
mejor sonrisa tapanervios. tando de encajar en m i recién estrenado papel de
36
imu.i I NRKyii: IAÜE STRAICHT
Antes de irme, estuve unos segundos parado en —Oye, papo —agotada su paciencia—, ¿será
que tú no eres maricón?
el mismo lugar, respirando profundamente. Los bió-
—Será.
logos le llaman Deuda de Oxígeno.
—Ay, por Dios —y Supermario metió la cabeza
C O M O E N TODAS LAS BECAS, en la Vocacional de La debajo de la almohada.
Habana alguien como yo sólo disponía de un medio
(más inefectivo cada vez) para evitar el linchamien- U N PAR DE DÍAS DESPUÉS, frente a su puerta, revolví
to y/o la expulsión: era tener, al menos, un roman- el consabido pretexto: pasaba por aquí, dando un pa-
ce archivado con las cuentas claras en el expediente seo, tiempo libre, nada que hacer, ya sabes, solo que-
del dominio público. Algo que haga sombra sobre tu ría saludarte, etcétera etcétera etcétera. Y de pronto
pasado y aleje cualquier comentario suspicaz o ma- me vi dentro de su casa, consumiendo mermeladas
lintencionado. Una marca que puedas llevar siempre de todos los sabores con quesos blancos y amarillos
38 39
)ORGE ENRIQUE LAGE
y azules con vinos tintos y rosados y blancos (no fue Y A E S T A B A L A N Z A D O al vacío. Aquel día en que Su-
nada de eso, pero como si lo hubiera sido), todo de- permario hiciera como el avestruz, decidí que nunca:,
liciosamente natural. me negaría a mí mismo el permiso para M I R A R .
Que vivan los rituales de apareamiento. Piernas afeitadas, gestos elegantes.
Armamos una conversación inesencial de la Ropa reveladora de turgencias, sinuosidades
que extraje dos puntos esenciales: su mamá —He- exóticas.
lena— y su otra mamá —María Isabel— trabajaban Verde y azul en el pelo que cae sobre la espalda.
hasta tarde y su novia estaba en la luna, literalmente Pestañas con viento en rostros de suaves, her-
(haciendo un doctorado). Después la besé. mosas líneas.
Mejor dicho, ella me besó. Pronto descubrí que no estaba solo (somos más
Da igual. El caso es que nos besamos. o menos como el número de Avogadro: 6 , 0 2 x 1 0 ^ ' ) .
Y después, ya saben. No tardé en aprender nuevas variantes del an-
Empezamos en la sala y terminamos en su tifaz, lecciones de supervivencia, viejos misterios de
cuarto. Piso, sofá, piso, cama. No voy a entrar en de- la vieja religión heterosexual, cultos heréticos de pa-
talles; me los ahorro no porque me moleste la cara de sada la medianoche, fiestas en las alcantarillas, coti-
asco que ustedes van a poner, sino porque los quiero Ueos en bulevares on-line de acceso restringido.
conservar intactos (los detalles) y de sobra sé que la Un mundo DIFERENTE. Toda una cultura
escritura puede partir en pedazos la memoria a gol- straight.
pes de teclado ansioso. Obviemos, pues, la descrip- Hasta que llegó el infierno tan temido. Pero ya
ción: esto no es un texto heteroerótico. Solo diré que, no podía seguir demorando el momento de abrir la
desde entonces, me persigue y me golpea una secreta boca: "Papá Juanqui, papá Hugo, tengo algo I M P O R -
fidelidad: el cuerpo de una mujer está diseñado para T A N T Í S I M O que decirles: ME GUSTAN LAS MUJERES"
el cuerpo de un hombre. Y viceversa. Pasemos por aUo la estupefacción, el terremoto
Aunque sea completamente falso. Aunque sea en m i hogar dulce hogar. Continuemos.
una mentira del tamaño del sol (hedonismo, ilusión,
transgresión: Literatura). Yo lo sostengo y lo afirmo M u L T i D E P R E S I V A M U L T I T U D en el subway. Camino
40
lORGE ENRIQIJE LAGE
cada pantalla. Llego al descensor, la puerta se abre... feliz aquel día en que hicimos el amor luego de la úl-
—¿Adonde lo llevo? —pregunta una voz tima televisita de Salma, la última porque de novia
meliflua. pasó a ex: se había proyectado en el sofá y estaba con-
— A l centro de la Tierra, si es tan amable. tándole a Laura cosas de la Luna, y Laura se miraba
—Lo siento. Debe responder el número del piso las uñas y yo tenía autorización para espiar siempre y
que desea. cuando Salma no me viera, pero Salma solo tenía ojos
Unos minutos después Maylynn me abre la para Laura, no sabes cuánto te estoy extrañando m i
puerta. amor, no me canso de mirar la Tierra desde acá, hasta
—¿Cómo está? que Laura levantó la vista y la miró fijo y lo siento
—Dormida. Salma, me duele decírtelo, pero esto se acabó, etcé-
—¿Crees que sea hoy? tera-etcétera-etcétera, ¿estás con otra?, no, con otro,
—Ya puede ser en cualquier momento. Solo te- etcétera-etcétera-etcétera, y fue un telerompimiento
nemos que esperar, supongo. superescandaloso, insultos y lágrimas y la imagen de
Supone. Lo suponemos todo, pero hasta ahí. Salma desapareciendo de golpe, no sólo de la habi-
Nada es seguro. Excepto, quizás, una sola cosa: tación sino también de la vida de Laura, punto final.
—Los opuestos se destruyen —le digo y no me Punto y aparte empezamos nosotros una rela-
entiende y yo tampoco entiendo, ni falta que hace. ción contranatura hecha de temeridad y promesas.
