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Este experimento se planteó para una duración de 14 días, eligieron 24 candidatos entre
jóvenes estudiantes universitarios de clase media y seleccionaron aquellos que tenían
mejor equilibrio mental y salud psicológica. Se les dividió aleatoriamente entre presos y
carceleros. Los sótanos del Departamento de Psicología de la Universidad de Stanford
fueron acondicionados para que parecieran una prisión real e incluso el psicólogo a cargo
del experimento tomó parte, su rol fue el de superintendente y su asistente fungió como
alcaide.
Durante los días que durara el experimento, los prisioneros sufrirían condiciones duras y
deshumanizantes, estarían desorientados y los guardias recibirían todo el equipo necesario
para cumplir su deber (macanas, trajes militares y lentes oscuros para evitar cualquier
contacto visual), además para subir la apuesta, los “carceleros” podían regresar a casa cada
noche, mientras que los “prisioneros” debían permanecer encerrados en la prisión simulada
las 24 horas del día, debían vestir exclusivamente batas de muselina (sin calzoncillos) y
sandalias con tacones de goma, que Zimbardo escogió para forzarles a adoptar posturas
corporales no familiares y contribuir a su incomodidad para provocar la desorientación.
Como era de esperarse el primer día transcurrió normalmente y todos fueron amables, pero
al segundo día hubo un motín y los tratos crueles comenzaron, para el cuarto día se planteó
un conato de fuga y el experimento se trasladó oficialmente a una prisión real. Los límites
éticos se volvieron nebulosos y al sexto día el experimento fue cancelado.
Lo que el Dr. Zimbardo logró postular a partir de esta experiencia es que “es posible inducir,
seducir e iniciar a buenas personas para que acaben actuando con maldad”. Entonces la
maldad no se limita o encasilla en un tipo de persona específico, sino que todos tenemos
en nuestro ser la capacidad de sucumbir al hecho de ser crueles, sin importar el contexto
El Efecto Lucifer nos habla de que seguir el camino de la rectitud puede ser complicado pues
los límites del bien y del mal suelen desaparecer ya que ambos conviven en nuestro interior
y es una elección personal. Las teorías de Zimbardo, aseguran que, con la influencia
apropiada, alguien puede abandonar su ética y contribuir con la violencia y opresión, ya sea
de manera directa o por inacción.
Es bien sabido que durante el Tercer Reich (periodo de Hitler), los soldados nazis ignoraban
los principios y valores que les fueron inculcados por su familia y religión desde la infancia,
para torturar y asesinar a miles de personas porque simplemente seguían órdenes de sus
comandantes, que a su vez seguían órdenes del Führer, además de obedecer a deseos
primarios destructivos sin realmente ser conscientes de ello. Los males del mundo, según
Zimbardo, son responsabilidad de todos y cada uno de nosotros.
Esta teoría sobre el mal se relaciona estrechamente con la Teoría de las Ventanas Rotas,
donde se plantea que el permitir pequeños niveles de vandalismo o descuido, nos lleva a
de alguna forma “normalizar” comportamientos negativos cada vez más graves. En el caso
del Efecto Lucifer, pasar del cumplimiento del deber o una situación extrema de defensa
propia al abuso, crueldad y sadismo hay un gran paso. Pero dadas las circunstancias, esa
distancia puede volverse milimétrica, y allí es donde entra en juego la voluntad individual.
El Efecto Lucifer sólo puede contrarrestarse con valentía y determinación, actuar hacia un
extremo u otro del espectro es una decisión individual. Todos tenemos en nuestra
programación, la capacidad de ser crueles, tanto como la de ser nobles. Es entonces cuando
lo que alguna vez dijo Freud cobra completo sentido, lo único que nos hace no matar al de
nuestro lado, son los ojos atentos que los demás postran sobre nuestra retaguardia.