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¿Qué es la globalización económica?

Se entiende por globalización económica el proceso económico por el


cual el comercio se internacionaliza. Para ello se suprimen muchos de los
aranceles, tasas e impuestos nacionales, tendentes a proteger la producción
nacional. Los Estados pierden poderes ante la irrupción del capital privado, que
adquiere mayores y mejores condiciones para moverse geográficamente. La
globalización económica supone la puesta en práctica de las doctrinas
neoliberales de pensadores como Friedrich Von Hayek o Milton Friedman, y
comienza a gestarse con la ascensión al poder de Ronald Reagan en Estados
Unidos y de Margaret Thatcher en Gran Bretaña, a principios de los años 80.
En esencia, el neoliberalismo cree que un mercado libre de intervenciones por
parte del Estado tiende naturalmente al equilibrio.

Instituciones
¿Desde dónde se articula esta globalización? La respuesta cabe buscarla en los
principales órganos defensores, a escala internacional, de la teoría neoliberal. El
Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial tienen como principal
misión la redistribución de la riqueza mediante créditos a las naciones en vías de
desarrollo. Sin embargo, estos préstamos tienen un elevado interés, y no sólo
monetario. Como se está viendo en estos momentos en Argentina o Venezuela,
el FMI sólo concede los préstamos a cambio de la adopción de medidas
económicas ultraliberales, la mayoría de las cuales vienen dictadas por el Primer
Mundo. Sin embargo, un organismo superior dicta las reglas del juego. La
Organización Mundial del Comercio (OMC) nace como una extensión del GATT
(Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio) en 1995. De ideario
ultraliberal, la OMC es seguramente la organización internacional más poderosa
del mundo, y su política de aranceles garantiza el cumplimiento, por parte de
todas las naciones, de un comercio claramente favorable a los intereses del
Norte industrializado.

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¿Qué pretenden sus partidarios?

Los partidarios del ideario neoliberal y, por tanto, de la globalización económica,


defienden la absoluta libertad para que las corporaciones y multinacionales
realicen sus actividades fuera de todo tipo de control gubernamental. En este
sentido, el AMI (Acuerdo Multilateral de Inversiones) supuso una fallida pero
clarísima declaración de intenciones. Se trata de un proyecto, abortado por la
presión popular, para un nuevo acuerdo vinculante, creado en el marco de la
OCDE (Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos). Concebido
como parte de la Ronda Uruguay del desaparecido GATT, el proyecto quedó
paralizado por la fortísima oposición de los países del Sur. Desde 1995, pasó a
negociarse en secreto, bajo la tutela de los Estados Unidos. El AMI proponía
que los Estados no tuvieran voz ni voto en la entrada, desarrollo o salida de
inversiones extranjeras dentro de sus fronteras. De haberse aprobado, habría
comportado la virtual desaparición del Estado de derecho, que hubiera cedido
todo su poder a las empresas y conglomerados transnacionales. Sin embargo,
en 1998, diversos organismos (entre ellos, Amnistía Internacional de Australia y
Public Citizen Global Trade Watch) denunciaron la existencia y términos del AMI
a través de un artículo en Le Monde Diplomatique, lo que puso punto y final a
su existencia, al menos de manera oficial

El Movimiento antiglobalización

Orígenes del Movimiento de Resistencia Global

La publicación de los términos del AMI fue el detonante para la creación de


diversas plataformas y ONGs que están en contra de la globalización
económica. Se trata de un grupo muy heterogéneo de individuos y
organizaciones que recién ahora comienzan a recuperar el terreno en la batalla
ideológica. Gracias a organizaciones especializadas, que actúan como grupos
de presión mediática y política, aquellos que se oponen a la política de la OMC,
el FMI y el Banco Mundial han conseguido hacer llegar el mensaje de que otro
mundo es posible si se opone un control exhaustivo, estatal y/o ciudadano, a las

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actividades de las corporaciones multinacionales, así como un intenso programa


de redistribución de la riqueza a escala mundial.

Internet y la antiglobalización

La red de redes, nacida y desarrollada bajo un espíritu libertario que sólo se


comenzó a truncar con la irrupción masiva de capital a mediados de los años 90,
ha sido el vehículo ideal para canalizar las propuestas de los grupos y
asociaciones que se oponen al modelo neoliberal. Ese espíritu libertario perdura
en las webs de contrainformación y en las plataformas digitales que cada
organización posee. Gracias a ellas, las protestas de Seattle, Gotemburgo o
Génova, así como la cumbre alternativa de Porto Alegre, han podido ser
planeadas y ejecutadas a nivel internacional.

¿Quiénes componen el movimiento?

La novedad fundamental del movimiento antiglobalista con respecto a otros


movimientos más o menos contestatarios es su composición heterogénea.
ONGs, sindicatos, grupos ecologistas, grupos indigenistas y destacados
intelectuales cristianos y progresistas han sustituido a los partidos políticos en
cuanto a participación política ciudadana, lo que causa recelo entre la clase
política tradicional. Algunas de las organizaciones más importantes en la lucha
contra la globalización son ATTAC, Human Rights Watch, Amnistía Internacional,
Greenpeace o International Forum on Globalization.