Laura y yo llevamos infinitos meses en guerra con la Sexo en cuartos de alquiler y noches recosidas de
inteligencia y el sentido común. A h , felices los tiem- estrellas: es Marte, Laura, desde aquel puntico ro-
pos en que yo visitaba su casa, ajeno a lo que pudieran jobrillante, once millones de seres humanos nos
pensar sus madres (Querida, ¿no te parece que Lau- contemplan. Besos en lugares donde había que tener
rita y ese muchacho tienen una amistad demasiado... mucho cuidado a que nos vieran, como los museos
digamos... un poco íntima?) como ajeno estaba a los y los parques, pero donde era más fácil hacernos
comentarios que provocaban mis frecuentes visitas a pasar por estatuas. Visitas al cine y al teatro y al
la Facultad de Física (Están un poco raritos esos dos, zoológico. Vida social straight y (ya que el diletan-
en cualquier momento terminan empatados... Ah, tismo habanero se divide en cinco departamentos:
¿pero tú no lo sabes?, a mí me dijeron que son pareja.); Cultura, Ciencia, Política, Deporte y Delincuencia)
42
STRAIGHT
J O R G E E N R I Q U E LACE
circunscrita a unas cuantas amistades entre científi- parte el líquido de la cordura, cuando vine a ver ya
cos y culturosos. no me quedaba la cantidad mínima que hubiera ne-
Un buen día (lo fue hasta ese momento), Laura cesitado para no decir lo que dije:
me dijo que había perdido la regla. En el esperan- —Está bien. Vamos a ver qué hacemos.
to del mundillo, esas palabras tenían un significado ¿Qué podíamos hacer? Llenarnos los pulmones
muy preciso. de oxígeno: yo, para seguir paliando la Deuda; ella,
Phetocidal. para expeler un tremebundo «Mamá-hely, mamá-
mary, tengo algo IMPORTANTÍSIMO que decirles:
— ¿ T E VOLVISTE LOCA? ME GUSTAN LOS HOMBRES», y provocar la estupe-
De acuerdo, las espermicidas pueden fallar, y facción, aprovechar el maremoto: avivarlo, recoger
de hecho habían fallado. Su venta es ilegal. Su fabri- unas cuantas cosas y salir dando el consabido porta-
cación, casera, a partir de productos cada vez más zo, a partir de hoy se olvidan de que tienen una hija,
escasos en el mercado negro. No se les puede pedir ¡adiós!, buscar refugio en casa de Maylynn, compa-
mucho. Pero el phetocidal es otra cosa. El phetocidal ñera de aula y de gremio, amiga no-lesbiana que vive
es la solución perfecta pese a los dolores paralizantes sola en este apartamento prodigio de comodidad
y el Nilo Rojo piernas abajo. subterránea, el único lugar donde se nos ocurrió es-
—No me voy a tomar ninguna maldita pastilla. conder el embarazo.
Aquello era inaudito. Me calmé, intenté razonar, La barriga, ese insulto a las buenas costumbres.
le pedí que pensara mejor lo que estaba diciendo.
—Escucha, Dany, quiero esta oportunidad —se ¿APOSTARÁ POR ALGO una historia donde amar a una
llevó una mano al vientre, y cogió mi mano y la puso mujer se convierte, así de pronto, en algo terrible? A
allí, junto a la suya—, necesito esta oportunidad, y estas alturas, ¿serviría como justificación el hecho de
necesito tu ayuda. Por favor, por favor, por favor, por que yo no tomé la decisión de ir a contracorriente
favor. por puro gusto, no elegí la tozudez del salmón, no
Me dio un abrazo tipo fast-flame, solo que no elegí a Laura?
tan fast y acompañado de una caricia punta-dd-2 Tatuaje, cicatriz y quemadura.
(ustedes saben). Entonces se me salió por alguna Todo a la vez.
44 45
JORGE E N R I Q U E LAGE STRAI
46
LAS ÚLTIMAS HORAS
DE LOS ÚLTIMOS DÍAS
A lo lejos se oían algunas explosiones, ya muy que no me daba ese lujo. Wok se me unió al poco
pocas. tiempo, después de atrancar la puerta. Yo tallaba su
—A caminar, mi reina— me dijo al bajar. espalda tatuada mientras él jugaba con los anillos
Llevábamos las patinetas colgadas entre los t i - de mis pezones. Pensábamos que el agua se termi-
rantes de las mochilas y dentro de ellas, todo lo que naría en poco tiempo. No fue así. Cuando eyacu-
nos quedaba de antes del colapso. No era mucho ni ló entre mis manos enjabonadas el chorro seguía
muy pesado, pero íbamos a extrañar la moto. cayendo.
Teníamos unas dos horas de luz. Buscamos en- —No lo entiendo —dijo mientras nos secába-
tre los edificios alguno que no se viera muy dañado. mos con las toallas que encontramos—, aquí todo
Los mejores ya estaban ocupados. Finalmente en- está tan... bien.
contramos un hotel que parecía seguro. Yo me reí.
Dentro estaba arrasado. Las alfombras y el tapiz —Eres un bobito paranoico. Gózalo y ya.
habían sido arrancados, no sé si como vandalismo o —Es que no es normal. Si yo estuviera aquí des-
rapiña. Como siempre, nadie había subido a los pi- de el principio, no me iría. Lo defendería.
sos superiores por flojera de las escaleras. Wok y yo —A la mejor se cansaron de esperar el Chinga-
no hablamos, temiendo que hubiera alguien más. Al dazo. Como todo el mundo.
final, el edificio resultó que estaba vacío. Wok no contestó. Nos quedamos viendo por la
Encontramos cuartos intactos en los últimos pisos. ventana hacia la oscuridad que nos ofrecía Reforma.
—Qué raro— dijo Wok. Luego nos dormimos.
Ocupamos una habitación que daba a la calle.
Ya había anochecido. Todo estaba oscuro, ni siquie- EL LLANTO DE W O K me despertó. Se revolvía entre
ra se veían las fogatas que a veces brillaban en los las sábanas, las primeras sábanas limpias en las que
edificios. habíamos dormido en semanas. Su sueño, como
Nos sentimos muy solos. siempre, era intranquilo. Al final se levantó gritando.
Estaba cubierto de sudor.
DESCUBRÍ QUE HABÍA agua caliente corriendo por la —Calma. Todo bien— dije.
tubería. No lo pensé y tomé un baño. Hacía mucho —Es... la pesadilla. La puta pesadilla.
so
BERNARDO FERNÁNDEZ LAS Ú L T I M A S HORAS DE LOS Ú L T I M O S DÍA
52
53
LAS Ú L T I M A S HORAS DE LOS Ú L T I M O S DIAS
Cuando acabamos, salimos para recuperar la moto. —Ya tendría que haber sucedido— le infor-
Lo que quedara de ella. mé—; algo falló. Hace dos semanas que estamos
Afuera todo se sentía muy tranquilo; ya no viviendo tiempo extra.
se oían explosiones. Todos pensaban que la ciudad Wok no contestó. Abandonamos el lugar.
abandonada se convertiría en un campo de batalla. Sobre Reforma encontramos un hombre mayor
En realidad fue peor. vestido de traje en la parada del camión. Parecía ir
Ahora parecía que todo el mundo se cuidaba de desarmado, aunque nunca se sabía. Wok sacó su na-
no toparse con nadie. Con bastante éxito. vaja de resorte; yo, mis chacos. Nos acercamos.
