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Palabras clave
Ciudad global, nuevas formas de ciudadanía, apropiación del espacio, acción política, espacio público.
Abstract
In this article, we will trace the emergence of new forms of citizenship, without renouncing the notion of civil,
political and social rights provide alternatives for updating from the appropriation of public space and the re-
construction of the urban tissue from a political dimension to imagine the citizenship other than as simple pos-
session of universal rights. In the current context of global cities, inequalities tend to universalize and stratify
the exercise of legal rights to generate on the border, "exclusion" of citizenship or differentiated citizenship.
However, despite that this new condition of economic globalization refers to the development of complex skills
for the operation, coordination and global control, synthesized in the new information technologies and the
power of transnational corporations, is also object of appropriation and localization of the actors disadvan-
taged. It is therefore necessary to develop theoretical tools, and analyze empirical experiences to recognize
that the egalitarianism and universalism are not inherent to citizenship and, therefore, they not befall mechani-
cally by the theological movement of contemporary socio-political systems, but since of democratic values im-
plemented by the emerging citizenships.
Keywords
Global city, new forms of citizenship, ownership of space, political action, public space.
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Cortina, 1997; Moderne, 1998; Colom, 1998; Heater, 1999; Mouffe, 1999; Rubio
Carracedo, 2000; Benhabib, 2005; Oraison, 2005). En este trayecto, inaugurado
con la propuesta de T.H. Marshall hace ya más de medio siglo (Marshall, 1992), la
discusión continúa desarrollándose sobre la base de los derechos civiles, políticos
y sociales. Sin embargo, en esta controversia la noción ha experimentado un
permanente proceso de complementación y enmienda bajo el cobijo de la lógica
liberal y de las demandas de minorías discriminadas, particularmente manifiesta
en el debate producido con la publicación de Jonh Rawls, A Theory of Justice
(Rawls, 1971), que inaugura el nuevo paradigma deontólógico, basado en
derechos, y puesto en cuestión por los críticos del individualismo liberal que
sostienen que tal concepción constituye un real empobrecimiento en relación con
la noción aristotélica del hombre como animal fundamentalmente político que sólo
en el seno de una sociedad puede aprehender su naturaleza humana (Taylor,
1985); refutan la tesis de la prioridad del derecho sobre el bien y la definición de
sujeto que esto implica (Sandel, 1982); y, reprochan que la concepción de justicia
propuesta no deje espacio a la noción de virtud, cuyo vínculo original es una
comprensión compartida tanto de lo bueno para el hombre como para la
comunidad (McIntyre, 1984). Este debate pone de relieve los límites de una
ciudadanía basada en los derechos y vislumbra alternativas para imaginar la
ciudadanía más allá –o más acá– del ámbito jurídico-legal.
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ción se presenta, propone rastrear la emergencia de nuevas formas de ciudadanía
en las ciudades globales que, sin renunciar a la noción los derechos civiles, políti-
cos y sociales, ofrecen alternativas de actualización mediante la apropiación del
espacio público vinculado al proceso de reconstrucción del tejido urbano, desde
una dimensión política que permita imaginar la ciudadanía de otra manera que
como simple posesión de derechos universales. Para ello, se analizará la ciudad
global como territorio de acción política con el fin de observar el papel que juegan
los ciudadanos en esta nueva era mundial y los modos en que aprovechan esta
circunstancia para apropiarse del lugar, mediante formas de acción política que les
permiten utilizar la ciudad como espacio público de reivindicación democrática. A
continuación, se abordará la construcción de los lugares (tejido urbano) y su ex-
presión en el espacio público para interrogar los modos en que los espacios de-
vienen en lugares de vínculo entre las personas, derivando en dinámicas que
permiten la creación de espacios públicos y de uso social colectivo que rebasan el
estatuto de lo meramente jurídico. A modo de postfacio y sin proponer una defini-
ción sobre la emergencia de las nuevas ciudadanías en un mundo global –cada
vez que se intenta asignar un significado a la ciudadanía se acaba con ella– se
esboza el “contorno” de esta experiencia puesta en marcha a partir de la acción
colectiva que rechaza toda forma de asociatividad formal y busca mecanismos más
flexibles y espontáneos para construir una “comunidad de la existencia”.