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La organización puntera en la lucha contra el pensamiento neoliberal


es ATTAC (Acción por la Tributación de Transacciones Financieras y Ayuda al
Ciudadano). Para empezar, es en ATTAC donde se encuentran dos de las voces
más autorizadas y destacadas en el tema. Susan George es la autora del
controvertido y brillante Informe Lugano, y sus intervenciones en debates suelen
ser demoledoras. Por su parte, Vivianne Forrester es la autora de El horror
económico y Una extraña dictadura. ATTAC propone como medida obligatoria la
Tasa Tobin. Se trata de un impuesto del 0'5% sobre las transacciones entre
multinacionales que devendría en ayuda económica a las naciones más
desfavorecidas. Fue formulada por el economista estadounidense James Tobin,
premio Nobel de economía en 1981. Lionel Jospin, líder del socialismo francés,
ya ha demostrado su interés por situar la Tasa Tobin en su agenda política. Otro
tanto ha hecho el candidato a presidente de la Generalitat catalana, Pasqual
Maragall.

¿Qué proponen?

Las propuestas de los antiglobalistas incluyen la condonación de la deuda


externa a los países del Tercer Mundo, que impide su desarrollo económico; la
gratuidad de la escolarización y las medicinas (especialmente en casos de
pandemia como el sida en África o el cólera en Centroamérica); la tasación
sobre las transacciones transnacionales (Tasa Tobin); las restricciones a la
retirada de capital o un nuevo flujo económico igualitario capaz de abolir las
condiciones de semiesclavitud que imponen ciertas multinacionales a la
población infantil asiática.

Sin embargo, entre las medidas puramente económicas también hay otras de
carácter ecologista, como la progresiva desaparición de armas y plantas
nucleares, una moratoria a la deforestación masiva en Sudamérica o el
establecimiento de santuarios ecológicos.

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Cronología

 Seattle, 1999

Durante la cumbre de la OMC en Seattle, en 1999, 50.000 personas se


desplazaron para protestar de manera pacífica contra la cumbre. Sin embargo,
las primeras informaciones acerca de los movimientos antiglobalización cogieron
a los medios de comunicación desprevenidos. La total desinformación acerca de
su composición e intereses acabaron centrando el interés mediático en las
protestas violentas, llevadas a cabo por el tristemente conocido Black Block, un
grupo no organizado de anarquistas de extremada violencia.

 Porto Alegre, 2001

Primera edición del Foro Social Mundial. Organizada en la ciudad


autogestionada más famosa del mundo, gobernada por el Partido dos
Trabalhadores, reunió a más de 1.000 ONGs, y fue considerada como un
importante éxito político y mediático.

 Gotemburgo, 2001

Gotemburgo resultó un espectáculo bochornoso para los neoliberales. Las


movilizaciones contra la cumbre de líderes de la UE se tornó especialmente
violenta debido a la actuación de un grupo incontrolado. La policía sueca disparó
con fuego real, hiriendo de gravedad a numerosos manifestantes.

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 Génova, 2001

El punto de inflexión en la historia del Movimiento de Resistencia Global fue


Génova. La durísima represión, por parte de los carabinieri italianos, fue
ampliamente difundida por los medios de comunicación de masas. El brutal
ataque policial a Indymedia provocó una oleada de indignación en todo el
mundo. En Génova murió, por un tiro de bala en la cabeza disparado por un
carabinero, Carlo Giuliani, un joven que participaba en las algaradas callejeras.
La actuación policial aún está bajo investigación parlamentaria.

 Porto Alegre, 2002

Porto Alegre ha sido, hasta ahora, la cumbre alternativa más importante jamás
realizada. Ha logrado arrebatar portadas y 'prime time' televisivo a la cumbre
del Foro Económico Mundial, organizada esta vez en Nueva York. Una cumbre,
la de Nueva York, que quedaba en evidencia por unas exageradas medidas de
seguridad en espera de unos altercados que casi no se produjeron. Al segundo
Foro Social Mundial se dirigieron importantes personalidades de la política y la
intelectualidad mundiales, como las ya mencionadas George y Forrester, el
juez Baltasar Garzón, el escritor José Saramago, el periodista Ignacio
Ramonet o el lingüista norteamericano Noam Chomsky, entre otros. La
elección de Porto Alegre como sede del Foro Social Mundial no es casual. Se
trata de una ciudad autogestionada, gracias a la victoria en las urnas del Partido
dos Trabalhadores. El PT gobierna en un amplio número de poblaciones
brasileñas, con Porto Alegre como ciudad señera. Desde finales de 2000,
decenas de cargos de la formación han recibido amenazas de muerte. A finales
de octubre de 2001, el prefecto de Campinas, Antonio da Costa Santos, fue
asesinado. Cuatro meses después, el 20 de enero de 2002, se encontraba el
cuerpo sin vida del alcalde de Santo André, Celso Daniel. En todos estos
casos, la responsabilidad recae sobre una desconocida banda de extrema
izquierda, el Frente de Ação Revolucionária Brasileira. Sin embargo, expertos
en terrorismo afirman que se trata de un montaje, tras el cual se escondería la
extrema derecha o grupos de pistoleros contratados por los terratenientes

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brasileños. En todos los casos, la inhibición de la policía brasileña ha sido


manifiesta. .

2003
Cancún México
quinta reunión ministerial de la Organización
Mundial de Comercio (OMC)

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Quién es quién

Bourdieu, Pierre

Una de las más radicales voces contra la


globalización, Pierre Bourdieu, quien muriera el
pasado enero, fue sociólogo y filósofo, y destacó
por la aplicación del modelo de análisis marxista
a la realidad internacional. No dudó en calificar al
FMI y al Banco Mundial de "brazos armados" del
neoliberalismo

Forrester, Vivianne

Autora de El horror económico y de Una extraña


dictadura, Vivianne Forrester es una de las
voces más críticas con el modelo neoliberal de
globalización. A sus 72 años, se ha convertido en
una de las autoras más leídas de Europa pese a
no tener una formación como economista. Según
ella, el actual modelo capitalista sólo beneficia a
un porcentaje mínimo de la población, y crea un
nuevo sistema social de castas.

