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ARTE ROMANO

Dos nombre destacan como precursores de la pintura histórica romana: Fabius pictor y
Pacuvius. El primero, apenas conocido, vivió cerca del 300 a.c. y sus crónicas nos hablan
de las pinturas que realizó en algunos templos como el de Salus en el Quirinal. Estas
pinturas hacían referencia a la segunda guerra samnítica y de ellas no quedan más que
referencias de Dionysios de Halicarnaso. El segundo pintor hacía las veces de poeta y al
venir de Brindisi, se le podía considerar semihelénico. Nada sabemos de su producción
artística aunque podemos imaginar que su tendencia hacia lo griego sería determinante.

Estos dos pintores nos remiten a un tipo de pinturas históricas en las que las
representaciones batallisticas y las conmemoraciones de victorias serían los temas más
frecuentes. Estas escenas militares fueron concebidas como carteles de propaganda que
exhibían los generales vencedores en sus paseos triunfales al volver a casa.

Debemos destacar de estos primeros años de la pintura romana aquella que podemos
denominar 'geográfica'. Este tipo de pintura aludía a la necesidad de Roma por conocer los
nuevos lugares conquistados. Un ejemplo sería el realizado en el siglo II a.c. sobre Cerdeña
en el que se figuraban los hechos principales, riquezas o monumentos mediante pequeños
cuadritos. Existían a mediados de este siglo II a.c. los llamados pintores de lugares
campestres a modo de cartógrafo. En ellos se describían los países en forma panorámica,
vistos desde lo alto.

Otro tipo de pintura llevada a cabo en el periodo de la Republica romana fue el tipo
decorativo. El uso de materiales pobres en los edificios como el hormigón, el sillarejo,
ladrillos o mampostería, obligaban a colocar sobre ellos un revestimiento. Para ello las
paredes se enlucían con una capa de blanco y fino estuco que posteriormente se pulía. El
estuco era mármol reducido a polvo que se mezclaba con cal o cola para su adhesión a la
pared. La técnica de las pinturas murales producidas dentro de las casas romana está
inspirada en la tectónica griega, es decir, la división del muro en tres partes: Zócalo,
superestructura y zona intermedia. Ampliándose más tarde con frisos y platabandas. Otra
innovación de la pintura romana es la apertura del muro mediante una perspectiva pintada
en forma de ventana abierta en la cual se introducían los personajes de dos formas:
Mediante pequeños cuadros figurados ó bien colocando a los personajes sobres los zócalos
a modo de espacio teatral.

La propagación de esta pintura decorativa viene dada por el ansia de lujo interior y
suntuosidad que las clases pudientes romanas buscaban para sus viviendas. La ausencia
de muebles y los grandes espacios de patios y estancias hacían necesario estos
revestimientos. Los artificios pictóricos permitían crear efectos con mayor facilidad y con
menos coste. Un pedazo de arquitectura pintada se hace más deprisa y también ocupa
menos espacio que su construcción en piedra.
Fragmento de pintura romana en el Museo Arqueológico de Alicante

A pesar de la gran cantidad de viviendas y edificios públicos en los que se desarrolló la


pintura, es cierto que la que ha llegado hasta nosotros no es representativa de toda la época
romana. Más bien los ejemplos se reducen a un tiempo y a una localización geográfica
determinada. La mayoría de ellos proceden de las dos ciudades sepultadas por la erupción
del Vesubio: Pompeya y Herculano, ambas en los alrededores de Nápoles. De Roma, la
gran urbe, apenas tenemos. La amplitud cronológica se marca durante dos siglos, con fin
en el año 79 con la catástrofe volcánica. Más allá de esta fecha los restos son prácticamente
nulos, si bien sabemos de decoraciones en tiempos de Adriano como alguna bóveda en
cámara funeraria o el comienzo de las pinturas de las Catacumbas cristianas.

Los autores de estas pinturas nunca fueron mas allá de ser simples artesanos con una
destreza especial, los cuales conocían los repertorios de la gran pintura griega. La técnica
utilizada para el enlucimiento de las paredes romanas era la técnica al fresco. A lo largo de
los años de estudio se ha producido entre los investigadores de la materia una discusión
que ha dado por buena finalmente la aceptación del fresco. Los colores se aplicaban a la
pared recién enlucida y húmeda, con ellos conseguían que al aplicar las tintas de los
colores, estos penetraran creando una capa gruesa. En ocasiones se pintaba directamente
en seco si el enlucido se había secado. Esta pintura se reconoce de inmediato puesto que
la poca adhesión del color hace que se cuartee más fácilmente.

Cuatro son los estilos en los que se ha dividido estilística y cronológicamente la pintura
romana. Esta clasificación viene definida por las pinturas encontradas en las ciudades de
Pompeya y Herculano, vinculando más adelante diversos restos encontrados en otros
lugares del Imperio.

Primer estilo Pompeyano

Este estilo se ha denominado de diversas maneras siendo el término más utilizado el de


Incrustación por cuanto imita el revestimiento de mármoles. Consiste en la simulación de
paredes marmóreas y jaspes veteados a las construidas con sillares labrados. El color de
estos mármoles ficticios figura altos zócalos, pilastras adosadas frisos o columnas exentas.
Son grandes composiciones murales copiadas de los efectos producidos por los
revestimientos reales de mármol.

La influencia que en este primer estilo representa la pintura griega, le da la definición de


estilo Helénico. Su marco cronológico abarcaría la segunda mitad del siglo II a.c. hasta los
primeros decenios del siguiente. Los ejemplos más sobresalientes de esta etapa serán la
Casa di Sallustio y la del Fauno, ambas en Pompeya. En Roma podemos destacar el palacio
Flavio situado en el Palatino.

Segundo estilo Pompeyano

Denominado 'arquitectónico', su propio nombre indica, que representa arquitecturas ya


completas. La percepción de esta arquitectura va más allá de la unión de elementos
constructivos como columnas o frisos. En este estilo se utilizan juegos de luces y sombras
que crean relieves. Igualmente se forman líneas de fuga en los elementos pintados que
asemejan estar exentos de la pared. Se crea una perspectiva de paisaje externo a la
estancia en la que se coloca la pintura. Así pues se simulan paisajes bucólicos a través de
ventanales en los que se introducían casas romanas y por primera vez personajes. Éstos
eran representados en escenas mitológicas o de género. Todo ello contribuía a crear
ilusiones de ámbitos espaciosos que se movían y estaban abiertos a la naturaleza.
Introduce por primera vez la figuración de bodegones cotidianos.

A diferencia del primero, este estilo es ya propio de la cultura romana y no una importación
griega, si bien debemos destacar que los temas mitológicos de las escenas si pudieran
tener herencia griega y no así las arquitecturas en los que se enmarcan. Su marco
cronológico se inicia en los tiempos de Sylla extendiéndose hasta los de Tiberio, con etapas
de gobierno tan importantes como los de Cesar y Augusto. La villa Farnesina de Roma junto
con la Villa de los Misterios de Pompeya serán los ejemplos más destacables de este tipo
arquitectónico.

Tercer estilo Pompeyano

Denominado también estilo de los Candelabros por su carácter ornamental. Introduce


arquitecturas fantásticas e inverosímiles que se escapan de toda realidad formal y
compositiva. Igualmente podemos ver la inclusión de elementos no arquitectónicos como
amorcillos que sostienen guirnaldas formando frisos irreales. Este tercer estilo fue bastante
efímero puesto que las innovaciones del cuarto pronto se impusieron. Llega a su fin en
tiempos de Nerón con pinturas en la Domus Áurea como obra cumbre. En esta Casa
romana se inspirarían los artistas del renacimiento para sus decoraciones de grutescos y
candelieris, tan manidas en todos los ámbitos de este periodo.

Cuarto Estilo Pompeyano

El terremoto acaecido de la ciudad de Pompeya en el año 63 causo tales destrozos en ella


que se debió reconstruir la mayoría de la ciudad. Este hecho es el determinante para
conocer la cronología de este estilo ya que todos los revestimientos se hicieron de nuevo,
a pesar de que algunos años después se malograran en la erupción del Vesubio. La técnica
utilizada en estas nuevas pinturas buscaba los efectos irreales y sorprendentes dejando a
un lado la pericia y el preciosismo anterior. Las simulaciones arquitectónicas decaen a favor
de composiciones fantásticas, irreales y mágicas que no contienen una realidad objetiva.

Los ejemplos que nos han llegado, tanto de Roma como de Pompeya, hacen que podamos
establecer diferencias entre los dos ámbitos geográficos. En Pompeya existe una
predilección por los colores vivos como el púrpura, el rojo cinabrio, el azul intenso, o el
amarillo dorado para las columnas. Sin embargo en Roma, las entonaciones son claras
sobre fondos totalmente blancos. En Pompeya son numerosos los cuadros murales en los
que se representan diversos temas. El espacio central y por tanto, el mayor se reserva para
temas mitológicos con desnudos incluidos. En roma son raras estas grandes
composiciones, aquí se reproducen pequeñas escenas con figuras humanas, siendo
frecuentes los paisajes marinos.

Como ya hemos referido las obras más importantes se concentran en las dos ciudades
italianas con la casa de Lucretius Fronto o la casa de los Vetii ambas en Pompeya. En
Roma son fabulosos los corredores pintados y las grandes salas de la Domus de Nerón
que también agrupa el tercer y cuarto estilo.
El Imperio Bizantino, conocido también por “Bizancio o de Imperio romano de Oriente” ha
sido uno de los más importantes e interesantes de la historia.
Los orígenes de la gran civilización conocida como el Imperio Bizantino se remontan al
año 330 d.C.,cuando el emperador romano Constantino I fundó Constantinopla, una “nueva
Roma” en el sitio de la antigua colonia griega de Bizancio. Aunque la mitad occidental del
imperio romano se derrumbó y cayó en el año 476, el Imperio Romano de Oriente
le sobrevivió por 1.000 años más.
El término “bizantino” se deriva de Bizancio, una antigua colonia griega fundada por un
hombre llamado Byzas. Esta población estaba situada en el lado europeo del Bósforo (el
estrecho que une el Mar Negro con el Mediterráneo). Una ubicación estratégica como punto
de tránsito y de comercio entre Europa y Asia Menor.
Constantino gobernó sobre un Imperio romano unificado, pero en el año 364 el emperador
Valentiniano I dividió el imperio en las secciones este y oeste. El destino de las dos regiones
se separó. En 476, el bárbaro Odoacro derrocó al último emperador romano de
Occidente, Roma había caído.
Pero la mitad oriental del Imperio Romano resultó ser menos vulnerable a los ataques
externos, gracias en parte a su ubicación geográfica que hacía muy difícil penetrar las
defensas de la capital, Constantinopla.
Los emperadores orientales fueron capaces de ejercer un mayor control sobre los recursos
económicos del imperio y de manera más eficaz reunir mano de obra suficiente para
combatir la invasión
llos utilizaron nuevos colores que obtenían de la combinación de diferentes sustancias
como base material, por lo que la gama se hace más amplia que la utilizada previamente
por los griegos e incluso por los egipcios. Los romanos utilizaron en su pintura de
características figurativas recursos novedosos en su afán por elaborarla lo más fiel posible
a la realidad, utilizando elementos como la perspectiva, la simetría, el uso de las sombras
para destacar las figuras sobre el fondo y otras con exquisito gusto y maestría.