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des para el funcionamiento, la coordinación y el control mundiales sintetizadas en
las nuevas tecnologías de la información y el poder de las empresas trasnaciona-
les, también es objeto de apropiación y localización por parte de los actores en
desventaja. Esta situación antagónica abre un intersticio para analizar una dimen-
sión desatendida de la consabida cuestión del papel que juegan los ciudadanos en
esta nueva era mundial y los modos en que aprovechan esta circunstancia para
apropiarse del lugar mediante formas de acción política que les permiten, cada vez
más, hacer uso de la ciudad como espacio público de reivindicación democrática.
Este nuevo contexto, en el que se inscriben las grandes ciudades, tiene caracterís-
ticas que motivan, sin proponérselo, la convergencia de tendencias y nuevas alie-
naciones políticas por parte de los actores tradicionalmente desfavorecidos, debi-
do a la concentración de población, cuestión que no se reduce al tamaño y la den-
sidad, sino también a la diversidad, heterogeneidad, relación entre individuos y co-
lectivos diferentes (Sennett, 1975). La existencia de diferentes culturas, resultado
de la creciente movilidad de las personas en el mundo, cuya existencia motiva la
multiplicación de comunidades de pertenencia en las que convergen diferentes
historias, memorias y experiencias, conforman el clivaje de las nuevas
marcaciones del poder y la contestación, de la centralidad y la dispersión (Clifford,
1989: 179). La cohesión social, testificada por la acción y condicionada por el
hecho de que depende por entero de la necesaria presencia de los demás (Arendt,
2005: 51), constituye otro de los atributos de la ciudad global; es lugar del poder y
de la política entendida como organización y representación de la sociedad, donde
se expresan los grupos de poder, los dominados, los marginados y los conflictos
(Borja, 2003: 82). Se trata de un espacio en el que la presencia de otros que ven
lo que vemos y oyen lo que oímos, nos asegura la realidad del mundo, de noso-
tros mismos. Remite al propio mundo, en cuanto es común a todos y diferenciado
del lugar poseído privadamente en él. Un mundo relacionado con los objetos pro-
ducidos por el hombre, así como de los asuntos de quienes habitan juntos en el
mundo hecho por el hombre (Arendt, 2005: 71-73). Desde esta perspectiva, la ciu-
dad global se constituye en urbs, civitas y polis, toda vez que convergen la sociabi-
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lidad y el conflicto en un espacio urbano en el que los ciudadanos demandan el
reconocimiento de múltiples formas de la vida pública que impriman sentido y dig-
nidad a su existencia.
Por ello, introducir la ciudad global para observar la emergencia de nuevas
ciudadanías, sugiere vislumbrarla como territorio de acción política donde
coinciden la centralización del poder, con la aparición de voces que demandan el
respeto por los derechos a un lugar (Sassen, 2006: 16). La ciudad se articula
como espacio físico, urbanizado, en el que la vida es organizada
institucionalmente como unidad local de gobierno de carácter municipal o
metropolitano y, simultáneamente, como espacio político en el que intervienen un
conjunto de actores e instituciones, incluyendo la comunidad en general, en la
constitución de un espacio público conformado por la intensidad y la calidad de las
relaciones sociales que facilita, precisamente porque los vínculos sociales se
fortalecen en la medida en que las personas dispongan de lugares de
comunicación y de encuentro, de más zonas de contacto, y de experiencias
compartidas (Holston y Appardurai, 1996: 187-204).
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así como contra las expropiaciones, la corrupción, el autoritarismo y la opacidad
de la política urbana (Borja, 1998: 70). A estas reacciones de carácter social se
sumaron otras de carácter cultural y político. En unos casos prevaleció la
revalorización formal de la ciudad existente, en otros se defendía la mitificación de
la ciudad histórica. La reivindicación y la lucha en la calle por los derechos
ciudadanos fueron transformando el espacio urbano en un espacio público de
verdadera representación de todos los ciudadanos. Esta experiencia muestra que
el espacio público de la calle nunca es preotorgado a la población, sino que
siempre es resultado de una demanda social, negociación y conquista (Lees,
1998); es el espacio público donde el poder se hace visible, la sociedad se
fotografía y el simbolismo colectivo se materializa (Habermas, 1993).