Nader, Ralph

Abogado estadounidense, Nader lleva decenios


enfrentándose a las megacorporaciones en
nombre del ciudadano medio. Obtuvo un
impresionante apoyo popular en las elecciones de
2000, consolidándose como el tercer gran
candidato, por el Partido Verde. Autor de Unsafe at
any speed, libro que causó la reforma de las
medidas de seguridad de la industria
automovilística estadounidense. Fundador de
Public Citizen Global Trade Watch.

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Shiva, Vandana
Activista feminista y ecologista, esta física nuclear de origen
hindú es la fundadora de Third World Network, ONG que
pretende difundir la cultura audiovisual y literaria del Sur en
desarrollo y luchar contra el desigual flujo informativo.

Tobin, James
Economista estadounidense, premio Nobel de Economía en
1981. Seguidor del liberalismo clásico, se ha opuesto
sistemáticamente a las teorías neoliberales y aboga por un
capitalismo social. No deja de ser curioso que el propio
Tobin reniegue ahora del uso social de su tasa, que él vio
como un mero mecanismo de control.

Bové, José
Uno de los más controvertidos personajes de la
antiglobalización, Bové es el presidente de la Confédération
Paysanne, un sindicato agrario francés, y se ha distinguido
por su lucha (algunas veces, violenta) contra la agricultura
extensiva y los vegetales modificados genéticamente.

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Friedman, Milton
Fundador de la 'teoría monetarista', según la cual, las
fuerzas del llamado 'libre mercado' son más eficientes que
la intervención estatal a la hora de fomentar un crecimiento
económico estable y sin inflación. Friedman constituye una
de las principales figuras del liberalismo contemporáneo,
tanto como teórico economista como desde el punto de vista
ideológico. Recibió el premio Nobel de Economía en 1976, y
fue asesor técnico en los gobiernos de Richard Nixon y
Ronald Reagan.

Ramonet, Ignacio
Director de Le Monde Diplomatique y presidente de honor
de ATTAC-Francia, Ramonet saltó a la palestra de la lucha
antiglobalización denunciando la existencia y términos del
AMI. Fue también el impulsor de la creación de una entidad
que presionara a favor de la aplicación de la Tasa Tobin,
iniciativa que culminaría con la creación de ATTAC.

Soros, George
Nacido en Hungría en 1930, se trata de uno de los mayores
multimillonarios del mundo. Soros, gestor de gigantescos
fondos de pensiones, desencadenó con sus maniobras
especulativas la crisis bursátil asiática de 1997. Últimamente
ha abandonado su neoliberalismo y exige medidas
proteccionistas, coincidiendo con la pérdida de más de
2.000 millones de dólares en la ultraliberal Rusia.

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Von Hayek, Friedrich


Uno de los más brillantes economistas de la historia, Hayek
es considerado como el padre del "darwinismo económico".
Centra su estudio El camino a la esclavitud en el concepto
de la planificación económica para asegurar que el mercado
no puede ser planificado estatalmente y, por lo tanto, se
lanza a una defensa acérrima del laissez-faire. Fue fundador
de la Sociedad Mount Pelerin en los años 40, y recibió el
Nobel de Economía en 1974.

Chomsky, Noam
Profesor de lingüística del Massachussets Institute of
Technology (MIT) y uno de los más importantes nombres de
la semiología moderna, Chomsky se define a sí mismo
como 'disidente'. Desde la aplicación de la teoría marxista,
ha criticado duramente la política económica de Estados
Unidos y su intervencionismo militar y económico en todo el
mundo.

George, Susan
Figura clave en el ámbito de la antiglobalización, Susan
George es la vicepresidenta de ATTAC-Francia y la
fundadora y codirectora del Instituto Transnacional (ITN).
Autora del Informe Lugano y de Cómo muere la otra mitad:
las razones del hambre mundial. Se la considera una de las
personas más emblemáticas en el Movimiento de
Resistencia Global.

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Rothbard, Murray
Fundador del anarcocapitalismo, que propugna la
desaparición del Estado y su sustitución por un Gobierno de
corporaciones y empresas, en el que todo sería privado. Se
lo considera el pensador más extremista del neoliberalismo.

Subcomandante Marcos
El líder visible de la guerrilla zapatista, el Subcomandante
Marcos, oculta su rostro tras un pasamontañas y una pipa.
Desde sus incendiarios escritos reclama el fin del acoso a
los pueblos indígenas de México y de América en general, y
sus acciones han obligado al Gobierno mexicano a tomar en
consideración al Ejército Zapatista de Liberación Nacional
(EZLN) en su agenda política.

Wallach, Lori
Directora de Public Citizen Global Trade Watch, acuñadora
del jocoso término Sado-monetarismo (para referirse a la
política liberal de la OMC), Wallach ha sido una de las más
importantes activistas contra el AMI, y su intervención ante
el International Economic Policy and Trade Commitee fue
decisiva para el precipitado fin del acuerdo.