—Buenas —saludó Wok.
No QUEDABA NADA dc la moto. Algunos chatarreros —Buenas tardes —contestó el hombre. Era un
debieron levantarla por la noche. Había sido bonito anciano.
mientras duró. Su ropa era vieja; aunque parecía bastante usa-
Wok volteó hacia el cielo. En lo alto, el meteo- da, iba impecable, con la camisa planchada y la cor-
rito se veía como un puntito brillante, apenas del bata perfectamente anudada.
tamaño de un pixel. Nadie se imaginaría que iba a —¿Espera a alguien? —pregunté, por romper el
acabar con nuestro planeta. silencio.
—¿Crees que el Chingadazo tarde mucho —No, señorita, sucede que no pasa m i camión.
todavía? Wok se rió. A mí, por primera vez en mucho
—No sé. Supuestamente deberíamos estar tiempo, la situación no me pareció chistosa.
muertos. —¿Está loco? No ha pasado un solo camión
—¿Cómo sabes? hace meses. No va a pasar.
Abrí una de las bolsas de m i mochila para mos- El hombre encaró a m i novio con total se-
trarle m i reloj de cuarzo. Lo tenía desde antes de que riedad.
todo se derrumbara. Gracias al reloj no había perdi- —Jovencito, eso no es pretexto.
do la noción de los días, como casi todos los demás. -¡...!
Con un poco de suerte la pila duraría hasta el impac- —Pretexto... ¿para qué? —pregunté.
to. Quizá un poco más. —Para no ir a trabajar, por supuesto.
55
BERNARDO FERNÁNDEZ LAS ÚLIIMAS HOR.AS DE LOS ÚLTIMOS DÍAS
Nos quedamos mudos. El hombre nos obser- El silencio era casi estruendoso. Recorrimos un
vaba como si los que estuvieran locos fuéramos largo trecho sin cruzar palabra. El único sonido am-
nosotros. biental parecía ser el de nuestras patinetas. A medida
—Señor, el mundo se está acabando... que avanzábamos, el paisaje —formado por edificios en
—Mire, joven, éste es un país de instituciones. ruinas y chatarra— parecía repetirse cíclicamente, como
Si el camión no pasa en cinco minutos, yo me voy la escenografía de una vieja caricatura de Scooby-Doo.
caminando, como todos los días. Punto. No vamos a Después de mucho rato llegamos a la zona bos-
permitir que nos rebasen estas cosas. Los mexicanos cosa. Los troncos resecos que quedaban de ella.
somos más grandes que cualquier desgracia. Ya lo v i - Pasamos por una estatua que no había sido de-
vimos en el temblor del 85. rribada. Estaba llena de grafñtti.
No sabía qué decir. La sonrisa había desapare- —Espera —dijo Wok. Nos detuvimos.
cido de la cara de Wok. — U n héroe nacional —dije.
Sólo atinamos a esperar junto con el hombre. —No, éste era candidato a presidente, pero lo
Cinco minutos esperando un camión que nun- mataron.
ca iba a llegar. —¿Y no es mérito suficiente?
—Bien, esto no tiene para cuándo. Me voy ca- —Supongo que sí. No hay mejor presidente que
minando. Con permiso. uno muerto. Ha sido el mejor de este país.
Lo vimos alejarse, confundidos, hasta que se Nos reímos. Wok sacó de su mochila la última
perdió entre los escombros, camino al Centro. lata de spray que le quedaba. La agitó y pintó sobre la
Sin cruzar palabra, nosotros echamos a andar placa: ME VALE MADRE.
hacia el norte. —Qué chistoso —dije cuando terminó.
En el cielo, el meteorito había crecido. Se veía -¿Qué?
más grande que el sol. —El futuro siempre parece mejor cuando no
Decidimos patinar. Evitamos hacerlo muy se- sucede. Como este tipo, que tiene una estatua por
guido para no gastar las llantas, pero no había moto algo que no llegó a ser.
y seguramente no encontraríamos nada parecido. La —Cualquier futuro es mejor que el nuestro. Y
ocasión lo ameritaba. sí va a suceder.
56 57
BERNARDO FERNÁNDEZ LAS ÚLTIMAS HORAS DE LOS ÚLTIMOS DÍAS
Arrancamos. Nunca me había subido a un auto pero decidí ahogar m i pesar con las últimas risas que
de lujo. tenía guardadas. Con m i última reserva de alegría.
Nos divertimos unos minutos esquivando obs- Seguíamos patinando cuando comenzó a oscu-
táculos sobre el Periférico, pero la pila m u r i ó a los recer. Sin preludio, sentí algo frío deslizándose por
m i espalda. Me detuve en seco. Wok se espantó.
pocos minutos, apenas un poco adelante del Toreo.
—¿Qué sucede?
Wok logró volver a arrancar sin detenernos, pero
cuando llegamos a las torres de Satélite el sistema se —Lo puedo sentir —dije. Él percibió la angus-
tia en m i voz.
apagó definitivamente.
—¿Qué es? ¿Qué sientes?
Dejamos el auto donde la inercia lo detuvo. Ba-
Ahí estaba, era claro, no quedaba duda: una sen-
jamos riéndonos como niños y tomados de la mano
sación helada que subía lentamente hasta m i cuello.
nos alejamos de ahí.
Los chatarreros nos lo iban a agradecer. —¡Aída! ¿Qué sientes? ¡Me estás asustando!
Volteé hacia él. Una lágrima escapó de mis ojos
PASAMOS EL RESTO DE L A TARDE como h a b í a m o s pa- bajando por la mejilla. Pensaba que había olvidado
ti sado el resto de las tardes desde que todo se vino aba- cómo llorar.
jo: buscando algo que no íbamos a encontrar porque —Siento... el dolor de millones de personas a
no sabíamos qué era. punto de morir.
Nos dedicamos a patinar entre los restos de
Plaza Satélite. El piso era liso y ya no había n ó m a d a s E L PRIMER TEMBLOR llegó con la noche. Salimos co-
acampando en Liverpool. Decidimos pasar la noche rriendo al estacionamiento. Apenas tuvimos tiempo
en el departamento de muebles, aunque yo hubiera de tomar nuestras cosas, el centro comercial se de-
r r u m b ó en medio de un rugido de metal torcido y
preferido el hotel de la noche anterior.
concreto colapsándose.
—No podemos desandar el camino. Para noso-
Nunca v i morir a un elefante, pero me imagino
tros no existe ayer n i atrás —dijo Wok.
que debió ser algo parecido.