Sin duda muchos de los cambios producidos en las ciudades están relacionados
con transformaciones y crisis de carácter general. Hay quienes se refieren al
cambio del fordismo al posfordismo, de la ciudad industrial a la postindustrial, de la
modernidad a la posmodernidad, sólo por mencionar algunas. Sin embargo, lo que
cabe destacar del momento presente es el impacto que tales transformaciones
están teniendo en la articulación y ejercicio de las nuevas ciudadanías.
Actualmente, con el predominio cada vez mayor de las industrias de la información
y el crecimiento de una economía mundializada, se constituye una geografía
diferente de la centralidad y la marginalidad. Las ciudades globales devienen en
espacios destinados a organizar la vida colectiva alrededor del mercado,
articulando un fenómeno de urbanización en el que se concentran localizaciones
múltiples de dinámicas “no-legibles” que están modificando las formas
tradicionales de ejercer la ciudadanía. No se trata de movimientos sociales
creados para resistir la supresión, ni de principios clásicos de la democracia
representativa como la división de poderes, la alternancia en el poder, las
consultas periódicas a través de elecciones, sino de grupos e individuos que
intervienen los espacios urbanos a partir de la incorporación de prácticas
cotidianas colectivas que modifican la escenografía del lugar, las relaciones de
interacción, los valores y, en el trayecto, impactan sobre el estatus ciudadano.
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Cuando se piensa a la ciudadanía como estatus se parte del supuesto de que los
derechos tienen efectos materiales de intensidad variable y, por consecuencia, la
desigualdad, los procesos discriminatorios y excluyentes, son parte de la propia
lógica de la ciudadanía. Por esta razón, la apropiación del lugar mediante
prácticas cotidianas colectivas provoca el redimensionamiento para quienes el
espacio ha significado el estigma de la desigualdad, la opresión y la marginación,
toda vez que introduce cambios en las formas de vida y de interacción social. En
este sentido, la ciudad global se hace cosmopolita, multiétnica, multicultural,
flexible, simulada (Soja, 2000); se constituye en espacio público al ser espacio de
lugares, sedes de formas diversas de relación, de acción, de expresión y de
participación en asuntos de interés ciudadano (Borja, 1998); se convierte en sitio
estratégico para los actores en desventaja porque les permite ganar presencia y
desarrollar nuevos mecanismos de participación política; y, aún cuando no ganen
poder de manera directa, van construyendo nuevas formalizaciones de
pertenencia política. Esto implica que las personas utilizan los intersticios abiertos
por la ciudad global para actuar política, económica, cultural y socialmente.
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existencia de un mínimo de pautas comunes –de civismo– necesario para la
convivencia.
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que instrumentó la NAACP en 1999 –organización para los derechos de los
negros–, que obligó a una empresa de transportes en Los Ángeles, California, a
cambiar el uso de autobuses propulsados por gas como modo para
descontaminar la ciudad y resolver los problemas de transporte urbano (Torres,
2011: 9-10).
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transporte público de la ciudad para todos, al mismo tiempo que reivindica el
derecho al lugar de los ciudadanos negros.
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hoy, en el mismo lugar, para impulsar el surgimiento de distintos tipos de
ciudadanos, nuevas formas de tomar parte en la vida pública y participar en los
procesos de toma de decisiones.