A partir del siglo I, se observan dos corrientes pictóricas o estilos:

– El estilo Neo ático: que se preocupa por la forma humana, resaltando asuntos de la
mitología y epopeya.

– El estilo Helenístico – alejandrino: que pone de manifiesto la preocupación por la


pintura rural cultivando el paisaje y las marinas.

En la pintura Mural romana encontramos que el fresco era el método preferido aunque se
ha señalado que deben haber utilizado otras técnicas e incluso combinarlas. El fresco
permitía cubrir los defectos de los materiales de construcción empleados que no eran de
muy buena calidad al mismo tiempo que decoraban las paredes con escenas narrativas de
diversos temas.

La filosofía de liberalidad y desinhibición permitieron que el tema del desnudo en ambos


sexos, se expresara incluso con escenas bastante explicitas y atrevidas donde las figuras
aparecen en actos de contenido sexual, que pueden aun hoy día ruborizar a algunos. Este
tipo de pintura se utilizo en la decoración de casas dedicadas a actividades sexuales, en
los baños públicos tambien donde incluso marcaban el espacio asignado para guardar sus
vestuarios y efectos personales con combinación de números y escenas eróticas bastante
explicitas.

IMPERIO BIZANTINO

A pesar de que Bizancio fue regido por la ley e instituciones políticas romanas y su idioma
oficial era el latín, el griego también se habla, y los estudiantes recibieron la educación de
la historia griega, la literatura y la cultura.
En términos de religión, el emperador bizantino era el patriarca de Constantinopla, es
decir el jefe de la Iglesia y del Estado, era el líder espiritual de la mayoría de los cristianos
orientales.
El legado del Imperio bizantino ha dejado una rica tradición de arte y literatura. Además
políticamente tuvo una gran importancia como “barrera” entre los estados medievales de
Europa y la amenaza de invasión de los pueblos asiáticos.
El Imperio bizantino cayó finalmente en 1453, después de que un ejército otomano atacara
Constantinopla durante el reinado de Constantino XI.
LA CAÍDA DEL IMPERIO BIZANTINO: EL FIN DE UNA ERA
La caída de Constantinopla, que tuvo lugar en el 29 de mayo de 1453, no podía ser sino la
crónica de una muerte anunciada. El desintegrado Imperio Bizantino, otrora indestructible,
había empezado sudeclive tiempo atrás y el avance inexorable de los otomanos, que
habían conquistado a la altura del siglo XV enormes territorios en Asia y el norte de África,
no encontró en ellos una gran oposición. Sin embargo, su caída supuso un verdadero shock
para el mundo cristiano, que veía cómo las puertas de Europa se habrían para los
otomanos. Asimismo, la caída de Constantinopla suponía el fin de un Imperio que había
durado más de mil años y al que, pese a los reclamos del Sacro Imperio Romano
Germánico, se seguía considerando en buena medida como los herederos más directos del
célebre y glorioso Imperio Romano. De hecho, la conquista de esta mítica ciudad fue tan
importante que los historiadores han considerado 1453 como la fecha de referencia que
separa la edad Media de la Edad Moderna.
La caída de Constantinopla influyó de diferentes y destacadas formas en la cultura
occidental de la época. Así, por ejemplo, se sabe que, ante la inminente caída de la
milenaria ciudad, muchos artistas e intelectuales de origen bizantino decidieron partir hacia
occidente. Se establecieron especialmente en diferentes territorios de Italia, con los que
Bizancio habían tenido intensas relaciones comerciales. Dichos intelectuales y artistas
llevaron consigo sus conocimientos y muchos manuscritos de todo tipo que querían salvar
de la destrucción que los otomanos dejaban a su paso. De esta forma, llegaron a Occidente
una enorme cantidad de conocimientos que no se conocían previamente y que tuvieron una
gran influencia en el auge del Renacimiento que se estaba produciendo, especialmente en
el caso de los escritos de la filosofía neoplatónica.
En todo caso, el final del Imperio Bizantino supuso un duro golpe para la Cristiandad
Occidental. No solo desaparecía un símbolo político, ideológico, religioso y cultural que
había sido referencia durante milenios, sino que significaba que el peligro otomano ya no
tenía apenas ninguna barrera que le separara de Europa. De hecho, los enfrentamientos
entre diferentes ejércitos cristianos y el poder turco fueron constantes durante las siguientes
décadas, llegando a sitiar la célebre ciudad de Viena en varias ocasiones, la última de ellas
más de dos siglos después de la caída de Constantinopla, en 1683. Este impacto convirtió
su reconquista en una ambición constante pero, aunque el papa Pío II llamó a todos los
líderes cristianos a una Cruzada para reconquistarla en 1459, esta nunca se llevó a cabo.
Pese a los deseos expresados en algunos escritos y cantados en la literatura de los años
posteriores, nunca se realizó, durante la Edad Moderna, ningún intento serio de
reconquistar Constantinopla, especialmente cuando Europa ya tenía suficientes problemas
solo para evitar que los otomanos conquistaran más terreno. Además, la idea de la
Reconquista de Tierra Santa siempre tuvo un lugar predominante en el imaginario colectivo
de los siglos posteriores, relegando la idea de la salvación de Constantinopla a un segundo
plano. Pero nunca se olvidó.
Cabe destacar, como curiosidad, que una versión moderna de la recuperación de
Constantinopla apareció en los planes del gobierno griego a principios del siglo XX. El
político griego Eleftherios Venizelos, uno de los líderes del movimiento de liberación
nacional, presentó el que recibió el nombre de proyecto o idea Megali. El proyecto
Megali era una idea estrechamente vinculada al nacionalismo griego que defendía que
todas las tierras habitadas por población cuyo origen étnico fuera griego debían formar un
único estado. Esto significaba “salvar” a muchos territorios que habían pertenecido al
Imperio Bizantino del yugo de un Imperio Otomano próximo ya a su desaparición. Durante
la guerra Greco-Turca que se desarrolló entre 1919 y 1922, el gobierno griego, bajo la idea
Megali, quiso intentar la reconquista de Constantinopla, aprovechando que el Imperio
Otomano había quedado muy debilitado tras el fin de la I Guerra Mundial (1914-1918).
Sin embargo, los griegos nunca lograron este objetivo y fueron derrotados en esta
contienda, siendo obligados por los hechos posteriores a abandonar todo lo relacionado
con el proyecto Megali. Sin embargo, algunas corrientes e ideologías griegas todavía
defienden la unión política de aquellos territorios de origen étnico griego y que muchos
territorios vinculados al antiguo Imperio Bizantino (incluida la actual Estambul) deberían
formar un complejo grupo unido.

CONSTANTINOPLA 330 y 378 (siglo IV)


Bajo el ataque de la Cuarta Cruzada (1203-1204).
El Imperio bizantino (también llamado Imperio romano de Oriente o, sencillamente,
Bizancio) fue la parte oriental del Imperio romano que pervivió durante toda la Edad Media
y el comienzo del Renacimiento y se ubicaba en el Mediterráneo oriental. Su capital se
encontraba en Constantinopla (en griego: Κωνσταντινούπολις, actual Estambul), cuyo
nombre más antiguo era Bizancio. También se conoce al Imperio bizantino como Imperio
romano de Oriente, especialmente para hacer referencia a sus primeros siglos de
existencia, durante la Antigüedad tardía, época en que el Imperio romano de Occidente
continuaba todavía existiendo.
A lo largo de su dilatada historia, el Imperio bizantino sufrió numerosos reveses y pérdidas
de territorio, especialmente durante las guerras romano-sasánidas y las guerras árabo-
bizantinas. Aunque su influencia en África del Norte y Oriente Próximo había entrado en
declive como resultado de estos conflictos, continuó siendo una importante potencia militar
y económica en Europa, Oriente Próximo y el Mediterráneo oriental durante la mayor parte
de la Edad Media. Tras una última recuperación de su pasado poder durante la época de
la dinastía Comneno, en el siglo XII, el Imperio comenzó una prolongada decadencia
durante las guerras otomano-bizantinas que culminó con la toma de Constantinopla y la
conquista del resto de los territorios bajo dominio bizantino por los turcos, en el siglo XV.
Durante su milenio de existencia, el Imperio fue un bastión del cristianismo, e impidió el
avance del islam hacia Europa Occidental. Fue uno de los principales centros comerciales
del mundo, estableciendo una moneda de oro estable que circuló por toda el área
mediterránea. Influyó de modo determinante en las leyes, los sistemas políticos y las
costumbres de gran parte de Europa y de Oriente Medio, y gracias a él se conservaron y
transmitieron muchas de las obras literarias y científicas del mundo clásico y de otras
culturas.
En tanto que es la continuación de la parte oriental del Imperio romano, su transformación
en una entidad cultural diferente de Occidente puede verse como un proceso que se inició
cuando el emperador Constantino I el Grande trasladó la capital a la antigua Bizancio (que
entonces rebautizó como Nueva Roma, y más tarde se denominaría Constantinopla);
continuó con la escisión definitiva del Imperio romano en dos partes tras la muerte de
Teodosio I, en 395, y la posterior desaparición, en 476, del Imperio romano de Occidente;
y alcanzó su culminación durante el siglo VII, bajo el emperador Heraclio I, con cuyas
reformas (sobre todo, la reorganización del ejército y la adopción del griego como lengua
oficial), el Imperio adquirió un carácter marcadamente diferente al del viejo Imperio romano.
Algunos académicos, como Theodor Mommsen, han afirmado que hasta Heraclio puede
hablarse con propiedad del Imperio romano de Oriente y más adelante de Imperio bizantino,
que duró hasta 1453, ya que Heraclio sustituyó el antiguo título imperial de «augusto» por
el de basileus (palabra griega que significa 'rey' o 'emperador') y reemplazó el latín por el
griego como lengua administrativa en 620, después de lo cual el Imperio tuvo un marcado
carácter helénico.
En todo caso, el término Imperio bizantino fue creado por la erudición ilustrada de los siglos
XVII y XVIII y nunca fue utilizado por los habitantes de este imperio, que prefirieron
denominarlo siempre Imperio romano durante toda su existencia.
La expresión «Imperio bizantino» (de Bizancio, antiguo nombre de Constantinopla) fue una
creación del historiador alemán Hieronymus Wolf, quien en 1557 —un siglo después de la
caída de Constantinopla— lo utilizó en su obra Corpus Historiae Byzantinae para designar
este período de la historia en contraste con las culturas griega y romana de la Antigüedad
clásica. El término no se hizo de uso frecuente hasta el siglo XVIII, cuando fue popularizado
por autores franceses, como Montesquieu.

