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H. D E BALZAC.
E s propiedad..

(TRADUCCION POR Q. C.)

iúrxi. C i a s . _
v m . Áut«f,

^MADRID
IS80

I m p r e n t a y litografía de L_A GUIRNALDA


.alie délas ,..« J, núm. 12.
w

FONDO Cierta hermosa mañana de primavera, de


RiCARQO GOWBmBIAS esas en que aún las hojas no verdean, pero en
las cuales el sol ardiente comienza á reflejar
en los empizarrados techos, y el cielo se os-
tenta azul; dias en que la poblacion parisiense
saliendo de sus alveolos susurra por los bou-
levares y se desliza cual serpiente de mil colo-
res por la calle de la Paz en dirección á las
Tullerías para saludar aquellas fiestas del nue-
vo himeneo de la naturaleza; en uno,pues, de
CAPILLA ALFONSINA esos alegres dias, cierto jó ven, tan bello como
BIBLIOTECA UNIVERSITARIA la luz del sol, vestido con elegancia, suelto en
ü . A . N . L: sus maneras, en una palabra, hijo del amor,
el hijo natural de lord Dudley y de la célebre
marquesa de Vordac se paseaba por la ancha
feíBLICTECA UNIVERSITARIA avenida de las Tullerías. Este Adonis, llama-
"ALFONSO REYES*
do Enrique de Harsay, habia nacido en Fran-
cia, á donde lord Dudley habia traido á casar á
la joven, ya madre de Enrique, con un viejo
caballero llamado M. de Marsay, especie
de mariposa sin colores ni viveza, que re- solterones como prueba de que el amor pater-
conoció por suyo á e s t e niño á cambio del usu- nal es un sentimiento que solo brota cultiva-
fructo de una renta de cien mil francos, cuya do en estufa por la mujer, las costumbres y
propiedad habia de p a s a r á su hijo putativo, las leyes.
calaverada que por cierto no costó muy cara El pobre Enrique de Marsay sólo encontró
á lord Dudley por estar entónces la renta por padre al que no estaba obligado á serlo, y
francesa á 17'50 por 100. esta paternidad fué naturalmente incompleta.
El viejo caballero murió sin haber llegado Los hijos, en el orden de la naturaleza, sola-
á conocer á su mujer. En cuanto á ésta, casó- mente tienen padre por breves momentos, y
se poco despues con el marqués de Yordac sin el caballero de Marsay, imitó á la naturale-
que ni antes ni despues se inquiétaselo más mí- za. El tal no hubiera vendido su nombre si no
nimo ni de su hijo ni de lord Dudley. E n pri- hubiera tenido vicios que sostener, por lo que
mer lugar la guerra declarada entre Francia comióse y bebióse alegremente en francache-
é Inglaterra habia separado á los dos amantes, las los pocos semestres que abonaba á sus acree-
y la fidelidad ni era ni es hoy de moda en Pa- dores el Tesoro nacional, y entregó el hijo á
rís, y luego las glorias de la mujer elegante, una hermana suya vieja, la señorita de Mar-
bonita y de todos adorada, apagaron en el al- say, que cuidó del niño, dándole, merced á la
ma de la parisiense el amor maternal. Lord corta pensión que su hermano para ello la p a -
Dudley no fué ménos descuidado para con su saba, un preceptor. Fué e3te un abate sin un
progenie que la madre lo habia sido, y la re- cuarto ni de donde le viniera, que conocedor
pentina infidelidad de aquella jóven, á la que del porvenir que al jóven esperaba, resolvió
ardientemente habia adorado, le dieron una pagarse más adelante de las cien mil libras de
especie de aversión hacia todo lo que de ella renta, las lecciones dada3 á su pupilo, y al
pro venia. cual acabó por tener afición.
Además, sucede que los padres no aman Era el dicho preceptor un cura en toda la
sino á aquellos de sus hijos con los que tienen -extensión de la palabra; uno de esos eclesiásti-
un continuo trato, creencia social de la más cos cortados para ser cardenales de Francia ó
alta importancia para el reposo de las fami- Borgias con tiara. E n tres años enseñó al niño
lias, y la cual deben procurar extender los lo que hubiera aprendido en diez en un colé-
gio, y la educación de su discípulo la com- tades en la alta sociedad de París, que podian
pletó aquel grande hombre, llamado el abate equivaler como producto, explotadas por el
Maronis, haciéndole estudiar la civilización, jóven, á otras cien mil libras de renta. En fin,
bajo todos sus aspectos. Le amamantó con su el tal sacerdote, vicioso pero político, incré-
experiencia, le llevó poco á las iglesias, por dulo pero sábio, pérfido pero amable, débil en
aquel tiempo cerradas, varias veces á los bas- apariencia, pero t a n vigoroso de voluntad
tidores de los teatros, y más á menudo á lo» como de cuerpo, fué t a n verdaderamente útil
camarines de las cortesanas; le mostró desar- á su discípulo, t a n complaciente con sus v i -
mados, y pieza á pieza, los sentimientos h u - cios, t a n buen calculador de toda especie de
manos, le enseñó la política en los salones, que fuerzas, t a n profundo al hacer cualquier i n -
es donde por aquel tiempo palpitaba, le nu- vestigación sobre la humanidad, t a n jóven en
meró las máquinas gubernativas, y por amor la mesa, en Frascati, y en qué sé yo don-
hácia aquella hermosa naturaleza abandonada, de más, que el reconocido Enrique de Marsay
más rica de esperanzas, trató de reemplazar solamente se enternecía en 1814, cuando con-
consentimientos viriles á esa madre d é l o s templaba el retrato del querido abate, único
huérfanos que se llama Iglesia. objeto que le pudo legar aquel prelado, tipo
El discípulo aprovechó tantos desvelos. admirable de los hombres, cuyo génio podria
Aquel digno hombre murió obispo en 1812, salvar á la Iglesia católica, apostólica roma-
con la satisfacción de dejar sobre la tierra un na, comprometida hoy por la debilidad de sus
jóven de talento y corazon t a n enteros á los defensores y la ancianidad de sus pontífices,
quince años, que daba quince y raya á un hom- si es que la Iglesia quiere que la salven.
s £ f e de cuarenta. ¿Quién se hubiera imaginado La guerra continental impidió al jóven
que existian un corazon de bronce y un cerebro Marsay conocer á su verdadero padre, cuyo
ya insensible al alcohol bajo el aspecto seductor nombre no estamos seguros si sabia, y como
que los antiguos pintores, aquellos artistas hijo abandonado, mucho ménos conoció á Ma-
candorosos prestaban á la serpiente del pa- dama de Marsay. Como es natural, afectóle
raíso terrenal? Pero no era esto todo. Aquel poco la muerte de su padre putativo, y en
demonio de hopalandas negras habia hecho cuanto á la señorita de Marsay, que fué la
contraer á su hijo de predilección ciertas amis- que para él hizo las veces de madre, cuando
falleció la hizo construir en el cementerio del gros y espesos, y de ambos una sangre ardien-
P. Lachaise una tumba muy bonita. Monse- te, un cutis de muchacha, un aspecto dulce y
ñor de Maronis habia asegurado formalmente modesto, un continente distinguido y aristo-
á aquella solterona que la esperaba en el cielo crático y manos muy bellas. Para una mujer
uno de los puestos más preeminentes, por lo el verle era volverse loca, es decir, concebir
que viéndola morir tranquila, Enrique lloró una de esas pasiones que destrozan el corazon;
su pérdida por egoísmo. pero que se abandonan por imposibilidad de
El abate procuró secar sus lágrimas hacién- satisfacerlas, pues la mujer en París, por lo
dole observar que la pobre mujer tomaba tanto regular, carece de tenacidad. Pocas hay de
rapé é iba estando t a n fea, t a n sorda y t a n entre ellas que adopten por lema el J e \main
fastidiosa que más bien debia estar agradecido tiendrai, divisa de la casa de Orange. Bajo
á la muerte por habérsela llevado. Siendo y a aquella frescura juvenil y aquella limpidez de
obispo hizo emancipar á su discípulo el año miradas, Enrique poseía el valor de un león y
1811, y cuando la madre de Mr. de Marsay la destreza de un mono. Partía una bala en
se volvió á casar, eligió en un consajo de fa- dos á diez pasos sobre el filo de un cuchillo,
milia uno de esos honrados acéfalos examinado montaba á eaballo como un centáuro, guiaba
por él mismo en el confesonario para adminis- con habilidad un coche de cuatro caballos, era
trador de aquella fortuna, cuyas rentas dis- listo como Querubín y apacible como un cor-
tribuía entre ambos, pero cuyo capital pro- dero; pero vencía á cualquier mozo de la clase
curó conservar íntegro. baja á puñetazos ó á palos, y por fin y rema-
A fine8 de 181 é Enrique de Marsay se en- te, tocaba el piano de tal suerte que se hubie-
contró sobre la tierra sin ninguna afección ra podido ganar la vida como artista si se lle-
obligatoria, libre como el pájaro, con sus gase á quedar sin fortuna, y po»eia una voz
veintidós años cumplidos, sin aparentar más que le hubiera valido del empresario Barbaja
que diez y siete, y siendo considerado hasta cincuenta mil francos por temporada. Pero
por sus más encarnizados rivales, como uno de ¡ay! que á todas estas bellas cualidades y es-
los muchachos más guapos de París. Tenia de tos adorables defectos, acompañaba una falta
BU padre, lord Dudley, los ojos azules impreg- horrible. No creia en los hombres ni en las
nados de ternura; de su madre los cabellos ne- mujeres, en Dios ni en el diablo. La capricho-
sa naturaleza le había formado así y un cura t r ó con Enrique, preguntó quién era aquel
había completado la obra. muchacho tan guapo, y al oirle nombrar, ex-
Para que se comprenda la aventura qué clamó :
vamos á referir, es necesario hacer constar —¡Qué lástima que sea mi hijo!
que lord Dudley se encontró, como es natu- Tal era la historia del jóven que, á media-
ral, muchas mujeres dispuestas á dar al mun- dos de Abril de 1815, paseaba lentamente por
do otros ejemplares de tan bello retrato, y su la gran avenida de las Tullerías, semejante á
segunda obra maestra de este género fué una esas fieras que con la conciencia de su fuerza,
joven llamada Eufemia, nacida de una dama caminan pacíficas y majestuosas. Los honra-
española, educada en la Habana, y traída á dos vecinos que pasaban se volvían con senci-
Madrid en compañía de una jóven criolla de lla admiración á contemplarle, y las mujeres
las Antillas, con todos los ruinosos gustos de no se volvían, pero le buscaban á la otra
las colonias; pero afortunadamente se ca- vuelta y procuraban grabar en su memoria
só con un caballero español, viejo y rico, lla- para recordarla en ocasion propicia, aquella
mado el marqués de San Real, que durante la fisonomía t a n bella que no hubiera desento-
ocupación de España por las tropas francesas nado colocada sobre el cuerpo de cualquiera
vínose á vivir en Paris en la calle de San Lá- de ellas.
zaro. Ya sea por descuido ó por puro respeto —¿Qué haces aquí en domingo? preguntó á
á la inocencia de los pocos años, lord Dudley Enrique el marqués de Ronquerolles al pasar.
nunca avisó á sus hijos de los hermanos que —Estoy de caza, respondió el jóven.
por do quiera les iba dando. Este es uno de Este cambio de frases tuzóse entre dos mi-
los pequeños inconvenientes de la civiliza- radas significativas, y sin que Ronquerolles
ción, á la que en gracia á las grandes ven- ni Marsay diesen muestras de conocerse. Este
tajas que nos proporciona, hay que perdonar- último examinaba á los paseantes con esa mi-
la tales contrariedades. En una palabra, lord rada rápida peculiar al parisiense que, en apa-
Dudley, vino en 1816 á refugiarse en Paris á riencia, diríase que nada ve ni nada oye; pero
fin de evitar las persecuciones de la justicia que todo lo observa y lo escucha. En aquel
inglesa, que en Oriente solamente proteje la momento, otro jóven acercóse á él, y enlazán-
mercancía. El lord viajero, cuando se encon- dole familiarmente del brazo, le dijo;
-—¿Cómo vá, mi querido Marsay? memoria algunas frases de moda, á conquistar
—Muy bien, le contestó éste, con esa afec- por su trato con el mundo parisiense la auto-
tuosa cortesanía que entre los jóvenes de P a - ridad necesaria para importar más tarde en
rís nada demuestra por el presente ni para el su provincia la afición al thé y los objetos de
porvenir. plata de forma á la inglesa y á tener el dere-
Era este nuevo personaje un aturdido re- cho de despreciar cuanto le rodease durante
cien llegado de provincias, al que los jóvenes el resto de sus dias.
á la moda de entonces estaban enseñando el La amistad, más ó ménos cordial de Mar-
a r t e de despilfarrar una herencia, pero al cual say, que le habia aceptado como un hábil es-
quedaba áun allá en su tierra un segundo bo- peculador recibe á un comisionista de con-
llo á manera de tienda ó establecimiento para fianza, era una posicion social para Pablo de
comer cuando volviese. Heredero que había pa- Manerville, que así se llamaba el jóven en
sado repentinamente de la exigua mesada de cuestión, y éste por su parte, teníase por
cien francos al completo de la fortuna pater- chico listo al explotar á su manera la amistad
na, y al cual si le faltaba el suficiente talento de aquel. Vivia de su reflejo, se guarecía bajo
para conocer que se burlaban de él, tenia lo su paraguas, calzábase con sus guantes y dorá-
muy bastante para saber conservar en último base con sus rayos. Al presentarse con E n r i -
evento la tercera parte de su fortuna. Habia que, ó para hablar con más' propiedad, al
venido á aprender en Paris, merced á algunos arrimarse á él parecía querer dar á entender:
billetes de mil francos, el valor exacto de los —Cuidado con ofender á estos tigres de Ben-
arneses de un caballo, el arte de no cuidar gala. Y áun á veces se atrevia á afirmar:—Si
con exceso de sus guantes, á hacer profundas yo le digo á Enrique tal ó cual cosa, es bas-
meditaciones sobre las prójimas y á saber t a n t e amigo mió para hacerla. Pero lo cierto
cuales eran las picardías más provechosas. es que nunca le pedia nada. Temíale, y
Cuidaba mucho de poder llegar á hablar en este temor aunque apenas perceptible, influía
términos técnicos de sus caballos y de su perro sobre las demás y era útil á Enrique,—Mar-
de los Pirineos, á reconocer por el traje, el say, decía Pablo, es todo un hombre que lle-
aire ó el calzado á qué especie pertenecía cada gará á donde se proponga, ya lo vereis. No
mujer, á estudiar el ecarié, á retener en la me extrañaría verle el mejor dia conseguir la
L A N I Ñ A DE LOS OJOS DE ORO. 17

cartera de ministro de Estado. No hay cosa —¡Hola! ¡hola!


que á él se resista.—-Además, hacia con Mar- —Cállate, ó no te cuento una palabra más;
say lo que el cabo Trim con su gorra, que era t e ríes con tanto estrépito que van á creer
su perpétua muletilla. que hemos almorzado fuerte. Es el caso que el
jueves último paseábame aquí por la terraza
-—Preguntadle á Marsay y vereis si es ver-
de los Fuldenses, sin pensar en cosa alguna
dad.—El otro dia cazamos juntos Marsay y
cuando al llegar á la veija de la calle de Cas-
yo, y aunque parezca mentira he saltado un
tiglione, ya para marcharme, doy de manos á
seto sin tocar con el caballo.—Marsay y yo
boca con una mujer ó por mejor decir con una
estuvimos en casa de unas buenas mozas, y
muchacha que si no me dió un abrazo fué más
yo, palabra de honor... etc., etc.
que por respetos del buen parecer, por uno de
De todo lo cual resulta que Pablo de M a - esos profundos asombros que paralizan brazos
nerville podia ser clasificado entre la grande, y piernas y descendiendo por la espina dorsal
ilustre y poderosa familia de los tontos con clavan los talones en el suelo. Con frecuencia
fortuna y que probablemente llegaría á ser he producido efectos parecidos, especie de mag-
eon el tiempo diputado, si bien por el momen- netismo animal que adquiere gran potencia
to no pasaba de ser un joven de sociedad al cuando las distancias respectivas se acor-
que su amigo MMrsay definía diciendo:—¿Con tan. Pero ni la estupefacción de la joven ni la
que quereis saber lo que es Pablo? pues, P a - jóven misma tenían nada de vulgares. Moral-
blo es... Pablo de Manerville. mente hablando su rostro parecía decir.—¡Có-
—Me admira el verte aquí en domingo. mo! ¿eres t ú , ideal mió, personificación de mis
—Digo lo mismo respecto á tí. pensamientos, de mis ensueños de todos los
- - H a b r á alguna intriga de por medio. dias y de todas las noches? ¿cómo estás aquí?
—¿Una intriga? ¿por qué te encuentro esta mañana? ¿por qué
—¡Yaya! no ayer? tómame, t u y a soy etc., etc.!—Va-
—Pues, bien, esto t e lo puedo contar sin mos, me dije, una más y entonces la exami-
comprometer por ello á la interesada. Al cabo né. ¡Ah! querido amigo, físicamente hablando
una mujer que viene los domingos á las Tulle- era la mujer más adorable que he visto. P e r t e -
rías, no es persona de mucha importancia, nece á esa variedad de la especie femenina que
aristocráticamente hablando.
impresión de los besos que reciben, cutis de
los romanos llamaban fulva, flava, mujer de
t i n t e árabe ante el cual un hombre se calienta
fuego. Y sobre todo lo que más me chocó f u e -
como al sol; más por mi fé que t e se parece...
ron dos ojos amarillos como los 'de los tigres,
de u n amarillo de oro que brilla, de oro que —¡Pues la adulas!
vive, de ovo que piensa, de oro que ama y de- |—Y luego un talle de lineas ondulantes se-
sea ser nuestro. mejante á una ligera corbeta pronta á arrojar-
se sobre un barco mercante con impetuosidad
—Pues no conocemos otra cosa, exclamó
francesa y á morderle y echarle á pique en dos
Pablo. Suele venir por aquí algunas veces, es
acometidas. ¡Y á mí qué me importa la que
la niña de los ojos de oro. Así la llamamos. Es
no he visto! repuso Marsay. Ello es que desde
una joven Como de veintidós años á quien he-
que estudio las mujeres, mi desconocida es la
mos visto aquí mucho en tiempo de los Borbo-
única c u j o seno virginal unido á formas a r -
nes, pero acompañada de una mujer que vale
dientes y voluptuosas ha realizado la mujer
cien mil veces más que ella.
de mis easiieños. Es el original de esa deliran-
—Calla, Pablo. Es imposible que exista mu-
t e pintura conocida por la mujer acariciando
jer ninguna que pueda sobrepujar en hermosu-
á su quimera, la más ardiente y más infernal
ra á esta muchacha que parece una gata dis-
inspiración del génio de la antigüedad; santa
puesta ,á venir á frotarse mimosamente en
poesía prostituida por los que la han copiado
nuestras piernas. Es una niña blanca, de cabe-
en frescos y mosáicos y por una porcion de
llos de un rubio ceniciento, delicada en apa-
gentes vulgares que solamente ven en este ca-
riencia, pero que debe tener un sedoso vello
mafeo un dije que cuelgan de la cadena de su
blanco en la tercera falange de sus dedos y
reloj, cuando e3 la mujer toda entera, abismo
blanco vello también, solamente perceptible
de placeres por el cual rodamos sin encontrar
con la clara luz del sol que desde las orejas l a
el fin, la mujer ideal que se encuentra á veces
desciende por el cuello.
realizada en España y en Italia y casi nunca
—¡Ah! pues la otra, querido Marsay tiene en Francia. Pues bien, yo he encontrado en
unos ojo3 negros que jamás han llorado, negras esa niña de los ojos de oro á la mujer acarician-
cejas que se unen dándola un aspecto de ener- do su quimera. La volví á ver el viernes. Pre-
gía desmentido por el contorno de sus lábios, sumí que la volvería á ver al otro dia y no me
lábios ardientes y frescos que no conservan la
engañé. Ayer la seguí sin que ella lo notara y
fui estudiando su manera de andar indolente dirección á la veija de la calle de Castiglione.
cual de mujer ociosa, pero en cuyos movi- Los dos amigos siguieron á la jó ven admi-
mientos se adivina la Voluptuosidad que duer- rando el magnífico contorno de su cuello so-
me. U n a vez se volvió y al verme me miró con bre el que asentaba la cabeza con una combi-
adoracion y de nuevo se estremeció como nación de líneas vigorosas, y en el que se en-
asombrada. Entonces reparé en la auténtica sortijaban algunos rizos de cabellos cortos. La
dueña, española que la guarda, semejante á niña de los ojos de oro tenia los piés pequeños,
una hiena vestida por un celoso con un traje bien sentados y de levantado empeine, piés
de mujer; una bruja pagada para vigilar á es- adorables, elegantemente calzados y que per-
t a celestial criatura... ¡ Oh! la tal dueña me mitía ver la falda un poco recogida; durante
ha hecho, además de énamorado, curioso. Hoy, este trayecto, ella se volvía á cada momento
en fin aquí me tienes esperando á esa mujer, para mirar á Enrique, y seguía contra su vo-
cuya quimera soy y con el deseo de verme en luntad á aquella vieja, de la cual debia ser á
situación análoga al monstruo de aquella pin- la vez la dueña y la esclava, sér á quien po-
t u r a al fresco. dría hacer matar á palos, pero no separar de
—Mírala, esclamó Pablo, todo el mundo se sí. Así á lo ménos parecía. Los dos amigos lle-
vuelve á contemplarla. garon á la verja, dos lacayos con librea baja-
La desconocida se estremeció, chispearon ron el estribo de una berlina elegante y con
sus ojos al ver á Enrique, luego los cerró y escudos de armas en la portezuela, y la niña
siguió su camino. de los ojos de oro montó la primera, colocóse
—¿Y dices que se fija en tí? dijo Pablo con en el costado desde donde debiera ser vista al
tono bromista. dar la vuelta el coche, sacó la mano por la
La dueña miró fijamente y con atención ventanilla é hizo señas con el pañuelo á des-
á los jóvenes. Cuando la desconocida y E n r i - pecho de la dueña, y burlándose del qué dirán
que se encontraron de nuevo, ella pasó rozan- de los curiosos, dando á entender públicamen-
do, y su mano estrechó la del joven, luego t e con su pañuelo á Enrique:—Seguidme.
volvió la cabeza y se sonreia; pero entonces —¿Has visto jamás hacer mejor señas con
la dueña la condujo con paso precipitado en el pañuelo? dijo Enrique á Pablo de Maner-
ville.
aés, y viendo venir al cartero de servicio de
Viendo luego un coche de plaza que acaba- la calle de San Lázaro, Lorenzo dándose aires
ba de dejar gente y se disponia á marcharse, de quien se le ha olvidado el nombre de la
hizo la señal al eocheropara que se detuviese, apersona á la que tiene que entregar un encar-
y le dijo: go, se dirigió á él. Engañado en un principio
—Seguid á esa berlina hasta ver en que por las apariencias le indicó que el hotel don-
calle y casase para. Diez francos. Adiós, Pa- de vivia la niña de los ojos de oro era propie-
blo. " dad del marques de San Real, grande de Es-
El coche de plaza se puso en seguimiento paña. Naturalmente el auvernés dijo que no
de la berlina que entró, por fin, en uno de los se trataba del marqués, añadiendo:
más bellos hoteles de la calle de San Lázaro. —Mi encargo es para la marquesa.
De Marsay, que no era un aturdido, se —Está ausente, replicó el cartero. Sus car-
guardó muy bien de obrar como cualquier tas se las envían á Lóndres,
obro en sa caso hubiera beeho, deteniéndose á —¿La marquesa no tiene una hija que...?
adquirir noticias sobre aquella joven que t a n —¡Ah! ¡ya! exclamó el cartero interrum-
por completo realizaba sus más brillantes en- piéndole, y mirándole atentamente, lo mismo
sueños, acordes con los expresados por la poe- eres t ú mozo de esquina que yo bailarín.
sía de Oriente sobre la mujer, y bastante Lorenzo enseñó algunas monedas de oro
diestro pava no comprometer aquella conquis- a l digno empleado que se echó á reir y sacan-
t a que se le presentaba, habia ordenado á su do una carta con sello de Lóndres le dijo:
cochero que siguiese toda la calle de San Lá-
—Este es el nombre de la paloma que bus-
zaro y le llevase á casa.
cas.
Al dia siguiente su ayuda de cámara lla- El sobre decia:
mado Lorenzo, mozo listo como un Frontín
del teatro antiguo, esperaba en las inmedia- A la señorita
ciones de la casa habitada por la desconocida, Doña Paquita Valclés
la distribución del correo. Para poder espiar
mejor é imitando lo que los polizontes suelen Galle de San Lázaro, hotel de San B¿al.
hacer cuando t r a t a n de disfrazarse bien, tomó PARÍS.

