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Apuntes metodológicos para una historia local del Bicentenario en Atacama.

Por José Miguel Lagos H.

En la historiografía actual, lo local ha emergido como un rasgo de época. El paradigma ha


transitado desde una historia cuantitativa a una cualitativa, desde una historia de los
grandes temas (políticos, económicos, sociales) hacia una visión cultural y relativista, en
fin, desde lo macro hacia lo micro. Si las Ciencias Sociales del pasado se han ocupado de
realizar “ejercicios de traducción”1, los historiadores culturales de las últimas décadas han
caído en la cuenta que cada realidad es única e incomparable, puesto que cada una de
ellas posee características y variables que le son propias. Por lo demás, las últimas décadas
han sido testigos de una multiplicación de objetos de estudio dentro de la ciencia
histórica, producto tal vez del proceso de descolonización o el ascenso de lo periférico y
marginal, lo que ha desencadenado un descentralización de las áreas de interés, de los
actores sociales y, por cierto, de quienes investigan el pasado.

Dicho lo anterior, nos preguntamos aquí ¿de qué manera podemos, desde la disciplina
histórica, acercarnos al tema del Bicentenario en nuestra Región de Atacama? En primer
lugar, debemos consignar que la celebración del Bicentenario es un evento compartido no
solo por todos los chilenos, sino también por una importante porción de Latinoamérica,
por cuanto el proceso de Independencia iniciado hacia 1810 no es exclusivo de Chile, sino
que pertenece también a México, Argentina, Bolivia, Ecuador, Paraguay y Venezuela.

En segundo lugar, y siguiendo lo anterior, al abordar el Bicentenario desde la experiencia


local o regional estamos cayendo en una suerte de contradicción epistemológica, una
aporía disciplinaria. La razón es muy sencilla: mientras que la celebración de 200 años de
la nación es un hecho macro, nacional e incluso internacional, nuestro acercamiento a ella
desde lo local o regional es una construcción micro. En efecto, la historia local y regional
posee un tiempo propio. Esto no significa que no se inserte en el tiempo cronológico que
gobierna a todos los seres humanos, pero el tiempo que le es propio posee otro ritmo,
otra densidad respecto del tiempo nacional. Esto se materializa en este caso a través de
las celebraciones del Bicentenario que se llevan a cabo a lo largo de todo el país, en los
cuales los símbolos de chilenidad se van manifestando con las formas más variadas,
aunque todas ellas respondan a un imaginario patriótico bien específico. En ambos
niveles, el nacional y el local, los acontecimientos se viven en forma distinta y, por
consiguiente, la historia que se construye es también diversa.

1
Este concepto ha sido utilizado por Clifford Geertz, a propósito del acercamiento a un objeto de estudio
que pueda ser entendido y comparado con otros. En el mismo sentido Octavio Paz menciona el concepto
“ejercicio de transposición”, esto es, el traslado de un objeto a diferentes lenguajes.
En tercer lugar, un acontecimiento como la Emancipación nacional suscita sentimientos
patrióticos en gran parte de nuestro país. Pero no en la totalidad del país. Dentro del
universo propio que es la localidad, es muy posible que para algunas comunidades el
Bicentenario sea un símbolo que no tiene ninguna significación particular, ni menos
provoque un sentimiento de patriotismo (en algunos casos, ocurre todo lo contrario).

La Independencia de Chile fue un proceso que no se consolidó en 1810, con la Primera


Junta de Gobierno, aunque ese acontecimiento tiene la importancia de ser el primer paso
para la emancipación; es fecha más certera 1818, con la victoria definitiva de la causa
patriota2, aunque muchos pensadores concuerdan en que el colonialismo se prolonga
incluso hasta nuestros días, con lo cual toda celebración de esta índole sería algo baladí.

Sin entrar en mayores detalles al respecto, resulta interesante constatar que la nación no
surge en forma espontánea en los jóvenes países, sino que resulta de la construcción
deliberada de la élite político-intelectual de la época. Y desde el mismísimo origen de
estas entidades político-culturales, se ha buscado aquello de original e identitario3. En
efecto, la construcción de la nación surge de un esfuerzo consciente llevado a cabo por un
grupo social específico, la élite capitalina4.