Juicio decimonónico sobre Bizancio:


Sobre el Imperio bizantino, el veredicto universal de la historia es que constituye, sin
excepción alguna, la forma cultural más baja y abyecta que haya asumido la civilización
hasta ahora [...] No ha habido otra civilización duradera tan despojada de toda forma o
elemento otorgador de grandeza [...] Sus vicios eran los de los hombres que habían dejado
de ser valientes sin aprender a ser virtuosos [...] Esclavos, y esclavos gustosos, tanto en
sus actos como en sus pensamientos, hundidos en la sensualidad y en los placeres más
frívolos, sólo salían de su apatía cuando alguna sutileza teológica o algún hecho de
caballería en las carreras de cuadrigas les estimulaba a lanzarse en revueltas frenéticas
[...] La historia de dicho Imperio es una relación monótona de intrigas de sacerdotes,
eunucos y mujeres, de envenenamientos, conspiraciones, ingratitudes y fratricidios
continuos.
El éxito del término puede guardar cierta relación con el rechazo histórico de Occidente a
reconocer al Imperio romano de oriente como continuación legítima de Roma, al menos
desde que, en el siglo IX, Carlomagno y sus sucesores esgrimieron el documento apócrifo
conocido como «Donación de Constantino» para proclamarse, con la connivencia del
papado, emperadores romanos. Desde esta época, en las tierras occidentales el título
Imperator Romanorum ('Emperador de los Romanos') quedó reservado a los soberanos del
Sacro Imperio Romano Germánico, mientras que el emperador de Constantinopla era
llamado, de manera un tanto despectiva, Imperator Graecorum ('Emperador de los
Griegos'), y sus dominios, Imperium Graecorum, Graecia, Terra Graecorum o incluso
Imperium Constantinopolitanus. Los emperadores de Constantinopla nunca aceptaron
estos nombres. De hecho, los bizantinos eran la continuidad en oriente del Imperio romano
y los emperadores de Constantinopla se enorgullecían de un linaje ininterrumpido desde
Augusto.
«Imperio bizantino» es un término moderno que hubiera resultado sumamente extraño a
sus contemporáneos, que se consideraban a sí mismos romanos, y a su Imperio el Imperio
romano. El nombre en griego original era Romania (Ρωμανία) o Basileía Romaíon (Βασιλεία
Ρωμαίων; Imperio romano), traducción directa del nombre en latín, Imperium Romanorum.
Era denominado «Imperio griego» por sus contemporáneos de Europa occidental (debido
al predominio en él del idioma, la cultura y la población griegas). En el mundo islámico fue
conocido como ‫( روم‬Rûm, 'tierra de los Romanos') y sus habitantes como rumis, calificativo
que por extensión acabó aplicándose a los cristianos en general, y en especial a aquellos
que se mantuvieron fieles a su fe en los territorios conquistados por el islam.
El adjetivo «bizantino» adquirió después un sentido despectivo, como sinónimo de
«decadente», debido a la obra de historiadores como Edward Gibbon, William Lecky o el
propio Arnold J. Toynbee, quienes, comparando la civilización bizantina con la Antigüedad
clásica, vieron la historia del Imperio bizantino como un prolongado período de decadencia.
Influyó seguramente también en esta apreciación el punto de vista de los cruzados de los
reinos de Europa occidental que visitaron el Imperio desde finales del siglo XI.
La visión de los bizantinos como hombres sutiles y frívolos sobrevive en la expresión
«discusión bizantina», en referencia a cualquier disputa apasionada sobre una cuestión
intrascendente, seguramente basada en las interminables controversias teológicas
sostenidas por los intelectuales bizantinos.2
Bizancio puede ser definido como un Imperio multiétnico que emergió como un Estado
cristiano y terminó sus más de 1000 años de historia en 1453 como un Estado griego
ortodoxo, adquiriendo un carácter verdaderamente nacional. Los bizantinos se identificaban
a sí mismos como romanos, y continuaron usando el término cuando se convirtió en
sinónimo de helenos. Prefirieron llamarse a sí mismos, en griego, romioi (es decir, pueblo
griego cristiano con ciudadanía romana), al tiempo que desarrollaban una conciencia
nacional como residentes de Romania.
El patriotismo se reflejaba en la literatura, particularmente en canciones y en poemas como
el Digenis Acritas, en el que las poblaciones fronterizas (de combatientes llamados akritai)
se enorgullecían de defender su país contra los invasores. Con el tiempo, el patriotismo se
volvió local, porque no podía ya descansar en la protección de los ejércitos imperiales. Aun
cuando los antiguos griegos no fueran cristianos, los bizantinos se enorgullecían de estos
ancestros.
Aún en los siglos que siguieron a las conquistas árabes y lombardas del siglo VII y la
consecuente reducción del Imperio a los Balcanes y Asia Menor, donde residía una muy
poderosa y superior población griega, continuó este carácter multiétnico. A pesar de todo,
desde el siglo IX se agudizó el proceso de identificación con la antigua cultura griega.
A medida que avanzó la Edad Media pasaron de referirse a sí mismos como romioi
('romanos') a helenoi (que tenía connotaciones paganas tanto como el de romios) o graekos
('griego'), término que fue usado frecuentemente por los bizantinos (tanto como romioi) para
su autoidentificación étnica, en especial en los últimos años del Imperio.
La disolución del Estado bizantino en el siglo XV no deshizo inmediatamente la sociedad
bizantina. Durante la ocupación otomana, los griegos continuaron identificándose como
romanos y helenos, identificación que sobrevivió hasta principios del siglo XX y que aún
persiste en la moderna Grecia.
Origen
Para asegurar el control del Imperio romano y hacer más eficiente su administración, el
emperador Diocleciano, a finales del siglo III, instituyó el régimen de gobierno conocido
como tetrarquía, consistente en la división del Imperio en dos partes, gobernadas por dos
emperadores augustos, cada uno de los cuales llevaba asociado un «vice-emperador» y
futuro heredero césar. Tras la abdicación de Diocleciano el sistema perdió su vigencia y se
abrió un período de guerras civiles que no concluyó hasta el año 324, cuando Constantino
I el Grande unificó ambas partes del Imperio.