el aspecto y hasta la expresión de un auver-


La letra era menuda y fina como de mano francés; pero que examina á las gentes minu-
de mujer. ciosamente. Por si este primer guardian p u -
—Desdeñarías una botella de buen vino de diera dejarse engañar por un amante ó por un
Chablis acompañada de un filete con setas y ladrón, en la primera sala, cerrada con p u e r -
precedida de una docena de ostras? dijo Lo- t a vidriera, está un mayordomo rodeado de
renzo para conquistar la preciosa amistad del lacayos, viejo centinela, aúu más intratable
cartero. y uraño que el portero. A todo el que pasa de
—A las nueve y media concluyo el servi- la puerta el mayordomo le retiene en el pe-
cio. ¿Dónde? ristilo y le interroga como á un reo, como me
—-En la esquina de la calzada de Autin y de ha sucedido á mí, simple cartero, á quien to-
la calle nueva de Maturinos en el Pozo sin vi- mó, como decia riendo, por un emisferio dis-
no, repuso Lorenzo. frazado (emisario quiso decir). E n cuanto á
Guando aquella noche se encontraron de los criados no contéis con ellos, pues creo que
nuevo, el cartero habló así al ayuda de cá- son mudos, á lo ménos nadie en el barrio co-
mara. noce su metal de voz. Yo no sé cuánto les pa-
—Buen amigo, si vuestro amo está enamo- garán de salario por no hablar ni beber, ello
rado de esa muchacha, ¡famoso trabajo le es- es que son inabordables, sea por temor de que
pera! Me temo que no va á lograr verla. Diez los fusilen, ó por el de perder alguna prome-
años llevo de cartero, y ya podéis figuraros si tida enorme suma en caso de indiscreción. Y
habré visto sistemas varios de puertas; pero si el amor de vuestro amo á Paquita Vaidés
os aseguro, y desafío á cualquiera de mis com- le hace vencer todos estos obstáculos, no con-
pañeros á que me pruebe lo contrario, que no seguirá triunfar de doña Concha Marialva,
hay puerta más misteriosa que la de ese señor su dueña de compañía, que es capaz de metér-
de San Real. Nadie puede penetrar en el h o - sela en los bolsillos antes que separarse de su
tel sin yo no sé qué consigna, y como habréis lado. Diríase que á estas dos mujeres las han /V
observado está edificado entre un patio de en- cosido una á otra. ¿J
trada y un jardín para impedir toda comuni- —Todo lo que me contais, amigo cartero, & : _ ' J? 1
cación con las otras casas. El portero es un dijo Lorenzo, despues de saborear el vino, m e | ; : Jfj
viejo español que no habla una palabra de confirma las noticias que y a tengo, y que á f<¿? g"' / ~ Jf
rnia, creí que se burlaban de mí al decírmelas. go mujer y cuatro hijos. Si puedo ser útil en
La portera de enfrente me ha referido que algo, que no sea contra mi conciencia ni con-
dejan sueltos por el jardin unos perros ^ i y a t r a mi destino, ya sabéis que estoy á vuestra
comida se la colocan colgada de unos palos, de disposición.
modo que no les sea posible alcanzarla, con —Sois todo un hombre, le dijo Lorenzo,
objeto de que los tales animales crean que el estrechándole la mano y despidiéndose.
que entra va á quitarles su pitanza y le des- Cuando el ayuda de cámara le contó á E n -
trocen á bocados. Se me dirá que se les podría rique lo qae queda referido, dijo éste:
echar estrignina, mas parece que están adies- —Paquita Yaldés debe de ser la querida del
trados á no comer cosa alguna sino de mano marqués de San Real, el amigo íntimo de Fer-
del mayordomo. nando VII. Solamente un viejo español de
—Eso mismo me ha contado el portero del ochenta años, casi un cadáver, es capaz de to-
señor barón de Nncingen, cuyo jardin linda mar tantas precauciones.
con el del hotel de San Real, dijo el cartero. —Señor, le dijo Lorenzo, á ménos dé ir en
r—Ese es amigo de mi amo, replicó Loren- globo no hay medio de penetrar en esa casa.
zo. Por que habéis de saber, continuó, gui- —¡Qaé necio eses! ¿acasfe hay necesidad de
ñando un ojo al cartero, que mi amo es m u y entrar en ella para conseguir á Paquita,
atrevido, y si se le mete en la cabeza que la cuando Paquita puede salir?
ha ds dar un beso en la planta del pié á una —Pero, señor, ¿y la dueña?
emperatriz, teudria esta señora que consen- —Se la encerrará por unos dias.
tirlo. Tal vez tengáis ocasion de serle útil, lo Entonces nuestra es Paquita, dijo Loren-
que me alegraría, pues es muy generoso. ¿Po- zo, frotándose las manos.
dríamos contar con vos? Tunante, exclamó Enrique; si vuelves á
—Dianfcre, señor Lorenzo, mi nombre para hablar con tan poco respeto de una mujer á
lo que gusten mardar es Moinot; se escribe quien yo quiero te entrego á doña Concha.
aaí: M-o-i-n-o-t. Ven á vestirme que voy á salir.
—Está bien, dijo Lorenzo. Enrique se quedó un lato abismado en sus
—Yivo en la calle de Tres hermanas, n ú - risueñas ideas. En alabanza de las mujeres po-
mero 11, piso quinto, continuó aquel, y t e n - demos decir que se rendían á él cuantas bien
le llevarles hasta el abuso. Para los viejos se
le parecían, y decimos en alabanza, porque convierte en un vicio y su impotencia los
qué pensar sino de la mujer sin amante que se conduce á la exageración. Enrique era á la
hubiera resistido á un jóven dotado de belleza, vez viejo, hombre y joven. Para experimen-
que es el talento del cuerpo, y de talento que t a r las emociones de un verdadero amor h u -
es la belleza de la inteligencia y adornado biera necesitado como Lovelace una Clarisa
de fuerza moral y de fortuna que son las dos Harlowe, y á falta del reflejo mágico de esa
verdaderas potencias? Pero estos fáciles t r i u n - perla imposible de encontrar, sólo le queda-
fos le habían desencantado desde hacia cosa ban ya tal cual pasión aguijoneada por alguna
de dos años, y al sumergirse en la voluptuo- vanidad parisiense, y a alguna apuesta hecha
sidad, encontró más cieno que perlas, por lo consigo mismo de hacer llegar á una mujer
que habia llegado como algunos emperadores determinada á un marcado grado de corrup-
á desear cualquier obstáculo que vencer, u n a ción ó bien cualquier aveetura que estimula-
empresa que exigiese el empleo de sus inacti- se su curiosidad. La relación que le acababa
vas fuerzas físicas y morales. Si bien Paquita de hacer Lorenzo su ayuda de cámara, había
Yaldés le ofrecía reunidas maravillosamente venido á dar una gran importancia para él á
las perfecciones de que no habia gozado más la niña de los ojos de oro. Tratábase de reñir
que por separado, el atractivo de la pasión batalla con un secreto enemigo al parecer t a n
era para el casi nulo. Una constante saciedad peligroso como hábil, y para alcanzar la vic-
habia debilitado en su corazon el sentimiento toria, todas las fuerzas de Enrique no eran
del amor y á semejanza de los viejos y de las inútiles. Iba á representar esa éter na comedia
personas hastiadas, sólo le quedaban caprichos siempre nueva, cuyos personajes son un viejo,
extravagantes, gustos ruinosos y fantasías una joven y un amante. El marqués de San
que una vez realizadas no le dejaban impre- Real, Paquita y Marsay. Si Lorenzo podia
presion grata alguna en el corazon. Para los pasar por Fígaro, en cambio la dueña era i n -
jóvenes el amor es el más bello de los senti- corruptible, así, es, que la comedia de la r e a -
mientos, pues hace florecer en el alma la vida lidad tenia por azar un argumento más com-
y brotar bajo sus rayos las más -hermosas ins- plicado que el que j>udo nunca imaginar
piraciones,'y el gusto por todo lo grande; para un autor dramático. ¿Pero acaso el azar no
los hombres es una pasión cuya violencia sue-
es también un dramático de gran ingenio? —Como prueba grande del cariño que t e
—Habrá que apretar las clavijas, se dijo profeso, aunque eres un tonto de 'capirote,
Enrique. voy á revelarte mis máa ocultas y profundas
—Hola, dijo á esta sazón entrando Pablo ideas sobre el asunto, le contestó el jóven,
de Manerville, aquí me tienes, que vengo á mientras su ayuda -de cámara le frotaba los
almorzar contigo. piés con un cepillo suave empapado en jabón
—Sea en buen hora, contestó Enrique. No inglés.
llevarás á mal que me vista en presencia —Te doy por ello las más sinceras gracias,
tuya? repuso Pablo; y te aprecio como superior á mí
—¡Qué ocurrencia! que eres en todo.
—Vamos tomando tanto de los ingleses en —Has debido notar, si es que eres capaz de
estos tiempos, que no tendría nada de exfcra- notar los hechos morales, que á las mujeres les
ño que nos volviésemos hipócritas y pudi- gustan los fatuos,»continuó Marsay sin dig-
bundos como ellos. narse contestar á la galantería de Manerville.
Lorenzo á todo esto habia dispuesto para ¿Y sabes tú por qué es esto? Pues consiste en
su amo tantos chismes y objetos diversos y que los fatuos son los únicos hombres que
tantas cosas bonitas, que Pablo no pudo me- cuidan de su persona, y el cuidar de su per-
nos de decir: sona indica una atención en favor de otra.
—Presumo que vas á tener tarea para dos El hombre que no se pertenece á sí mismo es
horas. el que tiene más atractivos para la mujer,
—No, replicó Enrique, para dos y media. porque el amor es esencialmente egoísta. Al
—Bueno, mas y a que estamos solos, ha- hablar así no me refiero á ese exceso de com-
blando en confianza, ¿podrías explicarme por postura que rechazan ellas por de mal gusto.
qué un hombre de talento como tú, porque Recuerdas alguna mujer apasionada de un
t ú tienes talento, afecta una presunción que hombre súcio, aunque sea por otra parte de
no es natural en tí? ¿A qué fin pasar dos ho- gran mérito? Si acaso existe alguna debimos
ras y media en componerse, cuando bastaría contarla en el número de las mujeres antoja-
con tomar un baño de un cuarto de hora, pei- dizas, como sucede con las embarazadas, y su
narse en diez minutos y vestirse? capricho viene cual una de esas ideas descabe-
liadas que á cualquiera le vienen á veces á la siempre lo mismo, y solamente significarás
imaginación. Por el contrario, he visto á per- tontería, como M. de Lafayette, significa
sonas muy importantes recibir desaires sola- América; M. de Talleyrai?, diplomacia; M. de
mente por su incuria. Un fatuo que se ocupa Segur, cuento. Si cualquiera de éstos se saliese
de su persona, ciertamente que sólo se ocupa de su papel, lo que hiciesen, sea lo que fuese,
de bagatelas y cosas sin importancia. Ahora parecería cosa secundaria, que tan soberana-
bien, ¿qué es la mujer más que una bagatela mente injustos somos siempre en Francia, y
y una cosa sin importancia, á la que con cua- acasoM. de Talleirand fuera un gran banquero,
t r o palabras bonitas se la da entretenimiento Lafayete un tirano y Desaugiers un excelente
para cuatro horas? Por otra parte está segura empleado. El año que viene se nos ofrecerán
de que el fatuo solamente se ocupará de ella rendidas cuarenta mujeres, y al presente, tal
sin cuidarse para nada de esas grandes mere- vez no hay una que nos haga caso. Así pues,
trices que se llaman gloria, política, ambición amigo Pablo, ten entendido que la fatuidad
ó arte, y que son sus más temibles rivales. es un signo del incontrastable poder adquiri-
Añade que los fatuos tienen el valor de cu- do sobre la multitud femenina; que todo hom-
brirse de ridículo con tal de agradar á una bre amado por muchas mujeres adquiere fama
mujer, y los corazones de las hembras están de estar dotado de cualidades superiores, y
llenos de recompensas para el que arrostra el que todas van entónces á ver cual es la que
ridículo por amar. E n fin, un fátuo no es fa- He le lleva. Y por último, no tengas por
tuo, sino porque debe serlo, y las mujeres son cosa baladí eso de tener el derecho de en-
las que nos clasifican de tales. El es el jefe de t r a r en un salón, mirar á todo el mundo des-
ese batallón del amor que forman las mujeres, deñosamente y despreciar al hombre más im-
y en París, donde todo se sabe, un hombre no portante, si ostenta un chaleco de forma atra-
puede volverse fátuo de buenas á primeras. sada. Ten cuidado, Lorenzo, que me haces
Tu que no tienes más que una querida, en lo daño. Con que despues de almorzar Pablo ire-
cual quizás hagas bien, trata de convertirte mos á las Tu Herías á ver á la niña de loa ojos
en fátuo. y verás como no pasas de ridículo, de oro.
trasformándote en un anacronismo con dos Tras un excelente almuerzo, ambos jóve-
piés, en uno de esos hombres condenados á ser nes fuéronse á pasear por la terraza de los
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Fuldenses y la avenida de las Tullerías, sin adelantó rápidamente y Marsay sintió que le
encontrar por parte alguna á Paquita Valdés, apretó la mano de un modo á la vez t a n rápi-
á causa de la cual andaban por allí más de do y tan significativamente apasionado, que
cincuenta mancebos elegantes, perfumados, experimentó una sensación cual si le hubiera
apuestos y presumidos, paseando, hablando, tocado una chispa eléctrica, é instantánea-
riendo y dándose á todos los demonios. mente brotaron en su corazon todas las emo-
—Tiempo perdido, dijo Enrique. Pero me ciones juveniles. Cuando ámbos amantes se
ocurre una idea excelente. Esta muchacha re- miraron. Paquita pareció avergonzarse, bajó
cibe cartas de Lóndres; pues es preciso sobor- los ojos por no encontrarse con los de Enri-
nar ó emborrachar al cartero, apoderarse y que, pero sus miradas se fijaron en los piés y
abrir una de esas cartas, naturalmente leerla, en el talle de aquel, como decían las mujeres
é incluir en ella un billete de amor, volverla antes de la revolución, su conquistador.
á cerrar y enviársela de nuevo. El viejo tira- —Decididamente, esta muchacha será mi
no, crudel tiranno, debe saber indudablemen- querida, se dijo Enrique.
te quien escribe dichas cartas de Lóndres y Siguióla hasta el final de la terraza por el
no desconfia. lado de la plaza de Luis XY, y vió por allí
Al siguiente dia volvió Marsay á pasear al anciano marqués de San Real que se pasea-
por la terraza de los Fuldenses, y halló á Pa- ba apoyado en el brazo de un criado caminan-
quita, la que le pareció aún más hermosa, do con toda la parsimonia de un gotoso. Do-
apasionado como empezaba á estar, enloque- ña .Qoncha, que desconfiaba de Enrique, colo-
ciéndole aquellos ojos cuyos rayos, semejantes có á Paquita entre ella y el viejo.
á los del sol, eran como destellos de aquel —¡Oh! tú, dijo para sus adentros Marsay ,
ardiente y perfecto cuerpo todo voluptuosi- lanzando á la dueña una mirada de desprecio,
dad. Marsay quería pasar rozando con el t r a - si no es posible hacerte capitular, el ópio t e
je de la joven cuando se encontraban, pero hará dormir. De algo han de servir la mitolo-
sus tentativas eran siempre vanas. Una vez gía y la fábula de Argos.
se adelantó á Paquita y la dueña para encon- Antes de subir al coche, la niña de los
trarse con la niña de los ojos de oro al dar ojos de oro cambió con su amante algunas mi-
la vuelta. Paquita no ménos impaciente se radas, cuya expresión no dejaba lugar á duda
y que acabaron de trastornar á éste; pero la
dueña sorprendió una de ellas y dijo viva- Si estáis vigilada, si no teneis papel ni plu-
mente algunas palabras á Paquita, que se lan- mas, vuestro silencio me lo dará á entender.
zó al interior de la berlina con aire desespe- En este supuesto, si mañana entre ocho de la
rado. Durante algunos dias no volvió ésta á mañana y diez de la noche no habéis arrojado
las Tullerías, y Lorenzo, que por órden de su una carta por cima de la tapia del jardín del
amo espiaba en los alrededores del hotel, sUpo barón de Nucingen, donde la esperará un
por los vecinos que ni las dos mujeres ni el hombre de mi confianza, pasado mañana á las
marqués habian vuelto á salir desde el dia en diez de la misma, recibiréis por el mismo sitio
que la dueña sorprendió las miradas entre la y atados á una cuerda dos fraseos. Paseaos
jóven confiada á su cuidado y Enrique. A.quel por aquel sitio á esa hora. Uno de los frascos,
hilo débil que á ambos amantes unia, estaba el liso, contendrá ópio; con seis gotas podréis
hacer dormir á vuestra Argos, el o tro, el t a -
roto.
llado, tinta. Serán pequeños para que los po-
Pocos dias despttes, y sin que podamos de-
dáis ocultar en el pecho. Esto que hago os
cir por qué medios se lo procuró, Marsay te-
probará si os amo. Creedme, por una hora con
<nia en su poder un sallo y lacre exactamente
vos daria mi vida."
iguales á los que cerraban las cartas que en-
viaban de Londres á la señorita de Valdés, —¡Y todas estas cosas se las creen las po-
papel igual al de que se servía aquel corres- bres! decia para sí Marsay, y hacen bien- Si
ponsal, y todos los utensilios necesarios para así no fuera, ¿qué pensaríamos de la mujer que
imitar los sellos de correos ingleses y france- no se dejase convencer por una carta de amor
ses, y dándole exteriormente todo el aspecto acompañada de pruebas t a n concluyentes?
de una de las cartas de Lóndres, escribió la La anterior carta fué entregada el dia si-
siguiente misiva: guiente á las ocho de la mañana por el cartero,
.•Paquita querida; inútil es que os pinte señor Moinot, al portero del hotel de San
la pasión que me inspiráis. Si participáis de Real.
ella, sabed los medios por los que podemos co- Con el fin de estar más cerca del campo de
municarnos. Me llamo Adolfo de Gonges, vi- batalla, Marsay se fué á almozar con Pablo
vo en la calle de la Universidad, número 54. que vivia en la calle de Pepinier. Serian las
dos de la tarde y ámbos amigos hacían risue-
ños comentarios sobre la decepción de -cierto raido, un chaleco recosido, un alfiler de simi-
joven que sin medios para ello habíase querido' lor, los zapatos súcios y las cintas de ellos
lanzar á la vida elegante, y preludiaban el fin manchadas de barro. ¿Quién al verle no hubie-
que tendría, cuando el lacayo de Enrique'se ra comprendido que era un sér desgraciado en
presentó á ellos conduciendo á un misterioso el pasado y en el presente? Un parisiense, so-
personaje que parecía deseaba hablarle. Era bre todo, le hubiera calificado así, porque el
un mulato que hubiese podido servir de mo- hombre desgraciado de París es el desgraciado
delo á Taima para hacer el Otelo. Jamás cara completo, á causa de que su mismo caráter jo-
africana expresó mejor toda la grandeza de la vial le hace ver con más claridad toda la ex-
venganza, la rapidez de la sospecha, la pron- tensión de su miseria. El mulato parecía un
t a ejecución del pensamiento, la energía del verdugo de Luis XI llevando á un hombre á
moro y su irreflexión infantil. Los ojos ne- ahorcar.
gros tenían la fijeza de los de un ave de rapi- •—¿A qué vienen aquí este par de picaros?
ña y estaban cual los del cuervo, rodeados de dijo Enrique.
una membrana azulada desprovista dé pesta- —¡Diantre! uno de ellos espanta, añadió
ñas. La frente estrecha y deprimida tenia al- Pablo.
go de amenazador. Aquel hombre estaba evi- —Yeamos, t ú que pareces el más civilizado
dentemente bajo el peso de una sola idea. Sus de los dos, ¿quién eres? dijo Enrique*dirigién-
nerviosos brazos los empleaba en sujetar á dose al que tenia aspecto de desgraciado.
otro hombre que en todos los idiomas desde El mulato, á todo esto, permanecía con los
el groelandés hasta el de nueva Inglaterra hu- ojos fijos en ambos jóvenes, con aire de no
biérase definido con esta frase: un desdichado. comprender una palabra, pero como quien tra-
Tras esta palabra todo el mundo podrá figu- ta de adivinar por los gestos y el¡movimiento
rarse, salvo loa detalles particulares á cada
de los lábios.
nación un rostro, pálido, contraído y rojo en
—Soy escribiente é intérprete, contestó el
las ¡partes prominentes y una boca entrea-
otro. Estoy en el Palacio de Justicia y me
bierta. Traia una corbata amarillenta y r e -
torcida, el cuello de la camisa súcio, un som- llamó Poincet.
brero viejo, un redingte verdoso, un pantalón —Está bien: ¿y este otro? continuó Enrique
señalando al mulato.
\

—Este no sé quién es. Habla solamente al intérprete. Entre tanto el mulato pronun-
español y me trae aquí para entenderse con ció algunas palabras.
vos. —¿Qué dice?
El mulato sacó del bolsillo la carta de En. —Me previene, contestó el hombre desgra-
rique á Paquita, se la entregó y éste la arrojó ciado, que si cometo la más ligera indiscreción
al fuego diciendo: que me extrangula. Y la verdad es, que me
—Yamos, esto comienza á aclararse. Pablo parece muy capaz de ello.
déjanos solos un momento. —Estoy seguro, repuso Enrique, de que lo
—Yo le he traducido esa carta, continuó el haria como lo dice.
intérprete cuando quedaron solos, despues —Añade, continuó el intérprete, que la
que se la traduje, se fué yo no sé donde y lue- persona que le envia, le encarga deciros que
go volvió á buscarme para traerme aquí ofre- por vos y por ella seáis muy prudente, pues
ciéndome dos luises. los puñales alzados sobre vuestras cabezas, se
—¿Qué tienes que decirme, Chino? pregun- hundirían en vuestros corazones sin que poder
tó Enrique. humano alguno consiguiese evitarlo.
—He suprimido la palabra chino, dijo el —¿Ha dicho eso? Pues tanto mejor; así será
intérprete, despues de repetir la anterior pre- la cosa más divertida. Pablo, dijo, llamando
gunta y mientras esperaba la contestación del á su amigo, ya puedes entrar. ^ ^
mulato. Dice, señor, continuó, que mañana á El mulato que no habia cesado de mirar & : . 5b
las diez y media de la noche esteis en el bou- un momento al amante de Paquita Valdés F? ¿„- ; - Jg
levard Montmartre, cerca del café. Que allí con atención extrema, se marchó seguido del e § gt
habrá un coche, en el que entrareis, diciendo intérprete. "ti' * f:
al que os abra la portezuela la palabra cortejo, —Héme aquí metido en una aventura m a ^ • ; • ¿
que quiere decir amante. Y el intérprete di- romántica; dijóle Enrique á Pablo. Despues Q
rigió, al decir esto, una mirada de felicitación tantas como he corrido he venido á encontrad- ¿j Jj
á Enrique. me en pleno París con una rodeada de circunsi-
—Está bien. tancias graves y peligros sérios. ¡Pero qué
El mulato iba á dar los dos luises, pero animosas torna el peligro á las mujeres! Cir-
Marsay se opuso y recompensó por su cuenta cundarlas de obstáculos, sujetarlas, es única-

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mente darlas derecho y fuerza para que salten ña á un hombre que le pareció el mulato, y
impacientes la valla ante la cual se hubieran éste en cuanto la oyó abrió con presteza la
detenido años enteros. Sáltala, pues, divina portezuela y bajó el estribo. Con tal rapidez
criatura, ¿mas quién piensa en morir, pobre llevaron á Enrique y de tal manera le ocupa-
niña? Los puñales solamente existen en la ban sus pensamientos que ni hizo alto en las
imaginación de las mujeres, que todas tienen calles que cruzaban ni donde el coche paró. El
la manía de querer rodear de importancia á mulato le introdujo en una casa, cuya escale-
estas aventurillas. Pues, señor, lo pensaremos ra arrancaba desde el portal y estaba oscura
Paquita, lo pensaremos, hija mia, porque llé- lo mismo que el descansillo en el que el jóven
veme el diablo si desde que estoy seguro que tuvo que esperar mientras aquel habría la
esa hermosa muchacha, esa obra maestra de puerta de una habitación húmeda, nauseabun-
la naturaleza va á ser mia no ha perdido para da, sin luz, y cuyas habitaciones apenas alum-
mí esta aventura parte de su interés. bradas por la vela que su guia encendió en la
A pesar de estas frases vanales lo cierto es antesala, le parecieron desiertas y mal amue-
que en Enrique se habia despertado el jóven bladas como casa, cuyos dueños están ausen-
impetuoso, y para poder esperar hasta el dia tes. Creyó sentir la misma sensación que ha-
siguiente y dominar su impaciencia tuvo que bia experimentado leyendo una novela de
recurrir á aturdirse en los placeres. Jugó, Ana Radcliffe, en la cual el héroe atraviesa
comió, cenó con sus amigos, bebió como un salas frias, sombrías y desiertas de un edificio
cochero, tragó como un aleman y ganó diez ó triste y deshabitado.
doce m ü francos, salió de Rocher de Cancale á Por fin, el mulato abrió un salón. El esta-
las dos de la mañana, durmió como un niño, do de los viejos muebles y antiguas colgaduras
levantóse al otro dia fresco y sonrosado y vis- que le adornaban ¡dábanle cierto aspecto sos-
tióse para ir á las Tullerías con propósito de pechoso. Habia en él como una pretensión de
montar á caballo después de haber visto á elegancia y una variedad de objetos de mal
Paquita, para hacer apetito y comer bien y gusto, todos cubiertos de polvo y de grasa.
matar de este modo el tiempo. En un sillón forrado de terciopelo rojo de
A la hora prevenida Enrique se dirigió al TJtreeh, junto á la chimenea que humeaba, y
boulevard, encontró el coche, dió la contrase- en la que brillaban algunas áscuas medio en-
La involuntaria frialdad de la mujer con-
terradas entre cenizas, hallábase una vieja trasta con la ardiente pasión de que se confe-
bastante mal vestida y con la cabeza cubierta saba presa é influyendo necesariamente sobre
con uno de esos turbantes inventados por las el amante más fogoso, ciertas ideas que co-
inglesas de edad madura y que darían gran munmente flotan vagas, cual vapores en torno
golpe en China, país en que el bello ideal de del alma, parecen causar una enfermedad pa-
sus artistas, es la monstruosidad. El salón, la sajera. En ese ameno viaje que dos séres em-
v ieja, la chimenea medio apagada, todo hu- prenden al través del bello país del amor, estos
biera helado el amor, si Paquita no hubiera momentos son como unas landas que hay que
estado allí sentada en una butaca, voluptuo- atravesar, landas sin brumas, y a húmedas, y a
samente envuelta en una bata, lanzando libre- abrasadas, llenas de secas arenas, cortadas por
mente sus miradas de oro y de fuego, mos- pantanos, y al fin de las cuales se entra en los
trando su piececito y "moviéndose con gracia risueños y floridos verjeles, donde sobre la me-
extrema. nuda hierba tiene su asiento el amor, rodeado
de su cortejo de placeres. Con frecuencia el
Aquella primera entrevista fué como son
hombre de más talento se siente acometido de
todas las primeras entrevistas entre dos apa-
una sonrisa estúpida, que es para todo su úni-
sionados que han recorrido cierto espacio de
ca respuesta, y su imaginación está como ador-
camino en poco tiempo, que se desean ardien-
mecida bajo la fria compresión del deseo. No
temente y que se conocen poco. Es imposible
es extraño que quizás los séres igualmente be-
que no se empiece por encontrar ciertas dis-
llos, espirituales y apasionados comiencen por
cordancias en situación tan tirante, hasta el
hablar de generalidades sin sustancia, hasta
momento en que ambas almas se han puesto al
que la casualidad, una palabra, el temblor de
unísono. Si el hombre muestra excesivo ardor
una mirada, una chispa invisible que se comu-
y t r a t a de avanzar demasiado, ella, ó no es
nica, les conduce por una feliz transición al
mujer ó por grande que su amor sea, se mos-
florido sendero, por el que no se camina, sino
t r a r á asustada por haber llegado tan pronto á
que se rueda sin llegar al fondo. Tal estado
la situación final y verse obligada á ceder,
del alma está siempre en razón inversa de la
cosa que para muchas mujeres es como lanzar-
violencia de los sentimientos, y entre dos que
se á un abismo, en el fondo del cual las espera
lo desconocido.
se quieren poco, no sucede nada de esto. Los supersticiosos, si superstición puede llamarse
efectos de esta crisis podrian ser comparados á á esa primera impresión, que es, indudable-
los que produce el reflejo de un cielo sin nu- mente, como el vislumbre del resultado de
bes, que á la primera vista parece que la na- causas ocultas para otros ojos, pero percepti-
turaleza está cubierta con una gasa, el firma- bles para ellos.
mento azul semeja negro, y la .brillante; luz La española empleaba este momento de
tinieblas. E n Enrique y en la española habia estupor en entregarse al éxtasis de esa adora-
igual violencia, y esa ley de la estética, en ción que se apodera del ccrazon de una mujer
virtud de la cual dos fuerzas iguales y con- que ama de veras, y se encuentra en presen-
trarias se anulan, pudiera ser también una cia del ídolo que no esperaba llegar á ver. Sus
ley en el orden moral. Añádase á esto que ojos brillantes, eran todo alegría, todo felici-
momento t a n embarazoso veíase agravado con dad, y bajo la influencia de aquel encanto se
la presencia de aquella vieja momia, y el amor entregaba á la embriaguez de una felicidad,
es por naturaleza asustadizo, todo para él tie- largo tiempo soñada. Tan maravillosamente
ne un sentido, todo es un presagio feliz ó f u - bella se le aparecía así á Enrique, que toda
nesto. Aquella mujer decrépita estaba allí cual aquella fantasmagoría de harapos, de vejez,
un desenlace inmutable, semejante á esas hor- de usadas tapicerías rojas, deshilacliadas al-
ribles colas de pescado con que los simbólicos fombras verdes delante de los sofás, sucio pa-
génio3 de la Grecia terminaban las Quimeras vimento y lujo destrozado, desapareció ante
y Sirenas, t a n seductoras y provocativas de su vista, y el salón se ilumió, y sólo como al
la cintura arriba, cual' lo son las pasiones en través de una nube veia á la terrible harpía,
sus comienzos. Por más que Enrique fuera, muda é inmóvil, en un sillón rojo, con los
no un esprit fori, frase ya del mal gusto, amarillos ojos expresando los serviles senti-
sino un hombre de extraordinaria entereza, mientos que la desgracia inspira, ó que origi-
y todo lo grande que puede ser un hombre sin na la esclavitud, ese tiranc que embrutece con
creencias, el conjunto de todas aquellas cir- su despótico látigo. Aquellos ojos tenían el
cunstancias le dió miedo. Sucede también que frío resplandor de los de un tigre enjaulado,
los hombres más bravos suelen ser también que conociendo su impotencia, se ve obligado
los más impresionables, y por tanto los más á devorar sus instintos de destrucion.
—¿Quién es esa mujer? preguntó Enrique á —Luego, dijo quedando absorta como una
Paquita. víctima ante el hacha del verdugo y exá-
—Esta no respondió. Hizo señal de que no nime ante un temor que la despojaba de aque-
entendía el francés, y preguntó á Enrique si magnífica energía de que la naturaleza pare-
hablaba inglés. Marsay repitió en este idioma cía haberla dotado para aumentar la volup-
la pregunta. tuosidad y convertir en poemas sin fin los pla-
—Es la única mujer de quien puedo fiarme, ceres más groseros.—Luego, repitió, y sus mi-
á pesar de que ella me ha vendido, contestó radas quedaron clavadas como contemplando
tranquilamente Paquita. Mi querido Adolfo, algo lejano y amenazador,—no sé, dijo.
es mi madre, una esclava comprada en Geor- —Esta niña está loca, pensó Enrique, pre-
gia por su rara belleza, de la que hoy nada sa también de extrañas ideas.
queda ya. No entiende más que su lengua ma- Paquita le pareció precupada de algo que
terna. no era él, como mujer á la vez sojuzgada por
Entonces comprendió el joven la actitud los remordimientos y por la pasión, cual si en
de esta mujer, y su manifiesto deseo de adivi- su eorazon se alojase otro amor que y a olvida-
nar por los gestos lo que entre él y su hija ba, y a recordaba sucesivamente. Asaltado por
pasaba. Esta explicación le tranquilizó. mil contradictorios pensamientos, esta niña
—Paquita, la preguntó, ¿cuándo seremos se convirtió para él en un misterio, pero, ai
libres? contemplarla con la inteligente atención del
—Nunca, dijo ella con aire triste, y pode- hombre ansioso de emociones nuevas cual
mos contar con pocos dias. aquel rey de Oriente que exigíale inventa-
Bajó los ojos, miró su mano, y con la de- sen un placer, esa sed horrible que suele apo-
recha contó por los dedos de la izquierda, mos- derarse de las grandes almas,,Enrique recono-
trando á Enrique dos manos como éste nunca ció en Paquita la organización más rica que á
habia visto. la naturaleza formar plugo para el amor.
—Uno, dos, tres... Aquella máquina puesta en juego y dejando
Hasta doce. aparte el alma, hubiera espantado á otro cual-
—Sí, continuó, tenemos doce dias. quiera que á Marsay, pero éste estaba fasci-
—¿Y luego? nado por aquella prometida rica cosecha de
placeres, por aquella constante variedad en el que cubrian á esta como un manto, á la cara
goce, ensueño de todo hombre y que también de Enrique que observaba con estraña curio-
anhela toda mujer amante. Se encontraba en- sidad, pareciendo preguntarse por qué sortile-
loquecido por aquel infinito hecho palpable, y gio estaba allí aquel hombre, y porqué era t a n
trasportado á los más ardientes goces del sér bello.
humano. La admiración de Marsay convir- —Estas dos mujeres se están burlando de
tióse en secreta rabia y lanzó una mirada que mí, pensó Enrique.
pareció traspasar todos los velos, mirada que —En aquel momento Paquita levantó la
fué comprendida por la española cual si estu- cabeza, y le lanzó una de esas miradas que
viera acostumbrada á recibir otras seme- llegan hasta el alma abrasándola, y parecióle
jantes. t a n bella que hizo juramento el poseer aquel
—Sino hubieras de ser únicamente mia, tesoro de belleza.
te mataba, exclamó él. —Paquita, sé mia.
Al oir estas palabras Paquita se cubrió la —¿Quieres matarme? exclamó asustada, pal-
cara con las m a n o 3 y dijo ingénuamente: pitante, inquieta, pero atraída hácia él por
—¿Virgen santa, en poder de quién he una fuerza inesplicable.
caido? —¿Matarte yo? dijo él sonriendo.
Levantóse, fué hácia el sillón rojo, sumer- Paquita lanzó un grito de espanto y dijo
gió su cabeza entre los harapos que cubrian el una palabra á la vieja, la cual tomó con impe-
pecho de su madre y llovó. La vieja recibió á rio la mano de Enrique y la de su hija lascon-
su hija sin salir de su inmovilidad ni dar se- templó largo tiempo y las soltó luego movien,
ñales de conmoverse. Poseia en el más alto do la cabeza de un modo muy significativo.
grado esa gravedad de los pueblos salvajes, esa —Sé mia esta noche, ahora mismo, no me
impasibilidad de la estátua, sobre la cual res- abandones, lo quiero Paquita, me amas? pues
bala toda mirada. ¿Amaba ó no á su hija? n a - bien...
die lo sabe. Bajo aquella máscara cabian todos Y siguió pronunciando mil frases por el v" dS
los sentimientos humanos malos y buenos y estilo con la rapidez de un torrente que salta
aquel sér podia ser capaz de todo. Sus miradas entre peñascos, repitiendo siempre el mismo X?
á
pasaban lentas desde los cabellos de su hija sonido, aunque bajo mil diversas formas. ^ ^