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Opinión

Vicenç Fisas
Titular de la Cátedra Unesco sobre Paz y Derechos
Humanos, UAB

Globalización y mundialización: clarificando términos

En los últimos años se ha popularizado una vieja discusión sobre el alcance de


la globalización y la mundialización, produciéndose una notable confusión sobre
el significado de cada uno de estos términos, y en la que se muestran un
conjunto de varias tendencias, que no siempre están conectadas entre sí. La
"globalización" es un proceso multidimensional (cultural, tecnológico, social,
etc.), basado en hechos reales, objetivos, con aspectos positivos y negativos, y
que afecta de manera desigual a la gente. Es verdad que puede llevarnos al
desastre si al final agranda aún más el foso que separa a los ricos de los
pobres, pero es también una ocasión para crear una ciudadanía cosmopolita y
para que las personas y las sociedades estén más conectadas. La globalización
permite, en todo caso, una mayor interconexión y comunicación, gracias a las
nuevas tecnologías, y ello conlleva mayores posibilidades de influir e incidir en
los asuntos mundiales. La parte buena de la globalización, por tanto, es que
potencialmente permite que la gente sea participativa y creativa en cosas
transformadoras. Pero el aspecto negativo no es ya una potencialidad, una
posibilidad, sino la constatación de una cruel realidad: ha ayudado a la
concentración en muy pocas manos de la riqueza, los beneficios, los
conocimientos y el poder. En definitiva, existe ya una globalización elitista.

La mundialización (o internacionalización) de la economía, en cambio, podemos


definirla como una ofensiva capitalista, un reflejo del capitalismo actual y de la
expansión de las fuerzas del mercado, con nuevas estrategias que se han ido
consolidando en las últimas dos décadas. Los movimientos de capitales buscan
su propio provecho financiero, no la inversión productiva, y quieren hacerlo en
condiciones de absoluta libertad y sin controles externos. Aunque es un proceso
fundamentalmente económico, tiene consecuencias sociales, culturales,
medioambientales y políticas. Los actores fundamentales de la mundialización
son bancos, instituciones financieras, grupos multinacionales, seguros y fondos
privados de pensiones, toda una oligarquía transnacionalizada que utiliza de
manera muy interesada a los Organismos Internacionales como el Fondo
Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), o la Organización
Mundial de Comercio (OMC), organismos muy poco transparentes y
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democráticos, que actúan de mensajeros del gran capital transnacionalizado.

¿Qué persigue esta mundialización vinculada a la violencia estructural? En


primera instancia, la liberalización del comercio y de los flujos de capitales,
buscando la movilidad sin restricciones del capital; por el contrario, se limitan
los movimientos de las personas y trabajadores inmigrantes. El segundo
objetivo de la mundialización es garantizar la internacionalización y la
especulación financiera. La tecnología actual permite a los financieros operar
en tiempo real por todo el mundo y manejar gigantescas operaciones
financieras y especulativas, con lo que el desarrollo de las redes financieras es
muy superior al comercio internacional de bienes y servicios. Esto implica un
debilitamiento de la capacidad de intervención y control de los Estados, por la
ausencia de un contrapeso político a las dinámicas económicas, y de ahí que
se hable de la existencia de un déficit democrático, una falta de transparencia
en estas políticas, del desarrollo de una estrategia de privatización de los
servicios, y de una incapacidad para frenar los abusos del poder.

Otro componente de la mundialización económica es la "internacionalización de


la producción". Sus aspectos más visibles son la "deslocalización", es decir, la
práctica de invertir y producir en países más pobres donde se pagan menos
salarios y donde existe menor protección social (con lo que ello supone de
flexibilización del mercado de trabajo, la desregulación, la precariedad del
empleo, la aceptación de los trabajadores de los países ricos de disminuir sus
conquistas sociales), y la subcontratación (que permite controlar sin ser los
propietarios). Todo ello está comportando una profunda transformación de los
sistemas de trabajo. La mundialización, por tanto, tiene un fuerte sentido de la
territorialidad. Las fronteras físicas desaparecen para los más ricos y se
refuerzan para los más pobres.

Este tipo de dinámicas económicas buscan también una desconexión del poder
respecto a sus obligaciones. Se ha formado un auténtico gobierno en la sombra
dirigido por las empresas transnacionales, exentas de responsabilidad, porque
no han de rendir cuentas a nadie, de ahí que una estrategia de paz orientada a
combatir esta violencia estructural insista en pedir responsabilidades sobre
cuanto hacemos y en saber a quien hay que pedirlas.

Este apasionante debate sobre los efectos de la mundialización va de la mano


con una crítica a lo que se denomina el "pensamiento único" y al
neoliberalismo. Para Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, el llamado
"pensamiento único" no es más que la traducción, en términos ideológicos y
con pretensión universal, de los intereses de un conjunto de fuerzas
económicas, en particular las del capital internacional. Es el discurso y la

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estrategia que busca naturalizar la mundialización económica, un discurso


donde prima la lógica económica y la presenta como la nueva utopía,
rechazando y despreciando las grandes ideologías y los meta-relatos del siglo
pasado.

Si insistimos en estos conceptos no es porque sí, sino porque su extensión por


todo el planeta está provocando cotas impresionantes de exclusión y de
pobreza. Y lo que es realmente grave es que la pobreza en la que viven
centenares de millones de personas no es el resultado de la escasez, sino que,
como nos recuerda John Berger, es el fruto de las prioridades establecidas por
los ricos. La miseria, insisto, no es algo inevitable, como un fenómeno natural,
sino el resultado de un planificación deliberada.