Constantino reconstruyó la ciudad de Bizancio como nueva capital en 330. La llamó Nueva
Roma, pero se la conoció popularmente como Constantinopla ('La Ciudad de Constantino').
La nueva administración tuvo su centro en la ciudad, que gozaba de una envidiable
situación estratégica y estaba situada en el nudo de las más importantes rutas comerciales
del Mediterráneo oriental.
Constantino fue también el primer emperador en adoptar el cristianismo, religión que fue
incrementando su influencia a lo largo del siglo IV y terminó por ser proclamada por el
emperador Teodosio I, a finales de dicha centuria, religión oficial del Imperio.
Imperio romano oriental en el 480.
A la muerte del emperador Teodosio I, en 395, el Imperio se dividió definitivamente: Flavio
Honorio, su hijo menor, heredó Occidente, con capital en Roma, mientras que a su hijo
mayor, Arcadio, le correspondió Oriente, con capital en Constantinopla. Para la mayoría de
los autores, es a partir de este momento cuando comienza propiamente la historia del
Imperio bizantino. Mientras que la historia del Imperio romano de Occidente concluyó en
476, cuando fue depuesto el joven Rómulo Augústulo por el germano (del grupo hérulo)
Odoacro. En cambio la historia del Imperio bizantino se prolongó aún durante casi un
milenio.
Historia temprana
En tanto que el Imperio de Occidente se hundía de forma definitiva, los sucesores de
Teodosio fueron capaces de conjurar las sucesivas invasiones de pueblos bárbaros que
amenazaron el Imperio de Oriente. Los visigodos fueron desviados hacia Occidente por el
emperador Arcadio (395-408). Su sucesor, Teodosio II (408-450) reforzó las murallas de
Constantinopla, haciendo de ella una ciudad inexpugnable (de hecho, no sería conquistada
por tropas extranjeras hasta 1204), y logró evitar la invasión de los hunos mediante el pago
de tributos hasta que se disgregaron y acabaron de representar un peligro tras la muerte
de Atila, en 453. Por su parte, Zenón (474-491) evitó la invasión del rey ostrogodo Teodorico
el Grande, dirigiéndolo hacia Italia, contra el reino establecido por Odoacro.
La unidad religiosa fue amenazada por las herejías que proliferaron en la mitad oriental del
Imperio, y que pusieron de relieve la división en materia doctrinal entre las cuatro principales
sedes orientales: Constantinopla, Antioquía, Jerusalén y Alejandría. Ya en 325, el Concilio
de Nicea había condenado el arrianismo que negaba la divinidad de Cristo. En 431, el
Concilio de Éfeso declaró herético el nestorianismo. La crisis más duradera, sin embargo,
fue la causada por la herejía monofisista que afirmaba que Cristo sólo tenía una naturaleza,
la divina. Aunque fue también condenada por el Concilio de Calcedonia, en 451, había
ganado numerosos adeptos, sobre todo en Egipto y Siria, y todos los emperadores
fracasaron en sus intentos de restablecer la unidad religiosa. En este período se inicia
también la estrecha asociación entre la Iglesia y el Imperio: León I (457-474) fue el primer
emperador coronado por el patriarca de Constantinopla.
A finales del siglo V, durante el reinado del emperador Anastasio I, el peligro que suponían
las invasiones bárbaras parecía definitivamente conjurado. Los pueblos germánicos, ya
asentados en el desaparecido Imperio de Occidente, estaban demasiado ocupados
consolidando sus respectivas monarquías como para interesarse por Bizancio.
La época de Justiniano
Durante el reinado de Justiniano I (527-565), el Imperio llegó al apogeo de su poder. El
emperador se propuso restaurar las fronteras del antiguo Imperio romano, para lo que, una
vez restaurada la seguridad de la frontera oriental tras la victoria del general Belisario frente
al expansionismo persa de Cosroes I en la batalla de Dara (530), emprendió una serie de
guerras de conquista en Occidente:
Entre 533 y 534, tras sendas victorias en Ad Decimum y Tricamarum, un Ejército al mando
de Belisario conquistó el reino vándalo, ubicado en la antigua provincia romana de África y
las islas del Mediterráneo Occidental (Cerdeña, Córcega y las Baleares). El territorio, una
vez pacificado, fue gobernado por un funcionario denominado magister militum. En 535
Mundus ocupó Dalmacia. Ese mismo año Belisario avanzó hacia Italia, llegando en 536
hasta Roma tras ocupar el sur de Italia. Tras una breve recuperación de los ostrogodos
(541-551), un nuevo ejército bizantino, comandado esta vez por Narsés, anexionó
nuevamente Italia, creándose el exarcado de Rávena. En 552 los bizantinos intervinieron
en disputas internas de la Hispania visigoda y anexionaron al Imperio extensos territorios
del sur de la península ibérica, llamándola Provincia de Spania. La presencia bizantina en
Hispania se prolongó hasta el año 620.
Justiniano en los mosaicos de la iglesia de San Vital en Rávena.
La época de Justiniano no sólo destaca por sus éxitos militares. Bajo su reinado, Bizancio
vivió una época de esplendor cultural, a pesar de la clausura de la Academia de Atenas,
destacando, entre otras muchas, las figuras de los poetas Nono de Panópolis y Pablo
Silenciario, el historiador Procopio, y el filósofo Juan Filopón. Entre 528 y 533, una comisión
nombrada por el emperador codificó el Derecho romano en el Corpus Iuris Civilis,
permitiendo así la transmisión a la posteridad de uno de los más importantes legados del
mundo antiguo. Otra recopilación legislativa: el Digesto, dirigido por Triboniano, fue
publicado en 533. El esplendor de la época de Justiniano encuentra su mejor ejemplo en
una de las obras arquitectónicas más célebres de la historia del Arte, la iglesia de Santa
Sofía, construida durante su reinado por los arquitectos Antemio de Tralles e Isidoro de
Mileto.
Dentro de la capital se quebrantó el poder de los partidos del circo, donde las carreras de
cuadrigas habían devenido en una diversión popular que levantaba pasiones. De hecho,
eran usadas políticamente, expresando el color de cada equipo divergencias religiosas (un
precoz ejemplo de movilizaciones populares usando colores políticos). La Iglesia reconoció
al señor de Constantinopla como rey-sacerdote y restauró la relación con Roma. Surgió una
nueva Iglesia de la Divina Sabiduría como signo y símbolo de un esplendor magnífico y
majestuoso.
Las campañas de Justiniano en Occidente y el coste de estos actos de esplendor imperial
dejaron exhausta la hacienda imperial y precipitaron al Imperio en una situación de crisis,
que llegaría a su punto culminante a comienzos del siglo VII. La necesidad de más
financiación permitió que su odiado ministro de hacienda, Juan de Capadocia, impusiera
mayores y nuevos impuestos a los ciudadanos de Bizancio. La revuelta de Niká (534)
estuvo a punto de provocar la huida del emperador, que evitó la emperatriz Teodora con su
famosa frase la púrpura es un sudario glorioso.3 Así mismo, un desastre se cernió sobre el
Imperio en el año 543 d. C. Se trataba de la Peste de Justiniano. Se cree que provocada
por el bacilo Yersinia pestis. Sin duda fue un elemento clave que contribuyó a agudizar la
grave crisis económica que ya sufría el Imperio. Se estima que un tercio de la población de
Constantinopla pereció por su causa.
El repliegue de Bizancio
Los siglos VII y VIII constituyen en la historia de Bizancio una especie de «Edad Oscura»
acerca de la cual se tiene muy escasa información. Es un período de crisis, con tremendas
dificultades externas (el hostigamiento del islam que conquistó las regiones más ricas, los
continuos ataques de búlgaros y eslavos desde el norte y el reanudamiento de la lucha
contra los persas en el este) e internas (las luchas entre iconoclastas e iconódulos, símbolo
de los enfrentamientos internos entre poder temporal y religioso). A pesar de ello, el Imperio
salió de este periodo transformado y reforzado.
Justino II trató de seguir los pasos de su tío y su misma mente sucumbió bajo el intolerable
peso de administrar un Imperio amenazado desde varios frentes. Su sucesor, Tiberio II
abandonó la política militar de Justiniano y permitió que Italia cayera bajo el poder de los
lombardos y los bárbaros ocuparan el Tíber, y se replegó a África. Mauricio llegó a hacer
un tratado favorable con Persia (590), volvió una vez más a la defensa de las fronteras del
norte, pero el Ejército se negó a soportar las inclemencias de la campaña y Mauricio perdió
con el trono la vida. Con Focas, las invasiones de los persas, de los bárbaros y las luchas
internas estuvieron a punto de destruir al Imperio. Sin embargo, la revolución de algunas
provincias logró salvarlo.
Amenazas exteriores
Desde África, donde era más fuerte el elemento latino, zarpó Heraclio para rescatar a los
últimos restos del Imperio romano. Este viaje era a sus ojos una empresa religiosa y durante
todo su reinado ese interés fue capital. El siglo VII comienza con la crisis provocada por la
espectacular ofensiva del monarca persa Cosroes II que, con sus conquistas en Egipto,
Siria y Asia Menor, llegó a amenazar la existencia misma del Imperio. Esta situación fue
aprovechada por otros enemigos de Bizancio, como los ávaros y eslavos, que pusieron sitio
a Constantinopla en 626. El emperador Heraclio fue capaz, tras una guerra larga y
agotadora, de conjurar este peligro, repeliendo el asalto de ávaros y eslavos, y derrotando
definitivamente a los persas en 628. En su guerra contra los persas, Heraclio fue capaz de
replegarlos hasta el corazón de su patria y debilitarlos al punto que no fueron capaces de
sobrevivir el ataque árabe sucesivo. En su misión de salvar el Imperio y consolidarlo tuvo
un gran respaldo por parte de la Iglesia.
Sin embargo, apenas unos años después, entre 633 y 645, la rápida expansión musulmana
arrebataba para siempre al Imperio, exhausto por la guerra contra Persia, las provincias de
Siria, Palestina y Egipto. Pero el Imperio de Heraclio sobrevivió a los ataques árabes
(aunque perdiendo casi toda su romanidad y tomando características completamente
helenísticas en el área balcánico-anatólica), mientras que los Persas fueron conquistados
totalmente por los Árabes.
A mediados del siglo VII, las fronteras se estabilizaron. Los árabes continuaron
presionando, llegando incluso a amenazar la capital, pero la superioridad naval bizantina,
reforzada por su magníficas fortificaciones navales y su monopolio del «fuego griego» (un
producto químico capaz de arder en el agua) salvó al Imperio bizantino de la destrucción.
En la frontera occidental, el Imperio se ve obligado a aceptar desde la época de Constantino
IV (668-685) la creación dentro de sus fronteras, en la provincia de Moesia, del reino
independiente de Bulgaria. Además, pueblos eslavos fueron instalándose en los Balcanes,
llegando incluso hasta el Peloponeso. En Occidente, la invasión de los lombardos hizo
mucho más precario el dominio bizantino sobre Italia.
La querella iconoclasta
Entre los años 726 y 843 el Imperio bizantino fue desgarrado por las luchas internas entre
los iconoclastas, partidarios de la prohibición de las imágenes religiosas, y los iconódulos,
contrarios a dicha prohibición. La primera época iconoclasta se prolongó desde 726, año
en que León III (717-741) suprimió el culto a las imágenes, hasta 783, cuando fue
restablecido por el II Concilio de Nicea. La segunda etapa iconoclasta tuvo lugar entre 813
y 843. En este año fue restablecida definitivamente la ortodoxia.
No fue un simple debate teológico entre iconoclastas e iconódulos, sino un enfrentamiento
interno desatado por el patriarcado de Constantinopla, apoyado por el emperador León III,
que pretendía acabar con la concentración de poder e influencia política y religiosa de los
poderosos monasterios y sus apoyos territoriales (puede imaginarse su importancia viendo
cómo ha sobrevivido hasta la actualidad el Monte Athos, fundado más de un siglo después,
en 963).4 Según algunos autores, el conflicto iconoclasta refleja también la división entre el
poder estatal —los emperadores, la mayoría partidarios de la iconoclasia—, y el eclesiástico
—el patriarcado de Constantinopla, en general iconódulo—; también se ha señalado que
mientras en Asia Menor los iconoclastas constituían la mayoría, en la parte europea del
Imperio eran más predominantes los iconódulos.
Transformaciones
La recuperación de la autoridad imperial y la mayor estabilidad de los siglos siguientes trajo
consigo también un proceso de helenización, es decir, de recuperación de la identidad
griega frente a la oficial entidad romana de las instituciones, cosa más posible entonces,
dada la limitación y homogeneización geográfica producida por la pérdida de las provincias,
y que permitía una organización territorial militarizada y más fácilmente gestionable: los
temas (themata) con la adscripción a la tierra de los militares en ellos establecidos, lo que
produjo formas similares al feudalismo occidental. A principios del siglo IX, el Imperio había
sufrido varias transformaciones importantes:
Uniformización cultural y religiosa: la pérdida frente al islam de las provincias de Siria,
Palestina y Egipto trajo como consecuencia una mayor uniformidad. Los territorios que el
Imperio conservaba a mediados del siglo VII eran de cultura fundamentalmente griega. El
latín fue definitivamente abandonado en favor del griego. Ya en 629, durante el reinado de
Heraclio, está documentado el uso del término griego basileus en lugar del latín augustus.
En el aspecto religioso, la incorporación de estas provincias al islam dio por concluida la
crisis monofisita, y en 843 el triunfo de los iconódulos supuso por fin la unidad religiosa.
Reorganización territorial: en el siglo VII —probablemente en época de Constante II (641-
668)— el Imperio fue dotado de una nueva organización territorial para hacer más eficaz su
defensa. El territorio bizantino se organizó en los themata, distritos militares que eran al
mismo tiempo circunscripciones administrativas, y cuyo gobernador y jefe militar, el
estrategos, gozaba de una amplia autonomía.
Ruralización: la pérdida de las provincias del Sur, donde más desarrollo habían alcanzado
la artesanía y el comercio, implicó que la economía bizantina pasara a ser esencialmente
agraria. La irrupción del islam en el Mediterráneo a partir del siglo VIII dificultó las rutas
comerciales. Decreció la población y la importancia de las ciudades en el conjunto del
Imperio, en tanto que empezaba a desarrollarse una nueva clase social, la aristocracia
latifundista, especialmente en Asia Menor. La mayoría de estas transformaciones se dio
como consecuencia de la pérdida de las provincias de Egipto, Siria y Palestina, que fueron
arrebatadas por el islam.
Renacimiento macedónico
El final de las luchas iconoclastas supone una importante recuperación del Imperio, visible
desde el reinado de Miguel III (842-867), último emperador de la dinastía Amoriana, y, sobre
todo, durante los casi dos siglos (867-1056) en que Bizancio fue regido por la Dinastía
Macedónica. Este período es conocido por los historiadores como «renacimiento
macedónico».
Política exterior
Durante estos años, la crisis en que se ve sumido el Califato Abasí, principal enemigo del
Imperio en Oriente, debilita considerablemente la ofensiva islámica. Sin embargo, los
nuevos Estados musulmanes que surgieron como resultado de la disolución del califato
(principalmente los aglabíes del Norte de África y los fatimíes de Egipto), lucharon
duramente contra los bizantinos por la supremacía en el Mediterráneo oriental. A lo largo
del siglo IX, los musulmanes arrebataron definitivamente Sicilia al Imperio. Creta ya había
sido conquistada por los árabes en 827. El siglo X fue una época de importantes ofensivas
contra el islam, que permitieron recuperar territorios perdidos muchos siglos antes: Nicéforo
II Focas (963-969) reconquistó el norte de Siria, incluyendo Antioquía (969), así como Creta
(961) y Chipre (965).
El gran enemigo occidental del Imperio durante esta etapa fue el Estado búlgaro. Convertido
al cristianismo a mediados del siglo IX, Bulgaria alcanzó su apogeo en tiempos del zar
Simeón I (893-927), educado en Constantinopla. Desde 896 el Imperio estuvo obligado a
pagar un tributo a Bulgaria, y, en 913, Simeón estuvo a punto de atacar la capital. A la
muerte de este monarca, en 927, su reino comprendía buena parte de Macedonia y Tracia,
junto con Serbia y Albania. El poder de Bulgaria fue sin embargo declinando durante el siglo
X, y, a principios del siglo siguiente, Basilio II (976-1025), llamado Bulgaróctonos ('Matador
de búlgaros') invadió Bulgaria y la anexionó al Imperio, dividiéndola en 4 temas.
Uno de los hechos más decisivos, y de efectos más duraderos, de esta época fue la
incorporación de los pueblos eslavos a la órbita cultural y religiosa de Bizancio. En la
segunda mitad del siglo IX, los monjes de Tesalónica Cirilo y Metodio fueron enviados a
evangelizar Moravia a petición de su monarca, Ratislav I. Para llevar a cabo su tarea
crearon, partiendo del dialecto eslavo hablado en Tesalónica, una lengua literaria, el antiguo
eslavo eclesiástico o litúrgico, así como un nuevo alfabeto para ponerla por escrito, el
alfabeto glagolítico (luego sustituido por el alfabeto cirílico). Aunque la misión en Moravia
fracasó, a mediados del siglo X se produjo la conversión de la Rus de Kiev, quedando así
bajo la influencia bizantina un Estado más amplio y extenso que el propio Imperio.