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—Tiene la misma voz,—dijo Paquita me- que los caballos parecían furias del infierno.
lancólicamente y en tono t a n bajo que Mar- Aquella escena fué para Marsay una espe-
say no la oyó,—y el mismo ardor, añadió.— cie de sueño, pero sueño en el que todo se des-
Paes bien, sí, exclamó luego en voz alta, con vanecía dejando en el alma un sentimiento de
tanta pasión, que no hay idioma que pueda esa sobrehumana voluptuosidad, tras la cual
expresarlo. Sí, pero no esta noche. Hoy Adol- corre el hombre toda su vida. Unsolo beso ha-
fo ha dado poco ópio á la Concha, y si se des- bía bastado para ello. Y sin embargo ninguna
p i e r t a , estoy perdida. Todos en la casa me cita ha tenido lugar de un modo más casto,
creen dormida. Dentro de dos dias acude al en un lugar tan horrible en sus detalles y an-
mismo sitio y di la misma palabra al mismo te una divinidad t a n espantable, porque
hombre. Ese hombre, Cristian, es el marido aquella madre habia quedado en la imagina-
de la que fué mi nodriza, me adora y sería ción de Enrique como cierta cosa infernal,
capaz de sufrir los mayores tormentos sin pro- encorvada, cadavérica, viciosa y salvajemente
nunciar una palabra en contra mia. Adiós. Y feroz, no adivinada hasta ahora por la imagi-
diciendo esto, se abrazó á Enrique, ciñendole nación de ningún pintor ni poeta. Ninguna
como una serpiente con todo su cuerpo á la cita habia irritado más fuertemente sus sen-
vez, le atrajó la cabeza sobre la suya, le pre- tidos ni le habia revelado, más atrevidas vo-
sentó sus labios y le dió un besojtan vertigino- luptuosidades, ni habia hecho brotar el amor
so, que Marsay creyó que se abria la tierra, de sus cenizas para repartirse como una atmós-
y Paquita exclamó:—Vete!—con voz que de- fera en derredor suyo. Habia allí algo de mis-
mostraba que casi no era dueña de sí misma. terioso, de sombrío, de dulce, de tierno, de
¡Vete! —repitió, conduciéndole lentamente contrariado y de expansivo, una mezcla de
horrible y de celestial de infierno y de paraíso
hácia la puerta, pero sin desenlazarse de él.
que ponía á Marsay como embriagado. No fué
El mulato entonces, cuyos ojos fulguraron
y a el mismo á pesar de ser bastante fuerte pa-
al oir la voz de Paquita, tomó la luz de manos
ra no desvanecerse con las embriagueces del
de ésta, y condujo á Enrique hasta la calle.
placer.
Dejóla en el portal, abrió la puerta, hizo su-
bir á Enrique en el coche, y le volvió á llevar Viendo feliz su porvenir, se encontró más
al boulevard de los Italianos con tal rapidez, joven y más dúctil, y aquella noche soñó con
la niña de los ojos de oro cerno sueñan los jó- el boulevard. Como era forzudo pensó burlar-
venes apasionados apareciéndosele imágenes se del mulato, y así que el coche se puso en
monstruosas é indescriptibles fantasmagorías marcha á trote largo se apoderó de sus manos
llenas de luz, revelándole mundos invisibles, para sujetarle y poder conservar de este modo
pero de una manera incompleta, porque una sus facultades y saber por donde le conducía.
especie de velo cambiaba todas las condiciones Tentativa inútil. Los ojos del mulato cente-
ópticas. El día siguiente y el otro trascurrie- llearon en la sombra, lanzó algunos gritos
ron para él sin saber como, pero á la bora medio ahogados por el furor, se desenvolvió,
convenida hallábase en el boulevard esperan- cogió á Marsay con férrea mano, le clavó, por
do el coche que no tardó en llegar. decirlo así, sobre el suelo del carruaje, sacó
Acercóse á Enrique el mulato y le dijo esta un puñal triangular, y dió un silbido. El co-
frase en francés que parecía haber retenido en che paró. Enrique estaba sin armas, por lo
la memòria con gran trabajo. que declarándose vencido, tendió su cabeza
t—Si quereis venir, dice ella que es preciso hácia el pañuelo. Aquella muestra de sumisión
que consintáis en dejaros vendar los ojos. Y apaciguó á Cristian, que le vendó con un res-
Cristian mostraba un pañuelo de seda blanca. peto y un cuidado que demostraban una gran
—No, dijo Enrique, cuya arrogancia se su- veneración hácia la persona del bien ainado de
blevó. su ídolo, no sin haber antes guardado con des-
Y t r a t ó de montar, pero el mulato hizo confianza el puñal en el bolsillo del pecho y
una señal, y el coche echó á correr. abotonándose cuidadosamente.
—Sí, gritó Marsay furioso por perder aque- —Si me descuido, me mata este chino, pen-
lla felicidad con la cual contaba, comprendien- só Enrique.
do la imposibilidad de capitular con un escla- Púsose el coche de nuevo en movimiento.
vo que obedecía ciegamente como un verdugo, Para un jóven que conocía Paris t a n bien
y siendo inútil descargar su cólera sobre aquel como Enrique, quedábale el recurso para co-
instrumento pasivo. nocer el camino que le hacían seguir, de pres-
El mulato dió un silbido, y el coche vol- t a r atención ai número de arroyos sobre los
vió. Enrique montó precipitadamente, pues cuales pasaba el carruaje mientras continuaba
y a algunos curiosos comenzaban á pararse en vía recta por los boulevares, y de este modo
conociendo por qué calle lateral se dirigía, y a lante de Paquita, pero Paquita en todo el es-
del lado del Sena, ya del de Montmartre, adi- plendor de mujer amante.
vinar el nombre ó la situación de la calle en
, L a m i t a d d e l a habitación en q te se encon-
que su guia hiciese parar .
tró Enrique describía un semicírculo mientras
Pero la emocion violenta de la lucha, el
la parte opuesta era rectangular. En el centro
furor de su dignidad comprometida, los planes
de este lado habia una chimenea de mármol
de venganza que fraguaba, las suposiciones á
blanco con adornos de oro. Habíanle entrado
que le daba lugar aquellas exquisitas precau-
por una puerta lateral que cubría un rico por-
ciones tomadas por la joven para hacerle lle-
tier y daba frente á una ventana. El lado se-
gar hasta ella todo en fin le impidió prestar
micircular estaba ocupado por un verdadero
esa atención del ciego en que sOu necesarias la
diván turco, es decir un mullido colchon j u n t o
concentración de la inteligencia y la perspi-
al suelo, ancho «••orno un lecho y de cincuenta
cacia del recuerdo.
pies de curva forrado de cachemir blanco, con
El trayecto duró como mediahora, y cuan- botones negros y rojos en los ángulos délos
do el coche se detuvo no fué sobre el empe- ramitos que formaban su plegado, y el respal-
drado. El mulato y el cochero cogieron á En- do se elevaba- bastantes pulgadas por cima de
rique por bajo de los brazos, y colocándole so- montones de riquísimos y bordados cogines
bre una especie de angarillas le trasportaron Las paredes estaban forradas de tela encarna-
á través de un jardín, según comprendió por da sobre la que una muselina de Indias for-
el olor á las flores y á la vegetación que sin- maba canalones como una columna corintia
tió. El silencio era tan profundo que oia el alternativamente cuadrados y redondos y en-
ruido de las gotas de rocío desprendidas de las cuadrados de alto á abajo por bandas de color
hojas. Los dos hombres subieron una escalera, punzo con arabescos negros. Bajo la muselina
le condujeron al través de varias habitaciones el rojo aparecía rosa, color de los amores al
llevándole de las manos, y por fin le dejaron igual de los cortinajes de la ventana que eran
en un sitio perfumado y donde sus piés senta- de muselina d 5 las Indias con franjas rojas y
ban sobre una mullida alfombra. Una mano negras. Seis candelabros dorados con dos bu-
de mujer le hizo sentar sobre un diván, le jías cada uno estaban clavados á iguales dis-
desató el pañuelo, y Enrique se encontró de- tancias sobre la pared iluminando el diván
El techo, del cual pendía una araña dorada perfecta un concierto de colores al que el alma
mate era blanco y la cornisa dorada.
respondía con pensamientos de amor flotantes
La alfombra parecia un chai de Oriente y
é indecisos.
sus dibujos recordaban las poesías de la Persia
Allí en medio de una vaporosa atmósfera
donde habia sido tegida por manos de escla-
cargada de exquisitos perfumes, se le apareció
vos. Las telas de los muebles era de cachemi-
Paquita, con una túnica blanca, los pies des-
ra blanca con adornos negros y encarnados y
nudos y flores de azahar en los cabellos, arro-
el reló y los candelabros de mármol blanco y
dillada ante él y adorándole como al dios de
oro. La única mesa que habia tenia por tape-
aquel templo al cual se habia dignado venir.
t e un chai de cachemira, y en elegantes j a r -
Por más que Marsay estuviera acostumbrado
dineras habia rosas de todas especies y flores
á los esplendores del lujo parisiense quedóse
encarnadas y blancas. Todos los detalles por
sorprendido ante el espectáculo de aquella
fin pareeian haber sido objeto de una especial
concha semejante á la que á Venus sirvió de
atención y la riqueza desaparecía bajo la ele-
cuna. Sea efecto del contraste de las tinieblas
gante coquetería, la gracia y aquel tinte de
de donde salia y aquella luz que bañaba su al-
voluptuosidad, capaz de encender los sentidos
ma, sea por una rápida comparación entre
del ser más indiferente.
aquella escena y la de su primera entrevista
Los tornasoles, de las paredes cambiaban ello es que experimentó una de esas sensacio-
según la dirección de la mirada aparecien- nes delicadas que produce la verdadera poe-
do ya blancos ya rosa, acomodábanse con sía, y al ver en medio de aquel recinto que
los efectos de la luz que se cernía por los diá- parecia formado por la mágica vara de una
fanos pliegues de la muselina, produciendo hada, la obra maestra de la creación, aquella
nebulosas apariencias. El alma ama lo blanco, criatura de cutis coloreado ardientemente
el amor se recrea en el rojo y el oro halaga pero suave y ligeramente iluminado por los
las pasiones por poder realizar sus fantasías; reflejos rojos y por la efusión de cierta atmós-
así todo lo que en el hombre hay de vago y fera de amor que en ella resplandecía cual si
misterioso, todas esas afinidades inexplicables de su sér hubiesen brotado rayos de luz y co-
se encontraban halagadas en sus involunta- lores, toda su cólera, todos sus deseos de ven-
rias simpatías, y habia en aquella armonía ganza y toda su vanidad herida, cayeron en
—¿Y si yo me empeñase en saber quien rei-
tierra. Cual una águila que cae sobre su presa na aquí?
la cogió en brazos y la sentó en sus rodillas, Paquita le miró temblando.
sintiendo con indecible, embriaguez la volup- —Conozco que no soy yo, dijo él despren-
tuosa presión de aquella mujer hermosa, cu- diéndose de la joven que dejó caer hácia atrás
yas formas redondas y pronunciadas le envol- su cabeza, y donde yo estoy quiero ser solo.
vieron dulcemente. —¡Me da miedo! dijo la pobre esclava presa
—¡Oh! ¡Ven! Paquita, murmuró á su oido. del más profundo terror.
—Habla, habla sin temor, le dijo ella. Este —¿Por quién me has tomado? Responde.
apartado recinto ha sido construido para el Paquita se levantó humildemente con los
amor y ningún sonido sale fuera de él, pues ojos anegados en lágrimas y sacando de un
guarda avaro el acento y el eco de la voz ama- mueble de ébano un puñal se lo presentó á
da. Por fuertes que sean los gritos no serán Enrique con tan sumisa expresión que hubie-
oidos al otro lado de sus muros y se podria ra enternecido á un tigre, diciéndole al mismo
asesinar aquí á cualquiera, siendo t a n vanos tiempo.
sus lamentos cual si estuviera en mitad del —Dame unos momentos de felicidad como
desierto. esos que dan los hombres y luego cuando esté
—¿Quién es el sér que tan bien ha com- dormida mátame, porque me es imposible con-
prendido los celos? testarte. No soy más que un pobre animal
No me preguntes nunca sobre esto, repli- sujeto á su cadena y aún estoy asombrada de
có ella, quitando con hechicera gracia la cor- haber logrado tender e3te puente sobre el
bata del joven, como para verle bien el cue- abismo que nos separa. Embriágame y máta-
llo.—Este es el cuello que yo tanto adoro, me luego. ¡Oh! no, no; exclamó juntándo las
dijo: ¿Quieres hacer una cosa que yo te diga? manos, no me mates! ¡Yo amo la vida! La v i -
Aquella pregunta hecha con una inflexión da es para mí t a n bella! Si es verdad que soy
de voz casi lasciva sacó á Marsay del aturdi- esclava, aquí dentro soy reina. Yo pudiera en-
miento que le habia causado la despótica res- gañarte con mis palabras, decir que no amo á
puesta por la que Paquita le habia prohibido nadie más que á tí, probártelo y aprovechar-
toda pregunta sobre el sér desconocido que me de mi momentáneo imperio para decirte;
cual una sombra se interponía entre ambos.
Tómame cual aspirarías el perfume de una Todo lo que t ú quieras, y aún lo que t ú
flor al pasar por el jardín de un rey y despues no quieras, la contestó riendo Enrique, que
de haber desplegado la pérfida elocuencia de volvió á encontrar eu fútil ligereza al resol-
la mujer y las alas del placer, despues de ha- verse á abandonarse por completo en brazosde
ber apagado mi ardiente sed, hacerte arrojar aquella aventura sin mirar á atrás ni á ade-
á un pozo donde nadie encontraría tus restos lante. Contaba quizás además con su práctica
porque ha sido construido de propósito para de hombre de mundo para dominar al cabo de
satisfacer la venganza sin dejar huellas para algunas horas á aquella niña j arrancarla t o -
la justicia, pozo lleno de cal viva que se en- dos sus secretos.
cendería para consumirle sin dejar una partí- —Pues bien, dijo ella, déjame vestirte á mi
cula de que fué t u sér, y quedaría solamente capricho.
t u recuerdo en mi eorazon. —Had conmigo lo que gustes, dijo Enri-
Enrique miró á la joven sin temblar y que.
aquella mirada serena le colmó de satisfac- Paquita muy gozosa sacó de un cajón un
ción. vestido de mujer de terciopelo rojo con el que
—No, no lo haré nunca. No has caido en vistió á Marsay, púsole en la cabeza un som-
en lazo sino en el eorazon de una mujer que te brerillo y rodeó á sus hombros un chai. Mien-
adora. Quien será arrojada al pozo seré yo! tras ejecutaba esto con una inocencia infantil
—Todo cuanto estás diciendo me parece ex- se reía convulsivamente y parecía un pajarillo
traordinariamente gracioso, dijo Marsay exa- revoloteando, sin cuidar de cosa alguna.
minándola, pero en fin, t ú me pareces buena y Imposible es pintar las inauditas delicias
de una naturaleza excepcional, eres para que experimentaron aquellas dos hermosas
mi, te lo juro, un enigma viviente. criaturas, creadas por el cielo en uno de sus
Paquita sin comprender nada de esto le momentos de alegría; pero, siquiera sea meta-
miró dulcemente con sus grandes ojos impreg- físicamente, es forzoso traducir las impresio-
nados de amor. nes extraordinarias y casi fantásticas del jó-
—Mira, amor mió, le dijo volviendo á su ven. Todos los que se hayan encontrado en la
primera idea, ¿querrás hacer una cosa que yo posicion oocial de Marsay y lleven su mismo
t e diga? género de vida, conocen en seguida la inocen-
cia de una mujer. Pues, cosa extraña, ¡la niña aunque para lograr esta dicha necesite matar
de los ojos de oro era pura, pero no inocente! á cuantos me guardan. Hasta mañana.
Aquella extraña mezcla de misterio y reali-
Y le estrechó entre sus brazos, diciendo es-
dad, de sombra y de luz, de horrible y de her-
tas palabras con muestras de un terror mor-
moso, de placer y de peligro, de paraíso y de
tal. Enseguida tocó un resorte que debia cor-
infierno que habia encontrado hasta allí en
responder á una campanilla y suplicó á Mar-
aquella aventura, se continuaba en el sér ca-
say que se dejara vendar los ojo3.
prichoso y extraño que Marsay tenía entre
sus brazos. Cuanto es dado á la más refinada —¿Y si yo no quisiera irme de aquí?
voluptuosidad, cuanto godia conocer Enrique —Causarías más pronto mi muerte, contes-
de esa poesía de los sentidos, á que se dá el tó ella De todos modos, estoy segura de mo-
nombre de amor, fué sobrepujado por los t e - rir pór causa tuya.
soros de pasión que desplegó aquella niña, sin' Enrique la dejó obrar.
faltar á nada de cuanto prometían, sus ojos in- Encontrábase en la situación del hombre
citantes. Fué aquel un poema oriental, en que que hastiado de placer, se inclina á olvidar ,
brillaron los rayo» de ese sol con que Saadi- siente como una propensión á la ingratitud,
Hafiz ilumina sus encantadoras estrofas, so- un deseo de libertad, unas ganas de pasear y
lamente que ni el ritmo de Caadi, ni el de ciertos asomos de desprecio y aún de antipa-
Píndaro son bastantes á expresar el éxtasis, tía hácia su ídolo. Brotaban en él unos inex-
lleno de compasión y estupor, de que fué pre- plicables sentimientos que le hacían innoble é
sa la hermosa niña, cuando cesó el error en infame. Hallábase en una palabra bajo el im-
que la habia hasta allí tenido sumida una perio de ese sentimiento confuso que el ver-
mano de hierro. dadero amor desconoce.
Comunmente necesitaba todo el persua-
—¡Soy perdida, dijo, soy perdida! Adolfo, sivo convencimiento de las comparaciones
llévame contigo al fin del mundo, á alguna y el irresistible atractivo de los recuerdos pa-
isla desierta é ignorada. Que nuestra fuga no ra sentirse en algo ligado á una mujer. Ejer-
deje huellas. Nos perseguirían hasta el mismo ciendo su dominio el verdadero amor sobre la
infierno. ¡Dios mió! ya amanece. Sálvate. ¿No memoria, la mujer cuya imágen no han gra-
t e volveré áver ? Sí, mañana, yo quiero verte vado en el alma ni el exceso del placer la
fuerza del sentimiento, jamás será verdadera- del Asia por su madre, de la Europa por su
mente amada. Paquita respecto á Enrique ha- educación y de los trópicos por su nacimiento
bia hecho impresión en él por ambos motivos le pareció una de tantas farsas como las mu-
pero en aquel momento, fatigado por el pla- jeres inventan con el sólo fin de hacerse inte-
cer, esa deliciosa melancolía corporal, no resantes.
estaba en disposición de analizar su pro- —Esa muchacha es de la Habana, el país
más español del Nuevo Mundo, y la gusta más
pio eorazon, sintiendo aún en los lábios el
valerse del terror que hablarme de sufrimien-
sabor de los ardientes goces que acababa de
tos, de dificultades, de coquetería y de debe-
apurar.
res como hacen las parisienses. Por sus ojos
Al apuntar el alba hallóse en el boulevard
de oro que me estoy cayendo de sueño.
Mortmartre mirando con soñolientos ojos el
Viendo un coche de plaza parado en la es-
carruaje que se alejaba y sacando un cigarro lo
quina de Frascati, esperando á algún jugador
encendió en el farolillo de una buena mujer
que quisiera tomarle, despertó al cochero y se
que vendía café y aguardiente á los obreros,
hizo conducir á su casa, se acostó y durmió
los pilletes y los vendedores, á toda esa parte
con ese sueño de los calaveras, que por extra-
de la poblacion parisiense que madruga antes
ño azar, del que ningún coplero hasta ahora
que el dia, y con el cigarro en la boca y las
ha sacado partido, es tan profundo como el de
manos en los bolsillos del pantalón se puso en
la inocencia, sin duda por aquel proverbial
marcha con un aire de indiferencia que era
axioma de que los extremos se tocan.
casi bochornoso, diciendo:
—¡Qué bien sabe un cigarro! H é aquí una Al dia siguiente, á cosa de las doce, Mar-
cosa de la que el hombre no se cansa nunca. say estiró los brazos al despertarse y se sin-
Aquella Niño, de los ojos de oro que traía tió con esa hambre canina que acomete á los
alborotada por aquellos tiempos á toda la j u - soldados al dia siguiente de la victoria, te-
ventud parisiense de buen tono, casi ocupaba niendo, además, la satisfacción de encontrar-
lugar alguno en su memoria. se frente á frente de Pablo de Manerville,
Las ideas de muerte que habia expresado pues nada es más agradable en estos casos que
en medio de sus goces, nublando la frente de comer acompañado.
la gentil criatura que participaba de las huríes —Vaya, le dijo su amigo, que no creíamos
69
LA NIÑA DE LOS OJOS DE ORO-