Este "pensamiento único" va ligado a la sacralización de dos conceptos


estrechamente vinculados entre sí, nada inocentes y muy presentes en la
sociedad occidental industrializada, a saber, el superproductivismo y la
competitividad. Y no son inocentes o inocuos, porque la competitividad llevada
al extremo supone, inevitablemente, la pérdida del sentido comunitario, de la
cooperación, la solidaridad, la justicia y la equidad, es decir, la pérdida de todos
aquellos valores y prácticas asociadas a la paz.

La globalización no va bien, ni mucho menos

MANUEL ESCUDERO

Jueves, 3 de mayo de 2001

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Manuel Escudero es profesor de Macroeconomía del Instituto de Empresa.

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No me refiero a la burbuja de los valores tecnológicos que Alan Greenspan


intenta desinflar con suavidad, ni al porvenir próximo de la economía
estadounidense y, por ende, de las economías europeas. De hecho, creo que las
nuevas tecnologías de la información (TI) han originado una pauta de largo
recorrido de incremento de la productividad, de modo que, más que una
recesión, estamos contemplando una desaceleración de la economía
norteamericana que, poco y poco y no sin sobresaltos, irá recuperándose.

La pregunta a la que intento responder es otra: llevamos entre cinco y diez años
en los que la conjunción de unos mercados financieros sin fronteras, la

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internacionalización de la producción y la introducción de las nuevas tecnologías


de la información plantean un nuevo panorama, el de una economía global.
¿Cuál es su balance? Sus efectos benéficos, ensalzados por tantos publicistas,
¿están siendo compartidos por todos a escala global?

El debate intelectual sobre la globalización y la nueva economía tiene adalides


entusiastas que en estos nuevos fenómenos no ven sino beneficios para la
humanidad. No faltan razones: los mercados financieros sin barreras ofrecen
hoy a cualquier país, incluidos los más remotos y 'no interesantes', acceso
inmediato a fondos financieros con los que desarrollarse (naturalmente, si la
economía del país está en orden, si su marco político es democrático y su marco
jurídico es estable). Las nuevas TI permiten montar, a partir de la creatividad,
nuevas empresas punteras en los sitios más insospechados (como el Estado de
Bangalore, en la India), emergiendo nuevos silicon valleys en medio de un
páramo de subdesarrollo: los efectos benéficos de tales polos se extenderán sin
duda con el tiempo al resto de la población colindante.

También existen detractores a muerte de la globalización, que, convocados a


través de la red de redes, organizan alteraciones públicas en toda reunión
internacional del establishment y erigen foros alternativos como el de Porto
Alegre, en los que se juntan (e intentan en vano llegar a acuerdos) nostálgicos
de la teoría de la dependencia, paleoanticapitalistas y proteccionistas a ultranza
con personas mucho más sensatas que opinan que la globalización no va tan
bien.

Ante este panorama de polarización, los intelectuales de centro-izquierda no


pueden seguir aferrándose a la máxima de la tercera vía, según la cual la
globalización entraña riesgos y entraña oportunidades: llega el momento de
decir qué riesgos exactamente, qué oportunidades específicamente. Y, sobre
todo, llega el momento de hacer balance, para verificar si, en concreto, en el
desarrollo de esta realidad global las oportunidades van pesando más que los
riesgos, o viceversa.

Para hacer un balance, y en esto siento contradecir al estimado Guillermo de la


Dehesa (EL PAÍS, 21 de abril pasado), no es apropiado establecer un horizonte
de análisis de veinte a cincuenta años que pudiera endulzar, sin pretenderlo, el
juicio a realizar. La globalización, entendida como la suma de la globalización de
los capitales, de los mercados y de las nuevas tecnologías de la información,
comenzó a principios de los años noventa, y realmente se consolidó a partir de
1996. Pues bien, ¿qué ha pasado en la década de la globalización?

Miremos a la realidad: el mundo se divide hoy en 28 países desarrollados que


tienen el 15% de la población y el 77% de las exportaciones mundiales, frente a
128 países en desarrollo que, con un 77% de la población mundial, contribuyen
con el 18% de las exportaciones mundiales. Junto a este panorama de opuestos
diamétricos, en tierra de nadie, existen otras 28 economías en transición.

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Si miramos a las frías cifras de la evolución económica del mundo en la última


década, la evidencia de que se ha producido una trayectoria divergente entre los
28 países desarrollados y los 156 países restantes es abrumadora.

La inflación, símbolo universal de la competitividad y de la fiabilidad de un país,


se ha moderado hasta alcanzar un 1,8% de media entre 1996 y 1999 para los
países desarrollados. Sin embargo, aunque con un telón de fondo de bajadas
espectaculares sobre la realidad de principios de los noventa, se mantiene aún
en cifras de dos dígitos para los países en desarrollo de África, Oriente Próximo,
América Latina y el Caribe y para las economías en transición.

La balanza de pagos por cuenta corriente, que indica si un país puede pagar los
bienes que precisa importar, ha sido excedentaria para el club de los 28, pero
negativa para el resto, deteriorándose además en la segunda mitad de la década
para África, Latinoamérica y los países en transición. Naturalmente esto significa
que, en vez de desaparecer el problema de la deuda externa de los países en
desarrollo, ésta se ha duplicado entre 1992 y 1998. Con ello, el esfuerzo para
pagarla ha aumentado, y hoy los 156 países en desarrollo gastan como media el
39% de lo que producen en satisfacer lo que deben. Uno podría pensar que, en
un mundo de mayor productividad, los que tienen éxito serán más generosos,
pero, en realidad, la ayuda al desarrollo ha descendido en más de un 20% entre
1992 y 1999. Finalmente, en una época de fusiones y adquisiciones
gigantescas, que abaratan productos y servicios haciendo los sectores
productivos más eficientes y accesibles para el consumidor, más del 80% de
aquéllas se producen entre los países desarrollados, y ese porcentaje ha crecido
a lo largo de los años noventa, de modo que hoy tan sólo un 14% de las
fusiones afecta a los países en desarrollo.