Las relaciones con Occidente fueron tensas desde la coronación de Carlomagno (800) y
las pretensiones de sus sucesores al título de emperadores romanos y al dominio sobre
Italia. Durante toda esta etapa, a pesar de la pérdida de Sicilia, el Imperio siguió teniendo
una enorme influencia en el sur de Italia. Las tensiones con Otón I, quien pretendía expulsar
a los bizantinos de Italia, se resolvieron mediante el matrimonio de la princesa bizantina
Teófano, sobrina del emperador bizantino Juan I Tzimiscés, con Otón II.
Política religiosa
Tras la resolución del conflicto iconoclasta, se restauró la unidad religiosa del Imperio. No
obstante, hubo de hacerse frente a la herejía de los paulicianos, que en el siglo IX llegó a
tener una gran difusión en Asia Menor, así como a su rebrote en Bulgaria, la doctrina
bogomilita.
Durante esta época fueron evangelizados los búlgaros. Esta expansión del cristianismo
oriental provocó los recelos de Roma, y a mediados del siglo IX estalló una grave crisis
entre el patriarca de Constantinopla, Focio y el papa Nicolás I, quienes se excomulgaron
mutuamente, produciéndose una primera separación de las iglesias oriental y occidental
que se conoce como Cisma de Focio. Además de la rivalidad por la primacía entre las sedes
de Roma y Constantinopla, existían algunos desacuerdos doctrinales. El Cisma de Focio
fue, sin embargo, breve, y hacia 877 las relaciones entre Oriente y Occidente volvieron a la
normalidad.
La ruptura definitiva con Roma se consumó en 1054, con motivo de una disputa sobre el
texto del Credo, en el que los teólogos latinos habían incluido la cláusula Filioque,
significando así, en contra de la tradición de las iglesias orientales, que el Espíritu Santo
procedía no sólo del Padre, sino también del Hijo. Existía también desacuerdo en otros
muchos temas menores, y subyacía, sobre todo, el enfrentamiento por la primacía entre las
dos antiguas capitales del Imperio.
Declive del Imperio (1056-1261)
Emperador Manuel I Comneno (1143-1180).
Tras el período de esplendor que supuso el Renacimiento Macedónico, en la segunda mitad
del siglo xi comenzó un período de crisis, marcado por su debilidad ante la aparición de dos
poderosos nuevos enemigos: los turcos selyúcidas y los reinos cristianos de Europa
occidental; y por la creciente feudalización del Imperio, acentuada al verse forzados los
emperadores Comneno a realizar cesiones territoriales (denominadas pronoia) a la
aristocracia y a miembros de su propia familia.5
En la frontera oriental, los turcos selyúcidas, que hasta el momento habían centrado su
interés en derrotar al Egipto fatimí, empezaron a hacer incursiones en Asia Menor, de donde
procedía la mayor parte de los soldados bizantinos. Con la inesperada derrota en la batalla
de Manzikert (1071) del emperador Romano IV a manos de Alp Arslan, sultán de los turcos
selyúcidas, culminando así la hegemonía bizantina en Asia Menor. Los intentos posteriores
de los emperadores Commenos por reconquistar los territorios perdidos serán totalmente
infructuosos. Más aún, un siglo después, Manuel I Comneno sufriría otra humillante derrota
frente a los selyúcidas en Miriocéfalo en 1176. En Occidente, los normandos expulsaron de
Italia a los bizantinos en unos pocos años (entre 1060 y 1076), y conquistaron Dirraquio, en
Iliria, desde donde pretendían abrirse camino hasta Constantinopla. La muerte de Roberto
Guiscardo en 1085 evitó que estos planes se llevasen a efecto. Sin embargo, pocos años
después, la Primera Cruzada se convertiría en un quebradero de cabeza para el emperador
Alejo I Comneno. Se discute si fue el propio emperador el que solicitó la ayuda de Occidente
para combatir contra los turcos. Aunque teóricamente se habían comprometido a poner bajo
la autoridad de Bizancio los territorios sometidos, los cruzados terminaron por establecer
varios Estados independientes en Antioquía, Edesa, Trípoli y Jerusalén.
La situación en la primera mitad del siglo XIII.
Los alemanes del Sacro Imperio y los normandos de Sicilia y el sur de Italia siguieron
atacando el Imperio durante el siglo XII. Las ciudades-Estado y repúblicas italianas como
Venecia y Génova, a las cuales Alejo I había concedido derechos comerciales en
Constantinopla, se convirtieron en los objetivos de sentimientos anti-occidentales debido al
resentimiento existente hacia los francos o latinos. A los venecianos en especial les
importunaron sobremanera dichas manifestaciones del pueblo bizantino, teniendo en
cuenta que su flota de barcos era la base de la marina bizantina.
Federico I Barbarroja (emperador del Sacro Imperio) intentó conquistar sin éxito el Imperio
durante la Tercera Cruzada, pero fue la cuarta la que tuvo el efecto más devastador sobre
el Imperio bizantino en siglos. La intención expresa de la Cruzada era conquistar Egipto y
los bizantinos, creyendo que no había posibilidades de vencer a Saladino (sultán de Egipto
y Siria y principal enemigo de los cruzados instalados en Tierra Santa), inicialmente
decidieron mantenerse neutrales, aunque al final ofrecieron doscientos mil marcos de plata
y todos los medios para que los cruzados llegaran a Egipto. Sin embargo, la codicia por
parte de los venecianos y de los jefes cruzados de los tesoros de Constantinopla hizo que
venecianos y cruzados no respetaran el acuerdo y tomaran por asalto Constantinopla el 13
de abril del 1204. Tras tres días de pillaje y destrucción de importantes obras de arte, por
primera vez desde su fundación por Constantino I, más de ochocientos años antes, la
ciudad había sido tomada por un ejército extranjero, dando origen al efímero Imperio latino
(1204-1261).
El Imperio hacia 1265.
El poder bizantino pasó a estar permanentemente debilitado. En este tiempo, Serbia, bajo
Esteban Dushan, de la Dinastía Nemanjić, se fortaleció aprovechando el desmoronamiento
de Bizancio, iniciando un proceso que culminaría cuando en 1346 se constituyera el Imperio
serbio.
Tres Estados griegos herederos del Imperio bizantino permanecieron fuera de la órbita del
recientemente creado Imperio latino: el Imperio de Nicea, el Imperio de Trebisonda, y el
Despotado de Epiro. El primero, controlado por la dinastía Paleólogo, reconquistó
Constantinopla en 1261 y derrotó al Epiro, revitalizando el Imperio, pero prestando
demasiada atención a Europa cuando la creciente penetración de los turcos en Asia Menor
constituía el principal problema.
El final: el sitio turco
La historia del Imperio bizantino tras la reconquista de la capital por Miguel VIII Paleólogo
es la de una prolongada decadencia. En el lado oriental el avance turco redujo casi a la
nada los dominios asiáticos del Imperio, convertido en algunas etapas en vasallo de los
otomanos, mientras en los Balcanes debió competir con los Estados griegos y latinos que
habían surgido a raíz de la conquista de Constantinopla en 1204, y en el Mediterráneo la
superioridad naval veneciana dejaba muy pocas opciones a Constantinopla. Además,
durante el siglo XIV el Imperio, convertido en uno más de numerosos Estados balcánicos,
debió afrontar la terrible revuelta de los almogávares de la Corona de Aragón y dos
devastadoras guerras civiles.
Durante un tiempo el Imperio sobrevivió simplemente porque selyúcidas, mongoles y persas
safávidas estaban demasiado divididos para poder atacar, pero finalmente los turcos
otomanos invadieron todo lo que quedaba de las posesiones bizantinas a excepción de
unas cuantas ciudades portuarias. (Los otomanos —núcleo originario del futuro Imperio
otomano— procedían de uno de los sultanatos escindidos del Estado selyúcida bajo el
mando de un líder llamado Osmán I Gazi, que daría el nombre a la dinastía otomana u
osmanlí).
El Imperio bizantino hacia 1400.
El Imperio apeló a Occidente en busca de ayuda, pero los diferentes Estados ponían como
condición la reunificación de la Iglesia católica y la ortodoxa. La unidad de las Iglesias fue
considerada, y ocasionalmente llevada a cabo por decreto legal, pero los ortodoxos no la
aceptarían. Algunos combatientes occidentales llegaron en auxilio de Bizancio, pero
muchos prefirieron dejar al Imperio sucumbir, y no hicieron nada cuando los otomanos
conquistaron los territorios restantes.
La conquista de Constantinopla fue en principio desestimada debido a sus poderosas
defensas, pero con el advenimiento de los cañones, las murallas —que habían sido
impenetrables excepto para la Cuarta Cruzada durante más de 1000 años— ya no ofrecían
la protección adecuada frente a los otomanos. La caída de Constantinopla se produjo
finalmente el 29 de mayo de 1453, después de un sitio de dos meses llevado a cabo por
Mehmet II. El último emperador bizantino, Constantino XI Paleólogo, fue visto por última
vez cuando entraba en combate con las tropas de jenízaros de los sitiadores otomanos,
que superaban de manera aplastante a los bizantinos. Mehmet II también conquistó Mistra
en 1460 y Trebisonda en 1461.
Mundo bizantino
Demografía
Son muy pocos los datos que pueden permitirnos calcular la población del Imperio
bizantino. J. C. Russell estima que a finales del siglo IV la población total del Imperio romano
de Oriente era de unos 25 millones, repartidos en un área de aproximadamente 1 600 000
km². Hacia el siglo IX, sin embargo, tras la pérdida de las provincias de Siria, Egipto y
Palestina y la crisis de población del siglo VI, habitarían el Imperio alrededor de 13 millones
de personas en un territorio de 745 000 km².
Hacia el siglo XIII, con las importantes mermas territoriales sufridas por el Imperio, no es
probable que el basileus rigiese los destinos de más de 4 000 000 de personas. Desde
entonces el territorio del Imperio —y, por ende, su población— fue decreciendo rápidamente
hasta la caída de Constantinopla en 1453.
Las mayores concentraciones de población estuvieron siempre en la parte asiática del
Imperio, especialmente en el litoral egeo de Asia Menor.