Sentí una tristeza inexplicable. No encontré
Soplaba un viento fuerte que en pocos minutos
motivos para reír más. M i alegría comenzaba a se-
se llevó el polvo.
carse mientras los lagrimales se me humedecían,
60 61
LAS Ú L T I M A S H O R A S D E L O S Ú L T I M O S D
BERNARDO FERNÁNDEZ
Nos quedamos agitados en el estacionamiento Una nueva bola de fuego pasó por el cielo. Y
vacío. No parecía haber nadie en kilómetros. Sólo se luego otra.
escuchaba el aullido del aire tratando de ahogar el —Seguro que rezando —dijo Wok.
silencio. Sin decir nada, nos acostamos en el suelo. Reímos.
—¿Ya se conocían tus papas en 1985? —preguntó —Te tengo una sorpresa —anuncié. Busqué
Wok. en mi mochila a tientas. Era difícil sin una lámpara,
—Claro que no —contesté molesta—. Lo sabes bien. pero finalmente los encontré y se los di.
-Ah. —¿Uno lentes oscuros?
—Mi mamá tenía siete años en 1985. M i papá, —Son Ray-Ban —dije mientras me ponía los
trece —agregué en la oscuridad. míos—; siempre quisiste unos. Los encontré en el
Wok contestó con un gruñido. primer Sanborns en que dormimos.
Un nuevo temblor sacudió el suelo. —¿Los andas cargando desde entonces?
—Tengo miedo —me dijo al oído. Más restos de meteorito rasgaron el cielo ilu-
Parecía como si el terreno se estuviera deslizando minándolo, furiosos.
lentamente. —Sabía que los íbamos a necesitar. Acuérdate
que pensaba estudiar astronomía. Ya me habían
—Conque esto es elfindel mundo —dije suspirando.
aceptado en la facultad de ciencias.
Un pedruzco luminoso cruzó el cielo. Era una
Empezó un nuevo temblor.
bola de fuego del tamaño de una naranja que cayó a
—Nunca acabé la prepa —su tono era repen-
varios kilómetros de nosotros.
tinamente triste.
—Its better to burn out than to fade away —su-
—No creo que sea importante. Sólo tienes 19
surró él.
años.
—Esa frase es de una película vieja.
—Ni uno más —repuso mientras el cielo se ilu-
—Pensé que era una canción. La murmuraba mi
minaba de nuevo. Sonreía. Lucía guapísimo con sus
papá todos los domingos, con su cerveza frente al
lentes. Se acercó a besarme.
televisor.
—Te amo... —alcancé a murmurar.
—También la decían mis papas. ¿Dónde estarán
Luego, el estruendo del terremoto lo llenó todo.
ahora?
62 6
0;
LA DROGA
sangre excitada que nos pone a temblar las piernas, La otra va directo a la corteza del cerebro, muy cer-
nos hincha los genitales, altera el rostro, hace la piel ca del hipotálamo —hay que tener cuidado en no
más tersa, cambia el brillo de los ojos. perforarlo, pues el daño cerebral puede ser severo—
Si el amor es una droga, y cuando estamos pero si nos acercamos lo suficiente y extirpamos un
enamorados simplemente estamos drogados, pues poco de tejido rico en neuronas amatorias, tenemos
entonces el amor como droga sería sintetizable. Se la mitad de la fórmula ya entre manos.
puede extraer la droga a partir del cuerpo de una Una vez ancladas ambas jeringas comienza la
persona enamorada. Así como también podríamos extracción de esencia amorosa. Cada paciente es un
sintetizar una droga altamente depresiva y autodes- caso especial, particular, no importa en lo absoluto
tructiva si extraemos la justa combinación de hor- el sexo, ni talla ni peso, tampoco la alimentación,
monas y enzimas de un ser desenamorado. menos la orientación sexual, ni siquiera la salud.
Me mueve una intención altruista. Qué pasa Podemos encontrar a un comatoso desahuciado
si a un depresivo le inyectamos dosis debidamente con altísimas concentraciones de la droga corrien-
cuantificadas de esencia amorosa. Pues obvio, el en- do entre sus venas, rebosando sus valles cerebrales.
fermo mejora. Sustituimos —por medio de la más Delicado asunto. Un error de apreciación, un mise-
hermosa droga natural— un sentimiento de frustra- rable mal cálculo, puede dejarnos como resultado
ción y tristeza por toda una divina gama de sensa- un desecho depresivo a quien le hemos succionado
ciones ubicadas al otro lado del espectro. toda gana de existir. Es mejor extraer poco en vez de
Comencé mis experimentos con personas irse de bruces y sintetizar demasiado a una misma
profundamente enloquecidas. Simplemente se les persona.
conecta por medio de tubos y jeringas a un meca- De cualquier modo, cada paciente se siente
nismo medianamente sofisticado que se encarga de ligeramente menos enamorado luego de ser so-
sintetizar el amor descompuesto en hormonas, enzi- metido a la máquina; pero como el organismo es
mas, neuronas. La máquina cuenta con dos jeringas sabio y más que sabio es enamorado —enamora-
que se deben insertar simultáneamente. La primera: do, loco, adicto, en fin— la segregación de nuevas
va directo al corazón que bombea sangre fresca re-, cantidades pasmosas de esencia es casi inmediata.
bosante de hormonas, rica en esencia de demencia. El organismo elabora su propia droga apenas siente
66 67
LA DROGA
la mínima amenaza de síndrome de abstinencia. unos pocos reales las inyecciones a quienes la pa-
En pocas horas el enamorado vuelve a estar más saban mal. Claro que la voz se corrió y pronto me
o menos igual de drogado que al principio del encontré llamando a mi puerta a centenares de dro-
experimento. gómanos amorosos que sabían de la máquina. Dis-
En cada succión de máquina se pueden extraer paré aún más los precios para desanimarlos, pero el
unos 5 ce de droga. Cosa difícil la de calcular la ca- efecto, como siempre ocurre con las drogas prohibi-
ducidad de cada muestra, poco importa pues todos tivas, fue una ola gigantesca en la demanda. Gente
la buscan para consumirla fresca. Para maníacos acaudalada que buscaba resucitar los amores ya ex-
depresivos, para heroinómanos, para enfermos ter- tintos de una época abandonada al pasado, infieles
minales la droga es fabulosa, proporciona horas y arrepentidos que gastaban los ahorros de toda una
horas de bienestar, de amor contagioso y desmedi- vida para que sus antiguas parejas los recibieran —
do, de ganas infinitas de vivir, de follar, de poner en de brazos y piernas abiertas— de regreso en casa.