Como resultado de todos estos datos, el crecimiento económico per cápita de


los países desarrollados es mayor, y divergente, respecto al del resto de las
regiones del planeta. Es posible que se esté despertando una espiral virtuosa de
desarrollo económico en China e India, pero tardará por lo menos una década
en consolidarse en términos absolutos: y para entonces estas dos grandes
regiones habrán contribuido decisivamente a que el mundo tenga mil millones de
habitantes más, con lo que su renta per cápita seguirá por los suelos. Con la
excepción de los países asiáticos en desarrollo, América Latina y el Caribe han
visto cómo se estanca su crecimiento per cápita en la segunda mitad de los
noventa, y lo mismo se puede decir de Oriente Próximo y de las economías de
Europa central y oriental. África, en el furgón de cola, crece al 1%, alejándose
sin esperanza del resto del mundo.

En teoría, la solución lógica a este estado de cosas no es difícil: a un mercado


global le debe corresponder una acción racionalizadora y redistribuidora global.
El mix de mercado y de límites sociales, el mismo que hemos practicado con
éxito todos los países desarrollados, debería ser ahora aplicado a escala global.
No resulta muy difícil pensar en un organismo internacional, como el Consejo

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Económico y Social de la ONU, que dirija y ponga en práctica un nuevo sistema


económico mundial asentado en tres pilares. En primer lugar, un acuerdo de
estabilidad monetaria basado en la paridad semifija entre el dólar, el euro y el
yen, y que presuponga la convergencia de sus políticas económicas. En
segundo lugar, un acuerdo de fiscalidad básica mundial que ponga en
circulación títulos de Deuda Mundial de suscripción obligatoria, de acuerdo con
un sistema muy básico de fiscalidad sobre la renta de cada país, y con un
sistema de sanciones contra el proteccionismo, la competencia desleal y los
delitos medioambientales que impliquen la suscripción obligatoria adicional de
Deuda Mundial. Y, por último, un refuerzo genuino de la actividad de la
Organización Mundial de Comercio, a través de un acuerdo de libre comercio,
defensa de la competencia y del medio ambiente, que incluya, entre otras, una
profunda y radical revisión de las políticas agrícolas de los países desarrollados.
No resultaría muy difícil defender la rigurosidad y la viabilidad técnica de una
solución como la apuntada, u otras similares, basadas en más estabilidad, más
comercio y más redistribución a escala global.

Soy consciente, sin embargo, de los enormes obstáculos políticos que existen, y
que hacen de esta formulación una propuesta naïf y casi, casi, cómica. El
primero y principal es que los partidos políticos, quintaesencia de nuestros
sistemas de formación democrática de la voluntad colectiva, tienen una base
electoral nacional, y sus intereses electorales no les permiten, por el momento,
avanzar en los cambios que este tipo de solución entraña. Pero, tarde o
temprano, una solución como ésta ganará terreno, si no es por la racionalidad
-que la tiene, y casi absoluta-, al menos sí para evitar males mayores. Y estos
males del siglo XXI, inevitables de otro modo, son cuatro: la superpoblación, los
movimientos masivos y descontrolados de migración, el deterioro irreversible del
planeta y la divergencia creciente de destinos entre dos partes del mundo que,
sin embargo, están perfectamente informadas en tiempo real del destino de la
otra parte.

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Este mundo de la injusticia globalizada

Miércoles, 6 de febrero de 2002

JOSÉ SARAMAGO

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José Saramago es premio Nobel de Literatura. Este texto fue leído en la


clausura del Foro Mundial Social reunido en Porto Alegre (Brasil).

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Comenzaré por contar en brevísimas palabras un hecho notable de la vida rural


ocurrido en una aldea de los alrededores de Florencia hace más de
cuatrocientos años. Me permito solicitar toda su atención para este importante
acontecimiento histórico porque, al contrario de lo habitual, la moraleja que se
puede extraer del episodio no tendrá que esperar al final del relato; no tardará
nada en saltar a la vista.

Estaban los habitantes en sus casas o trabajando los cultivos, entregado cada
uno a sus quehaceres y cuidados, cuando de súbito se oyó sonar la campana de
la iglesia. En aquellos píos tiempos (hablamos de algo sucedido en el siglo XVI),
las campanas tocaban varias veces a lo largo del día, y por ese lado no debería
haber motivo de extrañeza, pero aquella campana tocaba melancólicamente a
muerto, y eso sí era sorprendente, puesto que no constaba que alguien de la
aldea se encontrase a punto de fenecer. Salieron por lo tanto las mujeres a la
calle, se juntaron los niños, dejaron los hombres sus trabajos y menesteres, y en
poco tiempo estaban todos congregados en el atrio de la iglesia, a la espera de
que les dijesen por quién deberían llorar. La campana siguió sonando unos
minutos más, y finalmente calló. Instantes después se abría la puerta y un
campesino aparecía en el umbral. Pero, no siendo éste el hombre encargado de

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tocar habitualmente la campana, se comprende que los vecinos le preguntasen


dónde se encontraba el campanero y quién era el muerto. 'El campanero no está
aquí, soy yo quien ha hecho sonar la campana', fue la respuesta del campesino.
'Pero, entonces, ¿no ha muerto nadie?', replicaron los vecinos, y el campesino
respondió: 'Nadie que tuviese nombre y figura de persona; he tocado a muerto
por la Justicia, porque la Justicia está muerta'.