que estabas enredado desde hace diez dias que t e matasen en toda regla, y si cualquiera
con la niña de los ojos de oro. que no fuese yo se atreviese á burlarse de tí
—¿La niña de los ojos oro1 ¿quién piensa en en ausencia t u y a tendría que habérselas con-
ella? tengo otras en qué ocuparme. migo. (Me parece que todas estas son pruebas
—Hazte el reservado. de amistad). Púas bien, cuando necesites usar
—Y, ¿por qué no? dijo riendo. de discreceion ten entendido que hay dos es-
¿Y por qué no? dijo riendo Marsay. Que- pecies -Je ello. La discreccion negativa que es
rido mió la discreccion es un hábil cálculo. Es- la de los tontos que emplean el silencio, el ai-
cucha... Pero no, no t e digo una palabra. Tú re misterioso y las puertas cerradas, yes com-
nunca me enseñas nada, y no tengo ganas de pletamente inútil, y la discreccion activa que
regalarte mis tesoros de política social. La vi- procede por afirmación. Así por ejemplo si es-
da no es otra cosa que un rio que sirve para t a tarde en el club dijese yo:—Puedo asegu-
comerciar y por lo más sagrado que hay en la rar que la niña de los ojos de oro no vale lo
tierra, que son los cigarros, que no estoy de que cuesta. Todo el mundo así que yo me
humor de meterme á profesor de economía so- marchase exclamaría: Habéis oido al fatuo de
cial en beneficio dé los tontos.. Almorcemos, Marsay que nos quiere hacer creer que ha
que me es más barato darte una tortilla al conquistado y a á la niña de lo i ojos de oro?
r o n q u e prodigar contigo mi talento. eso lo dice para alejar á los rivales que pudie-
ran salirle, y no está mal pensado para el
—Favor que haces á tus amigos.
caso.
—Querido amigo, dijo Enrique con ironía,
como, pudiera suceder te lo mismo que á cual- —Mas como por grande que sea la tontería
quier otro simple mortal necesitar ser discre- que digamos es seguro que siempre hay un
to, y yo te quiero mucho... Sí, palabra de necio dispuesto á creerlo, la mejor de las dis-
honor que te quiero y si por u n billete de mil creciones es la que suelen emplear las mujeres
francos t e has de saltar cualquier día la tapa hábiles cuando quieren cerrar los ojos á sus
de los susos, aquí lo encontrarás porque has maridos y consiste en comprometer á una mu-
de saber, Pablo, que todavía no he hipotecado jer que nos es indiferente, ó que no nos ama
mis bienes; si mañana fee batieses yo mediría aún, á fin de conservar el buen nombre de
las distancias y cargaría las pistolas para aquella, á la que. amamos lo bastante para res-
petarla, y es lo que yo llamo mujer pantalla la vida. ¿Y por ciei to, tienes t ú ambición?
Hola que está aquí Lorenzo. ¿Qué nos traes? ¿Quieres llegar á ser algo?
— Ostras de Ostende, señor. —Enrique, t ú te burlas de mí. ¿No sabes
—Algún dia llegarás á saber, mi buen Pa- que soy bastante mediano para lograr llegará
blo, todo lo divertido que es burlarse del mun- cualquier puesto?
do ocultándole el secreto de nuestras afeccio- —¡Bravo! Pablo. Si continúas burlándote
nes. Yo siento un placer inmenso en hallar- de t i mismo, pronto llegarás á mofarte de los
me fuera de la estúpida jurisdicción del vulgo demás.
délas gentes que ni saben lo que quieren, ni
Así que almorzaron, y mientras fumaban,
lo que las hacen querer, que toman el medio
Marsay comenzó á ver los acontecimientos de
por el resultado, qüe unas veces levantan un
la noche precedente, bajo un nuevo punto de
ídolo y otras le maldicen y y a elevan ya des-
vista. A semejanza de otros grandes talentos
t 'uyen. Si vieras qué felicidad se experimen-
u perspicacia no "Sra expontánea ni penetra-
ta al imponer emociones sin sentirlas, al do-
ba de un golpe en el fondo de las cosas, y co-
minar y nunca obedecer. Si por alguna cosa
mo todas las naturalezas dotadas de la facul-
es permitido tener vanidad, es por ese poder
tad de vivir mucho en poco tiempo, y de ex-
adquirido por nosotros mismos, y del que so-
traer de todo el jugo y devorarlo, su segunda
mos á la vez la causa y el efecto, el principio
vista necesitaba de un especial sueño prévio,
y el resultado. Pues ahora bien, ningún hom-
para identificarse con las causas. Así era el
bre sabe lo que yo amo ni lo que deseo. Qui-
cardenal Richelieu, lo que no excluía en él el
zás haya quien sepa lo que he amado y lo
dón de previsión necesario á la concepción de
que he deseado, como se sabe el argumento de
las grandes empresas. Marsay tenia iguales
un drama al caer el telón, pero dejar ver mi
condiciones; pero no empleaba semejantes ar-
juego?.. .eso sería una debilidad y una tontería.
mas sino en beneficio de sus placeres. Sola-
Nada, nada encuentro más despreciable que
mente llegó á ser uno de los hombres políti-
la fuerza burlada por la astucia. Y de esta
cos más profundos de estos tiempos, cuando
manera, burla burlando me voy haciendo al
estuvo saturado de esos placeres que por com-
papel de embajador si es que el ejercicio de la
pleto absorben á un joven, cuando tiene oro y
diplomacia es tan difícil como la práctica de
poder.
Tal es el medio de cjue el hombre se haga —¿Qué es eso? ¿qué te pasa? le preguntó
fuerte empezando por abusar de la mujer Pablo.
para que la mujer no abuse de él más tarde. —Nada.
Vino pues, Marsay á caer en la cuenta de —Si te preguntasen alguna vez si tenias
que habia sido juguete de la niña de los ojos algo contra mí, no quisiera que contestases un
de oro al abarcar en una sola ojeada toda la nada comó el que acabas de pronunciar, por-
precedente noche en la cual el placer habia que sería cosa de ir á batirnos al dia si-
comenzado cual riachuelo para luego conver- guiente.
tirse en un torrente. Entonces pudo leer cla- —Yo ya no me bato, dijo Marsay,
ramente aquella brillante página y adivinar —Eso me parece más trájico. Entónces,
su sentido oculto. La inocencia puramente fí- ¿asesinas?
siea de Paquita, su sorprosa mezclada de satis- —Confundes las palabras. Ejecuto.
faeciou, algunas palabras en el primer mo- —Amigo, le dijo Pablo, tus bromas tienen
mento oscuras y ahora claras, que se la esca- en esta mañana un color muy negro.
paron en la expansión de su alegría, todo en
—¿Qué quieres? el placer conduce á la fero-
fin le probó que habia estado haciendo sin sa-
cidad. Porqué, ni lo sé ni tengo curiosidad de
berlo el papel de otra persona. Como ninguna
saberlo. Estos cigarros son excelentes. Dame
corrupción social le era desconocida y tenia
té. ¿Sabes, Pablo, que estoy haciendo una v i -
para toda suerte de caprichos una profunda
da digna de un bruto? Ya es tiempo de dedi-
indiferencia, creyéndolas justificadas por el
carse á algo y de emplear uno sus facultades en
sólo hecho de poderse satisfacer, no le espan-
alguna cosa que merezca la pena de sobre-
taba el vicio y tratábale como á un amigo,
llevarla. La vida es una comedia muy ex-
pero se sintió humillado por el hecho de ha-
traña. Me espanta y causa risa á la vez la in-
berle servido de juguete y á salir ciertas sus
consecuencia de nuestro orden social. El Go-
sospechas, tal ultraje heríale en lo vivo. La
bierno, por un lado, corta la cabeza á cual-
sospecha sola le enfureció y lanzó el rugido de
quier pobre diablo que ha matado á un hom-
un tigre al que hubiese burlado una gacela, pe-
bre y concede títulos profesionales á personas
ro rugido de tigre en el que se juntaban la fuer-
que, medicalmente hablando, envían cada in-
za déla fiera y la inteligencia del demonio.
vierno unas cuantas personas jóvenes al otro
mundo. La moral carece de fuerza contra una la firme voluntad que los hombres fuertes tie-
docena de vicios que destruyen la sociedad, y nen de reconcentrarse, puso toda su atención
que no hay medio de castigar. ¿Quieres otra y su inteligencia en adivinar por qué calles
taza? Te digo la verdad, que el hombre me pa-' pasaba el coche, llegando á adquirir la casi
rece un bufón que baila encima de un precipi- certeza de ser conducido á la calle de San Lá-
cio. Se nos habla de la inmoralidad de ciertos zaro y de haber parado ante la puertecilla del
libros, mientras existe otro libro horrible, jardín del hotel de San Peal. Cuando como
repugnante, espantoso, corruptor, siempre la primera vez pasó esta puerta y fué coloca-
abierto, que no se cerrará nunca, el gran li- do sobre las angarillas porteadas indudable-
bro del mundo, sin contar ese otro libro mil mente por el mulato y el cochero, comprendió
veces más peligroso, compuesto de todo lo que oyendo crugir la arena bajo los piés de estos,
se dicen al oido los hombres y tras el abanico que tal precaución tenia por objeto evitar
las mujeres en cualquier noche de baile. que arrancando una rama de un arbusto
—Indudablemente que á tí te pasa algo ex- ó por la arena conservada en el calzado, si hu-
traordinario, Enrique. Se t e conoce ápesar de biera sido conducido por su pié hubiese podi-
t u discreccion activa. do averiguar algo; mientras que trasportado
Sí. Mira, es preciso que yo mate el tiem- por decirlo así en el aire por aquel hotel inac-
po hasta esta noche. Yámonos al juego. Quizás cesible, su aventura debía ser para él como
tenga la suerte de perder. hasta allí, un sueño. Pero como ciertos olores
Levantóse Marsay, tomó un puñado de bi- son más fuertes por la noche que durante el
lletes de banco que metió en la petaca, se vis- dia, Enrique sintió en todo lo largo del cami-
tió y en el coche de Pablo fuerónse al salón no del jardín el perfume de la vervena y esta
de los Extranjeros, donde hasta la hora de co- indicación debia servirle para conocer más
mer, consumió el tiempo en esas violentas al- adelante la parte del hotel donde estaba el ca-
ternativas del perder y el ganar que son el úl- marín de Paquita. Estudió asimismo las vuel-
timo recurso de las organizaciones fuertes tas y revueltas que sus conductores le hicie-
cuando se ven obligadas á funcionar en el va- ron dar por la casa y creyó poder recordarlas.
cío. Llegada la noche acudió á la cita, se dejó Como en otra ocasion, se encontró por fin
tranquilamente vendar los ojos y despues, con sentado en la otomana ante Paquita que le
quitaba el pañuelo de los ojos, pero halló á es- Enrique. No me pertenezco. U n juramento
ta pálida y cambiada. Habia llorado. De ro- me liga á la suerte de otras personas que de
dillas como un ángel en oracion, pero un á n - mí dependen como yo dependo de ellas. Pero
gel triste y profundamente melancólico, la po- en este mismo Paris puedo crearte un asilo á
bre niña no guardaba semejanza con la curio- donde ningún poder humano llegue.
sa, impaciente'y placentera criatura que habia —No, dijo ella, ignoras cuanto es el poder
tomado á Marsay sobre sus alas y trasportá- femenino.
dole al sétimo cielo de los enamorados. Habia Jamás frase alguna ha sido pronunciada
un sello tal de verdad en aquella desesperación por la voz humana con mayor expresión de
medio velada por el contento, que el terrible terror que la precedente.
Marsay sintió dentro de sí una admiración tal —¿Y quién podría llegar hasta t í si yo me
hácia aquella obra maestra de la naturaleza, interpongo entre tí y el mundo?
que ólvidó por un momento el objeto princi- —El veneno, contestó ella. Ya la Concha
pal de su cita. sospecha de tí y además, continuó dejando cor-
—¿Qué tienes Paquita mia? rer brillanteslágrimaspor susmejilla9, es muy
—Amor mió, contestó ella, llévame conti- fácil conocer que no soy ya la misma que era.
go esta misma noche á cualquier parte donde Mas despues de todo, ¿qué importa? si t ú me
nadie pueda decir al verme: Esta es Paquita; abandonas al furor del monstruo que ha de
añadiendo: Es una muchacha que tiene los devorarme, hágase t u voluntad. E n t r e tanto
ojos color de oro y largos los cabellos.—Y yo juntos- gozaremos de la felicidad de nuestro
te daré allí en cambio cuantas explicaciones amor. Cuando llegue el caso y a suplicaré,
quieras recibir de mí. Y luego cuando ya no lloraré, daré gritos, sabré defenderme; acaso
me ames me dejarás sin que yo me queje ni t e me salve.
diga una palabra, sin que mi abandono deba —¿Y áquién suplicarás? dijo él.
causarte remordimientos porque un dia pasa- —Callar, respondió Paquita, si obtengo
do j u n t o á tí, un solo dia durante el cual ha- gracia será probablemente á costa de mi si-
ya podido contemplarte, valdrá por toda mi lencio.
vida. Mas si me quedo aquí estoy perdida. —Dame mi abrigo, dijo insidiosamente
—Yo no puedo dejar á Paris, niña mia, dijo Enrique.
—No, no repuso ella vivamente. Permane- todo lo creado y sin poder gozar de la j u -
ce tal como estás, uno de esos ángeles que me ventud, pues aquí no conozco á más hombres
habían enseñado á odiar, y en los cuales sola- que al marqués, Cristian, el cochero y el la-
mente veia mónstruos mientras que sois lo cayo, viejos todos.
más bello que hay bajo el cielo. Y al decir es- —Pero tú no siempre estabas encerrada, t u
to acariciaba los cabellos de Enrique. Tú no salud exigía...
sabes qué idiota soy. Nada sé, desde los doce —¡Ah! si, repuso ella, paseábamos pero du-
. años vivo encerrada sin ver á nadie; no sé leer rante la noche por el campo y á orillas del Se-
ni escribir. Solamente hablo inglés y espa- na, lejos de las gentes.
ñol. —¿No te envanece el ser amada así?
—¿Entonces por qué recibes cartas de Lón- —No, dijo ella, nada. Aunque satisfechos
dres? todos los deseos, esta vida apartada es como
---¿Mis cartas? míralas, dijo ella sacando al- las tinieblas comparadas con la luz.
gunos papeles de un gran vaso del Japón. —¿A qué llamas t ú la luz?
Entregó á Marsay las cartas en las que el —A tí, mi bello Adolfo, á tí, por quien yo
joven vió con sorpresa extrañas figuras seme- daría la vida. Todas las frases apasionadas
jantes á geroglíficos, trazadas con sangre, y que rae han dicho y yo he inspirado, las sien-
que expresaban frases apasionadas. to ahora brotar en mi mente por tí.
Pero, dijo él contemplando aquellos dibu- En ciertos momentos yo no comprendía lo
jos obra de una mano hábil y celosa,—tú es- que era la existencia, pero ahora y a sé lo que
tás bajo el dominio de un génio infernal. es amar, yo que hasta ahora fui solamente
—Infernal, sí, repitió ella. amada pero sin amar nunca. Por t í lo dejaré
—¿Y cómo has logrado?... todo. Llévame contigo, tómame como un j u -
—¡Ah! ese es el origen de mi desgracia. He guete, mas no me apartes de tu lado hasta que
puesto á la Concha en la alternativa de una me destroces.
muerte inmediata ó de una gran cólera con el —¿No te pesará luego?
porvenir. Me sentí tentada del demonio de la —Jamás, dijo ella, dejando leer en sus ojos ¿ p
curiosidad, quise romper este círculo de hier- cuyo dorado brillo permaneció puro y trasp%$> V " '
ro en que me han encerrado, aislándome de rente. l&f'V^ y
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—¿Será á mí á quién ame? se dijo Enrique tras el cual corren tantos cazadores de fan-
que si bien entreveía la verdad, se encontra- tasmas, que los sábios creen entreveer en la
b a dispuesto á perdonar la ofensa en gracia á ciencia y los místicos hallan en Dios. La espe-
aquel amor tan ingénuo.^—Yo lo averiguaré, ranza de llegar á encontrar por fin el sér ideal
pensó. con el cual podia la lucha ser constante y sin
Aún cuando Paquita no le debía cuenta fatiga, entusiasmó á Marsay, quien por p r i -
ninguna de su pasado, la más pequeña sospe- mera vez tras largo tiempo abrió su eorazon,
cha era á sus ojos un crimen. Tuvo la triste cesó en él la excitación nerviosa, y su frialdad
fuerza de voluntad, de guardar oculto su pen- desapareció en la atmósfera de aquella alma
samiento y de estudiar y juzgar á su amada ardiente, huyeron sus doctrinas cínicas, la
al mismo tiempo que se entregaba á todos los felicidad coloreó su existencia de blanco y ro-
inmensos goc¡s que jamás hurí bajada de los sa, como el camarín en que se hallaba, é im-
cielos ha sabido procurar á su bien amado. pulsado por aquella suprema dicha, traspasó
Paquita parecía haber sido creada para el los límites en que hasta entonces habia encer-
amor con singular esmero por la naturaleza. rado sus pasiones. No quiso ser aventajado
Desde la noche precedente, su génio de mujer por aquella mujer, á la que un amor, en cier-
había hecho rápidos progresos, y por grande, to modo artificial, habia formado préviamen-
que en el joven fuera la energía, el hastío y la t e para hacerla lo que su alma buscaba, y su
saciedad de la moche pasada, en la niña de los vanidad de hombre le llevó á querer dominar
ojos de oro encontró ese serrallo que la mujer su pasión á aquella niña; pero lanzado más
enamorada sabe crear, y al que no hay hom- allá de la línea ante la cual el alma es dueña
bre alguno que renuncie. Paquita llenaba el d e sí misma, perdióse en esos limbos delicio-
objeto de esa pasión que todos los hombres sos, á los que el vulgo llama espacios imagina-
verdaderamente grandes sienten hácia lo infi- rios. Fué tierno, bueno y comunicativo, vol-
nito, pasión misteriosa, tan dramáticamente viendo á Paquita casi loca.
expresada en Fausto, tan poéticamente t r a - —¿Por qué no nos habíamos de ir á Sorren-
ducida en Manfredo, y que á D. Juan llevaba to, á Niza ó á Chía vari y pasar allí así toda
á destrozar el eorazon de las mujeres, espe- nuestra vida? ¿Quieres? la decia con acento pe-
rando encontrar en alguno el ideal sin límites netrante.
—Necesitas decirme:—¿Quieres? le contestó —Pero no es mió.
ella. ¿Tengo yo voluntad? Si existo fuera de t í —¿Y eso qué importa? Si nos hace falta, lo
es tan sólo por ser para tí un placer. Mira, tomamos.
si quieres liallar un retiro digno de nosotro's —Es que no t e pertenece tampoco.
el Asia es el único país donde el amor puede —¡Pertenece! repitió ella. ¿No me has to-
desplegar sus alas. mado t ú y soy tuya? Pues bien, cuando lo co-
—Tienes razón, repuso Enrique. Vamonos jamos, será nuestro.
á la India, allí donde la primavera es eterna Él se sonrió.
y la tierra produce siempre flores; donde el —¡Pobre inocente! No entiendes nada de
hombre puede desplegar toda la ostentación las cosas del mundo.
de los soberanos sin que cause necio asombro —No, lo que yo entiendo es esto, y atrajo
como en estos países de imbéciles que quieren á Marsay hácia sí.
realizar la ridicula quimera de la igualdad so- E n aquel momento, cuando Enrique, olvi-
cial. Vamos á esa tierra en la que se vive en dándolo todo, se afirmaba en la idea de unir
medio de un pueblo de esclavos, en que el sol su suerte para siempre á la de aquella criatu-
ilumina palacios siempre blancos, en que el ra, recibió en medio de su contento una p u -
aire se llena de perfumes, las aves cantan ñalada que le atravesó el corazon de parte á
enamoradas y se muere cuando el amor se parte, mortificándole cual nunca en su vida
acaba... lo habia sido. Paquita le levantó vigorosa-
—¡Sí, y se muere juntos! dijo Paquita, p e - mente en sus brazos como para contemplarle,
ro no aguardemos á mañana, partamos al ins- y exclamó:
tante, llevaremos á Cristian. —¡Margarita mia!
—Por mi fé, que el placer es el más bello —¡Margarita! rugió el joven—ya veo claro
desenlace de la vida. Vamos á Asia, pero para lo mismo de que quería dudar—y saltó sobre
marchar, niña mia, se necesita mucho oro, y al mueble en que estaba encerrado el puñal.
para tener oro es preciso arreglar sus asuntos. Afortunadamente para ella y para él, el
Ella no comprendía este lenguaje. armario estaba cerrado, lo cual aumentó su
—¿Oro? aquí encima hay mucho, tanto así, rábia. Pero recobrando su aparente tranqui-
dijo ella levantando la mano. lidad, cogió su propia corbata y avanzó hácia
Paquita COI1 un aire t a n ferozmente significa- justicia por matar á aquella muchacha de im-
tivo; que sin darse cuenta Paquita de qué cri- proviso y sin haber preparado tal castigo ase-
men era culpable vió llegada su última hora gurándose antes la impunidad.
y de un salto se lanzó al otro extremo de la —Amado mió, dijo de nuevo Paquita, h á -
habitación huyendo del lazo fatal que Marsay blame. No me dejes sin un adiós de amor, no
queria echarla al cuello. Allí comenzó entre quiero conservar en el corazon el espanto que
ambos un combate en el que la agilidad, la me has causado. ¿Pero hablarás? gritó dando
astucia y el vigor eran iguales por ambas par- colérica con el pié en el suelo.
tes. Paquita por fin logró arrojar á los piés de
Marsay la lanzó una mirada en que se leía
su amante un cojín haciéndole caer y aprove-
tan claramente: te mataré, que Paquita se
chando esta momentánea ventaja, tocó un r e -
precipitó hácia él.
sorte. El mulato se presentó repentinamente
—¡Pues bien, si quieres matarme, si mi
y lanzándose sobre Marsay, le derribó en tier-
muerte es t u gusto, mátame!
ra, le sujetó poniéndole sobre el pecho su
E hizo un signo á Cristian que levantó el
pié con el talón cerca de la garganta, y aquel
pié que tenia sobre el jóven y se alejó sin de-
comprendió que al menor asomo de resisten-
j a r ver en su rostro si habia formado bueno ó
cia sería extrangulado á una señal de Paquita.
mal juicio de Paquita.
---¿Por qué querías matarme, amor mió? le —Ese es u n hombre; dijo Marsay señalando
dijo ella. á Cristian con ademan sombrío. No hay ab-
Marsay no contestó. negación como la abnegación que obedece á la
—¿En qué t e he disgustado? habla, explí- amistad sin juzgarla. Tienes en ese hombre
cate. un amigo verdadero.
Enrique conservó la actitud flemática del —Te lo daré si quieres, repuso ella, y man-
hombre fuerte, que se siente vencido, actitud dándoselo yo, te servirá con igual abnegación
fria, silenciosa y completamente inglesa que que á mí.
demuestra la conciencia de la dignidad con Esperó en vano una respuesta y conti-
una resignación momentánea. Habia además nuó con acento lleno de ternura.
reflexionado, en medio de su cólera que no —Adolfo, díme una palabra cariñosa. Mira,
era prudente exponerse á caer en manos de la ya va á amanecer.
Enrique no respondió. Aquel joven tenía pena, yo te mataré.—Tal era el sentido de
una triste cualidad; no sabia perdonar. La in- aquella rápida mirada. Condujo á Marsay coa
dulgencia, que es una de las gracias del alma, atenciones casi serviles á través de un corre-
carecía para él de significado. Esa ferocidad de dor, alumbrado por altas claraboyas, al final
los hombres del Norte, de que parece estar del que por una puerta secreta salió á una es-
impregnada la sangre inglesa, la habia here- calera excusada que conducía al jardín del ho-
dado de su padre, y era implacable, así en los tel de San Real. Hízole el mulato marchar con
buenos como en los malos tiempos. La excla- precaución á lo largo de una calle de tilos, que
mación de Paquita fué tanto más terrible para terminaba en una puerteeilla que salia á una
él, cuanto que habia venido á destruir el ma- calle desierta en aquella época, y todo esto lo
yor triunfo que hasta entonces habia halaga- fué Marsay estudiando cuidadosamente. Allí
do su vanidad de hombre. La esperanza, el le esperaba el coche. Esta vez el mulato no le
amor, todos los sentimientos habíanse exalta- acompañó, pero en el momento en que E n r i -
do en él; todo se habia iluminado en su cora- que sacaba la cabeza por la ventanilla para
zón y en su inteligencia, y aquella luz que volver á mirar los jardines del hotel, encon-
brillaba alumbrando su vida, habíase apagado tróse con los blancos ojos de Cristian, y cam-
á impulsos de un viento frió. Paquita, sumer- bióse entre ambos una mirada, que de una
gida en su dolor, no tuvo fuerzas más que parte y de otra era una provocacion, un de-
para indicarle que saliese. safío, el preludio de una guerra de salvajes,
no sujeta á las leyes ordinarias de la guerra,
—Ya es inútil esto, dijo arrojando el pa- sino en la que la traición y la perfidia serían
ñuelo con que le iba á vendar los ojos. Si no los medios elegidos para llevarla á cabo.
me ama, si me odia, todo está demás.
Esperó una mirada, pero no la obtuvo, y Cristian sabia que Enrique habia jurado
dejóse caer medio muerta. El mulato miró á la muerte de Paquita y Enrique compren-
Enrique tan espantosa y significativamente, día que él á su véz tratába de matarle antes
que hizo temblar por la primera vez de su vi- de que la matase á ella. Ambos se enten-
da á aquel joven á quien nadie negaba el don dieron.
de una rara intrepidez.—Si no la quieres como —La aventura se complica haciéndose i n t e -
es debido, si por t u causa tiene la más ligera resante, se dijo Enrique.
—¿A dónde va el señor? preguntó elcochero^ —¡Ah! exclamó Marsay, eso es que ha lle-
Marsay dió las señas de Pablo de Marne- gado hoy mismo de Londres. ¿Me habrá esa
ville. mujer quitado también mi venganza? ¡Oh! mi
Durante una semana, Enrique estuvo au- querido Graciano, si se mé ha adelantado la
sente de su casa sin que nadie supiera de él, y entregaremos á la justicia.
esto le salvó del furor del mulato, pero f u é —¡Escucha!—le dijo Ferragus á Enrique.
causa de la desgracia de la infeliz criatura q u e La cosa es hecha.
habia puesto en él toda su esperanza y l e Ambos amigos prestaron atención y oye-
amaba como nadie amó sobre la tierra. ron unos débiles gemidos que hubieran enter-
El último dia de la semana, á eso de las necido á los tigres.
once de la nocbe, Enrique llegó en coche á 4a —A la marquesa no se la ha ocurrido que
puertecilla del jardin de San Real. Tres hom- los gritos podian salir por el tubo de la chi-
bres le acompañaban. El que hacia de cochero menea, dijo Ferragus con la sonrisa de un crí-
era evidentemente otro amigo, pues se levan- tico encantado de hallar una falta en una
tó de su asiento como hombre que presta aten- obra maestra.
ción al más ligero ruido. Uno de los otros tres Sólo nosotros sabemos preverlo todo, dijo
se quedó en la parte de afuera de la puerta, Enrique. Espérame aquí que voy á ver por mí
otro se colocó á caballo en el muro, y el t e r - mismo lo que pasa entre las dos. ¡Yive Dios
cero que tenia en la mano un manojo de llaves, que será capaz de cocerla á fuego lento!
acompañó á Marsay. Marsay subió rápidamente la escalera que
—Enrique, le dijo su compañero, nos hacen y a conocía y encontró el camino del camarín.
traición. Al abrir la puerta experimentó el involun-
—¿Qué dices, mi amigo Ferragus? tario extremecimiento que produce en el hom-
—Que no todos duermen, respondió aquel. bre más sereno la vista de la sangre derrama-
Alguien vela en la casa. Mira aquellaluz. da, per« el espectáculo que se ofreció á su vis-
—Tenemos el plano, veamos de donde sale. t a , tenia otros motivos además para causar
—No necesito el plano para saberlo, res- asombro. La marquesa, al fin mujer, habia
pondió Ferragus. Sale de la habitación de la calculado su venganza con esa perfección pér-
marquesa. fida peculiar á los animales débiles, disimulan-
do su cólera para asegurarse del crimen antes poco antes de espirar, habia mordido en el t o -
de castigarlo. billo á la marquesa de San Real que aún con-
—¡Demasiado tarde, amado mió! dijo P a - servaba en la mano el puñal enrojecido. Esta
q u i t a moribunda volviendo hácia Harsay sus tenia arrancados los cabellos, estaba llena de
ojos apagados. mordeduras, muchas de las cuales brotaban
La niña de los ojos de oro estaba en me- sangre, y su vestido desgarrado permitía ver
dio de un lago de sangre. Todas las bujías ha- su pecho desnudo cubierto de arañazos.
llábanse encendidas, percibíase una delicada La cabeza anhelante y furiosa aspiraba el
fragancia y cierto desorden en el que un hom- olor de la sangre tenia la boca ávida y en-
bre acostumbrado á las galantes aventuras, treabierta y dilatadas las narices como para
debía reconocer las locuras de la pasión, de- respirar mejor. Estaba sublime. Ciertos a n i -
mostraba que la marquesa había interrogado males, cuando están enfurecidos, caen sobre
hábilmente á la culpable. En aquella blanca su enemigo, le matan y tranquilos despues de
habitación donde la sangre casi parecía un su victoria parecen darlo todo al olvido; otros
adorno había además señales de un prolonga- dan vueltas en torno de su víctima guardán-
do combate. Las manos de Paquita estaban dola como quien teme que vengan á arreba-
marcadas en los almohadones, por todas p a r - társela y como el Aquiles de Homero dán
tes habíase agarrado á la vida, por todas par- nueve veces la vuelta á los muros de Troya
tes se habia defendido, y en todas habia sido arrastrando por los piés á su enemigo. Como
acometida. Paños enteros de la colgadura h a - estos era ía marquesa. No reparó en Enrique.
bían sido arrancados por sus manos ensangren- E n primer lugar creía estar t a n completamen-
tadas en aquella larga lucha, cual si Paquita t e sola que no temía encontrarse con testi-
hubiera tratado de huir hasta por el techo y gos, y además hallábase de tal manera em-
sus piés desnudos habían dejado la huella á lo briagada con el olor de la sangre caliente t a n
largo del respaldo del diván por donde sin du- excitada por la lucha y t a n exaltada, que no
da habia corrido. Su cuerpo destrozado á pu- hubiera reparado en París entero si París en-
ñaladas demostraba con cuanto ahinco habia tero formando círculo la rodeara. Ni del ú l t i -
defendido de su verdugo aquella vida que por mo suspiro de Paquita se apercibió, por lo que
Enrique le era t a n cara. Caida en el suelo y creyendo ser escuchada por el cadáver, dijo:
—Muere inconfesa, húndete en el averno, Los dos bajaron la cabeza afirmativa-
mónstiuo de ingratitud, y Satanás se apodere mente .
de tu persona. Me debes por él toda la sangre —Fué fiel á la sangre, dijo Enrique seña-
tuya! Muere, muere mil veces, que áun he si- lando á Paquita.
do generosa al acabar contigo en cortos ins- —Casi no fué culpable, añadió Margarita
tantes cuando quisiera que hubieses padecido Eufemia Parraberil, que se arrojó sobre el
todo el dolor que como legado me dejas, por cuerpo de Paquita gritandod esesperada:
que viviré y viviré desgraciada. —¡Pobre niña! ¡Oh! ¡cuánto daria yo por
reanimarte! ¡He hecho mal, perdóname Pa-
La estuvo contemplando un rato y luego
quita! Pero yo soy la más desgraciada, al que-
cambiando violentamente de tono:
dar con vida.
|—Está muerta! dijo: Muerta! Yo también
moriré de dolor. En este momento apareció la horrible figu-
ra de la madre de Paquita.
Iba la Marquesa á dejarse caer sobre el di-
ván, ahogada por su desesperación, que hasta —Vienes á decirme que no me la vendiste 3
sin voz la dejaba, y al hacer un movimiento para que la matase, la dijo la marquesa. Com-
vió á Marsay. prendo por qué sales de t ú cubil. Te la pagaré
el doble. Calla.
—Quién eres tú? exclamó corriendo hácia
él con el puñal levantado. Cogió un saco lleno de oro de un mueble, de
ébano, y lo arrojó con desprecio á los piés de la
Enrique la sujetó por los brazos y ambos
vieja Georgiana, en cuya inmóvil fisonomía se
se quedaron contemplando cara á cara. U n a
dibujó una sonrisa al ruido de las monedas.
horrible sorpresa les heló la sangre en las ve-
nas, y sus piernas temblaron como dos caba- —Llego á tiempo para salvarte, hermana
llos espantados. Los dos Menechmos (1) no t e - mia, dijo Enrique. La justicia podrá pedirte
nían mayor semejanza entre sí, y ambos á la cuenta...
vez exclamaron: —De nada, repuso la marquesa. U n a sola
—¿Lord Dudley fué vuestro padre? persona podia pedirme cuenta de esta niña,
Cristian, y ese ha muerto.
—¿Y su madre, añadió Enrique señalando
(1) Nombre de dos hermanos jemelos de una co-
media de Menandro. á la vieja, no te acusará nunca?
—Es de un país donde las mujeres, no son —Pero aún eres joven y bella, dijo E n r i -
consideradas como séres racionales sino como que, dándola un abrazo y un beso.
cosas que se destinan al uso que se quiere, que —Adiós, contestó ella, nada hay que pueda
se venden y se compran y qué se las mata consolarnos de haber perdido lo que creíamos
cuando ya no sirven á nuestros caprichos co- el infinito.
mo pudiérais hacer aquí con una bestia. Ade-
más, está poseída de una pasión que hace aca- Ocho días despues, Pablo de Manerville
llar todas las demás y que hubiera ahogado su encontró á Marsay paseando en las Tullerías
amor maternal si hubiera sido capaz de querer por la terraza de los Fuldaneses.
á su hija. —Vamos, le dijo, ¿qué fué de nuestra her-
—¿Cuál? preguntó vivamente Eni-ique á su mosa niña de los ojos de oro, picaro?
hermana. —Ha muerto.
—El juego, de que Dios te libre, contestó —¿De qué?
la marquesa. —De una afección al pecho.
—¿Pero de quién vas á valerte para borrar
las huellas de este suceso que la justicia no
podrá ménos de perseguir? dijo Enrique se- FIN.
ñalando al cadáver de la niña de los ojos de
oro.
—De su misma madre, respondió la m a r -
quesa, haciéndo seña á la vieja georgiana de
que no se alejase.
—¿Nos volveremos á ver? preguntó Enri-
que, pensando en la inquietud de sus amigos
y experimentando la necesidad de salir de
allí.
—No, hermano mió, jamás. Vuelvo á Es-
paña donde entrabé en el convento de Nues-
taa Señora de los Dolores.
UNA PASION
5 EN
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5-- - -- ;
" V fíptó M l
fi m i i'

POK

H. D B BALZAC

(TRADUCCION D K G. O . )

V M -
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MADRID
ÍF ISSO
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I m p r e n t a y litografía, d e L_a G U I R N A L D A
calle de las Pozas, núm. 12.
f-is .. •
; •M8S

UNA PASION U E L DESIERTO.

fcíl
I

—Es un espectáculo que infunde terror, me


decia ella al salir de la exposición de fieras de
E s propiedad.. Mr. Martin, donde acababa de ver á este atre-
vido domador trabajar con su hiena, como Se
dice en estilo de cartel.
—¿Por qué medios, continuó, habrá llegado
á dominar esos animales, hasta el panto de
que le obedezcan de tal modo?
,:—Ese hecho que os parece un problema, la
respondí, es sin embargo una cosa muy n a -
tural.
—¡Oh! exclamó dejando vagar en sus lábios
i I » una sonrisa de incredulidad.
—¿Juzgáis á los animales desprovistos por
completo de pasiones? la pregunté, pues sabed
que podemos comunicarles todos los vicios in-
herentes á nuestra civilización.
Ella, al oir esto, se me quedó mirando con
aire asombrado.

