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Es arte es inherente al hombre y su cultura. Es una realidad simple y sencilla y, sin titubear,
puedo afirmar que cualquiera que no concuerde es porque no ha entendido bien la vida.
Empecemos por la parte más lógica: No existe cultura antigua que carezca de algún tipo de
forma de arte, simplemente no la hay, el arte nos ha acompañado a lo largo de la historia
desde el primer momento en que fuimos cognitivamente capaces de producirlo, y
literalmente con piedras y palos y medio a rastras, pero lo hicimos. Sin haber llegado al
momento de la historia en que comenzamos a crear cosas para venderlas y quitar un poco
de aburrimiento o generar ingreso económico; desde el primer momento, el arte ya estaba
ahí.
Melanie Klein y Anna Freud podían despreciarse, pero estaban de acuerdo en un punto: el
niño no necesita un lenguaje formal para comunicarse. Ellas pensaban en el juego como
forma de comunicación en la niñez, pero aún antes de comprender los diferentes roles que
existen y de la libertad que tienen para interpretarlos, el niño se comunica a través del arte.
Los dibujos o esculturas, sin importar cuán abstractos para el ojo adulto, después de ser un
estimulante sensitivo, son la representación de su percepción del mundo, son una pieza
clave en la ruptura del egocentrismo infantil y su proclamación como humano vivo y
sensible a su realidad.
El arte es inherente al ser humano, porque es una forma de comunicación universal que
transmite pensamientos y emociones sin necesidad de compartir lenguaje. Y es inherente al
humano porque necesitamos crear, ya sea una obra de arte, un platillo exquisito, un legado
o un régimen, sin importar la cantidad de destrucción que llevemos a cabo, siempre hay
algo que se busca crear. Y toda forma de creación con la pasión adecuada (en el creador u
observador), puede volverse una obra de arte.