¿Qué había sucedido? Sucedió que el rico señor del lugar (algún conde o
marqués sin escrúpulos) andaba desde hacía tiempo cambiando de sitio los
mojones de las lindes de sus tierras, metiéndolos en la pequeña parcela del
campesino, que con cada avance se reducía más. El perjudicado empezó por
protestar y reclamar, después imploró compasión, y finalmente resolvió quejarse
a las autoridades y acogerse a la protección de la justicia. Todo sin resultado; la
expoliación continuó. Entonces, desesperado, decidió anunciar urbi et orbi (una
aldea tiene el tamaño exacto del mundo para quien siempre ha vivido en ella) la
muerte de la Justicia. Tal vez pensase que su gesto de exaltada indignación
lograría conmover y hacer sonar todas las campanas del universo, sin diferencia
de razas, credos y costumbres, que todas ellas, sin excepción, lo acompañarían
en el toque a difuntos por la muerte de la Justicia, y no callarían hasta que fuese
resucitada. Un clamor tal que volara de casa en casa, de ciudad en ciudad,
saltando por encima de las fronteras, lanzando puentes sonoros sobre ríos y
mares, por fuerza tendría que despertar al mundo adormecido... No sé lo que
sucedió después, no sé si el brazo popular acudió a ayudar al campesino a
volver a poner los lindes en su sitio, o si los vecinos, una vez declarada difunta la
Justicia, volvieron resignados, cabizbajos y con el alma rendida, a la triste vida
de todos los días. Es bien cierto que la Historia nunca nos lo cuenta todo...

Supongo que ésta ha sido la única vez, en cualquier parte del mundo, en que
una campana, una inerte campana de bronce, después de tanto tocar por la
muerte de seres humanos, lloró la muerte de la Justicia. Nunca más ha vuelto a
oírse aquel fúnebre sonido de la aldea de Florencia, mas la Justicia siguió y
sigue muriendo todos los días. Ahora mismo, en este instante en que les hablo,
lejos o aquí al lado, a la puerta de nuestra casa, alguien la está matando. Cada
vez que muere, es como si al final nunca hubiese existido para aquellos que
habían confiado en ella, para aquellos que esperaban de ella lo que todos
tenemos derecho a esperar de la Justicia: justicia, simplemente justicia. No la
que se envuelve en túnicas de teatro y nos confunde con flores de vana retórica
judicial, no la que permitió que le vendasen los ojos y maleasen las pesas de la
balanza, no la de la espada que siempre corta más hacia un lado que hacia otro,
sino una justicia pedestre, una justicia compañera cotidiana de los hombres, una
justicia para la cual lo justo sería el sinónimo más exacto y riguroso de lo ético,
una justicia que llegase a ser tan indispensable para la felicidad del espíritu
como indispensable para la vida es el alimento del cuerpo. Una justicia ejercida
por los tribunales, sin duda, siempre que a ellos los determinase la ley, mas
también, y sobre todo, una justicia que fuese emanación espontánea de la
propia sociedad en acción, una justicia en la que se manifestase, como

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ineludible imperativo moral, el respeto por el derecho a ser que asiste a cada ser
humano.

Pero las campanas, felizmente, no doblaban sólo para llorar a los que morían.
Doblaban también para señalar las horas del día y de la noche, para llamar a la
fiesta o a la devoción a los creyentes, y hubo un tiempo, en este caso no tan
distante, en el que su toque a rebato era el que convocaba al pueblo para acudir
a las catástrofes, a las inundaciones y a los incendios, a los desastres, a
cualquier peligro que amenazase a la comunidad. Hoy, el papel social de las
campanas se ve limitado al cumplimiento de las obligaciones rituales y el gesto
iluminado del campesino de Florencia se vería como la obra desatinada de un
loco o, peor aún, como simple caso policial. Otras y distintas son las campanas
que hoy defienden y afirman, por fin, la posibilidad de implantar en el mundo
aquella justicia compañera de los hombres, aquella justicia que es condición
para la felicidad del espíritu y hasta, por sorprendente que pueda parecernos,
condición para el propio alimento del cuerpo. Si hubiese esa justicia, ni un solo
ser humano más moriría de hambre o de tantas dolencias incurables para unos y
no para otros. Si hubiese esa justicia, la existencia no sería, para más de la
mitad de la humanidad, la condenación terrible que objetivamente ha sido. Esas
campanas nuevas cuya voz se extiende, cada vez más fuerte, por todo el
mundo, son los múltiples movimientos de resistencia y acción social que pugnan
por el establecimiento de una nueva justicia distributiva y conmutativa que todos
los seres humanos puedan llegar a reconocer como intrínsecamente suya; una
justicia protegida por la libertad y el derecho, no por ninguna de sus negaciones.
He dicho que para esa justicia disponemos ya de un código de aplicación
práctica al alcance de cualquier comprensión, y que ese código se encuentra
consignado desde hace cincuenta años en la Declaración Universal de los
Derechos Humanos, aquellos treinta derechos básicos y esenciales de los que
hoy sólo se habla vagamente, cuando no se silencian sistemáticamente, más
desprestigiados y mancillados hoy en día de lo que estuvieran, hace
cuatrocientos años, la propiedad y la libertad del campesino de Florencia. Y
también he dicho que la Declaración Universal de los Derechos Humanos, tal y
como está redactada, y sin necesidad de alterar siquiera una coma, podría
sustituir con creces, en lo que respecta a la rectitud de principios y a la claridad
de objetivos, a los programas de todos los partidos políticos del mundo,
expresamente a los de la denominada izquierda, anquilosados en fórmulas
caducas, ajenos o impotentes para plantar cara a la brutal realidad del mundo
actual, que cierran los ojos a las ya evidentes y temibles amenazas que el futuro
prepara contra aquella dignidad racional y sensible que imaginábamos que era
la aspiración suprema de los seres humanos. Añadiré que las mismas razones
que me llevan a referirme en estos términos a los partidos políticos en general,
las aplico igualmente a los sindicatos locales y, en consecuencia, al movimiento
sindical internacional en su conjunto. De un modo consciente o inconsciente, el
dócil y burocratizado sindicalismo que hoy nos queda es, en gran parte,
responsable del adormecimiento social resultante del proceso de globalización
económica en marcha. No me alegra decirlo, mas no podría callarlo. Y, también,