marcha los mil proyectos abandonados, de escupir Ni hablar de despechados, de millares de corazones
en la cara a la frustración. rotos que daban hasta lo que no tenían por recom-
Pero sobre todo la droga es buscada, frenética- poner los pedazos marchitos.
mente y cotizada en sumas exorbitantes, por aquellos El negocio marchaba más que bien. Personas
enguayabados, la raza funesta de los despechados. que llegaban hechas un trapo, arrastrándose de do-
La droga aniquila la melancolía, da una nueva emo- lor y pena por el piso, salían radiantes con ganas de
ción a las relaciones de pareja moribundas, ayuda a comerse al mundo. Y quien venía una vez volvía por
los desenamorados a encontrar una nueva dimen- más. Porque estar así de drogado, o así de enamo-
sión luminosa en medio de su sufrimiento. rado, que para el caso es exactamente lo mismo, es
El asunto comenzó siendo un pequeño nego- demasiado sabroso. Es un bienestar del cuerpo y so-
cio personal. Sin trabajo por años decidí gastarme bre todo del alma al cual no podemos renunciar una
mis últimos centavos en repotenciar el laboratorio vez que se apodera de nuestros cerebros y que cau-
casero que levanté al fondo de casa. Tomé como co- sa buenos estragos —desquiciados, enormes, pero
nejillos de indias a amigos y conocidos de amigos. sobre todo hermosos— en la química de nuestros
Extraía la esencia a los que estaban bien, vendía por cuerpos.
60
LA DROGA
Yo lo sé, y no precisamente porque hubiera es- para un orgasmo absoluto. A l final de la sesión no
tado profundamente drogado-enamorado-loco a lo tuvimos otro remedio que besarnos. Y no hubo si-
largo de m i vida. Lo sé porque me hice adicto. No quiera necesidad de quitarnos la ropa para gozar del
soporté la tentación de inyectarme la droga sinte- climax simultáneo más profundo de nuestras exis-
tizada a otros pacientes. Y sí, me hice dependiente. tencias. Tan sólo un beso, tan sólo un roce de pun-
Allí es donde entra la chica en escena. Susana ta de dedos, apenas una mano que se hunde suave
era una hermosura de nena. Era como un ave con entre los cabellos de la nuca y ya los dos estábamos
alas de azúcar, como un trébol de seis hojas. Pro- enamoradísimos chorreando fluidos y con ganas de
fundamente depresiva. Por años había sometido su desmayarnos el uno sobre el otro.
cuerpo a los altibajos del Prozac, a la más amplia Susana volvió muchas veces más, pero jamás
gama de excitantes que químicamente la lanzaban volvió por más droga. Volvía simplemente por mí.
a una felicidad sintética, una química plástica que Acercaba un taburete y me miraba por horas
le engañaba las neuronas y le regalaba algunos ins- mientras yo trabajaba. Mientras hundía y sacaba
tantes de alegría artificial. Yo ya estaba drogado para jeringas. Yo aceitaba el mecanismo, ella ubicaba la
cuando Susana se apareció en casa la primera vez. droga en tubos de ensayo sobre la gradilla. Ella abría
Acababa de pincharme un par de dosis, un cóctel de puertas a depresivos vueltos trapo y les indicaba la
10 ce extraído a un par de fieles clientes, y la sangre salida a seres luminosos. Ayudaba a etiquetar sobre
fresca me tenía el corazón a millón. Apenas la v i el los matraces las hormonas de cada quien, desde las
alma se me puso en la boca del estómago y luego se esencias más potentes hasta las más inocuas (que
me subió hasta la garganta y casi me voy en vómitos. inocuas, como tal, ninguna... pero entre todas las
El vómito más bello y grandilocuente de la historia que son fuertes, algunas lo son más). Yo en cada pau-
de la humanidad. sa volaba, literalmente, volaba hasta ella para hun-
Preparé para Susana la mejor de las mezclas. dirle la lengua entre los dientes, para morderle las
El equivalente en droga al mejor vino de Burdeos comisuras de los labios, para pellizcar dulcemente
cosecha del 94. La conecté a la máquina, le hundí el algún pezón o para que me dejara resbalar un dedo
par de jeringas, la penetré dulcemente hasta los tué- travieso hasta la unión de su entrepierna. En las
tanos y regué amorosamente droga suficiente como noches hacíamos el amor golosos, nos descosíamos
LA nilOCA
73
Pagué por extraer, con m i misma máquina triunfará nuestra parte siniestra que nos empuja a
pero insertando mis jeringas sobre otras materias estar rejodidamente mal.
primas, la esencia del desamor más patético pro- Yo tenía la droga, a precios siderales, mierda
ducto de seres más que oscuros. Y cada vez que me en centímetros cúbicos para volverse aún más mier-
sentía demasiado drogado, demasiado alto y sin ga- da. Mierda abundante para gente de mierda que su-
nas de aterrizar, con un amor tan desproporcionado plica por hacerse más mierda.
que estaba a punto de asfixiar el amor más sosegado Seguía peligrosamente enamorado, y me lancé
de Susana, cada vez que me daba el vértigo del amor en un autoexperimento a sintetizar m i propia droga
desaforado, me mandaba inyecciones generosas de de amor. A combinar, justo después de extraerme
depresión, de frustración, jugo de corazones rotos, litros de la esencia amorosa, dosis patéticas de nue-
despecho putrefacto y ganas de morir. va droga. Un festín de desamor, de ganas de morir
Y la gente lo supo. Y comenzó la demanda fu- recontramal. De ansias de vivir aún peor. Me des-
riosa por la nueva droga. Será tal vez por moda, por- enamoré sistemáticamente, me saqué del organis-
que en estos días la felicidad tiene también el olor de mo y del alma decilitros de esencia, me exorcicé la
la madera añejada y los olores pavorosos del perfu- locura y la aprisioné en tubos de ensayo. Para que
me de la abuelita. no quedara vestigios de duda, para asegurarme de
Dejemos las hipocresías aparte. Para qué mier- neutralizar una locura con otra, me suministraba
das buscar estar bien si en el fondo somos autodes- jeringas con el desamor de los malditos. Tanto daño
tructivos y lo que nos gusta es estar mal. Somos esquemático y metódico no me podían dejar ileso.
unos saboteadores miserables que nos engañamos Susana insistía en m i cambio. Y cuando ya vol-
y nos tendemos trampas. Supuestamente buscamos vía de nuevo a ser la chica depresiva y descorazona-
estar mejor y bajo esa mentira nos lanzamos a v i - da que siempre fue antes de llegar a m i puerta, me
vir una vida que no nos gusta n i merecemos. Pero dejó una carta de hasta pronto y se marchó. En la
tranquilos, porque para consuelo de tontos, que al carta decía —palabras más, palabras menos— «que
final lo somos todos —flotando en este mundo con- te esperaré hasta que se pase el temporal, que estoy
temporáneo hecho de gigabytes que huele a plástico asustada por tu cambio, que siento que la mala vibra
chamuscado y sabe a químicos tóxicos— siempre de lo siniestro se apodera a paso firme de nuestra
relación; pero te amo y confío en que volverás a ser ahora— que el amor era un estado de locura... pero
el viejo tipo enamorado que solías ser en todos estos que al final nadie se moría de amor.
meses de amor desaforado y tranquilo, que cuando Es falso, viejo. Yo sí.
vuelvas yo estaré aquí para ti».