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Mediante la intervención del mejor urbanismo, la ciudad en el mundo actual, se
perfila como el lugar para crear ámbitos de seguridad; la proximidad de las
relaciones entre la gente; y, el ambiente ciudadano. Constituye la vía para el
desarrollo de un espacio público de calidad, aunque no lo garantiza. Para que esto
suceda, los habitantes ensayan con favorecer un proceso de apropiación social
democrática por encima de las dinámicas que constantemente las niegan. El
desafío del ciudadano es generar y hacer uso de un espacio público que le
permita no sólo garantizar sus derechos civiles, políticos y sociales, sino su
posibilidad de ejercerlos en el lugar. En la ciudad, la movilidad y visibilidad son
condición necesaria para la articulación del espacio público, todo lo que aparece
en público puede verlo y oírlo todo el mundo, significa el propio mundo, en cuanto
que es común a todos (Arendt, 2005: 71). Este mundo está relacionado con los
objetos realizados por el hombre y sintetizados en el tejido urbano –la ciudad es el
espacio que contiene el tiempo, patrimonio, tramas y edificios, vacíos y recorridos,
monumentos y signos– así como con los asuntos de quienes habitan juntos en el
mismo sitio –la reivindicación democrática y la justicia social–, hechos también por
el hombre. La esfera pública, al igual que el mundo en común, nos junta e integra
y, no obstante, impide que “caigamos uno sobre otro” (Arendt, 2005: 73). Sin
embargo, la ciudad global al producir, cada vez más, sociedades de masas,
genera una experiencia paradójica que se convierte en un peligro, pero también,
en oportunidad para la emergencia de nuevas ciudadanías. Por un lado, el mundo
que había entre los individuos ha perdido su poder para agruparlos, relacionarlos y
separarlos. Y, por otro, optimiza la movilidad, visibilidad y accesibilidad de la gente
creando las condiciones para una democracia más real. Las ciudades globales
concentran espacios para el desarrollo de la cultura económica dominante, pero,
simultáneamente, albergan localizaciones múltiples donde los excluidos se
movilizan y reclaman entidad y membresía política. Abren múltiples significados
del “derecho a tener derechos” (Arendt, 1978), haciendo explícitas sus demandas
a la luz de un lugar frágil, cuya supervivencia se basa en su capacidad para
adaptarse a una economía de alta productividad, de tecnologías avanzadas y de
intercambios intensificados (Sassen, 2003, p 31) y en su habilidad para adquirir
12
presencia a través de las nuevas políticas de igualdad y diversidad (Benhabib,
2005, p. 17). Por ello, la ciudad global deviene en lugar clave para analizar la
apropiación del espacio como expresión del trabajo político pronunciado desde los
espacios más soterrados, debido a la producción inevitable de dislocaciones y
desestabilizaciones de los órdenes institucionales y los marcos jurídicos,
regulatorios y narrativos, creados para producir nuevas formas de legalidad global
en una geografía centralizada que, cada vez más, da paso del derecho a la
movilidad al derecho a la visibilidad.
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movimiento surgió para expresar la indignación de los jóvenes sobre la situación
de crisis que se vive a escala mundial a causa de los bancos y el sistema
financiero que mantiene sus derechos y niveles de poder y riqueza a costa del
empobrecimiento y la pérdida del poder adquisitivo y la conculcación de los
derechos sociales de los ciudadanos de un gran sector de la población, manifestó
otro tipo de demandas como la necesidad de contar con espacios públicos
destinados al uso de niños y personas mayores; criticó la utilización agresiva de
publicidad en los espacios emblemáticos, mientras que al mismo tiempo, no
pudieron escapar a la represión del poder público por reunirse y utilizar la plaza
como lugar de encuentro y debate. En esta experiencia se pueden observar las
estrategias que la gente utiliza para revitalizar la calle, estimular la heterogeneidad
de los puntos de vista y promover la mezcla democrática, actuando entre y con los
demás. Construyen un lugar sobre la ciudad apropiándose de las calles, toda vez
que le dan un sentido distinto al tradicional diseño urbano que se reduce a
asegurar un perfecto continuo de trabajo, consumo y recreación de la clase media
(Davis, 1992). La comunidad se apropia del espacio al transformar el significado
político inicial de las plazas, sede del poder estatal, hacia uno que les es “propio”,
alrededor del cual el grupo se identifica percibiéndose como “parte de”. Capturan
un significado que les es común a partir del contexto ambiental que experimentan,
lo que les permite aprehender un determinado sentido de uso y apoderarse de la
oportunidad de oír y ser escuchados por otros en un espacio público.
Sin duda, esta forma de construir y apropiarse del espacio público difiere de las
concepciones que se han tenido en otros momentos de la historia.2 Para los
griegos la esfera pública se vinculaba al campo de lo político, al mundo común, de
la libertad, al espacio de los “iguales”.3 Ser libre significaba no estar sometido a la
necesidad de la vida, a diferencia del espacio privado, cuyo distintivo era que los
2
Para rastrear los cambios y modificaciones que ha tenido históricamente la esfera pública
se retomó la propuesta desarrollada por Hannah Arendt (2005).