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si me autorizan a añadir algo de mi cosecha particular a las fábulas de La


Fontaine, diré entonces que, si no intervenimos a tiempo -es decir, ya- el ratón
de los derechos humanos acabará por ser devorado implacablemente por el
gato de la globalización económica.

¿Y la democracia, ese milenario invento de unos atenienses ingenuos para


quienes significaba, en las circunstancias sociales y políticas concretas del
momento, y según la expresión consagrada, un Gobierno del pueblo, por el
pueblo y para el pueblo? Oigo muchas veces razonar a personas sinceras, y de
buena fe comprobada, y a otras que tienen interés por simular esa apariencia de
bondad, que, a pesar de ser una evidencia irrefutable la situación de catástrofe
en que se encuentra la mayor parte del planeta, será precisamente en el marco
de un sistema democrático general como más probabilidades tendremos de
llegar a la consecución plena o al menos satisfactoria de los derechos humanos.
Nada más cierto, con la condición de que el sistema de gobierno y de gestión de
la sociedad al que actualmente llamamos democracia fuese efectivamente
democrático. Y no lo es. Es verdad que podemos votar, es verdad que podemos,
por delegación de la partícula de soberanía que se nos reconoce como
ciudadanos con voto y normalmente a través de un partido, escoger nuestros
representantes en el Parlamento; es cierto, en fin, que de la relevancia numérica
de tales representaciones y de las combinaciones políticas que la necesidad de
una mayoría impone, siempre resultará un Gobierno. Todo esto es cierto, pero
es igualmente cierto que la posibilidad de acción democrática comienza y acaba
ahí. El elector podrá quitar del poder a un Gobierno que no le agrade y poner
otro en su lugar, pero su voto no ha tenido, no tiene y nunca tendrá un efecto
visible sobre la única fuerza real que gobierna el mundo, y por lo tanto su país y
su persona: me refiero, obviamente, al poder económico, en particular a la parte
del mismo, siempre en aumento, regida por las empresas multinacionales de
acuerdo con estrategias de dominio que nada tienen que ver con aquel bien
común al que, por definición, aspira la democracia. Todos sabemos que así y
todo, por una especie de automatismo verbal y mental que no nos deja ver la
cruda desnudez de los hechos, seguimos hablando de la democracia como si se
tratase de algo vivo y actuante, cuando de ella nos queda poco más que un
conjunto de formas ritualizadas, los inocuos pasos y los gestos de una especie
de misa laica. Y no nos percatamos, como si para eso no bastase con tener ojos,
de que nuestros Gobiernos, esos que para bien o para mal elegimos y de los
que somos, por lo tanto, los primeros responsables, se van convirtiendo cada
vez más en meros comisarios políticos del poder económico, con la misión
objetiva de producir las leyes que convengan a ese poder, para después,
envueltas en los dulces de la pertinente publicidad oficial y particular,
introducirlas en el mercado social sin suscitar demasiadas protestas, salvo las
de ciertas conocidas minorías eternamente descontentas...

¿Qué hacer? De la literatura a la ecología, de la guerra de las galaxias al efecto


invernadero, del tratamiento de los residuos a las congestiones de tráfico, todo
se discute en este mundo nuestro. Pero el sistema democrático, como si de un

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dato definitivamente adquirido se tratase, intocable por naturaleza hasta la


consumación de los siglos, ése no se discute. Mas si no estoy equivocado, si no
soy incapaz de sumar dos y dos, entonces, entre tantas otras discusiones
necesarias o indispensables, urge, antes de que se nos haga demasiado tarde,
promover un debate mundial sobre la democracia y las causas de su
decadencia, sobre la intervención de los ciudadanos en la vida política y social,
sobre las relaciones entre los Estados y el poder económico y financiero
mundial, sobre aquello que afirma y aquello que niega la democracia, sobre el
derecho a la felicidad y a una existencia digna, sobre las miserias y esperanzas
de la humanidad o, hablando con menos retórica, de los simples seres humanos
que la componen, uno a uno y todos juntos. No hay peor engaño que el de quien
se engaña a sí mismo. Y así estamos viviendo.

No tengo más que decir. O sí, apenas una palabra para pedir un instante de
silencio. El campesino de Florencia acaba de subir una vez más a la torre de la
iglesia, la campana va a sonar. Oigámosla, por favor.

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