Ahora me percato de que la he perdido. Estoy
en un foso, en el agujero oscuro más profundo y
atormentado que alguna vez un ser humano puede
haber estado. Por eso he decidido reconectarme a la
máquina. En las jeringas, dispuestas en mecanismo
en serie, he puesto toda la droga que noche tras no-
che, en m i vida feliz junto a Susana, sinteticé a partir
de m i propio amor. Amor que me perteneció, que
me pertenece aunque ahora desde afuera, pero que
con la conexión a la máquina me habré de devolver.
Millares de neuronas, de enzimas excitantes,
trillones de hormonas enamoradas. Un cóctel mal-
dito de amor que deseo de vuelta, para hacerme
volar hasta m i mujer, para recuperar la savia de m i
corazón marchito. Las jeringas se accionan, la má-
quina zumba, tiembla, cortocircuito por la sobre
marcha, se funde. Yo estoy conectado. Feliz, ena-
morado, desquiciadamente enamorado, drogado en
cada pulsación. Qué deliciosa locura, qué sobredo-
sis tan encantadora.
El viejo decía —sí, de nuevo, con un olor de-
licioso a maderas húmedas y aguas de una colo-
nia cuyo aroma me vuelve a las fosas nasales justo
RECUERDO DEL 2030
diarios de privacidad. Había gente que pagaba m u - mucho por mis hijas. Yo le contaba que estaban bien,
cho más y podía incluso desactivar su localizador. que estaban siempre igual.
Si te atrasabas con algún impuesto te anulaban Nunca le conté que mis hijas en esa época es-
actividades. A los nostálgicos que todavía íbamos al taban adictas al Float. Cada una tenía su flotario de
cine de sala con pantalla y sonido a veces nos fre- agua densa, todas entubadas, para expulsar y recibir
naban al ingresar porque teníamos algún impuesto líquidos y comida sin necesidad de moverse. Vivían
impago y no te dejaban entrar hasta que no pagaras. conectadas a la red constantemente en su cápsula sin
Te hacían lo mismo a la salida del subte, o en res- días n i noches. Me mandaban mensajes de imagen
toranes de comida rápida. Antes de darte la bandeja, donde se las veía a cada una en su mejor momen-
los empleados te decían con una sonrisa «¿Quiere to. Las dos habían elegido su imagen de ese verano
regularizar su situación?». Pero no era una pregunta, que pasamos en San Bernardino. Yo podía hablar
era el aviso de que si no lo hacías, no podías comer con ellas y esa imagen en la pantalla me contestaba.
ahí. N i hablar de cuando ibas a visitar a un familiar Siempre decían que estaban bien y me hablaban con
al Centro. ese fondo de un atardecer de enero del 2015 que a
En el Centro vivía el 45% de la población. Eran veces fallaba y se pixelaba o se ligaba con otros men-
cárceles en realidad, pero las quisieron disfrazar con sajes anteriores. A mí me salía a 600 sures por mes
ese nombre pomposo de Centro de Reinserción So- cada mantenimiento del Float. Y ellas no hacían otra
ciocultural. Yo tenía un hermano ahí dentro y lo iba cosa. Nunca le conté a m i hermano que un día las
a visitar el primer domingo de cada mes. Y si no te- fui a sacar, que deambulé por los pabellones oscuros
nía todo pago no podía ir porque me dejaban ahí un repletos de notarios uno al lado del otro. No le conté
rato sin poder salir, para darme un susto. Con m i que cuando abrí sus cápsulas m i hija mayor pesaba
hermano tomábamos mate bajo el alero de su ba- ciento treinta kilos y la menor ciento cuarenta, que
rraca, mirando las plantaciones verdes del lado del casi no se podían mover, que las llevé a una de esas
Curiche. Cuando me alcanzaba el mate, a veces me Granjas del Movimiento donde hacían rehabilitación
rozaba su mano áspera de trabajar en los campos. Es- para adictos al Float, y que cuando pudieron se esca-
taba muy abrasilerado y a veces tenía que pedirle que paron. En la granja dijeron que por políticas internas
me hablara despacio para entenderle. Me preguntaba no me habían podido avisar. Yo me di cuenta recién
80
I'l D I U I M A I I I M
cuando en m i resumen de gastos reaparecieron los sacármelo valió la pena. Estuvimos casi una semana
consumos del Float. cruzando la selva, temiendo que nos locahzara el Or-
Era difícil hablar con m i hermano, no quería ganismo, pero después encontramos gente. Yo estuve
contarle que las cosas afuera del Centro no eran tan en varios campamentos. De m i hermano y mis hijas
buenas como las pintaban. Y a la vez no podíamos no supe nada más. No sé si soy más feliz pero a veces
hablar mal de Suárez porque en el Centro se regis- cuando me rasco la espalda y me encuentro el aguje-
traba todo. Afuera del Centro, en voz baja se podía ro donde estaba el chip en el omóplato por lo menos
hablar mal del Organismo y de Suárez, pero ahí den- me siento libre.
tro era suicida, sobre todo para él. Suárez ganaba las
elecciones cada dos años, y sin fraude. Fue inamovi-
ble durante esas dos décadas. Los presos en el Centro
no podían votar, pero los que estaban libres votaban
y no paraban de elegirlo a Suárez a lo largo de to-
dos los alcances del Organismo que llegaba del viejo
México hasta la Patagonia. A la oposición le decían
la Zeraus porque era el mismo Organismo pero or-
denado distinto.