3
Esta igualdad tiene muy poco en común con el concepto de igualdad que conocemos hoy,
significaba vivir y tratar sólo entre pares lo que presuponía la existencia de desiguales que,
naturalmente, siempre constituían la mayoría de la población en la ciudad-estado.
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hombres vivían juntos llevados por necesidades y exigencias, por esta razón el
trabajo formaba parte del ámbito privado. En este contexto, la necesidad era
considerada un fenómeno prepolítico, característico de la organización privada y
de la vida social. Dentro de la esfera doméstica la libertad no existía, sólo la
cabeza de familia tenía la posibilidad de ser libre en cuanto que tenía la facultad
de abandonar el hogar y entrar en la esfera pública donde todos eran iguales. En
el mundo moderno la vida privada está tan alejada de la esfera social de los
antiguos como de la esfera pública: no resuelve necesidades, ni tampoco deviene
en lugar de libertad, ni de ejercicio político. Las personas se comportan, en lugar
de actuar con los demás. La nueva esfera social transformó a las comunidades
modernas en sociedades de trabajadores y empleados, en otras palabras,
quedaron centradas en una actividad para mantener la vida. Bajo esa perspectiva,
la sociedad se convirtió en la mutua dependencia en beneficio de la vida y sólo las
actividades relacionadas con la pura supervivencia aparecen en el espacio
público. Sin embargo, a pesar de que esta tendencia pareciera marcar la
estructura del espacio público contemporáneo, múltiples voces ponen en juego
otras formas de apropiación del lugar. Rechazan la idea de que el trabajo –y el
consumo– sea lo único que tiene poder para agruparlas, relacionarlas y
separarlas. El trabajo es condición sine qua non para satisfacer las necesidades
del hombre, pero la libertad no se reduce a eso. Por ello, reivindican el espacio
público como lugar donde se condensan experiencias, memorias y significados
junto con otros. Vivir juntos significa que un mundo de cosas está entre quienes lo
tienen en común. En el espacio público se conjugan la complejidad del tejido y las
prácticas urbanas con la potencialidad de recrear con el otro, procesos más
democráticos y de participación ciudadana (Kuri y Aguilar, 2006).
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sociedad y proveedores de bienes públicos, la acción ciudadana toma un papel
preponderante en el redibujamiento del tejido urbano de las grandes ciudades. Un
ejemplo en la Ciudad de México es el caso del colectivo “Camina haz ciudad” que
frente al proyecto de construcción del desarrollo Santa Fe, enfocado a los estratos
más altos de la sociedad del país y al posicionamiento de las grandes empresas
transnacionales en el sistema mundial, reconfigura espacios que dejaron fuera a la
ciudadanía local. Este desarrollo, impulsado por las empresas que dejan de lado la
planeación integral y la reemplazan por proyectos cuasi-urbanos de menor escala
Swyngedouw, Moulaert y Rodríguez (2002), está dirigido al mercado internacional
en el que la competitividad, flexibilidad y eficiencia son los objetivos a alcanzar. En
este contexto, el extranjero (inversor, turista, empresas trasnacionales) toma un
lugar protagónico desplazando a un segundo plano a los habitantes locales que
quedan marginados de dicho proyecto. En Santa Fe es posible observar la
diferencia radical entre la forma de utilizar el lugar entre los habitantes de los
complejos de lujo y los empleados domésticos y de la construcción. Mientras los
primeros tienen acceso a las máximas comodidades y se desplazan en
automóviles de lujo, los segundos se desplazan a pie sobre avenidas rápidas sin
aceras. El proyecto privilegió el transporte privado automotor, mediante la
construcción de autopistas urbanas (Supervía Poniente) que pasan sobre parques,
áreas naturales de conservación y zonas habitacionales populares, con el
propósito de ofrecer a determinados estratos de la población una mayor
accesibilidad al desarrollo.