?
—Cuando por la primera vez, continué, vi
explicarme en qué está el misterio, os lo agra-
á Mr. Martin, se me escapo como á vos una
exclamación de sorpresa. Hallábase á mi lado decería.
y habia entrado al mismo tiempo que yo, un Pocos momentos despues habíamos tra-
viejo militar con una pierna amputada, cuya bado conocimiento y nos fuimos á comer jun-
fisonomía me habia llamado la atención. Tenía tos al primer restaurant que se ofreció á
una de ésas cabezas de líneas vigorosas que nuestros ojo3. A los postres una botella de
llevan mareado el sello de la guerra, y sobre Champagne refrescó por completo los recuer-
cuya frente parecen estar escritas las batallas dos de aquel buen soldado, me contó su his-
de Napoleon, y veíase, sobre todo, en el a n - toria y al cabo de ella comprendí que habia
ciano sóida io un aspecto de franqueza y ale- tenido razón para exclamar:—¡Comprendido!
gría que prevenía en favor suyo. Era induda- Al llegar aquí nuestra conversación, en-
blemente uno de esos veteranos á los que nado t r ó ella en su casa y me hizo al despedirme
sorprende, que encuentran asunto de broma tantas súplicas y tantas promesas que consen-
en el último gesto de un camarada moribun- t í en escribir para ella la confidencia del anti-
do, le amortajan ó le desnudan riendo, dirigen guo soldado. Al día siguiente la envié este
con aire de autoridad órdenes á las balas, y episodio de una epopeya que pudiera llevar
fraternizan aunque sea con el diablo en per- por título: ¿os franceses en Egipto.
sona. Despues de mirar atentamente al doma- Cuando la expedición al A Ito Egipto em-
dor en el momento que salia de la jáula, aquel prendida por el general Desaix, cayó un
buen amigo frunció los lábios con gesto de. soldado provenzal en manos de los mogrevi-
desdeñosa burla, haciendo esa especie de signi- nes y fué llevado por estos árabes más allá de
ficativa mueca que se permiten los hombres las cataratas del Nilo. Con el fin de poner en-
superiores para distinguirse del vulgo, y cuan- tre ellos y el ejército francés el suficiente es-
do yo manifesté mi asombro por el valor del pacio de terreno para su tranquilidad, los
domador, me dijo con muestras de quien sabe mpgrevines hicieron una marcha forzada y no
algo y moviendo lacabeza: se detuvieron hasta la noche, acampando jun-
to á un pozo rodeado de palmeras, cerea del
—¡ Comprendido' cual tenían precisamente algunas provisiones.
—¿Cómo comprendido? le dije. Si quereis No suponiendo que al prisionero se le pudie-
ra ocurrir la idea de escapar, contentáronse encalmando las dulces esperanzas de su co-
con ligarle las manos y echáronse á dormir razon.
todos despues de haber comido algunos dáti- Tan cansado estaba que se echó sobre una
les y dado cebada á sus caballos. Así que el roca de granito que por capricho de la n a t u -
animoso provenzal vio que sus enemigos no raleza afectaba la forma de un lecho de cam-
estaban y a en disposición de vigilarle, cogió paña y durmióse sin tomar prèviamente pre-
con los dientes una cimitarra y sujetando la caución alguna. Su último pensamiento ñié
hoja con las rodillas cortó las cuerdas que le casi un remordimiento. Arrepentíase ya de
impedían el uso de las manos y hallóse libre. haber abandonado á los mogrevines, cuya vi-
Én seguida se apoderó de una carabina y de da errante comenzaba á tener para él atracti-
un puñal, cogió un puñado de dátiles secos,
vos desde que se veia lejos de ellos y sin am-
un saco de cebada, pólvora y balas, ciñóse
paro.
una cimitarra, montó en un caballo y echó á
El sol, cuyos implacables rayos comenzaron
escape en dirección al punto donde suponía
á caer de plano sobre el granito, produciendo
debia estar el ejército francés. Impaciente por
un calor intolerable, le despertó, pues el pro-
encontrar un vivac, de tal modo espoleó su
venzal habia tenido la malaventurada idea de
cabalgadura, y a fatigada, que el jaobre animal
colocarse en sentido inverso á la proyección de
cayó reventado dejando al francés en mitad
la sombra de las verdes y majestuosas copas de
del desierto.
las palmeras. Púsose á contemplar aquellos so-
Púsose en marcha á través de la arena con litarios árboles, y sintióse conmovido, porque
todo el afan de ún presidiario escapado, mas le trajeron á la memoria las elegantes fustes
al cabo de cierto tiempo vióse el soldado obli- y los capiteles adornados de hojas, que carac-
gado á detenerse, porque' se acababa el dia. terizan á las columnas de estilo árabe de la
ISfo obstante lo hermoso que el cielo es duran- catedral de Arles. Pero cuando, tras haber
te las noches en Oriente, no se sentía con contado las palmeras, dirigió ,las miradas en
fuerzas para continuar sií caminata. Feliz- torno suyo, la más horrible desesperación se
mente pudo ganar lina eminencia en cuya ci- apoderó de su alma ante el espectáculo de
ma se balanceaban algunas palmeras cuyas ho- aquel océano sin riberas. Las oscuras arenas
jas desde hacia rato habia estado viendo y del desierto se extendían por todas direccio-
nes hasta perderse de vista y reverberaban que no despertó ningún eco. Solamente resonó
cual una plancha de acero herida por un vivo el eco en su corazon, y el provenzal armó su
resplandor. No podia darse cuenta de si aque- carabina.
llo era un mar de espejos ó innumerables la- —Tiempo habrá, se dijo luego, dejando en
gos unidos entre sí formando un cristal. Sobre tierra el arma homicida.
aquella superficie movediza, un vapor cálido Tenia veintidós años.
formaba remolinos ó extendíase en ráfagas. El Mirando, y a el espacio negruzco, y a el es-
cielo tenía un resplandor oriental y era de una pacio az ú , el soldado pensó en la Francia.
limpieza desesperante, porque no dejaba á la Becordó con delicia las calles de Paris, las
imaginación nada que pedirle, y cielo y tierra ciudades por donde habia pasado, los sem-
abrasaban. El silencio que reinaba, imponía blantes de sus camaradas, las más pequeñas
por su terrible y salvaje majestad. El infinito, circunstancias de su vida; y por fin, su imagi-
la inmensidad constreñían el alma por todas nación meridional le hizo ver las campiñas de
partes. Ni una nube en el cielo, ni un soplo la Provenza á través de las ondas de fuego que
de viento en el ambiente, ni el menor acciden- se extendían por la inmensa llanura del de-
t e entre aquellas arenas que se agitaban en si- sierto. Temiendo los efectos de aquel terrible
lenciosas oleadas. El horizonte, en fin, acaba- espejismo descendió por la parte opuesta á la
ba como se ve en el mar en un dia claro, por que habia subido á la colina la víspera, y su
una línea de luz t a n estrecha, cual el corte de alegría no tuvo límites al descubrir una espe-
una espada. El provenzal abrazóse al tronco cie de gruta formada naturalmente entre las
de una de las palmeras, cual hubiera podido enormes moles de granito que eran la base de
hacerlo con el cuerpo de un amigo, y luego, á aquel montículo. Unos pedazos de estera que
la sombra estrecha y recta que el árbol dibuja- en ella habia demostraban que en otro tiem-
ba sóbrela roca, 'se sentó, llorando y contem- po habia estado habitada. Á pocos pasos de
plando con profunda tristeza la tremenda esce- allí vió unas palmeras cargadas de dátiles, y
na que ante sus ojos se ofrecía. Gritó, como pa- entónces el instinto de la vida se despertó en
ra conmover la soledad, pero su voz, perdida su corazon. Le asaltó la esperanza de vivir
en las cabidades de la eminencia en que se en- hasta que pasasen por allí algunos megrovines
contraba, solamente produjo un sonido débil ó acaso llegara á sus oidos el estampido de los
cañones, pues en aquellos momentos andaba semejante al heredero que no se conduele lar-
Bonaparte recorriendo el Egipto y reanimado go tiempo de la muerte de su pariente, des-
con tales pensamientos el francés, hizo caer pojó al bello árbol de las largas y anchas hojas
algunos puñados del fruto de que aquellos á r - que eontituven su adorno, y se sirvió de ellas
boles estaban cargados y- conoció al probarlos para reparar la estera sobre la cual se acostó,
que el habitante de la gruta habia cultivado y fatigado por el calor y el trabajo, quedóse
las palmeras, pues la pulpa fresca y sabrosa dormido bajo el rojizo techo de su húmeda
denunciaba tales cuidados de su predecesor. gruta.
Pasó el provenzal súbitamente de una som- A mitad de la noche un ruido extraño le
bría desesperación á una alegría casi loca., y despertó. Incoporóse en su lecho, y el profun-
subiendo á lo alto de la colina, ocupóse el res- do silencio que reinaba le permitió distinguir
to del dia en cortar una de las palmeras infe- el alternado acento de una respiración, cuya
cundas que la víspera le habían cobijado. Cier- salvaje energía no podía pertenecer á criatu-
tos recuerdos le habian traído á la mente las ra humana.
fieras del desierto, y en la previsión de que U n terror profundo aumentado por la os-
pudieran venir á beber en un manantial, cu- curidad, el silencio y los fantasmas de la ima-
yas aguas se perdían entre las arenas qué la- ginación, le heló el corazon, y sus cabellos se
mían la base de las rocas, resolvió prepararse herizaron cuando á fuerza de abrir los ojos
contra sus visitas, atrincheando la entrada apercibió en la sombra dos pupilas amarillen-
de su asilo. "No obstante su infatigable ardor tas y luminosas. En un principio atribuyó
y las fuerzas que le prestaba el miedo á ser aquellas luces al reflejo de sus propias pupi-
devorado durante su sueño, le fué imposible las, pero muy pronto los mismos reflejos noc-
cortar la palmera en diversos trozos en el cur- turnos vinieron gradualmente á ayudarle á
so del dia, consiguiendo solamente derribarla. distinguir los objetos de la gruta, y apercibió
Cuando al llegar la tarde cayó aquella reina un enorme animal á dos pasos de distancia.
del desierto, el ruido de su caida resonó á lo ¿Era un león, un tigre ó un cocodrilo? Faltá-
lejos, como un gemido lanzado por la soledad, bale al provenzal la suficiente instrucción pa-
y el soldado tembló cual si hubiese oido una ra deducir á qué género ó especie pertenecía
voz que le predecía alguna desgracia. Pero, su enemigo, pero su espantoera tanto mayor,
cia de sangre que temía turbaraaquel sueño que
cuanto que su ignorancia le presentaba reuni- le permitía disponer despacio del tiempo
dos todos los peligros imaginables. Pasó por para buscar un remedio conveniente. Dos ve-
el cruel suplicio de escuchar y contar todas ces llevó la mano á su cimitarra con intento
las inflexiones de aquella respiración sin per- de degollar á su enemigo, pero la dificultad
der una ni atreverse á hacer el más ligero mo- de cortar aquel pelo espeso y duro le hizo re-
vimiento. Un olor fuerte como el de las zor- nunciar á tal proyecto que de no conseguirlo
ras, pero más penetrante, más grave, por de- sería su muerte segura. Prefirió los azares de
cirlo así, llenaba la gruta, y el provenzal con un combate y resolvió esperar la luz del dia
todo esto llegó al colmo en su terror, pues no que por cierto no se hizo esperar. El francés
le quedaba duda de la existencia de su terri- pudo entónces examinar la pantera. Tenia el
ble acompañante, cuyo antro real liabia él hocico lleno de sangre.
convertido en vivac. Pronto los rayos de la
—Se conoce que ha comido bien—pensó,
luna que descendía por el horizonte alumbra-
sin inquietarse de si el festín habia sido de
ron el cubil é hicieron brillar suavemente la
carne humana—no tendrá hambre cuando se
manchada piel de una pantera. Aquella hija
despierte.
de Egipto dormía como un perro pacífico po-
seedor de un elegante nicho á la entrada de Era una hembra. La piel del vientre y de
un hotel, sus ojos que habia abierto durante los muslos brillaba de blancura; aterciopela-
un momento, habíanse cerrado de nuevo, y das manchas formábanla lindos brazaletes en
tenia el rostro vuelto hácia el francés. Mil torno de sus patas; su cola musculosa era
confusos pensamientos pasaron por el alma igualmente blanca terminando en negros ani-
del prisionero de la pantera. Pensó primero llos; la capa amarilla como el oro, lisa y sua-
en matarla de un tiro de su fusil, pero consi- ve, estaba sembrada de esos característicos lu-
deró que no habiendo entre ambos suficiente nares dibujados en forma de rosas, que distin-
espacio para apuntar el cañón pudiera trope- guen á las panteras de las demás especies
zar al animal y despertarla, y ante esta idea felinas. La tranquila y temible huéspeda ron-
permaneció inmóvil oyendo los latidos de su caba con la pausa graciosa de una gata dor-
propio corazon en el silencio y maldiciendo mida sobre el cojin de un sofá, y sus ensan-
las fuertes pulsaciones causadas por la afluen- grentadas patas redondas y bien armadas
teníalas adelantadas reposando sobre ellas su mecerse y dió un bostezo poniendo l e mani-
cabeza de la que salían ésas barbas escasas y fiesto el temible aparato de sus dientes y de
rectas semejantes' á hilos de plata, Indu- su lengua hendida y áspera como una es-
dablemente que á haber estado en una jau- cofina.
la hubiese admirado el soldado la gracia de —Parece una dama melindrosa, dijo el fran-
aquel animal y los vigorosos contrastes de cés viéndola revolcarse con movimientos lle-
colores vivos que daban á su piel un aspecto nos de gracia y coquetería.
siniestro. La presencia de la pantera aún dor- Se lamió luego la sangre de las garras y
mida producíale el mismo efecto que según el hocico y se frotó repetidas veces la cabeza
dicen causan en el ruiseñor los ojo3 de la con las patas, haciendo muy gentiles ade-
serpiente, y el valor del militar acabó por manes.
desvanecerse durante un momento ante aquel —Yamos, se está dando su mano de toca-
peligro en tanto que hubiérase exaltado ante dor, volvió á decir aquel, que habia vuelto á
la boca de los cañones vomitando metralla. recobrar su alegría al rehacer su valor. Vere-
Sin embargo, un pensamiento atrevido crugó mos como nos damos los buenos dias. Y di-
por su cabeza, secando el frió sudor que su ciendo -esto llevó su mano al puñal que habia
frente bañaba. Como los hombres que llegados quitado á los mogrevínes.
al último límite por la desgracia desafian la E n aquel momento la pantera volvió su
muerte ofreciéndose á sus golpes, vió sin dar- cara hácia el francés y se le quedó mirando
se cuenta de ello una tragedia en esta aventu- sin avanzar. La rigidez de aquellos ojos metá-
ra y resolvió desempeñar con honra su papel licos y su insoportable resplandor, hirieron
hasta la última escena. al provenzal y más aún cuando el animal se
—¿No me iban á matar los árabes anteayer? encaminó hácia él. Pero la contempló con aire
se dijo. cariñoso, mirándola cual si intentase magne-
Y dándose y a por muerto esperó impávi- tizarla, la dejó llegar y cuando estuvo cerca,
do y hasta, con cierta inquieta curiosidad el con u n movimiento t a n dulce cual hubiese
despertar de su enemigo. Así que apuntó el empleado para acariciar á una mujer bonita,
sol, la-pantera abrió de súbito los ojos, exten- la pasó la mano por todo el cuerpo desde la ca-
dió con fuerza sus patas como para desentu- beza á la cola marcando con las uñas las fiexi-
to de más adelante clavárselo, pero la dureza
bles vértebras que dividían el amarillo lomo de los huesos le hizo temer no poder conse-
de la pantera. La fiera enderezó voluptuosa- guirlo.
mente la cola y al acariciarla de este modo La sultana del desierto daba muestras de
por tercera vez, dejó oir uno de esos ron ron agradecer las atenciones de su esclavo, ten-
con que los gatos manifiestan su satisfacción; diendo el,cuello y demostrando su embriaguez
pero aquel murmullo partía de una cavidad en una actitud de abandono. Pensó el francés
tan potente y profunda, que resonó en la gru- entonces que para asesinar de un solo golpe á
t a como los últimos acordes de un órgano en la feroz princesa, era preciso herirla en la
la iglesia. El provenzal, comprendiendo el garganta, y guardóse el puñal cuando la pan-
valor de aquellas caricias, redoblólas hasta tera se echó graciosamente á sus piés dirigién-
sorprender y aturdir á aquella cortesana im- dole de vez en cuando miradas en las que,
periosa, y así que creyó haber amansado la en medio de su nativa, ferocidad se dibujaba
ferocidad de su caprichosa compañera, cuyo aunque confusamente cierta mansedumbre.
apetito parecía felizmente haber sido satisfe-
cho la víspera, se levantó y se dispuso á salir El pobre provenzal púsose á comer sus dá-
de la gruta. La pantera le dejó marchar, pero tiles apoyado en el tronco de una palmera y
cuando hubo traspuesto la colina, vino dando lanzando á ratos miradas investigadoras, ya
saltos, como un pájaro que brinca de rama en hácia el desierto en ^demanda de socorro, y a
rama, á frotarse en las piernas del soldado, espiando la insegura clemencia de su terrible
enarcando el lomo á la manera de los gatos. compañera. Esta por su parte examinaba al
Luego mirando á su huésped con ojos cuyo francés con una prudencia que pudiéramos lla-
brillo habíase hecho ménos inflexible, lanzó mar comercial, pero este exámen debió serle
ese grito salvaje que los naturalistas compa- favorable, porque cuando le vió que hubo con-
ran al ruido de una sierra. cluido su frugal desayuno, púsose á lamerle
los piés y con aquella lengua ruda y fuerte le
•—Es exigente, pensó sonriendo. quitó minuciosamente cuanto polvo tenia en-
Intentó jugar con las orejas, acariciarle el cima,
vientre y pasarle las uñas con fuerza por la —Pero, i j cuándo tenga hambre? pensó el
cabeza y en vista del buen resultado, le ras- provenzal.
có la cabeza con la punta del puñal con inten-
A pesar del escalofrío que semejante idea -animó, y concibió la loca esperanza de llevar-
le causó, púsose á considerar con curiosidad s e bien con la pantera durante el resto del
las proporciones de aquella pantera, uno de dia, procurando no descuidar medio alguno de

¡i
los individuos más hermosos de su especie halagarla y concilíarse su benevolencia. Vol-
ciertamente, pues tenia tres pies de altura y vió hácia ella y experimentó un inefable pla-
cuatro de longitud sin contarla cola,fuerte y cer viéndola remover la cola de un modo
dura como un garrote y de casi tres pies de apenas perceptible. Sentóse entónces sin te-
larga. La cabeza gruesa como la de una leona, mor junto á ella y pusiéronse á jugar. La co-
se distinguía por una rara expresión de finura gió las patas y el hocico, la retorció las ore-
y aunque la fria crueldad de los tigres domi- jas, la tumbó de espaldas y la atusó los costa-
naba en sus rasgos, tenia cierta vaga seme- dos calientes y sedosos. Ella se dejaba manosear
janza con la de una mujer astuta. Por último, y cuando el soldado ensayó á alisarla el pelo
el rostro de la reina de las soledades revelaba de las patas, escondió cuidadosa sus añas encor-
en aquel momento una especie de contento vadas como alfanjes. El francés que conserva-
semejante á Nerón embriagado. Harta de san- ba una mano sobre el mango de su puñal estu-
gre quería jugar. vo tentado de clavarle en el vientre de la
Trató el soldado de ir y venir, y la pan- confiada pantera, pero temió ser estrangula-
tera le dejó en libertad limitándose á seguirle do en sus últimas convulsiones, y además sin-
con sus miradas, semejante, más que á un tió en su corazon una especie de remordi-
perro fiel, á un gran gato de Angola inquieto miento que le ordenaba respetar á aquel sér
por todo hasta por los movimientos de su amo. que no le ofendia y en el que le parecía tener
Al volverse este, apercibió los restos de su ca- casi una amiga en aquel desierto sin límites.
ballo, cuyo cadáver había la pantera arrastra- Involuntariamente se le vino á la mente el

¡I
do hasta la fuente, y del que dos terceras par- x'ecuerdo de su primer amor, una muchacha á
tes habia devorado. Este espectáculo le tran- la que dió el nombre de Mignonne por a n t í -
quilizó y le explicó la ausencia de la pantera frasis, pues era tan celosa que durante todo
y la consideración que le habia guardado du- el tiempo de sus relaciones estuvo temeroso de
rante su sueño. un cuchillo con que le tenia amenazado, re- ,
7
El buen principio de aquella aventura le cuerdo de sus primeros años que le sugirió/fe ,

