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TRANSNACIONALIZACIÓN DEL TERRORISMO ISLAMISTA Y RETOS DEL RETORNO DE
LOS COMBATIENTES YIHADISTAS A SUS PAÍSES DE ORIGEN.
INTRODUCCIÓN

Desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, las sociedades actuales, y en


particular las sociedades occidentales, se enfrentan a una amenaza para su seguridad
en todos los órdenes, que aunque no sea nueva, encuentra un entorno más favorable
en un mundo globalizado, que aporta a la humanidad su lado más oscuro
materializándose en el terrorismo global islamista. No existe una definición
universalmente aceptada de terrorismo, pero aún hoy se admite la definición del
Departamento de Estado del gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica de 1983
en el sentido de adjudicar al terrorismo elementos constitutivos específicos que lo
definen, como la violencia con motivación política, el hecho de que dicha violencia se
dirija contra civiles, o no combatientes, ejecutado por parte de agentes clandestinos o
grupos subnacionales y con el propósito de influir en la población o en los gobiernos
(Hakeen Onapajo, Ufo Okeke Uzodilke y Ayo Whetho 2012, 339). Tampoco existe una
definición del terrorismo global, pero reviste elementos característicos generales que lo
caracterizan, como es el hecho de que la violencia está enfocada a cambiar la estructura
de poder a escala global, los actores lo llevan a cabo en consonancia con sus objetivos
últimos: USA, Europa,…, se manifiesta en ámbitos locales y regionales, y se planifica a
escala global en su repercusión. En cualquier caso, dentro del terrorismo internacional
se encuentra el terrorismo transnacional en el que se da el fenómeno del traspaso de
fronteras, de relevancia a los efectos de este ensayo, donde los actos de violencia
involucran a más de un país y a individuos de dos o más nacionalidades . La naturaleza
religiosa y los objetivos del terrorismo islamista le confiere un carácter transversal que
conduce necesariamente a traspasar las fronteras en ambos sentidos, de lo global a lo
estatal y viceversa, lo que provoca, entre otras realidades observables, el movimiento
de personas que se desplazan de unos países a otros para luchar por la causa común
que sustenta el movimiento terrorista islamista internacional. Esto se viene
materializando actualmente de forma especial en Siria y en Irak, donde se observan
cada vez más la presencia de personas procedentes de países de Europa Occidental y
del Magreb que acuden a combatir encuadrados en organizaciones terroristas
islamistas. Este fenómeno de desplazamientos de personas que acuden a combatir en
conflictos que se producen en países distintos de los que ellos son naturales no es
nuevo, sin embargo su extensión, la extrema radicalización y violencia, así como el
factor religioso en un mundo cada vez más globalizado, confiere características propias
al terrorismo islamista y su transnacionalización. Además, el terrorismo global islamista
ha evolucionado hacia una red basada en la promesa de fidelidad a un líder supremo
contra Estados soberanos, cuya repuesta común se fundamenta en acuerdos y tratados
internacionales, lo que pone de manifiesto los puntos débiles en la eficacia a la hora de
combatirlo con carácter general, y en particular a la hora de afrontar un posible retorno
al país de procedencia de las personas que han ido a combatir a países extranjeros,
enrolados en organizaciones terroristas, y con un proceso de radicalización
necesariamente de un calado muy profundo. Se trata, pues, de tomar conciencia de la
seria amenaza adicional que supone el retorno de estos activistas a sus países de origen
y las medidas que dichos países deben tomar. En este ensayo se pretende poner de
relieve estos aspectos y apuntar posibles acciones conducentes a afrontar este
problema.