Ante esta situación, el colectivo “Camina, haz ciudad”, decidió actuar junto con
otros ciudadanos para construir un lugar para el peatón que ni el gobierno ni las
empresas están interesados en resolver. El ejercicio fue simple, mediante una
línea en el pavimento y señalamientos que advierten a los automovilistas de la
presencia de peatones. La intervención espacial en el espacio público fue
fundamental para promover que los automovilistas se desplazaran hacia un lugar
específico de la avenida respetando una zona para los peatones. Aunque esta
experiencia tuvo una vida muy corta –las empresas que administran el desarrollo
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Santa Fe ordenaron borrar las líneas y quitar los señalamientos–, promovió que
las autoridades de la Delegación construyeran aceras adecuadas para los
peatones. Estos ejercicios de construcción y apropiación del lugar dinamiza la
presencia de la población excluida en el espacio público creando contrapesos al
poder económico y político. La ciudad es un lugar siempre por hacerse que cuenta
con las potencialidades de sus hacedores quienes crean territorialidades
colectivas que se tallan a la sombra del vacío, haciendo surgir pequeños tejidos
urbanos e incipientes espacios públicos que, al igual que la acupuntura, toca
algunas áreas y articula las condiciones necesarias para transformar el mundo en
una comunidad de cosas que agrupa y relaciona a los hombres entre sí. La ciudad
es un escenario, un tejido urbano, un espacio público, que cuanto más abierto esté
para todos, más expresará la democratización política y social.
A modo de postfacio:
La emergencia de nuevas ciudadanías en un mundo global
El nuevo siglo muestra fuertes síntomas del cambio de una época. Ni la ciudad, ni el
espacio público, ni la ciudadanía son lo que fueron. La nueva ciudad plantea
desafíos que escapan a las formas tradicionales de analizar las dinámicas urbanas
desde la perspectiva del espacio público y la relación entre su configuración y el
ejercicio de la ciudadanía. La política pierde la centralidad de antaño en la regulación
y conducción de la vida social, no representa más el vértice ordenador de la vida
colectiva y dispone de menos capacidad de intervención que antes (Lechner, 2000:
25). Y, la existencia de la ciudadanía es limitada, cada vez más, por un corsé jurídico
que le impone obligaciones e invisibiliza sus derechos. En este contexto es posible
observar cierto tipo de desplazamiento de la ciudadanía tradicional fundada bajo la
égida del Estado y en la nomenclatura de los principios del sistema jurídico y político,
hacia otra encaminada a establecer vínculos sociales, más ágiles y flexibles, que
respondan a la complejidad de las problemáticas actuales. Las personas
comenzaron estructurar acciones como respuesta a una política que neutraliza los
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conflictos con el propósito de mantener vigentes los códigos interpretativos y los
signos de identidad que le daban sentido al ser colectivo. Frente a un Estado que
minimiza su responsabilidad para resolver los asuntos vinculados a la educación,
salud, empleo, vivienda, información, movilidad y medio ambiente confortable, la
subjetividad política huérfana articula mecanismos para dar voz y visibilidad a sus
demandas de reconocimiento, seguridad y pertenencia. Esta experiencia desborda
los límites del sistema político-estatal y cambia el papel del ciudadano motivándolo a
resignificar su relación con la ciudadanía. No se tratará, solamente, de una
ciudadanía instrumental que considera a la política como algo ajeno o reducida a la
administración “municipal” que reclama una gestión eficiente a favor de la gente
(Lechner, 2000: 27), sino de una ciudadanía política –no institucionalizada– puesta
en marcha a partir de la acción colectiva de los propios ciudadanos.
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Las nuevas ciudadanías se configuran en la “informalidad” toda vez que se rehúsan
a la asociatividad formal, basada en organizaciones burocráticas, y buscan formas
más flexibles y espontáneas de asociarse. Este mecanismo intenta hacer frente a los
efectos disgregadores de la vida social que tienen su umbral en las múltiples
desigualdades que anidan en la estructura y que motivan la ruptura de los lazos
solidarios. La ciudadanía informal parte del principio del fortalecimiento del vínculo
social como vía para impulsar la democratización: no cambian los derechos
ciudadanos, lo que cambia es la forma de ser ciudadano. Las personas comienzan a
hacer política a partir de su socialidad cotidiana, el quehacer diario adquiere una
dimensión que desborda el marco institucional de la política. Las prácticas de
ciudadanía informal abren zonas de indagación para imaginar el papel que encierra
lo público para la ciudad, en tanto articulador para tejer una sociedad urbana
sustentada en prácticas colectivas y diversas.
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