Nj
1 1

ÜP
idea de dar el mismo nombre á la pantera, á la
que también admiraba, con ménos temor á Esta jóven pantera se conoce que no ha visto
decir verdad, por su agilidad, su gracia y su á un sér humano hasta ahora, y siempre es
malicia. muy halagüeño el haber conquistado sus p r i -
Al caer el dia, tanto se habia familiariza- meros amores.
do con aquella peligrosa situación que. casi le En aquel momento él soldado dió con uno
causaba agrado. Y su compañera acabó por de esos arenales movedizos, tan temidos de los
acostumbrarse á volverse á mirarle cuando viajeros, y de los que no hay medio de salir á
gritaba con voz de falsete: "Mignonne. u salvo, y al sentirse en tal situación, lanzó Tin
Así que se pnso el sol. Mignonne hizo oír re- grito de angustia. La pantera entonces cogió-
petidas veces un grito fuerte 7 melancólico. le con los dientes por el cuello de la casaca, y
saltando vigorosamente hácia atrás, le sacó
-—Está bien educada, pensó el alegre solda-
del atolladero como por mágia.
do; eso es que está diciendo sus oraciones.
Pero esta broma mental no se le ocurrió —¡Ah! Mignonne, exclamó eH soldado, aca-
sino despues de ver la actitud pacífica que riciándola con efusión, seremos amigos á vida
conservaba su compañera. y muerte, pero cuidado con las bromas, ¿eh?
—Vamos, rubita, acuéstate la primera, la Y se volvió atrás.
dijo, contando con la ligereza de sus piernas El desierto desde entonces parecía estar
para evadirse á toda prisa en cuanto la viese poblado, pues en él habia un sér al que el fran-
dormida á fin de buscar otro asilo durante la cés -podia hablar, y cuya feíocidad se habia
noche. amansado por causa suya, si bien no podia ex-
Esperó este momento con impaciencia, y plicarse los motivos de aquella amistad extra-
cuando le creyó llegado, púsose rápidamente ña. Por poderoso que fuera el deseo del solda-
en marcha con dirección al Nilo; pero -no h a - do de permanecer de pié y en guardia, dur-
bia caminado un cuarto de legua por el are- mióse aquella noche. Cuando se despertó, no
nal, cuando oyó á sus espaldas los saltos de la viendo á Mignonne, subió á lo alto de la colina
pantera, y á intervalos smmaullido, más es- y distinguióla á lo lejos que se acercaba á sal-
pantable aún que sus saltos. tos, según la costumbre de estos animales, á
los que es imposible la carrera por la extrema
—Vamos, se dijo, me ha cobrado amistad.
flexibilidad de su columna vertebral. Llego
Mignonne con las fauces ensangrentadas, y tura del sol espectáculos desconocidos para el
recibió las caricias acostumbradas de su com- común de las gentes, extremeciéndose al oir
pañero, dando muestras de agradecerlas con sobre su cabeza el dulce susurro de las alas de
aquel roncar grave y especial, y volviendo un pájaro, raro pasajero, ó viendo correr y
sus ojos con mayor dulzura aún que la víspe- confundirse las nubes, esos otros pasajeros
ra bácia el provenzal, que la hablaba como de cambiantes colores. Estudió durante las
pudiera hacerlo á un animal doméstico. noches los efeetos de luna sobre aquel océano
—¡Hola, hola! señorita, aunque eres muy de arenas, en que el simoun producía olas, on-
bien educada, se conoce que también tienes dulaciones y rápidos cambios. Vivió con el dia
tus travesurillas. Por lo visto, te has comido de Oriente, admirando sus pomposas maravi-
un mog.ro vin; ¿no te da vergüenza? Y eso que llas, y con frecuencia, trás de haber gozado el
casi casi estoy por decir que son más animales terrible espectáculo de un huracan en aquella
que t ú . Pero cuidado con hacer lo mismo con llanura, donde los remolinos de arenas pro-
un francés, ó dejamos de ser amigos. ducían nieblas secas y rojizas y nubes que cau-
La pantera púsose á jugar, como juega un saban la muerte, veia con delicia llegar la no-
perro con su amo, dejándose arrastrar por el che, derramando benéfica frescura desde su
suelo, pegar ó acariciar, y hasta provocando á estrellado cielo, de donde le parecían venir
ello al soldado, alargando la pata, como para fantásticas melodías. La soledad le enseñó,
indicarle tal deseo. además, á desenvolver el rico tesoro de la ima-
Así pasaron varios dias, y tal compañía ginación, pasando horas enteras en recordar
permitió al provenzal admirar á su sabor las cosas tal vez insignificantes ó comparando su
sublimes bellezas del desierto. Desde el punto vida pasada con la presente. Acabó por to-
y hora en que se halló con momentos de t e - marle cariño á la pantera, falto de otra afec-
mor y momentos de tranquilidad, con medios ción, y sea que un efecto de la influencia de
de alimentarse y un sér en quien pensar, es- su voluntad hubiera en ella modificado el ca-
tuvo su alma agitada por los contrastes y su rácter, ó bien que, gracias á los multiplicados
vida llena de accidentes. La soledad le reveló combates que por entonces se libraba» en el
todos sus secretos y le rodeó de -todos sus e n - desierto, encéntrase abundante alimento, ello
cantos, descubriendo-en la salida y en la pos- es que respetaba la vida del francés, quien
acabó por confiarse de ella, al verla siempre blanco vientre y la gracia de su cabeza. Sobre
satisfecha. Pasaba grandes ratos durmiendo, todo 'cuando jugaba, contemplábala compla-
aunque no se descuidaba de vigilar como una cido, y aqueña agilidad y aquellos movimien-
araña en su tela, para no dejar escapar el mo- tos t a n juveniles, le sorprendían cada vez
mento on que pudiera obtener socorro, si al- más, admirando la elasticidad que desplegaba
guien llegaba á pasar por la circunferencia siempre que se ponia á saltar, á arrastarse, á
hasta donde su horizonte se extendía, habien- deslizarse, á colgarse, á meterse por cualquier
do convertido con este fin su camisa en bande- lado, á encogerse ó á lanzarse hácia u n objeto;
ra que enarbóló en el extremo de una palme- y por rápida que fuera su carrera, por resba-
ra, á la que despojó primero de su follaje, y la ladiza que estuviese la peña d® granito, por
necesidad le inspiró la idea de mantenerla ex- donde se deslizaba, parábase de pronto en
tendida por medio de algunas varitas, por si cuanto oia gritar: "Mignonne."
acaso el viento no la agitaba en el momento Cierto dia en que brillaba un sol abrasa-
en que el ansiado viajero dirigiera sus m i r a - dor, un ave de gran tamaño apareció en los
das por la extensa llanura del desierto. aires y el provenzal dejó á la pantera para
E n las largas horas en que la esperanza le examinar á este nuevo huésped, mas, tras un
abandonaba, era cuando se ponia á jugar con momento de espera, la sultana rugió sorda-
la pantera, de la cual habia aprendido á cono- mente.
cer las diferentes inflexiones de voz y la ex- —Lléveme el diablo, si no es celosa, se dijo
presión de sus miradas y estudiado todos los viendo sus ojos que se habían puesto fieros.
caprichosos lunares que esmaltaban su dora- Estoy por asegurar que el alma de Virginia
do t r a j e . Mignonne, por su parte, n i siquie- se ha trasmigrado al cuerpo de la pantera.
ra gruñía cuando él la cogia por el extremo El águila desapareció en lontananza y el
de su larga cola para contar los anillos blan- soldado se quedó mirando el encorvado cuer-
cos y negros que elegantemente la adornaban, po de la pantera lleno de j u v e n t u d y de ele-
y brillaban de lejos al sol, cual si fueran de gancia y bello como el de una mujer. La r u -
pedrera. bia piel del lomo se desvanecía por finas t i n -
Complacíase en recorrer con la vista las tas en el blanco mate de la p a r t e inferior y
líneas ondulantes y finas de sus contomos, su la luz que profusamente el sol vertía, abri-
llantaba agnel oro vivo y aquellas manchas para llegar á tal extremo una exclamación ó
negras dándolas un atractivo indefinible. Mi- una mirada. Con que vamos, ¿quereis referir-
ráronse el provenzal y la pantera con expre- me el final de la historia?
sión inteligente; la muy coqueta se extremeció —Es algo difícil, pero comprendereis todo
al sentir las uñas de su amigo, que la rascaban lo que me relataría el viejo veterano cuando
el cráneo, sus ojos brillaron un momento despues de apurar la botella de Champagne
como dos relámpagos y luego cerrólos con me dijo:—Yo no sé por qué, cierto dia se vol-
fuerza. vió hácia mí cual si estuviera rabiosa y con
sus agudos dientes me cogió de una pierna,
—Tiene una alma, se dijo contemplando la
blandamente, á decir verdad, pero yo, cre-
tranquila actitud de aquella reina de los are-
yendo que trataba de devorarme la hundí mi
nales, dorada como ellos, blanca como ellos y
puñal en el cuello. Cayó en tierra lanzando
como ellos ardiente y solitaria.
un ahullido que me heló el corazon, y la vi
entre las angustias de la muerte mirarme sin
cólera. Quedóme eual si hubiese asesinado á
una persona y los soldados que habiendo des-
de léjos divisado mi blanca bandera acudieron
—Y bien, me dijo ella, ya he leido vuestro
en mi socorro, me encontraron vertiendo lá-
alegato en favor de las fieras. Pero ahora me
grimas... Sabed, caballero, continuó tras un
falta saber cómo acabaron aquellos dos séres
momento de pausa, que he hecho despues de
que parecian criados para comprenderse mù-
lo que os acabo de referir la guerra en Alema-
tuamente.
nia, en España, en Rusia y en Francia, y por
V -—Pues de un modo muy natural. Conclu-
ninguna parte por donde he paseado este saco
yeron como concluyen todas las grandes pa-
de huesos he encontrado nada que se parezca al
siones; por una equivocación. Se sospecha por
desierto. ¡Ah! ¡qué bello es allí todo!—¿Qué
una ú - o t r a parte una traición, no s e d a n
sentíais allí? le pregunté.—¡Oh! eso no se
explicaciones por aquello y se rompe por t e r -
puede explicar, joven. Además no siempre es-
quedad.
toy echando de ménos mis palmeras y mi pan-
—Y aún suele acontecer, añadió ella, que tera. Para que eso suceda necesito estar tris-
en los momentos de mayor espansion bastan
S
ARR
ASI
NE
te. E n el desierto, entendedlo bien, hay de
todo y no hay nada...—Bien, pero esplicad-
me...—Vamos, dijo dejando escapar un gesto
de impaciencia, quiero decir que allí está Dios
sin los hombres.

II. D E B A L Z A G .

FIN. (TRADUCCION D K G . C.)

M A D R I D I F
1SSO
I m p r e n t a y litografía de i_A GUIRNALDA
caile de las Pozas, núm. 12.
•MPMP——Wff

S A R R A S I N E

Sumergido me hallaba cierta noche en


una de esas meditaciones profundas que á to-
dos nos asaltan, aún al hombre más frivolo
en medio délas fiestas tumultuosas. Daban las
Es propiedad.
doce en el reloj del Elixeo Borbon, mientras
sentado en el alféizar de una ventana y oculto
por los ondulantes pliegues de una cortina de
moaré, contemplaba á satisfacción mia el j a r -
din de la casa en que me encontraba. Los ár-
boles desigualmente cubiertos de nieve se
marcaban débilmente sobre el fondo gris que
formaba un cielo nebuloso, apenas alumbrado
por la luna. Vistos entre esta atmósfera fan-
tástica semejaban vagamente espectros mal
envueltos en sudarios, imágen gigantesca de
la famosa danza de los w,uertos. Luego vol-
viéndome al lado opuesto, podia admirar la
danza délos vivos en un salón espléndido, de
tJ-m
paredes cubiertas de dorados y alumbrado por
•• ...i.
arañas brillantes cargadas de bujías. Allí bu-

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llian, se agitaban y cruzaban las mujeres más ciudad más divertida y más filosófica del
bellas, más ricas y más nobles de París, res- mundo, hacia las veces de una macedonia mo-
plandecientes, ostentosas, deslumbradoras ral mitad alegre y mitad fúnebre. Con el pié
de diamantes, con flores en la cabeza, en el derecho marcaba el compás, y creia tener el
pécho, entre dos cabellos, sobre los trajes ó otro en una tumba, pues mi pierna estaba
en guirnaldas bajo sus pies. Lijeros extreme- efectivamete helada por uno de esos aires co-
cimientos de alegría y pasos voluptuosos ha- lados que os enfrian medio -cuerpo, en tanto
cían girar los encages, las blondas y museli- que el otro medio experimenta el sudoso calor
nas en torno á sus delicados talles. Algunas de los salones, accidente muy común en un
miradas vivísimas pasaban aquí y allá eclip- baile.
sando las luces y el fuego de los diamantes, y
—¿Hace mucho tiempo que Mad. de Lanty
animando más y más los ya ardientes corazo-
posee este palacio?
nes. Sorprendíanse también señas y movi-
—Sí tal, ya hará unos dos años que el ma-
mientos de cabeza significativos para los aman-
riscal de Oarigliano se lo vendió.
tes é inexplicables para los maridos. Las re-
—¡Ah!
clamaciones de los jugadores á cada golpe im-
—Estas gentes deben tener una fortuna in-
previsto y el resonar del oro, se mezclaban á
mensa.
la música y al murmullo de las conversaciones
—Es lo probable.
y para acabar de aturdir á esta multitud em-
—¡Qué fiesta! Es de un lujo insolente.
briagada por todo lo que el mundo puede ofre-
cer de seductor, una atmósfera de perfumes y —¿Los creeis tan ricos como M. de Nucin-
alegría general obraban sobre las locas imagi- gen ó Mad. de Gondreville?
naciones. Así á mi derecha tenia la sombría y —¿Pues qué no sabéis...?
silenciosa imágen de la muerte y á mi izquier- Adelanté la cabeza, y reconocí á los dos
da las corteses bacanales de la vida; aquí la interlocutores por pertenecer á esta gente cu-
naturaleza fría, triste, en duelo; allí los hom- riosa que en Paris se ocupa exclusivamente
bres gozando, y yo, colocado en el límite de del ¿Por quél ¿Cómo? ¿De dónde es? ¿Quiénes
estos dos cuadros tan distintos que repetidos son? ¿Qué tiene? ¿Quéhn hecho ella?. Pusiéron-
de diversos modos constituyen á París en la se á hablar bajo y se alejaron para conversar
más á sus anchas en algún diván aislado. N a -
3
die sabia de qué país era procedente la fami- sentimiento. Esta jóven era el tipo de esa
lia de Lanty, ni de qué comercio, de qué ex- poesía escrita, lazo común de todas las artes,
poliación, de qué piratería ó de qué herencia y que huye siempre ante los que la persiguen.
provenia una fortuna valuada en muchos mi- Dulce y modesta, instruida y espiritual, nadie
llones. Todos los miembros de esta familia ha- podia eclipsar á Marianina á no ser su madre.
blaban italiano, francés, español, inglés y ale- ¿Habéis encontrado alguna vez una de estas
man con suficiente perfección para hacer su- mujeres, cuya radiante belleza desafía los ul-
poner que habían por largo tiempo vivido en trajes de la edad y que parecen á los treinta y
seis años más apetecibles que debían serlo quin-
estos países. ¿Eran gitanos? ¿eran filibuste-
ce años antes? Su rostro resplandeciente de-
ros?
mostraba una alma apasionada; en cada rasgo
—Mas que fuesen el diablo, decían los jóve-
se adivinaba la inteligencia, cada poro tenia
nes elegantes, el hecho es que reciben mara- un brillo particular sobre todo á la luz artifi-
villosamente. cial; los ojos seductores atraían, rehusaban,
—Aunque el conde de Lanty hubiese des- hablaban ó permanecían callados, su paso era
pojado á algún Casauba, me casaría gustoso inocentemente estudiado, su boca desplegaba
con su hija. las melodiosas riquezas de* tonos más exquisi-
¿Y quién no hubiera aceptado la mano de tamente dulces y tiernos, 'y fundados sobre
Marianina, joven de diez y seis años, que rea- comparaciones sus elogios halagaban el amor
lizaba las fabulosas concepciones de los poetas propio más delicado. Un movimiento de sus
orientales? Como la hija del sultán en el cuen- cejas, la más rápida mirada, un fruncimiento
to de la Lámpara Maravillosa, debería haber de lábios, causaban cierto terror á los que ha-
permanecido envuelta en su velo. Su canto cían depender de ellos su vida y su felicidad.
hacia palidecer los talentos incompletos de las Una jóven se dejaría seducir, pero con esta
Malibran, Sonteg y Fodor, en las cuales una especie de mujeres un hombre debe saber, co-
cualidad dominante ha excluido siempre la per- mo Mr. de Jaocourt, no gritar cuando al ocul-
fección del conjunto, mientras que Marianina tarse en un gabinete, la doncella le destroza
sabia unir en el mismo grado á la pureza de dos dedos con el quicio de una puerta. Amar
la voz, la sensibilidad, la cadencia y la ento- á estas potentes sirenas es jugar con su vida,
nación, el alma y la ciencia, la corrección y el
y hé ahí tal vez por loque las amamos con monsieur y Mad. de L a n t y guardaban sobre
tanta pasión. Tal era la condesa de L a n t y . su origen, su existencia pasada y sus relacio-
Filipo, hermano de Marianina, tenia como nes con las cuatro partes del mundo, hubiese
esta la belleza maravillosa de la condesa. Para sido por mucho tiempo un motivo de admira-
decirlo de una vez, este joven era la imágen vi- ción en Paris, pues en ningún país acaso se ha
va de Antinoo con formas más cenceñas; pero comprendido mejor el axioma de Vespasiano.
estas finas y delicadas proporciones, cuan bien Aquí el dinero, áun cuando esté manchado de
le sientan á la-juventud, si se unen á u n cútis sangre y lodo, no descubre nada y lo repre-
ligeramente moreno, cejas vigorosas y el fue- senta todo. Siempre que la alta sociedad sepa
go de unos ojos aterciopelados que prometen la cifra á que asciende vuestra fortuna, sereis
para lo f u t u r o enérgicas pasiones é idéas ge- clasificados entre las fortunas equivalentes á la
nerosas, Si Filipo estaba en el corazon de t o - vuestra, sin que nadie os pida vuestros perga-
das las jóvenes, también tenia su puesto en la minos, porque todos saben cuan poco cuestan.
mente de todas las madres, como el mejor par- En una ciudad en que los problemas sociales
tido de Francia. se resuelven por ecuaciones algebráicas, los
La belleza, fortuna, talento y gracias de aventureros cuentan con mucho en su favor,
ambos jóvenes provénian únicamente de su y así, áun suponiendo que esta familia fuese
bohemia de origen, eran t a n ricos, tan seduc-
madre. El conde de L a n t y era pequeño, feo,
tores, que la alta sociedad podia bien perdo-
delgado, sombrío como un español y pesado
narles sus secretillos. Pero, por desgracia, la
como un banquero. Pasaba, sí, por un profun-
historia enigmática de la casa de Lanty ofre-
do político, acaso porque rara vez se reia y
cía un perpétuo motivo de curioso interés,
citaba frecuentemente á madama de Metter-
muy semejante al de los cuentos de Ana Rad-
nich y "Wellington. cliffe.
Tan misteriosa familia tenía el atractivo
de un poema de lord Byron, cuyas dificulta- Los observadores, esas gentes que averi-
des hubieran sido traducidas de distinto modo guan en que almacén habéis comprado los can-
por cada persona de las que componen el gran delabros, ó que os preguntan lo que os cuesta
mundo; eran un canto oscuro en su conjunto, el alquiler cuando vuestra habitación les pa-
y sublime estrofa por estrofa. La reserva que rece bonita, habían notado de tarde en tarde,
en medio de las fiestas, los conciertos, los bai- estas bromas ingeniosas de la maledicencia pa-
les ó reuniones dadas por la condesa la apari- risiense. El desconocido era sencillamente un
viejo. Muchos de esos jóvenes acostumbrados
ción de un extraño personaje. E r a un hombre.
á plantear todas las mañanas el porvenir de
La primera vez que se mostró en el palacio
Europa en algunas frases elegantes, trataban
fué durante un concierto, en que pareció har
de ver en el desconocido algún gran criminal,
ber sido atraído hácia el salón por la vista en-
poseedor de inmensas riquezas. Los novelistas
cantadora de Marianina.
contaban la vida de este viejo dando detalles
Desde hace un momento siento frió, dijo verdaderamente curiosos sobre las atrocidades
á su vecina una señora que se hallaba cerca de cometidas por él durante el tiempo que había
la puerta. estado al servicio, del príncipe Migore. Los
El desconocido, que se encontraba en ella, banqueros, como gentes más positivas, daban
se alejó. una salida especiosa.
—Es singular, ahora tengo calor; añadió la —¡Bah! decían alzando los hombros con un
misma señora despues de la marcha del desco- movimiento de piedad, ese viejecillo es una
nocido; me tachareis tal vez de loca, pero no cabeza genovesa.
puedo ménos de pensar que mi vecino, ese se- —Caballero, si no es indiscreción, t e n -
ñor vestido de negro, que acaba de alejarse, dríais la bondad de explicarme lo que enten-
era la causa de este frió. deis por una cabeza genovesa?
Bien pronto la exageración natural en las —Es un hombre de cuya vida dependen
personas de la alta sociedad hizo brotar y a u - enormes capitales, y de su conservación de-
mentarse las ideas más peregrinas, las expre- penden por lo visto las rentas de esta casa.
siones más graciosas y los cuentos más e x t r a - Recuerdo haber oidó en casa de Mad. de
vagantes sobre este misterioso personaje. Sin Espard á un magnetizador, probar por consi-
ser precisamente un vampiro, un antropófago, deraciones históricas de muy aparente verosi-
u n hombre sobrenatural, una especie de Faus- militud, que este anciano conservado entre
to ó de Robín de los bosques, participaba, a l cristales era el famoso Balsamo llamado Ca-
decir de las gentes amigas de lo fantástico, de gliostro. Según este moderno alquimista, el
todas estas naturalezas antropomórficas, no aventurero siciliano habia escapado á la muer-
faltando algún aleman que tomase en sério
t e y se entretenía en fabricar oro para sus problema. Oculto durante meses enteros en el
-vicios; y por fin el bailio de J e r e t t e pretendía fondo de un santuario desconocido, este génio
haber reconocido en este singular personaje familiar salia de pronto, como furtivamente,
al conde de San Germán. Estas tonterías di- cuando ménos se le esperaba, y aparecía en
chas con el tono espiritual y el aire burlón medio de los salones, como esas hadas de otros
que en el dia caracterizan á una sociedad sin tiempos que descienden de sus dragones ala-
creencias, mantenían las vagas sospechas sobre dos para venir á turbar las fiestas á las que
la casa de L a n t y . En fin, por un singular con- no habían sido invitadas. Los observadores
curso de circunstancias, los miembros de esta más ejercitados podían entónces únicamente
familia, justificaban las conjeturas de las gen- comprender la inquietud de los señores de la
tes, observando una conducta bastante miste- casa, que sabían disimular sus sentimientos
riosa con este anciano, cuya vida estaba en con singular habilidad. Unas veces bailando
cierto modo velada á toda clase de investiga- un rigodon, la inocente Marianina echaba una
ciones. mirada de terror al anciano, á quien vigilaba á
Si este personaje traspasaba el término de través de los grupos, ó bien Filipo se lanzaba
las habitaciones que él debia ocupar en el pa- deslizándose á trayés de la multitud, hasta
lacio Lanty, su aparición causaba siempre acercársele, y permanecía junto á él con tier-
gran sensación en la familia, y hubiérase di- na atención, cual si el contacto de los hombres
cho que era un acontecimiento de cierta im- ó el menor soplo pudiese destruir aquella ex-
portancia. Filipo, Marianina, Mad. de Lanty traña criatura. La condesa trataba de aproxi-
y un viejo servidor, tenían solo el privilegio mársele sin aparentar unírsele con intención,
de ayudar al desconocido á caminar, levantar- y luego con maneras y fisonomía en que se
se ó sentarse, y todos vigilaban sus menores mezclaban el servilismo con la ternura, la su-
movimientos. misión con el despotismo, le decia dos ó tres
palabras, á las que atendia casi siempre el an-
Parecía como si fuese una persona encan-
ciano y desaparecía conducido ó por mejor de-
tada, de quien dependiese-la dicha, la vida ó
cirllevado por ella. Si Mad. de L a n t y no esta-
la fortuna de los demás. ¿Era temor, ó afecto?
ba allí, el conde empleaba mil estratagemas pa-
Las gentes de mundo no podían hallar induc-
ra llegar hasta él; pero parecia hacerse escu-
ción alguna que les ayudase á resolver este
cliar difícilmente y le trataba como á un niño —Mi palabra, caballero, sólo hay treinta
mimado, á quien su madre consiente los capri- sobre el tapete...
chos ó acaso, su terquedad. Algunos indis- —¡Y bien! ya veis como aquí están muy
cretos se habían aventurado á interrogar atur- mezcladas las personas; no se puede jugar.
didamente al conde de Lanty, pero estehombre —Es verdad. Y por cierto que son ya cerca
frió y reservado, no habia nunca aparentado de seis meses los que hace no vemos al espíritu.
comprender las preguntas de los curiosos. ¿Creeis que sea un sér viviente?
Así, tras varias tentativas que la circuns- -—¡Oh! todo lo más.
pección de esta familia hacia vanas, nadie t r a - Estas últimas palabras eran dichas á mi
tó de descubrir un secreto tan bien guardado, alrededor, en el momento en que yo resumía
y los espías de la buena sociedad, los papana- en un pensamiento final mió, reflexiones mez-
tas y los políticos, concluían, tras inútiles es- cladas de negro y blanco, de vida y muerte.
caramuzas, por no ocuparse más de este mis- Mi loca imaginación al par que mis ojos, con-
terio. templaban una y otra vez la fiesta en sn más
En el momento á que me refiero y en me- alto grado de esplendor y el sombrío cuadro
dio de aquellos brillantes salones donde pulu- de los jardines. No sé cuanto tiempo hacia es-
laban los filósofos, habia quien, tomando un taba meditando sobré estas dos fases de la
sorbete ó dejando sobre una consola su vaso medalla humana, cuando de pronto, la risa re-
de ponche vacío, decia: primida de una mujer joven, me vino á desper-
—No me admiraría el saber que estas gen- t a r y quedé estupefacto ten presencia de la
tes son unos bribones. Ese viejo que se oculta imágen que se ofrecía ante mis ojos. Por uno
y solo aparece en los equinocios y solsticios, de los más raros caprichos de la naturaleza, el
tiene á mi ver todo el aspecto de un asesino. pensamiento de semi-duelo que bullía en mi
cabeza, habia tomado forma y se encontraba
—O de un banquero quebrado.
delante de mí, viviente y personificado, salien-
—Es casi casi lo mismo. Acabar con la for-
do como Minerva, alta y fuerte de la cabeza
tuna de un hombre, es á veces peor que aca-
de J ú p i t e r . Se rae presentaba á la vez cente-
bar con su vida.
nario y juvenil, estaba vivo y muerto.
—Caballero, he apuntado veinte luisesy
debo cobrar cuarenta. Escapado de su habitación como un loco
á mí, pero el anciano no quiso separarse de es-
de sn jaula, el viejecillo se habia sin duda des- graciosa criatura, á la cual se adhirió capri-
lizado diestramente tras un grupo de personas chosamente con esa obstinación muda y sin
atentas á la voz de Marianina, que terminaba causa aparente, de que son susceptibles las per-
una ária del Tancredo. Parecia que habia sa- sonas extremadamente ancianas, y que las ha-
lido de la tierra á impulso de algún mecanis- , ce asemejarse á los niños. Para sentarse junto
mo teatral. Inmóvil y sombrío permaneció á la jóven, le fué necesario apartar un pliegue
durante un momento, contemplando esta fies- del traje y sus más pequeños movimientos
t a , cuyo murmullo habia tal vez llegado á sus eran ejecutados con esa fria torpeza y estúpi-
oidos. Su preocupación casi de sonámbulo, era da indecisión que caracteriza los gestos de un
t a n concentrada sobre los objetos, que se ha- paralítico. Colocóse lentamente en su silla con
llaba en medio del concurso sin reparar en él. circunspección y murmurando algunas pala-
Habíase colocado sin ceremonia junto á una bras ininteligibles. Su voz cascada asemejába-
de las mujeres más encantadoras de París, se al ruido que produce una piedra al caer en
bailadora elegante y joven, de formas delica- un pozo. La jóven me apretó vivamente la
das, una de esas figuras frescas como un niño, mano, cual si hubiese querido resguardarse de
blancas y sonrosadas, y t a n delicadas y tras- un precipicio, y extremeciósecuando este hom-
parentes que la mirada de un hombre parece bre, á quien miraba, volvía hácia ella dos ojos
poder penetrarlas como un rayo de sol á un sin calor, dos ojos verdosos que no podían
trozo de hielo puro. Delante de mí estaban compararse más que al nácar empañado.
los dos, juntos, unidos y tan próximos, que el
—Tengo miedo, me dijo ella, inclinándose
desconocido rozaba el traje de gasa, las guir-
hácia mi oido.
naldas de ñores, los cabellos levemente riza-
—Podéis hablar, la dije, oye difícilmente.
dos y el cinturon flotante de la hermosa.
—¿Le conocéis?
Yo habia presentado á esta jóven en el —Sí.
baile de madama de Lanty, y como venia por Recobróse entónces lo bastante para exa-
la primera vez á esta casa, la perdoné su risa minar durante u n momento aquella criatura
comprimida, pero hícela un signo imperativo sin nombre en el lenguaje humano, forma sin .-
que la dejó sobrecogida y la obligó á cobrar substancia, sér sin vida ó sin aceion. Hallá»-
respeto hácia su vecino. Yino á sentarse junto
-mm
mr
ni
SA R E A S I N E .

base bajo el encanto de esa tímida curiosidad cho, aunque sobre él este encaje más parecía
que impele á las mujeres á procurarse emocio- un harapo que un adorno, y en medio de esta
nes peligrosas, á ver tigres encadenados, y á chorrera un diamante de un valor incalculable
contemplar boas, acostumbrándose á no estar centelleaba como un sol. Este lujo anticuado,
separadas de ellas más que por débiles barre- esta riqueza intrínseca y sin gusto, hacían re-
ras. Aunque el viejecillo tuviese encorvadas ; saltar más y más la fisonomía de este sér ex-
las espaldas como un trabajador, se conocía fá- | traño, pues el marco era digno del retrato.
cilmente que debia haber sido de mediana es- El rostro era negro, anguloso y arrugado
tatura, y la excesiva flacura y la delicadeza de * en todas direcciones, la barba cóncava, los pó-
sus miembros probaban que habia tenido es- j mulos surcados, los ojos perdidos en las órbi-
beltez en sus proporciones. Llevaba un calzón tas amarillas, las mandíbulas salientes á causa
de seda negra que flotaba en t o m o de sus de una excesiva flacura formando cabidades en
muslos descarnados, formando pliegues como medio de cada mejilla, y todas estas desigual-
una vela abatida, y un anatómico hubiese re- dades, más ó ménos iluminadas por las luces,
conocido al instante los síntomas de una hor- producían sombras y reflejos extraños, que
rible tisis, con sólo ver las piernecillas que sos- acababan de quitarle el carácter de faz h u -
tenían aquel cuerpo extravagante, y á las que mana.
se hubiese tomado por dos huesos puestos en Además, los años habían pegado tan iner-
cruz sobre una tumba. temente sobre los huesos la piel amarilla y
U n sentimiento de profundo horror hacia fina de este rostro, que formaba por todas par-
el hombre, embargaba el corazon cuando una tes multitud de arrugas ó círculos, como las
fatal atención hacia aparecer las señales de la ondas del agua turbada por la piedra que un
decrepitud, impresas sobre este organismo ex- niño arroja, ó estrellas como un vidrio roto,
traño. El desconocido llevaba un chaleco blan- pero siempre profundas y t a n unidas como
co bordado de oro á la moda antigua, y su el córte de las hojas de un libro. Algunos vie-
ropa interior era de una blancura deslumbra- jos presentan tal vez aspecto más repugnante,
dora. Una chorrera de encaje de Inglaterra, pero lo que contribuía á dar más la apariencia
cuya labor hubiese causado la envidia de una de una creación artificial al espectro apareci-
reina, formaba ondas amarillentas sobre su pe- do ante nosotros, era el colorete que en él re-
saltaba. Las cejas recibían de la luz u n lustre mas redondas y bellas, de cabellos bien plan-
que revelaba una pintura muy bien ejecutada, tados sobre una frente alabastrina que inspi-
y felizmente para la vista contristada de t a n - raba amor, cuyos ojos no recibían sino repar-
t a s ruinas, su cráneo cadavérico se ocultaba tían la luz, fresca, suave, y notar que aque-
bajo una peluca rubia, cuyos innumerables ri- llos bucles vaporosos, aquel aliento embalsa-
zos ponían de manifiesto una severa presun- mado parecían demasiado pesados, demasiado
ción. Por lo demás, la coquetería femenina de duros, demasiado poderosos para aquella som-
este personaje fantasmagórico, se anunciaba bra, para aquel hombre de ceniza. ¡Ah! era
claramente por los pendientes de oro que pen- precisamente la representación de muerte y de
dían de sus orejas, por las sortijas, cuyas ad- vida de mi pensamiento, especie de arabesco
mirables piedras brillaban Bobre sus dedos imaginario, horrenda quimera de forma á me-
osificados y por una cadena de reló que cente- dias y á medias divinamente femenil.
lleaba como el collar de una dama.
—Y hay sin embargo matrimonios así que
Por último esta especie de ídolo japonés, se efectúan comunmente en el mundo, me de-
conservaba sobre sus lábios descoloridos, una cía yo.
risa fija y parada, risa implacable y burlona —Huele á cementerio, dijo la jó ven espan-
como la de una calavera. Silencioso é inmóvil tada, agarrándome como para asegurarse de
como una estátua, exbalaba de sí ese olor de mi protección, y sus convulsivos movimien-
azmizcle de los vestidos antiguos que los here- tos me dieron á entender que tenia miedo.
deros de una duquesa exhuman de sus cajones —Es una visión horrible, continuó, yo no
d u r a n t e un inventario, y si el viejo giraba puedo permanecer aquí más tiempo, porque
sus ojos por la concurrencia, parecía que los si le vuelvo á mirar creeré que es la misma
movimientos de aquellas pupilas incapaces de muerte que viene á buscarme. ¿Pero vive?
reflejar claridad alguna, se llevaban á cabo Y puso la mano B o b r e el trasgo con esa va-
por un oculto artificio, y cuando pasaban, el lentía que las mujeres manifiestan por efecto
que los examinaba concluía por dudar de si de la violencia de sus deseos, pero un sudor
Be habían movido. Ver al lado de estos des- frió la cubrió cuando al tocar al viejo, oyó
pojos humanos, una mujer joven, con los b r a - u n grito semejante á una carraca. E s t a ágria
zos cuello y pecho desnudos y blancos, de for- voz, si era voz, se escapó de una garganta casi
SARBASINE. 23