TRANSNACIONALIZACIÓN DEL TERRORISMO ISLAMISTA Y EL FENÓMENO DE
LA MIGRACIÓN DE COMBATIENTES
El terrorismo islamista ha evolucionado desde los inicios de Al-Qaeda hacia una red
internacional de franquicias basada en la promesa de fidelidad hacia un líder, Bin Laden,
lo que junto a la idea de la yihad le confiere un carácter transnacional en el que las
fronteras de los estados adquieren una importancia secundaria frente a un deber
sagrado de combatir a un enemigo exterior, occidente, así como a un enemigo de
carácter interior, los gobiernos seculares de países de mayoría musulmana,
identificados como apóstatas. La yihad es la base de la transnacionalización, en primer
término, y la globalización en último término, del terrorismo islamista, desde los primeros
llamamientos como el que efectuó Bin Laden el 9 de diciembre de 2001 en su “Mensaje
a la juventud de la nación musulmana”, en el que afirmaba que la yihad es obligatoria
para todos y cada uno de los musulmanes (Hakeen Onapajo, Ufo Okeke Uzodilke y Ayo
Whetho 2012, 342). La respuesta al llamamiento a la yihad, y a la lucha por alcanzar la
umma, se ha venido materializando según los contextos locales, desde las denominadas
primaveras árabes, que han dado paso a procesos de fortalecimiento de facciones
islamistas extremistas, como es el caso de los salafistas en Túnez, los Hermanos
Musulmanes en Egipto, los casos de Argelia o Libia o, sin que se haya desarrollado una
revolución, en Marruecos. Además, la respuesta de población musulmana extremista
residente en países de Europa occidental viene siendo cada vez mayor. Como quiera
que los contextos nacionales puedan ser distintos, desde democracias occidentales
hasta países del Magreb, el denominador común es sin duda un proceso de
radicalización extrema de personas que abandonan sus hogares y marchan a luchar a
otros países, principalmente a Siria o Irak, encuadrados en organizaciones terroristas
islamistas como el Frente Al-Nusra o Jahbat al-Nusra, o el ISIS. Este fenómeno,
transversal a distintos países, de desplazamiento de personas de religión musulmana,
extremadamente radicalizados, puede deberse a diferentes causas, desde la
incapacidad de solucionar los problemas socio económicos, que ha dado pie al resurgir
de movimientos terroristas islamistas, el descontento de una juventud con índices
tremendos de desempleo hasta el sentido de falta de integración de parte de la
población musulmana en las sociedades occidentales. Estas personas se ven alentadas
por procesos de radicalización donde el individuo se deja llevar por promesas que den
sentido a su vida lanzadas desde ámbitos extremistas religiosos a través de diversos
canales, como Internet o grupos de captación, y que sin la adopción de medidas eficaces
de prevención, dicho fenómeno resulta difícil de atajar. Así, las cifras de personas que
acuden a la llamada de la yihad para combatir en Siria en los países europeos alcanzan
niveles preocupantes, con 350 personas del Reino Unido en 2013 (Edwin Bakker,
Chirstophe Paulussen y Eva Entenmann 2013, 20) y un flujo cada vez mayor en Túnez
(Daveed Gartenstein-Ross 2013, 20), por citar algunos ejemplos documentados, con un
gran número de países europeos “contribuyentes”, desde España hasta Alemania,
pasando por Francia, Suiza, Italia, Bélgica, Holanda o Austria. Por otra parte, muchos
de los tunecinos y libios que combaten en el ISIS eran inicialmente miembros de Ansar
al-Sharia en Túnez y en Libia (Aaron Y. Zelin 2014, 7), lo que demuestra la relación
causa efecto de las organizaciones salafistas locales y la migración hacia zonas de
guerra para engrosar las filas de organizaciones terroristas islamistas. La simplificación
de las causas del problema de este reclutamiento en países tan distintos no parece el
paso más adecuado, pues mientras que cabe asumir el descontento social y el
adoctrinamiento cercano en los países del Magreb, en los países europeos es posible
que haya que centrarse en un sentimiento de marginación social e incluso la infiltración
de elementos radicales, que se mueven en un entorno caracterizado por las libertades
individuales que ofrecen las democracias formales occidentales. En cualquier caso, la
dificultad de prevenir la emigración para combatir en los países europeos resulta difícil,
como también lo es la obtención de información fidedigna sobre las cifras e identidades
de estos combatientes. En resumen, el terrorismo islamista encuentra un terreno
abonado, sobre la base principalmente de su naturaleza religiosa, para su
transnacionalización y posterior internacionalización, que ha revelado un fenómeno
transversal a distintos países, bien musulmanes o con presencia de comunidades
musulmanas con elementos radicales, que trae consigo una emigración hacia conflictos
armados para combatir en las filas de organizaciones terroristas islamistas.