Yo me salí la vez que me mandaron a dar una
clase en Ciudad del Este donde estaba una parte de
la frontera blanda. Nos escapamos con otro profe-
sor, que después lo mataron en San Pombo. Durante
el almuerzo me robé un cuchillo tramontina y antes
de las clases de la tarde nos fuimos caminando por
el fondo del parque y no paramos más. Donde na-
die nos veía cada uno le sacó con el cuchillo al otro
el seguchip que estaba metido casi dentro del hue-
so. Nunca nada me dolió tanto, pero la felicidad de
82
Oz
Ese último nervio tuyo tan fino
que se hace alma
flexionando su brazo de arriba abajo, como si, de un —¿Cómo que no lo sabes? —dice él, regañán-
momento a otro, esperara sacar agua de algún pozo dome—. Se supone que todo lo sabes.
invisible. Hace treinta minutos que lo oigo trajinar. Y Hace mucho que sostuvimos esta conversación;
lo único que ha logrado hasta ahora es que yo aban- creo recordarla. Pero ahora estoy exhausto y viejo y
done, impaciente, la lectura del diario, y que su voz comprendo que nunca acabará de creer lo que yo le
acabe por derramarse como una resonancia hueca diga, no importa cuántas veces se lo repita. Pronto
que, en otra ocasión, incluso, yo mismo hubiera ca- tampoco lo creeré yo mismo: habré olvidado, acaso,
lificado de triste. todo lo que le dije alguna vez. Esa es la verdad de esta
—Me parece que algo anda mal conmigo —dice historia.
H.H. —No lo sé —repito, avergonzado, y vuelvo al
Verlo manipular así su burda osamenta artifi- diario.
cial me resulta penoso; pero no se lo digo. —Pues deberías —concluye.
—Es normal que pase —lo tranquilizo—. Tarde Y, como si no me hubiera oído, sigue haciendo
o temprano también tenía que sucederte. sonar sus viejas vértebras de lata, sólo para hacerme
—¿Qué cosa, Harumi? rabiar.
—Envejecer.
El hombre de hojalata mueve la cabeza, negan- HUBO UN TIEMPO en que H.H. y yo fuimos objeto
do, enfáticamente. de atención. Teníamos un pasatiempo rentable que
—Creo que me estoy oxidando. nos permitía viajar por Ciudad Esmeralda, haciendo
Y para evidenciar lo dicho, mueve otra vez los alarde de cierta fama de imbatibles. El hombre de ho-
pernos de sus antebrazos y los oye rechinar aguda- jalata jugaba al ajedrez y yo retaba a los que pudieran
mente, una, dos, tres veces, antes de detenerse. Aho- hacerlo, desplegaba una silla y me sentaba en mitad
ra no cabe duda. Hace lo mismo con el resto de su de una plaza, acomodaba las piezas sobre una mesita
cuerpo, y al rato concluimos que las cosas no pare- ajedrezada y esperaba a que alguien, no importaba
cen lucir mejor que antes. quien, rellenara el gran sombrero de copa que había
—¿Será así la muerte? pertenecido a mi bisabuelo y que ahora servía para
—No lo sé —le digo. legitimar cualquier apuesta que llegara. No faltaron
86
V /\ I l I Y U M I I M I 1 e)
nunca reñidores ni pendencieros. Quiero decir, lo bienvenida y, por la fricción húmeda de sus dedos,
que uno espera que haya en cualquier ciudad. Hace supe de inmediato que tendríamos problemas. Tenía
mucho que los caballeros dejaron de jugar al ajedrez un gran bigote rojo saltándole de la cara y, un trato
para dedicarse a oficios más rentables, por lo que no educado que a los pocos minutos, de tan artificial,
fue con ellos, finalmente, con quienes debimos lidiar acababa por resultar incómodo.
una vez que salimos a la calle. Hay una vaga jactan- —Me han dicho que su mono mecánico es i n -
cia en el ser humano que le hace imposible aceptar vencible —afirmó, a manera de desafío.
la derrota frente a cualquier artefacto. Perder contra Tenía un séquito más o menos grande y singu-
un objeto es perder contra uno mismo y esa es, si se lar: una mujer raquítica, excesivamente maquillada,
piensa, la derrota más difícil de asimilar para las per- que lo tomaba del brazo; y, dos enormes negros, ves-
sonas. No pasó mucho tiempo para que H.H. se acos- tidos con trajes verdes, que los escoltaban sin ocultar
tumbrara a ganar, n i para que la fama de su inusual su rudeza.
mecanismo se regara por todo el condado. Jugaba —Así es —respondí, ignorando el alarde lie su
conmigo, al principio, optimizando su rendimiento; saludo—. Y, en lo que mí respecta, ningún mono or-
pero al poco tiempo llegó a superar incluso mis pro- gánico ha podido vencerlo hasta ahora.
pias habilidades, que no eran pocas, y ese mismo día, Euwe sonrió.
al caer la tarde, traspasamos por fin los confines de la —Por eso estoy aquí, caballero.
ciudad, pensando que haríamos dinero y que volve- Deslizó su abrigo y lo dejó flotando sobre la si-
ríamos más temprano que tarde para echar raíces en lla. Salvo por una mujer gorda que barría el suelo de
ella. En cierto modo no me equivoqué. El sombrero los pasillos, él y la comitiva eran los únicos visitantes
se fue llenando de victorias luminosas y m i trayecto que todavía permanecían en el hostal.
no tardó en alargarse sobre los siguientes ocho con- —Réteme.
dados, como se alarga la reputación de un hombre La provocación no podía ser más inoportuna.
que carga a cuestas algo más que la propia sombra En poco menos de una hora me esperaba una cita
que abandonó en su tierra. con el Dr. Gustav Grumblat. Había reservado una
Una noche llegó a Esmeralda un tipo que de- nueva partida con H.H. desde mucho antes de la lle-
cía llamarse Euwe. Yo le tendí la mano en señal de gada del invierno, y esperaba que esta vez su juego
88
1 AHI ( I S YUSl I I M I T O
90
cerebro, que terminó llevándose consigo los prime- espejos, sacaron a un enano casi muerto de asfixia.
ros años de m i juventud y, con ellos, los proyectos Supongo que conocerán la anécdota. Aquél día la
que H.H. fue antes de convertirse en el accidente que fama de Maelzel, último heredero del artificio del ba-
es ahora. Quizá podría emplear una historia, la his- rón Von Kempelen, fue sustituida por la de estafador
toria de otros hombres, para completar la ausencia y mercachifle. Pocos, incluido el penetrante Poe, fue-
de la mía. Pero sospecho que, incluso esto, ya lo hice ron capaces de admirar su maravilloso mecanismo,
alguna vez. Hace dos días encontré un libro en m i que acabó perdiéndose el día que un incendio lo re-
bibhoteca y lo leí con deleite, sorprendido de estar dujo a cenizas y su secreto se perdió para siempre en
repitiendo, involuntariamente, un placer antiguo. un museo de Filadelfia. Nunca ha sido nadie capaz
Tenía, por lo pronto, anotaciones con m i letra, de de ocultar a un hombre la naturaleza de otro hombre
eso no tengo dudas; llenaban todos los bordes de las con tanta perspicacia, mostrándole al mismo tiempo,
páginas, pero nada de lo que estaba escrito en ellas su propia miseria.