Permanecimos durante un rato en la con-


SSC ay luego á aquella exclamación sucedió re-
petida una tosecilla de niño, convulsiva, y de templación de tal maravilla, que parecía de-
un sonido particular. A este ruido Mariani- bida á algún pincel sobrenatural. El cuadro
na Filipo y Mad. de Lanty fijaron sus ojos representaba á Adonis echado sobre una piel
en nosotros, y sus miradas fueron como re- de león, y la lámpara suspendida en el cen-
lámpagos. L a jóven h u b i e r a q u e r i d o hallarse tro del gabinete y encerrada en un vaso de
alabastro, iluminaba en aquel momento el
en el fondo del Sena, cogió mi brazo y me con-
lienzo de una luz dulce que nos permitía abar-
d u j o á u n gabinete, y al cruzar elsalon, hom-
car todas las bellezas de la pintura.
bres y mujeres, todo el mundo nos abrió calle.
Llegados á lo último de las piezas de recepción, —¿Un sér tan perfecto existe? me preguntó
entramos en un gabinetito semicircular^ mi ella, despues de haber examinado, no sin una
compañera se dejó caer en un diván temblando dulce sonrisa de satisfacción, la gracia exqui-
de espanto y sin saber donde estaba. sita de los contornos, la postura, el color, los
—Señora, ¿qué locura ha sido esa? cabellos, en fin, todo. Es demasiado hermoso
Pero contestó ella despues de un mo- para hombre, añadió despues de un exámen,
xnento d ¡ silencio, d u r a n t e el cual la estuve semejante al que hubiera hecho de una rival.
admirando, ¿es falta mia? ¿Por qué Mana de ¡Oh! como sentí yo entónces las punzadas
de unos celos, en los cuales un poeta habia tra-
Lanty deja vagar duendes por su casa?
tado inútilmente el hacerme creer; los celos de
- V a m o s , repliqué, no imitéis á los tontos
los grabados, de los cuadros, de las estátuas,
tomando á un viejecillo por un espectro.
en que los artistas exageran la belleza huma-
- G a l l a d , replicó con ese aire dominante y
na, como consecuencia de la doctrina qué les
burlón que todas las mujeres saben tomar t a n
conduce á idealizarlo todo.
bien cuando quieren tener r a z o n . - B o m t o
—Es un retrato, la contesté, debido al ta-
«abinete, continuó alzando la voz y mirando
lento de Vieu; pero este gran pintor jamás vió
en derredor suyo. El raso azul hace siempre
al original, y vuestra admiración no será tan-
muy bien en tapicería, ¡es t a n fresco! ¡ Ah qué
ta acaso cuando sepáis que ese estudio del des-
hermoso cuadro, añadió levantándose al de-
nudo ha sido copiado de una estatua de mujer.
cir esto y yendo á colocarse frente á un lien-
—Pero, ¿quién es?
eon magnífico mareo.
—¡Addio, Addio! dijo ella con las inflexio-
Yo vacilé.
nes más bonitas de su voz juvenil y añadien-
—Quiero saberlo, añadió vivamente.
do además sobre la última sílaba un trino ad-
—Creo, la dije, que ese Adonis representa
mirablemente ejecutado, pero en voz baja y
á un... un... un pariente de Mad. de L a n t y .
como para pintar la efusión de su corazon por
Tuve el dolor de verla abismada en la con-
medio de una expresión poética. El viejo sú-
templación de aquella figura. Se sentó en si-
bitamente herido por algún recuerdo, perma-
lencio, me coloqué junto á ella y la cogí la
neció sobre el dintel de aquel secreto aposen-
mano sin que lo notase, ¡olvidado por un re-
to. Oimos entonces, gracias á un profundo si-
trato! E n este momento el ruido ligero de los
lencio, el suspiro pesado que salió de su pecho:
pasos de una mujer, cuyo t r a j e crugía, sonó
cogió la más hermosa de las sortijas de que
entre el silencio. Vimos entrar á la joven Ma-
estaban cargados sus dedos de esqueleto y la
rianina, más brillante aún por su expresión
colocó en-el seno de Marianina. La loca jóven
de inocencia, que por su gracia y su fresco to-
se echó á reir, cogió la sortija, colocóla so-
cado, marchando lentamente y sosteniendo
bre el guante en uno de sus dedos y se lanzó
con un cuidado maternal, con una filial solici-
con ligereza hácia el salón donde resonaban
t u d al vestido espectro que nos habia hecho
en aquel momento los preludios de una con-
huir del salón de música: le conducía mirán-
tradanza. Al salir, nos vió y dijo:
dole con una especie de inquietud posar l e n -
—¡ Ah! ¿Estabais ahí?
tamente sus débiles piés.
Los dos llegaron muy penosamente hasta Y despues de habernos mirado como para
una puerta oculta en la tapicería, y allí Ma- interrogarnos, corrió en busca de su pareja
rianina llamó dulcemente y al momento apa- con la indolente petulancia de su edad.
reció como por mágia un hombre alto y seco, —¿Qué quiere decir esto? me preguntó mí
especie de génio familiar. Antes de confiar el compañera. ¿Es su marido? me parece que
sueño. ¿Dónde estoy?
viejo á este guardian misterioso, besó la jóven
—iVos! Respondí, vos, señorita, que sois
respetuosamente al cadáver ambulante, y su
exaltada, y que, comprendiendo tan bien
casta caricia no fué exenta de ese mimo gra-
las más ligeras emociones, sabéis cultivar en
cioso cuyo secreto pertenece á algunas mu-
el corazon del hombre el más delicado de
jeres privilegiadas.
SARRASINE.

los sentimientos, sin marchitarle, sin romper- Sonrió y nos separamos; ella siempre t a n
le desde el primer dia, vos que teneis piedad altiva, t a n ingrata, y yo tan ridículo en este
momento como siempre. Tuvo el atrevimiento
de las penas del corazon, y que al talento de
de bailar con un jóven, ayudante de campo, y
una parisiense unís una alma apasionada, dig-
yo permanecí sucesivamente enojado, mohíno,
na de Italia ó España...
admirado, amante y celoso.
Ella comprendió claramente que mi len-
—Hasta mañana, me dijo ella á las dos d e
guaje estaba impregnado de una amarga iro-
la madrugada, al retirarse del baile.
nía, y enseguida, sin dar á entender lo habia
—No iré, pensé, y t e abandono. Eres más
comprendido, me interrumpió para decirme:
caprichosa, más fantástica mil veces quizás...
—¡Oh! me pintáis á vuestro gusto. ¡Singular que mi imaginación.
tiranía, DO quereis que yo sea yo!
Al dia siguiente nos hallábamos ella y yo
¡Oh! yo no quiero nada, exclamó asusta- delante de un buen fuego en un saloncito ele-
do de su grave actitud. Mas decidme, ¿es cier- gante, sentados los dos, ella en una otomana,
to al ménos que os complace oir contar la his- y yo sobre los cogines, casi á sus piés y con
toria de esas pasiones enérgicas, producidas en mis ojos fijos en los suyos. La calle estaba si-
nuestros corazones por las hechiceras mujeres lenciosa. La lámpara arrojaba una dulce clari-
del Mediodía? dad. Era una de esas veladas deliciosas al al-
—Sí, ¿por qué? ma, uno de esos momentos que no se olvidan
—Pues bien, yo iré manana á la noche a jamás, una de esas horas pasadas en la paz y
vuestra casa., á eso de las nueve, y os revelaré en el deseo, y que más tarde son con su re-
este misterio. cuerdo un motivo de pena, áun cuando nos
—No, repitió ella con terquedad, quiero sa- encontremos más felices. ¿Qué puede borrar
berlo ahora mismo. la viva impresión de las primeras impresiones
—Aún no me habéis otorgado el derecho de del amor?
obedeceros cuando decís: "Quiero...
—Yamos, dijo, escucho.
—En este momonto, respondió con una co- —Pero yo no me atrevo á empezar. La aven-
quetería desesperante, tengo un vivísimo de- tura tiene pasajes peligrosos para el narrador,
seo de conocer ese secreto. Mañana no os es- y si me entusiasmo me haréis callar.
cucharé quizás.
SARRASINE.

sangre, porque áun en el caso de ser el más


—Hablad.
débil mordía. Sucesivamente diligente ó pasi-
—Obedezco, dije y empecé así despues de
vo, sin aptitud ó muy inteligente, su extraño
una pausa: Ernesto Juan Sarrasine era el hijo
carácter le hizo temible á sus maestros lo mis-
único de un procurador del Franco-Condado.
mo que á sus condiscípulos. En vez de apren-
Su padre habia ganado honradamente seis ú
der el griego, retrataba al reverendo padre
ocho mil libras de renta, fortuna de procura-
que le explicaba un pasaje de Tucídides, dise-
dor, que en otro tiempo en provincia pasaba
ñaba al profesor de matemáticas, al adminis-
por colosal. El anciano señor Sarrasine, no
trador, al criado, al corrector y embadurnaba
teniendo más que un hijo, no quería descuidar
todas las paredes de trazos informes. En lu-
nada en su educación, esperando hacer de é
gar de cantar las alabanzas del Señor en la
un magistrado y vivir suficiente tiempo para
iglesia, se entretenía durante los oficios en
ver en sus últimos dias al nieto de Mateo Sar-
cortar un banco, ó cuando habia robado algún
rasine, labrador del país de Saint -Die, sentar-
pedazo de madera esculpía alguna figura de
se sobre los lises y dormir durante la audien-
santo. Si la madera, la piedra ó el lápiz le fal-
cia á la mayor gloria del Parlamento; pero el
taban, representaba sus ideas con miga de
cielo no reservaba esta alegría al procurador.
pan. Sea que copiase los personajes de los cua-
El jóven Sarrasine, confiado desde muy niño á
dros que adornaban el coro, sea que improvi-
los jesuítas, dió pruebas de una turbulencia
sase, dejaba siempre en su puesto bosquejos
poco común, y tuvo la infancia de un hombre
groseros cuyo carácter licencioso desesperaba
de talento. No quería estudiar, sino seguir
á los padres jóvenes, y según los maldicientes
su capricho, se sublevaba á menudo y perma-
pretendían, hacían sonreír á los jesuítas viejos.
necía á veces horas enteras abismado en con-
fusas meditaciones, ocupado, y a en contemplar Por fin si hemos de creer á la crónica del
á sus camaradas cuando jugaban, y a en re- colegio, fué despedido por haber, mientras es-
cordar á los héroes de Homero. Luego, si se peraba su turno para confesarse un viernes
decidía á jugar ponia en sus juegos un ardor santo, esculpido un grueso leño en forma de
extraordinario. Cuando tenia lugar una riña Cristo. La impiedad grabada sobre esta escul-
entre un compañero y él, rara vez terminaba t u r a era demasiada para no atraer un castigo
el combate sin que hubiese derramamiento de al artista. ¿Nohabia tenido la audacia de colocar
en lo albo «leí tabernáculo e3tafiguraalgo cínica? acaso tan vigorosamente templada como la de
Sarrasine vino á Paris en busca de unrefu- Miguel Angel, reprimió en sus justos límites
gio contra las amenazas de la maldición pater- el extraordinario fuego de Sarrasine, prohi-
na. Con una de esas voluntades fuertes que no biéndole trabajar y procurándole distraccio-
reconocen obstáculos, obedeciendo á las órdenes nes cuando le veia dominado por el furor de
de su génio entró en el taller de Boucbardon alguna idea, ó confiándole trabajos de impor-
donde trabajaba durante el dia, yendo por la tancia en el momento en que se hallaba pró-
nocbe á mendigar la subsistencia. Boucbar- ximo á entregarse á la disipación. Pero sobre
don, maravillado de los progresos y de la in- aquella alma apasionada la dulzura fué siem-
teligencia del jóven artista, adivinó bien pron- pre la más poderosa de las armas, y el maestro
to la miseria en que se veia su discípulo, y le sólo logró un gran imperio sobre su discípulo
socorrió, le cobró cariño y le trató como á un excitando su reconocimiento por su bondad
hijo. Mas tarde, euando el genio de Sarrasine paternal. A los 22 años Sarrasine se vió obli-
se manifestó por una de esas obras en que el gado á dejar la saludable influencia que Bou-
talento futuro lucha contra la efervescencia de cbardon ejercía sobre sus hábitos y costum-
la juventud, el generoso Boucbardon trató de bres. Los trabajos de su ingenio se vieron f a -
volverlo á la gracia del anciano procurador. vorecidos, ganando el premio de escultura,
Ante la autoridad del célebre escultor se apa- fundado por el marqués de Marigny, el her-
ciguó el enojo paternal, y todo Besanzon se mano de Mad. Pompadour que tanto hizo por
felicitó de tener por hijo á un futuro y gran- las artes. Diderot alabó como una obra maes-
de hombre. En el primer momento de traspor- t r a la estátua del discípulo de Bouchai'don, y
t e en que le sumió su halagada vanidad, el no sin profundo dolor vió el escultor del rey
avaro procurador puso á su hijo en estado de partir para Italia al jóven á quien por sistema
presentarse dignamente en sociedad. hab ; a mantenido en una profunda ignorancia
de las cosas de la vida.
Los largos y trabajosos estudios necesarios
en la escultura, amansaron por largo tiempo Sarrasine era hacia seis años el comensal
el carácter impetuoso de Sarrasine. Boucbar- de Boucbardon. Fanático de su arte como Ca-
don, advirtiendo la violencia con que las pa- nova lo fué más tarde, se levantaba al ama-
siones se desencadenarían en esta alma jóven, necer, entraba en el taller para no salir hasta
32 asisvaavs