RETOS DEL RETORNO DE COMBATIENTES YIHADISTAS Y POSIBLES
RESPUESTAS
Las cifras cada vez mayores de personas combatientes yihadistas extranjeros en los
conflictos de Siria e Irak, cuyo número había crecido hasta los 6000 en agosto del año
2013 (Edwin Bakker, Chirstophe Paulussen y Eva Entenmann 2013, 2), no puede más
que levantar una honda preocupación, puesto que cabe esperar la posible vuelta de
parte de estos combatientes, y el peligro potencial que suponen para la seguridad de
los países de los que son naturales, tras vivir un proceso de radicalización y
adoctrinamiento, en entornos bélicos donde la crueldad más extrema es la tónica
general. El peligro podría resultar más que probable, habida cuenta de la existencia de
casos documentados, como es el caso de Abu Iyad al-Tunisi, en Túnez, (Daveed
Gartenstein-Ross 2013, 5), o el hecho de que el 12% de los condenados por terrorismo
yihadista en Europa entre 2001 y 2009 habían estado en el extranjero implicados en
actividades relacionadas con el adiestramiento militar o el adoctrinamiento yihadista,
entre otras actividades relacionadas, antes de cometer sus delitos por los que fueron
condenados (Edwin Bakker, Chirstophe Paulussen y Eva Entenmann 2013, 4). Cómo
afrontar el problema de reducir este peligro potencial, tanto en los países del Magreb
como en Europa, pasa por poner en vigor un paquete de medidas de índole diferente,
que, sin embargo, exigen cierta cohesión internacional, lo que por otra parte no siempre
resulta fácil, sobre todo si consideramos la cooperación entre países dispares como los
pertenecientes a la Unión Europea o Estados Unidos de Norteamérica y algunos países
del Magreb. Además de la cooperación internacional, las acciones pueden caer dentro
de dos grandes categorías: la prevención y la represión legal. En cuanto a la primera,
no cabe duda de que una buena inteligencia que contemple la estrecha colaboración de
los líderes de las comunidades religiosas islámicas, la vigilancia en las zonas
conflictivas, así como el control y supervisión de las redes sociales, para anticipar los
procesos conducentes a la radicalización antes de que se dé el paso de la emigración.
Además, la aplicación de medidas contra la marginación social y la integración de
minorías religiosas, en los países europeos, y la cooperación económica que contribuya
a la estabilidad de los países del Magreb podrían ayudar a paliar algunas causas de la
radicalización que conduce a la participación en guerras con un contenido religioso
extremista. La segunda categoría presenta, sin embargo, mayores dificultades en las
democracias occidentales puesto que exige la necesidad de probar los hechos, es decir
no solo que una persona ha estado en la zona de conflicto, si no también que ha
participado en actividades ilícitas de acuerdo con el código penal del país del que el
combatiente es nacional. A este respecto, al problema de la identificación y prueba de
comisión de delitos, hay que añadir la ausencia de una definición común de terrorismo
aceptada por todos los países, y por ende no cabe esperar una homogeneidad en el
tratamiento penal de esta actividad en el concierto internacional. Así, mientras que en
España se puede juzgar a un nacional por haber cometido crímenes de genocidio, lesa
humanidad o contra las personas o bienes protegidos en caso de conflicto armado en
el extranjero, cual es el caso de Siria, o actos de terrorismo cometidos fuera del país ,
es muy posible que en otros países no sea así. Además, el solo hecho de combatir en
Siria contra un gobierno al que algunos países ya no reconocen como interlocutor válido,
como Francia por ejemplo, no parece que invite a pensar en la persecución penal. Por
otra parte, las medidas legales no tienen por qué ser solamente penales, si no que
podrían ser también de naturaleza administrativa, como es el caso de la expulsión del
territorio nacional de elementos extranjeros cuya actividad de proselitismo y
reclutamiento haya sido probada y, sin embargo, no llegue a ser materia penal. Podrían