¿Qué pasaba en Copiapó en aquellos años? Con aproximadamente 8 mil habitantes, y


luego de haber sufrido terremotos e inundaciones, Copiapó se inserta dentro de la historia
nacional con fuerza gracias al descubrimiento del mineral de Chañarcillo, gracias a cuya
riqueza surgiría una clase social con mayor participación política. Hasta ese entonces,
Copiapó se había caracterizado más bien por su desinterés político, al menos hasta 1863
en que se funda el Partido Radical. Durante los tercios finales del siglo XIX, Copiapó
experimenta un gran crecimiento: se construye la cárcel, la Catedral y otras iglesias, la
Intendencia y un teatro. Se construye el importante ferrocarril Caldera-Copiapó. Se funda
el diario El Copiapino y décadas después aparece El Amigo del País. La ciudad ahora ya
tiene alumbrado público a gas. Se construye la Escuela de Minas, el Liceo de Copiapó, el

2
El 5 de abril de 1818 ocurre la Batalla de Maipú, en que el ejército de San Martín logra derrotar al ejército
realista de Osorio, impidiendo para siempre un nuevo ataque de éstos a Santiago. Desde este
acontecimiento se iniciaría la Expedición Libertadora del Perú, hito definitivo que terminaría con el dominio
español, y Chile se organizaría al fin como Estado-Nación independiente.
3
Resulta interesante constatar que mientras cada Estado-Nación busca su propia identidad, éstas en su
conjunto han perseguido la realización de un proyecto latinoamericano, algo así como un destino común de
los nacientes países latinoamericanos. Recordemos que – como bien han señalado autores como Arturo
Andrés Roig y, con posterioridad, Carlos Altamirano – en América Latina ha tenido tanto peso el ser como el
deber ser.
4
En consecuencia, la tradición construye una memoria a partir de imágenes seleccionadas que se hacen
visibles, a la vez que oculta otras bajo la sombra del olvido. Siguiendo a Pierre Nora, la memoria histórica
corresponde a un esfuerzo consciente de un grupo humano por vincularse con un pasado. Dicho pasado
puede ser real o imaginario, sin embargo, es deliberadamente valorizado desde el presente.
Colegio de Minería y el primer liceo femenino de Chile. Ya desde el siglo XIX, Copiapó
posee un evidente carácter minero, el que denotará la clara identidad atacameña que
persiste hasta nuestros días. La ciudad de Copiapó nuevamente se hace famosa a nivel
nacional hacia fines del siglo, esta vez por el coraje de los mineros que demostraron su
patriotismo participando en el Batallón de Atacama durante la Guerra del Pacífico.

Los poco más de 10 mil habitantes de Copiapó reciben el Centenario con terremotos,
incendios e inundaciones. En Chile, el foco de las celebraciones del Centenario estaba
concentrado en Santiago, que siempre iba un paso adelante en la modernidad.

Hacia el Centenario, Santiago ya contaba con alumbrado eléctrico y agua potable, con un
sistema de tranvías, cine y automóviles. El aeronauta César Copetta es el primero en
surcar los aires chilenos con un aeroplano traído desde París. Y a propósito de la capital
francesa, la Comisión del Centenario creada precisamente para llevar a cabo las
celebraciones patrias de la forma más vistosa posible, se concentró en el desarrollo
urbano a imitación de las grandes urbes mundiales. Benjamín Vicuña Mackena, en ese
entonces intendente de la capital, declaró ““transformaremos a Santiago en el París de
América”5.

Tal como en la actualidad con el Bicentenario, la palabra Reconstrucción estaba a la orden


del día. El terremoto de 1906 que asoló Valparaíso y el incendio de 1909 que destruyó
Valdivia exigían un esfuerzo mayor por parte del Estado para recibir el Centenario. La
tragedia de la muerte del presidente de la república Pedro Montt, y de su sucesor Elías
Fernández, se sumaban a una crisis económica y principalmente moral que sufría el país.

Como vemos, el “tiempo nacional” se mezcla con el “tiempo local” bajo una sola
celebración, el Centenario, aunque dichos tiempos son bastante disímiles entre sí. La
Centralización política acusada hacia esa época sigue existiendo hasta nuestros días, así
como las desigualdades sociales que ya evidenciaban importantes pensadores de la época
como Nicolás Palacios o Luis Emilio Recabarren. Nosotros como sociedad chilena y
copiapina en la actualidad podemos vernos a través del espejo de la historia, y
ciertamente encontraremos numerosas similitudes con los hombres y mujeres de un
pasado no tan lejano.

5
Véase: Reyes del Villar, Soledad. Chile en 1910. Una mirada cultural en su Centenario. Editorial
Sudamericana. Santiago, 2004. Págs. 257-258. Por otra parte, Joaquín Edwadrs Bello se refiere a todos estos
avances y cada uno de los actos conmemorativos del Centenario en sus célebres artículos costumbristas.
Véase: Edwards Bello, Joaquín. Crónicas del Centenario. Editorial Zig-Zag. Santiago, 1968

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