En cuanto a las ciudades, el crecimiento de Constantinopla fue espectacular en los siglos


IV y V. Mientras que la capital de Occidente, Roma, había declinado considerablemente
desde el siglo II, en que llegó a tener un millón y medio de habitantes, hasta el siglo V, con
sólo unos 100 000, Constantinopla, que en el momento de su fundación contaba
escasamente con 30 000 habitantes, llegó en época de Justiniano a los 400 000.
Pero Constantinopla no era la única gran ciudad del Imperio. La población de Alejandría en
esa misma época se ha estimado en torno a los 300 000 habitantes, algo mayor que
Antioquía (unos 250 000), seguida de otras ciudades como Éfeso, Esmirna, Pérgamo,
Trebisonda, Edesa, Nicea, Tesalónica, Tebas y Atenas.
El siglo VI supuso un importante retroceso de la urbanización debido tanto a las guerras
como a una desdichada sucesión de epidemias y catástrofes naturales. En el siglo
siguiente, tras la pérdida de Siria, Palestina, Egipto y Cartago, solo quedaron dos grandes
ciudades en el Imperio: la capital y Tesalónica. Parece que la población de Constantinopla
decreció considerablemente durante los siglos VI y VII (a causa, entre otras razones, de la
peste) y solo comenzó a recuperarse a mediados del siglo VIII. Se estima que su población
sería de 300 000 habitantes durante el renacimiento macedónico, y de no menos de 500
000 bajo la dinastía Comnena.
En los últimos tiempos del Imperio las ciudades sufrieron un pronunciado declive. Se estima
que en el momento de su conquista por los turcos la población de la capital estaba en torno
a los 50 000 habitantes, y la de la segunda ciudad del Imperio, Tesalónica, alrededor de los
30 000.
Economía
Como en el resto del mundo en la Edad Media, la principal actividad económica era la
agricultura que estaba organizada en latifundios, en manos de la nobleza y el clero.
Cultivaban los cereales, frutos, las hortalizas y otros alimentos vegetales.
La principal industria era la textil, basada en talleres de seda estatales, que empleaban a
grandes cantidades de operarios. El Imperio dependía por completo del comercio con
Oriente para el abastecimiento de seda, hasta que a mediados del siglo VI unos monjes
desconocidos —quizá nestorianos— lograron llevar capullos de gusanos de seda a
Justiniano. El Imperio comenzó a producir su propia seda —principalmente en Siria—, y su
fabricación fue un secreto celosamente guardado y desconocido en el resto de Europa
hasta al menos el siglo XII.
Hay que destacar la gran importancia del comercio. Por su situación geográfica, el Imperio
bizantino fue un intermediario necesario entre Oriente y el Mediterráneo, al menos hasta el
siglo VII, cuando el islam se apoderó de las provincias meridionales del Imperio. Era
especialmente importante la posición de la capital, que controlaba el paso de Europa a Asia,
y al dominar el estrecho del Bósforo, los intercambios entre el Mediterráneo (desde donde
se accedía a Europa occidental) y el mar Negro (que enlazaba con el Norte de Europa y
Rusia).

Existían 3 rutas principales que enlazaban el Mediterráneo con el Extremo Oriente:

El camino más corto atravesaba Persia, y luego Asia Central (Samarcanda, Bujará). Se
conoce como Ruta de la Seda.
Una segunda ruta, mucho más difícil, evitaba Persia, e iba del mar Negro, a través de los
puertos de Crimea, al Caspio, y de ahí a Asia Central. Esta ruta fue abierta en época de
Justino II.
Por mar, desde la costa de Egipto, a través del mar Rojo y del océano Índico, aprovechando
los monzones, hasta Sri Lanka. Esta ruta marítima posibilitaba no sólo el comercio con la
India, sino también con el reino de Aksum, en la actual Eritrea. Una pormenorizada relación
de las vicisitudes de esta ruta se encuentra en la obra del viajero Cosmas Indicopleustes.
El comercio bizantino por esta ruta desapareció cuando en el siglo VII se perdieron las
provincias meridionales del Imperio.
El comercio bizantino entró en decadencia durante los siglos XI y XII, a causa de las
ruinosas concesiones que se hicieron a Venecia, y, en menor medida, a Génova y a Pisa.
Un importante elemento en la economía del Imperio fue su moneda, el sólido bizantino y el
besante, de extendido prestigio en el comercio mundial de la época.
El emperador
El jefe supremo del Imperio bizantino era el emperador (basileus), que dirigía el Ejército, la
Administración, y tenía el poder religioso. Cada emperador tenía la potestad de elegir a su
sucesor, al que asociaba a las tareas de gobierno confiriéndole el título de césar. En algún
momento de la historia de Bizancio (concretamente, durante el reinado de Romano I
Lecapeno) llegó a haber hasta 5 césares simultáneos.
El sucesor no era necesariamente hijo del emperador. En muchos casos, la sucesión fue
de tío a sobrino (Justiniano, por ejemplo, sucedió a su tío Justino I y fue sucedido por su
sobrino Justino II). Otros personajes llegaron a la dignidad imperial a través del matrimonio,
como Nicéforo II o Romano IV.
Si bien el emperador elegía a su sucesor, fueron muchos los que llegaron al poder al ser
proclamados emperadores por el Ejército (como Heraclio I o Alejo I Comneno), o gracias a
las intrigas cortesanas, a veces aderezadas con numerosos crímenes. Para evitar que los
emperadores depuestos y sus familiares reivindicaran el trono eran con frecuencia cegados
y, en ocasiones, castrados, y confinados en monasterios. Un caso peculiar es el de
Justiniano II, llamado Rhinotmetos ('Nariz cortada'), a quien el usurpador Leoncio cortó la
nariz y envió al destierro, aunque recuperaría posteriormente su trono. Estos crímenes
atroces fueron sumamente frecuentes en la historia del Imperio bizantino, especialmente
en las épocas de inestabilidad política.
El escudo del Imperio bizantino, cuando gobernaban los Paleólogos, hace referencia al
papel político y religioso del emperador; el águila bicéfala porta en una pata un orbe o una
cruz (la Iglesia); y en la otra, una espada (Estado).
La figura del emperador estaba especialmente relacionada con la Iglesia, que se convirtió
en un factor estabilizador, y especialmente con el patriarca de Constantinopla. La
monarquía bizantina tenía un carácter cesaropapista —uno de los títulos del emperador era
Isapóstolos ('Igual a los Apóstoles'), y ciertas prerrogativas de su cargo remiten al Rex
sacerdos ('Rey sacerdote') de la monarquía israelita—. El emperador y el patriarca tenían
una relación de mutua interdependencia: si bien el emperador designaba al Patriarca, era
éste el que sancionaba su acceso al poder mediante la ceremonia de coronación. Entre uno
y otro hubo en la historia de Bizancio muchos momentos de tensión, pues los intereses del
Estado diferían a veces de los de la Iglesia. En la última etapa del Imperio, por ejemplo,
cuando los emperadores, para obtener la ayuda de Occidente frente a los turcos, intentaron
restaurar la unidad religiosa de su Iglesia con la de Roma, se encontraron con la tenaz
resistencia de los patriarcas.
Una de las principales bazas del emperador era su control sobre una eficaz administración,
que se regía por el Corpus Iuris Civilis, recopilado en época de Justiniano. La organización
territorial se basaba, desde el siglo VII, en los themata ('temas'), provincias al mando de un
strategos o general.
El Ejército bizantino fue durante siglos el más poderoso de Europa. Heredero del Ejército
romano, en los siglos III y IV fue sustancialmente reformado, desarrollando sobre todo la
caballería pesada (catafracta), de origen sármata.
La armada bizantina tuvo un papel preponderante en la hegemonía del Imperio, gracias a
sus ágiles embarcaciones, llamadas dromones (dromos) y al uso de armas secretas como
el «fuego griego». La superioridad naval de Bizancio le proporcionó el dominio del
Mediterráneo oriental hasta el siglo XI, cuando empezó a ser sustituida por el incipiente
poder de algunas ciudades-estado italianas, especialmente Venecia.
En un primer momento existían dos tipos de tropas: los limitanei (guarniciones de frontera)
y los comitatenses. A partir del siglo VII el Imperio fue organizado en themata,
circunscripciones tanto administrativas como militares dirigidas por un strategos, cuya
existencia mejoró sustancialmente la capacidad defensiva de Bizancio frente a sus
numerosos enemigos exteriores.
En la defensa de Bizancio jugó un importante papel la hábil diplomacia de sus emperadores.
Los pagos de tributos mantuvieron mucho tiempo alejados a los enemigos del Imperio, y su
servicio de espionaje logró salvar situaciones que parecían desesperadas.
Una de las debilidades del Ejército bizantino, que fue acentuándose con el tiempo, fue la
necesidad de recurrir a tropas mercenarias, de fidelidad dudosa. Entre los cuerpos
mercenarios más conocidos está la famosa guardia varega. La crisis más terrible que los
mercenarios causaron en el Imperio fue seguramente la revuelta de los almogávares, en el
siglo XIV.
El arte de la estrategia alcanzó un gran auge en época bizantina, e incluso varios
emperadores, como es el caso de Mauricio escribieron tratados sobre el arte militar. Estas
doctrinas ensalzaban el sigilo, la sorpresa y el liderazgo de los comandantes.
Religión
Uno de los rasgos más característicos de la civilización bizantina es la importancia de la
religión y del estamento eclesiástico en su ideología oficial, Iglesia y Estado, emperador y
patriarca, se identificaron progresivamente, hasta el punto de que el apego a la verdadera
fe (la «ortodoxia») fue un importante factor de cohesión política y social en el Imperio
bizantino, lo que no impidió que surgieran numerosas corrientes heréticas.