considerarse otras medidas como las del campo del desarme, la desmovilización y la
reintegración (Edwin Bakker, Chirstophe Paulussen y Eva Entenmann 2013, 21), no
obstante, parece probable que la necesaria “desradicalización”, en el caso extremo de
estas personas combatientes, presentaría dificultades. Finalmente, el enfoque en
cuanto a las medidas para contrarrestar el peligro potencial del retorno de combatientes
yihadistas ha de ser cuanto menos regional, esto es con una acción común que englobe
una inteligencia común y una estrecha cooperación en el seguimiento y represión legal,
cuando proceda, y para ello se hace necesaria una homogeneización de la normativa
legal. Parece claro que si puede resultar difícil en la Unión Europea, parece aún más
difícil sin incluimos la región mediterránea, con el Magreb, debido a los diferentes grados
de implantación de células de reclutamiento y la facilidad de pasar desapercibidas en
esta última área.
CONCLUSIONES
A nadie puede escapar que el terrorismo global no responde exclusivamente a un patrón
de generación de terroristas en unos lugares del mundo para su uso contra objetivos
localizados en otros lugares, sino que más bien es necesario considerarlo como una
amenaza procedente no solo del exterior sino también susceptible de ser localizada en
el interior de los países objetivo, y además que goza de una libertad de movimientos
propio de las sociedades occidentales. Es una amenaza ajena o externa a algunos
Estados, pero que se puede encontrar en el interior de éstos. Además, la tendencia a
“exportar” la yihad por parte de organizaciones terroristas islamistas regionales es una
realidad observable, y sirve de sustento a la transversalidad típica del terrorismo
transnacional de base religiosa, como es el terrorismo islamista. En este contexto se
sitúa el retorno de los combatientes yihadistas que emigran de sus países de origen
para luchar en las filas de organizaciones terroristas islamistas, como el Frente Al-Nusra
o Jahbat al-Nusra, o el ISIS, en Siria y en Irak. No cabe duda de que dicho retorno
supone un serio peligro potencial, de cuya materialización en el pasado se tienen
pruebas, y que debido al número creciente de casos debe suponer una preocupación
real para los países de los que son ciudadanos estos combatientes. Las medidas para
contrarrestar este serio peligro potencial pasan por dos niveles, la prevención y la
represión, sobre la base de una sólida cooperación internacional. La prevención incluye
una buena labor de inteligencia contando con la colaboración de líderes de las
comunidades religiosas islámicas, mientras que la represión pasa necesariamente por
una buena labor de investigación que aporte eficacia al sistema judicial. A este respecto,
y a falta de una definición de terrorismo universalmente aceptada, la trasposición del
derecho internacional humanitario en cuanto a los delitos contra la comunidad
internacional podría aportar una herramienta eficaz para enfrentarse al problema de
contar con criminales viviendo impunemente en el seno de las sociedades libres, en las
que tendrían todas las facilidades para llevar a cabo actos terroristas. Estamos pues
ante un peligro más que previsible que de materializarse causaría daños terribles a las
sociedades que reciben la vuelta de estos luchadores, y por lo tanto, las medidas han
de ser firmes, dentro del marco legal. No cabe duda de que la “desradicalización” de
personas que han luchado en entornos de crueldad extrema, encuadrados en
organizaciones terroristas, resulta algo ineludible, y con dificultades previsibles.
Finalmente, la aplicación de medidas contra la marginación social y la integración de
minorías religiosas, en los países occidentales, y la cooperación económica que
contribuya a la estabilidad de los países del Magreb podrían ayudar a paliar algunas
causas de la radicalización que conduce a la participación en guerras con un contenido
religioso extremista, como las actuales de Siria e Irak.

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