dejó de resultarme extraño. Era una historia simple,
en cualquier caso. Un autómata ajedrecista, vestido ESTO M I S M O SE LO DIJE a Euwe aquella noche, mien-
de turco. Un famoso relojero de la corte de Viena. tras iba llenando su mano con el dinero del sombre-
Luego, un tal Johann Nepomuk Maelzel. La máquina ro: tres meses de apuestas itinerantes, perdidas en
viajó por el mundo exhibiendo su particular ingenio tan sólo cinco minutos. Le dije también que había
durante medio siglo. Solía tener una buena marca tenido el privilegio de ser el primero en presenciar
encima, hasta el día que la pillaron en un pequeño la anomalía de la perfección. ¿No le recordaba aquel
pueblo de Baltimore. Se escuchó entonces a alguien accidente un viejo y escamoteado mito? ¿No le sona-
dando gritos de auxilio y, fue tanto el escándalo que ba familiar aquella vida primitiva que asomaba en el
produjo, que cuando los causantes se dieron cuenta error, mínima, invisible, para contaminar para siem-
de lo que había pasado, ya era tarde; una multitud se pre la perfección de un paraíso inmóvil?
había congregado a su alrededor. Los gritos prove-
Por supuesto, Euwe me ignoró.
nían de una vieja caja de madera familiar. Acudió un
Cuando acabé de pagarle, recogió su sombrero
ebanista, a falta de un carpintero, y de las entrañas
y su abrigo y no lo volví a ver de nuevo. En cambio,
del artefacto, forradas por caprichosas paredes de
durante casi una hora, los dos negros se ocuparon de
golpearme en la calle, mientras su dueña fumaba un —Sí —dice, inmóvil—: Hace mucho de eso, ¿no
largo y delicado cigarrillo. Lo recuerdo aún, porque es verdad?
me pareció notar que la mujer encontraba cierto pla- —Supongo que lo hicieron porque me conside-
cer en el espectáculo; inhalaba, entornando los ojos; raron un embaucador —reflexiono en voz alta.
no sonreía, pero era como si lo hiciera. Los negros —O porque en verdad lo fuiste.
me patearon hasta que se les cansó el cuerpo. Eso —Eso no significa nada —respondo, algo i n -
quiero creer, aunque en realidad estoy seguro de que cómodo—. Todos acabamos, de alguna manera, por
esperaban a que el cigarrillo de la dama se apagara. defraudarnos a nosotros mismos.
No sé cuántas veces lo encendió: acababa uno y en- —¿En qué sentido?
cendía otro de inmediato. A l final de la noche, o al —Por ejemplo, esa noche —doblo el diario y lo
comienzo del día (aquí m i recuerdo se hace vago) dejo a un lado de la repisa, ignorando el alcance real de
ella apretó la última colilla con sus altos zapatos de su pregunta—; yo estaba seguro de que ganarías. O que
tacón, y yo tenía cinco costillas rotas y la mandíbula al menos le ganarías a Grumblat. Que saldríamos de
fracturada en trece pequeños fragmentos. Me arras- esta ciudad con una pequeña fortuna en el sombrero.
traron como si fuera el desecho de mí mismo hasta la Supe luego que la mujer se llamaba Carol. Ca-
habitación del hostal, y en ella me abandonaron para rol Grumblat. Y que había gastado una fortuna sólo
que yo pudiera endeudarme por otros tres meses y para que Euwe viajara del norte y me diera la paliza
dos semanas antes de regresar a casa. que luego sus dos negros complementaron con tanto
profesionalismo.
Digo que sí, más por necesidad, que por una —Tengo curiosidad por saber —dice H.H.—,
buena intención de m i parte. Lo único que tengo cla- sólo eso.
ro es que la espalda me duele y quiero recostarme en —Es sencillo en tu caso —digo, acariciando la
la habitación. Hay algo en ella que me hace sentir có- dura textura de su artificio, ya viejo y maltrecho por
modo: algo sensorial, automático; un olor, un reflejo, la falta del mantenimiento que no soy capaz de darle
tal vez un ángulo. Mientras me ayuda a caminar, i n - desde que empecé a olvidar las cosas.
tento recordar las primeras luces que encendieron al Siento vergüenza al escuchar el crujido de su
hombre de hojalata, quizá en este mismo lugar. Pero cuello asintiendo, pero nada digo.
la imagen no llega. Le señalo, en cambio, un pequeño broche en
—¿Será así la muerte? forma de corazón que adorna su pecho:
Estoy en la cama y escucho el crujido de su es- —Cuando lo quites de aquí —me escucho de-
tructura de madera acomodándose a m i cuerpo. cirle—, habrás muerto.
Me imagino la muerte, sí. Y, por un momen- El secreto enciende su cara, plana, metálica, l u -
to, juego a que la recuerdo. ¿Qué pasará cuando ya minosa. Y ahora sé que podrá hacer con su vida lo
n i siquiera la espere, cuando toda m i vida, bajo ese que quiera, y que a partir de este momento, de algu-
instante que le da volumen al pasado, se haga hue- na forma, vamos a ir en direcciones distintas.
ca, lineal, transparente, tal vez como es ahora mismo —¿Y tú, Harumi?
para el propio H.H.? Nada hay que responda a tan Sé que ambos compartimos la curiosidad. Pero
senciüa ecuación logarítmica capaz de crearle la vida a mí difícilmente me hace falta comprobar que estuve
a un ser de cables y fluidos como su propia negación. vivo. Me acomodo sobre la cama y oriento sus manos
Existes porque podrías no hacerlo. ¿No es eso su- duras sobre el almohadón de plumas, pidiéndole que
ficiente? Me pregunto si no habrá sido siempre así: cubra m i cara con él cuando sepa que esté dormido.
mucho más sencülo vivir porque morimos, o recor- No sé si lo hará.
dar porque olvidamos, o decir porque senciUamente Pero, por si despierto y estoy muerto, pienso en
sabemos que, en algún momento, alguien nos man- un recuerdo.
dará callar. En uno.
—No lo sé —repito. Y esa voz que lo trae todavía suena como la mía.
loo