El cristianismo primitivo tuvo un desarrollo mucho más rápido en Oriente que en Occidente.
Es muy significativo el hecho de que el Concilio de Calcedonia reconociera en 451 cinco
grandes patriarcados, de los cuales solo uno (Roma) era occidental; los otros cuatro
(Constantinopla, Jerusalén, Alejandría y Antioquía) pertenecían al Imperio de Oriente. De
todos ellos, el principal fue el Patriarcado de Constantinopla, cuya sede estaba en la capital
del Imperio. Las otras tres sedes fueron separándose paulatinamente de Constantinopla,
primero a causa de la herejía monofisita, duramente perseguida por varios emperadores;
luego, con motivo de la invasión del islam en el siglo VII, las sedes de Alejandría, Antioquía
y Jerusalén quedaron definitivamente bajo dominio musulmán.
Durante el siglo VII, hubo algunos intentos de la Iglesia ortodoxa por atraerse a los
monofisitas, mediante posturas religiosas intermedias, como el monotelismo, defendido por
Heraclio I y su nieto Constante II. Sin embargo, en los años 680 y 681, en el III Concilio de
Constantinopla se retornó definitivamente a la ortodoxia.
La Iglesia ortodoxa sufrió otra crisis importante con el movimiento iconoclasta, primero entre
los años 730 y 787, y luego entre 815 y 843. Se enfrentaron dos grupos religiosos: los
iconoclastas, partidarios de la prohibición del culto a las imágenes o iconos, y los
iconódulos, que defendían esta práctica. Los iconos fueron prohibidos por León III
comenzando así las más agrias disputas. Esto no se resolvió hasta que la emperatriz Irene
convocó el II Concilio de Nicea en 787 que reafirmó los iconos. Esta emperatriz consideró
una alianza con Carlomagno que hubiera unido ambas mitades de la cristiandad, pero que
fue desestimada.
El movimiento iconoclasta resurgió en el siglo IX, siendo derrotado definitivamente en 843.
Todos estos conflictos internos no ayudaron a resolver el cisma que se estaba produciendo
entre Occidente y Oriente.
En el siglo IX destaca la figura del patriarca Focio, que por primera vez rechazó el primado
de Roma, abriendo una historia de desencuentros que culminaría en 1054, con el llamado
Cisma de Oriente y Occidente. Focio se esforzó también en equiparar el poder del patriarca
al del emperador, postulando una especie de diarquía o gobierno compartido.
El cisma contribuyó, sin embargo, a la transformación de la Iglesia ortodoxa en una Iglesia
nacional. Esto se reforzó más aún con la humillación sufrida en 1204 por la invasión de los
cruzados y el traslado temporal de la sede patriarcal a Nicea.
Durante el siglo XIV se desarrolló una importante corriente religiosa, conocida como
hesicasmo (del griego hesychía, que puede traducirse como 'quietud' o 'tranquilidad'). El
hesicasmo defendía el recogimiento interior, el silencio y la contemplación como medios de
acercamiento a Dios, y se difundió sobre todo por las comunidades monásticas. Su máximo
representante fue Gregorio Palamás, monje de Athos que llegaría a ser arzobispo de
Tesalónica.
Desde finales del siglo XIII hubo varios intentos de volver a la unidad religiosa con Roma:
en 1274, en 1369 y en 1438, para conseguir la ayuda occidental frente a los turcos. Sin
embargo, ninguno de estos intentos llegó a prosperar.
Cultura y arte
Lengua y literatura
En los orígenes del Imperio bizantino existió una situación de diglosia entre el latín y el
griego. El primero era la lengua de la administración estatal, en tanto que el griego era la
lengua hablada y el principal vehículo de expresión literaria. La Iglesia y la educación
utilizaban también el griego. A esto debe añadirse que algunas regiones del Imperio
empleaban otras lenguas, como el arameo y su variante el siríaco en Siria y Palestina, y el
copto en Egipto.
Con el tiempo, el latín fue definitivamente desplazado por el griego, que se convirtió también
en la lengua de la administración imperial. Es significativo que ya en época de Heraclio el
título de Augustus, en latín, haya sido sustituido por el de basiléus, en griego. El latín, sin
embargo, continuó apareciendo en inscripciones y en monedas hasta el siglo XI.
La invasión del islam y la pérdida de las provincias orientales propiciaron una mayor
helenización del Imperio. El griego hablado en el Imperio era el resultado de la evolución
del griego helenístico, y suele denominarse griego medieval o griego bizantino. Existían
grandes diferencias entre el lenguaje literario, deliberadamente arcaico, y el lenguaje
hablado, la koiné popular, muy rara vez utilizada en la literatura.
La literatura, como en general la cultura bizantina en todos sus aspectos, se caracteriza por
tres elementos: helenismo, cristianismo e influjo oriental. Helenismo porque continúa la
tradición de la Grecia clásica pese a los intentos romanizadores de Justiniano y su sobrino
Justino II, que solo alcanzaron al derecho. Cristianismo porque esa fue desde Constantino
la religión del Imperio, a pesar de la oposición intelectual hasta bien entrado el siglo VI;
influjo oriental por la estrecha relación con pueblos asiáticos y africanos.
La literatura bizantina cuenta con un poema épico en griego popular, el de Digenis Akritas,
y con líricos de primer orden como Teodoro Pródromo. Posee unos géneros característicos,
como los bestiarios, volucrarios, lapidarios y las novelas bizantinas (Estacio Macrembolita:
Los amores de Isinia e Ismino; Teodoro Pródromo, Los amores de Rodante y Dosicles;
Nicetas Eugeniano, Las aventuras de Drusilla y Caricles y Constantino Manasés, Aventuras
de Aristandro y Calitea). Fue especialmente fecunda en escritores teológicos (como, por
ejemplo, Eneas de Gaza), cristológicos y hagiográficos. Repercutió en particular en la
literatura occidental la historia de Barlaam y Josafat, divulgada por todo Occidente, en la
cual se encuentran alusiones a la vida de Buda.
La historia tuvo representantes eminentes, como Procopio de Cesarea, secretario que fue
del célebre general Belisario durante el reinado de Justiniano y a la vez panegirista del
emperador en los seis libros de sus Historias y su detractor en la llamada Historia secreta.
En la lírica destaca el género del epigrama con figuras como Pablo Silenciario y Agatías,
este último antologista e historiador del periodo que siguió a Justiniano. Jorge de Pisidia
compuso poesía épica y epigramas. Existe un interesante libro de viajes de Cosmas
Indicopleustes. Del siglo VII destaca un historiador, Simocata, que no llegó a la importancia
de Procopio; en este siglo se hizo famoso el poeta Romano el Mélodo, autor de himnos
religiosos. Entre el siglo VIII y el XI se compila la ya mencionada epopeya nacional Digenis
Acritas, compuesta en una lengua semiculta; también se elaboran epopeyas sobre las
hazañas de Alejandro Magno y se componen enciclopedias como la Suda, de no siempre
acendrada veracidad. Se recopiló en esta época el más importante corpus de epigramática
griega que se conserva, la Antología Palatina. El cristianismo entra en el género tradicional
pagano con la obra del monje Teodoro Estudita y de la monja poetisa Casia. Algunos
emperadores se dedicaron a las letras, como León VI el Sabio, que fue poeta, así como su
hijo, Constantino VII Porfirogéneta. San Juan Damasceno compuso tratados teológicos y
polémicos en oscuro estilo; el citado Teodoro escribe también sobre la cuestión iconoclasta,
así como obras ascéticas y de exégesis.
En el último periodo, desde finales del xi, existe una gran cantidad de literatura polémica
religiosa, pero también escriben Focio y Miguel Psellos sobre temas más variados y se
propicia un renacimiento de las letras griegas, renacimiento que pasó a Europa con la
dispersión de los eruditos bizantinos por la península itálica tras la conquista de
Constantinopla por los otomanos. En Italia renacerá el estudio del griego y el Humanismo
y de ahí pasará al resto del mundo. Tzetzes escribe poemas didácticos y eruditos. El
epigrama alcanza cumbres en Cristóbal de Mitilene o Juan Mauropo. Se escriben novelas
en Grecia y proliferan los bestiarios y lapidarios, y crónicas como la célebre Crónica de
Morea, que mandó traducir al aragonés el gran maestre de la Orden de San Juan de
Jerusalén Juan Fernández de Heredia. El inquieto e inconformista poeta Teodoro Pródromo
escribe cuatro poemas satíricos en la lengua popular y escribe su Catomiomaquia, o Lucha
de los Gatos contra los Ratones a modo de parodia épica. Hay excelentes historiadores
que dejan testimonio de las Cruzadas, como los hermanos Miguel y sobre todo Nicetas
Acominato, Paquimeras, Nicéforo Brienio o su mujer Ana Comneno, princesa imperial
autora de La Alexiada, historia de su padre Alejo I Comneno. Durante la época de los
Paleólogos la literatura entra en decadencia, pero después surge con fuerza la filología.
Arquitectura
La arquitectura bizantina es heredera de la arquitectura romana y la arquitectura
paleocristiana. Es una arquitectura esencialmente religiosa, aunque no faltaron los edificios
civiles de importancia. Muestra una marcada predilección por el ladrillo como material de
construcción (aunque disimulado por lajas de piedra en el exterior y por suntuosos mosaicos
en el interior). Aunque utiliza la columna (destaca la sustitución del ábaco por el cimacio),
su innovación más característica es el uso sistemático de la cubierta abovedada. Los tipos
de bóveda más utilizados son la de cañón y la de arista, pero destaca sobre todo la cúpula,
con su característica base sobre pechinas (aunque también se empleó ocasionalmente la
cúpula sobre trompas). En cuanto a la planta, la más frecuente en los templos es la de cruz
griega, con una cúpula en la intersección de las naves. Es frecuente que los templos,
además del cuerpo de nave principal, posean un atrio o narthex, de origen paleocristiano,
y el presbiterio precedido de iconostasio, llamada así porque sobre este cerramiento calado
se colocaban los iconos pintados.
En la historia del arte y la arquitectura bizantinos suelen distinguirse tres períodos o
«Edades de Oro». La Primera Edad de Oro tiene su momento más representativo en la
época de Justiniano, y sus edificios más destacados son la iglesia de los Santos Sergio y
Baco, la de Santa Irene y, sobre todo, la de Santa Sofía, todas ellas en Constantinopla.
La Segunda Edad de Oro coincide con el renacimiento macedónico (siglos IX, X y XI). Sigue
siendo la iglesia de planta central cubierta con cúpula el modelo fundamental. Son
frecuentes las iglesias de planta de cruz griega inscrita en un cuadrado, con los brazos de
la cruz cubiertos con bóvedas de cañón, y cinco cúpulas, una en el centro y otras cuatro en
los ángulos. El prototipo era la Nueva Iglesia (Nea) construida por Basilio I, hoy
desaparecida. Algunas iglesias destacadas son la iglesia de los Santos Apóstoles en
Constantinopla, Santa Catalina de Salónica, la catedral de Atenas y la basílica de San
Marcos de Venecia.
La Tercera Edad de Oro comienza tras la recuperación de Constantinopla en 1261. Es una
época de difusión de las formas bizantinas, tanto hacia el Norte (Rusia) como hacia
Occidente. Las novedades de este período son más bien decorativas que estructurales.
Destacan iglesias como Santa María Pammakaristos en Constantinopla, las iglesias del
monte Athos o el conjunto de iglesias de Mistra, en el Peloponeso.
Escultura
El estilo bizantino quedó definido a partir del siglo VI. Anteriormente dominaba el estilo
romano tardío, aún en la misma Constantinopla, según lo evidencian diversas estatuas
erigidas por toda la ciudad. No obstante, otros monumentos de la época iniciaban ya el
gusto bizantino, como Disco de Teodosio de Madrid que ostenta en bajorrelieve las figuras
del emperador y su corte (393).
El estilo bizantino en escultura debe considerarse como una derivación del romano, bajo la
influencia asiática. Le caracterizan, en general, cierto amaneramiento, uniformidad y rigidez
o falta de naturalidad en las figuras junto con la gravedad la cual suele consistir en esmaltes,
en imitaciones de piedras y sartas de perlas, en trazos geométricos y en follaje estilizado o
desprovisto de naturalidad.
Cultivó el arte bizantino muy poco el bulto redondo pero abundó en relieves sobre marfil,
plata y bronce y no abandonó del todo el uso de camafeos y entalles en piedras finas. En
los relieves, como en las pinturas y mosaicos se presentan las figuras mirando de frente.
Mosaicos: De la cultura romana Bizancio heredó la decoración mediante mosaicos que
llegaron a su máximo esplendor con este imperio. Los mosaicos eran figuras formadas por
pequeños trozos de piedra o vidrio coloreado (llamadas también teselas). Seguían estrictas
normas para ilustrar pasajes de la vida de los emperadores y escenas religiosas. Estas
últimas cubrían las murallas y cielos rasos de las iglesias.
De esa habilidad alcanzada con respecto a los mosaicos resurge el interés de los vidrieros
de Bizancio por la imitación de las piedras preciosas, con lo que llegaron a alcanzar una
habilidad tan grande que resultaba bastante difícil poder distinguirlas de las auténticas.
Pintura
Son particularmente destacables los retablos de temática religiosa conocidos como iconos.
Música
La música bizantina, de carácter normalmente religioso, estaba fuertemente emparentada
con el canto gregoriano.
Legado
El Imperio bizantino fue un Imperio multicultural, que nació como cristiano y heredero de la
tradición romana, comprendiendo la zona de Oriente y que desapareció en 1453 como un
reino griego ortodoxo. El escritor británico Robert Byron lo describió como el resultado de
una triple fusión: un cuerpo romano, una mente griega y un alma oriental.
Bizancio fue la única potencia estable en la Edad Media. Su influencia sirvió de factor
estabilizador en Europa, sirviendo de barrera contra la presión de las conquistas de los
ejércitos musulmanes y actuando como enlace hacia el pasado clásico y su antigua
legitimidad.
La caída del Imperio fue traumática, tanto que durante mucho tiempo se consideró 1453
como la división entre la Edad Media y la Edad Moderna. El conquistador otomano, Mehmet
II, y sus sucesores se consideraron a sí mismos herederos legítimos de los emperadores
bizantinos hasta el derrumbamiento del Imperio otomano, a principios del siglo XX. Sin
embargo, el papel del emperador bizantino como cabeza de la ortodoxia oriental fue
reclamado por los grandes duques de Moscú empezando por Iván III. Su nieto Iván IV el
Terrible se convertiría en el primer zar de Rusia (el título de zar proviene del latín caesar,
'césar'). Sus sucesores apoyaron la idea que Moscú era la heredera legítima de Roma y
Constantinopla, la Tercera Roma — una idea mantenida por el Imperio ruso hasta su propio
fin a principios del siglo XX.
Desde el punto de vista comercial, Bizancio era el punto de partida de la Ruta de la Seda,
el eje económico que unía Europa con Oriente, importando materias de lujo como seda y
especias. La interrupción de esta ruta con motivo de la desaparición del Imperio bizantino
provocó la búsqueda de nuevas rutas comerciales, llegando españoles y portugueses a
América y África en busca de rutas alternativas. Los portugueses, que acabaron la
Reconquista antes y dispusieron de los recursos necesarios con antelación crearon un
Imperio atlántico que permitía alcanzar la India al circunnavegar África. Los españoles,
posteriormente, patrocinarían a Cristóbal Colón y a los conquistadores, que supondrían la
creación de un imperio que transformaría a España en la primera potencia mundial.
Bizancio desempeñó un papel inestimable para la conservación de los textos clásicos, tanto
en el mundo islámico como en la Europa occidental, donde sería clave para el
Renacimiento. Su tradición historiográfica fue una fuente de información sobre los logros
del mundo clásico. Hasta tal punto fue así, que se cree que el resurgir cultural, económico
y científico del siglo XV no hubiera sido posible sin las bases establecidas en la Grecia
bizantina.
La influencia de Bizancio en asuntos como la teología sería vital para pensadores europeos
como Santo Tomás de Aquino. Asimismo se ha de mencionar que el Imperio fue clave en
la extensión del cristianismo, que definiría Europa durante siglos. De los cuatro mayores
focos de esta religión, tres (Jerusalén, Antioquía y Constantinopla) se hallaban en su
territorio y hasta que no aconteció el cisma de Oriente fue su mayor foco espiritual. También
fue responsable de la evangelización de los pueblos eslavos, gracias a misioneros tan
célebres como Cirilo y Metodio, que evangelizaron a los pueblos eslavos y desarrollaron un
sistema de escritura que aún hoy en día se sigue utilizando en muchos países, el alfabeto
cirílico. Por último es notable su influencia en las Iglesias copta, etíope, y la de armenia.

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