la noche, y no vivía más que con su inspira- pasado quince dias en el estado de éxtasis que
ción. Si iba á la comedia francesa era llevado asalta á todas las jóvenes imaginaciones al as-
por su maestro y se sentía tan atado en casa pecto de las ruinas, cuando una noche entró
de Mad. Geoffrin y en la gran sociedad en que en el teatro de Argentina, ante el cual se api-
Bouchardon trató de introducirle,que prefería ñaba una gran multitud. Preguntó la causa de
estar solo y rehusó los placeres de esta época esta concurrencia, y las gentes le respondieron
licenciosa. No tuvo más querida que la escul- estos dos nombres ¡Zambinella ¡Jomelli! En-
t u r a y Clotilde una de las celebridades de la tró y se sentó en el patio, oprimido entre dos
ópera, y aún esta intriga no fué duradera. abbati notablemente gordos, pero colocado
Sarrasine era bastante feo, siempre mal ves- por fortuna bastante cerca de la escena. Le-
tido, y de un natural tan libre, tan desarre- vantóse el telón. Por la primera vez de su vi-
glado en su vida privada, que la ilustre ninfa da oyó esa música de que M. Juan Jacobo
temiendo alguna catástrofe, devolvió muy Rousseau le habia ponderado t a n elocuente-
luego el escultor al amor d é l a s artes. Sofía mente los encantos en una reunión del barón
Arnanbol ha dicho yo no pé qué buena frase de Holbaeh. Los sentidos del jó ven escultor
con este motivo. Se admiraba según creo de fueron, por decirlo así bañados por los acen-
que su compañera hubiese podido arrancarle tos de la sublime armonía de Jomelli. Las
de las estátuas. Sarrasine partió para Italia lánguidas originalidades de esas voces italia-
en 1758. Su ardiente imaginación se inflamó nas hábilmente combinadas lo sumergieron en
bajo el cielo de fuego de aquella Península, y un éxtasis encantador. Permanecía mudo,
en presencia de lo3 maravillosos monumentos inmóvil, sin sentirse prensado por los curas.
deque está sembrada lapátria. Admiró las Su alma se trasladó á sus oidos y á sus ojos, y
estátuas, los frescos y los cuadros, y lleno de creyó escuchar por cada uno de sus poros.
emulación sé dirigió á Roma, presa del deseo De pronto aplausos, capaces de hacer hundirse
de inscribir su nombre entre los de Miguel el teatro, acogieron la entrada en escena de
Angel y Mr. de Bouchardon. Así, durante la prima donna. Adelantóse ésta por coque-
los primeros dias distribuía su tiempo entre tería hácia el primer término y saludó al p ú -
los trabajos del taller y el exámen de las obras blico con una gracia infinita. Las luces, el en-
artísticas que abundan en Roma. Habia ya tusiasmo de la gente, la ilusión de la escena,
animados contornos y el efecto de sus pesta-
el prestigio de un trage, que en esta época t e -
ñas espesas y rizadas en que terminaban sus
nia bastante atractivo, conspiraban en favor
grandes y voluptuosos párpados. Más que una
de esta mujer. Sarrasine dejó escapar gritos
mujer era una obra maestra. Hallaba él en
de placer, admirando en aquel instante la be-
esta creación inesperada, amor para arrebatar
lleza ideal de que habia basta entónces busca-
á todos los hombres y bellezas dignas de sa-
do las perfecciones en la naturaleza, pidiendo
tisfacer á un crítico. Sarrasine devoraba con
á un modelo, innoble por lo común, la redon-
los ojos la estátua de Pígmalion para él des-
dez de una pierna bien formada, á otro los
cendida de su pedestal. Cuando la Zambinella
contornos del pecho, á aquel sus blancas es-
cantó, fué un delirio. El artista tuvo frió, y
paldas, tomando, en fin, el cuello de u n a j ó -
luego sintió un fuego que chispeaba de repen-
ven, las manos de esta mujer y las tersas ro-
te en las profundidades de su íntimo sér, de
dillas de este niño, sin hallar nunca, bajo el
eso que llamamos corazon á falta de otra
frió cielo de París, las ricas y suaves creacio-
palabra.
nes de la Grecia antigua. La Zambinella le
mostraba reunidas, vivas y delicadas esas ex- No aplaudió, no dijo nada, sentia ese prin-
quisitas proporciones de la naturaleza feme- cipio de locura á manera de frenesí que nos
nina tan ardientemente deseadas y de las cua- acomete en esta edad en que el deseo tiene yo
les un escultor es á la vez el juez más severo no sé qué de terrible é infernal.
y el más apasionado. Tenia una boca expresi- Sarrasine quería lanzarse sobre la escena
va, ojos amorosos, un cútis de una blancura y apoderarse de esta mujer. Su fuerza, centu-
deslumbradora, y junto á estos detalles, que plicada por una depresión moral imposible de
hubiesen entusiasmado á un pintor, todas las explicar, porque estos fenómenos pasan en
maravillas de Vénus acatadas y copiadas por una esfera inaccesible á la observación huma-
el cincel de los griegos. El artista no cesaba na, tendía á proyectarse con una violencia
de admirar la gracia inimitable con que los dolorosa. Al verle, se hubiera dicho era un
brazos se unian al busto, la redondez ilusio- hombre frió y estúpido. Gloria, ciencia, por-
nadora de su cuello, las lineas armoniosamen- venir, existencia, lauros, todo se borró. Ser
t e descritas por las cejas y la nariz, luego el amado de ella ó morir: tal fué la divisa que
óvalo perfecto de la cara, la pureza de sus Sarrasine llevó sobre sí mismo desde aquel
instante; t a n completamente embriagado es- fué á sentarse sobre las gradas de una iglesia,
taba, que no veia ni sala, ni espectadores, ni y allí, con la espalda apoyada en una colum-
actores, no oia más que la cantante; mejor di- na, se perdió en una meditación confusa como
cho, no existia distancia entre él y la Zambi- un sueño. La pasión le habia destruido. De
nella, la poseía, sus ojos se apoderaron de vuelta á su casa, cayó en uno de esos parasis-
ella. Una potencia casi diabólica le permitía mos de actividad que nos revelan la presencia
sentir el viento de su voz, respirar los polvos de principios nuevos en nuestra existencia.
embalsamados de sus cabellos, ver los detalles Presa de esa primera fiebre de amor que con-
de su rostro y contar las venas azules que tiene tanto placer como dolor, quiso engañar
surcaban su satinada piel. En fin, aquella voz su impaciencia y su delirio dibujando á La
ágil, fresca y de un timbre argentino, flexi- Zambinella de memoria. Fué una especie de
ble como un hilo al que el más ligero viento meditación material. Sobre esta hoja de pa-
da una forma, que riza y d e s r i z a , desenvuelve pel, la Zambinella se veia en esa actitud tran-
y dispersa; atacaba tan fuertemente al alma, quila y fría en apariencia, afectada por Rafael
que más de una vez dejó escapar esos gritos y Giotto y por todos los grandes pintores; en
involuntarios arrancados por las convulsio- aquella otra, volvía la cabeza graciosamente
nes deliciosas, muy raramente sentidas en las acabando un trino y parecía escucharse ella
humanas pasiones. Bien pronto se vió obliga- misma. Sarrasine dibujó á su amada en todas
do á abandonar el teatro. Sus piernas, t e m - las posturas: la hizo sin velo, sentada, de pié,
blorosas, se negaban á sostenerle; estaba aba- echada, casta ó enamorada, realizando, gra-
tido y débil como un hombre nervioso que se cias al delirio de su lápiz, todas las ideas ca-
ha entregado á una excesiva cólera, pues ha- prichosas que asaltan nuestra imaginación
bía tenido tanto placer ó quizás habia sufri- cuando pensamos con vehemencia en una
do, cual si su vida se hubiese derramado como querida. Pero su furioso pensamiento iba más
el agua de un vaso volcado por un choque. lejos que el dibujo: veia á la Zambinella, la
Sentía en sí un vacío, un aniquilamiento se- hablaba, la suplicaba, apuraba mil años de
mejante á esas atonías que desesperan á los vida y de placer con ella, colocándola en to-
convalecientes al salir de una grave enferme- das las situaciones imaginables y ensayando,
dad. Invadido por una tristeza inexplicable, por decirlo así, un porvenir con ella. Al día
gó á ser más profunda al volverse más tran-
simiente envió á su criado á alquilar por toda
quila. Por lo demás el feroz escultor no sufría
Atemporada un palco cercano á la escena.
que su soledad, poblada de imágenes, adorna-
Luego, como todos los jóvenes cuya alma es
da con las fantasías de la esperanza y llena de
potente, se exageró las dificultades de su em-
felicidad, fuese turbada por sus amigos. Ama-
presa y la dicha de poder admirar a su ama-
ba con tal fuerza y tal ingenuidad que sufrió
da sin obstáculos. Esta edad de oro del amor,
los inocentes escrúpulos de que nos vemos
durante la cual gozamos con nuestros propios
asaltados cuando amamos por la primera vez.
sentimientos y en que nos conceptuamos feli-
En comenzando á entrever que pronto sería
ces casi por nosotros mismos, no debía durar
necesario obrar, intrigar, preguntar donde vi-
largo tiempo para Sarrasine. Sin embargo,
via la Zambinella, saber si tenia una madre
los acontecimientos le vinieron a sorprende!
un tio, un tutor, una familia, pensando en
cuando estaba aún bajo el encanto de esta
fin, en los medios de verla, de hablarla, sen-
primera alucinación, t a n pura como volup-
tía oprimírsele el corazon tan fuertemente
tuosa. Durante una semana pasó completa,
con ideas tan ambiciosas, que dejaba todos sus
mente ocupado por el dia en modelar el barro
cuidados para el dia siguiente, feliz con sus
con ayuda del cual lograba copiar á la Zam-
sufrimientos físicos tanto como con sus place-
b i n e U a , á pesar de los velos, las faldas, os
res intelectuales.
corpinos y los lazos de cintas que se la ocul-
taban, y la noche, instalado desde temprano —Pero, me dijo Mad. de Rochafide yo no
en su palco, solo y echado en un sofá, se f o r - veo todavía á Marianina ni á su viejecillo.
m a b a , semejante á un turco embriagado de —Pues no veis más que á él, exclamó im-
ópio, una felicidad tan grande y t a n prodiga pacientado como un autor á quien se le des-
como la deseaba. Desde luego se familiarizo t r u y e el efecto de un golpe teatral. Al cabo
gradualmente con las emociones demasiado de algunos dias, continuó trásuna pausa, Sar-
vivas que le causaba el canto de su amada. rasine habia venido tan puntualmente á ins-
Despues s u s se acostumbraron a verla y
o j o s talarse en su palco, y sus miradas expresaban
concluyó por contemplarla sin temer la ex- t a n t o amor que su pasión por la voz de Zam-
plosión de l a W a rabia de que había estado binella hubiera sido la novedad de todo París
animado durante el primer día. Su paaion lie- sihubiese pasado en él semejante aventura, pe-
Salióse del palco, despues de haber hecho
r0 en Italia, señora, en el teatrocada uno asis-
un signo de inteligencia á la Zambinella, que
te por su cuenta, con sus pasiones con un i n -
bajó tímidamente sus ojos voluptuosos como
terés en el corazon que excluye el espionaje
una mujer feliz por ser al fin comprendida.
desús anteojos. En seguida corrió hácia su casa, á fin de pedir-
Sin embargo, el frenesí del escultor no po- le al tocador todas las seducciones que pudie-
día escapar por largo tiempo á las miradas de ra prestarle. Al salir del teatro un desconoci-
los cantantes y las actrices. Una n o c h , el do le cogió del brazo.
francés se apercibió de que se reían de él entre —Tened cuidado, señor francés, le dijo al
A d o r e s , y hubiera sido difícil ^ oido. Es cuestión de vida ó muerte. El carde-
extremos se hubiera dejado llevar, si la Zam
nal Cicognara es su protector y no se anda
binella no hubiese entrado en escena. Ella di
con chanzas.
rigió á Sarrasine una de esas miradas que di-
Aun cuando un demonio hubiera puesto
cen á veces mucho más que lo que las mujeres
entre Sarrasine y la Zambinella las profundi-
quieren. Esta mirada fué toda una revelación.
dades del averno, en aquel momento lo h u -
i s i no es más que un capricho, pensó acu- biese atravesado todo de un salto, porque se-
sando ya á su amada de demasiado ardor, no mejante á los caballos de los inmortales pin-
conoce el dominio bajo el que va á caer Su tados por Homero, el anciano del escultor ha-
capricho durará, lo espero, tanto como mi vi- bía franqueado en un mirar de ojos espacios
da En este momento tres golpes dados ligera- inmensos.
m e n t e en la puerta de su palco llamaron a —Aunque la muerte me esperase al salir de
atención del artista. Abrió, y una vieja entró la casa, iría, contestó:
misteriosamente. —Poverino, exclamó el desconocido, desa-
- J ó v e n , dijo, si quereis ser feliz, tened
pareciendo.
prudencia, embozaos en una capa, cubrios
Hablar de peligro á un enamorado ¿no es
hasta los ojos con un sombrero ancho y uego
darle placeres? Nunca habia el criado de Sar-
á cosa de las diez de la noche, estad en la ca
rasine visto á su amo tan minucioso al hacer
ile del Corso, ante el palacio de Espa,na. su tocador. Su mejor espada, regalo de Bou-
- E s t a r é , respondió, poniendo dosluisesen
chardon, el lazo que Clotilde le habia dado,
la arrugada mano de la dueña.
más que á él. Sarrasine reprimió un movi-
su traje bordado de lentejuelas, su cbupa de
miento de despecho y puso buen semblante.
brocado de plata, su tabaquera de oro, sus
Esperaba hallar una habitación débilmente
hermosos relojes, todo se sacó de los baúles, y
alumbrada, su amada j u n t o al fuego, un celo-
se adornó como una joven que va pasear de-
so á dos pasos, la muerte y el amor, confiden-
lante de su primer novio. A la hora marcada
cias cambiadas en voz baja, y tan cercanos los
Sarrasine, ebrio de amor y de esperanza, y
rostros, que los cabellos de Zambinella hubie-
oculto el ròstro en su capa corrió á la cita da-
sen acariciado su frente, cargada de deseos,
da por la vieja. Esta le esperaba.
ardiente de placer.
—Habéis tardado, le dijo, venid.
—Viva la locura, dijo, Signori ébelle donne,
Condujo al francés por muchas callejuelas,
vosotros me permitiréis tomar más tarde mi
y se detuvo ante un palacio de bastante buen
revancha demostrando mi agradecimiento por
aspeeto. Llamó y abrióse la puerta. Condujo
la manera con que acogéis á un pobre escultor.
á Sarrasine á través de un laberinto de esca-
Despues de haber recibido los más afec-
leras, de galerías y de habitaciones, alumbra-
tuosos cumplimientos de la mayor parte de
das únicamente por los inciertos rayos de la
las personas presentes, á quienes conocía de
luna, y llegó al fin á una puerta, por entre
vista, trató de aproximarse al sillón en que
euyas junturas se escapaban vivos rayos de
Zambinella estaba indolentemente echada.
luz, y de la que partían los alegres ecos de
¡Oh! cómo palpitó su corazon cuando aperci-
muchas voces. Al pronto Sarrasine se vió des-
bió un piececito calzado con esos chapines
lumhrado, cuando á una palabra de la vieja
que, permitid lo diga, señora, daban en otro
entró en esta misteriosa habitación, encon-
tiempo á los piés de las mujeres, una expre-
trándose en un salón t a n brillantemente ilu-
sión t a n coqueta, t a n voluptuosa, que yo no
minado, como suntuosamente amueblado, en
sé cómo los hombres podían resistirla. Las m&-
medio del cual se hallaba una mesa bien ser-
dias blancas muy estiradas y con ,nesgas ver-
vida, c a T g a d a de sacrosantas botellas, de ale-
des, los trages cortos, y los chapines puntia-
gres frascos, cuyas rojas facetas centelleaban.
gudos y de tacones altos, del reinado de Luis
Reconoció á los cantantes del teatro, mezcla-
XV, han contribuido un poco tal vez, á des-
dos con mujeres encantadoras, y dispuestos á
moralizar la Europa y el clero.
comenzar una orgía de artistas, no esperando
U n poco, dijo la marquesa. Entonces no malicia de que no habia de apercibirse un
habéis leido nada? enamorado. Aquella publicidad fué como una
La Zambinella, continuó sonriendo, habia puñalada que Sarrasine hubiese recibido de
cruzado descaradamente los piernas y balan- improviso en el corazon. Aunque dotado de
ceaba jugando la de encima, actitud de du- una fuerza de carácter tal que ninguna cir-
quesa, que sentaba bien á su género de belleza cunstancia hubiese-influido en su amor, no ha-
caprichosa y llena de una especie de molicie bia pensado acaso todavía en que la Zambi-
seductora. Se habia quitado el traje de la es- nella era casi una cortesana y que no podia
cena y llevaba un corpiño que dibujaba un obtener á la vez que los goces puros que hacen
talle esbelto que hacia resaltar el tontillo y del amor de una joven una cosa t a n deliciosa,
una falda de seda bordada de flores azules. los trasportes fogosos por los que una mujer
de teatro hace apreciar los tesoros de su pa-
El pecho, del que un encaje disimulaba lo»
sión. Reflexionó y se resignó. Se sirvió la
tesoros por un lujo de coquetería, brillaba de
cena y Sarrasine y la Zambinella se colocaron
blancura. Peinada poco más ó ménos como
sin ceremonia el uno junto al otro. Durante
María de Barry, su cara aunque sobrecargada
la mitad del festín los artistas guardaron
con una alta cofia, parecía aún más pequeña,
cierto comedimiento y el escultor pudo con-
y los polvos la sentaban muy bien. Verla así
versar con la cantante. La encontró ingenio
era adorarla. Sonrió graciosamente al escul-
y discreción, pero era de una ignorancia su-
tor, y Sarrasine descontento de no poderla
prema y se mostraba débil y supersticiosa.
hablar sino delante de testigos, se sentó polí-
Guando Vitagliani destapó la primera botella
ticamente cerca de ella y le habló de música,
de Champagne, Sarrasine leyó en los ojos de
celebrando su prodigioso talento; pero su voz
su vecina un susto bastante grande por la pe-
temblaba de amor y esperanza.
queña detonación producida por .el escape del
t —¿Qué tenéis? le dijo Vitagliani, el cantan-
gas. El extremecimiento involuntario de aque-
t e más notable de la compañía; andad, no t e -
lla organización femenina fué interpretado
neis que temer aquí ningún rival.
por el enamorado artista como el indicio de
El tenor se sonrió silenciosamente y esta una excesiva sensibilidad. Esta debilidad en-
sonrisa se repitió en los lábios de todos los cantó al francés. ¡Hay tanta protección en el
convidados, cuya atención tenia cierta oculta
amor de un hombre! ¡Vos dispondréis de mi dial, una franqueza italiana de la que no pue-
poder como de un escudo! Esta frase no está den tener idea alguna los que sólo conocen las
escrita en eí foudo de todas las declaraciones reuniones de París, los raouts de Londres ó
los círculos de Viena. Las chanzas y las frases
de amor? Sarrasine, demasiado apasionado pa-
de amor se cruzaban como las balas de una
ra dirigir galanterías á la bella italiana, era
batalla á través de las risas, las impiedades ó
como todos los amantes á veces grave, á ve-
las invocaciones á la Santa Víi-gen ó al Bam-
ces- alegre y retraído. Aunque parecía escu-
bino. Uno se echaba en un sofá y se d o r -
char las conversaciones, no entendía una pa-
mía; una jóven escuchaba una declaración sin
labra de lo que decían; tanto se entregaba al advertir que derramaba el Jerez sobre el man-
placer de encontrarse junto á ella, de besar- tel, y en medio de este desorden, la Zambine-
la la mano, de servirla. Nadaba en una secre- lla, como aterrada, permanecía pensativa.
ta alegría. A pesar de la elocuencia de algunas Rehusó el beber,pero comió con algún exceso,
mútuas miradas, se admiró de la reserva en mas la golosina dicen que es una gracia en las
que la Zambinella se manta vo con él. Ella ha- mujeres. Admirando el pudor de su amada
bía empezado la primera á pisarle el pié, y á Sarrasine hizo sérias reflexiones para el por-
estimularle con la malicia de una mujer libre venir.
y enamorada, mas poco á poco se fué envol-
—Sin duda quiere casarse, se dijo, y en-
viendo en una modestia virginal despues de
tónces se abandonó su imaginación á todas las
haber oido contar á Sarrasine un rasgo de su delicias del matrimonio. Su vida entera no le
vida que pintaba la excesiva violencia de su parecía bastante larga para apurar el manan-
carácter. tial de felicidad que encontraba en el fondo
Luego la cena se convirtió en una orgía y de su alma. Vitagliani, su vecino, le servia de
los convidados se pusieron á cantar, inspira- beber t a n á menudo que hácia las tres de la
dos por el Peralta y el Pedro Jimenez, dúos mañana sin estar completamente borracho,
alegres, aires déla Calabria, seguidillas espa- Sarrasine se encontró sin fuerzas contra su
ñolas ó canciones napolitanas. La embriaguez delirio.
estaba en los ojos, en la música, en los co-
En un momento de ardor, cogió en brazos
razones y en las voces; se desbordó de pron-
á aquella mujer y escapó háeia una especie de
to una viveza encantadora, un abandono cor-
tocador que comunicaba con el salón y sobre confuso y le volvió el raciocinio. Permaneció
la puerta del cual habia fijado los ojos más de primero inmóvil, luego halló el uso de la pa-
una vez. La italiana estaba armada de un labra, se sentó cerca de la jóven y la hizo pro-
puñal. testas de su respeto. Encontró el medio de mu-
dar de aspecto á su pasión, dirigiendo á aque-
—Si te aproximas, le dijo, me veré en la
lla mujer los discursos más exaltados y para
precisión de clavarte en el corazqn esta arma
pintarla su amor, desplego los tesoros de esa
¡Oh! t ú me despreciarías. Yo he concebido de-
elocuencia mágica, intérprete lisonjero al que
masiado respeto á t u carácter para entregar-
las mujeres rara vez se niegan á creer. E n el
me así, y no quiero decaer del sentimiento
momento en que los primeros albores de la ma-
que te inspiro. ñana sorprendieron á los convidados, una voz
—Ah! ah! dijo Sarrasine, mal medio de ex- de mujer propuso ir á Frascati, y todos aco-
tinguir una pasión es el excitarla. ¿Estás acaso gieron con vivas aclamaciones la idea de pasar
ya corrompida hasta el punto, que vieja de el día en la villa Ludovisí. Vitagliani bajó
corazon, obras como jóven cortesana que avi- para alquilar los coches, y Sarrasine tuvo la
va las emociones con que comercia? dicha de llevar á la Zambinella en su faetón.
— ¡Pero ved que hoy es viernes! replicó ella
espantada de la violencia del francés. Una vez fuera de Roma, la alegría un mo-
Sarrasine que no era beato, se echó á reir. mento reprimida por lo que cada uno habia
La Zambinella dió un salto como una cabra luchado contra el sueño, volvió á aparecer.
asustada y se lanzó á la sala del festín. Hombres y mujeres, todos parecían acostum-
Cuando Sarrasine apareció corriendo tras brados á esa vida original, á esa conducta de
ella, fué acogido con una infernal carcajada y artista que hace de la vida una perpétua fies-
vio á la Zambinella desmayada sobre un sofá, ta en que se rie sin segunda intención. La
pálida y como aniquilada por el esfuerzo ex- compañera del escultor era la única que pare-
traordinario que acababa de hacer. Aunque cía abatida.
Sarrasine entendía poco el italiano, oyó á su —¿Estáis enferma? la dijo Sarrasine. ¿Quer-
amada decir á Yitaglíani en voz baja: ríais mejor volver á casa?
—»Temo que me mate, n —No soy bastante fuerte para soportar to-
Esta extraña escena, dejó al escultor todo dos estos excesos, respondió. Necesito de gran-
des cuidados; pero junto á vos ¡me encuentro —¿No amaros? exclamó Sarrasine, pero ángel
t a n bien! A no ser por vos, no me hubiese querido, si t ú eres mi vida, mi felicidad!
quedado á cenar, porque una noche sin dor- —Si dijese una palabra me rechazaríais con
mir me hace perder toda mi frescura. horror.
—Sois t a n delicada, replicó Sarrasine con- —¡Coqueta! Nada puede asustarme. Dime
templando las menudas facciones de aquella que me costarás el porvenir, que dentro de
criatura encantadora. dos meses moriré, que me voy á condenar por
—Las orgías me matan la voz. sólo abrazarte (y la abrazó á pesar de los es-
—Ahora que estamos solos, dijo el artista, fuerzos que hizo la Zambinella para sustraer-
y que no teneis nada que temer de la eferves- se á aquel beso apasionado) díme que eres un
cencia de mi pasión, decidme que me amais. demonio, que necesitas mi fortuna, mi nom-
—¿Por qué? repuso ella; ¿para qué? Os he pa- bre, toda mi celebridad. ¿Quieres que no sea
recido bonita, pero sois francés y vuestro amor escultor? Habla.
pasará. Oh! vos no me amareis como quisiera —¿Y si yo no fuese mujer? preguntó tímida-
que me amasen. mente la Zambinella con una voz dulce y a r -
—¿Cómo? gentina.
—Sin nada de pasión vulgar; puramente. —¡Buena broma! dijo Sarrasine. ¿Crees t ú
Aborrezco á los hombres aún quizá más que poder engañar al ojo de un artista? Sólo una
detesto á las mujeres. Necesito refugiarme en mujer puede tener ese brazo redondo y suave,
la amistad, pues el mundo está desierto para esos contornos elegantes. ¡Ah! quieres li-
mí. Soy una criatura maldita, condenada á sonjas?
comprender la felicidad, á sentirla, á desearla Ella sonrió tristemente y dijo murmuran-
y como tantos otros á verla huir siempre. do;—¡Fatal belleza! E n aquel momento su
Tened, señor, en cuenta que yo no os habré mirada tenia yo no sé qué expresión de horror
engañado. Os prohibo amarme. Puedo ser t a n fuerte, t a n vehemente que Sarrasine se
como un amigo consagrado á vos, porque ad- extremeció.
miro vuestra fuerza y vuestro carácter y ne- —Señor francés, continuó, olvidad para
cesito de un hermano, de un protector. Sed siempre un momento de locura. Os estimo,
odo esto para mí, pero nada más. pero amor no me pidáis, ese sentimiento no
existe en mi corazoD. No tengo corazon! ex- —¡Qué valor teneis! exclamó Zambinella,
clamó llorando. El teatro, donde me habéis contemplando con espanto el reptil muerto.
visto, los aplausos, la música, esa gloria á la - — y bien, dijo el artista, ¿todavía os a t r e -
que me han condenado, he' aquí mi vida, no veréis á asegurar que no sois mujer?
tengo otra. Dentro de algunas horas no me Uniéronse á sus compañeros y se pasearon
vereis con los mismos ojos, pues la mujer que por el bósque de la villa Ludovisí que perte-
amáis habrá muerto para vos. necía entonces al cardenal Cicognara. Aque-
El escultor no contestó; presa de una sor- lla mañana se pasó bien pronto para el ena-
da rábia que le oprimía el corazon, no podía morado escultor, pero estuvo llena de una
hacer más que mirar á aquella mujer extraor- multitud de incidentes que le pusieron de
dinaria con ojos ardientes. Aquella voz llena manifiesto la coquetería, la debilidad, los me-
de debilidad, la actitud, los modales y el sem- lindres de aquella alma sin fuerza y sin ener-
blante de Zambinella impregnados de tristeza, - gía. Era la mujer con sus miedos repentinos,
de melancolía y de decaimiento, revelaban sus rasgos de audacia sin motivo, sus capri-
todos los tesoros de pasión de su alma. Cada chos sin razón, sus turbaciones instintivas,
palabra era un dardo. En aquel momento lle- sus valentías y su deliciosa fineza de senti-
garon á Frascati. Cuando el artista tendió los miento. En una ocasion, en que se aventuró
brazos á su amada para ayudarla á bajar la en la campiña el pequeño ejército de ale-
sintió toda extremecida. gres cantantes vieron de lejos á algunos hom-
bres armados hasta los dientes y de t r a j e no
—¿Qué teneis? me haréis morir, exclamó
muy tranquilizador. A la palabra de —¡Son
viéndola palidecér, si teneis el más pequeño
brigantes! todos doblaron el paso para poner-
sufrimiento del que yo sea causa aunque
inocente. se al abrigo de los muros de la villa del Cardo-
nal. En aquel instante crítico, Sarrasine se
—¡Una serpiente! dijo ella mostrando una
apercibió por la palidez de Zambinella que la
culebra que se arrastraba á lo largo de un
faltaban fuerzas para caminar. La cogió en
surco. Tengo miedo á esos repugnantes ani-
brazos y la trasportó corriendo durante algún
males.
tiempo. Cuando se vió cerca de una viña in^;'-c _
Sarrasine aplastó de un pisoton la cabeza mediata, puso á su amada én tierra. v ' . S'
de la culebra.
—Explicad me, la dijo, como esa extremada cruel volverse solo en el faetón. Durante el
debilidad que en otra mujer sería fea y me camino Sarrasine resolvió robar á la Zambi-
desagradaría y cuya menor muestra bastaría nella y pasó todo el dia en formar planes á
para extinguir mi amor, en vos me agrada, cual más extravagantes. Al caer la noche, en
me eneanta? Oh! cuánto os amo, continuó. To- el momento en que salía para ir á preguntar
dos vuestros defectos, vuestros terrores, vues- á alguien donde estaba situado el palacio de
tras nimiedades añaden no sé qué gracia á Zambinella, encontró á uno de sus amigos en
vuestra alma. Conozco que detestaría á una mu- el dintel de la puerta.
jer fuerte, una Safo, valiente, llena de energía, —Querido, le dijo este último, estoy en-
de pasión. Oh! débil y dulce criatura! cómo cargado por nuestro embajador de convidarte
podías tú. ser de otra suerte! Esa voz de ángel, á su «jasa para esta noche. Dá un concierto
esa voz delicada hubiera sido un contrasenti- magnífico y cuando sepas que Zambinella asis-
do si hubiese salido de otro cuerpo que el tirá...
tuyo. —Zambinella! exclamó Sarrasine delirando
—No puedo, dijo ella, daros esperanza al- á este nombre. Yo estoy loco por ella.
guna. Cesad de hablarme así porque se reirían — E s t á s como todo el mundo, le respondió
de vos. No me es permitido el impediros la su amigo.
entrada en el teatro, pero si me amáis ó si sois —Pero si sois mis amigos, t ú , Vieu, Lau-
prudente no volvereis más. Creedme, caballe- terbourg y Allegrain, me ayudareis para una
ro, dijo ella c'on voz grave. sorpresa despues de la fiesta.
—Qh! calla, dijo el artista fuera de sí. Los —No se trata de matar á algún cardenal,
obstáculos avivan el amor en mi pecho. ni de...?
La Zambinella permaneció en una actitud —No, no. dijo Sarrasine, yo no os propon-
grave y modesta, pero se repuso como si un go nada que no sea lícito á gentes honradas.
pensamiento terrible la hubiese revelado al- En poco tiempo el escultor dispuso todo
guna desgracia. para el éxito de su empresa. Llegó ya de los
Cuando se t r a t ó de volver á Roma, ella últimos á casa del embajador, pero fué en un
subió á una berlina de cuatro asientos, orde- coche de viaje tix-ado por caballos vigorosos y
nando al escultor con aire imperiosamente conducido por uno de los más audaces vettu-
rini de Roma. El palacio del embajador esta- de un rayo, permaneció inmóvil con los ojos
ba lleno de gente, y no sin trabajo el escultor, fijos en la pretendida cantante. Su mirada
desconocido para todos los concurrentes, lle- inflamada tuvo una especie de influencia mag-
gó a l salón en que Zambinella estaba en aquel nética, porqué el músico acabó por volver
momento cantando. súbitamente la vista hácia Sarrasine, y en-
—Es sin duda, por respeto á los cardena- tonces su voz celestial se alteró. Tembló; un
les, los obispos y los abates que aquí están, murmullo involuntario escapado á la reunión,
preguntó Sarrasine, por lo que ella está ves- á la que tenia como pendiente de sus lábios,
tida de bombre, con bolsa en la cabeza, los acabó de turbarle, se sentó y paró su canto.
cabellos rizados y espada al cinto? El cardenal Cicognara que habia espiado con
—Ella! quién es ella, contestó el caballero el rabo del ojo la dirección que tomó la m i r a -
anciano á quien se dirigía Sarrasine. da de su protegido, vió al francés, se inclinó
—La Zambinella. hácia uno de sus eclesiásticos ayudantes de
|—La Zambinella? repitió aquel príncipe campo y pareció preguntar el nombre del es-
romano, os burláis? ó de dónde venís? Han cultor. Cuando hubo obtenido la respuesta
salido nunca mujeres á los teatros de Roma? que deseaba, contempló con mucha atención
¿No sabéis por qué criaturas se desempeñan al artista y dió algunas órdenes á un abate
los papeles de mujer en los Estados del Papa? que desapareció rápidamente. Sin embargo,
Yo soy, caballero, quien ha dotado á Zambi- Zambinella, habiéndose repuesto volvió á co-
nella de su voz. Yo le he pagado todo á ese menzar el trozo que tan caprichosamente
timante, hasta su maestro de canto. Pues habia interrumpido, pero lo ejecutó mal, y se
bien, es t a n poco agradecido al servicio que le negó, contra todas las instancias que se le
he hecho, que no ha vuelto á poner los piés hicieron, á cantar otra cosa. Esta fué la p r i -
en mi casa; y sin embargo, si hace fortuna me mera vez que ejerció tal tiranía de capricho
la deberá toda entera. que más tarde le dió no ménos celebridad que
El príncipe Chigi hubiera podido conti- su talento y su inmensa fortuna, debida, se-
nuar hablando largo tiempo, porque Sarrasi- gún dicen no ménos que á sa voz á su belleza.
ne no le escuchaba. Una espantosa verdad
habia penetrado en su alma, y como herido —Es una mujer, decia Sarrasine creyéndo-
se solo. Aquí hay oculta alguna secreta i n t r i -
ga. El Cardenal Cicognara engaña al Papa y y alterada. Eres mujer? El Cardenal Cicog-
á toda la ciudad de Roma. nara...
En seguida el escultor salió del salón, Zambinella cayó á sus piés con la cabeza
reunió á sus amigos y los emboscó en el patio baja.
del palacio. Cuando Zambinella se hubo ase- —Ah! t ú eres mujer, exclamó delirante el
gurado de la marcha de Sarrasine, pareció artista; porque ni aún un... No concluyó.—
recobrar alguna tranquilidad. Hácia media No, continuó, él no hubiera tenido tanta ba-
noche, después de haber vagado por los salo- jeza.
nes como hombre que busca á un enemigo, el —Ah! no me matéis! exclamó Zambinella
músico abandonó la reunión. desecho en lágrimas. Si he consentido en en-
En el momento en que cruzaba la puerta gañaros fué por complacer á mis compañeros
del palacio, fué cogido con destreza por unos que querían divertirse.
hombres que le amordazaron con un pañuelo —Divertirse, contestó el artista con voz de
y le metieron en el coche alquilado por Sarra- un eco infernal. Divertirse! divertirse! Y t ú
sine. Helado de horror Zambinella permaneció t e has atrevido á jugar con la pasión de un
en un rincón sin atreverse á hacer ningún hombre, tú?
movimiento, viendo delante de sí la figura —Oh! perdón!
terrible del artista que guardaba un silencio —Debería matarte, gritó Sarrasine tiran-
de muerte. El trayecto fué corto, Zambinella, do con violencia de la espada; pero, continuó
conducido por Sarrasine, se encontró bien con frió desden, destrozando t u sór con un
pronto en un taller sombrío. El cantante puñal, hallaría algún sentimiento que estin-
medio muerto, permanecía sobre una silla sin guir, alguna venganza que satisfacer? Tú no
atreverse á mirar á una estátua de mujer en eres nada; hombre ó mujer, te mataría; pero...
Ja cual reconoció sus facciones. No decia una —Sarrasine hizo un gesto de disgusto que le
palabra, pero sus dientes castañeteaban, t r a n - obligó á volver la cabeza y entónces vió la es-
sido de miedo. Sarrasine se paseaba á largos tátua.—Y eso es una ilusión! dijo. Luego vol-
pasos. De pronto se paró delante de Zambi- viéndose hácia Zambinella:
nella. —El corazon de una mujer era un asilo,
—Dime la verdad, preguntó con voz sorda una pátria para mí. Tienes hermanas que t e
se parezcan? No. Pues bien, muere! Pero no, monumento de su locura y entónces cogió de
vivirás. Dejarte la vida es entregarte á algo nuevo su espada y la blandió para matar al
peor que la muerte. No es mi sangre ni mi cantor Zambinella arrojó penetrantes gritos.
existencia lo que yo lloro, sino el poi venir y En este momento entraron tres hombres, y
la dicha de mi corazón. Tu débil mano ha el escultor cayó súbitamente atravesado de
trastornado mi felicidad. Qué esperanza pue- tres estocadas.
do yo quitarte por todas las que t ú me has —De parte del Cardenal Cieognara, dijo
matado? Me has rebajado hasta tí. Amar, ser uno de ellos.
amado\ son de hoy más palabras sin sentido •; —Es un beneficio digno de un cristiano,
para mí como para t í . Sin cesar pensaré en respondió el francés, y espiró.
esta mujer imaginaria en viendo una mujer Estos sombríos emisarios participaron á
real; y señaló á la estátua con un ademan de Zambinella la inquietud de su protector que
desesperación. Tendré constantemente en el estaba á la puerta esperando en un coche á fin
pensamiento una harpía celeste que vendrá á de llevársele en cuanto estuviese libre.
clavar sus garras en todos mis sentimientos
de hombre y que señalará á todas las demás —Pero qué conexion existe entre esa histo-
mujeres con una marca de imperfección! ria y el viejecillo que hemos visto en casa de
Mónstruo! t ú que á nadie puedes dar la vida María de Lanty? me dijo María de Itochefíde.
me has dejado la tierra desierta de mujeres. —Señora, el Cardenal Cieognara se hizo
Sarrasine se sentó frente al cantor espan- dueño de la estátua de Zambinella, la hizo
tado y dos gruesas lágrimas salieron de sus ejecutar en mármol y se encuentra hoy dia
ojos secos, rodaron á lo largo de su rostro va- en el museo Albani. Allí es donde la familia
ronil y cayeron á tierra; dos lágrimas de r á - L a n t y la encontró en 1791 y suplicó á Vieu
bia, dos lágrimas acres y ardientes. la copiase. El retrato en que visteis á Zam-
—No más amor! he muerto á todos los pla- binella á los veinte años, momentos des-
ceres, á todas las emociones humanas. Y al pues de haberle visto centenario, ha servido
decir estas palabras cogió un martillo y lo más tarde para el Endimion de Giroiet. H a -
lanzó sobre la estátua con t a n loca fúria que béis podido reconocer el tipo en el Adonis.
erró el golpe. Creyó haber destruido aquel —Pero ese ó esa Zambinella...?
—No puede ser, señora, inas que el herma- —Sí, respondí con cierta rábia. Al acabar
no del abuelo de Marianina. Ya podéis cono- esa historia muy conocida en Italia, puedo
daros una alta idea de los progresos hechos
cer cuanto interés debe tener María de Lan-
por la civilización actual. Ya no existen más-
t y en ocultar el origen de una fortuna que
de estas desgraciadas criattiras.
proviene...
—París, dijo ella, es una tierra bien hospi-
—Basta, me dijo ella, haciendo un gesto talaria que todo lo acoge; las fortunas vergon-
imperioso. zosas y las fortunas ensangrentadas. El crimen
Permanecimos durante un rato en el ma- y la infamia tiene derecho de asilo y encuen-
yor silencio. tran aquí simpatías. La virtud sola está sin
—Y bien? la dije. altares. Sí, las almas puras tienen u n a p á t r i a
—¡Ah! exclamó, levantándose y paseán- en el cielo. Nadie es capaz de comprendernos^
dose con agitación por la pieza. Luego se que- me envanezco de ello.
dó mirándome y me dijo con voz alterada: Y despues de hablar así la marquesa que-
—Me habéis disgustado de la vida y de las dóss pensativa.
pasiones para mucho tiempo. Todos los senti-
mientos humanos no se desenlazan también
por atroces decepciones? Madres, nuestros hi-
jos nos matan ó con su mala conducta ó con su
frialdad. Esposas,somos engañadas. Amantes,
nos vemos abandonadas y desamparadas. La
amistad existe acaso? Desde mañana me haria
devota, si no supiese que soy capaz de resistir FIN.
como una roca inaccesible en medio de las
tempestades de la vida. Si el porvenir del
cristiano es también una ilusión, al ménos no
se destruye hasta despues de la muerte. De-
jadme sola.
—Ah! sabéis castigar, la dije.
—No tengo razón?
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